Ya veras lo que vas a aaprender. Rosario M. de Swanson.pdf

May 22, 2017 | Autor: Rosario De Swanson | Categoría: Latin American literature, Teatro Mexicano, Teatro Latinoamericano, Latin American feminisms
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Descripción

0 Nombre de la autora: Rosario M. de Swanson Título de la pieza teatral: “Ya verás lo que vas a aprender cuando vivas conmigo” Academic Information: Assistant Professor Spanish Language and Literatures Marlboro College, Vermont PO Box A 2582 South Road Marlboro. VT 053440300 Telephone: 802-451-7581 Fax 802-257-4154 Home: 413-268-3552 e-mail: [email protected] Breve reseña bibliográfica: Mexicana, Rosario M. de Swanson es profesora de Español y Literaturas latinoamericanas en Marlboro College, Vermont. Su trabajo creativo ha aparecido en Letras Femeninas y en Grafemas; sus trabajos de investigación han aparecido en revistas especializadas como MARGES (editada por Le Groupe de Recherche Sur Les Noir-E-S D'Amerique Latina, Universite de Perpignan, Francia), Alba de América, Hispania y Hispanic Journal.

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“Ya verás lo que vas a aprender cuando vivas conmigo” A la generación de mi madre y de mis hermanas mayores

Este es un homenaje a la generación de mujeres mexicanas de principios del siglo XX sobre cuyas espaldas se forjó la modernidad mexicana y la libertad de la generación de mujeres del siglo XXI. La vida de esta generación, que yo llamo “la generación sufrida”, estuvo marcada por enormes contradicciones. Fueron dueñas de una fecundidad y de una fortaleza física tan grandes que pudieron sobrevivir; y, en poquísimos casos, superar apenas una serie de limitaciones impuestas en ellas, tan pesadas e internalizadas que les parecían ser naturales e inmutables: la falta de control sobre su cuerpo, la falta de afecto dentro del núcleo familiar, la falta de poder en la sociedad, el desamor en el matrimonio, la desconfianza, la falta de autoestima, la resignación a su suerte, el apego obstinado a la religión y a las tradiciones como modo de sobrevivir las cadenas mentales de su opresión. Debieron además cargar con el peso de otros lastres amarrados a su cuello: el culto a la virginidad, el guardar las apariencias, el temor al qué dirán, el miedo a lo nuevo y a lo diferente. En innumerables casos la búsqueda de la libertad les permitió acceder a una diminuta parte del poder al que tanto habían aspirado dentro del espacio doméstico llegando a gobernar con mano dura por encima de su enorme prole. Los lastres sociales amarrados a su cuello las orillaron a extraer sacrificios enormes de entre sus hijos e hijas sobre todo de entre los mayores. Sin embargo, debido a que su poder no era real pues estaba apoyado por las mismas estructuras que las oprimían terminaron reproduciéndolas, convirtiéndose en jueces y verdugos de quienes se rehusaban a obedecerlas creando un segundo grupo intermedio, que aunque más consciente, de algún modo se encarga también de mantener y prolongar estas ataduras. En la mayoría de los casos se convierten en heroínas trágicas obligadas a pagar un precio muy alto por el minúsculo acceso al poder que más que ninguna otra cosa fue tan solo un espejismo. A todas ellas y a su enorme sacrificio va dedicada esta obra. Personajes Voces De preferencia dos hombres y dos mujeres. Dos vestidos con togas de textil burdo con grecas mixtecas en los lados, con sendos cintos hechos de mecate; llevan en el pelo una diadema india. Dos llevan togas cafés con capuchas que se asemejan a la indumentaria usada por los frailes del siglo XVI, por cinto sendos rosarios. Madre De pelo largo, rizado recogido con canas nacientes en la sien; vestido refinado, rebozo y abanico (marca de la clase alta venida a menos). Es de tez blanca pero sus rasgos delatan una hebra mestiza distante; es bella y lo sabe. La vida la ha vuelto cruel. Es considerablemente menor que su esposo. Padre Es de extracción indígena, exótico, fuerte, mayor. Viste jeans, guayabera, sombrero de ala corta como símbolo de poder caduco. Su carácter ha sido deformado por la crueldad de su historia. Como no tiene poder en la sociedad, se comporta de manera cruel y vengativa en el espacio reducido de su casa. Hijas La mayor. Lleva falda larga, blusa de cuello alto y manga larga. Pelo recogido en un chongo severo. Se parece a la madre pero su belleza está marchita. Es el sostén de la autoridad de la madre y del padre. Las dos de edad mediana. Una es alta de tez morena. Se parece al padre. Tiene pelo largo; es muy seria; lleva un vestido blanco modesto como símbolo de su castidad. La otra es más baja, de pelo largo, sexualidad agresiva; como la madre es bella y lo sabe. Lleva blusa con amplio escote y una falda de tres cuartos con un pliegue que deja entrever sus piernas. Celeste la hija menor. Es joven, delgada, de tez morena y pelo largo en trenza o suelto. No usa maquillaje. Lleva un vestido azul vaporoso sobre jeans. Es narrador principal y alumbra la llegada de cambios. Las hijas casadas no aparecen en la obra pero se les menciona. Hijos El mayor. Se parece al padre pero tiene la tez blanca como la madre; viste camisa vaqueros, botas. Es el sostén de la autoridad de la madre. El menor. Se parece al padre y es de tez oscura como el padre; viste ropa más moderna, jeans, zapatos. Es el favorito de ambos y lo sabe.

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Actuación Intensa porque es una tragedia. Todos los personajes son nobles pero sus actos desencadenan un ciclo que no sabrán o no podrán controlar. Escenario A mediados del siglo veinte en el patio interior de una casa mexicana. En un costado del escenario un crucifijo a modo de oratorio. En centro un árbol de manzana con fruta rutilante, una fuente, una banca. A un costado una mesa y una silla a modo de escritorio. Al fondo una pared blanca, se ve el pasillo y el cancel con la puerta de entrada al solar cerrada. En ambos costados hay biombos que semejan sombras. De ahí saldrán los personajes, los músicos y las voces. Música Escucharemos fragmentos de las siguientes melodías en el momento indicado: “La casa del acalde” y “Cuando vivas conmigo” según esté marcado en el drama. Primer Acto Escena I Toda la primera escena transcurre detrás de una cortina transparente o en la penumbra según el escenario. Al empezar el drama el telón se descorre para revelar una cortina transparente casi como un velo, detrás de ésta la luz del reflector se proyecta sobre un bajista en uno de los extremos tocando una pieza dramática, “La casa del acalde” es el nombre de la pieza. A mitad de la melodía el reflector ilumina a la hija menor de espaldas en el centro del escenario, petrificada. Detrás de la protagonista se vislumbran las voces petrificadas también. Cuando termina la melodía, el bajista regresa a las sombras y ella comienza su monólogo de frente al público detrás de la cortina como velo transparente. Celeste. ¿Es posible narrar lo inenarrable? Todas las historias narran el comienzo de algo, pero he aquí que hoy hablo de su disolución. El final de un tiempo, el comienzo de otro, la disolución de lazos, de costumbres, la reaparición de espectros en último acto de presencia antes de ser degollados por los fragmentos del espejo que refleja mi rostro, tu rostro, nuestro rostro hasta yo no ser yo, ni tú ser tú, ni nosotros, nosotros. Porque la libertad tiene un precio, una cara violenta. Quizá moriremos juntos, quizás solo tú, quizá solo yo. Acaso terminaremos náufragos en la barca del tiempo… ¿acaso solo así podamos alcanzar su otra orilla, conocer su cara humana? Desenmascararlo a él, o desenmascararla a ella. ¿Cómo empezar? ¿Qué o quién será el lucero que guíe mis pasos para no perderme en su rueca interminable; salir de su laberinto y tejer un tapiz que no se quede a medias? ¿Cómo hilar puentes para salvar la brecha sin caer en el abismo? (Pausa. Entra “La casa del alcalde” otra vez mientras ella hace conjuros silenciosos al cielo) ¡Hilanderas del tiempo acudan a mí! ¡Musas marinas, aladas y terrestres atiendan mi llamado! (Se ilumina al bajista otra vez tocando “La casa del alcalde” brevemente; la luz ilumina a las voces que surgen de entre las sombras). Voces. Amor, odio, venganza, soledad. Destierro de los que se van. Vacío de los que se quedan. Destierro y vacío forman la tela de lo que una vez unió y que fue tan fuerte como fue ruin. Celeste. ¿De dónde sacar las palabras, entre tantas, para contar tan triste y semejante historia? Voces. Bueno, nada comienza en el vacío, viene de algo, viene de alguien. Puedes regresar a la tradición. Celeste. ¿La tradición? Voces. Sí, la tradición. Podrías empezar con una mujer. Todo siempre empieza con una mujer (breve pausa). (Una de las mujeres indígenas da un paso y dice): Podrías empezar con Eva o con la Llorona (de manera enigmática) o con La Malinche. Celeste. ¿Eva, La Llorona, La Malinche? Pero no tengo sus palabras. No me las heredaron. En cambio me heredaron sus actos que los hombres juzgan como desacatos. Voces. Un hombre entonces. Ellos te dejaron palabras y actos. Vives y respiras su credo.

3 Celeste. (Pausa. Hace un ademán enérgico y una de las voces le entrega un pliego enrollado en el cual busca hasta que encuentra algo que le gusta. Se aclara la garganta antes de empezar) Ejem, ejem, mmhhhh: “Óyeme con los ojos, / Ya que están tan distantes los oídos, / Y de ausentes enojos / En ecos de mi pluma mis gemidos; /Y ya que a ti no llega mi voz ruda, / Óyeme sordo, pues me quejo muda.” 1 Voces. (Con reacción se acercan a ella y la confrontan) ¡Sor Juana! Pero, ella calló; tuvo que callar. Y si alguna vez habló, el silencio fue su última máscara. Celeste. (Comienza la música mientras busca en el pliego otra vez y antes de empezar a hablar hace un ademán enérgico para que se detenga. La música calla y ella empieza) “Mataron a mis hermanos, a mis hijos, a mis tíos. A la orilla del lago Texcoco me eché a llorar. Del Peñón subían remolinos de salitre. Me cogieron suavemente y me depositaron en el atrio de la Catedral. Me hice tan pequeña y tan gris que muchos me confundieron con un montoncito de polvo. Sí, yo misma, la madre del pedernal y de la estrella, yo, encinta del rayo, soy ahora la pluma azul que abandona el pájaro en la zarza. Bailaba, los pechos en alto y girando, girando, girando hasta quedarme quieta; entonces empezaba a echar hojas, flores, frutos. En mi vientre latía el águila. Yo era la montaña que engendra cuando sueña, la casa del fuego, la olla primordial donde el hombre se cuece y se hace hombre. En la noche de las palabras degolladas mis hermanas y yo, cogidas de la mano, saltamos y cantamos alrededor de la I, única torre en pie del alfabeto arrasado…”2 Voces. (Con sarcasmo) Aaaah, optaste por un hombre, ¿ya ves cómo sí vives y respiras su herencia? Imposible sustraerse a su lógica. (La misma india, de manera enigmática y con lascivia): O a su encanto. (Se oyen pasos y una voz lejana que la llama) Madre. ¿Celeste, estáaas ahí? ¿Por qué me re huyes? Celeste. Shhhhshh, silencio que es madre. (Hace gestos de guardar silencio. Las voces quedan petrificadas y ella envuelta en sombras desaparece detrás de un biombo. Sigue la música del bajo de manera dramática mientras la madre hace su entrada triunfal buscándola, al llegar al centro dando voces se descorre la cortina transparente antes de que ella empiece a hablar. Cuando está en el escenario el bajista hace mutis) Escena II Madre. Celeste, ¿estás ahí? ¿Por qué me re huyes? ¿Acaso no te inculqué respeto a los mayores sobre todo a mí que soy tu madre? ¿Padre mío (se dirige al Cristo persignándose) es que no hay nadie en esta casa que me comprenda, que entienda mi sufrir? Yo que siempre tuve temor de Dios, yo que les inculqué temor tuyo, sumisión, obediencia, yo que les infundí acatamiento de tus órdenes porque eso fue lo que a mí se me dio, porque fue contigo que encontré consuelo, porque fue así que sobreviví. Yo, yo la más casta y bella de entre todas mis hermanas, ahora me reprochan la falta de amor. ¿Amor? (ríe con sarcasmo) Jamás le vi la cara. (Con enojo) Si se presentara ahora mismo no sabría reconocerle. El único sentimiento que conozco está prohibido por tus leyes pero es moneda corriente en estos lugares. Yo, yo que fui desechada como la guirnalda de flores que corona la cabeza de los ganadores una vez que termina el torneo y los salves de victoria. Yo que sola, sin nada, sin nadie, sin saber qué hacer. (Las voces emergen y se acercan a ella) Solamente pude encontrar consuelo en la tradición. (Ríe con sarcasmo y media loca). Después de tanta y tanta pena por fin pude entender que solamente siguiéndote a ti y a tus leyes lograría encontrar sino salida, por lo menos resignación y consuelo. (Acusadora se dirige al público y luego a las voces, que se echan atrás amedrentadas) ¿Y ustedes, dónde, dónde estaban cuándo más los necesité? ¿Por qué me recriminan ahora? ¿Qué no saben que otras no corrieron con tanta suerte? Envejecieron antes de tiempo y solo encontraron consuelo en la muerte. En cambio yo, yo aprendí a vivir entre alimañas y heme aquí fuerte, disfrutando de mi mando, al que por mi belleza y castidad tengo derecho. Yo viví y estoy viva. ¿Y ahora me dicen que eso no fue vida? ¿Que hay algo más allá de los muros exteriores de esta casa? ¿Dónde, dónde está ese lugar, a qué distancia queda? ¡Si existiera yo lo hubiese encontrado! ¿Oh, cuántas veces intenté saber lo que había más allá de los muros de esta casa? ¡Pero sólo me encontré con su dura tapia! ¿Qué no entienden que esta fue y es mi única realidad? Hijos míos, ¿dónde están? ¡Vengan, vengan a mí, su madre los necesita! (Las voces desaparecen. Entran los hijos uno por uno diciendo antes de llegar hasta ella en turno) 1 2

“Sentimientos de ausente” poema de Sor Juana en Obras completas (1999), Editorial Porrúa. “Mariposa de obsidiana” en Águila o sol (1951), FCE.

4 El mayor. ¿Llamabas madre? ¿Qué pasa, acaso otra vez te está molestando mi padre? ¿O es que son mis hermanas que otra vez necesitan que las meta en cintura? ¿Otra vez necesitas que sea tu sostén y tu fuerza? El menor. ¿Llamabas madre? ¿Quieres que te cuente de los nuevos castillos que he construido en el aire? ¿Quieres que te hable de mis hazañas con el arco y la flecha, ese instrumento rudimentario que me enseñó a usar mi padre? ¿Necesitas que te distraiga con mis logros? ¿Que alabe nuevamente tu belleza? Madre. Hijos míos, ¡tesoro más grande que jamás haya poseído! El día que nacieron supe que serían el escudo más seguro, mi corazón y mi coraza. En ese momento, yo la leona fiera me volví mansa y pródiga madre. Juntos retomamos el mando de esta casa, ganamos el respeto de las gentes y desterramos al tirano que antes de ustedes nacer había mandado en mí como mi amo. (Camina y acaricia con ternura el rostro del menor luego se dirige al mayor)Es su hermana menor que me re-huye. Sé que me teme, pero el temor en ella no ha producido obediencia sino sospecha. La escuché hablar con alguien en el patio y al llamarla ha escapado a esconderse en algún sitio. No creo que se atreva a desafiar mis deseos, las otras ya lo intentaron pero yo, como hicieron antes conmigo, les hice entrar en razón y ahora caminan del lado de la tradición y del buen nombre. Si no pregúntenle a la mayor y a sus hermanas que ahora están bien casadas. ¡Así ella también debe andar por el sendero ya marcado! ¡Búsquenla! ¡Tráiganla hasta mí! ¡Juntos la haremos entrar en razón! ¡Cuidar de la virtud de las mancebas hasta que se casen bien o hasta que la edad se haga prueba de su virtud y de la virtud de esta casa! (Entra el padre por un costado y dice en un aparte al público a la vez que los hijos salen por otro costado) Padre. Siempre pegados a las faldas de su madre; nunca serán hombres completos. (Camina hasta llegar a la madre y luego le habla directamente viéndole la cara dando la vuelta) ¿Planeando otro complot a mis espaldas? ¿Qué última urdimbre estás tejiendo entre la seda vil de tus enaguas? ¿Sobre quién se cierne ahora tu cólera? Cuando te traje a esta casa, que me dejó mi madre, pensé que juntos recrearíamos nuevamente el paraíso, que me darías hijos y sería como el renacer de mi casta. Madre. (Con sarcasmo, le sostiene la mirada y se abanica) ¿Y? ¿A ti qué? Sabes bien que tu opinión no vale nada, si es que algún día valió gran cosa. La casa que te dejó tu madre (enuncia las palabras, se detiene un poco y luego sigue con sarcasmo)…estaba en ruinas cuando llegué y ya casi no era tuya, tuviste que rescatarla de las garras de tu padrastro. En cuanto a tu madre (se detiene un poco y luego ríe)… no pudo ser fuerte en su viudez y en lugar de casa te dejó por herencia un padrastro cruel y una casa ocupada. Lo poco que pudiste rescatar de entre sus garras estaba en ruinas. ¿Y tú? Con tu honor vencido te diste al vicio y apenas sí y pudiste rescatar lo tuyo. Fui yo la que encinta estableció el orden mientras tú pasabas los días dizque departiendo discursos a campesinos y a obreros cuando en realidad la pasabas en las carpas de Chupamirto, compartiendo tus penas con el alcohol y derrochando bienes en la almohada de cualquier casquivana que te escuchara a cambio de unos cuantos pesos. (Se acerca a él y casi le toma por los genitales desafiante y como acariciándolo, luego cuando él empieza a reaccionar se da la vuelta) ¿Y tú pretendes ahora ser hombre…? Padre. (La aparta) Hombre soy y fui y seguiré siéndolo a pesar tuyo; (se toca los genitales) mi sexo me define como tal y por eso tengo el poder que me detenta. En cambio tú, tú no eres nada fuera de las paredes de esta casa y aunque no te guste estás bajo mi mano como corresponde a tu sexo. La casa que me dejó mi madre fue vasta y rica. Mi pobre madre, aunque dueña de este gran solar, a la muerte de mi padre no tuvo fuerzas para gobernarlo sola. Primero buscó consuelo en Dios, pero fue obligada por tradición ajena a entrar bajo la mano de hombre, como lo fuiste tú. (Con tristeza) Mi padrastro destruyó y saqueó sus arcas, mi madre murió dos veces: de pena en vida viéndome ser despojado y de veras cuando su cuerpo sucumbió a sus maltratos. Tuve que esperar a crecer en el destierro para venir a reclamar lo mío. Cuando lo hice, eché fuera al tirano y restauré la honra de mi casa y de mi apellido. Aquí en este solar derruido pero lleno de esperanza te recibí como se recibe a una reina. Mi casa será humilde pero sin mancha. Mi madre cayó en la desgracia pero jamás en la deshonra. En cambio tu madre… (Con sarcasmo, se detiene porque todavía la ama; le sostiene la mirada) Madre. (Lo interrumpe altiva) No te atrevas… mi madre… fue más fuerte que la tuya. Yo soy su prueba, yo soy su casta. Solamente yo pude devolver el honor y la honra a mi casa y a la tuya. ¡Tú me aceptaste porque soy pura! Padre. (Se acerca y le acaricia la cara) Las manchas de honra aunque no se llevan en la sangre son difíciles de borrar. Por eso viniste aquí a esta casa que casi en ruinas te alimentó a ti y a los tuyos con su incalculable solar y su vasta honra. (Escupe y se aparta) Además, no por ti misma sino por tu madre eras moneda devaluada… ¿y tú?

5 Tú no supiste valorar lo que se te había dado y sin embargo te amé… (Los dos se miran intensamente, aún se aman pero no pueden demostrarlo porque sería marca de debilidad) Madre. Intentaste limpiar tu casta con mi honra y adornarla con mi belleza que es distinto…y yo también te amé. Pero, ¿de qué nos sirvió? El amor nos hace débiles, consume y si no nos mata, muere. Dime, ¿adónde se nos fue? No. El orgullo es un sentimiento más fuerte, indestructible, inteligible y moneda de valor en todas partes. Lo sabes tú y lo saben tus hijos que son míos. Lo saben los muertos, incluyendo tu madre, lo saben nuestras hijas bien casadas. Así también lo entenderán las solteras. Padre. ¡Mis hijos! ¡Bah! El mayor, una vez que logré arrancarlo de entre la seda vil de tus enaguas hizo lo posible por ocupar mi lugar. Lo pusiste en mi contra y la única manera de doblegarlo fue humillándote a ti (la toma del brazo de manera fuerte, casi con violencia) contándole tus secretos para doblegarte a ti ante él y ante los demás. Madre. (Se repone y enuncia sus palabras) Sí, me humillaste pero no me rendiste. Soy yo quien llevo la diadema del mando en esta casa y a pesar de la vara de poder que te cuelga entre las piernas, no tiene mucho valor por tu casta. Padre. Nací con sangre noble pero mezclada. Mi padrastro fue un pobre diablo que de ser un Don Nadie entre los suyos pasó a usar cuatro apellidos queriendo ostentar un linaje íntegro derrochando la riqueza de mi madre. Se casó con ella para obtener rango entre los suyos. Pero una vez obtenido me despreció a mí y despreció a mi madre. Pero fue estéril y esa fue su desgracia. Cuatro apellidos no fueron suficientes contra ello. Por más que trató no pudo sembrar semilla aún entre las mujeres que tomó a la fuerza. Mi madre murió de pena y mis hermanas y yo debimos crecer a la sombra de la casa grande. Crecí bebiendo agua del riachuelo, levantando la cosecha como cualquier hijo de peón, pagando el diezmo. Dilapidó apellido y fortuna y dejó mi casa en ruinas. Pero nadie de entre los suyos quiso lo que dejó; no habían cruzado mares para trabajar sino para ganar fortuna y vivir de sus rentas. Cuando se llegó el tiempo recuperé lo que era mío y al conocerte a ti creí haber accedido al paraíso. ¡Oh, cuánto amor, cuánta ternura despertaste en mí que había endurecido como roca de pedernal! Pero mi casa no fue suficiente para soslayar diferencias de clase. Te casaron conmigo porque la honra de tu casa estaba manchada y sin ella, por ser mujer, a pesar de tu belleza eras moneda de poco valor que debería ser descartada antes de convertirse en lastre. En cambio tú por tu juventud nunca pudiste desligarte de la casa paterna y al venir aquí, te importó tu familia más que yo, más que nosotros. Este solar alimentó a tu familia y cebó a los tuyos contra mí. Cuando nacieron nuestras primeras hijas las despreciaron a ellas como me habían despreciado a mí. Hubo que casarlas cuanto antes por temor a una desgracia. Cuando nació el primer varón quisieron hacer lo mismo porque se parecía a mí y me seguía. Fue entonces que empezaste a reaccionar. Solo el segundo varón ablandó tu corazón por completo y fue así que comenzaste a preocuparte por nuestra familia y nuestra casa; tu amor si no por mí por este solar surgió con él. Madre. No digas más, ha mucho que te expulsé de mi lecho y ahora duermes como te corresponde junto al pabellón de las bestias. Y esto lo saben tus hijos; lo saben tus hijas, lo sabe la gente; así lo sabrán tus nietos. (Lo empuja y sale. El padre se queda a solas pensativo y triste baja la luz entra “Cuando vivas conmigo” como música de fondo. Camina hacia la penumbra a un costado callado y cabizbajo. Se escuchan pasos) Escena III (Entra el mayor agitado hablando solo) El mayor. Si solamente se me concediera una esquina de este gran solar; no sería sino reclamar lo mío, lo que me corresponde por ser el mayor y por tantos sacrificios. Porque apenas niño tuve que aprender los oficios de labrar la tierra. Ser peón, aguador, y capataz de mi padre. Pasar estrecheces. Aguantar vergüenzas, vituperios de la gente que me veía andar con él. Pero a pesar de todo mi trabajo no pudo mostrarme amor, me trató como a su peón. Mi padre nunca pudo darse cuenta lo mucho que costaba, lo mucho que cuesta amarlo a él. Por eso, en cuanto crecí pero niño aún, cansado de defenderlo, busqué refugio en mi madre. Desde entonces su odio se cebó más contra mí. Se dio por castigar mis errores humillándome ante todos; poniendo en entredicho mi autoridad y mi hombría para probar a mi madre que era él quien mandaba y no yo. Nunca pudo entender que para ganarla a ella no era a mí a quien tenía que doblegar sino a los demás; los demás lo odiaban a él y me odiaron a mí por ser yo su descendencia. Y ya nunca más pude complacerlo. Solo encontré consuelo en el regazo de mi madre. Juntos le arrebatamos el poder. Pero poco me duró el gusto. Al enterarse mi madre que había tenido un hijo con una mujer común montó en cólera y celos. ¿Cómo me atrevía a traicionarla?, ¿a denigrar nuestra casta? Ella empezó a

6 azuzar a mi padre contra mí y ya unidos los dos en un objetivo común, bajo el pretexto de la tradición y del buen nombre convivieron de nuevo y de ese amor nació mi hermano, entre ambos desterraron a mi mujer y a mi hijo; me obligaron a desprenderme de ellos; a sacarlos de mi memoria. Siendo ya mayor y después de arrancarle el poder a mi padre me obligaron a casarme con una mujer de clase, pero ella solo se casó conmigo por no perder posición porque su familia se había venido a menos. Pero no me ha dado hijos y sus intentos han rodado rojos por el caño. Por eso mi padre dice que soy poco hombre. Sé que mi mujer aunque lo odie piensa lo mismo. Sé que ella me desprecia y los desprecia a ellos. Pasa los días comiendo con un apetito insaciable, sentada en la sala de la alcoba con una bola de estambre sobre las piernas tejiendo y destejiendo un mantel inacabable. Yo caí en el abismo de la depresión y el desvarío. Al verme así mi madre se compadeció de mí. Echó a mi padre de su lecho. Sé que me ama por ser su hijo mayor y porque le ayudo y soy su sostén. El padre. (Sale de la penumbra) Imbécil. Te manipula que es diferente. El mayor. (Sobresaltado) ¡Padre! ¿Has estado escuchando? Sabes bien que eres tú quien sembró la cizaña tratando de ponerme contra ella; contándome secretos de familia para que la odiara a ella en vez de odiarte a ti. Y por poco la odié. ¡Sabes bien que todos piensan que eres tú quien debieras vivir agradecido que alguien como ella se fijara en ti! El padre. De modo que as así como justifica su desprecio por mí. ¿Qué no ves que es por querer lavar su honor que la casaron conmigo porque mi familia es y fue sin mancha? El mayor. Tu mancha no es de honor tú bien lo sabes. Es de casta. El padre. Que es también tu casta. El mayor. (Camina hacia su padre) Y ¿si los dos somos tan poca cosa por qué separarme de mi mujer y de mi hijo? ¿Acaso no compartimos el origen? El padre. Yo escogí a tu madre, recuérdalo. En cambio tú…te conformaste con poco. (Con desprecio y con provocación) En cuanto a tu mujer… solamente existe una y la acabo de ver en su pieza tejiendo y comiendo; en cuanto a tu hijo… ese bastardo no existe ni ante la ley de Dios ni ante la ley de los hombres. El mayor. (Se acerca como para golpearlo pero el padre lo interrumpe cuando está a punto de hacerlo) Nunca lo hubiera pensado de ti que conociste el vituperio y la pobreza. La pobreza no es pecado. Pecado es la miseria en que se mantiene a las que sirven en esta casa. Ella me dio más de lo que tú y mi madre fueron capaces de darme: amor y cariño y ternura y un hijo… El padre. Bueno, por lo menos tendrás a alguien que pueda serte leal cuando lo necesites. La sangre llama aunque sea de baja calaña… El mayor. (Se acerca para golpearlo) El padre. (Lo cisca pues en el fondo quiere que el hijo lo venza para que demuestre su hombría)¡Atrévete!¿O, es que tienes miedo? El mayor. (Se contiene pues se le ha inculcado respeto por la tradición y porque es noble y al final flaquea) Lo haría si no fueras mi padre. No me detiene el amor. Me detiene el respeto a la tradición. El padre. ¡Cobarde! (El hijo se separa y sale. Entra la canción “La casa del alcalde” cae el telón, oscuridad) Segundo acto Escena 1 (Vuelve la luz e ilumina a las voces detrás. El padre sentado detrás de la mesa revisando papeles, el hijo mayor de pie con la cabeza baja esperando que el padre le hable pero el padre lo ignora por completo aunque sabe que está ahí. Es un juego de poder entre ellos)

7 Voces. (Canturreando describen la acción de lo que está pasando, a veces se acercan al padre pero él los ignora) ¡A Dios rogando y con el mazo dando! ¡A Dios rogando y con el mazo dando! El padre trabajando y al hijo menospreciando. El padre trabajando y al hijo menospreciando. Trabajando y menospreciando. ¿Qué es el odio, cómo nace, cómo muere? Su hijo le recuerda a él mismo y por eso lo odia. Lo odia porque le recuerda esa parte de él que todos le hicieron odiar. El mayor. Padre… (Está a punto de hablar cuando entra el menor dando voces un poco después entra la madre tratando de no interrumpir. El padre se enfoca solamente en el recién llegado) El menor. ¡Padre, ya estoy aquí! El padre. (Se levanta y va a su encuentro) ¿Acaso no fuiste a cumplir las órdenes de tu madre? El menor. Sí por eso vine, me mandó llamar para discutir los cambios a los planes de la represa que llevará agua a nuestras tierras. (Con grandes amagos habla de los proyectos que construirá) Construiré un pretil grande sobre ella con un puente y acequias para hacer que el agua llegue a las norias de este solar para engrandecerlo y con ello engrandecernos nosotros… Ya no beberemos agua salitrosa en nuestros cántaros. Nuestra agua alcanzará nuestros sembradíos y los hará rendir cañas dulces y mazorcas tiernas… (Se dirige al padre en esta última parte que lo mira con satisfacción) El padre. Nuestro apellido será el más grande de la comarca. ¡Hijo mío, has devuelto el honor a nuestro apellido y aumentado este solar que es casi tuyo! El mayor. (Interrumpe con asombro) ¿Cómo dices, si ese proyecto es mío? Todo el trabajo lo he hecho yo. ¿Cómo es que ahora que todo está casi terminado pretendes ser tú quien ha obrado? ¿Te apropias de algo que no es tuyo? (Al padre) Yo no quiero gloria solo que se me reconozca lo que es mío, lo que me corresponde. El menor. (Con sorna) Tu tiempo ya pasó. Al que se conforma con poco (hace alusión a su elección de mujer) poco le será dado. Además, mandé hacer grandes cambios a tus pobres planes: construiré un gran pretil en la represa y un puente que serán la envidia de todos. El mayor. Este solar me corresponde por ley, por ser el primogénito y porque he abonado su tierra con mi sudor. (A ambos) Ingrato, ¿sabes cuántas veces me quité el bocado de la boca para dártelo a ti? ¿Cuántas veces te defendí de los agravios de otros y hasta de los golpes de mi padre? ¿Y ahora resulta que eso fue debilidad? ¿Que tú también quieres despojarme de lo que me corresponde? El menor. (Con sorna) Tu tiempo ya pasó. Fue madre quien me instó a obrar… además tu tiempo ya pasó y me toca a mí restaurar nuestro nombre. Es la última oportunidad. (Con falsa adulación al padre) Y madre no lo decidió sola contó también con la autoridad de este gran señor...que es tu…er, nuestro padre… El mayor. (Al padre, con cólera) ¿No te das cuenta que se avergüenza de ti a tus espaldas? ¿Qué no sabe trabajar? ¿Qué lo único que procura es el poder? En poco tiempo mandará sobre ti. No teniendo suficiente con humillarme ante los demás para sostener tu autoridad, me despojaste de lo que más quería: mi mujer y mi hijo. Y ahora me quitas lo que me he ganado con mi trabajo. Lo que de niño me prometiste a cambio de mis sacrificios, lo que me he ganado con el sudor de mi frente. Me juraste orgullo y amor de padre a cambio de mi trabajo y ahora me desprecias. (Aparece la madre que ha escuchado y entra agitada porque sabe lo que se avecina; se cubre la boca con espanto) La madre. (Al mayor) ¡Hijo, hijito mío! ¡Todos hemos tenido que sacrificarnos, el buen nombre tiene un precio; en nuestro caso este es el precio del buen nombre! Tu tiempo ya pasó ahora le toca a tu hermano. Por ser el último varón de él se espera todo; es nuestra última oportunidad de prolongar nombre y descendencia. Fue educado para eso. Además tú ya compartes la diadema del mando conmigo. Eres mi bastón y eres mi apoyo. El mayor. ¿Me sacrificarás también a mí?

8 La madre. Hijo mío lo hago por ti, por todos. Además, tú bien sabes que a mí también me sacrificaron y que yo me sacrifiqué tanto por ti, que te necesito a mi lado. Bien sabes que casi perdí la cabeza cuando tú perdiste el camino. (Zalamera se acerca a él y le habla casi como a un amante enternecido) ¡Hijo mío! ¡Compartes el mando conmigo! ¡Sabes bien que eres mi sostén, mi mano derecha! Sin ti esta diadema pesa mucho. ¡Tú eres y serás mi sosiego en mis últimos días! El padre. (A la madre) ¿Por qué él y no yo? (Se acerca al hijo mayor) ¡Nunca usurparás mi lugar! El mayor. ¿Usurpar tu lugar? ¿Usurpar tu lugar? ¡Fui obligado a ocuparlo que es distinto! ¡Fui forzado a mantener esta casa siendo un niño! ¡A ser su sostén mientras tú metido en los antros intentabas encontrarte a ti mismo, mientras curabas tu melancolía te olvidaste de tu familia y del buen nombre. ¿Quién quiso usurpar tu lugar? Yo jamás, pero hube de hacerlo, de sacar la cara por ti, de trabajar duro para levantar esta casa, ¡yo solo reclamo lo que me toca; lo que me gané con el sudor de mi frente! ¡Lo que me corresponde! La madre. (Con enojo al padre) ¡Siempre haciendo sus pasquines dentro y fuera de esta casa delante de los demás! ¡No conforme con ello, te atreves a sembrar la cizaña entre nosotros! (Hace un ademán que incluye solamente al hijo mayor y a ella; luego zalamera y manipuladora se dirige al mayor) Hijo mío…no hagas caso. Ya sabes cómo es tu padre pero tú, tú eres diferente…tú eres bueno… El mayor. (No contesta; permanece mudo; la aparta) ¡Déjame! La madre. (Con enojo) ¡Ah, lo sabía! ¡A fin de cuentas eres igual que tu padre! ¡Hijo de tigre, pintito! (Zalamera) Hijo mío te necesito a mi lado y sabes bien que todo lo que es mío es tuyo también… que compartes el mando conmigo… (Pausa, hace como si se va a desvanecer) El menor. (Con alarma la sostiene pues se desvanece) ¡Madre! La madre. (Lloriquea y entonces ahora va con el hijo menor) ¿Ay, cómo me hacen sufrir? ¡Sus peleas son mi cruz! ¡Hijito ayúdame, hazlos entrar en razón! El menor. (Con indignación al hermano mayor) ¿Ves cómo pones a mi madre? Siempre sembrando la discordia con tus envidias. ¿Por qué no cumples con sus deseos? Como mayor te corresponde ser responsable por todos, acatar sus órdenes, hacerlos felices pero solo siembras desdichas. A fin de cuentas ya compartes el mando con ella…y me toca a mí, además todo quedará en familia. El mayor. (Estalla y luego se contiene) Es fácil para ti decirlo porque te dieron todo sin mover un dedo. Ahora caigo en la cuenta… ¡La tradición no me permite levantarles la mano pero desde hoy perdiste un hijo (Al padre) Y tú, (al hermano) a un hermano. Y tú madre, tu sosiego. La madre. (Al hijo mayor)¡Ay, cómo me hacen sufrir! ¡Sus peleas son mi cruz! ¡Hijo mío quiero hablar contigo, explicarte… ven conmigo (El mayor la aparta y sale y en cuanto él sale la madre regresa a la compostura y habla con el padre y el menor) ¿Y ahora qué…? Saben bien que no podemos dispensar de su ayuda…que sin él esta casa se viene abajo que necesitamos su destreza, habilidad y trabajo para enderezarla. Es el único que sabe todos los asuntos de esta casa. El menor. (Sonríe con satisfacción cuando el mayor sale. Luego que la madre termina comienza a hablar con el padre, excluyéndola por completo. La madre quiere entrar en la conversación pero la ignoran, la apartan a un lado y la dejan sola. Salen caminando en animada charla) ¿Sabes Padre, que ya domino a la perfección el uso del arco y la flecha? Mandaré construir una cancha de práctica y ahí tú y yo haremos torneos de ese objeto rudimentario que colgará de ahora en adelante en el Pórtico del solar. La madre. (Yendo tras de ellos) ¿Qué dices…un arco y una flecha? El menor. (No le hacen caso y continúan caminando)… será parte de nuestro símbolo… inaugurará una nueva era y todo el mundo sabrá de nuestra cepa y de nuestro gran solar... remozaremos el edificio y la fachada de esta casa (La dejan sola, ignorándola; cae el telón, entra la canción “Cuando vivas conmigo”)

9 Tercer acto Escena 1 (Sola, sollozante y triste después de que se han ido; no puede creer que la hayan dejado sola. Se pasea mientras habla) La madre. Sola. Siempre sola. Cuando quise escapar mis propios padres me trajeron de vuelta. Mi madre muda, culpable y estoica, calló. Mi padre selló la puerta del cancel diciéndome que había sido para toda la vida. Con una firma de su mano pasé del regazo feliz de mi madre a los lechos rellenos de borra india de este solar. Dormí en un colchón de guata recamado de vivos colores bordados en faisanes, aves de paraíso y flores de fantasía. Confieso que me gustó mucho pero pronto empecé a sentir la sorna de la gente cuando me veían pasar luciendo esos lienzos de algodón fino. Sus figuras exquisitamente bordadas comenzaron a danzar delante de mí como un paraíso prohibido del cual él y yo habíamos sido para siempre expulsados. La tradición dictaba que yo no debía ser feliz en un matrimonio como el mío, que debería odiarlo y sobajarlo por mi rango sino ¿cómo?, ¿cómo mantendríamos nuestra alcurnia? porque con eso era con lo único que contábamos; cuanto más siendo yo tan bella. No era posible que de veras me hubiera enamorado de alguien como él. (Se pasea por el patio sollozando. De pronto calla, la luz se enfoca en el árbol de manzana. Entra el bajo dramático con acordes de “La casa del alcalde” como música de fondo. La fruta brilla rutilante mientras ella embelesada la observa. Camina como hipnotizada hacia la fruta recogiéndose las enaguas para no tropezar. Llega hasta la manzana y la observa. Se saborea un poco. La fruta brilla con más fuerza. Cuando está a punto de cortarla. La manzana cae y ella reacciona sobresaltada. Con espanto, voltea a todos lados para cerciorarse de que nadie la vio… Entra la hija mayor) La madre. (Sobresaltada y con júbilo) ¡Hija mía, mi dama de compañía, tú que anticipas mis deseos y los cumples llegas en el momento justo! La mayor. (Camina resignadamente. Hace una leve reverencia a su madre primero y luego voltea al oratorio y se inclina ante el Cristo antes de responderle casi como si su madre fuera la patrona y ella la empleada) ¿Llamabas madre? ¿Se te ofrece algo? La madre. Necesito pensar, péiname, necesito que me peines. La mayor. (Hace un ademán y entran dos de las voces con atuendo indio trayendo un taburete, un estuche con espejo de mano y peine y cepillos mientras ellas continúan hablando. Posicionan la silla fuera de la mesa de modo que la madre quede frente al público y la hija detrás peinándola, los utensilios sobre la mesa o el taburete) La madre. ¿Sabes adónde es que se mete Celeste? Siempre metida en sus libros. Nunca escucha o hace caso de nada. Cuando se es niña eso todavía pasa, andar en la luna, soñar, pero ya está entrando en edad y debe ceñirse a las reglas. Estamos en una época delicada; no podemos arriesgar ningún escándalo. Tú lo sabes mejor que nadie. Encárgate de que ninguna de ellas salga fuera de este solar sin ir propiamente acompañada. En cuanto a Celeste, habrá que prohibirle las lecturas y las malas compañías. En vez de escuela habrá que mandarla a hacer ejercicios de encierro para ver si así entra en razón. Y si no habrá que casarla para que sean otros quienes carguen con su honra. (Se sienta. La mayor se coloca detrás de ella y comienza a peinarla) La mayor. (Sarcástica y seria) Podrías dejarla que alcanzara cierta edad en su soltería. Ya ves cómo el tiempo somete, marchita, acaba con la resistencia. La madre. (Pasando por alto el sarcasmo) No. La castidad junto con la soltería es un peligro en ciertas mujeres, quizá lo sea en ella. Ella necesitará la mano fuerte de un hombre y si no por lo menos será problema de otros. (Se oyen voces y entran las hijas de edad mediana por un costado, peleando) La hija mediana alta. ¡Maldita te odio! Siempre robándome la atención. La hija mediana de sexualidad explícita. ¿Y tú, cómo te atreves poner en entredicho mi honra? La hija mediana alta. ¿Y tú cómo te atreves a sabotear así mi compromiso?, si yo soy casta como mi madre, en cambio tú, tú…

10 La hija mediana de sexualidad explícita. (La interrumpe sarcástica) ¡Qué culpa tengo de que a la gente le guste mirar?¿Acaso a ti no te miran? ¿Qué quieres que haga? ¿Qué me guarde bajo llave como haces tú con lo tuyo? ¿Por qué guardarme como si fuera un secreto que no debe ver la luz? ¿Cómo si fuera algo prohibido en lo que solamente se puede pensar mas nunca compartir con nadie? Algo tan precioso está destinado a ser lucido porque si se guarda con el tiempo se seca, enmohece, pierde su valor, ¿verdad? (mira a la hermana mayor con sarcasmo) La hija mediana alta. (Enigmática y con sorna) Sí, y también se pierde y maltrata si se usa mucho y antes de tiempo. La madre. (Interviene) ¡Basta! Ella tiene en su haber ciertas dotes y si ella quiere hacer gala de ellas no es causa ajena a mi parecer y por ser mayor que tú tiene más derechos. La hija mediana de sexualidad explícita. ¿Ves, de qué te quejas? Casta y toda la cosa te casarás antes que yo y yo no he protestado. ¡Vaya antes di que te permiten casarte antes de tiempo! Porque con esa cara y ese gesto esperar que alguien se fije en ti es mucho riesgo… La hija mediana alta. (Refiriéndose a la hermana) Si ni siquiera sabes cocinar o llevar presupuesto, en cambio yo sé hacerlo todo, me he dedicado a los menesteres de casa… La madre. (Refiriéndose a sus atributos en el escote) ¡Ella no necesitará tanto saberlos porque sus dotes imponen! No pasará mucho tiempo antes de que deslumbre a alguien. En cambio tú… bueno déjate ya de teatros… La hija mediana alta. ¡Madre! (rompe a llorar) La hija mediana de sexualidad explícita. (Ríe al verla llorar) ¿Ves cómo tengo razón? Lo ha dicho madre… La madre. ¡Me agobias con tus lloriqueos! Bastante tengo ya con Celeste y con todo lo demás (A la hija mediana de sexualidad explícita) Y tú, procura no exhibir por completo tus encantos. Bien te vendría un poco más de recato o quieres que también haga un ejemplo de ti (voltea a ver a la mayor) La hija mediana alta. (Se repone y luego con regocijo y malévola) Pues ya su nombre anda en muchas lenguas, a saber si otra cosa también… La hija mediana de sexualidad explícita. (Sus ojos relampaguean y la enfrenta cara a cara) Tenías que ser tú con tus aires de santurrona la primera en no prestar oídos sordos a lo que dice la gente de mí. La hija mediana alta. (Enfrentándola cara a cara) Pones en peligro mi compromiso. Mi única oportunidad de escapar de este solar. Mi única puerta de salida. Además si yo sigo la tradición de recato ¿por qué tú no debes de seguirla? Mjj, ni que fueras tan mujer, si ni siquiera sabes cocinar La madre. ¡Ah, pero sabe mandar! ¡Es como yo! ¡Sabe mandar, se casará y sobrevivirá de eso estoy segura! En cambio tú…tú…sacaste a tu padre en lo pusilánime… La hija mediana alta. (Sollozando) Madre, hazla seguir el buen camino que mi nombre peligra…Aprendí bien el oficio de ser mujer…y yo quiero salir de este solar…abrir su dura tapia, respirar otros vientos, posar mi ojos en otra vista que no sea ese manzano viejo…no quiero terminar (se detiene un poco y mira a su hermana mayor) encerrada entre estas paredes, anticipando tus deseos, haciéndome la útil para que no resientas mi presencia porque mi tiempo pasó cuando mis canas sean una corona gélida que endurecerá el alma de quienes se sentirán obligados a mantenerme y a quienes yo me encargaré de recordarles a diario lo mucho que se beneficiaron de mi trabajo sin paga, de mi juventud entregada a ellos y ocuparé un lugar intermedio entre familia y sirvienta…no, no quiero eso.. La mayor. (Seria y parsimoniosa) Saldrás de este solar para entrar en otro… La hija mediana alta. Por lo menos será diferente.

11 La mayor. Sí su novedad te cegará los ojos hasta que un día su dura tapia te recuerde a otra y entonces quizá…quizá se caiga de tus ojos la venda pero ya será tarde…ya ves lo que pasó con abuela… La hija mediana de sexualidad explícita. (Con regocijo pues ahora la atención no está sobre ella) Sí, ¿qué pasó con abuela…? Cuéntanos de abuela. Yo quiero saber más de lo qué se dice de abuela… La madre. No te atrevas. (Le detiene la mano para que no la peine) Mi madre fue una santa que sufrió mucho y su único pecado fue ser mujer. La hija mediana de sexualidad explícita. Madre yo también soy mujer, dime, ¿qué significado tiene eso? ¿Acaso tiene que ver con las noches que paso en vela en medio de un calor insomne? La madre. ¡Calla! ¡Silencio! ¡Fuera de aquí! ¡Salgan, vayan a hacer algo útil! ¡Busquen a Celeste, necesito hacer un ejemplo de ella! Las dos hijas medianas. (Con regocijo, ríen porque la menor será un ejemplo y luego salen peleando como llegaron) (Baja la luz. El reflector ilumina a la mayor. Habla con resignación mientras sigue peinando a la madre casi como hablando con ella misma) La mayor. Fue por abuela. Fue por ella que me sacrificaron a mí. Fue por eso que ella de ser víctima se convirtió en tu verdugo. Yo, con mi castidad protegí esta casa del látigo de las lenguas. Siendo la primogénita cargué con el peso de todas tus penas. Más que una hija me convertí en tu confidente primero y luego más que en hija en tu sirvienta. Adivinando todos tus deseos antes de que se manifestaran. Todo porque me amaras y me quisieras aunque fuera un poquito. Primero perdiste la cabeza con las habladurías de la gente y luego después de cada parto caías en la depresión perdiendo el hilo de la realidad. Me volví partera de nuestra historia y madre de mis hermanos. Siendo niña más que hermana, fui su madre. Crié y goberné sobre ellos hasta que volviste a ser tú. Pero cuando volviste en ti, no te interesamos nosotros solo pensaste en ajustar cuentas, en vengarte, en tener poder. Y aunque seguí criándolos yo, yo que adoré y goberné la niñez de mis hermanos no pude contra la tradición porque la tradición dicta el amor a la madre y en cuanto caían en la cuenta de que yo solo era la hermana nunca más me querían a mí. Nunca pudieron retornar mi amor. No. No era su madre. No. No eran mis hijos. No, no podían ni debían quererme. Tú después de que yo los criaba con temor y envidia les arrancabas de mí y muchas veces yo misma les eché fuera de mi regazo. Resignada, les inculqué respeto y les enseñé a complacerte a ti, a rendirte pleitesía. Se olvidaron de mí, de mis mimos. Una a una perdí a mis hermanas y ya de vieja no pude comprender por qué mi hermano menor, mi hermano más adorado no podía quererme. No, no era su madre. No, no era mi hijo. Yo era una vieja “quedada”, de belleza marchita. Pasé de ser el escudo de la virtud de esta casa a ser su vergüenza. ¿Y que me gané por premio? Un lecho vacío, un desierto de emociones. Cuando acordé de mí ya mi tiempo había pasado y por festejo celebré la llegada de mis últimos flujos con noches de vela y sudores nocturnos. A fin de no estar sola y de poder recoger tan siquiera una migaja de vida a través de las vidas de mis hermanas me convertí en el cancerbero de esta casa, en celador de esta mazmorra. Me encargué de hacer cumplir tu mando. Ayudé a labrar mi propia tapia y ahora debía ayudar a labrar la de otras. Soledad es mi nombre. Solo ella duerme conmigo en el yermo de mi cabecera. Ahora solo sirvo como reflector de tus penas, moriré peinando tus canas a solas... haciéndome la útil para que no me eches. (Pausa. La luz vuelve a la normalidad) La madre. Celeste siempre Celeste. ¿Qué haremos con ella? La mayor. Tranquila. No podrá escapar, no hay manera. La madre. No estés tan segura. Vi en sus ojos la sospecha… La mayor. Se extinguirá como la flama que arde dentro de sus ojos y no podrá. No hay manera, lo sabes bien. Así se extinguió la tuya, así extinguiste la mía… La madre. No sé, por primera vez no estoy segura. Pero tú sabes bien que no existe otro lugar, que esto es lo único que tenemos; lo único que se nos dio. Lo que vivimos.

12 La mayor. Sí, lo que vivimos: la sospecha agazapada en el aliento…la zozobra escondida en cada paso, la angustia de no saber a ciencia cierta… el miedo de que haya algo más allá que no podemos ver pero intuimos existe… y lo callamos, lo llevamos dentro. La madre. Es algo que no sé cómo explicar y que no entiendo y que me da miedo. (Toma el espejo y se mira. Silencio. Sigue el ritual de peinarla) La mayor. Y por un momento dudas de si es cierto que no existe ese lugar, que no hay otra manera. Y te da miedo. Y te aterra pensar que quizá erraste y que quizá aún estás a tiempo y por un instante tu vista se ilumina y ves, pero es tan brillante su luz que parpadeas y cuando abres de nuevo los ojos te encuentras con la mirada severa del Cristo y entonces retrocedes; presa de miedo te echas atrás… y ya no sabes cómo afrontar su rostro y todo vuelve a la normalidad. La madre. Y decides que esta es la única realidad y te encargas de que así sea. Es más fácil, te dices, y regresas y te dices que en curso todo río baja a su nivel y vuelves al mismo sendero caminado por otras y escribes tu nombre como huella de tu paso por su dura piedra que te encierra a ti y a otras en su cerco y nunca más te atreves a desviarte de su sino… (Entra la canción “Cuando vivas conmigo”. Las dos continúan en el ritual de peinar a la madre en silencio, poco a poco el escenario vuelve a la penumbra) Escena II (Vuelve la luz y las dos regresan a la normalidad. La hija mayor está por darle los últimos toques al peinado de la madre, le coloca las peinetas en las sienes. Salen las voces para ser testigos de la escena. Se oye una conmoción y entran las dos hermanas arrastrando a Celeste. Celeste lleva algunos y pliegos que protege de la saña de sus hermanas que la escoltan hasta llegar ante la madre) La hija mediana alta. (La arrastra hasta la madre) ¡Maldita, te odio! ¡Siempre tentando la suerte! Celeste. (En silencio protegiendo sus libros trata de escapar pero la hermana de sexualidad explícita le ataja el paso al tiempo que le dice) La hija mediana de sexualidad explícita. ¿Qué pretendes ahora? ¿Crees estar como siempre por encima de las reglas? No entiendo que cosa alimenta en ti ese credo porque no es el amor estoy segura… Celeste. (En silencio protegiendo sus libros trata de escapar nuevamente pero es ahora la hermana alta que le ataja el paso) La hija mediana alta. (Con sorna) ¿Y qué te dicen tus libros sobre el castigo por no seguir las reglas? Dime, ¿cómo se mezcla el telar de tus sueños con las recetas de cocina, las leyes de Dios y el buen nombre? Celeste. (En silencio y con más desesperación protegiendo sus libros trata de escapar nuevamente pero es ahora la hermana mayor quien le ataja el paso) La mayor. ¡Pobre Celeste caerá sobre ti todo el peso de la tradición! ¡No resistas y todo será más fácil! Celeste. ¿Tú, tú también? (Lo dice porque la ama porque ella la crió aunque la mayor no se da cuenta de su amor porque como dijo antes solo quiere el amor del varón menor. Con mayor desesperación aún y protegiendo sus libros trata de escapar nuevamente pero son las tres que le atajan el paso) La hija mediana de sexualidad explícita. “Celeste, siempre Celeste. Quien quiera azul celeste que le cueste.” ¿Por qué se paga tanto por ese color? Porque está muy lejos. Pero tú estás aquí con nosotros y el cielo inalcanzable. (Ríen) Celeste. (Aturdida y acorralada no sabe a dónde ir) Yo soy Azul, Azul Celeste y soy real, vivo, respiro. No soy ese listón de infinito que ustedes dicen ser inalcanzable. La mayor. Pero llevas encima el peso de la tradición, tu nombre es el nombre de abuela.

13 Celeste. Pero no soy ella, soy yo. Soy Azul, Azul Celeste y llevo esa vastedad dentro de mí. Existo yo, luego existe el cielo lejano y distante, colmado de estrellas. Así soy yo y así era ella (grita a la madre y a la hermana mayor) ¡así eran ustedes! La mayor. Pobre de ti Celeste el único azul que conoces es el añil de tus cuadros y la cerúlea agua del arroyo en que te bañas. Celeste. Esa agua lleva ecos de mar, veo el sol desaparecer en ellas, en sus aguas escapo de este solar, de la roja seducción de ese árbol de manzana y del llanto de ese Cristo triste que la contempla… La madre. ¡Celeste! ¿Cómo te atreves a hablar así de Dios? Después de Dios no hay nada. (Se levanta y la sacude hasta que la hace postrarse y sin soltarle la mano le ordena) ¡Pídele perdón a Dios! Celeste. ¡Madre, existe otro tiempo más allá del muro, es más grande que tú y que yo y que la tradición! (Aprieta los labios) La madre. (No quiere escuchar) ¡Calla! ¡No lo digas! ¡Esto es lo único que existe, lo que se nos dio! ¡Que le pidas perdón a Dios! (La sacude con fuerza) Celeste. ¡Madre, déjame salir, heredé su nombre pero no su destino! ¡Yo no he hecho nada malo, yo no he caído en la deshonra! La madre. ¿Cómo te atreves? ¿Qué sabes tú de la deshonra? ¡Hay cosas peores que la deshonra! ¡Jamás nadie ha salido de aquí sin llevar en las manos la alianza del matrimonio, no serás tú la primera! ¡Que le pidas perdón a Dios, te ordeno! (La sacude con más fuerza) Celeste. Madre, dime ¿de qué se me acusa? ¿En qué consiste mi pecado? ¡Madre! No es por falta de fe que no lo hago sino por la certeza de que existe una cara divina más humana y menos cruel. La madre. ¡Rechazar el amor de Dios… eso peor que la deshonra! ¡Mejor me hubiera sentado en ti cuando naciste! (La madre la abofetea y luego asustada de su propia violencia y de sus propias palabras se detiene. Las hijas observan con entusiasmo primero y cambian de voyerismo hasta miedo) Celeste. (Desde el piso la mira y le dice) ¡Madre, no me maldigas! ¡En nombre del amor no me maldigas…madre! La mayor. (Corre hacia a Celeste a ayudarla pero la madre la detiene y solo alcanza a decirle) ¡Pobre Celeste no resistas y todo será más fácil! Celeste. (Trata de escapar pero está acorralada, da vueltas tratando de escapar pero no puede porque parecen atajarle el paso. Finalmente sin fuerzas cae. La madre y las hermanas satisfechas. Baja la luz) Escena III (Las voces aparecen a los costados. La luz del reflector se enfoca en Celeste postrada envuelta en su vestido azul hundida en sus libros y pliegos desparramados a su alrededor. Si es posible la luz del fondo deberá tener un color azul también. Luego se incorpora poco a poco y todavía postrada comienza a reacomodar sus pliegos y sus libros uno a uno lentamente. Solloza mientras lo hace y a medida que los recoge va cobrando fuerza. Observa al derredor todo el paisaje que la rodea. La madre y las hermanas quieren moverse pero parecen estar paralizadas) Voces. (Exclaman al unísono) ¡Quien quiera azul celeste que le cueste! ¡Quien quiera azul celeste que le cueste! (Se secretean entre sí y luego una de las voces da un paso y dice) ¡Pobre Celeste! ¿Qué harás ahora Celeste? ¡No queda otro camino más que seguir el terreno ya marcado! (Una de las voces indígenas da un paso y dice) Podrías empezar con una mujer. Recuerda que todo siempre empieza con una mujer. Celeste. (Retrocede un poco y desafiante) Soy Azul, Azul Celeste y llevo esa vastedad dentro de mí. Existo yo, luego existe el cielo lejano y distante, colmado de estrellas. (Busca entre sus libros y pliegos primero. Luego escribe por unos instantes antes de leer) Me da miedo mi siglo, me da asco mi tiempo. El tiempo es una máscara. En esta soledad de patio solo existe el miedo. La mano del reloj no es exacta pero deja marca. Se escucha el

14 palpitar del instante como en un largo abrir y cerrar de ojos. Caen los últimos granos en el reloj de arena. Todo, todo converge en este solar, en esta orilla del tiempo. Me siento maldita porque maldecida. Después de la maldición nada existe. Me siento Medea. Me siento Malinche. Destructora porque destruida. En mi sien, en mi boca, en mi pecho, en mi vientre alguien grita, ¿y yo, y yo qué? Caen los últimos granos con la noche celeste. Soy hilo puesto en la lanzadera del tiempo. No quiero ser textil a medias, al que solo mirando atrás se puede vislumbrar su imagen, descifrar su patrón. Quiero ser aguja e hilo, ser yo quien urda la trama y seleccione la madeja. No quiero mas cosas que las que son posibles. El miedo es lo que más aterra. Lo que más vence y sobrecoge. ¿Y qué si no hay tal? ¿Y qué si no existe?, dijeron mi madre y mis hermanas atrapadas en el marco de un bastidor con vistosos bordados y jardines prohibidos. No supieron que en esos manzanares rojos ellas eran la manzana y ellas la fruta prohibida. Todo, todo siempre empieza con una mujer. Pero ellas no lo supieron. No a tiempo. Vacilantes titubearon y no se atrevieron a destruir el cerco, a abrir la puerta para dejar entrar por ella el aire de una madrugada ansiada que llega después de una larga noche de parto inmenso. Porque hubo guerras conquistas, levantamientos y revoluciones y se usaron armas y se inventaron nuevas: cañones, metrallas, tanques, bombas y finalmente hubo paz pero también cadenas. Cadenas nuevas, fuertes arrastradas por tantas. Y otra vez el miedo aterrador y aterrante. Solo un hilo de sangre une lo que el tiempo separa. Lo más importante es comenzar, lo más importante es que haya un nuevo comienzo. El amanecer trae lluvia. Yo Azul Celeste enfrento el amanecer rojo e incierto. No se puede narrar lo inenarrable, dijeron las voces pero he aquí que el nuevo día despliega su promesa como manto azul en un nuevo día y en una nueva noche que nacen y yo con ellas en esta noche de parto interminable. En algún rincón de este solar algo y alguien mueren. Mueren para que todo pueda seguir viviendo. Un hilo de sangre une lo que el tiempo separa. Todo, todo converge en este solar, en esta orilla del tiempo. Y siento náusea, asco, vómito. Me siento Medea. Me siento Malinche. Destructora porque destruida. En mi sien, en mi boca, en mi pecho, en mi vientre alguien grita, algo pugna por salir: ¿y yo, y yo qué? Ya caen los últimos granos... Soy hilo puesto en la lanzadera del tiempo. (Hace conjuros) ¡Musas marinas aladas y terrestres atienda mi llamado! (Pausa) Soy hilo puesto en la lanzadera del tiempo; Yo Azul Celeste enfrento el amanecer rojo e incierto. (Pausa. Camina decididamente hacia la puerta al fondo. Las voces estupefactas se apartan y hacen valla para que pase) La madre. (Mientras Celeste camina hacia la puerta hace gestos y estira los brazos para detenerla pero no puede…trata de maldecirla pero sus palabras han perdido efecto) ¡Celeste, me hubiera… sentado… en ti cuando naciste! Celeste, hay un no sé qué en tu mirada… me das miedo. Celeste. (Abre la puerta con determinación y antes de salir voltea momentáneamente a ver a su madre y hermanas y antes de irse dice al público en un aparte) Un hilo de sangre une lo que la línea del tiempo separa. Soy hilo puesto en la lanzadera del tiempo. No quiero más cosas que las que son posibles. El miedo es lo que más aterra. Lo que más vence y sobrecoge. Soy hilo puesto en la lanzadera del tiempo y los granos de arena anuncian un nuevo día; y yo seré su nuevo amanecer. (Sale y deja la puerta abierta. El grupo de mujeres quedan como petrificadas por unos momentos. Entra “La casa del alcalde” baja la luz hasta quedar en penumbra) Coda (Poco a poco vuelve la luz y la música va desapareciendo con ella que sugiere que el tiempo ha pasado. Luego la luz brilla otra vez e ilumina a la madre con el pelo deshecho y canoso, ha envejecido considerablemente y camina como desvariando. La hija mayor sentada en la silla tejiendo, cuidándola, observándola) La madre. (Se aproxima como hipnotizada al manzano, corta la manzana y la muerde, luego la escupe y la tira al suelo) ¡La manzana está podrida! (Pierde toda compostura, su mente divaga y trastabilla entre las sillas hasta que lanza la pregunta al aire) ¿Cómo haber podido amar y demostrar amor si a mí nadie me quiso? (Repite la pregunta dos veces más a la nada; se acerca a la puerta para escapar trastabillando. La mayor se levanta pero en lugar de ayudarle a salir que es lo que la madre quiere hacer, forcejea y la obliga a regresar a su silla) La madre. (Después de rendirse) ¡Hija mía, mi dama de compañía, siempre anticipas mis deseos, siempre llegas en el momento justo! (Poco a poco la luz baja; quedan petrificadas en la escena. Se ilumina al bajista con “La casa del alcalde” hasta que termina casi toda la melodía y cae el telón) FIN Haydenville, MA, 15 de enero de 2014

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