Condiciones ambientales y aprovechamiento de recursos durante el Neolítico. El yacimiento arqueológico de Kobaederra (Oma-Kortezubi, Bizkaia)

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Condiciones ambientales y aprovechamiento de recursos durante el Neolítico. El yacimiento arqueológico de Kobaederra (Oma-Kortezubi)

I. Zapata*; J.E. González Urquijo**; J.J. Ibáñez Estévez***; J. Altuna****; K. Mariezkur rena****; C. de la Rúa*1 • * Universidad del País Vasco/Euskal Her riko Uniber tsitatea. ** Dpto. Ciencias Históricas. Universidad de Cantabria. *** Dpto. Antropología Social y Prehistoria. Universidad Autónoma de Barcelona. **** Sociedad de Ciencias Aranzadi.

El Neolítico se caracteriza por la introducción de la economía de producción: la agricultura y la ganadería. A pesar de que los datos directos son todavía escasos, en las zonas costeras del País Vasco se puede establecer el origen de estos fenómenos al menos desde el V milenio a.C. cal. (Zapata et al., 1997; González et al., 1999). Vamos a analizar aquí las condiciones ambientales contemporáneas de la primera agricultura y ganadería, la influencia de estas condiciones sobre las formas de vida de los grupos neolíticos y la forma en la que la incipiente economía de producción y otras actividades humanas influyeron sobre el medio. Haremos especial hincapié en los datos proporcionados por la excavación del yacimiento arqueológico de Kobaederra (Oma, Kortezubi, Bizkaia), una cueva que ha proporcionado varios niveles de cronología neolítica y un nivel superior calcolítico o de la Edad del Bronce (Zapata et al., 1997; González et al., 1999).

1. El medio ambiente en el 6000-4000 a.C. Las condiciones ambientales vienen determinadas en buena parte por las climáticas. En estos momentos, durante el período Atlántico se alcanza el llamado óptimo climático holoceno, en el que dominan las condiciones templadas y húmedas, con temperaturas y precipitaciones superiores incluso a las actuales. La fauna y la flora están adaptadas a estas condiciones. El bosque es la formación dominante, compuesto básicamente por especies caducifolias, sobre todo Quercus (Peñalba, 1989; Iriarte, 1994a; Zapata, 1999). La fauna de mamíferos está adaptada a las formaciones vegetales existentes; a lo largo del Tardiglaciar y del Holoceno antiguo han ido desapareciendo de la región las especies acostumbradas a paisajes más abiertos en climas fríos –bisontes, renos o liebres árticas– o las que no han soportado la competencia humana –león y osos de las cavernas– (Castaños, 1992). A partir del 900 b.p., hasta la aparición de los animales domésticos, las especies de grandes mamíferos más extendidas serán el ciervo, el corzo y el jabalí.

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Correspondencia a: Lydia Zapata (E-mail: [email protected]) o Concepción de la Rúa (E-mail: [email protected]). Dpto. Biología Animal y Genética. Facultad de Ciencias. UPV/EHU. Apdo. 644 - 48080 Bilbao).

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La transgresión flandriense supone la máxima extensión de las aguas oceánicas durante el Holoceno –en algunos momentos por encima de la línea de costa actual– y se produce también entre en torno al 7000 o al 6000 b.p., según los distintos modelos (Cearreta et al., 1992; Mary, 1992). Obviamente, es también el momento de la máxima extensión de los estuarios al cubrir las aguas marinas el fondo de los valles excavados durante el Pleistoceno. Los grupos mesolíticos que viven en estas condiciones disponen de una extensa gama de recursos vegetales y animales que pueden ser recolectados o cazados. La información de que disponemos sugiere que la estrategia de aprovechamiento del medio que siguen se basa en la diversificación, en la explotación de un amplio espectro de recursos. A pesar de que los animales más abundantes tienen comportamientos menos gregarios o son más peligrosos que los del tardiglaciar, la caza continúa siendo importante gracias a la introducción de nuevas técnicas como el arco y la flecha. La recolección de moluscos se ve favorecida por la extensión de los estuarios, una variable crítica en la productividad marina de estas especies. La cubierta vegetal incluye abundantes especies que pudieron permitir un aprovisionamiento regular de productos comestibles (frutos, hojas, semillas, tallos, cortezas, hongos, raíces, tubérculos y rizomas...).

2. La incidencia humana en el medio a partir del Neolítico. La alteración del medio no comienza en el Neolítico. Cada vez hay más referencias que sugieren que los grupos de cazadores-recolectores epipaleolíticos explotaron y modificaron las condiciones ambientales con bastante intensidad, alterando en algunos casos notablemente el medio natural en el que vivían. El Neolítico va a suponer no tanto el comienzo como una aceleración de este proceso de modificación del medio natural debido a la acción humana. Varios son los elementos que confluyen en esta aceleración: (1) la introducción de especies alóctonas, tanto vegetales como animales, destinadas a la agricultura y a la ganadería, (2) una alteración directa del medio para permitir la práctica y la extensión de estas actividades productivas y (3) un aprovechamiento más intensivo de algunos recursos silvestres. A ellos se añade una alteración indirecta, más difícil de evaluar, relacionada por ejemplo con la cubierta edáfica o con los ajustes del ecosistema en general.

2.1. La introducción de especies alóctonas. La agricultura y la ganadería implican la introducción de especies domésticas originarias de Próximo Oriente, donde se encuentran sus agriotipos. Esto es así para todas las especies vegetales (cereales, leguminosas) y animales (ovejas, cabras y cerdos) excepto quizá en el caso de los bóvidos, para los cuales existe la posibilidad de que se domesticaran poblaciones autóctonas. En la actualidad, para el País Vasco atlántico, la presencia de ganado doméstico se reconoce desde comienzos del V milenio a.C. cal. en la cueva de Arenaza (Galdames, Bizkaia) (Arias et al., 1999), a lo largo del milenio en Kobaederra (Zapata et al., 1997) y en Marizulo (Urnieta, Gipuzkoa) en la segunda mitad del milenio (Altuna, 1980). Los primeros rebaños domésticos de la vertiente atlántica peninsular estaban formados por ovicápridos, bóvidos y cerdo (Mariezkurrena, 1990). Sin embargo, sigue aprovechándose la fauna salvaje, especialmente en los yacimientos ocupados durante la primera mitad del milenio. Destaca el caso de Herriko Barra, en Zarautz, una ocupación al aire libre donde la abundante fauna está formada sobre todo por ciervo (Mariezkurrena y Altuna, 1995). Esta presencia exclusiva de fauna salvaje ocurre también en otras pequeñas cavidades, como Pico Ramos (Castaños, 1995), La Trecha (González Morales, 1996) o Tarrerón (Apellániz, 1971). Por su parte, las prácticas agrícolas aparecen en la región al menos desde c. 4.200 a.C. como lo prueba la presencia de cereales domésticos en forma de semillas carbonizadas de Hordeum vulgare y Triticum dicoccum –cebada y escanda– en los yacimientos de Kobaederra y Lumentxa en la costa vizcaína (Zapata et al., 1997: Zapata, 1999). La datación directa por AMS de un grano de cereal de Kobaederra ha proporcionado por el momento la fecha más antigua: 5375 ± 90 b.p. (AA29110: 4360-3990 a.C. cal.). En estos yacimientos las muestras de macrorrestos vegetales se han obtenido mediante el procesado del sedimento excavado por flotación por lo que no se puede descartar la presencia de cereal en otros yacimientos donde estos estudios no se han realizado o están en curso.

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La introducción de la agricultura está peor estudiada aunque empezamos a contar con nuevos datos que nos ayudan a reconstruir sus características: (1) los propios restos de los vegetales cultivados y de los silvestres recolectados, (2) la información paleoambiental y paleoantropológica, y (3) los utillajes empleados en las prácticas agrícolas. En Kobaederra, donde esta comparación es posible, el primer rasgo destacable es el bajo número de restos de cereal conservados en los niveles del V milenio a.C. respecto a los recuperados en el IV y III milenio a.C. Por el contrario son abundantes los restos de alimentos cazados y recolectados (moluscos, frutos, ...), básicamente los mismos y procesados con técnicas similares a las que se venían aplicando entre los cazadores-recolectores de la región. También puede juzgarse la importancia de las actividades agrícolas a través de las características que presenta el instrumental que participa en sus prácticas. En el estado actual de la cuestión, nos vamos a centrar en las hoces para siega porque algunos de estos materiales sí han sido analizados funcionalmente. Es bien conocida la extrema rareza de este tipo de utillaje en el ámbito cantábrico en general; éste ha sido uno de los argumentos para minimizar la importancia o descartar la existencia de agricultura neolítica en la región. Sin embargo, la ausencia o escasez de este tipo de útiles en el V milenio a.C. puede servirnos para valorar mejor el tipo de agricultura practicada. Para ello vamos a hacer uso de algunas referencias etnográficas sobre la tecnología agraria. En efecto, las hoces no son los únicos instrumentos que pueden participar en la cosecha de los cereales; existen otras alternativas, como la recogida a mano o, en el caso de los trigos vestidos, con la ayuda de mesorias, una práctica aún desarrollada en Asturias para cosechar Triticum dicoccum y de T. spelta –la escanda y la povia (Peña-Chocarro, 1992). Las hoces son instrumentos de recolección intensiva, necesarias en los contextos en los que la recogida del cereal es masiva y concentrada en un espacio de tiempo reducido. Las otras formas de cosechado son eficaces cuando el trabajo no es tan intensivo, bien porque la producción es pequeña bien porque el grano madura a lo largo de un período de tiempo más dilatado, debido a las condiciones climáticas. En climas oceánicos la maduración del grano se prolonga más tiempo por lo que la cosecha se puede prolongar a lo largo de varias semanas, a menudo en trabajos de media jornada.

2.2. Alteración directa del medio: la antropización del paisaje vegetal. Los análisis polínicos y antracológicos nos informan sobre el grado de modificación del medio vegetal, en general en términos de deforestación. Los análisis polínicos realizados en Pico Ramos (Iriarte, 1994b), Herriko Barra (Altuna et al., 1990), en Arenaza (Isturiz y Sánchez Goñi, 1990) o en la turbera de Saldropo (Peñalba, 1989) señalan diferentes grados de apertura de la cubierta forestal, en general dominada por Quercus. Los análisis antracológicos, con todas las reservas que impone la forma en la que se acumulan los carbones en los depósitos arqueológicos, también parecen mostrar un entorno boscoso en el que los robledales son las formaciones dominantes. El análisis de Kobaederra en concreto refleja un dominio de los carbones de Quercus subg. Quercus (robles caducifolios y marcescentes) que va cediendo ligeramente a lo largo del V milenio a.C. por el recurso cada vez mayor a otras maderas, algunas de porte arbustivo, que aparecerían en las orlas de los robledales en proceso de degeneración (Laurus nobilis, Rhamnus/Phyllyrea, Arubutus unedo, Rosaceae) (Fig. 1). Una evolución similar a la descrita se registra también en Pico Ramos (Zapata, 1996). En Kobaederra, la alteración sustancial del robledal no se observa hasta los niveles del final del IV milenio a.C. Es destacable que esta apertura del bosque que observamos aquí es paralela y contemporánea de fenómenos similares en casi toda Europa. Ante la ausencia de cambios climáticos importantes que expliquen esta modificación del bosque, la mayoría de los autores se inclinan por una causa antrópica: la deforestación generalizada es una consecuencia de la progresiva apertura de claros para tierras de labor o para pastos y también consecuencia de un aprovechamiento y gestión del bosque más agresivos. El caso del encinar cantábrico Un rasgo sobresaliente de los análisis palinológicos y antracológicos es que ponen de relieve la ausencia de formaciones extensas de encinar durante el Neolítico y los períodos inmediatamente posteriores. Especialmente significativo es el caso de Kobaederra, cavidad que se encuentra en pleno encinar de Oma (Kortezubi, Bizkaia). Observando con más detalle el diagrama antracológico (Fig. 1) vemos que la gran mayoría de la madera que se quema en el yacimiento procede de algún ti-

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po de roble caducifolio y/o marcescente. Sólo se documentan dos fragmentos de encina, uno en el Nivel 3 (Neolítico) y otro en el Nivel 1 (Calcolítico/Edad del Bronce). Sin embargo merecen destacarse algunos aspectos: 1. El porcentaje de madera de roble que se quema disminuye progresivamente a favor de las especies arbustivas, hecho que parece indicar la apertura creciente del bosque desde el Neolítico hasta el Calcolítico. 2. La encina está pobremente representada. Sin embargo, van ganando importancia otras especies típicas del encinar. Es significativo el incremento del uso de la leña de Arbutus unedo, Laurus nobilis y Rhamnus/Phillyrea desde el Neolítico final y sobre todo a partir del Calcolítico-Edad del Bronce. Sin embargo, a pesar de la presencia de especies típicas de encinar, la madera de roble caducifolio o marcescente sigue siendo la más abundante en toda la secuencia, acompañada del avellano, fresno, rosáceas espinosas y un único fragmento de haya. Estos datos concuerdan con los proporcionados por otros yacimientos vizcaínos que se localizan en un entorno potencial o real de encinar (Zapata, 1999). Por lo tanto, a partir de la información disponible, podemos decir que los encinares cantábricos actuales no son formaciones relictas como frecuentemente se asume. Tampoco son muy antiguos ya que los taxones que lo caracterizan no están bien representados ni durante el Neolítico ni el Calcolítico o la Edad del Bronce. ¿Cuándo y por qué se extiende el encinar cantábrico? La encina se ha identificado durante el Pleistoceno y en contextos tardiglaciares en diferentes yacimientos de la costa cantábrica (Uzquiano, 1992; Uzquiano, 1994). Estos trabajos han podido demostrar que Quercus iles/Q. coccifera no procede de la migración sino que es un elemento presente en el norte de la Península Ibérica desde el Tardiglaciar. Sin embargo, si bien la encina está presente, no parece que los encinares sean formaciones importantes desde el Neolítico hasta la Edad del Bronce (al menos entre los años 5000-1500 a.C.). En períodos posteriores los datos arqueobotánicos procedentes de zonas que en la actualidad se encuentren en un entorno de encinar son casi inexistentes. Por lo tanto, queda abierta la cuestión de cuándo se extiende a gran escala al encinar cantábrico aunque se puede apuntar una cronología protohistórica o incluso histórica que hunde sus raíces en procesos antropogénicos anteriores. A la luz de los datos arqueobotánicos, pensamos que la importancia del factor antrópico, opuesto a las causas naturales, climáticas, ha sido subestimado al explicar la existencia de los encinares actuales en ambientes atlánticos. La secuencia antracológica de Kobaederra (Fig. 1) nos indica un incremento progresivo de los taxones relacionados con el encinar, un incremento que se relaciona con toda probabilidad con un aumento de la actividad agrícola y ganadera en el entorno así como con una intensificación del impacto antrópico. Desgraciadamente, este proceso no se puede observar por completo en el diagrama, ya que la secuencia del yacimiento se interrumpe, pero pensamos que es lo suficientemente indicadora de la existencia de importantes transformaciones en el paisaje vegetal. Figura 1. Diagrama antracológico de Kobaederra.

Los encinares cantábricos se localizan en laderas de fuerte pendiente donde se desarrollan suelos de escaso espesor. Duran-

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te el Óptimo Climático, unos suelos más espesos, con mejores condiciones de alteración y mayor disponibilidad de nutrientes, a la par que unas condiciones climáticas favorables, permitieron el desarrollo de robledales que albergaban, de forma minoritaria, especies como la encina o el madroño, presentes en el entono al menos desde el Tardiglaciar. Descartada a partir de la Edad del Bronce la existencia de un cambio climático hacia condiciones todavía más cálidas, pensamos que la acción antrópica es la principal responsable del desarrollo del encinar cantábrico al favorecer la existencia de procesos de degradación de los suelos. Los procesos erosivos han sido descritos en otras zonas de la Península y se asocian claramente a dos momentos: (1) a las condiciones climáticas del tránsito Pleistoceno-Haloceno, y (2) a la expansión de las prácticas agrícolas y ganaderas. Estas últimas desencadenan cambios relevantes en el entorno: aumentan la presión sobre la vegetación arbórea y la cobertura edáfica sufre un proceso erosivo que supone la pérdida de suelo en las zonas de ladera (Martínez Cortizas y Moares, 1995). La erosión de las laderas, producida por factores que conocemos mal –deforestación, intensificación de las prácticas agrícolas y ganaderas, uso del fuego, etc.– facilitaría de esta manera la instalación de especies menos exigentes que soportan una escasa posibilidad de enraizamiento además de la sequía consiguiente a la baja capacidad de retención del agua.

2.3. Explotación de recursos silvestres. La introducción de las técnicas de producción de alimentos en el Neolítico no acaba con el aprovechamiento de los recursos silvestres. Estas estrategias continúan presentes con muy pocas modificaciones durante el primer milenio neolítico. El caso de la fauna es quizá el mejor conocido (cf. Mariezkurrena, 1990). En el V milenio, aunque los restos atribuidos a animales domésticos son en ocasiones dominantes, aún se da un importante aprovechamiento de ungulados salvajes cazados, fundamentalmente ciervos y corzos. Sin embargo, la tendencia general muestra un aumento progresivo del papel de los animales domésticos en detrimento de los salvajes, una tendencia que va a culminar en el III milenio a.C. En Kobaederra, los microlitos geométricos, empleados como elementos de proyectil en la caza, son los útiles más frecuentes en los niveles del V milenio a.C. mientras que apenas se encuentra este tipo de utillaje ni otro que cumpla la misma función en los niveles más recientes (Ibáñez, en prensa), lo que viene a confirmar la menor importancia de la caza con el paso del tiempo. La recolección de moluscos marinos tiene una gran importancia; algunas de las ocupaciones de este período cercanas a las zonas de estuario constituyen auténticos concheros, como ocurre en Santimamiñe (Aranzadi et al., 1931), La Trecha (González Morales, 1996), Tarrerón (Apellániz, 1971), el Nivel 4 de Pico Ramos (Zapata, 1995) o Mouligna (Chauchat, 1974). En Kobaederra, el aprovechamiento de moluscos marinos es especialmente intenso durante las ocupaciones que coinciden con la primera agricultura y ganadería (Zapata et al., 1997). Entre las especies consumidas destaca por su abundancia Ostrea edulis, la ostra, con toda probabilidad recogida en el cercano estuario de Urdaibai. La transgresión marina holocénica provoca en estos momentos la máxima extensión de los estuarios, la variable más determinante en la productividad de bivalvos (Iglesias y Navarro, 1995), por lo que en estos momentos se convierte en un recurso especialmente accesible. Esta explotación contrasta la escasez de evidencias de consumo de peces y aves, recursos que debían ser abundantes en ese mismo medio. En conjunto, el aporte de los animales a la dieta puede haber sido importante, sobre todo en las zonas costeras. En el análisis de la paleodieta de los restos humanos del nivel 3 de Pico Ramos, del III y IV milenio a.C., se aprecia que el principal componente de la dieta eran los recursos de origen estuarino (Baraybar y de la Rúa, 1995 y 1997). Entre los alimentos vegetales silvestres recolectados durante el Neolítico, en las cuevas de Kobaederra y Lumentxa se han identificado bellotas, avellanas y pomoideas como la manzana silvestre. Estos recursos que se explotan ahora al mismo tiempo que los productos agrícolas son básicamente los mismos que venían aprovechándose en el Mesolítico de la región (Zapata, 1999). Es preciso señalar que, en el caso de estos frutos silvestres, no se trata de un consumo esporádico ya que presentan tratamientos para facilitar su conservación por lo que parecen destinados a un almacenamiento para un consumo previsto y diferido. Las referencias de pomoideas halladas en yacimientos europeos del Mesolítico final y en el Neolítico son relativamente frecuentes (Zohary y Hopf, 1993). En muchos casos, como en el nivel neolítico de la cueva de Lumentxa (Lekeitio, Bizkaia) se han encontrado las frutas seccionadas por la mitad para favorecer su secado o tostado, un tipo de tratamiento que posibilita la conservación del fruto y mejora su sabor (Wiltshire, 1995).

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3. Conclusión. La aparición de la economía de producción en el País Vasco atlántico se produce en un momento en el que las condiciones climáticas del Holoceno medio favorecían un paisaje boscoso rico en recursos naturales fácilmente explotables. Los primeros campos cultivados se establecen en el V milenio a.C. en un paisaje de robledal, en pequeños claros antrópicos o naturales, probablemente aprovechando los suelos de ladera, más potentes en la época y más fáciles de trabajar y limpiar que los profundos y boscosos suelos de valle. El aprovechamiento de los frutos recolectados se mantiene centrado básicamente en los mismos productos que abastecieron a las poblaciones del Mesolítico local, y es muy probable que hayan tenido un importante papel en la subsistencia humana por la posibilidad de desarrollo de técnicas de conservación mediante el tostado y el secado. La ganadería está basada en obicápridos, bóvidos y cerdo y se encuentra en un proceso de expansión a largo plazo. Sin embargo, continúa la explotación de ungulados salvajes y el aprovechamiento de los recursos marisqueros, sobre todo los procedentes de los especialmente ricos estuarios del V milenio a.C. El bosque va sufriendo una profunda alteración. En el Holoceno medio encontramos instalado un denso robledal que aprovecha las excelentes condiciones de humedad y temperatura del período Atlántico, apenas alterado por las prácticas de los cazadores-recolectores mesolíticos. La introducción de la agricultura y de la ganadería y un aprovechamiento más intensivo de algunos recursos vegetales llevan a una apertura de claros, primero de forma tímida y acelerada más tarde. La intensificación de estas prácticas produce una alteración más generalizada que probablemente afecta a la cubierta edáfica y favorece con posterioridad la instalación de los encinares en los suelos cálcicos adelgazados.

Agradecimientos. Esta contribución se enmarca en el proyecto del Gobierno Vasco PU97/7: Estudio paleoambiental y disponibilidad de recursos a lo largo de la Prehistoria reciente. Respuesta antrópica a los cambios ambientales e influencia sobre el medio de la actividad humana.

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LABURPENA

Euskal Herrian, ekoizpen ekonomiaren agerpena Holozeno ertaineko klima baldintzek ustiatzen errazak ziren natur baliabide ugariko baso paisaia bati mesede egiten zioteneko une batean gertatu zen. Lehenengo soroak k.a. V. milurtean ezarri ziren, ziur aski hegi zoruak aprobetxatuz, garai hartan indartsuagoak ez ezik, bailara-zoru sakon eta basotsuak lantzen eta garbitzen baino errazagoak ere bazirelako. Bildutako fruituen aprobetxamenduari ere eutsi zitzaion, batez ere bertako Mesolitikoko biztanleak hornitu zituzten produktu beretan oinarrituta, eta litekeena da berauek giza biziraupenean paper garrantzitsua jokatzea, xigorketa eta lehorketaren bidezko kontserbazio-tekniken garapena zela eta. Abeltzaintza ardi, ahuntza, bobido eta txerrietan zegoen oinarrituta, eta epe luzerako zabalkuntza prozesu batean murgilduta zegoen. Hala ere, apodun basatien ustiapenak eta batik bat k.a. V. milurteko estuario bereziki oparoetatik erauzten ziren itsaski baliabideen aprobetxamenduak ere segitzen zuten. Basoak aldaketa sakona jasaten hasi ziren. Holozeno ertainean, Aldi Atlantiarreko hezetasun eta tenperatura baldintza bikainez baliatzen den harizti dentso bat, ehiztari-biltzaile neolitikoen jarduerek iaia aldaketa bat ere ekarri ez ziotena, ikus zitekeen bertan errotuta. Nekazaritza eta abeltzaintzaren sorrerak eta zenbait landare-baliabideren aprobetxamendu intentsiboago batek soilguneak zabaltzea ekarri zuten, hasieran oso astiro eta gero eta arinago. Jarduera hauen biziagotzeak aldaketa orokorragoa ekarri zuen, beharbada estaldura edafikoari kalte egin ziona eta geroago artadiak kaltzio-lurzoru argalduetan errotzeko parada eskaini zuena.

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