¿De dónde vienen los morfemas? Una explicación moderna para una intuición antigua

June 22, 2017 | Autor: J. Mendivil-Giro | Categoría: Historical Linguistics, Morphology, Linguistics
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¿De dónde vienen los morfemas? Una explicación moderna para una intuición antigua JOSÉ LUIS MENDÍVIL GIRÓ Universidad de Zaragoza 1. INTRODUCCIÓN La presente aportación pretende reivindicar una aproximación histórica al antiguo y complejo problema del lugar de la morfología en la gramática y del estatus lingüístico de los morfemas, entendidos como fragmentos constituyentes de palabras complejas (raíces y afijos). Siendo bien antigua, la idea de abordar el problema ontológico de los morfemas considerando su origen histórico cobra nuevo sentido en el contexto de un modelo minimalista de la Facultad del Lenguaje (FL). Argumentaremos que en dicho modelo los morfemas deben adscribirse al sistema sensorio-motor. Presentaré además la propuesta de que la unidad básica de la externalización del lenguaje es la palabra fonológica, lo que implica que los morfemas son efectos colaterales de procesos de reanálisis en la vinculación entre estructuras sintácticas y formas fonológicas estables (palabras). Si este modelo es correcto se sigue la conclusión de que los morfemas son regularidades formales de las palabras almacenadas en el léxico y que como tales contribuyen al almacenamiento y procesamiento eficiente de las mismas en el sistema sensorio-motor. Puede concluirse, por tanto, que una sintaxis minimalista favorece una visión paradigmática de la morfología y una visión analógica de la formación de palabras. 2. LA ARQUITECTURA ASIMÉTRICA DE LA FACULTAD DEL LENGUAJE. Según el influyente modelo propuesto por Hauser, Chomsky y Fitch (2002), la facultad humana del lenguaje (FL) podría concebirse como un sistema complejo integrado mínimamente por tres componentes independientes: un sistema conceptual-intencional (CI), relacionado con el significado y la interpretación, un sistema sensorio-motor (SM), relacionado con la percepción y producción de señales lingüísticas, y un sistema computacional (SC), la sintaxis en sentido estricto, responsable de la creación de la estructura sintáctica que subyace a las expresiones lingüísticas. Nótese que en dicho modelo no hay un lugar obvio para la morfología. De hecho, ni siquiera hay un lugar claro para el central componente léxico de las lenguas humanas, que en diversos desarrollos se asume de alguna manera distribuido entre los sistemas conceptual-intencional (en lo que respecta a los significados) y sensorio-motor (en lo que respecta a los significantes). En la interpretación de la arquitectura de la FL que vamos a defender en esta contribución, el léxico (en un sentido aún por definir) se va a considerar como un sistema de interfaz entre el sistema computacional (la sintaxis) y el sistema sensorio motor. Para que esta propuesta tenga ciertos visos de sensatez es importante que se tenga en cuenta una importante asimetría en la relación entre los tres componentes esenciales de la FL. De acuerdo con las propuestas de Chomsky (2007) y Berwick y Chomsky (2011), asumiremos que el sistema computacional tiene una relación asimétrica con los dos componentes llamados “externos”, CI y SM, de manera que el sistema computacional estaría optimizado para su interacción con el sistema CI, mientras que la relación con el sistema SM sería ancilar o secundaria. Se implicaría entonces que el sistema computacional forma, junto con el sistema CI, una especie de

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“lenguaje interno” que sería esencialmente homogéneo en la especie y que no estaría diseñado evolutivamente para la comunicación, sino para el pensamiento. Chomsky viene a sugerir que desde el punto de vista evolutivo el sistema computacional fue inicialmente (y seguiría siéndolo en la actualidad) un “lenguaje del pensamiento” independiente de la comunicación y de los sistemas de externalización: «the earliest stage of language would have been just that: a language of thought, used internally» (Chomsky 2007: 13). La hipótesis que vamos a proponer es que en ese “lenguaje interno” los morfemas no existen, sino que, por así decirlo, “pertenecen” a la conexión con el sistema SM. La posterior conexión evolutiva del sistema computacional con el sistema SM es lo que permitiría la “externalización” del lenguaje para la interacción y la comunicación con otras personas. Dado que la conexión del lenguaje interno con los sistemas de externalización es posterior o secundaria, sería precisamente en ese proceso en el que se produciría la principal (si no la exclusiva) fuente de diversidad estructural entre las lenguas humanas (entendidas como sistemas de conocimiento o lenguas-i): Parameterization and diversity, then, would be mostly –possibly entirely– restricted to externalization. That is pretty much what we seem to find: a computational system efficiently generating expressions interpretable at the semantic/pragmatic interface, with diversity resulting from complex and highly varied modes of externalization, which, furthermore, are readily susceptible to historical change (Berwick y Chomsky 2011: 37-38).

La externalización del sistema computacional (que es supuestamente invariable y universal en su estructura y en su conexión con el sistema CI), da lugar, sin embargo, a diferentes lenguas-i (el español, el ruso, el chino, etc.). Esto sería así precisamente porque el proceso de externalización implica esencialmente el aprendizaje de la lengua del entorno. Nótese que lo que se implica es que lo que los seres humanos tenemos que aprender del entorno en realidad son las pautas de externalización de nuestro lenguaje interno, que asumimos está estrictamente condicionado y guiado en su desarrollo por nuestro propio diseño biológico. Como cualquier otro sistema cognitivo (o como cualquier otro órgano), el lenguaje humano tiene el desarrollo condicionado por dos tipos de factores: factores internos (biológicos o los que se siguen de las leyes naturales) y factores externos (ambientales). La hipótesis central de este modelo es que el lenguaje interno (esto es, el sistema computacional y el sistema conceptual-intencional) están esencialmente condicionados en su desarrollo por factores internos, mientras que la conexión con el sistema sensorio-motor (la externalización) es especialmente sensible a los estímulos lingüísticos del entorno. Por decirlo más simplemente: cuando aprendemos la lengua del entorno lo que aprendemos esencialmente es a externalizar el lenguaje interno de la misma manera en la que lo hace el resto de personas de nuestra comunidad lingüística. Evidentemente hay una aparente contradicción en la afirmación anterior de que el lenguaje interno se externaliza en una lengua-i (interna) dada. De alguna manera estamos usando el adjetivo interno en referencia a “continentes” distintos. Una lengua-i es interna en tanto en cuanto es un órgano mental, un sistema de conocimiento interno a la mente y el cerebro de las personas y no un mero objeto público o compartido. La expresión lenguaje interno se refiere, por su parte, al sistema computacional en el que se basan las principales propiedades sintácticas de las lenguas humanas y que es universal por definición. Toda lengua-i, por tanto, incluye un componente biológico o naturalmente condicionado -que incluye a su vez el SC- y también un componente “internalizado” del entorno a través del proceso de adquisición, que es precisamente el

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que distingue entre sí a las lenguas del mundo y en el que se pueden producir los cambios lingüísticos. Llamaremos a ese componente léxico-i (léxico internalizado). 3. EL LÉXICO-I COMO UN INTERFAZ DE EXTERNALIZACIÓN DEL LENGUAJE INTERNO. Cuando hablamos de la externalización del lenguaje interno no hablamos por tanto de la externalización de la lengua-i (esto es, del uso de cualquier lengua), sino de la conexión estable del SC con el componente SM que permite a las computaciones sintácticas materializarse en sonidos (o signos visuales) y almacenarse en la memoria a largo plazo (véase la figura 1).

Figura 1. Esquematización (adaptada de Mendívil-Giró 2014) de la relación asimétrica entre los componentes de la FL. El sistema conceptual incluye conceptos “léxicos” (C en el esquema) y categorías funcionales (F en el esquema) que son empleados por el sistema computacional (sintaxis interna) para generar derivaciones sintácticas. Ambos forman el lenguaje interno del pensamiento (representado por las flechas verticales que los unen). A la derecha se representa el interfaz entre este lenguaje interno y el sistema sensorio-motor, representado como un léxico-i (interiorizado e interno). El léxico-i almacena los formantes (palabras) que finalmente sirven para linealizar las derivaciones sintácticas y hacerlas legibles al sistema sensorio-motor que las materializa

Es el establecimiento de esa conexión con el sistema SM lo que produce diversas lenguas-i, por lo que, en principio, podemos sospechar que donde se produce el cambio lingüístico (y, por tanto, la diversidad de las lenguas) es precisamente en el establecimiento de esa conexión. El interfaz de conexión entre el SC y el sistema SM debe contener, como mínimo, un léxico o repertorio de formas lingüísticas que permitan vincular las computaciones sintácticas con un sistema fonológico que produzca las cadenas de sonidos articulados (o, en su caso, los signos visuales). El desarrollo del lenguaje en un individuo (esto es, el proceso de adquisición de la lengua del entorno) consistirá, por tanto, en el desarrollo en el cerebro del individuo de un léxico-i. Consideraremos la naturaleza del léxico-i en el apartado siguiente, pero ahora debemos tener en cuenta una conclusión relevante para el asunto central de la presente contribución. Se trata de la hipótesis de que la sintaxis es la única fuente de composicionalidad en el lenguaje humano. De hecho, la hipótesis del lenguaje interno esbozada implica incluso que la sintaxis es la base de cualquier tipo de

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composicionalidad en la mente humana, pero nos limitaremos en esta reflexión a la de las expresiones lingüísticas. Si volvemos a la arquitectura del lenguaje plasmada en la figura 1, observaremos que se asume que no hay más que un “motor generativo” en el lenguaje, la sintaxis. No hay lugar, pues, para un módulo morfológico de formación o creación de palabras. En este modelo las palabras aparecen ya formadas en el léxico-i y se limitan a “materializar” las derivaciones sintácticas. En este punto nos estamos haciendo eco de la robusta y ya larga tradición “antilexicista” de la gramática generativa: la sintaxis léxica de Hale y Keyser (1993), la morfología distribuida (Halle y Marantz, 1993), el modelo “exoesquelético” de Borer (2013) o la nanosintaxis (Starke 2009). El aspecto común esencial a todas estas aproximaciones es la idea minimalista de que las palabras con estructura interna son formadas por los mismos principios y mecanismos que el resto de estructuras sintácticas. En estos modelos no hay cabida para un módulo gramatical específico para dar cuenta de la formación de palabras complejas (una “morfología generativa”), sino que se estipula que es la propia sintaxis la que está detrás de la formación de las palabras. El principal problema que tienen que enfrentar dichas tradiciones es precisamente el de dar cuenta de las diferencias notorias en la estructura, propiedades y grado de productividad que hay en las lenguas entre, de una parte, las palabras complejas y, de otra, los sintagmas y oraciones (y de singular importancia, de los llamados fenómenos de “integridad léxica”). En el apartado siguiente se expone muy sintéticamente (véase Mendívil-Giró 2010 para una visión más detallada y argumentada) un modelo en el que se respalda la hipótesis de la sintaxis como única fuente de composicionalidad en el lenguaje humano y, simultáneamente, se ofrece una explicación a la existencia de las palabras como unidades “especiales”. 4. LA PALABRA COMO LA UNIDAD BÁSICA DEL LÉXICO-I. La hipótesis de que la palabra es la unidad básica, atómica, del léxico-i se asienta en una concepción de la misma como la conexión mínima entre el sistema computacional y el sistema sensorio-motor. El modelo que defendemos implica que no hay una conexión directa entre significado y sonido por debajo de la palabra. Nótese que, aunque no se haya expresado de esta manera (en lo que sabemos), la idea de que la palabra es la unidad básica del léxico en absoluto es novedosa, y no nos referimos solo a la tradición gramatical de raíz greco-latina, sino a modelos generativos contemporáneos e influyentes, tales como los de Aronoff (1976) o Anderson (1992). Las palabras, entendidas esencialmente como palabras fonológicas, materializan siempre fragmentos de estructura sintáctica. La sintaxis, como se aprecia en la esquematización de la figura 1, no opera con palabras ni con morfemas, sino que opera con categorías funcionales y con unidades conceptuales (ambas pertenecientes al sistema conceptual-intencional). Ciertos fragmentos relevantes de esas derivaciones sintácticas se pueden asociar de manera estable a una forma fonológica y se almacenan en el léxico-i. Según el modelo defendido en Mendívil-Giró (2010) la condición mínima para que una derivación sintáctica se pueda externalizar (asociar a una forma fonológica estable) es la categorización sintáctica, esto es, que el concepto “léxico” implicado en la derivación se haya ensamblado con categorías funcionales que lo categoricen como nombre, verbo o adjetivo (asumiendo por conveniencia el modelo de las categorías sintácticas de Baker 2003). Cumplida esa exigencia, la “altura” de la derivación que se puede materializar con una palabra varía profusamente entre las lenguas (e incluso dentro de las lenguas) como consecuencia, precisamente, de las diferencias en los procesos históricos que han conformado sus léxicos-i. Una unidad del léxico-i es, por

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tanto, una forma fonológica (una palabra) vinculada a un fragmento de derivación sintáctica. La derivación sintáctica, en realidad, constituye el “significado” de tal palabra. Los significados de las palabras no están pues almacenados en el léxico-i, sino que se “calculan” por medio de la interacción entre el sistema computacional y el sistema conceptual-intencional.

Figura 2

En la figura 2 se muestra el esquema básico de la derivación mínima de toda palabra junto con la estructura sintáctica elemental de dos palabras (en español y en inglés). El esquema izquierdo propone que una palabra mínimamente incluye un concepto (que corresponde esencialmente al significado nocional tradicional) y una categoría funcional (F) que categoriza ese concepto en una clase sintáctica (F = N, V o A, u otras categorías en función del modelo adoptado). Tanto en español como en inglés se observa que la palabra fonológica (libro o book) realiza a todo el sintagma. Seguimos aquí la propuesta “nanosintáctica” de materialización de frase (phrasal spell out). Claro que en el caso del español podría argumentarse que en realidad la raíz léxica (digamos libr-) materializa al concepto y que el sufijo (-o) realizaría la categoría N nominalizadora. Esta es, básicamente, la estrategia de los modelos neoconstructivistas referidos anteriormente, especialmente de la morfología distribuida. Sin embargo, la propuesta que hemos presentado se basa en el hecho de que en los desarrollos recientes de la teoría sintáctica los nudos sintácticos postulados son típicamente submórficos, en el sentido de que en muchas ocasiones un morfema simple o inanalizable sirve de exponente para varios nudos funcionales. Es bien conocido además que los fenómenos de fusión y de supleción típicos de muchas lenguas representan claros desafíos a la pretensión de que los morfemas se corresponden con los nudos sintácticos terminales (véase Anderson 1992, capítulo 3, para una completa revisión). Por otra parte, aunque estamos sosteniendo que las palabras son estructuras sintácticas, es también notorio que la pretensión de que la estructura interna de las palabras pueda explicarse como el resultado de la aplicación de reglas sintácticas a los morfemas constituyentes es inadecuada (de nuevo, véase Anderson 1992, capítulo 10 en este caso, para una argumentación detallada). Esta visión, propia de modelos clásicos como el de Selkirk (1982) o más recientes, como la morfología distribuida, implicaría que los morfemas son manipulados por la sintaxis para crear palabras y que luego la misma sintaxis sigue operando con las palabras para crear estructuras mayores. Aunque esta visión “antilexicista” tiene la virtud esencial de abrazar la hipótesis minimalista de que solo hay un componente generativo en el lenguaje, tiene la desventaja, frente a las teorías lexicistas (que segregan la sintaxis propiamente dicha de la sintaxis propia de las palabras), de que no puede dar cuenta de las diferencias entre sus resultados (sintagmas frente a palabras). La ventaja de la hipótesis que defendemos de que la palabra es la unidad mínima de conexión entre sentido y sonido reúne lo mejor de las dos tradiciones, en el sentido de que mantiene un modelo simple con un único sistema computacional (aportado por el lenguaje interno) y predice los efectos de “integridad léxica” y, en

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general, el carácter menos productivo, sistemático y composicional de la supuesta “sintaxis léxica”. Puede parecer contradictorio que afirmemos a la vez que la palabra es una construcción sintáctica y que, sin embargo, rechacemos las propuestas que consideran los morfemas como nudos o constituyentes sintácticos manipulados por la sintaxis. Consideremos un ejemplo concreto para aclarar este punto. Ackema y Neeleman (2007: 332 y ss) argumentan desde un punto de vista lexicista que si la “sintaxis léxica” y la “sintaxis frasal” fueran la misma, entonces sería esperable que un nombre que se incorpore a un afijo superior pudiera dejar tras de sí sus complementos o modificadores. En efecto, esto es imposible. Consideremos el ejemplo de (1): (1)

a. _ -ero de zapato de cuero b. *Zapatero t de cuero

Objetan Ackema y Neeleman que si la estructura interna del derivado se hiciera en la sintaxis, entonces no habría manera de explicar que el ejemplo de (1b) fuera agramatical (y lo es si pretende representar el sentido de ‘zapatero que repara zapatos de cuero’). La objeción es relevante para las teorías “morfemáticas” que postulan que la formación morfológica de las palabras se realiza en la sintaxis, esto es, que derivan zapatero de zapato o de la raíz léxica de zapato (digamos zapat-), como en la estructura reflejada en la figura 3.

Figura 3

En efecto, de ser el esquema de la figura 3 un objeto sintáctico lícito, nada debería impedir la incorporación de N (zapato, resultante a su vez de la incorporación de la raíz zapat- al N -o) al N superior -ero, dando (1b), y todo lo que hagamos para impedirlo complica la teoría o la hace semejante a un modelo lexicista con dos “motores sintácticos”. Sin embargo, el reconocimiento de que zapatero tiene una estructura sintáctica no implica asumir una derivación con la de la figura 3 en la que la sintaxis opera con palabras, con raíces o con morfemas. La propuesta de que la sintaxis opera únicamente con categorías funcionales y elementos conceptuales reflejaría la estructura de zapatero (en el sentido de ‘el que repara zapatos’) como en el muy simplificado esquema de la figura 4.

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Figura 4

El concepto seleccionado (el mismo concepto asociado a zapato) es verbalizado por V (lo que daría cuenta de que el significado final de zapatero implica la ‘acción de reparar o remendar zapatos’) y posteriormente nominalizado por N. Lo relevante ahora es que una estructura del estilo de la de la figura 4 se asociaría en la memoria a la forma fonológica zapatero (en una de sus interpretaciones), lo que nos permite decir que la sintaxis es un sistema de cómputo que permite ‘calcular’ el significado de la forma aprendida combinando categorías funcionales y conceptos. Nótese que en este caso no hay lugar en la derivación para un posible complemento preposicional de zapato, precisamente porque zapato no aparece como un nombre en la derivación, lo que explica la imposibilidad del ejemplo de (1b). La implicación más relevante es que zapatero no deriva de zapato, sino que ambas formas comparten el mismo concepto de base y también parte de su forma fonológica (esto es, forman parte de un paradigma), mientras que difieren en las categorías funcionales implicadas en su estructura interna. Consideremos palabras españolas como ordenador, mechero o cerrojo. Parecen relacionarse con ordenar, mecha o cerrar, pero en realidad no se puede decir que tengan un análisis composicional a partir de ellas. Lo que se implicaría en estos casos es que a palabras como ordenador, mechero o cerrojo subyacen estructuras sintácticas más sencillas (quizá únicamente concepto más categorizador), como en las palabras no derivadas. Si la sintaxis puede generar libro añadiendo N a un cierto concepto, del mismo modo puede generar mechero añadiendo N un concepto de cierto artilugio que (quizá vagamente) el hablante puede relacionar con mecha, o no, algo que en cualquier caso queda reflejado por la proximidad paradigmática de las palabras fonológicas mecha y mechero. Y es perfectamente posible que para un hablante (consciente de la relación de esa palabra con mecha) la estructura sintáctica asociada a mechero sea diferente que para otro (que ni siquiera conozca la palabra mecha). Las palabras significan cosas distintas para los hablantes precisamente porque las analizan con estructuras diferentes. Consideremos, por ejemplo, el caso de la palabra aragonesa laminero. Si alguien recién llegado a Aragón aprende la palabra laminero ‘goloso’, puede analizarla como un adjetivo formado de un concepto más un categorizador (véase la parte izquierda de la figura 5), pero si después descubre el sustantivo lamín ‘dulce’, quizá introduzca más complejidad estructural (véase la parte derecha de la figura 5).

Figura 5

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Es muy plausible que el proceso de adquisición del léxico siga esa pauta, procediendo en la medida de lo posible a analizar estructuralmente las palabras morfológicamente complejas, liberando memoria y reordenando y ampliando el sistema conceptual. Es por ello por lo que es posible obtener conceptos nuevos a partir de palabras nuevas y conceptos viejos, y quizá sea esa una contribución notable de la sintaxis a la cognición humana. Desde este punto de vista, la estructura morfológica de una palabra “cuenta una historia” acerca de la estructura sintáctica interna de esa palabra (de su sentido, en última instancia), pero no determina dicha estructura y ni siquiera la refleja directamente. La predicción general, nada novedosa, es que a mayor estructura morfológica, es esperable una mayor profundidad estructural en la sintaxis interna de la palabra, pero nada más. Esto, en cierto modo, apoya una concepción esencialmente analógica de la formación de palabras. 5. LOS MORFEMAS: RESIDUOS DE LA HISTORIA Y HERRAMIENTAS DE LA MEMORIA Hemos sugerido que la estructura morfológica no es sintáctica (esto es, jerárquica y configuracional) y que el modelo morfológico adecuado en dicha concepción es el de palabra y paradigma. Si retomamos el ejemplo de la figura 4, en el que hemos asumido que se introduce el mismo concepto de base que estaría implicado en la palabra zapato, aún cabría preguntarse por qué razón esa estructura no se materializa con la propia palabra zapato. Aquí es donde se puede apreciar el carácter paradigmático de la teoría morfológica implicada. La estructura de la figura de 4 no es un sistema de formación de palabras, sino que es una construcción sintáctica que el hablante aporta para interpretar el significado de la palabra zapatero en un contexto dado. En el modelo que hemos propuesto, como en otros similares, la materialización de las derivaciones implica una competencia entre formas relacionadas con un concepto dado. Así, zapato, zapata, zapatería, zapatero, zapatilla, etc. son todas ellas formas fonológicas memorizadas que forman parte de un paradigma asociado, a través de la sintaxis, a una área conceptual determinada. La forma zapatero sería entonces la más compatible con dicha estructura de entre las que integran el paradigma. Anderson (1992: 186) plantea que las reglas derivativas de formación de palabras fundamentalmente sirven para establecer las relaciones entre palabras del lexicón que forman parte del conocimiento lingüístico del hablante, y no tanto para crear o generar esas palabras. Esta visión, aunque lexicista en espíritu, es compatible con el modelo que proponemos, en la medida en que se puede decir que las familias derivativas (zapato, zapatero, zapatear, zapatilla, zapateado, etc.) forman paradigmas complejos con estructura puramente morfológica y fonológica que se interpretan a la luz de la estructura sintáctica con la que se relacionan. Pero en realidad no hay que postular reglas de formación de palabras. El grado de transparencia y composicionalidad de los derivados dependerá de la “cantidad” de estructura con la que se interpreten. Parece razonable asumir, como hemos señalado antes, cierta tendencia a que se establezca una correlación general entre la complejidad morfológica (lineal) y la complejidad sintáctica (configuracional) de una palabra. Lo relevante es que esta correlación no es determinista, lo que evita los problemas de las teorías sintactistas morfemáticas. La estructura morfológica de una palabra derivada no permite normalmente calcular su significado, lo que indica que un tratamiento en términos de procesos de formación de palabras (sean en la sintaxis o en el léxico) son inadecuados en la mayoría de los casos. Situar las reglas en un lado u otro no mejora por sí mismo las cosas. La hipótesis que defendemos es que la sintaxis proporciona la estructura necesaria para interpretar las palabras complejas y que su complejidad morfológica es el resultado de la historia.

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Esta visión paradigmática de la morfología ofrece también un lugar natural para una concepción, popular en el pasado, en la que los procesos analógicos son la base de la llamada formación de palabras. Anderson (1992: 189 y ss.) plantea que sus reglas de formación de palabras tienen una misión doble: formar nuevas palabras y servir de modelo para analizar otras no derivadas. Pues bien, esa duplicidad se puede simplificar asumiendo que el proceso básico de formación de palabras es la analogía, en el sentido de que la estructura sintáctica subyacente a una palabra se puede emplear para formar (o interpretar) otra sin necesidad de postular procesos específicos de formación de palabras, típicamente sobregeneradores. Por supuesto que un proceso analógico necesita un inicio generativo que después pueda servir de modelo a otros ítems creados por analogía. La sintaxis proporciona ese modelo y explica el (sorprendente) carácter altamente composicional de términos no derivados sincrónicamente, tales como irascible, viable o impecable en español. Pero si las unidades básicas de la externalización son las palabras (tal y como las hemos definido en esta contribución), entonces los morfemas tienen esencialmente un rol “mnemotécnico” en el proceso de almacenar y procesar palabras para la externalización del lenguaje. Los morfemas ligados (raíces y afijos) no son pues entidades primitivas de la facultad del lenguaje, en el sentido de que son “invisibles” para el sistema computacional, responsable de la composicionalidad de las expresiones lingüísticas. Según esta perspectiva, entonces, tiene sentido afirmar que los morfemas son un producto colateral de procesos de reanálisis histórico en la fase crucial de construcción (de “internalización”) del léxico-i. Consideremos la versión más desarrollada de la figura de 1 que se ofrece como figura 6.

Figura 6. Externalización de derivaciones sintácticas por medio de palabras (W) y representación del proceso de reanálisis que convierte palabras en morfemas.

En este modelo se observa que el SC genera derivaciones por medio del ensamble ilimitado, binario y endocéntrico de los elementos A, B, C … J (éstos son, o bien

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conceptos del sistema CI, o bien categorías funcionales, también interpretables en CI, tales como género, número, tiempo, definitud, etc.). Las palabras (W1, W2, etc.) del léxico interiorizado (específico de cada lengua) externalizan fragmentos de estructura. Típicamente, cada W representa a más de un nudo sintáctico. Las palabras léxicas siempre externalizan al menos dos nudos sintácticos (el concepto y el categorizador) y siempre tienen expresión. Las llamadas categorías funcionales pueden no tener expresión (lo que constituye una importante fuente de diversidad estructural entre las lenguas). Cuantos más nudos sintácticos materializa W, más probable es que su estructura morfológica sea compleja. Esto es así precisamente porque cuando un proceso de reanálisis histórico (indicado por la llave en la figura 6) hace que una secuencia de palabras se reanalice como una palabra única (W1-W2 como W5) entonces W1 y W2, antiguas apalabras, quedan como fragmentos recurrentes asociados, de manera más o menos transparente, a los nudos sintácticos que materializan (J-I y HG-F respectivamente). W1 y W2 son morfemas. Si el modelo expuesto es razonablemente correcto, entonces los morfemas no son elementos primitivos ni del sistema computacional, ni del sistema conceptualintencional. Son, por tanto, elementos propios del sistema sensorio-motor. Son efectos colaterales del cambio lingüístico que operan como recursos para la optimización del procesamiento y de la memoria que almacena las palabras en paradigmas. Aunque las palabras tienen una estructura sintáctica interna por definición, no hay reglas sintácticas de formación de palabras, ni un lexicón generativo. El fundamento de la formación de palabras es la sintaxis, pero el mecanismo es la analogía. 6. CONCLUSIÓN: LA MORFOLOGÍA ES MORFOLOGÍA A diferencia de lo que sucede con la sintaxis o con la semántica, la morfología del lingüista es muy diferente de la morfología del hablante. Quiere decirse con ello que, aunque tanto la sintaxis como la semántica son disciplinas de estudio, en realidad corresponden a capacidades cognitivas respectivas (SC y SCI) de las personas. Lo que estoy proponiendo es que este no es el caso con la morfología. La morfología es fiel a su etimología. Es (y, por supuesto, debe seguir siendo) el estudio de la forma, pero no es un componente específico de la capacidad del lenguaje de los hablantes. Por supuesto, las formas (esas que estudia la morfología) sí son parte de la lengua-i de las personas y, por tanto, también son objetos de estudio lícitos. Si estamos en lo cierto, los morfemas son una parte esencial de los mecanismos de la memoria para construir y procesar los inventarios de formantes fonológicos (palabras) con los que se externaliza el lenguaje, esto es, con los que se convierten derivaciones sintácticas jerárquicas en secuencias lineales procesables por el sistema sensorio-motor. Quizá por todo ello no resulte extraño que, como señala -interesadamente- Anderson (2015), Saussure no empleara ni una sola vez el término morfema en su celebrado Curso póstumo. Claro que el genio ginebrino no sospechaba la compleja estructura sintáctica que subyace a las palabras de las lenguas, pero sí supo ver que los morfemas no eran una parte imprescindible de la esencia de las lenguas, como prueba el hecho de que los morfemas ligados, a diferencia de lo que sucede con los fonemas, las palabras o las oraciones, no son universales en las lenguas (aunque sí extraordinariamente frecuentes).

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