Problemas teórico-metodológicos para la reconstrucción de la identidad étnica otomí en tiempos pre-aztecas

June 22, 2017 | Autor: M. Guevara Chumacero | Categoría: Aztecs, Archaeology of ethnicity, Otomíes
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Identidad étnica otomí en tiempos pre-aztecas

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Guevara, Miguel, “Problemas teórico-metodológicos para la reconstrucción de la identidad étnica otomí en tiempos pre-aztecas”, Ponencia presentada en XII Congreso Nacional de Estudiantes en Ciencias Antropológicas, Querétaro, Junio 2002

Problemas teórico-metodológicos para la reconstrucción de la identidad étnica otomí en tiempos pre-aztecas Miguel Guevara ENAH Resumen: Este trabajo se enfoca a señalar algunos problemas teóricos-metodológicos para la reconstrucción de las identidades étnicas prehispánicas, las cuales estuvieron caracterizadas por intensas competencias faccionales en donde la etnicidad tuvo un papel central al proveer una serie de principios para organizar a los individuos en grupos, legitimando el acceso a recursos y creando relaciones jerárquicas entre ellos. En esta ponencia se examina precisamente, por medio de información etnohistórica en contraste con los datos arqueológicos, la persistencia y modificación de la identidad étnica otomí y el papel que jugaron estos grupos en el desarrollo político local dentro de las comunidades del norte de la cuenca de México en tiempos pre–Aztecas.

Etnicidad en los altépeme rurales aztecas El estudio de los documentos históricos ha permitido conocer la composición étnica de las poblaciones asentadas en el norte de la cuenca de México (Palma, 2000; Palma y López 1998), una importante región que estuvo bajo el dominio de la Triple Alianza. Soustelle reconoce a esta área como la región central en la que se extiende la familia otomí-pame en el México central. Un documento que proporciona información acerca de esta área, es la Descripción del Arzobispado, publicada por García Pimentel y escrita hacia 1570, respondiendo al mandato del Arzobispo de México. Así, a la llegada de los españoles se han distinguido dos categorías de poblaciones, aquellas en las que se hablaba otomí y aquellas en las que se hablaba principalmente náhuatl (Soustelle, 1993: 475). No obstante, la configuración étnica del altiplano central observada a la llegada de los españoles, y reportada en documentos tardíos como la Relación del Arzobispado, es el resultado de un largo proceso histórico, y no como se ha tratado ahora de caracterizar

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(Sterpone 2001) como un proceso estático sin mayores transformaciones en la dinámica étnica a lo largo del tiempo. La relación del Arzobispado señala como las comunidades estaban en un claro proceso de aculturación. El otomí para esta fecha había perdido terreno frente al náhuatl la cual tendía a imponerse como lengua común. Así, la relación del Arzobispado nos dice que en Huitzila “los Otomíes que hay casi son nahuas”, en Zapotlán “son nahuas y otomís casi mediados, y los otomís entienden mucho la nahuatl”, en Tizayuca, “las lenguas que hay son nahuas y otomíes, y muchos de los otomíes saben la mexicana” (Sostelle, 1993: 476-477). Pero, ¿a qué se debe este marcado retroceso o proceso de aculturación del otomí que registran estos documentos? Soustelle sugiere, con acertada razón, que una de las causas que contribuyó a este proceso de desaparición del otomí ante el náhuatl en el área central fue el empleo del náhuatl por parte de los misioneros y administradores, la cual era empleada como la lengua para evangelizar y que contribuyó a la acentuación de la nahuatización de los otomíes de esta región. La segunda causa que contribuyó a este proceso de aculturación fue la llegada de grupos nahuas emigrantes de la cuenca de México. La expansión de la Triple Alianza debió propiciar la migración y colonización con pobladores del área nuclear mexica que se tradujo en una mayor expansión de la lengua náhuatl (García, 1999: 45). De acuerdo con la información que nos proporcionan los documentos, al parecer esta zona comenzaba a formar parte de lo que Pollard (1994: 82) llama zona de asimilación activa. Esta área fue absorbida en la expansión del Estado mexica, ya que varios de los recursos básicos para la identificación de la élite, especialmente algunos bienes de riqueza, eran tributados de esta zona (Palma 2000). Así, los documentos del siglo XVI señalan que la Triple Alianza manejó a través de la colonización y la aculturación la imposición de su lengua en esta zona, lo cual contribuyó a que las poblaciones locales comenzaran a similar la identidad mexica. La colonización otomiana del norte de la cuenca de México Si esto fue así, entonces en esta área con anterioridad al inicio de este proceso de aculturación, en la cual comienza la aceptación étnica nahua, debió prevalecer un poblamiento indígena dominado por los grupos otomianos. Esta proposición sobre el carácter étnico sugerido por los documentos puede ser evaluada arqueológicamente.

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Si reconocemos que había una organización territorial otomí en el área norte de la cuenca de México, debemos entonces preguntarnos qué cultura material existía en la región antes del impacto imperial mexica y que nos permita identificar a estos grupos otomíes. Los reconocimientos de superficie de los asentamientos en el área norte de la Cuenca de México a cargo de Sanders en el Proyecto Cuenca de México, revelan que este momento de configuración étnica otomí de la región está estrechamente asociado a las ocupaciones caracterizadas por una ocupación relacionada al consumo de cerámica del Complejo Tollan del área de Tula. En este sentido, podemos plantear el supuesto hipotético que la ocupación asociada a consumo del complejo cerámico Tollan en esta región debió estar vinculada a la organización territorial de una comunidad otomí. Documentos históricos como aquel relatado por Torquemada nos dice “las Provincias de Xilotepec y Tula que eran su riñón” (de los otomies) (citado por Sostelle, 1993: 475), en tanto que interpretaciones simbólicas y analogías etnolingüísticas apuntan que la región de Tula estuvo habitada por hablantes de lenguas proto-otomangues desde por lo menos 200 d.C. (Torres, et. al. 1999:73). De acuerdo con los materiales cerámicos de superficie que reporta Sanders, las evidencias más tempranas de un poblamiento extensivo en esta área que manifiesta vínculos con Tula datan de la fase Corral Terminal. El inicio de este evento, que podemos ubicar entre 900-950 d.C., coincide con la primera ocupación extensiva de la región, la cual además mostraba una compleja jerarquía regional, lo cual puede ser un indicador de que la región es incorporada en el sistema sociopolítico y económico tolteca. En este caso no reconocemos ninguna expresión cultural local, sino por el contrario, la cultural material es la misma encontrada en Tula. Sugerimos que lo que está sucediendo en el área norte de la Cuenca de es un proceso de colonización del norte de la cuenca a partir de población otomí originalmente residente en el área de Tula. Y este debió ser precisamente el origen de las comunidades otomianas de esta región de la cuenca de México. No obstante, resulta importante preguntarnos a partir de cuándo, y quizás más significativo aún, porqué comenzó a generarse el fenómeno de aculturación y de

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diversificación étnica que registran los cronistas durante el siglo XVI (Brumfiel, 1988: 132133). Para encontrar esta respuesta debemos dirigirnos a los tiempos pre-aztecas. Etnicidad y competencia faccional en tiempos pre-aztecas Para entender los proceso que ocurrían durante este momento en el norte de la cuenca de México, es necesario precisar las características de la etnicidad. Los grupos étnicos son considerados como una forma de organización social, a partir principalmente de una autoadscripción y la adscripción por otros. Una adscripción categorial se vuelve una adscripción étnica solamente cuando clasifica a una persona de acuerdo con una identidad básica determinada por su origen y su formación. Pero en la medida en que los individuos utilizan las identidades étnicas para categorizarse a sí mismos y a los otros, con fines de interacción, es entonces cuando forman grupos étnicos en este sentido de organización (Barth, 1976: 15). Para autores como Cohen (1974: 92) un grupo étnico es una colectividad de personas que comparten algunos patrones de comportamiento normativo, o cultura, y forman parte de una población mayor, interactuando dentro de la estructura de un sistema social común como el Estado. El término etnicidad se refiere entonces al grado de conformidad de estas normas colectivas en el curso de la interacción social. Hay autores que entienden que la identidad étnica fue definida como una estrategia que se desarrolló en respuesta a la competencia por los recursos. Bajo este punto de vista, la identidad étnica provee un medio para reclamar derechos y definir obligaciones para los individuos como miembros de grupos sociales en competencia. Así, la identidad étnica y el conflicto étnico resultan una situación de competencia por los recursos (Brumfiel, 1994: 89). En la actualidad existe una amplia literatura que demuestra como bajo ciertas circunstancias, algunos grupos de interés explotan partes de su cultura tradicional para articular funciones informales de organización que son usadas en la lucha de estos grupos por el poder dentro de la estructura de organizaciones formales (Cohen, 1974: 91). La etnicidad es el resultado de la interacción intensa entre diferentes grupos culturales sobre nuevas posiciones estratégicas de poder. La etnicidad, según Cohen, es fundamentalmente un fenómeno político, ya que los símbolos de la cultura tradicional son usados como mecanismos para la articulación de alineaciones políticas. Es un tipo de interés informal agrupado. No forma parte de la

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estructura formal del Estado, ya que si un grupo étnico fuera formalmente reconocido por un Estado, entonces ya no sería un grupo étnico, sino una provincia o una región. En este sentido, debemos hacer énfasis en el hecho de que los grupos étnicos son categorías de adscripción e identificación que son utilizadas por los individuos y tienen la característica de organizar la interacción entre los individuos mismos (Barth, 1976: 10). La etnicidad puede tener entonces como objetivo el asegurar recursos en la competencia con otros grupos étnicos o resistir la dominación de un Estado. Es en este sentido que la etnicidad está frecuentemente ligada a la competencia faccional y el cambio político (Brumfiel, 1994: 89). Precisamente la competencia faccional en varias ocasiones se daba a través de diputas entre los grupos gobernantes sobre el derecho a la tierra, sobre la extracción de excedente y para extender las posiciones de poder y prestigio (Brumfiel, 1988: 128). Desde esta perspectiva, el faccionalismo fue expresado a través de la etnicidad. Los derechos de uso a la tierra fue legitimado por referencia a un grupo de origen mítico, una migración mítica en la que se designaba tierra para el grupo y su líder (Brumfiel, 1988: 129). Tras la caída de Tollan, que ocurrió entre 1150 y 1200 d.C., hubo una pérdida en la autoridad política de Tula, caracterizada por una quebranto en la adquisición, expansión, mantenimiento y expresión del estatus del grupo gobernante y su dominio político. Esta situación de pérdida en la autonomía política que siguió a la caída de Tollan también ocurrió en las comunidades otomianas dependientes de Tula. La caída de Tula generó una pérdida en la autonomía local. Sin la existencia de Tula, los asentamientos administrativos son abandonados. Lo anterior se determinó debido a que los centros provinciales no se continúa ocupando en el periodo Azteca, a diferencia de la mayoría de los asentamientos del área que si mantienen una continuidad ocupacional. Para este momento los documentos nos enfatizan una relación de subordinación de estas comunidades hacia Texcoco y Azcapotzalco en una clara pérdida de la autonomía local. Como señalamos, la relación dinámica entre los grupos étnicos puede ser entendida a través de los estudios de aculturación. Como se puede observar, en la dinámica de la aculturación tienen una importancia relevante los gobernantes locales encargados de inducir el cambio cultural. Hay que tener en cuenta que la posibilidad de introducir nuevos elementos desde fuera en sociedades altamente integradas no suele ser aceptado. Esta

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aceptación es más fácil cuando es impuesto desde dentro por individuos que proceden del propio grupo (Aguirre, en prensa: 222). El proceso de aculturación no se implementó directamente sobre la comunidad sino por medio de individuos extraídos de la misma, cuyo estatus adscrito y posición dentro de ella le permite desempeñar el papel de innovadores, de vehículo de aquellos elementos extraños que son considerados convenientes introducir y que sean factores del cambio cultural. En esta situación, estos intermediarios gozan por lo común de un elevado estatus adscrito. Además estos intermediarios pueden pertenecer al grupo dominante y poseen un conocimiento adecuado de las motivaciones que persiguen los grupos étnicos en conflicto además que manejan los medios de relación, como lo son la lengua y las vías de acceso que hacen posible los contactos (Aguirre, en prensa: 224). En estos casos un grupo étnico se ajusta a sus nuevas realidades sociales adoptando las costumbres de otros grupos o desarrollando nuevas costumbres que son compartidas con otros grupos Este fenómeno ha sido llamado tribalismo (Cohen, 1974). Este fenómeno ocurre ante una segmentación étnica, en la cual se origina una recomposición de la identidad previa a la fragmentación. Este caso nos conduce a una pregunta vital. Porqué en este escenario no hubo un rechazo a la pérdida de la autonomía local por parte de estas comunidades del Altiplano Central, y porqué, por el contrario, como parecen señalarlo los documentos históricos (Brumfiel, 1994), los seguidores de estos gobernantes locales se organizaron en grupos corporados bajo una relación claramente jerárquica y una aceptación permanente de la pérdida de una autonomía local. La respuesta es que el patronaje hacia estos gobernantes locales, fue una estrategia que les garantizó un acceso continuo a la tierra, a pesar que esta estrategia tuviera como consecuencia su incorporación a una nueva identidad étnica y que se expresó en la aculturación a través de la adquisición de una nueva lengua en esta zona (Brumfiel, 1994: 92). Conclusiones El análisis de los documentos históricos apunta que la composición étnica de las poblaciones del norte de la cuenca de México en el siglo XVI estaban formada por dos grupos coexistiendo en la región: hablantes de otomí y hablantes de náhuatl. No obstante, el náhuatl fue una lengua de reciente generalización que debió comenzar a introducirse

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durante los momentos pre-aztecas, cuando los grupos gobernantes del área comenzaron a emular la etnicidad de los grandes señoríos nahuas de ese tiempo, y que para el siglo XVI, con el surgimiento de la Triple Alianza, estaba en un claro proceso de cambio étnico, que fue lo que los cronista registraron a su llegada a estas tierras.

Bibliografía Aguirre Beltrán, Gonzalo “La región política o dominical”, El enfoque regional en antropología,

En prensa

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