¡Mesero hay un avión en mi sopa!: La Aventura Culinaria Futurista

July 17, 2017 | Autor: Pedro Matos Silva | Categoría: Literature, Futurism, Literatura, Cooking, Futurismo, Cocinar, Vanguardias Artísticas, Cocinar, Vanguardias Artísticas
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¡Mesero hay un avión en mi sopa!: La Aventura Culinaria Futurista ARTICLE · OCTOBER 2013

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23 1 AUTHOR: Pedro J. Matos Silva University of Puerto Rico at Carolina 2 PUBLICATIONS 0 CITATIONS SEE PROFILE

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HOJA

UELTAS

PERIÓDICO LITERARIO  AÑO 1  NÚMERO 1  OCTUBRE 2013

Para un país que lea Cuentas

Federico Escobar Córdoba

“El acróbata”, Adyel Amat

Ramos Otero “The Girl with Endless Possibilities” El camino al cielo es un puente inexistente. Lo inventaste, Manuel, con él, las estrellas en tus manos de polvo y vía láctea. New York es un barrio al que nunca alumbra la Luna. Es mejor devolverte a casa, a la silla en pajilla de la Fortaleza y pasearte entre tumbas y tálamos: lápidas del cementerio en Norzagaray sabiendo que un hombre se vuelve mujer con el verano y que el cielo es fauces con sombreros de aguaceros y adagios donde 14 mujeres enlutadas cantamos tu canción al viento con todo menos la certeza de tu carne.

Vagar tres veces en el alma que me escribe ya pasajera, quizás, delirante en sus latidos. Y sentirme un trozo de la nada una simple guerra que olvida el viento. Morir de escritora, de versos y de poeta ¿qué tiene de locura? Sentirme cabizbajo y besar el dolor en palabras es querer sobornar a la muerte y su significado. Perder algún día mis líneas es desplazar el título de un poema, es comprender que al morir mi alma, también han muerto mis versos.

–Del libro El mal de los azares

(Sótano Editores, 2010) 1

mientras tanto exhausto y sin aire duerme el lobo

Sergio Laignelet

luego atados sobre la cama de un motel con los pantaloncitos rodeándoles los tobillos echan a llorar

Han muerto mis versos junto al agua de un poeta, han cruzado el valle de la angustia, un lago de lágrimas que anidan en su sangre. Solo soy un yo de lo inhumano. Una hoja de arena en la memoria.

Los tres cerditos caminan rumbo a sus casas vestidos con pantalón corto

“Ciertos pensamientos son plegarias. Hay momentos en que, sea cual fuere la actividad del cuerpo, el alma está de rodillas”. Víctor Hugo

Los tres cerditos

ESTA NOCHE SOLAMENTE:

Jeannette Rodríguez Colón

días después vuelven al bosque para mantener el cuento

En el zaguán lúgubre de la casa amarilla cerca de una calle olvidada en Harlem levantamos su museo entre flores con cintas de recuerdo…

Han muerto estos versos

Nada más

Estamos ante la tumba del gran ilusionista de mujeres solitarias. Los fuegos fúnebres han sido dedicados a Penélope, a Clara Gardenia y a Palmira Parés. El mar es un teatro de náufragos donde un marino italiano ha quemado un corsage de rosas negras y heliotropos.

Caperucita roja

Karen Sevilla

el lobo con destreza maniobra su ganzúa mientras ruedan manzanas desde la canasta

El Estuario. No recordaba muy bien qué era un estuario, pero el nombre le gustaba. ―Aquí la tienes ―Belinda cargaba un vaso ya servido en una mano y una jarra llena de limonada en la otra. Gustavo no la vio llegar. Recibió el vaso, que goteaba por el frío, y se tomó la limonada de un solo sorbo. Para complacerla. Belinda lo miró. Pasó la mano sobre el hombro de Gustavo. Lo vio pasarse la lengua por la boca, hacer un ruido de satisfacción, acunar el vaso vacío entre las piernas, hacer chasquidos con la lengua, entrecerrar los ojos, dejarse caer contra la mano firme de Belinda, pasar por una serie de espasmos, morir. Belinda se quitó la bata y la tiró dentro del zafacón. Reemplazó sus sandalias con unos tenis. Revisó que los nenes siguieran descansando, como ahora descansaba Gustavo. De un clóset sacó el bulto de ropa que había preparado desde hace unas semanas, cuando decidió que este esposo, como los otros, no era más que un empresario mezquino, con esa ambición de conquistarlo todo. Se llevó las manos a los oídos para sofocar los regaños de su padre, que no habían dejado de reverberar desde hacía décadas. Ante el cascabeleo de oraciones como “eres una mediocre” y “ven ahora mismo y te enseño para qué sirves”, se mordió los labios hasta hacerlos sangrar. Silencio, quería silencio. Contó el dinero de la billetera de Gustavo, lo metió en el bulto, sacó cuentas de hasta dónde llegaría con eso. No sería muy lejos. Por ahora.

Sergio Laignelet

Contracanto al poema “Estamos en la tumba del…” de El libro de la muerte de Manuel Ramos Otero

G

no la vio salir de la cocina. Tampoco la vio cuando caminó por la sala secándose las manos con la bata ni cuando descargó la bandeja sobre la mesa del comedor. Él no descuidó la pantalla de la netbook en la que sacaba cuentas. Sumaba los rendimientos de sus inversiones en la bolsa a su salario para ver si por fin podían comprarse esa casa en Isabela. Pero el olor del mofongo relleno de camarones que humeaba detrás de la netbook se filtró entre las celdas de la hoja de cálculos. Y luego vino esa risa repetitiva que a veces inundaba la casa. La mano de Belinda recorrió el hombro de Gustavo, y él logró alejarse de la pantalla, mirarla, sonreír. ―Qué calor, ¿cierto?― Belinda se abanicó con la mano. Las gotas de sudor brincaron sobre la mesa. Gustavo respondió con una sonrisa. Miró de reojo la pantalla. Estiró el cuello. Esperó hasta que la risa de Belinda se agotó. ―Sí, mi amor― le respondió. Cerró la netbook y alcanzó el plato de mofongo―. Demasiado calor. Gustavo agradeció en silencio por no tener que pasar por la menopausia, aunque le costara diez años de expectativa de vida. ―Oye, casi se me olvida ―comentó ella―. Te hice una limonada que es tremenda para este calor. Gustavo miró la pantalla del aire acondicionado que decía 50 °F en letras verdes. Pero ¿cómo decir que no? Ella se sentiría mal. Recogió los limones del jardín y los exprimió solo para él. Como todos los sábados. ―Qué delicia ―dijo él―. Mira, ¿y los nenes? ―Descansando. ―Qué milagro. ―No te imaginas. Se sonrieron. Belinda desapareció en la cocina. Gustavo se llevó un camarón a la boca. Por la ventana, estudió el lote vecino: cuerdas y más cuerdas de árboles y plantas, guarida de iguanas y cotorras, con un lago lleno de tortugas en el centro. Qué buen centro comercial haría. Gustavo masticó emocionado. Le puso nombre: ustavo

Caperucita con falda corta en los ojos del lobo

L

o que inició como un proyecto académico se convierte con esta primera edición en un nuevo movimiento, una iniciativa literaria abarcadora e inclusiva, un proyecto sufragado por nuestra gente, una revolución en las letras de nuestra isla. En medio de este país desencantado, entre gritos, tapones y propagandas, estas hojas sueltas proponen ser unos minutos de pausa y descubrimiento. Nuestra convocotaria nunca cierra y abarca cualquier género o producción artística. Aceptamos colaboraciones de diferentes trasfondos, edades y culturas; en español o en inglés. Surgimos del corazón de San Juan, pero estamos al alcance de la isla entera a través de las redes sociales y nuestras ediciones impresas. Aportamos como editores de un nuevo periódico literario, un foro innovador de producción artística y cultural, que le ofrece un espacio ágil y dinámico a las voces de nuestra nación. Somos ambiciosos y realistas, militantes y pacifistas, ingenuos y expertos, dispuestos a hacer de la lectura literaria un hábito en nuestra pueblo. Sea todo lector bienvenido a nuestras Hojas sueltas. ¡Somete!

Idamari Santiago Castro

Mesa editorial

Convendría un pez, y tres azules de un medio gris vibrante. Quizás también valga la pena vaciarnos de torbellinos, y de desaires de palabras huecas, volver al ruido del silencio, al menos por un tiempo. Convendrían las burbujas, las aletas, las escamas, conocer el gusto de un olvido de inclemencia, y componer la sonrisa de esta alegre desdicha. Quedaría escapar del mar de sentido que llevamos dentro, abrirnos nuevas puertas hacia lo absurdo y desconocido. Y nuestras almas, al tomar la forma de los peces, harían una pausa de inefables, siempre incesantes sueños profundos. Convendría pues, una voz callada y una escritura con tinta de mar, para escribir corales en esta aventura inexperta, nadando hacia una incógnita de grises, y nada más.

P

Yolanda Arroyo Pizarro

E

Sus tíos se ríen porque él salió maricón desde el vientre, pero fue un detalle que nunca se trajo a la discusión.

I. or años, Luisito ha pensado que de haber salido straight, su vida hubiera sido mejor. Incluso debate si hubiera sido su homosexualidad su cruz desde nacimiento, que si era su destino sufrir el desarreglo neuro-químico que le aflige en todo momento de su existencia— cuando se levanta con una erección tras soñar con Miguel; cuando se enfrenta a Emmanuel en la universidad, todos los días, montándose en el trolley; cuando ve a Leo, con esos dreads, con esa piel tostada, con esa sonrisa que al mirarla se le separan las piernas. Por muchísimo tiempo ha querido sentir esas cosquillitas por una nena linda, de estatura promedio, tetas copa-c, tacos y maquillaje y pelo-pollina-melena planchada, pero las maripositas simplemente no le brotan.

Sus padres no le compraron ni muñecas para peinarle el pelo ni un trajecito para que saliera volando cuando bailara. Lo escondieron en el cuarto cuando La Comay mostró una foto de un hombre en un bikini verde-chatré, y Luisito lo quería ver, cosquillitas en su barriguita. No lo dejaban quedarse en casa de sus amigos, aunque fuera para jugar Super Mario Brothers. Lo escondieron en la casa, lejos de toda interacción masculina, criándolo con correazos y con puños—¡de hombre, no de agua!— para que su familia no se abochornara por tener un nene raro más en la familia. Fue en kindergarten cuando metió la mano en el pantalón de otro nenito por primera vez, a un tal Alexander del pelo castaño y pirulí puntiagudo, y a ambos le gustaron el manoseo y el cosquilleo. Estaba en primer grado cuando lo llamaron marica por pri-mera vez—en la cancha de afuera, al frente de todo el mundo; en inglés, porque su colegio era privado; en voz de una

pendeja, de una tal Jessica. Si fuera straight, no lo hubieran insultado sin razón. Tampoco lo hubieran vacilado en tercero cuando bailó como una nena en el pasillo, dando vueltas con los brazos arriba, y los demás se quejaron a Mrs. Magda como si ella pudiera haber hecho algo. Hubiera tenido una novia en sexto grado, con su foto pegada en el casillero, cercado por un corazón flechado en marcador negro permanente. Sus años elementales hubieran sido más coloridos, más brillantes, y no hechos noches sin sueño en su adolescencia. El gran cambio ocurrió a los trece años, cuando sus padres consiguieron internet y vio pornografía por primera vez, y por no ver una mujer vio a un hombre, y le gustó. Fue más o menos cuando los primeros vellos púbicos le crecieron como matorrales en el patio, y sintió el inmenso peso de una cruz amarrándose al yugo. Todo se complicó en séptimo, cuando tenía que cambiarse y

La jaula se ha vuelto pájaro y ha volado y mi corazón está loco… Alejandra Pizarnik

Ana María Fuster Lavín

José Gabriel Figueroa Carle

Malabarismo de urbana psicosis

bañarse en el baño con otros machos—y Arturo decía que no, que no se cambiaría en su presencia, que Luisito lo ligaría, lo violaría, lo mancharía con su enfermedad, con su epidemia. Mientras tanto, Luisito se encogía por dentro y se cambiaba en una esquina, mirando la pared. Si Luisito hubiera nacido normal, no hubiera sentido la necesidad de salir del clóset cuando consiguió su primer novio por internet—un tal Hakeem, de Paterson, New Jersey. No hubiera pasado la gran noticia—¡la mejor de su vida!—en un papelito a Graciela en la clase de historia, para que Mrs. Curet lo confiscara, lo leyera, y lo escondiera en su bolsillo, con una boca tensa y sellada pidiéndole que se quedara después de la clase para discutir lo que leyó. No hubiera llorado viendo a su madre llorar en aquella oficina del trabajador social, el frío y el llanto helándole la espalda. No se hubiera cortado las piernas cuando Pedro el hermoso lo rechazó y se quería morir

Tratado de una sexualidad incomforme

lla habla primero y yo pierdo la timidez y el recelo a su presencia. Ya no desconfío. Dice que no le gusta cómo la mira la enfermera. Dice también que por eso ha apuñalado al marido, por esas mismas fókin miradas acusadoras, conspiradoras. Dice, o más bien canturrea, una melodía a ritmo imaginario de tumbao y conga, mientras imita el metal de voz de Shakira, con su te aviso, te anuncio que hoy renuncio, a tus negocios sucios. Entonces mueve las caderas sobre la cama, menea los hombros y advierte en voz baja que el Zolpidem pronto le dará sueño. Me hace así con la mano. Así con los dedos. Como ven acá. Y yo hago caso. Me levanto de la cama que queda al otro extremo del cuarto. Camino tocando las paredes verde menta, sintiendo sus porosidades. No me pongo a contar los patrones cuadriculados de la alfombra en esta ocasión. No miro por la ventana enrejada, ni me desvío hacia el baño donde una regadera permanece sin usarse porque tiene el candado puesto. No nos permiten bañarnos sin supervisión. Me acerco a ella. Lisa, Melisa, Melania, Noelia. No recuerdo su nombre. Yo también tarareo, en mi caso, un reggaetón. Igual que ella, me siento adormilada, mareada por las pastillas que me tomé hace un rato. Las que nos calman. Me acerco más. Sé la advertencia de las enfermeras: respetar el espacio vital ajeno, evitar los roces, impedir los gestos que fácilmente pueden confundirse con violencia y el acercamiento, definitivamente, es uno. Me pregunta por qué es azul el cielo. Por qué la crema de licor irlandesa mezcla bien con el Ambien. Por qué hay tantos dioses, tantas confusines y tantos libros sagrados: la biblia, el Corán, el pentateuco, el libro de Mormón. Y por qué yo estoy allí. Con ella. Compartiendo aquel cuarto, aislada del resto de la población. Cuál es mi pecado. Qué es lo que purgo. Contesto que me estoy limpiando. Un vicio de coca. Se me fue de las manos. Dejé a Yolanda y no he sabido volver a estar sobria, o lúcida, o en dos pies. ¿Yolanda?, pregunta ella y me cuenta una historia de una prima suya que se llamaba Yolanda. Y me canta la canción de Silvio, o la del otro cuyo nombre siempre olvido. Y la de Paquito Guzmán. Cuando éramos pequeñitas, —añade —a los seis o

En los versos vagabundos de una pared la sangre palpita de semáforos y soy puta anónima de pies descalzos.

sos que el abuelo le pondría con una guiñada en el bolsillo, sentir su lengua de cherry rozarle el cuello cuando terminaran los cortos y el mundo se hiciera oscuro, y darle dedo durante la película. Por ser lo que es, se conformó con encontrarse con un tal Luigi y esconderse en la última fila viendo una película de mierda, rápidamente desabrazándose cuando los pendejos en la fila al frente se viraban a reírse de ellos. Claro está, muchas nenas trataron de quitarle las paterías. De vez en cuando la universidad le proveía una borrachera y una nena fácil. Se aprovechaba de sus amigas que lo dejaban cogerle las tetas, sobárselas, a veces en plena Avenida Universidad. Una vez le pellizcó los pezones a una amiga cuando bebían en San Juan. Ella estaba borracha y bien bellaca, según insistía en repetir. Chilló, y a Luisito le gustó. Le apretó el mahón, y la abrazó y la haló y la olió. Su piel era negra, su pelo era negro, sus ojos y su mirada eran negras como algún misterio de la noche… pero no hizo nada. Se fueron, y no la volvió a tocar. Su pene estaba a media asta, listo para endurecerse, pero perdió los cojones, y las mariposas no salieron de sus crisálidas. Luisito tiene miedo por lo que podría pasar el resto de su vida. Nunca ha tenido novio, ni ha sentido el calor de un verdadero abrazo masculino. Quería ser normal para no sentir el rechazo de aquel Brayan que, después de haberlo chichado y haberle hecho chillar como putita, se quedó dormido, y lo dejó solo en esa cama mientras roncaba, y Luisito se quedó sin sentirse cuidado y protegido y amado por el pesado abrazo de otro ser humano. Nunca tendría una vida normal con sus cinco hijos, con sus amigos de crianza normales con quienes saldría a beber y joder y hablar de mujeres, ni tendría una esposa amable a quien ofrecerle un corazón lleno y latente por más de cincuenta años, ni cuando ella muriera, ni llevaría luto, porque no hubiese compartido una vida plena al borde de la muerte. Nunca se libraría de su cruz, de esas risitas de primer grado, de ese cabrón que no lo quiere después de haberlo partido, de esas lágrimas que su madre no tuvo más remedio que soltar por el hijo, su único hijo, que le salió así.

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2

Mientras alcalde sanjuanero madruga al grafitero se lo fuma y aspira aplausos sicodélicos y tan sólo morimos de diarios y pisadas amando inevitablemente los aromas de la ciudad lanzados al vacío como los pájaros de la rabia.

La calle se llueve de humo y sarcófagos: giramos periódicos, comemos delirios y la música de las bocinas ensordece mi insomnio.

–Del poemario inédito

Malabarista insomne poema 1 de 3

Me duelen hasta quemar las pisadas de los cuerpos cobardes que vienen y van, escupiendo semen a precio de cura y luego desaparecen en monociclos de status quo.

y lloró por un fin de semana entero, dejándose cicatrices todavía imborrables, con un cuchillo que afiló él mismo y que su abuela usaba para cortar tomates. Siempre quiso ser uno de esos chicos cool en el pasillo de la high, alguien a quien los nenes le dieran la mano y a quien las nenas saludaran con un besito en el cachete. Todos los días quería sentarse en almuerzo con risería alrededor, con comida volando y maestros velando. En un día normal, quería hablar de mujeres, de tetas y de chochas, de chichar con esas nenas sueltas— no quedarse fuera de una conversación, más bien observando que participando, midiendo cada sílaba que formulaba para ver si era normal, para que no lo pensaran raro ante algo que dijera. Quería sacar una nena, sentir las cosquillitas cuando sonriera y dijera que sí, encontrarse con ella en Plaza y entrar al cine con esos cinco pe-

SOMETE LO QUE SEA

Salimos al aire, cargados de duelos hipnotizados de pesadillas rojas y azules retumbando el callejón de pisadas y platos chinos. Lanzamos al aire la rabia de los pájaros de noches húmedas y amaneceres oscuros.

siete años, queríamos que nos creciera el busto a toda costa, a como diera lugar. ¿Sabes qué hacíamos? Le dije que no, y empecé a ver todo casi borroso. No puedo decirte, dijo acto seguido. Eres tortillera. Regresé a mi cama y me quedé dormida. 2. Lo que no le conté fue lo otro. Lo de mami. Continué haciendo hincapié en lo del polvito blanco cada vez que Melisa me ponía el tema, o me contaba de sus ataques de histeria, o de sus agresividades por ninguna razón. Tenía unos arrebatos desde chiquita, que al parecer, se le habían multiplicado de grande, o por lo menos, no habían menguado. Un día me tocó hablar con un grupo de compañeros de trabajo en una reunión y puedes creer que tenía toda la nariz embarrada de polvo blanco, fue toda una vergüenza, le dije y se echó a reír como si se fuera a acabar el mundo. Y a mí eso me molestó pero no lo verbalicé, porque ya para ese tiempo, me había empezado a caer bien. Y además, ese día las enfermeras nos permitieron tomarnos las manos, no nada más a ella y a mí, sino a todas, porque al parecer, allá afuera, había sucedido algo terrible. Algo tan terrible que no nos dejaron ver ningún canal de televisión por espacio de varios días. Mi compañera de cuarto llegó a averiguar con otra de las pacientes, que antes de eliminar los aparatos televisivos, algunas habían atestiguado el derrumbamiento de varios edificios en la ciudad de Nueva York. Unos aviones eran el perico y unas torres siamesas las narices. Habían aspirado hondo, profundo, hasta adentro. Esa misma noche me da la fiebre, los sudores. Tiemblo y me tiritan los dientes, y me los quiero sacar de la encía. Y desearía haber escondido entre las muelas algún vestigio de la sustancia que me lleva al paraíso. Con la lengua, con la punta, me rebusco entre las comisuras y entre cada uno de los surcos del sarro bucal, de las platificaciones, a ver si de casualidad mi sentido del gusto detecta, aunque sea improbable, alguna miniaturizada porción de polvos. En algún hemisferio de mi cerebro hay un letrero que lee Imbécil, cómo se te ocurre que has dejado rastros, tecata, gamberra, infeliz, pero el otro hemisferio no hace caso y continúa la caza del tesoro. Que no llega. No hay recompensas. Esa noche duelen los estertores con cojones. 1.

http://bit.ly/hojassueltas

periodico.hs

Periódico Literario Hojas Sueltas

periodicohojassueltas (en construcción)

Continúan en la hoja 4

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Heisy A. González Rivera José Gabriel Figueroa Carle Melany M. Rivera Maldonado Roxana V. Crespo Morales Joselyn Quiñones Álamo

Tú pones las letras, nosotros el papel.

Mesa Editorial:

En erie

HOJA

UELTAS

PERIÓDICO LITERARIO  AÑO 1  NÚMERO 1  OCTUBRE 2013

Crepuscular

fico de cómo yo sería en algunas décadas. Esa mujer me daba esa sensación. No podía salir del embelesamiento; hasta sus tenis me hacían verme en ella. También llevaba una mochila con libros y se veía emocionadísima por su reciente adquisición. Miraba el libro con descomunal ternura y ansias de devorarlo al mismo tiempo. En repetidas ocasiones, intenté leer el título hasta que me rendí. Aquella sonrisa dibujada en su rostro era la confirmación de que ella había sabido construir un verdadero escape, la noción de estar sin estar, pero sobre todo de lograr la plenitud en algo más concreto pero intangible. Su mirada no estaba abatida por los años o la cotidianidad y mucho menos por problemas triviales. Se dejaba llevar lejos, muy lejos y su alrededor parecía haberse desvanecido desde el momento en que abrió su libro. En cuestión de unos minutos más, se despejó por completo la muralla humana que restaba de aquella selva inicial ofreciendo una nueva sensación de espacio y dimensión dentro de aquel aparato mecánico. Y fue entonces que el rojo intenso del atuendo de otra mujer que yacía cerca de mi viejita intentaba forzosamente perturbar mi embelesamiento. Tanto estuvo llamando mi atención que lo logró. Era una mujer madura, tal vez cincuentona. El tinte rubio con el que intentaba esconder su canoso pelo se rehusaba fallidamente a soportar el paso del tiempo. Su vestimenta ceñida daba la sensación de que no podía aceptar la flacidez de su carne, ni el olor a piel rancia que envolvía su pecho. Sus cachetes caídos y arrugados imitaban sus tetas en declive sin opción a una nueva consistencia. Traté de imaginarme con un olor de armario que delatara los años incrustados en el cuerpo. Traté de sentir la flojedad de mi pecho, mis nalgas y mis muslos. Dejé caer todo. Y sentí la concavidad de mi cuerpo. Un frío agraviante me arropó la espalda. Entonces quise refugiarme en la lectura como aquella viejita lo hacía. Saborear el deseo en cada lectura. Crear nuevos cuerpos y espacios en cada escape. Deconstruir el propio deseo para volver a disfrutarlo de mil maneras y en veinte mil estados. Pero más que todo, salí de aquel vagón no queriendo ser sólo un pedazo de carne. No queriendo ser un trofeo sexual. Porque a la larga, sé que la adoración del cuerpo me dejará huérfana cuando se largue en cualquier instante con la juventud. Me niego a terminar como la mujer de rojo, cargando un desierto por dentro porque vi claramente en su mirada hueca que su único templo se lo arrancó la lozanía.

Marilyn Rivera

I

ntentaba ansiosamente abrirme camino por una selva de cebados cuerpos aglutinados por la prisa. Sus miradas aletargadas y vacías me decían que no había intención de facilitarme la entrada. Algunos de mis vanos quejidos, disimulados en “permiso”, lograban materializar uno que otro corte de pastelillo. Finalmente logré la única posibilidad viable en tal situación: sujetar el tubo niquelado codiciado por aquellos que no tienen un espacio donde sentarse. Viajar día tras día por longevas venas aceradas debajo de la tierra en un luengo gusano mecánico deja de ser deleitable para cualquiera tras la extirpación de toda energía en un trabajo de 8 horas diarias. No tenía muchas opciones, así que traté de moverme lo menos posible para no meterle un bimbazo a nadie con mi bulto abrazado a mi espalda. “Mientras más quieta mejor” pensaba consolándome, “ya pronto alguien se saldrá de la lombriz esta y podrás reposar por unos minutos del peso de los libros”. En efecto, en la próxima estación se bajó un señor. Aunque el espacio no estaba muy cerca de mí, tuve la suerte de que la chica que estaba justo frente al asiento declinó de tan grandiosa y fugaz oportunidad. Entonces, un nuevo reto: atravesar una distancia de medio metro para sentarme. ¡Finalmente! Fue una agonía digna de intento porque todavía faltaban tres cuartos de viaje. Me fijé que paulatinamente la selva inicial empezaba a autopodarse. Fue en ese momento que pude detener la vista en aquella mujer. Tan pronto caí en aquel duro banco, no tuve otra opción que fijarme en la simetría corpórea que cohabitaba en aquel ruidoso vagón. Al depositar la mirada en la transeúnte sentada frente a mí, quedé petrificada. Era mi proyección simétrica y proporcional, como verme a mí misma con cuarenta años más. Me extasié al observar su pelo blanco, su cara arrugada y su tez que invitaba al tacto. Tuve que abstenerme de movimientos táctiles por la naturaleza de la ocasión. Sin embargo, se puede decir que violé todo espacio que me permitió la vista desde mi rincón. Parecía muy lúcida y entregada a su mundo. Nunca se percató de que la observaba con detenimiento y gran placer. Tampoco levantó su vista para tantear a su alrededor. Sin embargo, quería preservar un recuerdo fotográ-

Al-Badhinjan

Luz Ivette Rivera

Berenjena. Odalisca que reposas seductora y limpia entre tantas delicias terrenales, comunes, ordinarias... Esa piel azul, brillosa y fina, escondidas en tu interior milenarias semillas de sabiduría amarga. Fría y desnuda, excepto por el pañuelo verde que arropa tus pensamientos, te recuestas en tu aposento, indiferente y desganada inmune a los elogios. Despreocupada. No hay alegría en tu juventud, ni orgullo en tu lozanía ni celebración en tu singularidad. Solo hay resignación y espera. ¿Le darás, vibrante, tu carne blanca ungida de aceite al sultán? ¿Le deleitarás con tu especial presencia, con tu cuerpo virginal?

¿Te entregarás, enamorada, aplacando su apetito y su deseo? ¿O acaso seguirás, altiva y regia marcando tu camino sola? ¿Le contarás mil y un cuentos durante mil y una noches con mil y una sonrisas, mil y un suspiros, pero sin un solo corazón? ¿Le cautivarás con tu piel que sabe a tierra amarga y salada, o guardarás agrio silencio que grita con elocuencia que no le perteneces? ...que eres la dueña única de ti misma, Odalisca. Al-Badhinjan.

Verde/azul en boricua Nos besamos y pierdes la cuenta de las galaxias. quieres 51 estrellas y no la solitaria bandera de mi balcón nos harías arder a todos juntos en el infierno cuando sabes que mi piel te marca en fuego condenas mis gritos por las causas justas olvidas que grito con la misma boca que te lleva al cielo me criticas por hippie y tu mirada se pierde en mis jeans odias mi lucha por la libertad pero adoras la libertad de mi cama

Javier Febo Santiago

Privado

No me priven del elemento que reverbera en mi cuerpo. No me priven de las historias que quiero empuñar con mis cuerdas vocales. No me priven de vida, ni de amor. Oigan mi sed, estoy postrado ante el altar de la misericordia.

No me priven del movimiento de quijada que colma mi ser. No me priven del sustento de mis pies descalzos y encariñados con el polvo. No me priven del circo, del baile, de la miel, ni de sueños o ilusiones. Oigan mi hambre,

estoy mareado, éste barco no sabe de orillas.

No me dejen en los funerales con miedo. No me dejen sin sangre para el corazón.

Quiero Agua y Tierra, por favor.

Vengo de un barrio en las afueras Al salir de la oficina J.J. Junieles

Las calles de este barrio son serias como un ataque cardíaco. Solares y descampados entre madera y matorrales, un lugar donde pasa de todo y no pasa nada. La risa de los muchachos anega futuras calles, llantas comidas de caminos flotan en el barro, la yerba crece entre sueños viejos de colchones abandonados. Vidas duras que sangran canciones del Joe Arroyo mientras ven pasar los autos como estrellas fugaces que no esperan los deseos. Aquí todavía la esperanza es una mata de sábila detrás de la puerta —si tienes puerta—. La tarde huye de este tramo atroz de la carretera, la noche emancipada ha echado encima su vino oscuro. Algo hay en el aire y no es confianza. Aquí termina la ciudad, lo que queda de ella, y empieza a escribirse la página roja de los periódicos.

Cuando parece que ya nada queda en pie, uno sale de la oficina, y va con su cuchara al mediodía, guardando distancia suficiente para que no salpique la sangre de la duda.

J.J. Junieles

Y uno va por la calle preguntándose cómo decir lo invisible, lo que el pensamiento no puede pensar: el hábito de las nubes de repetir el universo, las señales secretas que los romanos buscaron en el vientre de las aves. A ninguna conclusión llegamos, seguimos caminando, nos cosemos las alas en la espalda, y vamos a los altares donde el mundo promete sus panes, mientras olvidamos –menos mal– que el tiempo labra la impaciente materia de lo que somos.

3

“El sueño de un líder”

Dibujo a bolígrafo con lápices de colores Gilberto G. Díaz Flores

“Aya”

En erie

Avalancha

Viene de hoja 2; continúa en hoja 6

Yolanda Arroyo Pizarro 3.

M

Alfiletera“[iaM]”

e punzan los músculos, las coyunturas. Hablar del polvo blanco hace que me den ganas de consumirlo y cuando viene la enfermera a darme la dosis, le digo canto de cabrona, me duele la cabeza como si me fuera a explotar, y ella dice que debo tener la presión alta. Alta. Como Yolanda. Su estatura. Yolanda que no soportó mis cosas, que no me aguantó lo suficiente. Aglomeración de cristales de hielo. Una capa blanca que empieza a cubrir la casa y la tierra silenciosamente y poco a poco. Está nevando y son nuestras vacaciones de invierno fuera de la Isla. Y Yolanda me acompaña pero aprovecha para decirme que quiere irse, que no va a seguir conmigo. Yo reacciono mal. Muy mal. Y me meto coca hasta que se me duermen los orificios nasales y el tabique, y hasta que ya no siento la lengua. ¿De qué color es la nieve? Y no me digas que blanca, porque eso es lo que dice todo el mundo y tú se supone que seas más inteligente que todos, porque llevas ya bastante tiempo a mi lado. Es transparente, dice ella. Y yo miro a Noelia, que hace pucheros y se queja de que no quiere la comida desabrida que le sirven en la institución. 4. Sigo sin contarle lo de mami, más bien porque ella también me guarda secretos. Y así no se puede, así no me da la gana. “Le ro lo le lo lei, le ro lo le lo lei. Sabes que, estoy a tus pies. Contigo, mi vida, quiero vivir la vida y lo que me queda de vida, quiero vivir contigo.” Mi compañera de cuarto continúa con las melodías cadenciosas. Coros repetidos, mueve las manos como dando en la tambora. Hace así con el güiro invisible, y con la guitarra que no se ve, la flauta, el piano. Baila los hombros, le gusta moverlos uno adelante y otro detrás. Chasquea la lengua, chasquea los dedos. Pero de aquello no suelta prenda. Si se guarda cosas, yo también me las guardo, también me sé esconder.

Alfiletero corazón De tela fuerte y solitaria costura Pensaste que remendabas y añadir era tu faena Que con lo que dabas construías Y dabas cosas buenas Tus rosas retornaban a ti Con furia punzante sin razón de ser Manteniendo sus cicatrices vivas, abiertas, desangradas Sobrevives la pequeñez del impacto mas su significado cumulativo resta duerme en tus arterias de guata donde residen tus buenas intenciones.

Psicosis urbana para el malabarismo

Para desovar la muerte en tálamos de arena

Ana María Fuster Lavín

Cindy Jiménez Viera

Ser pájaro de rabia y pincel en mano grafitar cada noche la danza de las mentiras dopados hasta el insomnio y girar devorando el sexo de las sombras y versando por cada calle cuerpos ajenos.



dobla las piernas telescópico [ur]ano

para las fijaciones primitivas con las aberturas gomosas

aprieta la mandíbula dientes casa[miento]

para comerse los vidrios de los platos rotos de la felicidad conyugal

caza con los pies erizo ori[nado]

para quienes viven en una isla y no saben nada(r)

No puedo decirte, me dice la siguiente noche en que hablamos temas transcendentales, y es ahí cuando le digo que la Vulgata viene siendo algo así como otra biblia pero en otro idioma, que me temo es el latín, y que no la cuente por favor, como otro libro sagrado, si me haces el grandísimo favor, porque es otra biblia. Sería como contar el viejo testamento y el antiguo testamento como si estuvieran en libros diferentes, le contesto. Y dicho sea de paso, el pentateuco tampoco cuenta. ¿Por qué no puedes decirme lo de tu prima, la que se llama Yolanda, por el amor de dios? Es que eres cachapera. ¿Y qué importa?, lo grito así. Subiendo la voz. Diciéndolo desde mis pulmones. Y acto seguido nos quedamos en silencio porque sabemos que pronto llegará una de las supervisoras, quizás la graduada, a mandarnos a callar. Pasan cuatro minutos con veinticinco segundos cuando llega la graduada y nos toma la temperatura, la presión arterial, y nos manda a que nos callemos, so pena de que no nos den de alta nunca. Se va. Yo pienso en el peso de millones de copos de nieve amontonados uno encima del otro, sobre el sombrero de franela de Yolanda, sobre su rostro, en los pequeños espacios que le ocupan su abrigo de GAP, en la bufanda negra que siempre lleva consigo. Los copos de nieve incrustados en mi mano, congelándome la piel, luego de abofetearla. Pienso en que podía devorármela entera sumergida en ese océano blanco, que a desdicha mía, no era de cocaína. Y creo que sin querer, mientras pienso en ella, comienzo a tocarme la vagina, porque me despierta del estupor un jadeo que hago, que se me deshace de la boca, se me cae de los labios, como cuando uno ronca e interrumpe su propio sueño, un resoplido como el mugido de una vaca, y de pronto me tropiezo de frente con los ojazos de Lisa, que no pestañean.

Pisar el conformismo de los columpios subir-bajar y frenar frente al semáforo con las manos amputadas de opio, los bolsillos resecos como los labios hasta morir una y otra vez perdida en la ciudad y al tercer día resucitar en la psicodelia.

Salir al aire cargada de alas: una danza de sueños y redenciones transgredir las pisadas multicolores fumarse una madrugada el aliento amante y reírse de esas verdades caprichosas como el malabar de las aves al escapar de las jaulas.

arropa los huevos sábana encancara[nublada]

–Del poemario inédito

Malabarista insomne poema 2 de 3

para los cazadores y entes borrachos de necrofilia.

Lovelia Octaviani

Tragaluz

rebotó en la niebla mi duda como escarcha colorida de estalactitas transversales

escombro de luces celebrando las sombras formadas por la avenida que transitaba al amanecer

Heisy A. González Rivera José Gabriel Figueroa Carle Melany M. Rivera Maldonado Roxana V. Crespo Morales Joselyn Quiñones Álamo

perseguía a todo en la nada

conducía sobre una carretera asfaltada de vacíos

cuando miré conforme los hoyos encharcados de retazos brillantes admiré el atribulado esplendor de vivir por el tragaluz Mesa Editorial:

Tú pones las letras, nosotros el papel. periodicohojassueltas (en construcción)

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HOJA

UELTAS

PERIÓDICO LITERARIO  AÑO 1  NÚMERO 1  OCTUBRE 2013

Pesadilla 99

Alejandro Torres Morales Cierro los ojos y… hombres hechos de ceniza escriben en un libro profundo una plegaria que comprime como máquina de sangre tiempos que fueron menos tiempo. Y yo, con mi reloj recién perdido, no encuentro en la vieja palabra una respuesta a las sombras que manchan el porvenir. Pido la película. (Todo en mi vida se resuelve con una película). Las cenizas me complacen sin embargo, no logro entender la trama. Me doy cuenta que no hay escenas; son fotografías sin miradas que en patética respuesta me hablan. Tengo miedo, ¿cómo no tenerlo? Me llevan a un punto negativo: fuego, demasiado fuego, todo el fuego. Doy gracias por el fuego, bendito fuego. ¿Me habrán leído la mente? Escucho murmullos que parecen ser plegarias y veo el libro… Sí, el vacío. Me esfuerzo por despertar, ¿podré lograrlo? Veo sus marcas en mi piel: ¡ayúdame, Alejandro, ayúdame! Abro los ojos y…

El dragón

William Rosado Ocasio Hoy quiero ser agua recorrer la tierra los ríos de tu cuerpo en llamas encendidas por suspiros me adentro al interior de tu caverna quiero habitar eternamente buscar el tesoro y sobre él reposar mis escamas te reflejan acarician mis garras con la aspereza y dulzura de la brisa sahariana mientras el fuego se riega por tus paredes te devoro en sueños de oro líquido mi rostro de dragón se mancha de sangre de la primera vez que probé los carneros a tus pies inhalo polvo de tus paredes que recuerdan la historia del mundo cuando alguna vez fuimos reales y el olvido en la mente de los hombres fue la bendición para nuestro descanso en el infinito abismo las realidades cada mente que alcanza el cenit de la inminente avalancha que borró mi tránsito por ti y cómo aún tu recuerdo se cierne entre las inextinguibles llamas de mi cadáver

Neruda

David Caleb Acevedo

N

eruda, el gato de tu marido, se pasea entre tus pies. Lo ahuyentas con la pierna derecha. Odias los gatos. A Neruda lo toleras por tu esposo. Pones la mesa con esmero. El tenedor al lado de la cuchara al lado de la cuchara sopera encima de la servilleta de paño dulce y debidamente almidonada y planchada al lado de la flauta que le llenarás de champaña al lado del plato del plato fuerte al lado del tazón de sopa al lado del vaso que él llenará de agua con su acostumbrada parsimonia y tragará de golpe antes de comer al frente de la cornucopia de frutas frescas que sirve de centro de mesa. Todo debe quedar perfecto, pero sabes que no es así cuando atisbas un fleco de polvo. Tratas de removerlo pero te tiembla la mano. Frunces el ceño, Sara, pero igual no debes hacerte la tonta. Sabes muy bien por qué tiemblas. Él llega y lo encuentra todo bien. No excelente, no esmerado, nunca perfecto. Solo bien. Aprueba con un leve movimiento de la cabeza y se traga su vaso de agua mientras le sirves la comida: papas majadas con albahaca y perejil, dos medallones de cerdo asados a perfección y ensalada de espárragos, remolacha y espinaca con una suave rociada de limón. Luego le sirves champaña, pero la mano te tiembla y le viras un poco a tu marido en el pantalón. Antes de que puedas comenzar a gritar, él ya se ha levantado y te tiene agarrada por el cabello. Sientes sus puños golpeando tu nariz, rompiendo hueso, carne y capilares. Agarrado tu cabello, te azota contra la mesa de cristal. Sientes algo que se rompe dentro de tu oído y sabes que vas a sangrar. ―¡Basta, chico! ¡Me vas a matar! ¡Basta! ―¡Basta cuando yo diga, puta! Te asesta una patada en el pubis y sabes que esta noche vas a orinar rojo. O negro. Neruda se te acerca y te lame alguna herida. Sientes el portazo. Te levantas con la poca dignidad que te queda. Dices que hoy será la última vez. Que ya basta. Que estás harta. Que no tiene sentido seguir así. Te convences una y otra vez. Vas a tu cuarto. Recoges tu ropa. No te molestas en doblarla antes de meterla en la maleta. Neruda se va detrás de ti. Te acaricia los pies con su largo pelaje. Lo ahuyentas de un grito y le das una sonora nalgada. El gato se eriza y te sisea. Te molestas, lo agarras por el gaznate y lo lanzas contra la pared. El gato cae adolorido. Maúlla. Le asestas una patada. Maúlla nuevamente. Esta vez con sentimiento. Lo agarras nuevamente por el pescuezo. Esta vez, Neruda no opone resistencia. Sabe lo que viene y se caga encima. Lo lanzas a la tina de baño. Maúlla violentamente. Saca sus dientes. Amenaza. Pero tú eres más violenta. Le asestas un puñetazo en el hocico que le saca un colmillo sangriento. El gato se marea. Le asestas otro puñetazo esta vez en las costillas. El gato se tiende en su regazo. Se convence una y otra vez. Que no tiene sentido seguir así. Que está harto. Que ya basta. Que hoy será la última vez. “Árbol”, Adyel Amat

Excerpts from the novel, “Una’ria

The Vanguard Echoes”

Daniel Cruz

I

t was alien, but so human. The creature looming before the middle-aged, gray haired man was a conundrum, defying the popular preconceptions of what alien life forms should look like. Popular conceptions of sentient inhabitants in far-off worlds had always run wild with strange and bizarre notions of their anatomy; blind monsters drabbed in dark flesh, killer tentacles, and unmentionable horrors that sowed a dread of the unknown. Yet none had to do with the being standing in front of him. Humanoid as was generally thought—or rather always hoped for—its features were too eerily similar to mankind’s, the main differences being its uniform red skin, and the beautiful plumage replacing the hairs over its brow, jutting likewise from behind its ears like the winged helms of the Valkyrie. Even its clothing was elegant, as the creature apparently maintained some level of formality that fitted within the style of the unknown era’s—scientific?—community, based on the various layers of clothing beneath the gray coat, while his own, the human noticed, was a simple white garment giving him the appearance of a well trimmed friar.

************************************************

S

tanding on her hind legs, the khiolos was slightly taller than Laniard. He settled her down to open the backpack behind the harness that doubled as a handle for high speeds. Several pockets lined the sides, where the most important pocket held the fine slimness of Umetsu, a millennium old, seven-inch blade passed down to a number of aliunzs, including Laniard’s late master. A sharp extension

of his corporal self, the blade would protect him from the dangers of the dunha’s dimming light. The pocketknife resting in the young aliunz’s short pants held a number of useful tools, but Umetsu was a carefully crafted, elegant killer. Instead of storing the weapon in a scabbard, Laniard held his right hand over his lower back and muttered the blessings of Alphondern, the blacksmith ilionus. And so Laniard held Umetsu in suspended animation to his lower back, as if held in place by an invisible scabbard, taxing neither body nor mind. Laniard then passed Amerot, Umetsu’s small counterpart, to Ekans, who repeated similar words and connected his smaller blade to his left leg without feeling its cold touch. Though at the present Lan’ek was unencumbered by their midair load, each blade weighed more than its abbreviated length would otherwise indicate, for there was more to an aliunz’s weapon than there appeared to be.

*************************************************

T

he only expression Axela could hear was the rapid rhythm of his heart guiding the pacing of his quick focus like a metronome. His eyes darted from object to object, calculating the next maneuver a fraction of a second before it was transmitted to his azure hands and legs. His eyes then landed upon the closed-off section of the tunnel far ahead. As such, Axela’s instincts beckoned him to swerve into the illuminated corridors of the left branching sector. The light of day was there at the end of the new tunnel. However, Axela quickly realized that the channel transformed into a narrow slit on two consecutive sections, where the outcropping offices that seemed to want to embrace one another.

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5

“Mata”

Como sé que eres

Como sé que eres exacta, imprudente ladrillo de un libro que apenas lees por falta de cristal también eres hombre cuando traes tus senos en la boca un charlatán con forma de trébol más allá está la masacre que te vio nacer como sé que eres colonia de tu propio cuento, sanguinaria fragancia de ceniza, fuego que maquilla mi sombra bailarina inerme que estorba los cuerpos al margen del aire una codicia constante donde nunca espía en la memoria del agua que bebo como sé que eres brújula del ojo, promiscua falla en la expresión bajo tierra al compás de la duda un deterioro perfecto de cualquier palabra en este instante disimularás la súplica que equilibras en tu boca desde aquí estarás disponible, solo en sueños

“Ya eres hombre, la mujer, criatura de nuevo, a pesar de tu paso por corpúsculos y de tu piel sensible, movediza, de arena”. Emma de Cartosio Un retrato es descubrir cientos de vidas.

Jeanette Rodríguez Colón

Retrato de un poeta

Amanecer solitario en el infinito de un mar, besar las olas, ser la espuma que se mezcla con la sangre. Guardar un espejismo, ser el libro en la suprema montaña. Querer cantar de poeta es anhelar ser todo en esta vida. Romper el símbolo encadenado, reclamar un espíritu que se eleve en lo celeste, tener unas manos que toquen un rostro de lluvia y marchitar el desdeño de una mirada precisa. Encontrar regiones lejanas a las palabras y ser un toque más de lo desconocido, un ejército de blanco en mi presencia, ser una imagen de un celaje de nieve. Transformarme en las cenizas que caen en las olas, amar la vida aunque sea como un retrato de un cañón, ese firme acero que golpea el inconsciente, la melena, los hogares ese golpe que traspasa una piel unida a la luz del crepúsculo. Soplar la hierba, hundir una mirada hacia mi vida, ser más que un retrato en un cuadro remoto, no ser simplemente una mujer. Ser mucho más que una simple estancia que oculta el tiempo, para ser un retrato de mí misma en el eco forjado de mi presencia, y comprender que estoy sentada aquí frente al espejo.

En erie

Avalancha Yolanda Arroyo Pizarro

Viene de hoja 4

5.

L

a enfermera se queda a mirar hasta que ella cree que me las trago. Las pastillas. Se queda a mirar que me ducho. Controla mis movimientos. Estudia con prolija obligación cada una de las veces que me restrego, con agua, con jabón, con champú, con acondicionador. La trato con desprecio y me deja en paz. Hoy hace frío en el piso y no he querido bajar a hacer terapia de grupo, ni a cantar “Yo quiero tener un millón de amigos”, ni a cumplir con el horario de terapia vocacional pintando vitrales de plástico ni elaborando corazones en mimbre o cerámica que digan te extraño, Yolanda, regresa a mí. Mi compañera de cuarto se me acerca, y la amonestan. ¡Muy cerca! Hay que alejarse. La mandan a separarse de mí, y ella lo hace a regañadientes. Se sienta en una butaca, un poco lejos. Nos divide un televisor, otra vez apagado, varias sillas, una mesa de caoba, un vaso de plástico con hormigas albaricoques, el periódico reguereteado, una plasta sobre la mesa de caoba de algo que debió haber sido un pastelillo de guayaba. Desde allí comienza su diálogo y me vuelve a entrevistar, inquiriendo sobre mi vida. No es Silvio Rodríguez el que la canta, me dice, es Braulio, el artista. No, mentira, es Pablo Milanés. Decido, para salir del paso, hablarle de mami. Se había muerto. Tres años atrás. Pero seguía estando en mi casa. O sea, se paseaba en espíritu. Y era algo real. Tan real como el zolpidem que recién nos acababan de meter a la boca. La enfermera supervisa que no nos lo saquemos o lo escupamos, o lo botemos. Hay que tomarlo delante de ella, y luego ella revisa las fauces vacías después que nos tragamos el buche del vasito de agua. Pero yo ya he aprendido a esconderlo arriba, en la encía, porque ella donde único busca e inspecciona es debajo de la lengua. Entonces yo, que soy una diestra para todo tipo de pillerías, me la escondo así, y la graduada no se da cuenta, y se la entrego a Melina como ofrenda a su amistad y ella a su vez se la ofrenda a sus dioses y a sus manuales de instrucciones, entiéndase los libros sagrados en los que no cree. Cree en los disparos. En los que se da la gente de los caseríos y en los que se zafan. Eso de los tiros al aire. Ni una bala más. Cree en la guerra por los puntos de drogas y en la violencia doméstica que le llaman. Noelia me cuenta de sus achaques y sus ataques. Se pone mal. Se arranca el cabello en las madrugadas con y sin neblina, las cejas, los vellos del brazo que son muchos, porque no es lampiña. Tiene calvas en la cabeza y en la frente. Las pestañas las trata, pero extirparlas le duele demasiado porque se le entremeten en los ojos y entonces no puede ver bien, y es así como desiste de la idea de sacárselas. Se concentra en las cejas, pues. Lo hace con la punta del dedo pulgar y el índice. Con pericia. Con paciencia. Cree en los tiros que vio, en los que escuchó. Camina como Meg Ryan en la película “Prelude to a kiss”, no como la Meg de la película “You’ve got mail” con Tom Hanks, pero ese día de los disparos no camina, corre.

Corre y se esconde. Cree en el revólver que tenía su papá en la mano la mañana en que disparó contra la mamá de ella, y contra su hermana de quince y el hermanito de dos. Ella fue la única sobreviviente. Mantuvo dentro del cuerpo, por horas, dos de esas balas. Así como uno mantiene una célula que se divide y luego se convierte en un cigoto, un feto, un embrión, un bebé. Una bala dentro, cerca del pómulo, otra en el omoplato. Son cosquillosas. Dan escozor. Duelen cuando te las extraen, las quieres volver a tener dentro de la piel, dentro del músculo, dentro del hueso. En fin, me pregunta cómo es eso de que veo el fantasma de mi madre y se lo cuento todo, con lujo de detalles, moviendo los brazos, gesticulando con cuerpo y rostro, exagerando las minucias, pero por nada del mundo contándole mentiras. Porque mami sí discurría por las habitaciones de mi casa, y abría las puertas, y rompía vasos de cristal, y encendía la estufa o cerraba los gabinetes. Eso asustaba sobremanera a Yolanda. Por eso también se fue. Y mami se largó después de ella. No sé si en solidaridad. No sé si en rebeldía. Pero mami me lo anunció. Me lo dijo dibujando con su dedo incorpóreo, sobre la superficie del espejo. Me baño con agua muy caliente y el vapor crea una capa sobre el espejo que le daba la oportunidad de escribirme mensajes. Quiero reencarnar, me dijo. Me escribió. Así, con su propia caligrafía. Quiero volver a nacer, esta vez en el cuerpo de una negrita de pelo lacio, con ojos grisáceos, una negrita que sea atrevida y que venga a disfrutar la vida. Hay una mujer embarazada. La he visto transitar por las calles. Canta, es feliz. No tiene otros hijos. Voy a dejar de venir a verte, porque quiero regresar al mundo a vivir. ¿Y tú? ¿Cómo hacías?, le pregunto a Melania. ¿Cómo hacías con tu prima para que les crecieran las tetas a las dos? Pienso en los dragones blancos. Las avalanchas que se crean en los lugares nevados, en las cúspides, en las puntas. Tragármelos aspirando por los rotos de mi ancha nariz. Tragármelos mientras despiden fuego por sus narices. Existe un acertijo sobre los dragones blancos usado desde la Edad Media, que una vez me dijeran. ¿Qué es lo que vuela sin alas, y golpea sin manos? Volar. Golpear. Abofetear. Nos mamábamos los pezones, dice. Y se alza la blusa que es una copia pirateada con el logo de Armani Exchange. Y le veo los pechos sin brasieres. Ajados. Decaídos. Disponibles. Camino tocando las paredes verde menta. No me pongo a contar los patrones cuadriculados de la alfombra. No miro por la ventana enrejada, ni me desvío hacia el baño. Me acerco a Lisa, Melisa, Melania, Noelia. No recuerdo su nombre. Se los chupo uno a uno, mientras ella se queda dormida con su dosis duplicada de hipnóticos. Parecen un holograma, apenas abultadas tetillas; transparentes, translúcidas. Como salamandras. Blancuzcos. Fríos y nevosos. Empiezo a llorar. Lloro a lágrima tendida porque no son los de Yolanda.

Malabarismo psicótico para la Urbana Ana María Fuster Lavín “...cuando se lee poco se dispara mucho” René Pérez, Calle 13 Ser pájaro y pincel de rabia en mano: se dispara una bala, es la danza de los insomnios hasta girar ensordecidos en el hambre de sombras morfinados hasta el vértigo como disparar y versar el sexo de las calles. Y girar otra vez.

“Constricción”, Viviana Torres Mestey

Subo y bajo las manos se pierden en la ciudad de opio tornasol

puta psicodelia de ritmos y bocinas resucitada frente al semáforo aplaudo y río tiro los platos al aire quizá, otra bala. Y girar otra vez. Regreso a la sangre cargada de sueños es más fácil morir que escribir donde mueren las jaulas tal vez, un balazo para otra muerte y le toco la clave a mi amante somos libres ante el capricho de las verdades y retorno al malabar de la palabra al ritual de la Urbana que ya muero –Del poemario inédito para dejar de escribir y girar. Malabarista insomne poema 3 de 3

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PERIÓDICO LITERARIO  AÑO 1  NÚMERO 1  OCTUBRE 2013

¡Mesero hay un avión en mi sopa!: la aventura culinaria futurista Pedro J. Matos Silva

Aa

uno a uno la delicadeza de ver cruzar ruedas sobre la línea esa manía de nunca dejar vacías las esquinas y aprender en rojo también en verde amarillo azul que la matemática no es un ejercicio a ciegas y a veces pierde el tacto

Pronto mis manos niñas olvidaron sumar con la punta de dos dedos

Melany Minnette Rivera

Ábaco

3 Martin, S. (2005). En Ambrosio Berasain (trad.) Futurismo. Koln: Taschen.

5 Cátulo. “Marinetti: un futurista sin futuro”.. op. cit. 6 Hidalgo, S. (2009). Comida futurista a cuatro tiempos. Polifonía. Editorial Vuelta. Recuperado de http://www. letraslibres.com/blogs/comida-futurista-cuatro-tiempos

La bofetada

U

7 Receta tomada de: Hidalgo, Sara. “Comida futurista a cuatro tiempos”. Ibíd. 8 Albert. “La vanguardia de la vanguardia”. op. Cit.

–Del poemario inédito Abecedario de olvidos

Recuperado de http://oidoenlacocina.wordpress.com/2012/06/12/ la-cocina-futurista/ 2 Cátulo (s.f.). Marinetti: un futurista sin futuro. ArtiLiteratura. Anika entre libros 2004 – 2006. Recuperado de http://www. libros2.ciberanika.com/desktopdefault.aspx?pagina=~/paginas/ arti/arti53.ascx

Adentro de los pimientos se esconderán tarjetas sorpresa con frases de propaganda futurista (por ejemplo: “el futurismo es un movimiento antihistórico”; “vivir peligrosmente”;médicos, farmacistas y sepulteros, con la cocina futurista terminarán desempleados, etc.”)”. La cocina futurista no solo da importancia a la parte gustativa. Los futuristas entendían que para poder completar una experiencia culinaria había que permitir que los cinco sentidos se ejercitaran. Por ejemplo como habrán notado en el entremés intuitivo, se destaca que la naranja dará un perfume natural a los demás ingredientes. Dentro del manifiesto también se menciona la importancia de los perfumes en la comida para estimular el olfato. No solo se utilizaban los olores naturales de la comida; sino que se recomendaba el uso de olores exteriores para complementar la degustación. Otro punto en el cual se hace énfasis es el rol de la audición en la degustación. En sí, esto no debe ser un elemento extraño al lector, ya que dependiendo del restaurante o frolera estamos acostumbrados a escuchar ditintas clases de música mientras comemos. Inclusive en los llamados restaurantes de comida rápida podemos encontrar música para el deleite de sus clientes. Volviendo al tema; los futuristas planteaban el uso de música, “que no moleste los sentidos y que se usara preferiblemente entre plato y plato.”8 Mientras que también se podían leer poemas futuristas en estos banquetes. Ahora bien, en la poesía futurista no se recitaba como el lector estará acostumbrado a escucharla. Ésta se recitaba con la ayuda de sonidos mecánicos o la lectura simultánea de diversas personas, e inclusive con el deponente corriendo de un lado a otro de la sala. Esto hacía 4 Albert (2012).. “La vanguardia de la vanguardia”. Homo Gastronomicus. Recuperado de http://homogastronomicus. de la velada o banquete futurista un plato fuerte de wordpress.com/2012/08/27/la-vanguardia-de-la-vanguardia/ digerir para muchas personas.

con el tiempo he perdido la capacidad de extender los brazos y con un sólo toque regresarlo todo.

1 Gutiérrez, J. (2012). La Cocina Futurista. Oído en la Cocina.

el entremés intuitivo”7 del pintor Fillia, que suena más a una imitación rara de las galletas de la fortuna orientales que a otra cosa. He aquí la receta: “Se vacía la pulpa de una naranja partida a la mitad de modo que ésta tome la forma de una pequeña canasta donde se dispondrán varios tipos de carnes frías, de mantequilla, de hongos sazonados con vinagre, de anchoas y de pequeños pimientos verdes. La canastita perfumará de naranja los diferentes elementos.

ahora que sólo quedan letras para rellenar el vacío de la fórmula ecuaciones que nunca acabo de entender me arrepiento de abandonar al ábaco

I

magínese usted que entra a un restaurante cualquiera y de repente se da cuenta que el menú es –para decir poco– estrambótico, raro e inverosímil; en fin algo que usted no se esperaría. De repente, mira a la cocina y se percata que el cocinero se parece más a un cuasi-pintor fracasado que a un cocinero per se. Pues le quiero dar una calurosa bienvenida a “La Cucina Futurista” donde en las palabras de Alejo Carpentier2, las recetas son hechas por pintores y no cocineros. Es aquí donde podemos encontrar una rara mezcla de un movimiento de vanguardia literaria con (o contra, depende de su punto de vista) la cocina. Pero antes de confeccionar la locura (el plato principal), tengan aquí un pequeño entremés; un poco de trasfondo histórico a la mode. Al igual que la mayoría de las vaguadas europeas, el futurismo italiano comienza a principios del Siglo XX. Irónicamente aunque se propulsaba como un movimiento renovador de las artes italianas, su manifiesto fue presentado en francés en el periódico Le Figaro en París. En este manifiesto su autor Filippo Marinetti proponía una ruptura definitiva con la tradición y el pasado italiano, debido a que en su opinión sus compatriotas se estaban recostando del pasado y no iban creando ningún progreso o avance. La cultura italiana estaba en un “estancamiento cultural” que debía superar. Para librarla, Marinetti propuso la exaltación de la máquina, la violencia y la velocidad como fuentes de inspiración a este nuevo arte. Como vanguardista, su objetivo fue mas allá de la simple renovación artística; éste pensaba revolucionar hasta la vida misma. Una mejor definición del objetivo de Marinetti nos la ofrece la historiadora de arte Sylvia Martin3: “Su objetivo común era la renovación de la vida social en todos sus ámbitos, tanto artísticos como sociales; los nuevos logros técnicos y los últimos descubrimientos científicos iban a representar el punto de partida y el módulo de sus ideas.” Es este afán por la renovación y la creación de un nuevo hombre lo que lo lleva a publicar el manifiesto “La Cucina Futurista o la comida que evitó un suicidio” en el periódico Gazzeta del Popolo el 28 de diciembre de

1930. En este manifiesto al igual que en el “Manifiesto Futurista” se planteaba que para renovar al hombre hay que cambiar y mejorar su alimentación; ya que hasta aquel momento el hombre se había alimentado como “las hormigas, las ratas, los gatos, los bueyes...”4 Además, se planteaba que debía abolirse la tradicional pasta y todos sus derivados ya que esta “engorda, embrutece, engaña en su capacidad nutritiva y fomenta la lentitud y el pesimismo de los italianos”5. Suponía Marinetti cambiar la pasta con otro producto que no fuera importado y que creciera en Italia. Su solución fue cambiar la harina de trigo por arroz, un producto que se cultivaba –según él– con plenitud en Italia. Podemos encontrar en esta revelación una ironía ya que los futuristas planteaban esta como la nueva comida del futuro en Italia, mientras que en los países asiáticos el arroz y sus derivados habían sido su base alimentaria por siglos. La comida futurista debía ir acorde a los principios futuristas de la ligereza, velocidad, juventud y violencia. Igualmente, siguiendo las reglas del futurismo, los platos llevarían nombres poéticos que mezclaran elementos disonantes entre sí (ya verán más adelante). Con cada bocado, el nuevo hombre habría de engullir no tan solo un alimento, sino una obra artística. Eso los llevó a la experimentación con nuevos sabores y mezclas debido a que estos se habían prohibido las mezclas tradicionales ya conocidas para permitir la experimentación de nuevas experiencias gustativas. Una idea clara de estos ideales nos las provee la escritora Hidalgo6: “…los futuristas buscaron en sus recetas el contraste radical de sabores, colores y ambientes, uniendo elementos que tradicionalmente se pensaban como opuestos (dulcesalado, suave-picante, carnes-frutas, etc.). Los “bocadillos simultáneos”, que contienen “diez, veinte sabores que degustar en pocos instantes”, son el ejemplo clásico de la yuxtaposición de elementos disímiles entre sí,…” Esta relación dispar la podemos observar en algunas de sus recetas. Tomemos por ejemplo

ahora que no tengo el tablero de madera sobran las restas y los múltiplos ese tránsito inacabable de fichas que pasan al otro lado allá donde la cuerda pierde fin y estas manos niñas no alcanzan un último roce

“Se sueña y se obra según aquello que se bebe y se come” - F.T. Marinetti1

Vivir con miedo es el primer indicio de la violencia.

na bofetada. Dos, tres… Ha perdido la cuenta de cuántas bofetadas le ha dado la vida. El espanto de estar atrapada nuevamente en una relación de violencia le secaba la garganta, le quebrantaba la voz. Nadie se percataba si quiera de lo que estaba viviendo. La violencia es un síndrome ―pensaba. Es cíclica, voraz, explosiva. Y lo peor, terriblemente humana. La sonrisa de soslayo le salía más que por hipocresía, por costumbre. Una costumbre malsana, como todas las malas costumbres. Él le dijo que no se llevara la llave. La llave debía quedarse ahí, en la cajita, con el resto de las llaves. A ella le inquietaba en sobremanera quedarse afuera, por alguna razón extraña que nunca logró precisar. Tenía que tener las llaves. Así que antes de partir hacia la oficina, se dirigió sigilosamente a la cocina donde estaba la cajita con las llaves. No tenía otra salida. Esas llaves le darían paso a su escondite, a donde nadie la perturbaba con cuestionamientos sobre su relación. Ahí, precisamente en la casa donde había aguantado unas cuantas bofetadas más. Pensó que esta era la bofetada necesaria para salir corriendo de una vez y no regresar. Más bien, se llevaba las llaves para asegurarse de que podía volver entrar, de que algún día tendría los ánimos suficientes para agarrar sus cosas y largarse de una buena vez. Ese día, al regresar de la oficina, ofuscada y aturdida por todos los escritos y dictados de su jefe, decidió detenerse en los chinos de la Avenida Universidad para tomarse una cerveza. Se debatía entre si regresar o no. Habían sido ya demasiadas bofetadas. Demasiado corridas. Era pasmoso pensar en aquello. Pero no tenía otro espacio a dónde ir. Aquella cerveza fue eterna. Se distrajo al menos viendo pasar los carros y la gente por la calle. Faltaba poco menos de una hora para que el tren dejara de funcionar. Decidió irse. Un tanto despistada y al mismo tiempo paranoica y temblorosa, cruzó la Gándara La muerte fue súbita. El impacto del auto fue mortal. Sufrió fractura craneal y un sangrado interno en el hígado. El médico forense que atendió la escena y realizó la autopsia miró a su compañero. “Aquí hay algo más” ―le dijo un tanto desajustado y sorprendido. Hay una llave perforando el intestino delgado. Se había tragado la llave para nunca más entrar, para no volver.

Joselyn Quiñones

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Como comúnmente se expresa en un dicho, “se come primero con los ojos”. Los futuristas también incorporaron el elemento visual a su cocina. Tomemos por ejemplo la receta Ecuador contra Polo Norte9; se trata de un “mar” de yemas de huevo sazonadas con sal, pimienta y zumo de limón. A su vez, en su centro las yemas están coronadas con una torre de claras de huevos con trozos de china y trufas. Otra presentación extraordinaria (para no decir estrambótica) es la del Pollo de Acero de Marinetti10, en la cual un pollo rostizado es rellenado con crema dulce y diferentes bombones. Pero los deleites visuales no acaban aquí; ya que se proponía el uso de lámparas ultravioletas para exponer los alimentos. Por último, el tacto, ese sentido que rara vez es utilizado al degustar la comida y bueno en Occidente. Seamos sinceros; si fuéramos americanos, latinoamericanos o europeos y viéramos a alguien tocando la comida se la devolveríamos porque nos disgustaría comerla. Aún siendo de Italia, Marinetti proponía la eliminación de los cuchillos y tenedores para tener una nueva experiencia. Había que saber distinguir y apreciar entre lo blando/duro, frío/caliente de la comida. En ese sentido, las manos se convertieron en una extensión del placer del paladar, al igual que los demás sentidos en estas degustaciones sensoriales. No ha de sorprender que sus planteamientos no hayan encontrado muy buena crítica. Alejo Carpentier llamó a la cocina futurista inverosímil y criticaba que fueran las recetas hechas por pintores en vez de cocineros. Otro al que tampoco le provocaba gracia la cocina futurista fue a Alfonso Reyes que la describía como “una revoltura de perfumería, química y farmacia, ayudada de aparatos eléctricos y ozonizadores, y desviada constantemente —grave error— hacia las simbologías poéticas y pictóricas.”11 Pero ha de entenderse que ese era el propósito principal de Marinetti (y todas las vanguardias en general) de provocar reacciones en su público burgués. Para ser sinceros, ¿quién se comería un datillo relleno de anchoas?12 Pero esto es solo un aperitivo. Invito al lector a leer La Cucina Futurista para que descubra si fue producto de la locura o de una magnífica imaginación de una mente cuerda. 9 Cátulo. “Marinetti: un futurista sin futuro”. Loc. Cit. 10 Receta tomada de: Hidalgo, Sara. “Comida futurista a cuatro tiempos”. Op. Cit. 11 Reyes, Alfonso. Diez Descansos de Cocina. Mexico, PDF File. Pág. 19 – 20. 12 Adler, Jerry. “Back To the Future.” New Yorker 80.25 (2004): 101-105. Readers’ Guide Full Text Mega (H.W. Wilson). Web. 10 Oct. 2012. Pp. 14

La mujer de Tomaso Landolfi Cindy Jiménez Viera —Traduciré a Gogol, — le dijo a Tegucigalpa, su mujer. Suena un portazo. Landolfi lleva tres días encerrado en su estudio en Roma. Los vecinos alarmados al no ver salir de su casa al huraño escritor y, ante la ausencia del olor del pan que su mujer hornea en las tardes, advierten a la policía del suceso. Dos carabinieri confirman, frente a las incrédulas luces de las cámaras de los paparazzi, que Landolfi yace desinfla­do en el suelo justo detrás de su escritorio. Una tachuela incrustada en su glúteo izquierdo es prueba infalible del asesinato. Tegucigalpa ha huido con todos sus materiales inflables. Nunca superará el suicidio de su mejor obra.

El reloj

Manecillas girando días horas de recuerdos pasajeros como cuerdas en fuga sujetas al fragor del viento invadiendo a sus diestras la percepción rutinaria

Lovelia Octaviani

y el segundero comienza a rodearse de tiempos vividos bordeando el presente desde un punto estático vigilando el hoy que yace en su eje inamovible y el minutero con su mano diestra marca al punto la hora del reloj que resplandece mientras avanza como batería recargable que alumbra con su propio dígito un camino cubierto de nubes

Dulce miedo

Jeannette Cabrera Molinelli

S

alíamos de casa risueñas, en tropel y con bulla, pero regresábamos enmudecidas. En el patio de doña Pina había muchos árboles inmensos con plantas colgantes que ennegrecían todo el jardín. Se escuchaba el ru-ru-cucurrú sobrecogedor de las palomas que aleteaban de rama en rama bajo las sombras Mi prima Isabel nos señalaba las botellas enterradas en el piso que indicaban el lugar exacto donde estaban sepultados los familiares de la señora. Según ella, si pisábamos el cuerpo de alguno de los muertos, este podía sacar la mano por la tierra y nos agarraría por los pies. Con extremo cuidado, cruzábamos temerosas el misterioso jardín hasta llegar a la parte trasera, donde había una pequeña terraza colmada de tiestos adornados con espejos. Todo en aquel lugar estaba descuidado y lleno de hojarascas. Los bejucos parecían manos agarrando las columnas del balcón. Tocábamos una campanita para avisar. Una señora de cabello blanco y desordenado, con la piel tan blanca como el incienso quemado, con ojos marcados por una huella umbrosa, corría el visillo y se asomaba por el cristal de la puerta de maderas viejas. -¿Qué era? - Buenos días, doña Pina. Queremos dulces y caramelos. Esperábamos unos momentos que nos retorcían el vientre. Nos manteníamos en vigilancia por si alguno de los muertos que descansaban allí le daba por aparecerse. El crujido de los árboles nos embargaba en temor y dudas. Mis primas me hacían señales con las manos para que mantuviéramos aquel silencio atroz. Se escuchaba el chirriar de los metales enmohecidos. Se abría la puerta. Mis ocho años se quedaban tiesos de espanto. De adentro salía un aire denso, como si ardiera un incienso de esos que airean

“Una piquiña que me absorbe el cerebro”

Dibujo a bolígrafo Gilberto G. Díaz Flores

B

eth’s little hand turned the hourglass upside down with a swift movement, the action almost stumbling with the word “Fright”. Not a grain of sand drops before Liz shouts “Thunder!”, and they engage once again on the game of chaining words. “Frankenstein!” “Monsters!” Neither girl hesitates, not one grain of sand can be lost. As the seconds run breathless to the bottom, and the words get more and more ridiculous, Beth’s and Liz’s laughter take over the short pauses each word gets. “Horror Movies” “Zombies!” “Rotten Skin!” Each word was supposed to make it harder for the next person to chain. Beth had a quick, curious mind; she was able to link one word to the next like raindrops on a crystal window. Impatiently, Liz’s hands grasp a lock of her hair and kept twisting it, begging it for words she could say. “Undead” said Liz, her brow knit together in concentration. “Vampires!” says Beth triumphantly as the sand runs almost out. “Demons...” Liz’s smile hung a little to the side as the sand was almost finished with its escape. Beth’s voice joyfully exclaimed “Evil, I Win-” But before Beth could claim victory, Liz’s words steps over hers. “My brother”

A Game of Words

Salimos presurosas y a toda carrera como pájaro que quiere alzar vuelo, no importaba si estropeábamos las tumbas. Nadie se atrevía a mirar hacia atrás. Solo queríamos salir de aquel lugar siniestro, hasta que tuviéramos el valor o el empuje para regresar una próxima vez.

Pasiones

Ricardo Rodríguez Santos

Una luz incógnita merodea mis entornos aclara mi vista como a través de un tul exótico, lejano… Percibo sus vibras y tiemblo en la distancia. ¿Qué faenas rondan sus estancias? Bajo mis párpados e invoco a mis musas: alimento mis versos con verbos profanos, desato pasiones efímeras, inocuas… en espera a la respuesta de los dioses. Un camino de estrellas diviso en el trayecto. Ruta inaccesible, cargada…sinuosa… Me aventuro a especular en la oscuridad. Tejo sueños de tiempos distantes, de rubíes y diamantes, de quimeras y ensueños… Un rumor persistente me impulsa a seguir. Me susurra melodiosos y antiguos cantos lejanos… Un olor a incienso quemándose impregna mis sentidos. Escucho faldas moviéndose al ritmo de una danza sin instrumentos que se mueven del vientre hacia afuera, furiosas, malditas y sumisas.

Ink Bullet

Gabriel Vélez Feliciano

There’s a gun in my drawer I pick it up and hold it against my head. I pull the trigger again and again and again until my brain splatters the walls and paints it red. Only my brain does not decorate my bedroom walls. There are no bullets in the chamber, there is no gun. There is only me and a pen bleeding ink into an otherwise blank page.

periodicohojassueltas (en construcción)

Periódico Literario Hojas Sueltas

SOMETE LO QUE SEA 8

periodico.hs

Roxana V. Crespo

Tú pones las letras, nosotros el papel.

Ojos no, pestañas

Cuando miras, tus pestañas delatan una abstracción verdosa y azul convidándome a acariciar esos ojos orbitados y aglutinados; hermoso universo inquietante…

Ante esa mirada enigmática y novedosa yo escurro mi cabello en tu vientre deseando envolverte como granizo envuelve una tierra a cántaros

…y nace esa luz que nos embriaga, nace esa necesidad de querernos nocturnamente bajo una lluvia jadeante y semántica.

Comenzamos por capturarnos por las pupilas y por la lengua; ese quehacer lunático que nos deslumbra y nos desmaya, nos reformula en instantes de gozo y nos delata a ciegas.

El lenguaje de tus pestañas me concede algunos secretos y yo claudico ante tu mirada cuando adivino tu ausencia espontánea conectada a mis lunares sobrios…

Y alguna música suena en tu pelo, mientras el deseo de robarte el corazón despinta en mi cerebro esa descabellada idea. Entonces, forcejeando esa gravedad que nos distancia y ese mecer que nos inunda, me convierte en pez sin alas, te convierte en pájaro sin escamas

…y esa conexión exacta nos apresura mientras nuestras bocas respiran ese olor del cuerpo, de la náusea, y de la alegría de las coyunturas. Y en ese infinito sinónimo semanal algunas huellas nos marcan mientras tus pestañas nos rearticulan en forma de memoria poética.

Heisy A. González Rivera José Gabriel Figueroa Carle Melany M. Rivera Maldonado Roxana V. Crespo Morales Joselyn Quiñones Álamo

Heisy González

“He’s not evil! I win, I win!” she shouted in a competitive tone. The rhythm of the game was gone now; something hung about the air, just like Liz’s smile, just like the last grain of sand that didn’t quite manage to fall. “Liz, what’s wrong? I’ll let you win next time,” she said quietly, feeling guilty even though she really was the winner. “I’m not lying, he really is bad” “Who’s bad?” A deep voice behind them forced Liz to tilt her head back and look up at the figure towering over them. A boy in his late teens was standing above, a friendly smile on his attractive face. “We’re gonna get going. You ready, kiddo?” Liz nodded, and her brother lifted her to her feet in one quick motion. As they walked out, Beth stood puzzled with the hourglass in her hand. What was evil about him? They looked really close with the way he was always petting her hair or rubbing her arm. And yet, as Liz glanced, with her smile hanging around the corners, waving back at her friend, Beth couldn’t help but feel she should have believe the words they chained. Mesa Editorial:

cuando llevan algún muerto a la iglesia. Con un caminar pesado, y vestida con una camisola negra y una chaqueta con encajes estropeados, Doña Pina traía entre sus manos una caja de cristal con las golosinas envueltas en papel de seda en colores. Allí había pilones, malrayos, tirijalas, Mary Janes, unos caramelos durísimos y unos gofios que se nos atoraban en la garganta y el polvo se nos salía por la nariz. Comenzábamos a alegrarnos con temor. Como Isabel era la mayor, era la encargada de acercársele y escoger los caramelos. Uno a uno y como en un ritual de encantamiento, doña Pina ponía los dulces que se escogían en una bolsa de papel. No sonreía ni por un segundo. Observé en silencio que su cuerpo no tenía sombras. Las palomas se quedaban quietas, con los ojos puestos en nosotras. Mientras, nos agarrábamos por la falda buscando el auxilio de las otras. Isabel volvía a acercársele para pagarle los dulces. Ya de regreso, volvíamos a pasar por el martirio del jardín, con cuidado de no pisar las tumbas de los parientes. - Estos dulces...¿No estarán envenenados?- pregunté una vez en secreto-. Siento que aquí pasan la noche los demonios. - No,-dijo Isabel- solo tienen un poco de la sangre seca de los muertos, son altos en proteína, igual que los gandules. Pero cállate, que vas a alterar a los difuntos. ¡Uy! ¿Escuchaste eso? - No, ¿qué? -Unas voces y sonidos extraños, como un ronroneo, no sé.

Para una versión completa, accede a: http://bit.ly/hojassueltas

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