Zoodiseñotecniar: entre la inmigración y el exilio [Español] (2012)

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ZOODISEÑOTECNIAR Por: Alfredo Gutiérrez Borrero [email protected] Columna revista proyectodiseño (PD) No. 77, enero de 2012 Páginas 83-84 Versión impresa (página 3 de este PDF en adelante) Obras completas en: https://utadeo.academia.edu/AlfredoGuti%C3%A9rrez Los estereotipos, incluso cuando son positivos, limitan. Para evitarlos conviene exteriorizar el perfil profesional, lleno de conocimiento significativo, desde la autobiografía; más en las profesiones de diseño cuyas vigorosas periferias envuelven, social e institucionalmente, tantas culturas y subculturas. Plasmándola desbordamos costumbres y conformismos, repensamos lo viejo desde lo nuevo y facilitamos esos proyectos plurales que desarrollamos con personas de variadas habilidades, edades, procedencias regionales, políticas, religiosas y sexuales. Un juicio particular permite confrontar adoctrinamientos ideológicos o caricaturizaciones descalificadoras, y alejar el dogma deshumanizante del autoritarismo disfrazado de objetividad. Allí donde los mandamases no imponen su deber-ser a otros humanos, minimizándolos al estandarizarlos, artefactos más útiles y novedosos son diseñados. El debate respetuoso y la experimentación entre nativos y extranjeros devienen productivos cuando cada persona puede explicar su versión de la realidad (y diseñar para subversión de la misma). La mía empezó entre 1985 y 1989 en la zootecnia de la Universidad de La Salle en Bogotá, donde crecí académicamente y a la cual llevé algo de la tradición familiar del derecho. En 1991, personas que olvidé —salvo al doctor Jaime Escobar— me otorgaron el título profesional. Estudié la ciencia de usar animales, domesticados y silvestres, para beneficiar seres humanos. Como zootecnista aprendí a buscar ganancia sostenible, manejo productivo faunístico (cárnicos, lácteos, huevos, miel, pieles, etc.) y bienestar animal (hábitat controlado, nutrición, forrajes, sanidad preventiva, mejora genética, economía agraria). Sin embargo, entre explotaciones pecuarias, difusión social de tecnología apropiada, ecosistemas balanceados, cría de especies silvestres, y escenarios rurales, acabé rechazando el abuso de otras especies. Por ende me hice vegetariano un tiempo, establecí relación cariñosa con los animales y, con impecable registro académico, abandoné el campo. De 1991 a 1993, más por influencia paterna que por méritos, laboré para el sector público bogotano en el DAMA, según fuera llamada entonces la actual Secretaría Distrital del Ambiente; luego, una combinación entre la ecología e Iván Cortés —fundador y director de proyectodiseño— me abrió puertas inesperadas. En septiembre de 1993, a instancias de Iván hablé de medio ambiente ante Fernando Correa Muñóz, a la sazón decano de la Facultad de Diseño Industrial de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y director de la revista Habitar; a raíz de ello, él me invitó a trabajar como profesor de cátedra. Así entré al diseño tadeísta, donde he orientado diversas asignaturas: ecodiseño, cultura y producto, lenguaje y significado del objeto, etc. Con los años, varios de mis primeros estudiantes, quienes me enseñaron diseño, resultaron siendo mis colegas. En 2007, Rodrigo Fernández Neira, decano por aquel tiempo, me encomendó dirigir tres trabajos de grado (cuyos autores diseñaron una intervención de enriquecimiento ambiental para jaguares cautivos; un visibilizador de viento para prevenir incendios en alta montaña; y   un espacio interactivo entre personas y mariposas como mobiliario urbano); mis eventuales aportes a tales procesos y las

 

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experiencias de años me condujeron al núcleo educativo en 2009, cuando fui nombrado profesor de tiempo completo en diseño industrial. Adicionalmente, en casi dos décadas de residencia en el país del diseño, donde intento ejercer éticamente mi ciudadanía para aportar al colectivo, sumo 16 años como columnista y miembro del consejo editorial de proyectodiseño. Como extranjero soy, supongo, desestabilizador. Aprecio más la creatividad fluida entre las personas que aislada dentro de ellas; y las conjeturas grupales más que las certezas individuales. Valoro la exploración ajena y creo que dudar con democrática libertad aporta más que reverenciar métodos o individuos, por sabios que sean unos y probados que resulten otros. Dos términos de ‘Zootecnistán’ definen mi rol en ‘Diseñistán’: primero heterosis (o vigor híbrido), según son llamadas en manejo genético las novedades que originamos los mestizos cuando por exogamia (mezcla entre lejanos) unimos características de progenitores distantes. El otro es polinización cruzada que acontece cuando, por ejemplo, abejas o mariposas favorecen la reproducción vegetal al llevar polen de unas plantas a otras. Traducción: combinar mi vida laboral en diseño (sustantivo masculino productor de cultura material e inmaterial) con mi vida estudiantil en zootecnia (sustantivo femenino administrador cultural de fauna natural), me distingue de quienes permanecen en un campo u otro. Ahora bien, en todo país, geográfico o profesional, las opiniones de extraños generan recelo en los custodios de la ortodoxia que se atribuyen autoridad para definir la realidad y desechar como fantasía o embuste lo que no logran o no quieren conocer. Unos fuereños traen problemas, otros llegan a trabajar. Los híbridos descentramos el panorama. O lo ensanchamos. Yo nunca ejercí la zootecnia pero a veces me estigmatizan por ella; y aunque en el hipotético escenario del humano promedio, zootecnistas y diseñadores difieran, no me definen reglamentos sino la autodeterminación para afrontar categorizaciones. Soy, dice mi amigo y colgea Enrique Rodero, como un japonés nacido en Estados Unidos: japonés para los estadounidenses y estadounidense para los japoneses. Zootecnista entre diseñadores, diseñador entre zootecnistas, dizooñador. O mejor, zoodiseñotecnista. Para mí zoodiseñotecniar es resistir la despersonalización profesional, contribuir a que los practicantes no acaben obsesionados buscando modelos abstractos de diseñador que jamás encontrarán. Denuncio la generalización que niega las diferencias y sustenta regímenes intolerantes. Asumo que cada quien desde su experiencia aporta al diseño. Aspiro a ofrecer más opciones para todos, quiero beneficiar a otros (animales, clientes, colegas, usuarios) no beneficiarme de otros; e impulsar cambios sociopolíticos y técnico-prácticos con personas (asesoradas por diseñadores profesionales) para que todos construyamos los mundos donde anhelamos vivir. ¡Ayudar a la gente a decidir qué quiere, no decidir por ella! Considero que, articulados con las experiencias (subjetivas) de las personas, valen más los (también subjetivos) conceptos de los expertos. Me reconozco entre inmigrantes: exiliados, desplazados, indocumentados, refugiados, asilados; colonos, aventureros, invasores incluso. Naciones surgieron o fueron engrandecidas por ellos; y, como pioneros jamás graduados de las escuelas que fundaron, están detrás de todas las profesiones. Las sociedades no prosperan por aniquilación, o por absorción ¡sino por ampliación! Siempre hablaré el idioma del diseño con acento de la zootecnia, donde descubrí que en los potreros del saber hacer también aplica el pastoreo rotacional: ocasionalmente correr cercas y aprovechar pasturas de otros prados ocupacionales favorece al ganado profesional. Cinco años de formación como zootecnista más veinte de práctica educativa con diseñadores, sintetizan esta vida donde advertí que toda persona es experta en sí misma; por eso, reclamo mi derecho a usar el lenguaje para describir qué quiero de la existencia, cómo llegué hasta aquí y, sobre todo, quién soy. [email protected], [email protected]

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