Yo soy que ayer no más decía: el legado literario de Rubén Darío

May 23, 2017 | Autor: Dorothea Ortmann | Categoría: Literatura española e hispanoamericana, Literatura Latinoamericana Contemporánea
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Descripción





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"Yo soy aquel que ayer no más decía": el legado literario de Rubén Darío (1867-1916)

Dorothea Ortmann

Rubén Darío tenía la sensación de haber nacido como poeta, le parecía tan natural expresarse en verso que no podría imaginarse otra manera de comunicarse. Desde muy temprana edad estuvo acostumbrado a escribir y fabular cuentos y poemas. No siempre la relación entre vida y obra de un artista permite acceso a la última, pero en el caso de Rubén Darío nos parece preciso intentarlo, porque sus inquietudes acerca de la sociedad en la cual vivía aparecen a veces tan ocultas que solo al conocer las circunstancias de su vida, el lector percibe que el creador no fue tan bucólico e inocuo como parece a primera vista. Su infancia, según propio testimonio no fue feliz. Su madre, Rosa Sarmiento, se casó por obligación con su padre, Manuel García. La pareja vivía una relación violenta y sin amor. Como consecuencia, la madre dejó al marido y envió a su hijo, Rubén, a casa de la tía materna: Bernarda Sarmiento. Ella mantenía un matrimonio armónico con su esposo, Félix Ramírez, un militar muy educado y culto. La casa de los Ramírez era el centro de celebres tertulias de León. Allí se reunían los intelectuales más reconocidos de Nicaragua. Por entonces se recitaban versos dedicados a los héroes nacionales, los recién nacidos, parejas en sus primeros aniversarios o diplomáticos extranjeros. Rubén, ya con doce años, era famoso por aportar, en aquellas reuniones sociales, excelentes composiciones poéticas, en las cuales presentaba episodios de la vida de los protagonistas de las fiestas, sean cumpleaños, matrimonios o entierros, y su arte le ayudaba, de paso, a aumentar la cantidad de las propinas. Si bien la vida de tertulias le agradaba y le hacía crecer intelectual y personalmente, no podía decir lo mismo sobre su época escolar. Durante los primeros años asistió a un colegio jesuita, cuyo rigor y disciplina le asfixiaban. Para hacer su vida más llevadera se refugiaba en composiciones irónicas y lecturas de sus grandes maestros, cuya admiración se reflejara más adelante en su obra. Al cumplir 15 años viajó a El Salvador, donde fue recibido por el presidente del país, quien confesó conocer los versos de Rubén. Bien sabida es la respuesta que el joven escritor le dió al presidente cuando este le preguntó que haría de su vida: "Quiero tener una buena posición social". Pues bien, la obtuvo intelectualmente, pero en lo económico, su ingenuo anhelo no se cumplió; sus ingresos le permitieron solo una vida decente y modesta.
De El Salvador viajó a Chile, donde igualmente frecuentó los círculos diplomáticos y fue recibido por el presidente de aquel país. En el año 1887, cuando tenía apenas veinte años, publicó el poemario Abrojos. El año siguiente aparece Azul, con el cual logra reconocimiento como poeta maduro y con voz propia. 1890 se casó con Rafaela Contreras, con quien compartía la pasión por la poesía. El año 1892 fue enviado como embajador a España, pero un año más tarde falleció su esposa y su breve felicidad se vio ensombrecida. Luego, asumió la función de cónsul para Colombia en Argentina y volvió a casarse, esta vez con Rosario Emelina Murillo. Aunque de adolescente estaba muy enamorado de ella, el matrimonio no cubrió sus expectativas y abandonó a su esposa para viajar a Europa. Siguió luego una época de muchos viajes: Italia, Inglaterra, Bélgica, Barcelona, Madrid. Rubén Darío hace de España su segunda patria. Allí, conoce a una mujer humilde, Francisca Sánchez, con la que convivió en armonía. En 1892, el gobierno nicaragüense celebra el IV centenario del descubrimiento de América, y Darío continua viajando a los Estados Unidos, Chile, Francia y Argentina, donde vivió algunos años en Buenos Aires y colaboró con el diario La Nación, lo que le permitió, en 1898, volver a España como corresponsal. En 1896 publicó Prosas profanas y en 1905 los poemarios Cantos de vida y esperanza así como Canto errante. Estas son sus obras más impactantes y reconocidas. Cuando murió, en 1916, ya era un poeta celebre, considerado gran renovador del lenguaje poético en las letras hispanas. Entre los críticos literarios hay unanimidad en que Rubén Darío era un poeta auténtico, profundo y original, y el primer poeta latinoamericano que creó un lenguaje propio. La poesía de Rubén Darío plantea una serie de preguntas inquietantes, por ejemplo: ¿cómo era posible que un poeta tan original, de tan refinada técnica versificadora, apareciese en un país tan pequeño como Nicaragua, sin mayor tradición literaria? o ¿por qué la poesía de Rubén Darío produjo tal conmoción y fervor en América?
Su poema Yo soy quien ayer no más decía, que debe ser considerado su testamento literario, nos ofrece una suerte de respuesta a aquellas interrogantes. El poema está dedicado al escritor uruguayo Enrique Rodó, uno de los primeros defensores y promotores de la poesía de Rubén Darío. Contrariamente a lo que hoy afirmamos, Darío no fue reconocido por sus contemporáneos como escritor americano. Por la influencia francesa en su poesía, Paul Verlaine y el parnasianismo, lo reconocieron como émulo de la poesía europea. Es Rodó quien aclara el equívoco, abriendo la mirada hacia el cosmopolitismo y el arte por el arte en la poesía de Darío. Leemos en Rodó:
"Su poesía llega al oído de los más como los cantos de un rito no entendido… amorosamente protegido por la soledad frente a la vida mercantil y tumultuosa de nuestras sociedades, y sólo se abre al sésamo de los que piensan y de los que sueñan…"
¿Es la poesía de verdad solo para soñadores? ¿Los que no tienen los dos pies en la realidad? En la época de Rubén Darío la poesía era vista como algo elevado casi divino, así, el poeta fue considerado un ser etéreo, dotado por las musas, por ello lo estético prevalecía sobre el contenido, la forma sobre lo racional. Si la melodía, la rima y el ritmo de un verso sonaban bien, el poema contaba como magnifico y Darío era maestro en la composición de versos melódicos.
La poesía de aquella época busca la armonía entre palabras, silabas y rimas, y deja de lado el uso del lenguaje cotidiano en el cual predomina la lógica y la razón, lo que vale ahora es el sonido y el ritmo. Un oído no entrenado quizás necesitara un poco más de tiempo para descubrir esa función de la poesía, y parece que el poema no es tan fácilmente accesible como una oración en prosa. Lo más importante para ser un poeta autentico era crear versos únicos e incomparables. El programa poético de Rubén Darío consistió en hacer florecer la fantasía y convocar en el lector lo mejor que tiene. La poesía sirve para la catarsis de nuestros sentimientos, gastados por el uso y necesitados de renovación. La poesía, como cualquier arte, debe conmover, debe entrar por los sentidos y para llegar a ellos se requiere una clave tal como lo menciona Rodó: el sésamo. El mejor ejemplo de impacto del carácter poético emocional de la poesía de Rubén Darío, es su narración poética A Margarita DeBayle. Allí el poeta recurre a la más arcaica función de la poesía: hacer notar que el ritmo ayuda a memorizar, porque es una forma de percibir la pérdida de un elemento, su falta, cuando el ritmo se ve interrumpido. Pues bien, la primera estrofa pone el tono y el margen narrativo del poema. El poeta cumple con el pedido de una niña de contarle un cuento. Se dirige a ella en forma de dialogo y luego la involucra en el desarrollo del relato, como suelen hacer los narradores de cuentos para niños. El poeta le presenta un mundo fantástico en el cual la travesura y la moral tienen su lugar, pero también la insistencia en lo propio de la personalidad de la niña. La pregunta es, para qué nos sirve lo fantástico y lo fantasioso. Pues, sin fantasía, no habrá creatividad ni la travesura de buscar soluciones donde nadie las supone. Vivimos en un mundo de división de trabajo y el artista cumple el rol de empujar nuestra fantasía para que se ponga en marcha. La sensibilidad del joven Rubén no veía otra manera de hacer su vida más llevadera que componer versos que embellecieran sus tristezas y melancolías. Es justamente eso lo que le reprochan muchos críticos a la poesía afirmando que se aleja de lo real y sirve para camuflar los problemas a que deberíamos enfrentar. El caso de Rubén Darío puede dejarnos sin preocupación. El poeta sabe que ese efecto puede darse, por esta razón toma distancia y lo ironiza su propia obra. …"a la estatua nacen de repente en el muslo viril patas de chivo y dos cuernos de sátiro en la frente." "…todo ansia, todo ardor, sensación pura /y vigor natural; y sin falsía,/ y sin comedia y sin literatura …:/ si hay un alma sincera esa es la mía./La torre de marfil tentó mi anhelo;/ quise encerrarme dentro de mí mismo,/y tuve hambre de espacio y sed de cielo/ desde las sombras de mi propio abismo. …Bosque ideal que lo real complica,/allí el cuerpo arde y vive y Psique vuela,/ mientras abajo el sátiro fornica, ebria de azul deslíe Filomena."
No hay nada más que comentar, solo indicar esta lucha intensa en el interior del ser humano Rubén Darío. El poeta tiene plena consciencia de lo que le hace falta, pero su forma de expresarse era esa y no lo podía hacer de otra manera sin traicionarse. Lo más importante para nosotros, hoy día, es que llevó esto a una maestría inconfundible y, además, renovó la poesía hispana como nadie antes de él lo había logrado. Lo suyo era arte por el arte, porque creció en un mundo donde al arte se reservaba un espacio separado de la realidad, mientras el realismo usa el arte para esclarecer problemas de la realidad. Darío es de aquellos artistas que cree que la realidad ensucia al arte y, por ello, resiste confrontarlo con la realidad. Para el realismo, el arte debe ser usado como arma para luchar en contra la injusticia o hacer entender dónde quedan las áreas blancas de nuestra existencia. Pensamos que la tarea mayor de cualquier clase de arte es sensibilizar al espectador, al oyente, porque sin emoción o sin pasión el ser humano se vuelve máquina. Son los tres elementos que se deben vincular, la sensibilidad, la inteligencia y el impulso para actuar. Los tres requieren ser dirigidos y desarrollados. Una manera de hacerlo es el arte. En el ejemplo de Rubén Darío vemos que la transmisión de su propia sensibilidad le costó caro, lo hizo muy vulnerable y le causó mucho sufrimiento. Un artista expande nuestros límites de percepción del mundo y de las cosas, él pone las bases de nuestra fantasía, por ello merece toda nuestra gratitud. El arte puede servir como droga que nos endulza la vida sin necesidad de enfrentarla, pero también nos ayuda a juntar fuerzas para resistir y luchar. El mismo autor confiesa: "Más, por gracia de Dios, en mi consciencia/ el Bien supo elegir la mejor parte; /y si hubo áspera hiel en mi existencia, / melificó toda acritud el Arte."
Suele ocurrir que se compara a Rubén Darío con José Martí, quien era partidario de que sólo combatiendo por la independencia política debería expresarse el pensador y el poeta, que eran uno en él. Darío lo admira, pero su opción era vivir por el arte y su lucha es interna, tal como lo expresa al final de su gran poema Yo soy quien ayer no más decía.
"La virtud está en ser tranquilo y fuerte;/con el fuego interior todo se abrasa; se triunfa del rencor y de la muerte, y hacia Belén…, ¡la caravana pasa!"
Estos dos poetas representan dos acercamientos diferentes a su arte y a la realidad: José Martí lo hace pluma en mano y rifle en ristre, mientras Rubén Darío se concentra en cultivar su arte y llevarlo a la cúpula. Su fuego interior no le lleva al calor de la lucha, sino a perseguir un arte que venza a la muerte y las amarguras de la vida. Creemos que no tiene sentido compararlas; ambas opciones cumplen su función. Los dos poetas no llevaron una vida fácil y merecen nuestro respeto y adoración. En Cuba, José Martí es héroe nacional conocido en toda América Latina. Rubén Darío es símbolo de la identidad nacional de Nicaragua, como lo es Augusto César Sandino de un país que lucha por su dignidad e independencia y tiene, en Rubén Darío, un ejemplo de defender lo suyo.
La embajada de Nicaragua en el Perú, en persona de su embajadora, la señora Marcela Pérez Silva, editó recientemente un poemario con 11 poemas musicalizados con el título Darío nuestro. Rubén Darío en ritmos peruanos. Destacan en la edición los gráficos realizados por Rosamar Corcuera y las composiciones de tres músicos peruanos como Juan Luis Dammert, Ricardo Villanueva y Marcela Pérez Silva. Acompaña el libro un CD con la grabación de los 11 canciones a base de versos de Rubén Darío. Qué mejor manera de demostrar la vigencia de este gran poeta, cosmopolita y diplomático que embellece nuestra vida. El poema A Magarita DeBayle que figura al final, es para las lenguas hispanas un cuento popular, recitado con pasión de igual manera por jóvenes y mayores, no importa cuántas veces uno lo escuche, no pierde su encanto. Existen numerosas ediciones embellecidas por destacados dibujantes y artistas como también varias versiones de películas animadas con los versos de Darío. Hoy, la obra A Margarita DeBayle forma parte del legado cultural para educar a los niños en sensibilidad y el cultivo de la fantasía. Sin exageración podemos afirmar que Rubén Darío ha entrado a la posteridad y no solo como nicaragüense, sino como literato de dimensión mundial.

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