Pieles de educador

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Descripción

Apellido y Nombre: Alonso, Mariela Carina
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Título: Pieles de educador
Abstract
Identidad de educador. Construcción del ser docente. Forma y reforma de la escuela. Docente productor. Autobiografía del educador. Conciencia y metacognición del rol docente. Poesía de la docencia. Tradición e innovación en la escuela. Replanteo corporativo por comunitario. Escenas espaciales y temporales del rol docente. Andanzas y desandanzas para el aprendizaje. Cambio posible. Posibilidad. Escuela viva. Germen educativo.
La joven aparecía de perfil, su rostro inclinado hacia abajo delineaba un origen oriental, quizás vietnamita o tailandés. La cabellera espesa, renegrida y abundante, como la copa de un árbol frondoso, hacía la cima de su delgado cuerpo. Se encontraba ocupada en cuclillas, revolviendo una especie de guiso o vaya a saber qué comida simple y sustanciosa, de esas que se hacen en un santiamén y que recuperan la salud, llenan la panza y salvan del frío o del calor extremo. Su brazo derecho se alzaba con el codo hacia arriba, elevado sobre la rodilla, cercana a su oreja, brazo con el que sostenía la cuchara. Es decir, oreja, codo y rodilla, próximos, en aquella posición poco habitual para cocinar. El impacto de la imagen no se encontraba en esa escena tan étnica, la de la aldeana replicando la ancestral magia junto al fuego, sino en que esta joven cocinaba acuclillada sobre la mesada estándar de una cocina de departamento, revestida con azulejos, de un diseño occidental y propio de cualquier ámbito urbano, usaba la hornalla de un anafe eléctrico y el utensilio era de plástico. La ruptura explotaba ante los ojos de cualquiera que la viera circulando por la web con insolencia arrolladora; sin embargo una nota al pie argumentaba: Puedes sacar a la chica de la aldea, pero no sacar la aldea de la chica. De inmediato una ráfaga de analogías comenzaron a procesarse a toda velocidad, como una especie de proyector paradigmático hasta enunciarse en un nuevo sintagma: Puedes sacar al maestro de la escuela pero no puedes sacar la escuela del maestro.
Hacer la escuela, enfrentar la escuela, llorar la escuela, padecer la escuela, encarnar la escuela, abandonar la escuela. ¿Cómo se sale de la escuela sin perderla? ¿Cómo puede uno perderse lejos de la escuela? ¿Cuáles son las pieles identitarias que uno puede vestir y desvestir mientras se constituye como parte de ella? ¿Cuáles son los rasgos que nos obturan en el sujeto educador? ¿Es posible ser un ciudadano de una estructura diferente, con nuevos códigos, con viejas calles que se atestan y se resisten a ser transitadas hoy? ¿Lo que no cambia, tendrá que ver acaso, con esa persistencia en querer encajar una estructura en otra, una que está caduca, que está en ruinas, que es imposible, en otra que sólo parece hacerse sueño y posibilidad en palabras, en discursos de luminosos seres inquietos?
Al proponer estos interrogantes se hace visible una zona propia que se puede pensar como el origen, el seno del hogar, el sitio seguro y acogedor, que calma porque contiene en esa comunidad cognoscible, la sustancia de las certezas. Por eso, aunque alguien se aproxime a la ventana para ver hacia fuera, o se extienda hasta la cerca del jardín, juega una especie de riesgo inventado, que sería como probar el límite de la aldea y volver temeroso al respaldo. Esto no es un verdadero riesgo, ni de odisea intelectual, tampoco ideológica, es por lo menos quizás, un anhelo, una espinilla en el pie, un saber que hay algo más allá, un despertar para empezar a escuchar las voces que otros niegan. Éste, como todo límite insinúa otro lugar, lo que desprende la peregrinación. Después de esa incomodidad de la comodidad codiciada, exigida, comienza a quemar algo adentro, la necesidad incontenible de salir del seno, de abandonar el terruño y emprender ese alejamiento. Un desprendimiento forzado, doloroso pero irresistible, un cóctel de endorfinas, lo más parecido a crecer, podría decirse. Durante esta peregrinación, hay que irse despellejando, de alguna manera desvistiendo y vistiendo, pero no como con un traje prestado, es más bien una piel que toma posesión de uno, que envuelve, resignifica, descompone y pretende demostrar todo el tiempo, un tiempo adelante, porque la peregrinación no se agota en cien o mil kilómetros. No se encuentra uno solo en ese territorio incierto, pueden percibirse en esas pieles nóveles que uno viste, tramas de otras pieles, como si de un gran género poblado y promiscuo de andares múltiples, uno se fuera apropiando y todos, a la vez, pudieran constituir esa trama elástica que soporta y a la vez impulsa, el nuevo órgano que no es el mismo para todos. Cada tanto, luego de algún trecho recorrido, una fuerza poderosa reclama con insistencia insoportable un asentamiento, pero la piel que ya respira nuevo vestido, nuevas células, nuevo ADN, se resiste y pelea; así el brazo cobra fuerzas para sostener el bastón del caminante que no lo deja empantanar su marcha; hasta que en un acto subversivo, un poco desafío y otro poco sabiduría, desiste del anclaje para desear no volver. Sí, puede hacerse algo así, hay un punto donde el salto es mayor, porque de alguna manera, allí detrás, miles de años y kilómetros detrás, está la aldea, aquel perfumado origen, el momento donde los caminantes recibieron el germen del bien, esa infancia inocente, la poesía para el idilio con el delirio de encontrarse con el sueño posible. Una locura que es tal sólo ante ojos normalizadores, los que aún están paralizados en la imposibilidad. Aquel hogar está allí detrás, pero la vida y el sueño están delante y después de haberse vestido y desvestido, afirmado y negado, reconocido y olvidado, puede uno girar la cabeza y seguir andando, porque el encierro asfixia y lo que se dice volver, ya no se puede volver, sólo se lleva el gesto de voltear, saber que está allí y hacerse vulnerable a la seducción del camino para esperar a su tiempo otros llamados.
Parece que es un buen momento para preguntarse, cuánto de la escuela quedó en uno, qué de la escuela uno elige reservarse y para qué, hasta dónde se resiste el cuero a desprenderse, cuántas inagotables pieles que harán identidades habremos de vestir para hacernos uno, una y otra vez, uno que es otro, otro que son muchos, muchos que son los de ayer y los de mañana.
Mariela Alonso






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