CON ACENTO EXTRANJERO: «POLVO DE FRÍO Y LOS ENANITOS SIETE» [2011]

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Descripción

CON ACENTO EXTRANJERO: «POLVO DE FRÍO Y LOS ENANITOS SIETE»

ANA GARGATAGLI El síndrome del acento extranjero es una rarísima patología producida por una lesión cerebral que modifica el modo de hablar: la lengua materna se desfigura como si el hablante fuera de otro lugar. Un inglés de pura cepa suena como si fuera un ruso que, además, sabe poco inglés. La enfermedad, de la que existen algunas docenas de casos en el mundo, parecería imaginada por la realidad de los últimos cien o más años. El acento extranjero es una metáfora precisa de aquello que George Steiner llamó extraterritorialidad y que le sirvió para agrupar a Beckett, Nabokov y Kafka en un paradigma que revelaba el fin del mito romántico del escritor como encarnación de la lengua y del alma de una nación. La diferencia que representaron esos autores, a lo largo del siglo pasado (y del que transcurre) quizá no debería ser percibida como diferencia. ¿O acaso el rasgo que define la literatura que nos dio forma como lectores no es abrumadoramente extraterritorial? Un ejemplo de la extranjeridad en la que se funda nuestra realidad literaria contemporánea es la sorprendente novela Las palabras extranjeras1 de Vassilis Alexakis, escritor griego que escribe en griego y en francés. Como la novela narra el proceso de aprendizaje de una tercera lengua: el sango, idioma de Ködörösêse tî Bêafrîka (República Centroafricana), hay un fluir entre el griego, el francés, el sango y el castellano, ya que estoy hablando de una traducción. Ese fluir resulta curioso, después necesario, por fin extraordinario, porque la novela cuenta la aventura de poder decir ciertas palabras que las lenguas de partida del narrador no pueden contener. Cervantes, hace varios siglos, convirtió en ficción el proceso de producción de una escritura: los tipógrafos, los escritores, los traductores, la traducción misma, los narradores, los lectores de Don Quijote son tan ficticios como don Quijote. Más cerca de nosotros, Borges multiplicó las fabulaciones sobre el oficio literario convirtiendo en irreales los detalles más nimios del arte de escribir: citas, resúmenes, plagios, notas al pie de página, autores, traductores, traducciones y lectores también fueron un modo más de lo imaginario. La operación de Alexakis continúa este linaje de ficcionalizaciones situándose en un vértice verbal nuevo: contar palabra a palabra cómo se aprende el sango. El narrador comienza rodeado del escenario adolescente de un continente con nombre de aventura, prosigue con el misterio como fondo de ciertas

fotografías de sus abuelos griegos en África y termina intentando farfullar sango en las orillas del río Ubangui donde sus oídos oyen los sonidos de una lengua atravesada por la colonialización de los franceses. En ese viaje de descubrimiento no hay más que peripecias verbales: entender que «Blancanieves y los siete enanitos» se dice «Polvo de frío y los enanitos siete» lleva su tiempo. Como leí este libro en castellano, como dije arriba, todo llega más allá: un traductor argentino traduce a un escritor griego que escribe en francés que cuenta la aventura de aprender sango a un lector que vive en España. Este tránsito de lenguas refleja la inestabilidad definitiva de aquel antiguo concepto de las literaturas nacionales; también habla de una reveladora inestabilidad de las traducciones. Si el verso ajeno siempre fue resbaladizo como el dios Proteo ¿qué decir de una ajenidad que se nos presenta como múltiple porque hay en ella varias lenguas traduciéndose enloquecidamente las unas a las otras? El síndrome del acento extranjero se nos aparece como una patología. Sin embargo, ¿no es, desde las vanguardias, nuestro modo natural de hablar?

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