\"La quimera del oro\": El filme en que Charlot se comió una bota

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Descripción

M&N

MESA Y NEGOCIOS • enero 2012

La Buena Mesa en el Cine Por Alfonso Méndiz · Profesor de Cine y Publicidad · Universidad de Málaga

LA QUIMERA DEL ORO

El filme en que Charlot se comió una bota CHAPLIN DIJO SIEMPRE QUE ÉSTA ERA SU MEJOR PELÍCULA, Y ALGÚN CRÍTICO LA HA CALIFICADO COMO “UNA JOYA IMPRESCINDIBLE DEL SÉPTIMO ARTE”. TIENE, CIERTAMENTE, ESCENAS MEMORABLES, ENTRE LAS QUE DESTACAN DOS: CHARLOT ZAMPÁNDOSE UNA BOTA CON CUCHILLO Y TENEDOR, Y EL FAMOSO “BAILE DE LOS PANECILLOS”, EN UN PRODIGIO DE PANTOMIMA, DANZA E INGENIO. La acción transcurre en Klondyke (Alaska) en 1896. Atraído por la segunda “fiebre del oro” (la primera tuvo lugar en California, en 1845), nuestro hombrecillo se planta en esas frías tierras, empujado por el hambre y la necesidad. Las noticias de unas pepitas doradas que afloraban en medio de la nieve habían atraído a muchos con la esperanza de una vida nueva. Pero esa ilusión efímera (fueron muy pocos los que encontraron oro) se topó en aquel diciembre de 1896 con una durísima realidad: temperaturas bajo cero, parajes escarpados, lugares inhóspitos en los que acechaba el hambre, el frío… y la codicia humana. Chaplin escribió el guión inspirándose en dos fuentes históricas: los documentos gráficos de los expedicionarios que fueron a Klondyke (1896-98) y el libro que relata el desastre del grupo Donner, que quedó incomunicado en Sierra Nevada durante el invierno de 1846. Este grupo sólo pudo sobrevivir en la nieve recurriendo al canibalismo y llegando a comer, incluso, las botas que calzaban. En el filme se alude a esos hechos históricos, pero su crudeza se disimula bajo una

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capa de humor y de ternura. Cuando Chaplin llega a Klondyke, una tormenta le obliga a buscar refugio: lo hallará en una casa aislada en las montañas, habitada por un asesino fugado, Black Larsen. Éste trata de echar al hombrecillo, pero un fortísimo huracán –otra de las escenas célebres del filme- impide una y otra vez que el vagabundo pueda salir de la casa, y trae además a otro huésped: el gigante Mac Kay. Pronto les afecta el hambre. En un momento en que Larsen sale a por comida, Charlot decide cocinar uno de sus zapatos. Es el momento que todos los espectadores recuerdan: quizás la escena de máxima comicidad que Chaplin haya logrado jamás. Su personaje, sin perder un ápice la compostura, prepara dignamente un plato,

ficha técnica Título original: The Gold Rush Director: Charles Chaplin. Reparto: Charles Chaplin, Mack Swain, Georgia Hale, Tom Murray, Malcom Waite, Henry Bergman. País y año: Estados Unidos, 1925. Distribuye: Warner

deposita en él la bota, y empieza a cortarla con un cuchillo como si fuera un ala de pollo, y a quitar los clavos, como si fueran huesecillos. Después, enarbola un tenedor y enrolla los cordones como si fueran espagueti, y empieza a sorberlos poco a poco. No hace falta más: una bota y un tenedor. Y Chaplin crea una secuencia divina. Más adelante, cuando el hambre ha pasado, el vagabundo prepara la cena de Año Nuevo que espera compartir con Georgia, la chica del “saloon”. Pero Georgia se olvida de la cita, y el hombrecillo espera en vano. Rendido por el cansancio, sueña que está junto a Georgia, y empieza a entretenerla con sus juegos. Realiza entonces la danza de los panecillos, otra de las escenas inmortales de Chaplin. Ciertamente, es una secuencia sublime: una obra maestra de humor y sentimiento, donde los tenedores son auténticas piernas, y los movimientos que vemos en pantalla reflejan lo mejor del arte de la pantomima. Impresionantes resultan también las muecas del vagabundo, perfectamente acordes con los movimientos de los tenedores y realzadas por una banda sonora hermosísima. Acompañando a Charlot en esta odisea no podremos evitar la sonrisa que siempre despiertan sus historias, la carcajada explosiva que provocan sus ocurrencias, o el sentimiento de ternura que suscita el personaje. Ese Charlot, desharrapado y solitario, tan pícaro cuando toca salvar el pellejo, resulta sumamente cándido cuando toca vivir y amar. Por eso nos enternece tanto. Al ver sus películas, uno se queda fascinado: el cine estaba naciendo y ya tocaba el Cielo. Y, al final, sólo podemos dar gracias de que exista esa fábrica de sueños.

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