Traducción: comunicación, concienciación, conciliación. La traducción literaria como puente entre culturas

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LA CONVIVENCIA PACÍFICA DESDE DIFERENTES ENFOQUES

Traducción: comunicación, concienciación, conciliación La traducción literaria como puente entre culturas ANA IRIARTE Traductora e intérprete de árabe

1. EXPRESAR EN UNA LENGUA LO QUE ESTÁ ESCRITO O SE HA EXPRESADO EN OTRA. 2. CONVERTIR, MUDAR, TROCAR. 3. EXPLICAR, INTERPRETAR.

T

res frases. Tres nociones. Tres acepciones que la Real Academia de la Lengua decide otorgar a la entrada en su diccionario del verbo “traducir” para que aquellos que ignoran dicho concepto escojan una de ellas, la que les resulte más adecuada para un contexto en cuestión. Sin embargo,

¿se trata de nociones independientes o más bien complementarias? La primera de ellas nos parece una definición realmente acertada. El proceso de traducción consiste, efectivamente, en descifrar significados que van más allá de la literalidad de las palabras para luego transmitir lo que la lengua original expresa, en tanto que ideas, conceptos, sensaciones o sentimientos. Las lenguas por definición nacen, evolucionan y mueren en condiciones muy concretas, al abrigo de civilizaciones marcadas inevitablemente por las particularidades geográficas, climáticas y demográficas de su entorno, que determinarán su desarrollo y finalmente, su historia. Cada lengua se convierte en compañera inseparable de su pueblo y lleva, por tanto, su sello distintivo grabado a fuego, por lo que será capaz de expresar a la perfección su idiosincrasia, y de portar el estandarte de su civilización más allá de las fronteras físicas de su territorio. Quizá sea por eso que la palabra “traducir” encuentre su origen en el vocablo latino traducere, que literalmente significa “hacer pasar de un lugar a otro”. Con esta noción de traducción, más cercana a la de transmisión, sospechamos que las últimas dos acepciones de “traducir” (convertir, mudar, trocar, explicar e interpretar) puedan tratarse de posibles estrategias de traducción que escogerá el traductor en su papel de transmisor y comunicador intercultural. Desde tiempos inmemoriales, cada cultura manifiesta su particular forma de percibir y sentir el mundo a través del arte. Por este motivo, es nuestro deseo centrar este artículo en la traducción literaria, pues, ¿qué es literatura sino arte expresado a través de una lengua? Arte que emana de la libertad del 40

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hombre, que es expresión directa de su humanidad, y que no conoce fronteras más que las de la lengua en la que se encuentra recluido. En palabras del escritor libanés Jalil Yubrán:”El pensamiento es un ave del espacio que, en una jaula de palabras, puede abrir sus alas, más no puede volar”1. Ese es el principal y único cometido del traductor literario: romper la jaula de palabras de la lengua origen para capturar el mensaje que encierra y construir para éste una segunda jaula en la lengua meta. En consecuencia, si la literatura no tiene límites (más allá de los que la lengua impone) tampoco deberá tenerlos la traducción literaria, ni las estrategias disponibles al alcance del traductor, cuya misión será un reflejo de la del autor original: expresar, transmitir y hacer llegar pensamientos y emociones de manera artística. Como traductora árabe-español, considero que un excelente dominio de las lenguas meta y origen no representa sino los cimientos de la formación del traductor literario que le proporcionarán el oxígeno necesario para sumergirse en las dos culturas, y empaparse de ellas. En este sentido, la literatura árabe representa uno de los mejores y más fieles testimonios sociológicos y culturales del mundo árabe; la puerta por la que adentrarnos al pensamiento, al sentir y al modus vivendi de este pueblo. Solo este profundo entendimiento, acompañado de una sensibilidad artística, completarán la formación del traductor literario. A fin de cuentas, traducir no es tanto hablar o escribir una lengua como vivirla y sentirla. Por eso, traduzcamos.

«Ensalcemos la figura del traductor por servirnos de puente con la gran familia de la humanidad; por desvelarnos los secretos que, cubiertos por los enigmas de la lengua, se esconden en lo profundo de grandes mentes y almas; por sacarnos del lodo de nuestro limitado y diminuto charco, y llevarnos a un océano con vistas al mundo en todo su esplendor, para que vivamos así, según las ideas, esperanzas, dichas y miserias de ese mundo. Por todo esto, traduzcamos»2

Tal y como afirma el literato libanés Mijail Nuayma, la traducción literaria tiene el potencial de ser un excelente medio de concienciación y de conciliación entre culturas. No obstante, es también una de las especialidades más complejas de traducción debido a los problemas concretos que plantean los textos literarios, tales como la importancia de la forma, el contenido estético del mensaje o la presencia de abundantes referencias culturales sin una equivalencia absoluta en la cultura de llegada o culture-

1. Gibrán Khalil Gibrán. El profeta, 1ª edición, Editorial Andrés Bello, 2001, Barcelona. P. 73. 2. Fragmento del artículo titulado “ ” incluido en la obra de Mijail Nuayma “

“ 9ª edición, Nawfal, 1971, Beirut.

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mas3. Todos estos elementos intrínsecos de la literatura no siempre soportan bien el viaje interlingüístico e intercultural que implica el proceso de traducción, de aquí la importancia del buen criterio del traductor literario, que tendrá que hacer lo inimaginable para preservar, en la medida de lo posible, el equilibrio entre literalidad y libertad, forma y contenido y fidelidad y belleza. Nadie tiene la receta perfecta. No existen normas universales. De un mismo texto literario pueden surgir infinitas traducciones, cuya calidad dependerá de la formación lingüística y cultural del traductor, y por supuesto, de su sensibilidad y buen juicio. Todo traductor se verá obligado en su toma de decisiones a sacrificar u omitir elementos, sin embargo, no debe olvidar que también dispone de innumerables herramientas que le permitirán crear, añadir y modificar para, en último término, compensar las posibles pérdidas que en algún momento haya podido sufrir la traducción. Ilustremos esta reflexión con un ejemplo práctico: En la traducción de un relato corto del escritor libanés Mijail Nuayma que se centra en la descripción de un personaje típico de la vida rural libanesa nos encontramos con la expresión idiomática ”

”. Esta expresión, que literalmente significa «lleva la escalera en horizontal» se

utiliza para describir a alguien que gusta de complicar las cosas sin necesidad. Al advertir que las imágenes de esta expresión pueden resultar extrañas e incluso incomprensibles para el lector español, decidimos buscar un equivalente semántico: «le gustaba complicarse la vida». Sin embargo, con esta traducción se pierde el tono popular que la expresión tiene en árabe, por eso, más adelante decidimos compensar con otras expresiones populares en fragmentos del original como “



(literalmente «la iglesia se inundó de fieles») que podían perfectamente haberse traducido de forma literal, y nos tomamos la licencia de introducir la expresión popular «en la iglesia no cabía un alfiler». Si nuestro objetivo es crear una traducción fiel y justa, que refleje una cultura concreta, es esencial que el traductor literario mantenga una actitud pacificadora, esto es, tratar de no reforzar los posibles estereotipos negativos que una cultura pueda tener de la otra y centrar sus esfuerzos en encontrar los puntos donde esas dos culturas confluyan. Siempre con un objetivo conciliador, evitando crear malentendidos o retratar una imagen engañosa de la cultura en cuestión. Un buen ejemplo podría ser la traducción de muchas frases populares árabes que a pesar de tener un significado literal religioso, son usadas continuamente con tanta habitualidad y por un porcentaje tan grande y variado de los hablantes, que han perdido su sentido religioso y se han convertido en elementos orales y de cortesía. En ocasiones, estas frases tan comunes y familiares se traducen de forma literal, y el resultado

3. El traductólogo Hans-Josef Vermeer define culturema como “el fenómeno social de una cultura A que es considerado relevante por los miembros de esta cultura y que, cuando se compara con un fenómeno social correspondiente en la cultura B, se encuentra que es específico de la cultura A”.

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es un texto plagado de Dioses, alabanzas y bendiciones que dan lugar a repeticiones casi molestas y sin demasiado sentido. En nuestra opinión, sería conveniente traducir expresiones como “



(literalmente “si Dios quiere”) por un simple “ojalá” (arabismo que se acerca mucho más a la intención y al uso del original), o “

” (literalmente “que Dios esté contigo”) por un simple “adiós”,

o incluso omitir frases como “

” (literalmente “el nombre de Dios”), que se usan de forma casi ri-

tual y automática para alejar el mal de ojo. De esta forma, el traductor no contribuirá, por ejemplo, a los prejuicios de aquellos que asocian al mundo árabe con el extremismo religioso. Hoy, pretendemos analizar el poder conciliador de la traducción literaria y su capacidad de crear lazos entre dos pueblos concretos: el libanés y el palestino. La historia decidió que su relación actual haya sido la de anfitrión y refugiado. El por qué de aquel desenlace y el análisis de los acontecimientos históricos que la propiciaron, variarán dependiendo de quién los cuente y de cómo los haya vivido. Dejando cualquier tipo de inclinación o creencia política a un lado, consideramos que el único método efectivo de conciliación entre estos dos pueblos reside en la búsqueda de elementos comunes, de puntos de unión históricos o culturales. Y ya que hemos hablado de literatura, analizaremos la figura del gran poeta palestino Mahmud Darwish (1941-2008) que en nuestra opinión, representa un magnífico punto de encuentro entre estos dos pueblos. Mahmud Darwish nació en el año 1941 en la aldea palestina de Al-Birwa, que fue destruida por el ejército israelí en 1948. Ahí comenzó una vida de exilio que pasó entre Líbano, Rusia, Egipto, París, Túnez, Jordania y Palestina. Conocido como el poeta de la resistencia, Darwish trabajó activamente –a través de sus escritos y su intensa actividad política– en contra de la ocupación de Palestina, motivo que le llevó a la cárcel en numerosas ocasiones. En 1971 el poeta decidió trasladar su residencia a Beirut, donde residió once años, hasta que la invasión israelí del Líbano de 1982 le obligó a emigrar de nuevo. En su libro Memoria para el olvido (1995) el poeta recoge su experiencia durante el mes de agosto de 1982 en el Beirut sitiado y expone cuestiones como el papel del intelectual en tiempos de guerra, las tensiones entre la expresión poética y la política, o la relación entre memoria e historia. Haciendo uso de un complejo y brillante juego de imágenes, Darwish nos acerca a su vida cotidiana y la expone como crónica del exilio palestino, del sentimiento de inestabilidad de una vida que se tambalea entre la patria y un exilio que se transforma continuamente. En Memoria para el olvido, Beirut es para Darwish el centro de ese exilio que retrata de forma casi obsesiva, sin llegar a comprender su naturaleza: “Por más que intento comprender Beirut, lo único que consigo es ser más ignorante de mi mismo. ¿Es una ciudad o una máscara? ¿Es exilio o es canto? Tan pronto termina como parece empezar de nuevo y viceversa”4. A lo largo de la obra, el poeta expresa su profundo amor por la ciudad que considera “la cuna de miles 4. Darwish, Mahmoud. Memoria para el olvido. Trad. Manuel Feria García. 2ª edición, Ediciones del oriente y del mediterráneo, 2002, Madrid. P 96.

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de nosotros que no conocimos otra”5 y le dedica un canto a su vida cotidiana, “al olor de las verduras y a los gritos de los vendedores, al bullicio armado del bar, a los cortes de agua y a los problemas con el ascensor”6 a los que se acostumbró durante los diez años que vivió en ella. Diez años en los que afirma haberse sentido vivo: “Aquí, no he muerto. Hace diez años que vivo aquí. Nunca había vivido diez años en un mismo sitio”7. De hecho, al sospechar que tendrá que abandonar la ciudad, el poeta parece ver en Beirut un hogar, un centro en el que las nociones de patria y exilio convergen, y afirma que “marcharse de Beirut es un poco como ser expulsados del Paraíso o arrojados al exilio”8. Ciertamente, la identidad palestina de Mahmud Darwish y sus vivencias personales definen en cierta forma la óptica desde la que analiza la realidad que le rodea. Sin embargo, su condición de refugiado en Beirut no le impide empatizar con los libaneses ni inhabilita su capacidad de comprender la situación por la que pasaba ese pueblo tras la llegada de refugiados como él. Así, afirma: “No comprendimos el Líbano. Nunca llegamos a comprenderlo. Nunca comprenderemos el Líbano. Jamás llegaremos a comprenderlo… Solo vimos nuestra imagen reflejada en la superficie de las piedras: fantasía que rehace el mundo a su medida, más que por falaz, por necesitar un suelo en que el espejismo pudiera poner los pies”9. De esta forma el autor reconoce la dificultad de la situación y los posibles errores cometidos por muchos árabes —entre los que incluye a los palestinos— que, encandilados por su aroma a libertad, proyectaron en Líbano y en su capital sus esperanzas de un mundo nuevo. El lamento de Darwish es un lamento compartido por muchos palestinos, libaneses y árabes en general: “¿Por qué ha de ser el Líbano una patria incompatible con Palestina?”10. La experiencia beirutí de Mahmud Darwish demuestra que el entendimiento entre culturas nace de la empatía. Por eso, cualquier intento conciliador debe partir de experiencias y sentimientos comunes, a través de los cuales dos pueblos puedan sentirse identificados entre sí a nivel humano, y en consecuencia, comprendan que solo halla respeto y consideración quien gesta en su interior estos mismos sentimientos. Por todo esto, una traducción que se enorgullece de ser puente entre culturas debe ser imparcial y respetuosa, huir de prejuicios e ideas preconcebidas, y mostrar lealtad tan solo al mensaje que ha de transmitir. Una traducción conciliadora debe ser ante todo una traducción inteligente, en la que el papel del traductor no se limite a la transmisión lingüística y cultural del mensaje. En ella, el traductor, que se supone conocedor de ambas culturas perseguirá la concienciación de su lector, en cuyo interior intentará sembrar las simientes del respeto y la empatía para con la cultura origen.

5. Darwish, M. Memoria para el olvido. P 140. 6. Darwish, M. Memoria para el olvido. P 189. 7. Darwish, M. Memoria para el olvido. P 189. 8. Darwish, M. Memoria para el olvido. P 166. 9. Darwish, M. Memoria para el olvido. P 47. 10. Darwish, M. Memoria para el olvido. P 101.

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A riesgo de parecer atrevidos, nos gustaría lanzar una propuesta de traducción conciliadora entre libaneses y palestinos. Nuestro proyecto, requeriría un trabajo conjunto de traducción, edición y publicación y consistiría en intentar seleccionar temas concretos que han tratado tanto autores palestinos como libaneses e ilustrarlos con textos conocidos de dos grandes autores de ambos países, proponiendo una traducción temática comparada, que recalque un mismo sentir centrado en lo humano, y le otorgue al lector inexperto en esos temas una sensación de hermandad, de empatía y compresión para con ambos pueblos. Algunos de estos temas centrales podrían ser el patriotismo, la alienación, el hastío o el exilio. Por ejemplo, para tratar la cuestión de la identidad, podríamos escoger por un lado el poema de Mahmud Darwish “

” (Carné de identidad) y el famoso “

” (Vuestro Líbano y

el mío) del grandísimo literato libanés Jalil Yubrán. O para el tema del patriotismo y la nostalgia a la patria, optaríamos el poema”

“ (A mi madre), de Darwish y lo compararíamos con “

” (Oh,

hijos de mi patria) de Yubrán. Ambos textos se traducirían de nuevo, esta vez con un objetivo diferente: el de mostrar paralelismos y similitudes entre la obra de dos escritores que pusieron su pluma al servicio de una misma misión, la de transmitir un sentimiento concreto. Además cada tema iría acompañado de una introducción que contextualizara ambos textos para asegurar la comprensión del lector no especializado. El resultado sería una obra que expone dos culturas, dos historias y dos formas de sentir de forma paralela a través de una traducción que ponga de manifiesto la condición humana de los escritores por encima de sus ideologías políticas o de sus creencias religiosas. Nos gustaría aclarar que la anterior propuesta no es más que una posible aplicación práctica de lo expuesto en el presente artículo. Las posibilidades conciliadoras de la traducción son infinitas e inimaginables y solo estarán sujetas a los límites que el traductor quiera imponerle. Hoy, esperamos que la traducción, ese arte milenario que ha pasado desapercibido a lo largo de tantos siglos, siga haciéndose visible y contando con traductores que trabajen activa y voluntariamente en la construcción de puentes interculturales, divulgando con sus plumas un mensaje de respeto y fraternidad entre todas las culturas



del mundo.

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