\"Zoopolítica americana: símbolos animales en la representación de las Indias\"

June 15, 2017 | Autor: E. López-Parada | Categoría: Latin American literature, Colonial literature
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Descripción

Gabriela Cordone, Marco Kunz (eds.)

Ficciones animales y animales de ficción en las literaturas hispánicas

LIT

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LIT Verlag 14/10/15

Umschlagbild: © François Burland, Wild Animals (2006 – 2007), detalle

Gedruckt auf alterungsbeständigem Werkdruckpapier entsprechend ANSI Z3948 DIN ISO 9706

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ÍNDICE Gabriela Cordone: Prólogo Marco Kunz: Introducción: Entre el antropocentrismo y la deshumanización: reflexiones sobre los animales en la literatura

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La herencia medieval: entre experiencia e imaginación Hugo O. Bizzarri: El motivo de la batalla animal en Castilla (siglos XIII-XV)

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Milagros Carrasco: El motivo de la metamorfosis en el Caballero del Cisne

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Julia Roumier: Mito y verdad empírica. Los animales extranjeros en los relatos de viajes hispánicos en vísperas de los Grandes Descubrimientos

67

El animal en algunas estrategias narrativas del Siglo de Oro Benedetta Belloni: "Serpientes, alacranes y venenosas sabandijas": la representación animalizada de los moriscos españoles en la literatura apologética de la expulsión

89

Loreto Núñez: Diálogos animales y humanos entre los perros de Cervantes y el asno de Apuleyo

101

Adrián Fernández González: El perro, lector de una verdad relativa. El casamiento engañoso y Coloquio de perros de Cervantes y La Folie Tristan (manuscrito de Oxford)

123

El animal en escena José Manuel Corredoira Viñuela: Ficciones animales en el teatro español

141

Federica Cappelli: Halcón y garza: un tópico tradicional en el teatro del Siglo de Oro

163

Yves Germain: La representación de animales en el teatro breve del Siglo de Oro: ¿hacia una lógica nueva del espectáculo teatral?

183

Christophe Herzog: El personaje-animal en el teatro y la metáfora vivida: El público de García Lorca, La maizada de David Olguín y La tortuga de Darwin de Juan Mayorga 195 Mónica Molanes Rial: Los animales en el teatro de Juan Mayorga

211

Erwan Burel: La animalización del personaje en dos obras de Juan Mayorga: La paz perpetua y Animales nocturnos

221

Claire Spooner: De animales, hombres y metamorfosis en la obra dramatúrgica de Juan Mayorga: aproximaciones al devenir animal

229

Emmanuelle Garnier: Angélica en el país de los conejos… o el papel de los animales en ‘Maldito sea el hombre que confía en el hombre’: un projet d’alphabétisation

245

Fauna para un Nuevo Mundo Esperanza López Parada: Zoopolítica americana: símbolos animales en la representación de las Indias

261

Manuel Galeote: El bestiario de Bernal Díaz del Castillo: un maravilloso mundo lingüístico

297

Eduardo Aguayo Rodríguez: Animales patrios de la fauna simbólica chilena: el cóndor, el huemul y El perro del regimiento, de Daniel Riquelme

307

Giuseppe Gatti: Lámparas mortecinas y graznidos lúgubres: el doble valor del chonchón en El lugar sin límites de José Donoso

319

Lionel Souquet: El "devenir animal" !en la literatura hispanoamericana postmoderna: Arenas, Bellatin, Bolaño, Copi, Lemebel, Puig, Vallejo

331

Mariela de La Torre: La animalización de la mujer en el refranero popular hispanoamericano 351

Otras zoologías del contexto hispánico Françoise Fournier Bassoleil: De la hidra a la polilla o el bestiario de la mujer (des)figurada

381

Francesca Crippa: La representación del mundo animal en algunos cuentos y novelas breves de Pío Baroja

393

César Andrés Núñez: Plinio, el perro kantiano de Félix Muriel (y otros animales del lugar)

409

Sonia Gómez: El complejo de los orígenes: la imagen del perro en Los Cachorros de Mario Vargas Llosa y Novela de Andrés Choz de José María Merino

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Alessio Piras: El cuervo de Vernet d’Ariège: Nota sobre Manuscrito cuervo de Max Aub

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Zoopolítica americana: símbolos animales en la representación de las Indias1 Esperanza López Parada Universidad Complutense de Madrid En la representación simbólica de la nueva realidad indiana y a partir del primer día de su descubrimiento ocupa el animal un lugar frecuente a través de sus potencialidades analógicas, bien porque su exotismo ilumina la belleza de las tierras recién halladas, bien por el rendimiento que su caza y explotación reporta a las arcas del imperio. Desde las primeras llamas de los Andes que los conquistadores nombraron "carneros", pasando por el cuy que sustituye al cordero pascual y al pan de la Comunión –bien asado y servido en el cuadro de la "Última Cena" de la Catedral de Cuzco–, hasta las aves del paraíso que en las fiestas del Corpus parecen iluminar la monocromía de la paloma del Espíritu Santo, una fauna visual y nutrida cumplirá funciones mediadoras en el intercambio cultural a uno y otro lado del Atlántico. Probablemente su variedad debió de resultar a los españoles un vistoso desafío icónico que contrastar y un propósito descriptivo cuyos rasgos nuevos podían cubrirse con la parafernalia retórica y fantástica de los libros de viajes medievales. De hecho, se dieron en su descripción para Europa casos de semejanza forzada por parte del naturalista, del soldado o del observador, con los que se demuestra la vitalidad del proceso cognitivo de la analogía, antes de aquella gran crisis epistemológica detectada por Foucault en la modernidad. A la inversa, dentro de la caracterización y descripción de las Indias occidentales la citación de ciertas especies autóctonas –como el Haüt o el Haüthi, un gran animal blando y manso al que André Thevet describe amante de los españoles, "que llora con grandes suspiros y se alimenta de aire"2– constituye una rareza que no entusiasma en exceso al cronista, 1

El presente artículo se enmarca dentro del Proyecto de Investigación I+D+i que, financiado por el Ministerio de Economía y Competencia del Gobierno de España, con referencia FFI2012–37235, lleva por título «Intertextualidad y Crónica de Indias (variedad discursiva de la escritura virreinal americana)». 2 "Elle à la teste presque semblable à celle d’un enfant, et la face semblablement, comme pouvez voir par la presente figure retirée du natural. Estant prise elle fait des souspirs comme un enfant affligé de douleur. […] Une autre chose digne de memoire, c’est que ceste veste n’ai iamais est’e veüe manger d’homme vivant, encores que les Savvages en ayent tenu longue espace de temps, pour voir si elle mangeroit, ainsi qu’eux mesmes m’ont recité" (Thevet 1981: 99).

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más proclive a encontrar similitudes que grandes abismos de diferencia inabordable. En realidad, la condición nativa o no del ejemplar citado para la representación política del poder imperial es un problema menor e incluso desatendido. Más tarde, en los primeros conatos independentistas también operará la simbología zoológica, pero ahora sopesada y discriminada, con el fin de alimentar así una reivindicación criolla que busca manifestaciones únicas y peculiaridades biológicas en tanto argumentación de sus pretensiones emancipadoras. El animal, paradigma entonces de la distinta naturaleza americana, se invoca en la defensa de una diferencia continental que justifique la autonomía y fundación de las nuevas y emergentes comunidades. I Dice Santo Tomás de Aquino que en el Paraíso, puesto que ya no necesitaremos de su carne ni su piel para cubrirnos o alimentarnos, los animales dejarán de servirnos de modo instrumental y regresarán a un uso representativo. La relación con el hombre perderá su connotación física para ocupar el centro de tratos cognitivos que conciernen al arranque de cualquier reflexión posterior, pertenezca ésta a la filosofía, la jurisprudencia o la política. Si Adán poseía algún conocimiento, éste derivaría naturalmente de su contacto con aquellas bestias a las que puso nombre antes de la caída. Habitando el cielo, el animal funcionará allí como principio de cualquier saber y clave simbólica de acceso –cifra que abre lo que Santo Tomás designa como la cognitio experimentalis surgida del contacto, ya no material sino alegórico, entre lo irracional y lo humano. A su llegada a las tierras descubiertas por Colón, los conquistadores españoles llevaban consigo el masivo imaginario zoológico medieval: un imaginario que debieron sentir muy adecuado en lo que ellos identificaron pronto como el estado de inocencia edénico descrito por el santo. Si buscaron en el Nuevo Mundo al Ave Fénix, a las Sirenas y Unicornios de la tradición propia –y, lo que es más sorprendente, consiguieron encontrarlos–, la contrapartida, es decir el ingreso en el sistema simbólico occidental de metáforas animales provistas por la fauna autóctona, no se dará en igual medida. Cuando esto ocurre, la aparición de referentes zoológicos americanos para el cifrado de contenidos morales y trascendentes se realiza a título casi individual, no supera el estrecho empleo de su circuito indiano ni su mención especializada en textos médicos eruditos o en la emblemata para uso cortesano. Bernabé Cobo, por ejemplo, nos cuenta en su Historia del Nuevo Mundo cómo sirvió el letargo invernal de los picaflores o colibríes a un sacer262

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dote de la Compañía de Jesús para predicar el misterio de la Resurrección, pero la imagen apenas se mantiene sino como nomenclatura doméstica entre algunas damas chilenas que adelantan su despertar calentándolos en el seno y los llaman, por tanto, "pájaros resucitados"3: Por ser tan admirable la propiedad de este pajarillo, se me había hecho difícil de creer, aunque lo había leído en autores y oído a muchas personas; pero residiendo yo en la ciudad de México e inquiriendo yo si hallaba testigo de vista, vine a saber de cierto que en el pueblo de Tepozotlán, cinco leguas de México, que es doctrina de la Compañía de Jesús, trujo una vez un indio a uno de nuestros padres un ramo de árbol en que estaba clavado del pico y muerto o dormido un pajarillo déstos; el cual guardó el padre en su aposento y vió que, en siendo tiempo, revivió, y desasiéndose de la rama, se fue volando. El cual suceso tomó el padre por argumento para predicar a los indios el misterio de la Resurrección. (Cobo 1956: vol. I, 323)

Acertada desde luego y hermosa la comparación, no es posible hallarle nueva rentabilidad en otras transferencias. Cuando volvamos a encontrarla en ejemplos de finalidad religiosa, será para ilustrar la Natividad dentro de la extrañísima y mucho más tardía Ornithologiae Moralis (1648) del franciscano Fortunatus Hueber: esta vez, la cita, no directa, se inspira en anotaciones de cronistas –como López de Gómara– sobre el pájaro, y el vínculo se establece por la propensión del colibrí a alimentarse del "jugo de las flores más vistosas", igual que Jesús lo hace de María4. La rentabilidad del lazo simbiótico alcanzaría para varios villancicos barrocos pero existe uno en particular, escrito sobre ese esquema, en el que Sor Juana, sin embargo, parece preferir la abeja virgiliana al colibrí como símil crístico: "De la más fragante Rosa/ –escribe en su Romance 179– nació la Abeja más bella,/ a quien el limpio rocío/ dio purísima materia" (Sor Juana 2004: 384). La reoccidentalización del juego –su regreso a una forma dentro de la biología europea– demostraría entonces que el peso de la analogía radica en el contenido religioso vertido y no en la condición americana de la especie invocada, cuyos perfiles autóctonos resultan aquí más bien indiferentes. En este caso, la operación de reconducción del símbolo a fuentes grecolatinas que pergeña la monja letrada es aún más sospechosa de hispanizante o neutralizadora, si consideramos el colibrí como emblema asocia-

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El dato lo completa Jiménez de la Espada, primer editor de Bernabé Cobo, en su prólogo a la edición: "He oído decir que las damas chilenas adelantan la resurrección de los quentis o picaflores de su tierra, abrigándolos en su seno. Por eso, y sin necesidad de metáforas místicas, los llaman así pájaros resucitados" (cf. con Salas 1968: 97). 4 Bajo el lema "In Solennitate Nativitatis Domini Colybris Admirabilis", la explicación sucinta del mismo dice: "Ex omnia volatilium coetu eligitur Americana Colybris, quae speciosissimo suo compendio CHRISTI Unigeniti Filii Dei mirabilia magna symbolizet, et Fidelium Animis ad Bethleheticum stabulum religiosisimus admirationis actus proponat" (Hueber 1678: 37).

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do al dios azteca Huitzilopochtli, a cuyo lado vuela en el dibujo que Juan de Tovar preserva dentro de su Historia de la venida de los Yndios a poblar a Mexico. El esquema preferido por Sor Juana obedece a la dinámica alegórica más tradicional, puesto que, si María es una rosa virgen y recién brotada, Cristo, que nace de ella, es la abeja que se alimenta de su polen y sirve a la contradictoria fecundidad de la planta: Si es por fecundar la Rosa, Es ociosa diligencia, Pues no es menester rocío Después de nacer la Abeja (Sor Juana 2004: 384)

Ludovico Antonio Muratori, preceptista neoclásico, alertará de lo que ya cansaba hacia 1700: este exceso comparatista de una ebria metáfora barroca que acaba generando desequilibrios y confusiones en su imparable deriva imaginera. Continuada más allá de todo decoro estilístico, incluso más allá de las cualidades que ella misma habría puesto en juego, extrema sus lazos y enreda en el deforme conjunto efectos que no estaban considerados desde su previo punto de arranque. Y Muratori acude a una ejemplificación que nos suena muy familiar. Si comparamos el rostro de un joven a la primavera, podremos decir que se sonroja como las flores pero jamás "che le api dovrebbero venirci a suggere miele" (Orlando 1982: 237). Es justamente esa ruptura con la racionalidad poética de la mecánica barroca lo que se escucha en el villancico de Sor Juana, suficientemente provocativo como para que su autora quisiera abizarrarlo con los exotismos de la fauna mexicana. Lejos de anacrónicas intenciones nacionalistas, podríamos leer esta metáfora de una libación chocante en el campo cerrado de la virginidad mariana como una elección retórica por parte de su autora y una declaración de intenciones frente a preceptivas más sobrias. Llevada de una audacia que no necesita de rasgos idiosincrásicos para discurrir por el espacio de la explotación metaliteraria, la deleitosa semejanza que motiva el Romance no sabe –o no quiere– pararse en barras y prosigue sus cadenas analógicas por territorios occidentales, incluso si éstas escoran hacia inciertas alusiones erótico–teológicas: Mas, ¡ay!, que la Abeja tiene tan íntima dependencia siempre con la Rosa, que depende su vida de ella, pues dándole el néctar puro que sus fragancias engendran,

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no sólo antes la concibe, pero después la alimenta.5

II El bello libro de Hueber, con su propuesta de un Jesús picaflor, era en realidad un texto de emblemática religiosa para las festividades del calendario eclesiástico: la fiesta de San Sebastián, por ejemplo, se evoca mediante las plumas del quetzal en colorista cercanía con las flechas de su martirio. Sin embargo, el número de libros de emblemas que emplean simbologías aviarias europeas es abusivamente alto y, en cambio, la mención de pájaros que arrastran a estos compendios su simbolismo indiano constituye una rareza flagrantemente menor en el estudio de los intercambios icónicos. De hecho, apenas sirven a la pedagogía de las empresas políticas para príncipes. En concreto, en aquella tan famosa de Diego Saavedra Fajardo solamente aparece una especie y ni siquiera se nombra con su título americano, sino en su previa etimología árabe o en lo que Corominas identifica como tal: Ninguna de las aves se parece más al hombre en la articulación de la voz que el papagayo –señala en Saavedra en el comentario a su «Empresa 79»–. Es su vivacidad tan grande, que hubo filósofos que dudaron si participaba de razón. Cardano refiere dél que entre las aves se aventaja a todas en el ingenio y sagacidad, y que no solamente aprende a hablar, sino también a meditar con deseo de gloria […] y es muy cándida, calidad de los grandes ingenios. Pero su candidez no es expuesta al engaño, antes los sabe prevenir a tiempo. (Saavedra Fajardo 1999: 864-865)

El papagayo6 –que no guacamayo según la voz caribeña– construye su nido en ramas débiles por lo que, cuando la serpiente intenta arrasarlo, cae por su peso con la rama quebrada: enseñanza importante, según Fajardo, sobre las ventajas de una fragilidad bien aconsejada –que "frustre el arte con el arte"– y acerca del recurso de los no poderosos al servicio de su ingenio o de su prudencia (Fig. 1). 5

El villancico es tan bello que no me abstengo de citar un poco más: "Que llore el Alba no es mucho,/ que es costumbre en su belleza;/ mas, ¿quién hay que no se admire de que el Sol lágrimas vierta?/ Si es por fecundar la Rosa,/ es ociosa diligencia,/ pues no es menester rocío/ después de nacer la Abeja;/ y más, cuando en la clausura/ de su virginal pureza,/ ni antecedente haber pudo/ ni puede haber quien suceda./ […] Hijo y madre, en tan divinas/ peregrinas competencias,/ ninguno queda deudor/ y ambos obligados quedan./ La Abeja paga el rocío/ de que la Rosa le engendra,/ y ella vuelve a retornarle/ con lo mismo que [la alienta]./ Ayudando el uno al otro/ con mutua correspondencia,/ la Abeja a la flor fecunda,/ y ella a la Abeja sustenta;/ pues si por eso es el llanto,/ llore Jesús norabuena,/ que lo que expende en rocío/ cobrará después en néctar" (Sor Juana 2004: 384–385). 6 "De origen incierto. Parece tomado del ár. babbagâ’ íd., palabra antigua en el árabe de Oriente, por más que su etimología dentro de este idioma no esté bien averiguada. En castellano entró por con– ducto de otro idioma, probte. el oc. papagai, cuya forma alterada se explica por el influjo de palabras de esta lengua" (Corominas 1983: 438).

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Ahora bien, esta costumbre no formaba parte del campo semántico del ave, famosa más bien por sus dotes locuaces. De hecho Fernández de Oviedo la atribuye a los "pintadillos"7, aunque la recoja de boca de viaje– ros por el Nuevo Mundo el mejor ornitólogo de la época, Ulysses Aldro– vandi en el Libro IX de su importante compendio. Aldrovandi remite muy por extenso a cómo son vistos los papagayos por Colón, cuenta cómo celebra Vespucio el colorido de esta especie y comenta la admira– ción que despierta la destreza en el arte plumario de los indios, de la que al menos dos bellas pruebas conserva el rey Felipe II en el inventario de sus objetos más caros (Aldrovandi 1642: 652-656). Lo más célebre del pájaro reside, desde luego, en las propiedades mimé– ticas que ya Plinio, bajo la voz latina de Psittacus, le atribuía por su des– medida capacidad para fingir y doblar el habla humana. Si así lo encontramos en títulos como «De Differentiis Animalium» de Edward Wutton8, podemos creer que la apelación simbólica a la astucia constructiva de proteger su nidada contra pesados depredadores es una transposición –desde la ornitología especializada a la emblemática más exigente– de valor exclusivo para Saavedra Fajardo, que declara abierta– mente su deuda al ilustrar su empresa con la repetición casi literal del gra–bado de Aldrovandi (Fig. 2). De hecho, este truco del nido no aparece en las recopilaciones emblemá– ticas que le son anteriores, ni en la que realiza Jean Jacques Boissard (1588), ni las de Camerarius (1597), Sebastián Covarrubias (1610), Jacobi Brück, Petrus Iselberg (1618) o Reifenberg (1632). Pero tampoco, y a pe– sar del éxito plástico de su libro, triunfará por influencia del conjunto la empresa del precavido loro taíno ni se codificará en obras posteriores: al contrario, ignoran sus posibilidades simbólicas Pierre Le Moyne (1649), Boxhorn (1651), Núñez de Cepeda (1682) y Heinrich Offelen (1693). Ni el propio Juan Solórzano Pereira, al que Mario Praz considera un digno heredero del esfuerzo de Saavedra, sensibilizado además con la realidad legal del Nuevo Mundo en su gran recopilación de Política indiana, re– pite, en los Emblemas Regios que publica en Madrid hacia 1651, la ale–

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"Unos pájaros hay que se llaman pintadillos […] y estos pajaricos, de temor de los gatos, siempre crían sobre las riberas de los ríos o de la mar, donde las ramas de los árboles alcancen con los nidos al agua con poco peso que encima de ellas se cargue; y hacen los dichos nidos cuasi en las puntas de las dichas ramas y cuando el gato va por la rama adelante ella se abaja y pende al agua y el gato, de temor, se torna y no cura de los nidos por temor de caer" (Sumaria, cap. 45). Saavedra Fajardo describe así esa capacidad: "Y aunque la serpiente es tan astuta y prudente, burla sus artes, y para defender della su nido, le labra con admirable sagacidad pendiente de los ramos más altos y más delgados de un árbol, en la forma que muestra esta Empresa, para que cuando intentare la serpiente pasar por ellos a degollar sus hijuelos, caiga derribada de su mismo peso" (1999: 865). 8 "Psittace Indica avis (que accipit uerba pronuntiat: studetque ut quod homines, loquatur in sylvis inconditam uocem, cuiusmodi indoctae aves solêt, mittit: non autem expressum os et explanatum habet)" (Wutton 1542: 125).

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goría del ave que protege su descendencia usando el potencial contradictorio de la debilidad. Por tanto, si esta circulación de imágenes americanas en terreno europeo no abandona nunca la peripecia individual y el circuito estrictamente culto letrado, entonces podemos hablar de una clara asimetría respecto a la inversa transferencia en zona de Indias, donde la simbología zoológica tradicional es incorporada dentro de los hábitos representacionales de sectores completamente ajenos a la misma. III En el catálogo de reenvíos entre metrópoli y periferia, con su significativa diferencia de velocidades y de permeabilidad, sorprende la rapidez con que, por contraste, todo a lo largo de la vida virreinal se acepta y se adopta la simbología del pelícano en tanto trasunto de Cristo. Este pájaro, que es capaz de abrirse el pecho para nutrir y resucitar sus crías muertas con la sangre de su costado según gesto descrito –entre otros– por el Fisiólogo medieval, se interpretó en alusión al sacrificio eucarístico y lo encontramos por ello en lugar destacado, presidiendo el cuadro anónimo que cierta cofradía de indios nobles del Perú encarga como regalo al rey Carlos II (Fig. 3). Es cierto que en plata potosina se fundieron numerosas custodias más o menos elaboradas o populares con forma de pelícano, provistas de un receptáculo en el buche para albergar la hostia consagrada. Se atribuye a Marcos del Carpio un "Depósito Eucarístico" de estilizadas curvas que se conserva en la catedral de Arequipa, pero el Museo Pedro de Osma de Lima exhibe otro anónimo, curioso y aindiado, frontal y mucho más rotundo, con la fuerza arcaizante de una exitosa evocación carolingia (Figs. 4 y 5). Es verdad igualmente que la popularidad del símil le postula en recurso preferente para todo tipo de comparaciones, como si, en efecto, inmolándose el pájaro alimentara cada vez más elaboradas maquinarias alegóricas. De pronto nos lo topamos en 1540 cooperando a nombrar una orquídea para Joseph de Cisneros en su Descripción de Venezuela, porque "en ella se produce una flor, que abierta, tiene la figura del pelícano, con cabeza, pico, cuello, las alas, el cuello torcido, el pico inclinado al pecho, de donde salen unos rasgos encarnados, como propiamente sangre". La imagen ofrece, de nuevo, una alambicada factura que, desde su imposible trabajo comparado, lo desborda ampliamente para caer en lo que Deleuze y Guattari habrían podido identificar perfectamente como una estructura rizomática. 267

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Antes que implicar un encadenamiento proporcionado de afectos, una disposición homogénea y sensata, el rizoma está ausente de un centro y de una semejanza real. Desarticula analogías y contactos igualitarios, pero establece conexiones aleatorias e inesperadas, hace circular intensidades que impulsan el extrañamiento y la asintonía. De hecho, operando en coordenadas muy distintas, una orquídea y un pelícano se parecen en bastante poco, si bien Deleuze prefería un invertebrado para su binomio–modelo. En su caso son la avispa y la orquídea las que conforman rizoma en tanto brillantes y heterogéneas: Podríamos decir que la orquídea imita a la avispa de quien reproduce la imagen de manera significante (mimesis, mimetismo, señuelo) […]. Pero esto no es verdad más que a nivel de estratos […]. Al mismo tiempo se trata de otra cosa diferente: en absoluto imitación, sino captura del código, plus–valía del código, aumento de valencia, verdadero devenir–avispa de la orquídea, devenir orquídea de la avispa […]. No hay imitación ni parecido, sino explosión de dos series heterogéneas en la línea de fuga compuesta por un rizoma común que no puede ser atribuido ni sometido a ningún significante. (Deleuze/ Guattari 1977: 24-25)

La vinculación de flor y ave, de orquídea y pelícano, la evolución aparalela de estos dos seres se produce sólo en el texto. Es puramente textual y retórica su convivencia en virtud de una metáfora que supera incluso la ley analógica del propio recurso para generar estas figuras de comunicación rizomática entre especies, desjerarquizando órbitas, subvirtiendo equidades, hallando armonías nuevas entre órdenes disímiles. Probablemente, tal y como nos demuestra Joseph de Cisneros, resultaría críticamente muy productivo abandonar la igualdad, intrínseca a la construcción simbólica, por esta dinámica de lo heterogéneo en el estudio de los mecanismos descriptivos de la realidad indiana hasta considerarla casi imprescindible dentro del catálogo de recursos de su retórica. IV Sin embargo, el lienzo antes citado, con su albatros a lo divino, conservado en la Congregación de Religiosas Concepcionistas Franciscanas de Copacabana, sobresale por la peculiaridad de confeccionarse con coste a la nobleza indígena, que lo encarga y regala para solicitar a cambio ante el Santo Oficio de la Inquisición su ingreso en calidad de confidente y patrono de la misma. Las marcas de sincretismo que la tela ofrece –un Santo Domingo con el pectoral solar de los reyes Incas adornando su hábito, la elección de la reciente canonizada Rosa de Lima, primera santa que dará el territorio– no consiguen desviar la atención de esa iconología impropia, que se redobla quizá para aumentar su capacidad apelativa. 268

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La alegoría del pelícano–Cristo, seleccionada por los nativos aspirantes a familiares inquisidores en atención a su eficacia retórica, aparece subrayada mediante el recurso pleonástico de incluir la custodia de oro de la celebración del Corpus Christi en lo que se suponía fungiría de su sagrario zoológico natural (Fig. 6). El símbolo aparece de este modo reforzado en sus rasgos metafóricos dentro de un tratamiento que sólo podemos atribuir al típico lego con un exceso de celo devocional. Situado en lugar de honor, al frente del conjunto, aspira a elevarse en tanto signo que, aunque impuesto, ahora se devuelva al otro para inclinarlo, sin embargo, en beneficio personal. Se trata de un trabajo distinto del previsto con la imagen, que no la altera en sus semantemas sustanciales, antes los reconoce y aprovecha en la economía colonial de asumir las formas ajenas del repertorio del poder. La cita icónica entonces declara su funcionalidad estratégica y persuasiva, pero sobre todo revela la familiaridad y la convicción performativa que para los pueblos dominados parece poseer ya el imaginario conquistador. Y nos permite sospechar además un conocimiento y una utilización en interés propio de la dinámica inclusiva característica en todo ejercicio alegórico. Al abrir el pecho del ave e insertar en él otro contenedor sagrado, se diría que la pintura estuviera representando el procedimiento barroco de develamiento progresivo en alguno de los montajes sacramentales calderonianos: El tercer carro –comenta Calderón entre las instrucciones de una escena– ha de ser correspondiente con el primero, con esta diferencia, que su pintura en el primer cuerpo ha de ser nubes y pájaros, representando esfera de aire y cielo; el ave que ha de ocupar la circunferencia de todo el segundo cuerpo ha de ser un pelícano en su nido y alrededor algunos polluelos como sustentándose de la sangre del pecho herido de su pico. Hase de abrir como el pavón en dos mitades, y verse dentro un cordero, y dentro del cordero otro niño. Adviértase que estos carros han de tener todos sus escotillones por de dentro para que puedan subir las personas que han de servir en las apariencias. (Calderón 2003: 294)

Si el pelícano ofrece una imagen proclive a esta dinámica de inclusiones, también resulta adecuada en la expresión de la dádiva y la donación: la suya es una competente estilística de la entrega que condice ajustadamente con las pretensiones buscadas por los nobles comisionantes de la obra. Quiero resaltar con ello la acertada competencia icónica –dentro de enemigo sistema representacional– de la que los indígenas hacen gala al seleccionar aquel símil, entre los posibles, que es más oportuno a su petición. No olvidemos que el pelícano derrama su sangre de la manera más gratuita en la reavivación de sus crías: una forma metafórica de la gracia que se enunciaría en los púlpitos indianos a partir del Libro de oración de 269

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Fray Luis de Granada, éxito seguro en las listas mayores de la homilética americana: Pues si tu quisieras sentir qué tan grande sea este beneficio –medita Granada–, haz cuenta que cuando tú estabas en tus pecados muerto, aquel piadoso pelícano, movido con entrañas de compasión, hirió su sagrado pecho con una lanza, y roció las llagas mortales de tu ánima con las suyas, y así con su muerte te dio vida, y con sus heridas sanó las tuyas. No seas ingrato, pues, a tan grande y costoso beneficio, sino acuérdate, como te lo amonesta el Señor, de este día, en el cual saliste de Egipto. (Fray Luis de Granada 1994: 233)

En virtud de esa imagen, Francisco de Ávila llama a los predicadores de indios en el Perú "pelícanos solitarios en el desierto", triunfando esa comparación con el ave, de origen agustiniano, en todos los procedimientos y etapas de su evangelización. V Ahora bien, el Nuevo Mundo contaba con sus representantes materiales de la especie en el alcatraz antillano con el que se tropieza Colón repetidas veces en calidad de alada noticia de tierra, o en el pelícano chileno que ensucia con el guano de la economía decimonónica las playas del Pacífico: A la mañana siguiente todos echaron de ver que eran nublados, que muchas veces parecen tierra, y con gran despecho de la mayor parte volvieron a continuar la navegación a poniente –nos cuenta Antonio de Herrera y Tordesillas del primer viaje colombino–: […] y volviendo a las señales vieron un alcatraz y un rabo de junco y otros pájaros. […] El viernes siguiente tomaron mucho pescado dorado. El sábado vieron un rabo de junco, que es pájaro marino que nunca reposa, y va persiguiendo los alcatraces, hasta que de miedo los hace vaciar el vientre: y recogiendo el estiércol por el aire, se mantiene de ello […] y después de mediodía toparon mucha yerba, en hilo, hacia Norte Sur, y tres alcatraces. (Herrera y Tordesillas 1726: II, 71)

Sin embargo, pese a la abundancia de ejemplares, pese a la delicadeza con que Samuel de Champlain lo sitúa entre "les choses plus remarquables" que se topa en su viaje a las Indias, al conquistador se le hizo casi imposible asumir bajo el bulto de su buche o en sus torpes movimientos en suelo la figuración de la generosidad de Cristo y mantuvo separadas, nunca confundidas, las dos menciones: por un lado, el animal real del que se contarían atrocidades y por otro, la estilizada silueta del pájaro compasivo que se autoinmola. Así aparecen simultáneos pero no confundidos, ocupando dos casillas confrontadas y distintas todavía en los manuales pedagógicos del XVIII como el firmado por William Darton para los niños ingleses (Fig. 7). 270

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Muy numerosos en Panamá, los alcatraces molestan a los españoles que, señala Gonzalo Fernández de Oviedo, no gustan de su carne, aunque estén gordos, por olerles "mucho a marisco"; pero hacen de su grosura "olio para quemar de noche en los candiles, el qual es muy bueno para esto, e de dulce lumbre" (2010: 85). Y añade la anécdota del ballestero que en Santo Domingo apresó uno y le quebró un ala: Y estos hombres de casa, en mi presencia, le metieron en el papo un sayo de un paje mío con harto faldaje e mangas anchas; y no era de los mayores el alcatraz, porque no era viejo. Y esto muy notorio acá, que una capa, si está un poco raída, y lo que tengo dicho, les cabe en el papo a estas aves. E así, cuando los matan, les hallan en el vientre, y ellos por sí, en siendo heridos, regetan e lanzan el pescado que habían comido; e algunas veces es tanto, que podrían largamente comer dos hombres o tres con otro tanto. (Fernández de Oviedo 1992: vol. II, 73)9

Aunque la anécdota hubiera sido citada hasta diez años antes en las Décadas de Pedro Mártir de Anglería donde la voracidad del onocrótalo –pelícano en latín– da para devorar el capote de un soldado10, nadie la narra como el vivaz Oviedo. Porque, de su mano, las propiedades contenidistas de aquella pantagruélica garganta en la que cabe una capa entera, –siempre y cuando esté raída–, situarán al alcatraz de carne y hueso entre las monstruosidades que caracterizan la novedad de Indias: su presencia a partir de ahí en las listas dibujadas de la rareza americana atestigua la suspicacia con que se observó su perfil y la imposibilidad de encontrar en él un paralelo para la legendaria versión eucarística. Catalogado entre las extrañas criaturas del continente (Burton 1685), compite en extravagancia con el árbol de bananos, el atún y la iguana en uno de los apuntes con que el oficial Funnell ilustra su viaje de circunnavegación en el San Jorge, comandado por William Dampier, durante el cual se recogió a Alexander Selkirk, náufrago en la Isla de Juan Fernández y modelo directo del Robinson Crusoe de Defoe (Fig. 8). Del mismo modo, en uno de los grabados que imprime Cornelis Claetz para la relación del recorrido de Sir Walter Raleigh por el "imperio de Guayana", se nos presentan, congregados en primera línea de costa, en 9

Antes de esta historia, con la gracia plástica que le caracteriza, Oviedo comenta el ingenioso modo de pescar de los alcatraces americanos: "Los cuales, cuando vuelan, se suben en alto e tienen muy buena vista, e déjanse caer, juntadas las alas, en la mar; e vienen hecho un ovillo, y del golpe que da, como es grande, salta mucho el agua para arriba, y él toma el peje e sale luego para suso sentado en el agua, e trágaselo. E tórnase a levantar e subir en alto, e hace otra e otras muchas veces lo mesmo, e desta manera anda pescando en las costas y en los ríos, do entran en la mar, y en el de aquesta ciudad cada día muchos dellos junto a la ribera" (Fernández de Oviedo 1992: II, 73). 10 "[…] conjeturo que son los voraces onocrótalos, pues dicen que tienen una garganta muy ancha, tanto que a la vista de todos se tragó sin romperlo medio capote con que se cubría un soldado, que se lo tiró al ave cuando ésta le embestía con rabioso chillido, y después que la mataron se lo sacaron del buche sin que lo hubiera roto. Dicen que de un bocado se tragó vivos peces de cinco libras o más" (Anglería 1944: LII).

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feliz proximidad de asombros, las ostras que los indios acaban de pescar, los caimanes, los jabalíes, las amazonas, los leones; y enmarcándolo todo, a un lado y otro, en igualada sorpresa la corporeidad acéfala de un Ewaipanoma, miembro de la tribu de hombres sin rostro que Raleigh asegura haber visto –y que suscribieron antes Herodoto o Plinio– y el alcatraz vomitando su alimento, como paralela –no menos temible– irregularidad de la naturaleza (Fig. 9). Ayuda a ello la suciedad de sus costumbres, la descompensada proporción de su figura, el ruido de su canto, las dimensiones de su buche, la torpeza de su marcha en tierra, el aleteo esforzado con que toma altura, maneras y modos de un pájaro rarísimo que el ingeniero Santiago de Cárdenas descalificará como "laminado y agitante" en su Nuevo sistema de navegar por los aires, curioso tratado de primitiva aerodinámica en el Perú preindependentista: Aves bastardas –nos dice– son aquellas que vuelan a fuerza de aleteos, como el alcatraz […] i cuando deja de aletear un tanto, corre con tal declinación, que más parece que baja que no jira. I cosa es digna de notar que este pájaro pesa catorce libras i tiene tres varas dos tercias de alas, que parece que con tanta extensión gozaría más descansado vuelo, respecto a que un cóndor tiene veinte i tres libras de peso i tres varas i una tercia de alas, i vuela [en cambio] legítimamente con descanso. (Cárdenas 1878: 76)

VI Asumido entonces el animal verdadero como excrecencia en la lista de las teratologías que América produce, su versión espiritual y delicadamente estilizada, el pelícano–cristo de la Alta Edad Media, sigue otra deriva y parece quedar escindido en una línea evolutiva distinta de la historia de los mitos culturales, revistiéndose con el prestigio de las connotaciones identitarias hasta representar en algún momento la esencia misma de las Indias occidentales. Si observamos con atención la portada que el benedictino Honorius Philoponus –pseudónimo de Caspar Plautius– coloca para abrir su misteriosa crónica Nova Typis Transactia navegatio de 1621, encontramos la típica fachada de un edificio alegórico, con dos frentes entre los que se reparte la religiosidad de Europa y América y, en medio de ambas, el océano que las separa (Fig. 10). La portada representa a la izquierda a San Brandán –santo nacido alrededor de 490 d.J., del que se decía que había hecho el primer viaje a América– sobre la imagen rota de un ídolo pagano y, a la derecha, el benedictino catalán, Fray Bernardo de Boyl, primer vicario apostólico en Indias, bautizando a un indio. Bajo ambos, la viñeta representa los pila272

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res de Hércules separando la India, a la que representa un elefante, y América con el dibujo de un armadillo. Las bases sobre las que descansan los dos religiosos flanquean esta viñeta y ofrecen como adornos un ave Fénix y un pelícano11. Para nuestra sorpresa, si la columna de lo europeo lleva el adorno del ave que resucita de sus cenizas, la caracterizadora de lo americano porta a ese pelícano exangüe que sustentaría con su sacrificio todo el pilar de la evangelización de Indias. Algo ha cambiado aquí y un cierto vuelco metafórico devuelve tergiversada la donación sacrificial del mito antiguo, que se postula ahora como figura posible para un inaugural esquema de imaginario político americano. Lo entendemos mejor acudiendo a Buenaventura de Salinas y Córdova, franciscano y criollo, catedrático de artes y teología en la ciudad de Lima y defensor de los indios de Cuzco, que dentro de su muy desconocido Memorial de las historias del Nuevo Mundo de 1630 emplea también la alegoría prestada del ave generoso cuyo pecho se desangra. Lo que ocurre es que esta vez sirve de alimento al orbe, diseminando órganos e intimidades de un cuerpo que es, para Salinas, el del esquilmado Perú. Concretamente, su estómago geológico, las venas de sus minas, los kilos de grasa mineral que cede Potosí, Huancavélica o Charcas, contribuyen agotadoramente a costear las guerras de Flandes, combatir al turco, perseguir al hereje y sostener la grandeza hispana al precio vital de un sacrificio tan desmesurado como el de la cruz. El pájaro de Plinio y Eliano, el de San Isidoro, encubre en su abierto costado la herida misma de una América, donándose al mundo en la tributación íntima de sus más ricos líquidos: [...] pues vemos que, abriéndose como Pelicano las propias venas, reparte por tantas partes sus entrañas, que no ay región por remota que sea que no beva de su sangre a dos carrillos, y se alimente de su humor, y quien la ve sudar gotas de oro, y plata, no juzque por inmortales sus tessoros. Y sino quién haze temblar al Turco? Quién obliga a parar sobre las manos al desbocado Flandes? Quién a la descomulgada Inglaterra pone espanto? Quién el terror, y miedo a la Alemania, donde no está segura la heregía, como tampoco lo está el Alcorán, y barvarismo en Mauritania? Quién alienta propias, y estranjeras guerras, para su Rey, nunca imaginadas en el mar de Lepanto, sino el Pirú, de cuyo estómago, por tantos chi-

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En el frontispicio, coronando el conjunto, el cordero místico que vence al dragón de la herejía. Otras figuras del mal vencido son la serpiente que rodea el ancla, la rana que la acompaña, un demonio y un esqueleto. A la derecha aparece la nave de la Iglesia con la bandera papal y la rosa de los vientos, en tanto piloto de la cristiandad. La representación se atribuye al impresor en Augsburgo, Wolfgang Kilian (1581–1662), cuyos grabados están basados en Theodor de Bry.

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los de plata y oro, se reparte y derriba la sustancia a todas estas partes del mundo? (Salinas 1631: 250)12

Buenaventura de Salinas re–explota la expresividad de su hallado símil para continuar saludando a este milagroso país que como "pelícano insensible" porfía, sufre y consiente, "por satisfacer la sed y la codicia de los hombres", "que te abran las venas, que te rompan las entrañas, que te quebranten, y carcoman" (Salinas 1631: 250). Sin duda, a este tipo de cambio –por parte americana– en la semiótica heredada de las imágenes se refería Lezama Lima, cuando marcó, como prerrogativa diferenciadora de su originalidad, la capacidad del continente no para generar nuevas representaciones, pero sí para modificar el repertorio de las consabidas. Lo cierto es que la identidad de América residiría para el pensamiento del escritor en la reapropiación revisada del aparato simbolizante europeo –una reapropiación que es la tarea "indiana" por excelencia– el trabajo poético que se le destina. América sería, por consiguiente, el espacio natural para la reanimación de anquilosados mitos, emblemas, leyendas e imágenes perimidas. En esta potencia restauradora y recipendaria que Lezama le atribuye radicaría por tanto su principal destreza. Al final del capítulo de La expresión americana titulado «Mitos y cansancio clásico», el poeta repite una antigua creencia zoológica: la fábula de que las grullas duermen sobre una pata mientras las garras de la otra sostienen una piedra. Fue Claudio Elíano el que había difundido la noticia. Si el animal se relaja, quedando a disposición de sus depredadores, las garras sueltan la piedra que alerta al ave como un despertador natural. Sor Juana Inés actuará esta vez americanizando la historia dentro de su Primero Sueño, mediante la atribución del ingenioso mecanismo no a la grulla, sino al águila. Y aunque esta variante estaba también en Plinio13, Lezama parece preferirla en tanto revisión americana de una tradición europea. El mito revi12

En otro momento Salinas había repetido la imagen, llamando a Potosí a "para cumplir tan peregrinos deseos como tiene España". Y le conmina: "vive para apagar las ansias de todas las naciones extranjeras […]; vive para rebenque del turco, para envidia del moro, para temblor de Flandes, y terror de Inglaterra, vive, vive, columna y obelisco de la Fe" (Salinas 1631: 85). 13 "Con respecto al mito de la piedras que sostiene el águila con una garra para despertar por el sonido que produzca cuando la suelte vencida por el sueño, Méndez Plancarte lo localiza tanto en Plinio (Hist. Natural X, 23) como en Claudio Aelianus (De animalium natura, XVIII, III, 13), pero adjudicándole éste tal acción no al águila sino a las grullas. Leonardo lo menciona en su Volucrario y dice que las grullas rodean a su rey para protegerlo y sostienen una piedra en la garra para despertar por el sonido producido al soltarlas por quedarse dormidas. Vossler halla la misma leyenda en el Gobierno General, Moral y Político en las Aves generosas y nobles del Padre Andrés Ferrer de Valdecebro, Barcelona, 1696" (Pérez Amador 1996: 131-132).

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sitado adquiría visos únicos y propios, por ser el águila el pájaro patrio de la antigua leyenda fundacional mexicana. Así la encontramos desde los códices precortesianos a la crónica de Antonio de Herrera y Tordesillas en la versión ilustrada y traducida al inglés (1726), pasando por el «Tunal con águila» de Juan de Tovar (Fig. 11). Que esta conducta iconográfica, elevada a mecánica de representación identitaria, sea una manera bienintencionada de solventar la dependencia semiótica de toda colonia respecto al aparato de signos y símbolos a los que se ve sometida, junto con otras instituciones implantadas desde el centro imperial, no resta un ápice de sagacidad al comportamiento descrito. De hecho, un primer gesto de autonomía se inaugura en esta devolución al poder central de imágenes que, si bien venidas de su lado, regresan al acervo impuesto, reconvertidas –y hasta disfrazadas– de formas disidentes. Lo interesante de la iconotropía de Buenaventura de Salinas y Córdoba se percibe, sin embargo, tanto en la inversión del referente del motivo –que ya no es Cristo ni un paternal príncipe de los estados, sino la pobre y esquilmada tierra americana–, como en el giro completo con que se voltea toda la connotación del símil: de indicar una manera extrema de dadivosidad y donación pasa a denunciar la mecánica sistemática del expolio practicado en las Indias. No es imagen de entrega voluntaria sino de latrocinio conquistador y no apela a contenidos religiosos sino políticos. De un símil de pertenencia a la corona, la imagen del pelícano inmolándose pasa a reivindicar oscuramente una iniciativa tácita –y todavía somera– de escisión y descontento. VII A partir de ese instante, todo a lo largo ya del siglo XVIII, el animal ocupará un papel cada vez más determinante en la formación de una conciencia americana. El camino semiótico de imprimirle contenidos desgajados de la simbología imperial avanza hacia la paralela secularización de los mismos, cuando el marco de referencia de las prácticas sociales deja de pertenecer a las creencias y no sea ya la religión la que orienta el cifrado alegórico. Recordemos que, para Michel de Certeau, este proceso se ve acelerado precisamente por el descubrimiento del Nuevo Mundo y de su abundancia natural, cuya existencia imprevista inquieta el plan divino y la economía escolástica (1975: 178-191). Además de este laicismo sorprendente en el que se refugia cualquier forma tímida de oposición iconológica, encontramos la inserción del contexto y de la percepción que el lector hará de ellos en la construcción de los nuevos emblemas biológicos, de acuerdo a aquella dinámica que Er275

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win Panofski situaba en el último paso de cualquier hermenéutica visual. En esa última fase, la más compleja de cualquier simbolización, Panofski señalaba cómo el significado intrínseco y más profundo en la imagen derivaba de aprehender los principios, conceptos o sentimientos subyacentes que una nación, período, clase o ambiente imprime en su articulación. No forman parte de la estructura de la imagen pero sí de su implicación en la realidad a la que sirve; y exigen del exegeta, antes que un método analítico, una especie de contemplación integrada, una síntesis de claves o una intuición de intenciones. Para Panofski era ésta la etapa que nos proveía de los ocultos valores simbólicos y podía servir a una historia de los síntomas culturales14. Por eso, a partir de los primeros conatos de espíritu independentista y de constitución nacional, empieza a importar la condición autóctona de la especie que se escoja en alimento de cualquier reivindicación criolla. En el significado profundo de las alegorías elegidas juega un papel vehiculador esa sentimentalidad política y coyuntural de la que hablaba Panofski, por lo que se buscarán ejemplares cuya evocación sirva a la defensa de una especificidad continental, junto a la que argumentar a la vez la emergencia de las muy deseadas repúblicas nuevas. Son años duros, sin embargo, para el imaginario de Indias cuya manifestación natural ha caído en el descrédito de lo que Antonello Gerbi (1993) calificó como "calumnia americana", a partir de aquellos naturalistas neoclásicos –Buffon, De Pauw…–, que veían en la inexistencia de grandes cuadrúpedos la prueba evidente de su minoría evolutiva y del retraso incivilizado de sus gentes. La barbarie se regía científicamente por la cantidad y calidad de las especies criadas en sus climas: la ausencia de elefantes o depredadores de carácter sirve como otro ingrediente más para alimentar el desprecio imperial respecto a sus colonias, también inferiores en el terreno zoológico. En respuesta, América persigue ansiosa el emblema animal en que predeterminar una clave de esencia inaugurada. La iconología que prefiera vendrá decidida por esta necesidad que un entorno pre–revolucionario y separatista vierta en las imágenes debatidas para representarla. El pelícano no puede disimular su connotada pertenencia al intercambio alegórico de una semiosis colonial que, como estudia Mignolo (1989), marca con sus desequilibrios la injusticia de cualquier gestión de domi-

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Según Panofski "el descubrimiento e interpretación de estos valores simbólicos (que son generalmente desconocidos por el artista mismo y pueden incluso diferir enfáticamente de lo que conscientemente intentó expresar) es el objeto de lo que podríamos llamar iconografía en un sentido más profundo: un método de interpretación que surge como una síntesis antes que como un análisis" (1962: 8). Ver también Peña 2011: 62-80.

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nio. Entonces el jesuita expulso Rafael Landívar en su retrato laudatorio y melancólico del sur de México y de tierras guatemaltecas se inclina por enarbolar la raza extraordinaria de los castores, roedores vertebrados de los bosques canadienses que condicen difícilmente con el entorno tropical invocado (Fig. 11). Landívar, dentro de su largo poema en latín Rusticatio mexicana, publicado en Módena y Bolonia en 1781, repasa los rasgos idiosincrásicos de lo que no es ya más, para él, el convulso virreinato de Nueva España, sino un territorio con perfiles propios y sentido afianzado de nación. A la publicidad de su autonomía ha de servir la alabanza de su industria, sus cultivos, sus ganados, minas, costumbres, fiestas, juegos, accidentes geográficos, aves y, por supuesto, fieras. El castor, que merece capítulo aparte y conforma todo el libro sexto de la exposición, arrastra consigo la ventaja de alusiones favorables al proceso libertador norteamericano: un envidiable modelo –para los primeros intentos en el sur latinoamericano –de emancipación pacífica y sin la sangre derramada del terror francés. En 1763 el tratado de París había puesto fin a la presencia gala; hacia 1774 Canadá había adquirido un estatuto particular y las Trece Colonias estadounidenses mantenían una potente diplomacia que auguraba una pronta separación hecha realidad en 1783. Desde 1765 las buenas noticias del Norte anglosajón insuflaban como promesas concretas la voluntad de intelectuales segregacionistas entre los que el nostálgico Landívar se hallaría sin duda. Pero además la utopía ilustrada había encontrado su patrón civil en las comunidades animales en las que los intereses privados cooperan a la construcción pública, de acuerdo con aquella Fábula de las abejas que, publicada de forma anónima en 1714, tras superar un primer avatar de libelo panfletario, constituyó un sonoro éxito de lecturas y reediciones posteriores. Bertrand de Mandevilla, el autor de esa especie de contrasueño entomológico, proponía entresacar de la observación animal el ejemplo para las formaciones humanas en todos sus aspectos, desde el régimen moral que las dirige hasta el económico que las potencia, copiando de las abejas su perfecto gobierno y los beneficios de una colmena que reajusta las inclinaciones particulares en la regulación del bien general. Por supuesto, el liberalismo protestante que alentaba Mandevilla y su crueldad predarwinista, ensalzadora del vicio particular en tanto contradictoria vía para la preservación general, no podían ser compartidos por Landívar. Pero sí, en cambio, esa necesidad de invención de una sociedad civil que guiará también a Adam Smith, Faurier o Ferguson y el concepto de interés común que podían perfectamente ejemplificar las 277

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poblaciones de castores con su propuesta de vida compartida en madrigueras conjuntas o con su ingeniería forestal de diques y moradas asombrosos que esbozan un horizonte imitable de desarrollismo técnico. Los viajes del Barón de Lahontan (1703) o de Bacqueville (1723), las aventuras de Claude Le Beau (1752) o la Historia Canadensis de François Du Creux (1664) habían descrito el virtuosismo arquitectónico de la especie, la lealtad de la camada y su astucia, el aprovechamiento íntegro del animal y la poderosa emblemática que suscita en una Norteamérica feroz y liberada (Figs. 13 y 14). Rafael Landívar traslada su hábitat a la Guatemala que recuerda, mutada ahora en umbrosa tierra de profecías a cumplir. Los instala allí conformando de este modo un biosimbolismo nuevo y perfecto con que alentar los perfiles, urgidos de identidad propia, de unas Indias preparadas ya para su emancipación inminente. De este modo, cuando la cultura simuladora y alegorizante del barroco ha agotado del todo sus artificios, la iconología zoológica americana encuentra horizontes inéditos para el retrato de los nuevos tiempos políticos. El estudio de las variaciones en el catálogo simbólico animal sirve sin duda a la mejor comprensión de los mecanismos con los cuales cada época y cada sociedad tienen la voluntad de representarse.

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Ilustraciones Fig. 1: Saavedra Fajardo, Diego de. "Consilia Consiliiis Frustrantur [Empresa 79]". Empresas Políticas [Idea de un Príncipe Político Christiano representada en cien empresas] [1640]. Edición de Sagrario López. Madrid: Cátedra, 1999. Fig. 2: Aldrovandi, Ulyssis. Ornithologiae hoc est De avibus historiae libri XII… cum indice septendecim linguarum copiossimo [1599]. Bolonia: apud Nicolaum Tebaldinum, 1646. Fig. 3: Anónimo. Lienzo conmemorativo del pedido al Inca Carlos II, rey de España, para que la nobleza indígena pueda ingresar al Santo Oficio de la Inquisición del Perú (Detalle). Congregación de Religiosas Concepcionistas Franciscanas de Copacabana, Lima, 1700. Fig. 4: Marcos del Carpio (atribuido). Depósito Eucarístico en forma de pelícano. Catedral de Arequipa, ca. 1750. Fig. 5: Anónimo. Custodia en forma de Pelícano. Museo Pedro de Osma de Lima, ca. 1670. Fig. 6: Detalle. Lienzo conmemorativo del pedido al Inca Carlos II […]. Congregación de Religiosas Concepcionistas Franciscanas de Copacabana, Lima, 1700. Fig. 7: William Darton. "Pelicans". Little Truths; Containing Information on Divers Subjects, for the Instruction of Children, II. Cornhill: Printed and sold by Samuel Hall, [1751] (Cortesía de John Carter Brown Library). Fig. 8: William Funnell. A Voyage round the World. Containing an Account of Captain Dampier’s Expedition… Together with the Author’s Voyage from Amapalla on the West– coast of Mexico… [London]: Printed by W. Botham, for James Knapton, at the Crown in St Paul’s Church yard, 1707 (Cortesía de John Carter Brown Library). Fig. 9: Sir Walter Raleigh. [Discoverie of the Large, Rich and Bewtiful Empyre of Guiana. Dutch]. Vvaerachtighe ende grondighe beschryvinge vande tweede Zeevaert der Ebgelschen nae Guiana. Amstelredam. [Amsterdam]: by Cornelis Claesz. Op’t Vvater, in’t Schrif– boeck, 1598 (Cortesía de John Carter Brown Library).

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Fig. 10: Honorius Philoponus (Caspar Plautius). Nova Typis Transacta Navigatio. Novi Orbis Indiae Occidentalis. Linz: [s.i.], 1621 (Cortesía de John Carter Brown Library). Fig. 11: Juan de Tovar. "Tunal con el águila", Historia de la benida de los Yndios a poblar a Mexico de las partes remotas de Occidente los sucessos y peregrinaciones del camino su guierno, ydolos, y templos dellos, ritos y cirimonias…calandarios delos tiempos. México: Ms. Tovar, ca. 1585 (Cortesía de John Carter Brown Library). Fig. 12: Louis Armand de Lom d’Arce, barón de Lahontan. "Castor de 26 pouces de longuer entre teste et queue". Nouveaux voyages de Mr le baron de Lahontan dans l’Amerique septentrional… Tome premier. A La Haye: Chez les Fréres [sic] l’Honoré, Marchands Libraires, 1703 (Cortesía de John Carter Brown Library). Fig. 13: François Du Creux. [Historiae Canadensis] Historiae Canadensis, seu Novae– Franciae Libri decem. Parisii [Paris]: Apud Sebastianum Cramoisy, et Sebas. Mabre–Cramoisy, typographos regis, viâ Iacobaeâ, sub Ciconijs, M.DC.LXIV [1664] (Cortesía de John Carter Brown Library). Fig. 14: Louis Armand de Lom d’Arce, barón de. "Etang a Castors". Nouveaux voyages de Mr le baron de Lahontan dans l’Amerique septentrional… Tome premier. A La Haye: Chez les Fréres [sic] l’Honoré, Marchands Libraires, 1703 (Cortesía de John Carter Brown Library).

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Fig. 1: Saavedra Fajardo, Diego de. “Consilia Consiliiis Frustrantur [Empresa 79]”. Empresas Políticas [Idea de un Príncipe Político Christiano representada en cien empresas] [1640]. Edición de Sagrario López. Madrid: Cátedra, 1999.

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Fig. 3: Anónimo. Lienzo conmemorativo del pedido al Inca Carlos II, rey de España, para que la nobleza indígena pueda ingresar al Santo Oficio de la Inquisición del Perú (Detalle). Congregación de Religiosas Concepcionistas Franciscanas de Copacabana, Lima, 1700.

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Fig. 5: Anónimo. Custodia en forma de Pelícano. Museo Pedro de Osma de Lima, ca. 1670.

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Fig. 6: Detalle. Lienzo conmemorativo del pedido al Inca Carlos II […]. Congregación de Religiosas Concepcionistas Franciscanas de Copacabana, Lima, 1700.

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Fig. 7: William Darton. «Pelicans». Little Truths; Containing Information on Divers Subjects, for the Instruction of Children, II. Cornhill: Printed and sold by Samuel Hall, [1751] (Cortesía de John Carter Brown Library).

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Fig. 8: William Funnell. A Voyage round the World. Containing an Account of Captain Dampier’s Expedition… Together with the Author’s Voyage from Amapalla on the West–coast of Mexico… [London]: Printed by W. Botham, for James Knapton, at the Crown in St Paul’s Church yard, 1707 (Cortesía de John Carter Brown Library).

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Fig. 9: Sir Walter Raleigh. [Discoverie of the Large, Rich and Bewtiful Empyre of Guiana. Dutch]. Vvaerachtighe ende grondighe beschryvinge vande tweede Zeevaert der Ebgelschen nae Guiana. Amstelredam. [Amsterdam]: by Cornelis Claesz. Op’t Vvater, in’t Schrif–boeck, 1598 (Cortesía de John Carter Brown Library).

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Fig. 11: Juan de Tovar. “Tunal con el águila”, Historia de la benida de los Yndios a poblar a Mexico de las partes remotas de Occidente los sucessos y peregrinaciones del camino su guierno, ydolos, y templos dellos, ritos y cirimonias […] calandarios delos tiempos. México: Ms. Tovar, ca. 1585 (Cortesía de John Carter Brown Library).

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Fig. 12: Louis Armand de Lom d’Arce, barón de Lahontan. “Castor de 26 pouces de longuer entre teste et queue”. Nouveaux voyages de Mr le baron de Lahontan dans l’Amerique septentrional… Tome premier. A La Haye: Chez les Fréres [sic] l’Honoré, Marchands Libraires, 1703 (Cortesía de John Carter Brown Library).

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Fig. 13: François Du Creux. [Historiae Canadensis] Historiae Canadensis, seu Novae– Franciae Libri decem. Parisii [Paris]: Apud Sebastianum Cramoisy, et Sebas. Mabre–Cramoisy, typographos regis, viâ Iacobaeâ, sub Ciconijs, M.DC.LXIV [1664] (Cortesía de John Carter Brown Library).

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Fig. 14: Louis Armand de Lom d’Arce, barón de. “Etang a Castors”. Nouveaux voyages de Mr le baron de Lahontan dans l’Amerique septentrional… Tome premier. A La Haye: Chez les Fréres [sic] l’Honoré, Marchands Libraires, 1703 (Cortesía de John Carter Brown Library).

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