\"French kiss\": El vino como maduración y romance

LA BUENA MESA EN EL CINE Por Alfonso Méndiz · Profesor de Cine y Publicidad · Universidad de Málaga

FRENCH KISS

El vino como maduración y romance EL VINO SE HA ASOCIADO SIEMPRE A LA ALEGRÍA, EL COMPAÑERISMO, LA SOLEDAD O LA FIESTA. EN ESTE FILME SE CONVIERTE EN UNA ALEGORÍA DE LA MADURACIÓN COMO PERSONA. LA PROTAGONISTA, COMO EL BUEN VINO, APRENDE EN ESTA HISTORIA A FERMENTAR –A MORIR A SÍ MISMA, DE ALGUNA MANERA- PARA ALCANZAR LA PLENITUD, LA FELICIDAD Y EL AMOR.

K

ate, americana afincada en Montreal, odia volar. Está prometida con Charlie, pero tiene fobia a las alturas, y se niega a cruzar el Atlántico para acompañarle a un viaje profesional a París. Éste será el mayor error de su vida, pues Charlie se enamora allí de una guapa francesa y le propone matrimonio. Decidida a recuperar a su novio, Kate sube a un avión y allí conoce a Luc, un francés maleducado y ladronzuelo al que inicialmente detesta y al que, poco a poco, según ella vaya madurando, encontrará cada vez más encantador. Este proceso de cambio interior se ve sostenido y significado por el lenguaje del vino. Kate es al principio demasiado “niña”, demasiado infantil y soñadora para entender que el amor verdadero es algo más que sentimiento. También Luc es inmaduro: resentido con su hermano, vive alejado de su familia y de su tierra, sin rumbo ni destino. Pero ambos reharán sus vidas en la misma medida en que seán capaces de rehabilitar el viñedo familiar de Luc; ambos madurarán primero como personas y, después, como proyecto de familia: encontrarán el amor a través del compromiso. Pero el vino es también símbolo de la identidad y el arraigo en una tierra. El esqueje de vid americana que Luc sube al avión y quiere trasladar a Francia, para injertarla en su viñedo provenzal, es la mejor parábola del personaje de Kate: ella es una plan-

ta sin suelo propio; una mujer que necesita encontrarse y “hacerse” una mujer nueva. Su indefinición es llamativa: para empezar, es una americana residente en Toronto que quiere “hacerse” canadiense. Pero, olvidada por su prometido -¿cabe mayor abandono, mayor desorientación vital?-, vuela a París y allí le roban el pasaporte (en suma, su identidad), con lo que su desarraigo es máximo: está en un país que no es ficha técnica Título original: French Kiss. Director: Lawrence Kasdan. Reparto: Meg Ryan, Kevin Kline, Timothy Hutton. País y año: Estados Unidos, 1995. Distribuye: Fox.

el suyo, sin identificación ni amparo; y no puede pedir otro pasaporte en la embajada americana -porque ha iniciado el trámite para ser canadiense- ni en la embajada canadiense, porque no es aún ciudadana de ese país. Finalmente, el vino simboliza la maduración misma del amor, que requiere asimilar las influencias externas: el sol, la tierra, la climatología. Al llegar a la Provenza, Kate descubre los viñedos franceses y –al mismo tiempo- el hogar de Luc: su verdadero rostro. Le pide ver su habitación de niño, y él le muestra una caja con frascos aromáticos para iniciarse en el arte de catar vinos. Así se inicia el diálogo sobre las cepas… y sobre el amor: “Prueba un poco de vino. ¿Puedes describirme su sabor?”, dice él. “Es un vino tinto muy rico”, dice ella con desdén. “Esfuérzate un poco más”, insiste Luc. Y Kate: “Es… un vino atrevido, con un matiz sofisticado y sin pretensiones… En realidad hablaba de mí”. “No te equivocas –concluye él-. El vino es como las personas. Absorbe las influencias de la vida. Las absorbe y adquiere su personalidad”. Partiendo de un guión del desconocido Adam Brooks, Lawrence Kasdan ha urdido una comedia romántica de personajes bien definidos, al modo clásico. Meg Ryan borda un papel espléndido, y Kevin Kline le da perfecta réplica. El cuidado diseño de producción, con una hermosa fotografía de los viñedos provenzales, la sugestiva partitura de James Newton Howard y una acertada selección de canciones contribuyen a dar a la historia un look inolvidable. MESA Y NEGOCIOS • Abril 2009

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