Historias de palabras (5): Un poco más de café

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19/1/2015

CVC. Rinconete. Lengua. Historias de palabras (5). Un poco más de café, por Alberto Montaner.

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Lunes, 19 de enero de 2015 BUSC AR EN R INC O NETE

LENGUA

Historias de palabras (5). Un poco más de café Por Alberto Montaner

Al retomar el hilo de estas Historias, quisiera hacerlo saludando la aparición de la obra de Manuel Alvar Ezquerra Lo que callan las palabras (Boadilla: JdeJ Editores, 2014), que se sitúa en una línea muy próxima a la directriz de las presentes contribuciones. El propio profesor Alvar, presentando su libro en la revista en línea Maestros de la Filología, señala que en él recoge un millar de palabras que son habituales en la lengua, unas más que otras, es cierto. En él se explica el porqué de su significado, de su origen o de su empleo, cuando no cuenta cómo la voz se ha mantenido en la lengua aunque lo nombrado por ella haya cambiado tanto que ya no se nos muestra con claridad la relación entre el término y lo nombrado por él.

Tras dar algunos ejemplos escogidos de la varia casuística que responde a esta situación genérica, concluye con un párrafo que, dado lo expresado en la primera de las presentes Historias, no me resisto a transcribir íntegramente, pese a su longitud: Sin duda el mundo de las palabras es fascinante. Las relaciones que mantienen con la realidad nombrada, los vínculos que las unen unas a otras nos transmiten unas informaciones insospechadas en un buen número de ocasiones, en otras solamente entrevistas, pero podemos llegar hasta ellas para ver cómo se ha ido constituyendo el vocabulario de no pocos ámbitos. Su conocimiento nos permite apreciar cómo se forma la lengua, cómo las palabras se ven afectadas por los cambios que se producen en la realidad nombrada, pero también cómo mutan, para poder dar cuenta adecuadamente de las transformaciones de las cosas, y cómo los hablantes las adoptamos para nuestras necesidades, cómo las modificamos para dar cuenta de aquello que no entendemos. Es la interacción entre las personas, el léxico y la realidad circundante. Es el mundo, pero también es la lengua, y somos nosotros mismos. Su conocimiento nos permite no solamente entender cómo ha sido la historia que nos ha traído hasta aquí, sino también hacer un mejor uso de nuestro sistema lingüístico para la comunicación con nuestros semejantes, por qué somos como somos, expresar nuestros pensamientos, y ser libres, que es a lo que debemos aspirar.

A mi entender, estas reflexiones subrayan que, como es propio de toda aproximación auténticamente filológica, el doble anclaje en las palabras y las cosas, en el texto y su contexto, resulta ser la vía más fructífera para que la documentación revele la forma en que interaccionan por vía del discurso el lenguaje y la historia. Por fortuna, RI N C O N E T E no ha sido precisamente impermeable a esta orientación, y antes ya de dar comienzo a las presentes Historias habían aportado artículos desde planteamientos en buena parte coincidentes David Prieto García-Seco, cuya interesante serie sobre Falsas tuve ocasión dey mencionar en la segunda entrega, y, El Instituto C e rvante s utiliza cook ie s propias ysegmentaciones de te rce ros para facilitar, m e jorar optim izar la e x pe rie ncia de l usuario, por m otivos de se guridad, y para conocede r sus desde antes, Pedro Álvarez Miranda, quien ha venido combinando la hábitos de nave gación. R e cue rde que , al utilizar sus se rvicios, ace pta su aviso le galotras y su contribuciones de tipo más perspectiva léxico-semántica con política de cook ie s. Ace ptar gramatical. Precisamente, me propongo en lo que sigue realizar alguna aportación complementaria a dos de sus aportaciones iniciales a esta revista, «Café (I)» y «Café (II)». Con la primera taza, el docto académico recomendaba «no dejarse llevar en estos casos por tentadores exotismos etimológicos», recogiendo la prudente propuesta de Corominas y Pascual de que la palabra llegaría al español «por conducto del italiano y del francés» (DCECH, vol. I, p. 735b), expresión en la que Álvarez de Miranda subrayaba el empleo de la conjunción copulativa. Con la segunda, señala que «de entre los cambios semánticos que ha conocido la palabra café el más relevante es el metonímico que condujo de la designación de una bebida a la del local donde se despacha y consume». Sin duda, esto último es cierto para la historia de café como vocablo español, pero no estará de más señalar que la primera y más trascendente mutación semántica para la historia mundial del término la sufrió cuando su antecedente, el árabe qahwah, cambió por el actual su sentido originario, como subraya Federico Corriente en sus imprescindibles DAI (Diccionario de arabismos y voces afines en iberorromance, Madrid: Gredos, 2003, 2.ª ed.) y DAA (Dictionary of Arabic and Allied Loanwords: Spanish, Portuguese, Catalan, Galician and Kindred Dialects, Leiden: Brill, 2008), s. v. «café». Dicho significado lo podemos ver todavía en esta estrofa del cejelero cordobés del siglo XI I Ibn Quzmān, Dīwān, 94.11 (en edición y traducción del mismo Corriente): «Táḥfaẓ asmáha?», sayaqúllak: «Lá!». Qúllu: «Ḫúḏ, namlá minha ’uḏnáyk malá: híyya hi_lqáhwa, walmudám, waṭṭilá, walḥumáyya, walḫandarís warráḥ». «¿Sabes sus nombres». Diría que no. Dile: «Toma, llenaré de ellos tu oído: es vino, morapio, tinto,

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En efecto, el sentido primigenio del origen de la cadena etimológica que acaba en nuestro café no designaba a la infusión realizada con los frutos del cafeto (un conjunto de plantas arbustivas del género Coffea), sino al zumo fermentado de la uva. Hay que esperar al siglo XV para que la planta, en su variedad procedente del altiplano de Etiopía se aclimate en el Yemen. Allí la planta (desde Linneo clasificada como Coffea arabica) mantuvo su nombre etiópico, būn en amhárico y tigré, que da el árabe bunn, pero la infusión producida por sus granos tostados adoptó el nombre de qahwah, hasta entonces reservado al vino. Se han dado varias razones para esta peculiar situación (véanse EI2 [The Enciclopaedia of Islam, 2.ª ed. rev., Brill Online], s. v. «ḳahwa», y OED [Oxford English Dictionary en línea, Oxford University Press], s. v. «coffee»). Ha gozado de bastante aceptación la hipótesis de que se trate de un nombre africano asimilado, por equivalencia acústica, al ya existente en árabe, pero nadie ha podido documentar ese supuesto étimo. Otra propuesta incide en la posibilidad de que el consumo de café se difundiese en el Yemen desde los círculos sufíes, en los cuales el nombre del vino (usado frecuentemente en su poesía mística como símbolo de la esencia suprema o el Uno, de embriagadora presencia) se habría trasvasado a la nueva bebida. Pese al constatado papel de los sufíes en la difusión del café por Arabia y Egipto, esta hipótesis constituye una problemática cadena de conjeturas. Por lo tanto, quizá la opción más prosaica sea la adecuada: al parecer, los etíopes hacían originalmente la infusión homónima del arbusto con las hojas y no con las semillas, mientras que la idea de prepararla usando estas últimas tostadas habría sido de los yemeníes. Si se empleaba la semilla propiamente dicha, la bebida así obtenida era bunniyyah, pero si se utilizaba su cáscara, aquella era qišriyyah (adjetivo relacional de qišr ‘cáscara’ y ‘corteza’). En cualquier caso, el resultante líquido oscuro, amargo y estimulante carecía de nombre propio (aunque a veces se usó el mismo bunn), lo que llevó a darle por analogía el de otra bebida de caracteres parcialmente coincidentes, el vino, pero no en sus designaciones más comunes, naḫr y nabīḏ, sino en la de qahwah. Además de esta explicable metáfora, el nombre experimentó en árabe la misma evolución metonímica que en las lenguas occidentales, de modo que acabó por designar no solo la infusión, sino el lugar donde se la preparaba y expendía, sentido documentado ya en la recensión egipcia de Las mil y una noches. La nueva bebida se había hecho popular en El Cairo desde principios del siglo XV I y alcanzó Estambul hacia mediados de siglo. En las lenguas europeas, no obstante, la voz no penetró directamente desde el árabe, aunque se encuentren ocasionales reflejos de qahwah como tecnicismo científico neolatino, por ejemplo el caoua de Alpinus en su De plantis Ægypti liber, de 1592, o el choana (léase choaua) de una de las glosas del doctor Bernardus Paludanus al Itinerario: Voyage naer Oost ofte Portugaels Indien (Amsterdam: Cornelis Claesz, 1596, cap. XXVI, p. 35b) de Jan Huyghen van Linschoten, errata mantenida en las traducciones inglesa (por W. Philipp, 1598), latina (por T. A. Lonicerus, 1599) y francesa (anónima, 1610), lo que revela su circulación puramente libresca. En cambio, es de procedencia oral la forma empleada por el viajero portugués Pedro Teixeira en el lib. I, cap. VI, p. 19, de sus Relaciones del origen descendencia y successión de los reyes de Persia y de Harmuz, y de un viage hecho por el mismo autor dende la India Oriental hasta Italia por tierra (Amberes: Hieronymo Verdussen, 1610): Hay otra manera de bebida muy usada por toda Turquía, Arabia, Persia, y Surya [Siria] dicha kaoàh, es una semiente muy semejante a pequeñas habillas secas; tráese de Arabia, cuécese en casas para ello deputadas, el cosimiento [sic] es espeso, sobre negro, y incipido [sic], y si algún gusto o sabor tiene es declinante a amargo, pero poquísimo.

Frente a estas adaptaciones de qahwah, las formas románicas occidentales acabadas en -é, por orden cronológico el italiano caffè (1615), el francés café (1651) y el español café (1680), revelan la mediación del turco otomano ‫( ﻗﮭوه‬qahvé, en ortografía moderna kahve), tomado seguramente a través del persa qahve(h) y adaptado a la prosodia turca, predominantemente oxítona. Respecto del español, no cabe duda de que el término entró desde el italiano o el francés. A este respecto, señala Álvarez de Miranda que «resulta, en verdad, prácticamente imposible decidirse por una u otra lengua», razón por la que, como queda dicho, enfatiza el uso de y en la formulación del DCECH. Personalmente, prefiero a este respecto la indicación de Corriente: «a través del it. o fr.» (DAI, p. 268a), porque «la disyuntiva que plantea esta conjunción no es excluyente, sino que expresa conjuntamente adición y alternativa», como señala el DPD (Real Academia Española, Diccionario panhispánico de dudas, Madrid: Santillana, 2005), al desaconsejar el uso del falso conector y/o. De este modo, sin exigir (como hace la copulativa) una posible, pero improbable entrada simultánea desde el italiano y el francés, con la o quedan recogidas todas las posibles alternativas. En todo caso, sí hay razones históricas para preferir en cierta medida la opción italiana. Primeramente, la voz se conoce ya en Venecia en fecha tan temprana como 1570 en la forma caveé, recogida por el entonces diplomático y más tarde cardenal Gianfrancesco Morosini, mientras que la grafía plenamente italiana caffè se documenta, también en Venecia, casi cuarenta años antes que en francés, como se ha visto. La aclimatación veneciana del café turco con anterioridad al resto de Europa no tiene nada de extraño, habida cuenta que la Serenísima era el mejor aliado europeo de la Sublime Puerta y uno de sus principales socios comerciales. Adviértase que la dirección del influjo la marca también la apertura del

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CVC. Rinconete. Lengua. Historias de palabras (5). Un poco más de café, por Alberto Montaner. primer café marsellés en 1654, mientras que en París hay que esperar hasta 1672 (TLFi [Trésor de la Langue Française informatisé], s. v. «café»). Si a ello se añade que en los siglos XV I y XV I I la monarquía hispánica englobaba dos importantes territorios italianos, el Milanesado y Nápoles (propiamente, el ducado de Milán y el reino de las Dos Sicilias), de los cuales el primero se hallaba muy próximo a la república de Venecia, resulta razonable suponer que el vocablo se introdujo por dicha vía, antes que por la francesa, no tan fluida por aquellos años. Ver todos los artículos de «Historias de palabras»

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