El toro o la máquina: para competir contra usted

June 6, 2017 | Autor: E. Rodríguez-Dobles | Categoría: Social Psychology, Video Games and Learning, Video Games, Games
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Descripción

El toro o la máquina: para competir contra usted

Esteban Rodríguez-Dobles

En uno de los últimos textos que escribiera el historiador holandés Johan
Huizinga titulado Homo Ludens (1952), el autor es categórico al señalar que
los animales jugaron primero: "el juego es más viejo que la cultura…Con
toda seguridad podemos decir que la civilización humana no ha añadido
ninguna característica esencial al concepto del juego. Los animales juegan
lo mismo que los hombres".

El encanto de jugar y reproducirnos en el juego se transforma a lo interno
de cada uno. Me es muy sentido cuando aún niño jugar con los carritos
perdió su gracia, no pude nunca reactivar la magia de sumirme en mis
historias tejidas con esas versiones miniatura de Camaros, Corvettes y
Mustangs. Estos momentos fueron de a poco, suplantados por la fichas para
jugar Asteroids, Battletanks, o algunas versiones del Mortal Kombat que me
invitaban a sumirme en sus cruentos escenarios, mancharse con la sangre
digital. Había que hacer fila un buen rato para pelear contra las máquinas
Arcade que estaban en la taquería de los Riña. La competencia se entabla
entre uno y el anónimo zumbido de la pantalla que proyecta las peleas
traducidas por botones y palancas.

Los marcadores como las destrezas de cada jugador quedan al descubierto.
Los novatos rápidamente concluían: GAME OVER tintinea en la pantalla. Hay
un raro placer en competir contra un aparato. Te obliga al despliegue de
una serie de movimientos estertóreos sobre el tablero de control, acelera
las zigzagueantes miradas de dardo que se afinaban con cada partida.

La competencia entre videojugadores no era tan apetecible, nos gustaba más
jugar contra la invisible astucia de los códigos binarios y decodificar las
movidas de la máquina ¿por qué? Porque así el adversario era uno mismo, se
competía contra sí, los niveles estaban dados por las propias limitaciones.
Los niños y jóvenes de todas las clases sociales competíamos contra
nosotros.

Por la ranura de las máquinas de videojuegos, entraban muchas cosas, por
ahí cabía la esperanza, un triste alivio, se inserta una moneda como vía de
escape, una fantasía bélica, una confrontación interestelar.

Si bien hay trucos aprendidos e imitación para competir contra ella, la
mayor parte de los enfrentamientos requería de la improvisación y de una
intensa aplicación de las lógicas matemáticas que encierra un videojuego.

Así cuando pienso en esto, me parece encontrar esa improvisación en otros
terrenos, en los toreros improvisados, en Johnny Araya y en los políticos
en general, en los directores técnicos de fútbol o en algunos estudiantes
de primer ingreso. ¿Contra quién compiten sino contra sí mismos? En
realidad la política, el toro o la máquina pueden ser solamente lo que
completa esa competencia contra sí mismo. Habría que preguntarse con más
hondura por qué esto es así.

Hay algo de torero improvisado y de gamer en los políticos, el juego de la
política se lleva ahora a niveles de entertainment con Donald Trump como
oráculo. El político es su propio peor enemigo. Y cuando le embiste el
toro, la gente goza con cierto morbo y culpa, sin reprocharse mucho.

La sanguínea rojez del Redondel de Zapote, es un círculo que comprende un
ciclo. Aunque la voz en off insiste en decir que es una competencia cuerpo
a cuerpo, todos sabemos que el toro no ha elegido asistir cada año a ese
lugar. Para el deleite de la familia, los toreros improvisados
sacrificialmente juegan contra sus limitaciones, mientras ocurre el
levantín, en sincronía alguien eructa en su casa y el "comediante" cambia
su imitación de Figueres por una plegaria a los cielos.

Al parecer como especie, lo que hemos aportado a estas dinámicas del juego
es un cierto concepto y gusto por la competencia traduciéndose dicha
competitividad en manifestaciones bastante tangibles, que pueden adoptar la
triste forma, a veces insensata, trapera y deshonesta que suele darle la
economía neoliberal, que aprovecha nuestra sed de competir contra uno
mismo.
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