Refranes y tradiciones en la obra de Ricardo Palma

July 3, 2017 | Autor: Isabelle Tauzin | Categoría: Ricardo Palma, Tradiciones peruanas, Paremiología, Refranes, Novela Peruana Del Siglo XIX
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Descripción

REFRANES Y TRADICIONES
EN LA OBRA DE RICARDO PALMA


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Palabras claves: Ricardo Palma, tradiciones peruanas, refranero, refranes,
paremiología

No hay refrán que no sea verdadero (Gonzalo Correas)

La labor de paremiólogo de Palma no ha suscitado muchos
interrogantes, aparece como una evidencia al leer las Tradiciones
peruanas, pues éstas presentan una profusión de dichos[1]. Esa afición
sin embargo tiene una historia y, como se verá más adelante, no
siempre coincide la realidad lingüística con la impresión producida
por la lectura inmediata.
Desde los albores del romanticismo, refranes e idiotismos fueron
estimados y rescatados por los estudiosos del folklore como reflejo de
la idiosincrasia del pueblo, traducción genuina de lo autóctono,
prueba fehaciente del genio de la lengua. La obra de recopilador de
Palma se inscribió en esa tendencia investigadora del siglo pasado que
tuvo por iniciadora en España a la novelista Fernán Caballero,
interesada por proverbios y chascarillos andaluces; luego en 1872
salió en Madrid el Libro de los Refranes y entre 1874 y 1878, José
María Sbarbi editó un Refranero general español organizado en no menos
de diez volúmenes; por otra parte la Real Academia había emprendido la
recuperación del refranero de Correas (1611) culminando esa tarea en
1907.
Pese a la abundancia de materiales y a diferencia de los numerosos
testimonios históricos citados en las Tradiciones, también a
diferencia de la práctica de Juan de Arona, quien remitiera a una
amplia bibliografía lexicográfica, Palma se abstuvo de indicar alguna
fuente de paremiología hispánica, quedando como única referencia el
diccionario de la Academia. Este detalle puede dar en creer que los
dichos insertados en las Tradiciones son peruanos de pura cepa.
La edición Aguilar ofrece un recuento de 521 dichos, refranes y
sentencias para el conjunto de las 453 tradiciones. Si bien aquel
número no se ha de comparar con los miles de proverbios recopilados en
refraneros y sólo arroja un saldo de un refrán por tradición, el
estudio pormenorizado del aporte palmista exigiría un espacio mayor al
que nos atenemos.
Por eso procederemos por partes, limitando aquí el corpus a la punta
visible de aquel iceberg, o sea a las tradiciones cuyos títulos son
refranes y sentencias[2]. Se postergará para etapas posteriores el
examen de los refranes interpolados y el caso de las tradiciones
tituladas con modismos, aunque Palma usó la palabra "refrán" en un
sentido amplio y escasísimas veces recurrió al término "dicho" [3],
considerando que éstos y aquéllos constituían un solo conjunto.
Para deslindar nuestro campo de investigación recordaremos por
último qué características formales permiten la identificación de un
refrán y de una sentencia[4]:
1. a diferencia de los modismos (p.e. "sabio como Chavarría"), el
refrán y la sentencia gozan de autonomía verbal y presentan una
estructura repetitiva con algunos rasgos fijos[5];
2. a diferencia de las sentencias, sólo el refrán tiene un carácter
metafórico o analógico con significado figurado;
3. tanto como las sentencias, el refrán incluye un mensaje moral.
Simetría, analogía y función normativa son los tres elementos que
se han de recordar para identificar las paremias.
Determinados estos rasgos, vamos a proceder primero a un análisis
cuantitativo de los títulos conformados por refranes y sentencias;
luego, entre esos títulos de tradiciones peruanas, analizaremos qué
vínculos existen con el refranero español y, en una tercera parte,
terminaremos separando dónde está lo peruano y dónde radica la
invención palmista, labor no siempre evidente dados el ingenio
confabulador y el arte de fingir del tradicionista. Al fin y al cabo,
el aporte de Palma será más significativo que el legado popular.


1. Los títulos de las tradiciones
En el conjunto de la obra palmista, el estudio de los títulos de
las tradiciones es revelador de una evolución del escritor. La primera
serie presenta una estructura uniforme con predominio aplastante de
sintagmas nominales ("Palla-Huarcuna", "Mujer y tigre", "El
nazareno"...): la única excepción es la tradición titulada "¡Pues
bonita soy yo, la Castellanos!", exclamativa cuyo significado aclara la
tradición y que justamente está definida como un refrán.
En la segunda serie (1874) se observa ya una liberación del cepo de
la nominación con tres títulos configurados por oraciones
independientes ("¡A Iglesia me llamo!", "¡A la cárcel todo Cristo!",
"Nadie se muere hasta que Dios quiere"...), lo que dinamiza el conjunto
en que se insertan. Ahora bien, un solo título corresponde a un refrán
("Nadie se muere hasta que Dios quiere[6]"). Se trata de unos
experimentos estilísticos que el escritor va haciendo con suma
cautela.
Con la tercera serie publicada al año siguiente se acelera el
proceso de diversificación y resaltan los títulos con forma aparente de
refranes ("Puesto en el burro...aguantar azotes", "Carta canta",
"Después de Dios, Quiróz", "Cada uno manda en su casa", "Tras la
tragedia el sainete"). El equilibrio rítmico es evidente en tales
frases, así como parece serlo la existencia de un segundo significado
aludido por analogía. El carácter elíptico alienta la lectura y sólo
ésta corroborará o denegará la dimensión refranesca sugerida por la
estructura del título.
Un ejemplo de anfibología es la fórmula "Después de Dios, Quiróz"
que remite al mote de una familia de muy antigua nobleza, pero esa
explicación sólo interviene al final después que se ha verificado la
bondad sobrehumana del personaje llamado Quiróz, lo que ha favorecido
una interpretación de tipo proverbial del título. Bajo la pluma de
Palma, la forma elíptica a imitación de los refranes, es un pretexto a
la invención literaria. Como poeta, amigo de rimas y ritmos, el
tradicionista se complace creando paralelismos y sugiriendo vínculos
luego desbaratados. Engañado por el juego de la rima, el lector
confunde refrán y aviso publicitario ("De esta capa nadie escapa"),
refrán y estribillo ("Cosas tiene el rey cristiano/ que parecen de
pagano"), el quid pro quo sólo termina con el desenlace de la
tradición. Esos malabarismos verbales consolidan dichas formulaciones
pues por la simetría y la homofonía quedan grabadas en la mente del
lector.


Después de 1883, Palma fue renunciando a la forma refranesca;
disminuyeron las tradiciones tituladas con proverbios y acabaron
siendo excluidas de las dos últimas series (9a y 10a) cuando el
escritor ya había llegado a dominar los recursos más inasibles de la
lengua popular. Aunque sólo unas veinte tradiciones se titulen con
refranes y sentencias, en sí son para nosotros perfectas muestras de la
variedad de la obra palmista, libre de moldes, paradigmas y demás
ataduras.


2. El legado hispánico
Curiosamente el cotejo de los refranes que sirven de títulos da un
saldo numérico favorable a la península, una verdadera contradicción
cuando se recuerda que la obra palmista se denomina Tradiciones
peruanas.
Expresiones como "No hay mal que por bien no venga", "Cada uno
manda en su casa", "El que espera desespera", "El hábito no hace al
monje", "Si te dieren hogaza, no pidas torta", "Comida acabada, amistad
terminada" fueron recopiladas siglos atrás en España y son tan
conocidas que su significado ha dejado de ser misterioso. En tales
casos, como lo hiciera Erasmo, Palma proporciona un exemplum que ha de
ilustrar el proverbio elegido como título y convencer al lector. El
relato desempeña entonces un papel demostrativo exponiendo de modo
concreto la validez o inadaptación de la paremia española en el Perú.
La tradición con la moraleja que incluye entronca con el género de la
parábola.
Los personajes de esa clase de tradiciones son figuras del común, a
menudo anónimas, enfrentadas a situaciones de la vida cotidiana (un
zapatero obligado por el hambre a abandonar a su hijo, un sacerdote que
compite con otro, un marqués con un corregidor...). En un solo caso el
protagonista goza de una identidad precisa: se trata de las
tradiciones[7] que ponen en escena al conquistador Francisco de
Carbajal y la diferencia es significativa pues el habla sentenciosa
caracteriza al personaje, ser imprevisible y enigmático. La meta de las
tradiciones con Carbajal no es la ilustración de los refranes sino la
representación de una figura histórica. Amigo de los dichos pero parco
de palabras, Carbajal no puede ser víctima de la manía cómica que
aqueja a otros personajes y les hace ensartar refranes ("Los pasquines
del bachiller Pajalarga", "La gran querella de los barberos", "La
victoria de las camaroneras"...). Inhumano, está por encima de esas
debilidades sanchopancescas.
Dejada de lado esa excepción, la vaguedad de los refranes españoles
seleccionados como títulos, cercanos a aforismos, está compensada por
la anécdota situada con precisión en un marco peruano que no se limita
a Lima sino que corresponde también a otras ciudades (Piura, Ica,
Arequipa...). Unas cuantas palabras cuidadosamente puestas de relieve
con bastardillas confirman la peruanidad de la anécdota[8]. Incluso
puede darse un verdadero desfase entre la indeterminación del título y
lo pormenorizado y localista de la tradición como por ejemplo en "Haz
bien sin mirar a quién".
Esta expresión de la moral cristiana fue recopilada en el refranero
de Correas bajo la forma "Haz bien y no mires a quién; haz mal y
guárdate" y su uso está muy difundido. El marco de la tradición escrita
por Ricardo Palma va a ser el súmmum de lo peruano ya que el punto de
partida es una fiesta popular celebrada en Quequeña, en las afueras de
Arequipa; los personajes están presentados con sus apodos en quechua
que los identifican de modo inequívoco con tipos populares: ahí están
"el Caroso", "el Chiro", "la Catiri" y "la Collota". Planteado ese
decorado localista, se desarrolla una acción convencional y hasta
folletinesca: ocurre un asesinato y el asesino es salvado por la madre
del muerto. El marco deja de importar, varias peripecias corroboran la
piedad de esa mujer y termina el relato con la redención moral del
criminal y la perpetuación de su recuerdo. La forma imperativa de la
sentencia ("Haz bien") prepara el silenciamiento de la instancia
narrativa. La sentencia puesta como título no reaparece en el texto que
funciona como una leyenda cristiana en la que el narrador suspende su
juicio crítico y adhiere a los sentimientos comunes de repulsa y
admiración. A pesar de que no se repite el dicho en la tradición, tanto
el título como los personajes elegidos y el género subyacente de
leyenda cristiana fortalecen la dimensión popular de la tradición.
Queda verificada la justeza del proverbio más allá de las fronteras
españolas.
No siempre es ésta la meta buscada. Ocurre también que el escritor
quiera mostrar la inadaptación de un refrán español a la realidad
peruana:
"Háme dado hoy el naipe por probar, con el testimonio de sucesos
tradicionales, que en el Perú tenemos refranes que expresan todo lo
contrario de lo que sobre ellos reza el Diccionario de la Real
Academia de la Lengua[9]".
Entonces, como lo indica la cita, en lugar de disimularse, el
narrador afirma su presencia e insiste en su aporte como filólogo
hasta el final de la tradición[10]. La tradición que da un mentís está
construida según las mismas pautas que en el caso anterior: se acumulan
primero datos históricos y espaciales que enraízan la anécdota en el
pasado del Perú. El relato de "El gozo en el pozo" pretende basarse en
una crónica pero el autor de ésta queda sin nombrar, lo que autoriza
todas las interpretaciones y abusos del cuentista.
En cuanto al significado mismo del refrán, la explicación
proporcionada por la instancia narradora (un cronista anónimo sin duda
invención de Palma) es muy elemental; estriba en el significado
inmediato del dicho: "El gozo en el pozo" refiere la alegría de la
población limeña al manar de nuevo el agua de un pozo después de
tiempos de sequía.
El mismo esquema simplista se reproduce para el segundo "refrán
mentiroso" en que un buey manso hace todo lo contrario de lo que dice
el refrán ("No hay cuidado, que no embiste") o sea embiste a un
sinvergüenza. La eficacia de ambas anécdotas radica en la imagen que
remata cada relato: el agua que surte de improviso y el hombre lanzado
por un par de astas doradas. A la manera de los cuentos populares no
interviene en absoluto la psicología; la explicación de los refranes
sólo corresponde a una concatenación de sucesos con un punto común
aquí: la referencia religiosa, lo cual no ha de extrañar tratándose de
sucesos situados en los siglos XVI y XVII. El proverbio sirve de simple
pretexto a la invención literaria y a la demostración del ingenio del
tradicionista; se trata de sorprender al lector y conseguir que acepte
lo inaceptable: la relación etimológica forjada por el escritor.
Ese proceso de manipulación con un pretexto filológico se repetirá
en las últimas series, en especial en las tradiciones escuetamente
tituladas "Refranero" y "Refranero limeño" que presentan un interés
poético muy limitado por ser más bien esbozos que verdaderas
tradiciones y contar historietas ya no situadas en América sino en
España[11] y hasta en Alemania[12].


3. Una nacionalización a ultranza
De hecho las clasificaciones operadas por el escritor no dejan de
sorprender. Algunas paremias son presentadas de inmediato como
peninsulares o no llevan ninguna mención de su procedencia. Los
refranes y sentencias que el escritor reivindica como peruanos son
escasos e incluso muchas veces su uso también ha sido registrado en
España. Así ocurre por ejemplo con "Puesto en el burro...aguantar los
azotes[13]". En la tradición que lleva ese título, desde la primera
línea se hace hincapié en lo peruano del refrán:
"El padre Calancha y otros cronistas dan como acaecido en Potosí
por los años de 1550 un suceso idéntico al que voy a referir; pero
entre los cuzqueños hay tradición popular de que la ciudad del Sol
sirvió de teatro al acontecimiento[14]".
Más adelante el tradicionista reitera la afirmación del nacimiento
en el virreinato asociando el dicho con otro evocado en el marco
peruanísimo de la conquista del Cuzco. La filiación establecida entre
ambos refranes a través de los dos supuestos inventores, padre e hijo,
da más fuerza a la reivindicación nacional del proverbio y el mecanismo
de asociación funciona como un argumento incontrovertible:
"Personaje de tanto fuste tuvo por querida nada menos que a una
ñusta o princesa de la familia del Inca Huáscar; y de estas
relaciones nacióle, entre otros, un hijo, cristianado con el nombre
de Gabriel, al cual mancebo estaba reservado ser, como su padre, el
creador de otro refrán[15]".
Otra repetición de la misma idea cierra la tradición recalcando
nuevamente la peruanidad del proverbio[16]. Así se opera un sutil
proceso de apropiación. Lo mismo puede observarse en otras tradiciones
como "Aceituna una[17]" o "Carta canta[18]":
"Leyendo anoche al jesuita Acosta díjeme: -Ya apareció aquello
[...], cata el origen de la frasecilla en cuestión, para la cual
voy a reclamar ante la Real Academia de la Lengua los honores del
peruanismo."
De manera tajante se certifica el nacimiento del dicho en el Perú,
prueba indiscutible de que el genio de la lengua también se
manifiesta en el Perú.
Para confirmar el origen peruano de un refrán suele desempeñar un
papel muy importante aunque discreto, la asociación metonímica: después
del título elíptico el narrador desarrolla una reflexión
metalingüística[19] o bien acumula una sucesión de referencias al
habla americana de manera que, por analogía, el lector está dispuesto a
admitir lo peruano del dicho. Así ocurre en "Carta canta" donde las
palabras "mitayo" y "encomendero" son definidas[20] cuando tales
aclaraciones no le hacen falta al lector limeño. La atribución de los
refranes al cronista José de Acosta apuntala la ilusión de la
realidad[21].
Como contradiciendo la afirmación de un tesoro lexicográfico por
descubrir y rescatar, no deja sin embargo de asombrar la escasa
variedad temática de los refranes supuestamente peruanos seleccionados
por Palma como títulos. Sólo otros dos títulos cumplen con los
requisitos de equilibrio rítmico, significado analógico y trasfondo
moral propios de los proverbios[22]: se trata de "¡Ijurra!¡No hay que
apurar la burra!" y "¡Arre, borrico. Quién nació para pobre no ha de
ser rico !" En realidad son simples variantes de "Puesto en el
burro... aguantar los azotes", en las que la rima interna llama la
atención del lector. "¡Ijurra!¡No hay que apurar la mula!" puede ser
comparada con "No hay quien no corra su mula" recopilado en refraneros
españoles (Gonzalo Correas). Quitando el "¡Arre borrico!", "Quién nació
para pobre no ha de ser rico!" no contiene ningún misterio y se reduce
a una frase sentenciosa. Los refranes de las tradiciones peruanas son
palmistas antes que peruanos, ni la flora ni la fauna americana
enriquecen ese caudal paremiológico.
El escritor denomina refranes lo que a él le conviene y escoge
asimismo los títulos. Tal arbitrariedad se puede observar con las
formulaciones "¡Pues, bonita soy yo la Castellanos!" y "¡Que repiquen
en Yauli!". Recordemos cómo insiste el cuentista en la naturaleza
refranesca de ambas oraciones:
"A un viejo que alcanzó los buenos tiempos del virrey Amat, se me
pasaban las horas muertas oyéndole referir historias de la Marujita
y el me contó la del refrán que sirve de título a este artículo".
"Y tanto dio en repetir el estribillo que se convirtió en refrán
popular, y como tal ha llegado hasta la generación presente[23]".
"voy a contar, con el auxilio de documentos oficiales que a la
vista tengo, el origen del refrán contemporáneo ¡qué repiquen en
Yauli!"
"Desde ese día nació la tan popular frase ¡Que repiquen en
Yauli![24]"
Lo que de entrada se presupone es que ambas tradiciones van a
remontar a los orígenes del refrán o sea al momento preciso en que
fuera pronunciada por primera vez la frase proverbial. Esta
recuperación etimológica contradice de por sí la naturaleza refranesca
del dicho ya que la indeterminación del enunciador es una de las
características de los refranes y sentencias: forman parte de la
tradición popular y se desconoce la fecha de su aparición. Las
tradiciones "¡Pues, bonita soy yo la Castellanos!" y "¡Que repiquen en
Yauli!" remiten al contrario a unas circunstancias precisas y señalan a
un individuo como creador del dicho: el general Miller, héroe de la
Independencia, sería el autor de "¡Que repiquen en Yauli!", María
Castellanos, personaje de identidad discutible, habría puesto de moda
"¡Pues bonita soy yo la Castellanos!". Así hubiera ocurrido también
con "Pico con pico, ala con ala" pronunciado por San Martín.
En realidad a lo que nos enfrentamos aquí es a un abuso de
autoridad de parte del escritor quien confunde frase histórica y
refrán. En otras tradiciones no se producirá tal quid pro quo si bien
toda la tradición se encaminará hacia la exposición de una frase
presentada como histórica[25] es decir pronunciada por un personaje
histórico. Las expresiones "¡Pues, bonita soy yo la Castellanos!" y
"¡Que repiquen en Yauli!" carecen además de un equilibrio rítmico que
facilite la memorización. Su misma precisión con los nombres propios
"Castellanos" y "Yauli" contrasta con la imprecisión léxica propia de
los refranes. Podemos interrogarnos sobre el porqué de estas fallas:
¿Debilidad del escritor, muy capaz por otro lado de inventar fórmulas
refranescas perfectamente simétricas[26] ? A esta imperfección no
hallamos respuesta.


***
En el fondo, lo que importa no es la práctica lingüística ni el uso
de tal o cual refrán sino la ingeniosidad en hilvanar una anécdota en
torno de una frase. Las tradiciones con refranes como títulos son
ejemplares de las modalidades de composición del género. De entrada el
título encierra un enigma, el desarrollo va a acumular indicios de
manera que al final quedará resuelta la adivinanza planteada. La
elección de la forma proverbial implica un vínculo con la cultura y la
sabiduría popular, vínculo que el escritor crea al diseñar personajes
típicos del pueblo. Gracias a ellos la historieta tiene un final feliz
o cómico; sólo en el caso poco frecuente de héroes nobles, puede darse
un desenlace trágico[27]. De todas maneras cualquier identificación del
lector con los protagonistas de esas tradiciones resulta imposible: la
distancia social e histórica, y la ausencia de una profundización
psicológica que los humanice evita una posible confusión.
Con la tradición Ricardo Palma procura alcanzar una síntesis de la
literatura culta y de la creación popular, mezclando sistemáticamente
rasgos de ambas. Lo que terminará recordando el lector, será el título
y la imagen que lo explica todo al final. Las tradiciones peruanas
sólo aparentan acumular refranes[28] pero finalmente, ni lo son todos
los que están[29] ni están todos los que lo son[30].




ANEXO


Más vale maña que fuerza
El hombre propone y Dios dispone
Comida acabada, amistad terminada
Nadie sabe para quien trabaja
Del agua mansa me libre Dios que de la brava me libro yo
Un clavo saca otro clavo
Nunca faltó un roto para un descosido
Más vale un tomo que dos te daré
Muchas manos en la masa mal amasan
Nunca falta quien dé un duro para un apuro
Tras de [cornamenta] palos
Haz bien sin mirar a quién
Piensa mal y acertarás
Donde menos se piensa salta la liebre
El hábito no hace al monje
Las cuentas claras y el chocolate espeso
A [fullero, fullero] y medio
Lo valiente no quita lo cortés
En la boca del horno se quema [la torta mejor amasada]
Camarón que se duerme se lo lleva la corriente
La sangre no llega al río
Donde hubo fuego siempre quedan las cenizas
Quien [con fe] busca, siempre encuentra
Dime con quién andas y te diré quién eres
La letra con sangre entra
A quien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga
Con su pan se las coma
Mal de muchos, consuelo de [bobos]
Quien tal hace, que tal pague
Cada gallo canta en su corral
Estar a tres dobles y un repique
Víspera de mucha y día de nada




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[1] El presente artículo fue publicado en el Bulletin Hispanique, 2003, 1,
Burdeos, 119-131
[2] Las tradiciones que hemos revisado para este trabajo son las
siguientes:
"¡Pues bonita soy yo la Castellanos!", "Nadie se muere hasta que Dios
quiere", "A la cárcel todo Cristo", "Carta canta", "Aceituna, una", "Puesto
en el burro..., aguantar los azotes", "Esquive vivir en Quive", "No hay mal
que por bien no venga", "Después de Dios, Quiróz", "Cada uno manda en su
casa", "Quizá quiero, quizá no quiero", "Los refranes mentirosos", "Palabra
suelta no tiene vuelta", "¡Ijurra! ¡No hay que apurar la burra!"; "Haz bien
sin mirar a quien", El que más vale no vale tanto como Valle vale"; "El que
espera desespera", "¡Que repiquen en Yauli"!, "Entre santa y santo, pared
de cal y canto", "¡Arre borrico, quién nació para pobre no ha de ser
rico!", "Palabras sacan palabras", "Carencia de medias y abundancia de
medios", "Si te dieren hogaza, no pidas torta", "Comida acabada, amistad
terminada", "De esta capa, nadie escapa", "Cosas tiene el rey cristiano que
parecen de pagano", "Sastre y sisón, dos parecen y uno son", "Refranero",
"Contra pereza, diligencia", "Refranero limeño".
[3] Véase por ejemplo "¡Sabio como Chavarría!":
"La prueba de lo mucho que con Chavarría se impresionaron es el refrán que
se les caía de la boca cuando querían ponderar la travesura o ingenio de un
muchacho: ¡Sabes más que Chavarría!", Tradiciones peruanas, Madrid,
Aguilar, 1964, pág. 736.
"Lo único que de él quedó en Lima fue la memoria de su crimen en el refrán
que ya ha caído en desuso", en "Más malo que Calleja", Tradiciones
peruanas, Aguilar, pág. 902. Las cursivas son mías.
[4] Sobre la definición y caracterización de los refranes, véase Shapira,
Charlotte, La maxime et le discours d'autorité, Paris, Sedes, 1997 y
Rodegem, F, "La parole proverbiale", en Richesse du proverbe. Typologies et
fonctions, vol. 2, Suard et Buridant (ed), Lille: PUL, 1984.
[5] Estos rasgos son: construcción binaria, estilo arcaizante, rimas
internas, oración elíptica o con quiasmo; están resumidos en el libro de
Shapira, quien se inspira de los escritos de Cerquiligny, Meschonnic y
Greimas sobre las estructuras proverbiales.
[6] En la edición de 1874 "Nadie se muere hasta que Dios quiere" es la
última tradición de la serie.
[7] Son "Si te dieren hogaza, no pidas torta" y "Comida acabada, amistad
terminada".
[8] Véase en "Cada uno manda en su casa": "Lo de la fecha importa un
pepino, pues no porque me halle en conflicto para apuntarla con exactitud,
deja de ser auténtico el relato [...]. Los hijos de Nolasco recibieron [al
visitador general] con grandes festejos, loas, y mantel largo, novillos en
la plazuela, catimbaos y papahuevos, y que sé yo que otras boberías",
Tradiciones peruanas, Aguilar, pág. 793.
[9] "Los refranes mentirosos", Tradiciones peruanas, Aguilar, pág. 144-
145. Esta tradición consta de dos partes tituladas por sendos refranes: "El
gozo en el pozo" y "No hay cuidado, que no embiste". Las cursivas son mías.

[10] "bien puede la Academia echarle un remiendo al refrancito", ibid.
"El gozo salió del pozo, por más que se escriba que cayó en el pozo", ibid.

[11] Es el caso del modismo "estar a tres dobles y un repique" cuya
evocación empieza con estas palabras: "Vitigudino en Castilla era, allá en
las mocedades del festivo poeta y señor de la Torre de Juan de Abad, un
pueblo de mil vecinos", Tradiciones peruanas, Aguilar, pág. 1182.
[12] Véase "salir con un domingo siete", Tradiciones peruanas, Aguilar,
pág. 1186: "En una colección de cuentecitos alemanes que anda en mano de
los niños, refieren que hubo una aldea en la que todas las mujeres eran
brujas, y por ende celebraban los sábados, congregadas en un bosque, la
famosa misa negra, a que asistía el diablo disfrazado de macho cabrío".
[13] Véase Iribarren, José María, El porqué de los dichos, Madrid, Aguilar,
1962, pág. 277.
[14] Tradiciones peruanas, Aguilar, págs. 218-221.
[15] Ibid. Las cursivas son mías.
[16] "Tal es el origen del refrán que algunos cambian con este otro: Puesto
en el borrico, igual da ciento que ciento y pico", ibid.
[17] "Cuentan varios cronistas, y citaré entre ellos al padre Acosta [...]
que a los principios, en los grandes banquetes, y por mucho regalo y
magnificencia, se obsequiaba a cada comensal con una aceituna. El dueño del
convite, como para disculpar una mezquindad que en el fondo era positivo
lujo, pues la producción era escasa y carísima, solía decir a sus
convidados: caballeros, aceituna, una. Y así nació la frase", "Aceituna
una", Tradiciones peruanas, Aguilar, pág. 171.
[18] "Carta canta", Tradiciones peruanas, Aguilar, págs. 146-148.
[19] "Hasta mediados del siglo XVI vemos empleada por los más castizos
prosadores o prosistas castellanos esta frase: rezan cartas, en la acepción
de que tal o cual hecho es referido en las epístolas", ibid.
[20] "Y pues he empleado la voz encomendero, no estará fuera de lugar que
consigne el origen de ella. En los títulos o documentos en que a cada
conquistador se asignaban terrenos, poníase la siguiente cláusula: 'Item se
os encomiendan (aquí el número) indios para que los doctrinéis en las
cosas de nuestra santa fe", ibid.
[21] Pese a las aseveraciones dadas en "Aceituna una" y "Carta canta" no
he hallado en las obras de José de Acosta ninguna cita de los dos dichos.
[22] Dejamos de lado "Esquive vivir en Quive" ya que ese "refrancillo
popularizado hasta principios de siglo" según Palma no entraña un segundo
sentido sino que remite a un pueblo determinado (Quive) víctima de una
maldición; asimismo "Sastre y sisón dos parecen y uno son" no funciona por
analogía sino que alude a la mala fama de los sastres; además, en la
tradición el dicho no tiene un creador anónimo pues Pizarro es presentado
como el que hubiera pronunciado esa frase.
[23] "¡Pues bonita soy yo, la Castellanos!", Tradiciones peruanas, Aguilar,
págs. 651-652.
[24] "¡Que repiquen en Yauli!", Tradiciones peruanas, Aguilar, págs. 1060-
1062.
[25] Esto es notorio en varias tradiciones dedicadas a la Independencia
como "Con día y ollas venceremos" o "Pan, queso y raspadura".
[26] Es el caso por ejemplo de "Entre santa y santo pared de cal y canto".
[27] En "Palabra suelta no tiene vuelta", una joven de la aristocracia mata
a su esposo que la ha insultado; en "El que espera desespera", muere en la
cárcel un marqués que tuvo la desgracia de ofender a la autoridad.
[28] El interés por los dichos fue compartido por Manuel González Prada,
quien reunió en uno de sus cuadernos numerosísimos refranes españoles,
véase "Los refranes y la religión", El tonel de Diógenes, Obras, t. 1, vol.
2, Lima, Petroperú, 1985, pág. 96 y siguientes.
[29] En el anexo reproducimos una lista de 31 refranes y sentencias hoy en
uso en el Perú y entresacados del total del de 521 recopilados en la
edición Aguilar. Como se observará muchos no son propios del Perú sino que
son proverbios bíblicos difundidos en toda la cultura occidental. Los
corchetes señalan una variación.
[30] El duque de Frías citado por Palma en más de una oportunidad por su
Deleite de la discreción refiere una anécdota y un refrán que hubieran de
ser poco gratos para los arequipeños y que Palma probablemente por no herir
susceptibilidades, no recogió:
"Es Arequipa una ciudad de gran pobreza en el Perú, y de tal vanidad en
sus vecinos, que por ella se dice aquel proverbio: De dones, pendones,
y muchachos sin calzones. Sucedió que llegando a apearse en la posada
cierto religioso grave, vio a un mozuelo hecho andrajos, y díjole: Ha
mancebo, tenme este estribo. Respondióle enfurecido: ha padre, ¿sabe
que habla con D. N. de Tal y Tal? arrojándole millones de apellidos. A
que dijo el religioso: pues señor don Fulano de Tal y tal y tal, V. Md.
se vista como se llama, o se llame como se viste",
Floresta general, Madrid, 1911 (1a ed. 1743), Sociedad de Bibliófilos
madrileños, t. 2, pág. 169.
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