El triunfo militar en el Antiguo Egipto como manifestación de poder y su función cultural. En Borja Antela / Jordi Vidal / César Sierra (editores) Memoria del conflicto en la Antigüedad

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Descripción

Borja Antela / Jordi Vidal / César Sierra (editores)

Memoria del conflicto en la Antigüedad

Libros Pórtico

© 2017 Borja Antela / Jordi Vidal / César Sierra

Edita: Libros Pórtico Distribuye: Pórtico Librerías, S. L. Muñoz Seca, 6 · 50005 Zaragoza (España) [email protected] www.porticolibrerias.es Diseño de cubierta: Lola Martínez Sobreviela ISBN: 978-84-7956-163-5 D. L.: Z 274-2017 Imprime: Ulzama Digital Impreso en España / Printed in Spain

Índice Prólogo

IX

1. Warfare of History How Warfare Shapes Ancient Mesopotamian Societies Davide Nadali

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2. El triunfo militar en el Antiguo Egipto como manifestación de poder y su función cultural Antonio Pérez Largacha

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3. Las guerras de la memoria colectiva Memoria social ateniense de las victorias y las derrotas Laura Sancho Rocher

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4. El paisaje urbano de Atenas Entre memoria de guerra e identidad colectiva Borja Antela-Bernárdez

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5. Guerra y civilización La historiografía reciente sobre la guerra griega antigua Fernando Echeverría Rey

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6. Mejor César que Alejandro La concepción del liderazgo militar en los textos clásicos de acuerdo con la interpretación de Napoleón Bonaparte Francisco Gracia Alonso 7. El olvido necesario Los historiadores antiguos ante el Bellum Sociale (91-87 a.C) Carlos Heredia Chimeno 8. Botín y Propaganda El tercer triunfo de Pompeyo como paradigma de su Imitatio Alexandri Luigi Pedroni 9. Uso y abuso de la guerra y el mercenariado en la protohistoria por los nacionalismos patrios Antonio Pedro Marín Martínez

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El triunfo militar en el Antiguo Egipto como manifestación de poder y su función cultural Antonio Pérez Largacha Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)

1. Introducción La victoria sobre el enemigo, el otro, siempre ha supuesto un evento importante en la vida de las sociedades, a la vez que se esgrimía para reafirmar una forma de vida, unos valores y costumbres que de esa forma se exhibían y presentaban como superiores en relación al vencido y derrotado que encarnaba una manera de vivir diferente, unos valores morales opuestos, y unas costumbres propias de una sociedad inferior cuyos principios eran considerados un peligro.1 El triunfo se conseguía gracias a la protección, guía y ayuda de los dioses, a los que se invocaba en unos rituales previos que buscaban su apoyo y que, además, servían como legitimación para la batalla, el enfrentamiento, que era una consecuencia de la transgresión cometida por el enemigo derrotado,2 al tiempo que la victoria expresaba la superioridad de los dioses. Finalmente, después de haber obtenido el triunfo, se iniciaba un regreso glorioso a la capital, donde el botín y los prisioneros eran exhibidos públicamente, pudiendo recibir los templos una parte de los mismos o, incluso, los productos que anualmente debían entregar algunas de las ciudades o reinos que habían sido derrotados.3 Con posterioridad, la figura del vencedor se ensalzaba mediante la composición de textos y el grabado de representaciones de la victoria en los templos, en estelas u otros objetos que podían ser contemplados o distribuidos por el reino, lo que contribuía a que el rey legi1

Quizás el mejor ejemplo de ello sean las Guerras Médicas, que la historiografía, en especial ateniense, convirtió en la victoria de lo civilizado sobre lo despótico, poniendo uno de los pilares de un Orientalismo que impregnaría la visión que de Oriente se tuvo desde la Antigüedad grecorromana hasta, podríamos decir, la actualidad. 2 En este sentido puede apuntarse, por ejemplo, que los dioses actuaban como testigos de los tratados que se firmaban en el Próximo Oriente, por lo que el incumplimiento de lo estipulado justificaba la guerra. 3 Esta práctica está atestiguada en Egipto desde la XVIII dinastía, en especial a partir del reinado de Tutmosis III, el creador de la política militar exterior de Egipto en el Levante (Spalinger 1996).

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timara su gobierno y presentarse como defensor, protector de todo aquello que su cargo, la realeza, implicaba y transmitía ante los dioses y la sociedad (Morris 2010), por lo que la propaganda era inherente al triunfo militar (Spalinger 2013). En definitiva, el triunfo militar contribuía a la identidad del vencedor, transmitiendo los valores de una sociedad y, paralelamente, mantenía viva una memoria colectiva, pero también social y cultural que se había formado en los orígenes de reinos y estados, al presentar al otro como inferior y como un símbolo de los peligros que existían más allá de los límites mentales del Estado, reino o sociedad. Lo descrito hasta el momento presenta características comunes en muchas sociedades, antiguas o no, y es, en la mayoría de las ocasiones, asimilado al mundo romano, donde el triunfo militar está muy presente y nos ha legado conocidos monumentos y costumbres (Beard 2008), pero lo mismo acaecía en el mundo egipcio del Reino Nuevo y otros reinos del Bronce Reciente; poemas, relieves, textos literarios o monumentos eran realizados para conmemorar el triunfo militar.4 Sin embargo, estas manifestaciones, como muchas otras, se han considerado historiográficamente propias de la tradición grecorromana, donde nuestra “memoria cultural” encuentra y busca una de sus raíces –la otra es la judeocristiana–, obviando el posible legado cultural de unas culturas próximo orientales que son identificadas por esa tradición grecorromana como bárbaras y diferentes y, por lo tanto, alejadas de nuestra tradición.5 La intención de las próximas páginas será abordar la función y mensajes que el triunfo militar emitía en el mundo faraónico, pero no solo en el Bronce Reciente, sino desde los orígenes de la cultura faraónica, su fusión con la memoria y tradición, integrándose en unos conceptos de identidad que definían al pueblo egipcio en contraposición al resto. En modo alguno nuestra intención es transmitir que todo nació en Egipto o en el Próximo Oriente, ya que cada cultura y civilización responde a momentos históricos diferentes y transmite los mensajes, aunque respondan a una misma intencionalidad, de una manera diferente, aunque también existan similitudes en la expresión de los mismos. Desde la egiptología, el triunfo militar ha sido analizado como algo histórico, reflejo de unas victorias, de una política exterior, prueba de la gloria de 4

El ejemplo más conocido es el templo funerario de Ramsés III, Medinet Habu, donde se describe sus victorias sobre los Pueblos del Mar, pero en el templo de Karnak, así como en palacios reales se mostrarían los logros de los Faraones, pero de estos últimos apenas conocemos nada. 5 Se podrían citar muchos y variados ejemplos, como en la literatura, donde el pensamiento mítico del mundo egipcio o próximo oriental ha dominado sobre lo que aportan sus composiciones literarias, incluso a las obras homéricas, pero también en relación a la filosofía, la ciencia, la tecnología o, incluso, el arte.

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unos faraones, es decir, como hechos históricos, pero no se ha profundizado en el mensaje y función que en la sociedad y concepción del Estado tenían los mismos. 2. El triunfo militar como memoria cultural La guerra, el conflicto militar estuvo, en opinión de algunos investigadores, en el origen de los primeros Estados, quedando de esa forma ligada a los mismos, una visión que también ha contribuido a la visión militarista de las culturas próximo orientales, donde sus reyes se presentan victoriosos, derrotando a sus enemigos y ensanchando las fronteras de sus reinos siguiendo el mandato divino. Sin entrar en el fondo del debate, es cierto que en los albores del Estado faraónico el conflicto, la guerra, está presente en muchos de los objetos y escenas que conocemos (Campagno 2004; Wit 2008), pero en especial en la Paleta de Narmer, considerada desde su hallazgo la prueba iconográfica de la unificación de Egipto mediante la conquista del Bajo Egipto por parte del Alto Egipto y, aunque la interpretación del hecho histórico que representa ha cambiado, lo realmente importante es que la misma encarna un modelo cultural que se había ido construyendo en siglos anteriores y perdurara más de tres milenios (Pérez Largacha 2012). Pero incluso con anterioridad a la unificación política y cultural del mundo egipcio existió otra clase de conflicto que permaneció latente en la concepción faraónica durante milenios; la lucha contra el caos, y sus manifestaciones, que siempre amenazaba dónde y cómo se vivía. Es por ello que el dominio y control del entorno geográfico siempre está presente en las escenas y símbolos que emanan de la sociedad egipcia y, cuando en el Reino Nuevo Egipto desarrolle una política exterior activa en el Levante, procederá a integrar la fauna y flora de los territorios dominados y derrotados en su mundo como expresión de dominio, como en el caso del jardín botánico construido por Tutmosis III, el fundador del “imperio” faraónico en el Levante (Laboury 2007). El orden establecido originariamente por los dioses debía de ser mantenido y defendido ante unos peligros que, aunque fueran derrotados, nunca eran totalmente aniquilados, destruidos, debiendo estar siempre el Faraón vigilante y presto a defender el modo de vida egipcio. Pero este conflicto con todo aquello que era externo, y que incluía a los que vivían o procedían de más allá del valle del Nilo, también se utilizó, y sirvió, para dotar de una identidad propia, única y diferente, a los habitantes de Egipto. Es por esta razón que todos los reyes egipcios debían transmitir, y así lo hacen en mayor o menor medida, que habían procedido a derrotar, a vencer, todo lo que era externo que, como ya hemos indicado, nunca podía ser eliminado definiti-

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vamente, siempre podía reaparecer y amenazar el orden.6 Un combate constante que dotaba de una identidad a la sociedad y también permitía a sus gobernantes justificar sus acciones de gobierno, pero lo más importante es que de este modo el mundo egipcio se dotó a sí mismo de una memoria cultural, individual y colectiva, que se construyó partiendo de una realidad geográfica como veremos y que se transmitió durante siglos a través de escenas y textos. Ello implica que el triunfo ante el extranjero, lo exterior, siempre tuvo una función, una intencionalidad, se produjera dicha victoria en realidad o no. A medida que el mundo faraónico vaya integrándose en unas relaciones mucho más fluidas con el exterior, en el Bronce Reciente pero ya también en el Reino Medio, esa victoria ira adquiriendo las manifestaciones reseñadas en la introducción; manifestaciones públicas, objetos y monumentos transmitiendo los logros, una literatura… Es así como desde tiempos predinásticos la memoria se socializa, al tiempo que se convierte en una “memoria comunicativa” que se transmite de generación en generación (Assmann 2008); el rey debe vencer siempre a los enemigos y ser representado derrotándolos. A lo largo de la historia de Egipto existieron “textos culturales”, como los redactados en el Reino Medio, que transmitían cómo se debía actuar en todo momento, pero también existieron otras manifestaciones y formas de transmitir la memoria más allá de los textos (Loprieno 1996). Las escenas de victoria y representaciones del derrotado y cautivo están presentes desde tiempos predinásticos, pero se irán adaptando y adquieren nuevas manifestaciones, intenciones, mensajes… siendo por ello estas escenas tan frecuentes en el mundo faraónico. Historiográficamente se han interpretado desde una perspectiva histórica, buscando una realidad histórica concreta, un hecho histórico, en definitiva, una victoria militar que confirmara la imagen bélica y militarista del Faraón. Sin embargo, apenas se han tenido en consideración los aspectos sociales, culturales, que dichas representaciones pudieron tener, así como las ceremonias, rituales y otras intencionalidades que estas escenas pueden estar transmitiendo. Escenas que, desde el Reino Medio van acompañadas de unos textos laudatorios hacía la figura de un faraón que obtiene la victoria y se glorifica así ante los dioses, al tiempo que comienza una utilización política de la literatura (Posener 1956). Una escena que pertenece a lo que se puede considerar como una memoria colectiva, creada para servir de identificación y cohesión en unos momentos en los que se estaban poniendo las bases del Estado Faraónico. Con posterioridad, en el Reino Nuevo, cuando la situación militar, geopolítica… de Egipto cambio, se adaptó a unas circunstancias y realidades nuevas, dife6

Al respecto, es significativo que en los diferentes conflictos que hubo entre Horus y Seth, este último siempre es vencido, pero nunca es destruido.

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rentes, que no solo afectaron a la política exterior, también en la forma de concebir lo que era externo y diferente (Kousoulis 2012; Spalinger 2008). Unos triunfos militares que también se celebraban y donde se recordaban y ensalzaban unos códigos, ideas, valores y concepciones. Procesiones, desfiles…que eran contemplados por los habitantes de la capital, donde residía el poder. Al respecto, y como veremos más adelante, muchas de las escenas o textos pueden tener también como intencionalidad emitir un mensaje a los más cercanos y poderosos al faraón, de donde podían proceder las conspiraciones o luchas dinásticas. En las sociedades antiguas la recogida y representación de las efemérides, de lo que ellos consideraban su historia, respondía a unas concepciones e intenciones diferentes a las nuestras, no debiendo intentar reconstruir e interpretar los documentos, escritos o no, desde nuestra realidad. Las fuentes disponibles deben ser entendidas, aunque en muchas ocasiones no dispongamos de todas las herramientas, en su contexto, no solo histórico, también cultural. Como señala Baines (1996), ellos construyen su realidad, su historia según unos parámetros culturales que, en el caso del antiguo Egipto, se remontan al IV milenio a.C. Así, en opinión de Assmann (2006) la historia de los egipcios forma parte de su concepción cultual y refleja el miedo que tenían a la posible ruptura y cambio que podía producirse en el contínuum cultural; cada día formaba parte del orden sagrado que tenía que ser preservado, observado y, en este contexto, la acción del rey venciendo a los enemigos deben entenderse como acciones cultuales, no históricas (Schneider 2013). Es por ello también muy importante el tener siempre en consideración dónde y cómo se representa esa realidad. En el caso del Reino Antiguo la victoria militar, o las figuras de prisioneros que posiblemente encarnan a los enemigos que se quiere representar, la encontramos en los templos asociados al mundo y culto funerario de los faraones, donde la audiencia eran los dioses y, posiblemente, solamente los más próximos al rey, volviendo así a aparecer el mensaje interno; el rey actúa siguiendo los preceptos de los dioses;7 derrotar al enemigo simbolizaba la victoria sobre el caos, Isfet y, por extensión, el triunfo de los principios de Maat, la justicia y la preservación en definitiva del orden. El faraón procede a presentar a los dioses sus acciones de gobierno y representa todo aquello que de él se esperaba, esperando así seguir viviendo eternamente con ellos. 7

También debemos tener en cuenta que el Reino Antiguo es el período de mayor centralización de la historia de Egipto, toda la actividad gira en torno a la corte y los monumentos funerarios de los reyes, por lo que estos mensajes solamente aparecen en la capital, cuando en períodos posteriores se produzca una descentralización, el motivo del triunfo militar se irá extendiendo por templos y regiones de Egipto y, en el caso del Reino Nuevo, llegar a ser emitido incluso para que llegue a las cortes de los grandes reinos del Bronce Reciente.

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Es por ello que un triunfo militar, aparte de implicar la defensa y protección de un territorio sobre un enemigo, la extensión territorial de un reino o Estado, la adquisición de un control sobre regiones estratégicas – económicamente, para la protección del territorio…–, también implica, denota y transmite una forma de vivir, de entender la sociedad, en definitiva, tiene una función cultural y social que entronca con los valores más importantes de dicha sociedad, los cuales fueron establecidos, en la concepción faraónica o próximo oriental, en un tiempo pasado, casi mítico. Es por ello que el triunfo transmite el mantenimiento de algo que fue instaurado en tiempos primordiales y debe ser preservado. Igualmente, la existencia de una memoria cultural, social, que entronca con el triunfo militar, permite que victorias como la de Tutmosis III en Megiddo, o la que dice obtener Ramsés II en Kadesh, sirvan también para que pueda realizarse una justificación política e ideológica de ese momento y realidad concreta. Otra realidad es que los artífices de un gran triunfo militar se convierten en referentes culturales, por lo que en torno a sus logros y vida se componen textos e historias que se convierten en un modelo a seguir y también sirven para justificar, legitimar las acciones emprendidas. Por lo general estos modelos acontecieron cuando se pusieron las bases del reino o cultura, siendo por ello normal encontrar referencias a la recuperación de territorios que originariamente habían pertenecido a dicho reino y que se consideran como propios. Dos ejemplos de la Antigüedad pueden ser citados, Alejandro Magno y Sargón de Akkad, pero existieron muchos otros, como pudo ser el caso de Narmer, o el Menes de las fuentes faraónicas, considerado por las propias fuentes egipcias –significativamente a partir del Reino Nuevo– como el unificador de Egipto (Heagy 2014), el primer rey que gobernó sobre el Alto y el Bajo Egipto y estableció, de ese modo, las bases de un Estado territorial con sus propias manifestaciones culturales, creencias, debiendo ser las mismas conservadas, mantenidas, defendidas por todos y cada uno de sus sucesores. En la actualidad sabemos que posiblemente Narmer no fue el unificador de Egipto, que ya estuvo unificado, al menos culturalmente, unos 150 años antes de su reinado, pero toda cultura requiere de un modelo, de un inicio. Así, en el caso del Egipto faraónico el triunfo militar, fuera importante o irrelevante sobre enemigos que en realidad no constituían una amenaza real, se convirtió en una expresión, manifestación que todos los faraones debían expresar, presentar a su círculo más próximo de poder y, en especial, a los dioses en sus moradas eternas, los templos. Es así como el triunfo militar adquiere también un carácter ritual, cultural que, por otra parte, en determinadas ocasiones puede ser exagerado para justificar, legitimar un gobierno, dotar al faraón de un arma ideológica y propagandística, como pudo ser el

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caso de Ramsés III (Cavillier 2013), quién relata su victoria sobre los Pueblos del Mar copiando y adaptando expresiones que realizó Ramsés II. Otra de las características de un triunfo militar en el antiguo Egipto, y en general en el Bronce Reciente si no antes, es la presentación de la victoria ante unos enemigos muy numerosos y que, en ocasiones, no habían podido ser derrotados por nadie hasta entonces. Igualmente, los reyes dicen obtener un gran número de prisioneros, además del botín, cifras que en ocasiones se han tomado como reales, históricas, pero que en el fondo pueden esconder otro significado, como el número total de la población que paso a estar bajo la influencia o control de Egipto. El derrotar al enemigo implica el mantenimiento del orden, la principal obligación que el Faraón tenía en el antiguo Egipto, por eso todos expresan o se representan venciendo a un enemigo, haya existido un enfrentamiento o no, deben presentar su reinado como una continuidad. Una obligación que explica que en alguna ocasión sea representado el mismo enemigo e, incluso, los mismos miembros de su familia (Kahl 2010). Esa obligación del Faraón implica que las representaciones victoriosas sean constantes, lo que explica que la historiografía haya presentado a los mismos como militaristas, belicosos, cuando en realidad pudieron no llegar a realizar campaña alguna. Por todo ello el triunfo militar tenía un componente cultural, ideológico, ritual, así como manifestaciones públicas del mismo que podían ser contempladas en construcciones y relieves, pero también a través de la elaboración de escarabeos conmemorativos, objetos de joyería, etc. Pero esa imagen también tenía su plasmación en el ámbito palacial, donde el faraón recibiría a sus altos funcionarios, a los embajadores de otros reinos, en una sala de audiencias en la que su poder quedaría reflejado, incluso en detalles como la decoración de la suela de sus sandalias con la imagen de unos enemigos que son pisoteados cada vez que anda o sitúa sus pies en el suelo. Estas manifestaciones han sido señaladas, en especial, en relación con el mundo neo-asirio, pero ya estarían presentes en el Bronce Reciente, y posiblemente antes. Escenas y motivos que además transmitirían un poder universal a través de decoraciones procedentes de otros mundos, objetos exóticos… (Feldman 2015). Sin embargo, como ya hemos expresado, el triunfo militar en el Próximo Oriente y en Egipto ha sido analizado, interpretado, como una manifestación más que probaría el despotismo de sus gobernantes, símbolos del Orientalismo. Es por ello que el triunfo militar es asociado, en general, al mundo romano y, en especial, a la época imperial, celebrando los Emperadores sus victorias con la celebración de desfiles, la realización de rituales o la construcción de monumentos conmemorativos que reflejaban la gloria obtenida y, al mismo tiempo, emitían el mensaje de protección de que gozaba la sociedad romana frente a unos enemigos que eran derrotados, contenidos, más 25

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allá del limes. Pero todos estos aspectos, con otras manifestaciones, expresiones, también estuvieron presentes en el Egipto faraónico. En las próximas páginas nuestro propósito es analizar la función que en el Egipto faraónico tuvo la representación, desde tiempos predinásticos, de la victoria militar sobre unos enemigos, como hemos ya expresado reales o no, de los rituales y celebraciones que en torno al mismo se desarrollaron y rastrear, así, su función cultural. Un primer aspecto, en nuestra opinión importante, es que el motivo iconográfico del Faraón golpeando, venciendo o pisoteando a sus enemigos perduró hasta tiempos de la dominación romana y los emperadores romanos, a diferencia de su forma de actuar en y con otras culturas y mundos que conquistaron, se vieron en la obligación de representarse según lo que la población indígena esperaba de sus gobernantes y fuera así reconocido, constituyendo ello una prueba de que en la memoria cultural de la sociedad egipcia, aunque hubieran pasado ya siglos de su pasado esplendor, permanecía aun latente esa identificación, esa función que se esperaba de los gobernantes Al respecto creemos que también son muy significativas las diferentes imágenes conservadas de Horus, divinidad asociada a la realeza y que simboliza la victoria sobre Seth, representado como un legionario romano y a caballo. Pero antes de iniciar nuestro recorrido y estudio, creemos conveniente realizar una consideración previa. Como ya hemos expresado, al estudiar el origen del Estado en Egipto, y en el Próximo Oriente, entre las causas que motivaron su aparición casi siempre suele aparecer destacada la guerra, el conflicto militar, que propició la aparición de un Estado territorial en el caso de Egipto, razón por la que el conflicto, la guerra, lo militar, está en la propia esencia de los orígenes culturales que van a definir su sociedad; la guerra como un elemento intrínseco a la creación, aparición del Estado, el conflicto como algo inherente. Al respecto, puede ser interesante recordar lo expresado por Keegan (1993), para quién la guerra es inherentemente cultural, una argumentación muy diferente a la interpretación clásica de Clausewitz (1832), que se centrada en los objetivos políticos que se perseguían con la guerra. 3. Orígenes del triunfo militar. Egipto predinástico y dinástico temprano Como ya hemos indicado, desde tiempos predinásticos existen escenas que representan la victoria militar y a prisioneros atados con las manos en la espalda y, en opinión de Barta (2014), el origen de esta icónica imagen del faraón golpeando, derrotando a sus enemigos puede encontrarse ya en los grupos humanos que habitaban el desierto occidental durante el Holoceno, en Gift Kebir, con anterioridad al establecimiento y conquista del valle del Nilo. 26

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Desde un inicio, en estas representaciones el gobernante expresa no solo su victoria, sino también la protección que ejerce sobre el conjunto de la sociedad, al tiempo que procede a agradecer, a presentar a los dioses sus logros, adquiriendo por ello desde un inicio un carácter ritual, al tiempo que de legitimación y propaganda. Un simbolismo del triunfo militar cuya esencia hemos visto se mantendrá en el mundo faraónico, aunque se adaptará a nuevos entornos y realidades. Pero para comprender la ideología, el trasfondo cultural que a lo largo de toda la civilización egipcia va a acompañar al triunfo militar, creemos que es significativo que el conflicto lo encontramos desde las primeras culturas predinásticas, pero en un primer momento el mismo está vinculado, más directamente, al dominio que se va consiguiendo en el lento, pero necesario, proceso de conquista del medio geográfico que se inició en el V milenio ante la progresiva desecación del Sahara que obligo a los grupos y comunidades, que hasta entonces habían habitado los desiertos y wadis, a emprender la conquista del valle del Nilo. En este sentido, las decoraciones de cerámicas y objetos nos reflejan la caza, o el dominio, sobre el cocodrilo, el hipopótamo u otros animales que, significativamente, con posterioridad seguirán conservando su valor simbólico de la victoria del orden sobre el caos y sus manifestaciones. Un dominio que no solo se representa con la caza de animales, ya que en un segundo momento lo que se representa no es la caza, sino la captura, el dominio y posterior explotación de dichos animales y recursos (Hendrickx 2015; Herb / Förster 2009), siendo en este momento cuando comienzan las representaciones de los desfiles de animales. Es decir, desde sus inicios la sociedad egipcia concibe su mundo como una dualidad, una lucha constante entre el entorno en el que vive y el dominio de los peligros que en el habitan o pueden llegar al mismo de un entorno próximo y visible que es hostil, generando la idea de una protección constante que, con posterioridad, los reyes egipcios extenderán y aplicaran a todos los habitantes del mundo exterior, simbolizando su derrota, como hemos dicho real o no, una prueba del cumplimiento de sus obligaciones. Pero al tiempo que se procedía a la conquista del medio geográfico, se iban desarrollando diferentes grupos de comunidades que desplegaban sus propios mecanismos de organización y jerarquización social, comunidades cada vez más complejas que habitaban un mismo entorno geográfico y tenían las mismas necesidades, pero que fueron entrando en conflicto entre ellas, en especial en el Alto Egipto, donde destacaron los proto-reinos de Abidos, Hierakómpolis y Nagada. Es así como el líder de esos centros no solo dirigía, guiaba a su comunidad en el logro de unos beneficios económicos, también otorgaba seguridad y protección ante las comunidades vecinas que podían constituir una amenaza, siendo en este contexto en el que se

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desarrolló el motivo iconográfico, visual, del líder venciendo a sus enemigos. Un ejemplo de dichos conflictos puede ser la inscripción de Gebel Tjauty (Darnell 2002: 10-9), interpretada por algunos investigadores como la prueba de una victoria militar sobre Nagada (Hendrickx / Friedman 2003). Pero el ejemplo que siempre se cita con anterioridad a la paleta de Narmer es el de la Tumba 100 de Hierakómpolis, donde además el líder se representa como “señor de los animales”, es decir, dominador del medio geográfico (Huyge 2014). Fue así como desde tiempos protodinásticos la representación de la victoria militar sobre el enemigo, el otro –en un primer momento los propios proto-reinos egipcios existentes–, que encarnaba los peligros del caos, se convirtió en una imagen de lo que se esperaba del gobernante, pasando a formar parte de la memoria cultural de una civilización y sociedad. Igualmente, el hecho de que el marco geográfico fuera el mismo –al menos en el Alto Egipto–, contribuyó a que el mensaje de la imagen fuera asimilado y entendido por todos; el líder protegía a la comunidad de todo peligro. Unos conflictos en los que sin duda habría prisioneros de guerra y una eliminación de enemigos, adquiriendo todo ello también un carácter ritual, público. En diferentes objetos protodinásticos encontramos lo que se ha denominado el ciclo real (Williams / Logan 1987). En el mismo el rey, con los atributos, vestimentas y actitudes propias que iba adquiriendo como reflejó de su poder, procede a presentar a los dioses sus acciones victoriosas, unos dioses que pueden actuar como testigos como refleja la representación de los Serekhs, al tiempo que el rey es representado en una embarcación dirigiéndose a una construcción caracterizada por la fachada de palacio, posiblemente el propio palacio donde podría realizarse la celebración que podía tener un carácter público y, aunque el mismo no pueda asegurarse que fuera dirigido al conjunto de la sociedad, si al menos al círculo más próximo y cercano al gobernante que, en definitiva, era al que el rey le interesaba transmitir sus logros y poder, al ser el mismo de donde podían proceder los peligros.8 Un ejemplo de ello son los incensarios hallados en la localidad Nubia de Qustul y el mango de cuchillo ceremonial del Metropolitan Museum (New York). En estos objetos, se pueden observar las embarcaciones, la fachada de palacio y una procesión que, algunos, interpretan como del sacrificio. Elementos, escenas que en un primer momento aparecen de forma aislada, no formando parte de un conjunto, pero que durante Nagada III adquieren un nuevo significado formando un ciclo asociado a la figura del rey. A estos ejemplos pueden unirse los recientemente publicados en torno a Aswan y 8

Este es un aspecto interesante que ha puesto de manifiesto el estudio de Yoffee (2005), en el sentido de que las imágenes, representaciones o decretos como el propio Código de Hammurabi, no iban dirigidos al conjunto de la sociedad, sino a la corte.

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que parecen representar también un ritual del líder, vestido con ropajes propios del Festival Sed, emblemas reales y el desfile de embarcaciones junto a prisioneros (Hendrickx et al. 2009). Pero si hay un objeto que va a reflejar la plasmación del triunfo militar, y posiblemente su carácter ritual, ideológico y público, es la Paleta de Narmer. Sin entrar en el debate sobre la historicidad de las escenas que en la misma se representan, en la misma observamos la imagen clásica que va a permanecer a lo largo de toda la historia de Egipto: el rey, con una cabeza de maza en la mano, va a proceder a golpear al enemigo que ha sido vencido. Pero en este objeto hay otros elementos que son de gran importancia para constatar la existencia de unos rituales y cómo esta escena ya formaba parte, por entonces, de la “memoria cultural” egipcia. Como señala Morris (2014: 64), la Paleta de Narmer nos informa, al igual que los posteriores relieves que decoraran los templos e incluso algunos textos, de que después de haber alcanzado la victoria militar podía tener lugar un sacrificio ritual de los prisioneros o, al menos, de algunos de ellos para dejar una constancia de lo realizado. En concreto Morris se refiere a la escena en la que Narmer procede a inspeccionar unos cuerpos que aparecen decapitados, una acción meticulosa al aparecer sus cabezas entre las piernas, al tiempo que sus falos han sido eliminados.9 La representación de Horus y de la barca nos recuerda, a su vez, a los elementos presentes en objetos y representaciones anteriores, como si la acción de proceder a la muerte ritual de los prisioneros hubiera tenido lugar en el palacio –o alguna de sus dependencias– y, con posterioridad, sus cuerpos hubieran sido mostrados públicamente. Escenas que están siendo realizadas bajo la protección de la divinidad, no solo la que corona la Paleta de Narmer, sino también los que aparecen representados con animales o emblemas, en especial Horus, siendo por ello que Morris (2014: 88) apunta que al igual que los primeros frutos de la cosecha pueden ser entregados a los dioses como agradecimiento, lo mismo acontece con los prisioneros de guerra, emitiendo Narmer, y con posterioridad sus sucesores, el mantenimiento del orden, la protección de Egipto frente a todos los peligros que podían proceder del exterior. Como afirma Köhler (2002: 506), la Paleta de Narmer es la culminación de una temática, una narrativa que se había iniciado con las escenas de caza y que transmite la derrota del caos que circunda al valle del Nilo, una separación entre el orden y el caos que pasará a formar parte, inseparable, de la ideología y concepción faraónica hasta el final de su existencia. Con posterioridad al surgimiento del Estado, en las siguientes dinastías esa separación e ideología se irán desarrollando, convirtiéndose todos los que habitaban 9

Una escena con el mismo motivo, procedente del Depósito principal de Hierakómpolis, ha sido recientemente publicada por Droux 2005-2007.

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fuera del valle del Nilo en enemigos, representantes de ese caos que debía ser controlado, mantenido alejado y derrotado, razón por la que todos los reyes, llegaran a realizar una campaña militar o no, se representaran victoriosos, al formar parte dicha actitud, iconografía y celebración parte de la “memoria cultural” (Pérez Largacha 2012). Pero estas escenas, su origen y evolución hasta llegar a convertirse en identificadores de una forma de gobierno y de una sociedad, también deben ponerse en relación con otro aspecto muy importante que, al igual que en otras sociedades de la Antigüedad, también estará en relación el triunfo militar y todo lo que el mismo implica; la creación de una identidad propia, diferenciadora del otro en un período en el que deben establecerse construcciones simbólicas para transmitir, reflejar, una identidad. Una identidad que implica la existencia de unas similitudes internas que diferencian a los egipcios de los demás. Es quizás por ello por lo que coincidiendo con el surgimiento del Estado –o al menos cuando se están poniendo las bases del mismo–, del marco conceptual y territorial que será considerado como “egipcio”, encontramos como en los límites adyacentes de ese orden (Pérez Largacha 2014), o donde Egipto va a tener importantes intereses económicos, los faraones se representan en la actitud vencedora. Un ejemplo es el de Gebel el-Suleiman, donde se representa el motivo de la victoria, del prisionero atado y vencido, pero esta vez no en una paleta u objeto que fuera depositado en el interior de un templo, sino en una inscripción al aire libre, en un lugar que sirve de frontera entre el mundo egipcio y el exterior (Somaglino / Tallet 2015). En el mismo sentido pueden interpretarse las escenas halladas en el Sinaí, en especial a partir del reinado de Den (I dinastía), apareciendo también dioses como Soped, o Ash, protectores de los confines orientales del Delta, de las minas de cobre y turquesa de donde la administración egipcia obtenía algunos de los recursos minerales –cobre, estaño…–, necesarios para el naciente Estado (Ibrahim / Tallet 208). Escenas en las que el rey es seguido de personajes, posiblemente altos funcionarios encargados de dichas regiones, al tiempo que es acompañado de símbolos reales y divinos, emitiendo el mensaje a las poblaciones locales de que era el protector de dichos territorios, que no formaban parte del orden, pero cuyos recursos eran necesarios, o que advertía a dichas poblaciones de que no perturbaran el orden; la imagen como símbolo de frontera entre lo civilizado y lo caótico. Igualmente, en tiempos de Den encontramos la primera referencia de “vencer a los enemigos” en una tablilla que, además, reproduce perfectamente la procedencia externa del enemigo derrotado y golpeado (Fig. 3). Pero además del triunfo militar, de la formulación de una identidad diferenciadora, también es de destacar que en estos primeros momentos históricos de la cultura faraónica encontramos escenas en las que se representa la 30

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presentación de objetos por parte de extranjeros, una acción que será característica de las tumbas tebanas de la XVIII dinastía y, al igual que sucederá con posterioridad, posiblemente esta entrega de objetos por extranjeros pudo ser realizada públicamente, al menos en el palacio y delante de los altos funcionarios y seguidores del rey, apareciendo además la figura de los prisioneros que también son presentados (Fig. 2). Una escena representada en un mango de cuchillo hallado en Abidos, la localidad donde se enterraron los primeros reyes egipcios, adquiriendo así un mayor simbolismo la escena, hallándose también en el templo de Abidos figuras de enemigos derrotados, atados, posiblemente presentadas como ofrenda por el rey para transmitir sus logros. 4. Ejemplos posteriores y conclusión En el Reino antiguo la actividad militar de Egipto se limitó a expediciones a Nubia, al desierto occidental o al envió de delegaciones comerciales o regalos diplomáticos al Levante. No se desarrollaron textos heroicos, épicos, grandes relieves que trasladaran al conjunto de la sociedad los logros de sus gobernantes, los mismos quedaron relegados, como hemos apuntado, a sus construcciones funerarias. A finales del Reino Antiguo da inicio un período de fragmentación política, siendo significativo que la victoria militar, como mensaje de protección hacia la población y de justificación de las acciones de gobierno, reaparezca en las escenas y textos justificativos de los gobernantes provinciales. En el Reino Medio el triunfo del Faraón adquiere connotaciones más públicas, tanto dirigidas a las poblaciones que son conquistadas por Egipto, Nubia, como en la literatura sapiencial, en las Instrucciones, donde uno de los consejos que recibe el futuro gobernante es proteger las fronteras de Egipto, en especial el Delta oriental. Igualmente, el motivo del Faraón victorioso, siendo contemplados sus logros por los dioses, en especial Horus y Seth, se extiende a otros soportes como broches, joyas o estelas. Igualmente, se irán poniendo las bases de un nuevo género literario, la Konigsnovelen. Por otra parte, el carácter ritual del triunfo, de la victoria militar sobre el enemigo, adquiere una dimensión más pública, tanto en los relieves que decoran las paredes de los templos como en escarabeos, estelas y otros objetos que difunden la imagen del faraón victorioso, incluso fuera de Egipto. Una prueba de este ritual es, por ejemplo, el proceder a cortar la mano derecha del vencido, hallándose los primeros ejemplos de ello en Tell el Dab’a, lo que permite pensar en que dicha práctica fue introducida desde el Levante por los Hiksos (Bietak 2012).

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Un mensaje, el del triunfo militar, que no será abandonado por Akhenatón, donde además el dios Atón observa la acción, siendo significativa su representación en un período que suele interpretarse de cambio. Un reino nuevo que nace de una victoria militar sobre los Hiksos, de un enfrentamiento que origina el llamado “nacionalismo tebano” que, a lo largo de todo el Reino Nuevo impregnará las referencias y representaciones vinculadas al triunfo militar. Igualmente, las escenas de presentación de tributos en las tumbas de los nobles tebanos de la XVIII dinastía se convierten en una de las más frecuentes, lo que indica un acto público que se realizaba en la corte y al que asistían los nobles, como a las recompensas que les son entregadas desde la Ventana de las apariciones. Igualmente, en las estelas privadas el motivo del Faraón venciendo se hace más frecuente (Schulman 1988), y el regreso triunfal de los ejércitos, como en el caso de Seti I, se centra en los límites de Egipto, en el extremo del camino de Horus. Escenas, monumentos y objetos que recogen las premisas que fueron establecidas con el surgimiento del Estado, un momento en el que se configura una concepción mental que dota de coherencia e identidad a la sociedad y justifica las formas de gobierno que se instituyen. Durante más de tres milenios las premisas que fueron concebidas en torno al conflicto y victoria sobre todo lo que representaba un peligro, una amenaza, perduraron, formaron parte de la memoria cultural, social y colectiva. El simbolismo y paralelismos con otras culturas es evidente, pero son necesarios más estudios y, sobre todo, acercar las manifestaciones del antiguo Egipto a lo que ellos pensaban y querían representar acorde con sus ideales, miedos y realidades, alejándonos de la mera descripción de unas escenas que emiten un mensaje muchas veces alejado de la realidad.

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Fig. 1. Caza y dominio del entorno. Abidos Tumba U-415.

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Fig. 2. Presentación de objetos por asiáticos y prisioneros. Abidos U-127 (Dreyer 1999).

Fig. 3. Faraón Den derrotando a los enemigos procedentes del desierto.

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