Representaciones Volátiles. De la videopolitica a la democracia one to one

September 27, 2017 | Autor: Jorge Vitali | Categoría: Branding, Semiótica, Comunicación Política
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Descripción

REPRESENTACIONES VOLÁTILES De la videopolítica a la democracia one to one 1. El show debe seguir: la política como espectáculo “¿Estado espectáculo? Sin duda, a condición de recordar que el Estado, todo Estado, siempre lo ha sido. La mediatización cambia la escala del espectáculo, y no su naturaleza semiótica”. Eliseo Verón – El cuerpo de las imágenes El paso de los políticos a la arena mediática no significa una suerte de invasión de territorios ajenos o la disputa de escenarios comunes al periodismo o el espectáculo, sino la ocupación de espacios que responden a otras lógicas de legitimación. Esto implica que los partidos en general y los políticos en particular al no limitar -por razones de convergencia del campo mediático y la esfera política- su acción al sistema institucional, ya sea en la representación y agregación de intereses o en la función pública, avanzan en lo que Jesús Martín Barbero (1999) ha definido como “la reconfiguración de las mediaciones“, un proceso que no constituye la disolución de la política representativa porque, en efecto, los medios de comunicación no pueden sustituir el régimen de representaciones existentes, pero -atento a la complejidad de los dispositivos en juego- tampoco se limita a generar nuevas condiciones para transmitirlas o traducirlas. Es en ese sentido que se volvió habitual escuchar que “en los medios se hace, y no solo se dice, la política”. Silvio Waisbord (1995, p. 186-187) apunta que una vez comprobada la disminución de la asistencia a los actos públicos, con un electorado que se ha “retirado de las tareas proselitistas”, el espectáculo político callejero tomó la forma de “actos ambulantes”, caravanas o caminatas cuyos espectadores, “razonan los estrategas electorales, sólo aparecen brevemente como testigos y decorados para la cobertura de los medios”. Esta “transformación en la teatralización de la política” -amplía Waisbord- trasladó la acción “de los centros simbólicos e históricos a los barrios seculares”, espacio adecuado para la expansión de un liderazgo “expresionista, no discursivo” y para la materialización de las relaciones de proximidad y lejanía tanto física como televisual.

Visto en perspectiva, la historia de todos los medios de comunicación es, también, la historia de sus intentos de legitimación; es decir, la búsqueda para ganar entidad desde una especificidad que le permita a cada medio

la

construcción

de

un

espacio

de

expresión

socialmente

desempeñado y epistemológicamente reconocido, dado que en el cruce de ambas instancias se juegan las supervivencias de cada uno. La televisión no ha sido la excepción, y su rol hegemónico creciente -devenido omnipresente en la ecología mediática a partir de los años ´80- consolidó nuevas racionalidades operacionales, al tiempo que abrió instancias contradictorias entre la escala individual y la colectiva. Más cercana en el tiempo, la expresión que define a nuestras sociedades como “de la comunicación” es, de tan amplia, como mínimo confusa; porque con ella se pretende abarcar (a la vez) la explicación de la decadencia de las “identificaciones ideológicas” y la pérdida de capacidad de representación del conjunto de la vida social por parte de los actores políticos, y la imposibilidad de integrar, desde el Estado, el conjunto de las experiencias sociales mediatizadas. No obstante, aun cuando desde la consolidación de la sociedad de masas, los espacios públicos no dejaron de incrementar su diversidad y -sobre todosus agendas conflictivas, la política sigue siendo una de las prácticas esenciales para encontrar o generar en esos espacios oportunidades de diálogo y construcción democrática. La evolución de los mecanismos de procedimiento de la democracia de masas se materializa alrededor de conjuntos de conversaciones (Mora y Araujo. 2005) donde la acción política se traduce en una acción comunicativa que no siempre da cuenta de las pretensiones

representativas,

polarizándose

en

dos

conjuntos

conversacionales, como trama de “realidades superpuestas” (Vommaro. 2008 a), que -en ocasiones- pueden no dar lugar a instancias de intersección: el núcleo de conversaciones de los políticos entre ellos y con los medios de comunicación, y el conjunto de los electores entre ellos. Sobre tan densa trama de vasos comunicantes la discusión que abre Dominique Wolton plantea abiertamente

si la televisión generalista1

1

Si bien en la traducción al castellano de la primera edición de Elogio del gran público se utiliza el término “generalizada”, posteriormente, tanto Eliseo Verón en El cuerpo de las imágenes, como la traducción de Internet, ¿después qué?, obra posterior del mismo Wolton, hablan de televisión “generalista” para referirse a aquella que se dirige “al más vasto público posible”, opuesta a la “televisión temática”, esta última calificada como fragmentada.

2

constituye la mejor forma de combinar universalismo e individualismo, desde un campo que no es precisamente el político pero que opera activamente sobre él2. Desde su punto de vista hay un isomorfismo entre espacio

público,

democracia

de

masas

y

televisión

generalista;

el

igualitarismo que tanto se exige encuentra en la pantalla hogareña un espacio de manifestación inesperado, o en otras palabras, “la mejor manera de resistir a los fraccionamientos de una sociedad que cada vez valoriza más la individualización son los programas para todos los públicos” (Wolton. 1992 c, p. 156). El espacio público -parece decirnos- debe ser movilizador. Y, quizás, su mayor respaldo lo encuentra en la historia misma. El desarrollo de una democracia de masas producido en los países occidentales coincide históricamente con la promoción de los medios de comunicación como instituciones dominantes del espacio público, que funciona como la evocación de un objetivo que hay que alcanzar. Cultor de un optimismo no siempre fundamentado -que pronto se verá atenuado en sus escritos posteriores- Wolton sostiene en Elogio del gran público que si es cierto que el acceso a la información televisiva está ahora abierto a mayor número de personas y que ese acceso determina la regulación democrática, la comunicación política constituye uno de los componentes esenciales de la democracia contemporánea. Desde esa perspectiva, defiende de los cuestionamientos globales a la televisión diciendo que la comunicación no sustituye (no podría hacerlo) a la política sino que le permite “existir” generando un nuevo nivel de funcionamiento3. Lo que la sociedad considera político en un momento dado viene dado por múltiples (y cambiantes) circulaciones y combinaciones de paquetes de géneros discursivos y estéticos (Landi. 1992) que no necesariamente tienen su centro en el discurso político clásico. Por eso, la mediatización de la política -señala Silvio Waisbord (2013)- también ha sido estudiada “desde las fronteras borrosas entre política y entretenimiento”. Esto comprende un complejo entramado en el que se integran las revistas semanales de noticias y de entretenimiento que “periódicamente cubren a los políticos como si fueran celebridades del espectáculo”, las intervenciones mediáticas de los políticos -“elaboradas para operar dentro de los registros del espectáculo y de los tabloides”- y programas de entretenimiento, que “le brindan una audiencia más amplia a la comunicación política”. 3 Autores como François Demers (1996) sostienen, incluso, que en el contexto actual la publicidad “ha reemplazado, en lo esencial, a los discursos sociales dominantes” en otros tiempos. Desde esta visión, “el discurso publicitario domina el conjunto de la comunicación pública” alimentándose constantemente de imágenes y símbolos provenientes de los más diversos campos: “la manera en que la publicidad construye ha contaminado a los otros discursos públicos en grados diversos”, a partir de un gran banco de formas generales de organización de sentido de la que se sirven políticos y medios. A su vez, la codificación de campañas de comunicación política con elementos de la industria del entretenimiento, concebida para interesar a públicos más amplios, produce “modificaciones de forma y de sustancia” en los procesos políticos. “Cuando se acerca al género del entretenimiento el 2

3

Esto presupone una especie de desplazamiento de la representación política hacia la comunicación televisiva, pero lo que ocurre en realidad es una discontinuidad

en

los

sistemas

de

representación

política

y,

por

consiguiente, una alternancia entre formas de vida política, dominadas por el tema de la representación, y otras, donde los intercambios se aceleran y el

discurso

político

pierde

“autonomía”,

dominadas

por

el

de

la

comunicación. Así, se suele observar que “la supeditación de la política a la lógica de producción de los medios, sobre todo de la televisión, no ha dejado de afectar la confianza de los ciudadanos en la política y en las personas y partidos que la ejercen” (Priess. 2000). “La televisión es al mismo tiempo una formidable ventana al mundo, el principal instrumento de información y de diversión para la mayor parte de la población y, probablemente, el más igualitario y el más democrático. También es un instrumento de libertad, pues cada uno llega a ella como lo desea, sin tener que rendirle cuentas a nadie: esta participación a distancia, libre y sin coacciones, fortalece el sentimiento de igualdad que procura e ilustra el papel de vínculo social que ella desempeña” (Wolton. 1992 c, p. 67). Comunicación y política, a su vez, se diferencian a través de las concepciones de la realidad social que subyacen a una y otra: se trata -sin más- de dos formas diferentes de abordar la complejidad que distingue a la sociedad actual. Mientras la lógica de procesamiento informativo de la comunicación tiende a la reducción de la incertidumbre al apropiarse de la realidad

social

mediante

la

estandarización,

la

clasificación

y

el

almacenamiento de datos, la política (en tanto producción de complejidad social) incrementa la “red de mediaciones”, a la que se incorpora el sistema de medios (Martín Barbero. 1999). Puesto en esos términos, lo que está en juego es mucho más que la definición de la “función social” de la televisión. Preguntarse por la naturaleza de los vínculos sociales entre los miembros del público amplía el significado de esa “interacción silenciosa” que se da en el prime time televisivo. Los intereses en conflicto de la discusión de lo

discurso político cambia sus dimensiones tradicionales -equilibrio, apelación a la tradición, esperanza- para pasar a otra lógica vinculada, además, al mundo de lo privado”, advierten García Beaudoux, D´Adamo y Slavinsky (2005, p. 169-170). A ese punto también concurre la estabilización de una modalidad de cobertura mediática de las campañas en la que se realizan “extensas crónicas de la vida privada de los candidatos” porque se presupone que “la política es aburrida y no captará a una audiencia volátil” propensa a elegir otras opciones (Riorda y Farré. 2012, p. 22).

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público, por un lado, y la necesidad de los medios de lograr mantenerse atractivos y -en muchos casos- comercialmente viables, por el otro, no resuelven sino que antes bien alimentan esa contradicción. Tampoco, necesariamente la diversidad de voces que se pueden escuchar en los medios sirve para que sociedades complejas, carentes de un “gran discurso” unificador propio de la modernidad, tengan cómo encontrar nuevas reglas de convivencia. Por tanto, el ciudadano, cuando es convocado desde los medios como sujeto de comportamientos en los que es presentado como centro de instancias múltiples de decisión, está siendo interpelado en estatutos diferentes, ya sea como espectador o consumidor. Si estos roles (concepción plural del sujeto mediante) se solapan o conviven más o menos armónicamente no es un detalle menor. “Hay una tensión y negociación permanente entre la lógica de los actores y su racionalidad estratégica y la lógica de los medios y su sistema de visibilidades, como hay también una tensión intrínseca entre el discurso político de los candidatos y sus receptores”, apunta Lucrecia Escudero (Escudero y García Rubio. 2007, p. 131).4 Así como la política es productora de símbolos y signos básicamente legitimadores, la comunicación opera como creadora de espacios públicos, en donde la acción individual en ocasiones logra canalizarse hacia la intervención colectiva en asuntos de interés público. Esta disputa entre dos visiones lleva a prestar atención a dos grandes cuestiones: una de orden institucional y otra que refiere al proceso de la producción de sentido. Más allá de que hoy es impensada la construcción de un público “no contaminado” por el contacto con los medios, la imagen “romántica” del espacio público burgués de debates y elecciones racionales evoca no sólo otro tiempo histórico sino -fundamentalmente- los relatos fundadores de ese tiempo histórico. Sin embargo, como observa Jürgen Habermas (1981), hay que entender el público como un proceso que se sitúa dentro del marco de una comunidad, para no reducir el concepto al de una audiencia de 4

La diversidad de voces que se pueden escuchar en los medios tampoco necesariamente sirve para que sociedades complejas, carentes de un gran discurso unificador, tengan cómo encontrar nuevas reglas de convivencia. Por tanto, el ciudadano, cuando es convocado desde los medios como sujeto de comportamientos en los que es presentado como centro de instancias múltiples de decisión, está siendo interpelado en estatutos diferentes, ya sea como espectador, cliente, elector o consumidor. Si estos roles -concepción plural del sujeto mediante- se solapan o conviven más o menos armónicamente no es un detalle menor.

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consumidores de medios. En otro orden, Habermas destaca que la “repolitización del marco institucional” en las sociedades capitalistas avanzadas desbanca a la política de una orientación hacia la solución de problemas morales, que sólo son susceptibles de tratamiento mediante la “racionalidad comunicativa”. Si las tareas del poder político se convierten en tareas técnicas, un control verdaderamente democrático de ese poder, a través de una opinión pública que discuta sus decisiones desde un punto de vista moral, se hace imposible: la solución de tareas técnicas no puede ser objeto de discusión pública. Por ello, el poder político tiende a crear y mantener una despolitización de la opinión pública. Ahora bien, en momentos que hacer política adopta la forma de una operación técnica en la que se ponen en juego múltiples y complejas habilidades de especialistas, el marco institucional de la sociedad sigue estando asentado en la dimensión comunicativa y regido por normas constitutivas no reductibles a las reglas del mercado. Si el espacio público ya no es el lugar donde tienen lugar las ideasfuerza para construir proyectos colectivos a partir de puntos de vista universalizados, y lo que se impone es la distinción entre una “esfera pública del debate” y una “esfera pública de aparición”, en la cual los actores, las acciones, los acontecimientos y los problemas sociales adquieren “visibilidad” (Thompson. 2011), ¿la política se vuelve sólo una trama de “intercambios mercantiles” (Schmucler. 1992) en la que el ejercicio calculado de la palabra estabiliza un alejamiento que evita la posible construcción de un compromiso y consolida -en su simplicidad- un vínculo en el que priman las condiciones de proximidad entre emisores y receptores antes que las interpelaciones ideológicas? La reflexión sobre las consecuencias de estas articulaciones no se agota en el terreno de los “consumos privados”: veremos más adelante qué tipo de contrato se establece entre candidatos y electores, y cómo se habla de política bajo estas nuevas mediaciones, que atraviesan una complejidad social creciente propia del desarrollo post-industrial productora de heterogeneidades y segmentaciones poco abarcables por los clásicos partidos de masas.5 En la 5

Héctor Schmucler (1992) se pregunta “en qué medida ha quedado cuestionada la idea misma de democracia” cuando la política pasa a ser un dominio de los que saben, espacio donde determinados profesionales ejercen su saber para orientar el acto decisorio del ciudadano.

6

visión de Wolton (1992 c) la acentuada dispersión de comportamientos y subjetividades en la sociedad actual sólo se articula y ordena en la “cobertura extensiva” de la televisión generalista. Así, remite la compleja relación entre televisión y sistema político a lógicas presuntamente convergentes de ambas institucionalidades, sin dar cuenta de la cuestión de la regulación del régimen democrático, escindido entre el ejercicio de la representación y el establecimiento de nuevas formas de transacción debidas a los medios. Al constatar que el “enfrentamiento político” en la actualidad se verifica en el terreno comunicacional y que el triunfo aparente de la comunicación sobre la política se debe interpretar como la condición para que la política -así como el enfrentamiento- exista en la dinámica de una democracia masiva, vale preguntarse qué implica afirmar que la “palabra política” circula a través de los géneros que predominan en la televisión generalista. Es importante señalar que -ante todo- la televisión generalista es una manera de hacer televisión. Por simple que parezca, esta aclaración tiene su significado político porque implica reconocer que el problema estratégico de hoy parece redefinirse en términos de “lo que vemos y lo que no vemos”, dado el carácter multitarget de la televisión generalista, que no reduce sino que por el contrario multiplica la complejidad de las circulaciones y las instancias de recepción (Verón. 2001), por lo que es la misma condición del medio

la

que

pone

a

la

“apropiación

colectiva”

bajo

mecanismos

reguladores que confirman que la lógica de estandarización es algo más que un elemento apreciado desde la base constitutiva de una economía de oferta.6 De ahí la importancia de examinar las funciones que la televisión cumple al interior de un sistema político en el que la pantalla se ha

6

Los cultural studies han permitido a ir más allá de la pregunta “qué es el público” para intentar revelar cómo se lo construye y permitirnos aprehender los mecanismos de su constitución y el sentido de esa operación cotidiana en la que queda al descubierto el modo en que los individuos nos reconocemos y actuamos en sociedad al relacionarnos con los medios. Desde esa perspectiva se puede pensar la noción de público en términos de experiencia cultural e histórica, que se ubica en un tiempo determinado, configurando una suerte de tradiciones y prácticas en las que se articulan espacios y modalidades de consumo, artefactos, géneros, contratos de lectura, expectativas y modos de satisfacerlas. Todos hemos escuchado o leído alguna vez la clásica sentencia: “El público mira televisión para socializarse: si no ve determinados programas, al día siguiente no puede hablar nada con sus compañeros de trabajo o con sus amigos”. Con menos frecuencia, se reflexiona sobre el tipo de socialización que esto supone y sobre cómo esa “interacción silenciosa” inicial que día a día se renueva en el hogar luego se materializa puertas afuera como encuentro entre pares que vieron lo mismo.

7

convertido en espacio de disputa donde se construyen y reconstruyen identidades colectivas. Pero si además de relevar los usos sociales y los consumos culturales nos preguntamos por los mecanismos de constitución de los públicos daremos cuenta de principios articulatorios propios de cada agrupamiento, donde las marcas culturales predominantes ponen de manifiesto competencias y decisiones en virtud de las cuales los individuos (que integran “ese público inasible” del que habla Wolton) se posicionan entre sí. “No hay televisión sin el encuentro improbable de esas imágenes y de ese público que se forma y se desforma hora a hora, que nunca es el mismo y que hay que volver a constituir cada vez […] Por eso la fuerza de la televisión consiste en ese encuentro renovado día a día entre una oferta heterogénea

-aun

cuando

parezca

organizada

en

un

horario

de

programación- y una demanda heterogénea”, sostiene (Wolton. 1992 c, p. 81). Los ciclos

de

modernización tecnológica y

la masificación de

determinados procesos de consumo han dado lugar a un uso abusivo del término

democratización.

¿Qué

significa

proponer

que

la

televisión

generalista se erige como “nuevo espacio publico”, transformándose en la más importante institución mediadora de lo público? Cuando Hannah Arendt afirma que la historia del mundo moderno, podría ser descripta como “la historia

de

la

disolución

del

espacio

publico”,

es

decir,

como

el

desvanecimiento de aquel lugar “a través del cual el sujeto social puede reconocerse compartiendo un “destino común”, echa luz fundamentalmente sobre la ausencia del sentido que le permite experimentar el mundo como una realidad y como un valor. La pérdida de estas capacidades, afirma ella, “asila al sujeto en un mundo radicalmente privado y por lo tanto, totalmente subjetivizado”, lo cual vuelve inevitable la construcción de una sociedad despolitizada, marcada por la “indiferencia” en relación a las cuestiones públicas, por el individualismo, la atomización de las realidades, la

competencia

como

estrategia

de

sobrevivencia

y

por

una

instrumentalización de todo lo que hace referencia al mundo, y donde para el sujeto social muy poco logra estabilizarse como valor, transformando su propia acción en un fin para conseguir objetivos personales.7 7

La clásica advertencia de Hannah Arendt (1997) sobre los oscuros augurios que a partir de la segunda post-guerra recayeron -cada vez con más énfasis- sobre el ejercicio

8

Para encontrar en Wolton observaciones sobre cómo opera esa contradicción apenas aparente, manifestación de lo que es la sociedad en su conjunto a nivel de modalidades de legitimación espectacular, fundada en un ritual de relaciones afectivas controladas que descubre una nueva etapa en el proverbial arte de consolidar el “contrato social” bajo nuevas modalidades de reconocimiento, hay que remitirse a una serie de artículos publicados inicialmente por el autor en la revista Hermes, donde se encuentran precisiones sobre la comunicación política como “el espacio en que se intercambian los discursos contradictorios” de los actores políticos y sobre “las condiciones de funcionamiento de nuestro espacio público ensanchado” (Wolton. 1992 a), así como sobre la aplicación de la lógica del marketing a una esfera diferente de la mercantil, tema que da lugar a una de sus afirmaciones más fuertes relacionadas con el vínculo entre comunicación y política.8 En esos trabajos, además, advierte que los cálculos de intereses individuales y colectivos que articulan las decisiones de los actores sociales son también una “fuente de consensos” donde se combinan procesos históricos de constitución de identidades y agregación de intereses de larga duración con voluntades súbitas, juicios estéticos, valores y aspiraciones “extrapolíticas” propias de la cultura de masas, en

profesionalizado de la política tiene gran vigencia, aún cuando las causas y los “culpables” de tanto desprestigio hayan sido relevados luego de la crisis de Mayo del ´68 y, fundamentalmente, en las últimas dos décadas. “En nuestro tiempo, si se quiere hablar sobre política, debe empezarse por los prejuicios que todos nosotros, si no somos políticos de profesión, albergamos contra ella. Estos prejuicios, que nos son comunes a todos, representan por sí mismos algo político en el sentido más amplio de la palabra: no tienen su origen en la arrogancia de los intelectuales ni son debidos al cinismo de aquellos que han vivido demasiado y han comprendido demasiado poco. No podemos ignorarlos porque forman parte de nosotros mismos y no podemos acallarlos porque apelan a realidades innegables y reflejan fielmente la situación efectiva en la actualidad y sus aspectos políticos. Pero estos prejuicios no son juicios. Muestran que hemos ido a parar a una situación en que políticamente no sabemos -o todavía no sabemos- cómo movernos. El peligro es que lo político desaparezca absolutamente. Pero los prejuicios se anticipan, van demasiado lejos, confunden con política aquello que acabaría con la política y presentan lo que sería una catástrofe como si perteneciera a la naturaleza del asunto y fuera, por lo tanto, inevitable” (p. 49). 8 “En la actualidad ya no hay política sin medios ni sondeos, a tal punto que algunos, con cierta ligereza, han inferido que la política se reducía a la comunicación. […] De este modo se ha pasado de una actuación de a dos (política-medios) a una de a tres (políticos-mediossondeos), y una de las cuestiones más interesantes se refiere a las consecuencias de esa ampliación de las relaciones entre estos tres actores y de sus papeles respectivos en la comunicación política”, escribe Wolton (1992 b). Tanto en este texto como en Wolton (1992 a) el sociólogo francés amplía su perspectiva y afirma que la interacción constituida por la circulación simultánea de los discursos de políticos, de los sondeos y de los medios de comunicación forma un sistema en la realidad, en el sentido de que “se responden”, y también porque representan “las tres legitimidades” de la democracia, la política y la comunicación.

9

una multiplicidad de esferas que obligan a los sujetos resolver el pasaje de una a la otra y armonizarlas, ya sea en instancias de espectador o de ciudadano. La televisión generalista, por definición abierta al acceso a “todos los públicos”9, no por eso deja de proponer una distribución desigual de roles que remiten a la estratificación de la sociedad y a un orden de valores establecido:

el

show

se

alimenta

todos

los

días,

con

sus

figuras

protagónicas, sus actores de reparto, sus extras y, por supuesto, su público10, con roles prolijamente asignados y el reconocimiento tácito de que a ningún integrante díscolo del staff o del coro se le concederá -o podrá usurpar- fácilmente el papel principal, menos aún si se propone subvertir las reglas del juego. Constatar que política y medios comparten el requerimiento

de

la

instalación

de

imaginarios

estables

y

de

alta

previsibilidad refuerza la sensación de que por obra de la televisión el teleespectador se incluye en una comunidad, forma parte de ella, y participa de sus preocupaciones. La televisión es “participación real” nos dice Wolton, pero ¿en qué está realmente participando el teleespectador? Constatar si el “gran público” que se expresa a través de encuestas o del encendido de un aparato en el hogar puede constituirse en algo más que un producto estadístico, o si bien -por su misma condición abstracta e intangible- todo intento de “construir representatividad” desde esa instancia aglutinante resulta en vano. En momentos en que el sistema de partidos se fragmenta o bien sufre cuestionamientos generales sobre su capacidad de intermediación, señala Stefano Rodotá (2000, p. 150) que, a partir de “fórmulas como las encuestas permanentes”, se establece un dominio de fluidez y continuidad en el proceso institucional “presionado” por formas de “democracia 9

“Dudo que haya algo, en recepción, que se parezca al gran público. Dicho de otro modo, hay una producción concebida en nombre del gran público, pero no hay recepción gran público. El gran público es, quizás, una ficción necesaria para definir las políticas audiovisuales. Cuanto más el público televisivo es un gran público, tanto más heterogéneo, múltiple y diversificado es. En el seno de ese público, no hay colectivos de identificación”, refiere Verón (2001, p. 95) al advertir que se trata de una noción construida desde la instancia de producción que “no autoriza” a realizar inferencias sobre lo que ocurre en recepción. 10 Tempranamente, el sociólogo Roger-Gerard Schwartzenberg (1978) señaló que los “electores televisivos” son particularmente sensibles al show político, al que consumen -en parte de manera lúdica- “a imagen y semejanza” del entretenimiento que acostumbran ver por la pantalla chica y “se interesan en política sólo si tiene aire de espectáculo”.

10

inmediata, que se resuelven cada vez con mayor frecuencia en la exacerbación del personalismo” e instaura una dinámica signada por “el juego del sí y del no”,11 lo que vuelve operable bajo otros parámetros su experimentación e incide sobre el modo de ser ciudadanos. Asimismo al hablar de “democracia continua” hace referencia a instrumentos que se diferencian de los de tipo representativo, “puesto que son utilizados por los ciudadanos sin recurrir a ninguna mediación”. La representación, que es el eje central de la rutina democrática12, se funda en la relación personal que se establece entre los electores y los elegidos, a partir de una delegación como

instrumento

que

actúa

como

intermediario

entre

ese

todos

indiferenciado y el protagonismo de unos pocos. Esa función, que recae en los partidos y los constituye en actores principales del proceso electoral, tanto para la selección de los candidatos -y para la organización de su estructura de apoyo, incluyendo la financiación- como para el ejercicio de la práctica electiva, desde la profundización del descrédito de la política, traducida en el cambio de la relación del individuo con lo colectivo, resaltando las diferencias y las singularidades (Chevallier. 2011, p. 24) que hacen más aleatorio el vínculo de ciudadanía con una considerable disminución de los afiliados a los partidos, también fue erosionada por el hiperindividualismo, que privilegia las relaciones interindividuales y fragiliza las adscripciones grupales, reforzando así la tendencia a la personalización del poder y de la vida pública13 y acentuando aún más la pérdida de 11

El profesor Rodotá, que también fue parlamentario en Italia entre 1979 y 1994, sostiene que a una sociedad “distanciada de los lugares canónicos” de la política se le muestra con los “intentos de representación inmediata” y con los “cambios en los ritmos” de las condiciones de ejercicio del poder “un camino posible para recuperar su participación en las decisiones en común”. 12 Mientras en su dimensión jurídica, la representación como delegación concibe al representante como un ejecutor de los mandatos que los representados le confieren, concepción en la que las elecciones sirven para escoger políticas deseables en la figura de los representantes que las proponen; en su dimensión sociológica, la representación como representatividad reconoce al representante el carácter de ser representativo de cuando personifica algunas características esenciales o reúne ciertas características con las que se sienten identificados un determinado grupo o colectivo representado (Sartori. 1980). 13 Los valores de lo privado tienden a penetrar la esfera de lo público con el montaje de episodios de vida privada a la vista del público. Escribe Jacques Chevallier (2011, p. 25): “la línea de demarcación que separaba la vida pública de la vida privada tiende a borrarse”, la intimidad de los líderes políticos aparece cada vez más expuesta, a menudo a su propia iniciativa”. En tiempos donde “la confianza y el compromiso duradero se vuelcan menos sobre las instituciones y más sobre los individuos en tanto crean su propio tiempo subjetivo de narrativas de vida” (Lash y Urry. 1998, p. 329), así como el análisis de la comunicación política en términos de relato “permite confrontar las historias que cuentan los actores políticos para forjar o consolidar las identidades colectivas, incluida la propia, a través de la presentación que hacen de ellos mismos” (Gerstlé. 2005, p. 39), el actuar estratégico

11

vigencia y la escasa capacidad diferencial de las ideologías. En los líderes capaces de dar el ejemplo, “el mensaje es único: el propio político”, resume Manuel Castells (2009, p. 283). En tal contexto de declinación de los electorados cautivos

y erosión de

los códigos

interpretativos 14 F

F

que

“desvanece el conjunto de ejes clasificatorios y de clivajes que hacían la trama del panorama

político” (Lechner. 1997, p. 15) y deriva en

comportamientos erráticos, fugaces o atípicos, con ciudadanos en busca de preferencias que se expresan por la doble vía del pronunciamiento electoral y de la figura de opinión pública, prácticamente “todo elector deviene en principio un votante potencial” (Pousadela y Cheresky. 2004, p. 25) que -a diferencia del votante “típico” de la democracia de partidos- toma sus decisiones, en relación con la competencia partidaria de cada momento, durante el transcurso de una campaña electoral 15. Por otra parte, las F

nuevas condiciones para la comunicación política, más complejas que las condiciones ofrecidas en las primeras etapas de los regímenes democráticos (Verón 2003), activaron en los actores sociales y políticos un proceso de aprendizaje para operar bajo las reglas de las nuevas experiencias de emisión en las que la política se hace ver. Bajo esas condiciones, mientras el pasado “retrocede a visiones míticas y evocaciones emocionales que siguen teniendo efectos de actualidad” (Lechner. 1997, p. 20), pero que ya no estructuran en exclusiva experiencias prácticas de las cuales los dirigentes partidarios puedan disponer para elaborar expectativas de futuro, “no sorprende que la gente tenga dudas del valor de la política”. La comunicación, que encontró hace décadas su espacio como herramienta de marketing y modo de gestión de las relaciones sociales,

(orientado hacia el éxito personal) modula la intercomprensión de los planes de acción a partir del mutuo ajuste de la visibilidad de la vida privada y la deliberación política cotidiana. 14 Sobre la desimplificación de los mapas puramente ideológicos (Lechner. 1997) también insisten, desde otra perspectiva, los consultores Santiago Nieto y Jaime Durán Barba (2006). En ausencia de esos puntos de referencia, la política comienza a ser percibida como un “desorden”, afirma Lechner. Hay muchos ejes temáticos en los que se puede ordenar a las fuerzas políticas de un país; o bien, por ejemplo, la creación de ventajas estratégicas puede quedar en manos de la “política de las personalidades” (Martín Salgado. 2002), una de las maneras posibles de enmarcar las campañas que ha ganado espacio en las últimas décadas. 15 Este punto no hace más que revalorizar la importancia de todo cuanto ocurre mientras se desarrolla la campaña electoral, en tanto no sólo se recorta nítidamente como “la fase más intensa” en la relación de comunicación entre las organizaciones partidistas y los ciudadanos (Crespo – Garrido – Carletta y Riorda. 2011), sino que puede resultar fundamental para estimular la participación de los “votantes potenciales”, y traducir una actitud eventualmente positiva y su hipotética adhesión en una acción -activar el voto (Martín Salgado. 2002)- que terminará por concretarse en el día de la elección.

12

asume y hace actuar su lógica como estrategia pública -dentro y fuera del mercado- con sus ofertas de representación con personalidad y carácter para que las sensibilidades dispersas encuentren donde reconocerse (Rincón. 2006), de modo que

cada recuerdo personal, cada experiencia,

cada rasgo de la personalidad, constituya “un átomo de un relato coherente que es la marca del candidato” (Salmon. 2011, p. 53), dándole a las campañas electorales la forma de una “competición de relatos”16. No debe extrañar, entonces, que se considere que “el estilo de comunicación” en la actualidad puede “hacer una diferencia importante” 17 El personalismo F

.

político ha adquirido una nueva significación en el contexto de la crisis de representación (Cheresky. 2006, p. 22) y en un espacio en el que coexisten diferentes partícipes de la comunicación política, los nuevos partidos procuran impulsar las articulaciones ofrecidas a los ciudadanos centrados en los atributos de sus candidatos, cuya principal implicación estratégica se fija en la capacidad de éstos para “transmitir mensajes que respondan a las necesidades de la gente” (Plasser y Plasser. 2002, p. 121). Cuando la persona misma de los principales dirigentes contribuye a la constitución de los electorados, se establece una relación estrecha entre las imágenes tal y como son captadas y construidas por los dispositivos comunicacionales y las percepciones y resultados de las correlaciones de fuerzas (Gaxie. 2004) en un campo político que se estructura también a partir de las rivalidades entre las figuras de mayor exposición de cada partido, con las coordenadas de una refundación del pacto político elaborada desde los personalismos (Rincón y Bonilla. 2004). Como destacó Gianfranco Pasquino (1990, p. 6667), “si cambian las relaciones entre liderazgo y comunicación política, también habrán de cambiar: las relaciones entre liderazgo y electorado en

16

Christian Salmon establece un paralelismo entre las prácticas de storytelling de las grandes empresas relatadoras de la era del management posorganizacional (Lash y Urry. 1998) y las maquinarias electorales de los partidos políticos y sostiene que, con la difusión y aceptación de este nuevo orden narrativo se ha ingresado en “la era performativa de las democracias” (Salmon. 2008, 148). En su perspectiva, el storytelling es una forma de relato que se ha impuesto permeando todos los sectores de la sociedad más allá de la política, la cultura o el consumo, hasta convertirse en una experiencia que construye sentido. Así, sus estrategias narrativas constituyen nuevas formas de movilización de las audiencias, en línea con un mundo que se distingue por su compresión espacio temporal, cuya eficacia radica en la convergencia entre la industria mediática y el poder político. 17 ”Lo que explica el liderazgo de las zapatillas Nike no es el producto en sí, sino el posicionamiento de la marca, su asociación con deportistas de altísimo nivel profesional. De la misma manera, la diferencia entre dos candidatos puede estar en la manera de presentarse”, compara el consultor Carlos Fara (2004, p. 94).

13

la competición por los cargos electivos; las relaciones entre líderes y organizaciones en sentido amplio; y las relaciones entre líderes y ciudadanía en el ejercicio del poder político”18 Esta caracterización del modo mismo de .

hacer política se da en todos los niveles: se trata de un vínculo de naturaleza

distinta,

de

tipo

individualista,

que

se

corresponde

mayoritariamente a un electorado “no alineado”, es decir, que no se identifica permanentemente con una etiqueta partidaria (Cheresky. 2006, p. 18), que en la concepción de marca se presenta como un proceso comunicacional donde se articulan la estrategia del autor y la competencia interpretativa de los electores. En síntesis, “el liderazgo se personaliza y por ende

puede

él

mismo

decidir

espectacularizarse,

o

bien

la

espectacularización 19 , impone la personalización del liderazgo”20. Esto da F

F

lugar a tipologías de narración en las que los políticos y no la política son los actores esenciales y “el suceso” es el candidato (Crespo, Garrido y Riorda. 2008, p. 156-157), con la consiguiente tendencia a privilegiar las historias personales, los desempeños gestuales y la resolución de la escenificación preelectoral como una disputa entre personalidades públicas, que luego se ajustan a los tiempos y las funcionalidades necesarias para mantener la atención de los públicos mediáticos. En Argentina, una de sus consecuencias fue la homogeneización programática de las grandes opciones políticas con vocación de poder, en especial para las cuestiones políticas y económicas que se consideran 18

Según Pasquino, existe una relación “bastante consistente” entre los recursos simbólicos para entrar en política -y para permanecer en ella- y el tipo de “figuras” que se afianzan en las diversas épocas -como los notables que han adquirido una posición social, cultural, económica y también política- que minimiza los “costos de entrada”. Para el politólogo italiano, la aparición y afirmación de amateurs resultan “posibles y más fáciles en aquellos sistemas políticos en los que se haya producido ya el declive de las organizaciones de partido” (1990, p. 73). 19 “En el primer caso es la organización del partido la que se estructura deliberadamente para personalizar el liderazgo; en el segundo, son factores externos los que imponen a la organización del partido personalizar el liderazgo”, precisa Pasquino (1990, p. 77). De allí en más, es difícil -sino imposible- discernir entre el contenido de la política y el renovado espectáculo de la política puesto de manifiesto en los nuevos vínculos, en las oportunidades multiplicadas de acción y de comunicación; la política “es también capacidad de atraer el interés, de hacer un buen espectáculo”. 20 Para Manuel Castells (2012 y 2009) hay un vínculo directo entre la política mediática como “política esencialmente dominante” y la política ligada a la persona: en todos los sistemas políticos de este momento, lo más importante es la persona que representa el liderazgo de la opción política. Es el mensaje más simple, una persona, un rostro humano. Ése es el mensaje fundamental en política en todo el mundo. ¿Por qué? Porque finalmente la gente se fía de una persona. Establecen un vínculo “fundamentalmente emocional con una persona y, por tanto, le asignan al mensaje un rostro humano”. En la personalización de la política, “la confianza en la persona es el mensaje”.

14

esenciales, estructurando una oferta electoral casi común21, de perfil compartido, que dificulta la adscripción de los electores a una propuesta político-ideológica concreta y acrecienta los rasgos imprevisibles22 del comportamiento electoral. Además, las determinaciones socioeconómicas del mismo, que eran las que generaban la convergencia de los votantes, han perdido gran parte de su vigencia, produciendo una fuerte inestabilidad en su ejercicio que se convirtió en fuente principal de la volatilidad del voto y también de los cambios en las coaliciones electorales (Torre. 2003). La resultante es una flotación del votante, reducido a sí mismo y en disponibilidad a las interpelaciones y a los estímulos de su contexto confinado en su sola reacción a cada tema, sin otros imperativos ni intermediarios que su opinión personal. Estas modificaciones en la definición del marco referencial principal del quehacer político, en las que los sondeos y

las

encuestas

sistematizadas

van

ocupando

territorio

público

no

institucional de manera creciente y definen prácticas y comportamientos, abre las puertas a lo que se ha dado en denominar democracias de opinión (Escudero y García Rubio. 2007) o democracia de audiencias (Manin. 2006) que reenvía -primero- al concepto de opinión pública y, de manera más específica, subraya una visión reactiva del ciudadano y del elector al dictado de los contextos que los congregan como público, en los que lo que cuenta es la posibilidad de que ciertas expectativas personales, interpretadas en la perspectiva de lo micro, se inscriban en un universo de mensajes de interacciones cara a cara que sustituyen a las lealtades partidarias.

21

Juan Carlos Torre (2003) observa que una peculiaridad argentina ha consistido en que los dos mayores partidos nacionales “tienen una escasa distancia ideológica entre sí y reúnen dentro de ellos un amplio arco de posturas desde la derecha a la izquierda”. Así -apunta- la continuidad de la identificación partidaria en torno del PJ y la UCR en Argentina descansó sobre “subculturas políticas, que construyeron en el tiempo vínculos de lealtad y solidaridad por sobre las preferencias ideológicas individuales de sus adherentes. La erosión de esa densa amalgama, el aflojamiento de estos vínculos, tendrían, en consecuencia, la virtud de liberar a los adherentes de sus compromisos con vistas a organizar sus comportamientos más de acuerdo con las preferencias ideológicas”, dinámica en la que está localizada, en principio, “el epicentro de la crisis de la representaci6n partidaria”. 22 “El modelo militante tradicional, fundado en una fuerte conciencia de pertenencia, le cede espacios a un nuevo tipo de compromisos, más discontinuos y más volátiles”, explica Jacques Chevallier (2011, p. 25). Esto da lugar a la formación de fuerzas personalistas a las que les cuesta estabilizar cierta organicidad, pues no tienen (ni se preocupan en definir) fronteras nítidamente recortadas y en su devenir proyectan la imagen de que cualquiera puede ingresar o se puede ir de sus filas sin mediar cuestiones de principios o doctrinarias demasiado firmes.

15

2. Los códigos de la videopolítica: de la representación del ciudadano al contacto con la gente “Los acontecimientos

políticos genuinos

cada y

vez

cada

tienen vez

se

menos

relación

relacionan

más

con con

acontecimientos mediáticos, es decir, acontecimientos seleccionados por la video-visibilidad y que después son agrandados o distorsionados por la cámara.

La

televisión

favorece

-voluntaria

e

involuntariamente-

la

emotivización de la política, es decir, una política dirigida y reducida a episodios emocionales”. Giovanni Sartori – Homo Videns. La sociedad teledirigida Televisión e intelectuales forman una intersección que ya lleva varias décadas cruzadas por malentendidos e intolerancias mutuas. Tal como advirtió tempranamente Umberto Eco en su ya clásico Apocalípticos e Integrados, el atractivo al parecer irrefrenable por el mysterium televisionis deja poco espacio de maniobra entre la condena moral y la imposibilidad de sustraerse a la fascinación por su plasticidad y capacidad de producir “efectos sociales”, sobre todo cuando las voces críticas se elevan desde afuera de las disciplinas que demarcan el campo comunicacional, por lo demás un espacio en permanente construcción y de límites cada vez más lábiles. Desinteresadas por los contenidos, por los géneros que estabilizan los vínculos con sus públicos e incluso por las particularidades del dispositivo tecnológico que la han convertido en un medio único, las opiniones sobre la televisión pocas veces quedan libres de un lugar común: la dificultad de los intelectuales, desde la Escuela de Frankfurt en adelante, para que sus impugnaciones superen la desconfianza de raíz elitista hacia los

consumos

“igualitaristas”

y,

por

tanto,

eludan

las

consabidas

advertencias sobre la capacidad de manipulación de los medios en general. Llama la atención que Pierre Bourdieu, quien a lo largo de su vasta obra incursionó en problemas teóricos en el ámbito de la filosofía, la sociología de la cultura, la ciencia política y la educación, y realizó trabajos empíricos, jerarquizando objetos de estudio como la moda, el deporte, las prácticas estéticas, las estructuras de parentesco, el sistema universitario y los intelectuales, no se ocupara sino de modo esporádico y tangencial de los medios de comunicación. La manera minuciosa en que investigó y expuso

16

estas

cuestiones

combinando

reflexiones

filosóficas

con

estadísticas

rigurosas se distancia de las generalidades descriptivas sobre la televisión que -aunque incisivas y críticas- no se despojan de difundidos prejuicios que obstaculizan el entendimiento de la dinámica propia del medio y no admiten la

posibilidad

de

pensar

a

través

de

imágenes

electrónicas.

Paradójicamente, los artículos que integran el libro surgieron de sus intervenciones televisivas, donde atacó la “dramatización de las noticias” y se negó a utilizar los recursos audiovisuales del medio para “ilustrar” su exposición. Ante la evidencia de que el medio nunca logrará hacer del mundo un espectáculo aséptico (verdadera contradicción terminológica) Bourdieu (1997) afirma amargamente que no se puede criticar a la televisión en la televisión: “en general no se puede decir gran cosa en ella, y menos aún sobre la propia televisión”, reconoce al comienzo de la primera presentación. El desdén en parte se hace extensivo al público: pura conciencia que recibe y a veces emite -o presta su voz para que lo hagan por él- aquí y ahora, pero “sin memoria ni historia”. Lo que Wolton -quien reconoce que en general los intelectuales, y en gran medida la elite cultural se muestran “hostiles” a la televisión, a la cultura que vehiculiza y también a sus valores y a sus presentadores y periodistas más conocidos- identifica como el potencial democratizador de la televisión, hechos que por su naturaleza pueden interesar a “todo el mundo”, de los que cabe decir que son para todos los gustos, implica para Bourdieu la arbitraria construcción de un consenso de distracción, cada vez más regida por las exigencias de un mercado bifronte articulado por dos “fuerzas externas” al propio medio: las del mercado de la audiencia y las del mercado de los anunciantes. La crítica excede al medio aunque lo involucra activamente en la tergiversación de la noción misma de realidad. El proceso de

deterioro

del

espacio

público

como

territorio

de

intercambios

intersubjetivos convencionalmente construido sobre el cual la modernidad pudo exhibir el desarrollo de una activa vida pública es contemporáneo de la transformación de la constitución de la ciudadanía como categoría capaz de expresar las tensiones materiales y simbólicas que movilizan la historia. Bernardo Sorj (2005) plantea que la ciudadanía “supuso individuos vinculados por valores comunes y por proyectos trazados para el conjunto de la sociedad, más allá de que estos últimos pudieran ser diferentes y

17

conflictivos”. Sin embargo, observa que la creciente “fragmentación simbólica” pone en jaque la noción republicana de espacio público y bien común, mutación que es una de las fuentes de malestar frente a la política y que implica “una transformación del lenguaje y de las organizaciones políticas”: en lugar de partidos políticos “consagrados a expresar visiones inclusivas de la sociedad, tenemos una fragmentación de la representación social, acompañada de una fragmentación de las identidades”. Jean Mouchon (1999, p. 59) advierte que lo público “no es una entidad abstracta independiente de un contexto histórico, político, económico y social. De esta manera, lejos de estar fijado por reglas duraderamente establecidas, el espacio público refleja los movimientos de la sociedad”. Los corrimientos y las fluctuaciones en los temas de agenda del nivel local pueden, por caso, darse dentro de los límites de un espacio de proximidad u obedecer a incidentes de escala nacional que irrumpen de manera diversa en el territorio en cuestión23. Tanto el insistente esfuerzo por realzar el -presunto- vínculo consustancial entre la televisión generalista -o más extensamente los medios de comunicación de masas- y la representación democrática como la visión esencialmente crítica que pondera negativamente las limitaciones impuestas por la estructura mediática a las formas clásicas de intercambio ciudadano, no abordan la comunicación política como una técnica operativa cuya eficiencia puede evaluarse empíricamente en cada caso, sino que la consideran una lógica de acción que reformatea los parámetros de los intercambios políticos. Bourdieu (1997) identifica esto como un peligro no menor para la vida política y para la supervivencia de la democracia, lo que también se expresa con la tentación plebiscitaria ya que “a través de los medios de comunicación, que actúan como instrumento de información movilizadora, puede surgir una forma perversa de democracia directa que 23

Si bien se da por sentado que aparecer en televisión y participar del espacio de la comunicación política resulta imprescindible para insertarse en una dinámica consolidada que fluye hacia la intersección entre el campo político y el campo comunicacional (Champagne. 2002), al mismo tiempo, aún existen personajes políticos territoriales (punteros, dirigentes barriales o municipales, miembros de entidades intermedias) cuyos recursos o capitales no se basan fundamentalmente en su existencia mediática. Al abordar la relación entre medios y democracia la cuestión a develar es cómo los medios se autoproponen para representar lo político a partir de sus propias normas comunicativas y de qué manera la política, en un movimiento de adaptación a estos códigos mediáticos, se transforma en democracia mediática. De allí se adquiere una “nueva legitimidad” otorgada por las formas mediáticas, muchas veces investida de una “representación gestionaria” que suplanta el dispositivo simbólico de la alegoría republicana (Mons. 1994).

18

hace desaparecer la distancia respecto a la urgencia, a la presión de las pasiones colectivas, no necesariamente democráticas, que normalmente está garantizada por la lógica relativamente autónoma del campo político”.24 “De este modo, la televisión, que pretende ser un instrumento que refleja la realidad, acaba convirtiéndose en instrumento que crea una realidad. Vamos cada vez más hacia universos en que el mundo social está descritoprescrito por la televisión. La televisión se convierte en el árbitro del acceso a la existencia social y política” (Bourdieu. 1997, p. 28). No obstante estas advertencias, hay que reconocer que la política no se ha convertido recientemente en espectacular: lo ha sido desde siempre. Lo que varía es, más bien, el tipo de espectacularidad que, a diferencia de las formas tradicionalmente teatrales del balcón y de la plaza, encuentra en la hegemonía de la televisión un nuevo procesador de “lo político”. Giovanni Sartori (1998) señala -además- que el énfasis puesto en la comunicación tiene correlatividad, cuando no relación de causalidad directa, con la “crisis de la representación política”, un diagnóstico que ubica a los políticos profesionales, en la actualidad, más como mediadores y agentes de la renivelación entre órdenes de exigencia separados que como los defensores de intereses sectoriales.25 Ambos autores consideran a la sociedad como un conjunto homogéneo de espectadores, sin reconocer los diferentes tipos de audiencia, ni las diversas estrategias de captación seguidas por la televisión respecto de sus destinatarios específicos, ni preguntarse demasiado por los rasgos particulares del lenguaje televisivo y los tipos de interacción a que 24

Para el autor, el “campo político” tiende a cerrarse en sí mismo en una suerte de norelación que reduce la “representatividad” de las prácticas de la democracia actual. El tema de la -ausencia de- “representatividad” es tratado también al abordar los sondeos de opinión (Bourdieu. 1996), práctica extendida desde la actividad empresaria a la política profesional, bajo cuyas apariencias de fácil comprensibilidad se reemplazan los “verdaderos problemas” por problemáticas instaladas desde la elaboración de los cuestionarios. El mismo Bourdieu, en otro texto tan breve como provocador (Bourdieu. 2000), extiende esa mirada hasta el extremo de poner en tela de juicio la noción misma de opinión pública que considera como “un puro y simple artefacto cuya función consiste en disimular las relaciones de fuerza”. Allí reitera que tecnologías sociales como las encuestas “reproducen un juego de actores tendiente a consolidar posiciones dominantes ya adquiridas” y que su consecuencia fundamental es constituir la idea de que existe una opinión pública unánime, una de las operaciones fundamentales para producir el efecto de consenso que rige la vida pública occidental. 25 Michael Schenk y Uwe Pfenning (1991) advierten que no es una simple metamorfosis de la política lo que se ha producido. Al analizar el caso alemán señalan la importancia de formularse “preguntas normativas” en torno a las posibles “contradicciones incompatibles” entre comunicación política masiva y cultura política, surgidas a partir de una ciudadanía de “bajo compromiso” destinataria de campañas electorales que son pensadas a partir de esa característica.

19

da lugar a partir de sus géneros consolidados26. Fundamentalmente centrados en lo visual, retoman la clásica crítica de la televisión asociada a todo lo que la imagen no puede ser, reclamándole elementos provenientes de la cultura letrada, ya sea su discursividad o la racionalidad fundada en la palabra escrita con su linealidad y su temporalidad. Más aún, el politólogo italiano y el sociólogo francés comparten la necesidad aclaratoria de que lo esencial

de

una

intervención

política

para

poner

al

resguardo

el

pensamiento en la televisión sigue siendo la palabra (el discurso, para ser fiel a la terminología utilizada en ambos textos), aunque al hacerlo toman el riesgo de terminar criticando a la TV precisamente por lo que ésta no es. Las generalidades descriptivas sobre la televisión que -aunque incisivas y críticas- no se despojan de difundidos prejuicios que obstaculizan el entendimiento de la dinámica propia del medio y no admiten la posibilidad de pensar a través de imágenes electrónicas, pues la suponen “opuestas a la razón” (Caletti. 2000). En esa línea, “los políticos cada vez tienen menos relación con acontecimientos genuinos y cada vez se relacionan más con acontecimientos mediáticos, es decir, acontecimientos seleccionados por la video-visibilidad y que después son agrandados o distorsionados por la cámara”, advierte Sartori (1998, p. 118).27 El proceso de

deterioro

del

espacio

público

como

territorio

de

intercambios

intersubjetivos convencionalmente construido sobre el cual la modernidad pudo exhibir el desarrollo de una activa vida pública es contemporáneo de la transformación de la constitución de la ciudadanía como categoría capaz de expresar las tensiones materiales y simbólicas que movilizan la historia: “la televisión favorece -voluntaria e involuntariamente- la emotivización de la

política,

es

decir,

una

política

dirigida

y

reducida

a

episodios

26

Sobre los ejemplos interpretativos en los que una sociedad es dominada por una sola forma estructurante que explicaría todos los aspectos de su funcionamiento, Eliseo Verón (2001, p. 42) recalca que estas “aproximaciones totalizantes oscilan siempre entre el catastrofismo y el optimismo exagerado: del hombre unidimensional de Marcuse al tribalismo electrónico de McLuhan; de la función-signo y el simulacro de Baudrillard hasta la formamoda de Lipovetsky”. La observación sobre estas limitaciones resulta pertinente en tanto que es el propio Verón el que desde hace tiempo ha llamado la atención sobre el tema de la circulación de los discursos sociales, al señalar que a diferencia de lo que postulan las profecías totalizantes, a medida que se multiplican los procesos comunicacionales más aumenta la complejidad de la circulación, lo que da lugar a que cuando más se mediatiza una sociedad, tanto más se complejiza. 27 La crítica excede al medio aunque lo involucra activamente en la reelaboración de la figura misma del político. Schmucler (1992, p.108), por su parte, lo sintetiza de esta manera: “el ideal del político mediático es ser el actor preferido del receptor”.

20

emocionales”, concluye (Sartori. 1998, p. 118).28 Cabe apuntar que los reiterados lamentos por el “deterioro” del discurso político, muchas veces asimilado a la presunta pérdida de su espesor enunciativo, refieren a la relativización de éste como género dominante entre los lenguajes con los que se hace política actualmente. Aunque la -observada- disminución de la influencia de los partidos sobre los electores no significa que las ideas políticas hayan desaparecido de la escena y, menos aún, las consecuencias efectivas que esas ideas tienen en la vida cotidiana de los ciudadanos, las competencias que se establecen entre diferentes tipos de actores que toman la palabra para debatir cómo debe organizarse la sociedad incluye a periodistas y otros sujetos televisivos, involucrados con un grado de protagonismo creciente. Del mismo modo, cabe apuntar que los reiterados lamentos por el “deterioro” del discurso político, muchas veces asimilado a la presunta pérdida de su espesor enunciativo, refieren a la relativización de éste como género dominante entre los lenguajes con los que se “hace política” actualmente. Aunque la -declamada- disminución de la influencia de los partidos sobre los electores no significa que las ideas políticas hayan desaparecido de la escena y, menos aún, las consecuencias efectivas que esas ideas tienen en la vida cotidiana de los ciudadanos, las competencias que se establecen entre diferentes tipos de actores que toman la palabra para debatir cómo debe organizarse la sociedad incluye a los periodistas que actúan en televisión, involucrados con un grado de protagonismo creciente. En las formas actuales que ellos tienen de ejercer su actividad Bourdieu centraliza sus críticas, al responsabilizarlos de simplificar y dramatizar los acontecimientos colectivos, y condensar climas de opinión

28

Lo que Wolton -quien reconoce que en general los intelectuales, y en gran medida la elite cultural se muestran “hostiles” a la televisión, a la cultura que vehiculiza y también a sus valores y a sus presentadores y periodistas más conocidos- identifica como el potencial democratizador de la televisión, hechos que por su naturaleza pueden interesar a “todo el mundo”, de los que cabe decir que son para todos los gustos, implica para Bourdieu y Sartori la arbitraria construcción de un consenso de distracción, cada vez más regida por las exigencias de un mercado bifronte articulado por dos “fuerzas externas” al propio medio: las del mercado de la audiencia y las del mercado de los anunciantes. Ambos centralizan sus críticas en las formas actuales que los medios tienen de ejercer su actividad, al responsabilizarlos de “simplificar y dramatizar” los acontecimientos colectivos, y condensar climas de opinión que pasan por generales de una comunidad cuando en realidad representan la visión del poder establecido.

21

que pasan por generales de una comunidad cuando en realidad representan la visión del poder establecido. El carácter fundacional del término videopolítica acuñado por Sartori, quien adopta una perspectiva a lo McLuhan, al plantear una especie de “gran mutación civilizatoria”, amplia y de largo alcance, que abre una “nueva era” con la pantalla televisiva como eje central- subraya el problema básico de la creciente constitución de universos de significación de la acción social con fuerte presencia de lo visual, no capturables enteramente por el discurso de los partidos, que repone un viejo tema de la teoría y de la acción política: el de la representación. Los partidos, entonces, no tienen sólo la responsabilidad de “representar” a sus bases sociales y electorales, sino también intervienen en una labor más productiva: la conflictiva definición

de

los

criterios

para

determinar

la

legitimidad

de

las

motivaciones, demandas y expectativas de la sociedad: en suma, la determinación de qué es lo representable por ellos. Esta productividad de la política exige entonces pensar simultáneamente los temas del orden, de la representatividad y de los procedimientos institucionales, y no sólo cómo el discurso y la acción política sintonizan con las características del sentido común político de la sociedad. Videopolítica remite directamente al encuentro entre una práctica histórica que se encarga de los asuntos públicos

y

colectivos

(la política)

y una tecnología de

transmisión

audiovisual masiva (la televisión) que resulta el soporte hegemónico del imaginario social,29 pero el uso que Sartori privilegia en su texto sugiere una relación unidireccional entre ambas instancias, bajo el formato de condicionamientos estructurales, discursivos y estéticos que no resultan una mera exigencia de “adaptación a sus códigos” sino un quiebre fundacional en la evolución del vínculo entre los ciudadanos y sus representantes. Esta transformación da prioridad a la esfera de la aparición antes que a la del debate, pero no hay pruebas empíricas de que haya invertido las prioridades

entre

la

mirada

y

la

palabra;

supone,

en

cambio,

la

29

Parafraseando a Silverstone (2010) en su observación sobre “esa realidad de segundo orden” que dio en llamar la “polis de los medios”, es posible afirmar que la videopolítica se ha convertido en “algo ambiental”, estrecha y dialécticamente entrelazada con la vida cotidiana; un telón de fondo donde tecnologías, discursos, textos y modalidades de alocución posibles, definen un espacio cada vez más autorreferencial en el que todos los elementos se refuerzan mutuamente y definen reglas de juego propias de un ecosistema orientado hacia la “convergencia entre la representación mediática y la retórica política”.

22

generalización de la imagen como “soporte dominante” (Caletti. 2000) en los procesos de gran escala que organizan la vida cotidiana, sin interrogarse acerca de la articulación que existe entre el ver y el decir pues dictamina la franca oposición de ambos. Pasando por alto que la televisión también tiene un componente de audio además de imagen, el politólogo italiano afirma que con la televisión la autoridad es la visión en sí misma: “lo esencial es que el ojo cree en lo que ve; y, por tanto, la autoridad cognitiva en la que más se cree es lo que se ve” (Sartori. 1998, p. 71-72). Comunicar por la modalidad de la imagen audiovisual es una decisión donde, más que una sustitución de la política por la imagen -que, como advierte Sartori no se puede dar porque no tienen funciones comparables sino complementarias-, la elección de lo visual compensa los riesgos y las carencias de otras comunicaciones que pueden llegar a ser poco satisfactorias, porque no permiten la presencia de lo que está ausente como sucede en la imagen. Si la escena pública se ha convertido en territorio de disputa para las distintas estrategias publicitarias que utilizan políticos y gobernantes, “narrando de una manera cercana a las necesidades y las expectativas afectivas de los habitantes del mercado” (Rincón. 2006, p. 141), en el flujo del macrorrelato televisivo la publicidad expresa la estética contemporánea, trabaja sobre los modos universales del narrar y evoca el colectivo deseado sin perder la individualidad. La

competencia

política

en

torno

a

ese

recurso

de

difícil

administración que es el “sentido” acortó la distancia entre política y cultura, y potenció la tentación de desplazar los problemas de la política al espacio de los medios. La política en su aspecto de comunicación simbólica se asienta en dos estructuras fundamentales: el ritual y el mito (Lechner. 1986); el primero de ellos condición necesaria para estabilizar y afirmar la posibilidad de la vida colectiva, el segundo un postulado constitutivo que organiza una cosmovisión ordenadora, a partir de la secularización de la modernidad, de conceptos como el “progreso”, el “desarrollo” o la “modernización”. La atención que se presta en política a las formas culturales de expresión se explica -a su vez- por la manera en que actualmente se percibe la política misma. La creciente intimidad entre política y cultura constituye una materia que tiene su propia lógica y reenvía hacia otro espacio el lugar donde ocurrirán las diferenciaciones y la

23

articulación

de

los

vínculos.

Y

esos

vínculos

hoy

están

mediados

fundamentalmente por las imágenes, lo que de acuerdo a Sartori genera “alteraciones” en la presunta sustantividad de lo político, dadas por la índole de las retóricas que intervienen actualmente en la construcción de lo que se reconoce como política. La argumentación, esa disposición de ideas tendientes a asegurar “la credibilidad de una causa” ya no puede sostenerse como modo privilegiado de construcción de la política en un espacio cultural regido por la lógica de la acción eficaz. “La palabra produce siempre menos conmoción que la imagen. Así pues, la cultura de la imagen rompe el delicado equilibrio entre pasión y racionalidad. La racionalidad del homo sapiens está retrocediendo, y la política emotivizada, provocada por la imagen, solivianta y agrava los problemas sin proporcionar absolutamente ninguna solución”, define (Sartori. 1998, p. 115). Sartori otorga a la prensa escrita una capacidad reguladora (de “equilibrio”, arriesga) entre opinión autónoma y opiniones heterodirigidas, que se pierde con la llegada de la televisión, “en la medida en que el acto de ver suplantó al acto de discurrir”. Pasando por alto que la televisión también tiene un componente de audio además de imagen, el politólogo italiano afirma que con la televisión la autoridad es la visión en sí misma: “lo esencial es que el ojo cree en lo que ve; y, por tanto, la autoridad cognitiva en la que más se cree es lo que se ve” (Sartori. 1998, p. 71-72). La televisión -parece decirnos Sartori- funciona como un hipermercado, con una hipótesis básicamente igualadora: en la “repetición infinita” de las similitudes de sus canales de aire nadie encuentra nada o todo el mundo encuentra lo que quiere: se igualan teleespectadores expertos e inexpertos y se disuelven las diferencias entre quienes sencillamente quieren “ver algo”. Sin embargo, esta experiencia niveladora, tan auspiciosa para Wolton, no es asimilada aquí con un mayor grado de democratización en la toma de decisiones porque la competencia política en torno a ese recurso de difícil administración que es el “sentido” acortó la distancia entre política y cultura, y potenció la tentación de desplazar los problemas de la política al espacio de los medios. La política en su aspecto de comunicación simbólica se asienta en dos estructuras fundamentales: el ritual y el mito; el primero de ellos condición necesaria para estabilizar y afirmar la posibilidad de la vida colectiva, el segundo un postulado constitutivo que organiza una

24

“cosmovisión ordenadora”, a partir de la secularización de la modernidad, de conceptos como el “progreso”, el “desarrollo” o la “revolución”. La atención que se presta en política a las formas culturales de expresión se explica -a su vez- por la manera en que actualmente se percibe la política misma. La creciente intimidad entre política y cultura constituye una materia que tiene su propia lógica y reenvía hacia otro espacio el lugar donde ocurrirán las diferenciaciones y la articulación de los vínculos. Y esos vínculos hoy están mediados fundamentalmente por las imágenes, lo que de acuerdo a Sartori genera alteraciones en la presunta sustantividad de lo político, dadas por la índole de las retóricas que intervienen actualmente en la construcción de lo que -aún- se reconoce como política. El lenguaje político ¿se asimila dentro de los géneros televisivos y por eso se presume que la videopolítica posibilita el desarrollo de partidos de bajo tono ideológico? Si se acepta, como ha señalado Mauro Wolf (1984), que asistimos al triunfo de una televisión de géneros sobre una televisión de contenidos, la formación de los nuevos dispositivos políticos-comunicativos se monta sobre la progresiva conquista de públicos masivos que comparten claves de desciframiento de imágenes, gestos, posturas y palabras muy funcional a un desplazamiento de las prácticas tradicionales a otras regidas por los géneros televisivos. Debemos reconocer también que el modo en que la televisión procesa la política impone una categoría de personaje que no puede modificarse desde fuera de su estética y pone en evidencia una tensión inocultable entre el clásico argumentador parlamentario y una matriz binaria instantánea que tributa a una retórica donde la deliberación política cambia sus códigos y su dimensión, incorporando -además- un registro propio de la vida privada que anteriormente quedaba a resguardo o sólo era visibilizado en clave biográfica.30 Porque así como la modernidad inventó sus propias palabras y articuló un lenguaje destinado a rediseñar la morfología de la sociedad que se presentó como centro del sentido, las palabras siguieron su marcha y ya desprovistas de aquellos fulgores se

30

“El poder se encuentra encarnado en hombres comparables al espectador mismo. Gustos determinados, intereses personales, pasatiempos favoritos no quedan a un lado cuando actúa como político”, sostiene Schmucler (1992, p. 108). El candidato, uno más en el escenario mediático, habla de política “mientras exhibe su cotidianidad”. El dirigente puede ser también the common man, el hombre común que encarna las virtudes comunes, celador de las creencias masivas, “one of us, el puro reflejo de nosotros mismos, como si el electorado lo hubiera creado a su imagen” (Schwartzenberg. 1978, p. 41).

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reconvirtieron en comunicación política, suerte de instrumental manipulable técnicamente en pos de una escenificación donde los rituales de la interacción están preparados según formas codificadas de consumo de una “democracia electrónica” (Caletti. 2000) o “audiovisual” (Verón. 2001). Toda la

ingeniería

política que el

iluminismo

diseñó

para

la

construcción de las democracias liberales da señales de resquebrajamiento, entre otras cosas porque una de sus condiciones de posibilidad, la escritura, ya no es el lenguaje hegemónico sino que ha entrado en colisión con otro conformador cultural: la imagen televisiva, emergente central y marco cognoscitivo en el que se dirimen buena parte de las diferencias en el ámbito público. En esa exclusión radica “el peligro” del homo videns. Porque así como la modernidad “inventó” sus propias palabras y articuló un lenguaje destinado a rediseñar la morfología de la sociedad que se presentó como centro del sentido, las palabras siguieron su marcha y ya desprovistas de aquellos fulgores se reconvirtieron en “comunicación social”, suerte de instrumental manipulable técnicamente en pos de una escenificación donde los rituales de la interacción están preparados según formas codificadas de consumo. Tal vez porque es más sencillo pensarlo de esa manera antes que interrogarse si la descomposición del tejido institucional no obedece a que ya no se quiere ser gobernado como antes (y por lo tanto no se puede gobernar como antes). Al fin, como bien sabe Sartori, la política trata del estar juntos; lo que está ahora en juego es cómo lograrlo a través de las pantallas. 3. Democracias audiovisuales: construcción de los colectivos y crisis en los modos de decir “La política mediática no se limita a las campañas electorales. Es una dimensión constante y fundamental de la política, practicada por los gobiernos, partidos, líderes y actores no gubernamentales por igual”. Manuel Castells – Comunicación y poder Una doble transición, por una parte, del escenario político a la comunicación mediatizada; y, por otra, desde los medios de comunicación al terreno de la política, supuso una transformación de códigos, prácticas y roles en la que dirigentes de partidos y candidatos a puestos de gobierno no

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sólo limitan su acción al sistema político en la representación y agregación de intereses o en la función pública, sino que también asumen una preocupación por su imagen mediática, en un sentido en el que sus intervenciones como comunicadores, se superponen a (o directamente resumen) su actividad política, no sólo en términos de posicionamientos ad hoc en el marco de una campaña electoral, sino en el sentido de que el político “va interiorizando la función comunicativa” hasta convertirla en pilar esencial de sus acciones, en oportunidades tanto o más valoradas que las ideas u objetivos del partido que representa (Martín Barbero. 1999). Es en ese sentido que se volvió habitual escuchar que “en los medios se hace, y no solo se dice, la política”. En ese contexto, si la comunicación política (en su función de intermediación) va creciendo en importancia es en parte porque la política ya no impone sus principios clásicos de integración o de unificación al conjunto de las experiencias sociales (Touraine. 1992). El pasaje de una democracia representativa a una democracia de opinión, que no siempre se manifiesta como algo más que una concesión verbal a la modernidad, despierta una sensación de malestar en la política alimentada con la inquietud por no reencontrar -en medio de otras urgencias sociales- la “pureza original” del ejercicio inmediato, concreto, de la

soberanía.

La

reflexión

sobre

la

“caída”

de

los

mecanismos

representativos -como vimos- viene articulada a la recriminación por actitudes estrictamente reivindicativas de una sociedad calificada como “apática”, replegada sobre su privacidad, que no puede dar cuenta de la amplitud de las distancias sociales reales hasta el punto de no establecer relaciones con el Estado sino a través de canales “informales” alimentados por la proliferación de demandas que reclaman la necesidad de reubicarse en la totalidad espacial y temporal para ser procesadas por intermediarios institucionales entre los que la televisión se consolidó como dispositivo estratégico. Eliseo Verón (2001, p. 42) lo resume diciendo que en su relación con el sistema político, “la pantalla chica deviene el lugar por excelencia de producción de acontecimientos que tocan al aparato del Estado, a su gestión, y más particularmente a uno de los mecanismos de base del funcionamiento de la democracia, los procesos electorales: ese lugar donde se construye el lazo entre el ciudadano y la ciudad. Estamos ya, en otras palabras, en democracia audiovisual”.

27

El énfasis puesto en la comunicación se vuelve más evidente en aquellas circunstancias en las que el cuestionamiento de los fundamentos mismos de la política representativa ocupa el centro del escenario y genera más espacio para que convivan formas de vida política convencional y otras dominadas por el orden de la comunicación, como si se desplegara una suerte de división de funciones sobre las condiciones en las que se ejercen la puesta en escena y la argumentación política, que -en algunos casosextiende su influencia sobre las modalidades de formación de las ideas políticas (Breton. 1998). Más allá de las variaciones en los modos de representación institucional y simbólica, la acción mediática en general y la comunicación política en particular fueron interviniendo en los cambios en los códigos y la estética, espacios de tematización, dinámicas de debate y decisión, correlación de fuerzas e interacción de los actores, bases de legitimidad del sistema político en su conjunto, además de una serie de aspectos que tienen relación con los mecanismos que se movilizan para la proyección y consolidación de las opciones electorales. El dominio del espacio público por una nueva élite político-mediática, diferente de los grandes oradores del parlamentarismo (Durán Barba y Nieto. 2006), y de los activistas y funcionarios de los partidos tradicionales, que personaliza la relación representativa al mismo tiempo que resignifica la relación entre gobernantes

y

gobernados,

comienza

a

alcanzar

relevancia

en

la

configuración simbólica de la representación, toda vez que al no sentirse representadas por fuerzas partidarias consolidadas en el sistema político, franjas de la sociedad se inclinarán hacia quienes les permiten encontrar en (o a través de) los medios un cauce alternativo para expresar sus adhesiones, en sintonía con un perfil de político comunicador que encuentra en ese tipo de vinculación su instrumento más valioso. De este modo se afianza el perfil de los políticos mediáticos que construyen una carrera a partir de (o en consonancia con) efectos de comunicación, que si bien no los convierte en productos autónomos independizados de anclajes territoriales, los vuelve reconocibles en un patrón normativo que les otorga visibilidad y organización alrededor de un lenguaje codificado bajo el formato de sound bites y slogans diseñados para impactar y estéticas reconocibles desde las narrativas de los medios.

28

Jesús Martín Barbero (2010) observa que “el desdibujamiento de las maneras de enlace, de comunicación de los partidos con la sociedad produce su progresivo alejamiento del mundo de la vida social hasta convertirse en puras maquinarias electorales”. Sin embargo, si bien sobre ese vínculo se pueden establecer una serie de interrogantes que involucran no sólo las disputas por la significación (Rincón y Bonilla. 2004), en esta “nueva trama discursiva de que está hecha la representación política” lo que tiene lugar no es la “disolución de la política sino la reconfiguración de las mediaciones en que se constituyen sus modos de interpelación de los sujetos y la representación de los vínculos”, así como los cambios en la “sensibilidad” del contrato social y en las ocasiones de interacción, “la densificación de las dimensiones simbólicas, rituales y teatrales que siempre tuvo la política” y la escenificación de una “cada vez más estrecha relación entre lo público y lo comunicable”. Desde otra perspectiva, siguiendo la semiótica de Peirce, Eliseo Verón (1994) plantea una “crisis de los interpretantes tradicionales del sistema político”, donde “el actor social de lo que algunos insisten en llamar la post-modernidad descubre que su identidad no reenvía a otra cosa que a sí mismo, y que su singularidad es irreductible”.

Para Verón, “denunciar la puesta en escena (es decir, la

puesta en imágenes) de la política, es tener una concepción puramente verbalista y escritural de la democracia, y una concepción estrecha a la vez del conocimiento, de la racionalidad, y de la comunicación que está en la base de la semiosis”. En esa nueva escala de producción de acontecimientos políticos, no se trataría, entonces, de oponer “un modelo tradicional y supuestamente noble de la arenga verbal a la política espectacular de la imagen televisiva, sino de interrogarse sobre la posición de los medios en el conjunto de la sociedad”. El debilitamiento del poder regulador de las instituciones colectivas tradicionales contribuyó a que retrocediera la valoración de los principios abstractos de ciudadanía en beneficio de los colectivos de identificación de naturaleza “más inmediata” y particularistas (Sarlo. 1995). Como advierte Sergio Fabbrini (2009, p. 163), “la formación de esa pluralidad de públicos interesados en problemas puntuales contribuyó no poco a cambiar el comportamiento de los electores”. Frente a partidos redimensionados y en

29

un contexto fragmentado 31 , cuyas divisiones en algunos casos resultan F

F

simplemente contingentes, el “proceso de desalineación” -sumado a las tecnologización que favorece la personalización de la competencia electoralse correlaciona con el desarrollo de estrategias de diferenciación centradas en la figura del candidato, expresión de una dinámica política cada vez más estructurada por los medios. Los valores universales y los grandes ideales políticos aparecen como principios demasiado abstractos, demasiados generales o lejanos32. Se da por sentado un consenso plebiscitado al que no se vislumbra el modo de someter al “análisis racional” de los argumentos que lo sostienen porque se carecería por completo de la posibilidad de verificación y de prueba. Verón (2001, p. 65) se muestra reticente a aceptar que el denunciado “empobrecimiento” del discurso político -señalado con vehemencia por Bourdieu y Sartori- provenga o sea consecuencia de la televisión. Por el contrario, sostiene, “la entrada de lo político en la era audiovisual ha significado un enriquecimiento de la discursividad política, por la incorporación de nuevos registros sensoriales (en particular, el de lo indicial), y por la complejización de las estrategias que resultan de ello”33. ¿Cómo se resignifica la actividad de hacer política cuando los actores principales no parecen ser ya los partidos sino los “liderazgos de

31

Fabbrini (2009, p. 163) señala que no debe extrañar que mientras los conflictos empezaron a dar cuenta de “prioridades cambiantes en relación con temas específicos”, la transición de un sistema político basado en una división estable a un sistema político basado en una pluralidad de divisiones”, no tenga las características de un proceso lineal. 32 Sin abrir juicio sobre si todavía es posible “reducir y sintetizar” la creciente complejidad social en un proyecto de sociedad, Lechner (2000) apunta que “la vivencia cotidiana de los cambios sociales va socavando las representaciones heredadas”. Esto despliega incógnitas sobre los modos de construir el nosotros cuando en el debilitamiento de las identidades colectivas se cruzan dinámicas “disgregadoras del mercado” (precarizaciones y flexibilidades) y segmentaciones culturales atribuibles a tendencias globales, que implican “cambios en las formas de convivencia y en las representaciones que nos hacemos de ella”, ya que en tiempos en que la imagen de sociedad se desdibuja, “saliendo de los moldes heredados”, prevalece la inmediatez y la individualidad gana autonomía y parece prescindir de la referencia a un nosotros generalizado como a priori para la constitución de una identidad colectiva pues esas señas de identidad no bastan para definir una posición política. 33 El semiólogo elige realizar una lectura crítica de los postulados de Wolton antes que sumarse a la larga tradición ensayística cargada de apriorismos ideológicos y que cultiva una visión de la sociedad excesivamente simplificada al hablar de la relación entre política y medios. Lo hace, en primer término, a partir de una constatación: multiplicación de las opciones y mayor cobertura no generan necesariamente capacidades de comunicación entre los ciudadanos, de sociabilidad o de reconocimiento de la diversidad y de la igualdad como base de la democracia. Se trata pues de entender cómo una televisión hoy globalizada, puede estar produciendo un nuevo espacio imaginario de lo íntimo, de lo cercano, al mismo tiempo que reformula los espacios públicos, transformándose ella misma en un espacio de encuentro de personas desenraizadas y de hechos descontextualizados.

30

popularidad” (Cheresky. 2006)? ¿De qué manera la permanente mención a la nueva política en el discurso escenificó un lazo de representación que se plantea como un modo de relación cada vez más directo (o, mejor, sujeto a nuevas

mediaciones

sociales

y

tecnológicas34)

entre

gobernantes

y

gobernados, con consecuencias visibles en la formulación de las estrategias de comunicación política? Lo cierto es que el cambio en las condiciones y los trayectos políticos para el acceso a candidaturas, que corre en forma paralela al crecimiento de la intensidad de la escenificación en los medios, atravesó en Argentina -aunque con distinto énfasis- a todas las fuerzas políticas, pero no desterró las prácticas territoriales tradicionales, ni mucho menos soslayó la capacidad personal35 de aquellos dirigentes en condiciones de hacer ganar elecciones. Cuando Wolton (1992 a) afirma que si el espacio público construye el mundo común y visible entre los ciudadanos, este mundo tiene que ser pensado no apenas como aquello que nos es común a todos, sino como “aquello que es comunicable”, es decir, lo que puede ser visto y escuchado “por todos”, lo que recibe la mayor “visibilidad”, lo que está propuesto para ser discutido, está redefiniendo la naturaleza de los vínculos sociales que en ese ámbito se formalizan. En cambio, para la crítica política la pérdida del espacio publico significa la pérdida de los lugares de acción y opinión, y por lo tanto, la “pérdida de las libertades” de los individuos en sociedad para ejercer

su

identidad

como

ciudadano.

Una

identidad

asociada

al

“reconocimiento y respeto por el otro”, a su adhesión a una “cultura común”, a su capacidad para “actuar colectivamente”, en tanto ciudadanía unida no sólo por la “subordinación a una reglamentación pública” dictada por una autoridad en el poder, sino principalmente por las propias 34

Mientras los partidos pierden gravitación frente a otras formas de mediación y producción de imágenes (Elórtegui. 2014, p.14-15), se establecen liderazgos donde el político comunicador domina las lógicas de una nueva oralidad (amistosa y coloquial) y una visualidad televisiva que lo erigen como “hábil conector de lo real y lo simbólico, intérprete y depositario de aspiraciones, expectativas y confianzas”. 35 El capital político acumulado en términos de votos obtenidos en elecciones anteriores y/o en estructura o capacidad de movilización que, en contexto de afinidades estables, resultaba determinante para una postulación comenzó a superponerse -y combinarse- con la profundización de una dinámica de aceptación centrada en la medición periódica de imagen e intención de voto de cada dirigente con potencial competitivo a través de las encuestas. Esto alienta que continúe su curso el debilitamiento de los partidos políticos y crezca la gravitación de los “liderazgos personales” (Cheresky y Annunziata. 2012), producto de las transformaciones en la representación y de la inestabilidad en las preferencias de un electorado que se manifiesta en función de los temas en juego que juzgan centrales en cada circunstancia.

31

relaciones humanas que llevan al “diálogo” y a la discusión pública, como única forma de resolver los conflictos y mantener la convivencia. Mirada individual y colectiva a la vez, la del teleespectador se aleja de ambas consideraciones, pues la contingencia de los valores constituidos está relacionada con las estabilizaciones provisorias de múltiples dispositivos materiales y organizacionales, susceptibles de ser reinterpretados por una multitud de singularidades, con diferentes velocidades de transformación y circulación de las representaciones. Si se busca comprender cómo piensan y actúan los colectivos sociales, en términos de Luhmann (1996), nos vemos confrontados a sistemas

abiertos,

en

reorganización

permanente,

como

espacio

de

conflictos y de interpretaciones divergentes, con temporalidades diferentes. La práctica social requiere tiempo para adquirir sentido. Lo que es urgente, lento o de corto o mediano plazo varía de acuerdo a la conciencia del tiempo de cada cual, del valor que le asigna, de su horizonte temporal. Esto es: la diversidad social implica diferentes temporalidades. No existe un tiempo unificado. A la vez, sin embargo, hay realidades simultáneas para todos ellos, y vincular ambas dimensiones es una de las tareas prácticas del ejercicio político. Pero cada campo social genera horizontes temporales específicos. Verón advierte que la complejidad de una sociedad mediatizada no puede aguardar una homogeneización cultural de los colectivos sociales así como de las concepciones del tiempo. Algo que se pone en evidencia cuando se analizan los diferentes estatutos del sujeto y se formula la pregunta sobre cómo hacer del consumidor -o del teleespectador- un ciudadano. Los puntos que cuestiona Verón (2001) en su lectura de Elogio del gran público son fundamentalmente dos, y están relacionados con temáticas desatentidas en ese texto: el desfase entre las instancias de producción y recepción, y la naturaleza del vínculo que se establece entre ambas. El mecanismo de base de la democracia es un postulado arbitrario -o convencional, si se prefiere- por el cual se decreta que todos “somos iguales”, una identidad (de igualdad) previa. En cambio, el mercado -que también es un espacio de construcción de identidades- funciona con identidades a posteriori, como lugar de conflictos, de interpretaciones divergentes,

porque

en

torno

de

los

equipamientos

colectivos

de

32

percepción, del pensamiento y de la comunicación se organiza gran parte de la vida cotidiana y se disponen las subjetividades de los grupos. A su vez, no podemos determinar con anterioridad los resultados de una acción política. Los hombres no adhieren a un partido o votan por un candidato por un simple cálculo de costos/beneficios. Sería simplificar en exceso la complejidad de la práctica política reducirla al esquema racionalidad/ irracionalismo, como si fueran meras relaciones de intercambio que no tienen en cuenta pasiones, creencias, mitos e intereses, sin que esto signifique

un

menoscabo

emocionalidad.

Esas

del

aspecto

vocaciones

para

conceptual construir

a

favor

identidades

de

la

amplias

atraviesan por negociaciones cada vez más trabajosas para fijar colectivos en un proceso en el que la televisión generalista participa activamente36. De hecho, asumir colectivamente una cierta cantidad de opciones de un devenir heterogéneo y complejo no es tarea sencilla. Las velocidades de transformación y de circulación de las representaciones fueron incluyendo sugerentes cambios en el lenguaje, con la concerniente devaluación en el mercado de valores semántico de términos claves de la modernidad. Así, donde estaban las masas ahora apareció el público, donde se ponderaba al pueblo se elogia a la gente. Las expresiones “la gente dice” o “la gente piensa”, tan usuales para los profesionales de la representación, pueden interpretarse

como

un nuevo

mecanismo

que se

pone en marcha

públicamente para legitimar opiniones propias. Y si bien, tal como reconoce el mismo Wolton, la contradicción entre la rapidez de la información, la simplificación que de ello resulta y la complejidad de la historia y de los problemas de la sociedad, conspira contra la estabilidad de la implicación colectiva mediática, acercando la constitución de los teleespectadores a la sociabilidad

fáctica

de

grupos

espontáneos,

la

observación

de

su

funcionamiento aún tiene más de especulación teórica que de constatación empírica37. Esto no equivale exactamente a repetir, como lo hace la “teoría 36

Verón (2001) destaca que resulta pertinente preguntarse cuál es el alcance de postular que el teleespectador tiene el sentimiento de ser parte de un colectivo y qué tipo de “vínculo social genérico” es el activado por la televisión. Según su lectura, en el seno del “gran público”, desde la recepción, no hay colectivos de identificación; éstos conciernen a la producción, lo que a su vez “no autoriza” a hacer inferencias sobre la recepción. 37 Esto no equivale exactamente a repetir, como lo hace la “teoría crítica”, que así se confirma el espíritu de la época, reciclando las representaciones dominantes, o -en términos de Bourdieu- que esa instantaneidad “produce” un intercambio de lugares comunes que imposibilita la reflexión intelectual, como si amén de la televisión en sí lo que “amenazara” a

33

crítica”, que así se confirma el espíritu de la época, reciclando las representaciones dominantes, o -en términos de Bourdieu- que esa instantaneidad

“produce”

un

intercambio

de

lugares

comunes

que

imposibilita la reflexión intelectual, como si amén de la televisión en sí lo que “amenazara” a la cultura (a la cultura letrada, deberíamos precisar), no fuera ese proceso de nivelación de la variedad de las experiencias en un solo registro, sino la reducción de las múltiples dimensiones de la realidad a lo que se define como “actualidad”, espasmo de inmediatez, uno de cuyos máximos exponentes lo constituye la crónica en directo. Resulta fácilmente reconocible, en cambio, la dificultad para definir a partir de estudios concretos qué clase de experiencia colectiva se coagula a la luz del abandono de las restricciones espaciotemporales permitidas por el directo televisivo, elemento tecnológico que define al medio tanto en su originalidad como en su capacidad para construir un nuevo imaginario, que desde el primer momento cambió la escala del espectáculo de masas. La pregunta por la técnica televisiva tampoco fue abordada en profundidad por Wolton en el texto comentado, y aún cuando en su obra posterior le otorga cierto espacio al análisis de las “promesas tecnológicas” y de la “ideología técnica”,38 esta omisión deja un gran “hueco” por el que se pierde la oportunidad de encontrar precisiones sobre cómo este dispositivo mediático posibilita modos de inserción en la semiosis social generada por el medio (Verón. 2004 a), de las que la expectación en simultaneidad es su característica

fundamental.

Al

contemplar

estas

distinciones

y

las

experiencias de exposición al medio, “ver televisión” (generalista o temática, en este caso da igual) no implica lo mismo ante una transmisión en directo -que puede, en cualquier momento, hacer surgir “lo inesperado”

la cultura (a la cultura letrada, deberíamos precisar), no fuera ese proceso de nivelación de la variedad de las experiencias en un solo registro, sino la reducción de las múltiples dimensiones de la realidad a lo que se define como “actualidad”, espasmo de inmediatez, uno de cuyos máximos exponentes lo constituye la crónica en directo. 38 Nos referimos específicamente a Sobre la comunicación. Una reflexión sobre sus luces y sombras (Wolton. 1999). En los capítulos “Mantener las distancias” y “Los estragos de la ideología técnica” Wolton reflexiona sobre las dificultades para escapar del encantamiento que produce la tecnología -y el “discurso entusiasta” que la sostiene-, pero enfocado fundamentalmente a lo que se ha dado en denominar nuevas tecnologías de comunicación y a sus usos sociales, y previene sobre la necesidad de tomar recaudos por las consecuencias posibles de una aceptación incondicional del devenir técnico aunque sin referencias puntuales a cada medio en particular.

34

mientras esto ocurre- que frente a una telenovela u otro producto envasado. Es evidente que los esfuerzos realizados por construir la televisión como objeto de estudio no han sido convergentes, y que los niveles de descripción empleados, diferentes cuando no contradictorios, han dado lugar a un espacio prácticamente inabarcable donde todo parece posible, tanto para afirmar que no hay democracia moderna sin medios como para ubicar a la televisión en el lugar de operador fundamental de la crisis de los sistemas representativos. Cada vez más la tendencia a considerar que “los medios” son el único espacio en donde puede ser procesado el consenso político lleva a evaluar ese potencial o poder atribuido como amenazante, en términos de desplazamiento y sustitución de competencias simbólicas por parte de los actores sociales que intervienen. En cualquier caso, la relación entre televisión y democracia es uno de los interrogantes fundamentales de hoy que actualiza, a la vez, las condiciones de construcción de los colectivos de identificación, la manera en que se entrelazan las representaciones y el tipo de operaciones que producen y transforman el espacio público; elementos de tal contundencia que le permiten a Verón (2001, p. 42) afirmar que cada vez más “toda discusión acerca de las reglas del juego de los medios revela el vínculo ambiguo, hecho a la vez de temor y de fascinación, que la política mantiene con lo audiovisual”. Lo que está en el centro del debate no es sólo una determinada forma política sino que así como en toda su historia la democracia no estuvo nunca confiada a un modelo inmutable, ahora la verdadera novedad parecería radicar en la percepción colectiva de un proceso que -en su amplitud- no termina por definirse como ruptura, discontinuidad o evolución. De la mano del rechazo de las “grandes gestas”, que da lugar a la exploración de lo político en la vida cotidiana, una nueva sensibilización en relación a “pequeños signos” con capacidad para elaborar horizontes de sentido da cuenta que la crisis del espacio público concebido como un ideal tipo, donde la participación de los ciudadanos en la vida de la cosa pública se daba como evidente y la primacía de la razón debería asegurar el éxito de la deliberación colectiva, ha dejado de ser una “hipótesis de trabajo” para convertirse en un mundo de significaciones instituido como mecanismo organizador de la vida pública. En la televisión

35

se seguirían concentrando, aunque de manera cada vez más difusa, un conjunto de lazos sociales39, de complejos procedimientos de selección y de puestas en escena, donde la entidad abstracta del “bien común”, en virtud de una dinámica que parece inagotable, sigue convocando las expectativas de “participación ciudadana”. 4. Las redes sociales y la expectativa del one to one. “No existe oposición entre la televisión que se ocupa del número -de las masas- y los nuevos medios de comunicación que se ocupan del individuo. Los dos plantean el mismo problema, el de la relación entre la escala individual y la colectiva, sólo que lo enfocan de forma distinta; la televisión desde una lógica de la oferta, mientras que los nuevos medios de comunicación privilegian una lógica de la demanda”. Dominique Wolton – Internet ¿y después? En la introducción de su último libro, el investigador francés Christian Salmon (2013) advierte que el declive del Estado viene acompañado de una serie de circunstancias que potencian un escenario donde “el hombre político se presenta cada vez menos como una figura de autoridad, alguien a quien obedecer, y más como algo que consumir; menos como una instancia productora de normas que como un producto de la subcultura de masas, un artefacto a imagen de cualquier personaje de una serie o un programa televisivo”, un proceso que de acuerdo a su visión lleva al menos tres décadas conjugando un nuevo ideal-tipo político inspirado por los Gianfranco Pasquino (1990) advierte sobre una relación de subordinación entre “la personalización del liderazgo y la espectacularización de la política”, de lo que derivaría “una situación en la que el actor político se convierte en más relevante que el mensaje político” y, a su vez, está dispuesto a “espectacularizar su mensaje con tal de tener cabida en el sistema de la comunicación política”, muchas veces en detrimento de la tematización. De este modo, la estima o la exasperación que nos pueden provocar “no dependen únicamente de las posiciones que adopten ante tal o cual cuestión importante”, sino tanto o más de los “efectos de sentido” que se desprenden del porte, el ritmo de los movimientos y las palabras, el tono de voz y los gestos, que “proponen una forma de experiencia” y “traducen una manera específica de estar en el mundo”. Actualmente, advierte Eric Landowski (2012), “por sus constantes apariciones en los medios, los políticos más visibles se nos han hecho tan familiares que la manera como los juzgamos no difiere apenas de la manera como tratamos a nuestros seres más próximos”. Si bien el establecimiento de “relaciones de sensibilidad” no es una novedad en el campo político, Landowski señala que hoy “esa inflexión a favor de lo sensible afecta cada vez más el estatuto, las formas, el lugar mismo de lo político”, dando lugar a “una manera totalmente diferente de vivir la política”. De allí la presunta búsqueda de políticos “que no se mantengan a distancia” o “que no se coloquen por encima de nosotros”, sino que además de contarnos historias, “se arriesguen a una relación in praesencia, la cual se supone que nos permitirá sentir si nos comprenden o no”. 39

36

valores gerenciales del management y de la tele-presencia permanente, que transformó las condiciones sociales y técnicas de la comunicación política40, y que en parte explica la aparición de una nueva generación de políticos. La metáfora política (y cabría preguntarse si hay alguna que no lo sea) recorre el trayecto de nuestro saber de lo observable a lo no observable, de lo menos oscuro a lo más opaco. Pero el razonamiento que subyace a lo metafórico no sólo descubre sino también crea: articula experiencias en una arquitectura que finalmente determina el significado de una situación41. Una vez que el escenario político deja de ser visto como un ámbito natural y/o inmutable -y que se asume la modificación del modo de producción de las imágenes políticas (Balandier. 1994)-, surge la pregunta por los límites que distinguen lo político de lo no político y, por extensión, qué pertenece a la política y también que cabe esperar de ella. Con la expansión de las denominadas nuevas tecnologías de la comunicación tuvo lugar una profusión de denominaciones para identificar las nuevas subjetividades que van construyéndose en el espacio público, de las que cabría detenerse en la de “ciudadanía electrónica” porque encierra la dimensión tecnológica y los procedimientos democráticos en una síntesis que pretende dar cuenta de las condiciones necesarias para la preservación de la individualidad y para la acción colectiva. Como cierre de lo que el propio Dominique Wolton reconoce como una trilogía42 iniciada en 1990 con Elogio del gran público, una

década

después

el

autor

francés

contrapone

los

medios

de

comunicación tradicionales a los nuevos enriqueciendo su análisis con la introducción de dos temas que no habían tenido un lugar predominante en su obra anterior: la dimensión técnica de la comunicación -de la que sostiene críticamente que ha sustituido la dimensión humana y social, al 40

El autor habla de una condición (o función) neopolítica, que se caracteriza por una “crisis general de la confianza y de la representación” puesta de manifiesto en todas las democracias occidentales, donde el arte de gobernar -formateado por técnicas que van del storytelling a la performance narrativa- se configura con “arte de la puesta en escena” entre instancias de deliberación y de distracción (Salmon. 2013, p.15). 41 Esto no representa una novedad introducida por las nuevas mediatizaciones. Al referirse al carácter histórico de la producción de mitos y símbolos en el campo político, Hannah Arendt (1997, p. 15) señala: “La política está hecha, por una lado, de la fabricación de cierta imagen; y por el otro, del arte de hacer creer en la realidad de esta imagen”. 42 La trilogía se completa con Pensar la comunicación (1997) e Internet ¿y después? Una teoría crítica de los nuevos medios de comunicación (2000), donde Wolton profundiza su defensa de la televisión como medio de comunicación “esencial para la democracia” y polemiza con quienes “en nombre de las nuevas tecnologías individualizantes” reciclan el recelo propio de la teoría crítica a la cantidad como fundamento de legitimidad.

37

postular que “la esencia” de la comunicación no se encuentra en las tecnologías-, y la “incomprensible diferencia” entre las tres lógicas, la del emisor, la del mensaje y la del receptor. Entre tantas utopías tecnológicas que profetizan la emancipación de los ciberciudadanos, organizados horizontalmente en red, como sujetos capaces de construir libremente su esfera privada, Wolton mantiene que como “actividad constitutiva” de la sociedad contemporánea la televisión es la única que descansa -aunque con menos prestigio- sobre la misma apuesta que la democracia de masas: comprender el mundo en que vive. Las nuevas técnicas reúnen a aquellos que hablan ya el mismo lenguaje y pertenecen a la misma cultura; en tanto que la televisión, con sus torpezas y sus enormes insuficiencias, logra que “todo el mundo” hable de ella. Al ser objeto de conversación, la televisión generalista ingresa en la cotidianeidad por una doble vía: primero a través de la instancia de consumo, luego como “telón de fondo” de una realidad expandida que se comparte transversalmente. Esa aglomeración colectiva, funcional a la difusión concebida para compartir, a la que una vez superada la prueba del tiempo no hay motivo para exigirle otra solidez que la permitida por el intercambio del día a día, es vista por el autor como un amortiguador de la tendencia al aislamiento de las técnicas que apuestan a la individualización o, en el mejor de los casos, a la configuración de communities, cuya incidencia de baja intensidad fuera de las tribus conectadas por intereses temáticos, no representa una opción de recambio para sustituir a la opinión pública. Se tiene “sensación de implicación” pero no de pertenencia a una colectividad organizada o articulada por instituciones. Ahora bien, desde hace tiempo existe un apreciación compartida entre académicos de que los partidos se han vuelto más sofisticados a la hora de buscar el respaldo del electorado (Achache. 1992) (Edelman. 1991), a partir de la puesta en marcha de un marketing político orientado al votante. Despertar la atención de los electores cuando la característica de éstos es el desinterés y que al estar sobrecomunicados se vuelven muy selectivos y simplificados en sus procesos de adquisición de información, obliga a cambiar las metodologías según la cual se intenta administrar la incertidumbre mantener y relaciones de empatía con la ciudadanía en períodos de campaña. El incremento de las listas electorales, el déficit

38

cualitativo de representación de los partidos políticos, la consolidación de un estado de interrogación permanente, el paso de las certezas a la provisionalidad y la relación en tiempo real con los gustos y las preferencias de la gente (Marazzi. 2003) dificultan a los partidos concitar adhesiones estables y reubican su performance en una acción instrumental asentada menos en los valores compartidos que en el cálculo; se descompone el nosotros

político

movimientos

(Han.

fugaces.

2014)

en

opciones

Colin

Crouch

particulares

(2004)

utiliza

regidas el

por

término

“posdemocracia” para describir las situaciones en las que el aburrimiento, la frustración o la desilusión han logrado arraigar en un sistema de partidos que amplió su círculo de líderes a personajes externos al elenco político tradicional y sumó expertos encargados de investigar y definir qué quiere el electorado a través de encuestas y estudios de opinión, desplazando las interacciones tradicionales con los miembros de partido. En un contexto caracterizado por subjetividades retraídas de lo público (Lechner. 2000) con expectativas y preferencias cuyos lazos de confianza y cooperación no se asientan sobre representaciones sólidas , los F

modos cambiantes de expresión y construcción de sentidos -sin límites nítidos

entre

lo

público

y

lo

privado-

encuentran

en

las

lógicas

comunicacionales la posibilidad misma de determinar el status de visibilidad o invisibilidad de los temas y argumentos, así como de fijar la relevancia o no de los sujetos en un proceso de ampliación de lo decible y lo mostrable que transforma cualitativamente los contornos del universo político. Paralelamente, se inauguró un proceso de negociación amplio y de carácter estético en los intercambios simbólicos de la política -creándose formas discursivas y “zonas de intercambios comunicativos” (Stevenson. 1998) donde se introducen en el dominio público nuevas cuestiones a ser representadas y cotejadas en las disputas que atañen al interés común-, para el que los dirigentes debieron desarrollar nuevas competencias ajenas a su quehacer, con un timing diferente y nuevas lógicas de contención del público. Alejada de ese espacio un tanto abstracto construido por discursos y acciones que se encargaban de dar un sentido (macro) a la historia, de explicar el presente y de trazar interpretaciones del porvenir, “una manera totalmente diferente de vivir la política tiende a instalarse”: en lugar de enunciados atravesados por pequeñas epopeyas o grandes utopías que “los

39

oradores políticos han creído siempre que era su deber contarnos o proponernos”, explica Eric Landowski (2012), la vida política tiende a convertirse en “un espacio de relaciones intersubjetivas vividas en el aquíahora” que implica “la co-presencia sensible de aquellos que hablan y de aquellos que los miran y los escuchan”. Esto lleva a la política a hacer sentido de una manera totalmente diferente; ya no vista sólo en cuanto narración en crisis de credibilidad, sino vivida como una de las formas de la experiencia con sus protagonistas arriesgándose en presencia, lo cual supone que “nos permitirá sentir si nos comprenden o no” más a allá de las historias que nos cuenten. Las formas del “pequeño espectáculo” requieren desciframiento,

“quieren

decir

algo”

sobre

este

nuevo

régimen

de

interacción43 que despierta nuevas captaciones, sensibilidades y afinidades, y se instituye en un campo hasta no hace mucho tiempo regulado por la rutinas de las estructuras partidarias. Desagregados de sus colectivos tradicionales, la política y los políticos recuperan su voz pública bajo una nueva figura de competencia comunicativa crecientemente sofisticada 44 , F

F

tanto por las herramientas utilizadas como por el dispositivo tecnológicoprofesional que movilizan a su alrededor, con la impronta del advertising expandiéndose en todos los registros involucrados en su esfera de significación,

influyendo

en

la

percepción

de

sus

protagonistas

(representantes y representados) y poniendo en cuestión el modelo de organización partidaria como estructura de intermediación, a través de prácticas que los adaptan a las exigencias del mercado y al individualismo mediático, las cuales, reformulan las conexiones del ámbito partidario con la

43

A la manera de las figuras del espectáculo, los políticos promueven en su público una afinidad emocional basada en lo que John Thompson (1998) define como “relaciones no recíprocas de familiaridad” con otros distantes. Entre otras cosas, los actores y actrices se convierten en figuras familiares y reconocibles que con frecuencia forman parte de las conversaciones de la vida cotidiana de los espectadores y a los que puede aludirse por el nombre de pila. Este recurso opera a la vez como una carga significativa que se inscribe, como modalidad de legitimación de su enunciador, en una pretendida relación de confianza y empatía sobre la que reposa el funcionamiento de un vínculo que ya no se distingue demasiado del establecido por la industria del entretenimiento. 44 El politólogo francés Daniel Gaxie (2004, p. 54-55) observa que los cálculos y las prácticas de los partidos toman en cuenta esta realidad e incluso la acentúan. Como argumento de promoción electoral, “los partidos se esfuerzan por encontrar jefes capaces de defender sus colores ante los medios y frente a las encuestas”, argumenta. En ese contexto, los nuevos dispositivos de comentarios y medición se retroalimentan con las prácticas políticas, “y una parte cada vez mayor del trabajo político busca actuar sobre los instrumentos de observación para inclinar los resultados en un sentido más favorable”.

40

sociedad civil 45 También, con partidos políticos disminuidos, recostados F

.

sobre organizaciones debilitadas o -en algunos casos- atravesados por prácticas movimientistas, los líderes y los núcleos de dirigentes en quienes se centran simbólica y efectivamente la toma de las decisiones cobran mayor importancia que el diseño institucional formal, manejándose con un estilo 46 que supone actuar alineados a las exigencias de la opinión pública F

F

que da soporte a su acción. En un caso particular, los outsiders 47 o los F

F

líderes mediáticos 48 se sitúan por fuera de la estructura de la organización y F

F

45

Una relación “sensible y directa con los candidatos sin la mediación de organizaciones militantes” hace que la escena política sea potencialmente más fluida y posibilita que una fuerza política “sin mayor aparato y con escasos recursos” (Cheresky. 1994) pueda constituirse a partir de vínculos menos organizacionales. Esa relación directa con la audiencia no implica simplemente la adhesión a la imagen del candidato sino que comporta “una cierta profundidad dada por la acción pública del personaje, ofrecida por los medios también como emblema y modo de argumentación en torno a temas públicos”, de modo que es esa imagen política -que requiere como condición de viabilidad “una conexión con la experiencia de los individuos”- el estilo político que encarna, “y no una propuesta política formulada abstractamente, la que goza de credibilidad”. Sin embargo, se suele señalar como un déficit de las experiencias de este tipo la imposibilidad de construir una organización partidaria de nuevo tipo que mantenga esas ventajas comparativas, sumándoles organización territorial, desarrollo de cuadros y/o capacidad militante. 46 En líneas generales los nuevos candidatos tratan de traducir esta capacidad -cultivada- en la posibilidad de llegar directamente a los ciudadanos y concitar apoyos personales a través de mecanismos que se acercan a aquellos de tipo plebiscitario, aunque con base de acción mediática y alejados de interacciones sociales significativas. En sus interpelaciones, si bien conciben un destinatario individual, se dirigen a todos con un vocabulario presumiblemente perteneciente al hombre común y con mensajes síntesis de carácter simple, desde un tono discursivo, si bien impregnado por la marca de la personalización, centrado esencialmente en las actitudes políticas comunes más que en ejes programáticos, que reflejan a esa mayoría que conforma el promedio de la opinión pública. La plasticidad con que pueden afirmarse y encarnar los deseos de la población incluye jugar al fútbol con figuras reconocidas, rodearse de mujeres atractivas, convivir con estrellas del espectáculo y circular con soltura por ámbitos disímiles como clubes, cenas, trastiendas o sets de televisión. 47 El surgimiento de una nueva dirigencia que viene por fuera de la clase política profesional responde, según algunos autores, a una escisión entre dos procesos, “el de representación institucional de los ciudadanos en el Estado a través de los partidos por vía del voto y el otro proceso distinto de representación de la política: el simbólico y escénico frente al a población” (Landi. 1995). Ante esta última, los partidos ceden cada vez más terreno: “no tienen capacidad de construir el acontecimiento”, se repliegan sobre la representación institucional y tienden a compartir (o perder) la representación simbólica de la política en el escenario mediático, donde descuellan los outsiders de la política, figuras públicas que llegan a competir por el poder a partir de prestigios construidos en otros ámbitos; nuevos líderes provenientes de los medios de comunicación, el deporte, la música, la actuación, el campo empresario y las fuerzas militares o de seguridad. A su vez, el historiador italiano Loris Zanatta (2014) resalta que el outsider (al “parecer exento de toda contaminación con el mundo político”) presenta en sus credenciales de liderazgo “un certificado de no pertenencia a la elite política, porque es ajeno a ella o porque ha sido excluido” que -en general- se manifiesta no sólo en su estilo político, sino también en sus modos de expresarse y de vestir, en su lenguaje, en sus gustos y en sus comportamientos. 48 En las nuevas coordenadas de época, cuando todo acontecimiento es potencialmente escénico (Landi, 1995) y la imagen restituye nuevas instancias de acercamiento del político con su público que conviven con las tradicionales estructuras de intermediación al interior de los partidos, en términos mediáticos no resulta exagerado sostener que un dirigente político siempre está actuando bajo condiciones de campaña. Y es ahí donde se juegan “muchos lenguajes diferentes”, manejos de la imagen, de su combinación con las palabras, de gestos,

41

buscan ser asociados con sus capacidades individuales para la obtención de ciertos bienes públicos, subrayando el vínculo intersubjetivo que los conecta con los representados, y enfatizando que su base de sustentación primordial es su propia singularidad (expandida al equipo que lo secunda), cuyos fundamentos se remiten a factores de desempeño y características personales por sobre la adhesión a un programa específico o la adscripción a una línea determinada. Wolton (2000, p. 81) advierte, en una frase que define el alcance de la actualización de su pensamiento, que la abundancia de comunicación no garantiza que podamos verlo todo. “El progreso no consiste en tener cincuenta canales en casa”, escribe. Allí, como reverso de la multiplicación de los media, el mundo se presenta fragmentado en gran cantidad de micromundos entre sí impermeables, así como el tiempo se desdobla en infinidad de tiempos asincrónicos. ¿Qué queda del espacio público si cada grupo de interés49 “se encierra” en el consumo de las emisiones que presuntamente le conciernen por afinidad cultural? En la visión del autor, un gran riesgo para la democracia: “la indiferencia hacia el otro”. Esta consideración, aunque extrema, contiene la semilla de la que tal vez sea la insinuación más polémica que contiene Internet ¿y después?; es decir, que la computadora no es más igualitaria que la televisión, que la movilidad extrema permitida por la red no asegura más libertad ni suprime las jerarquías del saber y de los conocimientos, en síntesis, que no atenúa las desigualdades cuestionada

sino

más

televisión.

bien Y

aquí

las se

profundiza encuentra,

en

comparación

diez

años

a

la

después,

preguntándose por la vigencia del concepto de gran público como “traductor” de la ambición democrática en el orden de la cultura, esta vez en un contexto donde se cantan loas a la conectividad (¿comunicación?) one to one como máxima expresión de apropiación individual del orden simbólico contemporáneo. Wolton continúa avanzando en el mismo sentido; sostiene que no es posible afirmar que el “acceso directo” que posibilita Internet tenga consecuencias democratizantes y aboga por la reintroducción elocuencias corporales y silencios que “son leídos” por las audiencias, hasta dar forma a un personaje que se vuelve soporte de su propia trayectoria política. 49 Wolfgang Donsbach (2011) juzga que en la actualidad la sociedad “pierde su capacidad de comunicación porque ya no comparte temas de interés común, tampoco comparte criterios comunes que considera verdaderos”. Sin conocimientos compartidos, sugiere el autor, “la población sólo se interesa por aquello que la afecta personalmente”.

42

de intermediarios para garantizar la “legitimidad” de la información circulante. Pronto pasará la “fascinación” por las nuevas tecnologías y los críticos volverán la mirada (“se acordarán”, desafía) al papel fundamental que juegan los medios generalistas en una democracia. No resulta tan clara esta partición de aguas, sobre todo a la luz de las prácticas convergentes que dan cuenta de un cosmopolitismo que hace posible compartir temáticas y consensos comunes al reconocernos parte de un gran publico consumidor que gusta de los mismos mitos y objetos de entretenimiento, a la vez que se va convirtiendo paulatinamente en usuarios de redes e incorporan cotidianamente valores y normas que van dando un sentido de pertenencia al imaginario de una comunidad global. La paradoja de este tipo de sociedad es que en un mismo movimiento, la realidad se unifica y se fragmenta. No obstante, está claro que la “lógica circular”, sin centro ni referencias que articulen a diferentes grupos de pertenencia no sólo no es del agrado de Wolton sino que –desde su punto de vista- la nueva dimensión que constituye aún no alcanza para definir una unidad teórica nítidamente recortada en la nueva ecología de los medios.50 Más aún si aceptamos como válida su afirmación de que la “aplastante mayoría” de las teorías políticas, incluidas las más preocupadas por la cuestión democrática, ha ignorado por completo las problemáticas de la comunicación, pese a que en la actualidad es difícil imaginar alguna sociedad que pueda quedar fuera de este intercambio, en la cual el flujo y la circulación de la comunicación, no se convierta en uno de los sustentos de las llamadas instituciones mediadoras de lo social.

50

El individuo no está jamás solo con una máquina: está siempre en sociedad, en interacción con otros problemas, otras lógicas, otras referencias, que indefectiblemente interfieren con las tareas cognitivas, pero un imaginario que se teje como una red de intercambios simultáneos y desterritorializados, que a su vez se interrelacionan con las múltiples y desiguales condiciones de cada lugar, no puede ser regulado por un poder que se ejerce en un territorio local. En otro orden, no existe ningún lazo entre el aumento del volumen de informaciones disponible y la expansión de su utilización. Por el contrario cuantas más informaciones hay, más importantes son los filtros de los saberes y de los instrumentos culturales necesarios (en su mayoría propios de una elite) para interactuar con ella. A quienes no cuenten con estas competencias, Giovanni Sartori (1998, p. 57-58), que en su texto extiende -casi mecánicamente- a Internet algunas de las consecuencias negativas de la “primacía de lo visual”, les pronostica una “asfixia” de información que les provocará “la pérdida del sentido de la realidad”. Para el politólogo italiano, la web tiene la capacidad de reunir a todos los públicos, sólo que a diferencia de la televisión lo logra proporcionando productos a medida de diferentes intereses que apuntan a “los que quieran dialogar y buscar”, y no sólo mirar. Al fin, “cada uno se entretiene a su modo”, concluye.

43

Hacer entrar por fin la comunicación en el terreno de las grandes cuestiones políticas y sociales, ese espacio visitado desde distintas disciplinas donde se ha desarrollado una contradicción típica de la sociedad de masas, en la que existen -simultáneamente- una larga tradición cultural que valora al individuo y una cultura que jerarquiza el número, tanto en la formación de las opiniones mayoritarias como por su rol vital para la sociedad de consumo, sigue siendo una tarea pendiente. Sin dudas, si se presta debida atención a estos tópicos que siguen sin resolverse se allanará el camino para que no se instale, de manera inminente, una apresurada caracterización del homo digitalis, a la usanza de la resistida “regresión” en la capacidad de entendimiento del homo videns, sentencia que todavía espera

su

comprobación

o

la

correspondiente

desmentida.

Esa

transformación de la forma como la política se desliza por el espacio de la comunicación Manuel Castells (2009) la resume en un término: el paso de la comunicación de masas a la autocomunicación de masas como dos formas que coexisten y se articulan. De la comunicación de masas, aquella que tiene el potencial de llegar al conjunto de la sociedad y que se caracteriza por un mensaje que va de uno a muchos con interactividad inexistente o limitada, a la autocomunicación de masas, que va de muchos a muchos con interactividad, tiempos y espacios variables, controlados51. Cada vez es más habitual describir las relaciones personales y las dinámicas colectivas mediante analogías con el tipo de contacto que se establece en las redes de comunicaciones. Al fin de cuentas, una sociedad que se piensa a sí misma como una red no es la misma que la que recurría a una imaginación política fundada en continuidades donde las lealtades y el 51

Es auto porque “uno mismo genera el mensaje, define los posibles receptores y selecciona los mensajes concretos o los contenidos” (Castells. 2009, p. 88), y porque nos podemos referir constantemente a un hipertexto de comunicación, de mensajes que están disponibles y de los cuales seleccionamos y obtenemos aquellos elementos que nos permiten construir nuestro propio texto. La “condición comunicacional” de nuestro tiempo (Orozco Gómez, 2009) consiste en ese cambio fundamental por el cual como audiencias, las sociedades actuales “dejan de ser reconocidas esencialmente por su estatus y procesos de recepción, caracterizados por una muy escasa actividad manifiesta como interlocutores con el poder, para empezar a ser reconocidos por un estar y ser activos, cada vez más creativos, en la producción y emisión comunicacionales”. Es esta “condición comunicacional” la que modifica las posibilidades de transformación, de creación y de participación real posible de los sujetos audiencia desde y a partir de sus nuevas interacciones en las redes sociales. El riesgo radica, como advierte el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han (2014, p.23), en que cuando todo se hace público “bajo el dictado de la transparencia” y de la “circulación sin mediaciones” se llegue a una “unificación de la comunicación, o a la repetición de lo igual” dominada por el presente, que obture las temporalidades necesarias de la comunicación política estratégica y vuelva ininteligible toda referencia al futuro.

44

horizonte ideológico compartido desempeñaban un papel relevante. ByungChul Han (2014, p. 21) advierte que al ser el ecosistema de las redes sociales un “medio de presencia” donde cada uno quiere estar presente él mismo -y presentar su opinión sin intermediarios-, esto constituye una “amenaza general para el principio de la representación”52, dado que los dirigentes políticos comienzan a ser percibidos ya no como “mediadores”53 o “transmisores” sino como “barreras”. Junto a la política que se da en llamar “profesionalizada” discurre hoy toda una serie de procesos que asedia y/o condicionan el mundo institucional.

Ciertamente,

las

transformaciones

políticas

no

ocurren

únicamente por la competencia de sus profesionales. Una buena parte de los progresos que la política ha realizado tuvieron históricamente su origen en causas exógenas: en la sociedad hay una energía que el sistema político requiere para ejercer su función, y en las tensiones que se siguen de esta coexistencia es donde se encuentran gran parte de los condicionamientos para el ejercicio de ese poder establecido. Cuestionada desde diferentes ángulos y destotalizada en su capacidad de explicar el funcionamiento del mundo en una sociedad cuyo espacio público no puede pretender la absorción

de

todas

las

dimensiones

de

la

subjetividad,

la

política

desinteresa y sólo esporádicamente moviliza demasiadas pasiones, aunque eso no quiere decir que las demandas que tradicionalmente la interpelaban hayan desaparecido. Más bien han tomado nuevos canales de expresión y las formas de administrarlas por parte de la ciudadanía se vuelven inesperadas e imprevisibles, al punto que es posible preguntarse si lo que suele rotularse como apatía, desapego, aburrimiento o despolitización no se corresponderá con la lógica de la transformación de sociedades que, entre tantas decepciones, se han alejado de los liderazgos enfáticos y juzga la 52

Una versión actual del desencanto por los habituales procedimientos de representación deja traslucir que se ha reducido la esperanza en un cambio de naturaleza política; que a la política se le ha despojado el carácter de acción (o de facilitador) para producir cambios, expectativa que se ha trasladado -en parte- al campo socio-cultural o tecnológico. Así, la política es uno de los ámbitos que más impresión ofrece de desconcierto o paralización; tiende a dejar de ser una instancia de configuración del cambio para pasar a encarnar un lugar en el que se administra la inercia social. 53 La desconfianza (que no necesariamente implica desinterés) ante las “mediaciones” puede llevar a suponer que algo es “auténtico” o “fiable” cuando es transparente, que entonces toda representación distorsiona o encubre segundas intenciones y que en cada intermediario surge un obstáculo para la participación o la expresión genuina y sin interferencias de la diversidad de una sociedad.

45

acción política con dosis menores de entusiasmo y dramatismo54. Al fin de cuentas, interesándose más o menos por la política los ciudadanos emiten señales que han de ser interpretadas políticamente. La distancia, el compromiso débil o la cautela son también formas de decidir o de expresar un punto de vista o un grado de participación, y no necesariamente una falta de compromiso público en una ecología mediática que facilita la concurrencia de “una serie de subjetividades discontinuas sin más pasado o futuro que el de sus preferencias actuales” (Rendueles. 2014, p. 95). A medida que el efecto multiplicador de las redes sociales permite que cada participante tenga muchos vínculos difusos y discontinuos entre los

que

se

mezclan

nuevas

sociabilidades

extraterritoriales,

sujetos

autónomos sin otra expectativa que sus intereses temáticos comunes y fragmentaciones difíciles de cementar, se aleja la posibilidad de que el vector que pueda unificar tanta plasticidad provenga de la masa simbólica de la modernidad, que durante tantos años orientó vidas individuales y decisiones colectivas. No obstante, fundamentalmente por los lazos que promueven estas redes, en principio, parecieran proponer nuevas formas de participación social ligadas a una mayor horizontalidad. En esa perspectiva, serían una suerte de facilitadoras de expresiones de climas sociales, tanto en el desarrollo de estrategias para llevar adelante acciones colectivas por parte de minorías intensas como con actividades que revisten cierto carácter de espontaneidad, más móviles, reactivas y genuinas, y -por eso mismo-

menos

previsibles.

¿En

qué

punto

se

cruzan

la

crisis

de

representación y estos emergentes de afectividades e inmediatismos que cambian la forma de pensar y actuar la participación? ¿Qué hay de nuevo en estas prácticas de expresión de indignaciones y entusiasmos y qué de continuidad respecto de las formas anteriores y tradicionales? ¿Con el auge de la circulación informativa diversificada de las redes, cómo se construye 54

Aún en los casos de repolitización de la esfera pública, cabe aclarar que no todos se implican de la misma manera y que tampoco es posible (ni deseable) establecer el grado de implicación que sería adecuado. En tal sentido, no es menor la incidencia de la presencia de un condicionante tecnológico que modifica la relación de las personas entre sí, la configuración de los espacios públicos y la relación que se establece con las instancias de autoridad. Las denominadas nuevas tecnologías han puesto en marcha desde hace tiempo prácticas de desintermediación y capacitación (más horizontales, menos jerárquicas) que no podían dejar de modificar el modo de entender y practicar la política, ya sea en la configuración de una opinión pública cada vez más segmentada o bajo el formato de un potencial contrapoder atento a una capacidad de impugnación que en ciertas ocasiones logra sorprender al político comunicador.

46

hegemonía en una sociedad que se caracteriza por la desmasificación de los medios y el consumo personalizado y asincrónico de información? ¿Alcanza el

carácter

expansivo

de

esa

sociabilidad

digital

para

materializar

institucionalmente la relación formal que se establece en la fluidez de las redes? ¿Qué rasgos unifican políticamente un flash mob además de la coincidencia en el tiempo y la convergencia en un imaginario de cooperación? Es muy temprano aún para dilucidar de qué manera se comparte la lógica masiva con la lógica de las redes y hasta qué punto a través de ésta se puede reconstruir cierto sentido social compartido u ordenar su dispersión. En todo ello, la información -ahora más rápida, polifónica y fragmentaria- tiene un peso central (Castells. 2009), al punto que constituye una representación de la vida en común como una categoría conceptual definida por sus propiedades abstractas55 que une a individuos desde una cultura de la virtualidad real (Maldonado. 1994) y por la transformación de los cimientos materiales de la vida, el espacio y el tiempo mediante la constitución de un espacio de flujos dinámicos e impredecibles, que -en parte- conduce a fortalecer la impresión de habitar un mundo que se retransmite en directo56, al imperio de la inmediatez, y -al reivindicar la actuación en vivo- sirve para interpretar como artificio las mediaciones institucionales que se elaboran para posibilitar la convivencia. Entonces, lo que llamamos agenda se vuelve, cada vez más, un recuerdo de otros tiempos sociopolíticos ya que la intensificación de nuevas formas de 55

Convencionalmente entendemos que la representación es una instancia de sintetización, un proceso en el que se van configurando los compromisos gracias a los cuales una sociedad puede actuar como una sin olvidar (ni prescindir de) su pluralidad constitutiva. El principio deliberativo de la política permite, entre otras cosas, que la sociedad adquiera una cierta distancia respecto de sí misma que le permita examinar críticamente sus prácticas. En el modelo republicano de esfera pública lo que está en un primer plano no son los intereses de los sujetos o visiones del mundo incompatibles, sino procesos comunicativos que contribuyen a formar y transformar las opiniones, intereses e identidades de los ciudadanos. El fin de tales procesos no es “satisfacer intereses particulares o asegurar la coexistencia de diferentes concepciones del mundo”, sino elaborar colectivamente interpretaciones comunes de la convivencia (Habermas. 1981). Pero, cuando cada uno tiene su experiencia informativa personalizada se tiende a perder la materialización de la idea de lo que podríamos llamar lo masivo, lo compartido, esa dimensión tan comunitaria y de agregación ligada al concepto de opinión pública. 56 Omar Rincón (2008, p. 6 y 7) señala que este nuevo sistema se basa en el líder que “actúa una democracia en directo, sin intermediarios. Y precisa: “De los estadistas pasamos a celebrities que „vienen investidos‟ por los medios de comunicación” y generan “emoción mediática”. En su hipótesis narrativa, entre encuestas y rating, la política es, entonces, “un asunto de personas, individuos, imágenes y actuaciones”. En síntesis, hacer política y gobernar hoy significa “promover, vía la comunicación, una conciencia colectiva emocional de estar mejor, un relato de mejoría colectiva, un ideal creíble de futuro”.

47

producción, circulación y consumo de información lleva a que sea más fácil hablar de una competencia heterónoma de agendas que de armar y/o estabilizar una agenda de temas públicos coherente y estructurada que englobe a una gran parte de la ciudadanía, con la coexistencia de quienes buscan participar en temas colectivos con el objetivo de otorgarse visibilidad a sí mismos y de interactuar con usuarios de intereses y opiniones similares. No es la primera vez que la política -en toda la amplitud que concierne a este término- sufre asedios que cuestionan o resquebrajan algunos de sus pilares tradicionales. “Basta con fijarse en las mutaciones que caracterizan el último cuarto del siglo XX para darse cuenta de que la noción misma de política rebasa ampliamente la noción de los modos de gobierno y abarca todo un conjunto de procesos que desembocan en la desestructuración y en la recomposición de formas históricas que parecían insuperables”, sostiene Marc Abèlés (1997). No obstante, en esta ocasión convergen factores tecnológicos y culturales y una nueva figura del ciudadano, un amateur que se informa por sí mismo, expresa abiertamente su opinión y desarrolla nuevas formas de compromiso, a la vez que tiende a construir mediaciones menos rígidas, indaga sobre nuevas instancias de legitimación

y

desconfía

tanto

de

los

representantes

como

de

los

procedimientos. Probablemente esto indica que es posible repensar la política en sociedades bastante desinstitucionalizadas, cuyos conflictos no tienen la función estructurante del conflicto social tradicional y donde las demandas

ciudadanas

no

encuentran

fácilmente

su

cauce

en

la

representación clásica, a partir de una transformación que, pese a los riesgos, no necesariamente se deslice a través de una cosmovisión antipolítica sino como un desafío de concebirla y practicarla de otra manera57. Al fin, si toda política -en su dimensión de narración ritualizada5857

En esto juegan un papel decisivo las redes sociales, que han liberado energías de movilización, comunicación e instantaneidad, pero que suelen ser un mundo desestructurado en el que las personas se acercan entre sí de una manera difícil de sistematizar a la par de que se percibe (sea en la ciudadanía activa o en la sociedad despolitizada) un deslizamiento de las expectativas sociales, alejadas lo que habitualmente cabe esperar de la política convencional, donde el entusiasmo por las formas alternativas de acción social expresa más la institucionalización de la desconfianza que un intento de huir de la lógica política. Una de las novedades en los movimientos sociales es, precisamente, que no esperan a ser atendidos por los poderes públicos, simplemente actúan entre pares: se participa para hacer, no para discutir cómo y quién hará. Con otro entendimiento de la participación política, lo hacen, a menudo, sin pasar por las instituciones, aunque luego se las encuentren en formato

48

se transforma en hechos comunicables y siempre que haya política habrá (al menos, potencialmente) comunicación (Elizalde y Riorda. 2013), entre personalismos,

coaliciones

inestables,

partidos

de

fronteras

porosas,

fascinación por la espontaneidad y lógica de entretenimiento, la debilidad de la política -vulnerable a las presiones de cada momento y atenta fundamentalmente a los vaivenes del corto plazo y las representatividades evasivas- se pone en evidencia en una conversación compleja, muchas veces dispersa y distractiva, producto de un choque de dos directos: alejados de la apatía generalizada, el político discurre en el set de televisión mientras una minoría intensa de la audiencia tuitea, no necesariamente sobre los mismos temas. Bibliografía - ABELES, Marc (1997). “La antropología política: nuevos objetivos, nuevos objetos” en Revista Internacional de Ciencias Sociales, Nº 153, UNESCO. Consulta electrónica 14 de agosto de 2014: (http://www.unesco.org/issj/ rics153/titlepage153.html). - ACHACHE, Gilles (1992). “El marketing político” en Ferry Jean Marc Wolton, Dominique y otros, El nuevo espacio público, Editorial Gedisa, Barcelona. - ARENDT, Hannah (1997). ¿Qué es la política?, Editorial Paidós, Barcelona. - BALANDIER, Georges (1994). El poder en escenas. De la representación del poder al poder de la representación, Paidós, Barcelona. - BOURDIEU, Pierre (2000). “El sondeo, una ciencia sin sabio” en Cosas dichas, Editorial Gedisa, Barcelona. - BOURDIEU, Pierre (1997). Sobre la televisión, Editorial Anagrama, Barcelona. regulación. Lo que está aún por ver es si esa creciente autonomía y voluntad de acción directa puede ir más allá de ser complementos o sustitutivos temporales de la falta de capacidad de acción de los partidos tradicionales. 58 Es interesante comparar el modo en que se imagina y se habla de política hoy con las formas en que se hacía hace dos décadas. La pluralidad -como construcción simbólica para situarnos con sentido en el mundo- se ha vuelto no sólo un objetivo democratizador, sino un horizonte indispensable para atender la diversidad de demandas y la diversidad de escalas, a veces difícilmente coexistentes, en la misma sociedad. Al emplear la comunicación política de manera cada vez más intensiva tramas de ficción para hacer inteligible la vida política, escenas, entornos y relaciones se reformulan de manera evidente marcando nuevas formas de regulación de la vida social asociadas a esas nuevas narrativas que van dando lugar a nuevas metáforas y mitologías políticas, alejadas de los relatos fundacionales que durante décadas operaron como soporte de la nacionalidad y organizadores de las diferencias.

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