Egipto y las tres olas de la yihad

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Descripción

                                                 

 

Egipto y las tres olas de la yihad

Por Martí Nadal Pibernat

Edimburgo · 2016

El islamismo violento egipcio va en aumento otra vez. El régimen ha perdido el control del norte de la península del Sinaí –ahora un refugio relativamente seguro para el grupo yihadista Ansar Beit al-Maqdis (ABM)– y pequeños grupos en el continente hostigan cada vez más frecuentemente a las fuerzas de seguridad. El número de policías y soldados muertos en la actual rebelión que empezó tras la caída de Hosni Mubarak en 2011 pero que empeoró con el golpe de estado contra el gobierno islamista de Mohamed Morsi en 2013 ya ha superado las bajas de la insurgencia yihadista de los años noventa. Desde 1992 hasta 1999, aproximadamente 400 miembros de las fuerzas de seguridad del Estado perdieron la vida mientras que en sólo dos años el actual conflicto ha matado a más de 700. El número de bajas en el bando insurgente demuestra la virulenta respuesta del presidente Abdel Fatah alSisi: el ejército dice haber matado 3000 insurgentes desde 2011, mientras que en la última rebelión fueron 425. Asimismo, desde que en 2014 ABM jurase lealtad al Estado Islámico, el grupo egipcio ha endurecido sus métodos tal y como prueba el atentado contra el avión ruso donde murieron 224 civiles.

 

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En 1997 la represión brutal del régimen de Mubarak acabó con la revuelta islamista y favoreció un alto el fuego unilateral por parte del Grupo Islámico. La Yihad Islámica, el otro gran grupo activo en ese período siguió poco después el mismo camino. Su principal objetivo era derrocar a Mubarak y establecer un estado islámico, la meta tradicional de los yihadistas de la primera ola. Durante la siguiente década la violencia islamista en Egipto se convirtió en un fenómeno inusual que esporádicamente atentaba contra turistas en el Sinaí. Esta nueva tendencia iba acorde con la nueva corriente de la yihad –la segunda ola– encabezada por Osama bin Laden y su mano derecha, el exiliado emir de la Yihad Islámica egipcia, Aymán alZawahirí. Este no aceptó la tregua de 1997 pero tampoco disponía de los medios para continuar la guerra contra el régimen egipcio, así que desplazó su punto de mira hacia Occidente. Por otra parte, los líderes de las organizaciones combatientes se entregaron a un proceso de desradicalización –deslegitimando el uso de la violencia– y de revisión ideológica. Decenas de miles de yihadistas siguieron a sus jeques y depusieron las armas contra el régimen. A raíz de las revueltas árabes de 2011 los capitostes y la mayoría de los miembros activos veinte años atrás aceptaron en cierta medida el pluralismo político recién llegado y acordaron participar en el juego democrático fundando partidos políticos. A pesar de las recurrentes revueltas del islamismo revolucionario en la historia de Egipto es importante evitar análisis que expliquen la actual insurgencia en el Sinaí –y con menor intensidad en el continente– como un despertar del yihadismo egipcio. Se trata de una nueva ola, la tercera, que poco tiene que ver con las anteriores. La tregua de 1997 y el posterior revisionismo de las doctrinas islamistas fueron auténticos y no sólo una estratagema para parecer dóciles y esperar a una oportunidad mejor para alzarse contra El Cairo otra vez. De hecho, ambas insurgencias difieren en un amplio rango de características: motivacionales, geográficas, generacionales, teológicas y organizacionales, y por eso se deben enmarcar distintamente en la historia del Islam revolucionario en Egipto.

 

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Los yihadistas de la primera ola pretendían hacerse con el poder en los países musulmanes. El asesinato del presidente egipcio Sadat, en 1981.

Al ser derrotados en sus países, los yihadistas cambian el objetivo y empiezan a atentar contra quien apoya a sus gobiernos autócratas: Occidente. El 11S fue el mayor golpe de la segunda ola de la yihad.

 

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El Estado Islámico es el representante de la tercera ola yihadista que apunta tanto a los regímenes árabes como a Occidente.

La insurgencia de los 90: teología, liderazgo y desradicalización

La revuelta islamista de los 90 fue el caso prototípico de la primera ola del yihadismo tal y como la definió Fawaz Gerges. Los orígenes ideológicos de la primera ola se encuentran en el pensamiento del egipcio Sayyid Qutb, que alentó a los musulmanes a luchar contra los regímenes árabes secularistas y aliados de Occidente. Qutb rechazaba la diferenciación entre las ideas de yihad ofensiva y defensiva justificando así las acciones violentas contra el “enemigo cercano”. Con ello se abolía la ampliamente aceptada noción que la yihad estaba reservada para cuando los no musulmanes atacaban la tierra del Islam. El mayor logro para los yihadistas de esta primera generación fue el asesinato del presidente egipcio Anwar Sadat en 1981. En un primer momento los grupos salafistas –aquellos que promulgan un retorno al Islam prístino de los tiempos del Profeta– fueron favorecidos por el régimen de Sadat para contrarrestar las presiones de los sectores naseristas e islamistas moderados que suponían una mayor oposición política para el nuevo rais

 

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egipcio. Sin embargo Sadat perdería el favor del islamismo más integrista a raíz de los Acuerdos de Camp David de 1979, que establecieron la paz y el reconocimiento de Israel por parte de Egipto. Miembros de la Yihad Islámica acabaron mataron al rais, empezando de este modo un ciclo de represión gubernamental y violencia islamista. El Grupo Islámico fue la organización yihadista más grande del mundo en su momento y se le atribuye la autoría del 90% de los ataques en Egipto. Su estrecha estructura orgánica favoreció un movimiento de base que echó raíces en la sociedad egipcia. La Yihad Islámica fue el otro gran grupo insurgente. Era una organización originaria de El Cairo, comparativamente mucho más pequeña que el Grupo Islámico, permanecía más oculta para favorecer una agenda más beligerante. Ambos grupos operaban mayoritariamente en el Egipto continental. El choque contra el régimen “apóstata” estaba respaldado por una ingente cantidad de documentos teológicos que legitimaban el uso de la violencia contra las fuerzas de seguridad. Los insurgentes de los 90 también fueron muy cuidadosos en no alienar a la población civil y por ello descartaron el uso indiscriminado de la violencia. De hecho, los yihadistas perdieron su restante apoyo popular tras la masacre de Luxor de 1997, que dejó 62 muertos, la gran mayoría turistas, en un grito desesperado para llamar la atención por parte de combatientes del Grupo Islámico contrarios a la tregua con el régimen. Este atentado fue el primer síntoma que el yihadismo –derrotado en el ámbito nacional e internamente fracturado– viraba su rumbo. El nuevo blanco era el culpable de sustentar a los autócratas árabes: los Estados Unidos y sus aliados, el “enemigo lejano”. El islamismo revolucionario se encaminaba así hacia la segunda ola del yihadismo, la yihad global de Osama Bin Laden. En Egipto, los disidentes que no aceptaron el alto el fuego perdieron su capacidad de acción en el país y se exiliaron, la mayoría a Afganistán y Pakistán. De hecho, el propio Gerges define a al-Qaeda como el fruto de “un matrimonio entre el wahabismo-salafista conservador –Bin Laden y otros saudíes– y el islamismo egipcio revolucionario –al-Zawahirí y demás exiliados”.

 

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El fundador de al-Qaeda, Osama Bin Laden, y su sucesor, el egipcio Aymán al-Zawahirí

El Grupo Islámico y la Yihad Islámica basaban su legitimidad en las interpretaciones de los textos religiosos por parte de admirados jeques cultivados en la ley islámica. Las cualificaciones teológicas y las aptitudes ejecutivas iban de la mano. Por consiguiente no debería sorprender que el movimiento revisionista liderado por la dirección encarcelada a finales de los 90 consistiera en la producción de nuevos libros, ensayos y manifiestos que desacreditaban la legitimación de la violencia contra el estado.

La violencia decayó tras el alto el fuego de 1997 aunque se recrudeció con ataques contra turistas por parte de yihadistas desafectos / Awad y Hashem, basado en el trabajo de Chuck Fahrer

 

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Seguramente la figura dominante que ejemplifica el giro revisionista es la de Sayyid Imam al-Sharif, conocido como Dr. Fadl. Fue emir de la Yihad Islámica, encarcelado por el asesinato de Sadat durante más de 30 años y el intelectual de referencia de al-Qaeda. Al-Sharif es un reverenciado estudioso del islam y el autor de La guía esencial para la preparación, que se convirtió en un título capital para el entrenamiento en las artes de la yihad. Algunos islamistas lo consideran el pensador más influyente para el yihadismo tras Sayyid Qutb. Debido a su reputación intelectual, al-Sharif culminó el proceso de desradicalización de la Yihad Islámica publicando Racionalizando la yihad en Egipto y en el mundo en 2007, un libro que refutó su obra teorética previa. El homólogo de al-Sharif en el Grupo Islámico fue Nageh Ibrahim, el teórico de la organización. Junto con otros líderes produjeron textos revisionistas y el régimen les concedió permiso para recorrer las prisiones para así difundir la nueva doctrina. La resolución del estado de mantener la estructura del grupo en las prisiones y su decisión de mantener sus líderes con vida facilitó el proceso de desradicalización dado el alto grado de jerarquía por el que se regía la organización. Esta estrategia fue parte una efectiva respuesta estatal de doble vertiente que combinaba represión con concesiones: mejoras de las condiciones de vida en prisión y liberación de convictos. En una entrevista reciente, Ibrahim reiteró su compromiso con el islamismo no violento a pesar de la represión de Sisi y criticó al Estado Islámico y a la insurgencia en el Sinaí por sus brutales métodos y falta de credenciales islámicas. Karam Zuhdi, uno de los padres fundadores del Grupo Islámico y también encarcelado por la muerte de Sadat lamentó su pasado beligerante que ahora considera nocivo para la comunidad musulmana. Su revisionismo fue más allá de la deslegitimación de la violencia e incluso llegó a calificar a Sadat de “mártir”. Otros líderes históricos del proceso reformista del Grupo Islámico como Esam Derbala y Osama Hafez; y de la Yihad Islámica como Abbud al-Zumar, Tariq al-Zumar y Kamal Habib han participado abiertamente en el juego político tras el derrocamiento de Mubarak creando el Partido para la Construcción y el Desarrollo, el Partido Islámico o el Partido de la Yihad Democrática. La mayoría de ellos fueron liberados durante el efímero gobierno de Mursi tras décadas en prisión. Abbud al-Zumar, anterior emir de la Yihad Islámica, fue liberado en 2011 y se decidió a participar en

 

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las primeras elecciones libres de la historia de Egipto: “las urnas decidirán quién ganará al final del día”, manifestó. No obstante, el golpe de estado de Sisi puso fin al proceso hacia el pluralismo democrático con el encarcelamiento de un gran número de islamistas. Uno de ellos, Esam Derbala, era el presidente del máximo órgano de decisión del Partido para la Construcción y el Desarrollo –el brazo político del Grupo Islámico– cuando fue detenido liderando una manifestación bajo el lema “No al Takfir”. El takfirismo es la corriente donde un musulmán califica de infiel a otro musulmán. Fue usado por los yihadistas egipcios para defender sus ataques contra los regímenes secularistas y recientemente por el Estado Islámico y sus afiliados para matar a todo aquel quien no comulgue con su versión del Islam. Derbala murió en prisión y fue sucedido por otro histórico dirigente, Osama Hafez. En 2013, cuando el Ministro del Interior de Sisi sobrevivió a un intento de asesinato el jefe del brazo político de la Yihad Islámica, Adel Raouf Mohamed, lo calificó de “inaceptable”. A pesar de la creciente represión del estado parece que el grupo de islamistas que lideró el proceso revisionista de los 90 permanece comprometido a él y han adoptado el lenguaje y las normas de la soberanía popular y el pluralismo.

La yihad después de Mubarak: agravios en el Sinaí, venganza y una nueva agenda

El carácter problemático del Sinaí no es nuevo. Se trata de un territorio propenso a los vacíos de poder, especialmente tras la retirada en 1982 del ejército israelí de la península ocupada. Desde entonces El Cairo desconfía de las tribus beduinas. El politólogo Omar Ashour define esa suspicacia: “Egipto ha tratado la región como una amenaza en lugar de como una oportunidad; los habitantes del Sinaí son potenciales informantes, potenciales terroristas, potenciales espías y potenciales contrabandistas, y no ciudadanos egipcios”. Es una percepción recurrente en los trabajos académicos que los beduinos del Sinaí se sienten discriminados y desposeídos de los beneficios económicos que su propia tierra produce; el turismo siendo uno de los más importantes.

 

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El objetivo tradicional de los grupos yihadistas que han actuado en el Sinaí ha sido el de hacer añicos el acuerdo de paz entre Israel y Egipto y por eso el foco de sus ataques era habitualmente los civiles israelíes o el gaseoducto que une ambos países. Seguramente el mayor momento de tensión que lograron fue el ataque relámpago transfronterizo que dejó ocho israelíes muertos. En su contragolpe y persecución de los asaltantes el ejército del estado judío mató por error a cinco soldados egipcios provocando una crisis diplomática.

Autobús israelí atacado por yihadistas egipcios provenientes del Sinaí en 2011

Con el comienzo del nuevo milenio los sitios turísticos del Sinaí sufrieron oleadas de ataques que dejaron cientos de muertos. Los grupos que reivindicaron esos atentados estaban inspirados por Abu Musab al-Zarqaui, emir de al-Qaeda en Irak tras la invasión americana y fundador de lo que finalmente se convirtió en el Estado Islámico. Al-Zarqaui fue célebre por sus métodos brutales –incluidas decapitaciones televisadas–, carencia de credenciales islámicas y asesinatos masivos de otros musulmanes. En buena medida representó el prototipo de yihadista de la tercera ola tal y como lo entiende Gerges: más radical, menos intelectual e inclinado a usar propaganda en lugar de teología, aunque no vivió para ver la eclosión del Estado Islámico y la tercera ola porque los americanos le mataron en 2006. En 2010

 

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Hamzawy and Grebowski ya observaron esta tendencia hacia un razonamiento menos teológico en jóvenes yihadistas egipcios: “Mientras el adoctrinamiento de los yihadistas acostumbraba a ser riguroso y sofisticado, introduciendo a los reclutas en la importancia de los objetivos finales y la justificación de conseguirlos por cualquier medio, a día de hoy no existe tal educación en el movimiento [yihadista] global”. El antiguo combatiente Nageh Ibrahim desprecia a los miembros de Ansar Beit alMaqdis (ABM), que lideran el islamismo radical en el Sinaí, y los define como “estúpidos” y con una ideología “desviada”. La mayoría de europeos que han viajado a Siria para hacer la yihad apenas habla árabe y varios de ellos compraron el libro “Islam para tontos” antes de su viaje. El vacío de poder que dejó la revolución egipcia de 2011 favoreció las actividades rebeldes en el Sinaí y el surgimiento de ABM, un grupo local simpatizante de al-Qaeda. Sin embargo, Israel seguía estando en el punto de mira de la creciente insurgencia. La rabia de los yihadistas locales creció tras el golpe de estado de 2013 contra el gobierno islamista de Morsi que, acto seguido, conllevó la destrucción de la mayor fuente de ingresos y armas de los residentes: los túneles de contrabando hacia Gaza. Para ello El Cairo destruyó más de 3.000 edificios, la mayoría hogares, cercanos a la franja para crear una zona de seguridad. En palabras de Ashour: “Mientras que antes ABM había manifestado que su objetivo era atentar contra Israel, después de 2013 empezó a hablar principalmente de ‘defender a los musulmanes de Egipto de las acometidas de un ejército de apóstatas’”. Este giro coincidió con un nuevo e incendiario fenómeno: el retorno de yihadistas curtidos en los campos de batalla de Siria y Libia. En septiembre de 2013 un retornado se inmoló en un atentado fallido contra el ministro del interior como venganza por la masacre de la plaza de Rabaa, donde la policía mató a centenares de manifestantes pocas semanas antes. El atentado más sangriento contra los cuerpos de seguridad egipcios ocurrió en octubre de 2014 cuando un coche bomba explotó junto a un control policial dejando varios muertos. Acto seguido insurgentes fuertemente armados arremetieron contra los que ayudaban a los heridos dejando una cifra total de 30 muertos. En diciembre de 2014 la yihad en el Sinaí sufrió otro giro capital cuando ABM juró lealtad al Estado Islámico convirtiendo la península en una más de sus provincias. Como resultado de esa decisión el grupo egipcio se ha beneficiado de mayores fondos y de nuevos flujos de armas y combatientes.

 

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Los túneles entre el Sinaí egipcio y la bloqueada franja de Gaza son la vía para el contrabando de todo tipo de mercaderías. Su uso es vital para la supervivencia económica de la franja y suponían ingresos ingentes para los beduinos del Sinaí / Reuters

Además, con la asociación con el Estado Islámico, ABM aumentó sus capacidades y amplió su agenda. Es interesante observar cómo ambos grupos coordinaron su giro hacia una agenda dual que tiene como blanco tanto al “cercano” como al “lejano” enemigo. A pesar de su retórica beligerante contra los “cruzados” de Occidente, el Estado Islámico permaneció concentrado en su lucha en Siria e Irak hasta los atentados de París en noviembre de 2015, que dejaron 130 muertos. Anteriormente los ataques en Europa los cometían miembros afines a al-Qaeda o lobos solitarios que decían estar influenciados por el nuevo Califato pero no bajo sus órdenes. Sólo dos semanas antes de París, ABM derribó un avión ruso matando sus 217 pasajeros en lo que fue el primer gran golpe de la organización contra un objetivo no egipcio. Parece que la agenda de la tercera ola del yihadismo se expande y el Estado Islámico y sus afiliados están dispuestos a empezar una guerra de dos frentes contra los regímenes árabes y Occidente. Desde el golpe de estado, El Cairo y otras ciudades continentales también han sufrido un aumento de la violencia yihadista pero no sólo de salafistas. Nuevas generaciones de los Hermanos Musulmanes piden una respuesta más contundente

 

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contra la represión de Sisi y han empezado a cuestionar su compromiso con la no violencia impuesta por los sectores veteranos. La masacre en la plaza de Rabaa también desencadenó la radicalización de la juventud egipcia que busca venganza. Se han ido formando pequeños grupos que han crecido con el tiempo aunque su ideología permanece ambigua. En junio de 2015 el fiscal general de Egipto, Hisham Barakat, fue asesinado aunque la autoría del atentado con coche bomba permanece desconocida. Se trata del asesinato de más alto perfil político desde el inicio de la insurgencia. Nageh Ibrahim, el exlíder yihadista ahora reconvertido en moderado, atribuye el asesinato de Barakat a una venganza por varias ejecuciones y sentencias de muerte de líderes islamistas. El régimen de Sisi permanece inseguro y por ello actúa contra la rebelión con extrema dureza: encarcelamientos masivos, torturas, violaciones, sentencias de muerte… que empujan a las nuevas generaciones a los brazos del islamismo revolucionario capaz de dar respuesta, por las armas, a sus humillaciones.

Unos 800 manifestantes pro-Morsi fueron acribillados por la policía en la cairota plaza de Rabaa el 14 de agosto de 2013 según Human Rights Watch / Getty Images

¿Hacia dónde avanza la ola?

La insurgencia en el Egipto de los años 90 y la actual en el Sinaí –y con menos intensidad en el continente– difieren en muchos niveles y por ello se las debe

 

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ubicar en dos olas distintas del fenómeno yihadista. La del siglo pasado pertenece a la primera y la más reciente a la tercera. Además, la actual rebelión no se puede entender como un retroceso en el proceso de desradicalización que acabó con la ola original porque los yihadistas que lideraron la reforma ideológica permanecen comprometidos con su doctrina de no violencia. Primordialmente existe una diferencia geográfica entre ambos conflictos. Mientras que en los 90 el Grupo Islámico y la Yihad Islámica operaron en el Egipto continental, la actual rebelión ha permanecido mayoritariamente como un problema de la península del Sinaí y tiene sus raíces en los agravios socioeconómicos de las tribus beduinas que se añade a un deseo de vengar al gobierno islamista caído.

 

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En segundo lugar el conocimiento de la ley islámica y la provisión de textos que respaldasen las tesis de los dirigentes de los grupos de los 90 fue clave para sustentar su legitimidad. Por otro lado, la influencia del sanguinario al-Zarqaui en ABM y otros grupos de la tercera ola favorece un yihadismo que prescinde de la teología y espolea el uso de propaganda de fácil consumo. Tercero y ligado al anterior punto: el Grupo Islámico y la Yihad Islámica eran organizaciones altamente jerarquizadas donde los líderes controlaban a decenas de miles de hombres aunque no todos eran combatientes. Contrasta con la falta de visibilidad de la dirección de ABM, una organización que no pretende crear un movimiento de base, y del carácter heterogéneo de los pequeños grupos que surgen del continente. Como cuarto punto es destacable que hace 20 años el blanco de los ataques yihadistas era el “enemigo cercano” y el objetivo era capturar el poder del estado. El año 2015 ha demostrado que el Estado Islámico pretende establecer una agenda dual atacando a los regímenes árabes y al “enemigo lejano” tal y como se ha podido comprobar con las últimas acciones de ABM. Por último, el poderío del régimen egipcio difiere en ambos casos. Cuando Mubarak se enfrentó a la anterior insurgencia llevaba más de una década en el poder y su maquinaria gubernamental era sólida y por ello pudo someter efectivamente a los yihadistas. Además, su posición de superioridad le permitió negociar y adoptar un acercamiento pragmático con los grupos rebeldes que finalmente aceptaron un alto el fuego y se desradicalizaron. Por el contrario la actual posición de Sisi permanece frágil y por eso responde con políticas extremadamente represivas ante islamistas radicales y moderados que no hacen nada más que empeorar la situación empujando a más jóvenes hacia la radicalización bajo el amparo de una narrativa yihadista.

 

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