Y sin embargo se mueve. Juventud y cultura(s) política(s) en Guadalajara, Universidad de Guadalajara, México, 2017

May 22, 2017 | Autor: I. González Aguirre | Categoría: Youth Studies, Political Science, Political Culture, Youth Culture, Youth
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Descripción

ISBN: 978-607-742-722-3

CUCSH Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades

9 786077 427223

José Igor Israel González Aguirre

En países como el nuestro, la construcción de lo democrático ha generado un cierto desencanto, y ha abierto una considerable brecha entre la Sociedad y el Estado. La democracia no termina de cuajar, y el autoritarismo no acaba de desaparecer. En este contexto tenso que atraviesa a la arquitectura de la esfera pública, se pone de relieve el relativamente escaso involucramiento de la juventud en la dimensión formalmente institucionalizada de lo político. De modo que tanto la emergencia de modos alternativos de participación y disidencia, como la aparente apatía y el extrañamiento de los jóvenes con respecto al campo de la política, precisan estructurar nuevas miradas para analizar los vínculos y las rupturas entre estos actores y la esfera pública. Lo anterior es tanto causa como consecuencia de que en nuestro país en general, y en Jalisco en particular, las relaciones entre gobierno y gobernados no siempre sean armónicas o cercanas. Así, debido entre otros factores a la falta de estructuras y organizaciones adecuadas para canalizar la diversidad que caracteriza a las inquietudes de participación ciudadana, sociedades como la nuestra tienden a ser particularmente proclives a este «distanciamiento» entre los jóvenes y la dimensión formal de la política. Ello remite a la necesidad de conocer y comprender -desde otras miradas y con mayor profundidad- las transformaciones del campo político y el proceso de construcción social de la democracia, poniendo especial énfasis tanto en el análisis de los contextos locales como en el estudio de las prácticas efectuadas en la vida cotidiana. Con este libro se busca contribuir precisamente a este propósito. Para ello en este trabajo se efectúa lo anterior teniendo como contexto la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG). En términos de la temporalidad que abarca esta intervención, se ha puesto especial énfasis en el periodo transcurrido entre 1988 y 2012.

Y sin embargo se mueve Juventud y Cultura(s) Política(s) en Guadalajara José Igor González Aguirre

Primera Edición, 2017 D.R. © 2017, Universidad de Guadalajara

Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH). Parres Arias #150, esquina Periférico, Zapopan, Jalisco.

ISBN: 978-607-742-722-3

Diseño y diagramación en Prometeo Editores por: Aldo Daniel González Malta

Edición e impresión en los talleres gráficos de: Prometeo Editores, S.A. de C.V. Libertad 1457, Col. Americana, C.P. 44160, Guadalajara, Jalisco, México.

Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico

Para Naila y para Iago. Quise enseñarles lo poco que sé del mundo, cuando ustedes traían consigo, desde ya, los secretos más íntimos del universo…

Esta carta infundirá en la señora Bauchot la horrenda sospecha de que los brontosaurios saben escribir, por eso una posdata gentil, no me entienda mal, querida señora, qué haríamos sin usted, Dama Ciencia, hablo en serio, muy en serio, pero además está lo abierto, la noche pelirroja, las unidades de la desmedida, la calidad de payaso y de volantinero y de sonámbulo del ciudadano medio, el hecho de que nadie lo convencerá de que sus límites precisos son el ritmo de la ciudad más feliz o del campo más amable; la escuela hará lo suyo, y el ejército y los curas, pero eso que yo llamo anguila o vía láctea pernocta en una memoria racial, en un programa genético que no sospecha el profesor Fontaine, y por eso la revolución en su momento, el arremeter contra lo objetivamente enemigo o abyecto, el manotazo delirante para echar abajo una ciudad podrida, por eso las primeras etapas del reencuentro con el hombre entero. Y sin embargo ahí se emboscan otra vez Dama Ciencia y su séquito, la moral, la ciudad, la sociedad: se ha ganado apenas la piel, la hermosa superficie de la cara y los pechos y los muslos, la revolución es un mar de trigo en el viento, un salto a la garrocha sobre la historia comprada y vendida, pero el hombre que sale a lo abierto empieza a sospechar lo viejo en lo nuevo, se tropieza con los que siguen viendo los fines en los medios, se da cuenta de que en ese punto ciego del ojo del toro humano se agazapa una falsa definición de la especie, que los ídolos perviven bajo otras identidades, trabajo y disciplina, fervor y obediencia, amor legislado, educación para A, B y C, gratuita y obligatoria; debajo, adentro, en la matriz de la noche pelirroja, otra revolución deberá esperar su tiempo como las anguilas bajo los sargazos. Julio Cortázar Prosa del observatorio

Lo que él veía no era sólo el mensaje que el cielo le enviaba, sino el resultado de una amistad entre el cielo, la tierra y la posición (y la hora, y la estación, y el ángulo) desde el cual él miraba. A buen seguro, si el navío hubiera echado anclas a lo largo de otra diagonal de la rosa de los vientos, el espectáculo habría sido diferente, el sol, la aurora, el mar y la tierra habrían sido otro sol, otra aurora, un mar y una tierra gemelos pero disformes. Aquella infinidad de los mundos de la que le hablaba Saint-Savin no había que buscarla solamente allende las constelaciones, sino en el centro mismo de aquella burbuja del espacio de la cual él, puro ojo, era ahora origen de infinitas paralajes.

Umberto Eco La isla del día de antes

Contenido Prólogo ............................................................................................................................9 Introducción: Juventud, Cultura(s) Política(s) y Construcción Social de la Democracia .................................................................15

Primera Parte. [Apuntes para un] estado del arte 1. Metástasis del tiempo: ¿tradición: modernidad: postmodernidad? .................47 Trashumancias conceptuales ..................................................................................47 Renovando la mirada: enfoques (des)centrados en el actor .............................59 (Jugando con) las reglas del juego: estructura/estructuras .............................64 Desujetando al sujeto: reflexividad y construcción del Yo ...............................71 Tendiendo puentes: desde el Yo hasta el cambio social, y viceversa ..............77 2. (Des)marcajes: jóvenes y cultura(s) política(s).................................................87 Una aproximación a la construcción de lo juvenil ..............................................87 Desafilando conceptos: hacia una definición de cultura(s) política(s)....... 115

Segunda Parte. Políticas de la resignificación/resignificaciones de lo político 3. Nombrar es crear: la construcción institucional de la juventud en México 159 Nombrar es crear es nombrar es crear… ............................................................ 159 Contornos liminares del universo juvenil .......................................................... 170 La mirada/la palabra institucional(izada) ........................................................ 198

4. (Des)apegos apasionados: juventud y esfera pública en Jalisco ................... 245 ¿De que (no) hablamos cuando (no) hablamos de política? (reloaded) ...... 245 El horizonte sociopolítico: un espacio [público] lleno de vacíos .................. 252 De las políticas de la resignificación a las resignificaciones de lo político ............................................................................................................. 256 «¡Nada más están robando!»: evaluación del desempeño gubernamental .................................................................................. 296 «No hay democracia»: ¿Más allá de la(s) izquierda(s) y la(s) derecha(s)? .................................................................................................. 317 Crónicas de un desencanto anunciado ............................................................... 339 «Nuevos» lugares de condensación de lo político ............................................ 358 [El problema de] ser joven en Guadalajara ....................................................... 360 Yo ¿tú? ¿Ellos? ¿Nosotros? ...................................................................................... 366 Los jóvenes y el mercado laboral: «el trabajo es encontrar trabajo»........... 381 El acoso de las apariencias: el cuerpo como arena política............................ 384 «La virginidad no existe»: sexualidad y equidad de género .......................... 394 …el poder de las imágenes .................................................................................... 405 El retorno de lo político: YoSoy132 ..................................................................... 435

Tercera Parte. Reflexiones finales (coda al exordio) 5. (Des)enfocar la mirada: el potencial de los espacios intersticiales .............. 451 Bibliografía ............................................................................................................... 480

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Prólogo

En el trayecto que corre desde el último tercio del siglo veinte mexicano hasta nuestros días tal vez no haya existido un grupo social más dispuesto a la práctica política transformadora que el de los jóvenes. Hay otros sectores importantes —trabajadores, campesinos, indígenas, médicos, clases medias— cuya contribución a la evolución política de nuestro país es innegable. Sin embargo, fueron los jóvenes quienes dotaron de imaginación política al 68 y su secuela de movilizaciones en la década de los setenta, y los que infundieron entusiasmo a la transición democrática que vino después. Las elecciones de 1988 y 2006 tampoco se pueden entender sin la presencia electoral de la juventud. En el pasado más reciente consideremos la campaña electoral presidencial de 2012: los jóvenes organizados en el #Yosoy132 exigieron la democratización de los medios de comunicación y la superación de otras asignaturas pendientes de nuestra transición; con ello, y con su llamado a los ciudadanos a evitar el regreso del PRI a Los Pinos, dieron intensidad a la campaña y pusieron presión sobre el candidato presidencial de ese partido. También los jóvenes han abanderado la protesta contra el orden económico global. Resulta lógico, pues la convicción de que otro mundo es posible desde una perspectiva con espíritu juvenil. Guadalajara entró a la escena política global cuando el 28 de mayo de 2004 un grupo de jóvenes se movilizó y protestó con motivo de la Tercer Cumbre de América Latina, El Caribe y la Unión Europea. La capacidad disruptiva de la juventud y las dificultades del gobierno estatal para hacerle frente, quedaron de

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manifiesto en la represión de que fueron objeto los jóvenes tapatíos. Por otro lado, las consecuencias políticas positivas traídas por las explosiones del 22 de abril también son atribuibles, en buena medida, a los jóvenes. Para demostrarlo, baste con recordar que eran principalmente jóvenes los lesionados por las fuerzas policiales del gobierno de Jalisco, cuando fueron desalojados de la Plaza de Armas que ocupaban en signo de protesta por su condición de damnificados sin respuesta de las autoridades. Lo que vino después, dada la consiguiente pérdida de legitimidad del PRI, fue la llegada de la democracia. Son los jóvenes quienes impulsan cambios en nuestra ciudad, como los colectivos en defensa del medio ambiente o en pro de formas alternativas de movilidad urbana. De igual manera, son mayoritariamente jóvenes quienes ejercen la liberalización de las costumbres morales y sexuales, y aquellos quienes incursionan con libertad en nuevas formas de organización de la vida familiar. Hay una compatibilidad natural entre la emergencia de formas de vida contraculturales y la juventud; en ello juegan la crítica a los modos de vida convencionales, la apuesta por nuevos valores éticos y estéticos, y el intento por reivindicar sentidos de la vida diferentes. Es significativa también la asociación entre juventud y nuevos estilos de vida, presente, por ejemplo, en la proliferación de modas, formas de concebir el cuerpo, y expresiones gastronómicas heterodoxas o, simplemente, distintas a lo establecido. Los jóvenes encarnan el cambio, la volatilidad de la vida, el gusto por el juego… Ellos protagonizan aquella vieja frase de Marx, apropiada con brillantez por Marshall Berman, de que “todo lo sólido se desvanece en el aire”. No en balde

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gustan de la velocidad, los viajes, la excentricidad en el vestir, la transgresión estética y moral, la música, la comida, las bicicletas, el baile, las patinetas, el sexo, las drogas, la protesta, la aspiración a un mundo de mayor libertad y, en fin, todo lo que signifique la expansión de la experiencia vital en la más amplia expresión de posibilidades. La conclusión es obvia: una franja amplia de los intentos de transformación de la vida social contemporánea jalisciense y nacional, desde la política en su sentido institucional y no institucional, hasta la moral, la cultura y la vida cotidiana, es atribuible a los jóvenes. Si tomamos en cuenta que la juventud juega un papel clave en el cambio social contemporáneo, ¿se puede afirmar que los jóvenes constituyen un sujeto único, con una identidad bien definida, y por ello con una agenda político-cultural clara, definida con precisión? ¿Se puede decir que los jóvenes pueden encontrar eco y posibilidades de reconocimiento y participación en las instituciones políticas formales? La respuesta es que los jóvenes no se identifican alrededor de un patrón único de valores y formas de significación de la vida, y que, acaso por eso mismo, no siempre, o muy pocas veces, se suelen integrar funcionalmente a las instituciones encargadas de dar cauce a sus demandas y reivindicaciones. No por ello, sin embargo, son sujetos despojados de un carácter político. Vivimos la paradoja de que los jóvenes, principales agentes del cambio social y cultural en el México y el Jalisco de los últimos años, no encuentran un marco político-institucional ni ámbitos sociales suficientemente abiertos —partidos políticos, familias, escuelas, trabajos, agrupaciones civiles, centros culturales, movimientos sociales, etcétera— en donde puedan desplegar todo su potencial

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para encontrar un sentido de la vida propio y más libertario. Vale la pena preguntarnos cuánta riqueza social y cultural puede dejar de aprovecharse, y cuántos horizontes de porvenir pueden desperdiciarse, si seguimos sin ofrecer cauces de participación, acción y creatividad a los jóvenes. Lo anterior no significa que los jóvenes carezcan de un papel en la construcción de la democracia mexicana y jalisciense de nuestros días. Si bien es cierto que no suelen estar plenamente integrados a los rituales y convenciones del sistema político como tal, y que no existe una agenda juvenil única, y tampoco una cultura política juvenil pura y definida, sus prácticas no carecen de significación política. De todo esto trata este espléndido libro, escrito con mucha pasión, pero también con mucho talento intelectual, lo que se demuestra en los fundamentos teóricos que posee y la ambición que lo motiva. A partir del texto de Igor González, podemos pensar que carecemos, desde las instituciones del Estado y la sociedad, y desde el campo de la teoría social, de una comprensión clara del significado de la juventud como actor político y cultural. Ésta no tiene, según Igor, una esencia que prestablezca el rol específico que debe desempeñar en la construcción de la democracia. En rigor, los jóvenes no son, ni tienen por qué serlo, integrados absolutos a las instituciones y sus reglas, y tampoco apocalípticos totales, seres cuyo único sentido de acción es el rechazo completo a todo lo instituido. Los jóvenes pueden moverse entre esos dos extremos; y en ese continuo flujo alimentan con nuevos tópicos, significados y anhelos al imaginario político de la democracia. A veces se refugian en sus vidas privadas, o buscan sentido en la utilización significativa de su cuerpo y en la expresión heterodoxa de su

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particular visión estética, por ejemplo, pero esas prácticas, de su suyo, tienen implicaciones políticas y culturales que influyen en la democracia tal y como la conocemos. Por eso, la juventud es un sector cuya acción, en el plano práctico, simbólico y cultural, es esencial para volver más profunda a nuestra democracia. Y sobre todo menos abstracta, menos centrada en la idea de sujetos idealizados, tal y como suele hacerse desde el imaginario liberal de un individuo orientado por eso que podríamos llamar una racionalidad individualista, egoísta y posesiva. Debemos cuidarnos de no idealizar tampoco a los jóvenes, como a veces se ha hecho en el pasado no tan lejano. Pero eso no es lo que propone Igor González, sino, sobre todo, el intento de comprender el sitio que aquellos tienen en la historia contemporánea y en las posibilidades de construir un mejor futuro. En mi opinión, este libro debe leerse como una contribución a la teoría democrática desde la perspectiva de la cultura política, o las culturas políticas, como creo que Igor lo diría, de un actor clave de nuestro tiempo. Cabe aclarar que el autor no restringe el concepto de cultura política a un entramado de disposiciones de conducta; más bien, lo concibe como un campo en el que juegan el pasado histórico, los valores heredados, y también las actitudes, las inconformidades y los sueños de utopía de un sector social que por definición está abierto a las innumerables posibilidades de la existencia, aunque a veces parezca refugiarse en la vida privada y en el rechazo a las instituciones. Los jóvenes y su cultura, o sus culturas políticas, se mueven a pesar de todo; por ello son una reserva de esperanza. Conocí a José Igor Israel González Aguirre hace ya varios años en algunos exámenes de tesis de la Maestría en Ciencias Sociales de la Universidad de Gua-

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dalajara/CUCSH. Después hemos coincidido en otras actividades. Siempre me ha llamado la atención su agudeza intelectual y su interés por la teoría social, mezcladas con una buena dosis de pasión desapegada, como diría él al describir los rasgos del modo de ser de los jóvenes de hoy. Igor se sabe mover entre la utopía y el realismo, entre las certezas ontológicas de las estructuras y las posibilidades libertarias de la acción. Creo que por eso escribió este libro: para fundamentar una suerte de teoría de las posibilidades objetivas de la historia a partir de la existencia concreta y de las visiones sobre lo porvenir de un grupo social con el que se identifica. Estoy seguro de que el equipamiento de su espíritu lo llevará muy lejos. Mientras tanto, le agradezco el honor que me ha hecho al invitarme a prologar este libro. Héctor Raúl Solís Gadea.

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Introducción: Juventud, cultura(s) política(s) y construcción social de la democracia La(s) «entrada(s)» mexicanas(s) en la modernidad ha(n) estado atravesada(s) por fuertes tensiones. En el campo político, por ejemplo, la tendencia a la adopción de un régimen democrático no necesariamente ha estado acompañada de la creación de una ciudadanía sustantiva, o de incrementos significativos en la participación política de la población. Más bien al contrario: aún cuando se ha producido la alternancia en todos los órdenes de gobierno, ello no ha redundado en aumentos considerables en términos de los niveles de bienestar o de la calidad de vida en general; mucho menos en la eliminación de la naturaleza autoritaria que ha caracterizado a buena parte de los gobiernos en el país. Más bien, pareciera que esto -lo político [sobre todo lo formalmente institucionalizado]- se percibe como algo lejano y distante, que genera desconfianzas y desencuentros entre el Estado y la Sociedad, entre los gobernantes y los ciudadanos. Lo anterior se observa de manera más clara al analizar las dinámicas que se establecen entre el sector juvenil y la esfera pública. Los modos que implementan los jóvenes para vincularse, o no, con lo político, ponen de relieve tanto las transformaciones de dicha esfera, como el paulatino agotamiento de las instituciones (del Gran Relato) de la modernidad. En países como el nuestro, la construcción de lo democrático ha generado un cierto desencanto, y ha abierto una considerable brecha entre la Sociedad y el Estado. La democracia no termina de cuajar, y el autoritarismo no acaba de

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desaparecer.1 En este contexto tenso que atraviesa a la arquitectura de la esfera pública, se pone de relieve el relativamente escaso involucramiento de la juventud en la dimensión formalmente institucionalizada de lo político. De modo que tanto la emergencia de modos alternativos de participación y disidencia, como la aparente apatía y el extrañamiento de los jóvenes con respecto al campo de la política, precisan estructurar nuevas miradas para analizar los vínculos y las rupturas entre estos actores y la esfera pública. Lo anterior es tanto causa como consecuencia de que en nuestro país en general, y en Jalisco en particular, las relaciones entre gobierno y gobernados no siempre sean armónicas o cercanas. Así, debido entre otros factores a la falta de estructuras y organizaciones adecuadas para canalizar la diversidad que caracteriza a las inquietudes de participación ciudadana, sociedades como la nuestra tienden a ser particularmente proclives a este «distanciamiento» entre los jóvenes y la dimensión formal de la política. Ello remite a la necesidad de conocer y comprender -desde otras miradas y con mayor profundidad- las transformaciones del campo político y el proceso de construcción social de la democracia, poniendo especial énfasis tanto en el análisis de los contextos locales como en el estudio de las prácticas efectuadas

La literatura en torno a la construcción de lo democrático en México va en aumento. Desde artículos periodísticos hasta textos de corte más académico, han abordado el tema. Hay una tendencia que postula la naturaleza problemática tanto del Estado mexicano como de la transición a la democracia. Quizá una de las obras importantes al respecto sea la de Sergio Aguayo. Cfr. Sergio Aguayo. La transición en México. Una historia documental 1910-2010, FCE, México, 2010. Es pertinente señalar, también, que hay voces a contracorriente de esta tendencia, que señalan que este país es plural, y que sus fuerzas políticas están equilibradas. Quizá una de las voces más destacadas en este sentido sea la de José Woldenberg. Cfr. José Woldenberg. Historia de la transición democrática en México, El Colegio de México, México, 2012. Esto solo por mencionar algunos. 1

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en la vida cotidiana. Con este libro buscamos contribuir precisamente a este propósito. Para ello en este trabajo se efectúa lo anterior teniendo como contexto la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG). En términos de la temporalidad que abarca esta intervención, hemos puesto especial énfasis en el periodo transcurrido entre 1988 y 2012. En los párrafos siguientes presentaremos, pues, algunas de las aristas que han permitido problematizar el relativamente escaso involucramiento en la dimensión formalmente instituida de la política por parte de algunos sectores de la juventud que habitan en la ZMG. En este sentido, la pregunta que interroga por la subjetivación de lo político en el mundo de los jóvenes ya no puede ser respondida por los relatos clásicos que iniciaban con la adolescencia y terminaban con el ingreso del joven en el mundo laboral [y por extensión, en la adultez]. Las diversas narrativas juveniles evidencian una amplia brecha entre las necesidades de este sector poblacional y el proyecto unitario planteado por los ideales iluministas de la modernidad y el progreso, adoptado en nuestro país desde mediados del siglo XIX. En la medida en que el campo político se transforma, dichas narrativas también plantean distintas vías que atraviesan los procesos de construcción social de la democracia. La importancia de las prácticas cotidianas y la rutinización de la vida diaria en la articulación de lo político adquieren una relevancia crucial en tanto veta de análisis, de posibilidades para la ampliación teórica y empírica de la política. Ello plantea desafíos epistemológicos en términos de las posibles interpretaciones/ explicaciones que puedan esbozarse acerca del cambio social. En otras palabras, el cuestionamiento a la metanarrativa de la modernidad pone de relieve la plu-

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ralidad de estrategias que se implementan para entrar en [y salir de] dicho proyecto. Así, en el contexto mexicano, resulta innegable que los profundos yerros en términos de la arquitectura de lo democrático han tornado más complejo el escenario político, sobre todo desde finales de la década de los setenta.2 Si bien la experiencia de lo democrático y la construcción de ciudadanía no son fenómenos totalmente nuevos, sí puede decirse que en Jalisco éstos se intensificaron desde En este punto adquiere pertinencia tomar un pequeño desvío para revisar de manera brevísima algunos aspecto neurálgicos que resultan cruciales para comprender el presente nacional: sin pretender negar la importancia de los procesos históricos de larga duración, puede decirse que la transición a la democracia arranca en 1977, con la aparición/formalización de un sistema de partidos más o menos plural y un electorado divido. En la última parte de la década de los ochenta, el escenario político se tornaría más complejo, tanto por las profundas sospechas de fraude que pesaron sobre la elección de Carlos Salinas de Gortari, como por la creación del Instituto Federal Electoral (IFE) y la consecuente “ciudadanización” de la política. Aunado a ello se observa que poco antes de la mitad de la década de los noventa se celebró, por una parte, la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (TLC), mientras que por otra se levantaba en armas el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Otro de los puntos clave dentro de esta trama se encuentra en la severa crisis de 1994, así como en el asesinato de Luis Donaldo Colosio y Francisco Ruiz Massieu. Se pone de relieve también el triunfo de Vicente Fox Quesada en las elecciones a la presidencia del 2000, y con ello, la llegada de un presidente originario de un partido de oposición. Se sigue a lo anterior la continuación de una presidencia panista, en la elección del 2006, y nuevamente emergen las sospechas de fraude electoral. En el sexenio de Felipe Calderón adquiere relevancia el brutal incremento de la violencia, y una guerra en contra del narcotráfico que ha dejado más de 70 mil muertos. Finalmente, las elecciones del 2012 estuvieron marcadas por el retorno del PRI a la presidencia, la emergencia de movilización estudiantiles significativas (#YoSoy132), y nuevamente la sospecha de un proceso electoral poco imparcial y manipulado por los poderes fácticos. Por último, a finales del 2013, el órganos legislativo logró impulsar, en tiempo record, una de las reformas del Estado más intensivas de las últimas décadas. En ésta se tocaron aspectos financieros, hacendarios, políticos, y educativos. Pero sobre todo, se reformaron los artículos 25, 27 y 28 de la Constitución. Con ello se abría la posibilidad para la participación extranjera en materia energética en México (véase la siguiente nota periodística al respecto: http://www.reporteindigo.com/reporte/mexico/ las-25-claves-de-la-reforma). Al momento de redactar estas líneas, frente a ello, el país se presentaba entre el desconcierto, la división y la incertidumbre. Tanto las protestas sociales como las represiones gubernamentales estaban a la orden del día. 2

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mediados de los años noventa debido a varios conflictos locales: la explosión del drenaje central de la ciudad (abril de 1992), el asesinato del Cardenal Posadas Ocampo (en 1993) y la alternancia partidista en la gubernatura (en 1995).3 A lo anterior se suma la represión ciertos sectores juveniles, tanto en 2002, en una fiesta rave que después sería conocida como “Tlajomulcazo”, y el 28 de mayo del 2004, en el contexto de la III Cumbre de América Latina, El Caribe y la Unión Europea, o las represiones y detenciones sufridas por varios jóvenes que se manifestaron en contra del régimen el 01 de diciembre del 2012, en las cercanías de la Expo Guadalajara. En este rubro también podemos encontrar lo que ocurre con la población Wixárika en el norte de Jalisco, o el descontento que han producido las cuestiones vinculadas con la gestión de los recursos hídricos (i. e. Temacapulín). A ello habría que añadir el fortalecimiento de distintas organizaciones de la sociedad civil, y el incremento paulatino de movimientos sociales con demandas diversas (i. e. medio ambiente, derechos sexuales, derechos laborales, movilidad urbana, entre otros).4 A raíz de estos y otros factores, la precaria arquitectura de la democracia y las transformaciones que se experimentan en lo político en los planos locales adquieren matices interesantes en esta parte del occidente de México.

Cfr. Juan Manuel Ramírez Sáiz. “La construcción de ciudadanía colectiva en Guadalajara, 19902001”, en Espiral. Estudios sobre Estado y sociedad, Universidad de Guadalajara, México, Vol. IX, No. 28, septiembre-diciembre, 2003, pp. 179-210. 4 Cfr. J. Igor Israel González Aguirre (coord.). Los movimientos sociales en Jalisco: entre la tradición y la (post)modernidad, Universidad de Guadalajara, México, 2013. Véase también Mario Alberto Nájera Espinoza (coord.). Movimientos sociales, autonomía y resistencia, Universidad de Guadalajara/ California State University, 2013. 3

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De manera específica, con respecto a la relación entre juventud y esfera pública, puede decirse que con la llegada de Acción Nacional a la gubernatura del estado se profundizaron y fortalecieron los estereotipos que determinaban la norma de lo que era ser joven en Jalisco:5 se privilegiaron la «integración» y la «incorporación» a la institucionalidad entonces vigente; se cerraron importantes foros culturales y se estigmatizaron ciertas expresiones juveniles; se agudizó la emergencia de culturas [juveniles] que proponían alternativas a lo que era planteado por parte del Estado y sus instituciones; se puso de relieve, pues, la existencia de algunas ideologías juveniles de disentimiento.6 Es patente la visibilidad de las expresiones juveniles que de manera explícita «impugnan al poder» al plantear estrategias y alternativas concretas, situadas éstas fuera de las vías formales.7 De igual forma, la situación de integración [de 5

Cabe aclarar que el cambio de partido en la gubernatura del estado no necesariamente implica que «antes», con

los gobiernos priístas, las cosas eran distintas. Para ilustrar lo anterior, referimos a una obra realizada por encargo de la presidencia municipal de Guadalajara, escrita por Fernando Martínez Réding, titulada Los tapatíos. Un modo de vivir. Tanto en el título como en la dedicatoria, que a la letra dice: “A mi mujer y a mis hijos, tan tapatíos en sus virtudes y sus defectos”, se denota el carácter esencialista y homogéneo que se le imputa al [estereotipo que delimita aquello que es] ser tapatío. Aunado a ello, el prólogo a esta obra fue realizado por Eugenio Ruiz Orozco, connotado priísta. En dicho prólogo se señala, de manera específica con respecto a los jóvenes, que “…la ejemplar y alentadora historia del nacimiento y desarrollo de Guadalajara, son ignorados por las nuevas generaciones que, sujetas a fuertes influencias extrañas que socavan nuestro valores tradicionales, corren el peligro de carecer de identidad”. Más adelante, ya en letra de Fernández Réding, se plantea como forma ideal del ser joven tapatío, a la «nueva generación de empresarios», la cual conservó algunas de las «características primordiales» de la manera de ser de sus progenitores. Así, las cualidades de este joven sector empresarial radicarían en que, aún siendo más ricos y poderosos que sus padres, siguieron el ejemplo de “…evitar toda ostentación, de no hacer gala de su fortuna o influencia”. Cfr. Fernando Martínez Réding. Los tapatíos. Un modo de vivir, Ayuntamiento de Guadalajara, México, 1987, p. 332. La impronta decimonónica del texto citado es más que evidente. 6

Vid. Rogelio Marcial Vázquez. Jóvenes en diversidad. Ideologías juveniles de disentimiento: discursos y prácticas

de resistencia. Tesis Doctoral, El Colegio de Jalisco, México, 2002. 7

Esto puede constatarse, por ejemplo, en la manifestación realizada el 28 de mayo del 2004 en la ciudad de Guada-

lajara. En su mayoría, el contingente estuvo compuesto por jóvenes que protestaban contra el modelo económico

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los jóvenes] a lo político resulta más o menos aprehensible en términos analíticos. Quizá debido ello, en algunas investigaciones que dan cuenta de la relación entre juventud y política se tiende a privilegiar el análisis de la «visibilidad/espectacularidad» de las expresiones juveniles [de integración o disidencia].8 De este modo, se han planteado perspectivas analíticas que tienden a situar al joven en uno de dos extremos —como apocalíptico o como integrado, por decirlo junto con Umberto Eco—:9 1. Ya sea en disidencia, como enfrentando frontalmente al neoliberal y la globalización a ultranza. Ello en el contexto de la III Cumbre de jefes de Estado de la Unión Europea, América y el Caribe. En días posteriores, la represión a esta manifestación ha dejado ver, de nuevo, la distancia entre la oferta institucional y las demandas juveniles concretas [además de la radicalización de una postura ultraderechista de los gobiernos estatal y municipal en turno]. Para una reseña de este suceso véanse http://rencoria. blogspot.com/2004/05/cumbres-borrascosas.html; y http://rencoria.blogspot.com/2004/05/crnica-de-una-marcha-anunciada.html. 8

Un claro ejemplo de ello es el texto de Óscar Aguilera. Éste plantea la necesidad de comprender la relación de lo

político con la juventud a partir de las condiciones de posibilidad de un movimiento juvenil comprometido en la construcción de “otro mundo posible”. Para ello pregunta, entre otras cosas, por la gestión de la disidencia en los colectivos juveniles y sus relaciones con otras organizaciones. Así, Aguilera parte de la hipótesis que señala que los jóvenes presentan una retirada del sistema político formal e instituyen un campo político propio desde el cual negocian y disputan sentidos con el mundo adulto-institucional y entre sus propios pares. Cfr. Oscar Aguilera Ruiz. “Un modelo (transoceánico) por armar. Algunas hipótesis acerca del vínculo entre juventud y política”, en Jóvenes. Revista de estudios sobre juventud, año 7, núm. 19, IMJ, México, julio-diciembre del 2003, p. 64-81. Aún cuando lo anterior propone una veta interesante, no se libra del marcado sesgo que mira, de manera estereotipada, al joven como disidente o apocalíptico (vid infra). Además, esbozar un campo político exclusivo de los jóvenes implica situarlos como entidades autónomas y por lo tanto como si tuvieran una existencia por fuera de la sociedad. Asumir que los jóvenes constituyen un campo político propio ¿acaso no negaría las vinculaciones entre los mundos juveniles y los entramados culturales más amplios? Véanse también, por ejemplo, Catalina Morfin. “Jóvenes en acciones colectivas y movimientos sociales para redefinir los espacios públicos y las prácticas ciudadanas”, en Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, vol. 1, núm. 9, CINDE, Colombia, 2011. 9

En su texto, titulado Apocalípticos e integrados, Eco analiza la lectura de los cómics, el mito de Supermán y el

papel de los medios audiovisuales, entre otras cosas. En este sentido, el mencionado autor se plantea el problema central de la doble postura ante la cultura de masas: la de los apocalípticos, que ven en ella la «anticultura», es decir, una especie de «caída irrecuperable», y la de los integrados, los que desde un optimismo exacerbado, creen que vivimos en una globalización del marco cultural. Cfr. Umberto Eco. Apocalípticos e integrados, Lumen, Barcelona, 1990. Aquí hacemos uso de ambos términos para señalar una pertenencia o una disidencia de los actores juveniles con respecto a lo político, porque nos parece que metaforizan de manera clara tanto las imágenes que dan visibili-

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Estado [también enfrentando al Estado desde una ciudadanía sustantiva, pero siempre en disidencia o apocalíptico] o; 2. En acuerdo total con el sistema y su institucionalidad, es decir, felizmente integrado.10 Si no se tienen las adecuadas «vigilancias epistemológicas», lo anterior conlleva el riesgo, por una parte, de anquilosar y estereotipar a la «juventud» como eminentemente contestataria o apática por naturaleza. Por otra parte, se corre el riesgo de «borrar» toda distancia entre la «oferta» que el Estado hace —desde sus instituciones—, y lo que las y los jóvenes «demandan» efectivamente. Más que limitaciones, lo anterior plantea nuevos retos para el análisis de las relaciones que se establecen entre la juventud y la esfera pública. Es por ello que se precisa reconocer que también existen sectores juveniles que se sitúan en la vasta zona gris del «promedio», entre los extremos del «blanco» y del «negro» de las oposiciones radicales, los cuales hacen uso del sistema de manera instrumental y pragmática, que no encajan dentro de la disidencia siempre en oposición, ni dentro de la pertenencia, siempre en acuerdo. En fin, existen sectores amplios de la población juvenil que no son ni apocalípticos ni integrados, como bien lo ha señalado ya Hopenhayn, hace una década, en relación con la identidad latinoamericana.11 Ello habla de la necesidad de repensar esta dicotomía y dar cuenta de la complejidad del mundo juvenil, así como de la coexistencia de diversas culturas políticas en el seno de una misma sociedad. Así visto, el binomio dad a los jóvenes, como los marcajes que han influido en la investigación de lo juvenil en México. 10

Como ocurre con los sectores juveniles de los diferentes partidos políticos (i. e. Acción Juvenil en el PAN; Frente

Juvenil Revolucionario en el PRI, etc.), o las asociaciones religiosas juveniles, entre otras. 11

Martín Hopenhayn. Ni apocalípticos ni integrados. Aventuras de la modernidad en América Latina, Fondo de Cultura

Económica, México, 1995.

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apocalípticos/integrados no debe ser entendido de manera estática. Más bien se trata de una distinción que ayuda a pensar los universos y códigos culturales de los diversos actores juveniles. Al «deconstruir»12 lo anterior se pretende «atentar» contra las visiones estereotipadas que subsumen lo juvenil a uno de los dos extremos. En este sentido, no está de más señalar que las visiones predominantes acerca de la democratización en nuestro país tienen un marcado sesgo tanto hacia el México central como al análisis fundamentado en encuestas, dejando de lado las diferencias y la diversidad cualitativa de las especificidades regionales inherentes a dicho proceso. De igual forma, predomina una óptica que privilegia los aspectos normativos y formales de la vida democrática. Los estudios que buscan investigar las imágenes culturales de lo juvenil muestran una tendencia homóloga. Lo anterior obliga a indagar desde otras perspectivas las relaciones entre los jóvenes y la esfera pública en los diversos marcos locales de México. Por ello, como se verá más adelante, en este trabajo se efectúa lo anterior te-

12

En este trabajo se entiende por deconstrucción el proceso analítico mediante el cual es posible “superar” las

visiones dicotómicas (i. e. la juventud como apocalíptica o integrada). En este sentido, al desmantelar/mostrar que uno de los términos de una oposición binaria ocupa un lugar privilegiado, subordinando al otro, la deconstrucción permite liberar a la dicotomía de sus “distorsiones metafísicas”. De esta manera, una lectura deconstructiva tiende a identificar los supuestos logocéntricos de un texto, así como las jerarquías binarias que éste contiene. El autor par excellence en estas cuestiones es Jacques Derrida. Véanse, por ejemplo, Jacques Derrida. Políticas de la amistad seguido de El Oído de Heidegger, Trotta, España, 1998a; Jacques Derrida. Aporías. Morir –esperarse (en) «los límites de la verdad», Paidós, España, 1998b; Jacques Derrida. Acabados seguido de Kant, el judío, el alemán, Trotta, España, 2004; Jacques Derrida y Héléne Cixous. Velos, Siglo XXI, México, 2001; Jacques Derrida titulado “Sobrevivir: líneas al borde”, en Harold Bloom et al, Deconstrucción y crítica, Siglo XXI, México, 2003; Jacques Derrida. La tarjeta postal: de Sócrates a Freud y más allá, Siglo XXI, México, 2001; Jacques Derrida. Fuerza de ley: el fundamento místico de la autoridad, Tecnos, España, 1997; y Tom Cohen (ed.) Jacques Derrida and the humanities. A critical reader, Cambridge University Press, Reino Unido, 2001; por sólo mencionar algunas obras.

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niendo como contexto el estado de Jalisco y sobre todo la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG). En términos de la temporalidad que delimita este documento, hemos puesto especial énfasis en el periodo transcurrido entre 1988 y 2012 (aunque desde luego, esta frontera temporal es heurística y, por ende, maleable y porosa). En lo que sigue se expondrán algunos de los elementos que han permitido problematizar el relativamente escaso involucramiento de la juventud que en la Zona Metropolitana de Guadalajara. Ello sobre todo en relación con la dimensión formalmente instituida de la política (i. e. Partidos políticos, elecciones, etc.). Para ello se propone la existencia de diferentes culturas políticas juveniles, así, en plural, que cohabitan en nuestra entidad federativa y, sobre todo, en la ZMG, a veces de manera armónica, a veces conflictiva. Ello en función del contexto y del núcleo temático alrededor del que se estructure, en su especificidad, lo político. Aceptar la existencia de varias culturas [políticas] juveniles, así, en plural, es doblemente útil. Por una parte permite establecer «escenarios intermedios» de comparación y análisis entre el extremo apocalíptico y el extremo integrado del sector juvenil. Por otra parte, facilita el entendimiento de otras formas de vincularse [o no] con el campo político. Esto es así porque las voces y los silencios de los jóvenes, que pudieran aparecer incluso como «indiferentes o apáticos» constituyen una parte fundamental de la construcción de la democracia. Sobre todo cuando ello se observa a la luz de movilizaciones recientes como la del #YoSoy132, la cual ha jugado un papel significativo en el escenario político nacional. Si se acepta lo anterior, es preciso indagar, en

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consecuencia, la influencia que ejercen los actores juveniles en la armazón de lo democrático, desde la esfera de la vida cotidiana. En este sentido, se abren preguntas que interrogan acerca de ¿hasta qué punto la configuración del campo político es homogénea y se reduce al momento electoral? ¿Acaso ello está desvinculado de los niveles menos estructurales, es decir, de la arquitectura de los proyectos identitarios de los sujetos? Las respuestas a estas interrogantes constituyen en sí mismas agendas investigativas de largo aliento, que habrán de ser desarrolladas. Sobre todo si lo anterior se coloca en el contexto de la incorporación de las tecnologías del conocimiento, la tecnopolítica y sus múltiples derivaciones. Lo anterior no implica que consideremos que la relación entre lo público y lo privado sea transparente y armónica. Más bien, lo que se quiere decir es que si el análisis se reduce exclusivamente a la dimensión formal del campo político también se corre el riesgo de pensar que los ciudadanos son entes reactivos que responden pablovianamente a los vaivenes estructurales de las determinaciones políticas. ¿Acaso no es precisamente esta imagen del ciudadano la que subyace a gran parte de las campañas electorales? Más aún ¿no es éste el supuesto que se encuentra en la raíz de varias de las investigaciones que intentan dar cuenta de la Cultura Política en nuestro país? De ser así, las conductas de los ciudadanos serían más o menos mecánicas, predecibles, por lo que no requerirían de estudios de mayor profundidad: un censo de las preferencias políticas sería suficiente para pronosticar el resultado de por ejemplo, un proceso electoral. Para la construcción de lo democrático importarían, desde esa perspectiva, sólo

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aquellos ciudadanos preocupados por involucrarse de lleno en el campo político; el resto, probablemente la gran mayoría de la población, quedaría fuera del núcleo analítico.13 Esto adquiere mayor significación cuando se observa a la luz de la tendencia que sugiere que los comicios electorales forman cada vez menos una parte relevante de los intereses de la ciudadanía. Por ello no podemos estar más de acuerdo con Douglas cuando afirma que “… debemos ser cautos cuando se nos presenta un modelo del espíritu humano que deja de lado amplios sectores por considerarlos irracionales o inaccesibles”.14 Sin duda, en el campo político existen aspectos que responden a los oscilaciones estructurales (i. e. la política internacional se percibe por la ciudadanía como algo ajeno, fuera de su alcance e influencia). Pero también ocurre lo contrario: existen otras dimensiones de lo democrático que tocan a la población de manera directa, que responden más a la elección de un estilo de vida en particular que a aquello que ocurre en la esfera de la política formalmente instituida. De modo que resultaría erróneo suponer que la vida cotidiana de los sujetos juveniles ca-

13

Lo anterior no es una afirmación gratuita. La cuestión que interroga acerca de quién vota, quién no vota, y por

qué, es central para cualquier estudio que tenga que ver con la construcción de un régimen político. Esto es así porque toda democracia presupone un cierto nivel de participación, en tanto que es en la coyuntura electoral cuando los ciudadanos tienen la oportunidad de decidir quién los gobernará. En este sentido, Moreno señala que los resultados de las elecciones se definen tanto por el balance de las preferencias políticas entre el electorado, como por la asistencia tan sólo de una proporción de éste a las urnas el día de la elección. De modo que la decisión de asistir o no a las casillas para emitir el voto tiene connotaciones políticas claras. Además, si el análisis de esta decisión ha generado extenso material de investigación, también habría que considerar tanto que la participación electoral no es absoluta como que las perspectivas de los partidos y los candidatos a puestos de elección popular dependen del acto de votar. Lo anterior adquiere mayor relevancia si pensamos que aún en las democracias consolidadas la ausencia ciudadana el día de las urnas es un espectro siempre presente. Cfr. Alejandro Moreno. Democracia, actitudes políticas y conducta electoral, Fondo de Cultura Económica, México, 2003, pp. 136-163. 14

Cfr. Mary Douglas. Estilos de pensar, Gedisa, España, 1998, p. 93.

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rece de importancia en términos de la construcción de nuestra democracia. Esto es así en la medida en que la institucionalidad no tiene una existencia objetiva como tal. Ésta emerge en la medida en la que los actores, a partir de su práctica cotidiana, la ponen en juego. Visto de esta manera podría llevarse la hipótesis hasta sus últimas consecuencias al afirmar que incluso todo aquello que desde la mirada ortodoxa del análisis político se sitúa en la periferia analítica (la no-participación activa; el desencanto), ocuparía un lugar central explicativo de, por ejemplo, la arquitectura de un régimen político como el nuestro. En otras palabras, para una mejor lectura de la realidad en clave política se precisa hacer del margen un nuevo centro. Si se acepta este cambio de perspectiva, puede decirse entonces que incluso aquello que aparece como apatía y desencanto en relación con la política también puede ser leído como una postura altamente politizada. Así, es pertinente complementar aquellas perspectivas analíticas que se centran ya sea en las expresiones juveniles en desacuerdo con el ejercicio del poder; ya sea en el sesgo normativo–indicativo de la ciudadanía y en la integración a la institucionalidad vigente. Es preciso ampliar el espectro y pensar en la existencia simultánea de diversas culturas políticas juveniles —y no sólo en la cultura cívica y las subculturas de los apocalípticos o de los integrados—. Por tanto, con los argumentos expuestos en este libro se intenta «abrir» el campo de visión hacia una población juvenil que se presenta más compleja. Se plantea, pues, que si se problematiza la cuestión desde un enfoque (des)centrado en el actor, [anclado en su capacidad reflexiva/discursiva, así como en su capacidad de agencia] y en los espacios

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donde se concretan las prácticas cotidianas, el panorama se ensancha. Por ende, también las posibilidades de la política se amplían. Al abordar de esta manera el relativamente escaso involucramiento de los jóvenes con la esfera pública se abre aquella visión dicotómica que distingue sólo entre la pertenencia y/o la disidencia. En este punto, cabe aclarar que no se pretende plantear una «tercera vía» por la que transitan los jóvenes en su relación con lo político. Ello equivaldría a legitimar la existencia, en su forma pura, de los extremos apocalíptico e integrado. Más bien, lo que se propone es que la complejidad de los mundos juveniles no puede ser reducida a una dicotomía. Quizá por la obviedad del planteamiento, éste ha sido dejado de lado por buena parte de las investigaciones que intentan dar cuenta de los mundos juveniles en el país. Basta echar una (h)ojeada a la literatura especializada para darse cuenta de ello. En tal contexto, con esta intervención se exploran las expresiones concretas del proceso de construcción social de la democracia entre algunos de los jóvenes que habitan en nuestra entidad federativa, y particularmente en la ZMG. Así, se tiene como propósito comprender, por medio del concepto de «cultura política» (en plural) [qua objetos, prácticas, actitudes, valores e ideologías orientados políticamente], las «matrices cognitivas» y las construcciones discursivas [en tanto forma de subjetivación de dichas matrices], de la diversidad juvenil. Asimismo, se aborda la construcción institucional de la juventud. Ello con el objeto poner de relieve las maneras en que el imaginario que circula en la esfera pública también «produce» a los sujetos acerca de los cuales «habla».15 Específicamente, con lo 15

Dos textos que aportan elementos indispensables para sustentar esta idea se encuentran en Ignacio Lewkowicz.

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anterior se pretende conectar el análisis tanto con las transformaciones del campo político como con el proceso de la construcción social de la democracia; y cómo ello se vive, desde la conformación de diversas culturas políticas, entre la población juvenil radicada en el área de estudio. Para ello, como ya se dijo más atrás, se pondrá especial énfasis en la precipitada época transcurrida entre 1988 y 2012. En este sentido, las intenciones de la presente obra se sintetizarían al interrogarse sobre lo siguiente: ¿cuáles elementos permiten comprender, en un contexto de tensión entre un régimen democrático y una tendencia autoritaria/conservadora, la existencia simultánea de una diversidad de culturas políticas juveniles? ¿Cómo se relacionan las y los jóvenes que habitan la ZMG, más allá de la dicotomía entre apocalípticos e integrados, con la esfera pública y el proceso de la construcción social de la democracia? ¿Cómo se ha construido institucionalmente la categoría de juventud en la entidad? ¿De qué maneras se trasmina lo político hacia la arquitectura del mundo de la vida cotidiana de dichos jóvenes? Queda claro, pues, que las preguntas que guían este trabajo aluden la subjetivación de lo político y a la politización de la subjetividad, es decir, a las formas recursivas en las que se vinculan los posicionamientos identitarios de los jóvenes con los elementos constituyentes del campo político. Ello sobre todo con respecto a lo institucionalizado de manera formal, pero no exclusivamente. Recordemos —junto con Zemelman16— que, en última instancia, «la Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez, Paidós, Argentina, 2004; y Mary Douglas. How institutions think, Syracuse University Press, E. U. A., 1986. 16

Cfr. Hugo Zemelman. De la historia a la política. La experiencia de América Latina, Siglo XXI, Universidad de las

Naciones Unidas, México, 1989, p. 45-46.

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potenciación de la realidad» se opera en las instancias donde se materializan las prácticas sociales. Por lo tanto, el análisis del cambio social/cultural/político debería realizarse también en el marco de las micro-situaciones delimitadas por prácticas sociales determinadas. ¿Por qué se justifica un trabajo como el que aquí se propone? Consideramos que analizar los mundos juveniles que se «crean» en Jalisco y, particularmente en la Zona Metropolitana de Guadalajara, resulta crucial para entender cómo ha incidido la paradójica mixtura de un contexto caracterizado tanto por una relativa apertura del sistema político, como por la primacía de instituciones y costumbres atávicas de corte conservador, autoritario, en la configuración de las culturas políticas de este sector poblacional. Ello reviste mayor importancia si se observa a la luz de la necesaria estructuración de políticas locales de juventud, acordes con las realidades y contextos que viven —y a las que se enfrentan— dichos jóvenes. Por otra parte, argumentos como los que aquí se plantean adquieren mayor relevancia en la medida en que dan cuenta de que la población juvenil es más compleja que los estereotipos que la etiquetan: además de considerar a aquellos jóvenes que, desde sus universos simbólicos, interpelan al poder; también se aborda tanto a los que están a favor del mismo, así como a aquellos a los que lo político les resulta «indiferente». Dar cuenta de las profundas transformaciones experimentadas por el campo político hace aún más relevante estudios como el que aquí se expone. Tanto el abordaje teórico como los aspectos metodológicos desde los que se aborda el objeto de estudio colocan a esta investigación en un terreno relativamente poco explorado. Ello posibilitaría, en última

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instancia, apuntar retos y preguntas que permitirían, en cierta medida, abrir el campo de los estudios sobre la juventud en Jalisco. ¿Cuáles son los supuestos desde los que parte nuestro trabajo? En principio, puede decirse que las transformaciones del campo político en nuestro país indican la existencia de una complicada mixtura de un régimen precariamente democrático que no acaba de cuajar, y un régimen autoritario que no termina de desaparecer —y que incluso pareciera que tiende a retornar con fuerza inusitada—. Lo anterior ha derivado en la emergencia de una esfera política fragmentada y heterogénea, así como en la aparición de significativas manifestaciones de un malestar con la política, sobre todo entre la población joven. El desencanto que (en)marca la cultura política de buena parte de estos jóvenes pone en evidencia que la relación entre Estado y Sociedad se ha tensado de manera inexorable. Es precisamente esta tensión la que permite argumentar la existencia simultánea de diversas culturas políticas. En este documento nos interesa destacar, sobre todo, aquellos rasgos de corte pragmático, los cuales conviven con expresiones tanto de disidencia como de pertenencia, en la relación que se establece entre la esfera pública y la juventud. Para entender el proceso de construcción de la democracia en tal situación de tensión, en este documento se plantean, con base en los argumentos de Touraine,17 Melucci18 y Zemelman,19 algunas hipótesis de trabajo que nos sirven de guía. Una de ellas indica que, en primera instancia, la visión [simplista] que plantea 17

Cfr. Alain Touraine. ¿Qué es la democracia?, Fondo de Cultura Económica, México, 2000.

18

Cfr. Alberto Melucci. Acción colectiva, vida cotidiana y democracia, El Colegio de México, México, 1999.

19

Cfr. Zemelman, Hugo, op. cit., 1989.

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una dicotomía entre Estado y sociedad civil resulta insuficiente para explicar una «realidad» [política] en extremo compleja. Esto se debe tanto a la creciente multiplicación de los sistemas de representación no tradicionales (i. e. altermundismo, tecnopolítica), como a los problemas de legitimación de los sistemas de representación formales (i. e. crisis de los partidos políticos). Ello implica una pluralización y un desplazamiento de los centros de toma de decisiones, así como de una diversificación de los actores que se involucran en las dinámicas de dichos centros. En la medida en que éstos se trasladan a la esfera de la vida cotidiana (i. e. incrementos de formas alternas de involucrarse con lo político), toma importancia considerar las prácticas, las actitudes, los valores y las ideologías en el contexto de dicha esfera, así como los vínculos que de ahí se tienden hacia la institucionalidad vigente.20 En este contexto, sería erróneo considerar que [el proceso de construcción social de] la democracia se refiere únicamente a la competencia por el acceso a los recursos gubernamentales, o que aquélla se reduce al momento electoral. Lo anterior sólo plantea una especie de ideal del deber ser: en sociedades como la nuestra, lo democrático requeriría condiciones que permitiesen que los individuos y los grupos sociales fuesen reconocidos por lo que son o por lo que desean ser. En este sentido, la alternancia partidista es una condición necesaria pero no es suficiente. La formación, el mantenimiento y la alteración de una identidad 20

Cfr. Lewkowicz, op. cit. En términos de la discusión que se abordará en el primer capítulo de este trabajo [tradi-

ción/modernidad/postmodernidad] puede decirse que la tendencia postmoderna en las ciencias sociales anuncia la desaparición del Estado en tanto constructor de subjetividades. El análisis de lo que ocurre en los mundos juveniles permitiría ingresar en la discusión al poner en duda dicho argumento.

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política autorreflexiva, es decir, una ciudadanía plena, precisaría de espacios sociales libres de control y represión. De este modo, la libertad de pertenecer a una identidad política, y la posibilidad de contribuir a la definición de ésta supondría la libertad de ser representado, pero no se reduciría exclusivamente a eso. La habilitación de una identidad tal y una ciudadanía consolidada requerirían de la creación de esferas deliberativas que redujeran la tensión, por ejemplo, entre democracia y autoritarismo. De ahí la insuficiencia de analizar los procesos democráticos considerando únicamente la dimensión electoral, por lo que se precisa desplazar el enfoque al estudio de lo que ocurre en la esfera de la vida cotidiana. De lo anterior se deriva otra hipótesis de trabajo: el campo de lo político está atravesado por un proceso de recomposición que desborda lo formalmente institucionalizado. Los sujetos transindividuales y las grandes movilizaciones sociales de antaño se han ido disolviendo en una red compleja de interacciones y flujos.21 Para dar cuenta de ello se requiere reconocer que no sólo los apocalípticos y los integrados, sino la diversidad juvenil en general, juegan un papel definitivo en el proceso de democratización por el que debería atravesar nuestro país. Y no precisamente desde el supuesto que sitúa a los jóvenes como el sujeto de cambio por excelencia, sino desde la problematización de dicho supuesto. Así, hay sectores juveniles que no necesariamente impugnan el poder formal ni que tampoco están integrados a él y, que sin embargo, se mueven. Volveremos hacia el final de este texto sobre este punto. Pero por el momento vale la pena decir 21

Cfr. J. Igor Israel González Aguirre. “(Re)pensar el desacato. Nuevas formas de movilización social en México”,

en María Guadalupe Moreno y Jaime Tamayo (coords.). Procesos políticos y revolución, Universidad de Guadalajara, México, 2012.

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que el #YoSoy132 es quizá uno de los ejemplos más visibles de ello. Las culturas políticas de los jóvenes jaliscienses podrían explicarse, en buena medida, más que por una apatía con respecto a lo político, por la diversidad de contextos en los que los jóvenes se desenvuelven, y desde los cuales algo se tematiza, o no, como político. Ello no quiere decir que se abandone la idea del sujeto. Más bien, lo que se plantea en este trabajo es un retorno a dicho sujeto, pero no en un sentido cartesiano y trascendental: lo político ya no constituiría una sustancia firme en la cual es posible plantar raíces. Los sujetos se encuentran frente a situaciones abiertas, paradójicas y contingentes que muestran la existencia de ámbitos de indeterminación y grados de libertad. En este sentido, la subjetividad se torna en una «subjetividad política».22 En tanto lugar desde donde se semantizan los procesos sociales, el posicionamiento de los sujetos juveniles alrededor de las tramas de la vida cotidiana se torna un elemento analítico clave para entender el proceso de construcción de la democracia y sus vicisitudes. Así, quizá como nunca antes, el campo político constituiría cada vez más un elemento crucial para la organización de las sociedades contemporáneas, ya que de un modo u otro aquél incide virtualmente en todas las áreas de la vida social/ cultural cotidiana. No obstante, hay un cambio fundamental, que tiene que ver con la lógica bajo la que opera dicho campo. De manera específica, nos referimos a aquellos aspectos que aluden a los nuevos «estilos» y «sistemas» de gobierno y cómo éstos re–configuran las relaciones entre individuo/grupos/sociedad y

22

Cfr. Slavoj Žižek. Porque no saben lo que hacen. El goce como factor político, Paidós, Argentina, 1998. Véase también,

del mismo autor, El espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política, Paidós, Argentina, 2001a.

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Estado (i. e. la supuesta transición mexicana a la democracia); cuáles son las nuevas estructuras a través de que la política funciona (i. e. los movimientos sociales más contemporáneos, tales como la tecnopolítica, el feminismo, el ecologismo o el lésbico–gay); cuáles son los discursos y las agencias mediante las que la política y lo político23 se articulan (i. e. los medios de comunicación, y la massmediatización y la YouTube-ización de lo político). De este modo, los y las jóvenes, con su hacer —y su no hacer—, con el sentido de sus acciones, y en su relación con la esfera pública, se constituyen como uno de los actores cruciales del proceso de construcción social de la democracia. Y a la inversa: en la subjetivación de lo político se erigen referentes importantes para la arquitectura de las identidades y las culturas políticas juveniles. Finalmente, cabe señalar que otra hipótesis de trabajo para estas reflexiones plantea que para buena parte del sector poblacional que constituye el núcleo de este documento (jóvenes entre 15 y 29 años),24 la democracia y la política aparecen como algo 23

Con respecto a la diferencia entre lo político y la política, autores como Slavoj Žižek señalan que esta última puede

verse como un complejo social separado, como un subsistema social de relaciones sociales, el cual está en interacción con otros subsistemas (i. e. la economía). Por otra parte, lo político es un «momento de apertura», de indecibilidad, en el cual se cuestiona el principio estructurante o la forma fundamental del pacto social. De esta manera, la dimensión política estaría doblemente inscrita: por una parte, dicha dimensión es un momento del todo social, uno más entre sus subsistemas. Por otra parte, también es el «terreno» en el que se decide el destino, en el que se define un nuevo pacto. Cfr. Slavoj Žižek, op. cit., 1998, p. 253. Aludimos a esta diferenciación debido a que permite conceptuar tanto la arista objetiva/institucionalmente formalizada de la cultura política, como el surgimiento de vías alternas de acción social. Véase también el trabajo de Zemelman, op. cit., 1989. 24

La Ley Orgánica del Instituto Mexicano de la Juventud define a los jóvenes como aquella población comprendida

entre los 12 y los 29 años. Para los fines prácticos de este trabajo, hemos preferido restringir este rango a las personas entre los 15 y los 29 años de edad. Esto es así porque consideramos que de acuerdo con el tema abordado en nuestro estudio, era más probable que los sujetos ubicados dentro del rango de edad señalado tuviesen mayores vínculos con la esfera pública. En este sentido, pensamos que la población de entre 12 y 14 años (aún cuando está dentro de la categoría de «joven») enfrenta realidades distintas que aquella situada entre los 15 y los 29 años.

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distante, que ocurre en esferas que les resultan lejanas, evanescentes. Esto se debe, en cierta medida, a una «oferta estatal» homogénea, la cual resulta desfasada de las realidades y diversidades juveniles. Ello ha configurado distintas culturas políticas (que no son sólo integradas, o sólo apocalípticas, sino que transitan/ se desplazan entre ambos extremos). Así, la construcción de lo político hecha por los jóvenes estaría semantizada a partir del lugar que dicho campo ocupa en el ámbito de sus vidas cotidianas, de su experiencia.25 La política estaría asociada con elementos tales como el control social, la corrupción, la falta de representatividad juvenil en los espacios públicos, entre otros. Desde esta perspectiva, la vida cotidiana de los jóvenes que no son ni apocalípticos ni integrados es tomada en cuenta tradicionalmente por la política sólo en las coyunturas electorales. En última instancia, lo anterior se replica entre otros sectores de la sociedad, abriendo una brecha inmensa en la relación entre gobernantes y gobernados. Todo esto ha redundado en la factura de una democracia incompleta, distante, que se refleja tanto en la percepción que de ello tiene la población, como en el mismo sistema político en sí. Para acceder al análisis de la problemática esbozada en los párrafos anteriores, en este trabajo se privilegian las prácticas y la discursividad de los actores. Las fuentes a las que se recurre son de diversa índole: grupos de discusión y

Además, la delimitación etaria que llevamos a cabo tiene como objeto hacer compatible nuestra información con la proporcionada por el INEGI en sus distintas fuentes. La citada Ley puede consultarse en http://info4.juridicas. unam.mx/ijure/tcfed/89.htm?s= 25

Cabe aclarar que la relación no funciona en sentido contrario, es decir, el lugar que ocupan los jóvenes en el espa-

cio social/campo político no necesariamente determina sus modos de vincularse con lo público.

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entrevistas con jóvenes jaliscienses; entrevistas con actores gubernamentales; las Encuestas Nacionales de la Juventud, realizadas en el año 2000 y en el 2010; otras encuestas relacionadas con la cultura política y las prácticas ciudadanas en México; Censos de INEGI; documentos, planes e informes emanados de las tres órdenes de gobierno, así como de otras instituciones relacionadas con la juventud; publicaciones periódicas; películas y otros medios visuales; observación participante; literatura —académica y no académica—, entre otras. El enfoque que se utilizó en esta investigación está (des)centrado en el actor, por lo que la «hermenéutica profunda»26 servirá de estrategia para articular las técnicas anteriores. Cabe mencionar que no se busca con ello delimitar una población «estadísticamente representativa» que dictamine aquello que constituye a la «juventud jalisciense». Lo fundamental radica en «ampliar» al máximo el campo de las diversidades, sin olvidar con ello las regularidades generacionales expresadas en discursos repetitivos que marcan, en el contexto de una investigación, un umbral en la adquisición de nuevas informaciones.27 Al utilizar herramientas como la observación participante, los grupos de discusión y las entrevistas, lo que se tiene, pues, es el tránsito de una representatividad estadística a una significación sociocultural. Autores como Bernard señalan que los grupos de discusión permiten el acceso al discurso social a

26

Cfr. John B. Thompson. Ideología y cultura moderna. Teoría crítica social en la era de la comunicación de masas,

UAM-Xochimilco, México, 1993. 27

Cfr. Feixa Pàmpols, Carles “Los espacios y los tiempos de las culturas juveniles”, en Gabriel Medina Carrasco

(comp.) Aproximaciones a la diversidad juvenil, El Colegio de México, México, 2000, p. 47.

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partir del tratamiento grupal de temáticas y tópicos particulares.28 Feixa, por su parte, argumenta que las entrevistas se revelan como afirmaciones de identidades culturales. De modo que al conjuntar estas herramientas metodológicas podemos decir que la experiencia real es asumida en el horizonte simbólico, seleccionada e interpretada con base en él. Aunque cabe mencionar que tanto las entrevistas como los grupos de discusión conllevan una carga de aspectos simbólicos y fabulatorios que conviene tomar en cuenta para aplicarles ciertas «normas de control». Aunado a ello, a manera de nota metodológica, y tomando como cimiento algunos planteamientos esbozados por Marcial,29 Monsiváis30 y Feixa31, es preciso decir que se agruparon los discursos producidos por los participantes en esta investigación en distintos periodos que corresponden a eventos que marcan el fluir de la discursividad social (i. e. la represión acaecida el 28 de mayo del 2004). Estos periodos son vistos como referentes de las identidades [emergentes a partir] de los saberes y capacidades discursivas de los actores. Esto es contrastado con distintos marcos o ejes temáticos: marcos 28

Cfr. Rusell H. Bernard. Research Methods in Anthropology. Qualitative and Quantitative Approaches, Altamira Press,

EUA, 1995, p. 224-236. El mencionado autor argumenta que la medida pertinente de los grupos de discusión oscila entre los 6 y los 12 participantes. Esto es así porque un grupo demasiado pequeño puede ser copado por uno o dos individuos, mientras que un grupo grande resulta poco manejable. Una composición de ocho integrantes resulta ideal. 29

Cfr. Marcial, op. cit., 2002. Véanse también Rogelio Marcial Vázquez. Desde la esquina se domina. Grupos juveniles:

identidad cultural y entorno urbano en la sociedad moderna, El Colegio de Jalisco, México, 1996; Rogelio Marcial Vázquez. Jóvenes y presencia colectiva. Introducción al estudio de las culturas juveniles del siglo XX, El Colegio de Jalisco, México, 1997. 30

Cfr. Carlos A. Monsiváis Carrillo. La democracia ajena. Jóvenes y constitución de la ciudadanía en Baja California,

Tesis Doctoral, El Colegio de la Frontera Norte, México, 2003. Véase también, Carlos A. Monsiváis Carrillo. Vislumbrar ciudadanía. Jóvenes y cultura política en la frontera noroeste de México, El Colegio de la Frontera Norte/PyV, México, 2004a. 31

Carles Feixa Pàmpols. El reloj de arena. Culturas juveniles en México, Causa Joven/SEP, México, 1998.

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institucionales —o las doxas provenientes principalmente del Estado y otras instituciones—; episódicos —o relatos articulados por acontecimientos reales o simbólicos—; espaciales —o descripciones de determinados lugares—; biográficos —o fragmentos de historias de vida particulares—. De este modo, el contraste y la vinculación entre las identidades y los ejes temáticos permitirán dar cuenta de las rupturas y continuidades en las formas de vida y las visiones del mundo construidas por los sujetos de estudio. En este contexto, la «naturaleza subjetiva» del enfoque centrado en el actor no es una limitación para la investigación, sino más bien, un aliciente. Tal como lo señala Feixa:32 la memoria no es un depósito de hechos, sino una matriz de significados y valores, de silencios, de errores, de repeticiones. Ahora bien, aún cuando los discursos —generados a partir de grupos de discusión y entrevistas— constituyan unos índices privilegiados para la elaboración de esta obra, ello no implica que se renuncie a verificar la información aportada por los actores o sujetos de estudio. En este sentido, autores como Feixa sugieren, como primer control, el contraste entre informantes diferentes que nos hablan de los mismos sucesos o periodos (este argumento es cercano a la contrastación intersubjetiva sugerida por Weber). Otro de estos «controles» radica en la coherencia interna de los relatos, así como en la explicitación del marco histórico del que narra. Ello permite relativizar (no hay que temerle al término) y contextualizar las opiniones vertidas por los actores. Un control más alude a la utilización de otras fuentes que se tengan al alcance, por ejemplo, censos, 32

Cfr. Feixa Pàmpols, Carles “Los espacios…”, en Gabriel Medina Carrasco, op. cit., p. 48.

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encuestas, prensa, literatura, etc.33 La observación participante, en la medida en que permite contrastar las prácticas y los discursos de los actores se torna relevante, también, como una forma de vigilancia epistemológica.34 Finalmente, no está de más plantear que en este trabajo se toma como base general la teoría de la estructuración propuesta por Giddens.35 Ello con el objeto de romper con las visiones ortodoxas kantianas-cartesianas que privilegian la dicotomización de «la realidad» (i. e. entre objeto y sujeto; entre actor y estructura; entre Estado y Sociedad; entre jóvenes apocalípticos e integrados). El mencionado autor afirma que con la teoría de la estructuración no se intenta crear una nueva ortodoxia que reemplace a la ya existente. Por el contrario, el objeto de esta teoría es considerar tanto las carencias del consenso ortodoxo como el significado de las nuevas ideas que se generan en torno de la teoría social. Giddens aclara que para él, dicha teoría abarca aquellos temas relacionados con la naturaleza de la acción humana y los actos en sí mismos; comprende también el cómo debe ser conceptualizada la interacción; las relaciones de ésta con las instituciones; y las formas de retomar las connotaciones prácticas del análisis social. Para hacer operativo lo anterior se requiere abordar el «objeto» de estudio —en nuestro caso, la construcción social de la democracia— desde un enfoque 33

Ibíd.

34

De acuerdo con Bernard, puede decirse que la observación participante resulta crucial para el entendimiento de

lo social. Bernard, op. cit. 35

Cfr. Anthony Giddens. The Constitution of Society. Outline of the Theory of Structuration, University of California

Press, 1986, EUA. Cabe mencionar que existe una traducción en español, titulada La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la estructuración, Amorrortu, Argentina, 1995. Para esta investigación preferimos utilizar principalmente la versión en inglés, porque nos parece que el trabajo de traducción hecho por José Luis Etcheverry para Amorrortu es bastante deficiente.

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centrado en el actor —los jóvenes—. Para llevar esto a territorios más concretos, recurrimos a los planteamientos de autores como Crozier/Friedberg36 y Arce/ Long37, los cuales proponen, en términos generales, que el conocimiento está constituido a partir de las formas en las que las personas categorizan, codifican, procesan e imputan el significado de (y a) sus experiencias. Esto claramente entra en consonancia con la base de la teoría de la estructuración. Para fundamentar todo esto, se contrastarán los argumentos con las propuestas de autores como Bourdieu38 y Habermas.39 Lo anterior tiene como propósito constituir un marco para la categoría analítica de «jóvenes» y el concepto de «cultura política» en tanto herramientas heurísticas. En este contexto se entiende, en primer lugar, que dentro de los límites de este documento, la categoría de joven refiere a la población ubicada entre los 15 y los 29 años. Sin embargo, el ámbito etario no agota el ser joven. También se plantea que la condición juvenil es una construcción situada histórica y espacialmente. Ésta se articula en torno a las relaciones de poder y las diferencias sociales. De este modo, los sentidos y las experiencias juveniles estarían delineados por el significado de una etapa etaria de los sujetos, más que por un conjunto de atributos adjudicables a determinadas edades. Desde esta perspectiva, la noción de «juventud» alude a 36

Cfr. Michel Crozier y Friedberg Erhard. El actor y el sistema. Las restricciones de la acción colectiva, Alianza, Mé-

xico, 1990. 37

Cfr. Alberto Arce y Norman Long. “The dynamics of Knowledge. Interfaces Between bureaucrats and peasants”,

en Long, Norman (ed). Battlefields of knowledge. The interlocking of theory and practice in social research and development, Routledge, Nueva York, 1992. 38

Cfr. Pierre Bourdieu. Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Anagrama, Barcelona, España, 1997.

39

Cfr. Jürgen Habermas. Teoría de la acción comunicativa. Crítica a la razón funcionalista. Tomo II, Taurus, México,

(1981)2002.

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una forma de diferenciación social que se constituye como un sistema de actos discursivos. Éstos postulan y construyen el sentido de la edad como un marco para «semantizar» ciertos procesos y experiencias sociales. Así, la juventud sería un conjunto de sistemas de significación que se vinculan con diversos ámbitos (i. e. sociales, políticos, culturales), es decir, un constructo social. En este sentido, el ser joven referiría a la adopción de «posiciones de sujeto» en circunstancias concretas. Para llegar a lo anterior, el diálogo se establece con diversos autores, entre los que destacan Rogelio Marcial40 y Alejandro Monsiváis,41 —sin excluir a Rossana Reguillo, Manuel Valenzuela, y otros— por la cercanía del tema de esta investigación con los estudios realizados por los mencionados autores. En lo que refiere a la noción de cultura política, la referencia obligada la constituye la obra pionera realizada a mediados del siglo XX por Almond y Verba.42 Pero el diálogo también se efectúa con otros autores, trabajos y perspectivas que han analizado la temática en el seno de nuestro país. De entre ellos se destacan los trabajos de Will G. Pansters,43 Víctor Manuel Durand,44 Jacqueline Peschard,45 y Esteban Krotz,46 entre otros. Así, se entiende que la cultura política puede ser 40

Marcial, op. cit., 2002.

41

Cfr. Monsiváis, op. cit., 2003.

42

Cfr. Gabriel A. Almond, y Sidney Verba. The Civic Culture. Political Attitudes and Democracy in Five Nations, SAGE,

Londres, [1963]1989. 43

Cfr. Will G. Pansters. “Valores, tradiciones y prácticas; reflexiones sobre el concepto de cultura política (y el caso

mexicano)”, en Marco A. Calderon Mólgora et al (eds.) Ciudadanía, cultura política y reforma del Estado en América Latina, El Colegio de Michoacán/IFE Michoacán, México, 2002. 44

Cfr. Víctor Manuel Durand Ponte. Ciudadanía y cultura política en México, 1993-2001, Siglo XXI, México, 2004.

45

Cfr. Jacqueline Peschard. La cultura política democrática, Cuadernos de divulgación de la Cultura Democrática,

IFE, México, 1995. 46

Cfr. Esteban Krotz (coord.) El estudio de la cultura política en México (perspectivas disciplinarias y actores políticos),

CONACULTA; CIESAS, México, 1996.

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vista como las prácticas, actitudes, valores, ideologías, objetos y expresiones significativas orientadas políticamente, las cuales están en relación con los contextos y procesos históricamente específicos, y estructurados socialmente en torno al ejercicio del poder. La cultura política también alude a los medios por los que los elementos enumerados se producen, se transmiten y se reciben. En términos generales, estos son los dos grandes ejes heurísticos que guían esta obra. Así, el libro se divide en tres grandes partes. La primera se titula Apuntes para un estado del arte. Ésta consta de dos capítulos. En el primero se sientan las bases teórico conceptuales que servirán de marco para los argumentos expuestos a lo largo de todo el texto. De manera específica se revisan los planteamientos de la teoría de la estructuración, tal como ésta es presentada por Giddens. Se ponen de relieve los enfoques (des)centrados en el actor, y se hace énfasis en la reflexividad y el modo en que ésta incide sobre la estructuración de la sociedad, y viceversa. En el segundo se discuten críticamente los dos conceptos centrales para este libro, es decir, la juventud y la cultura política. Para ello se retoman las ideas plasmadas en el capítulo primero. En conjunto, ambos capítulos representan el posicionamiento epistemológico que guía el entramado de esta obra. La segunda parte se denomina Políticas de la resignificación/resignificaciones de lo político. Ésta se compone también de dos capítulos. En el primero se analiza el modo en que se ha construido institucionalmente la imagen de la juventud en nuestro país. Lo anterior tiene la intención de poner de relieve el carácter altamente centralizado de este proceso. En concreto, se postula que buena parte de dicho imaginario hunde sus raíces en el México decimonónico y ha ido de la

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mano de la institucionalización de la educación. En el segundo de los capítulos se exponen los discursos obtenidos a partir de varios grupos focales y entrevistas realizadas durante el periodo de trabajo de campo que sirve de insumo a este documento. Ahí se desglosan algunos de los núcleos temáticos en los que convergen la estructura y el actor, y que permiten efectuar lecturas en clave política de la esfera cotidiana de los jóvenes que participaron aquí. Por último, la tercera parte, denominada Reflexiones finales (coda al exordio) presenta las conclusiones a las que se arribó luego del trashumar por las diferentes aristas desde las que se tematiza lo político entre los jóvenes. En fin, a grandes rasgos, con este libro se pretende colocar sobre la mesa de debate una invitación a repensar el modo en que se concibe el campo político en un país como el nuestro. También se busca aportar elementos para hacer una lectura en clave política en torno a la aparente apatía y el desgastante malestar con respecto a la dimensión formalmente instituida de lo político entre la juventud de la ZMG. Creemos que atreverse a lo anterior constituye una vía para comprender con mayor profundidad la arquitectura de una democracia como la nuestra.

Zapopan, Jalisco. Junio del 2014.

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Primera Parte. [Apuntes para un] estado del arte

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1. Metástasis del tiempo: ¿tradición: modernidad: postmodernidad? We no longer believe that human destiny is a plaything for spirits, good and evil, or for the machinations of the Devil. There is nothing to prevent our making the earth a paradise again —except ourselves—. The scientific age has dawned, and we recognize that man himself is the master of his fate, the captain of his soul. He controls the course of his ship, and so, of course, is free to navigate it into fair waters or foul, or even to run it on the rocks. Sir James Jeans

Trashumancias conceptuales

Sin duda, con el advenimiento de la modernidad se erosionaron las certezas de una tradición que hasta entonces parecía inmutable. La desaparición del «Paraíso» qua metáfora de lo religioso abrió la vía para la construcción de un proyecto volcado hacia el futuro y centrado en el ser humano. El itinerario del Yo en la modernidad tendría como puertos de llegada la creación de sujetos autosuficientes, el establecimiento de la solidaridad entre mundo y palabra. Una mayor racionalidad en todos los campos de la vida posibilitaría el progreso, en tanto meta última del ideal emancipatorio del proyecto modernizador. Es innegable, pues, que los contornos de la modernidad han atravesado los límites de toda geografía, etnia, nacionalidad o ideología. Desde la urbanización a gran escala hasta el papel

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crucial de la ciencia y la tecnología; desde la emergencia de los Estados nacionales hasta la creciente adopción de regímenes democráticos en todo el orbe, se pone de relieve la mundialización de los procesos que dan cuerpo a lo moderno.47 A raíz de la creciente diferenciación de los diversos sectores de la vida social se posibilitaría la creación de distintas esferas con fronteras supuestamente bien delimitadas (i. e. la ciencia, la moral y el arte). Tal como se condensa en el epígrafe que abre esta sección, la esperanza de la modernidad radicaba en la autonomía de dichas esferas. Ello permitiría la especialización en los distintos campos del saber y, por ende, el desarrollo y el progreso guiados por la luz de una Razón providencialista. La técnica desplazaría, pues, a la metafísica y la teología en tantos elementos proveedores de sentido, consolidando así los ideales emancipatorios del proyecto moderno.48 Pero el aumento en la racionalización 47

En Habermas se encuentra expresada, quizá en su forma actual más refinada, el discurso de la modernidad. Éste

consistía en la correspondencia positiva entre una cultura científica y una sociedad ordenada de individuos libres de toda coacción. La relación entre la acción humana y el orden del mundo estaría fundamentada en el triunfo de la Razón. De lo anterior se deriva lo que para Habermas constituyen las tres grandes dimensiones de la cultura: las estructuras de la racionalidad cognoscitiva-instrumental, de la moral-práctica y de la estética-expresiva. Cada una de estas estructuras se subsumiría a especialistas que aparecían como más diestros en el ámbito de la lógica de aquellas, con el objeto de “…liberar los potenciales cognoscitivos de cada uno de estos dominios de sus formas esotéricas”. Con ello se lograría utilizar la acumulación de los saberes para la organización racional de la vida cotidiana. Era firme la expectativa que se tenía acerca de las artes y las ciencias, ya que ambas promoverían tanto el control de las fuerzas naturales como la comprensión del mundo, de la justicia, y sobre todo, de la felicidad de los seres humanos. En suma, Habermas observa que el proyecto de la modernidad esbozado en el siglo XVIII por los filósofos de la ilustración consistió en una serie de esfuerzos encaminados a desarrollar una ciencia objetiva, una moralidad y leyes universales, así como un arte autónomo acorde con sus propias lógicas internas. Cfr. Jürgen Habermas. “La modernidad, un proyecto incompleto” en Hal Foster et al. La posmodernidad, Kairós, Colofón, México, 1988, p. 28. 48

Tanto la fe religiosa como el racionalismo ilustrado han pretendido descubrir la naturaleza intrínseca del ser

humano. Quizá desde Hegel, el giro historicista que operó sobre todo en el campo de la filosofía ha intentado desprenderse de las explicaciones metafísicas o teológicas aduciendo que no existe un elemento anterior a la historia que sea definitorio de lo humano. Al respecto, autores como Rorty han señalado que ello ha producido una escisión dentro de las ciencias sociales. El mencionado autor argumenta que algunos pensadores que han permanecido fieles

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de casi todos los aspectos de la vida dejó tras de sí una estela de profundo desencanto: el sentido ya no estaría dado por una entidad etérea e inasible (i. e. Dios; el Espíritu), sino por la Ciencia. En adelante, la modernidad se convertiría en el faro y guía de los destinos de la humanidad, dándole así una dirección a la Historia. Más que una simple operación gramatical, la escritura con mayúscula de estas «grandes palabras» implicaba que el velo místico que cubría al mundo había sido corrido; el ser humano ocuparía, en adelante, el centro del escenario. Así, la tesis fundacional de la modernidad, tal como lo ha destacado Touraine, anunciaba que la humanidad: “…al obrar según las leyes de la razón, avanza a la vez hacia la abundancia, la libertad y la felicidad”.49 En este contexto, puede decirse que, al igual que ocurre con el tiempo, la categoría de modernidad avanza negándose y se niega avanzando —asegura Valenzuela en su lúcido análisis—.50 Bajo un concepto que abarca un abanico histórico a la Ilustración perciben que la pugna entre ciencia y religión aún tiene vigencia. Mientras tanto, existen otros que consideran que la Verdad es algo que se descubre y no algo que se construye. Aludir a esta discusión es importante en la medida en que se conecta con los enfoques que han intentado unir lo público con lo privado al considerar que las fuentes de la realización privada y las de la solidaridad humana son las mismas. En términos del análisis del campo político puede decirse que, por una parte, los historicistas en los que predomina el deseo de creación de sí mismo consideran que la socialización es contraria a la construcción de un Yo profundo. Por otra parte, los historicistas en los que es mayor el deseo de una comunidad más justa y más libre piensan que el deseo de perfección privada es irracional. En el primer rubro se sitúan autores como Heidegger o Foucault. En el segundo estarían, por ejemplo, Dewey y Habermas. Cfr. Richard Rorty. Contingencia, ironía y solidaridad, Paidós, España, 1991, pp. 16-25. 49

De manera específica, en un primer acercamiento a lo que será su crítica de la modernidad, Touraine se interroga

lo siguiente: “¿En qué medida la libertad, la felicidad personal o la satisfacción de las necesidades son racionales? Admitamos que la arbitrariedad del príncipe y el respeto de las costumbres locales y profesionales se opongan a la racionalización de la producción y que ésta exija que caigan las barreras, que retroceda la violencia y que se instaure un estado de derecho. Pero esto nada tiene que ver con la libertad [el ideal emancipatorio de la modernidad], la democracia y la felicidad individual…”. Cfr. Alain Touraine. Crítica de la modernidad, Fondo de Cultura Económica, México, 1995, p. 9. 50

Valenzuela indica que no hay que perder de vista esta distinción entre modernidad, modernismo y moderniza-

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extendido desde el renacimiento hasta nuestros días cohabitan el conservadurismo y la ruptura. Así, no resulta extraño que la modernidad sea un fenómeno aparejado con la idea de crisis: se busca aprehender un presente que resulta inasible mientras que la razón iluminista deviene en irracionalidad. El mencionado autor plantea que la idea de modernidad sigue la lógica de «renacimientos» y «retornos», es decir, la linealidad histórica que transita por la vía de la superación: confianza en el desarrollo industrial y tecnológico; el progreso como certeza social. Aunque cabe aclarar, junto con Valenzuela, que la idea de modernidad vinculada con el progreso no alude necesariamente a una posición económica. Más bien, la modernización remitiría a los procesos económicos, mientras que el modernismo refiere al ámbito cultural.51 Modernidad, modernismo y modernización constituyen, pues, la triada que marca la historia de occidente, una mixtura en la que, desde una especie de nostalgia del porvenir, el hoy nos habla como si fuera el ayer y viceversa, es decir, somos testigos de una especie de metástasis del tiempo. Por otra parte, autores como Berman han sugerido que la modernidad cumpliría el papel aglutinante y unificador de la humanidad entera. Sin embargo, tal unidad resultaría, en última instancia, paradójica: a la vez que lo vinculaba, arrojaba al ser humano a una vorágine de perpetua desintegración y renova-

ción. El mencionado autor argumenta que, por ejemplo, existen dos ideas fundamentales que constituyen el núcleo de las teorías de la modernización. La primera alude a una visión de la historia como una serie de etapas (i. e. de lo tradicional a lo moderno). La segunda remite a la penetración de los patrones culturales, actividades, capital, medios de comunicación, etc., de los países desarrollados hacia aquellos en vías de desarrollo. Valenzuela Arce. “Modernidad, postmodernidad y juventud”, en Revista mexicana de sociología, núm. 1, año LIII, enero-marzo, 1991, pp.167-175. 51

Ibid.

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ción; al tiempo que se universalizaba, también generaba ambigüedad y angustia constantes. Si para Rimbaud, desde la poesía, había que ser «absolutamente modernos» abandonándose al flujo de esta vorágine,52 para Berman —aludiendo a la quizá más famosa frase de Marx—, ser modernos implicaría formar parte de un universo en el que «todo lo sólido se desvanece en el aire».53 Así, tras los primeros destellos de la luz de la razón quedaba el rastro de un oscuro escepticismo: con las rupturas que produjo el pensamiento moderno sobrevino el descubrimiento de que el orden humano era vulnerable, contingente y carente de certidumbres. Ello tuvo como respuesta el ideal de una ciencia unificada de la sociedad, la cual tendría como propósito brindar certezas, y hacer del orden algo confiable y obligatorio. Se problematizaría y se resolvería lo contingente y lo azaroso. El desarrollo y el progreso de la humanidad estarían guiados por un programa fuerte de las ciencias humanas.54 Volveremos posteriormente sobre este punto. Por ahora basta decir que es precisamente en este desplazamiento —en esta discontinuidad— en la que se inscribe el importante debate entre lo tradicional, lo moderno y lo postmoderno con los enfoques trazados desde la academia.

52

Cfr. Arthur Rimbaud. Hay que ser absolutamente moderno, Mondadori, España, 1998.

53

Cfr. Marshall Berman. Todo lo sólido se desvanece en el aire, Siglo XXI, México, 1989, p. 2.

54

El programa fuerte de la ciencia social puede resumirse, en palabras de Laplace, como “[una] inteligencia que en

un momento determinado conociera todas las fuerzas que animan a la naturaleza, así como la situación respectiva de los seres que la componen, si además fuera lo suficientemente amplia como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos. Todos los esfuerzos del espíritu humano por buscar la verdad tienden a aproximarlo continuamente a la inteligencia que acabamos de imaginar”. Laplace, cit. pos. Abraham A. Moles. Las ciencias de lo impreciso, Porrúa, México, 1995, p. 37.

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Ahora bien, desde una perspectiva que demarca una franca oposición con respecto a lo anterior, existen autores como Lyotard.55 Éste ha sugerido que el ideal emancipatorio inherente al proyecto de la modernidad le ha dado forma a un Gran Relato, es decir, una metanarrativa que se mitificó a sí misma. Esto fue así en la medida en la que el proyecto de la modernidad se fundamentó en una concepción lineal y teleológica, desde la cual la humanidad progresaría hacia la plenitud del Ser. Según Lyotard, ante el estrepitoso fracaso de la modernidad, es posible observar la instauración de un nuevo orden que está más allá de lo moderno. Así, la condición postmoderna —como la llama Lyotard— es definida como el escepticismo hacia las metanarrativas, es decir, hacia las verdades presuntamente universales que propugnaban, a partir de la autonomía de las esferas del saber, la liberación de la humanidad.56 Si en lo moderno la razón ocupó el lugar de lo divino y un Sujeto omni-comprensivo era el centro del futuro, con el advenimiento de la postmodernidad operaba un giro significativo: de la Historia se transitó a las historias; la Razón sería de ahora en adelante sólo, y cuando mucho, racionalidad instrumental; estallaría toda certeza, dejando tras de sí un inenarrable vacío. El Sujeto se convertiría en una multitud de subjetividades descentradas, desancladas, carentes de toda ontología.

55

Cfr. Jean-François Lyotard. La condición postmoderna. Informe sobre el saber, Cátedra, España, 2000, p. 35 y si-

guientes. 56

El mismo Lyotard, con sus comentarios acerca de la forma en que procedió para redactar La condición posmo-

derna, ha elaborado lo que a nuestro parecer resulta uno de los argumentares posmodernos más representativos, ya que ilustra la ambivalencia del pensamiento posmoderno. Lyotard dice: “Me inventé historias, me refería a una cantidad de libros que nunca había leído, y por lo visto, impresionó a la gente; todo eso tiene algo de paranoia…”. cit. pos. Perry Anderson. Los orígenes de la posmodernidad, Anagrama, España, 1998, p. 40.

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De manera similar, Touraine ha sugerido que la afirmación de que el progreso consiste en el avance hacia la abundancia, la libertad y la felicidad no es más que una ideología que ha sido constantemente desmentida por la historia. Así visto, resulta insuficiente plantear que los elementos que cohesionan la sociedad moderna —la autoridad legal racional, la economía de mercado, la democracia, la libertad, entre otros— están unidos por la fuerza de la razón. Por el contrario, para Touraine estos elementos están ligados por su lucha común contra la tradición y la arbitrariedad. En este sentido —subraya el autor—, la liberación de los controles y de las formas tradicionales permite la felicidad pero no la asegura; apela a la libertad sólo para someterla a la organización de la producción y el consumo. En última instancia, nos dice Touraine, el reinado de la razón consiste en la dominación creciente del sistema sobre los actores: “…en todos los casos esta modernidad, sobre todo cuando apela a la libertad del sujeto, tiene la finalidad de someter a cada uno de los intereses del todo…”.57 Como se verá más adelante, aludir a este debate aparentemente abstracto no es gratuito. Ello se debe a que las repercusiones que ha tenido, tanto en el mundo académico como en la arquitectura de la esfera pública, no son de orden menor. Más que una consecuencia marginal, lo anterior es un elemento constitutivo de la vida social actual. La tensión entre lo moderno y lo posmoderno se conecta con la prevalencia de dos grandes enfoques que sirven de marco para el estudio de lo social. Así, en principio, puede decirse que el estado del saber estaría frente a una encrucijada. Por una parte se tendría la alternativa positivista que encuen57

Cfr. Touraine, op. cit., pp. 9 y 10.

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tra explicación en las técnicas relativas a los seres humanos y los materiales, la cual tiende a cosificar el saber.58 Por otra parte, estaría una alternativa crítica o reflexiva que cuestiona los valores y objetivos planteados por el programa fuerte de las ciencias sociales.59 Autores como Lyotard han eludido de manera un tanto simplona y facilista esta disyuntiva argumentando que la elección que se requiere hacer ha dejado de ser pertinente para las sociedades, ya que corresponde a un pensamiento «por oposiciones», el cual no tiene correspondencia con los “… modos más vivos del saber postmoderno”.60 ¿Acaso con ello no se dejan fuera realidades más complejas y distintas a las eurocéntricas? ¿No se precisa, pues, de nuevas formas de entender, por ejemplo, la(s) postmodernidad(es) latinoamericana(s)? Desde una perspectiva menos radical, autores como Bauman señalan que la experiencia cultural en un contexto de postmodernidad remite a una visión del mundo que se sustenta en sí misma, sin sujeciones a ningún plan específico: ni teologías como la de la Segunda Venida, ni metafísicas como la universalización de una condición civilizatoria, constituyen vías adecuadas para el trashumar humano. Más bien, la perspectiva postmoderna estaría marcada por la imagen de un mundo irrevocablemente plural, fragmentado en una multitud de unidades, sin jerarquías ni órdenes delimitados a priori. El mencionado autor argumenta que el

58

Este linaje se extiende desde algunos de «los padres de la sociología» —de Saint-Simon a Comte, pasando por

Durkheim— hasta autores recientes, tales como Parsons o Bunge. 59

Una genealogía de este «paradigma» tendría que considerar desde Dilthey, Weber, o Gadamer, hasta autores más

recientes, como por ejemplo Geertz, Rorty o Derrida. 60

Lyotard, op. cit. p. 35.

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advenimiento de la postmodernidad lleva aparejado una especie de «disipación de la objetividad». De manera que la ausencia más conspicua de la presente época histórica radicaría en [la falta de] una referencia supra-comunal que sirviera de base a las ideas de Verdad y Sentido (así, con mayúscula). En cambio, el horizonte postmoderno pondría de relieve un mundo compuesto por una infinidad de lugares/agencias generadoras de múltiples significados, las cuales responderían a su propia lógica y tendrían mecanismos particulares para la validación de su verdad. Detrás de todo ello operaría un desplazamiento que erosionaría la hegemonía occidental en tanto el patrón más elaborado con respecto al desarrollo social global en la era moderna. Dicha hegemonía sería reducida al estatus de «una más entre tantas otras»: en lugar de proclamas universalistas se tendrían significaciones de alcance parroquial y una validez exclusivamente local.61 Una lectura superficial de lo anterior llevaría en sí el riesgo de considerar que el concepto de postmodernidad es redundante/tautológico. Ello en la medida en que parece legitimarse a sí mismo a partir de términos que con anterioridad han pretendido articular aquello que es nuevo en la época actual. Así, con base en nociones como «sociedad postindustrial» o «sociedad post-capitalista» se han destacado aspectos que remiten a experiencias inéditas, es decir, a lo que marca una discontinuidad con el pasado. La postmodernidad sería en este sentido un concepto cuando menos hueco e inútil. De tal forma, Bauman se ha interrogado sobre si ¿realmente el advenimiento de la postmodernidad constituye una invitación al replanteamiento profundo de nuestros modos de ser, o simplemente 61

Cfr. Zygmunt Bauman. Intimations of Postmodernity, Routledge, Londres, 1997, pp. 35 y 36.

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es la repetición de un debate ya añejo? Para el mencionado autor, la noción de postmodernidad permitiría captar y articular un tipo diferente de «novedad» que aquellos otros términos han dejado de lado. Bauman plantea, pues, que la postmodernidad tiene un valor propio en tanto que permite teorizar las discontinuidades y rupturas que marcan nuestra época: posibilita captar la intrincada relación entre las condiciones sociales del presente con aquellas que le dieron origen.62 En última instancia, la postmodernidad no sería una desviación de la trayectoria seguida por la modernidad, ni una modernidad entrando en una fase crítica. Más bien constituiría una condición social con características propias. En este sentido, es difícil resistir la tentación de afirmar que la disolución de las metanarrativas y el derrumbe de las ontologías han terminado con la idea de un lenguaje transparente y unívoco. Aunque ello sería como inferir que la postmodernidad se ha instalado, desde ya, entre nosotros. No obstante, a nuestro parecer, el núcleo de la cuestión radica más que en el advenimiento de una era postmoderna, en la problemática tensión entre lo tradicional, lo moderno y lo postmoderno. Ante ello cabe interrogarse acerca de ¿por qué esta tensión constituye una entrada válida y pertinente para abordar la construcción social de la democracia en países como el nuestro? Más que alabarla mitificándola o descalificarla acusándola de epistemológicamente estéril, parece pertinente problematizar la postmodernidad y sus vínculos con lo tradicional y lo moderno. Más allá del carácter aparentemente abstracto de esta discusión, nos interesa presentar la 62

Ibíd.

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triada tradición/modernidad/postmodernidad como una matriz lógica que permite analizar situaciones históricas concretas. Ahora bien, ¿de qué manera se conecta este debate con los aspectos más concretos del análisis de la realidad social? Acercarse a las dinámicas del campo político permitiría vislumbrar algunas posibles respuestas a esta interrogante. Como sabemos, los (des)encuentros latinoamericanos con la (post)modernidad han estado atravesados por fuertes tensiones. El campo político constituye un lugar privilegiado para observar lo anterior: la tendencia a la adopción de regímenes democráticos por buena parte de los países de América Latina no siempre ha ido acompañada de la creación de una ciudadanía sustantiva o de incrementos significativos en la participación política de la población. Aún cuando han pluralizado el espectro político, las transiciones latinoamericanas a la democracia no siempre han redundado en aumentos considerables en términos de los niveles de bienestar o de calidad de vida en general.63 Más bien, pareciera que lo político, sobre todo lo formalmente institucionalizado, se percibe como algo lejano y distante, lo cual genera desconfianzas y desencuentros entre el Estado y la Sociedad.64 63

En el informe elaborado por la PNUD se señala que en buena parte de los países de América Latina se cumple

con los requisitos fundamentales de un régimen democrático. No obstante, a la par de la consolidación de los derechos políticos de la población latinoamericana, ésta se enfrenta a altos niveles de pobreza y a la desigualdad más marcada del mundo. Cfr. PNUD. La democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos, Alfaguara, Argentina, 2004, p. 24. 64

En este trabajo entendemos el Estado en su aspecto tanto de máximo ordenamiento jurídico normativo de una

sociedad, como de aparato legislativo, judicial y militar que elabora e impone de manera coactiva a la población dicho ordenamiento. Al hablar de Sociedad nos referimos a la población o colectividad asentada en un territorio delimitado del que está excluido, ya sea por el derecho o la fuerza, el asentamiento y el tránsito masivo de otras poblaciones. Ello remite a cierta identidad y continuidad colectiva, a unas relaciones económicas y políticas deli-

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Lo anterior se observa de manera más clara al analizar las dinámicas que se establecen entre el sector juvenil y la esfera pública. Sin duda, los modos que implementan los jóvenes para vincularse, o no, con lo político, ponen de relieve tanto las transformaciones de dicha esfera, como el paulatino agotamiento de las instituciones [del Gran Relato] de la modernidad. Pero a su vez, muestran el papel fundamental que juega la tradición en la construcción de la democracia.65 La comprensión de este tipo de situaciones requiere de abordajes capaces de trascender las limitaciones de los enfoques centrados tanto en lo micro como en lo macro. Es pertinente, pues, desplazar la mirada y colocarla en una perspectiva que pueda dar cuenta de las tramas que se tejen entre el actor y el sistema, en la esfera cotidiana.66 Pero a su vez, que se conecte de manera recursiva con los procesos sociales de mayor envergadura. Por ello, en lo que sigue se presenta una propuesta teórica que apunta en esa dirección. Posteriormente, en el siguiente capítulo se abordarán de manera particular los conceptos de juventud y cultura política.

mitables, así como particulares relaciones más intensas que las relaciones que se tienen con otras colectividades. El espacio público sería, en consecuencia, el lugar en que ambas nociones conviven, entran en juego. Cfr. Luciano Gallino, Diccionario de sociología, Siglo XXI, México, 1995. 65

Cabe señalar que en el informe elaborado por el PNUD se menciona que pese a los precarios avances logrados en

términos del desarrollo democrático es preciso reconocer que la región latinoamericana atraviesa por un proceso de cambio. En muchos de los casos, dicho proceso asume las características de crisis. Ello ha abierto un periodo de transformación tanto en los contenidos de la democracia como en las vinculaciones de ésta con la economía y la dinámica social. Cfr. PNUD, op. cit., p. 26. 66

Desde luego, la referencia obligada en este punto es Ágnes Heller. Ella define la vida cotidiana como “…el conjun-

to de las actividades que caracterizan las reproducciones particulares creadoras de la posibilidad global y permanente de la reproducción social”. Cfr. Ágnes Heller. La revolución de la vida cotidiana, Ediciones Península, España, 1982, p. 9. Véase también Ágnes Heller. Sociología de la vida cotidiana, Ediciones Península, 1994 (1977), 4ª edición.

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Renovando la mirada: enfoques (des)centrados en el actor

¿De qué modo se inscriben los enfoques (des)centrados en el actor en las tensiones que se tienden entre lo tradicional, lo moderno y lo postmoderno? ¿En qué consiste, a grandes rasgos, la teoría de la estructuración propuesta por Anthony Giddens? ¿Qué elementos de dicha teoría pudieran ser útiles para el estudio de las culturas políticas (que se despliegan en el sector joven de la población)? Las respuestas a estas interrogantes pretenden dar cuerpo a la propuesta teórica en la que se sustenta este trabajo. Así, en primer lugar puede decirse que, sin duda, una de las piedras de toque del relato de la modernidad es, desde Descartes, aquella que narra la travesía de la conciencia: la seguridad que deviene de la certeza identitaria y del dominio del proyecto de una «yoidad» autosuficiente presuponía la hegemonía del cogito.67 Pero ¿qué tal si en lugar de ello nos encontramos con un radical inacabamiento, con el estallido del Yo en una multiplicidad de biografías? ¿Qué si estamos frente a sujetos deconstruidos por la fuerza de la postmodernidad y descentrados por el peso de la tradición? Lo anterior representa un posicionamiento epistemológico que trataremos de trazar, en la medida de lo posible, en esta sección. De entrada, puede decirse que más que haber atravesado totalmente los límites de la modernidad con el filo del escepticismo hacia las metanarrativas, nos encontramos frente a lo que autores como Giddens denominan «modernidad tardía». Para trabajos como el nuestro, esta precisión resulta crucial en 67

Cfr. Ricardo Forster. Crítica y sospecha. Los claroscuros de la cultura moderna, Paidós, Argentina, 2003, p.33.

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la medida en que permite aprehender/problematizar los contrastes entre los aspectos pre-modernos o tradicionales y los modernos o post-tradicionales, así como vislumbrar los perfiles de un orden social emergente o postmoderno. Así, es innegable que en las últimas tres décadas del siglo XX la discusión acerca de los alcances de la modernidad en tanto proyecto han ocupado un lugar central, sobre todo en los ámbitos académicos. En términos generales, de este debate se infiere que, cuando menos, hemos entrado en una profunda crisis paradigmática. Para algunos, estamos frente al ocaso del racionalismo como forma de explicación del mundo (i. e. Derrida, Geertz). Para otros, el énfasis es puesto en la declinación de la sociedad industrial y la emergencia de nuevas formas de organización económica, social y política (i. e. Castells). Finalmente, algunos más plantean la existencia generalizada de un malestar en la cultura, con lo cual se pondría de relieve el cierre del Proyecto Moderno (i. e. Freud, Rorty). No está demás señalar que este trayecto ha sido sinuoso. Así, uno de los quiebres provocados por la modernidad puede observarse en la separación que existe entre las dos grandes formas predominantes de pensar lo social: el individualismo metodológico y el estructural funcionalismo. La primacía de uno u otro enfoque incide directamente en la manera de abordar los distintos objetos de estudio, en los resultados que se obtengan, en las teorías a las que se acuda. Ello implica —para decirlo junto con Giddens— que si las sociologías de la comprensión se fundan en un «imperialismo del sujeto», el funcionalismo y el estructuralismo proponen un «imperialismo del objeto». Lo anterior pone de

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relieve la urgente necesidad de descentrar dichas perspectivas y vigilar con ello tanto el riesgo de caer en individualismos a ultranza, como en determinismos de corte estructural. Sin duda, existen diversas propuestas que invitan a poner fin a estas «ambiciones imperiales». Para ello sugieren repensar lo social planteando el abordaje de nuevas instancias analíticas. Entre ellas destaca la teoría de la estructuración esbozada por Anthony Giddens.68 A diferencia de otras perspectivas de corte más ortodoxo, el núcleo de dicha teoría no alude ni a la vivencia del actor individual, ni a la existencia de una totalidad societaria. Más bien, su dominio primario se ubica en las prácticas sociales ordenadas en un tiempo y un espacio específicos. Esto es así porque las actividades humanas tienen un carácter recursivo: los actores no las causan o les dan origen como tales, sino que las recrean continuamente a través de los mismos medios por los cuales ellos se expresan en tanto actores. Así, en las prácticas que realizan los actores, y por medio de éstas, se reproducen las condiciones que hacen posibles dichas actividades. Por ejemplo, puede decirse que en el campo político, la construcción de la democracia no se reduce al conocimiento y el ejercicio de los derechos y obligaciones ciudadanas. Los rasgos de dicho campo pueden ser vistos no sólo en las circunstancias electorales o en el ámbito de los partidos, sino en otras esferas más cercanas a la vida cotidiana. De modo que las conversaciones «de café», las fiestas, la sexualidad y el cuerpo, entre otras, también constituyen instancias analíticas que permiten observar cómo desde las prácticas diarias 68

Giddens, 1986, op. cit.

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se van construyendo socialmente los rasgos institucionalizados de un posible régimen democrático o autoritario. ¿Qué indica lo anterior? En primer lugar, puede decirse que la teoría de la estructuración permite evidenciar algunas aristas importantes del campo político, acordes con nuestra particular realidad. Por una parte, cuando el orden tradicional es el que predomina, el abanico de opciones al que accede el actor está dado de antemano, y es pre-escrito por las tradiciones y las costumbres. Por otra parte, situados más del lado de lo post-tradicional, las opciones pueden ser tan abiertas y variadas como la ley o la opinión pública lo permitan. Así, en la medida en la que las preguntas acerca de cómo actuar frente a algo constituyan aspectos ante los cuales hay que tomar una postura, es decir, situaciones o temáticas que interpelan al actor, las sociedades se tornan más reflexivas. Más adelante veremos la importancia que esto tiene para el análisis de las transformaciones que experimenta el campo político. Por ahora baste decir que nuestro país, como muchos otros, se encuentra — más que en plena condición postmoderna— en el centro de fuertes jaloneos entre lo tradicional y lo moderno. Ése es el carácter de nuestra «postmodernidad» —con la reserva de las comillas—. Los sujetos están en medio de las tensiones que ello genera. Por ende, la subjetividad se politiza en la misma medida en la que lo político se subjetiva. Los enfoques (des)centrados en el actor resultan cruciales debido a que posibilitan la observación de la creciente reflexividad en todos los aspectos de la vida: desde el funcionamiento de las esferas gubernamentales hasta las dinámicas que se generan en el campo

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de la intimidad, así como la estructuración que tiene lugar entre ambos extremos. En este sentido, puede decirse junto con Giddens que una sociedad no puede ser moderna en todos y cada uno de sus aspectos.69 Las actitudes, las prácticas, las ideologías, las instituciones, los valores, en fin, buena parte de la vida está influenciada de manera significativa por la tradición. De modo que el mencionado autor ha sugerido que las sociedades que intentan «modernizar sus instituciones» (i. e. mediante la adopción de regímenes democráticos) sin dejar de lado sus aspectos más tradicionales —como la desigualdad de género— tienden a fracasar en su intento por convertirse en sociedades modernas. Sin duda, detrás de este planteamiento se revela una visión teleológica que prescribiría que el camino de la modernidad es el único posible. En este sentido, cabe señalar que estamos de acuerdo con la propuesta analítica que sugiere Giddens, debido a que permite abordar las tensiones entre lo tradicional y lo moderno en países como el nuestro. Sin embargo, consideramos inadecuado su posicionamiento ético: creemos que existen diversas maneras de ingresar en (y salir de) la modernidad, por lo que su lectura eurocéntrica y occidentalizada nos parece poco certera: donde Giddens observa una especie de inadecuación al proyecto moderno, nosotros vemos diversidad de estrategias.70 Para el caso de Latinoamérica,

69

Cfr. Anthony Giddens. Modernity and Self Identity. Self and Society in the Late Modern Age, Stanford University

Press, Gran Bretaña, 1991. Véase sobre todo el capítulo 1: “The Contours of High Modernity”, pp. 10-34. 70

Este tipo de cuestiones se pone de relieve al señalar que Giddens la dedica sólo algunos párrafos a discutir si la

modernidad es un proyecto occidental. Véase Anthony Giddens. Consecuencias de la modernidad, Alianza, España, 2001, pp. 162-164.

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la discusión de estas temáticas resulta inaplazable: dejando de lado el cliché que alude a una «identidad latinoamericana», es pertinente abrir preguntas acerca de ¿cómo se entiende desde esta parte del mundo la modernidad? ¿Verdaderamente nuestras sociedades son modernas? ¿Hemos roto de una vez y para siempre con la tradición? ¿Cuáles son las características peculiares de nuestra modernidad? ¿Estamos convirtiéndonos en sociedades postmodernas? ¿Hablamos, pues, de modernidad o de modernidades?71 Es claro que las respuestas a estas interrogantes rebasan por mucho los límites y propósitos de este trabajo. No obstante, antes de continuar resultaba fundamental, cuando menos, esbozarlas.

(Jugando con) las reglas del juego: estructura/estructuras

En el núcleo de la teoría de la estructuración hay tres elementos cruciales para el análisis de las culturas políticas: la estructura/el sistema, el sujeto/el Yo, y la dualidad de la estructura. Dedicaremos ésta sección al primero de ellos. Así, puede decirse que, de manera tradicional, la noción de estructura se ha definido, sobre todo desde la perspectiva estructural-funcionalista, como una especie de «diseño» o «molde» aplicable tanto a las relaciones como a los fenómenos sociales. Ello remite a una perspectiva un tanto ingenua en la que la estructura social sería equiparable a la morfología de un organismo vivo o a la armazón básica de un edificio. Sin duda, detrás de este modo de conceptuar la noción de estructura

71

Cfr. Cristian Fernández Cox. “Modernidad apropiada”, en Cristian Fernández Cox et al. Modernidad y postmoder-

nidad en América Latina. Estado del debate, Escala, Colombia, 1991, p. 11.

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se encuentra una separación [epistemológica] tajante entre objeto cognoscible y sujeto cognoscente. De este modo, la estructura aparecería como algo externo a la acción humana, es decir, como una forma de restricción que se impone sobre la libre iniciativa de los sujetos. Aunque cabe aclarar que desde una perspectiva post-estructuralista, la estructura se concibe más como un código que subyace a la acción, el cual debe ser descifrado a partir de las manifestaciones que tienen lugar en «la superficie». Para Giddens, ambas concepciones permiten poner de relieve algunos aspectos importantes de las relaciones sociales si es que se toma en cuenta la diferencia entre estructura y sistema. En este sentido, el mencionado autor señala que es preciso reconocer tanto una «dimensión sintagmática» como una «dimensión paradigmática». La primera de éstas se refiere a las formas que adoptan las relaciones sociales en el tiempo y el espacio, con lo cual se involucra la reproducción de las prácticas. La segunda alude al «orden virtual» que adquieren los modos en los que se estructura, de manera recursiva, la reproducción de las prácticas.72 Con base en lo expuesto arriba, Giddens define la estructura, en primera instancia, como la serie de reglas y recursos a los que tiene acceso el actor, es decir, al conjunto de propiedades estructurantes que posibilitan la vinculación del tiempo con el espacio en el ámbito de los sistemas sociales. Dicho de otro modo, la estructura referiría a aquellas propiedades que permiten discernir las prácticas 72

Anthony Giddens, op. cit., 1986, pp. 16 y 17. En nuestro caso, el análisis de una dimensión sintagmática obliga a

revisar el relato que narra la transición mexicana a la democracia. En consecuencia, una dimensión paradigmática exige dar cuenta del modo en que se ha ido construyendo institucionalmente la juventud en nuestro país. Dedicamos los capítulos III y IV, respectivamente, al desarrollo de estas tareas.

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sociales más o menos similares, las cuales se desenvuelven en segmentos espacio temporales variables. Ello facilita, pues, la tarea de distinguir la prefiguración sistémica que va adquiriendo la estructura. Así, al referirse al orden virtual de las relaciones y prácticas sociales, Giddens realiza un giro que pretende salvar, en buena medida, el carácter reificante que impregna las nociones tradicionales de estructura: los sistemas sociales, en tanto constituidos a partir de prácticas que se reproducen de manera recursiva, no son una estructura objetiva que exista como tal, sino un conjunto de propiedades estructurales. De esta manera, la estructura existiría en la medida en que es actualizada constantemente, tanto en las prácticas sociales como en la memoria de los agentes humanos (capaces de recordar). Como veremos más adelante, tanto la brecha que se abre entre el relato que narra la transición a la democracia y la ausencia de éste en las prácticas discursivas juveniles, como la distancia entre la oferta emanada del Estado y las demandas efectivas de los jóvenes son parte constitutiva de nuestro peculiar campo político. Cabe aclarar que lo anterior no implica considerar que las propiedades estructurales carecen de una organización jerárquica en tanto que se despliegan en segmentos espacio temporales variables. No se quiere decir, pues, que las prácticas discursivas de los jóvenes estructuren el régimen democrático de manera lineal y directa. Más bien, las propiedades que ostentan una raíz más profunda pueden ser vistas como principios estructurantes. Por otro lado, las prácticas que presentan una extensión mayor en el tiempo y el espacio pueden ser definidas como instituciones. Ello permite señalar, desde ya, una de las principales

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tesis de la teoría de la estructuración: las reglas y recursos que se involucran en la producción de la acción social constituyen, al mismo tiempo, los medios para la reproducción sistémica.73 Al respecto, Giddens se interroga acerca de ¿en qué sentido es posible afirmar que en el hacer cotidiano se reproducen las instituciones de mayor envergadura? Las respuestas a esta interrogante permitirían explorar la manera en la que se vinculan el actor y el sistema.74 Por otra parte, la estructura remite a las reglas y recursos que le otorgan a las prácticas sociales más o menos similares un carácter sistémico. Ello alude a que la estructura sólo puede existir a partir del desarrollo de la praxis humana [de las acciones de los actores]. De modo que la estructura no sólo representa un constreñimiento para la acción; más bien, la estructura es lo que posibilita dicha acción. Así, para Giddens, un sistema social alude al conjunto de prácticas y relaciones sociales que se reproducen por medio de la interacción de los actores. Para el caso que nos ocupa, el ámbito de la vida cotidiana se erige como un lugar privilegiado para la observación del modo en que se constituyen los rasgos institucionalizados de nuestra peculiar democracia. Puede decirse desde ya que la institucionalización, no de la democracia, sino de la supuesta transición a la democracia en México, se sitúa dentro de este lugar analítico. De lo anterior se infiere que las reglas involucradas en el desarrollo de la vida cotidiana pueden ser pensadas como técnicas y procedimientos que posibilitan tanto la puesta en escena como la reproducción de las prácticas sociales. 73

De acuerdo con esta lógica, dedicaremos el capítulo IV a la revisión de la institucionalidad vigente que incide en

la construcción de los mundos juveniles 74

Cfr. Giddens. op. cit., 1986, pp. 17 y 18.

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De modo que aquellas reglas que son formuladas de manera explícita, es decir, que son verbalizadas, tales como los estatutos legales, las reglas burocráticas, las reglas de algún juego, etc., constituyen, más bien, interpretaciones codificadas, más que reglas en sí: tipos concretos de reglas que, en la medida de su explicitación inciden sobre modos de ser específicos. Ante ello es pertinente interrogarse —junto con Giddens— ¿de qué modo se relacionan las prácticas en las que los actores se involucran, con las reglas que han sido verbalizadas/formalizadas?75 En principio puede decirse que el reconocimiento de la existencia de una serie de reglas que delimitan el «juego social» constituye un elemento fundamental para entender lo anterior. Ello quiere decir que, en tanto actores sociales, los seres humanos son «expertos» en lo que refiere al saber que poseen e involucran en la producción y reproducción de su vida cotidiana. El grueso de tal conocimiento es más bien de carácter práctico que teórico. De tal suerte que los actores hacen uso de una serie de esquemas (fórmulas, reglas) durante el curso de sus actividades diarias, en las que se negocian, de manera rutinaria, las diversas situaciones que acontecen en la vida social. Cabe señalar que lo anterior no implica una especie de racionalidad estratégica omni-abarcadora. Más bien quiere decir que los saberes involucrados en

75

No está de más precisar que esta interrogante es crucial para nuestra investigación, ya que de ella se desprende

la necesidad de indagar, por ejemplo, el modo en que se narra la construcción de la democracia en nuestro país. Algunos pensarán que en la medida en que dicho relato se encuentra ausente de los discursos y prácticas juveniles resulta poco significativo en términos analíticos. Sin embargo, a nosotros nos parece más bien al contrario: la realidad de lo democrático se estructura, concretamente, alrededor de esta ausencia. Encontramos elementos para sustentar esta afirmación en Slavoj Žižek. Interrogating the real, Continuum, Gran Bretaña, 2005a; y en Slavoj Žižek. The fragile absolute- or why is the christian legacy worth fighting for?, Verso, E. U. A., 2000.

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la «hechura» de la actividad social constituyen una capacidad para enfrentar e influir en un número indeterminado de circunstancias sociales.76 Como se verá más adelante, este razonamiento permitirá deslindarnos de una noción esencialista con respecto a la cultura política. Por ahora es necesario señalar que, en resumen, Giddens distingue entre «estructura», en tanto término genérico, de «estructuras» (en plural). Esto a su vez se diferencia de las propiedades estructurales de los sistemas sociales. De modo que la estructura se refiere no sólo a las reglas involucradas en la producción y reproducción de los sistemas sociales; también alude a los recursos que se emplean para llevar a cabo los procesos anteriores. Las reglas y recursos se conectan de manera directa con las instituciones, es decir, con aquellos rasgos más duraderos en el campo social. Mientras tanto, las propiedades estructurales remiten a los aspectos institucionalizados que presentan mayor solidez en el tiempo y el espacio. Las estructuras, en plural, indicarían las relaciones de transformación y de mediación que subyacen a las condiciones en las que los sistemas sociales son reproducidos. Ahora bien, el análisis de la ordenación de los sistemas sociales precisa reconocer la dualidad de la estructura. Pudiera parecer, en principio, que a partir

76

Es importante señalar que Giddens delimita cuatro grandes tipos de pares de reglas: intensivas/superficiales; tá-

citas/discursivas; informales/formalizadas y; sancionadas débilmente/sancionadas duramente. Dichas reglas pueden observarse en los encuentros que realizan los actores. Las reglas de naturaleza intensiva se invocan de manera constante durante el curso de la actividad cotidiana (i. e. las reglas del lenguaje). Por otra parte, la mayor parte de las reglas que intervienen en la producción y reproducción de las prácticas sociales tienen un carácter tácito, es decir, que los actores simplemente saben como «ser con respecto a». Aunado a ello, puede decirse que la ley es un ejemplo clásico de las reglas formuladas discursivamente y que además reciben codificación formal. Éstas también se ubican dentro de las reglas sancionadas con mayor dureza. Cfr. Giddens, op. cit., 1986, pp. 21-22. En el capítulo II retomaremos esta idea como base para sustentar la existencia de diversas culturas políticas.

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de lo que hasta aquí hemos dicho, las estructuras, en tanto conjunto de reglas y recursos organizados de manera recursiva, estarían marcadas por una especie de «ausencia del sujeto». No obstante, como lo veremos en el siguiente apartado, la constitución de los agentes y de las estructuras no implica dos fenómenos que ocurren de manera independiente. De este modo, las propiedades estructurales de los sistemas sociales pueden ser vistas tanto a manera de medios como de resultados de las prácticas: la estructura no es una entidad externa a los individuos, sino que constriñe a la vez que habilita la acción. Aunque ello no impide que las propiedades estructuradas de los sistemas sociales se extiendan en el tiempo y el espacio por sobre cualquier forma de control de los actores individuales.77 Entre otras cosas, la persistencia de los rasgos institucionalizados puede ser vista como una de las principales dimensiones de la ideología. No obstante, aún las propiedades estructurales más anquilosadas no socavan el saber práctico al que recurren los actores para el desarrollo de su hacer cotidiano. Así, el conocimiento acerca tanto de las convenciones sociales como de sí mismo y del otro, requerido para el desenvolvimiento en los distintos contextos sociales, no es susceptible de medición; no se reduce a las reglas que dan cuerpo a las estructuras. El saber que poseen los actores no es adjetivo sino constitutivo de la vida social. Giddens afirma, pues, que el momento en el que es producida la acción también alude a una reproducción de los contextos donde se realiza dicha acción. De manera que la dualidad de la estructura constituye el principal elemento de la

77

Un claro ejemplo de ello se encuentra en las creencias religiosas en un contexto de modernidad tardía. Cfr. Slavoj

Žižek. El títere y el enano. El núcleo perverso del cristianismo, Paidós, Argentina, 2005b.

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continuidad de la reproducción social. A su vez, presupone el registro reflexivo que los agentes realizan en la duración de una actividad social cotidiana.78

Desujetando al sujeto: reflexividad y construcción del Yo

A la par de lo que ocurre con las dinámicas del ámbito estructural, la construcción del Yo constituye un asunto analíticamente ineludible para nuestro trabajo. En el contexto tradicional se afirmaba que desde el campo religioso se habían descubierto las condiciones universales de la existencia humana, es decir, el elemento ahistórico de la vida social. Posteriormente, desde los filósofos griegos hasta los idealistas alemanes se propusieron explicar la naturaleza de la realidad y las condiciones de posibilidad de la experiencia. Con ello se develaría lo que el ser humano es en realidad, se lograría el reconocimiento pleno, la autoconciencia de la propia esencia. De este modo, las contingencias particulares de las biografías individuales tendrían un orden secundario. Al comprender en su totalidad el contexto que uno habita se conocería también el mundo entero: aquello que la mirada jerarquizaría como posible e importante estaría en consonancia con lo que realmente es posible e importante, con el conocimiento de la verdad última.79 Las fronteras entre lo público y lo privado se anularían, dejarían de tener sentido: en última instancia, descubrir la verdad última armonizaría a la perfección ambas esferas.

78

Cfr. Giddens, 1986, op. cit., pp. 24-28.

79

Cfr. Rorty, op. cit., pp. 46-47.

71

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Quizá Nietzsche haya sido el primero en precisar un deslinde con respecto a la idea de «conocer la verdad» como tal. El mencionado autor proponía abandonar la idea de representar la realidad por medio del lenguaje y descubrir así un contexto único y válido para todo ser humano, en todos los tiempos. Con ello, Nietzsche situaba el conocimiento de sí, es decir, la construcción del Yo, como algo que se crea, no como algo que se descubre al entrar en contacto con una verdad que es externa a los sujetos. Si la(s) tradición(es) filosófica(s) ha(n) concebido el éxito de la vida humana como una transmutación del mundo de la experiencia y de la opinión individual en un mundo cuya verdad es perdurable, Nietzsche ha planteado que el límite que es pertinente atravesar no es el que divide lo temporal de lo intemporal, sino aquel que separa lo viejo de lo nuevo: la vida humana triunfaría en la medida en que lograra deslindarse de las construcciones del Yo que le son heredadas (i. e. de los roles preestablecidos por la tradición) y encontrara nuevos modos de auto-describirse.80 Lo anterior coloca a los sujetos en condiciones de esbozar una narración de su propia biografía con un tejido más fino que el que ofrecen, por ejemplo, las grandes tradiciones filosóficas: en la línea que se extiende de Platón a Kant,81 la racionalidad se ha centrado en la idea de que si el ser humano quiere «ser

80

Debemos esta sugestiva lectura de Nietzsche a la obra ya citada de Rorty. Véanse sobre todo los dos primeros

capítulos: “1. La contingencia del lenguaje” y; “2. La contingencia del yo”, pp. 23-62. 81

Parece pertinente hacer, también, un deslinde con respecto a la concepción kantiana del Yo. Desde nuestra

perspectiva, ésta tiende a divinizar al Yo: si se renuncia a la idea de que el conocimiento científico y riguroso de los hechos permite establecer un contacto con la verdad que «está ahí afuera», se corre el riesgo de [como lo hizo Kant] dirigir la mirada hacia el interior y buscar en la conciencia moral un puente que nos vincule con aquello que es más que nosotros mismos, es decir, con la interioridad de lo divino.

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moral», precisa colocar las acciones particulares bajo el manto de una serie de principios generales (i. e. la observación de la ley). No obstante, la contingencia narrativa del Yo permite esbozar la idea de que no existe una facultad central llamada «Razón», la cual sería idéntica en todo ser humano. La creación de sí, es decir, la construcción del Yo, implicaría un retorno a las situaciones biográficas particulares. Así, la reflexividad que caracteriza nuestra época post-tradicional, aunque no necesariamente postmoderna, estaría situada en el mundo de la vida cotidiana, en la interpretación/narración de lo que hacemos, de lo que (nos) es posible e importante. Con ello comienza a mostrarse cómo se conecta esta discusión aparentemente abstracta con nuestro objeto de estudio y con el enfoque que utilizamos para abordarlo: se impone una separación no tan tajante entre lo privado y lo público, es decir, entre una ética privada de creación de sí mismo, y un ethos público en el que prima el acomodamiento mutuo. Ello en el sentido de que no existe como tal una serie de creencias o deseos compartidos de manera universal que sean propios del ser humano; que hagan transparente la relación de lo público y lo privado. Aunque esto no niega que existan vasos comunicantes entre ambas esferas. En este sentido, puede decirse que la instauración de un contexto post-tradicional altera de manera radical la naturaleza de la vida cotidiana, en la misma medida en que afecta los aspectos más personales de la experiencia. Las transformaciones introducidas por la implementación de las instituciones modernas se entrelazan de manera directa con la vida individual. Lo anterior ha traído consigo la emergencia de nuevos mecanismos que inciden en la construcción del

73

Y sin embargo se mueve

Yo, los cuales son prefigurados por —y a la vez dan forma a— la institucionalidad de lo moderno. En este sentido, autores como Giddens señalan que el ser no es una entidad pasiva, determinada por influencias externas. Más bien, al conformar la identidad del Yo —sin importar qué tan local sea el contexto en el que se desenvuelven los sujetos— se contribuye a constituir las influencias que son globales en sus consecuencias e implicaciones. De esta manera, puede decirse junto con el mencionado autor, que la construcción del Yo se torna una tarea que se realiza de modo reflexivo. Así, el proyecto del ser implica el sostenimiento de una narrativa biográfica más o menos coherente. No obstante, dicha narración es necesariamente revisada a diario en la medida en que acontece en contextos marcados por una multiplicidad de opciones.82 Pudiera pensarse que la exploración del campo de la vida cotidiana y los aspectos que interpelan a diario a los sujetos dice poco acerca del paisaje social de la modernidad. Quizá por ello es aceptado ampliamente que en las sociedades post-tradicionales tienen lugar profundos cambios en el entorno social, los cuales inciden en instituciones como la democracia. Sin embargo, faltaría agregar a lo anterior que las circunstancias sociales no están desvinculadas de la vida per82

Cabe mencionar que esta discusión no es menor. Los vínculos entre la experiencia individual y los sistemas abs-

tractos pueden encontrarse, precisamente, en el proyecto reflexivo de la construcción del Yo. Al respecto, Giddens argumenta que las actitudes de confianza, de aceptación pragmática, escepticismo, rechazo y ausencia, conviven de manera tensa en el espacio social que vincula las actividades individuales con los sistemas más amplios. Ello quiere decir que las actitudes que el actor adopta frente a la ciencia, la tecnología y otras «formas esotéricas», en el contexto de la modernidad tardía, tienden a expresar, de manera entremezclada, la renuencia y la reserva, la aprobación y la desazón, el entusiasmo y la antipatía. Cfr. Giddens, op. cit., 1991, pp. 5-7. Es, precisamente, en este núcleo donde inscribimos nuestro trabajo. Al sistematizar estas ideas y colocarlas a contraluz de la noción de cultura política podemos abordar analíticamente las relaciones que se establecen entre las prácticas discursivas de los sujetos juveniles y la construcción social de la democracia.

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sonal: en la medida en que los actores se enfrentan con aquello que los «obliga» a tomar una postura, contribuyen a la (re)construcción del universo social que los rodea. Hay elementos, construcciones simbólicas, que inciden y alteran de manera rutinaria los diversos aspectos de la vida social. Al acceder a estos elementos (por medio de la experiencia), los sujetos hacen uso de sus saberes para entender lo que ocurre en la arena social. Este tipo de saber no es accidental sino constitutivo de las condiciones sociales de la modernidad. En este sentido, Giddens señala que la construcción del Yo va conformando una trayectoria a través de los diferentes escenarios institucionales de la modernidad durante el propio ciclo de la vida. Cada sujeto no sólo tiene, sino que vive una biografía organizada de manera reflexiva con relación al fluir de las posibilidades que le ofrecen los distintos estilos de vida que se le presentan.83 De modo que aún aquellos que afirman nunca haber reflexionado acerca de la construcción de su propia identidad están obligados inevitablemente a tomar decisiones y hacer elecciones a lo largo de sus vidas: desde las cuestiones más triviales relacionadas con la moda, los estilos de vida y el tiempo de ocio; hasta aspectos más profundos, tales como las creencias religiosas o las relaciones personales íntimas, los actores aluden de una u otra manera a la reflexividad.84 83

Ibíd., pp. 12-14.

84

La reflexividad es una noción central para los argumentos de Giddens. Ésta debe ser entendida no sólo como una

fuente de autoconciencia o conciencia de sí. Más bien remite al monitoreo del fluir de la vida social. La reflexividad estaría anclada en el escrutinio continuo tanto de las acciones que los actores realizan, como de las acciones que se espera que los Otros lleven a cabo. El monitoreo reflexivo de la acción depende de la racionalización, entendida ésta como un proceso relacionado con las competencias de los agentes en tanto tales. Giddens, en su modelo de estratificación sugiere que el monitoreo reflexivo, la racionalización de la acción y la motivación de la acción son un conjunto de procesos imbricados. Así, en una circunstancia de interacción, el monitoreo reflexivo de los escenarios

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Así, en las sociedades tempranas, cuyo orden estaba enraizado firmemente en la tradición, se establecían de manera más o menos clara los roles que iban a desempeñar los individuos. Cualquier trasgresión a la fijeza de estos roles podía ser vista, incluso, como una «patología social».85 Mientras tanto, en las sociedades marcadas por un orden post-tradicional es necesario auto-construir los propios roles. De este modo, Giddens sugiere que las preguntas que interrogan acerca de qué hacer, cómo actuar o quién ser son centrales para quienes habitan las circunstancias de una modernidad tardía: ya sea de manera discursiva o mediante el comportamiento humano en la cotidianidad, estas cuestiones son cruciales para la construcción reflexiva del Yo y, por ende, para la arquitectura de los rasgos institucionalizados de un sistema social específico. Lo anterior permite señalar que, en nuestro caso, el estudio de la construcción social de la democracia debiera trascender las coyunturas electorales o el ámbito formalmente institucionalizado. Para ello se precisa indagar también, en el ámbito de la vida cotidiana, aquellos aspectos que interpelan a los sujetos: eso que (no) hablamos cuando (no) hablamos de política y que (no) siempre se considera como parte de la democracia.

en los que ésta ocurre se incorporan de manera rutinaria al desarrollo mismo de la acción. Dicho monitoreo es una característica conspicua de la vida cotidiana e involucra no sólo la conducta individual, sino la de los Otros. En este sentido, los actores monitorean, también, de manera rutinaria, los aspectos sociales y físicos de los contextos en los que se desempeñan: mantienen un «conocimiento teórico» —Giddens dixit— de los fundamentos de sus actividades. Cfr. Giddens, op. cit., 1986, pp. 3-5. 85

Autores como Durkheim tenían una idea sombría al respecto: si el cerco normativo de la sociedad se distendía,

el orden moral tendería a colapsarse.

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Tendiendo puentes: desde el Yo hasta el cambio social, y viceversa

¿De qué manera se conecta la construcción del Yo con los procesos más amplios de cambio social? Puede decirse que en un orden post-tradicional, la construcción de la identidad se asume como un proyecto en el que los sujetos se involucran y acerca del cual reflexionan. El ser se explora y se arma como parte de un proceso reflexivo en el que se vinculan el cambio social de amplia envergadura con los cambios acaecidos en el nivel personal. Pero esto no ocurre de manera transparente y armónica. En este sentido, Giddens afirma que, en tanto sujetos, creamos, mantenemos y revisamos un conjunto de narrativas biográficas que relatan la historia de quiénes somos y cómo nos convertimos en esto que somos ahora. Así, la construcción del Yo no remite sólo a un conjunto de características observables o datos cuantificables. Más bien, alude al entendimiento reflexivo de la propia biografía de los sujetos. La identidad del Yo muestra, de este modo, una especie de continuidad, es decir, que no puede ser transformada totalmente y de manera radical a voluntad. No obstante, Giddens señala que dicha continuidad sólo es el producto de las creencias reflexivas de la propia persona con respecto a su biografía.86 Pero ¿acaso sólo somos aquello que decimos que somos? ¿Realmente el Yo más profundo es nada más que el relato que hacemos acerca de nosotros mismos? En otras palabras ¿la identidad es, quizá, una ficción? Sin duda, se impone una respuesta negativa a estas interrogantes. De manera que una identidad del Yo más o menos estable estaría fundada en el recuento 86

Cfr. Giddens, op. cit., 1991, pp. 32-34.

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de la vida de una persona y en las acciones e influencias que les dan sentido a éstas. Todo ello se caracteriza porque puede serle explicado al Otro sin mayores dificultades. Esta narrativa relata el pasado con una orientación hacia un futuro que se anticipa reflexivamente.87 Giddens sugiere que la identidad no se descubre en los comportamientos o las reacciones frente al Otro, aunque sin duda estos aspectos juegan un papel importante, sino que se construye a partir de la capacidad de mantener el desarrollo de una narrativa particular. Así, la biografía individual no puede ser totalmente ficticia. Ello se debe a que permite interactuar de manera regular en el mundo de la vida cotidiana, por lo que de continuo se integran a ella aspectos que tienen lugar en el mundo exterior, pero que pasan a formar parte de la historia que los sujetos cuentan acerca de sí. De este modo, la reflexividad qua característica fundamental de la modernidad tardía vincula el tiempo de larga duración institucional con la construcción de una identidad del Yo situada en las prácticas discursivas que dan cuenta de la biografía personal. De la interacción de las dos aristas anteriores —el actor y el sistema— se deriva una idea fundamental para la propuesta de Giddens: la noción de estructuración. Ésta pone de relieve no una dicotomía, sino una dualidad entre estructura y actor. Esto no remite a una especie de simplismo hegeliano que propugnaría una síntesis facilista. Más bien quiere decir que no es posible la existencia de una

87

Giddens señala que el futuro no consiste sólo en la expectativa que se tiene acerca de los eventos que están

«por-venir». Dada la extrema reflexividad de la modernidad tardía, los futuros se organizan en [y desde] el presente, en términos del conocimiento que se trasmina reflexivamente hacia los entornos en los que dicho conocimiento es generado. Ello pone de relieve que la consideración de las posibilidades contrafactuales son intrínsecas a la reflexividad que se ejerce, por ejemplo, en la evaluación del riesgo. Cfr. Giddens, op. cit., 1991, p. 29.

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agencia88 sin las estructuras que traduzcan los motivos en prácticas; ni tampoco puede haber estructuras independientes de las rutinas o prácticas que las crean. Giddens argumenta que analizar la estructuración de los sistemas sociales implica estudiar los modos en que éstos —fundados en las actividades reflexivas de actores que aplican las reglas y acuden a los recursos ubicados en la diversidad de contextos de acción— son producidos y reproducidos en una interacción. En este sentido, la dualidad de la estructura aludiría a que la constitución de los actores y la de las estructuras no son dos conjuntos de fenómenos dados de manera independiente. De este modo, las propiedades estructurales89 de los sistemas sociales son tanto un medio como un resultado de las prácticas que ellas organizan de manera recursiva. En última instancia, la dualidad de la estructura constituye el principal fundamento de las continuidades en una reproducción social por un espacio y un tiempo. Aunque también presupone el registro reflexivo que los agentes/actores hacen en la duración de una actividad social y cotidiana. Puede decirse que el fluir de una acción produce consecuencias no buscadas por los actores, y dichas consecuencias pueden dar origen a condiciones inadvertidas de la acción; ello en un proceso de retroalimentación constante.90 88

De manera frecuente la noción de agencia se ha definido sólo en términos de una intencionalidad explícita del

actor. Ante ello, Giddens plantea que la agencia no se refiere a las intenciones que tienen las personas cuando llevan a cabo alguna acción. Más bien alude a las capacidades de «hacer», es decir, a la capacidad de acción. La agencia tendría qué ver, entonces, con los eventos que son experimentados por un individuo, en el sentido de que en cualquier fase de una secuencia de conducta, aquél tiene la capacidad de haber actuado de manera distinta, es decir, el resultado de la acción no hubiera sido el mismo si la persona no hubiera intervenido. Cfr. Giddens, op. cit., 1986, pp. 8 y 9. 89

Para Giddens, las propiedades estructurales remiten a aquellos elementos que organizan las totalidades societa-

rias. El análisis de dichos principios y sus coyunturas se refiere a los modos de diferenciación y articulación de las instituciones en el tiempo y el espacio. Cfr. Giddens, op. cit., 1986, p. 185. 90

Cfr. Giddens, op. cit., 1986, p. 63.

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Así, Giddens señala que las rutinas cotidianas son fundamentales aún incluso para la construcción de las formas más elaboradas de organización social. Los individuos interactúan unos con otros durante el curso de la vida diaria en diversos contextos, para lo cual es fundamental la co-presencia física. La manera en que las formas institucionales adquieren su «fijeza» no ocurre a pesar o fuera de los «encuentros» que tienen lugar en la vida cotidiana, sino que dichas formas están implicadas, precisamente, en estos encuentros. De modo que el carácter efímero de los encuentros pone de relieve la contingencia de la estructuración, así como la temporalidad de las relaciones sociales. En este sentido, Giddens ha sugerido una tipología que enmarca la interacción: 1. Copresencia; 2. Reuniones; 3. Ocasiones sociales; 4. Interacción difusa; 5. Interacción enfocada.91 Ésta última se divide en encuentros y rutinas. La rutinización de los encuentros es la que le otorga a las instituciones su carácter de aparente inmovilidad y, por ende, incide de manera significativa en la reproducción so91

Las «reuniones» aluden al involucramiento de dos o más personas en contextos de copresencia. El contexto, en

este caso, sería aquellas «franjas espacio temporales» en las que las reuniones tienen lugar e incluye tanto al entorno físico de la interacción como el orden temporal, la gestualidad y el habla. Cabe aclarar que las reuniones presuponen el monitoreo reflexivo y mutuo de la conducta, en y a través de la copresencia. Ahora bien, los contextos más formalizados en los que ocurren las reuniones pueden ser definidos como «ocasiones sociales»: reuniones en las que se involucra una pluralidad de individuos, las cuales proporcionan los contextos para la estructuración social. En ellas es posible reconocer ciertos patrones de conducta que son sancionados como apropiados o correctos. Una diversidad de aspectos rutinarios de la vida diaria, formales e informales, caben dentro de este rubro (i. e. el trabajo, la escuela, las fiestas, etc.). Por otra parte, las características contextuales de las reuniones (ya sean vistas como ocasiones sociales o no) pueden dividirse en «interacción difusa» e «interacción focalizada». La primera tiene qué ver con aquellos gestos y señales que pueden ser comunicados entre individuos simplemente por medio de la copresencia en un contexto específico. La segunda ocurre cuando dos o más individuos coordinan sus actividades. No obstante, buena parte de los participantes monitorean lo que ocurre en el contexto más amplio de la reunión. Así, los encuentros constituyen el núcleo de la interacción social, ya que se realizan de manera rutinaria en el desarrollo de la vida diaria. Cfr. Giddens, op. cit., 1995, pp. 69-78.

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cial.92 Para el estudio de casos como el que se aborda en este trabajo, lo anterior resulta crucial para entender/aprehender las otras dimensiones de lo político. Esta observación no es menor, ya que, como lo veremos más adelante, se traduce en herramientas metodológicas que permiten una mejor sistematización del trabajo de campo. Por otra parte, en la era pos-tradicional los roles sociales no siempre son prescritos por la sociedad/por la tradición. Por ello es preciso que los sujetos elijan de una u otra manera un estilo de vida. Aunque cabe aclarar que las opciones no son ilimitadas. La elección de un estilo de vida puede sonar como un lujo accesible sólo para las clases acomodadas. Sin embargo, Giddens plantea que en las sociedades modernas esta elección atraviesa las cuestiones de clase, aunque aclara que los diferentes grupos tienen distintas posibilidades de elección. Optar por un estilo de vida tiene que ver no sólo con el consumo o el ocio, sino con aspectos profundos tales como las creencias, las actitudes, los comportamientos, etc. Al respecto, Giddens sugiere que los estilos de vida pueden ser vistos como «modelos prefabricados» que se adecuan a la narrativa del Yo.93 No obstante, la adopción de un estilo no determina una historia de vida particular. Las elecciones que hacen los actores están marcadas por una profunda tensión: pueden ser afectadas por el peso de la tradición tanto como por la relativa libertad de las sociedades modernas. Las decisiones que tomamos en la vida cotidiana acerca de qué comer, qué vestir, con quién socializar, etc., nos colocan y nos muestran

92

Cfr. Giddens, op. cit., 1986, pp. 64-73.

93

Cfr. Giddens, op. cit., 1991. Véase sobre todo el capítulo 3: “The Trajectory of the Self”, pp.70-108.

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como un tipo de persona y no otro. En este sentido, es posible señalar que entre más post-tradicionales sean las condiciones en las que un individuo se desempeña, los estilos de vida inciden en el mismo núcleo de la construcción de la identidad del Yo.94 Lo anterior se conecta con el debate descrito al principio de este capítulo: deja entrever las tensiones que tienen lugar entre una moderna dimensión emancipadora, un tradicional anclaje en las raíces y un postmoderno desacoplamiento entre el mundo de la vida y el sistema. Es precisamente en esta dinámica en la que podrían conectarse analíticamente aspectos tales como la conformación sui géneris del campo político mexicano y su peculiar transición a la democracia, así como el relativamente escaso involucramiento de los jóvenes en la esfera política formalmente institucionalizada. Ahora bien, los actores desarrollan rutinas que les otorgan un cierto sentido de seguridad,95 con el cual hacen frente al mundo. Esto plantea una distinción fundamental entre prácticas y motivaciones que, como veremos posteriormente, diferencia la propuesta hecha por Giddens de otras perspectivas semejantes: mientras las motivaciones son las que proporcionan un plan de acción general, es en realidad el carácter rutinario de las prácticas el que configura las acciones de los actores y, por ende, las estructuras que las 94

Una discusión en este sentido puede encontrarse en Mary Douglas. Estilos de pensar, Gedisa, España, 1998.

Véase sobre todo el capítulo titulado el capítulo “4. «Ni muerta me dejaría ver con eso puesto»: las compras como protesta”, pp. 90-116. 95

Giddens señala que la vida diaria se conecta con la idea de seguridad ontológica en la medida en que expresa la

autonomía del actor en el contexto de su actividad rutinaria. Lo anterior radica en los «mecanismos que controlan la ansiedad». En este sentido, la seguridad ontológica (i. e. la sensación de que las cosas son como uno cree que son) constituye un anclaje para la conciencia práctica: éste vínculo posibilita la reproducción de las rutinas diarias tanto por la estabilidad social que ello implica, como por su papel constitutivo en la organización del entorno. Cfr. Giddens, op. cit., 1991, pp. 36-37.

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posibilitan. Aunado a ello, Giddens hace énfasis en que los actores tienen el poder para dar forma a sus propias acciones, pero que las consecuencias que resultan de dichas acciones muchas veces no son las intencionadas. Esto quiere decir que para indagar las prácticas sociales resulta insuficiente limitarse al análisis de la relación entre medios y fines. En otras palabras, resulta limitado analizar la construcción de lo democrático a partir de las coyunturas electorales. Como se observa, la teoría de la estructuración favorece un arranque hermenéutico.96 Ello debido a que se reconoce que para describir las actividades humanas es necesario estar familiarizado con las formas de vida que se expresan en dichas actividades. Esto es así porque es la forma específicamente reflexiva del entendimiento de los agentes/actores humanos la que interviene de manera profunda en el ordenamiento recursivo de las prácticas sociales. De esto se desprende otro aspecto crucial de la teoría de la estructuración —relevante para nuestra investigación de las culturas políticas—: la idea de «postura». Al respecto, Giddens señala que los sistemas sociales se organizan como prácticas sociales regularizadas, las cuales se sustentan en encuentros dispersos en un espacio y un tiempo. De este modo, los actores de dichas prácticas adoptan diversas posturas, es decir, están situados en unas sendas espacio–temporales que les son propias. Giddens señala que en las sociedades contemporáneas los individuos adoptan posturas con respecto a un espectro muy amplio de zonas: en el hogar, en el lugar de trabajo, con respecto al Estado nacional, etc. 96

Autores como Thompson han utilizado la hermenéutica profunda implicada en la teoría de la estructuración para

abordar el análisis de la ideología. Cfr. John B. Thompson, Ideología y cultura moderna. Teoría social en la era de la comunicación de masas, UAM–Xochimilco, México, 1993.

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Con ello se exhiben distintos aspectos de una integración sistémica que cada vez vincula más los detalles menores de la vida cotidiana con fenómenos sociales que presentan una amplia extensión espacio–temporal, es decir, la regionalización de la vida social.97 Esto quiere decir que las posturas en las sendas espacio temporales de la vida cotidiana, para cada individuo, también representan una postura en el contexto general del «ciclo de la vida».98 Una «postura social» (i. e. el posicionamiento de los sujetos juveniles frente a aquello que los interpela) estaría dada, pues, en la intersección entre las formas de postura observables en la vida cotidiana, y aquella forma que habita la larga duración de las instituciones. Como lo veremos más adelante, ello permite plantear la noción de culturas políticas como un eje heurístico que posibilita el abordaje de las transformaciones actuales del campo político. A su vez, facilita poner el énfasis en que lo político opera en dimensiones que desbordan lo formalmente instituido. De lo anterior se deriva otro aspecto fundamental de la teoría de la estructuración, el cual permite abordar, en nuestro caso, la complejidad de las culturas políticas: la contextualidad o situacionalidad de las interacciones. Esto quiere decir que toda interacción es situada en un tiempo y un espacio concretos. Puede entendérsele como la ocurrencia oportuna pero rutinizada de encuentros, que si bien se extiende y extingue en un espacio y un tiempo específicos, también se reconstituye de continuo dentro de diferentes áreas de espacio-tiempo. Tal rutinización representa, en última instancia, los rasgos institucionalizados de los sistemas sociales. Aunque cabe

97

Cfr. Giddens, op. cit., 1986. Véase sobre todo el capítulo 3: “Time, Space and Regionalization”, pp. 110-161.

98

Ibíd., pp. 117-119.

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aclarar —junto con Giddens— que la rutinización no implica reificación: el carácter rutinario de la mayor parte de la actividad social es algo que debe ser operado de continuo por quienes lo sustentan en su conducta cotidiana (una teoría de la rutina no se asimila a una teoría de la estabilidad social). Con base en este planteamiento nos permitimos «atentar» contra la noción tradicional/ortodoxa de cultura política, la cual la define como una especie de barómetro que determina si una sociedad es democrática o no. Así, en la medida en que las prácticas y posturas son situacionales, es posible conceptuar lo político como uno de los muchos aspectos que se tematizan en el ámbito de la vida cotidiana y, por ende, apelar a la existencia de diversas culturas políticas que coexisten en el seno de una sociedad. La teoría de la estructuración se interesa, pues, por las dinámicas del cambio/ orden, en la medida en que ello constituye una instancia analítica crucial en el tejido de las relaciones sociales. De modo que la rutinización ocupa un lugar privilegiado en la explicación del modo en que se produce el orden. Esto es así porque una rutina persiste a través del cambio social. Pero el primado de la rutina se rompe en circunstancias donde la vida cotidiana es atacada de manera frontal y deformada sistemáticamente.99 Estas ideas nos permitirían explicar, por ejemplo, que en un contexto de tensión entre una mayor apertura democrática y rasgos conservadores/autoritarios, existan culturas políticas «híbridas»,100 es decir, que 99

Cfr. Giddens, op. cit., 1986, p. 119.

100

Sin duda, el concepto de hibridación ha sido discutido de manera acertada por García Canclini. Cfr. Néstor Gar-

cía Canclini. Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Grijalbo, México, 1990. Aún cuando estamos de acuerdo en buena parte de sus planteamientos, nos gustaría señalar que es preciso poner de relieve una especie de «riesgo hegeliano» que subyace a la idea de hibridación: en la medida en que implica cierta fusión dialéctica también incide en una negación del otro, es decir, en la medida en la que algo se hace híbrido, también

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no siempre estén en disidencia con respecto al ejercicio del poder, y que tampoco se muestren invariablemente a favor del mismo. Como se verá más adelante, lo anterior posibilita un distanciamiento con respecto a una concepción esencialista de la cultura política. Por ello ésta se plantea —más que como un dato o indicador de la democracia—, como un eje analítico que permite problematizar la relación entre el actor y el sistema. Dicho esto, cabe mencionar que una vez establecido nuestro posicionamiento epistemológico, también se pone de relieve la necesidad de contar con conceptos adecuados para el estudio del campo político y el entendimiento de los mundos juveniles. Por ello, en el siguiente capítulo se abordan las nociones de juventud y de cultura política. Enseguida, en el capítulo 3, se analizará cómo se han construido institucionalmente las imágenes de la juventud. En otras palabras, se dibujan los contornos de lo que en términos de los argumentos plasmados en el primer capítulo, constituye la estructura, el contexto en el que los actores se despliegan y (re)configuran. Todo lo anterior permitirá poner el énfasis en lo que constituye el núcleo de este trabajo: la supuesta ausencia de la dimensión formal de la política en los discursos y prácticas de los jóvenes. Ésta, asumimos, abre una brecha que inesperadamente arroja luz sobre las formas que adopta la democracia en nuestro país. Este vacío constituye una especie de centro alrededor del cual se estructura el campo político, y se articulan las biografías de los sujetos juveniles. se reducen las diferencias. Pareciera que la noción de hibridación se deshace de todo conflicto, como si el proceso fuera siempre armónico. Es por ello que consideramos pertinente ejercer una vigilancia epistemológica constante sobre el término.

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2. (Des)marcajes: jóvenes y cultura(s) política(s) crecí luego contra mi voluntad. con la nariz materna y desconfiado. atravesé la adolescencia como quien cruza un callejón oscuro. un niño que sueña con la muerte. es el hombre que habla solo y no se contesta.

Luis Chaves. Los animales que imaginamos

Una aproximación a la construcción de lo juvenil

Sin lugar a dudas, los jóvenes han sido uno de los protagonistas más importantes de la historia del siglo XX. En el siguiente capítulo veremos que en nuestro país la visibilidad de los jóvenes hunde sus raíces en el México decimonónico. Por el momento baste decir aquí, junto con Reguillo, que la aparición de estos actores en la escena pública contemporánea de América Latina puede situarse en la época de los movimientos estudiantiles de finales de la década de los sesenta, ya que dichos movimientos pusieron de relieve los conflictos no resueltos en las sociedades modernas.101 Posteriormente, en la década de los setenta, muchos jóvenes 101

Cfr. Rossana Reguillo Cruz. Emergencia de culturas juveniles. Estrategias del desencanto, Norma, Colombia,

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se integrarían a las guerrillas y a los movimientos de resistencia, por lo que la juventud era un equivalente de la «rebeldía» y la «subversión». La mencionada autora argumenta que en tal década el discurso del poder aludió a la «manipulación» a la que eran sometidos los jóvenes, sobre todo debido a la «inocencia» y «nobleza» de éstos.102 A raíz del profundo desencanto de esa etapa, los jóvenes se tornaron poco visibles en la década de los ochenta. A principios de los noventa tuvo lugar una nueva «operación semántica» en la que se construyó un imaginario en el que los jóvenes eran pensados como «delincuentes» y «violentos». Esta tendencia se hizo más marcada en lo referente a cierto tipo de jóvenes en el espacio público, cuyas conductas, manifestaciones y expresiones entraron en conflicto con el orden establecido: desbordaron el modelo de juventud que la modernidad occidental les tenía reservado —asevera Reguillo—. De esta manera arranca el siglo XXI: en un contexto de evidentes crisis socio–políticas, las juventudes latinoamericanas siguen haciendo «estallar las certezas», ya que ponen de manifiesto que el proyecto social privilegiado por la modernidad en Latinoamérica ha sido incapaz de concretar las promesas de un futuro incluyente. Es por ello que, de acuerdo con la mencionada autora, resulta crucial indagar los modos en que las y los jóvenes viven, experimentan e interpretan el mundo.103 2000, pp. 19-23. Ello no quiere decir que antes de dicha década no existían los jóvenes. Más bien, se plantea que la idea que antes se tenía acerca de la juventud era distinta. Véase también, coordinado por la misma autora, Los jóvenes en México, FCE, México, 2010. 102

Para el caso de los estereotipos que se desprendieron del Estado, y que incidieron en la diversidad juvenil de

Guadalajara, véase, por ejemplo, la obra de Fernando Fernández Réding. Los tapatíos. Un modo de vivir, Ayuntamiento de Guadalajara, México, 1987. 103

Cfr. Reguillo op. cit., 2000, pp. 19-23. Véase también José Antonio Pérez Islas y Maritza Urteaga Castro-Pozo

(coords.) Historias de los jóvenes en México. Su presencia en el siglo XX, SEP/IMJ/AGN, México, 2004; y José Antonio

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Ahora bien, la idea de juventud, tal como la conocemos en la actualidad, surge en la época de la posguerra.104 Al respecto, Reguillo argumenta que, en lo fundamental, son tres los procesos que otorgan mayor «visibilidad» a los jóvenes en la última mitad del siglo XX. El primero de ellos se refiere a la reorganización económica que se derivó del aceleramiento industrial, científico y tecnológico. El segundo alude a las dinámicas de la oferta y el consumo cultural. Finalmente, el tercer proceso radica en los cambios que se experimentaron en el discurso jurídico con respecto al estatuto de adultez/juventud. El contraste de estos procesos con las formas de «pensar a los jóvenes» —afirma Reguillo— indica que la edad es un referente importante, aunque no es una categoría «cerrada y transparente»: la edad adquiere una «densidad» que no se agota en el referente biológico. De acuerdo con la mencionada autora, se tiene que el marco proveniente del Estado que delimitaba el «mundo juvenil» —por medio de la pertenencia a las instituciones educativas y la incorporación tardía a la población económicamente activa—, está en crisis. Así, en la actualidad, la construcción de lo juvenil está atravesada por un doble proceso. Por una parte, se observa un «deterioro» en los ámbitos económico y político que amplía forzosamente el periodo de «inserción» del joven en los mercados laborales, y por ende, en la adultez. Por otra parte, se fortalece la esfera de las industrias culturales y la articulación de esquePérez Islas. Teorías sobre la juventud. La mirada de los clásicos, UNAM-Porrúa, México, 2008. 104

Cfr. Giovanni Levi y Jean-Claude Schmitt (comp.) Historia de los jóvenes. La edad contemporánea, Tomo II,

Taurus, España, 1996. Véase también el texto de Ballardini. En éste se señala que la juventud es un producto de la sociedad burguesa capitalista. De este modo, la juventud sería un producto histórico que emerge a partir del nacimiento del desarrollo capitalista. Cfr. Alejandro Ballardini. De los jóvenes, la juventud y las políticas de juventud, s/f, en www.cinterfor.uy.com.

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mas y modelos definitorios de las adscripciones identitarias. De modo que —señala Reguillo—, el vestuario, la música y el acceso a ciertos objetos emblemáticos resultan mediaciones cruciales para la construcción identitaria de los jóvenes: se genera “…un modo de entender el mundo y un mundo para cada «estilo»”.105 Desde ya se comienzan a poner de relieve las conexiones entre estos argumentos y lo discutido en el capítulo primero de este documento. Lo anterior es crucial para nuestros argumentos, debido a que partimos del supuesto de que la política y la economía formalmente institucionalizadas han fallado en la pretensión de «incorporar» a los jóvenes: el mundo juvenil «ofertado» por el Estado, sobre todo en lo que refiere a lo político, resulta insuficiente para los mundos y estilos juveniles contemporáneos. De esto se deriva un fortalecimiento de los sentidos de pertenencia y se configura un «actor106 políti105

Cfr. Reguillo, op. cit., 2000, pp. 23-27.

106

Dentro de este trabajo se entiende por actores pertinentes «de lo juvenil» a aquellos individuos, grupos de perso-

nas, organizaciones e instituciones que de alguna forma influyen –o pueden llegar a influir– en la relación entre los jóvenes y la esfera pública. En este sentido, coincidimos con la noción de actor estratégico planteada por Croizier y Friedberg desde la perspectiva organizacional. Los mencionados autores argumentan que para el entendimiento de las organizaciones [en tanto forma ideal de la estructuración del campo de lo político] es preciso comprender la acción colectiva desde una óptica situacional. Bajo esta lógica, basan su análisis en la observación empírica de los actores cuyo comportamiento resulta estratégico y activo, es decir, que éste nunca es determinación pura, no puede ser reducido a los elementos y eventos de su pasado, sino que también es producto de sus intenciones, experiencias, intuiciones, anticipaciones y cálculos. De tal forma, Croizier y Friedberg plantean que la noción de actor estratégico es aquel que actúa dentro de un entorno específico; parafraseando a estos autores, podemos decir que el actor es aquel que contribuye con su comportamiento a la estructuración de un campo de acción [para el caso que nos interesa, cabe mencionar que la «indiferencia» de los jóvenes es, también, una forma de actuación]. En última instancia, ellos plantean que no existe una definición ontológica del actor, sino que más bien, lo anterior implica un compromiso por parte del analista en el que es preciso deconstruir y reconstruir empíricamente el campo de acción bajo estudio para determinar con ello cuáles interacciones generan y mantienen el orden local, así como unas determinadas “reglas del juego”. Vid. Michel Croizier y Erhard Friedberg. “Organizational and Collective Action: Our Contribution to Organizational Analysis” en J. Rogers Hollingsworth y Robert Boyer (eds.) Research in the Sociology of Organizations 13. JAI Press: Londres, 1997, pp. 75-76.

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co» mediante un conjunto de prácticas culturales que no se agotan en la «lógica de lo ético—normativo». Desde este punto de vista, se evidencia una transformación del campo de lo político en la cual los jóvenes inciden de manera fundamental con su hacer y su no hacer. Al respecto, Reguillo señala que la inversión de las normas, la búsqueda de alternativas, y la relación ambigua con el consumo dan forma a un espacio de tensiones en el que los jóvenes «repolitizan» la política.107 La visibilidad de aquellos jóvenes que disienten e impugnan de manera frontal al sistema, que actúan «desde fuera» —Reguillo dixit—, los hace relativamente más aprehensibles en tanto objeto/sujetos de estudio. Faltaría agregar que sucede algo similar para aquellos que están incorporados de lleno en el sistema. Esto abre la pregunta que interroga por lo que sucede con aquellos jóvenes que no son ni apocalípticos ni integrados. 108 Cabe mencionar, pues, que la «repolitización» del espacio público no sólo refiere al disentimiento que se hace perceptible por medio de la acción colectiva o la movilización social; ni alude sólo a la pertenencia a lo formalmente institucionalizado. El estudio de la construcción de la democracia se torna complejo, por lo que debería cubrir un espectro más amplio e indagar, además, aquellas expresiones juveniles menos espectaculares. Es de107

Cfr. Reguillo, op. cit. 2000, p. 28.

108

En su texto, titulado Apocalípticos e integrados, Eco analiza la lectura de los cómics, el mito de Superman y el

papel de los medios audiovisuales, entre otras cosas. En este sentido, el mencionado autor se plantea el problema central de la doble postura ante la cultura de masas: la de los apocalípticos, que ven en ella la «anticultura», es decir, una especie de «caída irrecuperable», y la de los integrados, los que desde un optimismo exacerbado, creen que vivimos en una globalización del marco cultural. Cfr. Umberto Eco. Apocalípticos e integrados, Lumen, Barcelona, 1990. Aquí hacemos uso de ambos términos para señalar una pertenencia o una disidencia de los actores con respecto a lo político, porque nos parece que metaforizan de manera clara tanto los extremos en los que [desde las instancias gubernamentales y académicas] se sitúa a los jóvenes, como los marcajes que han influido en la investigación de lo juvenil en México. Abordaremos este punto con mayor especificidad en el capítulo IV.

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cir, de aquellos jóvenes que optan por el «deslizamiento sigiloso», por «hacer las paces con el sistema».109 Como se verá más adelante, una reconceptualización de la noción de cultura política resulta fundamental para entender las transformaciones de lo político, y dar cuenta así de las distintas visiones de mundo que configuran y conforman las y los jóvenes, por ejemplo, de la Zona Metropolitana de Guadalajara. Por otra parte, es innegable que la preocupación respecto al sector juvenil de la población de nuestro país es relativamente escasa.110 Las reflexiones en torno a esta temática se enfocaban, en principio, hacia diversos intentos de institucionalizar conceptual y socialmente aquello que era «ser joven».111 En este sentido, una marcada tendencia de investigación ha tenido como tema fundamental la indagación de los procesos de incorporación del joven a la sociedad (i. e. los procesos que experimentan los jóvenes para adquirir el estatuto de adultos). Evidentemente, la inserción de los jóvenes en lo social se ha hecho cada vez más compleja. En las décadas de los sesenta y setenta era común la idea de que el tránsito de las nuevas generaciones hacia la adultez se vincularía con el 109

Reguillo señala que el que los jóvenes no opten por prácticas y formas de agrupación partidista o institucional

no implica que no sean portadores de proyectos políticos. No reconocer lo anterior conlleva el riesgo de dejar de lado los nuevos sentidos de lo político, desde los cuales se configuran las redes de comunicación. Es a partir de éstas que se procesa y se difunde el mundo social. Así —argumenta la mencionada autora—, frente al «resplandor de lo público, muchos de estos actores [jóvenes] optan por «las sombras», por el «deslizamiento sigiloso». Es de crucial importancia señalar que mientras unos impugnan y disienten, otros «hacen las paces» con un sistema del cual hacen uso de manera instrumental. Cfr. Reguillo op. cit., 2000, p. 37. 110

Cfr. J. Igor Israel González Aguirre. “Nombrar es crear: una aproximación a la construcción de lo juvenil en Mé-

xico”, en Jóvenes en la mira. Revista de estudios sobre juventudes, IJJ, vol. 1., núm. 01, Gobierno de Jalisco/IJJ, México, enero-junio del 2005, pp. 7-19. 111

Cfr. José Antonio Pérez Islas (coord.) Jóvenes: una evaluación del conocimiento. La investigación sobre juventud en

México, 1986-1999, IMJ–CIEJ, México, Tomos I y II, 2000.

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«circuito» que empezaba en la familia, continuaba en la escuela, y derivaba en el empleo y la participación política. Típicamente, eran cuatro las condiciones para delimitar la «frontera final» del ser joven –denominada como emancipación–: 1. La independencia económica; 2. La auto–administración de los recursos disponibles; 3. La autonomía personal y; 4. La constitución de un hogar propio.112 En el imaginario social de nuestro país, lo anterior constituía la vía más adecuada para obtener la «certificación social» de adultez.113 Este imaginario tendió a diluirse en el transcurso de las décadas de los ochenta y los noventa. Ello se debió, entre otras cosas, a la incorporación de la mujer a los mercados de trabajo; al aumento de los niveles de escolaridad y a la relación, inversamente proporcional, de éstos con las opciones de empleo; a la diversificación de los mercados de trabajo; a los nuevos intereses de vinculación con distintas causas ciudadanas, a la mayor participación política y social, etc. Todo ello contribuyó tanto a «romper» el significado del «circuito ideal» que demarcaba la inserción de los jóvenes en la sociedad, como a ampliar subjetiva y objetivamente el periodo que constituía la etapa de juventud.114 En este contexto, la categoría «juventud» se encuentra en medio de una profunda transformación. Reguillo menciona que para desenmarañar lo anterior, se requiere elaborar un análisis y una reflexión crítica con respecto a algunos de los

112

José Luis de Zárraga, cit. pos. CIEJ-CIEM. “Documento marco. Planteamientos generales de la Encuesta Nacional

de la Juventud”, en CIEJ–IMJ. Jóvenes mexicanos del siglo XXI. Encuesta nacional de la juventud, CIEJ–CIEM, México, 2002, p. 16. 113

Ibíd., p. 15.

114

Ídem.

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conceptos y enfoques utilizados para «pensar a los jóvenes».115 Con base en los argumentos de la mencionada autora puede decirse que, en primera instancia, conceptualizar al joven en términos socioculturales implica no conformarse con las delimitaciones biológicas (i. e. edad). Es menester poner de relieve los riesgos que conlleva la tendencia de visualizar a los jóvenes como un continuo temporal y ahistórico. Ello quiere decir que este sector poblacional no constituye una categoría homogénea, ni comparte entre sí los modos de vincularse con la estructura social. De esta forma es posible plantear [como se argumentará más adelante] la simultaneidad de diversas culturas políticas y no una cultura política atribuible a aquello que es ser joven. Tal como lo esboza la mencionada autora: los esquemas

115

Reguillo señala que, al iniciarse la década de los noventa, se consolidaron y se aceleraron algunas de las tenden-

cias que ya se perfilaban en la década anterior. De entre éstas, la mencionada autora destaca la mundialización de la cultura por vía de las industrias culturales; los medios de comunicación (i. e. Internet); el triunfo del profetismo globalizador; el discurso neoliberal vinculado con el adelgazamiento del Estado; el descrédito y la deslegitimación de las instancias y dispositivos tradicionales de representación y participación, entre otras. Estas tendencias han incidido en los mundos de los jóvenes en términos de sus percepciones con respecto al futuro. En este sentido, la mencionada autora señala que los jóvenes comparten varias características que pueden ser pensadas como definitorias de las culturas juveniles de este nuevo milenio. En primera instancia —argumenta Reguillo—, dichos jóvenes poseen una «conciencia planetaria»: nada de lo que pasa en el mundo les es ajeno y se mantienen conectados a través de complejas redes de interacción y consumo. En segundo lugar, Reguillo señala que priorizan los pequeños espacios de la vida cotidiana en tanto «trincheras» para impulsar la transformación global. Aunado a ello, la mencionada autora señala que dichos jóvenes tienen un respeto casi religioso por el individuo, el cual se constituye en el centro de las prácticas y de las experiencias. En cuarto lugar, estos jóvenes hacen una selección cuidadosa de las causas sociales en las que se involucran. Por último, el barrio y el territorio han dejado de ser el centro del mundo. Cfr. Reguillo op. cit., 2000, pp. 37-38. Sin pretender desmeritar los aportes hechos por Reguillo, creemos pertinente cuestionar si estos planteamientos esbozados por la mencionada autora no son precisamente la base sobre la que se han elaborado los distintos estereotipos con los que se ha etiquetado a la juventud. Al hablar de la existencia de una serie de características compartidas por las culturas [¿todas?] juveniles del nuevo milenio, a escala mundial ¿acaso la mencionada autora no cae en aquello que, en otra parte, critica, es decir, en una visión esencialista y trascendental de la juventud? Aunado a ello ¿realmente en los argumentos de Reguillo no parece subyacer el supuesto de que los jóvenes todos son los sujetos/agentes del cambio? Desde nuestra perspectiva, más que partir de dicho supuesto nos parece más pertinente problematizarlo.

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de representación de los jóvenes configuran campos de acción diferenciados y desiguales. Así, en términos de la relación entre los jóvenes y la estructura o sistema político, Reguillo distingue la existencia de, cuando menos, dos grandes categorías de actores, que a su vez han constituido estrategias de investigación. La primera alude a los que han sido pensados como «incorporados». Las prácticas de éstos han sido analizadas a partir de su pertenencia al ámbito escolar, laboral o religioso. La segunda categoría refiere a los jóvenes que han sido pensados como «disidentes o alternativos». Las prácticas de éstos han sido abordadas desde su no–incorporación a los esquemas de la cultura dominante.116 Al respecto, la mencionada autora indica que el balance que resulta de estas dos grandes estrategias de investigación se inclina a favor de los estudios relativos a los jóvenes alternativos. Lo anterior ha generado una perspectiva, situada en los territorios de los propios jóvenes, desde la cual se «mira» al joven como esencialmente contestatario o marginal. Derivado de esto, es posible observar una tendencia que confunde el escenario situacional (i. e. la pobreza, la exclusión) con las representaciones profundas que construyen los jóvenes.117 Tomando en cuenta lo anterior, resulta crucial, pues, abordar el estudio de la cultura política de los jóvenes desde un punto de vista abarcador, holístico, es decir, que contemple tanto a los actores en disidencia o apocalípticos, a los 116

Cfr, Rossana Reguillo. “Cascadas: agotamiento estructural y crisis del relato. Pensando la «participación» juve-

nil”, en José Antonio Pérez Islas et al (coord.) Nuevas Miradas sobre los jóvenes. México-Quebec, IMJ/SEP/OQAPJ/ OJS, México, 2003, pp. 97-105. 117

Cfr. Reguillo op. cit., 2000, pp. 31-32.

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integrados y, sobre todo, a los que se desplazan transitoriamente entre ambos extremos.118 Ello considerando la dualidad de la estructura, la situacionalidad de las prácticas sociales, y la postura o posicionamiento (qua modos de ser con) en los espacios de estructuración que se generan entre el actor y el sistema. Por lo tanto, se propone aquí que más que las dos categorías sugeridas por Reguillo, lo que se tiene es la existencia de un espacio de flujos y desplazamientos en el cual los jóvenes transitan y optan –en su relación con la esfera pública– entre lo apocalíptico y lo integrado. Se precisa reconocer que entre ambos extremos existe una vasta «zona gris» que ha sido poco explorada; ésta se caracteriza por ser porosa en sus límites y fluida en sus dinámicas. Los jóvenes que se sitúan en ella se mueven de un extremo a otro, de acuerdo con sus perspectivas y saberes situacionales/contextuales, así como con los elementos relevantes para su actuar. Al igual que la juventud integrada o la juventud apocalíptica, las acciones de la diversidad juvenil –más allá de ambos extremos– pueden ser «leídas» en 118

Es pertinente distinguir entre los jóvenes en tanto actores sociales y la juventud como categoría analítica. En el

contexto de esta investigación, las juventudes apocalípticas y las juventudes integradas pueden ser vistas como tipos ideales. Éstas constituyen herramientas heurísticas. De ninguna manera “califican” a los objetos de estudio como aquello que es mejor o ideal. Más bien, los tipos ideales destacan los rasgos típicos o lógicamente consistentes de un comportamiento social o de alguna institución. En este sentido, los tipos ideales son construcciones analíticas que funcionan como una especie de “vara de medida” que permite delimitar las similitudes y diferencias de aquello que se analiza con respecto a una escala definida. La operacionalización de los tipos ideales implica poner de relieve las características, por ejemplo, de una institución en el caso de que ésta fuera un todo coherente y no estuviese influida por ningún agente externo. De hecho, Weber señala que el método científico consistente en la construcción de tipos indaga las conexiones de sentido irracionales, condicionadas de manera afectiva, como “desviaciones” de un desarrollo de la acción social construido como puramente racional con arreglo a fines. Para ello se requeriría conocer cómo se hubiese desarrollado la acción social de haberse conocido todas las circunstancias y todas las intenciones de los protagonistas, y de haberse orientado la elección de los medios de un modo rigurosamente racional con arreglo a fines. Cfr. Max Weber. Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, [1922] 1998, pp. 7 y siguientes.

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términos políticos y, sin duda, forman parte fundamental de la construcción social de la democracia. Así, los «estancos» observados por autoras como Reguillo —es decir, las juventudes que aquí hemos nombrado como apocalípticos e integrados— no deben ser entendidos de manera estática. Se trata más bien de distinciones que ayudan a pensar los universos y códigos culturales de los diversos actores juveniles. Lo que se pretende con esta investigación consiste en «deconstruir» las visiones estereotipadas que subsumen a los jóvenes a uno de los dos extremos. Por ello se parte —a diferencia de las «perspectivas politológicas tradicionales»— de la posibilidad de existencia de diversas culturas políticas juveniles en el seno de una misma sociedad. En este sentido, los universos y códigos que crea la juventud tienen que ver con, e inciden en la construcción de las modalidades sociopolíticas, es decir, actúan como entramados culturales de significación para darle rumbo a las acciones juveniles. De la misma forma, habilitan el procesamiento de los factores externos e inciden de distintos modos en el cambio social. En última instancia, contribuyen a la elaboración de nuevas maneras de vivir lo juvenil. Cabe señalar que la noción de diversas culturas políticas juveniles es doblemente útil. Por una parte, permite establecer «escenarios intermedios» de comparación y análisis entre los extremos de lo apocalíptico y lo integrado. Como se ha insistido en el capítulo anterior, lo que se pretende dilucidar con ello es la ligazón de las biografías, discursos y prácticas particulares de los jóvenes, con un entramado cultural más amplio. Por otra parte, la existencia de diversas culturas políticas juveniles facilita el entendimiento de

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otras formas de vincularse [o no] con el campo político y, por ende, de distintas maneras de construir la democracia. Lo anterior se relaciona tanto con la historia y la interpretación local de la creación de lo social, como con los entramados culturales que los actores procesan y sancionan negativa o positivamente, de acuerdo con el contexto en que son interpelados. Aunado a esto, la existencia de diversas culturas políticas juveniles permite poner de relieve que, más allá del binomio resistencia/integración, existen modos distintos de relacionarse con lo político, los cuales responden a contextos locales y situaciones particulares. A partir de ello es posible argumentar que el cambio social (i. e. la construcción social de la democracia) se liga con diversos entramados culturales desde los cuales los jóvenes asumen y procesan los sucesos externos. Esto ha generado diversos modos de ser joven, de construir lo juvenil. Finalmente, apelar a la existencia de diversas culturas políticas permite entender y explicar las profundas asignaciones y diferencias que ordenan, jerarquizan y definen los modos juveniles de vincularse con el campo político. En última instancia, con ello se plantea una vía más para el entendimiento de la construcción social de la democracia en el contexto de distintas matrices culturales en constante movimiento. En este sentido, las transformaciones y procesos sociales que analizamos en la relación que se establece entre los jóvenes y el campo político constituyen —más que reacciones y adecuaciones a los impulsos provenientes del exterior— múltiples umbrales analíticos. Dicho esto, cabe señalar que con respecto al conocimiento producido alrededor de las culturas juveniles, es posible destacar dos grandes ejes. Autoras como

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Reguillo señalan que el primero, más visible a principios de la década de los ochenta, es de orden descriptivo. Éste se caracteriza tanto por acercamientos de tipo emic, como por acercamientos de tipo etic. Ambos «momentos» llevaban en sí una escasa o nula explicitación de categorías o conceptos que orientasen al investigador. Ya en la década de los noventa emergió un segundo tipo: un discurso comprensivo en torno de la construcción de lo juvenil. En éste enfoque se privilegian las perspectivas interpretativo-hermenéuticas: se piensa a los jóvenes como sujetos con competencias para referirse a las entidades del mundo; como sujetos con capacidad discursiva. Además, se les piensa con capacidad para apropiarse de los objetos sociales, tanto simbólicos como materiales. Se reconoce, pues —afirma Reguillo—, el papel activo de los jóvenes en su capacidad de negociación con las instituciones y con las estructuras. Aunado a ello, en este nuevo enfoque se intenta «historizar» a los sujetos y a las prácticas juveniles bajo la óptica de los cambios culturales. Se investiga la configuración de las representaciones, de los sentidos que imputan los actores juveniles a sus prácticas, con lo que se va más allá de las meras operaciones de construcción del objeto de estudio.119 Los discursos de la (post)modernidad revisados en el capítulo anterior quedan, así, claramente puestos de relieve, y sirven de ancla para nuestros argumentos. Por otra parte, de manera acertada, autores como Zemelman120 y Melucci121 sugieren que la indagación de las prácticas de los sujetos obliga a situar el núcleo 119

Cfr. Reguillo op. cit., 2000, pp. 33-37.

120

Cfr. Hugo Zemelman. De la historia a la política. La experiencia de América Latina, Siglo XXI, Universidad de las

Naciones Unidas, México, 1989. 121

Cfr. Alberto Melucci. Acción colectiva, vida cotidiana y democracia, El Colegio de México, México, 1999.

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del análisis en el mundo de la vida cotidiana. En este contexto, más que temas de estudio, los mundos juveniles pueden ser vistos como umbrales desde los cuales se interroga a «la realidad». Así, autoras como Reguillo distinguen la existencia de tres grandes temáticas en relación con lo anterior. La primera refiere al grupo juvenil y las diferentes formas de entender y nombrar su constitución. La segunda alude a la alteridad, es decir, a «los otros» con relación al proyecto identitario juvenil. Finalmente, la tercera temática se constituye en torno del proyecto y las distintas prácticas juveniles que ello conlleva.122 De acuerdo con la mencionada autora, puede decirse que algunos de los enfoques clásicos que indagan la conceptualización de nociones como «proyecto político» y «acción colectiva» se han centrado en los modos de participación formal, explícita, orientada y estable en el tiempo. Ello ha provocado que algunas grupalidades juveniles —afirma Reguillo— sean «leídas» como carentes de un proyecto político, reduciendo éste a la participación electoral.123 No obstante, en los estudios sobre juventud se tiende a revalorizar lo político: ello ya no constituye una esfera autónoma que trasciende al sujeto, sino que lo político “…adquiere «corporeidad» en las prácticas cotidianas de los actores, en

122

Cfr. Reguillo op. cit., 2000, p. 39.

123

Un claro ejemplo de esta visión reduccionista es el reciente texto de Anna M. Fernández Poncela. Cultura política

y jóvenes en el umbral del nuevo milenio, IFE/IMJUVE, México, 2003. Puede decirse que otro de los textos que está influenciado por esta perspectiva (aunque no aborda directamente la cuestión juvenil) es el de Alejandro Moreno. Democracia, actitudes políticas y conducta electoral, Fondo de Cultura Económica, México, 2003. Un ejemplo más que padece lo anterior se encuentra en el texto de Óscar Aguilera Ruiz “Un modelo (transoceánico) por armar. Algunas hipótesis acerca del vínculo entre juventud y política”, en Jóvenes. Revista de estudios sobre juventud, año 7, núm. 19, IMJ, México, julio-diciembre del 2003, pp. 64-81.

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los intersticios que los poderes no pueden vigilar”.124 Reguillo argumenta acertadamente que la política no es un sistema rígido de normas para los jóvenes. Más bien constituye una red variable de creencias, de formas y estilos de vida, los cuales se encuentran estrechamente ligados a la cultura. Aunado a lo anterior, puede decirse que los estudios en torno a los jóvenes que transitan por las rutas más predecibles son dispersos y escasos. La distancia entre la producción de conocimiento de la vertiente que investiga a los «no–institucionales» y la que estudia a los «incorporados» es profunda. Ello ha generado análisis parciales: por un lado se tratan de manera insuficiente los aspectos estructurales e institucionales, los cuales no siempre son contrarios a las expresiones culturales juveniles. Por el otro se tiene una focalización en la institucionalización, subsumiendo a ello la diversidad juvenil.125 Ante tal panorama, puede decirse que en nuestro país se está produciendo una nueva «reflexión teórica» con respecto al estudio de las cuestiones juveniles. Existen varios rubros importantes que dan cuerpo a dicha reflexión.126 Para este trabajo interesa destacar dos de ellos. El primero tiene que ver con la categoría de las culturas juveniles. De dicha categoría se desprenden dos grandes aristas. 124

Cfr. Reguillo op. cit., 2000, p. 43.

125

Ibíd., p. 44.

126

Uno de los ejes de investigación acerca de las juventudes mexicanas tiene que ver con las manifestaciones

vinculadas a la música. También toma importancia la indagación de las transformaciones tecnológicas, tales como la Internet y la manera en que ello incide en las nuevas generaciones. Asimismo, se ha constituido un sistema de investigaciones que gira en torno de las adicciones y el consumo de las «substancias duras» por parte del sector juvenil de la población. Relacionado con lo anterior emerge un tema de crucial importancia: la sexualidad y las enfermedades de transmisión sexual entre los jóvenes (i. e. SIDA). Otros aspectos que están siendo estudiados son, por ejemplo, la relación entre educación y empleo, la cual, a pesar de estar ligada de manera directa con los jóvenes, es un tema sin una «visión juvenil». Cfr. José Antonio Pérez Islas. “Introducción”, en IMJ–CIEJ. op. cit. pp. 9 y 10.

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Por una parte, se tiene aquella que emerge de la articulación de los elementos de generación, género, clase, etnicidad, territorios, etc. La segunda alude a la conformación de identidades o identificaciones juveniles. Ambas aristas son complementarias y se supone que «superan las aporías» encontradas en torno de conceptualizaciones generales que homogeneizaban las especificidades de los grupos juveniles. El segundo de los rubros que interesa tratar aquí se relaciona con una vertiente que se está replanteado de manera radical: la (no) participación política de los jóvenes. Los avances en la investigación de esta temática muestran que se comienzan a superar las limitaciones que implicaba concebir dicha participación sólo como proceso vinculado a la esfera de la política formal-tradicional (i. e. partidaria y electoral).127 Otro aspecto importante para pensar a los jóvenes radica en la noción de las identidades juveniles. Éstas pueden definirse como construcciones social e históricamente significadas.128 Ello quiere decir, por una parte, que la juventud no es un sector social estático o «solidificado», sino que presenta un cariz polisémico y variable. De este modo, la(s) juventud(es) se construiría(n) desde las diversas articulaciones que se tienden desde el ser joven hacia las distintas áreas de la realidad social, y viceversa. Por otra parte, lo juvenil constituye identidades o identi-

127

Al respecto, Pérez Islas señala que las nuevas perspectivas en torno a la ciudadanía juvenil están mostrando otras

«caras de significación» más amplia de las prácticas y concepciones de los jóvenes, que mucho tienen que ver con la irrupción de lo que se ha dado por llamar “sociedad civil”. Cfr. José Antonio Pérez Islas. “Introducción”, en IMJ– CIEJ op. cit. p. 10. Véase además el trabajo de Rogelio Marcial Vázquez. Jóvenes en diversidad. Ideologías juveniles de disentimiento: discursos y prácticas de resistencia. Tesis Doctoral, El Colegio de Jalisco, México, 2002. 128

Cfr. José Manuel Valenzuela Arce. “El tropel de las pasiones. Jóvenes y juventudes en México”, en IMJ–CIEJ. op.

cit. p. 27.

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ficaciones «transitorias»: más allá de las perspectivas que enfatizan únicamente los cambios físico-biológicos (i. e. la trayectoria lineal de niñez, adolescencia, juventud y adultez), resulta crucial indagar acerca de la significación de los cambios que experimentan los jóvenes. Esto es de crucial importancia debido a que dicho sector poblacional influye y es influido por los procesos que demarcan los cambios que se experimentan en nuestras sociedades.129 Además, las juventudes constituyen «construcciones heterogéneas», es decir, en torno a los jóvenes gira una pluralidad y una diversidad de perspectivas de interpretación.130 Con respecto a lo anterior, autores como Valenzuela han señalado que es necesario estar «en guardia» ante el riesgo de considerar lo juvenil como un sector auto-contenido que se explica por sí mismo.131 Aunado a lo anterior, se pone de relieve un aspecto crucial que adquiere mayor visibilidad en nuestros días, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX. Éste radica en el incremento de la participación de los jóvenes en la disputa por la representación de la condición juvenil. En este aspecto se resalta la no-aceptación de una «hetero-representación» vertical que les asigna a los jóvenes una «identidad etiquetada». Más bien, lo que se observa es una «lucha» por la «semantización de las diferencias» y de la representación de la condición juvenil. “Los jóvenes forman parte de la sociedad —afirma Valenzuela— y participan 129

Ídem.

130

Ídem.

131

Valenzuela señala que las identidades juveniles deben situarse desde contextos amplios, por lo cual no pueden

analizarse exclusivamente a partir de la condición juvenil. Es necesario considerar que tales identidades se configuran en ámbitos relacionales y se encuentran «atravesadas» por procesos de identificación a escala más amplia. Cfr. Valenzuela Arce. “El tropel de las pasiones…”, en IMJ-CIEJ op. cit., 2002, p. 29.

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en el complejo entramado social del cual son (re)productores, (re)creadores y (re)presentadores”.132 Tanto la juventud como la condición juvenil constituyen relaciones sociales históricamente situadas y representadas. Ello alude a «umbrales» desde los cuales se semantizan la adscripción y la diferencia. Éstos se encuentran imbricados en redes y estructuras de poder que plantean distintos modos de ser joven. En ese sentido, la construcción [social] de lo juvenil implica «disputas» de auto-percepción y hetero-representación; de auto-adscripción y hetero-reconocimiento.133 Por otra parte, resulta indispensable indagar acerca de las perspectivas desde las cuales se conformaron tanto la construcción social como las representaciones de lo juvenil. Para autores como Valenzuela, desde la perspectiva de la modernidad se ha definido la juventud como una especie de «moratoria social».134 Esto supondría tanto extender la estadía del joven dentro del marco familiar como que existen condiciones para su ingreso al mercado de trabajo. Asimismo, tal moratoria implicaría que el joven se encuentra incorporado al mercado de consumo y puede (y debe) acceder a la educación. Por otra parte, es importante señalar que lo que en principio hizo visible a los jóvenes como sujeto social se transformó en una visión estereotipada. Autores como Medina Carrasco argumentan que en nuestro país ello «sepultó» la pluralidad social de los jóvenes bajo una lectura que puso énfasis en los grados

132

En este sentido, Valenzuela señala que muchos jóvenes no aceptan las imágenes manidas que los consideran

como un sector externo a la sociedad, como si ésta fuera algo ausente a ellos. Cfr. Valenzuela Arce. “El tropel de las pasiones…”, en IMJ–CIEJ op. cit., 2002, p. 29. 133

Ibíd., p. 30.

134

Ibíd., p. 31.

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de integración social a los proyectos de desarrollo impulsados por los grupos hegemónicos de México. Según el mencionado autor, tanto la propia conformación del orden social, como la creciente complejidad que conlleva la generación de sentido de la vida en la sociedad han incrementado el desconocimiento sobre la condición juvenil.135 Por ello resulta pertinente aceptar el reto de descubrir nuevas formas de mirar y acceder a dicha condición. De manera específica, puede decirse que el escaso conocimiento que existe en torno a la temática de los jóvenes, sobre todo en las latitudes latinoamericanas, se debe a que los «paradigmas» prevalecientes en la investigación científica han configurado imágenes juveniles distanciadas de sus realidades sociales y de sus universos simbólicos. Ello se ha traducido en la estructuración de tres grandes estereotipos juveniles.136 El primero de éstos indica que, en términos socioculturales se ha conceptualizado a la juventud como un sujeto de cambio [apocalíptico]. Esto quiere decir que se vincula al sujeto joven con la rebeldía y la trasgresión social. Desde el segundo estereotipo, construido con base en una visión sociológica, se ha elaborado una imagen conservadora de la juventud. Esta imagen remite al joven [integrado] que, independientemente de las condiciones socioeconómicas, dedica sus energías a desarrollar competencias para conseguir el máximo capital social y cultural para cuando llegue el momento de ingresar a la adultez. El tercer estereotipo es negativo y equipara a la juventud con la creación de problemas socia135

Gabriel Medina Carrasco. “Presentación. Abrir caminos en la reflexión sobre la condición juvenil”, en Gabriel

Medina Carrasco (comp.) Aproximaciones a la diversidad juvenil, El Colegio de México, México, 2000, p. 10. 136

Cabe mencionar que, en nuestro país, estos estereotipos han incidido de manera directa en la elaboración de las

estrategias de intervención [en términos de políticas públicas provenientes del Estado].

105

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les. Esta visión predomina sobre todo con respecto a los jóvenes que pertenecen a los grupos de menores recursos económicos. Una característica común en estas perspectivas indica que la condición de joven no tiene «en sí» atributos sociales constituyentes: más bien, existiría socialmente como una especie de prórroga entre la infancia y la edad adulta.137 Recordemos que en lo fundamental, los estereotipos que demarcan la condición juvenil le imputan a ésta un carácter totalizador y homogeneizante: todos los jóvenes son contestatarios; todos los jóvenes están incorporados al sistema; todos los jóvenes son apáticos con respecto a lo político. Esta visión reduccionista se diluye y matiza cuando tales estereotipos son deconstruidos y replanteados como ejes heurísticos, en el contexto de una juventud diversa como la que habita en la Zona Metropolitana de Guadalajara.138 Ahora bien, ¿desde qué perspectivas se han investigado, en nuestro país, las relaciones entre jóvenes y esfera pública? La respuesta a esta interrogante se conecta con la discusión abordada en el primer capítulo de este trabajo. Así, para autores como Cisneros, las aproximaciones sistémica y estructural–funcionalista inauguradas hace más de tres décadas fueron fundamentales para la estructuración del campo de la socialización política: se reconoció la relativa importancia 137

Cfr. Medina Carrasco. “Presentación…”, en Gabriel Medina Carrasco op. cit., 2000, pp. 11-12.

138

Para ilustrar esta diversidad, véanse los trabajos de Marcial, op. cit., 2002; Rogelio Marcial Vázquez. Jóvenes y

presencia colectiva. Introducción al estudio de las culturas juveniles del siglo XX, El Colegio de Jalisco, México, 1997 y; Rogelio Marcial Vázquez. Desde la esquina se domina. Grupos juveniles: identidad cultural y entorno urbano en la sociedad moderna, El Colegio de Jalisco, México, 1996. Al respecto, cabe mencionar que con nuestra investigación no se pretende caracterizar, de ningún modo, a la «juventud tapatía». Ello equivaldría a otorgarle un carácter esencialista al concepto, y una homogeneidad a dicho sector poblacional que, evidentemente, no posee. No se intenta, pues, demostrar la permanencia y continuidad entre los rasgos generales y los atributos identitarios de los jóvenes que habitan esta parte del occidente de México. Si se hace alusión a ello es con un carácter netamente heurístico, como se verá a lo largo del texto.

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de la familia, la escuela, los medios y los grupos de pares en la determinación de las orientaciones políticas. Sin embargo, una de las ausencias notables de estos enfoques «socio–politológicos» ha sido el análisis de las juventudes. Así, para el mencionado autor, la socialización política, la educación ciudadana, y la participación cívica son algunos temas que se ponen de relieve en las interrogantes sobre la juventud. En este sentido, una de las preguntas obligadas —señala Cisneros— indaga sobre ¿cómo se genera el problema de las ciudadanías juveniles? El mencionado autor argumenta que la respuesta a este cuestionamiento tiene varios «momentos». En primera instancia, con el análisis se pretendía trascender el concepto anquilosado de «movimiento estudiantil». Ello con el objeto de dar cuenta de la dimensión de los «horizontes de realidad» que tocaba la problemática de la ciudadanía: nuevas tecnologías de la comunicación, vidas cotidianas alternativas y rebeldes, acciones no convencionales, y militancias fuera de los cánones tradicionales. En el segundo momento, el esfuerzo analítico se enfocó en las políticas de empleo y atención, en el contexto de estrategias neoliberales que repercutieron en la agudización de otros conflictos. En el tercer momento – que sería el actual– se sitúa la cuestión juvenil en el marco de las culturas cívicas y la socialización política.139 Es importante destacar que Cisneros plantea que en nuestro país aún no se ha superado la visión que concibe a la participación política como un conjunto de actividades voluntarias e individuales de ciudadanos. Tales actividades influirían de manera directa o indirecta sobre diversos niveles

139

César A Cisneros Puebla. “Jóvenes ciudadanos: ¿realidad o ficción?” en Gabriel Medina Carrasco op. cit., 2000,

pp. 61-62.

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del sistema político. De acuerdo con ello, puede decirse que dicha visión resulta obsoleta debido a que reduce a pensar al ciudadano únicamente como votante.140 En este contexto, Cisneros se interroga acerca de ¿en qué consiste y cómo se construye la identidad ciudadana en los jóvenes? Para responder a esta cuestión, el mencionado autor parte de un enfoque que plantea que una identidad colectiva requiere de un marco concreto de referencia en términos territoriales e históricos. Aunado a ello señala que tener una identidad colectiva implica una demarcación desde otros grupos. Además debe existir una diferencia significativa entre la manera en que un grupo es percibido por otros [atribución] y a forma en que los grupos se perciben a sí mismos [autodefinición]. De ello se derivarían, cuando menos, dos tipos de identidad: 1. La tradicional del grupo, que es histórica y se desarrolla a través del tiempo y; 2. Identidades artificialmente inducidas.141 En estas últimas, las dificultades se enfocan en indagar quién es el otro que nombra al joven [demarcación exógena] y quién es el otro juvenil [demarcación endógena]. Cisneros señala al respecto que la cuestión central aquí es la de la «escala de la ciudadanización» que se establece. La arbitrariedad de esta escala hace improbable que, en la esfera de la vida cotidiana pueda establecerse un marco de referencia que delimite en dónde y hasta qué punto se es, o no, ciudadano. Por esto es que resulta insuficiente analizar las culturas políticas juveniles exclusivamente a partir del ejercicio del voto; o desde una noción esencialista de la ciudadanía. De cualquier forma, Cisneros señala, de manera crítica, que una agudización a

140

Ibíd., p. 63.

141

Ídem.

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estos dilemas indicaría que la identidad ciudadana, vista en conjunto, semejaría un modelo de ser humano: pareciera como si el ciudadano total fuese el efecto de las virtudes cívicas. Este modelo de ciudadanización supondría que la sociedad toda estuviera «cercada», y el sujeto estuviera atávica y literalmente sujetado.142 Ante ello, es necesario desprenderse de esta perspectiva y considerar, junto con autores como Morin,143 que la sociedad es un conjunto caótico, recursivo. Así, Cisneros señala que a pesar de que nuestra cultura cotidiana no esté llena de conversación, ni nuestro sistema político permita una total transparencia informativa, ni estemos acostumbrados a una comunicación masiva, participativa e interactiva, vale la pena reflexionar sobre lo que en el lenguaje de los jóvenes significa «la cosa pública». Cabe mencionar, desde ya, que las conversaciones y silencios juveniles con respecto a lo político; y los discursos institucionalizados acerca de la juventud, serán el núcleo temático de los próximos capítulos. En este sentido, aunque sin abordar de manera específica la temática juvenil, autoras como Eliasoph han explorado vías analíticas situadas más allá de lo formalmente institucionalizado, las cuales resultan pertinentes para nuestro estudio. Para ello, la mencionada autora ha indagado la manera en la que los ciudadanos crean y expresan sus ideas en la vida diaria, mostrando el contraste entre la fuerte carga política que pueden llegar a adquirir las conversaciones privadas, y la falta de un compromiso verbalizado explícitamente en el espacio público. Ante la insuficiencia de las investigaciones centradas en encuestas tendientes a

142

Ibíd., p. 75 y 76.

143

Edgar Morin. Introducción al pensamiento complejo, Gedisa, España, 2001.

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averiguar lo que dice la «opinión pública», la observación de la manera en que las ideas políticas circulan en la vida diaria le ha permitido a Eliasoph escudriñar el modo en que la población [norteamericana] realiza un considerable esfuerzo para mantenerse alejada de la política. Al conectar sus observaciones con los aspectos más amplios del desarrollo de la vida social, la mencionada autora arroja algo de luz sobre los oscuros vasos comunicantes entre el mundo de la vida cotidiana y la creación de la esfera pública. De tal suerte, Eliasoph pone de relieve que la interacción en los distintos contextos y circunstancias sociales va construyendo recursivamente, por medio de las prácticas discursivas, los rasgos más institucionalizados de los sistemas amplios, es decir, cómo se produce la apatía y cómo ésta incide, a su vez, en la arquitectura del campo político.144 Por otra parte, Pérez señala que, en nuestro país, la relación entre institucionalidad y juventud ha experimentado un proceso de distanciamiento entre uno y otro: las instituciones sociales (i. e. escuela, instancias de gobierno) cada vez «le dicen» menos a los jóvenes actuales. Hay, pues, una «brecha» –que resulta opaca y problemática– entre la oferta institucional y las demandas juveniles en torno a lo político. Ante ello, el mencionado autor se interroga acerca de ¿cuál es el por qué de esta distancia entre la institucionalidad y los jóvenes? ¿Cuál debería ser el futuro de las políticas de juventud para que éstas tuvieran los impactos que se desean? En este contexto, Pérez caracteriza cuál ha sido la trayectoria reciente de la relación entre las instituciones sociales y los jóvenes. Para ello, el mencionado 144

Cfr. Nina Eliasoph. Avoiding politics. How Americans produce apathy in everyday life, Cambridge University Press,

Reino Unido, 1999. Aún cuando el texto se centra en el estudio de la población norteamericana, resulta en extremo sugerente en términos de lo que ocurre con las juventudes de nuestro país.

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autor hace énfasis en las instancias públicas responsables de diseñar y coordinar las acciones en favor del segmento juvenil de la población.145 De este modo, las relaciones entre instituciones y jóvenes han generado diversas contradicciones que marcan el proceso de juventud. Pérez argumenta que, en primera instancia, mientras que el joven se encuentra biológicamente apto para ejercer su protagonismo social, la sociedad no le otorga el certificado de actuación hasta que está normalizado (i. e. hasta que es un adulto “racional y responsable”). No obstante, en contextos como el de nuestro país, los mecanismos tradicionales de incorporación han dejado de funcionar (i. e. la escuela ya no garantiza la incorporación al mercado de trabajo). Así, lo joven adquiere, desde la institución, un estatus de indefinición y de subordinación: pocas veces se les reconoce –a los jóvenes– como otros: se les concibe como sujetos con potencialidad para el futuro, pero no para el presente.146 Una segunda contradicción proviene del «extrañamiento» que se deriva de la experiencia de los jóvenes frente a las instituciones. En un primer momento, dicho extrañamiento produce un proceso de negación. Posteriormente, aquél es re-significado y apropiado por el joven a su manera, constituyendo parte de su horizonte cultural. De este modo, no sólo la institucionalidad le ofrece a los jóve145

De manera específica, Pérez sugiere interrogarse acerca de qué sujeto/actor es el objetivo de estas políticas.

Luego, aborda la manera en que se han desarrollado históricamente las políticas de juventud y cuáles han sido sus logros y sus fracasos. Finalmente, señala la necesidad de reflexionar sobre algunas opciones que podían intentarse, para iniciar una discusión acerca de los temas de la agenda nacional con respecto a «lo juvenil». Cfr. José Antonio Pérez Islas. “Visiones y versiones. Los jóvenes y las políticas de juventud”, en Gabriel Medina Carrasco op. cit., 2000, pp. 311-312. Véase además Rogelio Marcial y Miguel Vizcarra. Jóvenes y políticas públicas: Jalisco, México, El Colegio de Jalisco/IJJ, México, 2006. 146

Ibíd., pp. 313-314.

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nes una vía que ya no les es posible transitar para incorporarse a la vida adulta: además, dicha institucionalidad «oferta» un molde ajeno, con el cual poco tienen que ver los jóvenes: no se reconocen en el Gran Otro (i. e. en las vías institucionales hacia la adultez), por lo que buscan identificarse, las más de las veces, con sus mismos pares; o en ocasiones, con los modelos ofertados en los medios de comunicación masiva. De este modo, Pérez señala que la alteridad es el medio por el cual los jóvenes generan su propia identidad. Ésta se procesa de manera no lineal, sino a partir de fragmentos caóticos de la vida cotidiana, los cuales van formando tantos escenarios como contextos en los que se desenvuelve el joven. Para el mencionado autor, esto deriva en una fragmentación de las identidades colectivas, y aparecen como contraparte, las identidades restringidas, esto es, que llaman a la individuación (que no a la individualidad).147 Ello debido a que se elaboran referentes simbólicos que posibilitan a los individuos no verse escindidos de su propia comunidad. Una consecuencia de lo anterior puede observarse en la institucionalidad: por su misma condición sedentaria, el cambio en ésta es más lento, por lo que permanecen los estereotipos sobre los jóvenes. Éstos son concebidos en una sola dimensión estática (i. e. como estudiantes, como chavos banda, apocalípticos, integrados, etc.). Con ello se dejan fuera del análisis (y por ende, de la 147

En estos argumentos esbozados por Pérez se observa una interesante línea de continuidad con respecto al con-

cepto de identidades culturales perturbadoras, esbozado por Barker. El mencionado autor entiende por identidad al entramado de pautas de discurso que forman una red sin centro y no como una serie de atributos poseídos por un yo nuclear unificado. Es importante señalar que en este documento nos decantamos por una definición de identidad como la sugerida por respectivamente por Islas y por Chris Barker. Televisión, globalización e identidades culturales, Paidós, Argentina, 2003.

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estructuración de políticas públicas) al resto de las identidades que confluyen personal y colectivamente en los jóvenes. El modo en el que históricamente se fue estructurando el campo político nacional ha jugado un papel fundamental en ello. Con respecto a la «mirada institucional» que se tiene en nuestro país acerca de los jóvenes, puede decirse que las categorías construidas desde las instituciones poco se refieren a las condiciones reales que experimentan los diversos grupos juveniles de una sociedad. Al respecto, Pérez argumenta que esto es problemático debido a que desde tal «mirada» se diseñan las políticas públicas. Esto se debe, entre otras causas, a la escasa o nula explicitación del sujeto de atención al que se dirigen tales políticas o intervenciones. De manera específica, el mencionado autor destaca cuatro tendencias generales que han influido en la mirada institucional que se construye acerca de los jóvenes: 1. Concebir la juventud como una etapa transitoria; 2. Creer que los jóvenes tendrán «su oportunidad» cuando sean adultos; 3. Idealizar a los jóvenes: o todos son buenos, o todos son peligrosos y; 4. Homogeneizar lo juvenil. De estas tendencias han derivado cuatro grandes tipos ideales que han servido de guía para la elaboración de las políticas de juventud: 1. El modelo de educación y tiempo libre con jóvenes «integrados»; 2. El modelo de control social de sectores juveniles «movilizados»; 3. El modelo de enfrentamiento a la pobreza y a la prevención del delito y; 4. El modelo de la inserción laboral de los jóvenes «excluidos».148 Tal como lo señala Pérez, el esquema anterior requiere la construcción de nuevos puntos de visión. 148

Cfr. Pérez Islas, José Antonio “Visiones y versiones…”, en Medina Carrasco, op. cit., 2000, pp. 317-324.

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Uno de los objetivos de este documento consiste, precisamente, en incidir en la estructuración de esas nuevas formas de mirar(se). Finalmente, retomando los trabajos elaborados por Marcial149 y Monsiváis,150 para los fines prácticos de esta investigación se entiende que la condición juvenil es una construcción situada histórica y espacialmente. Ésta se articula en torno a las relaciones de poder y las divisiones de la sociedad. De este modo, las experiencias y los sentidos juveniles –con relación a lo político, por lo menos– estarían delineados por la construcción de identidades y culturas juveniles. Así, la condición juvenil referiría al significado de una etapa etaria de los sujetos: más que un conjunto de atributos de los individuos adjudicables a determinadas edades, la juventud implica una serie de vínculos y aristas que se extienden hacia distintas esferas de la vida social. Desde esta perspectiva, la noción de «juventud» alude a una forma de diferenciación social que se constituye como un sistema de prácticas discursivas. Éstas se postulan y construyen el sentido de la edad como un lugar desde el que se semantizan los procesos y experiencias sociales. Así, la juventud no se refiere a una condición «objetiva» de las personas. Más bien, es un conjunto de sistemas de significación que se vinculan con diversos ámbitos (i. e. sociales, políticos, culturales). En este sentido, el ser joven referiría a la adopción de «posiciones de sujeto» en circunstancias concretas, las cuales no están determinadas por el carácter etario del ser joven. En el contexto de este estudio, la juventud [qua modo de ser con]

149

Cfr. Marcial op. cit, 2002.

150

Monsiváis Carrillo, op. cit., 2003; y Monsiváis Carillo, op. cit., 2004a.

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sería, pues, el marco en el que la discursividad de los actores se extiende —recursivamente— hacia y desde lo político. Lo anterior obliga a indagar los procesos de construcción de las subjetividades juveniles, así como la construcción institucional de la juventud. Para ello se precisa analizar los discursos histórica y socialmente producidos en torno a estos sujetos, como los producidos por ellos mismos. Esto es así porque la estructuración del ámbito de la subjetividad se encuentra vinculada de manera recursiva con aquellos discursos desde los cuales se plantean los modos y posibilidades de ser joven. Antes de pasar a ese punto, parece pertinente discutir el concepto de cultura política, ya que éste se muestra como un engarce que habilitará la indagación de la relación que se establece entre los jóvenes y la esfera pública.

Desafilando conceptos: hacia una definición de cultura(s) política(s)

Es innegable que la idea de «cultura política» tiene una raíz profunda.151 Sin menospreciar la importancia del acontecer histórico, puede decirse que el proceso de modernización iniciado en las primeras décadas del siglo XIX es uno de los principales ejes que atraviesan el «nacimiento formal» de dicha idea (aunque

151

Antes de una elaboración formal del concepto de cultura política, pueden encontrarse diversas argumentacio-

nes que intentan dar cuenta de las mediaciones entre el Estado y la Sociedad. Véanse por ejemplo los trabajos de Étienne De la Boétie. Discurso de la servidumbre voluntaria, Sexto, México, 2003 (editado por primera vez cerca de 1570) y; Nicolás Maquiavelo. El príncipe, AM, México, 2001 (editado por primera vez en 1532). Incluso, si bien es cierto que tiene un sentido completamente diferente, la pista de la idea de «ciudadanía» [componente esencial de la cultura política] puede rastrearse hasta llegar a Platón y Aristóteles, casi quinientos años a. C.

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no es el único).152 En lato sensu, esto se refiere a la transición de una sociedad tradicional a una moderna, así como a los efectos que dicho proceso trajo consigo.153 Los cambios generados por la modernización comenzaron con la introducción de la tecnología al ámbito de la producción. Esto derivó en una serie de movimientos de industrialización, urbanización y extensión del empleo de los medios de comunicación e información, lo cual incrementó las capacidades de las sociedades para aprovechar sus recursos humanos y económicos.154 Aunado a lo anterior, la modernización generó una serie de expectativas derivadas del incremento de los bienes, de los satisfactores y de los recursos puestos en circulación por dicho proceso. La importancia de aludir a lo anterior radica en que la modernidad «chocaba» de manera frontal con las estructuras y relaciones entonces vigentes, causando desajustes y conflictos que amenazaban la estabilidad, por ejemplo, del orden político.155 152

En el capítulo anterior hicimos mención de las diferencias entre la modernidad (en tanto periodo histórico),

el modernismo (referente a las expresiones artísticas) y la modernización (como expresión de la modernidad). 153

Autores de la talla de Marx, Durkheim y de Weber destacan —cada uno con objetivos diferentes— la importancia

de este proceso, y ofrecen, en buena medida, un «retrato» de este tránsito hacia la modernidad. Cfr. Carlos Marx. El Capital. Crítica de la economía política, Fondo de Cultura Económica, México, 1987; Emile Durkheim. La división del trabajo social, Colofón, México, 1989; y Max Weber, op. cit. 154

Véase por ejemplo, Manuel Castells. La era de la información. Economía, sociedad y cultura, Siglo XXI, México,

2000. (Tres tomos). 155

Esta idea es manejada por autores como Carlos Fuentes, el cual, al aludir al culto retórico a la simultaneidad de

nuestra historia [o al tránsito de Quetzalcóatl a Pepsicóatl] señala, de alguna manera, que los cambios a los que se ve sometida una sociedad en modernización se extienden más allá de las fronteras del ámbito económico donde se originan. Cfr. Carlos Fuentes. Tiempo mexicano, Joaquín Mortiz, México, 1976. Podríamos decir en este sentido que el desafío al que se enfrentan las sociedades en proceso de modernización consiste en emprender una transformación institucional para establecer nuevas estructuras políticas y nuevas relaciones de poder. Éstas debieran ser capaces de recoger las demandas de las fuerzas sociales que emergen a raíz del proceso de transformación social. El “cortocircuito” que producen los desencuentros entre las estructuras políticas y las demandas sociales será entendido, más adelante, como una especie de (in)eficacia simbólica institucional.

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Con el proceso modernizador también llegaron a trastocarse los patrones tradicionales de identidad comunitaria y de integración social.156 Por tanto, con relación al campo político, el reto planteado por dicho proceso implicaba la instauración de una nueva estructura política que diera cauce a las demandas y expectativas emergentes y, que además, proporcionara códigos capaces de restituir

156

Desde una perspectiva cuya raigambre es evidentemente durkheimiana, Peschard señala que los desarrollos

industriales generaron una nueva distribución geográfica y la apertura del abanico social. Esto trajo consigo un «quiebre» de los principios, valores y normas tradicionales que vinculaban a una población en lo social, lo cultural y lo político. Así, los tradicionales lazos étnicos, de parentesco o religiosos iban perdiendo sus facultades identificadoras e integradoras, por lo cual tenían que ser reemplazados. Cfr. Jacqueline Peschard. La cultura política democrática, Cuadernos de divulgación de la Cultura Democrática, IFE, México, 1995. Cabe aclarar que la elección del texto de la mencionada autora no es gratuita. La literatura que aborda el concepto de cultura política es amplísima y pudimos haber abordado trabajos más elaborados al respecto. Sin duda, el sendero tradicional por el que ha transitado la investigación de la cultura política tiene como referente obligado las obras de Tocqueville, Weber y Durkheim, cuando menos. Sabemos que el primero de ellos indagó las creencias y las normas de la democracia norteamericana, así como las actitudes políticas del campesinado francés, la burguesía y la aristocracia en las vísperas de la Revolución. Por su parte, Weber intentó mostrar que los valores no eran un epifenómeno al tratar de vincular la ética del protestantismo con la emergencia del capitalismo en Europa. Finalmente, Durkheim pretendió establecer la existencia de una relación entre el [in]consciente colectivo y las normas sociales. Algunos otros textos relacionados con la cultura política pueden encontrarse en los trabajos de Ruth Benedict o Margaret Mead (i. e. El crisantemo y la espada y Keep your powder, respectivamente), entre otros. En ellos es posible observar una serie de interpretaciones críticas acerca del comportamiento político desde un enfoque [un tanto estereotipado] que abarca el estudio de naciones enteras. Asimismo, es destacable el trabajo realizado por Almond y Verba, debido a que “revolucionó” la investigación acerca de la cultura política, ya que a diferencia de otros trabajos, estos autores se centraron en las actitudes políticas mostradas por los individuos para demostrar en qué medida una cultura particular era de orden participativo o pasivo. Además de la tendencia conductista que caracteriza a los estudios anglosajones, se tienen otros enfoques más recientes y sofisticados, los cuales son de corte semiótico. Más que en las actitudes cuantificables, estos trabajos ponen el énfasis en el modo en que las personas perciben y actúan en la vida cotidiana para darle forma a sus ideas políticas. A diferencia de la perspectiva anglosajona, la cultura sería el contexto y no la causa de dichas ideas. Desde luego, las obras de Foucault (Arqueología del poder) o Geertz (La interpretación de las culturas) se encuentran dentro de esta vertiente. Así como estos ejemplos, podrían enumerarse cientos, los cuales permitirían elaborar un Estado del Arte de manera más ortodoxa. No obstante, elegimos el documento de la mencionada autora por dos razones. La primera radica en que refleja en buena medida la postura institucional con respecto al concepto que trata. La segunda remite a que en su intento de abordar de manera sencilla el tema, condensa en pocas páginas las graves deficiencias en las que incurren buena parte de las investigaciones acerca de las culturas políticas de una sociedad.

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la «fuente de solidaridad resquebrajada».157 Había, pues, la necesidad de gestar nuevas formas culturales para comprender la política. En tal sentido, puede decirse que el proyecto iluminista de la modernidad lleva aparejada una marcada tendencia a democratizar los regímenes de gobierno. En este contexto, es destacable la existencia de cuando menos dos grandes perspectivas desde las cuales se ha conceptualizado la cultura política, tratando de explicar, en buena medida, la relación entre Estado y Sociedad.158 La primera se origina en la ciencia política norteamericana de mediados del siglo XX, y es de corte empirista y cuantitativo. La segunda, aunque parte de un punto de vista similar, se decanta por un abordaje más histórico y cualitativo.159 Como ya se dijo, el primer conjunto de ideas con respecto a la cultura política fue tomando forma concreta a partir de los estudios realizados en el campo de la ciencia política norteamericana, a mediados de la década de los cincuenta del si-

157

Durkheim hacía ya énfasis en este tipo de cuestiones cuando observaba el tránsito de una solidaridad mecánica

a una solidaridad orgánica de las sociedades de su tiempo. Cfr. Durkheim, op. cit., 1989. Por su parte, Peschard señala que las sociedades más avanzadas, las cuales se habían modernizado de manera temprana, lograron superar los desajustes propios del proceso. Así, sus esquemas políticos constituyeron el modelo para los países en vías de modernización. De esta manera, los teóricos de la modernización señalaban que el sistema democrático–representativo había probado ser el más apropiado para adaptar las sociedades industriales y urbanizadas a los cambios experimentados. Cfr. Peschard, op. cit. p. 16. 158

Por su parte, autores como Durand señalan que en el análisis desempeñado por la cultura política en la tran-

sición política se destacan tres corrientes significativas: la del desarrollo político, la de la acción estratégica y la culturalista. La primera postula que la democracia sólo aparece cuando hay cierto desarrollo socioeconómico. La segunda afirma que la democracia no adviene como producto de la cultura política o del desarrollo político, sino de la acción estratégica de las elites. La tercera atribuye a la cultura cívica la explicación de la estabilidad democrática. Cfr. Víctor Manuel Durand Ponte. Ciudadanía y cultura política. México, 1993-2001, Siglo XXI, México, 2004, p. 17. 159

Cabe mencionar que al acercarse a la literatura que trata la temática de la cultura política en México se hace

evidente la clara influencia que ha ejercido en el desarrollo de las investigaciones la conceptualización originada desde la ciencia política norteamericana.

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glo XX.160 Desde esta perspectiva, detrás de la incipiente construcción de nuevas formas político–culturales estaba el supuesto de que las sociedades requerían un consenso acerca de los valores y normas [i. e. la creación de una especie de paradigma de corte universal], el cual tendería a respaldar a sus instituciones políticas y a legitimar sus procesos. La política sería un pilar fundamental de un sistema democrático armonioso, sobre todo por su conexión con la estabilidad y el buen desempeño gubernamental. Para entender lo anterior, es relevante la obra de autores como Almond y Verba, titulada The Civic Culture. Además, dicho texto resulta pertinente sobre todo por su análisis del caso mexicano. En esta obra los mencionados autores suponen que la cultura política es un factor determinante del funcionamiento de las estructuras políticas. ¿Cuál es la cultura política en la que la democracia liberal podría desarrollarse mejor? —se interrogan Almond y Verba—. ¿Cómo clasificar las culturas políticas nacionales de modo que sea posible vincular las orientaciones hacia la política, con los objetos políticos (i. e. instituciones, actores y procedimientos políticos) a los que se dirigen las mencionadas orientaciones? Con respecto a lo anterior, puede decirse que uno de los principales hallazgos de Almond y Verba han sido tres grandes tipos de orientaciones: 1. La cognoscitiva; 2. La afectiva; 3. La evaluativa. Aludiendo a los objetos políticos, Almond y Verba distinguen cuando menos dos: 1. El sistema político en general o en sus distintos componentes y; 2. Los actores políticos. En este sentido, y desde una perspectiva limitada a lo ideacional, una cultura 160

Cfr. Gabriel A. Almond. y Sydney Verba. The civic culture. Political attitudes and democracy in five nations. SAGE,

Londres, (1963)1989. Véase también Gabriel A. Almond. y Sydney Verba (eds.). The civic culture revisited, SAGE, E. U. A., 1989.

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política sería más o menos democrática en la medida en la que las orientaciones cognoscitivas obtengan ventajas de las evaluativas y las afectivas.161 De manera más reciente, autoras como Peschard señalan que uno de los principales motivos para la creación del concepto de cultura política consistió en plantearlo como una alternativa al concepto de ideología. Es por ello su enfoque particular sobre las creencias, referentes simbólicos y actitudes con respecto de la política. La mencionada autora indica que con el concepto de cultura política se intentó llenar el vacío entre la interpretación psicológica del comportamiento individual y la interpretación macro-sociológica de la comunidad política en tanto entidad colectiva. Para ello se ponían en relación las orientaciones psicológicas de los individuos con el funcionamiento de las instituciones públicas.162 Una de las grandes limitaciones que subyace a este tipo de argumentos radica en que suponen la existencia de un lenguaje que es común al ámbito público y a la esfera privada. Con ello dejan de lado la brecha que se abre entre el ser y el acontecimiento, como si la creación de sí (i. e. la construcción de un proyecto identitario) pudiera armonizarse de manera aproblemática con el interés público (i. e. con la creación de una solidaridad comunal). Con lo anterior se pone de relieve que, desde la perspectiva norteamericana, la noción de cultura política estaba adscrita a la corriente teórica conductis161

Ídem. ¿Cuáles son los supuestos que sostienen los argumentos de autores como Almond y Verba y sus seguido-

res? 1. Una tendencia conductista y homogenizante que es incapaz de dar cuenta de las diversas formas de relacionarse con la esfera pública y; 2. Una perspectiva coyuntural, centrada en lo electoral, que olvida que la trama de lo político se teje sobre todo en el ámbito del día a día. 162

Cfr. Peschard, op. cit. pp. 13 y 14. Sin duda, habría que cuestionarle a Peschard si realmente es tan «transparente»

la relación entre orientaciones psicológicas de los individuos y el funcionamiento de las instituciones públicas.

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ta. Bajo este punto de vista se pretendían explicar las actuaciones políticas en tanto productos determinados por una forma concreta de organización social o sistema político. Con esto se intentaba elaborar teorías con base empírica que permitieran explicar por qué los seres humanos se comportaban de una manera específica con respecto a la política. La importancia teórica de estos planteamientos radicaba en que –se suponía– permitirían «penetrar» en los principales supuestos que determinaban las conductas políticas de los individuos. Desde esta perspectiva, autoras como Peschard han señalado que la cultura política podría ser conceptuada como el patrón de la distribución social de las visiones y orientaciones sobre la política; dicho patrón se manifestaría exteriormente en los comportamientos políticos.163 Desde el enfoque de tipo conductista se planteaba que en toda sociedad existía una cultura política de tipo nacional en la que estarían «enraizadas» las instituciones políticas. Aquélla era vista así como un «producto» que se transmitía de generación en generación mediante instituciones sociales como la familia, la iglesia, la escuela, etc.164 ¿Acaso detrás de estos argumentos no se percibe la sombra de la Razón moderna, como fue señalado en el primer capítulo? Consideramos que aquí se pone de relieve ya la vinculación entre esta concepción de cultura política y la perspectiva que pretendía explicar las actuacio163

Ibíd., p. 13.

164

Cfr. Peschard, op. cit., p. 14. ¿No sería esta «uniformidad nacional» una especie de «síntoma» que da cuenta de

un «núcleo traumático» en el planteamiento conductista con respecto de la cultura política, en el que parece caer Peschard? Un buen ejemplo que ilustraría lo anterior sería la perspectiva de Althusser con respecto a la transmisión de la ideología. Cfr. L. Althusser, Ideología y aparatos ideológicos del Estado, Quinto Sol, México, 1970 (una excelente crítica a los planteamientos de Althusser se encuentra en Ricoeur, Cfr. Paul Ricoeur. Ideología y utopía, Gedisa, Barcelona, 1991).

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nes sociales exclusivamente a partir de su carácter estructural/funcional, bajo la lógica del estímulo-reacción. No obstante, hoy el campo político ya no puede ser visto como una esfera particular y autónoma, o a modo de un producto uniforme y hereditario, con límites bien establecidos por las mencionadas instituciones —como parece señalarlo Peschard—. Ahora dicho campo se aborda tomando en cuenta sus expresiones concretas en los ámbitos más cotidianos de la vida social, con lo cual se opera un desplazamiento del punto focal hacia el actor y sus prácticas. Esto nos indica la emergencia de otras [nuevas] maneras de entender lo político y el ejercicio del poder, las cuales «desbordan» lo formalmente institucionalizado. Las perspectivas como la planteada por Peschard dan de sí cuando desde ellas se intenta explicar que lo político no se reduce a las coyunturas electorales, y que la ciudadanía no sólo es un asunto de derechos y obligaciones, sino aspectos que interpelan a diario a los actores, y se tematizan de manera efímera y fragmentaria en los distintos contextos de la vida diaria. Una encuesta, por compleja que ésta sea, resulta un instrumento limitado si lo que se pretende es analizar, desde esta perspectiva, el campo político. En este sentido, surgen interrogantes del tipo: ¿cómo se construyen los contextos en los que los actores se permiten, o no, hablar de lo político? ¿Cómo perciben éstos el universo de relaciones que refieren al ejercicio del mandato y la obediencia en distintas esferas? ¿Cómo asumen dichos actores estas relaciones? ¿Qué tipo de actitudes, prácticas y expectativas provocan dichas relaciones? ¿De qué manera éstas inciden sobre los rasgos más institucionalizados del sistema? Estos son ejes alrededor de los cuales giran algunas de las indagaciones actuales

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de los estudios de cultura política en México. Al abordar la relación entre los jóvenes y la esfera pública se hace evidente la necesaria re-conceptualización de la cultura política [o por lo menos de una inaplazable apertura del concepto]. No obstante, autoras como Peschard insisten en señalar que la cultura política de una nación puede concebirse como la distribución particular de patrones de orientación psicológica hacia un conjunto de objetos sociales propiamente políticos. En última instancia —apunta la mencionada autora—, el referente crucial de la cultura política es el conjunto de relaciones de dominación y de sujeción: el imaginario colectivo construido en torno a los asuntos del poder, la autoridad y su contraparte, la sujeción, el sometimiento, la obediencia, la resistencia y la rebelión. Estas son las líneas en torno a las cuales se estructuraría la «vida política» de una sociedad.165 Si bien es cierto que la propuesta conceptual de Peschard resulta una entrada útil al estudio de la cultura política, cabe mencionar que su fuerte carácter esencialista podría conducir a equívocos. A diferencia de lo que parece querer decir la mencionada autora, creemos que la «vida política» no sólo se refiere a aquellos aspectos formalmente institucionalizados, tales como el proceso electoral o el desempeño del gobierno. Ni tampoco alude exclusivamente al ámbito de la dominación y la sujeción en tanto determinantes estructurales, sino también se refiere a las prácticas orientadas políticamente166 y a la construcción diaria de los contextos en los que aquellas se realizan. El campo que se estructura entre

165

Cfr. Peschard, op. cit. p. 10.

166

Cfr. Weber, op. cit., pp. 42-44.

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el actor y el sistema plantea la existencia de un margen mínimo de libertad por parte del actor: 167 las reglas están ahí, pero siempre es posible torcerlas. Existen ámbitos cotidianos en los que lo político incide de manera directa en la construcción de códigos subjetivos que articulan las prácticas, las percepciones y las actitudes de los individuos con respecto a las relaciones de poder, muchas de las cuales tienen lugar en las trincheras de la vida cotidiana168 (i. e. espacios de socialización tales como el barrio, el colectivo cultural, la música, la esquina, los centros comerciales, etc.). Y estas prácticas, actitudes y percepciones inciden recursivamente en los contextos que las generan. Así, es innegable que los procesos identitarios de adscripción y exclusión mediante los que se construyen las identidades (i. e. juveniles/políticas) tienen un fuerte vínculo con el ejercicio del poder y las percepciones que de éste se tengan. De la misma manera, algunos de estos códigos subjetivos inciden en la configuración del ámbito institucionalizado de la vida política. Ahora bien, los códigos subjetivos que configuran las culturas políticas se extienden desde las creencias, las convicciones y las concepciones sobre la situación de la vida política —entendida ésta en un sentido amplio—, hasta los valores relativos a los fines deseables de la misma. También abarcan las inclinaciones y actitudes hacia el sistema político o hacia alguno de sus actores, procesos o fenómenos específicos.169 Ante esta amplia gama de significados, cabe pregun167

Crozier y Friedberg, op. cit., 1990.

168

Cfr. Gabriel Torres. La fuerza de la ironía. Un estudio del poder en la vida cotidiana de los trabajadores tomateros del

occidente de México, El Colegio de Jalisco/CIESAS, México, 1997. 169

Cfr. Peschard, op. cit. p. 10.

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tarse ¿en qué aspectos radica la diferencia entre el concepto de cultura política y otros que refieren a elementos subjetivos que guían la interacción de los actores sociales y las relaciones de poder (i. e. ideología política, actitud política, comportamiento político)? En este sentido, Peschard ha intentado perfilar los límites entre éste y otros conceptos. Con respecto a la diferencia entre cultura política y comportamiento político, la mencionada autora argumenta acertadamente que éste último referiría a la conducta objetiva que de alguna forma constituye la expresión concreta de la cultura política. La diferencia es, pues, clara: el comportamiento político es la objetivación (y/o subjetivación) de la cultura política. En cuanto a la distinción entre cultura política y actitud política Peschard señala que ésta última es una variable que se sitúa entre una opinión o comportamiento verbal, y una conducta o comportamiento activo. La actitud política sería, pues, una respuesta ante una situación dada, una inclinación ante, por ejemplo, asuntos políticos particulares que cambian constantemente. En cambio, la cultura política aludiría a pautas consolidadas, menos expuestas a las coyunturas y los movimientos específicos por los que atraviesa regularmente una sociedad. “Las actitudes políticas son un componente de la cultura política, pero ésta no se reduce a aquéllas…”,170 —asevera Peschard—. Ahora bien, con respecto a la diferencia entre la cultura política y la ideología política, puede decirse que ésta última está constituida por grupos más o menos pequeños de «militantes», los cuales «abrazan o adoptan» —e incluso promueven— formulas de carácter esencialmente doctrinario. En cambio, la cultura política alude a un conjunto 170

Ibíd., p. 11.

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más amplio de la población, y no sólo a sectores acotados y diferenciados de la misma. Desde la perspectiva de Peschard, lo que finalmente diferencia ambos términos (cultura política e ideología) es que aquélla refiere a la generalidad de la nación. Aunque la mencionada autora reconoce la existencia de subculturas que conviven dentro de la «gran cultura política».171 Cabe mencionar que desde nuestro punto de vista, algunos de los argumentos de Peschard le otorgan un rasgo estructural semi-estático a la noción de cultura política, y la plantean como carente de toda contingencia. Ante esto, es necesario interrogarse sobre si ¿realmente la cultura política tiene este cariz homogéneo de «inmovilidad»? Si esto fuera así, ¿no implicaría negar con ello el carácter cambiante de toda cultura [política] y otorgarle una cualidad cuasi–transhistórica? Con ello se quiere decir que el ámbito estructural no se vincula de manera determinante con la configuración de la cultura política de una nación. Pensarlo de este modo implica otorgar a cualquier país un ficticio carácter de homogeneidad cultural que, en última instancia haría opacos tanto el proceso comprensivo como la diversidad y la diferencia. Por el contrario, consideramos que la cultura política es de carácter histórico y por lo tanto, cambiante y problemática. A diferencia de Peschard, creemos además en la existencia simultánea de diversas culturas políticas. Concordamos con esta autora en que la noción de ideología política remite a sectores de la población, los cuales tienen un carácter más acotado; esto, más que constituir un obstáculo analítico, representa un campo fértil para la investigación. Sin embar171

Ibíd., pp. 11 y 12.

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go, la segunda parte de su afirmación con respecto a ello nos parece insuficiente y superficial. Específicamente diferimos con el planteamiento que señala que la cultura política es de orden nacional y que dentro de ésta existen distintas subculturas. Afirmar lo anterior implica considerar la existencia de un núcleo esencialista y homogeneizante acerca de la cultura política. Ello le otorgaría un innecesario «filo ético-normativo»172 al concepto, ya que haría de la diferencia una cuestión de grado, casi una «vara de medida» para la democracia (i. e. es mejor quien tiene más cultura política). Es necesario señalar que argumentos como los de Peschard remiten a una discusión más amplia con respecto a la arcaica distinción entre alta cultura y cultura popular.173 De modo que la cultura política apelaría a ciertos valores que privilegian el consenso, dejando de lado todos los matices conflictivos que tienen lugar en el seno del ejercicio del poder; no habría lugar para la movilización social, o ésta sería la reacción a un estímulo de 172

Autores como Eagleton señalan que algunos conceptos, como el de «ideología», han ido dejando de ser útiles

en la medida en que se han «desdentado»: se transforman en nociones abarcadoras en las que cabe de todo. Para recuperar la utilidad de dicho concepto, es necesario darle un cierto «sesgo» (i. e. en el sentido de falsa conciencia, o de ocultamiento). Cfr. Terry Eagleton. Ideología. Una introducción, Paidós, Argentina, 1997. A la idea de «cultura política» le ocurre algo similar, pero en sentido inverso: para «rescatarla» conceptualmente, es necesario quitarle esa especie de «filo»: dicha idea se ha utilizado para «calificar» las conductas tanto de individuos como de poblaciones enteras (i. e. Inglaterra es un país con una alta cultura política o una cultura cívica, mientras que México tiene una cultura política mediocre o parroquial). Se requiere entender la cultura política más como un marco ordenador del sentido [con relación al poder] que como una virtud o una cualidad. Véase al respecto la compilación hecha por Slavoj Žižek. Ideología. Un mapa de la cuestión, Fondo de Cultura Económica, México, 2003. 173

Analizar la influencia de la distinción entre alta cultura y cultura popular en los argumentos de Peschard tras-

ciende los límites de esta investigación. Sin embargo, textos como los de García Canclini y Denys Cuche pueden aportar algunas herramientas para realizar dicho análisis. Cfr. García Canclini, op. cit., 1990 y; Denys Cuche. La notion de culture dans les sciences sociales, Editions La Decouverte, Francia, 1996 [ya hay una edición en español titulada La noción de cultura en las ciencias sociales, editada por Nueva Visión en 1999]. Véase también Luis Díaz G. Viana. Los guardianes de la tradición. Ensayos sobre la “invención” de la cultura popular, Senda, 1999; y Adam Kuper. Cultura. La versión de los antropólogos, Paidós. España, 2001.

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dominación hegemónica por parte de un grupo concreto (quizá la «burguesía»). Peschard no deja espacio, pues, para la existencia simultánea de diversas culturas políticas. En última instancia, lo anterior también implica dejar fuera del análisis una serie de «diferencias territoriales» que constituyen la diversidad de países como el nuestro.174 Así, desde nuestro punto de vista, resulta difícil creer que la cultura política en Baja California es la misma que la que existe en Zacatecas o Aguascalientes. Incluso, esta diferenciación podría tener «cortes regionales»: es complicado pensar que la cultura política del occidente de México sea la misma que la del sureste [tampoco la diferencia entre la cultura política del norte de Jalisco es la misma que la de la zona central de este estado], por mencionar sólo algunos ejemplos. Asimismo, la cultura política de estas zonas no es igual a la que se tenía allí mismo hace dos, una o tres décadas. Ocurre lo mismo si se observa la cultura con respecto a distintos cortes etarios o de género. Lo importante es dejar en claro que estas «diferenciaciones» no constituyen en modo alguno subculturas. Recordemos que la noción de cultura política apela, entre otras cosas, a las percepciones subjetivas que los actores construyen con respecto a las relaciones de poder, y en función de las cuales actúan. Sin caer en relativismos culturales o en individualismos metodológicos extremos, es preciso destacar que la pretensión aquí es señalar la utilidad de analizar, por ejemplo, los procesos de constitución de identidades políticas y los contextos en los 174

Cabe mencionar que no hay en nuestros planteamientos ninguna intención de aducir algún determinismo geo-

gráfico a la configuración de una cultura política específica. Simplemente intentamos señalar que existen diferencias culturales [situadas en la esfera de lo político] que, en un país como el nuestro, permiten hablar de culturas políticas y no de cultura política y «subculturitas» políticas.

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que éstas se construyen, más que el «monismo» cuasi-hegeliano-pseudo-dialéctico entre cultura y subculturas propuesto por Peschard].175 No es nuestro interés demeritar, sino destacar la suma utilidad y pertinencia de los argumentos de autoras como Peschard. Sin embargo, nos parece necesario señalar algunos puntos en los que no coincidimos con la mencionada autora. Por ello, nos distanciamos del planteamiento que subyace en buena parte de sus argumentos, en los cuales se aduce la existencia de una cultura política nacional, a manera de núcleo o esencia en torno de la cual «gravitan» varias subculturas. Es necesario poner de relieve que una cultura política de corte nacional es un artificio metodológico que se estructura de manera agregada y con fines comparativos entre países. De ninguna manera determina las relaciones entre el Estado y el total de la población de un país, ni el movimiento de la sociedad completa hacia uno u otro lado del espectro político. Como ya se mencionó, en la actualidad la política ha dejado de ser pensada como una esfera autónoma, restringida sólo a la competencia de expertos y profesionales. La política se «ciudadaniza», y ahora ésta se analiza en sus «articulaciones» cotidianas y culturales. 175

Un comentario irónico a la Žižek: suponiendo que Peschard fuera hegeliana, sus argumentos constituirían una

de las razones (del malestar en la dialéctica) por las que se requiere aprender a contar, cuando menos, hasta cuatro. Esto no es necesaria y únicamente un comentario «coloquial». El cuestionamiento que se le hace aquí a Peschard puede llevarse a niveles más profundos. En este sentido, puede decirse que para Hegel —cuando menos en la lectura que de él hace Žižek— la afirmación del derecho de lo particular indica que la red de diferencias constituye algo intrínseco del concepto universal [en nuestro caso, cultura política], en tanto auto-articulación de su contenido inmanente. Es a través de esta operación que el exterior fenoménico queda reducido a la auto-mediación del concepto interior [en nuestro caso, subcultura política] y todas las diferencias son «superadas» en cuanto se las postula como momentos ideales de la identidad mediada del concepto consigo mismo. Cfr. Žižek, Slavoj (1998) Op. Cit. Sobre todo vid la segunda parte del texto (El malestar en la dialéctica), y las agudísimas críticas al monismo hegeliano en el capítulo 2 (La caprichosa identidad). ¿Acaso no es precisamente éste el núcleo problemático que señalamos en los argumentos de Peschard?

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Ante ello, Reguillo argumenta que esta especie de «ciudadanización de la política» refiere a la «irrupción» de otras formas de entender [aunque no necesariamente de asumir] el ejercicio del poder. En ello el ciudadano participa, en mayor o menor medida, en la fiscalización de las instituciones públicas.176 Además de esta ciudadanización [de la política], Reguillo señala la emergencia de una «culturalización de la política». Ésta alude a una creciente visibilidad de la diferencia cultural como componente central del debate público. Asimismo, la diferencia cultural es vista como un componente fundamental para el ejercicio del poder. 177 “[E]l acercamiento a la cultura política en un contexto globalizado de cambios, tránsitos y permanencias, exige que se mantenga un planteamiento abierto que de cabida a las distintas formas empíricas que actualmente tensan la esfera pública”.178 Así, en la actualidad se tiene que el espacio público es construido y disputado por una diversidad de actores que desbordan las formas tradicionales de gestión

176

Cfr. Reguillo Cruz, Rossana. “Jóvenes y esfera pública”, en IMJ–CIEJ op. cit., 2002, p. 255. En tanto figura retórica,

la ciudadanización de la política resulta útil e ilustrativa, por eso recurrimos a ella. Aunque habría que cuestionarle a la mencionada autora si realmente la política alguna vez dejó de estar «ciudadanizada». Por ende, parece pertinente matizar los argumentos de Reguillo señalando que la política, desde siempre, ha sido una cuestión ciudadana. Así, más que la sutura de una relación entre el Estado y la Sociedad, la ciudadanización de la política indica que dicha relación se ha tornado más visible en la actualidad. 177

En este contexto, Reguillo advierte la necesidad de estar en guardia ante algunos elementos cruciales. En primer

lugar, la mencionada autora señala que esta re–conceptualización de la esfera de lo político no se formula desde un discurso teórico y autorreferencial. Más bien, abundan evidencias empíricas que documentan un cambio en las formas en las que la gente pone en crisis las maneras tradicionales de gestión política. En segundo lugar, Reguillo menciona que es fundamental no asumir de manera simplista [en una sobre-exaltación de la sociedad civil] que el deterioro de los sistemas políticos derivados de la modernidad se traduce en propuestas organizativas; o en la emergencia de planteamientos críticos por parte, por ejemplo, de la población joven. Finalmente, resulta crucial no aceptar a priori el desencanto y el desinterés de los comportamientos públicos de los jóvenes [desde una visión restringida y normalizada de la política] Cfr. Reguillo. “Jóvenes y…”, en IMJ-CIEJ op. cit., 2002, p. 256. 178

Ídem.

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y de representación política: emergen nuevos actores —y otros adquieren mayor visibilidad— (i. e. organizaciones no gubernamentales).179 Visto de este modo, el estudio de la cultura política no debiera enfocarse únicamente al «dominio cognitivo» de la política formalmente institucionalizada, es decir, lo político no debe reducirse al momento electoral. En este sentido, autores como Gledhill han planteado que el «ir a votar a las urnas» –aquello que se consideraba como el núcleo de la vida política en los regímenes democráticos– se torna cada vez más impopular. De hecho –argumenta el mencionado autor–, el «mundo occidental» parece estar experimentando una notable «desilusión pública» respecto de la vida política institucional. Gledhill afirma que la tradición occidental del análisis político hace excesivo hincapié en el Estado y en las instituciones políticas oficiales del gobierno. Se requiere reconocer que es necesario pasar de un centramiento en el Estado y en su aparato oficial, a un análisis de cómo se adquiere y cómo se trasmite el poder en el conjunto de la sociedad. Ello incluye la acción política en la vida cotidiana y los símbolos y rituales asociados a dicha acción.180 En este sentido, autoras como Reguillo sugieren que es necesario aprehender las mediaciones que intervienen en la configuración de los mapas cognitivos y afectivos que dan coherencia —para los actores sociales— a las representaciones y las acciones en la esfera pública.181 Lo anterior precisa comprender los distintos

179

Cfr. Nora Rabotnikof. El espacio público y la democracia moderna, IFE, México, 1997. Véase también: Mauricio

Merino. ¿Qué tan público es el espacio público en México?, CONACULTA, México, 2010. 180

Cfr. John Gledhill. El poder y sus disfraces. Perspectivas antropológicas de la política, Bellaterra, España, 2000, pp.

24-25. Véase también el texto de Eliasoph, op. cit., p. 111. 181

Cfr. Reguillo Cruz “Jóvenes y…” en IMJ-CIEJ op. cit., 2002, pp. 256-257.

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marcos culturales que orientan las acciones de la población, y la dotan de significado. Cabe mencionar que, para el caso de nuestro país, las diferencias entre las diversas culturas políticas son lo bastante significativas como para hacer que el análisis cultural de la vida [y la subjetividad] política resulten cruciales. Por otra parte, llevando esta discusión al caso mexicano, autores como Durand argumentan que nuestro país acaba de arribar a un régimen democrático establecido por el funcionamiento de un sistema electoral que garantiza el respeto al voto de los ciudadanos. No obstante —señala el mencionado autor—, dicho sistema aún convive con buena parte del sistema político autoritario. Dedicaremos el siguiente capítulo a profundizar en este tema. Por ahora basta señalar que el desarrollo de la democracia no sigue una pauta establecida de antemano. Más bien, en cada país en el que se busca dicho régimen se construyen, se destruyen y se sustituyen las instituciones políticas, aunque el resultado final de todo ello no sea la democracia. Para el caso de México, Durand plantea que la construcción de lo democrático es un proceso que presenta alternativas, posibilidades de avance y retroceso, y de superación de las antiguas relaciones autoritarias. Pero también existe el riesgo permanente del regreso y fortalecimiento de dichas relaciones. De este modo, resulta evidente que la existencia de procesos electorales democráticos, competitivos y transparentes no es una garantía para la consolidación de la democracia. Para dar cuenta de ello, Durand indaga las transformaciones que ha experimentado la cultura política entre 1993 y 2001. El mencionado autor señala que este periodo se inscribe en la transición a la democracia, la cual —para él— tiene su inicio en 1988, lográndose el arribo del régimen democrático

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en el 2000, con la alternancia en la presidencia de la república en julio de dicho año.182 ¿Por qué resulta crucial el análisis de este periodo? Es evidente que entre 1988 y 2001 ocurrieron eventos que modificaron al país de manera radical. Durand señala que, en primera instancia, se tiene la implantación de la política económica de libre mercado. Ésta se inicia en la segunda mitad de la década de los ochenta, y alcanza su punto culminante con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en enero de 1994. Aunado a ello, la nueva política económica tuvo lugar en medio de una severa crisis estructural que inició en 1976 y tuvo mayor visibilidad en 1982 y 1994. Esto transformó la estructura socioeconómica del país: la zona norte de México se expandió debido a la importancia de la maquila, mientras las viejas zonas industriales se retrajeron, y el sur continuó empobreciéndose. Además, el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) modificó de manera radical la visión de los mexicanos: los enfrentó con la idea de una «nación de mestizos», e impuso culturalmente el pluralismo étnico. De este modo, la heterogeneidad social y cultural vino a sustituir a la unicidad de la vieja política indigenista. En este contexto, el sistema político se transformó sustancialmente: se terminó el sistema de partido hegemónico y se impuso la pluralidad partidaria, se produjo la alternancia en la presidencia de la república, y se modificó la relación entre los poderes del Estado, abriéndose la puerta para un mayor federalismo.183

182

Cfr. Durand Ponte, op. cit., pp. 10-11.

183

Ibíd., pp. 11-13.

133

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En este contexto, la investigación realizada por Durand se propuso conocer el papel que desempeñaba la cultura política en el proceso de cambio político. Para ello concibió la cultura política como un conjunto de dimensiones tales como los valores, las actitudes, la ideología y las evaluaciones que los ciudadanos hacen del sistema político, del régimen, de las distintas instituciones, y de ellos mismos como ciudadanos.184 Para el mencionado autor, estas dimensiones, al mismo tiempo que permiten diferenciar tres ámbitos básicos de la cultura (las creencias, las formas de evaluar y la participación), también permiten comprender las relaciones que existen entre ellas en cada tipo de cultura política (democrática o autoritaria). Además, la cultura política supone una relación entre las creencias, las formas de evaluación y la participación. De este modo, puede decirse que en cada régimen político y en cada sociedad, dicha relación es el producto de la historia de largos periodos en los que se sedimentan valores y formas específicas de ver a la autoridad, así como de participar o de abstenerse de hacerlo.185 Por otra parte, en términos analíticos, Durand distingue entre el sistema político y el individuo. Ello le permite definir a la cultura política como parte constitutiva del sistema, es decir, como normas, valores, reglas institucionales estandarizadas; y como parte constitutiva del individuo, en tanto que alude a valores, actitudes, opiniones y cálculos. En este contexto, el mencionado autor señala acertadamente que en dicha concepción el sistema político no determina la cultura del individuo. En la conformación de ésta intervienen influencias

184

Ibíd., p. 13.

185

Ibíd. p. 14.

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sistémicas, pero también reelaboraciones individuales según la experiencia y el razonamiento de los actores.186 De lo anterior se desprende que la perspectiva teórica de Durand privilegia un equilibrio entre la acción de los individuos y el sistema o las instituciones políticas. De ahí que su definición de cultura política se refiera al “…conjunto de reglas y recursos que posibilita a los actores calcular sus acciones políticas”.187 En la medida en que tales reglas no son rígidas, la acción política no es automática o un acto reflejo. Más bien es el producto de la reflexión, de un «monitoreo» por parte del actor. Durand señala que dicha acción es “…producto de un cálculo social y político”.188 Este carácter reflexivo incluye la evaluación de las propias reglas, es decir, su aceptación o rechazo. Al respecto, Durand señala que la capacidad de los actores de pensar su acción antes de realizarla permite entender la posibilidad del cambio social. El mencionado autor afirma acertadamente que las decisiones individuales son eficientes para influir en el sistema político sólo cuando se expresan colectivamente (i. e. cuando se constituyen en mayorías o minorías significativas). Éstas pueden manifestarse en votaciones para elegir funcionarios públicos, en acciones de organizaciones sociales y políticas, o en movilizaciones sociales.

186

Ibíd. p. 20.

187

Al respecto, Durand señala que en la aplicación de esas reglas se incluyen y se movilizan valores políticos,

conceptualizaciones, informaciones, resultados de las experiencias participativas, evaluaciones del sistema o de partes del mismo, sentimientos y emociones que posibilitan el cálculo de la acción. A ello subyace el supuesto de que todos los ciudadanos son competentes para hacer sus cálculos políticos, es decir, para monitorear sus actos con base en las reglas establecidas. En la medida en la que todos son expertos en sus usos, se tiene una base para la comunicación y la sociabilidad. Cfr. Durand Ponte, op. cit., pp. 27-28. Resulta evidente la manera en que estos argumentos se conectan con lo que hemos planteado en el capítulo anterior. 188

Cfr. Durand Ponte, op. cit., p. 27.

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Cabría agregar que Durand no reconoce que el desencanto y la apatía con respecto a lo político formalmente institucionalizado también constituyen posturas que, sin ser necesariamente de orden voluntariamente colectivo, influyen en la institucionalización de los rasgos más permanentes del régimen. Además, otro punto importante indica que el estudio de la cultura política procura entender cuáles son las reglas y cómo las utilizan los individuos, y qué resultados tiene esto sobre el sistema. Ello implica no sólo clasificar a los individuos, sino conocer cómo piensan políticamente, y cómo calculan su acción. En este contexto, para Durand resulta crucial la idea de una consolidación democrática ya que ésta permite «escapar» del electoralismo y problematizar las relaciones entre el cambio actitudinal y el cambio conductual constitucional. De este modo, la consolidación democrática significaría la creación de nuevas reglas y recursos para el cálculo de la acción política. Ello sería producido tanto por reformas institucionales como por la lucha de los actores, y no tanto por una elección de alternancia.189 Aunque cabe aclarar que Durand parece perder de vista que el núcleo del cambio social radica también en el ámbito de la vida cotidiana, y no sólo en las coyunturas electorales o en las movilizaciones sociales. Como puede verse, son indudables los aportes de Durand. No obstante, al momento de hacer operativos sus planteamientos teóricos, el mencionado autor incurre en fuertes limitaciones.190 Así, se pone de relieve que al operacionalizar 189

Ibíd. p. 31.

190

Él mismo reconoce estas limitaciones cuando señala que hizo uso de las encuestas aún conociendo sus fallas.

“Estamos conscientes de que [las encuestas] nos proporcionan una visión fotográfica del momento de su levantamiento, lo que implica una descontextualización del individuo, y sabíamos que a la hora de agregar la información

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sus planteamientos en términos de encuestas, Durand se adscribe a la vasta tradición norteamericana del estudio de la cultura política (i. e. Almond y Verba). Recordemos que entre los objetivos principales de Durand se encuentran el de conocer las reglas del cálculo político, la manera en que éstas son utilizadas y ejercidas por los ciudadanos, y la forma en que la aplicación de las reglas incide sobre el sistema político. En la medida en que la información se basa principalmente en encuestas, ello significa que los datos sobre los valores, la participación, y la evaluación del sistema provienen de respuestas dadas por los ciudadanos a preguntas cerradas.191 De este modo, el material empírico en el que se fundamenta el análisis de Durand se centra en las actitudes, juicios y opiniones de sujetos encuestados fuera de sus espacios y prácticas habituales, de lo cual se derivan serias restricciones analíticas; sobre todo porque se asume una correspondencia directa entre discurso y prácticas, lo cual no siempre es así. En síntesis, es evidente que la teoría de la cultura política esbozada por Durand tiene como base la teoría de la estructuración propuesta por Giddens. A raíz de ello, Durand intenta establecer una relación entre los actores y el sistema político. Luego procede a la recopilación de opiniones, juicios y actitudes de in-

se mezclan y se confunden esos contextos. También estábamos conscientes de que las relaciones estadísticas implican una causalidad probabilística general que establece relaciones limitadas, siempre interpretables en sus montos y su significación…”. Cfr. Durand Ponte, op. cit., p. 15. 191

Eliasoph ha abordado esta problemática señalando que las respuestas a las preguntas realizadas con base en

encuestas generan un contexto artificial para el actor, en el que éste se ve interpelado por asuntos que no necesariamente tematiza en su vida cotidiana (como la política). La mencionada autora señala que aún incluso las entrevistas semi-estructuradas que se realizan fuera de los espacios y las prácticas habituales en los que se desenvuelve el actor corren ese riesgo. Cfr. Eliasoph, op. cit. Véase sobre todo el capítulo 1: “The mysterious shrinking circle of concern”, pp. 1-22.

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dividuos. Lo anterior pone de relieve que su enfoque se centra en el nivel de las ideas (dejando de lado las prácticas), provocando un desgarramiento entre su propuesta teórica y su traducción metodológica. Esto es así porque la dualidad de la estructura resulta difícil de aprehender por medio de un estudio actitudinal/ideacional. Más bien, para ello se requiere partir de las prácticas de los actores, para luego vincularlas con dicho nivel ideacional. Las principales tensiones conceptuales–metodológicas de los argumentos de Durand pueden observarse al señalar que la teoría de la estructuración de Giddens privilegia un arranque hermenéutico, y se desarrolla como una crítica al funcionalismo. Éste plantea que los actores interiorizan los valores compartidos, y de ello depende la cohesión social. De igual manera, la teoría de la estructuración se deslinda de los reduccionismos fenoménicos característicos del individualismo metodológico a ultranza. En un sentido similar, autores como Pansters señalan que restringir la cultura al ámbito de las actitudes y los valores deja de lado el hecho de que estos últimos son movilizados de manera recursiva en el actuar: una cosa es decir estar de acuerdo con ciertas reglas o valores, y otra muy distinta es actuar conforme a ellas.192 Es pertinente mencionar que la tendencia norteamericana [a la que parece estar adscrito Durand] que estudia la cultura política no sólo está hecha de limitaciones. En este sentido, puede decirse que una de las contribuciones más importantes de las teorías clásicas ha subrayado la pertinencia de las fuerzas culturales para la comprensión de los cambios en los regímenes políticos. Autores como 192 Cfr. Will G. Pansters. “Valores, tradiciones y prácticas; reflexiones sobre el concepto de cultura política (y el caso mexicano)”, en Marco A Calderon Mólgora,. et al (ed.) Ciudadanía, cultura política y reforma del Estado en América Latina, El Colegio de Michoacán/IFE Michoacán, México, 2002, p. 292.

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Pansters proponen que después de un largo periodo de crítica proveniente de las teorías marxistas y de la elección racional, de nuevo se pone de relieve el estudio (desde la noción de cultura política) de los procesos políticos en América Latina, Europa del Este y África, así como los de las democracias consolidadas de los países altamente desarrollados.193 Este replanteamiento estratégico y analítico en la investigación de lo político se ha derivado de factores tales como el debilitamiento de los vínculos entre clases sociales y partidos políticos, la formación de nuevos movimientos e identidades políticas, y la importancia creciente de los estilos de vida y el consumismo político. En este sentido —asevera Pansters—, cada día cobra mayor importancia el papel que desempeñan las identidades culturales en la explicación de las alianzas, orientaciones y comportamientos políticos.194 Ahora bien, otro importante conjunto de ideas con respecto al concepto de cultura política y su carácter en América Latina proviene de investigaciones de historiadores y politólogos que se distancian de la ciencia política norteamericana. Tales estudios abordan el tema con un enfoque cualitativo e histórico de larga duración. Esta corriente trata de analizar los esquemas, teorías y conceptos fundamentales que han guiado el desarrollo de la cultura política en América Latina.195 Pansters señala que uno de los principales exponentes de esta pers193

Ibíd., p. 281.

194

Ibíd., p. 282. Al respecto, Pansters señala que a raíz de los cambios políticos actuales, la postmodernidad, con

su diagnóstico acerca de una sociedad fragmentada empata con la concepción de una cultura política pluralista, desorganizada y retórica, irónica y obtusa. A nuestro modo de ver, más que hablar de una cultura política con tales características, consideramos más adecuado plantear la existencia de una diversidad de culturas políticas. 195

Un acercamiento de este tipo se tiene en la tesis doctoral de Díaz Aldret. Cfr. Ana Elisa Díaz Aldret. La paz y sus

sombras. Cultura política en Querétaro. Entre la tradición y el minimalismo democrático, Tesis Doctoral, Universidad de Guadalajara, México, 2002.

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pectiva es Howard Wiarda. Éste entiende la cultura política como un conjunto de valores, creencias, ideas, actitudes y patrones de conducta, los cuales moldean la orientación de los actores hacia el sistema político. Aunque parte de una postura similar a la de la ciencia política norteamericana, este otro enfoque se centra —por lo menos según la lectura que de ello hace Pansters— más que en una operacionalización cuantitativa, en entender las raíces filosóficas, políticas, religiosas, éticas y socioeconómicas que forman el sustento del conjunto de valores e ideas.196 En este contexto, Pansters argumenta que desde esta otra perspectiva se plantea que la constitución de la cultura política en América Latina y en México no encontraría mayores óbices hasta el siglo XVIII. Las transformaciones que trajeron consigo las reformas borbónicas y la incipiente lucha por la independencia significaron el arraigo de un conjunto de conceptos e ideas asociados al liberalismo y al republicanismo. Aunque cabe aclarar que tales ideas no tienen un carácter puramente anglosajón, sino más bien, son de orden roussoniano, adaptadas a las tradiciones y prácticas latinoamericanas.197 Posteriormente, las fuerzas conservadoras se apoderarían del Estado, instalando caudillos en los pa196

Pansters señala que Wiarda estudia las raíces de la cultura política latinoamericana en términos de dos vertientes

principales. La primera refiere a una determinada lectura de los orígenes de la cultura occidental en Grecia, Roma y el cristianismo. Las fuentes recurrentes para ello son Aristóteles, Platón, Séneca, Cicerón, San Agustín, etc.. Estos escritos pudieron haber originado una tradición de ideas y prácticas en la cual se hace énfasis en las características jerárquicas, verticales, funcionalistas y organicistas de la sociedad. La segunda alude a las experiencias e instituciones de la España y el Portugal medievales. Ello incluye la ocupación de los moros, y el largo proceso de reconquista. A partir de dicha reconquista emergería un determinado sistema feudal y un conjunto de ideas sobre democracia y constitucionalismo, en las relaciones entre Estado y sociedad. Wiarda, Howard, cit. pos. Will G. Pansters, “Valores, tradiciones…”, en Calderón Mólgora, Marco A. et al (ed.) op. cit., pp. 292-295. 197

Ibíd., pp. 292-295.

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lacios presidenciales. Al respecto, Pansters menciona que se otorgó mayor poder al ejecutivo (con la consecuente reducción de los otros poderes), y se aumentaron los privilegios corporativos. Ello trajo consigo una escisión a partir de la cual Latinoamérica cuenta con dos grandes tradiciones político-culturales: la primera de corte tradicionalista, neoescolástica e integralista; la segunda de raíces más liberales. Ésta última no sustituyó a la primera. Más bien, ambas constituyeron dos estructuras en oposición. Para el mencionado autor, la rivalidad entre dichas estructuras y discursos político-culturales se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX.198 En la actualidad, sobre todo a partir mediados de los ochenta y del boom generado por la transición a la democracia en la región, la distinción clara entre una estructura tradicional y autoritaria, y otra de corte más liberal, resulta un tanto difícil. Pero ello no quiere decir que la democracia liberal haya salido triunfante. Más bien, en nuestro país, tiene lugar una fallida transición hacia un régimen democrático en constante tensión con un sistema autoritario que no acaba de desaparecer. Cabe subrayar que la importancia de la esquematización esbozada en los párrafos anteriores radica en que permite pensar la posibilidad de la existencia simultánea de diversas culturas políticas en un mismo espacio, las cuales pueden ser, en buena parte de las ocasiones, opuestas y contradictorias. Ello se contrapone a la noción homogeneizante derivada de la ciencia política anglosajona, la cual atribuye una cultura política única a un determinado régimen y a un determinado país. Cabe mencionar que la gran mayoría de los estudios relativos a la 198

Ibíd., p. 295. (Apud Wiarda).

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cultura política en México se hallan —explícita o implícitamente— adscritos a la vertiente anglosajona, por lo cual también son afectados por sus limitaciones. Desde esta perspectiva, se pone de relieve la necesidad de replantear la noción de cultura política. Al respecto, autores como Pansters señalan que las dos grandes corrientes en el estudio de la cultura política en América Latina y México se interesan por el entendimiento de los valores, aunque proceden de manera radicalmente opuesta. Mientras uno (el predominante) es empirista, cuantitativo y ahistórico, el otro privilegia un enfoque cualitativo e interpretativo, centrado en las prácticas político-culturales de los actores.199 En última instancia, para replantear la noción de cultura política se requiere de un esfuerzo de «síntesis complementaria» entre ambas tendencias. De ello se deriva la pertinencia de enfoques centrados en el actor (i. e. teoría de la estructuración de Giddens), los cuales permitan trascender tanto el reduccionismo del individualismo metodológico como la sobre-determinación del estructural–funcionalismo. Así, es innegable que aspectos estructurales tales como la concentración del poder en la figura presidencial, la ritualización de ello en el discurso político, y el papel de los medios de comunicación, entre otros, influyen en las actitudes hacia las instituciones y procesos políticos, pero no las determinan. Una perspectiva que considere lo anterior podría partir —como lo señala acertadamente Pansters— de la idea de que las definiciones actitudinales de la cultura política, así como las interpretaciones idealistas, resultan problemáticas e insuficientes. Esto es así porque tales definiciones e interpretaciones dejan de lado los aspectos 199

Ibíd., p. 298.

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prácticos y materiales del actuar político. De modo que, desde aquellas perspectivas, resulta difícil conceptuar los procesos de cambio en la cultura política y relacionarlos con las realidades sociales más amplias. En este sentido, puede decirse que los marcos cognitivos a los que se adscriben los actores dan significado a su actuar, ya que estructuran el comportamiento práctico. De este modo, la rutinización y reproducción de este tipo de comportamiento se «vinculan» con una serie de arreglos institucionales y organizacionales. Asimismo, éstos estructuran la producción y reproducción de repertorios culturales (es decir, saberes) que posibilitan y limitan las conductas prácticas. De manera específica, tal como lo plantea Pansters, es posible distinguir entre discursos político–culturales que articulan el significado de objetos relevantes y estructuran la acción, de las prácticas político–culturales en sí. Esto se consolida a su vez en un sistema político, con ciertos rasgos estructurales, institucionales y legales.200 Lo anterior constituye una especie de «dinámica estructurante» de la producción y reproducción de los discursos y prácticas de corte político–cultural. En consecuencia, es posible distinguir desde ya —de acuerdo con los argumentos de Douglas—cuatro grandes tipos de culturas políticas (en tanto formas de organizar y jerarquizar el mundo y relacionarse con lo público). Una de ellas corresponde a un estilo individualista. Éste remite a una red abierta, competitiva, que valora la libertad de cambiar los propios compromisos. Otra hace referencia a un estilo jerárquico, formal, que se adhiere a las tradiciones e instituciones establecidas. La red que este estilo prefiere es más cerrada, e incluye, principalmente, 200

Ibíd., p. 299.

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a los familiares y amigos más cercanos. Un tipo cultural más tiene que ver con un estilo igualitario [el cual tiende a ser rechazado tanto por los individualistas como por los adscritos al estilo jerárquico]. En términos generales está en contra de la formalidad y el artificio; rechazan las instituciones autoritarias y favorecen la simplicidad y la franqueza. La red que este estilo prefiere es más horizontal y abarca cierto grado de intimidad y espiritualidad, un sentimiento de pertenencia. Finalmente, Douglas aduce que el cuarto tipo hace referencia a un estilo ecléctico, introvertido e impredecible. Los adscritos a este estilo tienden a aislarse, escapan a la tarea de mantener amistades, así como a los costos impuestos por las otras culturas. No permite que se le imponga nada; no gasta su tiempo en ceremonias ni se preocupa por la competencia. En este particular sentido, la elección de un estilo puede ser vista como un rechazo frontal a otros estilos. En última instancia, lo que explica el orden es la hostilidad que estos cuatro tipos culturales tienen entre sí.201 Ahora bien, el actuar constituye una parte fundamental de la dinámica anterior. Por ello se pone de relieve la importancia de observar la interacción de los diversos actores sociales (individuales y colectivos). Al respecto, Pansters señala la necesidad de hablar de las culturas políticas (y no de la cultura política) de una determinada sociedad.202 Desde este punto de vista, los estudios «clásicos» que abordan la investigación de la cultura política en nuestro país (i. e. Almond y Verba), así como buena parte de los estudios(os) contemporáneos adscritos a dicha perspectiva (i. e. Peschard, Durand Ponte, etc.) se esfuerzan en buscar un 201

Cfr. Mary Douglas. Estilos de pensar, Gedisa, España, 1998, pp. 96-98. Más adelante modificaremos un poco este

esquema agregando algunos elementos analíticos más. 202

Cfr. Pansters, op. cit., p. 299.

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núcleo [duro] de la cultura política de México, lo cual puede conducir a fuertes equívocos. Ello es así porque un enfoque esencialista y homogeneizante resulta insuficiente para dar cuenta de las sutilezas, incoherencias y ambigüedades del actuar [político] de una sociedad que es compleja, plural y diversa. Es necesario «abrir» los puntos de vista y pensar la simultaneidad y la rivalidad entre diferentes culturas políticas. Esto es así porque, en buena medida, el contenido de los discursos político culturales, y su arraigo en ciertos arreglos institucionales, así como su recursividad, están inmersos en contextos de competencia, negociación y lucha entre los distintos actores de lo político/social. Pero, acaso reconocer la diversidad cultural [la multiplicidad de posiciones de sujeto con respecto a lo político] que caracteriza a países como el nuestro, ¿no implicaría, también, asumir que existen tantas culturas políticas como individuos? No necesariamente. La relación que se establece entre el actor y el sistema, entre los sujetos juveniles y la institucionalidad que los nombra, está mediada/atraviesa por dos aristas ineludibles: a. La autonomía/involucramiento de los actores con respecto a la vida colectiva [el individuo vis-à-vis la comunidad]; y b. Las regulaciones externas/restricciones sociales impuestas a la vida individual.203 Con base en ello, pueden derivarse desde ya dos grandes vías para 203

Hemos retomado la tipología sugerida por Ellis (apud Douglas) y tratamos de adaptarla a nuestros propósitos.

Cfr. Richard J. Ellis. American political cultures, Oxford University Press, E. U. A., 1993. Vale la pena señalar que no hay que temer a la aparente raigambre durkheimiana que subyace a los argumentos de Ellis. Una lectura superficial aduciría que, en consecuencia, adoptar los planteamientos del mencionado autor haría de las diferencias entre culturas políticas una cuestión de grado. Ello en la medida en que, por ejemplo, un indicador sería la cantidad de leyes, reglamentos y restricciones que se imponen a la autonomía de la vida individual. Sin embargo, recordemos que al analizar las prácticas y discursos juveniles, los posicionamientos de los sujetos, no nos interesa la representatividad estadística que pudieran tener, sino su significación social. Es decir, las diferencias entre las culturas políticas no

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relacionarse con lo público/lo político: 1. El individualismo competitivo, en donde el involucramiento con la colectividad es mínimo, y la influencia de las restricciones sociales en la vida individual es baja; y 2. El colectivismo jerárquico, en el cual existe una adscripción grupal formal, la lealtad al grupo tiende a ser alta, y la regulación de la vida individual es mayúscula (i. e. el ejército, los partidos políticos). Esta dicotomía subyace a buena parte de las investigaciones que intentan dar cuenta de la cultura política en México. De manera que la relación entre ambos términos del binomio indicaría que entre más débil sea la solidaridad social [tradicional/integrada], más fuerte se tornará el individualismo [moderno/ apocalíptico]. Figura 2.1

Fuente: elaboración propia

remiten a cuánta autonomía permiten las prescripciones sociales, sino a cómo son éstas significadas y resignficadas por los sujetos juveniles.

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Sin embargo, la emergencia de otras formas de vincularse con lo político hace «estallar» la lógica binaria en la que se sustenta esta perspectiva. Ensanchar el horizonte analítico permitiría reconocer, pues, que el debilitamiento [postmoderno] de las restricciones sociales no siempre redunda en un incremento proporcional del individualismo. En este sentido, puede decirse que la pertenencia grupal de un sujeto puede disminuir, e incluso desaparecer, al mismo tiempo que aumentan las prescripciones externas/estructurales que limitan su actuar. Aunque vale la pena aclarar que esto no remite a una decisión efectuada por los sujetos, en la que el objetivo consista en «sustraerse» voluntariamente de la esfera pública. Más bien implica un aislamiento producido por causas que les son ajenas, que están fuera de su control. El caso de las mujeres maltratadas o de las personas con capacidades diferentes es bastante ilustrativo. Este «tercer camino» puede denominarse como subordinación dispersa. Finalmente, puede ocurrir la situación inversa, es decir, que la autonomía de los individuos disminuya, sin que ello produzca una colectividad altamente jerarquizada y con estatutos inamovibles. Las agrupaciones ecologistas en las que el involucramiento de las personas es alto y las estructuras son más o menos horizontales entrarían en esta cuarta vía, a la que podemos llamar comunitarismo. No obstante, la tipología anterior resulta aún insuficiente. Ello en la medida en que existe un sector poblacional juvenil que se (des)coloca de lo público, situándose «por fuera» del esquema descrito. Dicho sector, que no es ni apocalíptico ni integrado, tiene bordes difusos, y aunque es cercano a los posicionamientos del comunitarismo y del individualismo, muestra ciertas diferencias. En

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la parte final de este trabajo abundaremos en el análisis de esta postura apolítica [altamente politizada] de [no] vincularse con los asuntos públicos. Baste decir por ahora que veremos cómo las prácticas y discursos juveniles que desde dicho posicionamiento se estructuran, pueden ser vistas/metaforizadas bajo la lógica de los desapegos apasionados.204 Vale la pena explicar un poco este término. Es sabido que en cada época resulta usual que el universo simbólico (i. e. la dimensión formalmente instituida; las legislaciones vigentes) se nos presente a la manera de un orden normativo fijo, trascendental, como si estuviese exento de los efectos del proceso histórico. De modo que el ritmo significativamente lento en el que opera el cambio institucional sostiene la idea de que los individuos son efímeros y sólo son las instituciones las que prevalecen. En este sentido, desde dicho orden se estructuran las formas y los contenidos de lo que se considera deberían ser los modos correctos de ser. Desde luego, ello con relación sobre todo a los proyectos e intereses de quienes ocupan posiciones dominantes en el espacio social –aunque esta capacidad no siempre es propiedad exclusiva de las élites–. Ahí se sancionan positiva o negativamente las adscripciones o distanciamientos con respecto a los roles asignados. En términos generales, lo anterior en apariencia «predetermina» el espacio dentro del cual se crean las condiciones de posibilidad para el actuar de 204

Cfr. J. Igor Israel González Aguirre. “(Des)apegos apasionados. Jóvenes y esfera pública en Guadalajara”, en

Estudios Jaliscienses, núm. 64, mayo del 2006, pp. . En el capítulo V analizaremos con mayor profundidad las implicaciones de aquello que entendemos como (des)apegos apasionados. Por el momento basta decir que en términos conceptuales, ello remite a una postura en la que el sujeto se esfuerza “apasionadamente” en deslindarse de cualquier vínculo con lo público aduciendo apatía y/o desencanto. Sin embargo, tal deslinde aparentemente apolítico puede ser [leído como] como un desapego “altamente politizado”.

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los sujetos, así como las reglas del juego que dictaminan los vínculos recíprocos entre éstos y el orden instituido. No obstante, es precisamente en este espacio aparentemente fijo que se van construyendo y actualizando, en la esfera de lo cotidiano, las instituciones y las categorías sociales que sirven de referentes para el desempeño de los sujetos en la vida diaria. Como se argumentará más adelante, los contornos del universo simbólico que posibilitaron la emergencia de la juventud qua sujeto/actor de lo político se han venido dibujando sobre estas coordenadas. Es pertinente recordar que, como vimos en la figura 2.1. mostrada más arriba, las relaciones de cercanía/lejanía con respecto al orden instituido explicarían la existencia de cuando menos cuatro tipos de culturas políticas. Bajo esta misma lógica, también es posible entender la visión estereotipada que ha dado cuerpo a las imágenes de lo juvenil. En este sentido, el análisis de la relación entre la juventud y la esfera pública —a través de la noción de cultura política— permitiría comprender la emergencia de diversas culturas juveniles, buena parte de las cuales muestran una especie de disidencia/ disonancia con respecto al campo político formalmente instituido. Así, las imágenes estereotipadas de lo juvenil nos indicarían que un vínculo lejano con la institucionalidad vigente tendría como consecuencia una juventud apocalíptica (i. e. rebelde, necesitada de control); mientras que un vínculo estrecho sugeriría la existencia de jóvenes «felizmente integrados» a su entorno. Lo anterior adquiere mayor relevancia en la medida en que se acepta que tales estereotipos han servido como base tanto para la arquitectura institucional encargada de satisfacer las demandas de la población joven, como para

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la hechura de las políticas dirigidas a dicho sector. Volveremos sobre este último aspecto en capítulos posteriores. Por el momento, basta señalar que ahora debería quedar más clara la conexión de la idea de cultura política con la noción de juventud, entendida ésta, más que como una etapa biológica, como un posicionamiento de los sujetos con respecto a aquello que los interpela. Así, el desapego apasionado consistiría en un posicionamiento de los sujetos juveniles que implica un desmarcaje con respecto al campo político formal; no una confrontación, ya que se hace uso pragmático de los recursos ofrecidos por el orden instituido. Ello abre una brecha analítica para la cual el término de culturas juveniles resulta insuficiente, porque dentro de tal brecha se mueve una población joven que no es ni apocalíptica (no se adscribe a ninguna cultura juvenil) ni integrada (no pertenece a campos de acción más o menos formales). En este punto es pertinente aclarar cómo se articulan el posicionamiento de los sujetos juveniles al que nos referimos como «desapego apasionado» con el proceso de construcción social de un régimen como el nuestro. Usualmente se piensa que aquellos jóvenes que participan, ya sea a través de la integración al orden simbólico, o por medio de la confrontación frontal a éste, son responsables directos de la construcción de lo democrático. Como veremos más adelante, esta idea se despliega por todas partes en los discursos emitidos por los actores de lo público, así como en los programas emanados de la dimensión formal de lo político. Mientras tanto, las voces de aquel sector de la juventud que es apático y está desencantado raramente se escuchan, y por ende, se piensan a lo sumo sólo como un freno, como un

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nudo, que es necesario desatar. No se toman en cuenta los discursos que se producen desde dicho posicionamiento. ¿Acaso no pareciera, pues, que son sólo aquellos jóvenes integrados, interesados por completo en los asuntos públicos, quienes con su involucramiento participan directamente en la construcción de un régimen político y el cambio a un sistema verdaderamente democrático? O en el otro extremo ¿no parece que quien busca realmente un orden institucional distinto son los jóvenes apocalípticos, es decir, aquellos que confrontan al sistema y sugieren los perfiles de uno diferente? Mientras tanto, aquellos que se ubican en la zona gris del desapego sólo se quejan, muchas veces en secreto, pero apasionadamente, de cómo funcionan las cosas, aún cuando hacen un uso pragmático de lo que les ofrece el sistema. Despliegan con ello un saber profundo respecto a los engranajes del campo político, el cual es tematizado en el ámbito cotidiano. Pero aquí nos encontramos una paradoja: las voces de los apocalípticos y los integrados, ambas, escenifican, ponen en práctica, las reglas que sostienen los discursos públicos predominantes, es decir, legitiman un orden reificado mediante una serie de acuerdos/transgresiones codificados con respecto a éste. Mientras tanto, la posición del desapego postula la duda constante acerca de si esas reglas son realmente las más adecuadas. Por ende, es necesario establecer una distinción entre una especie de reconfiguración performativa, es decir, una operación aparentemente subversiva pero que permanece dentro del campo hegemónico (tal como los actuares de la juventud apocalíptica), y por otro lado, pensar el despego como uno de los actos más radicales, el cual muestra el umbral

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de la reconfiguración social de todo el campo; es decir, se constituye en un acto que redefine las condiciones de la performatividad sostenida socialmente. Dicho de otro modo, habría que interrogarse sobre si ¿será precisamente desde este lugar en donde se destilan la apatía y el desencanto donde se abre la posibilidad para un cambio verdaderamente radical? Esto no es una idea descabellada en modo alguno: incluso, frente a las coyunturas electorales del 2006 y del 2012, en las campañas de los candidatos a la presidencia se apelaba a este sector de la población, y se le situaba como un factor que podría inclinar la balanza a favor de uno u otro aspirante. De manera que el análisis de esta otra postura que está más allá de la dicotomía que subsume lo juvenil a lo apocalíptico/lo integrado resulta crucial, sobre todo en un contexto en el que la subjetividad paradigmática no remite al sujeto integrado de lleno a la Ley, al orden simbólico vigente. Esto quiere decir que el modo de subjetividad que implica la democracia moderna, ampliada, no restringida, tiene una correlación con el despego apasionado qua uno de los posicionamientos mediante los que la juventud podría incidir en el proceso de la construcción social de los contornos de un régimen político. Luego de este rodeo conceptual, puede decirse, en resumen, que la cultura [política] es un concepto relacional y disposicional, es decir, que ésta siempre es la cultura de alguien [de actores individuales o colectivos], y siempre está situada en un espacio–tiempo específico. Con esta investigación se pretende hacer un acercamiento y echar una mirada a la(s) cultura(s) política(s) de algunos de los jóvenes en la Zona Metropolitana de Guadalajara. Para ello tomaremos como base los planteamientos de Reguillo, en los que se señalan tres niveles de análisis:

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1. Institucionalizada; 2. Incorporada y; 3. En movimiento. Así, puede decirse que la cultura política es individualmente poseída y socialmente compartida. Ésta es producto de una construcción social e histórica y, por ende, intersubjetiva: para constituirse o mantenerse requiere un conjunto de elementos que ratifique su validez, viabilidad y legitimidad. En este sentido, la dimensión institucionalizada de la cultura política refiere al conjunto de normas, representaciones, valores y comportamientos socialmente dominantes en un momento histórico y en una sociedad determinada. Más adelante nos referiremos a ello la construcción institucional de la juventud (capítulo III). Por otra parte, la cultura política incorporada alude al proceso activo de «apropiación y reconstrucción selectiva» —por parte del actor social— del «catálogo» de normas, valores, comportamientos y representaciones relacionados con la esfera pública y «objetivados» en la dimensión institucional de la cultura política. Cabe mencionar que la «incorporación» que hace el actor de los esquemas anteriores está mediada [que no determinada] tanto por el «lugar social» de la persona en la estructura, como por las dimensiones de género, escolaridad, ocupación, edad, religión, etc. Habría que señalar, además, que dicho lugar social no es fijo, por lo que más que la posición (Bourdieu) es más pertinente indagar el posicionamiento (Giddens) que el actor adopta [en vez del lugar que le es otorgado/concedido por su posición en el espacio social]. Finalmente, la cultura política en movimiento alude a una «dimensión práctica»: el actor necesita «actuar» el valor, la norma o la representación; la práctica sería entonces aquello que permite «verificar» la «representación enunciada» y la «acción operada».

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Reguillo señala que las prácticas sociales tienden a estar objetivamente ajustadas a las estructuras que las generan: es mediante esta dimensión práctica [cultura política en movimiento] que la estructuración o el desorden entre cultura institucionalizada y cultura incorporada se hace visible. Para la mencionada autora, lo anterior implica una propuesta en la que los acercamientos analíticos a la cultura política se desplacen de lo normativo y lo institucionalizado, al ámbito de lo incorporado y lo actuado. El «eje de lectura» de este proceso debería ser el sujeto: que éste «haga hablar» a la institucionalidad, a partir de las diversas mediaciones que lo configuran como actor social.205 El capítulo final de este trabajo se dedica al análisis de la dimensión incorporada y la dimensión práctica. Desde esta perspectiva se observa, pues, tanto la emergencia de «nuevos» actores como la mayor visibilidad de otros, lo cual obliga a la re–definición del ejercicio del poder. La diversidad de actores que se mueven en el espacio público trasciende las formas tradicionales de gestión y de representación política (i. e. los partidos políticos, los sindicatos, etc.) y desborda los espacios formales de lo político, tales como el municipio o la entidad federativa. Así, vemos que la cultura política no puede ni debe limitarse exclusivamente al dominio cognitivo y práctico de la política formal. Más bien, se requiere aprehender las mediaciones que intervienen en la configuración de «mapas cognitivos y afectivos», los cuales “…organizan para los actores sociales, las representaciones y las acciones en la esfera pública”.206 Podríamos aventurar una concepción de las

205

Reguillo. “Jóvenes y…”, en IMJ-CIEJ op. cit., 2002, pp. 257-259.

206

Ibíd., p. 257.

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culturas políticas juveniles, en las que éstas pueden ser vistas como las prácticas, actitudes, valores, ideologías, objetos y expresiones significativas orientadas políticamente, las cuales están en relación con los contextos y procesos históricamente específicos de los sujetos juveniles. La idea de cultura política también aludiría a los medios por los que los elementos enumerados se producen, se transmiten y se reciben, ya que éstos se estructuran socialmente en torno al poder. En síntesis, —de acuerdo con Pansters— puede decirse que un análisis [práctico–teórico] de las culturas políticas implica el estudio de un proceso circular en el que 1. Surge un proyecto político cultural y/o ciertos actores particulares lo adoptan de manera consciente, y lo difunden utilizando diversos medios y técnicas; 2. Los principios de un discurso político–cultural se «materializan» en símbolos, en rituales y en el habla, y se ponen en práctica en las prácticas cotidianas; 3. Si logra reproducirse, un discurso político–cultural puede consolidarse en arreglos o productos institucionales que resultan viables sólo si son apropiados en las prácticas, al tiempo que permiten su constante revisión y transformación. Esto implica que la cultura y el sistema político son ámbitos intrínsecamente relacionados, ya que se encuentran articulados en el nivel de las prácticas políticas y/o culturales.207 207

Al respecto, Pansters señala que un sistema político puede ser visto como un conjunto general de arreglos insti-

tucionales que organizan y regulan la toma de decisiones, así como el control y la distribución de los recursos. La evolución y cristalización de tales arreglos es el resultado de una historia de acciones realizadas por agentes políticos y sociales diferentes y competitivos. De manera que un sistema político es el producto resultante y solidificado de prácticas sociales, políticas y culturales previas. Cfr. Will G. Pansters. “Valores, tradiciones…”, en Calderon Mólgora, Marco A. et al (ed.) op. cit., p. 300.

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Así, toma importancia la consideración de los mecanismos y prácticas de mediación que plantean nuevas preguntas, tales como ¿de qué modo interactúan los actores con el sistema político? ¿Cómo funcionan las instituciones gubernamentales? ¿Cuál es el papel de las ideologías en dichas interacciones entre actor y sistema político? Para dar una respuestas a estas y otras interrogantes relacionadas con el estudio de las culturas políticas en nuestro país es necesario deconstruir –trascender y complementar– los enfoques centrados en las actitudes y valores con respecto a la participación, la tolerancia y la democracia. Para contar con una base que permita lo anterior, en el siguiente capítulo se abordará de manera sucinta el relato dominante que narra la construcción institucional de la juventud en nuestro país; desde luego, pondremos atención al caso jalisciense. De cualquier manera, puede decirse que hay una vinculación directa entre el discurso articulado desde el nivel nacional y lo que las instituciones suscriben a niveles más locales.

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Segunda Parte. Políticas de la resignificación/resignificaciones de lo político

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3. Nombrar es crear: la construcción institucional de la juventud en México No podré renunciar jamás al sentimiento de que ahí, pegado a mi cara, entrelazado en mis dedos, hay como una deslumbrante explosión hacia la luz, irrupción de mí hacia lo otro o de lo otro en mí, algo infinitamente cristalino que podría cuajar y resolverse en luz total sin tiempo ni espacio. Como una puerta de ópalo y diamante desde la cual se empieza a ser eso que verdaderamente se es y que no se quiere y no se sabe y no se puede ser. Julio Cortázar. Rayuela

Nombrar es crear es nombrar es crear…

Al igual que en otros países, en México el mecanismo tradicional para incorporar a los sujetos juveniles al orden instituido tenía como eje una especie de «solidaridad circular»: el circuito comenzaba en la familia, continuaba en la escuela; luego venía el ingreso en el mercado laboral, la emancipación y, finalmente, la posterior formación de una nueva unidad familiar. Pero en el escenario de una modernidad tardía [es decir, en un tenso orden social que no es totalmente tradicional, ni completamente postmoderno] como el nuestro,208 lo anterior tiende 208

Esto no es, en modo alguno, una afirmación carente de sustento. Los ejemplos pueden llegar a ser innumerables.

En buena parte del discurso social que fluye en la localidad queda plasmada la impronta de la tensa relación entre tradición y (post)modernidad: el tremendo contraste en la calidad de vida que puede observarse en distintas zonas al interior de municipios como Zapopan, donde “conviven” los estratos económicos más altos con los más bajos;

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a dar de sí: en la medida en que se agota la narrativa predominante acerca del ciclo juventud/adultez, la conformación de los sujetos juveniles responde más a una competitividad individualista de trayectorias múltiples, que a un apego comunal consolidado. Por una parte, ello implica que los sujetos no están totalmente inmersos en el lugar social particular en el que han nacido, ni se identifican de lleno con él. Esto no remite a un desanclaje total, ya que, por otra parte, el peso de la tradición resulta bastante significativo para la conformación de las distintas maneras de ser [joven]. En otras palabras: el orden simbólico constituido por el entramado institucional configura un determinado tipo de [«moldes» para los] sujetos/actores; pero éstos a su vez, con el despliegue de sus maneras de ser, de sus prácticas, dan cuerpo al orden institucional. No obstante, lo que interesa señalar aquí es que, a diferencia de épocas anteriores, la elección de un modo de vida estaría en función de un conjunto de circunstancias más o menos contingentes: si antes las particularidades de nuestro nacimiento (i. e. sexo, rela presencia cada vez mayor de nuevas religiones diferentes a la católica; la fuerte influencia social que ejerce ésta última; el uso intensivo que dichas religiones [tanto las nuevas como la católica] le dan a los medios masivos de comunicación para impartir su adoctrinamiento; los cambios en los estilos arquitectónicos, la diversidad de culturas juveniles frente a esquemas ultra conservadores, entre muchos otros. Por el momento, basta señalar que en un reciente spot publicitario enunciado en distintos medios por Emilio González Márquez, entonces alcalde de Guadalajara y ahora candidato a la gubernatura del estado, se define la ciudad como el “símbolo de México donde se encuentran la Modernidad y la Tradición”. En este sentido, en dicho spot se alude, también, a las posibilidades lúdicas y laborales que ofrece la ciudad como una especie de rasgos esenciales del ser tapatío. ¿Acaso plantear a la ciudad, a lo urbano, como un modo de ser que permite acceder al progreso sin perder las raíces y los valores, no representa en su forma más acabada esa [tensa] convivencia entre el mundo tradicional y el mundo moderno a la que nos referimos en el primer capítulo de este trabajo? Además, esta idea no es nueva. A finales de la década de los sesenta ya se intuía esta paradójica y tensa convivencia entre modernidad y tradición. Véase, a manera de ejemplo, el artículo escrito en 1967 por Luis René Navarro. “Guadalajara, una ciudad desconcertante”, en José María Murià y Jaime Olveda (comps.). Lecturas históricas de Guadalajara III. Demografía y urbanismo, INAH/Gobierno del Estado/ Universidad de Guadalajara, México, 1992, pp. 575-577.

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ligión, posición social) determinaban nuestra identidad más profunda; hoy éstas sólo influyen en distintos grados en la construcción de un proyecto identitario que, fragmentario y disperso, es narrado por los sujetos con cierta coherencia, pero también con una relativa ambigüedad.209 Aunque esto no ocurre en el vacío. La institucionalidad vigente juega un papel crucial en la construcción del yo, configurando una discursividad social que sirve de referente: constriñe a los sujetos, y al mismo tiempo constituye una «oferta» que amplía las posibilidades de acción de éstos. En este preciso sentido, las prácticas discursivas se muestran como instancias analíticas que permiten acceder tanto a la «fuente» de los saberes cotidianos a los que aluden los sujetos/instituciones para el desarrollo de la vida social, como a los resultados derivados de tales prácticas.210 En última instancia, la discursividad «crea» y es «creada» por medio de la puesta en juego de diversos modos de ser en el mundo. En otras palabras [foucaultianas], en la medida en que los discursos involucran distintos mapas cognitivos que habilitan la circulación del poder en un entorno social específico, también nos permiten aprehender el proceso de estructuración de la sociedad. Desde luego, lo anterior no es una tendencia neutra, transparente y desideologizada. La dimensión cultural de la discursividad es, pues, política e ilustra las actualizaciones concretas y cotidianas de los procesos 209

Derivamos esta idea a partir de la lectura de algunos entrañables ensayos escritos por Foucault. Véanse, por

ejemplo, Michel Foucault. Las palabras y las cosas, Siglo XXI, México, 1997 (vigésimo sexta edición), sobre todo los capítulos “II: la prosa del mundo”, “III: representar” y “IV: hablar”, pp.26-125 y; la serie de conferencias plasmadas en Michel Foucault. La hermenéutica del sujeto, Fondo de Cultura Económica, México, 2002 (segunda edición). 210

Danuta Teresa Mozejko y Ricardo Lionel Costa (comp.). Lugares del decir. Competencia social y estrategias discur-

sivas, Homosapiens, Argentina, 2002.

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sociales. El análisis de esto requiere considerar una serie de interrogantes: ¿quién emite/construye los discursos? ¿Desde dónde se «habla»? ¿A qué tópicos se alude? ¿Qué tonos y matices adquieren los esquemas narrativos desplegados por los jóvenes que participaron en este estudio? A manera de planteamiento heurístico, para entender las aristas de una noción de democracia, que se extiende más allá del restringido ámbito formal,211 vale la pena indagar las funciones del discurso (i. e. cómo es la discursividad que alude a la civilidad democrática; cómo la de la apatía); los participantes involucrados en la producción/recepción y circulación del discurso (i. e. qué dicen/ callan los jóvenes acerca de lo político; cómo nombra la institucionalidad a lo juvenil); el contexto en el que esto se produce (i. e. qué ocurre en los lugares dónde habitualmente se reúnen los jóvenes; qué pasa en los espacios más formalmente institucionalizados). En última instancia, se precisa estudiar cómo se estructuran socialmente, en la vida diaria, las categorías de lo democrático, de lo juvenil, entre otras. Pero además se precisa indagar en qué otros lugares se condensa lo político en la actualidad. Dedicaremos el capítulo siguiente a ello. Antes, se requiere revisar los modos institucionalizados que se tienen para nombrar a la juventud. Ello permitirá conocer la estructura en la que se despliegan los sujetos juveniles, por decirlo à la Giddens. Partamos de la idea de que la dimensión formalmente instituida del orden simbólico [social, político, económico], es decir, el conjunto más o menos anó211

Una discusión interesante acerca de la distinción entre la noción de una democracia restringida y otra de carac-

terísticas más ampliadas se encuentra en Jorge Alonso. “Los miedos a la democracia”, en Metapolítica, núm. 30, vol. 7, CEPC/JUS, México, julio-agosto, 2003b, pp. 14-22.

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nimo de componentes que median cualquier vinculación entre los sujetos y la alteridad, pierde peso: si antes el ideal del deber ser juvenil recorría una ruta preestablecida por la tradición, hoy ser joven se constituye en un ámbito más de indecibilidad (i. e. no se sabe de antemano quién tiene la respuesta acerca del modo más adecuado para ser un joven ciudadano ¿las instituciones? ¿los jóvenes?). En última instancia, lo anterior coloca la construcción de los proyectos identitarios en el trasfondo del campo político: los sujetos juveniles se ven orillados a adoptar una postura con respecto a aquello que les es importante y les interpela; al mismo tiempo, los actores del orden institucional toman un posicionamiento con relación a aquello que los jóvenes tematizan en la actualidad (más adelante veremos que la sexualidad, el aborto, y la anticoncepción son ejemplos claros de ello). Como ya lo hemos sugerido, en la medida en que lo político se subjetiva, la subjetividad también se politiza. Aceptar lo anterior requiere adoptar una concepción de lo político que debiera trascender los límites establecidos por la “politología clásica”: la indecibilidad, en tanto componente fundamental de dicha concepción abierta, es radical y constitutiva. Ello quiere decir que no es posible llegar a un contexto puro, a un núcleo que sea anterior al momento de decidir (i. e. no se tiene acceso a la Verdad que daría cuerpo a aquello que en definitiva sería la forma adecuada de ser joven; mucho menos que exista una cultura política adecuada, esencialista, que defina el carácter cívico de un pueblo). De modo que todo escenario de indecibilidad estaría conformado de manera retroactiva, pues, por una decisión: las formas de mirar/nombrar al joven, que se derivan del orden simbólico instituido, sin duda son constitutivas de los modos

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de ser joven; pero a su vez, tales modos inciden en la estructuración del orden simbólico desde el cual los jóvenes son vistos.212 Abordar la discusión acerca de la tradición/(post)modernidad permitió poner de relieve las nociones de juventud y cultura política (vid cap. I y II) para, desde ahí, argumentar que la construcción institucional de la juventud ha impulsado y desarrollado una serie de modelos que asignan normas de conducta, valores, espacios, roles y estilos específicos que delimitan las vías «correctas» para ser joven. Pero esto no ocurre sólo unilateralmente, sino que es un proceso recursivo: también las voces de los jóvenes estructuran el discurso institucional que habla acerca de ellos, que los nombra. En un capítulo posterior analizaremos la distancia que se abre entre el discurso institucional y los discursos juveniles, mientras que en éste abordamos la construcción institucional de la juventud, es decir, las imágenes culturales que dan corporeidad a dicha categoría. Partimos de la idea de que para el estudio de las culturas políticas juveniles resulta más pertinente analizar el posicionamiento que adoptan los distintos actores con

212

En este sentido, Maritza Urteaga ha analizado el modo en que intervienen tanto las prácticas institucionales

como las juveniles en la construcción de las «imágenes culturales» que le otorgan visibilidad a los jóvenes. “Las imágenes culturales son la forma de presentación de las identidades y culturas juveniles en la escena pública” — afirma acertadamente Urteaga—. Lo anterior resulta importante en la medida en que tales imágenes inciden en la construcción social y cultural de la juventud en tanto categoría y, sobre todo, como realidad: contribuyen, pues, a que la sociedad califique, asuma y reconozca, en lo público y lo privado, a las personas y los hechos vinculados con la condición juvenil. Cfr. Maritza Urteaga Castro-Pozo. “Imágenes juveniles del México moderno”, en José Antonio Pérez Islas y Maritza Urteaga Castro-Pozo (coords). Historias de los jóvenes en México. Su presencia en el siglo XX, SEP/IMJUVE/AGN, México, 2004, pp. 33 y 34. Véase además un panorama general acerca de los modos institucionalizados de concebir lo juvenil en José Antonio Pérez Islas y Mónica Valdez González. “Imágenes sobre los jóvenes en México”, en José Antonio Pérez Islas et al (coords.). Nuevas miradas sobre los jóvenes, México-Québec, IMJ, México, 2003, pp. 12-44. Véase también. Martiza Urteaga Castro-Pozo. La construcción juvenil de la realidad. Jóvenes mexicanos contemporáneos, Juan Pablos Editores/UAM, México, 2011.

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respecto a aquello que los interpela (Giddens) que la posición que éstos ocupan en un espacio social determinado (Bourdieu). La diferencia, aunque sutil, es fundamental: mientras que analizar la posición de los sujetos en el espacio social implica identificar una asignación externa de sus atributos, indagar su posicionamiento posibilita estar más atentos a las voces de los sujetos y las instituciones, a sus prácticas discursivas, a aquello que dicen y callan con respecto a lo que los interpela. Una concepción abierta de la cultura política como la que vimos en el capítulo II nos permite conocer y comprender las realidades de algunos sectores juveniles que, desde otra perspectiva, aparecerían como poco significativos en términos de la construcción social de la democracia. Así, más que analizar las estructuras políticas en sí, y/o más que abordar la pura subjetivación individual de lo político, es preciso enfocarse en la brecha que se abre entre ambos extremos. Vale la pena recordar que el eje sobre el que gira nuestro estudio radica precisamente en efectuar una «lectura política» del espacio que se extiende entre la construcción social de la democracia y el papel que juegan en este proceso algunos sectores juveniles relativamente poco participativos. Ello nos obliga a contar con un marco de referencia que permita situar la ausencia de los discursos que dan cuenta de la estructuración del campo político mexicano en las prácticas discursivas de los individuos jóvenes. Siguiendo con esta idea, recordemos que la realidad democrática/política es producida de manera retroactiva, a través de un mecanismo de simbolización que nombra los procesos. Aquí sostenemos que es probable que dicha realidad emerja con mayor claridad cuando se alude al «vacío» que produce su ausencia en el discurso ju-

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venil. En otras palabras, desde una perspectiva esencialista, la apatía de los jóvenes con respecto a lo político aludiría, en apariencia, a una especie de déficit de civilidad. No obstante, ¿qué ocurriría si invirtiésemos esta lógica? ¿Qué pasaría si nos deslindásemos de esta conclusión superficial y problematizáramos los tópicos que se abordan/se silencian desde la apatía y el desencanto? En principio, estaríamos en condiciones de argumentar que aquello que se presenta como el contenido positivo del ser político de la juventud puede ser de naturaleza secundaria (i. e. la ciudadanía juvenil plena). Se establecería, en consecuencia, una perspectiva desde la que se podría analizar la «grieta» en la dicotomía que asume que la juventud es apática por naturaleza/es el actor del cambio. Por ende, con el desplazamiento hacia el estudio de la [poca] importancia que algunos jóvenes le otorgan al campo político formalmente institucionalizado se muestra un modo de indagar la construcción de lo democrático que ha sido poco explorado. En la medida en que los jóvenes subjetivan el campo político y construyen sus propios posicionamientos de sujeto, también contribuyen a estructurar dicho campo: es innegable que el fluir del discurso social acerca de lo democrático representa un mapa que posibilita que los individuos juveniles estructuren una serie de narrativas que los sitúan en el universo simbólico; aunque no necesariamente en la dimensión formal de dicho universo. Sin embargo, es preciso superar esta perspectiva fenomenológica que reduce la emergencia del sujeto/de la subjetividad a la construcción de un mito individual a partir de la fragmentación y el reordenamiento de los componentes del discurso formalmente institucionalizado. Para ello se precisa ir más allá y considerar que la subjetividad emerge,

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precisamente, en el momento en que los sujetos «suspenden» el soporte individual que les otorga dicho discurso. Si lo que se pretende es aprehender el ámbito de estructuración de la dimensión política de la vida cotidiana, es preciso en consecuencia abordar tanto las imágenes institucionalizadas de lo juvenil como los discursos de los jóvenes apáticos, desencantados –y no sólo los de aquellos jóvenes activamente políticos–. Es pertinente, pues, aludir al lugar analítico en el que coinciden el discurso oficial que narra la transición democrática en México y –la falta de rastros evidentes de éste– en las prácticas juveniles; ese «sitio vacío» que permanece una vez que el marco tradicional/formal es puesto en suspenso. La tarea de este capítulo consiste, precisamente, en trazar un mapa institucional alrededor del cual se estructuran las imágenes culturales de lo juvenil. Habría que agregar, además, que la ruptura/continuidad que se extiende entre el actor y el sistema no es transparente y aproblemática. Una «irrupción de mí hacia lo otro o de lo otro en mí», dice acertadamente Cortázar en el epígrafe que abre este capítulo. Y las palabras no son elegidas al azar: el carácter «violento» que se le atribuye al término «irrumpir» ilustra claramente que entre el orden simbólico y los sujetos se entreteje una trama de relaciones que no está exenta de fricciones: la entrada de lo Uno en lo Otro y de lo Otro en lo Uno es conflictiva, se negocia y se debate: es política; pero de ninguna manera puede ser reducida exclusivamente al ámbito formal (el de las elecciones, los partidos, etc.). Tanto los temas que se verbalizan o se silencian a diario, como las posturas que se adoptan con respecto a éstos, forman parte fundamental del campo político. Por supuesto, no están libres de sesgos. Más bien, responden a aspiraciones e intere-

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ses particulares, tal como ocurre con la construcción de un proyecto identitario. El estudio de estos otros lugares que desbordan donde ocurre lo político abre una brecha de investigación que ofrece amplias posibilidades. Sin duda, la noción de cultura política que revisamos en el capítulo segundo nos permite abordar estas cuestiones de manera sistemática, y abrir una brecha entre lo noumenal y lo fenoménico al analizar, en cierta medida, la distancia que se extiende entre los discursos enunciados por el ámbito institucional y los sujetos juveniles. Asimismo, posibilita ofrecer una lectura diferente de aquellas que aducen, de manera simplista, que la juventud es el agente del cambio por excelencia; o que los jóvenes representan en su forma más pura el signo de la apatía: más que un apego obstinado de corte hegeliano (jóvenes integrados); más que una kierkegaardiana suspensión política de lo ético (jóvenes apocalípticos), se observa [también, y probablemente con mayor frecuencia] una especie de desapego apasionado,213 es decir, un conjunto de estrategias pragmáticas, ambiguas y utilitarias, por medio de las cuales los sujetos juveniles se relacionan con/se distancian de un campo político que se les presenta, muchas de las veces, como bastante lejano. Así, podemos decir desde ya que la «grieta» entre la realidad y el orden de su registro, es decir entre la «oferta» emanada del Estado y las «demandas» juveniles, estaría explicada por una especie de «(in)eficacia simbólica» de las instituciones, por el agotamiento e inadecuación de sus discursos.214 Por supuesto, 213

Cfr. J. Igor Israel González Aguirre. “(Des)apegos apasionados. Jóvenes y esfera pública en Guadalajara”, en

Estudios jaliscienses, núm. 64, México, mayo del 2006. Véase también el capítulo II de este documento, en donde dedicamos algunas líneas a aclarar lo que entendemos por desapegos apasionados.. 214

Cabe señalar que la idea de «eficacia simbólica» remitiría al mínimo de reificación en razón de la cual a los su-

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esto se conecta con las discusiones más amplias aludidas en el primer capítulo de este documento (i. e. la tensa relación entre modernidad/postmodernidad/ tradición). De modo que si se pretende analizar —desde una concepción abierta de lo político— la construcción social de la democracia, considerando lo juvenil como una dimensión de dicho proceso, no es posible desvincular de ello la manera en que se ha ido prefigurando el campo político mexicano. Por ello, ahora se precisa abordar, más específicamente, el discurso público que habla acerca de los jóvenes, el cual se estructura en buena medida en y desde el ámbito formalmente institucionalizado. Lo anterior tiene como objeto poner de relieve los mecanismos desde los que se identifica y define a los jóvenes en tanto sujetos receptores de la política. No hay duda de que los elementos que dan cuenta de la conformación del campo político mexicano constituyen una especie de correlato que sirve de contraste para entender el funcionamiento de la institucionalidad encargada de atender los mundos juveniles. Tal como lo señala Marcial,215 esto es importante porque, sin duda, ha incidido en la construcción tanto de los espacios que se consideran adecuados para el desenvolvimiento juvenil, como de las instituciones que velan por que tenga lugar una «correcta» socialización de los

jetos no les es suficiente conocer un hecho para que tenga vigencia. Para que se hiciera efectivo, éste tendría que ser registrado, también, en el orden simbólico de las instituciones. Y a la inversa: no basta que los sujetos conozcan los discursos derivados del ámbito institucional; la eficacia simbólica precisaría, más bien, que operase un registro/ apropiación de tales discursos en el ámbito de la subjetividad. Cfr. Slavoj Žižek, El espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política, Paidós, Argentina, 2001a. Véase sobre todo el capítulo 6 “¿A dónde va Edipo?, pp. 331-421. El cortocircuito producido entre la oferta emanada del Estado y las demandas juveniles ilustra, precisamente, la ineficacia simbólica a la que aludimos. 215

Cfr. Rogelio Marcial Vázquez. Jóvenes en diversidad. Ideologías juveniles de disentimiento: discursos y prácticas de

resistencia, Tesis Doctoral, El Colegio de Jalisco, Zapopan, 2002.

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jóvenes. Así, en este capítulo se abordará la discursividad de algunas de las instituciones y políticas públicas que inciden —y han incidido— en los modos que se tienen de mirar y nombrar a los jóvenes en Jalisco. Con ello se pretende perfilar, en la medida de lo posible, [los supuestos que subyacen a] la dimensión de la esfera pública, cuyos vínculos se extienden recursivamente con la diversidad que caracteriza a los mundos juveniles.

Contornos liminares del universo juvenil

¿Cuáles fueron las condiciones sociales que posibilitaron la creación del ser joven en la sociedad mexicana? ¿Qué elementos dieron cuerpo a las primeras imágenes culturales de lo juvenil en México y en Jalisco? Es evidente que no existe una respuesta unívoca a estas interrogantes. No obstante, como veremos más adelante, la idea de juventud que prevalece en la actualidad en nuestro país fue «formalizada» a principios del siglo XX. Sin embargo, dicha idea encaja sus raíces en las transformaciones experimentadas al interior de las esferas de socialización del México decimonónico: recordemos que al finalizar el siglo XIX la familia, la escuela, el mercado de trabajo, el tiempo de ocio, etc., mostraban dinámicas inéditas hasta entonces. Tanto la adopción del positivismo qua filosofía de Estado, como el conflicto revolucionario incidieron en buena parte de las realidades del país, trastocando dichas esferas de una manera u otra. Al respecto, Barceló señala que no es sino hasta el último tercio del siglo XIX, bajo el influjo del proyecto liberal, que los cambios que atravesaban a la nación impactarían en

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la condición de la población joven (es decir, aquellos que aún no eran adultos, pero que tampoco encajaban dentro de la niñez). De modo que al proponerse «educar al pueblo», y colocar sobre todo a la juventud como parte integral del proyecto nacional, el periodo de la Reforma puede verse como el incipiente ingreso del joven al escenario mexicano.216 Desde esta perspectiva, el desarrollo y la trayectoria del ámbito escolar constituyen un correlato que demarca la emergencia de lo juvenil en México y en Jalisco. En este sentido, puede decirse que el régimen porfirista fue un «impulsor» —con la reserva de las comillas— de los cambios modernizadores en el país.217 Esto es importante porque en dicho periodo se dieron los primeros esbozos de la creación institucional de la juventud mexicana. Si en todo el país la sociedad tendía a hacerse más compleja, las actualizaciones locales de este proceso adquirían matices particulares muy interesantes. Vale la pena señalar que en Jalisco se observaba cierta «fijeza» en el orden socio-simbólico. Con respecto a la composición de las fuerzas socioeconómicas durante el periodo previo a la revolución maderista, es notable que en la entidad la riqueza y el poder políticos estaban en manos de, cuando mucho, medio centenar de familias. Bajo el amparo de una política económica que impulsaba la inversión, implantada tanto por Luis C. Curiel y Miguel Ahumada, cada uno gobernador del estado en su momento, los

216

Cfr. Raquel Barceló. “El muro del silencio: los jóvenes de la burguesía porfiriana”, en José Antonio Pérez Islas y

Maritza Urteaga Castro-Pozo, op. cit, p. 114. 217

Mucho antes de que se impusiera la moda revisionista que atraviesa actualmente al oficio de historiar, Octavio

Paz ya había efectuado una crítica sutilmente devastadora acerca del porfiriato. Cfr. Octavio Paz. El laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica, México, 1997 (cuarta reimpresión), pp. 145 y siguientes.

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capitalistas jaliscienses lograrían provechosas exenciones de impuestos. Ello les permitiría modernizar la industria tradicional (i. e. textilera, tequilera, aceitera, etc.) y concentrar aún más su influencia. Por otra parte, la elite de hacendados poseía casi el 40 % de los terrenos laborables del estado, así como el 30 % del total de ganado vacuno y más del 20 % del caballar. Desde luego, debido a sus intereses en la industria y el comercio, este selecto grupo que dominaba la economía de la entidad se oponía al cambio de una estructura que les era por demás favorable. De modo que junto con el clero formarían un bloque que pretendería evitar la propagación del inminente movimiento revolucionario.218 Por supuesto, estos sectores ostentaban una posición privilegiada en lo que hace a la estructuración del proyecto ideológico dominante y, por ende, en la determinación de lo que constituía el ideal del deber ser juvenil. Lo anterior adquiere una relevancia crucial en la medida en que se acepta que la juventud no es una entidad autónoma que se explica por sí sola. Discutir acerca de los jóvenes implica abordar al resto de los sectores de la sociedad en la que aquéllos se desenvuelven. Esto es así porque el contenido positivo de la categoría «juventud» se actualiza constantemente, y en ello juegan un papel importante los grupos dominantes. Esbozar la postura que puede ser atribuida a tales grupos también permite dar cuenta de las condiciones de posibilidad de lo juvenil que se tenían en una época particular. En este sentido, cabe hacer notar que, de acuerdo con las tendencias observables en todo el país, el relativo desarrollo

218

Cfr. Mario A. Aldana Rendón. Jalisco desde la revolución. Del reyismo al nuevo orden constitucional, 1910-1917,

Tomo I, Gobierno del estado de Jalisco/Universidad de Guadalajara, México, 1987, pp. 21-26.

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industrial que se experimentaba en el estado permitió la formación de un pequeño sector social de mediana riqueza. Éste estaba conformado por profesionistas, administradores, pequeños comerciantes y rancheros, así como la incipiente burocracia de la entidad. Tal sector no alcanzaba a ser mayor del 30 % del total de la población económicamente activa. Al estallar la revolución, los pequeños comerciantes buscarían obtener provecho al incrementar sus ganancias, pero sin comprometerse con ninguno de los bandos en disputa. En cambio, buena parte de los artesanos, acompañados de los obreros textiles y mineros, formarían las primeras organizaciones políticas anti-porfiristas. Estos grupos se convertirían, a la postre, en uno de los pilares más consistentes en tanto apoyos del movimiento revolucionario, y tendrían además fuertes vínculos con los movimientos estudiantiles posteriores.219 Otro de los sectores que ostentaban mayor influencia en la entidad estaba constituido por el clero. Murià señala que a partir del triunfo de la República, en 1867, la jerarquía eclesiástica y su relación con el Estado fueron adquiriendo características muy peculiares en el occidente del país. Desde la década de los sesenta del siglo XIX, la arquidiócesis de Guadalajara instituyó los llamados «arreglos de conciencia» para recuperar parte del capital que le había sido expropiado debido a las reformas gubernamentales. Desde luego, esto contribuiría a socavar el poder oficial que, de por sí, las autoridades no siempre fueron capaces de hacer valer. El entonces arzobispo Pedro Loza, teniendo en mente la necesidad de adaptarse a las condiciones sociopolíticas imperantes, procuró no entablar con219

Ibíd., pp. 27 y 28.

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flictos directos con la autoridad civil. Esta estrategia sutil tenía como finalidad la perpetuación de los ideales católicos a través de la labor educativa. Por ello, en 1871 el mencionado arzobispo se empeñó en que las parroquias instauraran escuelas primarias. Ello con el objeto de conducir “…la cristiana enseñanza de la niñez y de la juventud”. Tres años más tarde entraría en funciones el primero de estos establecimientos. Como veremos más adelante, para finales del siglo XIX, la política implementada por Pedro Loza había fructificado: el clero llevaba a cabo labores de educación/adoctrinamiento en la mayoría de las parroquias foráneas sin demasiados contratiempos; en la sede del arzobispado el prelado contaba con el respaldo de buena parte de la ciudadanía y con el respeto de las autoridades civiles.220 La influencia del sector clerical era, pues, considerable, y la «necesaria» educación de los «cuerpos y almas» de sus agremiados constituía un componente principal de su agenda. En este contexto, la instrucción pública también llegaría a ocupar el primer escaño dentro de las preocupaciones de los liberales jaliscienses, ya que predominaba entre ellos la idea de que ésta era la vía más eficaz para lograr la modernización del país. Como era de esperarse, la arena escolar se convertiría en un ámbito que tensaría la relación entre Iglesia y Estado. En el centro de este conflicto estaría, por supuesto, la juventud local. Vale la pena recordar que el triunfo del proyecto liberal traería consigo una aparente disminución de la in220

Cfr. José María Murià. “Iglesia y Estado en Jalisco durante la República restaurada y el porfiriato”, en Secuencia,

núm. 10, Instituto Mora, México, enero-abril de 1988b, pp. 43-50. Los mencionados arreglos de conciencia no eran otra cosa que una suma de dinero que pagaban los nuevos propietarios de los inmuebles expropiados a la Iglesia. Desde luego, ello con el objeto de “no perder sus almas”.

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fluencia eclesiástica en la labor formadora. Desde la Reforma puesta en marcha por Benito Juárez se pensaba que el tránsito por el sendero escolar debería ser laico, con el objeto de generar un tipo específico de mexicano: laborioso, con mentalidad científica y plenamente dispuesto al progreso (¿quién mejor que los jóvenes para cumplir este propósito?). Había que superar, en consecuencia, al mexicano «indolente» y «fanático» que había dejado como herencia el periodo colonial. La legislación, sobre todo en materia educativa, se perfilaba como el mejor conducto para lograr este propósito. Desde esta perspectiva, personajes como Aurelio Ortega, conocido dirigente obrero jalisciense, argumentaban la urgente necesidad de innovar los establecimientos de enseñanza, ya que si la educación no se generalizaba, de poco valdría toda igualdad jurídica. Los docentes y los clérigos desempeñarían papeles cruciales en este proceso.221 Para entender el peso del clero en la conformación de [las imágenes culturales que darían cuerpo a] los sujetos juveniles, basta recordar que de los más de doce millones de mexicanos que habitaban el país en 1895, el 99 % eran católicos. Para Jalisco las cifras son muy similares: de los 1 millón 107 mil 227 habitantes que había el mismo año en la entidad, 1, 103,985 pertenecían a la religión católica, es decir, más del 99 %. A esto hay que agregar que en 1890 se contaba sólo en la municipalidad de Guadalajara con más de un sacerdote católico por cada diez profesores (ello sin considerar a los 4 ministros que pertenecían a otros cultos). Si pensamos que unos años más tarde, en 1907, casi el 41 % del total poblacional del estado esta-

221

Cfr. José María Murià. Breve historia de Jalisco, SEP/Universidad de Guadalajara, México, 1988a, pp. 350-351.

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ría en edad escolar (i. e. tendría 15 años o menos),222 queda por lo menos claro el peso de los factores religiosos y educativos en la conformación de los sujetos juveniles. Por ende, no es descabellado sugerir que el púlpito y el aula de clases bien podían ser vistos como palestras políticas. Desde esta perspectiva, puede decirse que otro factor crucial en el proceso que demarca la emergencia de lo juvenil en el país se encuentra en el conjunto de normas que dan cuerpo al estatuto jurídico de los jóvenes. Al respecto, Barceló señala que ya en el Código Civil redactado en 1870 se declaraba que la población menor de 21 años era incapaz de protegerse o preservarse por sí misma de algún daño o peligro. De manera que al delimitar la minoría de edad —aduce acertadamente la autora— se expresaba una percepción de los jóvenes como seres «inestables y explosivos», necesitados de cuidado, por lo que se concedía la patria potestad y la tutela a los padres. Éstos deberían inculcarles los principios morales necesarios para que lograsen, en la adultez, el mejor desenvolvimiento en el entorno social. Además, en la reforma hecha al Código en 1883, el Estado hace explícito su interés en la educación de los jóvenes, puesta la mirada, casi siempre, en el ingreso de la juventud en la esfera laboral, inaugurando y estableciendo con ello el ciclo que de ahí en adelante demarcaría la entrada en la edad adulta. Barceló destaca, por ejemplo, que para el Estado, los adolescentes eran dueños de un «vigor avasallante» que mantenía «tensos los ánimos» de la sociedad. Por ello se consideró que a través del estudio y la adquisición de capacidades y oficios,

222

Cfr. Secretaría de Economía. Estadísticas sociales del porfiriato, 1877-1910, Secretaría de Economía, México,

1956. pp. 7, 16 y 27.

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los jóvenes se desarrollarían y se mantendría la paz.223 Sin duda, la legislación entonces vigente contribuía en buena medida a la «producción» de las imágenes culturales que daban visibilidad a los jóvenes. Como ya fue sugerido más atrás, los estatutos jurídicos se sumaban al papel que desempeñaban tanto la escuela como la religión y la familia, ya que desde ahí se postulaban las vías adecuadas para el desenvolvimiento juvenil: desde ahí se imaginaba a la juventud como el agente de cambio por excelencia, pero necesitado siempre de guía debido a su «natural tendencia al caos». Todo esto adquiere una dimensión fundamental en la medida en que, como veremos más adelante, la «visión decimonónica» que se tenía acerca del joven sigue siendo un componente esencial —aunque velado— de las políticas de juventud actuales. Bajo esta óptica, es innegable que el marcado centralismo de los procesos sociales jugaba un papel determinante en la construcción de la realidad jalisciense. En una especie de relación estructural homóloga, la emergencia de los sujetos juveniles en la esfera local estuvo vinculada de manera directa con los vaivenes del desarrollo del sistema educativo. Abundaremos en ello más adelante. Por el 223

Es importante destacar que el Estado le concedía la «emancipación» a los jóvenes entre los 18 y 20 años. Aunque

ello traía consigo una capacidad restringida: la ley les prohibía a los emancipados gravar sus bienes raíces y comparecer en juicio; aunque sí podían administrarlos y litigar. En este sentido, no está demás señalar —junto con Urteaga— que el modelo de juventud retomado por los legisladores mexicanos fue el francés. En éste, la pubertad iniciaba a los 14 años para los hombres, mientras que para las mujeres comenzaba a los 12; terminaba, para ambos, a los 21 años. Cfr. Barceló, op. cit., pp. 114-119. Por otro lado, es pertinente señalar que en México se adoptó en 1870 el primer Código Civil de corte nacional. Ello es importante porque éste jugó un doble papel. Por una parte, se aplicaba a los asuntos locales de la capital. Por otra, el mismo Código fungía como marco legislativo para tratar los asuntos en materia federal en toda la República. En 1928 aparecería el Código Civil para el Distrito Federal en materia común y para toda la República en materia federal, el cual sería aprobado en 1932. Vale la pena destacar que hasta el 2000 prevalecieron versiones muy similares a las publicadas a finales del s. XIX y principios del XX. Cfr. Jorge A. Vargas. The federal Civil Code of Mexico, University of San Diego, E. U. A., 2005, http://www.llrx.com/features/mexcc.htm.

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momento, basta señalar que la reforma escolar iniciada durante el gobierno de Juárez incidiría en Jalisco desde octubre de 1868: Emeterio Robles Gil, entonces gobernador del estado, decretó que se excluyera la enseñanza religiosa en las escuelas primarias oficiales. Como quiera que sea, tiempo después daría marcha atrás al permitir que la Iglesia procediera con la creación de escuelas parroquiales. Éstas comenzarían a funcionar entre 1870 y 1871 en pueblos y rancherías bajo el auspicio del arzobispo Pedro Loza. Más tarde, casi al finalizar el siglo XIX, comenzaría a hacerse más evidente una tendencia que pretendía la modernización tanto de los métodos docentes como del sistema educativo en su conjunto. Es importante recordar que en nuestra entidad, la administración del entonces gobernador Antonio Gómez Cuervo se había propuesto mejorar el bajo nivel de los profesores, sobre todo de aquellos que enseñaban en escuelas rurales y colegios particulares religiosos. De modo que en mayo de 1867 se promulgó una Ley del Magisterio, en la cual se clasificaba a los docentes en tres grandes categorías, y se establecía para cada uno de éstos un mínimo requerido de conocimientos.224 Tiempo después, en Jalisco entraría en vigor la Ley de Enseñanza Pública, la cual estaba elaborada desde 1862. En ésta se instituía que la educación [pública y gratuita] impartida por el Estado estaría dividida en: 1. Enseñanza primaria; 2. Enseñanza secundaria; y 3. Enseñanza profesional. Básicamente, ello cubría desde el periodo de niñez hasta el ingreso de los jóvenes en su vida adulta. Es pertinente destacar que, por ejemplo, para el nivel de primaria se tenía un programa basado en la lectura, la urbanidad y la moral; así como en la aritmética, la 224

Cfr. Murià, 1988a, op. cit., p. 352.

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gramática, la geometría, el civismo y la historia de México. Queda clara la consonancia entre estos preceptos y la conformación de un tipo específico de sujetos, el cual tendría que ser acorde con el proyecto ideológico dominante. Lo anterior adquiere un carácter crucial en la medida en que se institucionaliza desde entonces una marcada discriminación de género: para las niñas jaliscienses existía un programa en el que el dibujo y la geometría eran sustituidos por el bordado y el dibujo aplicado a ramos y arreglos florales. En el nivel de secundaria se replicaba esta tendencia: debido a que no se pretendía que las niñas desarrollaran una «conciencia científica», se les confinaba a disciplinas y actividades que fomentaran su mejor desempeño en sus funciones de «amas de casa».225 Si los primeros esbozos del imaginario que daría cuerpo a los sujetos juveniles provenían «del centro», también legitimaban una serie de prácticas discriminatorias que socavaban toda posibilidad de igualdad jurídica y, en cierto modo, perpetuaban las tendencias feudales heredadas del periodo colonial.226 Si ser joven implicaba una incapacidad para desempeñarse adecuadamente en el «mundo adulto», serlo siendo además mujer llevaba en sí una doble limitante, ya que equivalía a desaparecer casi por completo del escenario público.227 225

Ibíd.

226

Paz intuía hace más de medio siglo que el porfirismo sería el heredero del feudalismo colonial. “Enmascarado,

ataviado con los ropajes del progreso, la ciencia y la legalidad republicana, el pasado vuelve —afirma de manera acertada el autor—, pero ya desprovisto de fecundidad”. Si esto es cierto, resulta ineludible interrogarse sobre si ¿un paradójico e inesperado resultado de la inminente revolución liberal de 1910 sería la profundización del carácter feudal de nuestro país? Cfr. Paz, op. cit., p. 192. 227

Sin duda, esta problemática aún se encuentra presente en buena parte del país. Para una revisión de la arista elec-

toral con respecto al caso jalisciense véase María Teresa Fernández Aceves. “La lucha por el sufragio femenino en Jalisco, 1910-1958”, y Jorge Alonso. “El derecho de la mujer al voto”. Ambos artículos se encuentran en La ventana. Revista de estudios de género, núm. 19, Universidad de Guadalajara, México, 2004. Como nota al margen, véase tam-

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Ya para finalizar el siglo XIX, el general Ramón Corona llegaría a la gubernatura de la entidad. De acuerdo con la perspectiva que privilegiaba la esfera escolar como eje del proyecto nacional, el nuevo gobernador tuvo que tomar medidas en consecuencia. De entre las primeras acciones del ejecutivo estatal se destaca el decreto de un Reglamento para la Instrucción Primaria, en el cual se determinaría la creación de escuelas para adultos. Bajo este marco, puede decirse que en dicho Reglamento se reiteraba que la educación impartida por el estado tendría un carácter gratuito, obligatorio para los niños de entre seis y catorce años, y estaría regida por una Junta Directiva de Estudios, presidida entonces por Luis Pérez Verdía. Aún cuando durante aquella época fueron expedidos varios reglamentos, serían dos legislaciones las que darían cauce a la educación pública en la entidad. La primera es la Ley Orgánica de Instrucción Pública, promulgada en 1889, durante la gubernatura del general Corona. Entonces, los principios básicos que guiaban la enseñanza pública en el estado eran tres: 1. Instrucción primaria laica, obligatoria y gratuita; 2. Instrucción secundaria o preparatoria, bién un texto producido por el Departamento de Investigaciones Históricas de Tequila Sauza, S. A. de Jalisco. Lleva por título el bizarro nombre de Jalisco a la vanguardia. Investigación histórica de tipo único realizada en México por un historiador mexicano y patrocinada al mismo tiempo por un industrial mexicano. Fue editada en Jalisco, en 1963. Resulta significativa para nuestros propósitos porque desde sus primeras páginas expresa una marcada interiorización de los estereotipos tradicionales que desde el periodo decimonónico se han asignado a los roles masculino y femenino en la entidad: “El Jalisco —se lee en el citado texto— cuyas mujeres son dechado de hermosura y de virtudes morales, como su abnegación al hogar y a la patria. El Jalisco cuyos hombres simbolizados en la figura del gallardo charro, que se han distinguido no por su agresividad, como equivocadamente se cree, sino por su hombría de bien y su determinación enérgica en la defensa de su familia, su honor y su patria”. Sin duda, las ventajas que nos ofrece la perspectiva histórica nos permite observar que lo que antes se privilegiaba como los valores más altos hoy es atribuible a ciertos prejuicios que rayan en la discriminación. El señalamiento de lo anterior no es gratuito, sino que resulta fundamental en la medida en que se reconoce que ésos fueron los contornos en los que emergieron los sujetos juveniles en Jalisco.

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gratuita y voluntaria; y 3. Instrucción profesional, voluntaria y protegida por el Estado.228 La institucionalidad vigente estaría al frente de la creación de los nuevos mexicanos, haciéndose cargo de su instrucción. Por supuesto, esta especie de «paternalismo» estatal refleja la consonancia entre los preceptos que regían la educación y la imagen que se tenía de los jóvenes qua sujetos inmaduros e incapaces, necesitados de control y vigilancia por parte de las instancias gubernamentales. Además, comenzaba a circunscribirse a la juventud exclusivamente al entorno escolar, «invisibilizando» así a amplios sectores de la población que por sus condiciones de marginación no tenían acceso al sistema educativo. La segunda de las legislaciones que encaminó la educación en Jalisco fue puesta en marcha casi tres lustros después, ya con Miguel Ahumada como gobernador de la entidad. La Ley Orgánica dictada por éste dividió la instrucción oficial en tres secciones: 1. La escuela primaria (elemental y superior); 2. La secundaria; y 2. La profesional. Una diferencia con las legislaciones anteriores radica en que ésta establecía la separación por sexos al interior de las escuelas, siempre y cuando las circunstancias locales así lo permitieran. Recordemos que en 1903 con base en esta Ley se cerró el Liceo de Niñas, por lo que este sector quedaría relegado de la segunda enseñanza. Además, y quizá paradójicamente, es destacable que desde entonces se condenaban los castigos corporales, o aquellos que degradaran la dignidad de los niños. Aunado a ello, era preciso revalidar los estudios de cualquier nivel efectuados fuera del ámbito oficial. Esta medida orillaba a los establecimientos educativos privados a incorporarse al aparato estatal. 228

Cfr. Murià, 1988a, op. cit., pp.435 y 436.

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Probablemente esto se debía tanto a las pretensiones de control que tenía el Estado, como a la tendencia homogeneizante que caracterizó al positivismo. ¿Qué mejor herramienta para borrar las diferencias que la educación dirigida por las instancias gubernamentales? Por otra parte, en la citada Ley Orgánica se le daba continuidad a la prohibición de que los ministros de cultos ocuparan puestos dentro del magisterio. No obstante, como ya lo vimos, desde unos años atrás, la Iglesia había comenzado a ejercer la educación en las zonas rurales del estado. Pero una vez que el ejecutivo fue incapaz de instalar establecimientos suficientes para cubrir una creciente demanda de tales servicios, se le otorgó «carta blanca» al clero católico para que abriera sus propias instituciones de enseñanza.229 Es evidente, pues, que el proyecto liberal se sostuvo sobre el cimiento de los sistemas jurídico y educativo. La emergencia de lo juvenil estuvo vinculada directamente con dichos ámbitos. Ello sobre todo por el carácter nacional que fueron adquiriendo tales sistemas, y porque fueron impuestos a buena parte de la sociedad en todo el país. Aunque es pertinente aclarar que la imposición de dicho proyecto no necesariamente era conflictiva, ya que fue generando algunos consensos, sobre todo, entre las clases medias. En este contexto, Barceló señala que en el último tercio del siglo XIX, Ignacio Ramírez, conocido también como El Nigromante, admitía la necesidad de que el poder público interviniera para separar al joven de su familia, con el objeto de permitirle adquirir una educación que asegurara su bienestar en el futuro. Era preciso, en consecuencia, contar con aquello que Gabino Barreda denominaba como «un fondo común de verdades» 229

Ibíd., pp. 437-439.

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que permitiera estandarizar el mito nacional. Como puede verse, desde la esfera educativa comenzaba a perfilarse, tanto la instauración de un modelo unitario de ser joven, como la postergación de la juventud, su desvanecimiento en el presente; su clasificación como una promesa para el porvenir. En este mismo sentido, Justo Sierra —principal promotor del positivismo y de la libertad económica— proponía, a su vez, que la familia debería intervenir de manera activa en la «educación de las emociones» de la niñez y la juventud, así como en la instrucción y el desarrollo de sus «cuerpos y almas».230 La escuela y la familia contribuirían en buena medida a determinar el estatus ontológico del ser joven, referido/reducido casi exclusivamente a su condición escolar. Ello redundaría, sin duda, en la estigmatización de cualquier otra vía que adoptasen las expresiones juveniles. También queda claro que el conflicto acerca de la laicidad de la educación se perpetuaba en las aulas –lo cual, dicho sea de paso, reflejaba la pugna sostenida entre los proyectos que pretendían atribuirse la posición dominante–. Así, autores como Murià han sugerido que si los liberales habían adoptado como bandera política tanto la libertad de enseñanza como la educación obligatoria para contrarrestar el monopolio ideológico que ejercía la Iglesia, habían tenido serios reveses, por lo menos en Jalisco: los alumnos no se adaptaban por completo a

230

Cfr. Barceló, op. cit., p. 116. Cabe recordar que Justo Sierra, como subsecretario del Ministerio de Justicia e Ins-

trucción fundó el Consejo de Educación Federal, con lo que pretendía activar el sistema escolar. A principios del siglo XX (en 1905), cuando se hizo cargo del Ministerio de Instrucción y Bellas Artes, dicho Consejo le permitió coadyuvar en la reapertura de los internados que habían sido abolidos unos años antes, por considerarse antinaturales. Ello con el objeto de dirigirlos a los estudiantes de provincia y a los huérfanos que vivían en las afueras de la ciudad de México. Véase también Gerardo Necoechea Gracia. “Los jóvenes a la vuelta del siglo”, en José Antonio Pérez Islas y Maritza Urteaga Castro-Pozo, op. cit., p. 109.

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estudiar en un ambiente que ofrecía tales libertades, por lo que el número de reprobados era bastante considerable. Sin duda, lo afirmado por Murià puede ser cierto en el contexto en el que es enunciado. Pero, a la luz de nuestro objeto de estudio, ¿acaso su argumentación no contribuye a legitimar de manera retroactiva la supuesta incapacidad para conducirse de los jóvenes de aquella época? ¿Realmente no es equivalente a justificar la necesidad de que los destinos de los sujetos juveniles estén dirigidos por sus mayores? Como quiera que sea, el citado autor menciona que ya durante la administración de Ignacio L. Vallarta, en la Ley de Enseñanza se establecería que los alumnos podrían cursar sus estudios en establecimientos no autorizados por el gobierno, siempre y cuando se acreditara haberlos hecho, previos exámenes determinados por la citada Ley. Por supuesto, casi la totalidad de los establecimientos particulares estaban en manos del clero. Parecía pues que la Iglesia y el Estado habían logrado entablar una relación más o menos estable en materia educativa. Pero las condiciones sociopolíticas del país anunciaban el pronto estallido del conflicto revolucionario.231 En este contexto, no está de más señalar que Jalisco fue una de las primeras entidades en las que los sucesos de 1910 removerían la estructura social de manera significativa. Antes de la aparición de Madero en la esfera pública, amplios sectores de la sociedad estaban indecisos entre la continuidad de Díaz en la presidencia, la candidatura de Ramón Corral a la vicepresidencia, y un cambio gradual operado «desde arriba», que sustituyera el antiguo régimen con una nueva

231

Cfr. Murià, op. cit., 1988a, pp. 353 y 354. Vale la pena destacar que en abril de 1873, Ignacio L. Vallarta promul-

garía la obligatoriedad de la educación primaria para los niños de entre 5 y 12 años.

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generación de políticos. Aún cuando los liberales jaliscienses no llegaron al extremo de oponerse por completo a la reelección de Díaz, sí estaban dispuestos a apoyar al general Bernardo Reyes para que alcanzara la vicepresidencia del país. De manera que los «ideólogos del reyismo» buscaban atraer al pueblo criticando la política económica seguida por José Yves Limantour, entonces ministro de Hacienda de Díaz. Sin duda, esto adquiere mayor relevancia si recordamos que es entonces cuando la juventud qua sujeto político se hace presente en el escenario local: los estudiantes desempeñaron un papel importante en este periodo, sobre todo debido a la represión a la que tuvieron que hacer frente al expresar sus preferencias políticas. Esto comenzó en mayo de 1909, cuando Agustín Bancalari, entonces director del Liceo de Varones condujo a sus alumnos a recibir al gobernador Miguel Ahumada, quien regresaba de un viaje a la ciudad de México. Al aparecer éste entre los andenes del tren, recibió los usuales vítores que siempre acompañan a este tipo de actos. Pero dichas expresiones además iban acompañadas de exclamaciones que favorecían la candidatura de Bernardo Reyes, lo cual desencadenaría una actitud represiva por parte del director del Liceo, misma que redundó en la expulsión de uno de aquellos estudiantes.232 Desde luego, el asunto no terminaría ahí. Un mes más tarde, el 13 de junio de 1909, se anunciaría la llegada por ferrocarril de una comitiva corralista (recordemos que Ramón Corral era el principal competidor de Reyes en la candidatura a la vicepresidencia). La represión a los estudiantes aún estaba fresca en la memoria de algunos sectores de la sociedad, por lo que una multitud compuesta en 232

Cfr. Aldana, op. cit., p. 77.

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gran parte por alumnos de distintos planteles, ocuparía las principales avenidas de la ciudad, desde las calles de la zona centro, hasta la estación del tren a la que se suponía llegaría la anunciada comisión. En respuesta a ello, las autoridades montaron un dispositivo de seguridad que de inmediato arrestaba a cualquiera que se expresase públicamente a favor del reyismo. El ambiente, por supuesto, se tornó aún más álgido: las protestas de los manifestantes no se hicieron esperar; aunque frente a la actitud amenazadora de las autoridades, el estudiantado optó por distribuirse en las áreas aledañas. De cualquier modo, la comitiva del Partido Reeleccionista nunca llegó, quizá debido a que se enteraron del recibimiento que les esperaba por parte de los reyistas como consecuencia del conflicto estudiantil iniciado en mayo del mismo año.233 Esa misma tarde de junio, buena parte de los manifestantes efectuarían un acto notable por su resonancia simbólica: caminarían por la zona de Los Portales, cercana al palacio de gobierno, luciendo sendos claveles rojos —el emblema del reyismo— en la solapa. Aunque ello sería contraproducente, ya que facilitó la labor de identificación por parte de los cuerpos policíacos, quienes apresaban a cualquiera que portara dicha señal. Para cuando caía la noche había más de cien manifestantes arrestados. Ante ello, la Liga de Estudiantes de Guadalajara envió al presidente Díaz un telegrama con el siguiente mensaje: “Hay más de cien estudiantes aprehendidos en la Estación por ejercitar pacíficamente derechos políticos. Si regístranse desórdenes cúlpense autoridades. Tenemos fe en su palabra”. En este sentido, el gobernador Ahumada se mostraba sorprendido, ya que las 233

Ibíd., p. 79.

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movilizaciones estudiantiles habían logrado convocar, durante cuatro noches seguidas, contingentes considerables hasta las puertas del palacio de gobierno. No faltaron desde luego las consignas a favor de Reyes y en contra de las autoridades locales y federales. En un vano intento de calmar los ánimos, el gobernador solicitó a los líderes estudiantiles que renunciaran públicamente a su participación política, o de lo contrario serían expulsados de sus respectivas instituciones.234 No cabe duda que ello refleja que la imagen cultural predominante acerca de la juventud local estaba subsumida a la esfera escolar y dominada por su «naturaleza rebelde». Más importante aún: queda claro que se asumía la incompletud del joven, su incapacidad para ejercer sus derechos políticos más elementales y, por ende, la necesidad de reprimirlo, incluso con violencia. Si trasladamos el tema a la época actual, las interrogantes se tornan aún más sombrías: ¿será que todo cambia para seguir igual y la represión violenta se está volviendo una vía legítima del Estado para sobrellevar su relación con la juventud? Es innegable que la brecha que se observa en nuestros días entre la oferta estatal y las demandas juveniles puede ser rastreada hasta principios del siglo XX, e incluso hasta el México decimonónico. En este contexto, los medios de comunicación ya comenzaban a perfilarse como un poder político fáctico [que por ende contribuía a demarcar los perfiles de un universo simbólico juvenil]. Por ello, es pertinente hacer notar que la prensa local se encontraba dividida de acuerdo con sus propias preferencias e intereses. Así, los periódicos que favorecían al reyismo alababan la actitud es234

Ibíd. (El texto del telegrama es extraído de la obra escrita por Aldana).

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tudiantil, aludiendo que este sector de la sociedad era libre de expresarse políticamente como cualquier ciudadano. De hecho, por esas fechas aparecería en dichos diarios un manifiesto redactado por la Liga de Estudiantes de Guadalajara. En éste se argumentaba que este sector social estaba resuelto a luchar por hacer efectivos sus derechos políticos. Los estudiantes se sentían indignados ante la disyuntiva que les conminaba a renunciar a aquéllos. Específicamente, en la edición del 22 de junio del diario El Globo se leía “¿Estudiantes o ciudadanos?, se nos interroga en secreto, y contestamos en alta voz y con la conciencia levantada ante la faz del mundo entero: ¡Ciudadanos!”. Mientras tanto, los diarios cercanos a la corriente corralista acusaban a los estudiantes que se manifestaban, tildándolos de «irresponsables» y «vándalos» que, haciendo mal uso de sus organizaciones gremiales, «aterrorizaban» a las personas pacíficas. Por ejemplo, en el diario El Tiempo se señalaba que “los estudiantes deben estudiar, no hacer política”.235 Si se está de acuerdo con que las imágenes de lo juvenil que fluyen en el discurso social contribuyen a darle cuerpo a la categoría de juventud, las posturas adoptadas por la prensa local con respecto al conflicto estudiantil aludido resultan, cuando menos, muy elocuentes. En fin, los signos de la decadencia del porfiriato eran más que evidentes: la larga duración del mandato, así como su transformación en un régimen geron235

Cit. Pos. Aldana, op. cit, p. 80. En respuesta a lo anterior, más de 25 estudiantes de la escuela de Jurisprudencia

serían suspendidos, al igual que todos los de Medicina. No obstante, sin intimidarse por ello, los alumnos expulsados formarían una comisión que se presentó ante el presidente Díaz. Ello con el objeto de enterarlo de la situación que prevalecía en Guadalajara. En el centro del país, dicha comisión sería aclamada por una multitud. El conflicto adquirió tales dimensiones, que el recién instaurado Club Antirreleccionista reconvino al gobernador Ahumada para solicitarle que derogara la expulsión masiva. Luego de la entrevista de la comisión con Díaz, los estudiantes serían reintegrados a sus respectivas instituciones.

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tocrático, fueron cerrando los horizontes materiales, políticos y culturales para los sujetos juveniles; sobre todo en lo que refiere a los más «visibles», es decir, aquellos situados en los sectores altos y medios. En Jalisco, a lo anterior se sumaban los complicados entornos económico y político: la baja en el precio de los metales preciosos, así como la incapacidad de la clase dirigente para encausar y acelerar el proceso de modernización industrial alentado por el régimen. Además, las condiciones de miseria que prevalecían en el campo hacían más profundas las desigualdades [recordemos que en aquella época, más del 70 % de la población jalisciense vivía en las áreas rurales236]. En este sentido, autoras como Urteaga han planteado que después de 1880, muchos jóvenes del centro del país que provenían de familias con una buena posición social, no encontraban un lugar para ellos, para sus ideas, en los «corredores del poder». Quizá a esto se deba que buena parte de los protagonistas en el movimiento de oposición política al régimen porfirista fuesen jóvenes (aunque no puede decirse que el movimiento en sí fuese juvenil). Lo que importa destacar es el estereotipo que de ello se deriva: comienza a equipararse, pues, a los jóvenes con la idea de renovación, de agente del cambio. Pero la otra cara de esta perspectiva también es significativa, ya que asume que la juventud es una etapa de rebeldía, un periodo en el que los sujetos son incapaces de gobernarse a sí mismos. Por ende, están necesitados de un férreo control. Urteaga señala así que la identificación entre juventud y transformación provenía en buena medida de los desarrollos intelectuales que

236

Para un análisis de la situación del campo durante este periodo véase Mario A. Aldana Rendón. El campo jalis-

ciense durante el porfiriato, Universidad de Guadalajara, México, 1986.

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valoraban de manera positiva tanto el progreso como el individualismo. En este sentido, la relación entre juventud y cambio produciría algunas imágenes emblemáticas que se enraizarían con fuerza en el imaginario social de la modernidad à la mexicana.237 En este punto, resulta pertinente destacar que la adopción del positivismo en México qua filosofía del Estado parecía responder a ciertas necesidades intelectuales y morales que pervivieron durante el mandato de Díaz —por lo menos en la lectura que Paz hace de Zea—. La instauración de la pax porfiriana precisaba un esquema del orden. Si antes hacía eco en las conciencias el abstracto precepto que apelaba a la igualdad de todos los seres humanos, ahora éste estaba siendo sustituido por una especie de «evolucionismo social», por una teoría de la lucha por la vida y la supervivencia del más fuerte. En ello se pretendería condensar, pues, el tránsito/ruptura entre la tradición y la modernidad mexicanas: si antes las jerarquías sociales se justificaban por el designio divino, por los lazos de sangre y por la herencia, ahora estarían determinadas por la Ciencia. Si se tiende un puente entre lo anterior y un entorno más amplio, es posible sugerir que si el positivismo se correspondía de modo más o menos orgánico con la burguesía europea en un momento histórico, en México esta tendencia sería utilizada por una clase que no hizo sino sustituir a la aristocracia feudal del periodo colonial.

237

Cfr. Urteaga, op. cit., p. 47. Resulta pertinente señalar las tres imágenes emblemáticas que Urteaga destaca en su

análisis: 1. La imagen del joven revolucionario, la cual se sustenta en los jóvenes que adoptan el activismo político; 2. La imagen del intelectual, integrada por quienes se oponen a la sociedad desde la renovación del espíritu de la época y; 3. La imagen del dandy, la cual expresa un repudio y la necesidad de renovación de la sociedad porfirista; a esta imagen se adscribían, sobre todo, los jóvenes bohemios.

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Como hemos visto, la actualización local de esta tendencia influyó, entre otras cosas, en la construcción de las imágenes que darían cuerpo a lo juvenil en Jalisco. Volviendo al autor de El laberinto de la soledad: podemos decir que el porfirismo adoptó la filosofía positivista, no la engendró en modo alguno. Así, entre el sistema y quien se apropia de él se abriría un «sutil abismo» que imposibilitaba toda relación con las ideas; el proyecto positivista se pervertiría, convirtiéndolo, pues, en una simulación.238 Las expresiones concretas que adquiriría esta tendencia en todo el país seguirán vigentes aún durante el periodo posterior a la Revolución que abrió el siglo XX mexicano. Es probable que la brecha que se abre actualmente entre la juventud y la dimensión formalmente institucionalizada de lo político tenga una relación homóloga con lo anterior. Con base en lo señalado arriba, vale la pena comentar que en la transición del siglo XIX al XX, tuvo lugar un intenso debate en torno a la propuesta de alargar el periodo educativo y la creación de estudios secundarios. Se argumentaba que ello serviría de base para incorporar al joven al mundo de la madurez, teniendo como prioridad la alimentación y el ejercicio, para canalizar así los «impulsos del adolescente». No fue sino hasta 1921 que se planteó dividir en dos ciclos los estudios secundarios y preparatorios, con lo cual se alargó la edad escolar hasta los 18 años [antes llegaba a los 15]. Ello con base en un plan de educación física, intelectual y moral que era el mismo para todos, el cual enarbolaba dos grandes principios: 1. La educación de los jóvenes en el arte de gobernarse a sí mismos y; 2. La coeducación con el otro género para que pudieran convivir en 238

Cfr. Paz, op. cit., p. 143

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una constante relación. Es evidente que lo anterior lleva implícita la idea de una la naturaleza ingobernable, consustancial de la juventud y, por ende, la necesidad de domesticar los impulsos de este sector de la población. La «localización» de los orígenes del «ensanchamiento» del rango etáreo que demarca la juventud no es una tarea superflua. Ello en la medida en que la ampliación del periodo juvenil (i. e. la permanencia de estos sujetos en los entornos familiares y escolares) no es sino un correlato del paulatino agotamiento de la oferta estatal dirigida a este sector poblacional. Como quiera que sea, lo que resulta evidente es que ya entrada la segunda década del siglo XX, el proyecto de nación precisaba un tipo específico de sujeto, acorde con la nueva realidad. Por ello, la institucionalidad vigente comenzó a reconocer una vez más la necesidad de canalizar la «fuerza interior que impulsaba a la juventud» por la vía del «estudio, los deportes y la creatividad». Al respecto, Urteaga sostiene (apud Morch) que el surgimiento de este sector poblacional está vinculado de manera directa con el desarrollo del sistema educativo: la condición juvenil fue, así, cimentada sólo en la condición de estudiante.239 Como veremos más adelante, el impacto que tiene esta perspec239

Cfr. Urteaga, op. cit., pp. 40 y 41. La autora destaca que los jóvenes que accedían a la educación preparatoria

ingresaban a los 13 años y terminaban sus estudios a los 15. Ahí optaban por comenzar a trabajar, o continuar estudiando una profesión. Entre 1905 y 1911, Ezequiel Chávez, entonces subsecretario de Instrucción y Bellas Artes propuso tres años de estudio entre la primaria y el bachillerato para que el adolescente terminara su desarrollo físico. En 1925, mediante un decreto presidencial se autorizó, pues, la creación de escuelas secundarias que equivalían al ciclo secundario de la Escuela Nacional Preparatoria. Por otra parte, se observa que en un movimiento homólogo, en Jalisco, durante la administración de Antonio Gómez Cuervo, se estableció en la Ley de Enseñanza Pública la existencia de tres niveles: 1. Enseñanza primaria, dirigida por los ayuntamientos, cuyos respectivos municipios deberían costear cuando menos un plantel para cada sexo; 2. Liceos o enseñanza secundaria, regida por las juntas cantonales y subvencionada por los cantones; y 3. Enseñanza profesional, impartida sólo por el Instituto de ciencia, y gobernada por la Junta Directiva de Estudios. Dicho Instituto era subrogado por el estado. Cfr. Murià, op. cit., 1988a, p. 352.

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tiva en la estructuración de las políticas públicas contemporáneas de juventud es mayúsculo. Es claro, pues, que a finales del siglo XIX y principios del XX, el ámbito escolar, el sistema educativo, la legislación y la familia jugaron un papel crucial en la aparición del ser joven en el escenario nacional. Al respecto, Urteaga señala que dichas esferas de socialización fueron fundamentales en la medida en que delimitaron los campos de acción y de posibilidades de esa naciente «criatura social». Ello fue así debido a que desde ahí se establecieron las normas y leyes que definirían, en lo sucesivo, las obligaciones, los derechos y las expectativas de la juventud. Desde ahí, también, se pretendió modelar las conductas que hacían de los jóvenes entes distintos con relación a otros segmentos etarios de la población. Tal como lo refiere la citada autora, es en esta dimensión de socialización donde es posible situar la construcción de una primera imagen del joven, la cual está relacionada de modo directo con su condición estudiantil, así como con su carácter de persistente incompletud, de inmadurez. Dicha imagen expresa, sin duda, un ideal del deber ser juvenil que poco a poco se fue imponiendo como el único camino posible.240 En consecuencia, toda expresión juvenil alternativa tendía a ser estigmatizada: o se incorporaba al proyecto estatal o tenía que ser reprimida. Los conflictos estudiantiles ocurridos en Guadalajara en torno a la 240

Cfr. Urteaga, op. cit., pp. 43-46. Para ilustrar las dinámicas juveniles, Urteaga argumenta que entre 1857 y 1892,

los estudiantes universitarios de la ciudad de México sostuvieron una política más o menos independiente e incluso, en ocasiones, antigubernamental. Sin embargo, entre 1890 y 1910, la comunidad universitaria se caracterizó por ser apolítica y poco contestataria. De manera que las actividades extracurriculares estudiantiles tenían que ver más con veladas, serenatas y juegos florales. Así, entre dichos años, no había una clara organización gremial sobre la cual fuera posible estructurar movimientos, es decir, los estudiantes estaban más bien integrados al sistema porfirista.

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candidatura de Reyes, y durante el gobierno de Miguel Ahumada, pueden ser un claro ejemplo de todo ello. ¿Cuáles eran, pues, los perfiles del universo simbólico juvenil que comenzaba a tomar forma en nuestro país en los albores del siglo pasado? En principio, más allá de los estatutos jurídicos que establecían un piso para la minoría de edad, resulta evidente que no había diferencias claras entre los mexicanos adultos y los jóvenes. Además, no era lo mismo ser joven en las zonas en vías de urbanización que en aquellas que eran todavía rurales, donde el salto de la infancia a la adultez campesina, con sus muchas obligaciones y sus mínimos derechos, ocurría a edades muy tempranas. La juventud era «visible» sólo en los estratos económicos medio y alto de las grandes urbes. En la figura 3.1 se muestra una fotografía tomada a principios del siglo XX, la cual constituye un documento241 importante

241

La referencia a la imagen no es gratuita. La definición de cultura política a la que aludimos en el capítulo II la

interpela directamente en tanto que constituye un objeto o expresión significativa, orientada políticamente, ya que muestra las actitudes, las prácticas y los valores que posibilitaron la emergencia de un espacio de diferenciación de lo juvenil en nuestro país. Desde nuestra perspectiva, [no sólo] esta fotografía desempeña un papel fundamental para este tipo de trabajos en la medida en que permite acceder, de una manera visual, a las actividades políticas, sociales y culturales de los seres humanos en una época específica. Es, pues, una unidad documental que forma parte constitutiva del fluir del discurso social. Desde luego, reconocemos que existe el riesgo de cambiar el significado original que pretendía otorgarle el fotógrafo. Pero también asumimos que ofrece una pluralidad de lecturas e interpretaciones, y evoca diferentes relaciones de sentido que demarcan un horizonte cultural concreto. Por ello, no pretendemos situarla como una imagen estadísticamente representativa, sino como una unidad documental de alta significación social. Además, es preciso señalar que ni un análisis exclusivamente morfológico (i. e. que atiende a los aspectos técnicos y formales, tales como soporte, formato, óptica, tiempo de exposición, etc.) resulta completamente objetivo. La bibliografía que existe con respecto a lo anterior es amplísima. Solo por mencionar algunos, véanse: Chris Barker y Dariusz Galasiński. Cultural studies and discourse análysis. A dialogue on language and identity. SAGE, Gran Bretaña, 2001; Anna Grimshaw. The Ethnographer’s eye. Ways of seeing in modern anthropology, Cambridge University Press, Reino Unido, 2001; Ana María Salazar Peralta (coord.). Antropología visual, UNAM, México, 1997; Peter Ian Crawford y David Turton (eds.). Film as ethnography, Manchester University Press, Gran Bretaña, 1992; Arthur Asa Berger. Media analysis techniques, SAGE, E. U. A., 1982, entre muchos otros.

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porque condensa varios de los aspectos que hemos venido señalando aquí. En primera instancia, en la imagen se aprecian algunos factores que permitirán ir demarcando un sutil espacio de diferenciación en el que lo juvenil adquiriría posteriormente, ya entrada la mitad del mencionado siglo, una serie de matices y perfiles propios. Desde luego, hasta entonces no se tenía un referente de dicho espacio tal como lo concebimos ahora: esta población no era, en apariencia, demasiado distinta de la adulta. Esto es así debido a que se tenía acceso a la misma oferta cultural que circulaba en el mundo de la adultez, puesto que, contrario a lo que ocurre en nuestros días, el mercado no había descubierto en los jóvenes un segmento o nicho redituable (i. e. no se había construido institucionalmente la juventud). La vestimenta de los personajes que aparecen en la imagen nos confirma esta idea. Pero revisemos la figura 3.1. con mayor detalle. Si dirigimos la mirada a la parte superior de la fotografía, la escena denota, al fondo, un paisaje marcado por una urbanización precaria, casi inexistente. Ésa era la realidad de buena parte del país que recién dejaba atrás al siglo XIX: predominantemente rural, con actividades económicas secundarias y terciarias poco desarrolladas, etc. Como vemos, los perfiles del horizonte están delineados de manera suave por una serranía no muy alta, recortados quizá por algunos árboles que, en cierta medida, le otorgan mayor fluidez y naturalidad a la composición. Esto es así hasta que, al desplazar la mirada hacia la derecha, la armonía es rota por los ángulos artificialmente rectos del ferrocarril, que «irrumpen» con fuerza en el plano principal. Antes de fijar la vista en el grupo de personas que ahí están presentes, pensemos, más

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allá del sentido que pudo haber querido atribuir el fotógrafo a su obra, en ¿qué otras lecturas podría evocar la «ruptura» del paisaje provocada por el ingreso del ferrocarril en la composición? De acuerdo con la época en que fue tomada la imagen (1900), ¿acaso la entrada de la Máquina en el espacio antes ocupado por la Naturaleza no puede interpretarse como una incipiente pero siempre tensa convivencia entre la tradición y la modernidad? Si se acepta lo anterior, puede decirse también que es precisamente en este «nudo gordiano» —tenso y muchas veces paradójico— en el que comenzaban a adquirir corporeidad los jóvenes qua sujetos sociales, y se demarcaba además el umbral de la adultez. Enseguida, contemplemos los personajes que aparecen enmarcados dentro de esta «inesperada» ilustración de lo tradicional y lo moderno. En el extremo izquierdo, a una altura media, está un hombre que viste un traje oscuro y un bombín. Tiene un pañuelo blanco en su mano, y se ubica claramente separado del resto de las personas que vemos ahí. Su actitud es discreta: mira a la cámara, pero no posa para ella. En el centro hay varios sujetos que parecen bajar del vagón trasero del tren, como regresando de un viaje placentero. Sus rostros así lo denotan. Las actitudes predominantes de este grupo son el desenfado y la algarabía. Además, se evidencia cierto aire gregario en ellos, como si compartieran un vínculo que los une entre sí y los separa del hombre al que nos referimos antes. Finalmente, en el extremo izquierdo, al interior del vagón que lleva inscrito el letrero de Primera Clase, se asoma por la ventanilla un hombre que tras los anteojos tiene una mirada severa y el rostro adusto. Al igual que el ubicado al extremo opuesto, éste también está separado del grupo. ¿Cuál es el papel que desempeñan ambos

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sujetos? Sus roles son fundamentales porque representan la mirada adulta, vigilante, que se cierne sobre aquellos que a partir de ahora ya podremos llamar jóvenes. El contraste entre los personajes que aparecen en la fotografía nos indica la existencia del binomio juventud/adultez. Si antes dijimos que el grupo situado en el medio compartía ciertos códigos que los aglutinaban, es evidente que la vestimenta no entra dentro de dicha codificación. Ésta, más bien, los uniforma, ya que no constituye un eje que permita diferenciar los rasgos particulares de un modo de ser joven. En todo caso, la diferencia se sitúa en el ámbito cultural, y radica sobre todo en las prácticas y las actitudes qua posicionamientos frente al orden socio-simbólico, que aquí esFigura 3.1

taría representado, por supuesto, por la cámara (i. e. por la mirada del Gran Otro). Son las actitudes, relativamente antagónicas (i. e. la seriedad y el desenfado), entre quienes aparecen en la imagen, las que permiten diferenciar ambos sectores de la población y, por ende, la emergencia de un universo simbólico juvenil. Desde ya, puede

Fuente: SCT-FNM Caminos de hierro, SCT-FNM, México, 1996

decirse que el surgimiento de este nuevo espacio de diferenciación es político en la medida en que postula un ellos (adulto) y un nosotros (joven). Por último, además del desenfado, hay otro detalle crucial que podría pasar de largo. Éste, aunado al binomio joven/adulto,

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simboliza la ruta prefigurada por el circuito tradicional que marca el tránsito correcto hacia la adultez: los jóvenes de en medio, aún cuando vienen en el vagón trasero, se dirigen hacia Primera Clase, enfilan sus pasos hacia el Progreso, hacia la emancipación; se enfocan en el momento de dejar atrás las actitudes lúdicas e inmaduras y convertirse en adultos: deben encaminar sus vidas hacia el progreso, al lugar ocupado y diseñado por los adultos, y adoptar con ello el rumbo de la modernidad. Desde esta perspectiva, la juventud sería la etapa de la esperanza, constituiría aquella población [pospuesta en el presente y] que lleva en sí el germen del futuro.

La mirada/la palabra institucional(izada)

El reconocimiento real [el registro en el orden simbólico] de los jóvenes en el horizonte de los programas oficiales en nuestro país no tendría lugar sino hasta la primera mitad del siglo XX.242 Si antes las esferas de socializa242

En este sentido, Urteaga remite a tres grandes ámbitos de visibilización de lo juvenil: 1. El de la sociabilidad con

sus pares, es decir, una especie de forma lúdica de socialización; 2. El de las expresiones culturales, por medio del desarrollo de colectividades o identidades que despliegan prácticas culturales propias o distintivas (i. e. la música rock); y 3. El político, en donde desde la década de los sesenta, el joven ha irrumpido expresando sus prácticas por medio de lenguajes y acciones simbólicas espectaculares, mostrando otras lógicas organizativas más horizontales. (Cfr. Urteaga, op. cit., pp. 36 y 37). Sin duda, Urteaga da en el clavo al poner de relieve los ámbitos en los cuales los jóvenes se han ido haciendo presentes. Valdría la pena hacer notar que dichos ámbitos coinciden casi a la perfección con las grandes líneas de investigación de lo juvenil que describimos en el capítulo dos de este documento. Se evidencia, pues, que no es descabellada la idea que señala que los mundos juveniles son creados al nombrarlos; pero, en un movimiento recursivo, desde los mundos juveniles también se crean, a su vez, las palabras que los nombran. Ahora bien, es pertinente señalar, con respecto al ámbito político, que a Urteaga se le escapa que ahí no sólo existen las «expresiones juveniles espectaculares»: quizá estas son las más analizadas por ser más visibles. Pero no hay que confundir visibilidad con significación social: ¿acaso este argumento de Urteaga no tiene detrás de sí el supuesto que indica que la juventud es el agente del cambio por excelencia? Habría que reconocer que existe

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ción (i. e. la escuela, la familia) eran los lugares donde se condensaban las imágenes institucionales de la juventud, ahora este papel se centrará en el ámbito de las políticas gubernamentales/públicas. Por ende, más adelante revisaremos cómo en Jalisco se precisa un enfoque local en la hechura de las políticas de juventud. Por ahora se requiere señalar que algunos pudieran pensar que el análisis de las raíces históricas de la discursividad institucional carece de importancia al considerar que ésta se halla «ausente», que no hace eco, en lo que dicen y hacen los jóvenes en la actualidad. Sin embargo, vale la pena destacar que es precisamente por ello, debido a esa aparente ausencia del discurso institucional en el decir y el hacer de los jóvenes –y su presencia en la estructuración de las políticas de juventud–, por lo que un análisis de este tipo resulta crucial. Además, si se efectúa una lectura más atenta de la discursividad juvenil, es posible notar que las temáticas que interpelan a los jóvenes son similares a las que estaban vigentes hace varias décadas. La revisión del modo en que las instituciones «piensan» —por plantearlo a la Douglas243—a los jóvenes permitiría tanto contrastar los cambios que se experimentan en los modos contemporáneos de ser joven como la ineficacia institucional en términos de la atención a las demandas planteadas por este sector poblacional. un amplísimo espectro juvenil que permanece en la sombra, cobijado en una aparente apatía y desencanto con respecto a lo político, cuyo análisis tal vez nos diga más acerca de lo que verdaderamente ocurre con los jóvenes del país, que lo que refieren los casos de mayor espectacularidad. Hacer una «lectura política» de las voces y acciones menos resonantes que se efectúan desde dicho «ámbito espectral», opaco, es precisamente el núcleo alrededor del cual gira este trabajo. 243

Vid. Mary Douglas. How institutions think, Syracuse University Press, E. U. A., 1986.

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En principio, el enfoque adoptado por las políticas de juventud en México puede dividirse en dos grandes rubros. El primero, prevaleciente desde finales del siglo XIX hasta hace apenas unos años, tenía como núcleo de atención el aspecto educativo y era más bien de dominio exclusivamente gubernamental. El segundo, de fecha más reciente, hace referencia, sobre todo, a la esfera cultural, y se considera una política pública como tal, es decir, que corresponde no sólo al gobierno, sino que involucra al resto de la sociedad. En una conferencia dictada en Guadalajara por el Dr. Pérez Islas (2000) con motivo del Día Internacional de la Juventud, se sugería que la tendencia de las políticas de juventud en México podía circunscribirse dentro de cuatro grandes aristas. La primera tenía como eje la trivialización de la juventud, es decir, se asumía que ésta era una etapa transitoria, de incompletud, que debía ser superada. La segunda se caracterizaba por posponer lo juvenil, por situarlo en un punto en el futuro, negando con ello su presente. La tercera giraba alrededor de la idealización, con lo cual se estereotipaba al joven situándolo como el actor del cambio por excelencia. La cuarta y última se estructuraba en torno a la generalización, ya que no se tomaba en cuenta que la diversidad es precisamente lo que caracteriza a los mundos juveniles y se asumía que la oferta estatal debería ser la misma para todos los jóvenes. 244 Las aristas sugeridas por Pérez Islas constituyen un mapa que nos permitirá ir en-

244

José Antonio Pérez Islas. “Políticas públicas de juventud”, conferencia dictada con motivo del Día Internacional

de la Juventud, organizado por el Instituto Jalisciense de la Juventud, Guadalajara, Congreso del Estado de Jalisco, 12 de agosto del 2005. Véase, desde luego, José Antonio Pérez Islas. “Visiones y versiones. Los jóvenes y las políticas de juventud”, en Gabriel Medina Carrasco. Aproximaciones a la diversidad juvenil, El Colegio de México, México, 2000.

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marcando las políticas de juventud en México y en Jalisco. Esto es así porque, sin duda, los componentes mencionados por el citado autor se han hallado presentes en mayor o menor medida, en el tejido de las políticas de juventud en nuestro país, y han sido factores fundamentales en lo que hace a la construcción de las imágenes culturales que dan visibilidad a este sector de la población. Más adelante veremos que si lo anterior se traslada al ámbito local, las tendencias referidas por Pérez Islas resultan aún más marcadas. Ahora bien, autores como Marcial han argumentado que en el territorio mexicano los primeros trazos de la formalización de los jóvenes en tanto sujetos de la política estuvieron aparejados con los incipientes intentos de organización juvenil. Recordemos que las primeras instituciones de juventud emergieron en un contexto en el que la sociedad mexicana comenzaba a tornarse más urbana; los procesos de industrialización que atravesaban al país eran cada vez más acentuados; la actividad económica tendía a consolidarse. En términos generales, la nación mostraba una mayor diversificación social. Si años atrás se había establecido un marco legislativo que dictaminaba las vías correctas para ser joven, ahora comenzaban a hacerse más visibles los sectores juveniles universitarios, por lo que éstos se convertirían en los principales interlocutores ante la estructura gubernamental. Así, tanto a la Confederación de Jóvenes Mexicanos (CJM), creada en 1938, como a la Central Única de la Juventud (CUJ), surgida un año después, situarían a este sector poblacional en el horizonte del campo político nacional. No obstante —plantea Marcial—, no es sino hasta ya iniciada la década de los cuarenta cuando surge la primera institución pública encaminada a atender a la

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población juvenil universitaria: la Oficina de Acción Juvenil (OAJ). Debido en buena medida a las reiteradas demandas de diversas organizaciones estudiantiles, en 1942 fue fundada dicha oficina. Ésta dependía directamente de la Secretaría de Educación Pública (SEP) y se presentaba como un espacio político que tendría como función facilitar la relación del gobierno y sus dependencias, con los representantes universitarios de las diferentes entidades del país.245 Ello implicaba dar continuidad a la parcelación del mundo juvenil que lo circunscribía casi exclusivamente al ámbito escolar. Es posible poner de relieve, desde entonces, la institucionalización de los perfiles del circuito tradicional que indicaba el modo adecuado de ser joven (i. e. familia-escuela-trabajo-emancipación-familia). En este sentido, puede decirse que el Estado del periodo posterior a la Revolución también concebía a los jóvenes mexicanos de un modo positivista: la juventud era vista como una etapa biológicamente inacabada, preparatoria del ser humano para su vida adulta. La tendencia predominante de la política de juventud era —por decirlo junto con Pérez Islas— la trivialización: el Estado asumiría directamente parte de la formación escolarizada (primaria, media y universitaria), con el objeto de prefigurar a los futuros habitantes del país. Por otra parte, Urteaga señala que desde la estructura gubernamental se asumía que la energía, la inmadurez e inexperiencia característica y consustancial de dicha etapa deberían complementarse con el ejercicio de la autoridad paternal al interior de la familia; mientras tanto, la «castidad y la pureza» se mantendrían afianza245

Cfr. Marcial, op. cit., 2002, p. 244. Véase también: IMJ. Jóvenes e instituciones en México, 1990-2000: actores, políti-

cas y programas, IMJ, México, 2000, p. 76. Consúltese además el portal de Poder Joven, en http://www.poderjoven. gob.mx/Fortalecimiento/Temas/Experiendia.html.

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das con base en la fe católica. La mencionada autora aduce que el discurso de la Iglesia católica también presentaba a la juventud como una fase que servía sólo como preámbulo a la adultez, en la que el despertar a la sexualidad convertía a los jóvenes en sujetos «necesitados de control». Así, no era extraño que los procesos escolares estuviesen centrados en una «educación para la castidad». En consonancia con lo anterior, desde el discurso médico se apoyaba esta «percepción positivista»: se situaba a los jóvenes como los encargados de reproducir los valores más elevados de la sociedad; es decir, se les idealizaba. Para ello se hacía hincapié en la higiene física y mental de la juventud: para los hombres un cuerpo sano, libre de enfermedades, un carácter firme, emprendedor y fuerte; para las mujeres un espíritu maternal, dulce y caritativo. Tal como lo señala Urteaga, estos discursos adoptaron una postura moralista que definía la salud de los jóvenes a partir del control de las «pasiones y los bajos instintos».246 Más adelante veremos que en la hechura de las políticas de juventud resuenan algunos de los ecos del enfoque esbozado líneas arriba. Por otra parte, para trasladar esta discusión a la esfera local es pertinente recordar que a partir de 1929, con el objeto de dar cauce al proyecto callista, la consolidación del Estado nacional se había supeditado a la concentración y cen246

Al respecto, Urteaga plantea que entre 1910 y 1939, la ideación de un deber ser joven se hallaba vinculada con la

necesidad de los gobiernos posrevolucionarios de atraer al proyecto de la revolución a las nuevas generaciones. Ello con el objeto de asegurar la trascendencia del mismo. Los discursos institucionales del Estado, de la Iglesia católica, el médico-científico, y el de los medios de comunicación, influyeron en la construcción de la manera correcta de ser joven. Así, por ejemplo, durante las administraciones de Obregón y de Calles, con José Vasconcelos a la cabeza de la Universidad, se concebía a los jóvenes como “el grupo de individuos que llegarían a dirigir el país, los futuros líderes de la revolución hecha gobierno”. Cfr. Urteaga, op. cit., 2004, p. 48. Más adelante veremos el eco que ello tuvo en Jalisco.

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tralización del poder (vid capítulo III). En este sentido, la represión antipopular y anticomunista del régimen había ido debilitando a los movimientos obrero y agrario en Jalisco —los cuales habían fungido como pilares que sustentaban la tendencia federalista y liberal prevaleciente en la entidad—. De modo que las protestas anticentralistas estarían situadas, ahora, sobre todo entre los sectores medios ilustrados, buena parte de los cuales habían sido educados en la Universidad de Guadalajara —fundada en 1925—. Sin duda, el escenario político de la entidad había entrado en una crisis, reflejada entre otras cosas, tanto en la eliminación de los movimientos sociales más radicales, como en la desintegración de la corriente obregonista asociada con éstos. A ello se sumaba que la Iglesia favorecía la prevalencia ideológica del régimen porfirista entre amplios sectores de la población jalisciense. Entre los callistas ello constituía un obstáculo para la modernización, por lo que se pensaba que la secularización del pensamiento era la solución a este problema. Desde luego, la educación sería la vía para lograr este propósito, y los [jóvenes qua] estudiantes estarían en el centro de este proceso.247 En este contexto, puede decirse que la «política» anticlerical fue llevada a cabo con cierto éxito por parte del la filial jalisciense del PNR. Recordemos además que la emergencia de un universo juvenil en México y en Jalisco tiene como contexto el desarrollo y la trayectoria de la esfera educativa. Lo anterior 247

Cfr. Laura Patricia Romero. “Los estudiantes entre el socialismo y el neoconservadurismo”, en Laura Patricia Ro-

mero (coord.). Jalisco desde la Revolución. Movimientos sociales, 1929-1940, Tomo V, Gobierno del Estado/Universidad de Guadalajara, México, 1988, pp. 263-267. Véanse también Pablo Yankelevich. Educación socialista en Jalisco, El Colegio de Jalisco, México, 2000; y Carmen Castañeda (comp.). Historia social de la universidad de Guadalajara, Universidad de Guadalajara/CIESAS, México, 1995.

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resulta crucial debido a que distintos grupos de jóvenes universitarios interpretaron dicha política como revolucionaria, por lo que se adhirieron a ella, muchos como militantes del mencionado partido. Cabe señalar que los comunistas también tenían cierta militancia, aunque minoritaria, ya que sus organizaciones sociales y políticas estaban proscritas por el régimen. Es pertinente destacar que en octubre de 1932 varios grupos acordaron constituir el Comité Unificador de Acción Antirreligiosa y Anticlerical (CUAAA). Si su principal objetivo consistía en organizar una lucha contra las religiones, dicho Comité encontraría en Voz Obrera un órgano informativo, a partir del cual haría llamados a la juventud para que se incorporara en su «cruzada contra la reacción». Asimismo, el CUAAA impulsaría una campaña en pro de la industrialización de Jalisco, para lo cual «invitaban» a los ciudadanos «amigos de la civilización y el progreso» a que apoyaran la cesión de los templos para convertirlos en escuelas y en centros de perfeccionamiento para los obreros. La Federación de Estudiantes Universitarios de Guadalajara (FEUG) compartía estas demandas e incluso José Wilfrido Gastelum, su entonces dirigente, informó que tales centros serían atendidos por los propios estudiantes.248 No obstante, el involucramiento de la Universidad en el entorno político local no tuvo una aceptación consensuada entre todo el estudiantado. Ello sobre todo porque la participación implicaba una incorporación masiva a las filas del

248

Entre las agrupaciones que participaron en la instauración del Comité Unificador de Acción Antirreligiosa y

Anticlerical se destacan los siguientes: el Flanco Estudiantil Anticlerical; el Grupo Acción Antirreligiosa, la Liga de delegado del Grupo Acción Antirreligiosa; por Manuel Garay, de la Liga; Carlos González Guevara, representando a los estudiantes; y José Monte Vera, por la Liga Anticlerical Revolucionaria. Cfr. Romero, op. cit, p. 267.

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PNR.249 Debido a que estaban en desacuerdo con las tendencias socialistas que se le iban atribuyendo a la casa universitaria, algunos alumnos de la Facultad de Derecho promovieron ante Sebastián Allende —entonces gobernador del estado, cuya filiación era clara con respecto al proyecto centralizador callista— la destitución de Enrique Díaz de León, quien fungía como rector de la Universidad, así como de Ignacio Jacobo, director de la mencionada Facultad. Desde luego, la petición sería considerada injustificada, por lo que fue rechazada en ese momento. En este contexto, es pertinente mencionar que la cúpula universitaria dirigente fue integrándose de manera paulatina a la elite gobernante en la entidad. Esto traería como consecuencia la profundización del carácter estatista de dicha institución jalisciense. Si en aquella época la juventud mexicana era vista sólo en términos de su condición de estudiante «necesitado de control», en la entidad el estereotipo se reforzaba aún más. El 9 de noviembre de 1932, el rector del recinto universitario señalaría en uno de los medios de comunicación locales que “… una buena universidad debe estar controlada directamente por el Estado”, sobre todo porque la autonomía de la institución ponía en riesgo la estabilidad y el 249

De los 3 mil alumnos que constituían la población universitaria, se sabía que alrededor de 50 eran cercanos al

comunismo, 150 partidarios de la Revolución, 15 fascistas, 100 reaccionarios y el resto (casi 2700), es decir, la inmensa mayoría, consideraban la participación política como una actividad propia de «vagos». Más que una adopción transparente del socialismo por los estudiantes universitarios de la entidad, lo que se observa es un paisaje ideológico bastante más complejo que requiere de un análisis más profundo. De cualquier manera, puede decirse que los jóvenes eran vistos en su condición de estudiantes, así como dueños de una tendencia innata a la rebeldía. Cfr. Romero, op. cit.., p. 293. Es pertinente destacar que desde entonces se ha prestado mayor atención académica al estudio de las expresiones juveniles más visibles y espectaculares, dejando de lado con ello a amplios sectores de la población joven. Esta tendencia no es exclusiva de la realidad jalisciense, sino que es observable en todo el país, ni se limita exclusivamente a la juventud. Las ciencias sociales en general se han caracterizado por prestar mayor atención a los aspectos que presentan notoriedad destacable, dejando de lado procesos sociales más cotidianos y menos visibles.

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orden.250 Más allá de las pugnas ideológicas de las distintas fracciones universitarias, lo que importa destacar es que ya entrada la tercera década del siglo XX las perspectivas que se tenían acerca de la juventud circunscribían a ésta a la esfera escolar. Además, la situaban como una población rebelde necesitada de control, es decir, las imágenes culturales que otorgaban visibilidad a los jóvenes tenían, todavía, una marcada raíz decimonónica. Por otra parte, la labor antirreligiosa de los revolucionarios jaliscienses incluía la depuración de la democracia gobernante, así como la promoción de una «cultura atea». El involucramiento de la Universidad en esta campaña se fue consolidando, ya que además de algunos estudiantes, se adhirieron a ella varias autoridades universitarias. En este sentido, Romero señala que una parte significativa de los jóvenes estaba cada vez más motivada a organizarse para colaborar con las tareas proyectadas por la administración allendista-callista. De modo que las agrupaciones políticas de alumnos comenzaron a proliferar al interior de la institución universitaria, lo cual traería consigo la dispersión de esfuerzos: frente a las expectativas de participar de manera directa en la toma de decisiones concerniente al destino de la entidad, se crearon dos federaciones, la FEUG y la Federación de Estudiantes de Jalisco (FEJ). A éstas se sumó una tercera, la Confederación Nacional de Estudiantes (CNE), la cual tenía por objeto aglutinar a las dos anteriores. Bajo esta óptica, la mencionada autora plantea que el alumnado no escapaba a los rasgos de la cultura política predominante en aquel periodo, ya que a la vocación por el poder se sumaban componentes tales como el sectaris250

Las palabras del entonces rector universitario aparecen en Romero, op. cit., p. 269.

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mo y la intolerancia. Luego de que la escuela de Jurisprudencia y la Escuela Preparatoria de Jalisco unificaran sus agrupaciones estudiantiles al elegir una sola directiva, independiente y autónoma de las dos federaciones que iban perdiendo representatividad (la FEUG y la FEJ), se afiliaron a la sección universitaria del PNR los primeros grupos provenientes de las Facultades de Jurisprudencia y Medicina. Ello tendría como objetivo tanto orientar y apoyar a los sectores obreros y campesinos, como organizar a los «jóvenes revolucionarios» inscritos en la Universidad de Guadalajara.251 De modo que en los primeros años de la década de los treinta, entre los estudiantes fue conformándose un pensamiento que entremezclaba de manera peculiar el anticlericalismo jacobino, las ideas racionalistas y el marxismo. Asimismo, el entorno político daría un bandazo significativo: a la par de la postulación de Cárdenas a la presidencia, en Jalisco se iba fraguando una relativa oposición al callismo. El surgimiento de una interpretación cardenista de la Revolución trajo consigo que entre los universitarios comenzaran a tomar mayor fuerza las ideas socialistas. Mientras tanto, el anticlericalismo le otorgaba un fundamento clasista a su posición, ya que el clero católico fue visto como «aliado de los terratenientes», y el protestante como «avanzada del imperialismo». La religión era percibida entre el ala radical del estudiantado como un peligro para los intereses obreros y campesinos. Uno de los ejemplos más claros de la «irrupción» del cardenismo y su influencia entre la juventud de la época se encuentra la formación del Partido Nacional Estudiantil Cardenista (PNEC), promovida por Carlos 251

Ibíd,, p. 271.

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Osorio, entonces dirigente de la sección universitaria del PNR. En este contexto, Romero destaca que el panorama ideológico en Jalisco estaba dominado por una concepción estatista en la que convergían «las fuerzas impulsoras de la modernidad», con los partidarios —callistas y cardenistas— de la Revolución. Vale la pena señalar que el radicalismo de izquierda entre los estudiantes universitarios no era compartido por gran parte de la clase obrera jalisciense. En este sentido, la mencionada autora aduce que al movimiento estudiantil solo se plegaron los ferrocarrileros y los mineros, mientras que buena parte de los artesanos, trabajadores de comercio y servicios, e industrias, eran controlados por una burocracia sindical vinculada al PNR; para quienes el socialismo era algo ajeno, o cuando mucho, parte de la retórica oficial.252 Como veremos, esto concuerda con las perspectivas institucionales que se tenían con respecto a la juventud: ésta era concebida como el signo de la rebelión y el cambio y, por ende, estaba necesitada de vigilancia. En estos términos, resulta significativo un conocido discurso emitido por Calles el 20 de julio de 1934, en el Palacio de Gobierno de Guadalajara:

Es necesario que entremos al nuevo periodo de la Revolución, que yo llamo el periodo revolucionario psicológico; debemos apoderarnos de las conciencias de la niñez, de las conciencias de la juventud porque son y deben

252

Lo anterior resulta crucial porque, tal como lo señala Romero, redimensiona la adopción del «credo socialista»

entre los universitarios. Más bien, lo que se tiene es una polarización entre los estudiantes que favorecían al pensamiento liberal, y aquellos que se decantaban por el pensamiento socialista. Cfr. Romero, op. cit., pp. 275 y 276. Aún así, creemos que el espectro ideológico de los universitarios de aquella época resultaba más complejo, como lo podría afirmar un estudio de mayor envergadura.

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pertenecer a la Revolución. Con toda la maña los reaccionarios dicen que el niño pertenece al hogar y el joven a la familia; ésta es una doctrina egoísta, porque el niño y el joven pertenecen a la comunidad, pertenecen a la colectividad. Por eso yo excito a todos los gobiernos de la Revolución, a todas las autoridades y a todos los elementos revolucionarios que vayamos al terreno que sea necesario ir, porque la niñez y la juventud deben pertenecer a la revolución.253

Una vez más, las palabras no pueden ser elegidas al azar. El desplazamiento del «movimiento armado» a «la institucionalización de la batalla» [esta vez en el ámbito psicológico] deja entrever los gestos más autoritarios de un régimen todavía naciente. La idea de «apoderarse» de las conciencias de niños y los jóvenes para integrarlos al proyecto revolucionario pone de manifiesto las raíces más profundas del maximato. El hiperpresidencialismo centralizador que se transluce en las palabras de Calles fungía como la argamasa del campo político nacional y se postulaba también como su puerto de llegada. La juventud, necesitada de control por su «natural» inclinación a la rebeldía, estuvo siempre en el centro de las pugnas entre los distintos intereses que pretendían adjudicarse la hegemonía. Carentes de voz y voto con respecto a sus destinos, los jóvenes se veían orillados a transitar por el camino hacia la adultez, fuera éste el designado por el proyecto revolucionario, o el elegido por la religiosidad. Desde ya queda claro que las imágenes de lo juvenil están vinculadas con el modo en que fue estructurándose 253

Plutarco Elías Calles, cit. pos. Murià, 1988a, op. cit., p. 509. (El subrayado es nuestro).

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el campo político mexicano. En otras palabras, es innegable que las visiones estereotipadas con que las instituciones contemplaban a los jóvenes tenían detrás el supuesto de que éstos eran entes necesitados de vigilancia, que eran dueños de una tendencia innata al caos y a la rebeldía. La esfera escolar se convertiría en la arena par excellence donde fueron libradas las «batallas» por el control ideológico de este sector poblacional. Como ya lo dijimos, debido entre otras cosas a las reformas al artículo tercero de la Constitución, en Jalisco comenzó a surgir una fuerte corriente de tendencias socialistas al interior de la Universidad de Guadalajara. Las diferencias que ello generó provocaron primero una huelga y posteriormente la renuncia del rector de la máxima casa de estudios del estado. En este contexto, no está de más recordar que la candidatura oficial de Lázaro Cárdenas trajo consigo una serie de iniciativas de corte popular que quedarían impresas en el Plan Sexenal.254 De entre ellas se destaca la reforma socialista a la educación. Romero señala que con el reinicio de las actividades universitarias en febrero de 1934, algunos estudiantes, influenciados por el marxismo, estaban convencidos de que la Universidad era burguesa y por ende, la reforma educativa debía ser derogada por un movimiento masivo que cambiara la correlación de fuerzas locales contrarias al socialismo.

254

La literatura acerca de Cárdenas y su Plan Sexenal es extensa. Véanse, por ejemplo: José Oscar Ávila Juárez. Entre

Lázaro Cárdenas y el Estado se forjó el acero michoacano. Historia de la siderúrgica Lázaro Cárdenas-Las Truchas, S. A., 1937-1991, Proyecto de Tesis Doctoral, El Colegio de Jalisco, México, 2006; Adolfo Gilly. El cardenismo, una utopía mexicana, Cal y Arena, México, 1994; Tzvi Medin. Ideología y praxis política de Lázaro Cárdenas, Siglo XXI, México, 1990; Luis González y González. Historia de la Revolución Mexicana, 1934-1940. Los días del presidente Cárdenas, El Colegio de México, 1988; Octavio Ianni. El Estado capitalista en la época de Cárdenas, Era, México, 1985; entre muchos otros.

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Frente al poco éxito de su participación en las filas del PNR callista, este sector universitario se adhirió al PNEC considerando que por la vía cardenista serían escuchadas sus demandas.255 Por otra parte, los preceptos del artículo 3º constitucional intensificaban la campaña en contra de la injerencia educativa del clero. Cárdenas, por ende, al llegar a la presidencia, debería continuar con la emancipación espiritual y material de la población. La arena escolar seguiría fungiendo como un «campo de batalla» en el que los distintos proyectos de nación se disputaban un lugar hegemónico; y los jóvenes, dada su condición de estudiantes, estarían en medio de este conflicto hasta ya bien entrada la década de los cuarenta. Así, el periodo transcurrido entre 1933 y 1941 resulta crucial para entender la «aparición» de los sujetos juveniles en el escenario político nacional. Esto es así porque en dichos años se implementó lo que podría denominarse como la primera política de Estado dirigida a este sector de la población, es decir, la «educación socialista». Hasta antes de ese periodo las condiciones objetivas para la emergencia de un universo juvenil estaban poco desarrolladas. Esto se debía a que no había espacios que permitieran prefigurar un espacio de diferenciación atribuible al ser joven, distinto al de otros grupos sociales: la «oferta cultural» y los «bienes de consumo» a los que tenía acceso este sector de la población eran prácticamente los mismos que los de los adultos. No obstante, con la llegada de Lázaro Cárdenas al poder se creó un contexto que posibilitó que se fueran delineando los perfiles de este nuevo sujeto social, representado sobre todo por su papel de estudiante. Lo anterior tuvo fuertes repercusiones en el ámbito local, 255

Cfr. Romero, op. cit., pp. 291 y 292.

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ya que trajo consigo una escisión en el seno del movimiento estudiantil. Ello derivaría en la instauración de la primera universidad privada del país, es decir, en la Universidad de Occidente (UO), primer antecedente de la Universidad Autónoma de Guadalajara. Además, también es en este periodo que se constituye un sector juvenil al interior del partido gobernante y se instituye, como vimos arriba, la primera instancia de atención gubernamental encargada de atender a la población joven (la OAJ). Brito señala que el tránsito del maximato al cardenismo representó un cambio en la generación gobernante del país. Ésta ahora poseía un «espíritu de salvación» que pretendía continuar la «empresa revolucionaria» por la vía pacífica. La juventud era vista por las cúpulas gobernantes como un factor clave para la consecución de estos propósitos. De manera que la recién llegada elite al poder invitaba a los jóvenes a que se apropiaran de los postulados revolucionarios y se incorporaran a la nueva etapa del proyecto, para lo cual se solicitaba comprometerse con las causas sociales y la trascendencia del ideal cardenista. Por un lado, prevalecía en la perspectiva estatal una identificación con el nacionalismo, una especie de indiferencia religiosa, y una clara empatía con la idea de justicia social. Pero por otro lado pervivía una fuerte tendencia patriarcal, en la que al Estado le correspondía ser el principal motor del bienestar de la nación. Si las luchas armadas revolucionarias habían finalizado, era menester, en consecuencia, lograr la recuperación económica y reconstruir al país. Además, se precisaba «combatir las viejas ideas» que impedían que las masas se identificaran con el régimen cardenista y sus fines. En lo que refiere a los jóvenes, llevar a cabo

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lo anterior requería «arrebatarlos» de las manos del clero, sector que tenía una marcada influencia en amplios sectores de la población. “La Revolución —aducía Cárdenas durante su campaña a la presidencia— no puede tolerar que el clero siga aprovechando a la niñez y a la juventud como instrumentos de división en la familia mexicana […] y menos aún que convierta a la nueva generación en enemiga de las clases trabajadoras que luchan por su emancipación”. Era claro, pues, que las condiciones materiales y simbólicas de la época posibilitaron que se fuera diferenciando la población joven de la adulta; y el único espacio de diferenciación era, prácticamente, la escuela. Así, iban distinguiéndose, poco a poco, los contornos de un sujeto social diferenciado, la emergencia de una identidad juvenil generacional, condensada sobre todo en el sector estudiantil.256 Todo lo anterior imponía la necesidad de una institucionalidad adecuada al cambio de circunstancias, que permitiera atraer a las nuevas generaciones al proyecto de la revolución. Como ya fue señalado, es posible destacar que la educación socialista puede ser vista como la primera política de Estado dirigida a la población juvenil, sin olvidar que con ello se les visibilizaba en tanto su condición de estudiantes. Es pertinente sugerir que si bien esta estrategia gubernamental mostró algunos avances en materia educativa, no logró prosperar en lo que refiere a la educación superior. Esto fue así debido a que se inscribía en una tendencia que pretendía la transformación gradual del país hacia el socialismo mediante el fortalecimiento del Estado y la lucha ideológica. A ello se sumaba tanto que 256

Cfr. Roberto Brito Lemus. “Cambio generacional y participación juvenil durante el cardenismo”, en José Antonio

Pérez Islas y Maritza Urteaga Castro-Pozo, op. cit., pp. 233-245. La referencia al discurso de Cárdenas es tomada del mismo texto.

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dicho proyecto de transformación política no era bien visto por todas las fracciones del grupo gobernante, como los fuertes ataques que experimentó por parte de la iglesia católica y los sectores conservadores, lo cual incluía amenazas de excomunión a quienes enviaran a sus hijos a escuelas con régimen socialista. Lo anterior refleja las fuertes contradicciones que pervivían en todo el país, entre una mentalidad científica (la de los menos) y una religiosa (predominante en una amplia mayoría poblacional). Ello pone de relieve el peso del factor religioso en la conformación de los sujetos juveniles, ya que a la Iglesia en tanto institución le preocupaba contrarrestar el adoctrinamiento socialista que el gobierno de Cárdenas pretendía imponer sobre la población joven.257 Es claro que la marca conspicua de nuestra historia reciente alude en algún momento a la tensión entre modernidad y tradición. La respuesta del estudiantado jalisciense a este «llamado» efectuado por el Estado fue contundente, aunque no necesariamente unificada. Las fuertes pugnas por una mayor autonomía universitaria provocarían un cisma en el seno de esta institución. Recordemos que debido en buena medida a las reformas constitucionales, surgió con fuerza una corriente socialista al interior de la Universidad de Guadalajara. Ello trajo consigo serias diferencias entre los estudiantes, a partir de las cuales algunos alumnos de la Facultad de Derecho iniciarían dis-

257

Brito señala que la educación socialista se puede considerar como la primera política de Estado dirigida hacia los

jóvenes debido a que fue discutida y aprobada por la II Convención Nacional del Partido de la Revolución Mexicana; además, fue plasmada en el Plan Sexenal de Cárdenas, y aprobada por el Congreso de la Unión. En este sentido, ello era inédito en la historia del país, es decir, que los jóvenes fuesen vistos, desde las esferas del poder, como sujetos sociales/políticos. Cfr. Brito, op. cit., pp. 245-254.

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tintas protestas. Como vimos, ello redundaría, incluso, en la huelga universitaria y la posterior renuncia de Enrique Díaz de León a la rectoría de la máxima casa de estudios de la entidad. Hubo además varias movilizaciones de otros sectores estudiantiles, las cuales protestaban contra las pretensiones del gobierno federal de implementar criterios socialistas a la educación. Frente a la crisis de la institución universitaria, varios integrantes de la FEJ, bajo la batuta de Ángel Leaño Álvarez del Castillo, presentaron al gobernador Eduardo Topete la propuesta de fundar otra universidad, con autonomía y libertad de cátedra. Como se dijo, ello desembocaría en la instauración de la Universidad de Occidente (UO), en marzo de 1935, la cual constituiría el primer establecimiento privado de su tipo en el país. Tiempo después, en mayo de 1937, se agravaría la convivencia de por sí ríspida entre la Dirección General de Estudios Superiores y la mencionada institución educativa privada. Ello debido a que un grupo de estudiantes allanaría la sede de esta última. Días más tarde, las Juventudes Socialistas Unificadas de México denunciarían la ayuda que la UO prestaba a los rebeldes del bajío, así como una falta de solidaridad para con la política educativa de Lázaro Cárdenas.258 Tanto la política educativa del periodo cardenista como la expropiación petrolera y la vinculación con los obreros y campesinos mediante organizaciones de masas, marcaron la fisonomía del Estado mexicano de la década de los cuarenta (vid capítulo III). Esto es así porque el nacionalismo revolucionario trascendió al sexenio de Cárdenas, y se instauró en los pasillos del poder. Así lo ejemplifica

258

Cfr. Guillermo Gómez Sustaita. El siglo XX. Los decenios de Guadalajara, ICIDG/Grupo Modelo, México 2002,

p. 77 y 78.

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la adhesión de Manuel Ávila Camacho a tal nacionalismo durante los comienzos de su mandato. No obstante, éste mostró una actitud conciliadora con la oposición de derecha. Lo anterior evidencia que a pesar de ocupar un lugar hegemónico, el proyecto cardenista se enfrentó a fuertes oposiciones regionales, así como a desaguisados al interior del partido. Ello adquirió dimensiones significativas en Jalisco: mientras Silvano Barba, entonces gobernador del estado, manifestaba su filiación cardenista y defendía el artículo tercero constitucional y el programa educativo gubernamental (aspectos que incidían directamente sobre la población joven), los grupos reaccionarios cabildeaban una reglamentación de la enseñanza en la entidad. Ello con el objeto de reducir las tendencias antirreligiosas y disminuir la estatización de la labor educativa. En este contexto, tanto el ala sinarquista como los estudiantes de la joven UO pugnaban porque fuera derogado el texto del artículo constitucional mencionado. Si el gobernador reprobaba con dureza esta acción, el Presidente de la República la miraba con buenos ojos. Esto era así debido a que, desde su campaña en Guadalajara, Ávila Camacho había destacado que respetaría las familias y las conciencias de los mexicanos. Esto contravenía, desde luego, el trabajo que el cardenismo pretendía desempeñar.259 No es sino hasta 1945 cuando la tendencia política nacional efectúa modificaciones significativas al artículo tercero constitucional, por mediación del entonces Secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet. Tales cambios contarían, por supuesto, con el beneplácito del clero, de la Unión Nacional Sinarquista

259

Cfr. Jaime Sánchez Susarrey e Ignacio Medina Sánchez. Jalisco desde la revolución. Historia política, 1940-1975,

Tomo IX, Gobierno del Estado/Universidad de Guadalajara, México, 1987, pp. 19-21.

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y del PAN, ya que estas agrupaciones habían estado vinculadas en una lucha contra la educación socialista sostenida hasta entonces por el Estado. En este contexto, Sánchez y Medina argumentan que para esa época —bajo el mandato de Miguel Alemán Valdés—, Jalisco ocupaba un lugar hegemónico con respecto a las posiciones más moderadas del nacionalismo revolucionario. Para entonces, el último reducto de la ideología cardenista en la entidad se encontraba en la Universidad de Guadalajara, sobre todo por las luchas sostenidas por el sector estudiantil. Mientras tanto, desde una postura ultraconservadora, la Universidad Autónoma de Guadalajara (antes UO) pretendía lograr una mayor influencia en la sociedad jalisciense al recordar los «ataques» que unos años atrás había efectuado la Federación de Estudiantes de Jalisco en contra de aquella institución. Es precisamente en estas fechas que, integrada por los dirigentes del desaparecido FESO, comienza a tomar fuerza la Federación de Estudiantes de Guadalajara. De acuerdo con Sánchez y Medina, vale la pena señalar que la década de los cuarenta finalizaría con el desplazamiento político de diversas posiciones radicales del nacionalismo revolucionario, las cuales serían retomadas posteriormente por Adolfo López Mateos y Luis Echeverría Álvarez.260 A principios de la década de los cincuenta el país ingresaba en un periodo de relativa calma y un marcado crecimiento. El desarrollo estabilizador impulsado por la administración de Ruiz Cortines había ido consolidando el Milagro Mexicano. En esta época, durante la gubernatura de Jesús González Gallo (19471953), la fisonomía urbana de Jalisco se fue transformando paulatinamente. 260

Ibíd., pp. 38-44.

218

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También se fortaleció de manera notable la industria y el comercio vía concesiones, subsidios, exenciones de impuestos, etc. Se perfilaban con mayor nitidez los contornos de una clase media con un poder adquisitivo considerable, y en el seno de ésta un universo juvenil con características más o menos definidas. El déficit fiscal en el erario era prácticamente inexistente, y el gobernador del estado había logrado establecer diversas alianzas que le permitían mantener la estabilidad social. De hecho, la única oposición significativa a la administración gallista provenía de algunos sectores estudiantiles de la Universidad de Guadalajara, del PAN, y del sinarquismo. En cambio, desde el clero católico —fuerte detractor de regímenes anteriores— se colaboraba de buena gana para el desenvolvimiento del proyecto de González Gallo, lo cual traía una convivencia más o menos pacífica entre la Iglesia y el Estado. Los efectos positivos del desarrollo estabilizador se mantendrían hasta ya entrada la década de los sesenta.261 Así, el proyecto de industrialización abría la posibilidad de una mayor cobertura en términos de los servicios educativos. Las nuevas generaciones eran percibidas, pues, como el cimiento del futuro [aplazando su presente]. La tendencia de la política de juventud en aquel entonces radicaba en la posposición de este sector poblacional. De cualquier modo, cada vez eran más claros los perfiles del universo simbólico que permitiría diferenciar a los jóvenes de otros segmentos de la población. Así, en 1950, Miguel Alemán, entonces presidente de la República, decretó el nacimiento del Instituto Nacional de la Juventud 261

En este sentido, Sánchez y Medina plantean que la ideología de la Universidad de Guadalajara logró subsistir,

mientras que el PAN sólo mantuvo una relativa fuerza electoral, y el sinarquismo se debilitaba cada vez más. Cfr. Sánchez y Medina, op. cit., pp. 45-47.

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Mexicana (INJM). La población objetivo de esta instancia se circunscribía a las personas de entre 15 y 25 años. Cabe mencionar que las dificultades que enfrentó el INJM —tanto de orden material como operativo— le obligaron a una marcada centralización, por lo cual su radio de acción quedó reducido, básicamente, al Distrito Federal y algunas zonas rurales. ¿Acaso con ello no queda clara la relación que se establece entre la conformación del campo político mexicano y las características de las instituciones encargadas de satisfacer las demandas de la población joven? Como quiera que sea, Marcial ha señalado que la incorporación del sector juvenil a los objetivos y estrategias de la política gubernamental tuvo como principal obstáculo la manera en que se convocaba la participación de la población joven. Esto es así porque se planteaban como requisitos inexcusables: 1. La afiliación al Instituto y; 2. Que ésta fuese individual. Con ello se establecería un cerco alrededor de buena parte de los procesos organizativos propios de los jóvenes, coartando y encausando toda posibilidad de disidencia. Este estilo institucional seguiría vigente incluso durante la administración de Adolfo Ruiz Cortines, ya que el INJM no experimentaría cambios significativos sino hasta casi diez años después.262

262

Cfr. Marcial Vázquez, op. cit., 2002, pp. 244 y 245. La labor de dicho Instituto giraba en torno a cuatro grandes

líneas de trabajo: 1. La capacitación para el trabajo. Ésta abarcaba la orientación vocacional para las actividades productivas y creación de centros de capacitación; 2. Capacitación cultural. En ésta se consideraba la alfabetización, sobre todo dirigida a jóvenes indígenas y campesinos. También se contemplaba el ingreso de los jóvenes a los sistemas de educación media básica; 3. Capacitación ciudadana. Ésta se refería a la instrucción acerca de las bases de la ética ciudadana, de responsabilidad, libertad y dignidad. Con ello se pretendía preparar al individuo para su integración a la sociedad; y 4. Capacitación física, la cual se constituía a partir de la promoción y el fomento deportivo. Véase también, IMJ, op. cit., 2000, p. 76. Sin duda, las líneas de trabajo del INJM muestran con claridad el modo en que las instituciones articulaban el ideal del deber ser juvenil.

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En el sexenio de Adolfo López Mateos, el INJM logró contar con mayores apoyos financieros que en épocas anteriores. En 1960, por ejemplo, fue creado el programa Casas de la Juventud. En éste se pretendía adecuar las acciones del INJM a las distintas características de las regiones del país. El trabajo de dichas Casas tenía dos grandes aristas. La primera se enfocaba en el desarrollo de actividades intramuros, las cuales consistían en la promoción, capacitación y atención a círculos juveniles específicos. La segunda, referente a las actividades extramuros, aludía a las brigadas juveniles y a las acciones de servicio social realizadas por éstas. Al respecto, Marcial señala que por lo menos en el nivel de programa, se pensaba que las instalaciones que sirvieran de sede a las Casas de la Juventud contarían con aulas para la capacitación, auditorios, bibliotecas, servicios médicos, salones de exposiciones, gimnasios, campos deportivos y zonas de prácticas agropecuarias, entre otros equipamientos. Pero las brechas entre el discurso y la práctica eran evidentes: si bien se pretendía atender a los jóvenes mediante la instrucción cívica y la capacitación laboral, durante la administración de Díaz Ordaz, entre 1964 y 1970, no se crearon nuevos programas para el INJM y tampoco se actualizaron los ya existentes, por lo que el Instituto se iría tornando obsoleto ante los cambios que experimentaban las juventudes del país. Ello al grado de que —tal como lo señala Marcial— la política oficial hacia la juventud manifestó un marcado estancamiento.263 A lo anterior se sumaba tanto la preva263

Cfr. Marcial, op. cit., 2002, p. 245. Véase también IMJ, op. cit., 2000. En este último documento se señala que el

cambio más significativo que se experimentó durante el periodo de gobierno de Díaz Ordaz fue la incorporación de los Cuadernos de la Juventud a los programas que venían desarrollándose. Con dichos Cuadernos se pretendía abrir un espacio para que los investigadores del tema dieran a conocer las problemáticas existentes, así como para

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lencia de una imagen institucional que seguía posicionando a los jóvenes como sujetos necesitados de control, como la idea de que las demandas juveniles en todo el país eran prácticamente las mismas. Ahora bien, Urteaga señala que la imagen institucional erigida desde los años del alemanismo remite a un joven «felizmente integrado», escolarizado y deportista. Los beneficios derivados de una economía cerrada, basada en la sustitución de importaciones, detonaron una expansión de la educación y una temporal alza en la calidad de vida en general. Ello garantizó, en buena medida, fuentes de trabajo para los jóvenes que no eran estudiantes, así como un relativo acceso a la oferta institucional deportiva y recreativa, sobre todo a raíz de la conformación del INJM. La mencionada autora plantea que la imagen del joven integrado se fue construyendo con arreglo a una serie de atributos asignados, desde las instituciones, a las juventudes de la época. Por otro lado, se estereotipaba al joven, idealizándolo pero ahora también con un sentido y connotación negativos. De manera que el Estado, marcado por un fuerte paternalismo, creó una infraestructura deportiva, cultural y recreativa [dirigida sobre todo a las clases altas y medias] para mitigar las «conductas peligrosas», tales como la rebeldía y la delincuencia juveniles. Con respecto a esto último, Urteaga aduce que ciertos jóvenes de los sectores populares urbanos habían ido creando otros espacios de interacción social. Éstos servían para construir afirmativamente identidades juveniles distintas al ideal del deber ser derivado del Estado, tales como las pandillas, los rebeldes sin causa, o los pachucos.264 proponer líneas de acción. 264

Cfr. Urteaga, op. cit., 2004, p. 55. Véase además, un análisis de las culturas juveniles contemporáneas en Marcial, op.

cit., 2002, pp. 146-239; y Marcial Vázquez, Rogelio. Jóvenes y presencia colectiva, El Colegio de Jalisco, México, 1997.

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Desde esta perspectiva, vale la pena señalar que a mediados de la década de los cincuenta ya comenzaba a notarse la emergencia de diversas culturas juveniles que articulaban un universo simbólico particular para este sector poblacional. Además del sector estudiantil, en México se perfilaban con mayor nitidez movimientos tales como el beat y el existencialismo, cuyo origen era estadounidense y francés, respectivamente. La generación beat encontró espacios de expresión en revistas tales como El corno emplumado, fundada por el poeta Sergio Mondragón, en donde llegarían a participar escritores como Homero Aridjis, Juan Martínez y Carlos Coffeen Serpas. Mientras tanto, entre aquellos jóvenes mexicanos que se decantaban por el existencialismo se destacan Emilio Uranga, Leopoldo Zea, Luis Villoro, José Gaos y José Revueltas, entre otros. Algunos de éstos formarían el grupo conocido como Hiperión, y se enfocarían a discutir sobre lo que daba cuerpo al ser mexicano, desde la perspectiva existencialista; la cual enraizó con fuerza sobre todo entre la juventud universitaria.265 En este contexto, a finales de la década de los sesenta, se abriría una de las etapas más importantes en la historia de las manifestaciones juveniles, no sólo en el país sino a escala mundial. La literatura que trata este tema es amplísima y abarca cualquier cantidad de sesgos ideológicos, por lo que aún una mínima revisión de 265

Al respecto, Marcial argumenta que el movimiento beat se originó entre los jóvenes de clase media de Estados

Unidos. El primero en utilizar el término beat fue el poeta Jack Kerouac, al referirse a la bohemia juvenil y a la disidencia artístico-intelectual de raíces dadaístas, desarrollada sobre todo en la costa californiana norteamericana. Este movimiento buscaba su estilo propio de expresión explorando la creatividad artística, el derecho al ocio, la experimentación poética y sexual, el misticismo, el jazz, el consumo de sustancias alucinógenas, etc. Por otra parte, el existencialismo es de origen francés, cuyas bases se sitúan en el pensamiento de Jean-Paul Sastre y Albert Camus. Se caracterizaban por ser pesimistas y reproducían una visión desencantada de la vida, aunque también tenían ciertos tintes humanistas y románticos. Cfr. Marcial op. cit., 1997, pp. 37-41.

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la historia acerca de lo ocurrido en aquellos días de finales de los sesenta supera por mucho las intenciones de este trabajo. Baste señalar que frente a la efervescencia de las movilizaciones estudiantiles, la política oficial se enfocó, en principio, en el control y la cooptación de este sector poblacional. Ello por medio de programas y acciones tales como las desarrolladas por el Bufete Jurídico Social o los Campamentos de Trabajo Voluntario de la Juventud.266 Es importante señalar, de acuerdo con Marcial, que a partir de lo anterior, la política pública tendió a conformar grupos de jóvenes dispuestos a efectuar labores que redundaran en un beneficio social, aunque siempre en concordancia con los esquemas del discurso oficial. Más adelante veremos que las propuestas en materia de juventud hechas por los aspirantes punteros a la presidencia de la República rumbo a las elecciones del 2006 conservaban varios de estos rasgos. Por el momento, cabe mencionar que durante ese periodo, el INJM también desempeñó un rol fundamental, ya sea en términos de la cooptación política; ya sea en lo que refiere a la capacitación de grupos paramilitares. Al respecto, el mencionado autor señala que no fueron pocos los jóvenes que optaron tanto por la conformación de grupos de choque al servicio del Estado, como por pasar a ser parte de la seguridad personal y familiar de funcionarios públicos de diversas jerarquías.267

266

Cfr. IMJ, op. cit., 2000, p. 78.

267

Cfr. Marcial, op. cit., 2002, p. 246. Marcial argumenta que la falta de documentación precisa acerca de las activida-

des del INJM abre sendos huecos de información acerca de su historia. El mencionado autor plantea que la enorme infraestructura y la canalización de recursos públicos implicarían, en una primera lectura, una mayor cantidad de actividades llevadas a cabo por el INJM. No obstante, un análisis más profundo podría revelar que dichos huecos podrían constituir una evidencia del uso político, es decir, corporativista y represivo, que el Estado mexicano le imprimió a la organización y participación de buena parte de los jóvenes de nuestro país.

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Por otra parte, en el ámbito local los movimientos estudiantiles también tuvieron una marcada presencia, sobre todo a finales de la década de los sesenta. Marcial señala que durante dicho periodo se fueron estructurando distintos grupos armados, integrados principalmente por jóvenes vinculados con la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG), el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) y la Federación de Estudiantes Socialistas de Occidente (FESO). A ello se sumaban distintas «pandillas», entre las que destacan los Vikingos, ubicados sobre todo en el barrio de San Andrés. Desde la perspectiva del mencionado autor, eran frecuentes los enfrentamientos de grupos de guerrilla urbana y otros de corte paramilitar, creados por el gobierno, para «mantener a raya» a los movimientos de izquierda y ejercer un dominio sobre la Universidad de Guadalajara, sobre todo por sus antecedentes socialistas. De esta manera, Marcial sugiere que el control de los estudiantes por parte del gobierno se efectuó a través de la FEG. Sin duda, a ello se debió que el movimiento estudiantil del 68 no prendiera con tanta fuerza en Jalisco, como sí lo hizo en el centro del país. No obstante, varios jóvenes decidieron deslindarse de la citada agrupación estudiantil y buscaron apoyo en los grupos de corte pandilleril para solventar los enfrentamientos, muchos de los cuales eran armados. Así fue como se llegó a conformar el FER. La represión abierta provocaría que dicho Frente se constituyera como uno de los mayores impulsores de la Liga Comunista 23 de Septiembre, el movimiento de guerrilla urbana más importante del país.268 Posteriormente, en 1970, durante la administración de Luis Echeverría Álvarez, se implementarían algunos cambios significativos en el INJM, ya que éste se 268

Cfr. Marcial, op. cit., 2002, pp. 249 y 250.

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transformó en el Instituto Nacional de la Juventud (INJUVE). Además de esta «operación gramatical», el ahora INJUVE también replantearía sus objetivos. Si antes su eje era la capacitación técnica, ahora se pensaba que la institución constituyera una alternativa de instrucción universitaria. Para ello se fundó el Instituto de Estudios de los Problemas de México (INESPROME), el cual dependía directamente del INJUVE. Así, desde el INESPROME se pretendía «crear conciencia» en los jóvenes acerca de las condiciones socioeconómicas por las que atravesaba el país.269 Al respecto, Marcial plantea que, por lo menos en el nivel discursivo, en el ahora INJUVE se buscaba transformar lo que antes era un centro de capacitación dependiente del gobierno, en una instancia que abriera los espacios necesarios para las diversas expresiones juveniles de México. Como lo señala acertadamente este autor, a ello subyacía la idea de que las manifestaciones estudiantiles del 68 se debieron a la «falta de dirección» de las organizaciones juveniles por parte del Estado, por lo que la política oficial dirigida a la juventud estuvo marcada por la represión abierta a toda manifestación que contraviniera la norma.270 Una vez más, la tendencia de las políticas de juventud consistía en ejercer un control velado sobre el carácter «caótico» inherente a este sector poblacional. Tiempo después, tras las traumáticas experiencias sufridas por la juventud a finales de la década de los sesenta, es posible observar que durante el mandato de 269

Cfr. IMJ, op. cit., 2000, p. 78.

270

Cfr. Marcial, op. cit., 2002, pp. 247 y 248. Marcial argumenta que no sólo las movilizaciones estudiantiles fueron

objeto de la represión estatal. También los conciertos de rock sufrieron los estragos de la intervención policíaca y la intolerancia del resto de la sociedad. Casos como el Festival de Avándaro, realizado en 1971, ilustran claramente lo anterior.

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José López Portillo se pretendió institucionalizar la participación juvenil; como era de suponerse, la «mano» del Estado siempre estuvo detrás de estas intenciones. Así, en noviembre de 1977 se decretaría la conformación del Consejo Nacional de Recursos para la Atención de la Juventud (CREA). Éste se perfilaba como un organismo descentralizado, con personalidad jurídica y patrimonio propio. Estaba facultado para elaborar programas de mayor alcance que las instituciones anteriores, así como para coordinar la política gubernamental de juventud. Se proponía, en última instancia, tanto fomentar el desarrollo integral de los jóvenes como prepararlos para sumir sus responsabilidades en los procesos de cambio y avance democrático.271 Pero, aún con las probables ventajas que pudiera traer consigo la perspectiva que pretendía dotar de mayor civilidad democrática al joven, ¿acaso con ello no se implicaba una equivalencia entre el ser joven y la irresponsabilidad democrática? Es decir ¿realmente los objetivos institucionales del CREA no estaban diseñados pensando que los jóvenes eran incapaces de involucrarse en la construcción de la democracia nacional, que había que prepararlos precisamente para ese fin, en cuanto fueran adultos? De nuevo, la política de juventud se guiaba por la postergación de este sector poblacional, lo colocaba como una promesa por venir. De cualquier modo, lo anterior significó la articulación —inédita hasta entonces; salvo por las tendencias socialistas que se le adjudicaron a la educación durante el cardenismo— de una política social a nivel nacional con relación a la población joven del país. Marcial señala que aún cuando la estructura organiza271

Cfr. IMJ, op. cit., 2000, p. 78.

227

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tiva del CREA estaba imbricada en distintas Secretarías e instancias federales, se pretendía hacer eficiente el ejercicio de los recursos para canalizarlos hacia el sector juvenil. Lo anterior adquiere importancia en la medida en que representó un primer e incipiente reconocimiento de la diversidad de la población joven. Tal como lo plantea el mencionado autor, por primera vez, los jóvenes en nuestro país eran pensados «fuera de los salones de clase», es decir, en otros espacios de la vida comunitaria. En este contexto, desde la creación de 31 filiales en las entidades federativas —más 1,122 en los municipios y 55 en las regiones— las actividades del CREA se fueron asentando a través del trabajo interinstitucional. A ello se sumó la labor de orientación vocacional, los apoyos jurídicos y de salud, el empleo juvenil, y la organización de foros de consulta y de debate, entre otros aspectos.272 En este sentido, Marcial señala que la conformación del CREA constituyó un avance significativo para la juventud mexicana. No obstante, el aparente reconocimiento de la diversidad juvenil implicó más bien un desplazamiento operativo: si antes los jóvenes eran pensados exclusivamente en sus aulas, ahora estaban insertos, además, en las canchas deportivas. Como puede verse en la aplicación de estas «cortapisas», la raíz de las políticas públicas actuales se hunde en la visión positivista que el Estado tenía acerca de la juventud en el siglo XIX. Tal como lo plantea Marcial: a la heterogeneidad juvenil se le fueron imponiendo diversos moldes [escolares o deportivos]. Así, desde la perspectiva oficial, los 272

Cfr. Marcial, op. cit., 2002, p. 251. Véase también IMJ, op. cit., 2000, p. 79. Ahí se señala que las estrategias del

CREA eran: 1. Mejorar la calidad de vida de la juventud; 2. Mejorar su atmósfera cultural; y 3. Ampliar los canales de comunicación entre la esfera gubernamental y la juventud.

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modos de ser joven se reducían a la capacitación para el empleo, la escuela, y a destinar el tiempo libre en actividades deportivas o en hacer turismo. ¿Sería un dislate sugerir que las políticas de juventud contemporáneas no están muy lejos de los planteamientos hechos hace dos o tres décadas? Como quiera que sea, a pesar de la escasez de recursos económicos y la falta de continuidad debido a las sucesiones sexenales, el CREA fue consolidándose en tres grandes aspectos: 1. Las políticas de apoyo turístico para los jóvenes mediante la implementación de descuentos especiales; 2. La creación de un departamento especializado en investigación acerca de la juventud; y 3. La generación de diversos programas deportivos dirigidos a la población juvenil. Así, el CREA llegaría sin mayores transformaciones al sexenio de Miguel de la Madrid.273 ¿Qué ocurría mientras tanto en el ámbito local? Es innegable que la década de los ochenta representó una transfiguración de la entidad. A partir de entonces, la ZMG se fue consolidando como un centro neurálgico del occidente del país. En este sentido, Marcial argumenta que a la par de lo anterior también se habían ido reestructurando los espacios socioculturales de acuerdo con los intereses de distintas grupalidades y estratos sociales. La impronta de estos procesos marcaría —simbólica y materialmente— las desigualdades entre los distintos sectores que componen a la población.274 Es precisamente en este contexto que se pone 273

Ibíd., pp. 252-254.

274

Cfr. Rogelio Marcial. Desde la esquina se domina. Grupos juveniles: identidad cultural y entorno urbano en la sociedad

moderna, El Colegio de Jalisco, México, 1996, p. 70. El autor destaca a manera de ejemplo que el proceso de modernización de la ZMG ha dividido la ciudad con una marca física-simbólica que también ha dejado su huella en la población. En la actualidad, lo anterior se refleja en la frase que se escucha cotidianamente y que parcela la ciudad: “de la Calzada (Independencia) para acá; de la Calzada para allá”.

229

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de relieve en la entidad una diversidad juvenil cada vez más amplia. Si antes los jóvenes eran visibles sólo a través de su integración al sistema escolar, ahora se operaría un desplazamiento de la mirada: la juventud sería vista entonces a partir de lo que el mencionado autor designa como «grupos juveniles disonantes». Éstos se han caracterizado por una fuerte autodefensa de sus posibilidades de inserción en la estructura social. También están influidos por las nuevas condiciones mundiales, y pueden adoptar incluso actitudes radicales que reproducirían la violencia –real y simbólica– contra quienes consideran diferentes. En la esfera tapatía comenzaban a perfilarse grupalidades juveniles tales como los Cholos y los Chavos Banda. El primero de éstos tendría su origen en la frontera norte del país, y estaría fuertemente vinculado con el movimiento Pachuco de mediados del siglo XX (i. e. en aspectos como la vestimenta, el uso de tatuajes, la conquista de territorios en el barrio, la música, etc.). El segundo, presente en el país desde la segunda mitad de los setenta, se caracterizaría por la participación de jóvenes pertenecientes a los estratos sociales populares. En Guadalajara, por ejemplo, se organizaron grupos como Bandas Unidas del Sector Hidalgo (BUSH) y Barrios Unidos en Cristo (BUC), que impulsarían la participación de estas formas de asociación juvenil en diferentes actividades literarias o sociales (en publicaciones como La Nave, Masturbando la Neurona, Cero Broncas; en la rehabilitación de la población con problemas de adicción, etc.).275 Bajo esta óptica, el conocido rompimiento del gobierno de De la Madrid con las políticas de corte populista que habían sido la constante en buena parte de 275

Cfr. Marcial op. cit., 1997, pp. 87-128.

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las administraciones anteriores, marcó el viraje del rumbo que seguiría el país. En lugar del estilo de gobernar anterior, se adoptaría un modelo político/económico de corte neoliberal. Con respecto a los efectos de este cambio de dirección, Marcial plantea que entre 1982 y 1988 el gobierno consolidó el trabajo de cooptación política de algunos líderes y movimientos juveniles de sectores populares. Para el mencionado autor, es precisamente la falta de compromiso con lo juvenil que caracterizó a la administración de De la Madrid lo que dio inicio a una primera etapa del proceso de alejamiento y descrédito mutuo entre la juventud mexicana y las autoridades gubernamentales. Aunque como lo vimos, es posible que esto pueda rastrearse incluso varias décadas más atrás, quizá hasta fines del porfiriato. En fin, puede decirse que el sexenio de Carlos Salinas de Gortari estuvo regido por una lógica similar a la de la madridista, ya que, por ejemplo, se redujeron los apoyos a los programas referentes al deporte amateur.276 En este sentido, Marcial ha señalado que la CONADE absorbió el presupuesto que antes era destinado al CREA, manteniéndose sólo la oficina que albergaba a la Dirección General de Atención a la Juventud (DGAJ). Así, Salinas de Gortari dejaba ver en su campaña que el deporte sería la actividad central para convocar a la juventud. Detrás de este razonamiento estaba la idea de que por medio del esfuerzo físico toda la crítica, rebeldía e insatisfacción juvenil podría ser canalizada. Ahora bien, a esta visión de atención a lo juvenil centrada en lo deportivo le siguió un periodo en el que la juventud en tanto sujeto de las políticas públicas pasó a ocupar una jerarquía de segundo o tercer orden. Así, Marcial ha señalado 276

Cfr. Marcial, op. cit., 2002, p. 254.

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que en el seno de un modelo económico neoliberal, la estrategia que giraba en torno a la cooptación fue dando paso a un paradójico discurso de corte más o menos populista. En éste se presentaba a los jóvenes ya sea como salvaguardas de los valores más profundos, de las costumbres y tradiciones; ya sea como los principales agentes del cambio social. Pero fuera del discurso, la política social del Estado mexicano hacia la juventud estuvo signada por el abandono y el desinterés.277 Ello adquiere mayor significación si recordamos que a mediados de los noventa, casi una tercera parte de la población a escala nacional estaba entre los 15 y los 29 años.278 En esta misma década el universo juvenil en la entidad adquiriría unos perfiles más densos, ya que emergerían otras formas de grupalidad que tornarían más complejo el escenario local. En este sentido, Marcial argumenta que en aquella época había jóvenes de diferentes estratos sociales, conocidos como taggers (i. e. que dejan su marca), que comenzaban a «decorar» clandestina277

Ibíd., pp. 255-257. Marcial argumenta que fuera de lo referente a la actividad deportiva, la atención a la juven-

tud quedó plasmada únicamente en estatutos que no pasaron de ser más que “buenos deseos”. De este modo, la dirección de Atención a la Juventud se presentaba como responsable de los programas de Bienestar Económico, o de la obtención de descuentos en servicios como hoteles y centros vacacionales. La dirección de Promoción Social estaría encargada de la organización de conferencias acerca de la drogadicción, los derechos humanos y la ecología. Por su parte, la dirección de Organización y Participación debería haber ofrecido apoyo a diversos grupos juveniles. No obstante —señala el mencionado autor—, si la falta de recursos y continuidad en los programas de atención a la juventud ha sido una constante, es durante el periodo salinista que ello adquiere un carácter más marcado. Así, la determinación de Salinas y su gabinete tecnócrata de ingresar al “primer mundo” dejó a los jóvenes en “el olvido” (al igual que a amplios sectores de la población). 278

Según los datos del XI Censo General de Población y Vivienda realizado por el INEGI, la población ubicada

entre los 15 y los 29 años representaba en 1990 el 29.41 % de los habitantes del país. Para el 2000, en el XII Censo se observa que esta cifra había disminuido ligeramente, aunque seguía siendo significativa, ya que en la actualidad los jóvenes representan el 27.92 % del total de la población nacional. Las bases de datos de ambos censos pueden consultarse en www.inegi.gob.mx.

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mente la ciudad mediante el graffiti. Este movimiento tuvo su origen un par de décadas atrás en Nueva York, y llegó a México a través de la frontera entre San Diego y Tijuana. En Guadalajara, la existencia de estos grupos juveniles se haría más evidente a partir de 1992, con la presencia en la ciudad de crews como RTK (Rayando Tenemos Kontrol), AFC (Arte Fino Calle), WWS (Writing With Style), MNA (Mid Night Artists), entre otros. La decoración con las marcas tagger, de crews y de pieces, fue proliferando conforme transcurría la década. Vale la pena destacar, de acuerdo con Marcial, que el fenómeno del graffiti ha sido enfrentado de manera ambivalente por las autoridades gubernamentales locales. El mencionado autor plantea que debido a la falta de información, aunada a los cambios de partido en el poder, el graffiti ha sido tanto reprimido abiertamente como tratado de «legalizar». Desde luego, sobra decir que en buena medida, las campañas gubernamentales (a favor y en contra) del graffiti han fracasado. Además, como veremos posteriormente, ya se iban percibiendo los contornos de otras culturas juveniles que tendrían una mayor presencia hacia el fin de milenio,279 lo cual evidenciaría la necesaria re-arquitectura de las instancias encargadas de atender a la juventud. Por el momento se precisa señalar que en 1996, ya durante el mandato de Ernesto Zedillo, la Dirección General de Atención a la Juventud fue convertida en la Dirección General Causa Joven. Ello con el objeto de tender puentes entre los jóvenes del país y las autoridades gubernamentales, para incidir en la

279

Cfr. Marcial, op. cit., 1997, pp. 137 y 138. Véase además, Rossana Reguillo Cruz. En la calle otra vez. Las bandas:

identidad urbana y usos de la comunicación, ITESO, México, 1991.

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mejor construcción de las políticas de juventud. Lo anterior tuvo como base el incipiente proceso de descentralización tanto de recursos como de la operación de programas que atravesaba al país. Para hacer efectiva la descentralización se plantearon como objetivos la profundización en el conocimiento de las problemáticas juveniles, la definición y recuperación de los espacios de los jóvenes, la ampliación y el acercamiento de la oferta institucional a las demandas y necesidades juveniles, y la promoción de la participación activa de los jóvenes, entre otros. De esta forma, las políticas dejarían de ser exclusivamente gubernamentales y se transformarían en públicas: la responsabilidad sería compartida con la sociedad para la instrumentación de las políticas, de modo que desde Causa Joven se promovería la coordinación con otros actores sociales y se propondrían las medidas pertinentes. Al respecto, Marcial ha señalado que, no obstante, la labor del gobierno no implicaba un compromiso pleno, ya que en Causa Joven no se logró asumir un papel de liderazgo. Así, millones de jóvenes quedarían fuera de los apoyos e incentivos que pretendían fomentar el desarrollo personal y comunitario. No obstante, de acuerdo con el mencionado autor, puede decirse que lo anterior también llevaba aparejado un avance más o menos significativo. Ello en la medida en que al hacerse público el compromiso de satisfacer las necesidades juveniles, se ponía de relieve la gran diversidad social y cultural que es, en última instancia, el signo fundamental de los mundos juveniles. El inédito reconocimiento institucional de las varias maneras de ser joven quedaría inscrito en los cimientos de la institución dedicada a la atención de la juventud del país. En este sentido, Marcial plantea que Causa Joven amplió y diversificó sus

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acciones hacia los diferentes sectores juveniles (i. e. estudiantes, obreros, cholos, campesinos, indígenas, punks, etc.).280 Bajo esta óptica, resulta pertinente destacar que para entonces ya comenzaban a despuntar formas de grupalidad juvenil relativamente inéditas en la entidad. En este sentido, Marcial destaca, por ejemplo, la cultura rave. Una de las «exigencias» de ésta radicaba en el derecho a divertirse, pero con base en los propios gustos de los jóvenes. Esto es importante porque, como lo veremos en el siguiente capítulo, la ludicidad constituye un elemento [que ha ido adquiriendo cada vez más una connotación política] clave entre los intereses de la juventud local. Este modo de ser joven, originado a finales de los ochenta en Alemania e Inglaterra, se ha ido estructurando alrededor de la música electrónica bailable y de la búsqueda de espacios de diversión alternativos. No obstante, en la localidad las posibilidades de efectuar «fiestas rave» son cada vez más reducidas. El mencionado autor plantea que ello se debe, entre otras cosas, a la desconfianza de la sociedad tapatía hacia los espacios impulsados por los jóvenes ravers. Lo anterior ha propiciado que el hostigamiento policíaco hacia este tipo de eventos —y sobre todo en contra de quienes participan en ellos— se haya ido exacerbando. Todo esto pone de manifiesto, como lo apunta Marcial, que las políticas culturales que se diseñan «desde las oficinas» de los distintos órdenes de gobierno parten del supuesto que la sociedad es homogénea, con preferencias y estilos similares; si se considera alguna diferencia ésta remite casi siempre a los distintos niveles socioeconómicos de la población (i. e. con tarifas escalonadas; espacios cultu280

Cfr. Marcial, op. cit., 2002, p. 258.

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rales populares, etc.). Sin embargo, al privilegiar los procesos de diferenciación económica se dejan de lado aquellos que tienen que ver con la esfera cultural, los cuales evidencian tanto la pluralidad de la sociedad, como la ineficacia institucional de las autoridades encargadas de satisfacer las demandas de la juventud.281 Las diversas expresiones culturales juveniles que vemos a diario en las calles de la ciudad confirman esta idea. Así, para ilustrar lo anterior, no está de más mencionar que otro de los estilos juveniles que aparecieron en la década de los noventa en la entidad es aquel al que Marcial define como rastas. Tal estilo procede de la isla caribeña de Jamaica, y conjunta tres aspectos a manera de «fuente identitaria»: 1. La recuperación de la historia de la población negra hasta sus orígenes en el continente africano; 2. La reinterpretación de la religión judeocristiana, la pentecostal y otras de raíz africana; y 2. El reggae como forma musical representativa. Según el mencionado autor, en ciudades como Guadalajara esta cultura juvenil ha aglutinado números significativos de adscritos, influenciados tal vez por la población brasileña radicada en la ciudad. Uno de los espacios en donde estos jóvenes se hacen visibles se encuentra en el Tianguis Cultural, el cual se lleva a cabo cada sábado en la Plaza Juárez, en la zona centro de la ciudad. Vale la pena destacar que además de la música, la vestimenta y los peinados, la convivencia entre los jóvenes que se decantan por este estilo retoma aspectos políticos y culturales, así como una serie de reivindicaciones sociales. Por otra parte, al movimiento rasta también se le identifica como neohippie, debido a que se apropia de muchos de los símbolos y 281

Ibíd., pp. 146-155.

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estilos de vida originados en San Francisco, California, por los hippies, durante la década de los setenta. Marcial señala que en Guadalajara, como en otros lugares, las expresiones de los jóvenes neohippies tienen que ver con la armonía con la naturaleza y con sus semejantes; con el respeto a la diversidad sexual y cultural; con una filosofía pacifista en contra del consumismo y en defensa del medio ambiente, entre otros.282 Además de las ya mencionadas expresiones juveniles, en la década de los noventa se hicieron más visibles otras de corte más contestatario, tales como la de los punketos. Ésta se origina en Inglaterra a mediados de los setenta, con la idea de cuestionar las estructuras de poder de la sociedad inglesa y su influencia se extendió hacia buena parte del mundo occidental. En principio estaba fundamentada tanto en el anarquismo como en un profundo desencanto con la vida, pero tendría posteriormente diversas ramificaciones (i. e. políticas, musicales, etc.). A diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en el Distrito Federal, en Guadalajara, a este estilo juvenil se adscriben jóvenes de estratos medios y medio-altos, influenciados por el pensamiento anarquista. Según Marcial, la cultura punketa tapatía es una de las más importantes del país, ya que han conformado dos grandes redes informales (Acción Subterránea y el Frente Anarco Punk La Comuna

282

Ibíd., pp. 155-159. Recordemos junto con el mencionado autor que los hippies representan un momento álgido

en términos de la participación contestataria juvenil en el mundo occidental. Esto es así porque llegaron a crear verdaderas comunas contraculturales que pusieran en práctica formas alternativas de relación entre las personas y entre éstas y el entorno natural. Además, en México muchos jóvenes se identificaron con este movimiento, y lo fueron “mexicanizando” al referirse a él como “jipismo”. Si bien es cierto que Tijuana fue la ciudad en donde este movimiento tuvo mayor impacto, en el Distrito Federal y en Guadalajara también era posible encontrar miles de jóvenes “jipis” que buscaban formas alternativas de expresión cultural y de convivencia social.

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Libertaria) que tienen conexiones con otros jóvenes mexicanos adscritos a esta expresión cultural. El mencionado autor plantea que los lazos vinculantes entre las juventudes pertenecientes a colectivos punk se efectúan sobre todo con base en ciertas semejanzas en términos de su consumo cultural (i. e. música, literatura, cine, etc.). También reproducen una violencia simbólica que busca provocar a la sociedad, lo cual se evidencia sobre todo en su vestimenta y su apariencia física: prendas de color negro, cadenas, tubos, perforaciones en el cuerpo, el cabello coloreado y en forma de puntas o mohawk. No está de más señalar que debido a ello, y aunado a su participación en diversas movilizaciones sociales, estos grupos se enfrentan a una abierta represión por parte de las autoridades policiales/gubernamentales.283 En 1998, durante su IV informe de gobierno, Zedillo reconocería la necesidad de apoyar a la juventud con algo más que «canchas deportivas» y «descuentos turísticos».284 Lo anterior es importante porque pone de relieve la limitada oferta que el Estado dirigía hacia los jóvenes, lo cual permite inferir la percepción institucional [negativa] que se tenía con respecto a este sector. En este sentido,

283

Cfr. Marcial, op. cit., 2002, pp. 159-169.

284

En el capítulo dedicado al desarrollo social del país, el entonces presidente señalaba: “En lo que se refiere a

las acciones dirigidas a mejorar las condiciones generales de vida de los jóvenes mexicanos, cabe destacar que, a través de Causa Joven, en materia de promoción del empleo, se logró la captación de 97,471 vacantes y se atendió a 259,939 jóvenes. Se llevó a cabo el proceso de recepción, registro y clasificación de las propuestas de 9,751 participantes en el Premio Nacional de la Juventud 1997. Merece destacarse, la producción del programa de radio ‘’Causa Joven”, el cual se transmite en las 31 entidades federativas y constituye un espacio para el diálogo entre los jóvenes de diferentes sectores. También se otorgó apoyo para la puesta en operación de proyectos para realizar actividades orientadas a la prevención y tratamiento de la fármacodependencia, a la difusión de la educación sexual y al establecimiento de canales alternativos de comunicación”. El informe completo puede consultarse en http:// zedillo.presidencia.gob.mx/pages/pub/4info/escrito.html.

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Marcial plantea que el «pulso» de los mundos juveniles era sentido [por parte de las autoridades y la sociedad en general] en torno a cuestiones como la drogadicción, el alcoholismo, el graffiti, las madres solteras, la violencia callejera, etc. Un aspecto fundamental destacado por el mencionado autor indica que estas problemáticas fueron atendidas equivocadamente como causas y no como consecuencias del largo proceso de precarización y desatención a la juventud. Para ello se implementarían medidas correctivas que sólo resultaron eficaces por periodos cortos. Son destacables por su negatividad, por ejemplo, las discusiones realizadas tanto a nivel federal como local, acerca de la necesidad de reducir la edad penal de los 18 a los 16 años; o la propuesta de reformar algunas leyes sobre menores infractores para establecer penas más severas.285 En el ámbito local es notable, aún ahora, la represión violenta y la tortura sistemática como práctica recurrente de las autoridades, para relacionarse con ciertos sectores juveniles disidentes.286 Es innegable que en ello se encuentran elementos que explican en alguna medida por qué buena parte de los jóvenes miran a la política formalmente institucionalizada con cierto desdén. Lo anterior obliga a indagar con mayor 285

Cfr. Marcial, op. cit., p. 259. Por otra parte, aún cuando el análisis del ámbito legislativo trasciende por mucho

los límites de esta investigación, vale la pena destacar que el tema de los [mal llamados] menores infractores no está agotado en la entidad. La reciente aprobación de un nuevo sistema de justicia penal puede representar un serio atraso en materia de atención a la juventud. Una revisión profunda del nuevo sistema de justicia penal que acaba de entrar en vigor en la entidad podría revelarla como una práctica retrógrada que raya, casi, en una visión inquisitorial. “Hay ineficacia por parte del marco jurídico hacia los menores infractores. Los concejos paternales ya no funcionan, ya que no cuentan con recursos de toda índole, humanos y espacios físicos. La ley no es clara en algunos aspectos, como las penalizaciones y los procedimientos”, han señalado Homero Vázquez y Juan Carlos Martínez, ambos de la Universidad de Guadalajara. Cfr. Laura Sepúlveda Velázquez. “Menores infractores”, en Gaceta Universitaria, 01 de enero, Universidad de Guadalajara, México, 2001, p. 6. 286

Cfr. Rogelio Marcial. “La violencia hacia los jóvenes desde el poder”, en Estudios jaliscienses, núm. 64, El Colegio

de Jalisco, México, mayo del 2006, pp. 36-47.

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profundidad aquello que dicen las «voces del desencanto» y, sobre todo, analizar el papel no tan marginal que éstas desempeñan en la construcción social de la democracia. Por otro lado, quizá el avance más significativo en materia de juventud se haya dado en 1999, cuando durante la administración de Zedillo se decretó la creación del Instituto Mexicano de la Juventud (IMJ). Una de las tareas de dicho Instituto consistió en aplicar la primera Encuesta Nacional de la Juventud. Ello con el objeto de conocer con mayor profundidad las distintas realidades de los jóvenes mexicanos y tener mejores instrumentos para el diseño de políticas públicas enfocadas hacia dicho sector. Entre las atribuciones del IMJ se destacan las siguientes: I. Concertar acuerdos y convenios con las autoridades de las entidades federativas y los municipios para promover, con la participación, en su caso, de los sectores social y privado, las políticas, acciones y programas tendientes al desarrollo integral de la juventud; II. Promover la coordinación interinstitucional con organismos gubernamentales y de cooperación en el ámbito nacional e internacional, como mecanismo eficaz para fortalecer las acciones en favor de la juventud mexicana; III. Celebrar acuerdos y convenios de colaboración con organizaciones privadas y sociales, para el desarrollo de proyectos que beneficien a la juventud; IV. Realizar, promover y difundir estudios e investigaciones de la problemática y características juveniles; V. Recibir y canalizar propuestas, sugerencias e inquietudes de la juventud; VI. Auxiliar a las dependencias y entidades de la Administración Pública Federal, así como a los gobiernos de las entidades federativas y municipios, en la difusión y promoción de los servicios que

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presten a la juventud cuando así lo requieran; VII. Prestar los servicios que se establezcan en los programas que formule el Instituto en aplicación de esta Ley; VIII. Promover y ejecutar acciones para el reconocimiento público y difusión de las actividades sobresalientes de los jóvenes mexicanos en distintos ámbitos del acontecer nacional; IX. Elaborar, en coordinación con la Secretaría de Educación Pública, programas y cursos de capacitación y desarrollo destinados a jóvenes.287 En este sentido, Marcial ha señalado que entre 1999 y 2000 el IMJ logró avanzar de manera significativa en el restablecimiento de los lazos entre el gobierno y los jóvenes. Para ello plantea que las acciones de dicho Instituto se centraron en 19 programas o áreas de trabajo, entre las cuales es pertinente destacar los siguientes: a. Investigación e integración de políticas juveniles; b. Empleo, capacitación y bolsa de trabajo; c. Apoyo a los jóvenes indígenas; d.

287

En concreto, los objetivos del IMJ son los siguientes: I. Definir e instrumentar una política nacional de juven-

tud, que permita incorporar plenamente a los jóvenes al desarrollo del país; II. Asesorar al Ejecutivo Federal en la planeación y programación de las políticas y acciones relacionadas con el desarrollo de la juventud, de acuerdo al Plan Nacional de Desarrollo; III. Actuar como órgano de consulta y asesoría de las dependencias y entidades de la Administración Pública Federal, así como de las autoridades estatales, municipales, y de los sectores social y privado cuando así lo requieran; IV. Promover coordinadamente con las dependencias y entidades de la Administración Pública Federal, en el ámbito de sus respectivas competencias, las acciones destinadas a mejorar el nivel de vida de la juventud, así como sus expectativas sociales, culturales y derechos, y V. Fungir como representante del Gobierno Federal en materia de juventud, ante los gobiernos estatales y municipales, organizaciones privadas, sociales y organismos internacionales, así como en foros, convenciones, encuentros y demás reuniones en las que el Ejecutivo solicite su participación. Cabe mencionar que al igual que buena parte de los programas gubernamentales, los que están dirigidos hacia el sector juvenil se caracterizan por su marcado centralismo. Esto queda claro en la primera de las facultades del IMJ, la cual le otorga como tarea indelegable la de “…[e]stablecer, en congruencia con los programas sectoriales, las políticas generales y prioridades a las que deberá sujetarse el Instituto, relativas a la productividad, comercialización de servicios, investigación y administración en general”. Con ello, el diseño de políticas locales queda clausurado, dejando a las instancias de dicho nivel en meros operadores de las políticas dictadas desde el centro. La citada Ley puede consultarse en http://info4.juridicas.unam.mx/ijure/tcfed/89.htm?s=. Véase también, IMJ, op. cit., p. 82.

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Cuidado del medio ambiente; e. Empresas juveniles; f. Premios y certámenes nacionales, entro otros. El mencionado autor plantea que bajo una lógica de aprovechamiento coordinado de los recursos, el IMJ retomaba el papel de atender a la población joven del país. No obstante, puede decirse que a pesar del avance logrado por dicho Instituto, la administración federal perpetuó la limitada visión que colocaba a los jóvenes sólo en el espacio escolar.288 Si consideramos las características de la política de juventud actual en el país, habría que interrogarse en qué medida se ha ido dejando atrás la perspectiva decimonónica que se tenía con respecto al joven. Con ello se pondría de relieve los fuertes vínculos que existen entre [la narrativa dominante acerca de] la conformación del campo político mexicano y los modos con los que la institucionalidad vigente se relaciona con la juventud. Siguiendo con esta lógica, puede decirse que las principales características de las políticas de juventud en el país han sido: 1. El centralismo: recordemos que por lo menos hasta antes del 2000, dichas políticas habían sido de corte federal, de manera que las acciones de los estados y municipios estaban regidas por las orientaciones definidas en las instancias federales; 2. El enfoque universalista: en lo básico, se pretendía que el alcance de las políticas de juventud fuera nacional, aunque en realidad, en el mejor de las casos, sus efectos sólo se percibieron en las capitales de los estados (i. e. la juventud rural ha sido uno de los elementos ausentes de las políticas, aún incluso en un nivel discursivo); 3. La dependencia de las circunstancias políticas, tan288

Cfr. Marcial, op. cit., 2002, p. 262.

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to nacionales como estatales: las instituciones de juventud eran creadas o desaparecidas por decreto presidencial, o por los ejecutivos de las entidades federativas. Ello implica que su existencia no se amparaba en una ley, sino en acuerdos establecidos por el gobernante en turno. Además de la fragilidad de las políticas de juventud, lo anterior traía consigo la inexistencia de modelos de acción concretos, y la falta de cuadros profesionalizados de atención a la juventud; y 4. El enfoque sectorial: el mecanismo a través del cual se atendía a la población joven tenía una marcada tendencia paternalista y tutelar, en la que la represión era pieza clave para el control de esta población, sobre todo por el capital político que representa.289 Sin duda, a la luz de estos argumentos, se manifiesta la importancia de contar con un marco de referencia que de cuenta de la manera en que se estructuró el campo político mexicano y que además permita inscribir los argumentos en la matriz analítica conformada por las nociones de tradición/modernidad/posmodernidad. Desde luego, lo anterior sobrepasa los límites de este trabajo. No obstante, en este punto vale la pena mencionar que es necesario efectuar un contraste de los argumentos aquí presentados con, por lo menos, dos co-relatos: 1. La arquitectura del campo político mexicano (y las tensiones que se producen entre lo federal y lo local) y; 2. Los contenidos de las propuestas de campaña de los candidatos presidenciales de los últimos dos procesos electorales (2006 y 2012), con las 289

Cfr. Moisés Domínguez Pérez y Héctor Morales Gil de la Torre. “Políticas locales de juventud en México”, en

Oscar Dávila León (ed.). Políticas públicas de juventud en América Latina: políticas locales, CIDPA, Chile, 2003, pp. 13-52. Desde luego, véase también: Oscar Dávila León (ed.). Políticas públicas de juventud en América Latina: políticas nacionales, CIDPA, Chile, 2003

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políticas realmente existentes.290 Los resultados que se obtengan de un análisis como el sugerido con seguridad ofrecerán un panorama más amplio que permita comprender con mayor certeza el devenir de los mundos juveniles en el occidente de México.

290

Un primer ejercicio en este sentido se realizó en la tesis doctoral que sirve de base a este libro. Cfr. J. Igor Israel

González. Y sin embargo se mueve. Juventud y cultura(s) política(s) en Jalisco, Tesis Doctoral, El Colegio de Jalisco, México, 2006.

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4. (Des)apegos apasionados: juventud y esfera pública en Jalisco Creer que la acción podía colmar, o que la suma de las acciones podía realmente equivaler a una vida digna de este nombre, era una ilusión de moralista. Valía más renunciar, porque la renuncia a la acción era la protesta misma y no su máscara. Julio Cortázar. Rayuela.

¿De que (no) hablamos cuando (no) hablamos de política? (reloaded)

En el capítulo anterior analizamos la construcción institucional de algunas de las imágenes culturales que han dado cuerpo al universo juvenil. Ello con el objeto de vislumbrar los contornos de un espacio analítico que permitiera abordar al sujeto/actor mientras se «sumerge» en su propia realidad narrativa. Consideramos que este procedimiento aparentemente inocuo socava la brecha que se abre entre un objetivismo ingenuo y un subjetivismo trascendental. Tal era nuestro propósito en el primer capítulo al aludir a la teoría de la estructuración sugerida por Giddens. Con ello se inscribiría un «punto de vista subjetivo» en el núcleo mismo de la «realidad objetiva». En otras palabras, se pondrían de relieve las conexiones entre el hacer cotidiano y los rasgos más institucionalizados de la sociedad. Así, podemos decir que más que una realidad objetiva dada de antemano en la que una multitud de perspectivas subjetivas «distorsionan» el acceso a la realidad; más que un Sujeto trascendental que abarca ésta y la constituye; lo

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que se revela es la «paradoja» de sujetos múltiples insertos en dicha realidad, y cuyos modos de verla la configuran. Desde este punto de vista, al aproximarnos a las narrativas que relatan los modos en que los jóvenes y la esfera pública se vinculan es posible observar diversas posiciones de sujeto, a las que nos hemos referido como culturas políticas juveniles. Al entender éstas es posible delimitar las coordenadas en las que desde el ámbito de la vida cotidiana se va construyendo socialmente, por ejemplo, la democracia. En este contexto, resulta pertinente interrogarse acerca ¿de qué maneras los jóvenes construyen —o se deslindan de— los contextos para la «conversación y el silencio político» en la vida diaria, y cómo ello incide en la estructuración de la esfera pública? ¿Qué aspectos tematizan/politizan los jóvenes en sus conversaciones y silencios? ¿Cuáles son los campos y modalidades de subjetivación que los jóvenes aducen al construir discursivamente la esfera pública? Estas preguntas parten del supuesto que indica que no existe una matriz universal que garantice una relación exitosa y eficaz entre lo juvenil y el campo político. En ello radica el papel crucial que juega en nuestro análisis la idea –en plural– de culturas políticas. La ausencia fundamental de tal matriz orilla a que cada sujeto «se invente» sus propias fórmulas «privadas» para relacionarse con lo público. Como veremos más adelante, tales fórmulas son, muchas de las ocasiones, ambiguas y pragmáticas. Lo anterior constituye una especie de marco en el que los sujetos se mueven de una identificación a otra. Tanto la identidad simbólica del sujeto –en nuestro caso la visión estereotipada del joven como apocalíptico o del joven como integrado–, como la identificación de éste con la dimensión formalmente institucio-

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nalizada del campo político resultan inconmensurables, es decir, no tienen una existencia como tal. Ello justifica, entonces, aludir a una serie de posiciones de sujeto múltiples y dispersas, como las que analizaremos a continuación.291 Desde esta perspectiva, los esquemas narrativos que dotan de visibilidad al horizonte sociopolítico nos permiten acceder al modo en que los jóvenes ponen en funcionamiento las «reglas del juego» de lo político. Dicho de otra forma, posibilitan la «captura» del dinamismo de la(s) cultura(s) política(s) que prevalece(n) en el entorno en que la juventud jalisciense se desenvuelve. Es importante destacar que la relación que establecen los sujetos con respecto a dichas reglas es ambigua y pragmática, se negocia constantemente de acuerdo con el contexto en el que aquéllas son actua(liza)das. Más adelante veremos ejemplos concretos que así lo ilustran. Por el momento, basta señalar que el análisis de lo anterior también permite explorar la manera en que la práctica cotidiana de los sujetos juveniles incide en la conformación de un régimen político como el nuestro, es decir, con un serio déficit democrático. En los capítulos anteriores revisamos algunos aspectos relacionados con las estructuras institucionales y las políticas públicas encargadas de prestar aten-

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Quizá por ello la noción de Sujeto (así, con mayúscula) propuesta por Touraine resulte poco menos que ana-

líticamente inadecuada. Cfr. Touraine, op. cit., 1999 (quinta reimpresión). Véase sobre todo la tercera parte: “Nacimiento del sujeto”, pp. 201-318. Esto es así en la medida en que dicha noción se olvida de la frontera que existe entre el espacio público y el ámbito privado: parece partir del supuesto que señala una armonía transparente y total entre la construcción del Yo en tanto proyecto [perteneciente a la esfera de lo privado] y la construcción de un proyecto más amplio que tenga como centro el interés común [constitutivo del interés público]. Nos parece, pues, que es precisamente la brecha [y los vasos comunicantes] entre lo privado y lo público lo que sostiene el campo político, por lo que una noción de Sujeto que no la adopta como una parte fundamental se presenta, cuando menos, como insuficiente.

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ción a las demandas de la juventud, tanto a nivel nacional como estatal (capítulo III). El argumento que ha permitido hilvanar estas ideas indica que, en términos generales, aún cuando en nuestro estado se cuenta con ciertas condiciones que podrían resultar adecuadas para la constitución de una democracia plena y una ciudadanía efectiva (i. e. alternancia partidista; acceso relativamente libre a la información, etc.), también se observa la prevalencia de rasgos autoritarios y conservadores (Tlajomulcazo, 2002; 28 de mayo, 2004; 01 de diciembre, 2012). Quizá ello explique en buena medida por qué en lugar de poner punto final a la transición política mexicana se observa, más bien, una palpable profundización de la crisis de instituciones tales como los partidos, así como la percepción de un creciente distanciamiento entre la Sociedad y el Estado, entre el gobierno y los gobernados. Ello se refleja sobre todo en el descrédito que entre la población en general tienen muchos de los órganos y entes que representan el ámbito formalmente institucionalizado. La noción de cultura política a la que aludimos nos ha permitido indagar algunas construcciones simbólicas/imágenes culturales que circulan en el entorno social y que dotan de visibilidad a la juventud en Jalisco (véase el capítulo III). En esta parte del trabajo, dicha noción nos habilita para el estudio de los esquemas narrativos de los individuos juveniles tomando en cuenta la reflexividad, es decir, la transformación de Uno en su propio testigo, lo cual le otorga sentido a las relaciones entre los sujetos y la esfera pública. El análisis de las experiencias que viven los jóvenes posibilita el entendimiento de las coordenadas que orientan el ordenamiento de su entorno; permite, pues, comprender/interpretar

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sus posicionamientos frente a temas específicos. De este modo, los saberes que estos individuos despliegan en los sitios donde se desempeñan habitualmente, y frente a los tópicos que los interpelan con frecuencia, movilizan/vehiculan la institucionalidad vigente, la rearman o la perpetúan. Esto es así en la medida en que el decir y el hacer cotidiano condensa los saberes de una época y de un estrato social. En otras palabras, dicho saber no es del dominio exclusivo de una persona en particular, sino que está inscrito en [y rescribe] un horizonte más amplio. El funcionamiento de este proceso de reescritura/reflexividad trae consigo, en última instancia, la (re)producción de la sociedad. Pero no sólo eso, sino que además le permite a los sujetos desenvolverse de manera pragmática en su entorno social, es decir, «hacer camino al andar». Desde esta perspectiva, hemos reiterado que al tiempo que lo político se subjetiva, también la subjetividad se politiza. Por supuesto, lo anterior no ocurre de manera simétrica, por lo que se precisa dimensionar y contextualizar los esquemas narrativos de los sujetos que se involucraron en nuestro estudio. La estructura con la que presentamos este capítulo pretende dar cuenta de ello. Esta intención queda plasmada en la figura 4.1. Ahí se muestra un «plano cartesiano» que representa el campo político. En el espacio delimitado por dicho plano se expone la distribución de las temáticas que dan cuerpo al análisis realizado aquí. De manera específica, en el eje de las Y se pone de relieve la distinción entre espacio público y espacio privado. En el de las X se indica el grado de institucionalización formal que prevalece en ambos espacios. Las líneas punteadas que atraviesan vertical y horizontalmente el plano del campo político aludirían a la idea de

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frontera entre un espacio y otro, entre lo formalmente instituido y lo menos formalizado. Así, aspectos como el gobierno, los partidos políticos y las elecciones se construyen discursivamente en el ámbito público, y se asumen como tópicos altamente institucionalizados. Mientras tanto, tópicos como la sexualidad y el individualismo gravitan en el espacio privado, y presentan bajos niveles de institucionalización formal. La flecha situada en el lado derecho indica la magnitud de la influencia que ejerce lo público sobre lo privado. Asimismo, también ilustra el repliegue hacia lo privado, instrumentado por los jóvenes. Como puede verse, hay núcleos cuya densidad temática los sitúa de manera clara ya sea en el espacio privado o en la esfera pública. Sin embargo, al explorar con mayor profundidad la propensión a estabilizar lo privado, también se nota la emergencia de nuevos lugares de condensación de lo político. Éstos se tematizan en la vida privada, auque comienzan a filtrarse hacia la esfera pública, en la parte menos institucionalizada de ésta. La flecha punteada indica que la influencia que ejerce lo anterior es mínima. Hay, pues, en el campo político, una especie de «curva» que ilustra el reflujo entre la política y lo político, es decir, que da cuenta de la subjetivación de la política y la politización de la subjetividad. En el centro de este proceso puede situarse la postulación del cuerpo como arena política. Esto se coloca como parte constitutiva de la agenda pública, de modo que lo privado se presenta cada vez más como un componente a considerar en la estructuración de políticas públicas de juventud.

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Figura 4.1. “Nuevos” lugares de condensación de lo político (elaboración propia).

Finalmente, en capítulos anteriores analizamos la institucionalidad vigente en torno al universo juvenil en México y, particularmente, en Jalisco. Asimismo, dimos cuenta de la construcción de algunas de las imágenes culturales que dotan de visibilidad a la juventud jalisciense desde mediados del siglo XX. En esta parte del documento exploraremos algunas maneras en las que la esfera pública es conceptuada entre ciertos sectores de la población joven de la entidad, los cuales no son ni apocalípticos ni integrados. También nos aproximaremos a las consecuencias que se derivan de lo anterior, en términos de la arquitectura de lo democrático. Por supuesto, el énfasis es puesto en los procesos culturales de la juventud. En otras palabras, nuestro eje principal radica no tanto en aquello que

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los sujetos hacen con relación a la dimensión formalmente institucionalizada de lo político (i. e. todo aquello relacionado la presencia ciudadana en las urnas; o la participación activa de la juventud en el seno de los partidos políticos). Desde luego, no desconocemos que esta dimensión influye sistemáticamente en [y es influenciada por] las nociones culturales acerca de lo político, lo democrático, y la esfera pública, que circulan en el entorno social. Sin embargo, en este capítulo trataremos de aportar elementos que permitan entender el devenir político desde una perspectiva diferente a la ofrecida por la politología más clásica. Así, pretendemos abarcar los vínculos y rupturas que se establecen entre los procesos sociales e individuales. Para esto habrá que dirigir la mirada, desde ya, hacia el vínculo que une [y sobre todo, hacia los intersticios que se abren entre] lo personal y lo político.

El horizonte sociopolítico: un espacio [público] lleno de vacíos

¿Cuáles son algunas de las aristas que orientan y dan sentido a la relación entre la juventud y la esfera pública? ¿En qué coordenadas se mueven las culturas políticas juveniles que dan cuerpo a lo que más atrás denominamos como desapegos apasionados? Para contar con un marco adecuado que permita dimensionar estas interrogantes, veamos primero algunos de los «vacíos» que colman la esfera pública. Según las distintas encuestas sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (ENCUP) realizadas en conjunto por el INEGI y la Secretaría de Gobernación

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se tiene que en el 2008292 sólo 9.3 % de los mexicanos se encontraba muy interesado en los asuntos públicos. En este mismo sentido, casi el 65 % tenía poco o nulo interés en tales aspectos.293 De hecho, en dicho año, se observaba que 292

Vale la pena señalar que los resultados de la ENCUP realizados en 2001 se tiene que el 76 % de los mexicanos no

sabía qué eran los asuntos públicos. Sólo 13 % se encontraba muy interesado en éstos. En este mismo sentido, más del 40 % tenía poco o nulo interés en tales aspectos. De hecho, un par de años más tarde, en el 2003, se observaba que 13 % de los mexicanos dejaba de poner atención cuando alguien comenzaba a hablar de política, y más de la mitad (51.10 %) usualmente escuchaba pero nunca participaba en la discusión. En el 2001 casi el 75 % de la población nacional aducía que confiaba poco, casi nada o nada en los partidos políticos. Además, menos de la mitad de los mexicanos (44.85 %) tenían cierto grado de confianza en el gobierno federal, mientras que un abrumador 38 % desconfiaba de éste. Finalmente, en el 2003, más de la mitad de los mexicanos (52.49 %) consideraban, en el 2003, que en la elaboración de las leyes, los diputados tomaban más en cuenta los intereses de sus respectivos partidos, por encima de los de la población; mientras que sólo 14 % pensaba lo contrario. En el occidente del país, las cifras anteriores resultan muy similares. Así, se tiene que para el 2001 el 76 % de la población que habitaba en dicha región no sabía qué eran los asuntos públicos. A ello se suma que en el mismo año menos del 15 % de estas personas se encontraba muy interesada en los temas que se tratan en la esfera pública, mientras que 41 % tenían poco o nulo interés en ello. Aún cuando estas cifras muestran una situación menos grave que la prefigurada por los promedios nacionales en algunos rubros, siguen evidenciando que en la esfera política regional también se experimenta una crisis profunda. De hecho, en el 2003 se observaba que 25 % de quienes vivían en la parte occidental del territorio nacional dejaban de poner atención cuando alguien comenzaba a hablar de política, y 34 % usualmente escuchaba pero nunca participaba en la discusión. Ello se acentúa aún más si consideramos que sólo un par de años atrás, en el 2001, casi el 80 % de la población de esta zona aducía que confiaba poco, casi nada o nada en los partidos políticos. Además, en el mismo año, sólo 42 % confiaba en el gobierno federal, mientras que uno de cada tres desconfiaban de éste (es decir, el 34.94 %). Esto es acorde con el hecho de que más de la tercera parte de estas personas (33.77 %) consideraba que los gobernantes eran quienes respetaban menos las leyes. Lo anterior se contrasta con la idea que señala que en el occidente sólo 57 % de los ciudadanos prefieren una democracia que no asegure el avance económico sobre una dictadura que sí lo haga. Sin embargo, 35 % sugiere que en el país no se vive en un régimen democrático, y 9.73 % no saben si esto es así. Es probable que todo ello explique por qué 64.39 % de las personas que habitan en el occidente no simpatizan con ningún partido político, aun a pesar de haber jugado un papel destacable en la alternancia en el ejecutivo federal, y ser una de las primeras regiones del país en contar con gobiernos estatales de oposición. Cfr. SEGOB-INEGI, op. cit., 2003a. 293

Es importante señalar que esta especie de desconocimiento de lo que es la esfera pública no sólo es atribuible

al componente etáreo. Así, por ejemplo, nos encontramos con que 46.38 % de los mexicanos que sólo tienen primaria no saben a qué alude el término “asuntos públicos”. En cambio, poco menos del 27 % de la población cuyo nivel de escolaridad es la secundaria no sabe a qué remite dicho término. Siguiendo esta lógica, 13.18 % de quienes cursaron la preparatoria no saben qué son los asuntos públicos, mientras que 11.13 % de los que tienen estudios profesionales también participan de esta falta de conocimiento. Como era de esperarse, sólo 0.46 % de aquellos que cuentan con estudios de postgrado no saben qué son los asuntos públicos. Además del nivel de escolaridad, en el

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21.4 % de los mexicanos dejaba de poner atención cuando alguien comenzaba a hablar de política, y más de la cuarta parte (26.3 %) usualmente escuchaba pero nunca participaba en la discusión.294 Estos datos constituyen un indicador certero de la poca atracción que ejerce el campo político formal entre buena parte de los ciudadanos. Más aún, más del 70 % de la población nacional aducía que confiaba poco, casi nada o nada en los partidos políticos. Además, un abrumador porcentaje de los mexicanos (64.2 %) confiaban poco o nada en el Presidente de la República. No cabe duda que todo ello erosiona considerablemente la institucionalidad vigente. Lo anterior tiene consonancia con el hecho de que casi la mitad de los mexicanos (49.3 %) consideraban, en el 2008, que en la elaboración de las leyes, los diputados tomaban más en cuenta sus intereses, por encima de los de la población; mientras que sólo 10.7 % pensaba lo contrario. Éstas son las coordenadas en las que se desarrolla la democracia mexicana. Ahora bien, según la Encuesta estatal sobre cultura política y prácticas ciudadanas realizada por el gobierno del estado se tiene que en 2004 el 67 % de los jaliscienses consideraba que el rumbo que seguía el país en la actualidad resultadesconocimiento del significado del mencionado término inciden otros factores tales como la ocupación, el sector de actividad, la posición en el trabajo, el nivel de ingresos, etc. Cfr. SEGOB-INEGI. Encuesta nacional sobre cultura política y prácticas ciudadanas 2001, INEGI, México, 2003a, pp. 13-16. Los datos anteriores son importantes porque de ellos se desprende el mito [bourdieuano] que indica que a una mejor posición en el espacio social (i. e. mayor grado de estudios, mejor salario, etc.) le corresponde un conocimiento más amplio con respecto al significado de los asuntos públicos. O dicho de otro modo: a una posición menos favorable en el espacio social puede atribuírsele buena parte del desconocimiento con respecto a lo político. Es evidente que los promedios nacionales y las cifras agregadas sostienen este tipo de argumentaciones. Sin embargo, como esperamos poner de relieve con nuestro trabajo, un acercamiento de orden más cualitativo a las realidades locales las evidenciaría como más complejas, ya que por ejemplo, las prácticas discursivas y los esquemas narrativos que dan cuerpo a este capítulo hacen «estallar» dicho mito y obligan a la construcción de formas diferentes de indagar lo político. 294

Cfr. SEGOB-INEGI, Encuesta nacional sobre cultura política y prácticas ciudadanas 2003, INEGI, México, 2003b

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ba inadecuado. No obstante, prevalecía la reticencia a involucrarse en promover un cambio: al igual que lo observado en los agregados nacionales y regionales, es evidente un marcado desinterés con respecto a los asuntos públicos. Esto se pone de relieve con mayor nitidez si consideramos que casi la tercera parte (31.7 %) de los habitantes de esta entidad federativa adujeron que cuando se toca el tema de la política en una conversación, usualmente escuchan pero nunca participan en la discusión. Esto tiene relación con el hecho de que un abrumador 88 % de los jaliscienses se interese poco o nada en la política. A pesar de ello, el 64 % de los ciudadanos que viven en la entidad piensa que la política contribuye a mejorar su nivel de vida. De cualquier manera, poco menos de la mitad de quienes habitan en el estado (45.3 %) señalan que en Jalisco se vive una democracia, mientras que 30 % dice no saber si esto es así. De manera que no resulta extraño que un significativo 53 % de la población esté segura que al elaborar las leyes, los diputados toman en cuenta sus propios intereses; o que 32 % considere que dichos funcionarios toman más en cuenta los intereses de sus respectivos partidos. En contraste con lo anterior, sólo 18 % cree que en la elaboración de las leyes los diputados toman en cuenta los intereses de la población en general.295 Si el análisis se traslada a la población joven de Jalisco, resulta interesante destacar que, según la Encuesta Nacional de Juventud, en el 2000 sólo 4.1 % de los jóvenes jaliscienses que tenían entre 15 y 19 años confiaba en los políticos. Esta cifra tendía a disminuir conforme se incrementaba el rango de la edad. Así, 3.6 % 295

Cfr. Gobierno de Jalisco-SDH. Encuesta estatal sobre cultura política y prácticas ciudadanas, Gobierno de Jalisco,

México, 2005. Hasta el momento, sólo se pudo localizar la encuesta realizada en 2004. Es probable que la Encuesta a nivel estatal no se haya efectuado en ocasiones posteriores.

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de las personas de entre 20 y 24 años que vivían en la entidad confiaban en estos servidores públicos, mientras que de las ubicadas en el siguiente quinquenio (25 a 29 años), sólo 2.8 % se mostraba confiado en aquéllos. En cambio, las cifras que ilustran la poca o nula confianza que inspiran los principales actores gubernamentales son abrumadoras: 93.6 % de los jaliscienses que en el mencionado año tenían entre 15 y 19 años confiaban poco o nada en los políticos, mientras que 54.5 % de quienes estaban en el quinquenio siguiente (20 a 24 años) no confiaban en estos servidores públicos. Si a ello se le suma la cantidad de jóvenes que mostraban poca confianza hacia los políticos, la cifra asciende a más del 95 %. En el grupo de edad siguiente la tendencia se mantiene, puesto que más del 97 % de los pobladores de la entidad que tenían entre 25 y 29 años confiaban poco a nada en los políticos. En otras palabras, puede decirse que casi la totalidad de la juventud jalisciense muestra un nivel de confianza relativamente bajo con respecto a sus gobernantes.296 Desde luego, todas estas cifras conducen a sugerir que entre la juventud jalisciense existe una propensión a replegarse hacia lo privado. Pero habría que tomar lo anterior cum grano salis, y analizarlo con mayor detenimiento.

De las políticas de la resignificación a las resignificaciones de lo político

Como puede inferirse a partir de los datos expuestos arriba, resulta claro que los vínculos que existen entre los ciudadanos en general, y los sujetos juveniles 296

Cfr. IMJ-CIEJUV. Jóvenes mexicanos del siglo XXI. Encuesta nacional de juventud 2000, Instituto Mexicano de la

Juventud, México, 2002.

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en particular, con la dimensión formalmente instituida de lo político son, cuando menos, muy endebles. Dan cuerpo, pues, a lo que hemos denominado como «desapego apasionado». Pero, más allá de las cifras, ¿qué se articula discursivamente desde la «trinchera» del desencanto? ¿Cómo los jóvenes dotan de sentido a la brecha que se abre entre la juventud y la esfera pública, resignificando con ello lo político? Entre buena parte de este sector poblacional, las instituciones gubernamentales son percibidas como entidades distantes, que no atraen en tanto elementos para la conformación de un proyecto identitario que se sienta propio. Ello se refleja tanto en el marcado desconocimiento con respecto a las atribuciones y obligaciones de los distintos órdenes de gobierno, como en el rechazo hacia los diferentes actores que allí se desempeñan. Sin duda, esto constituye un serio déficit de civilidad que incide directamente en la conformación de un régimen político como el nuestro. Aunque es pertinente aclarar que en términos de esta investigación más que el conocimiento preciso de lo político, lo que nos importaba era destacar el saber práctico que los jóvenes desplegaban con respecto a ese tipo de cuestiones.297 Así, 297

Cfr. Clifford Geertz. Conocimiento local. Ensayos sobre la interpretación de las culturas, Paidós, España, 1994.

Véanse sobre todo el segundo capítulo: “Hallado en traducción: sobre la historia social de la imaginación moral”. En el ensayo manufacturado por el mencionado autor se pone de relieve que el giro interpretativo que atraviesa a las ciencias sociales contemporáneas —al que evidentemente se adscribe nuestro trabajo— implica una exposición del sentido que le otorgamos tanto a nosotros mismos como a los otros —y de nosotros entre los otros—, es decir, a objetos particulares de estudio. Por supuesto, dicha exposición no es transparente y unívoca, sino que se sitúa, a su vez, en otro nivel de interpretación. Es precisamente ahí donde radica la importancia de analizar el saber práctico al que nos referimos. En última instancia, lo que se sugiere es que los fenómenos culturales deberían ser tratados como sistemas significativos que plantean cuestiones expositivas. En otras palabras, [en nuestro trabajo] estamos frente a interpretaciones, a formulaciones de carácter más o menos socio-antropológico, acerca de situaciones que nos parecen relevantes para nuestro objeto de estudio, con la finalidad de sugerir que es posible observar un sistema que persiste, y que permite hacer una “crónica del imaginario de una sociedad” —Geertz dixit—. Como nota al margen,

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podemos decir de entrada que, entre los jaliscienses jóvenes, las diferentes instancias gubernamentales no se conciben como anclajes que permitan establecer contactos entre Sociedad y Estado, o mejor dicho, entre la juventud y el orden político; no invitan a la participación en la construcción de una esfera pública. Sin embargo, sí se postulan como aristas problemáticas que se «cuelan» en el devenir cotidiano. Más adelante veremos con detenimiento qué aspectos concretos permiten discernir, en este contexto, el horizonte sociopolítico local. Por ahora es importante destacar que si el ideal de una cultura de civilidad plena apela a una relación estrecha entre los sujetos y una (su) comunidad política, las expresiones concretas de lo anterior muestran que por lo menos en Jalisco se está lejos de dicho ideal. Específicamente, en lo que refiere a los esquemas narrativos que aquí analizamos, puede decirse desde ya que el horizonte político formal no parece tener vigencia qua entorno favorable para la participación de la juventud en los asuntos de interés común. Para entender cómo incide el relativamente escaso involucramiento en la conformación de un régimen político como el nuestro, es preciso estructurar «nuevas» miradas analíticas. En otras palabras, no es descabellado sugerir que lo que en principio aparecía como una «grieta», como un déficit cívico que «resquebrajaba» la relación entre los jóvenes y el horizonte político, puede conceptuarse como un elemento constitutivo de una esfera pública con características como las que es posible percibir en nuestro entorno. Como lo vimos en el capítulo anterior, el desapego, esa especie de distancia que en lugar de reducirse es interesante efectuar una lectura de los postulados de Geertz a contraluz de los argumentos emitidos por Vattimo en Gianni Vattimo. Más allá de la interpretación, Paidós, España, 1995. Los resultados de ello pueden ofrecer una perspectiva interesante en términos de la observación y el estudio de los procesos sociales contemporáneos.

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se ha vuelto casi fundacional, ha sido un signo que marca la relación entre política y juventud. El abordaje de las imágenes culturales que han dotado de contenido a la categoría de «joven» nos permitió poner de manifiesto esta arista a partir de la discursividad institucional en torno a este sector de la población, teniendo siempre como trasfondo la conformación del campo político mexicano. En este capítulo pretendemos acercarnos a la discursividad juvenil, delineando algunos aspectos vinculados con la dimensión formalmente instituida de lo político, tales como la democracia y los partidos; o los extremos ideológicos del espectro (i. e. izquierda y derecha); así como otras vertientes (i. e. lo que se percibe entre los jóvenes alrededor de la construcción de obras de infraestructura y la prestación de servicios). Pero no sólo eso. También nos interesa poner el acento en aquellos otros tópicos que se tematizan en el hablar juvenil, es decir, aquellas prácticas discursivas que ocurren en los espacios en los que habitualmente se desempeña este sector poblacional. Esto es importante porque, sin duda, sirve como eje estructurante de la emergencia de nuevos lugares en los que lo político adquiere sustancia y se subjetiva. Ello en la medida en que buena parte de los tópicos que interpelan a los jóvenes están posicionándose como parte de la agenda pública (i. e. la sexualidad, el aborto, la drogadicción, etc.), y comienzan a colarse como elementos cruciales del discurso institucional. Así, podemos ver que no sólo la actitud de confrontación que adoptan algunos jóvenes apocalípticos incide en la construcción de la esfera pública: desde una postura ostentada por los sujetos juveniles que remite a una aparente apatía y a un marcado desencanto, —paradójicamente— también se influye en este proceso. De modo que se precisa estudiar el posicionamiento de los sujetos, es decir, la «cer-

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canía» o el «distanciamiento» de los jóvenes con respecto a lo político formalmente institucionalizado. Esto puede «medirse» a través de la «densidad temática» del registro discursivo observable en el material analizado aquí.298 298

Córdova Abundis sugiere que siempre que “hablamos” (i. e. siempre que llevamos a cabo una práctica discursiva)

nos ubicamos dentro de una escala retórica del habla, la cual transita desde el automatismo en el uso lingüístico hasta la selección minuciosa de una u otra variedad lingüística. Ello con el objeto ya sea de significar correctamente la información; o ya sea de incidir expresivamente en nuestro interlocutor. Esto no es sino otra forma de aludir a la conciencia práctica y a la conciencia discursiva (Giddens) que mencionamos en el primer capítulo de este trabajo. Lo anterior es importante en la medida en que el recorrido que los sujetos hacen por dicha escala está motivado por tensiones entre los factores sociales y los factores individuales. Por ello, el análisis de las prácticas discursivas habilita el acceso al “núcleo” de la estructuración de la sociedad. Esto es así debido a que cada grupo social (i. e. la juventud) tiene expectativas [lingüísticas] diferentes por parte de cada interlocutor; de cada grupo que se le opone; de cada situación del habla. Así, la mencionada autora plantea que cada que un sujeto “habla” hace uso de un registro discursivo, cuya adecuación está vinculada con distintos factores socioculturales. En otras palabras, el registro discursivo (i. e. el umbral de la construcción social, por ejemplo, de la democracia) está compuesto por tres dimensiones: 1. El tema del discurso; 2. El modo del discurso; y 3. El tono del discurso; las cuales están asociadas con la procedencia social del sujeto, la situación en que es emitido el discurso, y las características básicas de los interlocutores. Cfr. Patricia Córdova Abundis. Habla y sociedad. El análisis lingüístico del habla, Universidad de Guadalajara, México, 2003 (véase sobre todo la primera parte), pp. 15-78; y Patricia Córdova Abundis. “La retórica del habla juvenil”, en Sincronía, Primavera 2005, (http://sincronia.cucsh.udg.mx/cordova05.htm). Los ejes sugeridos por la mencionada autora son precisamente los territorios sobre los que transcurre el análisis que llevamos a cabo en este capítulo. Por otra parte, hemos utilizado el término de “densidad temática” para aludir al contenido de los discursos. Desde luego, se parte de la idea sugerida por Monsiváis (op. cit. 2003 y 2004) cuando utiliza como “variable” de análisis la noción de “densidad informativa”. Como puede notarse, hemos preferido referirnos a la “densidad temática” porque nos parece que “evaluar” qué tanto saben los sujetos (i. e. cuál es la densidad informativa de su discurso, en lugar de cuál es la densidad temática de éste) conlleva el riesgo de que éstos respondan lo que el investigador “quiere oír”. En cambio, creemos que si se permite que el discurso fluya y se indaga la densidad temática (i. e. que los jóvenes hablen acerca de lo que realmente les interesa, sin el temor de que está siendo evaluado su conocimiento de la política) se podrá acceder a un discurso juvenil menos sesgado, en el que se toquen los tópicos que interpelan a este sector poblacional en su vida diaria. Esto tiene qué ver con [la intención de no cometer] un error radical que prevalece [no sólo en nuestro país] en los estudios que intentan dar cuenta de la cultura política: al aludir por ejemplo a términos como «densidad informativa» se parte de un supuesto equivocado que confunde Educación Política con Cultura Política. Con intervenciones como la nuestra pretendemos sugerir que en el estudio de la cultura política no se trata, pues, de analizar qué tanto saben los jóvenes sobre ese tema, sino acerca de cuáles temas se están posicionando como ámbitos de indecibilidad, y las posturas que los sujetos adoptan frente a tales temas. Ésta es otra forma de ver la arquitectura de lo político, en la que quien efectúa la “lectura política” de los discursos y esquemas narrativos es, precisamente, el investigador, a partir de las prácticas desplegadas por los sujetos.

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De entrada, en los diálogos mantenidos con las personas que participaron en nuestro trabajo se discierne que las referencias a los acontecimientos y personajes de la vida pública son escasas, y tienen como horizonte temporal la inmediatez. En gran parte de los casos, los sujetos aludían sobre todo a eventos de corte anecdótico reciente que de algún modo estuvieran vinculados con su vida cotidiana. Por supuesto, tales eventos eran rememorados de manera difusa e imprecisa. No obstante, dejaban entrever los posicionamientos identitarios de los sujetos. En lo que refiere a la valoración que los individuos jóvenes hacían del desempeño gubernamental se observa que casi invariablemente se efectuaba una sanción negativa. Como se esperaba, el contenido de los discursos indicaba un desconocimiento notable de los órdenes de gobierno, de sus atribuciones, de los aciertos y equivocaciones de las administraciones públicas, tanto en la entidad, como a nivel federal. Asimismo, la vaguedad de la información en torno a los personajes encargados de la gestión gubernamental constituyó una marca omnipresente. Sin embargo, de acuerdo con nuestros planteamientos iniciales, también fue posible identificar un conocimiento más o menos certero, un saber práctico, acerca del funcionamiento y las dinámicas prevalecientes en el seno del orden simbólico. Desde esta perspectiva, la rutinización de una serie de prácticas específicas contribuye en buena medida a la estructuración de la sociedad. Para ilustrar lo anterior, enseguida se muestra un ejemplo extraído de un grupo de discusión que se llevó a cabo el mes de octubre del 2004, al cual nos referiremos de aquí en adelante como G1. En éste participaron cuatro mujeres jóvenes de entre 21 y 25 años y sólo un sujeto masculino, quien entonces contaba con 31

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años. Todos compartían una formación universitaria en el área de humanidades; además, eran compañeros de trabajo y la reunión se llevó a cabo precisamente en el sito donde ellos laboraban.299 Debido a tal circunstancia, las reuniones de este tipo no resultaban un evento extraño entre ellos. Esto es importante en términos metodológicos porque nos permitió acceder a los lugares en los que los jóvenes se desenvuelven de manera habitual (i. e. a los «nuevos» espacios donde se condensa lo político), por lo que las conversaciones que sostuvimos tenían un cierto «aire de familiaridad». Ahora bien, recordemos que una vía para indagar los registros en los que adquiere visibilidad el horizonte político radica en preguntar acerca de cómo se perciben, desde el mundo juvenil, algunas problemáticas cotidianas referidas al ser joven en Jalisco,300 sobre todo aquellas que tengan que ver con los asuntos públicos. Frente a este tópico, Luz, una socióloga de 24 años, aducía que para ella la movilidad urbana301 representaba una cuestión significativa en su vida cotidiana: 299

Además de la edad (personas de entre 15 y 29 años), elegimos a los sujetos —tanto en lo que refiere a los grupos

de discusión como a las entrevistas— de acuerdo con dos criterios básicos: 1. Que tuvieran algún elemento en común (i. e. su adscripción identitaria, su formación escolar, etc.); y 2. Que no estuvieran involucrados formalmente en el campo de la acción social (i. e. en algún partido político). A ello se suma que tratamos de que tanto entrevistas como grupos de discusión se realizaran en los espacios en los que los sujetos invitados se desempeñaban habitualmente. Como era de esperarse, no siempre fue posible “respetar” cabalmente los criterios establecidos. Pero creemos que en lugar de que lo anterior representara un obstáculo para el desarrollo de nuestro trabajo, logró enriquecerlo. 300

Véase el anexo metodológico. Ahí se especifica la serie de reactivos utilizados para el levantamiento de la infor-

mación durante el desarrollo de nuestro trabajo de campo. 301

Desde hace por lo menos un lustro, la movilidad urbana ocupa un lugar central entre las preocupaciones de l pobla-

ción joven que habita en la Zona Metropolitana de Guadalajara. Esto ha generado desde la implementación de diversas estrategias performativas, hasta la activación de la sociedad civil. Véase por ejemplo Catalina Morfín. “Jóvenes en acciones colectivas y movimientos sociales para redefinir los espacios públicos y las prácticas ciudadanas”, en Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, núm. 9, vol. 1, Universidad de Manizales, Colombia.

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Luz: Me tiene hasta acá [el transporte público] {Luz se pasa la mano por la frente, como para señalar que su paciencia se ha agotado; que la situación ha alcanzado un límite. Espera un momento antes de continuar. Nos mira a todos}. Es un ‘desmadre’ {ella desaprueba con la cabeza para darle mayor énfasis a su posicionamiento. El tono que utiliza denota cierto desencanto. Con su mirada busca a los demás participantes del grupo. Se hace un breve silencio, como si todos reflexionaran. Algunos mueven la cabeza afirmativamente, mostrándose de acuerdo con lo referido por Luz}.

Entrevistador: ¿Por qué? {Dirigiéndose a Luz}

Luz: Para empezar, no hay una reorganización de las rutas, los tiempos de los conductores son súper cortos, están todos estresados, ‘malvibrosos’, insultan a la gente. Entonces, la verdad, una de las críticas que hago a la sociedad es eso: el sistema de transporte, que es una ‘mierda’, verdaderamente. Igual tiene qué ver [la zona] dónde vivas. Porque hay sistemas más o menos ‘chidos’; hay sistemas que están muy bien, donde te subes y hasta te saludan, te ‘cotorrean’ y tú dices: ‘qué, o sea’ {Luz va alzando poco a poco la voz. El comentario que hace detona risas generales; una chica pregunta: ‘dónde para ir’}. Entonces, yo sí veo eso, de entrada, en lo cotidiano; eso me afecta todos los días. Yo sí creo que falta una reestructuración, una reorganización no sólo de las rutas, sino de los tiempos. Y también una educación vial para los peatones, para los usuarios del sistema de transporte, porque también somos

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un ‘desmadre’. No sólo hay un culpable, que son los dueños de los camiones, ni [sólo] los conductores, sino [también] nosotros mismos.

De este diálogo pueden entresacarse varios elementos esclarecedores para nuestro análisis. En principio, vale la pena destacar que la referencia al ánimo que prevalecía en el grupo cuando se tocó el tema del transporte colectivo no es gratuita. Recordemos que incluso la misma construcción de los contextos en los que se tematiza o se silencia un tópico es, a su vez, política. En otras palabras, en nuestro estudio se precisa abordar tanto el tema, como el modo y el tono del discurso, ya que estos elementos dan cuenta del posicionamiento de los sujetos juveniles y posibilitan la inscripción de sus argumentos en contextos más amplios. Permiten, pues, discernir las coordenadas del «desapego apasionado». En este sentido, el desencanto mostrado por Luz estableció un matiz irónico y de denuncia en el que transcurriría esta parte de la plática. Esto es importante en la medida en que dicho matiz remite a una postura a la cual los jóvenes recurren con frecuencia para situarse frente a lo público. No está de más aclarar que una lectura superficial descalificaría de entrada los argumentos emitidos por Luz, planteando tanto que su no-pertenencia a algún campo formal de la acción social, como su opinión acerca del transporte público, resultan triviales en tanto elementos explicativos de las características que adquiere el régimen político. Sin embargo, aquí preferimos sugerir que el entorno cotidiano se convierte en un escenario en el que a diario se pone en práctica la relación que se establece entre el sector poblacional que aquí nos interesa, y la esfera pública. En otras

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palabras, la institucionalidad vigente se actualiza a diario. Desde luego, en la medida en que lo anterior está signado por la asimetría, puede ser leído en términos políticos. Es precisamente la aparente poca importancia que se le da a temas como el transporte colectivo –qua factores que inciden en la conformación de un régimen político, en la medida en que representan un contacto directo con lo público– lo que permite encontrar fundamentos para dar cuenta de [la necesidad de contar con] otros modos de entender la construcción social de lo democrático y, por ende, de la estructuración de la sociedad. Las instituciones no son entidades que están ahí en el mundo, sino que se actualizan y reestructuran conforme son puestas en juego, y se perpetúan a través de la rutinización de las prácticas que les dan sustancia. Siguiendo con esta lógica, otro aspecto crucial del diálogo citado arriba en G1 radica en la impronta «clasista» que se cuela en el discurso de Luz: al postular que la causa de las deficiencias percibidas en el servicio de transporte colectivo puede ser atribuible a la zona urbana donde viven los usuarios, se pone de relieve tanto una especie de diferenciación socioeconómica/ sociourbana como una distinción entre la gestión privada y la pública. Pareciera como si a un área geográfica de mayores ingresos le correspondiese un mejor sistema de transporte colectivo, por supuesto, de corte privado, y viceversa. La caracterización que hace Luz de ello así lo denota (i. e. choferes elegantemente vestidos; amables, etc.). Desde nuestra perspectiva, aquello que se verbaliza en el entorno cotidiano es importante para entender el modo en que se vinculan los jóvenes con la esfera

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pública. Pero también los temas que se silencian resultan de crucial interés. En este sentido, es destacable cómo el asunto de las tarifas no estuvo presente en los argumentos de Luz. En cambio, la calidad del sistema de transporte ostentaba un sitio medular entre sus preocupaciones. Es probable que esta primacía de la «calidad sobre el precio» en términos de la prestación de un servicio tenga que ver con que ella tiene un trabajo fijo y con su nivel de ingresos, es decir, con el lugar que ocupa en el espacio social. En términos generales, puede decirse que su salario es relativamente bajo.302 Sin embargo, en el contexto de una población joven que habitualmente tiene dificultades serias para encontrar un trabajo bien remunerado, aún una mínima percepción monetaria se torna significativa. Esto es importante en la medida en que pone de manifiesto la diferenciación de lo público y lo privado que subyace al discurso de esta joven, ya que se nota un saber práctico que da cuenta de las deficiencias en la prestación de un servicio (i. e. “…falta una reestructuración…no sólo de las rutas… Y también una educación vial para los peatones). Recordemos que el «acceso» a la arena pública nunca es directo, siempre está mediado por diversos factores u organismos. En este caso, el sistema de transporte colectivo es uno de ellos. Una vez más: no resulta descabellado sugerir que detrás de un tema aparentemente trivial para la construcción de lo democrático se encuentra un posicionamiento en cuyo núcleo se intuyen preguntas como ¿qué tanto Estado y qué tanto Mercado se necesita para constituir el orden social y político? O ¿cuál es

302

Véase el anexo metodológico, en donde se hace explícita esta información. En el grupo de discusión en el que

participó Luz (G1) los ingresos estaban entre 2000 y 3000 pesos mensuales.

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la responsabilidad de los usuarios en la estructuración de tal orden? Si bien los sujetos juveniles no hacen explícitas estas preguntas, sí tienen que responderlas a diario. Es innegable que ello representa una postura clara frente a los asuntos públicos que pone en juego una serie de competencias y saberes que, aunque son poco valorados por los estudios más ortodoxos, inciden innegablemente en las formas que adquieren los procesos sociales. Más aún, detrás de las palabras de Luz se intuye la idealización de una esfera pública que aportaría elementos para una mejor convivencia, para la arquitectura de un determinado orden más favorable desde su perspectiva. Para ilustrar este punto basta señalar que ella plantea que las falencias observadas en el sistema de transporte no se sitúan sólo del lado del prestador del servicio, sino que también los usuarios comparten un cierto grado de responsabilidad. “No sólo hay un culpable, que son los dueños de los camiones, ni los conductores —señala Luz—, sino [que la culpa también es] de nosotros mismos”. Sin lugar a dudas, esta distinción entre un nosotros con respecto a un ellos está en la raíz de toda noción de campo político; es el eje alrededor del cual éste se estructura. Sin intención de sobredimensionar nada, es pertinente destacar que la relación «efímera» que la juventud establece con respecto al campo político no es unívoca; no está dada de una vez y para siempre: las rupturas y los vínculos entre la juventud y lo político son ambiguas y pragmáticas, y tienen un arreglo tanto con las temáticas que se verbalizan como con el contexto en el que ello se lleva a cabo. En este sentido, buena parte de los abordajes tradicionales que intentan dar cuenta de la cultura política en nuestro país son insuficientes porque parten

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de perspectivas monolíticas, «de bloque»: no dejan lugar para sugerir que no hay incoherencia alguna en que un mismo joven esté tanto a favor de la privatización de los servicios públicos como en contra de las dinámicas «perversas» de una economía neoliberal. Esto es así porque el posicionamiento de un sujeto frente a temas concretos varía más en función del contexto en el que éstos se discuten, y no tanto debido a la posición que aquél ocupa en el espacio social. En fin, si se acepta que un régimen político como el nuestro no sólo se construye en las urnas, también puede decirse que en el discurso de Luz se ponen de manifiesto algunos de los elementos que dan cuenta de ello, que constituyen la argamasa que permite vincular la vida diaria con la articulación de la esfera pública. Ahora bien, para reforzar la idea de que la prestación de servicios constituye una arista que dota de visibilidad a la esfera pública entre la población joven, analizaremos lo dicho en otro grupo de discusión realizado en junio del 2005. A partir de aquí nos referiremos a éste como G2. En él participaron cinco jóvenes de entre 17 y 19 años (dos hombres y tres mujeres), quienes cursaban el último semestre del bachillerato. Vale la pena mencionar que esta reunión se llevó a cabo en la casa de uno de los participantes, en una zona urbana de clase media ubicada al norte del municipio de Zapopan. En principio, con el fin de llevar a cabo esta reunión se había preparado una sala en las instalaciones de El Colegio de Jalisco. No obstante, los jóvenes en cuestión sugirieron que sería mejor si se estaba en un lugar que les fuera más familiar, en donde pudieran «echarse una chela» y estar «a gusto». Esto resultó ideal para nuestros propósitos, debido a que, como ya lo dijimos, el acceso los espacios donde los jóvenes se desenvuelven de ma-

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nera habitual permite reducir los riesgos de obtener respuestas sesgadas, como las que se emiten cuando este tipo de pláticas son llevadas a cabo en ambientes «creados artificialmente». Además, este detalle pequeño en apariencia, posibilita discernir cómo la dimensión formalmente institucionalizada (no cabe duda que El Colegio de Jalisco pertenece a dicha dimensión) provoca cierta desazón entre los jóvenes. Ello debido sobre todo a la reglamentación y la ritualidad a la que tienen que verse sometidos conforme las situaciones sociales alcanzan mayores grados de formalidad. En fin, durante el desarrollo de esta reunión (G2), la discusión comenzó a girar alrededor de las problemáticas inherentes al ser joven en una sociedad como la jalisciense. En este contexto, a la par de otras temáticas, surgió de nuevo el asunto del sistema de transporte colectivo. Eduardo, de 19 años, conversaba con Viviana, su compañera de escuela, y le comentaba lo siguiente:

Eduardo: Una de las cosas que más me ‘emputa’ últimamente son los camiones {lo dice con un marcado tono de irritación, como si verdaderamente le resultara molesto el asunto}. Quieren subir el [precio del boleto del] camión otra vez. ¿Y el salario qué, cuándo? {La pregunta no está dirigida a nadie en específico y era más bien como un reclamo que exigía a todos los presentes una respuesta}.

Viviana: El camión lo tienen que subir ‘agüevo’ porque la gasolina está subiendo {en su voz se nota un tono más o menos conciliador, serio, sin alzar

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la voz, como tratando de convencernos a todos de que había una razón para el aumento en las tarifas del transporte público}. Pero eso es ‘pedo’ del gobierno.

En primer lugar, al contrastar los discursos emitidos tanto por Luz en G1, como por Eduardo y Viviana en G2, nos encontramos con una constante que veremos a lo largo de nuestro análisis: el grado de complejidad de los argumentos varía con respecto al nivel de escolaridad de los hablantes. También se observa un desplazamiento del núcleo alrededor del cual gravita la densidad temática: mientras que a Luz le preocupaba más la calidad del servicio, a Eduardo y Viviana les era más importante la cuestión del costo. Reiteramos que sin duda esto tiene que ver con el nivel de ingresos en el que están situados los sujetos. Por supuesto, al destacar lo anterior no queremos descubrir «el agua tibia». Más bien, lo que se intenta poner de manifiesto es que en apariencia aquí se podría estar de acuerdo con la lógica bourdieuana que aduce que a una determinada posición en el espacio social corresponde una serie de prácticas discursivas similares (i. e. a un nivel más alto de escolaridad le correspondería un discurso más complejo; a un menor nivel de ingresos le correspondería una mayor preocupación por el precio que por la calidad). Sin embargo, si esto fuera cierto, también nos encontraríamos con que aquellos sujetos con una menor o escasa escolaridad aducirían aristas problemáticas radicalmente opuestas al dotar de sentido su relación con lo público. Pero como vemos, existen semejanzas significativas en los tópicos que interpelan a los jóvenes en su vida diaria como para estar en guardia fren-

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te a lo sugerido por Bourdieu. Recordemos que más que la posición social que ocupan los sujetos, nos interesa discernir el posicionamiento que éstos adoptan ante asuntos específicos, y cómo ello cambia con relación al contexto. Así, queda claro que el diálogo sostenido entre Eduardo y Viviana es homólogo a los comentarios efectuados por Luz, más arriba. Tanto el tema como el tono del discurso manejados en G1 y G2 son similares y denotan cierto grado de denuncia, de desencanto: revelan una esfera pública erosionada, distante. Sin embargo, el modo en que exponen que el sistema de transporte les afecta es ligeramente distinto: mientras que Luz se fijaba en la calidad y le adjudicaba cierta cantidad de responsabilidad de ésta a los usuarios, Eduardo y Viviana dejaban en claro que tanto el precio como la calidad de dicho sistema eran una tarea que le correspondía a las autoridades, que era “…‘pedo’ del gobierno”. Hay además un detalle sutil en las palabras de Eduardo (G2) que no debe pasarse por alto. Al contrastar el alza de las tarifas del transporte con la necesidad de incrementar el salario se enuncia una clara toma de postura que trae a colación la regulación de la economía por parte del Estado. Esto nos permite situar los argumentos en un lado concreto del espectro político-ideológico. Ello es altamente significativo en la medida en que pone de relieve cómo algo trivial en apariencia le otorga visibilidad a la esfera pública y permite evaluar el desempeño de las autoridades. Más aún: los sujetos conectan lo anterior con otras problemáticas de mayor envergadura, como el precio del combustible y la insuficiencia de los salarios. En esta parte del diálogo, con la referencia a la determinación de las tarifas del

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transporte, se pone en juego un saber práctico que da cuenta del movimiento constante entre Mercado y Estado, y cómo éste incide en la vida cotidiana de la juventud. Así, es innegable que lo político interpela a los jóvenes en la medida en que tiene mayor cercanía con su desenvolvimiento diario. Esto queda claro con la referencia al tema de las tarifas en el sistema de transporte colectivo, ya que para aquellos jóvenes estudiantes que no tienen empleo fijo, que no se han independizado de sus familias, o que en éstas no se cuenta con ingresos suficientes, ello puede llegar a ser determinante para decidir abandonar, por ejemplo, sus estudios. Aún cuando no se hacen referencias a actores concretos o legislaciones específicas con respecto al tema, sí se muestra una clara delimitación entre un nosotros (sociedad) y un ellos (gobierno). Ello da cuenta de a quién atribuyen –los sujetos entrevistados– la responsabilidad de mantener el orden social, de regularlo. Lo anterior es importante porque en la medida en que se desplaza la responsabilidad hacia el gobierno, también se tiende a desentenderse de las obligaciones ciudadanas. Sin duda, con ello se aportan elementos para explicar por qué un régimen político como el nuestro va adquiriendo los matices que lo caracterizan. Vemos pues, cómo un tópico aparentemente trivial se torna parte fundamental de lo que deberían ser las preocupaciones públicas, en la medida en que entra en contacto con la vida cotidiana de la ciudadanía. No cabe duda que la arena política está llena de este tipo de «vacíos». Es preciso hacer notar otro elemento común que ha emergido en varias de las conversaciones que hemos sostenido con diferentes jóvenes: no se hace una

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distinción efectiva entre los distintos órdenes de gobierno, entre sus funciones y atribuciones, ni se muestra un conocimiento certero con respecto a los actores que se desempeñan en dichos órdenes: los sujetos que participaron en nuestro estudio no imputan una responsabilidad directa al ejecutivo estatal en cuanto al tema de las tarifas y la calidad del servicio de transporte colectivo. Tampoco se hace un discernimiento claro si ello es función del gobierno municipal, o de las empresas concesionarias. Más bien incluyen las acciones, los actores, el desempeño, los programas, etc., dentro de la categoría «el gobierno» en tanto parte central de aquello que se entiende como «la política». Ello pareciera alimentar el mito de que la juventud jalisciense está desanclada, que es apática y poco informada de lo que ocurre en el mundo político. Aún cuando lo anterior tiene cierto grado de «verdad», no resulta completamente correcto. Si «escuchamos» con mayor atención las temáticas que preocupan a los jóvenes, así como el tono en el que éstas se verbalizan y se silencian, podremos darnos cuenta que en los discursos aparecen referencias a los «tópicos candentes» que circulan en la entidad. Y sobre todo, que es posible identificar posturas más o menos claras en los esquemas narrativos de los jóvenes —por lo menos de aquellos que participaron en nuestro trabajo—, y situarlas en las coordenadas de nuestra definición de cultura política. En este sentido, no está de más recordar que en el periodo en el que se llevó a cabo este grupo de discusión en la entidad (junio del 2005) tuvo lugar un fuerte debate con respecto al incremento de las tarifas del transporte colectivo. Hubo incluso movilizaciones masivas de estudiantes universitarios en contra de

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esta medida.303 Una vez más, este tipo de «relatos» del desapego apasionado nos permite identificar algunos de los obstáculos/vasos comunicantes que se establecen entre la esfera pública y la esfera privada. Es pertinente insistir en que de ningún modo se pretende argumentar la existencia de un «universo mágico» en el que lo público y lo privado tiendan a armonizarse, a converger. Mucho menos que se abra una «tercera vía» que no es ni pública ni privada. Más bien al contrario: nos interesa esbozar una perspectiva paralática,304 desplazar la mirada y observar la realidad social desde otros puntos de vista, es decir, indagar la relación que se establece en los intersticios situados entre ambas esferas, para señalar que en muchas ocasiones ésta resulta conflictiva; se negocia y es, pues, política. En última instancia, juega un papel importante en la conformación de los perfiles de un régimen como el nuestro. Como decíamos

303

Este tópico no ha dejado de ser importante en el entorno jalisciense. De hecho, en mayo del 2006 el transporte

colectivo se postulaba como una de las asignaturas electorales pendientes en la carrera a la gubernatura del estado. Cfr. José Díaz Betancourt. “Parada suprimida”, en La gaceta, núm. 438, año 6, Universidad de Guadalajara, México, mayo del 2006, pp. 4-5. Véase también la nota aparecida en El informador un año antes, en la cual Juvenal Esparza, legislador priísta, proponía desechar los transvales para que funcionarios como Emilio González Márquez, quien entonces aspiraba a la gubernatura, no aprovecharan el conflicto derivado del aumento a las tarifas del transporte urbano. Cfr. S/a. “Juvenal Esparza, por economía, apoya desechar los transvales”, en El informador, núm. 31,495, año LXXXVIII, tomo CCCXLII, 22 de mayo del 2005, p. 7b. En el 2012 el tema de las tarifas del transporte urbano volvieron a ocupar un lugar central dentro de las preocupaciones de los habitantes de la Zona Metropolitana de Guadalajara. De manera específica, a mediados de agosto de dicho año, los camioneros suspendieron sus labores puesto que exigían un aumento sustancial en la tarifa, afectando con ello alrededor de 2 millones de habitantes. Esto generó movilizaciones por parte de la sociedad. Finalmente, una organización estudiantil, a través de un amparo, suspendió el alza a la tarifa. Cfr. http://eleconomista.com.mx/estados/2012/08/13/camioneros-guadalajara-exigen-aumento-tarifa; y http://www.udg.mx/node/24692. 304

Cfr. Slavoj Žižek. The parallax view, MIT, E. U. A., 2006. En lo básico, una perspectiva paralática implica una

especie de desplazamiento de la mirada. En otras palabras, consiste precisamente, en aproximarse a los objetos de estudio tradicionales desde otros puntos de vista, “descentrándolos”, bordeando sus márgenes, haciendo de éstos un “nuevo” centro.

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antes, a diferencia de los enfoques tradicionales, para nuestro análisis no importan tanto los conocimientos desplegados por los individuos jóvenes con respecto a la organización jerárquica del gobierno (i. e. una clara diferenciación de los distintos órdenes de gobierno, de sus atribuciones y sus limitantes). Nuestra intención no es evaluativa, puesto que tratamos de deslindarnos de la «confusión conceptual» que persiste entre educación política y cultura política: nos interesan aquellos saberes que de manera discursiva, en la práctica, dan cuenta del modo en que funciona el sistema/el campo político/la institucionalidad vigente, y no tanto dilucidar qué tanto saben los jóvenes de política.305 Si bien es cierto que, como ya lo señalamos, la densidad temática y la complejidad de la argumentación resultan distintas, más elaboradas, de acuerdo con, por ejemplo, un mayor grado de escolaridad de los participantes, también puede decirse que ciertos posicionamientos similares, ostentados por algunos sujetos jóvenes, atraviesan todo el espectro del espacio social, independientemente del lugar que se ocupe en éste: al igual que en la conversación que sostuvimos con Luz en G1, en el diálogo entre Eduardo y Viviana (G2) también se postula la prestación de servicios como un factor que media/construye la relación entre la juventud y la esfera pública. Siguiendo con esta misma lógica, vale la pena interrogarse acerca de ¿qué otras temáticas le otorgan visibilidad al horizonte 305

Por supuesto, no está de más aclarar que reconocemos la diferencia entre el funcionamiento “objetivo” del

sistema, y el funcionamiento “subjetivo” del mismo (i. e. la distinción entre como trabaja realmente el sistema y cómo cree la gente que éste se desempeña). El análisis institucional permite “medir” el funcionamiento objetivo. Sin duda, ello constituye un terreno aún fértil para la investigación. No obstante, en este trabajo nos interesa más indagar la parte menos tangible de este tipo de problemáticas, es decir, la dimensión discursiva/subjetiva que se estructura más allá del funcionamiento real de la institucionalidad vigente.

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político entre los jóvenes? Quizá las corporaciones policíacas representen, para la juventud que habita el entorno local, una de las aristas más inmediatas que dan sustancia a la institucionalidad vigente. En el contexto de uno de los grupos de discusión descrito más arriba (G1), Cleotilde, de 22 años, estudiante de Historia, y adscrita a una agrupación que podría denominarse como «de izquierda»,306 aducía lo siguiente:

Cleotilde: A mí me parece que, no solamente yo, pues, sino varia gente, y ni modo, hay que decirlo, es el problema que se tiene con la policía. Yo varias veces sí la he pasado feo con la policía, y por cosas que no tienen ninguna razón de ser: operativos que de repente se sacan de la manga, y entonces ahí están ‘chingando’ a las tres de la mañana, te paran, te sacan una ‘feria’. Te digo, no solamente yo. A mí me ha tocado ver y también me ha tocado que me platiquen cosas que dices: ‘chale, qué pedo con la policía’. No sé, la represión, por ejemplo, lo del 28 de mayo {de 2004} también es significativo para saber y entender en qué tipo de Estado estamos viviendo y qué es lo que el gobierno está proponiendo para nosotros [los jóvenes].

306

Vale la pena destacar que a diferencia de otras investigaciones, en ésta se pretendió que participaran aquellos

‘jóvenes promedio’, es decir, aquellos en quienes usualmente se piensa que son apáticos y apolíticos. Para ello se tomó como criterio de selección que los sujetos de este estudio no estuvieran adscritos a ninguna agrupación que tuviera que ver con el campo de la acción social. En este sentido, se pensó que la inclusión de Clotilde, quien en su momento estaba inscrita en el Frente Zapatista de Liberación Nacional, sería productiva (como verdaderamente lo fue) y permitiría contrastar los discursos de los jóvenes promedio con aquellos cuyas prácticas pueden ser vistas como de corte más contestatario (i. e. apocalípticos).

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En las palabras de Cleotilde encontramos varios elementos que aparecerán en otros discursos emitidos por jóvenes que no tienen –ni quieren tener– nada qué ver con algún campo de la acción social. En primer lugar se aprecia la «generalización» de la problemática que Cleotilde observa: ésta le afecta no sólo a ella en tanto sujeto, sino también como parte de una colectividad. Luego, el asunto se individualiza, lo público se traslada al ámbito de lo privado (i. e. “…varias veces sí la he pasado feo con la policía). Es justo esta inscripción de lo privado en lo público la que permite decir que estamos inmersos en un horizonte más amplio que la dimensión puramente personal. Desde luego, puede pensarse que tanto la alusión al tema, como el tono y el posicionamiento con respecto a él, están vinculados con la adscripción ideológica y las preferencias políticas de Cleotilde (i. e. aquellas identificables con una izquierda contestataria). No obstante, aunque ello puede ser un factor explicativo del tono que ella adopta, más adelante nos encontraremos con posturas similares en otros jóvenes que no son apocalípticos. El matiz que utiliza Cleotilde es de clara denuncia y remite a las acciones que realizan los cuerpos policíacos. Para ella, las estrategias de este tipo, además de represoras y violentas, resultan absurdas (i. e. “…operativos que se ‘sacan de la manga’”), carentes de legitimidad. Esto es un indicador de la noción negativa que ella tiene acerca del funcionamiento del sistema, de cómo percibe al Estado: pareciera que en éste no se planea, no se tiene una oferta adecuada para la juventud, sino que a la lógica con la que actúan los representantes de la autoridad subyace una marcada improvisación represiva, una inadecuación conspicua a las realidades juveniles.

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También comienza a aparecer aquí, entre líneas, el tema de la corrupción como una especie de estrategia válida para relacionarse con la autoridad: “…y entonces ahí están chingando a las tres de la mañana, te paran, te sacan una feria”, dice Cleotilde a manera de denuncia. Más adelante veremos que [no hay incoherencia alguna en que] un mismo sujeto, al posicionarse en contextos diferentes, postule que dicha forma de actuar (i. e. la corrupción) debe ser sancionada negativamente. Por el momento se requiere mencionar que de las palabras de esta joven emerge otro elemento significativo que dota de visibilidad al campo político, el cual tiene que ver con los acontecimientos que sirven de marcas, de andamiajes, para la arquitectura de la propia biografía. Los eventos ocurridos el 28 de mayo del 2004 en pleno centro de Guadalajara constituyen una mojonera importante en la historia reciente de algunos de los jóvenes de la entidad. El posicionamiento de Cleotilde con respecto a ello resulta claro: las acciones llevadas a cabo por los cuerpos policíacos en la fecha referida muestran en su forma más pura las estrategias represoras de las que se vale la autoridad para relacionarse con la juventud. Pareciera —según lo señalado por esta joven— como si la violencia no fuese coyuntural, sino sistemática. Lo anterior puede resultar alarmante si se considera que de esta manera es como se percibe la oferta que presenta el Estado a sus jóvenes. Es evidente que los argumentos de Cleotilde ilustran la idea que enunciábamos más arriba: la policía representa uno de los factores que dotan de visibilidad al horizonte sociopolítico entre los jóvenes jaliscienses. Más aún: a partir de su cercanía con ello, Cleotilde se permite cuestionar el papel del Estado mismo, de lo que éste le ofrece a la juventud (i. e. violencia, represión, etc.), en tanto ci-

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mientos para la construcción de un proyecto personal, de la subjetividad juvenil. Si ésta es la percepción que prevalece con respecto a la [legitimidad] de la autoridad, no es de extrañarse que buena parte de los jóvenes muestran un marcado desencanto cuando se les pretende interrogar acerca de su «saber político». Esto queda más claro si vemos que, luego de las palabras de Cleotilde, el diálogo con el resto del grupo (G1) continuó de la siguiente manera:

Elia: Es que ves al policía y no lo ves como algo que te de seguridad o algo que te proteja {el tono aducido por Elia denota algo de desencanto}. Ya lo ves como que nomás van a ir a ‘fregarte’, en cualquier sentido. Tanto a asustarte como que: ‘te vamos a llevar’, o ‘estás detenido’ y ni siquiera sabes por qué. Lo ves como algo que totalmente está en contra de las ideas que te plantean de que ‘la policía es para protegerte’ o que ‘si tienes problemas ve con un policía’. Actualmente dices: no, es lo último que haría {el comentario detonó la risa entre los participantes}.

Clotilde: Yo creo que es importante saber qué significa la seguridad… {Cleotilde dirigió la pregunta hacia todo el grupo}

Jesús: ¡La seguridad es no encontrarte a un pandillero y a un policía! {Jesús lo dice en tono irónico, casi a manera de burla, lo cual provoca risas generales. Sé por experiencia que en muchas ocasiones el tono burlón emitido en un contexto juvenil enmascara una seriedad más profunda}.

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Luz: Como dice Elia, lejos de que el Estado te esté proporcionando la seguridad jurídica a la que tienes derecho, lejos de eso, lo ves [al policía] y te genera miedo. Yo creo que en lo personal, veo al policía como aquel que me quiere dañar.

Nadia: ¡Como ‘pandillero de cuello blanco’! {luego del comentario de Nadia se hizo un momento de silencio, el cual fue roto por un estallido de risas}.

Entrevistador: ¿No hay ninguna situación que coloque a los policías del otro lado, del lado de los buenos? {La pregunta era abierta para todo el grupo}.

Todos: {al unísono} ¡Nooooooo! {Risas generalizadas}.

Clotilde: {en un tono más serio} Yo tampoco dudo que haya policías honrados. No me estoy refiriendo a individuos específicos. Hay unos ‘culeros’ y otros no. A mí me ha tocado ‘cotorrear’ con policías que no son ‘culeros’. Pero el sistema de seguridad pública, las reformas al código penal, por ejemplo, el proceso penal ya no es tan flexible, ya no tienes derecho a tantos amparos, si alguien te acusa de algo, aunque no tenga pruebas, te pueden meter al ‘bote’. ¿Qué significa eso? ¿Qué significa que a partir de las doce, como un toque de queda, empiezan los ‘pinches’ policías a patrullar toda la ciudad? No me acuerdo cómo se llama el operativo, un operativo ‘mamón’,

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no me acuerdo cómo se llama, operativo Cóndor, o algo así. Torbellino, sí. Un nombre ‘mamón’. Eso es por una parte. No tanto el policía que patrulla mi colonia, sino el que te reprime. ¿Qué ‘pedo’, a dónde te está llevando este sistema de seguridad pública? {Cleotilde sentencia la conversación en medio de movimientos de cabeza afirmativos de los participantes, como mostrando su acuerdo}.

Es importante destacar que salvo por Cleotilde y Jesús, la totalidad de los argumentos obtenidos a partir del trabajo de campo son desarrollados por sujetos que no están adscritos a la esfera de la acción social. Es más, los esquemas narrativos analizados aquí son emitidos por individuos que se empeñan minuciosamente en «desapegarse» de dicha esfera. Por ello es que, aunque pueden intuirse bastantes motivos [esto constituye materia de otro estudio], resultaría pertinente documentar las raíces de la percepción negativa acerca de los cuerpos policíacos que prevalece entre buena parte de los jóvenes jaliscienses.307 Como puede inferirse de lo dicho por Elia en G1, estos servidores públicos provocan recelo e inspiran desconfianza, es decir, aspectos radicalmente opuestos a su supuesta función. Además, es significativo que ella señale que en caso de tener algún problema, lo último que haría sería solicitar la ayuda de la policía. Si una 307

No es el objeto de nuestro estudio, sin embargo, nos parece sensato sugerir que la otra cara de la moneda [de

la represión policíaca] también resultaría interesante: aún la más somera revisión hemerográfica mostraría que la visibilidad que se le otorga a los jóvenes en la entidad tiene que ver con asuntos relacionados con la criminalidad. Desde nuestra perspectiva, esto aportaría más elementos para sostener la hipótesis que indica que las imágenes culturales que dotan de visibilidad a la juventud mexicana en la actualidad hunden sus raíces en el México positivista y decimonónico.

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arista que permite aprehender la relación entre juventud y esfera pública consiste en la prestación de servicios –y la función de los cuerpos policíacos es justo ésa–, es precisamente ahí donde se encuentran algunos factores explicativos (i. e. la ineficacia simbólica en el desempeño institucional) que dan cuenta de la distancia que se abre entre este sector poblacional y el ámbito formalmente instituido. Por ello no debe sorprender que en el diálogo que se sostuvo arriba, Jesús le adjudicase el mismo estatus ontológico a policías y delincuentes, mientras que Nadia los calificaba, a los policías, como pandilleros de «cuello blanco». Luz iba incluso más allá, hasta un extremo que podría ser alarmante, al postular que más que dar seguridad, la policía generaba miedo. Con todo lo anterior se pone de manifiesto un campo político que está, cuando menos, seriamente erosionado. Se esperaría encontrar este tipo de esquemas narrativos entre la juventud que se involucra de manera activa en movilizaciones sociales, o en protestas en las que la nota dominante sea la represión violenta por parte de las autoridades. Sin embargo, buena parte de los jóvenes que participaron en los grupos de discusión, o que nos otorgaron entrevistas, no han tenido ni siquiera problemas directos con la policía. O si los han tenido, ha sido por cuestiones menores, tales como su forma de vestir o de divertirse. En el contexto de la discusión llevada a cabo entre los jóvenes que participaron en G1, al ser cuestionada si había tenido alguna confrontación con la ley, Elia respondía lo siguiente:

Elia: No. Pero he sabido de algunos amigos de mi hermano que, de repente, se ponen a echar unas ‘chelas’ ahí en la esquina. Y en una ocasión llegó la

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patrulla. Se los ‘trepó’, les dio unas vueltas, les sacó ‘la lana’ y por ahí los ‘botó’ {el tono que adopta Elia denota cierta indignación e incredulidad}.

Con lo dicho por Elia se comprueba que no necesariamente se requiere ser contestatario o estar adscrito de manera formal al campo de la acción social para adoptar una postura escéptica frente a los representantes de la autoridad. En otras palabras, la desconfianza en las instituciones no sólo se deriva de la represión. En este sentido aparecen otros elementos que es importante destacar, tales como el medio a través del cual se transmiten los saberes y experiencias acerca del funcionamiento del orden simbólico (i. e. “…he sabido de algunos amigos de mi hermano”). El comentario de esta joven muestra cómo se construye [el imaginario que da cuerpo a] la esfera pública a través de los encuentros «cara a cara» entre la juventud, en la socialización con sus pares. Queda claro, pues, que el dominio privado se transforma en un entorno en el que lo público se pone en juego, se actualiza. Lo anterior constituye una versión de lo que Reguillo denomina acertadamente como los «usos de la comunicación».308 Las asimetrías que caracterizan a este proceso lo tornan un buen observatorio de lo político, y sobre todo de la relación entre juventud y esfera pública. Las vías analíticas que abre esta ruta podrían ser inagotables e, incluso, permitirían ofrecer elementos concretos para una mejor estructuración de las políticas públicas de juventud, tanto a nivel nacional como en los ámbitos más locales.

308

Cfr. Rossana Reguillo Cruz. En la calle otra vez. Las bandas: identidad urbana y usos de la comunicación, ITESO,

México, 1991. Véase sobre todo el capítulo V.

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Ahora bien, otro aspecto que aparece en el discurso de Elia indica que la corrupción se presenta una vez más como una vía legítima para resolver los problemas inmediatos, en un contexto específico, cotidiano. Pero recordemos que tal vía no es unívoca, y tampoco es aplicada por los sujetos de una vez y para siempre, en todo lugar. La cooptación se sanciona de manera positiva frente a situaciones sociales con características concretas; ante, por ejemplo, algunos modos de actuar de las autoridades, los cuales tienen una relación homóloga con otros descritos más atrás: el relato de Elia adquiere una importancia crucial en la medida en que nos permite ser testigos del momento en que se van instituyendo determinadas prácticas: ante las amenazas de encarcelamiento o algo peor, los jóvenes se ven orillados a buscar una salida fácil, pragmática, sin que ello represente problemas éticos o morales aparentes. Esto no es un tema menor, ya que los rasgos más institucionalizados de la sociedad se establecen, precisamente, a partir de la rutinización de prácticas como las descritas aquí. No cabe duda que lo narrado por Elia ilustra uno de los momentos en que el orden social se erosiona, en que entra en una profunda crisis de legitimidad. Retomando el hilo de la conversación, Nadia, de 25 años y graduada de la licenciatura en Sociología, aprovechó lo dicho por Elia para relatar en tono anecdótico lo siguiente:

Nadia: …una vez estaba platicando con un amigo en un parque, y se nos hizo de noche. Entonces llegaron y nos ‘basculearon’ a los dos. Como estaba el carro estacionado en la calle y estaba sólo el carro, porque ya eran como las nueve y media o las diez de la noche, dijeron: “pues ya reportamos

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este carro como robado y nos lo vamos a tener que llevar”. Entonces, yo lo que me pongo a ver es que al final de cuentas, ya que te empiezan a asustar, te empiezan a provocar miedo o pánico o inseguridad, pues a fin de cuentas, lo que siempre te piden es la mordida. “Dame tanto y ya te vas”.

La narración de Nadia es, en cierta medida, homóloga a la efectuada por Elia, ya que una vez más se presenta la corrupción como una paradójica vía para relacionarse con la autoridad. La extorsión a la que ambas, en distintas situaciones, tuvieron que hacer frente (Elia a través de los relatos de su hermano; Nadia en carne propia), ilustra el vacío que se abre entre la juventud y la esfera pública. Pareciera ser que la oferta emanada del Estado no encuentra eco en las demandas y necesidades de los jóvenes. Además, en el esquema narrativo articulado por Nadia se aportan nuevos elementos que enriquecen el análisis y lo conectan con lo revisado en capítulos anteriores. Se pone de manifiesto cómo la construcción institucional de lo juvenil incide en la vida diaria de la población local: las imágenes culturales que le otorgan visibilidad a los jóvenes de la entidad sitúan una serie de coordenadas desde las que, para la autoridad, dos personas dentro de un auto, cerca de un parque, al caer la noche, no pueden sino estar haciendo «nada bueno». A ello se suma que el modo de conducirse instrumentado por los policías frente a una situación como la descrita por Nadia condensa en sí el imaginario positivista y decimonónico que remite a una juventud necesitada de estrictos controles, de una vigilancia constante, de la domesticación de sus «cuerpos y almas». Las revisiones de «rutina» —muchas veces arbitrarias e in-

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constitucionales— evidencian la impronta casi inquisitorial a la que aludimos en capítulos anteriores. Por otra parte, a principios del mes de junio del 2005 llevamos a cabo otro grupo de discusión, esta vez con cuatro estudiantes de preparatoria de entre 17 y 18 años (dos hombres y dos mujeres). Nos referiremos a éste como G3. Con el objeto de contar con un espacio adecuado para tal fin, se había solicitado un salón de clases en la escuela a la que ellos asistían. Pero al igual que ocurrió con otro de los grupos, en éste los participantes sugirieron que la reunión se hiciera en un ambiente «más relajado», donde se pudiera «cotorrear chido». Luego de un breve proceso de acuerdo para decidir a dónde ir, cerca del mediodía nos trasladamos al bosque El Centinela, situado en la zona aledaña al Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas (CUCEA) de la Universidad de Guadalajara. Por iniciativa de los participantes, en el camino nos detuvimos a comprar cervezas y botanas para «amenizar» la reunión.309 Luego de unos minutos de trayecto, estacionamos el vehículo en el que viajábamos justo en la entrada del bosque y nos internamos en éste. Había que seguir el recorrido a pie. Tras poco menos de medio kilómetro de caminata, llegamos hasta una especie de loma un tanto escondida, sitio al cual ellos acostumbraban acudir. El lugar era perfecto para la reunión. La vista era espectacular y había espacio suficiente para dialogar. Nos acomodamos en un semicírculo, sentados sobre el césped, de modo que todos pudiéramos contemplar el paisaje. Carola abrió uno de

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No está de más señalar que, como ocurrió con buena parte de los grupos de discusión y entrevistas realizados,

el tema convocante (la juventud frente a la democracia) provocaba cierta reticencia entre los invitados a participar.

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los paquetes de frituras y extrajo una figura. Después la colocó en el centro, junto a donde estaba la grabadora que permitiría registrar la reunión. “Ésta [«Ñoño», un personaje de ficción inventado por Chespirito] va a ser nuestra virgencita”, dijo, inaugurando así la plática. Hacía algo de calor y las cervezas estaban lo suficientemente frías. Pedro, un joven de 18 años, quien llevaba un corte de pelo al estilo mohicano/punk y coloreado de verde, destapaba una botella y nos servía en un vaso a cada uno. Fumaba. Mientras hacía lo anterior, reflexionaba en torno de la pregunta que se le había hecho acerca de los problemas cotidianos a los que se enfrentaba siendo joven en una sociedad como la jalisciense. Carola, Elías y Virginia se unirían al diálogo. Por supuesto, la situación de ludicidad en la que estábamos inmersos influyó en buena medida en el tema elegido por Pedro para comenzar. Los matices que adquirió la conversación hacen que valga la pena citarla in extenso:

Pedro: te la hacen de ‘pedo’ los policías si andas ‘pisteando’. Pero les das una feria y se van ‘a la verga’.

Carola: Sí, en la calle [cuando ‘pisteas’ en]. Es lo malo cuando te ‘tumban feria’ ¿no? {Carola se dirigía al grupo, y no específicamente a mí. Yo comenzaba a desaparecer como “investigador” y era visto poco a poco como uno más del grupo}.

Elías: ¡No, ‘pos’ es lo bueno! {risas de parte de los participantes} Ah… es lo bueno {Elías lo dice en un tono irónico, como cuestionándose a sí mismo.

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Luego adopta una postura más seria} Es que sí. La verdad, aquí todos son bien corruptos. La ‘neta’. Yo te lo digo porque noooo, pos la ‘neta’ {todos esbozan una risa que aparece un tanto amarga, con lo cual se marca un umbral tenso en el que se anuncia un tema espinoso} yo tengo problemas ‘bien machín’ con los ‘pinches’ policías.

Entrevistador: ¿Por qué? {La pregunta estaba dirigida a Elías}.

Elías: Pues siempre ando ‘pisteando’ en la calle, y la ‘chingada’. Y siempre que me ‘basculean’ me encuentran ‘algo’ {Elías junta sus dedos índice y medio y se los lleva a los labios, como si estuviera fumando un cigarrillo. Sonríe}. Por eso tengo acá que sobornarlos; o correr.

Carola: {en medio de las risas más relajadas de todos} Para escaparte de la policía…

Entrevistador: ¿Corres? {La sorpresa con la que pregunto no es fingida. Me doy cuenta que el peso de la autoridad es bastante más significativo para mí que para Elías. Yo he estado en situaciones similares a las que Elías narra y nunca me habría pasado por la mente correr. En cambio él dice:}

Elías: Ja. ‘Pos’ ya, si me van a llevar, pues que les cueste trabajo {risas generalizadas. La tensión se relaja}.

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Entrevistador: ‘A poco’ nomás de andar en la calle te dicen: ‘¡Eh, morro, párate!’ {Me refiero a la policía}

Elías: {en medio de la aceptación afirmativa por parte de todos} No, ‘pos’ es que tu imagen, este, ‘pos’ dice mucho de ti

Pedro: Te sobresale {dice con un cierto dejo de tristeza en la voz}.

Elías: Igual, como a mí no me gusta andar a una moda o traer ‘garras chidas’, pues no sé, ya andando bien vestido, pueda ser como soy y no me hostigan tanto. Pero más bien me gusta andar un poco ‘diferentillo’; o en veces que ando bien mugroso o así, pues, que me vale ‘verga’, que ando de fiesta, y la chingada, pues sí, la policía sabe ‘de volada’ quién.

En primera instancia, la alusión al contexto en el que tuvo lugar esta reunión no es gratuita. Esto es así porque se pone de manifiesto que en la medida en que las situaciones sociales en las que se desenvuelven los jóvenes adquieren más formalidad e involucran una mayor cantidad de reglas, se tornan más «incomodas» (i. e. si la reunión se hubiese desarrollado en su salón de clases, es probable que hubiera sido difícil introducir bebidas alcohólicas y se hubieran verbalizado otro tipo de cuestiones). Llama la atención que, a pesar de que todos los participantes previamente se habían declarado como católicos, ninguno pareció sen-

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tirse ofendido por el comentario de matices religiosos emitidos por Carola. Más bien, éste produjo el efecto contrario y relajó los ánimos. Lo anterior evidencia cierta ritualidad inherente a las prácticas juveniles, es decir, la estructuración de un universo simbólico que permite diferenciar culturalmente a este sector poblacional de otros. Tal ritualidad adopta formas diversas, pero es una constante verificable que obliga a realizar estudios que den cuenta de las maneras en que ello incide (o no) en la conformación de una biografía personal, en la construcción de la subjetividad, de los proyectos identitarios de la juventud. Desde luego, ello considerando las realidades locales y regionales, así como las posibles diferencias entre éstas. Por otra parte, para estas alturas ya no debe sorprender la sanción negativa que los jóvenes hacen de los cuerpos policíacos. Al mencionar —medio en broma y medio en serio— que tenía por costumbre «escapar» de los policías, Elías, de 18 años, también pone de manifiesto una posición identitaria desde la cual se asume que la autoridad ostenta serias deficiencias, y su legitimidad está mermada casi por completo entre sectores amplios de la juventud. Esto muestra otra de las causas por las que la dimensión formal del campo político se ve seriamente erosionada: como vimos también en G1 y en G2, entre los jóvenes prevalece un imaginario desde el cual se percibe que las figuras que representan la Ley –y que al mismo tiempo constituyen un vínculo entre juventud y esfera pública– ejercen una función radicalmente opuesta a la que se supone deberían desempeñar. En lugar de inspirar confianza y seguridad, los cuerpos policíacos infunden miedo, y/o muy poco respeto, puesto que promueven y facilitan el cohecho. Ello

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constituye una de las expresiones más puras de la ineficacia institucional, de la poca seguridad ontológica —por decirlo á la Giddens—310 que emana del orden simbólico. “Pos ya, si me van a llevar, pues que les cueste trabajo”, —razona Elías—, y con ello permite entrever la enorme distancia que se abre entre la juventud y la esfera pública.311 También es pertinente destacar que las formas de ludicidad juvenil constituyen una arista problemática en términos de la relación que se establece con la institucionalidad vigente. «Pistear en la calle», divertirse ingiriendo bebidas alcohólicas o alguna otra sustancia psicoactiva, se convierte en una especie de Odisea, de obstáculo a sortear. Recordemos que en G1 Elia narraba una situación muy parecida a lo contada por Pedro en G3. En este sentido, no cabe duda que acceder a los registros discursivos de la vida cotidiana de los jóvenes de Guadalajara permite mostrar que la rutinización de este tipo de prácticas –tanto las instrumentadas por la juventud como las llevadas a cabo por los servidores públicos– incide en la conformación de un orden político como el nuestro. Es

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Giddens define la seguridad ontológica como la confianza que los sujetos tienen de que el mundo social y natural

sean como parecen ser. En otras palabras, en el contexto de la vida diaria, dicha seguridad alude en mayor o menor medida al contraste entre la autonomía ejercida por los sujetos y las rutinas más o menos predecibles en las que éstos están inmersos. En términos generales, lo anterior incide en la generación de un sentimiento de confianza con respecto tanto al otro como a las instituciones del entorno social. Cfr. Anthony Giddens. The Constitution of Society. University of California Press, California, 1986, p. 50. 311

Según la ENJUVE, sólo 9.3 % de los jóvenes jaliscienses que tienen entre 15 y 19 años confían en la policía. Esta

cifra disminuye conforme se incrementa el rango de edad. Así, 4.5 % de los habitantes de la entidad que tienen entre 20 y 24 años confían en estos servidores públicos, mientras que de la población joven ubicada en el siguiente quinquenio (25 a 29 años), sólo 3.8 % se muestra confiando con respecto a los cuerpos policíacos. En cambio el promedio de jóvenes de entre 15 y 29 años que confía poco o nada en la policía ronda el 90 %. Cfr. IMJ-CIEJUV, op. cit. Estos datos, sin duda, deberían resultar alarmantes, puesto que muestran un ámbito institucional profundamente maltrecho.

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cierto que consumir bebidas embriagantes o drogas ilegales en la vía pública está prohibido por la ley. Sin embargo, la represión policíaca que perciben los jóvenes no se reduce a ello. La interiorización de las imágenes culturales creadas institucionalmente provoca que aspectos como el modo de vestir, la adscripción a grupos culturales específicos, las diversas formas de divertirse, etc., sean un motivo suficiente para ser, por lo menos, sometido a «revisiones de rutina». Por ello no debe extrañar que entre los jóvenes sea frecuente escuchar una especie de broma cargada de ironía, la cual señala que la «portación de cara» es, en Jalisco, un delito (refiriéndose a que basta que el policía note algo suspicaz en el rostro del joven para que éste sea revisado, por «sospechoso»). Lo anterior obliga a profundizar en otro aspecto que se desprende del diálogo establecido en G3, y que permite discernir la distancia entre la juventud y la institucionalidad vigente. Éste radica en las imágenes culturales que adquieren sustancia a partir de los estilos de vestir (i. e. a partir de la moda y el consumo): “…tu imagen…dice mucho de ti”, sugiere Elías, al aportar sus razones acerca de por qué tiene problemas con los cuerpos policíacos; “…[la imagen] te sobresale”, aduce Pedro, enfatizando la idea expuesta por Elías. Esto es así al grado de que incluso el modo de vestir que ostentan los jóvenes es un factor de peso en términos de los problemas que este sector poblacional tiene con la autoridad. En el capítulo anterior utilizamos una fotografía tomada en 1900 para indicar que la emergencia de un universo juvenil era incipiente en términos de la moda. Un siglo después, este tipo de aristas resultan centrales para discernir los contornos de dicho universo. Para ilustrar lo anterior, baste señalar que ambos entrevistados tenían

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piercings, tanto en ambos oídos y en la lengua. Mientras que Elías llevaba ropa deportiva holgada, en color rojo brillante, similar a la usada por los cantantes de Hip Hop; Pedro vestía ropas negras, decoradas con cadenas y alfileres, a la usanza punk. Por supuesto, como podemos derivar de lo anterior, el hecho de que el estilo de vestir de estos jóvenes les cause conflictos con la autoridad nos revela que existe un ideal juvenil socialmente aceptable, del cual Pedro y Elías prefieren distanciarse. Esta especie de proceso identitario privado, en cuyo núcleo se encuentra el cuerpo, representa un claro posicionamiento con respecto al orden instituido, que es susceptible de ser «leído políticamente». Más adelante veremos que en la actualidad el cuerpo se postula como una de las «nuevas» arenas en las que lo político adquiere sustancia. En fin, lo que importa destacar aquí es que el verdadero problema radica en inferir que a partir de su imagen, estos jóvenes representan un «peligro». Lo más alarmante consiste, precisamente, en que los cuerpos policíacos fundamentan sus «revisiones de rutina» en el modo en que se visten los jóvenes, en los estilos a los que éstos se adscriben. Así, el hecho de favorecer una determinada imagen o estilo de vestir bien puede «leerse» como un «gesto político». Por otra parte, es importante hacer notar una situación que pudiera pasar de largo: entre los participantes del grupo había una «menor de edad», lo cual no representó un problema, tanto en términos de la adquisición de bebidas embriagantes como de cigarrillos. Basta recordar que la venta de ambas sustancias a menores de 18 años está prohibida por la Ley. Fue curioso observar que a pesar del vistoso letrero ubicado a la entrada del expendio en donde nos detuvimos

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para adquirir provisiones, el cual decía: “Aquí no vendemos cigarros a menores”, Viviana no tuvo problema alguno para comprar varias cajetillas y botellas de cerveza, puesto que en ningún momento la dependienta le solicitó una identificación que validara su mayoría de edad. La referencia a estos «pequeños detalles» no es de ningún modo ociosa, puesto que revela cómo un tipo específico de orden social, de institucionalidad [paralela a la de jure], adquiere vigencia. En otras palabras, se hace evidente que la legislación en torno a algunos temas está poco interiorizada, tanto entre los jóvenes como entre los adultos. Por lo menos, esto es así en lo que refiere a las personas que participaron en la elaboración de nuestro estudio. Una vez más notamos que la esfera pública está seriamente erosionada debido a una constante ineficacia simbólica de las instituciones. Ahora bien, el tema relacionado con la percepción negativa respecto a los cuerpos policíacos no sólo se trajo a colación en los grupos de discusión, sino que fue recurrente también en algunas entrevistas; sobre todo en aquellas que realizamos con personas del género masculino. Como era de esperarse, el tono negativo con el que este tópico era sancionado resultaba bastante similar en buena parte de los discursos. Basta señalar, a manera de ejemplo, una conversación sostenida en diciembre del 2005 con Adrián, un joven de 22 años, cuyo máximo grado de estudios era la preparatoria. Nos referiremos a esta entrevista como E1.312 Adrián señalaba lo siguiente: 312

Si se pretende abordar la brecha entre lo personal y lo político, no es suficiente llevar a cabo grupos de discusión.

Se precisa además contar con elementos que permitan efectuar análisis más «finos», que aborden la construcción de la subjetividad de manera particular. Las entrevistas semi-estructuradas posibilitan este tipo de entradas y complementan la información obtenida a partir de los mencionados grupos.

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Adrián: …pero también tu entorno influye mucho. Se dice que la inseguridad está en México (DF) y que no sé qué, pero, pues [aquí en Jalisco] somos así ya, casi hermanos en inseguridad, y aun peor cuando en vez de defenderte del cholo que está en la esquina ‘tonchando’, te tienes que defender de la policía que te esta buscando, ¿no? ¡Y tú no has hecho nada!

Es clara la consonancia que existe entre los argumentos emitidos por los participantes en G1, G2 y los expuestos por Adrián en E1. Es evidente que en numerosas ocasiones los vínculos entre la juventud y la esfera pública resultan asimétricos y, por ende, conflictivos. Sobre todo en lo que refiere a la relación con los representantes de la autoridad. Esto se explica en buena medida por la ineficacia institucional con la que aquéllos se desempeñan, ya que según los jóvenes que participaron en nuestro estudio, tales representantes efectúan labores radicalmente opuestas a las que tienen designadas: en lugar de proporcionar seguridad provocan desconfianza e incluso miedo. Además ¿qué otros elementos se sugieren como factores que erosionan el orden social? A manera de respuesta puede decirse que la homologación entre «el cholo» y «el policía» hecha por Adrián pone de manifiesto la crisis que atraviesa la esfera pública. Desde luego, este tipo de posicionamientos pueden mostrar una propensión a deslindarse de lo público, a estabilizar la esfera privada. Sin embargo, una lectura más atenta nos revelaría que detrás de ello también es posible encontrar rastros del modo en que desde el espacio privado se construye una esfera pública efímera, evanescente.

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«¡Nada más están robando!»: evaluación del desempeño gubernamental

No era extraño que los individuos a quienes entrevistamos y/o que se involucraron en los grupos de discusión se empeñaran minuciosamente en desmarcarse del acontecer político. De manera específica, lo anterior se acentuaba cuando el diálogo se trasladaba al ámbito del desempeño del gobierno (tanto el federal y el estatal, como los municipales). En numerosas ocasiones, los sujetos se auto-descalificaban, se postulaban como carentes de las competencias necesarias para hablar de los asuntos públicos. Desde luego, esto tiene que ver con las tendencias sugeridas por las estadísticas mostradas al principio de este capítulo. En consonancia con ello, enseguida veremos que buena parte de los jóvenes que participaron en este estudio se encontraban escasamente informados acerca de lo que sucedía con las instancias gubernamentales de la entidad. En otras palabras, el campo político no era un referente al que se aludía en sus discursos. Aunque tal afirmación debería matizarse: si bien es cierto que los sujetos que se involucraron en esta investigación no tenían un conocimiento certero acerca del desempeño institucional de sus gobernantes, sí mostraban un saber práctico con respecto a ello. Las referencias al transporte colectivo y los cuerpos policíacos presentadas en la sección anterior son una prueba que así lo demuestra. Esto nos permite inferir que si las aristas de la política formalmente institucionalizada no están vinculadas con los temas que son parte de la vida de los jóvenes, aquélla difícilmente podrá interpelarlos.

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De cualquier manera, otro de los ejes que explican el distanciamiento entre los jóvenes y la esfera pública radica en la evaluación que aquéllos efectúan acerca del desempeño de sus gobernantes. Esto se lleva a cabo casi siempre con respecto a la [visibilidad de la] obra pública. A continuación analizaremos algunos de los modos en que los sujetos que participaron en este estudio perciben y evalúan las instancias de gobierno. En la entrevista citada más arriba (E1), Adrián señalaba con relación a este tema lo siguiente:

Adrián: Veo que hasta el momento, pues sí hacen buen ‘jale’ en cuanto a algunas cosas. Algo que veo como que se les ‘duerme’ es, por ejemplo, en las obras publicas que supuestamente son para nuestro beneficio; que al final son un fiasco y no funcionan. O igual sí funcionan pero a futuro, ya cuando la gente se acostumbra, porque pues me imagino que por ejemplo, digamos en [la Av.] Lázaro Cárdenas cuando empezaron a hacer los desniveles, la gente al principio igual pensaba lo que yo estoy pensando ahorita de lo que están haciendo en [la Av.] López Mateos y todo eso. Yo creo que al principio la gente todavía no se acostumbraba y gritaba y todo y decía mil cosas, pero ya cuando te acostumbras, a lo mejor ‘pegan’ [a lo mejor son efectivas las obras públicas]. Pero también se me está haciendo un tanto peligroso porque los carriles son muy, muy cerrados y no puedes avanzar a más de, supuestamente 50 km/h. Pero, yo creo que a más de 45 sí es muy peligroso y he visto que ya son muchos ‘choques’ y todo. Entonces ahí creo que están del ‘nabo’. Entonces me gustaría así que se pusieran las pilas y que dijeran:

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a ver, o sea, en vez de contratar a un ‘güey’ que nos cobre mil millones de pesos, ya con todo el ‘jale’ hecho, a tres años, mejor voy y le pregunto a la ciudadanía. Que la ciudadanía primero que nada, los que viven alrededor del lugar donde van a hacer y los que más transitan esas avenidas, a ellos son a los que les deben de preguntar. No nomás decir: es que yo creo que aquí falta, porque se congestiona mucho. Sí, pero ¿por qué se congestiona? ¿No será que tal vez los carriles son muy pequeños? ¿Los semáforos, o sea, deberían de durar más tiempo en verde o en rojo? No sé, todo ese tipo de cosas, que simplemente escarbar y gastar mucho dinero.

En las palabras de Adrián se nota una marcada ambigüedad con respecto a la evaluación del desempeño del gobierno estatal. En principio, le parece que sí se están haciendo algunas cosas bien (i. e. que están haciendo «buen jale»), aunque no se abunda en cuáles. Luego sus razonamientos se desplazan hacia aquello que le resulta negativo en el trabajo de la autoridad estatal, en los aspectos en los que a ésta se «le duerme». La densidad temática (i. e. el énfasis puesto en unos aspectos sobre otros) del discurso de Adrián nos permite inferir que su perspectiva está más inclinada hacia una connotación negativa en cuanto al desempeño institucional del ejecutivo jalisciense. Como ya lo dijimos, las obras públicas de infraestructura aparecen como un factor que le otorga visibilidad a la dimensión formal de lo público. Tal como se desprende de los argumentos de este joven, el incumplimiento en los plazos para la construcción de éstas incide en buena medida en la percepción negativa que se tiene del gobierno entre la juventud.

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Además se translucen temas como la gestión ineficaz de los recursos, y la falta de legitimidad del gobierno debido a su escasa relación/presencia frente a la ciudadanía, lo cual se percibe como coyuntural, etc. El saber práctico puesto en juego por este joven permite inferir que los dos elementos mencionados (i. e. la gestión de los recursos y la cercanía de los gobernantes frente a los ciudadanos) inciden en el carácter evanescente de una esfera publica que presenta serios déficit de civilidad. De hecho, la referencia a esto último –la ciudadanía– como una entidad que debería ser la preocupación central de todo actuar político, evidencia tanto la distancia entre gobierno y gobernados como la idealización/construcción de una esfera pública con características definidas. Lo anterior queda más claro cuando revisamos lo que Adrián (E1) opinaba acerca del desempeño de los gobiernos municipales:

Adrián: Bueno, en realidad yo no entiendo mucho, mucho. Pero por lo que yo he visto, el ‘güey’ que fue, um…, Zamora creo que es, ese ‘güey’ creo que sí se ha ‘deschongado’, porque como he escuchado que cuando visitó colonias, lo que prometía, lo cumplía. Y yo creo que por ejemplo, ahorita que van a ser las elecciones de gobernador y eso, yo creo que ese ‘güey’ sería bueno. Pero como te dije hace rato, la verdad yo no entiendo mucho de política, entonces quién sabe. O sea, a la mejor yo no tengo la razón.

Como decíamos más atrás, de entrada los sujetos se auto-descalificaban debido a que asumían una falta de competencia para discutir acerca de política.

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Desde luego, es evidente que la información que Adrián aporta en esta entrevista es imprecisa y pone de relieve que la relación con la institucionalidad vigente es endeble. El desinterés para involucrarse en la evaluación del desempeño de la gestión gubernamental está presente en buena parte de los discursos recabados. Sin embargo, a pesar de «no saber mucho, mucho», este joven deja entrever en E1 un saber práctico con respecto a la arena política formal: alude a la carrera electoral por la gubernatura de Jalisco; incluso enuncia a uno de los participantes como un posible ganador debido a la evaluación que hace acerca de la gestión que el candidato hizo durante su periodo como alcalde. La riqueza del recuento que hace Adrián en E1 radica en que nos permite afirmar que una relación de cercanía del gobernante con los gobernados incide tanto en la legitimidad como en la percepción que pudiera tener la ciudadanía en términos de la administración de los asuntos públicos. Llevando el argumento a otro nivel, bien puede decirse que estamos siendo testigos del momento en que la vida cotidiana de los jóvenes incide en la configuración que adquiere un régimen como el nuestro. Para reafirmar las ideas expuestas arriba, señalaremos que unos meses atrás, en mayo del 2005, efectuamos otra entrevista en donde también se discutía el tema del desempeño de las instancias gubernamentales de orden municipal. Nos referiremos a dicha entrevista como E2. En ésta, Berenice, una joven de 20 años, quien sólo había cursado la secundaria, comentaba:

Berenice: Pues mira, de hecho este… ¡Pues no se desempeñan del todo! ¿no? {Sonríe con cierta ironía, como si su comentario fuese una broma.

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Luego de un instante adopta una postura más seria}. O sea, prometen una cosa y no hacen nada, y roban mucho. Entonces pues nada más es así como que el signo de pesos lo que los mueve, porque prometen cosas y pues no, no hacen nada. Y pues el que se friega es uno.

Entrevistador: ¿y en el nivel estatal como consideras el desempeño del gobierno?

Berenice: Pues igual estoy inconforme, ¿no? porque uno es el que paga y ellos son los que ganan.

Una vez más nos damos cuenta que la complejidad de la densidad temática está en función del grado de escolaridad del hablante. Sin embargo, tanto el contenido del discurso como la posición identitaria desde el que éste se emite no presentan demasiadas variaciones. La escasa legitimidad con la que cuenta la esfera gubernamental entre la juventud queda expuesta cuando Berenice hace una grave acusación con respecto a quienes la gobiernan: les adjudica el papel de «ladrones», puesto que “prometen una cosa y no hacen nada, y roban mucho”. Este argumento es estrictamente homólogo a otros que hemos descrito más atrás, en los que se le otorga un estatus ontológico similar a los delincuentes y a los servidores públicos. En el caso de Berenice también se nota que no se hace una distinción efectiva entre los distintos niveles de gobierno. Sin embargo, la evaluación negativa permanece constante. Esto entra en consonancia con las

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estadísticas referidas más atrás. En fin, lo que realmente interesa destacar es el hecho de que esta idea está tan arraigada entre la población joven que quizá por ello lo público no represente una oferta atractiva para involucrarse y participar. “…porque uno es el que paga y ellos son los que ganan”, razona Berenice al referirse a cómo percibe el desempeño de los gobiernos municipales; y con ello demarca el núcleo problemático que subyace a la arena política de la entidad: la distancia entre gobernantes y ciudadanía aparece como irreducible. Ello en la medida en que se piensa que aquéllos se benefician sin el menor escrúpulo aún a costa de ésta. Un posicionamiento similar a otros de los expuestos hasta aquí puede extraerse de la siguiente entrevista, la cual llevamos a cabo en febrero del 2006. Nos referiremos a ella como E3. Aquí, Lilia, de 18 años, quien sólo había terminado la educación primaria, razonaba acerca de la función que desempeñan los políticos en el entorno local:

Lilia: Pues, la verdad… No, no, no veo que [los políticos] ayuden a nada, a nada, a nada, nada, nada {dice acelerando el ritmo de su voz, y elevando el volumen de la misma}. Ni siquiera apoyan a la gente {se muestra verdaderamente indignada}. Al contrario, siempre la, la… la excluyen más bien, o sea, no, no ayudan a nada en realidad.

Entrevistador: ¿Qué piensas del desempeño del gobierno del estado?

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Lilia: No, pos mal, porque, es una bola de, de… {Lilia hace una pausa como tratando de buscar las palabras adecuadas, aunque se frustra un poco porque a su juicio parece que no lo logra} ¡Nada más están robando! ¡Se la pasan haciéndose tontos, ahí, y no! No, no hacen nada en realidad, me molestan todos… ¡Los odio! {Dice con un marcado dejo de ironía en la voz {Sonríe, aunque su gesto no denota alegría sino todo lo contrario}.

Un detalle significativo en los argumentos expuestos por Lilia en E3 radica en la reiteración de la perspectiva negativa desde la que observa a los políticos. El énfasis que ella hace no es sino la expresión narrativa y concreta del «desapego apasionado». Según esta joven, la clase política ubicada en el orden municipal desempeña una labor radicalmente opuesta a la que debería llevar a cabo. La ineficacia simbólica institucional se revela una vez más como parte constitutiva de la brecha que delimita un ellos respecto de un nosotros, que evidencia la distancia entre gobierno y ciudadanos, lo cual está en el centro de la configuración de un régimen como el nuestro. Sentirse excluida de los asuntos públicos provoca que ella se repliegue a la esfera privada, que personalice el tema, que lo haga suyo. Sin embargo, esta «retirada» hacia lo privado es, sin duda, altamente politizada, puesto que remite a una dimensión ética, desde la cual se pone en juego el saber práctico [acertado o no] con respecto a lo público; se adopta una postura y se decide frente a un tópico concreto. En otras palabras, el repliegue de Lilia delimita el papel que ella supone que debería cumplir el Estado. Al mismo tiempo, emite un juicio contundente: “…no ayudan a nada, en realidad”. El asunto se recrudece

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si el tema es abordado considerando la escala estatal de gobierno. Una vez más surge la acusación de «ladrones» con relación a los políticos. La expresión con la que Lilia (E3) cierra su respuesta indica claramente cómo lo público (i. e. el desempeño del gobierno estatal) se traslada a lo privado, se tematiza en corto y se torna un asunto personal. “Los odio” [a los políticos], asevera ella, mostrando con claridad el profundo desencanto que atraviesa a buena parte del sector juvenil con respecto a la dimensión formalmente institucionalizada de la arena política. Otro aspecto que resalta en las palabras de Lilia (E3) indica que es poco frecuente que se establezca una distinción clara con respecto a los distintos niveles de gobierno que prestan un servicio o que edifican una obra pública. Tampoco se marcan las fronteras entre los organismos privados y aquellos de orden público. La evaluación que se hace del desempeño institucional es ambigua, aunque muestra un sesgo hacia una sanción predominantemente negativa. Así, en ocasiones se hace patente cierto reconocimiento en cuanto al desarrollo de infraestructura en la entidad, como uno de los ejes que dotan de sustancia a la esfera pública. Sin embargo, también se ejerce una crítica severa a muchas de las acciones llevadas a cabo por los diferentes órdenes de gobierno. Aunque vale la pena señalar que ésta no se realiza de manera informada y precisa. Por ende, no es extraño encontrar en los esquemas narrativos de los jóvenes, expresiones apasionadas de descontento y molestia dirigidas hacia las diversas administraciones, sin que se abunde en argumentos razonados para ello. Desde luego, tampoco es difícil escuchar impugnaciones que, aunque vagas, ponen de manifiesto que

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el desencanto y la ironía se van posicionando entre algunos jóvenes como una forma predominante para vincularse con lo público. A manera de ejemplo, podemos señalar que en el contexto de un grupo de discusión (G1), Elia comentaba:

Elia: Es difícil integrar a la sociedad. Y en esos casos, como en el del movimiento del 68, a mi papá le iba a tocar ir a ese movimiento. Entonces, él me platica que se dio mucho la sectorización entre los obreros, los estudiantes y otros grupos. Entonces, al Estado no le conviene que se alíen los ciudadanos. Entonces el Estado ¿qué hace?, reprime. De modo que los tenga sometidos y así no se levanten. Yo pienso que eso tiene mucho que ver con las agrupaciones actuales. O sea, que te plantean que al gobierno no le convienen tus intereses, y ve la mejor manera de ‘fregarte’. Entonces, ya te ponen ahí con que lo del 28 de mayo. Pero así como lo están mencionando, quiere decir que el gobierno está planteando una manera de reprimir a la sociedad para que no vaya en contra de sus propios intereses [de los intereses del gobierno].

La connotación negativa hacia aquello que se involucra con lo que los jóvenes entrevistados entienden por «gobierno», es una marca conspicua en buena parte de los esquemas narrativos. En términos generales, prevalece una tendencia a identificar a los políticos como entes lejanos, imbuidos por una especie de «razón maquiavélica», es decir, por una disposición casi genética que los orilla a la obtención acelerada e indiscriminada de beneficios personales, aún a costa

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de los ciudadanos. Los políticos se perciben, pues, como sujetos ineptos para el desempeño de las funciones que legalmente les corresponden, pero extremadamente capaces para sacar provecho de casi cualquier situación; aún si ello implica actividades «de rapiña». Como podemos observar, la percepción negativa que prevalece entre los jóvenes jaliscienses entrevistados con respecto a lo público está íntimamente relacionada con la ineficacia simbólica con la que es vista la arena política. En términos generales, los logros o aciertos de la gestión pública no son considerados al momento en que los jóvenes hacen una reflexión evaluativa de los gobiernos. O si se integran en la evaluación del desempeño ocupan sólo un lugar marginal. Más bien, lo que predomina es la idea de que lo público está «colonizado» por ciertos intereses privados [de los sujetos que ostentan posiciones de poder], fragmentado por la rapacidad de los políticos. Para ilustrar lo anterior, veamos que en G2, Eduardo pone el énfasis en la distancia percibida entre el gobierno/los políticos y la ciudadanía. Como si lo que ocurriese en la esfera pública tuviese lugar en un sitio lejano e inaccesible para los seres humanos comunes; como si en realidad, a pesar de lo que allí ocurre, la vida siguiera:

Eduardo: Si le echas ganas [al trabajo], tienes [recursos económicos]. El gobierno ¿sabes en lo que se clava? En sacar para ellos [para los políticos], nomás.

Si entre la juventud jalisciense es verificable una propensión a estabilizar la esfera privada, las palabras de Eduardo nos permiten situar lo anterior precisa-

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mente en la brecha que se percibe entre la ciudadanía y los gobernantes. Además, posibilitan señalar que lo político se piensa entre algunos jóvenes jaliscienses como una esfera corrupta, habitada por seres maquiavélicos y carentes de escrúpulos [los políticos, deseosos de obtener beneficios a como dé lugar]. Como veremos más adelante, lo público, en tanto referente para la construcción de los proyectos identitarios de la juventud, es visto de manera pragmática: la participación social/política se postula más como una vía para la satisfacción de las necesidades personales, para la obtención de bienestar subjetivo, más que como un deber cívico que apunte hacia el interés común. Como vemos en los argumentos referidos hasta aquí, las grietas que se abren entre la sociedad y el Estado pueden rastrearse por todas partes. Hay en los esquemas narrativos mostrados en esta sección una separación constante entre un ellos y un nosotros; entre el gobierno y los ciudadanos, en la que ambos lados del espectro se plantean casi como antagónicos. La clara delimitación de esta frontera es constitutiva de un campo político con perfiles como el nuestro. A su vez, es un factor que explica en buena medida dónde están situados los núcleos problemáticos que impiden el avance de una transición democrática como la señalan los cánones. No está demás aducir que el ámbito de la vida cotidiana representa, bajo la óptica desde la que parte este estudio, un lugar privilegiado para observar cómo se va estructurando el horizonte sociopolítico día con día. En los esquemas narrativos abordados hasta aquí, queda claro que el involucramiento con respecto al campo político formal es rechazado de manera tajante/apasionada por buena parte de los sujetos que participaron en nuestro estu-

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dio. Esto tiene como consecuencia una especie de vaciamiento, de evaporación, de la esfera pública y, por ende, incide en las formas que adoptan regímenes como el nuestro. En otras palabras, pareciera que en principio —por lo menos en un primer nivel discursivo— la política no representa una opción (ni como vía para expresar la ciudadanía, ni como una posible fuente de trabajo) para buena parte de la juventud que habita en la entidad. El análisis de aspectos tales como la prestación de servicios, la erección de obras públicas y la evaluación del desempeño gubernamental sostienen esta afirmación. Pero, como hemos reiterado, la relación entre los sujetos juveniles y la esfera pública es ambigua y tiene un vínculo directo con el contexto en que lo político se tematiza: más que un ámbito que aparezca como blanco o negro, en el que los jóvenes son o apocalípticos o integrados, lo que se tiene es un tapiz matizado por una infinidad de tonos grisáceos y claroscuros. Con el objeto de captar la ambigüedad constitutiva de la relación entre juventud y política, es por demás interesante indagar el pragmatismo, el actuar estratégico y discreto, como un posicionamiento recurrente qua postura que se presenta como válida para extender lazos con/y distanciarse de lo público. En un grupo de discusión (G1), Luz razonaba acerca de este tema, y explicaba tanto por qué no se involucraría en el ámbito formalmente institucionalizado de la política, como el contexto en el que sí participaría en ello:

Luz: Pues porque no cubre mis expectativas. Porque es con la visión con la que has crecido sobre el Estado. O con la que te has apropiado. Entonces, yo por ejemplo, si me dijeras: “le entras a tal partido, te va a ir súper ‘chido’ y

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la ‘madre’”, pues a lo mejor lo tomo, pero sólo como estrategia. Y estrategia de sobrevivencia, o no sé. Pero sólo como estrategia, no porque diga: “Simón, yo comparto la idea del PAN, o estoy con mi patria”. ‘Nel’, ‘ni madres’, a mí no me interesa. Pudiera tomarlo nada más como estrategia.

En las palabras de Luz (G1) se ponen de relieve valores inherentes al discurso cívico más clásico, tales como el patriotismo o la civilidad. Lo interesante aquí radica en que aquéllos se postulan como elementos carentes de significado, como vacíos de contenido, incapaces de interpelar a la juventud en su vida cotidiana. Desde luego, una primera lectura de ello refleja quizá en su forma más pura el déficit democrático que aqueja a regímenes como el nuestro. Pero a su vez, una exploración más profunda también permite identificar y comprender las formas que instrumentan los jóvenes frente a situaciones concretas de indecibilidad, es decir, políticas. Analizar estas cuestiones resulta crucial en la medida en que arrojan luz sobre algunos aspectos que han sido dejados de lado por buena parte de las investigaciones de la cultura política en México. La respuesta emitida por Luz es contundente al señalar que el Estado (y la oferta emanada de éste) no «cubre sus expectativas». La «apropiación de la visión» a la que ella alude narra cómo la ineficacia simbólica es un factor fundamental para entender cómo se produce la apatía entre los jóvenes. Cada vez se hace más evidente la brecha que se abre entre la oferta estatal y las demandas juveniles, y cómo ésta se va tornando en parte constitutiva de la arena política jalisciense –y estaríamos tentados a decir mexicana–. Sin embargo, a pesar del auto-desmarcaje efectuado por Luz, lo

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público no se descarta por completo, puesto que se integra al discurso en tanto una vía para el desarrollo personal. Aunque —insistimos—, ello no implica una convergencia entre lo público y lo privado, ni una armonización del proyecto identitario con la creación de un interés público. Más bien, lo que se aprecia es una postura pragmática, desde la cual lo político aparece como una estrategia de sobrevivencia que podría conducir al bienestar subjetivo, individual. A ello se suma la idea de que las diferencias en términos del espectro ideológico no representan un factor de peso para algunos jóvenes. Mucho menos un camino viable para efectuar un proceso de adscripción identitaria. Más bien, lo que se revela es un marcado pragmatismo en el que acceder a lo público se vuelve un asunto privado, un medio para lograr un fin: conseguir un mayor bienestar personal. Frente a las preguntas que interrogan acerca de este tema, se observa que las fronteras que definen lo que da cuerpo a la «izquierda» y la «derecha» en tanto opciones políticas se difuminan y terminan siendo cada vez más una y la misma. En una entrevista realizada en diciembre del 2005, a la que nos referiremos como E4, Arnulfo, de 21 años, quien en el tiempo en que fue establecida esta conversación, estaba interesado en estudiar la carrera de Derecho, dialogaba al respecto de esta manera:

Arnulfo: Sobre eso sí es así como que me da risa {el tono que adopta Arnulfo es burlón}. Porque, bueno, los del PRD son ex-priístas; y los del PAN: ¡hasta los más pelones se hacen trenzas! ¿No? Porque quieren ganar todo lo que han perdido [mientras fueron oposición]. Se vio simplemente con el

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presidente Fox: de que nunca habían tenido nada y abarcaron todo lo que pudieron: de lo que podían, lo que se les ponía enfrente lo tronaban y puro para ellos, y muy poco para los demás. Es igual que todos los demás. Ha sido igual. Me da… {Hace un gesto como de asco}. Siento que las elecciones o la política que están haciendo hoy en día es más que nada ‘chusca’. No hay respeto hacia un político, o sea, ponle que el presidente Fox, será el menso de los presidentes, o el menos estudiado, o lo que tú quieras, pero es el presidente de la Republica y se le tiene que dar un respeto. Punto. Cosa que por la libertad de expresión que tiene este país, no se le ha dado. ¡O sea, hay límites!

En el ejemplo presentado arriba, extraído de E4, se pone de relieve un posicionamiento desde el cual lo político se observa como un espacio carente de legitimidad —chusco, incluso— debido a que no se percibe una diferenciación efectiva entre las distintas opciones que existen en el espectro político nacional. En las palabras de Arnulfo puede entreverse un saber práctico (que puede ser certero o no) que revela un posicionamiento situado en las coordenadas del desencanto, del desapego: “…los del PRD son ex-priístas; y los del PAN: ¡hasta los más pelones se hacen trenzas! ¿No?”, dice Arnulfo sintetizando con ello lo que percibe en torno al escenario del país. A lo anterior se suma la ambigüedad con la que los jóvenes suelen referirse a lo público: la figura presidencial encarnada por Vicente Fox infunde poquísimo respeto, puesto que se le percibe como un personaje que, además de incompetente, es igual de corrupto que los de adminis-

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traciones diferentes, priístas. Sin embargo, más adelante, Arnulfo muestra que a pesar de ello “…el presidente Fox será el menso de los presidentes, o el menos estudiado, o lo que tú quieras, pero es el presidente de la República y se le tiene que dar un respeto”. En este sentido, el joven entrevistado aduce que la libertad de expresión —uno de los valores más preciados de la democracia mexicana— tiende a erosionar, paradójicamente, el orden institucional. La ambigüedad que se desprende de los razonamientos de Arnulfo puede ser vista como una constante en buena parte de los esquemas narrativos analizados. Por otro lado, la referencia al deseo de estudiar una carrera mostrado por Arnulfo no es menor, ya que muestra la superficie de un conjunto de aspiraciones más profundas, las cuales tienden a la obtención de mayor bienestar personal. En otras palabras, se privilegia la estabilización de lo privado. En síntesis, la importancia de los razonamientos expuestos en E4 radica en que tienen una relación estructural homóloga con otros que ya hemos visto, tanto en grupos de discusión como en entrevistas: se alude a algunos valores de la democracia, pero se sancionan de manera negativa (i. e. el caso de la libertad de expresión). Ello pone de manifiesto tanto la lejanía con la que se percibe el campo político, como la relación ambigua que se mantiene con respecto a éste. En otra entrevista (E1), en la que también se refleja con claridad la distancia que se abre entre la juventud y la esfera pública y que, por ende, ilustran otra de las rutas por las que transita el desencanto juvenil, Adrián comentaba lo siguiente:

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Adrián: No entiendo nada de política. Me desespera entender. O sea, sí me desespera no entender, y no hago nada para cambiarlo {Adrián alza la voz]. Pero no hago nada para cambiarlo porque digo: “al fin y al cabo”… Es que, bueno, a esta corta edad [hay otras cosas por qué preocuparse]. Se me hace así como que ahora voy entendiendo cosas que antes no entendía. Por ejemplo: con Vicente Fox fue cuando creo que yo empecé a entender la política hasta cierto punto. Yo me acuerdo que él llegaba y [decía]: “No. Es que voy a cambiar lo de los inmigrantes; ya va a dejar de haber inseguridad ya va a haber más empleo; y ya va a haber más cosas”. Y el ‘güey’, para todo lo que quiere hacer, va y le pide permiso a los diputados y senadores; y si los diputados y senadores le dicen: “no, no quiero”, él simplemente se la ‘peló’ y ya no puede hacer nada. Sí, y ahorita yo por eso digo, “no mames”, se están peleando que si Bejarano, y que si toda esa ‘bola de pendejos’. ¡Todos nos van a robar! De alguna u otra manera, ¡todos nos van a robar! Si queda Bejarano de presidente, otro ‘güey’ va a decir: “no es que ese ‘güey’ era un ladrón”. Y si queda otro ‘güey’, Bejarano va a decir: “no, es que ese ‘güey’ también era un ladrón”. Y al final todos se van a querer investigar, todos se hacen ‘pendejos’, y todos nos van a robar.

Con lo expuesto aquí puede establecerse que además de los posicionamientos usuales atribuidos a los sujetos juveniles con respecto a la esfera pública (i. e. apocalípticos e integrados), también puede verse una especie de intersticio en el que, desde la apatía y el desencanto, se estructura una discursividad en torno a dicha

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esfera. Desde luego, las notas predominantes en este tipo de registros discursivos son el escepticismo y la ambivalencia. En otras palabras, aquellos jóvenes que no están adscritos a ningún campo de acción social formal también se posicionan frente al entorno político, aunque esta toma de postura implique un desmarque enfático, un «desapego apasionado», con relación a aquél. Desde una perspectiva que privilegia el pragmatismo y el actuar discreto, los argumentos expresados por Adrián ponen de manifiesto la necesidad que intuyen los jóvenes de comprender lo que ocurre en el ámbito político, de informarse. Pero al mismo tiempo se evidencia en su expresión más pura lo poco que atrae dicho ámbito en tanto eje para la participación y el involucramiento activo de la juventud: este joven, por ejemplo, está consciente que «no sabe de política». Sin embargo, también deja en claro que no hace nada para remediar esta situación, y ello lo «desespera». ¿A qué se debe lo anterior? La respuesta del entrevistado es contundente: a su «corta edad» existen otras cosas más importantes de qué preocuparse. Esto evidencia la profunda interiorización de las imágenes culturales de lo juvenil creadas institucionalmente. A ello se suma además un aspecto que no puede obviarse: la referencia a la relación más equitativa entre el presidente de la República y las Cámaras de Diputados y Senadores se postula —paradójicamente— como un freno para el avance democrático. Esto está de acuerdo con las cifras mostradas al principio del capítulo, en donde se señala que el presidencialismo autoritario característico del antiguo régimen produce una peligrosa nostalgia entre algunos sectores de la población. Más adelante volveremos sobre este punto. Por el momento basta señalar que la riqueza analítica de los planteamientos emitidos en E1 por Adrián radica en que

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nos permiten atestiguar los motivos por los cuales la juventud no se involucra en esfera de la acción social. Éstos, por supuesto, están íntimamente ligados con el propio modo de vivir y experimentar tanto la juventud como lo democrático entre este sector poblacional. Pareciera como si involucrarse en la construcción de la esfera pública de manera activa fuese una cuestión delimitada a la etapa adulta de la vida. El asunto no es menor porque, como ya se dijo, está vinculado con la interiorización de las imágenes culturales que vimos en el capítulo anterior, las cuales postulan al joven como un ser incompleto, postergado. Más aún, en E1 se aportan elementos de la vida política de nuestro país que, aunque narrados de manera anecdótica y un tanto ambigua, resultan claros ejemplos de los esquemas que se estructuran desde el desencanto y la apatía. Lo que se pone en juego arriba es, una vez más, la ineficacia simbólica que ciertos sectores de la juventud perciben en el entorno institucionalizado de la esfera pública. Este tipo de cuestiones se acentúa más conforme se acercan las coyunturas electorales. En una entrevista realizada en junio del 2006 (E8), a sólo unas semanas de las elecciones presidenciales, Silvia, una joven de 22 años, estudiante de Filosofía, comentaba acerca del ambiente enrarecido que se vislumbró a lo largo de buena parte de las campañas electorales:

Silvia: …siempre se han visto esos conflictos y demás. Pero creo que ahora [las campañas presidenciales] ya se están manejando como payasadas, como telenovela de canal dos. ¿No? Eso es lo que me ha impactado.

Entrevistador: ¿Por qué crees que esto sea así?

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Silvia: Pues no sé, pienso que se ha perdido el interés en la política. [Los candidatos] lo hacen para llamar la atención y que uno esté interesado ya en ese tema, ¿no? Por ejemplo, ¿qué es eso de hacer llamadas, no? ¿Para qué? ¡Para apoyar a un candidato! Se me hace, se me sigue haciendo muy ‘chusco’, ¿no? Porque [la política] se están poniendo [los candidatos] a la misma altura de “Big Brother”, o de “Cantando por un sueño”: “…a ver, llama y apóyame”, ¿no? Y eso se me ha hecho definitivamente otra cosa. Cada día se está perdiendo más ese concepto que realmente se tenía por política, ¿no? El preocuparse por el pueblo, ¿no? O por el Estado, crear instituciones realmente que sean para mejorar al pueblo, ¿no? Creo que ya se está perdiendo eso, y ya. No sé, [los políticos] lo ven [al poder] con intereses muy propios. O sea, ya no se están preocupando por el pueblo.

Las palabras de Silvia en E8 ilustran cómo la esfera pública tiende a «evaporarse», lo cual ocasiona que la política se vea como algo descompuesto, fallido. Como se observa, frente a la coyuntura electoral, algunos jóvenes jaliscienses como Silvia consideran como «normal» la serie de conflictos que tienen lugar (i. e. las acusaciones entre los principales candidatos, las campañas del miedo, etc.), se piensan como parte de la regularidad democrática. Sin embargo, hay «algo» (particular pero a la vez inaprensible) en estas elecciones que las hacen parecer poco legítimas, mucho menos atrayentes, aún a pesar de la multitud de dispositivos que las legitiman y transparentan (i. e. la ciudadanización del IFE). Así, un evento que debería ser la máxima expresión de la ciudadanía en una democracia consolidada se percibe como perverso, resulta ser una «payasada» cuyo estatus

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ontológico es el mismo que el de una «telenovela del canal dos». ¿A qué se atribuye lo anterior? La respuesta de Silvia revela tanto una postura clara con respecto a lo político, como un saber práctico bastante consistente: las estrategias de ataque mutuo entre partidos se plantean como una forma de atraer la atención de los votantes; sin embargo, dichas estrategias tienen altos costos en términos del capital político, puesto que producen un efecto radicalmente opuesto al buscado: más que cautivar, mediante este tipo de actuares, los partidos consiguen que la juventud se desencante con mayor intensidad (que se desapegue de manera más apasionada) del campo político. En este sentido, las candidaturas quedan disminuidas, reducidas a la altura de un «reality show». Tanto la elevada participación ciudadana en los comicios de julio del 2006, como los resultados arrojados por éstos, bien pueden leerse como una airada protesta en contra de las «guerras de lodo» que enturbiaron las larguísimas campañas que precedieron al día de la elección,313 es decir, como otra de las muchas aristas del desencanto.

«No hay democracia»: ¿Más allá de la(s) izquierda(s) y la(s) derecha(s)?

Hemos visto que entre los principales factores que le permiten a los sujetos decidir acerca del desempeño de sus gobiernos se destacan tanto la prestación de servicios (i. e. el transporte colectivo, la movilidad urbana, la obra pública) como la relación de cercanía/lejanía que los políticos mantienen con respecto

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Al día 3 del julio de 2006 se contabilizaba una participación ciudadana en los comicios cercana al 60 % del padrón

electoral, lo cual es una cifra que superó por mucho a la que se tenía estimada.

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a la ciudadanía en general. En cuanto al primero de estos ejes evaluativos, se observa que la visibilidad de las obras de infraestructura posibilita una mejor catalogación de la información que circula en el entorno, y establece un vínculo con aspectos tales como la eficacia del desempeño gubernamental y la racionalidad administrativa. Desde esta perspectiva, las adscripciones ideológicas (a izquierda o derecha) parecen carecer de importancia, es decir, el hecho de que las autoridades sean de un partido u otro no es determinante para obtener buenas o malas lecturas de su hacer. Aunque esto no quiere decir que una evaluación positiva de la obra pública (o negativa, como en el caso del transporte colectivo) implique necesariamente una percepción de cercanía entre gobierno y gobernados. Esto queda más claro cuando aludimos al segundo factor evaluativo, es decir, a la presencia (o ausencia) de los actores políticos frente a la ciudadanía. Ésta se refleja en la narración de hechos políticos dispersos, poco vinculados entre sí, los cuales son relatados con imprecisión e integrados por los jóvenes en el fluir de su registro temático. Este es otro de los elementos que permitiría explicar el distanciamiento/desapego en el que hemos insistido. En las palabras de Silvia (E8), queda claro cómo en el ámbito privado se va construyendo una esfera pública evanescente, efímera. Esto se hace más evidente cuando la entrevistada reflexiona acerca de la democracia y comenta que:

Silvia: Más que democracia, se me hace que lo que tenemos es como un tipo de monarquía, o a veces hasta tiranía, ¿no? Entonces creo que sí hay [democracia], está como en un estado medio enfermo… Es una política enferma.

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Como puede apreciarse tanto en los diálogos grupales como en las entrevistas, se pone de relieve una serie de observaciones que tienden hacia la crítica, las cuales evidencian una especie de malestar con respecto al desempeño gubernamental y, en general, hacia los componentes de la arena política. Sin embargo, la referencia a la visibilidad de las obras públicas, y la evaluación que los sujetos hacen del desempeño gubernamental con base en ello, no resulta suficiente. Para dar cuenta de las causas –y sobre todo de lo que se dice y calla desde las «trincheras» del desencanto juvenil–, es preciso indagar otros modos de expresar el distanciamiento con respecto al horizonte de la acción política. Se requiere, pues, abundar en el análisis de otras aristas que permitan poner de relieve el posicionamiento que adoptan los jóvenes con respecto a temáticas concretas, tales como el ejercicio del voto. En una entrevista, la cual denominamos como E3, Lilia decía:

Lilia: No, no me interesa nada sobre las elecciones. Nada. Porque [los políticos] son unos rateros…

Entrevistador: ¿No vas a votar?

Lilia: No. ¡Nunca en mi vida pienso votar! De todos modos, aunque vote, mi voto va a ser desechado por el caño, porque cada quien elige a los que se le da la gana, así que no me importa, nunca voy a votar en mi vida {el tono adoptado por Lilia muestra un evidente desencanto. El énfasis que le otorga

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a sus palabras así lo manifiesta}.

Hemos encontrado argumentos similares a los expuestos por Lilia en varias de las entrevistas efectuadas. De manera general, puede decirse que la postura frente a las elecciones realizadas el 2 de julio del 2006 tendía a gravitar alrededor de una profunda ironía, de una incredulidad creciente. Más adelante veremos cómo esto tuvo eco en las elecciones del 2012, con el movimiento de corte estudiantil denominado YoSoy132. Como quiera que sea, entre buena parte de los jóvenes jaliscienses se considera que, a pesar de que se cuenta con una democracia electoral más o menos fiable, lo político genera amplia desconfianza. Lo que realmente importa no es el día de la votación, ni las dinámicas que tengan lugar en las casillas, sino los seis años siguientes a dicha fecha. Por ejemplo, Silvia señalaba en E8, con respecto a la coyuntura electoral lo siguiente:

Silvia: {Ríe a carcajadas} Pues definitivamente pienso que [las elecciones] van a ser así como que peores que cuando Fox ganó la presidencia ¿no? Ceo que definitivamente éstas van a ser como un caos, no se qué vaya a… Estoy a la expectativa de qué va a suceder —como yo creo todo mexicano lo está—. Porque se ve que definitivamente las elecciones están cómo para dar risa. Sí, pues las veo cómo un acontecimiento, pero, cómico {nuevamente risas}.

Más allá del resultado de los comicios, lo que se observa aquí es que tanto la democracia como las acciones gubernamentales son entendidas como algo que

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ocurre en una esfera lejana, a la que sólo tienen acceso los políticos. Es como si ello estuviera completamente vedado para la ciudadanía, a pesar de ser un tema de su total interés. Cualquier aproximación a los asuntos públicos por parte de la juventud resulta, cuando menos, espinosa. Cuando esto se verbaliza puede apreciarse que en torno al tópico surge un desencanto significativo. Es cierto que varía la densidad informativa y la complejidad de la argumentación cuando se «asciende» en la escala educativa hacia mayores grados de escolaridad. No obstante, la estructura que subyace a buena parte de los argumentos expresados por quienes participaron en este estudio resulta bastante similar. Ello es crucial en la medida en que constituye la base de los andamiajes que permiten entender las causas del desencanto juvenil, del «desapego apasionado» con el que la juventud hace frente a la dimensión formalmente institucionalizada de lo político. Recordemos que, en última instancia, la esfera pública se construye a partir de tales andamiajes, en el devenir diario. A ello se suma que la auto-descalificación debido a una falta de competencias para discutir acerca de política fue una constante verificable en los esquemas narrativos analizados. En una entrevista realizada en mayo del 2006, a la cual nos referiremos como (E5), Manuel, un joven de 18 años con estudios truncos de bachillerato, señalaba:

Entrevistador: ¿Qué piensas con respecto a la política?

Manuel: No, mejor yo no digo nada. Cero. {En su rostro se dibuja una son-

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risa irónica}

Entrevistador: ¿Y acerca de la democracia?

Manuel: Es algo que debemos llevar en cuenta todos, ¿no? Hacia todo. {Ríe de nuevo}.

Vemos pues que la ironía se erige como una estrategia que permite deslindarse de la dimensión formalmente institucionalizada de lo político. Aquellas ideas que circulan en el espacio público y que son postuladas como valores ineludibles son tomadas con cierta ludicidad, incluso con sorna. En principio, la lectura que se impone a los argumentos enunciados por Manuel es doble. Por una parte, parecería evidente que este joven no cuenta con un conocimiento mínimo y certero en lo que refiere a la conceptualización de la democracia o de los asuntos públicos. En este caso, la apatía puede interpretarse como una de las causas del profundo déficit democrático que envuelve a regímenes como el nuestro. Esta primera lectura indica que estamos frente a sujetos entre los que lo político genera cierto escozor y desconfianza. Ello se ilustra con otro fragmento extraído de una entrevista llevada a cabo en mayo del 2005, a la cual nos referiremos como E6. En ésta, Rita, una chica de 16 años, quien apenas había terminado la primaria, mencionaba lo siguiente:

Entrevistador: ¿Cuál es tu postura frente a la política?

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Rita: No, pues ninguna.

Entrevistador: ¿En cuanto a la democracia?

Rita: Ninguna. {La entrevistada reía tímidamente. Además, ella se mostró perpleja cuando las preguntas se dirigían al tema de la política. Señalo esto porque esta fue la única vez que sucedió algo parecido con algún sujeto entrevistado. Pareciera que Rita no tenia idea de qué se le estaba preguntando. Mientras realicé la entrevista, la chica estaba con un grupo de amigas. Le pregunté si deseaba que le aclarara el tema sobre el cual la estaba interrogando, pero no quiso que lo hiciera, tal vez porque ello la hubiera hecho quedar en ridículo con sus amigas que estaban ahí. Tal vez porque verdaderamente no estaba interesada en discutir el tema}.

Entrevistador: ¿Para ti qué es ser mexicana?

Rita: No, no sé que significa eso.

Entrevistador: ¿No sientes nada de ser mexicana? ¿Te va, te viene?

Rita: Sí, ni me va, ni me viene {más risas}.

.

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En principio, pareciera que las respuestas ofrecidas por Rita en E6 carecen de sustancia en términos analíticos. Sin embargo, consideramos que ello no es tanto así. Es cierto que con su actitud, esta joven incide muy poco en la construcción de un régimen democrático más efectivo. No obstante, su posicionamiento también nos deja entrever esa especie de «núcleo duro» que se articula discursivamente desde el más profundo desencanto. Esta «segunda lectura» es fundamental para entender que la escasa participación de los jóvenes en la construcción de la esfera pública se debe al poco eco que hacen en sujetos como Rita ideas como la democracia, la identidad nacional, o la política. Esto es una constante cuando se analiza la relación entre juventud y esfera pública. Si desplazamos la mirada, podremos ver en consecuencia que más que una mancha ocre en el paño inmaculado del espacio público habermasiano, la postura adoptada por Rita se torna constitutiva de un régimen político como el nuestro. Para ilustrar lo anterior, veamos lo que al respecto señalaba Oscar, un estudiante de filosofía de 22 años, en E9:

Entrevistador: ¿Qué piensas acerca de la política?

Oscar: Creo que la política oficial debería de terminarse. Pero eso es un pensamiento muy utópico, y pues… Por lo pronto hay que ver cuáles, qué perspectivas políticas se pueden apoyar. Pero, te digo: es muy, muy difícil. Más bien es cuestión de estrategia. Y yo soy partidario de otras políticas que no tengan que ver necesariamente con las que están dentro del sistema

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electoral. Porque hay otras formas de hacer política.

Entrevistador: ¿Y tu opinión acerca de la democracia?

Oscar: {risas} Esa es una de las mayores utopías. Y en la práctica es un asco, porque el país en el que mejor funciona la democracia es Estados Unidos. Y Estados Unidos es un asco gubernamentalmente hablando. Esa sería mi opinión.

El hacer estratégico, pragmático, se presenta una vez más como un componente fundamental de la incidencia de la juventud en términos de la arquitectura de lo político. Para ilustrar este punto, véase por ejemplo lo que dijo en febrero del 2006 Fernando, un estudiante de preparatoria de 18 años, cuando fue entrevistado acerca de la política y la democracia. Nos referiremos a esta entrevista como E7:

Fernando: ¿La política? Ahí, puro ‘puerco’ que no hace nada. ¿Sobre la democracia?: Buena para nosotros [los ciudadanos], pero, de todos modos resulta lo mismo…

En las palabras de Fernando se entrevé una doble postura que vale la pena examinar. En principio, se asume que la política es una esfera contaminada, erosionada, que ha sido colonizada por seres –los políticos– incapaces. Según este joven, la arena política

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es habitada por «puros puercos», por sujetos que indiscriminadamente sitúa como pertenecientes a la más baja ralea. En cambio, la democracia se acepta como algo bueno, como un elemento que podría incidir en el bienestar de la sociedad toda. Sin embargo, en algún momento se opera una destemplada vuelta a lo concreto de la realidad sin cambio, a la inercia del sistema que prevalece a pesar de la alternancia en la Presidencia de la República. Por esas mismas fechas, en otra entrevista (E2), Berenice reflexionaba acerca de la democracia, y señalaba que:

Berenice: Pues democracia es de que todos tengamos voz ¿no? Y voto o algo así. Pues no ¡No nos toman mucho en cuenta! Nada más nos toman en los votos, no en la voz.

En las palabras de Fernando (E7) y Berenice (E2) se percibe que frente a la democracia à la mexicana emerge, insistimos, un marcado descontento. Las causas a las que ello puede atribuirse gravitan alrededor de la poca confianza que despierta el campo político formal entre la juventud. Fernando es contundente cuando señala que en la política sólo hay ineptos que «no hacen nada». Una vez más, los políticos son percibidos como seres nefastos, interesados sólo en la obtención de beneficios particulares. Tanto para Fernando como para Berenice, la democracia se concibe como un ideal que podría redundar en beneficio de la ciudadanía y que, sin embargo, no se cumple. Hay un abismo entre la conceptualización de la democracia y su práctica real. Esto se acentúa cuando el tema es llevado a situaciones más concretas, las cuales permiten poner de relieve la

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relación distante entre gobierno y ciudadanos. En otra entrevista (E1), Adrián comentaba lo que a continuación se muestra:

Adrián: No hay democracia. O sea, si el pueblo en realidad fuera a gobernar y Fox es quien nos tiene que representar como pueblo, él en vez de ir a Hong Kong, debería de venir a una colonia y decir: “a ver, ¿Aquí qué hay? ¿Falta agua, no falta agua? ¿Hay trabajo? Y si hay trabajo o si hay poco empleo ¿por qué hay poco empleo? A ver, ¿cuánto tiempo te toma para ir a tu trabajo?” “¿Tú en que trabajas, Lupita {el entrevistado abrió un diálogo con un interlocutor imaginario}?” “No, pos yo trabajo en Soriana”. “¿Y cuanto tiempo te toma a ti, ir de tu casa a Soriana?” “No, pues una hora”. “Ah, pues yo voy a invertir como presidente para que se abran más empleos”. “No sé, poner otro tipo de empresas más cerca de tu casa, para que haya más empleos por todos lados”. ¿No? Más préstamos de dinero y cosas así. Entonces desde ese momento, creo que no hay democracia, porque Fox esta en otros lados en vez de ir con el pueblo. Creo que está desfasado ese ‘güey’. Creo que no sabe el ‘jale’ que tiene que hacer ese ‘güey’, pues.

En lo dicho por Adrián se hace evidente un saber práctico, elemental, con respecto al significado de la democracia qua gobierno del pueblo. Desde luego, desde una perspectiva que pretenda evaluar el conocimiento político de los jóvenes, el déficit de civilidad puede atribuirse, por ejemplo, al saber poco certero desplegado por el entrevistado. No obstante, recordemos que lo que aquí nos in-

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teresa es más la cultura política y no tanto la educación política de la juventud. No intentamos, pues, efectuar una labor evaluativa. En este sentido, lo que resulta verdaderamente interesante aquí consiste en cómo este joven pone en juego sus saberes para emitir un diagnóstico y evaluar el estado de nuestra democracia. Ello sin duda influye en los diversos posicionamientos que podrían observarse si se le diera un seguimiento más puntual y de largo aliento a las trayectorias seguidas por los sujetos entrevistados. Esto es así porque los saberes desplegados por Adrián también contribuyen a armar su propia palestra, a construir su posicionamiento discursivo frente a lo público. Siguiendo con esta misma lógica, veamos lo que decía otro sujeto, Eduardo, en el contexto de un grupo de discusión (G2):

Eduardo: Yo al país lo veo, la ‘neta’, bien ‘chingado’. Todo se mueve por ‘palancas’. No hay igualdad ni democracia. No hay unanimidad. Tienes dinero y te dan privilegios. No tienes y ‘vales madres’.

Queda claro que cuando los jóvenes reflexionan acerca de la relación que establecen con valores tales como la democracia, tienden a vincular esta noción con una dimensión ideal, abstracta, en la cual circulan temas como el respeto, la justicia, la equidad, la libertad, el bien común, etc. Cuando la reflexión permanece en dicha dimensión, el tono del discurso tiende a ser positivo y la democracia se asume como un valor deseable. La perspectiva cambia en el momento en que el entorno se transforma, cuando se abordan las especificidades de la realidad más cercana, a escala municipal o estatal; es decir, hasta que se evalúan las ac-

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ciones llevadas a cabo por los distintos gobiernos. Esta especie de destemplada «vuelta a lo real» muestra varias vertientes. Por un lado, se asume que en la entidad –y estamos tentados a decir que en el país– existe una forma de gobierno a la que bien se le puede denominar democrática, sobre todo debido a los dispositivos electorales más o menos legitimados. También se observa un «desmarcaje apático», una descolocación de los sujetos, sobre todo cuando se les pide que opinen acerca de estos temas. Ello se acentúa más cuando los entrevistados son de menor edad y cuentan con bajos niveles de escolaridad. En síntesis, la noción de «democracia» remite idealmente al ámbito de los derechos y obligaciones ciudadanas; a la participación social; a una mejor convivencia entre los individuos; a las luchas por el cambio político, etc. No obstante, cuando la reflexión se traslada al análisis de las experiencias concretas, a lo que ocurre con la democracia realmente existente en nuestro país y, sobre todo en Jalisco, los jóvenes que participaron en nuestro estudio tienden a adoptar posturas escépticas, llenas de un profundo desencanto y marcadas por un penetrante pragmatismo. En fin, si se quiere realizar un recuento de la idea de democracia que circula entre la juventud, puede decirse que ésta forma parte del campo discursivo al que sin duda recurre este sector poblacional. Salvo en una ocasión —Rita, en E6—, la totalidad de los entrevistados fue capaz de articular/verbalizar sus posturas frente a tópicos como la política o la democracia. Desde luego, el tono empleado por buena parte de los entrevistados era cercano a la ironía y el desencanto, al «desapego». Pero este deslinde era notoriamente «apasionado», es decir, los sujetos se empeñaban de manera minuciosa en guardar la mayor distancia posible con

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respecto, sobre todo, a la política formal. Es innegable que esta retirada del espacio público tiene una arista política, y es propiamente en ésta en la se ha enfocado este estudio. Dicho de otro modo, el mito de que la juventud jalisciense es apática no resulta completamente cierto, y debería matizarse. Es por ello que es pertinente analizar lo que se discute desde las coordenadas de la indiferencia. En este sentido, el desplazamiento del enfoque que hemos propuesto aquí nos ha permitido hacer una lectura política de cómo se produce la apatía entre algunos de los jóvenes que habitan en la entidad. Con ello también hemos visto cómo desde estas otras «trincheras», a través de la rutinización de ciertas prácticas, se incide en las características que adquiere un régimen como el nuestro. Recordemos una vez más que lo que nos interesa investigar aquí es más la cultura política que la educación política que pueda tener este sector de la población. No pretendemos hacer una evaluación del saber político de la juventud jalisciense, sino explorar el sentido que ésta población le otorga a las causas de la apatía con respecto a los asuntos públicos. Por ende, se precisa dar cuenta de cómo entre la juventud se conceptúan las ideologías que demarcan los extremos del espectro político. Para ello se requiere indagar las posturas que adoptan algunos jóvenes jaliscienses con respecto a «la izquierda» y «la derecha».314 A manera de ejemplo, veamos un fragmento de la 314

Podría haberse preguntado acerca del lugar que ocupan los partidos políticos dentro de este espectro ideológi-

co. Sin embargo, ello hubiera implicado “medir” el conocimiento de los jóvenes en lo que refiere al ideario de los distintos partidos políticos. En cambio, aquí nos interesaba que el tema fuera lo suficientemente amplio como para que le permitiera a los sujetos discutir y desarrollar sus propias posturas. El asunto no es menor, puesto que tiene que ver con las decisiones teórico-metodológicas que hemos venido tomando e intentando sostener a lo largo del texto: más que explorar una relación estructural entre la posición que los sujetos ocupan en el espacio social y sus modos de pensar/actuar, hemos puesto el énfasis en el actor, es decir, en las posturas que éste adopta frente a temas específicos. Esto es así porque nos parece que es en este ámbito, en el de la interacción entre los sujetos y las reglas del juego (y sobre todo entre las brechas que se abren entre ambos términos), que se estructura la sociedad.

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conversación que sostuvimos con Arnulfo en diciembre del 2005, a la cual nos hemos referido como E4:

Arnulfo: En cuanto a la izquierda, estoy de acuerdo en cosas como que, pues sí, todos somos iguales, ¿no? Y que debería haber ganancias para todos. Pero, en cuanto a la derecha estoy un poco más de acuerdo en el que si tú eres un poco más inteligente y haces las cosas mejor, no tienes porque compartir lo tuyo. O sea, tú agarras tu dinero para ti, si tú puedes darle empleo a alguien más, dáselo. Tal vez explotarlo un poco menos o darle un mejor sueldo. Pero, no, no, no tienes porque compartir lo que tú ganas. Es tuyo, te costó tu esfuerzo y punto.

En lo dicho por este joven se aprecia que el espectro político ideológico tiene poco sentido en un contexto marcado por una fuerte tensión entre un autoritarismo disimulado y una democracia incipiente, reducida a su dimensión electoral. Ello al grado de que le orilla a instrumentar tácticas relacionadas con un profundo pragmatismo. El aspecto central que puede extraerse de las palabras de Arnulfo radica precisamente en que éstas permiten «sentir el pulso» de la ambigüedad con la que desde el universo juvenil se observa el mundo político. El saber práctico desplegado por este entrevistado indica que éste valora más algunos aspectos relacionados con el individualismo. Pero a su vez inscribe esta postura privada en lo público. Esto es así en la medida en que reconoce que su posicionamiento tiene efectos en el entorno social en que él se desenvuelve.

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Así, la densidad temática de su discurso tiene como ejes la esfera económica y la competitividad en el mercado laboral, mientras que el tono que adopta indica cierto nivel de tolerancia con respecto a aquellas posturas diferentes a las que él postula como adecuadas. De este modo creemos que quedan más claras las ramificaciones «políticas» que se ponen en movimiento en el esquema narrativo estructurado por Arnulfo. Además del posicionamiento en algún lugar de espectro político, es decir, entre la izquierda y la derecha, otra de las posturas adoptadas por los jóvenes que participaron en nuestro estudio pone de relieve la distancia que se abre entre la juventud y la dimensión formalmente instituida de la política. Por ejemplo, Berenice reflexionaba en E2 acerca del mencionado espectro:

Entrevistado: ¿Qué me podrías decir acerca de la izquierda?

Berenice: Pues estoy de acuerdo ¿no?, porque pues, todos en colectivo pues somos uno. No nada más de que yo soy esto, tú eres aquello. Pues no, no es así. Todos juntos formamos algo.

Entrevistador: ¿Y en cuanto a la derecha?

Berenice: Pues como que no. Se me hace así como que muy discriminante, ¿no? O sea: “te gobierno y tú me obedeces”. Pues no, así no…

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En los argumentos de Berenice se destaca una postura en la que la izquierda tiene que ver con la acción colectiva, con la asociación y la vida en comunidad, con la participación en la arquitectura del interés público. Se percibe que el pensamiento cercano a este lado del espectro político se vincula con una sociedad más igualitaria. En cambio, la derecha se asocia con una especie de imposición jerárquica, vertical, en la que los ciudadanos son «borrados», convertidos en meros instrumentos del poder, sometidos al mandato del gobernante en turno. No está de más recordar que aquí no estamos calificando si es mejor (más democrática) la izquierda o la derecha, ni qué tanto saben los jóvenes acerca de la distinción entre ambas. Más bien, lo que nos interesa es analizar con qué elementos de la vida cotidiana se asocian dichos extremos del espectro ideológico. En este sentido, una vez más, observamos cómo los intereses privados tienden a inscribirse en el ámbito público. En términos generales, puede decirse que el modo de tematizar ambas posturas ideológicas alude al contraste que se realiza entre la dimensión ideal de lo democrático, y la experiencia real vivida con respecto a ello. Es probable que los razonamientos que se observan en los argumentos expuestos por Berenice tengan que ver con el desempeño del gobierno panista de Francisco Ramírez Acuña, el cual propendía a instrumentar medidas represivas cuando de jóvenes se trataba.315 Por supuesto, se requiere profundizar en la manera en cómo este saber es adquirido por los jóvenes. Para ello es preciso realizar nuevos estudios enfocados en indagar este proceso, que probablemente

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Cfr. Rogelio Marcial Vázquez. “La violencia hacia los jóvenes desde el poder”, en Estudios jaliscienses, núm. 64, El

Colegio de Jalisco, México, mayo del 2006, pp. 36-47.

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tenga que ver con los usos de la comunicación en términos de la construcción de la propia biografía. De cualquier manera, es posible observar que los sujetos entrevistados no hacen una clara distinción entre los extremos del espectro político-ideológico. De hecho, pareciera como si hacer esta distinción no importara para el desenvolvimiento juvenil cotidiano. Sin embargo, sí parece haber un saber práctico con respecto al contenido que le da sustancia a ambas posturas ideológicas. Es importante hacer notar que no se ubica, por lo menos de manera explícita, a un determinado partido dentro de un extremo u otro (i. e. los entrevistados no sugieren que el PRD es cercano a la izquierda, mientras que el PAN se sitúa más a la derecha). En cambio, el énfasis es puesto en los estilos de gobernar, es decir, en la práctica, en el desempeño gubernamental. Es por ello que, según la lógica de nuestro análisis, lo verdaderamente importante consiste en poner de relieve que la ambigüedad es un elemento fundamental en términos de la construcción del espacio público de la entidad. Esto es así porque tal ambivalencia incide de manera directa en los perfiles que adopta el régimen político. No está de más insistir en que una pregunta que abriría líneas de investigación y posteriores estudios implica indagar cómo se obtienen los saberes prácticos desplegados por los jóvenes. ¿Cuáles son las fuentes que nutren estos saberes? ¿Están asociadas con la posición que ocupan los sujetos en el espacio social o éste no influye en ello? ¿En qué medida estos saberes pasan a formar parte de los proyectos identitarios? ¿De qué manera inciden en la construcción de la agenda pública?

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En fin, es evidente —como decíamos al principio— que en lo que refiere a la relación entre juventud y democracia, el espacio público jalisciense está lleno de vacíos. Es probable que éstos estén siendo provocados por la ineficacia simbólica de las instituciones encargadas de satisfacer las demandas juveniles en la entidad. A esto puede sumarse el contraste que los jóvenes hacen entre la dimensión ideal en la que conceptúan la democracia, y la experiencia de lo democrático realmente existente. No obstante, a la par de lo anterior, en el registro discursivo que ponen de manifiesto los jóvenes entrevistados puede observarse la emergencia de otras temáticas que vienen a llenar estos vacíos. Cabe aclarar que esto no implica que se esté generando un movimiento masivo de rebeldía juvenil. Más bien, lo que ocurre es un desplazamiento de las prácticas discursivas de la juventud hacia la tematización de lo público en la esfera privada, es decir, hacia la politización de la subjetividad: se observa, pues, tanto una resignificación de la política como una política de la resignificación. En un grupo de discusión al que nos hemos referido como G1, Cleotilde ofrece elementos para sustentar esta idea:

Entrevistador: Entonces ¿si el Estado no es una vía para organizarse, la alternativa sería la organización en contra del Estado? {Esto no es sino otra forma de delimitar la insuficiencia de pensar a la juventud sólo como apocalíptica/integrada}.

Todos: Todos contestan negativamente a una sola voz {comienzan varias

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discusiones en corto, con el compañero de a lado, generando un pequeño caos hasta que Cleotilde logra hacerse oír}.

Cleotilde: Es que, por ejemplo, la toma del poder ya no es la vía. No es una vanguardia todo este ‘show’ de izquierda y la ‘chingada’. No ‘güey’, ya vimos que la toma del poder no. Que la izquierda se ‘chingó’ porque quiso tomar el poder. Entonces, bueno, los zapatistas, los movimientos de izquierda de Brasil, los piqueteros en Argentina, en Italia, en un ‘chingo’ de partes, que no son las más representativas; pero bueno, habrá que ver las colonias autónomas en Uruguay. O sea, la gente se está organizando por barrios. Dicen: “No mames, para qué sirve el progreso. Para qué chingados sirve, para que el gobierno me ‘chingue’”. ¿Qué son las juntas de buen gobierno? Es un proceso de hace un ‘chingo’ de tiempo que controla la economía. ¿Qué quiere decir la construcción de la autonomía en las ciudades? ¿Cuáles son esas otras alternativas distintas a las que te está proponiendo el Estado? Yo no digo tampoco que sea malo que la gente que cree en la democracia vaya a votar y la ‘chingada’. Pues claro, está en su derecho. Quien vota está bien. No le vamos a decir a la gente que no vote. Si quieres votar, vota. Si esa es tu perspectiva de alternativa, está bien. Nosotros no creemos en eso. Más bien, estamos tratando de construir otra cosa, otra vía.

Desde esta perspectiva, en lo dicho por Cleotilde se condensa en buena medida el desmarcaje que efectúan algunos jóvenes con respecto al campo político formalmente instituido. La densidad temática de los razonamientos de esta joven gira en

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torno a tal desmarcaje. Lo anterior adquiere mayor importancia en la medida en que es expresado por una joven involucrada de lleno en el campo de la movilización social, lo cual se pone de manifiesto en el modo en que cierra la conversación, aludiendo a su participación en la construcción de otras vías para acercarse a lo público, las cuales no necesariamente implican «la toma del poder». Por supuesto, los saberes que Cleotilde despliega tienen que ver con su adscripción a una organización de izquierda. Sin embargo, el deslinde que se hace con respecto a la oferta estatal es un elemento que atraviesa por completo el campo de tales adscripciones. En otro grupo de discusión, al que nos hemos referido como G3, el mismo tema era abordado de esta manera:

Elías: Creo que ahorita los jóvenes están tomando un poco más de conciencia. Y creo que eso está pasando. Pero más que verlo así como cultura aquí en la sociedad, somos como la contracultura.

Pedro: Porque la cultura es la que estaba atrás, con los que se los hacían ‘pendejos’.

Elías: Porque ahorita estamos en contra de muchas cosas…

Pedro: Como el ‘pinche’ anuncio de que en la ‘tele’ salía: te cambio no sé qué, unos ‘pinches’ ‘gringos’, con unos espejitos, y ya. Yo lo tomé como una burla al país.

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Carola: Yo siento que ahorita hay ‘banditas’ de todo ¿no?

Elías: Cuando ven que alguien, algún izquierdista que de veras trata de hacerle un paro al pueblo, entonces todos los políticos tratan de derrotarlo, de ‘tumbarlo’, porque no les conviene.

Pedro: A López Obrador cómo lo querían hundir. Le achacaron un ‘chingo’ de ‘pedos’.

Elías: No lo querían para candidato. Yo no sé, pero a lo que yo he visto sí se la ha rajado. Mi mamá dice: ¿qué ha hecho aquí? Pos aquí nada porque es jefe de gobierno en el D. F. Pero lo que yo veo es que, de veras, cuando alguien sale que de veras sí puede ser una ayuda o un beneficio para el pueblo, tratan de tumbarlo. Algo pasó también con Colosio. Que no les conviene.

Pedro: Les dan cuello.

Esto ilustra de modo crucial cómo se percibe lo político: como algo ajeno, como una especie de caja negra, misteriosa e innombrable, de la cual ignoramos por completo su funcionamiento. Elías habla de un sujeto impersonal, de alguien [de una especie de Sujeto Transindividual, de órgano sin cuerpo] que se mueve

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en el ámbito público y que inscribe en él sus intereses privados. Que usa lo público para obtener beneficios propios. En el momento en que se realizó esta discusión no notamos este detalle, por lo que no se profundizó en interrogar a Elías acerca de a quién se refería. El tema surgió al momento del análisis. Ahora resulta interesante indagar cómo se conceptúa a este Sujeto Trascendental. Se asume que éste personaje remite a los políticos, pero resulta interesante conocer cuál es el contenido que los jóvenes le otorgan a dicha categoría, puesto que constituye una marca, la definición de un antes y un después. La arena política, además, es construida discursivamente como si estuviera plagada de barbarie antropófaga: cuando algo —o alguien— estorba, no conviene, simplemente se «le da cuello».

Crónicas de un desencanto anunciado

En los esquemas narrativos que se desprenden de los discursos emitidos por los sujetos entrevistados, se pone de relieve que la dimensión formal de la esfera pública no representa una ruta viable para involucrarse en la construcción de un orden social. Más bien, se percibe que dicha esfera constituye un espacio lleno de vacíos, una arena distante que no ofrece la suficiente solidez como para hundir las propias raíces en ella. En este sentido, los aspectos vinculados con la armazón del interés común, público, quedan relegados, supeditados a elementos más cercanos a la vida privada de los jóvenes. En consecuencia, no es extraño que buena parte de los individuos que participaron en nuestro estudio consideren inadecuado el camino de la participación política; o sí ésta es tomada en cuenta,

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se hace de manera pragmática, como un medio para conseguir fines personales. Para ilustrar esto, veamos el siguiente ejemplo extraído de E1:

Entrevistador: Si involucrarte en algún partido político o una institución así no te atrae, entonces ¿qué me puedes decir de la sociedad civil y la movilización social? ¿Es una opción para ti?

Adrián: Todo depende de quien fuera [de quien se movilizara]. Ahí es cuando yo digo que por eso no es bueno ser joven, porque por ‘güeyes’ como los ‘globalifóbicos’ es que nos criminalizan a todos. Si [a las movilizaciones] fueran por ejemplo, adultos, o jóvenes estudiantes, o sea, pero bien de estudiantes. No digo que vayan con uniforme. A lo mejor todos eran estudiantes [los que participaron en las protestas del 28 de mayo de 2004], pero la forma en la que se visten y la forma en la que actúan en esos momentos no es nada buena. Si ellos llegaran, no se, a la mejor con banderas blancas. O con pancartas que dijeran: “estamos en son de paz”. Simplemente queremos hablar acerca de tal punto. Si todos dijeran, o sea, si llegaran con una gran pancarta, que dijera: “es que, nada más venimos a hablar de este punto”, con sus camisas blancas, para que el mundo sepa de que es en son de paz, ¿no? que no va a acabar en violencia, como siempre. O sea, que no va a haber detenciones, que no va a haber fracturados ni nada, o sea. Estaría bueno. Pero lo malo es que siempre van… ahí sí van todos los ‘desmadrosos’, porque todos [dicen]: “Oye ‘güey’, va a haber una marcha.

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Vamos güey, a ver qué quebramos; a ver qué nos robamos; a ver a quién le tumbamos qué”. Ahí sí no. Porque, el pueblo ni te escucha y todos decimos: “no mames”. O sea, cuando termina eso [la protesta], y vemos la ciudad en la tele, decimos: “no mames, o sea, ve lo que hizo”. Porque siempre te das cuenta quien fue, ¿no? Y dices: “pinche… pinche Luis, para qué iba”. Y Luis, si no lo agarró la policía dice: “no mames, ira, ese lo quebré yo”. Y si lo agarraron dice: “ay, de todos modos le había ‘tumbado’ no se qué a no se quién”; “están bien pendejos, me agarraron y al día siguiente salí”. O sea, tonterías de esas. Y por eso creo que no son buenas [las movilizaciones].

Una vez más, los sucesos acaecidos el 28 de mayo del 2004 en el centro de Guadalajara se perfilan como un referente importante en la construcción de la propia biografía. Adrián ofrece diversas razones que lo orillan a deslindarse de las movilizaciones sociales porque no le parecen la vía adecuada para relacionarse con lo público. Como puede verse, lo dicho por este joven resulta en extremo significativo. La respuesta que nos ofrece pone de manifiesto cuán interiorizado se encuentra la percepción negativa que se tiene con respecto a aquello que tenga que ver tanto con la dimensión formal de la política, como con las acciones colectivas encaminadas a modificar un determinado orden de cosas. De manera específica, ante la pregunta que interrogaba por el Estado en tanto componente de los proyectos identitarios, los jóvenes entrevistados consideraban que éste no representaba una opción viable. A ello se suma la idea de que la movilización social, la toma del poder, tampoco era la respuesta a las necesidades de la ju-

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ventud. Encontramos en el argumento expuesto por Adrián varios aspectos que dan cuenta tanto de la predominancia de lo privado sobre lo público, como de una serie de estrategias pragmáticas que erigen los jóvenes para relacionarse con la dimensión formalmente institucionalizada de lo político. A ello se agrega la emergencia de aspectos tales como el bienestar individual por encima del interés público. Desde luego, esto apoya la idea de que la juventud apuesta por una estabilización de la esfera privada. Aún cuando esto es relativamente cierto, puede hacerse una lectura diferente. Un posicionamiento cercano al desencanto y a la apatía en términos políticos nos permite dar cuenta de la carencia de legitimidad que presenta la esfera pública, sobre todo las instancias tradicionales en las que adquiere corporeidad la política. Además, es bastante significativo que el desencanto mostrado por algunos jóvenes también se extiende hasta la arena de la movilización social tradicional (i. e. marchas, acciones que a veces terminan en disturbios, etc.). El pragmatismo, la ambigüedad y la ironía se revelan como formas de vincularse con los asuntos públicos. En consecuencia, se precisa averiguar, con investigaciones posteriores, cuáles son los factores que han posibilitado que frente a estas actitudes eminentemente anti-democráticas y poco participativas, los arreglos institucionales no hayan sido rotos por completo. Por el momento, es pertinente destacar que más allá de una perspectiva que tiende a estereotipar y reducir la relación de los jóvenes con la esfera pública a dos grandes sectores, es decir, que mira a los jóvenes como apocalípticos o como integrados, se pone de relieve que existen otras formas de vincularse/distanciarse de lo político, es decir, se abren otros espacios [¿intersticiales?] en los que es

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posible captar las dinámicas de la construcción de lo democrático y, por ende, de la estructuración del orden social. En otras palabras, para entender con mayor profundidad las características de un régimen como el nuestro, se precisa indagar, además de lo que ocurre con los jóvenes situados en uno u otro lado de la dicotomía señalada, el relativamente escaso involucramiento de la juventud en la dimensión formalmente institucionalizada de lo político. Así, tanto la emergencia de modos alternativos de participación y disidencia, como la aparente apatía y el extrañamiento de los jóvenes con respecto del campo político, requieren estructurar nuevas miradas para analizar los vínculos y las rupturas entre los actores y la esfera pública. Como vimos en la sección anterior, esa especie de «desapego apasionado» con el que algunos jóvenes miran a la esfera pública formalmente institucionalizada se hace visible, de manera frecuente, en el fluir de las prácticas y discursos juveniles cotidianos. Esto es así porque, entre la juventud, lo político se tematiza o se ignora intencionalmente de modo fragmentario y efímero a lo largo del día, junto a otras decenas de tópicos. En la medida en que los ámbitos de indecibilidad se convierten en una parte constitutiva del mundo juvenil, es decir, que interpelan a los sujetos en su vida diaria, nos vemos obligados a repensar las nociones tradicionales desde las que se conceptúa el campo político. En este sentido, la arena de lo cotidiano ofrece lugares «inesperados» en los que es posible observar lo anterior. De acuerdo con una concepción abierta del campo político, un evento que parecería de menor relevancia (en comparación, por ejemplo, con la manifestación de 30 mil jóvenes protestando pacíficamente por el incremento

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al transporte público realizada en 2005)316 se transforma en un suceso significativo, gracias a que ilustra cómo se constituyen los efímeros vasos comunicantes entre lo privado y lo público; cómo lo político (que no necesariamente la política) toca el ámbito de la vida cotidiana de los jóvenes. Específicamente, remitámonos a un evento que por sus características permite observar lo que acontece de manera habitual en un entorno como el nuestro. Para ello aludiremos a lo ocurrido durante la inscripción a los Talleres de Música impartidos por la Escuela de Música de la Universidad de Guadalajara. Éstas tuvieron lugar entre los días 19 y 20 de marzo del 2005, en las instalaciones de la mencionada Escuela, en el Centro Histórico de la ciudad. Cerca de las nueve de la mañana, antes de que abrieran las ventanillas en donde se expedirían las fichas de inscripción, la situación transcurría de manera normal y sin mayores contratiempos.317 La fila era larga, compuesta por entre doscientas o trescientas 316

Cfr. Bruno López et al. “Procede ‘freno’ contra aumento”, en Mural, 19 de marzo del 2005, año 7, núm. 2307,

pp. 1A y 1B; y Margarita Valle. “Amenaza FEU tomar camiones”, en Mural, 20 del marzo de 2005, núm. 2308, pp. 1A, 1B y 2B. 317

Aquí vale la pena contextualizar la descripción que hacemos de lo ocurrido en la inscripción a los Talleres im-

partidos en la Escuela de Música de la Universidad de Guadalajara en el marco de los argumentos sugeridos por Giddens. Esto debido a que nos permiten delimitar el entorno en el que los sujetos se relacionan entre sí, y con la institucionalidad vigente. Las categorías que ofrece el mencionado autor son los siguientes: 1. Las reuniones, las cuales tienen un carácter más o menos transitorio, y aluden al encuentro situacional de dos o más personas. Además, implican el monitoreo reflexivo de la conducta del otro y; 2. Las ocasiones sociales refieren a los contextos más formalizados en los que las reuniones tienen lugar. Involucran a una pluralidad de individuos, y con frecuencia involucran a ciertos arreglos e incluso el uso de algún tipo equipamiento. No está de más señalar que un mismo segmento del espacio físico puede contener varias ocasiones sociales, las cuales a su vez estarían constituidas por diversas reuniones. Las características contextuales de las reuniones, ya sea que se presenten como ocasiones sociales o no, muestran dos grandes formas: a. La interacción difusa y b. La interacción focalizada. La primera se relaciona con aquellas expresiones y señales que pueden comunicarse entre los sujetos por el simple hecho de estar presentes en un contexto determinado. La segunda ocurre cuando dos o más individuos coordinan sus actividades a través de la intersección de las expresiones faciales y la voz. En última instancia, en la medida en que lo sugerido por Giddens

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personas, jóvenes en su mayoría. Había, también, algunos adultos que enrolarían a sus hijos pequeños en alguno de los cursos. La fila comenzaba en un amplio ventanal, ubicado en la fachada del edificio de la Escuela. La venta318 de las fichas para realizar el trámite comenzó poco después de las nueve treinta de la mañana. La fila avanzaba a paso lento. Según algunas versiones que circulaban entre las personas que integraban la línea, había gente formada desde antes de las seis de la madrugada. De modo que con el objeto de identificarse, algunos decidieron dibujarse un número en alguna parte visible del cuerpo. «Por si se empiezan a querer meter en la fila», señaló divertido un joven al verse interrogado al respecto. «Así vamos a saber quién llegó temprano» —puntualizó—. Llevaba escrito, con tinta azul, el número seis en la mejilla derecha. Sobra decir que el individuo en cuestión estaba en la parte frontal de la formación. Una mirada más atenta nos permitió notar que otros portaban sus respectivos números en el brazo o en la palma de la mano. Hasta aquí puede decirse que la delimitación de un ellos con respecto de un nosotros mediante la ostentación de una marca en el cuerpo constituye uno de los componentes fundamentales de una concepción abierta del campo político. En otras palabras, ilustra la emergencia de nuevos lugares en donde es posible observar lo político. Lo que vuelve importante un evento aparentemente poco permite encuadrar la rutinización de ciertas prácticas constitutivas de lo social, también posibilita postular que aquellos intercambios/interacciones que aparentemente son efímeras y triviales tienen detrás mucha más sustancia cuando se entiende su carácter reiterativo, puesto que a partir de ello es que las instituciones adquieren su “fijeza”. Cfr. Anthony Giddens. The Constitution of Society. Outline of the Theory of Structuration, University of California Press, California, 1986, pp.69 y sig. 318

El costo de las fichas de inscripción era de diez pesos.

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significativo radica, precisamente, en que en los límites de esta frontera es donde tienen lugar la negociación y el conflicto de la vida cotidiana. La actualización de la vigencia de la institucionalidad se opera precisamente en este campo. La práctica de hacer visible esta identificación representa la adopción de un posicionamiento con respecto a una situación concreta. A la vez, remite a un saber al que los actores acuden en contextos similares. Sin duda, ello es un proceso eminentemente político. Así, el «Por si se empiezan a querer meter en la fila» pone de manifiesto cuando menos dos aspectos cruciales de la relación/ruptura que se establece entre los sujeto juveniles y la esfera pública: 1. Un conocimiento profundo de las prácticas que realizan ciertos actores en el campo [político] de la vida cotidiana; y 2. Tanto la legitimación de un orden (i. e. llegar temprano; hacer fila; esperar el turno) como la anticipación de su posible ruptura (i. e. «por si se empiezan a querer meter»). Estos elementos permiten dar cuenta de las reglas que se ponen en juego para la arquitectura de una situación social específica. Estamos siendo testigos, pues, del momento en que se ponen en marcha los engranajes del orden institucional. La previsión del quiebre del orden se cumplió: quince minutos después de que comenzó la venta de las fichas de inscripción, la capacidad de quienes las expendían quedó rebasada por la demanda. Adquirir uno de estos formatos se tornó un proceso lento y agobiante. Pronto fue evidente la necesidad de que desde la Institución se tomara alguna medida para resolver una situación que comenzaba a volverse tensa, puesto que a estas alturas ya se podían escuchar algunos reclamos, varios de ellos en tono encendido. Alguien —no se supo bien

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quién— soltó el rumor de que se abriría una ventanilla adicional para agilizar el trámite. Ante ello, la fila que hasta entonces había guardado orden se desarticuló por completo. Hubo quienes incluso corrieron para alcanzar un lugar cerca de la nueva ventanilla (al menos más cercano que el que tenían en la fila original). Los empujones estaban a la orden del día. Esto provocó que en el área donde se expedían las fichas se formara una aglomeración que trastocó la armonía que hasta entonces había prevalecido. Esto es crucial en la medida en que se conecta con los argumentos que hemos sostenido a lo largo de este capítulo: lo político se actúa/se tematiza en función del contexto, y no tanto por una serie de atributos consustanciales a los individuos (i. e. un tipo específico de adscripción ideológica los hubiera «obligado» a permanecer formados, es decir, dentro de la «legalidad»). Los sujetos que ahí participaban eran los mismos, lo que se había desplazado era la perspectiva desde la que se abordaba y evaluaba la situación. El contexto había variado y orillaba a los involucrados a actuar en consecuencia. Como resultado de esta ruptura provocada por un rumor quedaron, pues, dos filas de extensión considerable: una se abría hacia el Hospicio Cabañas (hacia el este); la otra hacia el templo de San Agustín (hacia el oeste). A ello se sumaba un creciente amontonamiento de personas en el centro de ambas filas, justo frente al ventanal en el que se expedían los formatos de inscripción. Esta situación fue aprovechada por algunos jóvenes para hacerse de uno de estos formatos sin necesidad de formarse. El individuo que traía el número seis dibujado en la mejilla fue uno de los primeros en recurrir a esta práctica. Como lo vimos arriba en los fragmentos entresacados de diversos grupos de discusión y distintas entrevistas, aquí también

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comienza a perfilarse que entre algunos jóvenes y el orden formalmente instituido se establece una relación ambigua y pragmática. Sin duda, el contexto influye de manera fundamental en la sanción –positiva o negativa– de una determinada práctica por parte de un mismo sujeto: si colocarse un número en el rostro implicaba una aceptación del acuerdo establecido, así como una legitimación tácita del orden; romper con ello representaba un momento de indecibilidad en el que el mencionado joven recurrió a su saber práctico para renegociar su postura frente a la situación y contribuir así a la construcción de lo público. El entorno había cambiado en un instante y fue necesario ajustarse a las nuevas circunstancias. Ello pone de relieve la extrema complejidad de un campo político que requiere ser abordado desde nuevas ópticas, más allá de las coyunturas electorales. Otro ejemplo ocurrido en el mismo evento ilustra de mejor manera lo anterior. A un costado de donde nos ubicábamos estaba un joven de unos veinticinco años, aproximadamente. Éste se quejaba indignado de que algunos aprovecharan la confusión que se había generado cerca de la ventanilla para obtener una ficha de manera fácil, sin formarse. Una señora y su hijo adolescente, los cuales habían dejado la fila original para ir a situarse en la que recién se había formado, estaban de acuerdo con él en su indignación. El joven al que nos referimos calzaba unos huaraches gastados, vestía un pantalón de mezclilla y una camisa a cuadros. Traía una guitarra consigo, colgada del hombro. Luego de expresar su descontento y pedirle a la señora que le «guardara su lugar», fue a sentarse sobre una de las jardineras y se puso a entonar una canción. «Para que se nos baje el coraje», dijo riendo. Tras finalizar su interpretación esperó unos instantes. Miró a su alrede-

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dor. Abandonó la jardinera en la que estaba sentado y se acercó a donde la gente seguía aglomerándose. Dudó un rato. Volteó hacia la fila de reciente formación, como para evaluar el tiempo que habría de esperar formado. Se decidió por ingresar en el tumulto. Pocos minutos después salió con su ficha, y una sonrisa de satisfacción en el rostro. «Ahí los dejo», se despidió de nosotros, sin el más mínimo rastro de culpabilidad. En sus palabras no se alcanzaba a detectar el menor tono de burla o de ironía. Varios jóvenes recurrieron a prácticas similares. Ello se prolongaría reiteradamente cuando menos por media hora más. Así, una buena cantidad de sujetos que se «metieron», evitando formarse en la fila, lograron adquirir sus fichas en cuestión de instantes. Cabe aclarar que esta conducta no era privativa de los jóvenes; también había algunos adultos (sobre todo mujeres) que se esforzaban por transgredir el orden y aprovecharse de la situación. Incluso, hubo algunos sujetos que salían hasta con diez formatos de inscripción para repartirlos entre sus amigos (aún a pesar de que era preciso mostrar una identificación para hacerse de una ficha; con lo cual se adivina cierta «complicidad» de parte de quien expedía éstas). Por un lado, ello provocó la irritación de aquellos que afirmaban estar formados desde temprano y traían dibujado sobre el cuerpo el número que lo comprobaba. Por otra, es pertinente señalar que la trasgresión del orden era sancionada de manera positiva por los acompañantes del trasgresor. Entre vítores y aplausos, el joven que lograba salir airoso con las fichas para el resto de sus compañeros y resistía a las protestas de las personas que sí habían permanecido en la fila, se convertía momentáneamente en un «héroe». La erección de una

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frontera efímera que delimitaba un nosotros (que llegamos temprano y estamos respetando el orden) frente a un ellos (que transgredimos el orden sin vacilar para obtener beneficios personales), ilustra los modos en que el campo político se actualiza en el ámbito cotidiano, nos coloca frente a una esfera pública erosionada, evanescente, que tiende a evaporarse. A pesar de los gritos de: «¡que no se metan! ¡Que no se metan!» propinados por quienes permanecían formados, la trasgresión fue recurrente. Ante las protestas y la confusión que todo ello generó, quienes despachaban las fichas optaron por detener la venta de éstas aproximadamente por una hora. No obstante, la aglomeración en la parte donde convergían ambas filas continuaba. Una mujer del personal administrativo de la Escuela de Música señaló por altavoz —desde el interior del edificio— que no se venderían más fichas si no se restablecía la calma. Había que restaurar la situación anterior. Frente a los insistentes reclamos de quienes estaban ahí desde temprano, y que habían decidido permanecer en la hilera inicial, la funcionaria señaló que la segunda fila, de formación más reciente, no era válida; por lo que sería necesario que todos se fueran a ubicar en la fila original. Desde luego, no en los lugares que tenían antes, sino hasta el final de la línea. Como era de esperarse, las inconformidades no tardaron en aparecer. Mientras que los de la segunda fila se negaban a obedecer el mandato, en la primera se argumentaba que lo justo era que se atendieran primero a quienes habían llegado desde temprano, ya que había forma de identificarlos. Mientras tanto, a pesar de la prohibición impuesta desde la institución, era evidente que varias personas seguían obteniendo sus fichas de manera «ilegal».

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Con la descripción de la situación anterior se ponen de relieve dos aristas que ilustran cómo, desde el mundo de la vida cotidiana, se va construyendo de modo efímero la esfera pública. La primera tiene que ver con el contexto en el que se llevan a cabo las prácticas y cómo éste influye en la relación que se establece entre el sujeto y sus valores y creencias. Mientras que el orden se mantuvo, se logró llegar a un acuerdo en el que plasmar un número en alguna parte visible del cuerpo indicaba un pacto tácito desde el cual se respetaban las reglas del juego. Pero también se evidencian competencias que permitían anticipar una posible trasgresión, es decir, se alude a un saber político que trasciende el ámbito formal de las urnas, y que sin embargo indica un conocimiento con respecto al funcionamiento del sistema, de las rutas que transitan los procesos sociales. Tras la anticipada ruptura del orden, luego del cambio de contexto, varios de los mismos sujetos que habían sido partícipes de tal acuerdo, otorgaron después una sanción positiva a las prácticas que ellos mismos estaban, en principio, deseando evitar. Al «satanizar» el pragmatismo, buena parte de la «politología clásica» queda corta al intentar explicar lo anterior aduciendo una incoherencia casi histérica de parte de los sujetos. No se toma en cuenta la importancia del entorno y cómo éste influye en la toma de decisiones. Se parte, pues, de la idea de que a una determinada posición en el espacio social corresponde una serie de prácticas casi inamovibles, un actuar similar y congruente frente a diversos tópicos. Se deja de lado el hecho de que los sujetos se posicionan ante lo que les interpela de manera diferenciada, fragmentada, acorde con la situación en la que se ven envueltos, sin que ello implique necesariamente un dislate. Entender esta multiplicidad de

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«condiciones de posibilidad» de los sujetos frente a lo público, habilitaría una mejor comprensión de un campo político como el nuestro. Ahora bien, la segunda arista a la que nos referíamos está relacionada con el comportamiento de las personas que se vieron afectadas por la trasgresión a la norma. Si bien es cierto que hubo protestas, éstas no condujeron al involucramiento conjunto en función de la solución del problema generado. No se gestó un nuevo acuerdo en el que se negociara y optara por el interés colectivo, por el bien común. Así, aunada a la pregunta que interroga acerca del por qué hay sujetos que deciden quebrantar el orden instituido, el pacto tácito adoptado con anterioridad (plasmado en los números dibujados en alguna parte del cuerpo), se abre otra pregunta quizá aún más interesante: ¿por qué no hubo una respuesta colectiva e inmediata ante la irrupción de la ilegalidad? La respuesta generalizada que obtuvimos fue, palabras más palabras menos, que era preferible «no meterse en problemas» (un rostro más del «desapego apasionado»). Desde luego, puede discernirse una propensión a estabilizar la esfera privada, a desentenderse de la construcción de lo público. Pero también es posible aducir una explicación más profunda; no cabe duda que la rutinización —que no la simple suma— de este tipo de prácticas, actitudes y valores puestos en juego, contribuye en buena medida a la construcción de los rasgos más institucionalizados de una sociedad. De modo que no es descabellado señalar que desde el más ferviente distanciamiento de la arena política, también se incide en la forma que adopta una esfera pública como la nuestra. Es evidente que casos como el descrito arriba no alcanzan una visibilidad mediática notable. Es por ello que su análisis adquiere una importancia crucial. Esto

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es así en la medida en que tales situaciones ponen de relieve, desde el ámbito de la vida cotidiana, tanto el funcionamiento de la política formal (en el sentido de la negociación del conflicto y la construcción de acuerdos), como la existencia de estructuras paralelas que revelan otras formas de vincularse con lo político. Así, podemos captar cómo se establece una relación ambigua y pragmática con factores como la corrupción, el orden, la justicia, la transacción y la negociación. Es precisamente en este ámbito en el que se construye a diario una esfera pública como la que observamos. Pudiera parecer que lo anterior responde a una coyuntura específica, a una mera contingencia. Sin embargo, más bien consideramos que representa un asunto de carácter estructural, que varía en función del grado de formalidad de la situación, es decir, de la «cantidad» de reglas que ésta involucra.319 319

A manera de ejemplo, vale la pena contrastar lo anterior con lo ocurrido en una de las tantas oficinas del IFE,

el día anterior a que venciera el plazo para tramitar la credencial de elector [y estar en condiciones de votar el 2 de julio del 2006]. Al observar a diferentes horas del día, durante el transcurso de la semana previa al vencimiento del plazo, podía verse que las filas para realizar dicho trámite eran considerables. Específicamente, el 14 de enero del mencionado año parecía que las intensas campañas televisas y radiofónicas que impulsaban a la población a obtener su credencial habían funcionado. Cerca de las 10 de la mañana había aproximadamente 148 personas formadas deseando obtener el citado documento de identificación. La composición de la fila era heterogénea, aunque a esa hora predominaba la población joven. Según nos dijeron, varios de ellos hacían el trámite por primera vez. Un funcionario del IFE recorría la fila de cuando en cuando, conforme se acumulaba más gente. Ello con el objeto tanto de repartir una ficha foliada como de revisar que los documentos necesarios para realizar el trámite fuesen los correctos. A la par de lo anterior, este servidor público identificaba a las mujeres embarazadas y a los adultos mayores, para señalarles que fueran a ocupar un lugar en la parte frontal de la fila. A diferencia de lo ocurrido durante la inscripción a los Talleres de la Escuela de Música, aquí nadie parecía molestarse por la medida adoptada desde la institución. En la medida en que se acercaba el mediodía y arreciaba el calor hubo algunas protestas debido a que el avance de la fila era lentísimo, pero nada que pasara a mayores. Incluso, hubo varias personas que dejaron su lugar en la formación por varias horas, prácticamente sin avisarle a nadie. Luego, al regresar, indagaban el número de folio de las personas que continuaban formadas, hasta encontrar su sitio. Ello no ocasionó molestia o reclamo alguno. Aún a pesar de que la realización del trámite, en promedio, tomó alrededor de cinco horas. En lo básico, una explicación a lo anterior puede indicar que, debido a que el trámite del IFE tenía connotaciones más profundas

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Lo descrito arriba resulta significativo en la medida en que evidencia que la dimensión política se cuela en el fluir del discurso, que es parte de la articulación de los esquemas narrativos y, por ende, incide en la construcción de la esfera pública. De manera concreta, lo anterior permite sugerir que algunos jóvenes adoptan un posicionamiento frente a lo que los interpela, más allá de su filiación política o de su adscripción a campos de acción formalmente institucionalizados. Hay, pues, un universo juvenil que no es ni apocalíptico ni integrado (o que quizá es apocalíptico e integrado, de acuerdo con el contexto). La relación, o mejor dicho, el desapego, que los individuos juveniles mantienen con las construcciones simbólicas que circulan en el campo político es ambigua, pragmática y tiene una vinculación estrecha con los entornos en los que aquélla se enuncia: muestra las maneras en que ciertos aspectos profundos que remiten a la esfera pública tocan lo privado, estructurando vasos comunicantes entre estos dos ámbitos. Pero también vemos cómo lo privado se inscribe en los anales de lo público. Insistimos, no se pretende sugerir que emerge un «tercer espacio» en el que convergen armónicamente lo público y lo privado, sino que existe una especie de «percolación», de infiltración que es preciso analizar con detenimiento, a partir de la cual lo público se vuelve cada vez más un tema que se toca en privado, en la misma medida en que lo privado se torna parte de los asuntos públicos. Ahora bien, más allá de las prácticas juveniles involucradas con la elección de una determinada ideología, se observan algunas dimensiones del campo político

en términos de la construcción de la democracia, e involucraba una mayor institucionalización que lo ocurrido en la Escuela de Música, las prácticas y posicionamientos de los sujetos también mostraron una variación significativa.

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que trascienden a lo formalmente institucionalizado y que inauguran vetas analíticas interesantes. Al igual que ocurría en el caso de la inscripción a los Talleres de Música o en el de la adquisición de la credencial de elector, descritos más arriba, en otra conversación, a la que nos hemos referido como G3, emergieron temas como la justicia y la corrupción, con los cuales se establece una relación ambigua y pragmática. En ésta, el posicionamiento adoptado tiene que ver con el contexto en el que ello se tematiza. Esto puede aclararse si ejemplificamos con un fragmento extraído del mencionado grupo de discusión, el cual gira alrededor de una temática relacionada con lo laboral. Elías reflexionaba en los términos siguientes:

Elías: Ahorita, la verdad, la situación está muy ‘cabrona’ como para mantenerte con un sueldo de obrero. La neta no la ‘armas’. A lo mejor yo solo sí. Pero la gente que tiene hijos, tiene que pagar renta y muchas cosas, la ‘neta’ no la ‘arma’. Y por eso, no hay como [tener] un ‘jale’ —a lo mejor se oye mal— donde poder hacer ‘patrañadas’, para hacer ‘finanzas’. Porque del puro sueldo… {Hace un silencio breve, como permitiendo que el resto de nosotros termine la frase. Es importante destacar que el trabajo al que Elías se refería, es decir, que permitiera hacerse de dinero extra por la vía ilegal, era el de agente de la policía}.

Pedro: {retoma los argumentos de Elías}…el que no ‘tranza’ no avanza. Es que estás hablando acá de México. Si estuvieras en Alemania o en Suiza,

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pues… {Elías sonríe con cierta ironía dibujada en su rostro. Virginia y Carola asienten afirmativamente. Se hace un breve silencio}.

Virginia: Mi mamá a veces hace ‘finanzas’ con las muestras médicas {lo dice tímidamente, mirando al piso, como si le diera pena}. Es doctora {levanta el rostro y nos mira al resto}. Se las vende a ‘güeyes’ de pueblitos que las venden más ‘baras’ [las revenden], como los de ahí por el Santuario {se refiere a una zona cercana al centro de Guadalajara, la cual es famosa por la venta de muestras médicas a precios baratos}.

Elías: Es que es un bien para el pueblo, y para ellos [para quien las vende en primera instancia]. Igual y no está bien para el gobierno. Ellos [los que venden las muestras médicas] se alivianan económicamente y a las personas que se las venden también. Porque las venden hasta en la mitad del precio. Es un ‘paro’ mutuo. Fuera de lo que es lo establecido por la ley o el reglamento. Pero es algo que, mientras beneficie al pueblo, pues no hay problema…

Pedro: Pero para el gobierno… Es cuando se queja.

Carola: Pero igual y el gobierno no nos importa ahorita. Ellos no se preocupan por nosotros.

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Lo que se evidencia en esta conversación es que aspectos como la corrupción resultan adecuados en un contexto e incorrectos en otro. Las negociaciones que los sujetos establecen con sus valores y actitudes ilustran la enorme complejidad y la importancia que adquiere el análisis de la vida cotidiana y la manera en que desde ahí se va construyendo la esfera pública. La anécdota relatada por Virginia muestra claramente la puesta en escena de la estructura paralela a la institucionalidad vigente: una práctica ilegal se percibe como un «bien para el pueblo» puesto que incide en un incremento relativo del bienestar de aquellos que incurren en la falta. También es destacable la justificación que los jóvenes entrevistados hacen de lo anterior, ya que sitúan la causa de la práctica ilegal en la poca atención que el gobierno presta a sus ciudadanos. De hecho, la distancia que se aprecia en las palabras con las que Carola cierra el diálogo deberían ser alarmantes: “…igual y el gobierno no nos importa ahorita. Ellos no se preocupan por nosotros” —sentencia lacónica—. Frente a este tipo de esquemas narrativos, resulta casi inevitable concluir que la esfera pública formal tiene un marcado carácter evanescente. Sin embargo, ello no remite a un vaciamiento total. Como veremos más adelante, la sexualidad, el cuerpo, etc., dotan de visibilidad a los «nuevos» lugares en los que lo político se condensa. Ello en la medida en que constituyen ámbitos de indecibilidad, es decir, que orillan a los sujetos a adoptar una postura, a posicionarse frente a ello. En última instancia, la riqueza de abordar este tipo de situaciones radica en las preguntas que abren. Por ejemplo, retomando lo ocurrido en la Escuela de Música vale la pena interrogarse ¿por qué, ante la oportunidad que se les presentó a algunos jóvenes de obtener las fichas

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de inscripción de manera fácil, se optó por ignorar por completo las normas y se transgredió el orden? Al lograr obtener las fichas, los jóvenes triunfantes eran vitoreados por sus compañeros: ¿a qué se debe que estas transgresiones se califiquen de manera positiva por algunos? ¿Por qué nadie protestó de inmediato ante esta evidente ruptura del pacto acordado? O en el otro caso, en el que se extraen fragmentos de lo que fue una larga conversación, ¿a qué aspectos responde la legitimación de la corrupción como una estrategia válida y casi necesaria para la subsistencia? ¿Por qué las figuras de autoridad (i. e. la policía, el gobierno) se perciben poco respetables o demasiado distantes?

«Nuevos» lugares de condensación de lo político

A lo largo de este documento se ha enfatizado la pertinencia de hacer una distinción entre la política y lo político. En este punto, lo anterior adquiere un carácter crucial para nuestros argumentos, puesto que genera las condiciones para efectuar una lectura del modo en que se producen la apatía y el desencanto entre algunos sectores de la juventud jalisciense. Desde luego, las dinámicas que tienen lugar en la dimensión formalmente institucionalizada de la política han traído consigo un relativamente escaso involucramiento por parte de los jóvenes en la estructuración de la agenda pública: en la medida en que la política se percibe como algo distante, inaprensible, sobre lo cual se tiene poca o nula influencia, se observa una especie de repliegue, de retirada hacia lo privado, por parte de este grupo poblacional. En buena medida, ello se debe a la considerable cantidad de

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«vacíos» alrededor de los que se estructura el espacio público (vid supra). Un análisis superficial —centrado en la dimensión electoral de la política— concluiría que el déficit de civilidad que caracteriza a nuestra incipiente democracia estaría íntimamente relacionado, por ejemplo, con la poca participación de la juventud, la cual opta por «encerrarse en su mundo» y no involucrarse con la arquitectura de su entorno. Luego de una conclusión así, el paso lógico consistiría en establecer un corolario tendiente a reducir el mencionado déficit. Por supuesto, sin antes entender las causas del malestar con la política, ni los orígenes del desencanto; sin precisar qué se dice desde esos parapetos. Aquí optamos por recorrer una vía diferente. Hemos reiterado que el relativamente escaso involucramiento de ciertos sectores de la juventud en la dimensión formalmente institucionalizada de lo político es un proceso recursivo, que puede situarse en el núcleo mismo de la estructuración de la sociedad. En este sentido, la retirada de lo público y la propensión a estabilizar la esfera privada implican que lo político se subjetiva en la misma medida en que la subjetividad se politiza. En este capítulo se pretende «dibujar» la ruta que traza lo anterior, en la cual el desencanto y la apatía que se perciben entre algunos individuos jóvenes desembocan en la postulación de la subjetividad (del cuerpo, de la sexualidad, de la intimidad, etc.) como un asunto que se torna político. Desde esta perspectiva, las temáticas que se discuten y silencian en el contexto en que se desenvuelven algunos actores juveniles permiten discernir un ámbito de indecibilidad en el terreno de lo personal. Pero al mismo tiempo, tales temáticas poco a poco pasan a formar parte importante de la agenda programática manejada por las institu-

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ciones encargadas de prestar atención a los jóvenes. Así, si el campo de representación de la política formalmente instituida no atrae a algunos segmentos de la población joven, es oportuno indagar ¿en qué otros lugares tiende a condensarse lo político? ¿Qué temas y en qué tono se verbalizan estos nuevos lugares en los que emerge lo político? ¿Qué dicen los jóvenes desde las «trincheras» de la apatía y el desencanto?

[El problema de] ser joven en Guadalajara

El análisis de los esquemas narrativos estructurados por los jóvenes que entrevistamos aquí deja entrever que sus reflexiones acerca del ser joven en Guadalajara muestran dos grandes aristas. Por una parte, se destaca una perspectiva positiva, la cual postula a la ludicidad como un eje central, constitutivo, de esta etapa de la vida. Sin duda, ello entra en consonancia con las imágenes culturales construidas institucionalmente a lo largo de los siglos XIX y XX, las cuales circulan en el espacio local y nacional (véase el capítulo III). Por otra parte, de las elaboraciones argumentales acerca de este tema se desprende, en un sentido más negativo, que ser joven implica también ser visto como un sujeto incompleto, inmaduro, necesitado de control/represión. En otras palabras, se genera la «necesidad legítima» de que las instituciones del Estado (i. e. la escuela, la policía) intervengan y conduzcan a los jóvenes por «el buen camino». Es precisamente en el seno de estas coordenadas que tienden a producirse la apatía y el desencanto, las cuales, en muchas ocasiones —a la par de una rebeldía que se aduce como endémica—,

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suelen imputarse socialmente como una característica inherente a la naturaleza de este sector poblacional. Para ilustrar lo anterior, con relación a la primera de estas aristas, es decir, con el aspecto lúdico, veamos un ejemplo extraído de E3. En éste, la densidad temática del discurso emitido por Lilia asociaba la juventud con la diversión:

Lilia: Hum… ‘Chingón’. Me la paso muy bien porque, no sé, estoy disfrutando todo lo que hay ahorita. Sí, hacer ‘desmadre’, ‘pistear’, irme a fiestas con mis amigas. Y, por ejemplo, acabo de llegar de [Puerto] Vallarta y me la pasé bien ‘chido’… ¡Me gusta ser joven! {Desde luego, el tono adoptado por Lilia denota cierto júbilo}.

En la postura mostrada por Lilia queda claro que la ludicidad es un componente fundamental de la etapa de juventud. Ser joven remite a una especie de tiempo idílico en el que a los sujetos les es permitido dedicarse exclusivamente a «disfrutar la vida», en el cual no es mal visto desentenderse de las responsabilidades y «hacer desmadre», postergando para la adultez las preocupaciones y las obligaciones. A ello se suma la idea de que la grupalidad es «consustancial» a este sector de la población. De modo que la convivencia con los pares es vista como la principal forma de experimentar la juventud. Como se observa, en la medida en que logra visibilidad la dimensión de socialización asociada con el ser joven, el repliegue hacia lo privado también adquiere matices públicos, debido a que este carácter gregario remite a una apropiación de espacios como la calle y

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la esquina. Por supuesto, el consumo de sustancias psicoactivas (i. e. «pistear») es otra arista asociada con las vivencias que se experimentan durante esta etapa. Desde nuestra perspectiva, con este tipo de esquemas narrativos queda clara la interiorización de las expectativas que socialmente se sancionan como atributos de la población joven. La ligazón entre actor y estructura es, pues, evidente: no cabe duda que en tanto que se acepta esta especie de «etiquetado» que «reduce» lo juvenil a su dimensión lúdica, también se legitiman las estrategias de control/ represión instrumentadas desde la institucionalidad vigente. Así, es palpable que la interacción entre la arquitectura de la propia biografía y la discursividad institucional tiene asociada una faceta política innegable, puesto que en aquélla se negocian y se aceptan/rechazan las reglamentaciones que rigen lo social. De manera similar a lo dicho por Lilia, Fernando, en E7, vinculaba lo juvenil con la diversión:

Entrevistador: Para ti ¿qué significa ser joven en Jalisco?

Fernando: {Risas}. Ser un ‘pinche’ ‘desmadroso’. {Más risas}.

Un posicionamiento bastante parecido a los anteriores es mostrado por Adrián, en E1:

Entrevistador: Para ti ¿qué significa ser joven en Jalisco?

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Adrián: Ser joven está ‘chido’ por lo que disfrutas.

Puede verse aquí que la construcción discursiva de buena parte de los tópicos que hemos analizado toma como punto de partida la ludicidad para dotar de sentido al ser joven. Sin embargo, cuando se profundiza en ello, es posible detectar otros elementos que dan cuenta de la diversidad de vías que instrumentan los sujetos jóvenes para experimentar su juventud. En G3, Elías y Virginia emitían puntos de vista divergentes con respecto a la temática abordada por Fernando en E7, Adrián en E1, y Lilia en E3. No obstante, si bien es cierto que —al igual que lo dicho más arriba— se tendía a relacionar esta etapa de la vida con la diversión, en este grupo específico emergieron algunas cuestiones que es pertinente poner de manifiesto. De entrada, se aducía la existencia de distintas escalas de socialización de lo lúdico. En concreto, Elías ponía el énfasis en las fiestas rave, mientras que Virginia mostraba una propensión a la convivencia en espacios pequeños, con grupos reducidos:320

Elías: Yo ahí me la vivo [en las fiestas rave]. La ‘neta’ sí es algo que sí, la ‘neta’. Es ‘chido’. Porque es así como un ‘desahogue’. Un ‘cotorreo’ ‘chido’ en el que vas, bailas y te desahogas. Te diviertes y la ‘chingada’. Ya si te gustan las drogas, te drogas y todo ese ‘pedo’. Aparte de que a mí me gusta la música electrónica. También son al aire libre.

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Este tipo de festividades no es un asunto menor, puesto que alrededor de ello se han generado fuertes conflictos

entre algunos sectores juveniles y la autoridad gubernamental. Cfr. Marcial, op. cit., 2006.

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Virginia: A mí las fiestas no me divierten. Yo cotorreo en la ‘prepa’, en la noche con mis compas y con mi novio. En la calle o en casas. Me ‘late’ ver películas, o ‘pistear’. Pero llegar a una fiesta en la que no conozco ‘banda’, no me ‘late’.

Así, la importancia de lo expuesto en G3 radica en que permite poner de relieve tanto las temáticas que circulan en el fluir del discurso juvenil, como la distinción entre un espacio público y un espacio privado que atraviesa las experiencias de ludicidad. Mientras que algunos jóvenes prefieren socializar en grandes grupos, otros deciden replegarse, retirarse a socializar en ámbitos más privados. A primera vista, lo anterior parecería un asunto trivial, que incide tangencialmente en la construcción de lo democrático. Sin embargo, ello no es así. Las temáticas que se discuten en el seno de los mundos juveniles, las distinciones que se efectúan entre un ellos con respecto a un nosotros, la predominancia de espacios privados frente a lo público, el mismo repliegue hacia aquéllos, todo ello alude a procesos que pueden ser leídos en términos políticos. Pero más aún, como vimos en el capítulo anterior, los temas que se abordan entre los jóvenes poco a poco van formando parte de las agendas que dan cuerpo a la esfera pública, al interés común. Recordemos que incluso muchas de éstas fueron parte central en las plataformas electorales de los aspirantes a la presidencia de la República. El caso del consumo de sustancias es un claro ejemplo de ello.321 321

Unas semanas antes de la elección presidencial del 2 de julio del 2006, los diferentes candidatos aparecieron en

el programa nocturno de noticias de Televisa, conducido por Joaquín López Dóriga. Este comunicador finalizaba las entrevistas que les hacía a cada aspirante a la presidencia con una serie de “preguntas rápidas”, acerca de temas fundamentales. Las respuestas de los candidatos permitieron observar con claridad tanto las distintas posturas ideo-

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Finalmente, un argumento que condensa en sí la posibilidad de efectuar una lectura política de los esquemas narrativos cercanos al «desapego apasionado», puede extraerse de lo dicho por Berenice en E2. Ante la pregunta acerca de lo que significaba ser joven en Guadalajara, esta joven reflexionaba lo siguiente:

Berenice: Pues ser joven… Pues es una etapa ¿no? Da igual, donde sea. Nada más que muchas veces, como que nos ven un poquito como menos. Pues ay, [dicen]: “están jóvenes”. Pues no. No nos toman tanta importancia, ¿no? Siento de que a veces pensamos un poquito mejor que los que, según eso, son adultos.

Con lo expuesto por Berenice se perfila la segunda de las aristas a las que nos referíamos arriba, es decir, una perspectiva que asume que la juventud es la etapa que ha de superarse para poder llegar a ser un humano completo, adulto y capaz de desenvolverse de manera adecuada en sociedad. La entrevistada parece asumir, de entrada, que la juventud es, efectivamente, un periodo de obligada «moratoria social». “Ser joven es una etapa”, nos dice. Sin embargo, el tono que adopta, así como el modo en que estructura su discurso, trastocan dicha perspectiva. Esto es así en la medida en que sugiere que es erróneo considerar que la

lógicas como los diferentes proyectos de nación suscritos por aquéllos. Por supuesto, las temáticas que sirvieron para dar cuerpo a las preguntas hechas por López Dóriga gravitaban alrededor de los tópicos que hemos abordado aquí (i. e. sexualidad, legalización de las drogas, aborto, etc.). Lo que queremos destacar con esto es la innegable conexión que existe entre algunos temas que se verbalizan/se silencian en la vida cotidiana y la construcción del campo político.

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inmadurez es una característica consustancial al ser joven: “Siento que a veces pensamos un poquito mejor que los que, según eso, son adultos” —sentencia Berenice—; cuestionando así, quizá sin pretenderlo, los mismos cimientos de la visión positivista y decimonónica que se ha impuesto sobre la pluralidad juvenil jalisciense. Sin duda, en esta confrontación de puntos de vista en la que se negocian los límites institucionales y las aspiraciones personales en torno a lo que se considera adecuado para la juventud, se encuentran elementos que permiten afirmar que la construcción de lo político [también] se sitúa en la vida diaria.

Yo ¿tú? ¿Ellos? ¿Nosotros?

Ahora bien, una vez que hemos visto varios aspectos generales que se discuten cuando los sujetos reflexionan acerca de lo que significa ser joven en Guadalajara, vale la pena analizar en su especificidad algunos de ellos. Para conectar esto con los argumentos expuestos más atrás, es pertinente tomar como punto de partida la ruptura que se percibe entre ciertos sectores de la juventud con respecto a la dimensión formalmente instituida de lo político. Ello abrirá la posibilidad de explorar con mayor detenimiento los discursos emitidos desde la apatía y el desencanto, es decir, desde un posicionamiento cercano al «desapego apasionado». Para ilustrar lo anterior, veamos lo que Arnulfo señalaba en una entrevista a la que nos hemos referido antes como E4:

Entrevistador: ¿Qué me podrías decir de la política en general?

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Arnulfo: Me da ‘hueva’.

Entrevistador: ¿Y acerca de la democracia?

Arnulfo: Igual. En lo particular a mi no me gusta ir a votar. Digo: si ya ganó un partido, y pues yo quiero que gane otro, va a ser la misma, ¿no?

Entrevistador: ¿Hay alguna situación, por ejemplo, en tu cuadra, en tu colonia, de un partido político, u otra en la que estés interesado en participar?

Arnulfo: Por lo pronto no.

Entrevistador: ¿Por qué?

Arnulfo: No sé. No me llama la atención. Creo que mi mentalidad está enfocada a otra cosa, a superarme personalmente. O sea, primero yo, luego yo, y luego yo. Y yo creo que ya después de eso, terminando no sé, tal vez una carrera, una maestría posiblemente, y si se diera un doctorado, qué mejor. Y entonces sí, ya veríamos [lo de participar] ¿no? Pero por lo pronto, yo. Y de ahí en más, nomás yo me intereso.

Una primera lectura de los razonamientos que nos ofrece Arnulfo en E4 pone de manifiesto la propensión a estabilizar la esfera privada, y a centrarse en la

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construcción del Yo, desentendiéndose de lo público. Pero si se profundiza un poco, es posible entrever que en la poca atracción que ejerce la dimensión formalmente instituida de lo político entre algunos sectores juveniles pueden observarse otros fenómenos. Así, un aspecto sutil que se desprende de lo dicho por este entrevistado —y que podría pasar de largo si no se le presta la suficiente atención— alude a la interiorización del «reduccionismo electorero» con el que se conceptúa la democracia en la esfera pública: desde una perspectiva en la que la política «da hueva», se asume que el ejercicio del voto es el elemento fundacional de la democracia. Si bien la dimensión electoral representa una condición necesaria de la democracia, de ningún modo es suficiente. Aquélla es la parte más visible, sin duda. Sin embargo, no hay que perder de vista que el «tiempo de las urnas» es de carácter coyuntural. Lo realmente democrático se construye socialmente, día con día, en el periodo que transcurre entre una elección y otra. Las dinámicas de la vida cotidiana ofrecen un lugar privilegiado para observar lo anterior. En consecuencia, se precisa explorar en qué otros lugares se tematiza lo político. En este sentido, encontramos en E4 un elemento que indica cómo se construye el «desapego apasionado», cómo se articula discursivamente el desencanto que muestran los jóvenes frente a las aristas que componen la parte más institucionalizada de lo político: Arnulfo, al igual que muchos jóvenes, considera que mediante el sufragio se ejerce una nula influencia en la estructuración de la esfera pública, por lo que opta por no involucrarse. Si la convocatoria a participar en lo que ha dado en llamarse «la fiesta de la democracia» tiende a tener una respuesta relati-

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vamente escasa, entonces estamos ante dos opciones analíticas: 1. Sugerir que el déficit de civilidad que caracteriza a regímenes como el nuestro puede atribuírsele en buena medida a la apatía juvenil [y desentendernos del asunto para estudiar, por ejemplo, las movilizaciones sociales de grupos de jóvenes altermundistas, que sí estarían fungiendo como actores del cambio] o; 2. Problematizar el desencanto juvenil, planteando que más que la mera retirada hacia lo privado, se opera un desplazamiento desde el cual la apatía misma revela la existencia de otros lugares en los que lo político adquiere sustancia. Aquí hemos preferido seguir la segunda de estas vías, y con ello estamos obligados a repensar incluso la noción a partir de la cual entendemos la cultura política (vid capítulo II). Bajo esta óptica, lo dicho por Arnulfo en E4 permite constatar que aquello que se tematiza entre los jóvenes, que los interpela, constituye un ámbito de indecibilidad frente al cual se ven orillados a adoptar una postura. Situarse frente a lo que nos es importante y decidir sobre ello es, sin duda, un proceso eminentemente político [aunque no necesariamente remite a la política formal]. Esto es así porque las decisiones tomadas en el día a día van tanto conformando los perfiles del campo político como nuestro lugar en el espacio social. Es innegable que justo en aquellas situaciones sociales de la vida cotidiana, en los temas que allí se discuten o se silencian, se construye la esfera pública; y es ahí también donde se actualiza la institucionalidad vigente. Como hemos insistido a lo largo de este capítulo, lo anterior queda más claro cuando los sujetos emiten sus argumentos acerca de aquellos aspectos que, en tanto jóvenes, les resultan significativos. En este sentido, Arnulfo señalaba, por ejemplo, lo siguiente:

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Entrevistador: Cómo joven ¿cuáles son los problemas que considerarías más significativos?

Arnulfo: Bueno, la corrupción. Y lo que viene siendo el delito, en lo que entra secuestro, homicidios y violaciones. Creo que son los más, más graves en el país. Nada más.

Entrevistador: ¿Alguno de estos problemas te afecta directamente, o por qué los consideras como los más graves?

Arnulfo: Bueno, que me afecten a mí, así como persona directa, no. Tampoco me benefician, sino que hay mucha intranquilidad social, más que nada. O sea, la intranquilidad social que hay en cuanto a personas que tienen, no sé, un estado económico bueno. Aunque, bueno, todo el tiempo el pueblo ha hablado de una crisis. Como nunca he tenido un trabajo así fijo, o alguna familia que mantener o algo, pues realmente digo: ‘chin’, ¿la crisis por qué [es un problema]? Pero sí. Algo que sí ha afectado mucho, yo creo que es el IVA. Que supuestamente era para las olimpiadas o el mundial [en la década de los sesenta/setenta], o algo así. Y realmente, pues pasaron las olimpiadas y el IVA se quedó. Igual que la tenencia [vehicular]. Yo creo que con lo que se paga, nada más de tenencia, el país haría muchas cosas que, o sea la gente, el pueblo, se ayudaría mucho. Que realmente, pues no sé. O sea, se terminó el mundial y tenían que haber quitado eso [el impuesto]. No lo

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quitaron. Mas sin embargo, pues yo veo las cosas igual, no he visto cambios en, bueno, en lo que he leído, en lo que me han platicado, no he visto cambios así realmente, que tú digas: “pues sí, se han hecho muchas cosas gracias al IVA, gracias a las tenencias, gracias a esto”. No. Ahí sí creo que no han beneficiado en mucho.

En principio, en lo expuesto por Arnulfo se ponen de manifiesto temáticas relacionadas con la inseguridad que se vive en el país. Además, las problemáticas que menciona le parecen lejanas, como si no incidieran en su entorno más cercano, salvo por la «intranquilidad social» que producen, sobre todo entre ciertos estratos socioeconómicos (altos). De ahí, la densidad temática de su discurso se traslada a la dimensión económica, y se enfoca en el contexto de crisis recurrente que tiende a asociarse con dicha dimensión en nuestro país. Desde luego, valdría la pena indagar, con estudios posteriores, los modos en que se conecta el fluir del discurso social (donde circulan construcciones simbólicas como la inseguridad, las crisis económicas recurrentes, etc.) con los saberes desplegados por la juventud en su vida diaria. Por el momento se requiere mencionar que el tono que adopta el entrevistado cuando se refiere a ello denota cierta incredulidad, puesto que percibe que la citada crisis no le afecta de manera directa; en apariencia no siente sus efectos. Él atribuye lo anterior, en buena medida, a que no se ha visto en la necesidad de trabajar y mantener una familia, es decir, aún no se convierte en adulto. Esto es importante porque permite recalcar la interiorización del circuito tradicional que demarca el umbral de la adultez entre algunos

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sectores de la población, así como el conjunto de expectativas al cual es posible aspirar a futuro. Otro elemento importante que se desprende de lo dicho por Arnulfo —y que ha estado presente en buena parte de los esquemas narrativos analizados— tiene que ver con la construcción discursiva del Otro político, es decir, con la alusión a sujetos abstractos, cuyos intereses privados o su incapacidad ejecutiva, es la causa de que entre ellos (i. e. los políticos) y nosotros (los ciudadanos) se haya abierto un abismo. Por supuesto, desde una perspectiva tradicional que reduce lo democrático a lo electoral, la vaguedad del saber desplegado por Arnulfo representaría un déficit de civilidad enorme. Sin embargo, para trabajos como el que aquí se presenta, que abordan la construcción de la democracia desde otros enfoques, ello constituye un eje alrededor del cual se erige un régimen político con características como las que presenta el nuestro. Finalmente, un aspecto que Arnulfo destaca en sus argumentos está vinculado con el desempeño de las instituciones gubernamentales, específicamente en lo que refiere al cobro de impuestos y cómo éstos se reflejan, o no, en la construcción de obras públicas que redunden en un beneficio social notable. Sin duda, como ya lo dijimos más atrás, los saberes puestos en juego por el entrevistado dejan entrever cómo la esfera pública se cuela —tambaleante e imprecisa, si se quiere— en el fluir de la vida privada. Desde una perspectiva similar, además del horizonte económico, algunas aristas problemáticas que adquieren relevancia en términos del ser joven en una entidad como la nuestra están vinculadas tanto con aspectos de orden personal e, incluso, íntimo (i. e. falta de compresión de los padres, las relaciones amoro-

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sas). A lo anterior se suman las pocas perspectivas que se percibe se tienen en torno al futuro. Para ilustrar lo anterior, recurramos a lo dicho por Adrián en E1. Así, este joven destacaba como aristas problemáticas las siguientes:

Entrevistador: ¿Cuáles son los problemas que tú, como joven, consideras como más significativos?

Adrián: Hasta el momento la economía. También la falta de comprensión —por así decir— de tus padres —de aquí pa’llá y de allá pa’cá—. Los problemas tal vez en el trabajo. A mí se me hace un gran, gran problema —y tal vez muy tonto— que el coche esté sucio. Y muchas veces los problemas con mi novia. Esos son los que veo como más significativos hasta el momento. Y el más importante, que me da miedo: el futuro. El futuro incierto que yo por lo menos tengo, me da mucho, mucho miedo.

El contraste que puede hacerse entre lo dicho por Arnulfo en E4 y por Adrián en E1 es crucial, porque ilustra uno de los principales argumentos que hemos sostenido en este trabajo: lo político se subjetiva en la misma medida en que la subjetividad tiende a politizarse. En el esquema narrativo mostrado arriba queda claro cómo hay un reflujo entre una serie de factores externos, de carácter estructural, y aspectos que se ubican en el dominio correspondiente a la intimidad. Es justo en la emergencia de estos efímeros vasos comunicantes donde pueden efectuarse otras lecturas de lo político, diferentes a las privilegiadas por la poli-

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tología de corte más clásico. De manera específica, vemos cómo surgen puentes/ abismos que conectan/rasgan el espacio público y la esfera de lo privado. Pero esto no es un proceso unidireccional, sino de ida y vuelta, aunque asimétrico: es evidentemente mayor la influencia que ejerce lo dictaminado por las instituciones en el ámbito de la vida privada, que lo que ocurre en el sentido inverso. Esto quedará claro más adelante, cuando se aborden temáticas como la sexualidad y el cuerpo, las cuales ilustran el reacomodo que tiene lugar en términos de la conceptualización de lo político. Por el momento, veamos como Adrián abundaba en sus reflexiones, las cuales vale la pena citar in extenso:

Entrevistador: ¿Para ti, que significa ser joven en Jalisco, que dirías desde tu experiencia personal?

Adrián: Bueno, Jalisco se me hace una ciudad (sic) muy, muy pero muy extremadamente bonita. Pero también se me hace así como que todos los spots de ahorita, de “obras para tu beneficio” y “trabajamos por ti”, “el futuro”, y todo eso, se me hace así como que… {Adrián hace un gesto de desaprobación}. Bueno porque siempre dicen: “es que los jóvenes son el futuro de Jalisco”, pero creo que cada quien, día con día, yo como joven, es ahora… O sea, en el pasado no estaba tan preocupado por el futuro porque yo decía: pues estoy joven. Aún sigo siendo joven, pero mi manera de pensar ha cambiado conforme a mis vivencias, ¿no? Y mis vivencias han sido siempre dentro de esta ciudad. Entonces yo mi futuro lo veo dentro de la ciudad y

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me gustaría por ejemplo a mí, que sí se preocupen, en vez de decir: “los jóvenes son el futuro de México y del estado”, pues, o sea hablando aquí, seria así como que, nosotros somos el presente. Somos el futuro y el presente, ¿no? Creo que deberían en vez de simplemente catalogar a las personas por “jóvenes” y “viejos”, como siempre se hace —que creo que no está bien—, no sé, deberían de hacer un programa en el que, así como hacen el miércoles ciudadano y esas tonterías, hacer algún día en especial para escuchar las opiniones de todos, no solo de los ciudadanos de La Consti; o no solo los ciudadanos de Atemajac, como alguna casilla que en vez de votación, sea como de opinión, ¿no? Algún momento a la semana, alguna hora en el radio, alguna hora en el canal 4, algo así, en el que digas: “a ver, vamos a escuchar las opiniones”. No sé, agarrar de la nada y llegar a la secundaría 17 y decir: “a ver Luis —sin importar si Luis es ‘desmadroso’, o si Luis es cerebrito, o si Luis se destaca porque juega bien en el equipo de esto—. O sea, simplemente decirle: “a ver Luis ven. Al padre de la iglesia de Santo Domingo de allá de san Juan de las Pitas, no sé. A don Pancho, de acá de la Tuza. O sea, a gente ‘X’ que en realidad pues, son los de la opinión verdadera, los que creo yo que importan. O sea, está chido ser joven, porque sí hay muchas, muchas cosas aquí. Creo que se nos quiere hacer ver que tenemos un gran lugar en la ciudadanía cuando en realidad no es así, cuando yo creo que no tenemos ni siquiera un lugar definido, como jóvenes, no, porque, se nos ‘vandaliza’ para empezar, y desde ahí ya no tenemos un lugar, o sea, no hay respeto. Porque al decir: “los jóvenes son esto, los jóvenes son aquello”,

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creo yo que están diciendo que tenemos algún tipo de jerarquía, algún tipo de voz u opinión, que nuestro voto sería escuchado. Y no es así porque siempre se nos espera hasta que tenemos 18 para decir: “es que tu voto ya vale”. Y tu dices, “no ‘mames’”. Yo a los 18 estoy ‘pisteando’ en un bar, y de ‘guey’ me voy a levantar el domingo todo crudo y decir: voy a ir a votar. O sea, a mí se me hace así como que no. No se me hace ‘chido’.

En lo dicho por Adrián pueden entreverse diversas posiciones de sujeto más o menos delimitadas, las cuales aluden a un complejo abanico temático. En primera instancia, como ocurre en otros esquemas narrativos, el entrevistado trae a colación la brecha que él percibe se abre entre el gobierno y los ciudadanos. Para darle sentido a tal brecha, enseguida traslada el foco de su discurso a la manera en que, en tanto joven, ello le afecta. Esto es importante porque ejemplifica cómo se cuelan —en las matrices discursivas— las imágenes culturales que le otorgan visibilidad a la juventud. El aplazamiento de este sector poblacional, su postergación «para después», son elementos que para Adrián resultan espinosos. Esto es así porque reconoce que de esa manera, desde la perspectiva institucional se le «niega» su presente. Por otra parte, esto le lleva a integrar «el futuro» dentro de su horizonte de vida, a razonar acerca de sus posibles opciones de desarrollo. La conclusión lógica a la que arriba indica que la juventud sí es el futuro de la entidad, como puede desprenderse también de los modos institucionalizados que se tienen de nombrar al joven. Asimismo, este segmento de la población es y habita el presente. Con sus argumentos, el entrevistado nos permite intuir las

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rupturas entre la temporalidad que las instituciones le asignan a la juventud, y el tiempo en el que ésta se desenvuelve en realidad. Finalmente, ofrece lo que a su modo de ver son estrategias gubernamentales que redundarían en la arquitectura de un espacio público más favorable para el involucramiento de los jóvenes. El detenimiento con que revisamos lo expuesto por este joven no es ocioso. Más bien, es justo en este tipo de saberes donde pueden encontrarse algunos factores para sugerir que aquello que los individuos discuten en la esfera privada, en la socialización con sus pares, se inscribe en las agendas públicas y forma parte de la determinación del interés común. En última instancia, los factores que quebrantan el orden social se construyen discursivamente alrededor de dos grandes ejes. El primero, de carácter general, estaría vinculado con la falta de una «seguridad ontológica» —por decirlo à la Giddens—. Habitar un entorno en el que las instituciones se perciben como erosionadas y, por ende, brindan pocas certezas, deviene en una sensación de vulnerabilidad y riesgo frente, sobre todo, al futuro. El segundo de estos ejes gravita alrededor de la concepción que prevalece entre la juventud acerca de los actores políticos: éstos funcionan como una especie de «válvula de escape», de ancla a la cual es posible atribuir la serie de vacíos que desgastan la esfera pública. Ambos ejes, en conjunto, podrían explicar en alguna medida el relativamente escaso involucramiento de la juventud en la dimensión formalmente institucionalizada de lo político. Ahora bien, de manera similar a lo dicho por Adrián en E1, Lilia, en E3, ponía de relieve un esquema narrativo en el que, una vez más, se destaca como eje problemático para la juventud el ámbito económico, así como la re-

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lación que éste tiene con las posibles perspectivas de desarrollo que pudieran presentarse en el futuro:

Entrevistador: Como joven, ¿cuales son para ti los problemas a los que te enfrentas, los que consideres como los más significativos?

Lilia: Pues… Que cada rato están cambiando de precio todas las cosas. Mira, suben y suben, y suben y suben los precios y no paran. Y por ejemplo el camión, tres pesos así y de repente cuatro pesos; al rato 5 pesos. Hay gente que no tiene ni para el camión. La verdad, se pasan. O sea, sí, eso es lo que más me molesta, que cambien los precios de, de por ejemplo, de la comida y todo ese tipo de cosas. No sé. El trabajo, también. Por ejemplo, yo quiero ser doctora. Quiero ser ginecóloga. Y yo creo que por ejemplo, si ahorita esta así, tan caro todo, ‘en la vida’ [nunca] voy a poder tener un maldito consultorio… O sea, sí me afecta que suban mucho los precios de las cosas.

El argumento expuesto por Lilia revela diversos aspectos a los que los jóvenes jaliscienses se ven orillados a hacer frente. En principio, como ha quedado claro más atrás, el devenir del ámbito económico, aunque aparentemente lejano e indefinido, resulta un tópico crucial dentro de las preocupaciones desplegadas por los entrevistados. Esto es así debido a que aquél se vincula con aspectos más concretos, tales como las posibilidades de conseguir un empleo, o el tipo de vida al cual se pueda acceder una vez cruzado el umbral de la adultez. De manera

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específica, Lilia alude como variable principal el incremento de los precios, y cómo éste representa una limitante para sus aspiraciones personales. El bienestar subjetivo, privado, quedaría, desde la perspectiva de Lilia, circunscrito por una serie de dinámicas externas que resultan incontrolables. Si a lo anterior se suma el profundo malestar causado por la escasa «seguridad ontológica» que ofrece el escenario institucional, es decir, la poca atracción que ejerce el ámbito público entre buena parte de este segmento poblacional (en términos de una participación activa en la transformación de un orden determinado), encontraremos elementos que explican con claridad por qué un régimen político como el nuestro tiene los rasgos que le caracterizan. Finalmente, hay un detalle crucial que no debe pasar desapercibido en los argumentos de esta joven: “La verdad, se pasan”, dice y con ello atribuye aquello que se le presenta como un óbice (i. e. el aumento de los precios) a sujetos abstractos, que sin embargo constituyen un ellos (quienes incrementan los precios) frente a un nosotros (que tienen que solventar tales incrementos). En otras palabras, los aspectos problemáticos que tocan la vida de ciertos sectores de la juventud sitúan la raíz de lo político en el núcleo mismo de las dinámicas que tienen lugar en la vida cotidiana. Así, el repliegue hacia lo privado poco a poco va colocando elementos que circulan en la dimensión de lo íntimo como temáticas que orillan a los jóvenes a adoptar una postura. Las decisiones y elecciones que se realizan a diario dotan de sentido y actualizan la institucionalidad vigente (i. e. tatuarse o no; consumir alguna sustancia o no; vestirse de una manera y no de otra, etc.). En los esquemas narrativos analizados aquí comienza a perfilarse el propio cuerpo —quizá la

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única y más preciada posesión de los jóvenes— como el lugar donde desembocan estas otras formas de experimentar lo político. Los argumentos que Fernando expone en E7 nos muestran otras pistas para entender cómo lo político se resignifica en la esfera de lo cotidiano:

Entrevistador: Cómo joven ¿cuáles son los principales problemas a los que te enfrentas?

Fernando: Pos a la drogadicción. ¿La drogadicción por qué? Porque… Es que, es que no. Es algo que nunca se va a acabar. O sea, por más que el ‘pinche’ gobierno trate de quitar a los ‘güeyes’ que venden y eso, eso va a seguir. Es más, de eso, bueno, es lo que yo pienso que sostiene la economía de México, quieras o no. También la falta de empleo. Sí, ‘a huevo’. Eso y las leyes.

Vemos pues que entre las preocupaciones centrales de ciertos sectores juveniles se destacan aspectos que van desde lo más externo, de corte estructural, tales como lo económico y la inserción en el mercado laboral, hasta cuestiones internas, individuales (i. e. la ludicidad, el consumo de sustancias psicoactivas). El tránsito de ida y vuelta entre ambos extremos alude, precisamente, a la resignificación que los jóvenes hacen del campo político. Pero a su vez, también revela la emergencia de otras formas de hacer política; mejor dicho, de una política de la resignificación (véase la figura 4.1). Ello en la medida en que el desencanto

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y el malestar que prevalecen entre algunos jóvenes (con respecto a la dimensión formalmente instituida) muestra una innegable retirada hacia las trincheras de lo privado. Pero al mismo tiempo se evidencia el surgimiento de «otros» lugares en los que lo político se condensa, en los que el cuerpo y la subjetividad ocupan lugares preponderantes. En los párrafos siguientes nos aproximaremos al análisis de algunos de estos otros sitios en los que lo político adquiere visibilidad.

Los jóvenes y el mercado laboral: «el trabajo es encontrar trabajo»

El «mapa» trazado por los temas que los jóvenes que participaron en este estudio consideran problemáticos, invita a «hacer una parada» en algunos de los lugares referidos. Comenzaremos con aquellos que se presentan como externos, estructurales, sobre los cuales se percibe que en tanto sujetos particulares se tiene poca o nula influencia. De manera específica, seremos testigos de cómo desde este sector poblacional se discuten algunos de los aspectos relacionados con la dimensión económica y las distintas vertientes de ésta con relación al desempeño habitual de la juventud. Así, de acuerdo con las posibilidades de inserción en el mercado laboral percibidas por algunos actores, en G3 se comentaba lo siguiente:

Entrevistador: ¿Encontrar trabajo representa un problema para ustedes?

Pedro: No, ‘güey’ {la respuesta es de Pedro. Virginia esboza una sonrisa irónica al tiempo que mueve la cabeza negando}.

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Carola: Nomás no encuentras {ríe}.

Elías: El trabajo es encontrarlo {más risas}.

Carola: Sí. La ‘neta’ está bien ‘cabrón’ encontrar ‘jale’.

Entrevistador: ¿A ti te parece fácil encontrar ‘chamba’? {Me dirijo a Virginia, quien hasta entonces había permanecido en silencio}.

Virginia: Casi siempre que voy [a buscar trabajo]… ¿Ya ves que dejas solicitudes en cuatro o cinco lugares? Y me hablan de uno. Siempre.

El ingreso en el mercado laboral y la posterior formación de un nuevo núcleo familiar demarcan el umbral de la adultez, según lo establecido por el circuito tradicional predominante en nuestro país. Sin embargo, es paradójicamente este eje (i. e. trabajo-familia) el que evidencia con mayor claridad el agotamiento de mencionado circuito. En última instancia, el caso descrito por Virginia refleja que conseguir un empleo sí es, efectivamente, un problema para los jóvenes. El hecho de que ella tenga que acudir a cinco lugares a solicitar trabajo no implica necesariamente que la oferta sea amplia, sino que el mercado laboral está saturado y los lugares son escasos. La conexión de lo que ocurre a nivel personal con los aspectos de corte estructural resulta aquí relativamente sencilla. Esto es así en la medida

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en que debido al contexto económico de nuestro país y de la entidad, buena parte de la juventud se ve en la necesidad de conseguir un empleo a edades tempranas, aunque ello no implique siempre que abandonen el hogar paterno para formar una nueva familia. En cambio, lo que ocurre es que cada vez más se alarga el periodo que institucionalmente delimita la etapa de la juventud. Como quiera que sea, la conversación con los jóvenes en G3 continuó de la siguiente manera:

Entrevistador: ¿Y en términos de ‘chamba’ les ocasiona problemas su forma de vestir? ¿Tienen tatuajes? {Aprovecho el rumbo que toma la conversación para averiguar acerca del cuerpo como campo político. Trato de establecer una relación entre los problemas para conseguir empleo con la apariencia personal}.

Elías: ‘Nel’.

Virginia: Por la edad, más bien.

Si realmente uno de los impedimentos a los que se enfrentan los jóvenes al momento de solicitar un empleo gira en torno a la edad, entonces es evidente la influencia que ejerce la perspectiva positivista y decimonónica que asume que la juventud es una etapa de moratoria social. Podría argumentarse —como lo hacen algunos empleadores—que la falta de experiencia es una condición asociada a la minoría de edad legal; o mejor dicho, relacionada con el ser joven. Aunque esto

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no es necesariamente equivocado, sí podría estar ocultando que más que falta de experiencia, se parte de la idea que los jóvenes no tienen la capacidad ni la responsabilidad suficiente –porque se asume que ésa es la naturaleza del ser joven– como para otorgarles la confianza de un empleo bien remunerado. Tal como lo veremos en la siguiente sección, lo anterior queda más claro cuando se vincula la inserción en el campo laboral con la apariencia personal.

El acoso de las apariencias: el cuerpo como arena política

Sin duda, una de las aristas que permite diferenciar el universo simbólico juvenil de otros (i. e. la adultez) se encuentra en los modos que algunos jóvenes instrumentan para plantarse frente a la sociedad, es decir, en los diferentes posicionamientos que adoptan los sujetos. Para escudriñar los contornos del mundo de la juventud, habría que efectuar, en consecuencia, una exploración más profunda de las relaciones que se establecen entre las diferentes esferas en las que este sector de la población se desenvuelve. Así, el vínculo entre la apariencia personal y las posibilidades de inserción en el mercado laboral abre una vía productiva que conecta el ámbito estructural con el devenir del actor (es decir, que nos permite —por decirlo à la Giddens— captar la estructuración de la sociedad). Desde esta perspectiva, la densidad temática del diálogo que sosteníamos en G3 se desplazó hacia los mencionados derroteros. Ello adquiere una importancia crucial en la medida en que ilustra cómo efectivamente ocurre un repliegue hacia la esfera privada, pero también cómo ésta se inscribe en lo público.

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A la luz de lo anterior, las discusiones aparentemente abstractas, abordadas desde el primer capítulo de este trabajo, se vuelven ahora fundamentales. En otras palabras, en un contexto marcado por una modernidad tardía (i. e. en el que predomina una fuerte tensión entre el horizonte de la tradición y la fluidez de la postmodernidad) se observa un vaciamiento de la esfera pública. O mejor dicho, un desplazamiento de los lugares en los que de modo tradicional se concebía lo político. Cuando esto se problematiza desde la perspectiva de los sujetos jóvenes, puede concluirse que la dimensión formalmente instituida de la política muestra un profundo agotamiento, así como una retirada de aquéllos hacia el dominio privado. Pero a la par de lo anterior, al tiempo que se desentienden de aquella dimensión, algunos segmentos de la juventud también postulan otros territorios como arenas políticas. El consumo, la ludicidad, la intimidad, la afectividad, el cuerpo, todo ello constituye «nuevos» lugares –qua ámbitos de indecibilidad– desde los cuales se resignifica este campo. Veamos cómo, luego de haber discutido la inserción en la esfera laboral, la conversación desarrollada en G3 continuó así:

Elías: Por lo mismo yo no me he tatuado. Porque en los trabajos no me aceptan. En muchos, pues.

Entrevistador: ¿A ti no te la hacen ‘de tos’ por los ‘piercings’? {Me dirijo a Carola, quien tiene dos perforaciones: una en el labio inferior, y otra apenas visible en la nariz}.

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Carola: ‘Pos’ nomás por éste {señala el arete que tiene en el labio inferior}. Más mi mamá. Pero sí la hacen de ‘pedo’. Así como para vender tarjetas sí. {Días antes de efectuar la reunión, Carola promovía tarjetas de crédito. La acababan de despedir porque, según le dijeron, la empresa había ‘quebrado’. Aunque ella intuía que la verdadera razón de su despido había sido su apariencia}.

Entrevistador: ¿Tienes que tener “buena presencia”, como le dicen?

Carola: Ajá. Así con tacones y pintada, y así. Te piden presentación, pues. Porque es la imagen del banco. Y si tú no das buena imagen, pues simplemente el banco no te da trabajo. O sea, quieren acá, gente de traje.

Entrevistador: ¿Y a ti, en tu trabajo no te causa problemas tu estilo de cabello? {Le pregunto a Pedro, quien labora en un expendio de sushi. Lleva el cabello teñido de verde, cortado a modo de mohawk o punk}.

Pedro: Pues mi patrón me dice: “qué onda, cabrón, qué pedo con ese pelo”. Pero yo lo mando a la ‘verga’. Traigo ‘gorrito’ para que después no me la vaya a hacer de ‘pedo’, de que se queje la gente. Si me dijera algo del pelo, pues me salgo, ‘güey’. Igual un ‘compa’ ahí en el trabajo tiene ‘rastas’ [un estilo de cabello]. Y pensé: “la ‘neta’, si me la hace de pedo, le voy a decir que me veo más limpio yo que ese ‘güey’ con ‘rastas’”.

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En el diálogo de estos jóvenes resulta más que evidente la relación entre la apariencia personal y las posibilidades de conseguir un buen empleo. Además, basta echar una mirada a la sección de ofertas laborales de cualquier diario de circulación local o nacional para constatar que la «buena presencia» es un «requisito indispensable». En este sentido, el mismo ser joven se vuelve un problema, puesto que las «marcas de identidad» asociadas con esta etapa de la vida son estigmatizadas socialmente; se sancionan, pues, de manera negativa. Esto pone en marcha una serie de mecanismos discriminatorios que inciden de modo directo en la construcción de la subjetividad, en los contornos que adquieren los mundos juveniles. La adopción de una postura con respecto a ello, por parte de los individuos jóvenes, muestra con claridad la inscripción de los dictámenes institucionalizados en la esfera privada. Las palabras de Carola ofrecen una muestra de ello, y a la vez aluden a una dimensión más profunda. Esto es así en la medida en que su apariencia entra en contradicción con los requerimientos de sus empleadores. Ello debido a que en última instancia el empleado se convierte en «la imagen» de la institución. ¿Acaso no hay aquí una despersonalización radical que sugiere que la construcción de la biografía se torna un asunto secundario, subsumido a los intereses de particulares? ¿En verdad no encontramos en las respuestas a lo anterior la posibilidad de efectuar una lectura política de la politización de la subjetividad? Lo dicho más adelante por Pedro así lo constata: en sus razonamientos también se ponen de relieve los modos en que lo privado ejerce cierta influencia en lo público. Ello a través de las tácticas que instrumentan los sujetos mediante la postulación del cuerpo, de la apariencia, como una expresión de su posicionamiento a favor o en contra de

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aquello que les es importante. Así, no es extraño que frente a las llamadas de atención que recibe de su jefe (debido al corte de cabello que porta), Pedro responda con un: “Pero yo lo mando a la verga”. Por otra parte, Carola «desliza» en la conversación un detalle sutil. Ella señala que es su Madre quien más se molesta por los piercings que lleva en el rostro. Pero aún así los porta. Este factor, que pudiera parecer menor, ofrece la posibilidad de interpretarse incluso como una especie de desafío a las cortapisas que la institucionalidad vigente considera como adecuadas para la juventud. Además, el entorno familiar adquiere otra connotación si es visto bajo la óptica esbozada por esta joven. Lo anterior resulta más explícito en un grupo de discusión al que nos hemos referido como G2. Ahí, la relación entre la apariencia personal, en tanto modo de ser en el mundo, y la esfera de la familia se construía discursivamente de la siguiente forma:

Biral: Me iba a tatuar toda la espalda. Me quería poner un ‘pinche’ dragón. Pero pos después te preguntas cuál es el significado sentimental que tiene el dragón. Está ‘perro’, pero ¿me lo voy a poner nomás porque está ‘perro’? Qué tal si cuando esté más grande digo que está bien pa’ la ‘verga’ lo que tengo en la espalda.

Viviana: Yo no me tatúo porque luego me arruino por el jale. Y por mi mamá. Le arruino la vida {Viviana se ríe}. Biral: Yo no me tatúo nomás porque no estoy ‘mamado’. Qué bueno que no estoy ‘mamado’. {El tono que utiliza Biral denota cierta ironía}.

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Eduardo: Yo tengo la mentalidad, desde niño, de tatuarme. Pero [lo voy a hacer] hasta que me salga de mi casa.

Cristina: Yo, ¿tatuarme? ¡Hasta que mi mamá se muera!

Biral: Tu cuerpo es tu lienzo. ¡Nadie tiene que mandar sobre tu cuerpo!

Vemos aquí que cuando se analizan los esquemas narrativos mediante los cuales los jóvenes dotan de sentido a su propia experiencia, es posible redimensionar el malestar que éstos expresan con su «retirada» al ámbito privado. En el diálogo expuesto arriba se pone de manifiesto no sólo la importancia que este segmento de la población le otorga a la apariencia personal. Además, se muestra una serie de lugares en los que es preciso poner atención si se quiere entender tanto el vaciamiento de la esfera pública, o mejor dicho, el malestar desde el cual se mira a aquello que tiene que ver con la dimensión formalmente instituida de lo político, como la emergencia de otros sitios donde la institucionalidad adquiere vigencia. Los razonamientos expuestos por Biral, integrante del crew 2B, ponen en juego sus propias expectativas en cuanto al futuro, al aludir a un posible «arrepentimiento» de sus actos, una vez cruzado el umbral de la adultez. En cambio, Cristina, Viviana y Eduardo le otorgan mayor importancia a las consecuencias que en el presente detonarían sus actos en el entorno familiar. Lo significativo aquí consiste precisamente en que los jóvenes toman una decisión, adoptan una postura frente a aquello que los interpela. Pareciera en

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principio que estos temas (i. e. optar por tatuarse o no) son intrascendentes para el desarrollo de la democracia en nuestro país y, sobre todo, en Jalisco. Sin embargo, nos parece que no es así. Una decisión que en principio tiene un aspecto puramente personal alude a entornos más amplios, hace eco en la dimensión ética y se vincula incluso con el cumplimiento de los derechos de la juventud. En la medida en que los efectos ocasionados por los propios actos son ponderados por quienes los llevan a cabo (en este caso, por los jóvenes) también se manifiesta en sí una decisión, es decir, una toma de postura que, sin duda, puede ser leída en términos políticos. Más aún, lo anterior no sólo incumbe al dominio de lo privado, sino que se inscribe por completo en la esfera pública, la constituye como tal. Recordemos que, por ejemplo, en el Distrito Federal existen legislaciones específicas diseñadas para regular esta práctica juvenil individual, «banal, y de poca trascendencia». “Tu cuerpo es tu lienzo. ¡Nadie tiene que mandar sobre tu cuerpo!”, sentencia Biral, y con ello afianza nuestros argumentos. Por último, no está de más indagar ¿cómo se construye discursivamente el lugar que se ocupa en el mundo? ¿Cómo se delimitan los contornos del universo juvenil en los esquemas narrativos analizados? Una buena vía para responder a estas interrogantes se encuentra en la exploración de los elementos que utilizan los jóvenes para dotar de sentido sus distintas adscripciones culturales. En el grupo de discusión al que nos hemos referido como G2, la densidad temática se trasladó a aspectos relacionados con el graffiti, así como a grupalidades como los skatos.322 En este contexto, Biral señalaba lo siguiente: 322

Alrededor del ‘skateboard’ o tabla de patinar se ha generado toda una cultura juvenil en nuestro país. En torno

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Biral: Todo mundo nos tiraba ‘mierda’ a los ‘skatos’ porque decían que nosotros no la pasábamos ‘chingando’ los patrimonios. Pero yo también ocupo un ‘pinche’ modo de expresarme. O de que alguien me oiga. Si nadie sabe quién soy, ‘rayando’ en otras casas van a saber quién soy. Simplemente por decir: “el Biral rayó mi casa” van a decir: “ese ‘puto’ me cae gordo”. A lo mejor mi rostro no lo ubican. Pero simplemente al decir: “el Biral rayó mi casa” ya le caíste gordo a alguien. Igual otros ‘graffiteros’ dicen: “ese güey tiene letras ‘chidas’”, y la ‘chingada’.

Viviana: Yo siento que los que sí ‘grafitean’, que expresan algo ‘chido’ son los que hacen murales ‘chidos’. Pero los que nada más rayan yo no entiendo qué expresan, porque sí nada más van a rayar, pues…

Biral: Eso de ‘rayar’ es marca de territorio. Es como cuestión de ego. Los ‘skatos’ son como los perros: se ponen a marcar su territorio y el que se meta ‘pos’ a morderlo. Pero o sea, también, negativamente si quieres, es importante, porque si te das cuenta de que te quieren ‘madrear’ aquí y allá, pues entonces dices: “pa esos ‘putos’ yo soy algo”. Te hace sentir importan-

a esta especie de deporte urbano, que fue retomado por los adolescentes norteamericanos desde principios de la década de los ochenta, la agilidad y la velocidad adquirieron nuevos significados. Así, desde las piruetas arriesgadas hasta las persecuciones policiales han generado un campo de competencia simbólica y la posibilidad de destacar entre los amigos. Desde luego, las asociaciones entre la cultura del skate, la música Hip Hop y la práctica del graffiti son por demás aristas analíticamente muy interesantes y productivas en términos del entendimiento del universo juvenil. Cfr. Rogelio Marcial Vázquez. Jóvenes en diversidad. Ideologías juveniles de disentimiento: discursos y prácticas de resistencia, Tesis de Doctorado, El Colegio de Jalisco, México, 2002, pp. 184-197.

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te. Lo que no te hace sentir otra persona te lo hace sentir gente que no conoces. Negativamente, porque no es bueno que te quieran ‘madrear’. Igual y te empiezan a ubicar por eso.

Viviana: Pero ¿no sientes ‘culero’ que te sientas importante por eso y no por algo en lo que ‘neta’ tú seas ‘chido’?

Biral: Pues es que depende. Por ejemplo, a los que les gusta el ‘trompo’ [pelearse], van a decir que no. A mí me encanta agarrarme a ‘putazos’. Me encanta. No ‘mames’. Y acá, si te buscan por eso, si sabes que te reconocen porque sabes pelear y la ‘chingada’, y por eso te andan buscando, es como hacerte popular. Te ganas un estatus en cuanto al desmadre ‘skate’. Porque los ‘darketos’, no creo que acepten ese ‘desmadre’ de andar ‘rayando’ o de andar agarrándose a ‘putazos’.

Viviana: Yo no estoy de acuerdo contigo. Estaría de acuerdo en lo que dices en cuanto al ‘pedo’ del nivel que tienes en cuanto a los putazos. Pero ¿eso de andar ‘rayando’?

Biral: Bueno, con los ‘eskatos’ no hay mejor nivel que patinar mejor que otro ‘cabrón’. Pero igual pasa lo mismo. Llegas e impactas a un ‘güey’ por dos tres trucos, y el ‘güey’ te canta el ‘tiro’. Te da en tu ‘madre’ y se acabó que eras bueno para patinar. Ya se acabó. Ya no te reconocen porque lo

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opacaste patinando, sino porque te dio en tu ‘madre’. Y ya. Sí está ‘mamón’, pero sí me ‘late’.

En las construcciones discursivas que dotan de sentido a la socialización y a la grupalidad puede observarse, tal como lo argumenta Marcial, que tanto los individuos como los grupos sociales crean y recrean formas diversas de expresión y reproducción identitaria. Éstas gravitan alrededor de las necesidades que tienen los sujetos de expresarse y comunicar sus «expectativas y frustraciones». Asimismo, con la puesta en marcha de estos procesos identitarios algunos jóvenes intenta apropiarse del espacio, pretenden «hacer suya» la ciudad y, al mismo tiempo, situarse dentro de un conglomerado sociocultural particular. En el caso de algunos segmentos de la población joven, el graffiti representa una táctica para hacerse presentes, para mostrar una «existencia y una territorialidad». En este sentido, el mencionado autor sugiere que la diversidad que caracteriza al universo juvenil encuentra, en ocasiones, en los espacios públicos el sitio idóneo para discutir ideas y concepciones atribuibles a estratos sociales específicos. En concreto, la ciudad constituye un lugar en el cual es posible lograr una comunicación directa con el Otro, poniendo en la palestra varios de los intereses asociados con este sector poblacional.323 323

Cfr. Rogelio Marcial Vázquez. “El grafiti: expresividad juvenil urbana”, en Relaciones. Estudios de historia y socie-

dad, núm. 65/66, El Colegio de Michoacán, México, 1996, pp. 172 y siguientes. Vale la pena destacar que el mencionado autor sugiere que el grafiti ha logrado convertirse en un vehículo de los mensajes de amplios sectores de la población. Esto es así sobre todo entre grupalidades e individuos que se desenvuelven en escenarios colectivos como la calle, la esquina o el barrio. En este sentido, Marcial sostiene que los mensajes informales y anónimos que se plasman en postes, banquetas y bardas (entre otros sitios) se transforman en información que dota de sentido a

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Vemos, pues, que una práctica juvenil confronta a ciertos grupos de jóvenes con el resto de la sociedad. La causa a la que se atribuye este carácter conflictivo es definida por Biral como la falta de espacios para expresar la diversidad. Así, la necesidad que muestra este joven de situarse en el mundo, de hacerse oír, puede ser vista como una arista que pertenece al dominio privado. Pero también tiene una inscripción —literal— en lo público. Ello en la medida en que al dejar plasmada su huella, su marca de identidad en los muros, delimita sus fronteras, parcela la urbe, se apropia de este espacio. Además, pone en juego la institucionalidad vigente y el circuito tradicional que demarca las vías correctas que se supone deberían ser recorridas por el joven para ser un «humano completo».

«La virginidad no existe»: sexualidad y equidad de género

Hasta aquí hemos visto que el cambio social se registra cuando menos en dos grandes planos. En primera instancia, existen procesos de amplia envergadura que tienen expresiones por demás visibles. Entre éstas destacan, por ejemplo, el impacto de la globalización económica y cultural en la determinación del mercado y el consumo, el riesgo creciente de una catástrofe ambiental, o las transformaciones que experimentan instituciones como la escuela o la familia. En el mismo sentido, de manera reciente hemos sido testigos de la emergencia tanto la cotidianidad de algunas grupalidades juveniles. Si se quiere abordad este tipo de cuestiones tomando en cuenta el caso de Guadalajara, Jalisco, véase Rogelio Marcial Vázquez. “Joven, grafiti, voz. Identidades juveniles en torno al grafiti en Guadalajara”, en Caleidoscopio. Revista semestral de ciencias sociales y humanidades, año 3, núm. 5, Universidad Autónoma de Aguascalientes, México, 1999, pp. 11-34.

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de movimientos sociales inéditos, cuyos actores son redes fluidas y horizontales, a diferencia de los sujetos transindividuales de antaño. Por otra parte, también es posible intuir que, con base en una lógica menos espectacular, sutil y poco evidente, tienen lugar procesos transformativos que inciden en las prácticas sociales, los cuales ocurren en el ámbito de la vida cotidiana. Sin duda, las dinámicas que se experimentan en la actualidad en el campo de la sexualidad pueden inscribirse en el segundo de estos planos. En un grupo al que nos hemos referido anteriormente como G2, dicho campo se postulaba como un tópico problemático, y se construía discursivamente del siguiente modo, con una afirmación contundente de Claudia:

Claudia: Nah. La virginidad no existe. {Claudia lo dice con un tono marcado por el escepticismo. Habíamos estado conversando de manera ligera acerca de la importancia de las relaciones amorosas, de las diferencias de pensamiento entre géneros, hasta que esta joven soltó la “bomba”. A partir de ahí, la discusión se “encendió”}.

Viviana: A mí lo que más me llama es tener una pareja. Lo hagas cuando lo hagas no hay ‘pedo’. Pero nada más con uno. La virginidad carece de sentido.

Eduardo: Tú puedes perder tu virginidad en una bicicleta.

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Viviana: No. Es que eso no es la virginidad. Eso es el himen, pero no es la virginidad.

Eduardo: Pero uno como hombre lo toma eso como la virginidad. Si no tienes roto el himen eres virgen. Si lo tienes roto ya no.

Viviana: ¡Pero hay ‘morras’ que nacen sin himen! {Viviana parecía no creer lo que estaba diciendo Eduardo}.

Hasta aquí, la densidad temática gravitaba alrededor del valor que se le otorgaba a la virginidad en términos de las relaciones de pareja. Claudia había puesto de relieve que, desde su perspectiva, el asunto era intrascendente, puesto que ni siquiera podía atribuírsele una existencia real. Lo que se desprende de lo dicho por esta joven implica que la categoría de «virgen» es percibida como un constructo cultural que, por lo menos para ella, no resulta decisivo para determinar el lugar que una mujer ocupa en el espacio social. Viviana constataba lo anterior al afirmar que la virginidad carecía de sentido. Para ella, lo importante era tener a una pareja, a alguien con quien convivir. No obstante, sus palabras revelan un detalle que pone en juego la institucionalidad vigente, ya que en primera instancia sugería que no era crucial ser virgen o no. Más bien, lo fundamental radicaba en «hacerlo nada más con uno». Esto evidencia una sanción negativa por parte de Viviana hacia la liberalidad en la práctica sexual, y denota un cierto apego a valores de corte tradicional. Aunque ello «pasado por el tamiz» de la modernidad

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tardía, puesto que el peso simbólico se desplaza de la virginidad hacia la fidelidad. En la siguiente sección veremos cómo este tipo de ideas circulan en la esfera pública, en el fluir del discurso social que habla acerca de la juventud. Por ahora hay que decir que Eduardo, a su vez, parecía constatar lo anterior al plantear que las mujeres podían perder la virginidad a raíz de un accidente. No obstante, Viviana lo refutaba al plantearla una distinción crucial entre virginidad e himen, es decir, entre la parte biológica y la dimensión simbólica emanadas del cuerpo. Una vez más, pareciera que esta discusión es banal e intrascendente en términos de la construcción de un régimen democrático. No obstante, creemos que no es así. El campo de la sexualidad ocupa un sitio fundamental entre algunos de los segmentos de la población joven. También es parte esencial de la agenda manejada por las instituciones encargadas de satisfacer las demandas de la juventud.324 Las facetas a las que dicho campo alude tienen múltiples resonancias políticas. De manera específica, lo que resulta significativo en el fragmento discursivo anterior consiste en que pone de manifiesto un ethos que se postula como adecuado, como eje que debería regir el ejercicio de la sexualidad. El contraste que es posible efectuar entre la parte biológica y la parte cultural de la virginidad hace evidente que ello es un territorio conflictivo en el que se negocian los modos de

324

Sin ir más lejos, durante el 2006 el Instituto Jalisciense de la Juventud (IJJ), junto con otras instituciones, ha pro-

movido una importante campaña con relación al tema de la sexualidad. El núcleo de aquélla gravita alrededor de un par de carteles que muestran a jóvenes que aparentemente han tenido varios compañeros sexuales. Por supuesto, el análisis de la discursividad que ello pone en juego requería de mayor profundidad. Lo que importa destacar aquí es el mensaje textual plasmado en dichos carteles: “Cuando te acuestas con alguien, te acuestas con su historia. Protégete de los demás, usa el condón”. Los vasos comunicantes entre las palabras expresadas por Viviana y la campaña apoyada por el IJJ son más que evidentes.

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estar en el mundo, así como los valores que «circulan» en la esfera pública, los cuales dictaminan las vías correctas de ser un joven sexualmente activo. La conversación continuó de la siguiente manera:

Cristina: A ver, ‘güey’, usted, Sr. Hombre, ¿lo has hecho? ¿Cómo sabes que la ‘morra’ es virgen? {la pregunta era para Eduardo, pero Higinio fue el que respondió}.

Higinio: Porque se siente. {El tono de Higinio era como si hubiese dicho una obviedad, algo sabido por todos}.

Viviana: Igual y voy a ‘cagarla’ [por revelar el secreto]. Una ‘morra’ lo hizo acabando sus días, y el ‘güey’ se la creyó toda, acá como si…

Higinio: Ahí les voy, ‘cabrones’. Ya les voy a decir la ‘neta’. Tú puedes saber si una mujer es virgen o no. Simplemente depende de lo que te duela a ti el pene. Se supone que el himen es una capita. Como sea, ocupas fuerza ‘pa’ romperla. Llegas y topas y estás topando, estás topando. La tienes que romper a huevo y ocupas fuerza.

Eduardo: ¿Y cuándo no tienen himen?

Higinio: Todas nacen con himen.

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Viviana: Noooo. ¡No seas tonto!

Eduardo: Hay uno que se rompe y se vuelve a formar.

Higinio: {A manera de chiste} El himen agradecido. {Risas de parte de todos}. A las ‘morras’ que son vírgenes te cuesta trabajo que llegue hasta adentro. Las que no son vírgenes, pues como va.

Claudia: Más bien… {Aquí se operó una especie de ruptura en el diálogo, un umbral que hizo que se desplazara la discusión a otros terrenos}.

En esta parte del diálogo comenzaba a emerger una arista que estamos tentados a presentar como una construcción discursiva de las «diferencias de género». No pretendemos mostrar lo anterior como posturas maniqueas, establecidas de una vez y para siempre (i. e. no se intenta sugerir que las mujeres son de esta forma, y los hombres de esta otra). Más allá de este riesgo, sí puede sugerirse que en el esquema narrativo puesto en juego por los entrevistados se erigen límites, se establecen fronteras que aluden a una dimensión ética. Esto es así en la medida en que, por un lado [femenino], se asume que la virginidad es una construcción cultural, y se le resta trascendencia en tanto componente de la subjetividad. El énfasis se pone en otros aspectos, tales como la fidelidad e, incluso, el amor.325 325

Ello no es un comentario descabellado. Zeyda Rodríguez ha hecho un excelente estudio de vanguardia alrededor,

precisamente, del tema del amor. Cfr Zeyda Rodríguez Morales. Relaciones amorosas entre jóvenes: sentimientos y experiencias en reconfiguración, Tesis Doctoral, Universidad de Guadalajara, México, 2004.

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Mientras que por otro lado [masculino], a este factor se le asigna un peso determinante en términos incluso de las expectativas y aspiraciones a las que pudiera acceder una mujer que desee formar una familia; desde luego, apelando al circuito tradicional para ingresar en la adultez. Más adelante abordaremos con algo de detenimiento las distinciones que se hacen en torno al género. Por el momento, es preciso destacar que la «diferencia de opiniones» observada en este diálogo no es neutra. Por el contrario, tiene una arista política innegable, puesto que, en primera instancia, evidencia que desde la perspectiva masculina, pareciera como si el hombre ocupara un lugar hegemónico, mientras que la mujer permanece subordinada. La prevalencia de lo biológico [el himen] sobre lo cultural [la virginidad] señalada por Eduardo alude a un ethos jerarquizado, discriminatorio, que tiende a perpetuar la predominancia masculina. Postular la virginidad como un asunto problemático así lo constata: mientras que para Claudia la condición de virgen ni siquiera existe, para Higinio es un factor decisivo al momento de optar entre contraer matrimonio o no, como lo aduce él mismo:

Higinio: Yo no me casaría con una ‘morra’ que no es virgen. La ‘neta’ no. Digo, no ‘mames’, si soy tan especial con ella como para compartir toda mi vida con ella, es porque una cosa que no hizo con nadie, la va a hacer conmigo.

Viviana: Pero si tú no le vas a corresponder, ¿cómo le puedes exigir algo así?

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Higinio: Pero no vas a aceptar igual a una persona que se metió con diez ‘güeyes’ a una que se metió nomás con dos.

Claudia: Un ‘vato’ nomás anda viendo dónde meterla. Es que la ‘neta’, los ‘vatos’ tienen un instinto de revolución. Y las ‘morras’ se fijan en otras cosas.

Nos parece que en este diálogo queda claro cómo desde el ámbito de la vida cotidiana, a partir de las decisiones que ahí se toman y por medio de los posicionamientos que ahí se adoptan, la vida privada se inscribe de manera fundamental en lo público. Al mismo tiempo, con ello se actualiza la institucionalidad vigente. Ahora bien, Claudia deja en claro que, desde su perspectiva, hombres y mujeres son entes radicalmente opuestos [en términos del disfrute de su cuerpo]: “Un vato nomás anda viendo dónde meterla […] Y las morras se fijan en otras cosas”, dice ella sin tapujos. Desde luego, sus argumentos están centrados en el campo simbólico de la sexualidad. Pero si trasladamos la densidad temática al ámbito de la equidad de género, se tocan otras fibras del tejido que constituye la vida social. Por ejemplo, Adrián, en E1, comentaba lo siguiente:

Adrián: Todavía aquí [en Jalisco] no hay equidad de género. Porque… por ejemplo, para empezar, si yo voy en el carro manejando y yo veo que una ‘vieja’ va manejando, lo primero que pienso es: “puta madre, una tortuga al

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volante”. O sea, y no siempre es una vieja que no sabe manejar bien, pero normalmente es así. Entonces, si hubiera equidad, para empezar, yo le daría su lugar como mujer, ¿no? y diría: “bueno, merece manejar, porque, porque si tuvo el dinero para su carro y…”. O sea, pero si ni siquiera lo pienso, y digo: “no mames, no debería de esperar”. O sea, “mejor quítate y déjame el paso para que yo llegue más rápido”, ¿no?

No es extraño escuchar de parte de los hombres (y de muchas mujeres también) opiniones parecidas a la emitida por Adrián con respecto a la habilidad que las mujeres tienen o no para conducir un auto. Más allá de la práctica a la que refiere este joven, lo que resulta importante destacar en sus argumentos radica en el modo en que él construye discursivamente las diferencias de género, así como la postura que adopta frente a ello. Así, en primera instancia, se asume que en la entidad existe un marcado déficit en términos de igualdad. Luego se alude a la experiencia personal para sustentar lo anterior. Y es precisamente en este punto donde confluye la idea que remite a una conexión entre el desarrollo de la vida cotidiana y la arquitectura de la democracia. Con sus palabras, Adrián nos ilustra cómo esto entra en funcionamiento, puesto que muestra la forma en que las posturas que adoptamos en el día con día van prefigurando los perfiles de la institucionalidad vigente: “…y no siempre es una vieja que no sabe manejar bien, pero normalmente es así”, señala el entrevistado. ¿Acaso asumir como «normal» que las mujeres tengan poca habilidad para conducir no perpetúa y legitima la idea de que ellas ocupan un sitio subordinado en el espacio social? Si aborda-

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mos lo anterior con un enfoque centrado en el cumplimiento de los derechos ¿el posicionamiento esbozado por Adrián no tiene una fuerte resonancia política? ¿Puede negarse en consecuencia que la rutinización de este tipo de prácticas discursivas incida en la construcción de un régimen democrático deficitario? Nos parece que no. Más aún, de lo anterior se desprende la necesidad de indagar, con estudios posteriores, cómo la discriminación de género se enmascara tras una apariencia de equidad. Por ejemplo, en E4 Arnulfo decía lo siguiente:

Arnulfo: Me parece perfecto [que las mujeres sean iguales que los hombres]. Realmente sí somos iguales. De hecho, hay mujeres que han destacado ser mucho más inteligentes que muchos hombres. Y desgraciadamente, no se les trata igual, o sea, sigue habiendo mucha diferencia entre una mujer y un hombre, se sigue discriminando más a la mujer, en cuanto a trabajos, y en cuanto a todo, ¿Por qué? Porque la mujer se embaraza, porque a la mujer se le tiene que dar incapacidad, se le tiene que pagar al 100 % y al hombre no. Al hombre no es igual. O sea, al hombre lo agarras y no tiene porque estarse incapacitando cada que va a tener un hijo, o algo así.

No cabe duda que es posible discernir una raíz política en la construcción discursiva de la (in)equidad de género. Además, es innegable que el extrañamiento que muestran los jóvenes con respecto a la dimensión formalmente instituida de lo político tiende a desembocar en la postulación del cuerpo como la «nueva» arena política par excellence. En fin, cabe decir que en los razonamientos expues-

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tos en G2 por estos jóvenes se pone de manifiesto —tal como lo sugiere Collignon— que los comportamientos y las prácticas sexuales, así como las formas de expresión de la sexualidad y la diferencia de género, constituyen ámbitos privilegiados para observar con cierta nitidez cómo las sociedades modelan y objetivan su cultura.326 Esto es importante en la medida en que la sexualidad representa uno de los campos simbólicos que a pesar de experimentarse en la intimidad, en el dominio privado, poco a poco se van tornando parte de las agendas públicas. Ocurre lo mismo con el tema de la equidad de género. En este sentido, de acuerdo con la mencionada autora, puede decirse que aún cuando la sexualidad sea «vivida corporalmente», los cuerpos y sus prácticas tienen un significado cultural y, por ende, una resonancia pública/política. La igualdad entre hombres y mujeres, por ejemplo, es una parte constitutiva de los derechos humanos. Ello quiere decir que estos campos no sólo remiten a una dimensión biológica, sino que involucran una serie de normatividades y ritualidades que ponen a prueba la vigencia de la institucionalidad. La discusión sostenida en G2, sobre todo entre Viviana e Higinio, así lo constata. En otras palabras, la relación que establecen los jóvenes con su sexualidad, con la afectividad, con la intimidad, con su cuerpo,

326

Cfr. María Martha Collignon Goríbar. “Narrativas juveniles sobre sexualidad y sida”, en Estudios Jaliscienses,

núm. 64, El Colegio de Jalisco, México, 2006a, p. 27. Collignon presenta cuatro narrativas que perfilan cuatro distintas percepciones y valoraciones de la sexualidad. Lo que la autora lleva a cabo consiste en hacer visibles las redes de significado que tejen los jóvenes en torno a este campo, así como la posición que en ello ocupa el VIH/ SIDA. Véanse además María Martha Collignon Goríbar. “Pautas socio-históricas de la sexualidad en México”, en Jóvenes en la mira. Revista de estudios sobre juventudes, IJJ, vol. I, núm. 3, México, enero-junio del 2006b; y Salvador Arciga Bernal y Juana Juárez Romero. “Actitudes de los jóvenes frente a la sexualidad. Una construcción educativa de participación”, en Jóvenes. Revista de estudios sobre juventud, núm. 5, cuarta época, IMJ, México, julio-diciembre de 1998, pp. 98-111.

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está mediada por un conjunto de formas valorativas que se conectan con otros campos, tales como las perspectivas y expectativas con respecto al futuro, al trabajo, a la realización personal, etc., es decir, se inscriben en [y configuran la] esfera pública.327

…el poder de las imágenes

¿Cómo se cuela la discursividad juvenil en otros ámbitos del fluir del discurso social? Previo a las elecciones presidenciales de 1988 —quizá el periodo de mayor efervescencia política en el país, después de lo ocurrido en el 68 y hasta antes de Ayotzinapa—, el ideal del deber ser juvenil gravitaba alrededor, sobre todo, de la adopción de lo que entonces [como ahora] se presentaba como el modo más adecuado para hacer frente al futuro. El circuito tradicional para insertarse en la adultez era la vía a recorrer para lograr ser alguien en la vida. En este sentido, la juventud era vista como una postergación, un aplazamiento, la época para prepararse para lo que estaría por venir. Ser joven equivalía, pues, a padecer una especie de incompletud, a estar marcado por la inmadurez, a ser víctima de la vulnerabilidad. Esto se pone de relieve con mayor claridad, por ejemplo, en un ensayo periodístico publicado en 1987 por Patricia Ruiz, en el diario El Jalisciense, titulado 327

Como suele suceder con este tipo de proyectos, las limitantes de tiempo, recursos económicos y espacio, nos

obligan a dejar fuera del análisis una serie de temáticas interesantes en términos de nuestro objeto de estudio, las cuales emergieron durante el trabajo de campo llevado a cabo. Esperamos poderlas abordar en investigaciones posteriores. Así, tópicos que postulan al cuerpo como arena política, tales como el aborto, la homosexualidad y los derechos humanos, estuvieron presentes en los grupos de discusión y las entrevistas que realizamos, pero como ya se dijo, nos vemos en la necesidad de prescindir aquí de su análisis.

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“Juventud, la esperanza”. Más allá de cualquier representatividad estadística, las posibilidades analíticas en términos de la significación social que contiene en sí el mencionado texto, hacen que valga la pena analizarlo in extenso:

Los jóvenes de hoy enfrentamos de distintas maneras las consecuencias que trae consigo la difícil época que nos ha tocado vivir. Habrá algunos que, desmoralizados, vivan el presente sin ánimos ya de superación personal o profesional y alimenten sus rencores y fracasos como parte de una conducta que será difícil disolver o remontar cuando sean hombres y mujeres maduros. Serán, son, candidatos para no imitar: por una parte, los representantes de una generación escéptica e incrédula, feroces, implacables, en la crítica sin proponer, a cambio, alternativas reales, auténticas, para lograr el cambio que desean por estar influidos de ideas o teorías que en nada corresponden a nuestro país y en las que ellos creen ciegamente porque no han logrado distinguir la diferencia entre lo que se dice en un aula académica y lo que existe fuera de ella. Por otra parte, están los que se refugian en falsas salidas como el alcoholismo, la drogadicción o el total y aniquilante alejamiento de la realidad: ausente el interés hacia sus personas, su familia, su país, el mundo en el que viven. Pero hay otros jóvenes, y es la mayoría, que no pierden las esperanzas y las buenas expectativas para el futuro. En su presente, que resulta ser igual para todos, conservan el ánimo y la voluntad y se preparan de distintas maneras para mejor resolver los tiempos que vendrán. En esta época de crisis, para los jóvenes optimistas y conscientes,

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el estudio resulta ser una compensación que los satisface en el presente; mirar hacia el futuro con la perspectiva de su superación personal y profesional significa para ellos aliviar en buena parte los padecimientos de hoy. Así, existen jóvenes, lo mismo hombres que mujeres, solteros, casados, que con la responsabilidad de procurarse la satisfacción de sus necesidades económicas y de sus familiares, como la manutención diaria, pagar renta y servicios, vestirse y calzarse, vacaciones, etcétera, enfrentan la inflación, la reducción de sus salarios y las restricciones de sus capacidades para comprar o algo ahorrar. Ante ello, resuelven estudiar otra carrera universitaria o aprender otro oficio –aún cuando ya tienen una actividad que les permite estar hoy empleados y ganar un salario para asegurar, si es posible, los beneficios profesionales y económicos en lo futuro. Con el esfuerzo que significa mantener y defender el empleo que actualmente tienen –y que les garantiza su sobrevivencia económica– existen jóvenes que sin medios, por ejemplo, deciden cursar una licenciatura en sociología con el sistema de la universidad abierta, o secretarias que retoman sus estudios abandonados temporalmente por el matrimonio o la maternidad, para graduarse en una carrera técnica o jóvenes que con experiencia ya profesional en su campo sin haberse titulado, optan por realizar sus tesis académicas y recibirse. Hacerlo es tener esperanzas para el futuro. Y estos son ejemplos de la juventud cuyos deseos y planes mucho gratifican en los tiempos actuales.328

328

Cfr. Patricia Ruiz. “Juventud, la esperanza”, en El Jalisciense, 11 de agosto, núm. 2283, año VII, México, 1987, p.

5 y 10.

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En principio, el título del artículo indica, desde ya, el posicionamiento de la autora con respecto al modo ideal que correspondería al ser joven. En tanto que condensa en sí la «esperanza», el papel de la juventud estaría situado en algún punto del porvenir, implicando con ello una especie de aplazamiento del presente, la obligada prórroga de aquello que aún no es. En consecuencia, quizá habitar el mundo juvenil sea algo similar a estar disociado de sí, distante, a la «espera de uno mismo».329 Otro aspecto destacable del texto arriba citado estriba en la adscripción de la autora, es decir, en el lugar en el que ella misma se coloca y desde el cual presenta sus argumentos. “Los jóvenes de hoy enfrentamos de distintas maneras las consecuencias que trae consigo la difícil época que nos ha tocado vivir” —aduce Ruiz (el subrayado es nuestro)—, incluyéndose dentro de la población a la que alude. Habla, por decirlo así, «desde dentro», y en este sentido nos ofrece una perspectiva que permite indagar la autopercepción que algunos jóvenes tenían —y tienen— de sí. Más aún: la publicación del artículo en un diario local permite bordear el discurso acerca de la juventud que circulaba en la entidad, muy similar al que provenía del Estado, y al cual tenían acceso los jóvenes.330 329

Esta idea ha sido explorada de manera productiva por Derrida: “…esperarse en los límites, esperarse a encontrar-

se con los límites y esperarse uno mismo en los límites (dice el autor, en un texto entrañable), estar citado consigo mismo en ese lugar, en eso parajes que se denominan los «límites de la verdad», en las cercanías de esos límites. Cfr. Jacques Derrida. Aporías. Morir — esperarse (en) «los límites de la verdad», Paidós, España, 1998, pp. 107 y 108. ¿Acaso no es precisamente esa brecha entre Uno y Uno Mismo la que está en el centro de buena parte de las imágenes culturales que le otorgan visibilidad a los jóvenes de nuestro país? 330

Por supuesto que habría que hacer un estudio de recepción para demostrar cuál es el impacto real que tenía el

mensaje entre la población juvenil. Sin embargo, para nuestros propósitos, importa más destacar que la imagen innegablemente estaba ahí, circulaba en el fluir del discurso social. Sabemos que en la medida en que es subjetivado, un mensaje es indisociable del público que lo recibe. Las carencias de tiempo y espacio no nos permiten

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Desde luego, en el texto de Ruiz aparentemente se plantea la existencia de una diversidad de formas de hacer frente al futuro, pero sólo para señalar que no todas ellas son legítimas. De hecho, pareciera que en última instancia sólo hay un modo de ser joven: “Habrá algunos que, desmoralizados, vivan el presente sin ánimos ya de superación personal o profesional…” —señala Ruiz—, refiriéndose, quizá, a lo que más atrás hemos definido como jóvenes apocalípticos. Llama la atención el término «desmoralizados». Éste no sólo alude a una falta de impulso para continuar, como pudiera derivarse de una primera lectura. La elección de las palabras por parte de la autora no es, de ningún modo, gratuita: la segunda acepción del concepto refiere a la corrupción de las «buenas» costumbres. De modo que si existen varias formas de ser joven, no todas serían correctas/morales: aquellos jóvenes que no buscan la superación profesional o personal, es decir, que no se preparan para ingresar en la adultez por la vía tradicional, estarían «pervirtiendo» el circuito familia-escuela-esfera laboral-familia. Todo distanciamiento con respecto a la forma adecuada de ser joven, cuyo precio a pagar es el «rencor» y el «fracaso», se convertiría en “…una conducta que será difícil disolver o remontar cuando [los jóvenes] sean hombres y mujeres maduros”. Una vez más, la juventud sólo tendría lugar de manera postergada, a futuro. En consecuencia, el tiempo de ser joven sería, también, el tiempo de la espera(nza), de la incompletud que inmoviliza, que aplaza. Siguiendo con esta idea, es pertinente preguntar ¿cuáles son las características que «desmoralizan», es decir, corrompen, el modelo ideal de la juventud? Ruiz

profundizar en este tipo de análisis. No obstante, más que como una limitación, planteamos esta cuestión como una apertura, como una posible y productiva línea de investigación que podría desprenderse de este trabajo.

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es bastante clara al respecto: “…son, candidatos para no imitar: por una parte, los representantes de una generación escéptica e incrédula, feroces, implacables, en la crítica sin proponer, a cambio, alternativas reales, auténticas, para lograr el cambio que desean”. Queda puesto de relieve, aquí, otro de los grandes estereotipos que han marcado al mundo juvenil: aquel que señala que los jóvenes son los sujetos del cambio par excellence. Ser joven equivaldría a ser renovador, cambiante, volátil. No obstante, las propuestas hechas por aquella juventud que no transita por la ruta institucionalizada hacia la adultez [pero que sin embargo, se mueve] son invalidadas de antemano, ya que son «inauténticas», debido a que provienen de un marcado «escepticismo». La autora reconoce que no necesariamente la apatía escéptica implica inmovilidad; sino que la «movilización» de los escépticos en sí no es la que va acorde con el modelo ideal. Por ende, la crítica, pero sobre todo aquella que –según la perspectiva de la autora– no propone nada diferente a lo establecido, es vista como una labor eminentemente «destructiva», ajena a toda «propuesta real». Ahora bien, según Ruiz, ¿a qué factores respondería esta especie de anti-modelo de lo juvenil? La mencionada autora sitúa la «raíz del mal» –inesperadamente– en la esfera escolar, al afirmar con contundencia que los jóvenes se hallan “…influidos de ideas o teorías que en nada corresponden a nuestro país y en las que ellos creen ciegamente porque no han logrado distinguir la diferencia entre lo que se dice en un aula académica y lo que existe fuera de ella”. Esto quedará más claro enseguida, cuando más adelante revisemos una imagen que apareció en un diario de circulación local. Por el momento, se requiere destacar que Ruiz se refiere al temor que había todavía hace algunos años con respecto a la «infil-

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tración» de las tendencias marxistas/socialistas en el ámbito educativo local (vid capítulo III). Pero más allá de ello, ¿acaso no se infiere de lo anterior, una vez más, la firme creencia en el carácter incompleto e inmaduro que aquejaría a los jóvenes? ¿Realmente no se plantea que la juventud equivale a un velo que hace imposible distinguir lo bueno de lo malo, lo Viejo de lo Nuevo, por parafrasear a Nietzsche? En consecuencia, la juventud equivaldría a esperarse a sí mismo, a ser conducido de la mano por los depositarios del saber (i. e. el Estado), para el posterior reencuentro, consigo, en la adultez.

Figura 4.2

La idea positivista y decimonónica de que los jóvenes constituyen el sector poblacional más vulnerable, marcado por la inmadurez, se evidencia con mayor

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claridad cuando Ruiz esboza otra de las rutas que supone «corrompen» a la juventud. De manera específica, la mencionada ensayista plantea que al lado del escepticismo y la crítica destructiva “…están los que se refugian en falsas salidas como el alcoholismo, la drogadicción o el total y aniquilante alejamiento de la realidad”. No está de más señalar que la dimensión lúdica es un elemento fundamental en la construcción de los proyectos identitarios juveniles y, como sabemos, existe una marcada percepción que asocia de manera consustancial dicha dimensión con el consumo de sustancias psicoactivas. No obstante, más allá de ello, puede decirse que el abuso de tales sustancias constituye una problemática que aqueja a los jóvenes, pero también al resto de la sociedad. El verdadero quid radica en postular lo anterior como un mal exclusivo de la juventud ¿Acaso esto no implica asumir que el joven es un ser abierto a todo tipo de influencias, errante, sin capacidad de decisión y que, por ende, necesita que se le indique el camino para que no se extravíe? La línea que separa lo anterior del autoritarismo represor es bastante delgada. Para retomar otro ejemplo del fluir del discurso social, vale la pena destacar un «cartón» publicado en el diario local El Jalisciense (véase la figura 4.2).331 En éste se recrean las visiones estereotipadas –de raíz decimonónica– de la juventud a las que de manera enfática alude Ruiz en su ensayo. En la imagen se muestra a dos jóvenes, un chico y una chica, dialogando mientras caminan. Ella, la figura que en este caso encarna a la perfección el ideal del deber ser de la juventud, es rubia, y lleva el cabello amarrado en dos coletas. Sus ojos son grandes. Tiene una amplia sonrisa dibujada en el rostro. Trae puesto un suéter que la cu331

Cartón manufacturado por “Memo”. Publicado en El jalisciense. Viernes 2 de enero, núm. 2163, 1987. p. A-3.

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bre hasta el cuello. En su brazo derecho sostiene un libro que tiene por título las letras ABC. La falda, amplia y cuadriculada, le llega poco más abajo del nivel de sus rodillas. Sus calcetas están dobladas alrededor de los tobillos. Todo es pulcro en ella (limpio y puro). En términos generales, en la figura representada por la chica se pone de relieve la serie de valores y atributos que son considerados por Ruiz –y quizá por el Estado y algunos sectores de la sociedad– como adecuados para la juventud. En principio, su atuendo es el típico uniforme de colegiala, por lo que, aunado al libro que sostiene en su mano, es posible asegurar que la joven está integrada plenamente al sistema escolar. Su vestimenta, además, permite hacer evidentes cuáles aspectos son sancionados de manera positiva, tales como la moral (i. e. el cabello sujeto indica cierto recato; el suéter que cubre/oculta el cuerpo hasta el cuello y la falda que tapa casi por completo las piernas, también) y la decencia (i. e. a diferencia de lo que ocurre con la ropa entallada, la vestimenta holgada de la chica corta de tajo con cualquier posible connotación sexual o erótica). El modo en que la joven va caminando soporta esta idea: con paso firme, el cuerpo recto y la cabeza erguida. Es fácil asociar esta imagen de la joven con la inocencia y la ternura (con la esperanza). Aunado a ello, es significativa la forma en que más que sostener el texto, la chica se aferra a él, lo coloca sobre su pecho, a manera de escudo; como si la educación fuese la tabla de salvación, aquello que aleja todo mal, el camino correcto hacia la adultez [recordemos el circuito tradicional familia-escuela-trabajo-familia]. En contraste, el joven que aparece al lado de la chica en la imagen se corresponde, también, con la negatividad juvenil descrita por Ruiz en su ensayo. La evidente

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lógica del «espejo invertido» que rige este cartón permite señalar, sin duda, que el chico condensa en sí aquellos elementos que son sancionados como perjudiciales por el estatuto tradicional. Si la mujer es el Yin, el hombre es el Yang; si la mujer es el Bien, el hombre encarna al Mal. El joven tiene el cabello negro y encrespado, sus ropas, las cuales aluden también al uniforme escolar, lucen arrugadas, dan la impresión de estar sucias. En el lugar que se supone ocuparían sus ojos hay unas extrañas espirales que denotan cierto vértigo, una mirada perdida y obnubilada, provocada por el «evidente» consumo de sustancias psicoactivas. Él también esboza una sonrisa, pero a diferencia de lo que ocurre con la chica, cuya sonrisa es de «felicidad auténtica», la del joven es retorcida, más bien parece una mueca, un gesto vacío, «falso», producido por alguna sustancia prohibida. Alrededor de la cabeza de éste hay, a manera de aureola, unos signos caóticos, centelleantes. En su mano izquierda lleva un cigarrillo que en vez de humo «echa chispas», lo que sugiere que éste no es normal, sino «recargado». Mientras que la joven camina recta y firme, el paso de su acompañante es errático, apenas es capaz de mantener el equilibrio; está a punto de caer. Finalmente, el diálogo que se establece entre ambos resulta esclarecedor: “¿De qué fue tu examen?”, pregunta ella. “Antidoping”, responde él. La vinculación entre el ensayo de Ruiz, el cartón de “Memo” y los estereotipos que sirven de cortapisa al mundo juvenil, es más que clara.332 Además de los ya descritos ¿qué otros elementos se ponen en juego en esta imagen? ¿Por qué acudir a ella como una vía para analizar el modo en que las

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Una lectura aún más sombría de esta imagen podría sugerir que el Mal [todo aquello que desmoraliza a la juven-

tud] ha penetrado hasta en los lugares que antes eran considerados como “sagrados” (i. e. la escuela, la familia).

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imágenes culturales que le otorgan visibilidad a la juventud se cuelan en el fluir del discurso social en nuestra entidad? Hay varios factores que permiten ofrecer una respuesta a estas interrogantes. En primer lugar, no importa tanto la calidad artística del cartón, sino su contenido y significación, es decir, lo que posibilita decir acerca de las visiones estereotipadas de la juventud.333 Por ende, la relevancia de la imagen presentada es ética y no estética. En este sentido, su lectura también puede ser política. Así, si la pulcra figura de la chica pretende llamar a la ternura, la desaseada estampa del joven tiende a producir repulsa. El asunto no es menor, sobre todo si se toma en cuenta que las políticas públicas encaminadas a atender las problemáticas de la población joven han estado elaboradas con base, en buena medida, en tales estereotipos. Sin duda, la imagen que se muestra aquí no sólo ilustra gráficamente los argumentos expuestos por Ruiz en su ensayo. En la medida en que es parte del fluir del discurso social, también otorga visibilidad a los jóvenes jaliscienses. Recordemos que las imágenes culturales de lo juvenil construyen socialmente a la juventud en tanto categoría, pero también 333

Podría objetarse que la figura no es estadísticamente representativa como para hacer alguna generalización; que

se requiere un estudio previo de la recepción que tuvo y tiene dicha imagen; que el análisis formal de lo social tiene otras vías de acceso más tradicionales, acordes con el objeto de estudio; y un sin fin de cosas más. Pero ¿acaso las tendencias actuales de, por ejemplo, la historiografía moderna no sugieren cambiar el enfoque y analizar, además de la Gran Historia, las «pequeñas historias»? Autores como Ginzburg han hecho obras trascendentes, ilustrando el modo que se tenía de ver el mundo en la Europa del siglo XVI, a partir del análisis de un solo caso. Vid. Carlo Ginzburg. El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI, Océano, México, 1997. ¿Por qué no adoptar este giro y explotarlo nosotros, qua «narradores del presente»? ¿Por qué no hacer una lectura política de estos otros lugares en los que [aparentemente de manera poco común] se condensa lo social y se pone de relieve lo político? La veta de análisis que se abre con ello es casi inagotable. Véanse además, un par de textos cercanos a lo que aquí proponemos: Carlota S. Smith. Modes of discourse. The local structure of texts, Cambridge University Press, Reino Unido, 2004 (1ª reimpresión); Chris Barker y Dariusz Galasiński. Cultural studies and discourse analysis. A dialogue on language and identity, SAGE, Gran Bretaña, 2001; y Laurence Bardin. Análise de conteúdo, Ediçóes 70, Portugal, 1977, entre muchos otros.

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como realidad. Es importante analizarlas porque contribuyen a que la sociedad clasifique, interiorice y asuma, tanto en el espacio público como en el ámbito privado, a las personas y los hechos vinculados con la condición juvenil. En última instancia, en estas imágenes culturales (i. e. la descrita por Ruiz; la esbozada por “Memo”) se definen y delimitan las maneras [correctas e incorrectas] de ser joven. Remiten a un ámbito de indecibilidad ante el cual es necesario adoptar un posicionamiento. Son, pues, políticas. Finalmente, un factor crucial que podría pasar del largo en una primera vista radica en la postura de quienes aparecen en la imagen (o de los jóvenes que se describen en el ensayo de Ruiz). Aparentemente, el diálogo que sostienen los jóvenes nos excluye, es algo que ocurre sólo entre ellos. Sin embargo, el campo de visión de ambos muestra otra cosa, ya que opera a la inversa. Nos interpela directamente: ellos platican entre sí, pero dirigen su mirada hacia nosotros, quienes en última instancia, somos los destinatarios del mensaje.334 Esta delimitación de un nosotros con respecto a un ellos es central a toda definición de campo político. De modo que no sólo asistimos a lo que allí ocurre, a manera de espectadores o testigos. Más bien, nos involucramos: con nuestra reflexión contribuimos recursivamente a (de)construir las visiones estereotipadas que allí se manifiestan. ¿Acaso verdaderamente esta imagen no se conecta casi a la perfección con la distinción entre apocalípticos e integrados a la que nos hemos referido a lo largo 334

Véase con respecto a esta idea del destinatario de los mensajes, el brillante análisis que hace Foucault de la obra

Las Meninas. Cfr. Michel Foucault. Las palabras y las cosas, Siglo XXI, 1997 (vigésimo sexta edición); o el entrañable trabajo de Derrida acerca de la tarjeta postal y sus destinatarios. Cfr. Jacques Derrida. La tarjeta postal. De Sócrates a Freud y más allá, Siglo XXI, México, 2000.

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de este trabajo? ¿No es precisamente éste el cimiento sobre el cual se han erigido los estereotipos que sirven de cortapisa a los mundos juveniles? Estamos, pues, frente a las imágenes del poder, y somos testigos del poder de las imágenes en tanto elementos que inciden en la estructuración del ser joven en Jalisco. En fin, es claro que Ruiz circunscribe sus argumentos a la población joven de clase media, urbana, que permanece por largo tiempo protegida dentro del seno familiar, e integrada al sistema escolar. Pero ¿cómo se visualiza a la juventud situada en otros estratos sociales? A finales de la década de los ochenta, la Federación de Estudiantes de Guadalajara convocó a un certamen nacional de cómic alternativo. Uno de los ganadores de dicho certamen fue Erik Proaño Muciño, con una viñeta titulada “MADRE” (véase figura 4.3).335 La trama general de la historieta intentaba condensar, con escaso éxito, el caso de las madres solteras mexicanas que, inmersas en la pobreza, no son sumisas y luchan a cualquier costo para salir adelante. Los organizadores del certamen señalan, en las tapas interiores del cómic ganador, que la viñeta de Proaño es “…el otro reflejo de la mujer mexicana […] La crudeza de MADRE, su denuncia y la vigencia de su planteamiento en un marco de realidades artísticamente enfocadas la convierten en una historieta opcional, una alternativa a la maraña de información y basura publicitaria que ha tendido sobre nosotros el imperialismo norteamericano”. Sin duda, el lenguaje y el tono utilizados por el organismo convocante resulta significativo. Ello en la medida en que la FEG ostentaba una posición dominante en el horizonte político local de aquella época, y un cierto liderazgo entre la población 335

Proaño Muciño, Eric. “Madre”, en El comic alternativo, FEG, México, agosto de 1987, p. 12-15.

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estudiantil. Pero más allá de cualquier «lectura ideológica» que pudiera hacerse con respecto a la mencionada revista en sí, es importante poner de relieve que ésta presenta, en algunos de sus cuadros, otro contraste de las visiones estereotipadas de la juventud, así como la insuficiencia de las instituciones gubernamentales encargadas de atender a este sector poblacional. En la figura 4.3 vemos que, luego de repasar la memoria y remitir a las cualidades, defectos y vicisitudes que atravesaban a La Madre, el narrador de la historia —un adulto que evoca su juventud— llega a la siguiente conclusión: “Hoy que me asaltan los recuerdos de esa época de mi vida, comprendo que mi madre realmente no me quería. Al menos no tanto como a Pancho. Él era mi hermano mayor y el más malo de todos los hijos de mi mamá”. Abramos algunas preguntas que sirvan como clave de lectura de esta imagen: ¿por qué todos los hijos de esta Madre son ruines? ¿Qué hace que «Pancho» sea identificado con el Mal en su forma más pura, es decir, como el más malo? Las respuestas a estas interrogantes funcionarán, para nosotros, como centros estructurantes del anti-modelo juvenil. A la vez, mostrarán el agotamiento de la oferta emanada del Estado. En primer lugar, pareciera que nacer en el seno de una familia «incompleta», donde sólo uno de los padres (en este caso la madre) asume las responsabilidades de ambos, descalifica, disminuye la valía de los sujetos. Más aún, los convierte en epítomes de la maldad. Esto es así debido a que se asume que la causa de lo anterior se sitúa en la ausencia de la figura paterna. Recordemos que la finalidad de esta historieta radicaba en mostrar, precisamente, las vicisitudes a las que hacen frente las madres solteras. Si a esto se agregan las condiciones de pobreza en las

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que dichas familias se desenvuelven, la descalificación se torna doble. “Yo dejé la escuela por atender la casa —continúa el narrador de la historia—, pero él la dejó porque lo expulsaron. Lo expulsaron por vicioso, vago y broncudo, y porque la maestra de deportes lo acusó de estarle viendo los calzones en su clase. Pancho era una calamidad. Se la vivía todo el tiempo con sus amigos. Con la banda, así les decía”.

Figura 4.3

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En el párrafo anterior tenemos varios elementos destacables. En primer lugar están los valores. La conexión con el cartón que muestra dos estudiantes de secundaria es evidente, ya que alude a una serie de rasgos problemáticos postulados como exclusivos del ser joven. En la figura 4.3 también se muestra una especie de «estallamiento» del circuito tradicional juventud-adultez, sólo que esta vez las causas no remiten a un movimiento contracultural/revolucionario protagonizado por los jóvenes estudiantes, sino a las condiciones sociales en las que están inmersos los sujetos. Se pone en la palestra otra de las realidades a las que algunos sectores de la juventud actual enfrentan. En los cuadros correspondientes a esta parte de la viñeta aparece «Pancho» junto con sus amigos. El escenario en el que se desarrollan las acciones es por demás interesante: al centro de la imagen aparece el close-up de un rostro demediado, del que sólo podemos observar la nariz y la boca. Tiene «borrada» la visión. Tal vez esto signifique que «Pancho» habla, sin pensar, quizá desde la inmadurez de su ser joven. El rostro es adusto, duro, sin rasurar. Al emitir sus palabras, «Pancho» arroja humo de cigarrillo por la boca, desafiante, mientras reflexiona frente a su Madre: “Este, mire jefa, a mí pues no me pasa eso del estudio, o sea, que sí me gusta, pero namás no me sirve para nada, ¿le agarra?” A diferencia de lo que vemos en el cartón trazado por Memo, el lenguaje y las actitudes de «Pancho» remiten a un estrato social de pocos recursos económicos, que generalmente habita las periferias de las grandes urbes. Mientras que en la figura 4.2 observábamos a un par de jóvenes integrados; en ésta alcanzamos a vislumbrar a jóvenes apocalípticos, que miran «hacia arriba» y prefieren o se ven obligados a

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permanecer donde están. No cabe duda que lo que equipara a ambas imágenes es, precisamente, sus diferencias. Esto se confirma si se observa la viñeta que sirve de contexto al cuadro central. Allí aparecen otros siete jóvenes: los amigos de «Pancho», a los que se refiere el narrador de la historia. En el fondo de la imagen se nota un paisaje quebrado por algunos cerros, lo cual denota que la situación ocurre en un paraje alejado del Progreso, donde no hay edificios, donde la urbanización resulta, cuando la hay, precaria. En el extremo izquierdo del cuadro existe un paredón ruinoso, claramente fabricado de madera [esto da una idea del tipo de vivienda prevaleciente en la zona], en el que está inscrito un graffiti que reza “¿Qué tranza?”. Junto a este aparece un sujeto robusto, de cabello largo, con lentes obscuros y un guante con estoperoles. La sonrisa que tiene dibujada en el rostro denota malicia, manifiesta la rudeza que se requiere para vivir en su entorno. Más hacia la derecha, están dos individuos encendiendo un cigarrillo [¿droga?]. Los rostros de éstos tienen inscrita, también, una marcada dureza. En el primer plano, a media altura a la izquierda, está un joven que ostenta una especie de mohawk, adosado con un arete en su oído derecho. El collar que porta tiene picos, acordes, quizá, con la agresividad/malicia que denota su mirada. En la solapa de su chaleco trae un logotipo del grupo de rock llamado El TRI, uno de los más populares entre los «chavos banda». El diálogo/reflexión de «Pancho» continúa: “O sea, quen la mugre escuela me gustaría que me enseñaran, pus a trabajar, ¿no? Deso sí quisiera saber. Porque usted ve cómo está la situación, ¿no? Porque así de ignorante, pus

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nadie me da trabajo: a usté le consta…”.

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¿Acaso en la reflexión de «Pancho»

no queda puesto en evidencia el agotamiento de las instituciones estatales, y la consecuente búsqueda –rebelde, brusca– de espacios laborales en la sociedad? ¿Será que el reclamo que hace «Pancho» a la Madre refleja, de manera extrema y violenta, el desanclaje que experimenta la institución familiar? Por otro lado, tanto el contexto como las temáticas se tornan «políticos» en la medida en que interpelan a la juventud. Por ello, en este punto resulta pertinente interrogarse acerca de ¿cuál es el entorno en el que circulan estas imágenes? Un ensayo periodístico escrito por Jim Bishop, titulado “La vida es así”, y publicado en El Jalisciense, puede ofrecernos una clave de lectura.337 Esto en la medida en que al poner de relieve elementos que, según él, adquieren relevancia para el mejor desarrollo de los sujetos, evidencia un cierto «imaginario social» que bien puede calificarse como «conservador», el cual, seguramente, no le es ajeno a buena parte de la sociedad jalisciense. En una sección de su texto, titulada “Lo que da al sexo su mala reputación”, Bishop argumenta que el «error colosal» de la generación que fue joven en los ochenta radicaba en haber aceptado la igualdad de los sexos. Ésta no nulificaba la dominación de los hombres sobre las mujeres, como pudiera pensarse. Más bien, lo que promovía era la igualdad de ambos géneros frente a la actividad sexual misma, con lo que se abría, tanto para hombres como para mujeres por igual, el derecho a «vicios y virtudes». Al diluir las 336

Proaño, op. cit., p. 12-15. Vale la pena destacar que la ilustración evidencia, también, que la juventud es, en última

instancia, un constructo social. Esto se pone de manifiesto al notar que mientras que los personajes muestran actitudes tradicionalmente atribuibles a la juventud, también tienen rostros adustos, cercanos a la adultez. 337

Cfr. Jim Bishop. “La vida es así”, en El informador, 4 de septiembre, núm. 25,039, México, 1987, p. 2A.

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fronteras entre lo público y lo privado, esta apertura es, sin duda, otro de los signos de la tensa relación entre tradición y (post)modernidad a la que se aludía al comienzo de este capítulo. Mientras que antes los vicios pertenecían al hombre y a su vida privada, y las virtudes estaban en el campo público de la vida de las mujeres; hoy esta distinción se ha venido socavando. Esto, sin duda, escandaliza a Bishop. “Se trata de tener [para las mujeres], en ese aspecto [sexual], los mismos derechos que el hombre” —asevera el ensayista—. Con el advenimiento de la igualdad sexual, las mujeres ya no pueden ser vistas más como un trofeo que premie la masculinidad —se lamenta—. Ahora las cosas han cambiado. Desde la década de los sesenta, el «sexo débil» se ha ido apropiando del papel de «agresor sexual» [papel que antes pertenecía por derecho exclusivo al hombre]. Bishop plantea que se creía que, como consecuencia de lo anterior, de la liberación femenina, las normas morales de los varones se elevarían. “Pero según el camino que llevamos, la cosa no va a ser así” —aduce—. Más bien, para este autor [a finales de los ochenta, pero quizá también hoy, como se desprende de las entrevistas revisadas más atrás], se corría el inminente riesgo de que ocurriese lo contrario. La visión que nos ofrece indica que ahora, con la aceptación social de la equidad de género, las mujeres llevan el camino de «rebajarse y entregarse a cualquier hombre en cualquier momento». ¿Acaso no es claro que Bishop asegura que toda entrega amorosa, en la que no medie la certificación social de la relación, implica una especie de humillación que hace valer cada vez menos al género femenino? ¿La valoración del matrimonio como única vía para legitimar toda relación amorosa no oculta y descalifica formas alternativas de vinculación sentimental? En la

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medida en que estos temas van formando parte de las temáticas que interpelan a los jóvenes, también pueden ser leídos en «clave política». Ahora bien ¿cuáles son, para Bishop, las verdaderas consecuencias de la «liberación femenina»? En primer lugar, que los hombres nunca se sintieron más cómodos. Esto es así porque el «magnetismo natural de las mujeres» —la causa fundamental que hasta entonces había logrado conducir a los hombres al altar—, puede degenerar en que ellas vivan una serie de aventuras. Tales conductas terminarán por erosionar todo valor moral —predice—. Ello queda más claro cuando Bishop afirma que las mujeres que se rehúsan a entrar en el juego de la igualdad sexual corren el riesgo de «vivir en soledad», y de seguir transitando por «la senda del desenfreno». Todo ello le obliga a plantearse una «dolorosa pregunta»: ¿llegarán las mujeres a ser sus propias enemigas? Desde esta perspectiva, la respuesta que nos ofrece le sirve al autor para legitimar la dominación masculina, a la que sin duda sanciona como positiva. Así, señala que el papel del macho en busca de la hembra es constante en el reino animal. “El macho vaga en busca de compañera, la hembra escoge al que más admira o al que ama o al que sigue «a dondequiera que vaya»” —enfatiza Bishop—. Y el panorama se torna aún más desolador, cuando el ensayista asevera que:

Desde los humanos hacia abajo, desde el alce hasta el ratón, las hembras de la especie nunca se han vendido a precio bajo. Hay cierta emoción al recordar que hasta las mujeres de la vida galante pedían además de dinero un poco de cariño […] Quien esto escribe no es un puritano enemigo del

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pecado. Esta alma en particular fue maculada hace algún tiempo por todos los pecados adorables. El arrepentimiento no borra nada. Y en último caso, nada cambiaría de cómo fue si yo tuviera que volver a vivir. Mi admiración hacia las mujeres es tan inalterable como mi amor al mar. Ni nadie me inducirá a que diga que la nueva generación va caminando hacia en abismo en una canasta de mano. No todas las mujeres promiscuan, decirlo sería demasiado generalizar. Pero hay un sector que ha rebajado sus normas de moralidad. Una doctora ilustre dice que lo único que pasa es que la gente habla más abiertamente del femenino pecado de infidelidad. Eso es todo. No lo creo así. Hay la sensación de que ese pecado va en aumento. Es fácil, es común, encontrar una esposa virtuosa. Lo que es casi imposible es encontrar una que haya sido infiel solo una vez […] Lo que las mujeres se están enseñando a hacer ahora, no lo han hecho en el pasado, hay quien asegura que las cosas no son así: la diferencia es que antes eran más recatadas.338

En el extracto anterior encontramos varios elementos que entran en concordancia con el discurso social que hemos venido analizando hasta aquí, y que a su vez ponen de relieve el «contexto de enunciación» de las imágenes culturales analizadas. En primer lugar, Bishop se siente incapaz de encasillarse en el lugar común que indica que las nuevas generaciones están perdidas por completo. Más bien, es sólo un sector de la población joven el que está transitando por la ruta equivocada: el femenino. Todavía más: no todas las mujeres «promiscuan» (sic). 338

Ibíd.,. pp. 2A y 5A.

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Sólo las que se niegan a aceptar los roles que les son impuestos desde fuera. Las otras, las que adoptan la «decencia» y la «moral» como estilo de vida, simplemente están en peligro de no realizar el «sueño de toda mujer», es decir, casarse. Simplemente están condenadas a quedarse solas. Hasta que deciden hacer estallar el circuito tradicional que demarca el ingreso a la adultez, el cual encuentra su origen y destino, por fuerza, en el núcleo familiar. Si este sector, salvaguarda de las buenas costumbres, rebajase sus «normas de moralidad» —como parece ser la «escandalosa» tendencia observada por Bishop—, quedaría atrapado en una espiral descendente de desenfreno. A ello se suma que el auto-reconocimiento implícito del autor, en tanto ser que ha sucumbido a los «adorables pecados», lo coloca en un lugar especial, inmaculado y a salvo: si se es hombre, la cohabitación con mujeres de la «vida galante» es vista como una travesura juvenil; siendo mujer, cualquier relación que tenga lugar por fuera de lo formalmente instituido, es calificada como amoral; peor aún, es percibida como parte esencial de su naturaleza, es decir, que la infidelidad es, pues, el «más femenino de los pecados». ¿Acaso puede negarse que, por más conservadora que sea, la adopción de una postura como la esbozada por Bishop no resulta eminentemente política? Finalmente, Bishop pone de relieve la tensión entre tradición y modernidad al rememorar que las «altivas damas» de antaño les decían a sus hijas que el matrimonio en su aspecto íntimo era algo que había que aprender «a soportar». De cualquier modo, el ensayista reconoce que es «un paso adelante» conceder que las mujeres tienen la misma inquietud sexual que los hombres, y «disfrutan la misma satisfacción». Una vez más, la elección de las palabras tiene un sentido

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específico: se asume que la mujer no es capaz de sentir placer por sí misma, sino hasta que ello le es reconocido por el «género superior». Se le concede el goce por parte de quien ostenta la posición dominante, es decir, por el sexo masculino. La prueba de todo ello es irrefutable porque es divina: “…seguramente que Dios no habría inventado el amor si no hubiera tenido que concentrarse en dos seres” —dice Bishop—. “El abuso es el que ha dado al amor carnal la mala reputación”, continúa. La sentencia final, casi profética, que nos ofrece Bishop, es avasalladora: “el error monumental de la ciencia no fue inventar la bomba atómica, sino inventar la píldora. Este pequeño anticonceptivo tiende a quitar a las mujeres el miedo al sexo. La tomaron y en seguida pidieron mayor libertad de acción”. ¿Acaso esta discusión no se sitúa, eminentemente, en el trasfondo del campo político? ¿Realmente sus ramificaciones inmediatas no tocan, en buena medida, aspectos que son de importancia mayúscula para los jóvenes de hoy (i. e. la equidad de género, la sexualidad, el cuerpo), los cuales desbordan lo formalmente instituido y que por ello precisan de una lectura política?339 Todo ello ilustra, sin duda, los lugares de enunciación en los que son emitidas las imágenes culturales que hacen visibles a los jóvenes de la entidad. Además, se evidencian algunas de las temáticas que desbordan el campo político formalmente instituido

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De manera similar, en un artículo publicado en El Informador, a mediados de los ochenta, por la entonces regi-

dora María Dolores Guzmán, titulado: “Impulso a las tradiciones para fortalecer la identidad”, se señalaba que: “… Guadalajara puede convertirse en una ciudad deshumanizada sin identidad propia y con grandes posibilidades de llegar a ser una burda imitación de otras urbes”. Además, la citada funcionaria comentaba que el olvido de costumbres y tradiciones podía precipitar la transformación de la sociedad tapatía: “…no tenemos por qué caer en el error de destruir o minimizar lo nuestro para dar paso a lo novedoso” —aseveraba—. Cfr. María Dolores Guzmán. “Impulso a las tradiciones para fortalecer identidad”, en El informador, 5 de septiembre, núm. 25,040, México, 1987.

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y que interpelan con fuerza, tanto a los sujetos juveniles como a las autoridades gubernamentales. La importancia de revisar este tipo de discursividad (i. e. los ensayos de Ruiz y Bishop; las ilustraciones de Memo y Muciño) radica en que, aún cuando han pasado más dos décadas desde que fueron elaboradas, siguen teniendo una inusitada vigencia. Por ejemplo, puede decirse que, de manera reciente, en el Centro Universitario de Arte Arquitectura y Diseño de la Universidad de Guadalajara (CUAAD) fueron colocadas, en los baños de la institución, unas máquinas expendedoras de preservativos. Aún cuando la medida respondía a una cuestión de salud pública, las respuestas en contra no se hicieron esperar. En mayo del 2005 apareció publicada en el diario Público-Milenio una carta en la que se señalaba lo siguiente:

Me gustaría que se profundizara más en el tema de las máquinas expendedoras de preservativos que se instalaron recientemente en el Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño de la Universidad de Guadalajara, ya que a mí, como joven, y estoy seguro que a muchas personas más, nos escandalizan los extremos a los que hemos llegado dentro de esta sociedad para que dentro de lo que se supone debería ser un templo a la educación, la cultura y los valores se introduzcan estas «medidas experimentales» con los eufemismos de «responsabilidad, salud reproductiva, higiene y sexo seguro». Realmente incitan a que se siga utilizando el sexo como un juguete y a solapar la crisis de valores y el libertinaje que agobian a nuestra socie-

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dad. Por lo tanto considero que el gobierno debería enfocarse a rescatar los valores cívicos y éticos en las escuelas para que a los jóvenes realmente se les inculque responsabilidad y prudencia acerca de la sexualidad, antes de implementar medidas como estas, que tal vez soluciones los problemas de salud y de crecimiento poblacional a corto plazo, pero que a la larga sólo contribuirán a que la sociedad se siga fragmentando más interiormente.340

En este texto se encuentran elementos que resultan cruciales para nuestro análisis. En principio, es destacable la importancia que adquiere el tema en sí, para los jóvenes. Aún cuando podría decirse que «el texto» alude sólo a los alumnos adscritos al CUAAD, «el contexto» en el que éste se enuncia es bastante más amplio. El mismo autor de la carta nos lo hace saber con su posicionamiento: el problema es local, pero la tematización de éste es de orden más global: “…ya que a mí [me perjudica], como joven —nos dice—, y estoy seguro que a muchas personas más”. Mientras que el redactor de la misiva sitúa aquello que para él constituye un problema en unas coordenadas muy concretas, la interpelación ocurre en otra escala, ya que «le afecta» en tanto [y por ende, el autor se asume y se autodefine] como joven, y no sólo como alumno del Centro Universitario. Esto abre una vía analítica que permite «sentir el pulso» de la sociedad con respecto a algunos temas, como en este caso, la sexualidad.341 El hecho en sí [de que 340

Cfr. Fernando José Isaac Navarro. “Preservativos en el CUAAD”, en Público Milenio, año VII, núm. 2793, México,

23 de mayo del 2005 (sección correo). 341

Una vez más, se precisa realizar estudios más detallados con respecto a la recepción e impacto que tienen estos

mensajes en la sociedad. No obstante, de acuerdo con nuestros propósitos, el hecho de que el tema de la sexualidad

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se haya colocado una máquina expendedora de preservativos] le resulta, al autor de la carta, cuando menos escandaloso. Esto es así porque con ello se transforma un «templo de la educación» en un «laboratorio» en donde se ponen en práctica «medidas experimentales». La «salud reproductiva», la «higiene», la «responsabilidad» y el «sexo seguro» no son más que «eufemismos» que efectúan una labor de ocultamiento: oscurecen la «crisis de valores y el libertinaje» que atraviesan a la sociedad; además, se promueve con ello el sexo como un «juguete». La resonancia de lo anterior con lo argumentado por Bishop queda más que manifiesta. ¿Cómo conectar lo anterior con el análisis del campo político? En principio, es evidente que en la carta revisada más arriba se ponen en juego las visiones estereotipadas de la juventud, a las que se ha aludido más atrás. Pero más importante aún, es que también «revela» una de las rutas seguidas por la modernidad à la mexicana, la cual tiene sin duda, vasos comunicantes con una realidad más amplia: aquello que en épocas anteriores constituía el mayor ámbito de intimidad (i. e. el sexo) ha ido filtrándose a las arenas de lo público. Desde ya, se opera un desplazamiento que es bastante significativo en la medida en que transforma la intimidad en un asunto de debate y que difumina las fronteras de lo privado. Esta porosidad, esta flexibilidad de los límites, es eminentemente política. El cuerpo, como la posesión más preciada de los jóvenes —muchas veces la única—, se torna un ámbito de indecibilidad, un asunto público, que orilla a la discusión, a la haya “detonado” en alguien la necesidad de escribir una carta, y enviarla a un diario para su publicación, resulta, ya de por sí, ilustrativo de los “nuevos” temas que circulan en el campo político. Sin duda, éstos rebasan el ámbito institucionalizado formalmente y requieren de “nuevas aperturas epistemológicas” para entenderlos.

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necesaria toma de una postura. Esto, de manera innegable, ha venido transformando, a su vez, los límites discursivos del campo político. De modo que tanto la rutinización de algunas prácticas juveniles, como la propensión a estabilizar la esfera privada, dejan plasmada su impronta en el ámbito público, contribuyendo con ello a la construcción social de, por ejemplo, la democracia. La carta de Isaac Navarro proporciona elementos para sustentar esta afirmación: “Por lo tanto, considero que el gobierno debería enfocarse a rescatar los valores cívicos y éticos en las escuelas…”, afirma el escritor de la misiva.342 Podría cuestionársele al emisario de la carta que sus argumentos son totalitarios en la medida en que proponen la existencia de unos valores y una ética únicos, y anulan la posibilidad de cualquier estilo alternativo de vida; pero no es esa nuestra intención. Más bien, nos interesa mostrar si el llamamiento a la acción del gobierno para que tome cartas en el asunto ¿no perpetúa la visión decimonónica que plantea que los destinos de la juventud deberían ser dirigidos por el Estado y sus instituciones? Pero al mismo tiempo ¿acaso no confirma la necesaria transformación del campo político, la inclusión en éste de las «nuevas» temáticas que interpelan a los jóvenes? De este modo, la construcción social de la democracia no puede transitar sólo por la ruta formalmente establecida, la de las urnas, la de los partidos políticos. Acaso sugerir que la regulación de hasta las conductas más 342

Curiosamente, unas semanas después de que el alumno del CUAAD hiciera públicas sus sugerencias, aparecía

una nota periodística en la que se señalaba que la formación en valores éticos y cívicos se dejaba de lado en la Reforma Integral a la Educación Secundaria (RIES), así como en los planes de estudio de las carreras del CONALEP. Esto fue afirmado por Rolando Maggi Yáñez, consultor privado en educación, en el contexto del VII Encuentro de Valores y Educación. Cfr. IPV. “Fuera Ética y Civismo”, en Público-Milenio, año IX, núm. 2972, México, 18 de noviembre del 2005, p. 16.

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íntimas sea dirigida por parte del Estado ¿no es eminentemente una postura política? Si esto no se lleva a cabo —sentencia el autor de la carta— sólo se provocará que “…la sociedad se siga fragmentando más interiormente”. Siguiendo con esta lógica, otro de los «temas candentes» que en la actualidad ha sido discutido por diversos sectores de la sociedad, y en distintos espacios públicos, es el de la Píldora de Anticoncepción de Emergencia (PAE). A mediados del 2005 este tópico tuvo una presencia constante en los medios de comunicación por varias semanas. Se organizaron múltiples foros televisivos en donde se «debatía» el asunto; constantemente aparecían declaraciones [a favor y en contra] en los medios impresos; e incluso, la PAE fue causa de fricciones entre dirigentes de los distintos órdenes gubernamentales, y de éstos con los jerarcas de la Iglesia católica. Encontramos en un escrito de Wendy Selene Pérez, periodista del diario Mural, un texto que condensa en buena medida lo anterior. En el texto citado se lee:

Una adolescente tiene relaciones sexuales sin protegerse, sale con un embarazo de alto riesgo, no quiere decírselo a los padres y en un hospital no la pueden atender porque necesitan a los papás. La situación cada vez es más frecuente, principalmente por la falta de educación sexual, señala la sexóloga Araceli Prieto, y aplaude que la Píldora de Anticoncepción de Emergencia (PAE) esté en el cuadro básico de medicinas. “La comunidad adolescente en este momento tiene actividades sexuales a temprana edad, estamos hablando de 9, 10, 11 años, y lamentablemente mucha de

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esta población lo hace de manera desinformada y además con información llena de prejuicios, de mitos y tabúes”, dice en entrevista la experta que estuvo coordinando el programa de sexualidad a nivel nacional en el Instituto Mexicano de la Juventud. Prieto lamenta que la Iglesia católica y diputados locales aborden el tema de la anticoncepción con prejuicios sustentados en moralismos. Agrega que lo importante es que la familia, los gobiernos y la sociedad en general, busquen maneras de dialogar con los adolescentes acerca del sexo responsable. “La propia comunidad de la sexología consideramos como una alternativa más a la pastilla de anticoncepción de emergencia, sin embargo es importante que las adolescentes lo tomen de manera informada, porque la que parte que (sic) podría no beneficiar en el consumo del anticoncepción (sic) de emergencia es que puede hacerse la persona inmune a la pastilla”, manifiesta. “Se me ocurre que el día de hoy tengo relaciones, es periodo fértil, me tomo la pastilla y entonces al mes siguiente vuelve a suceder lo mismo, y entonces lo que hace mi cuerpo es que reacciona de una forma inmune a la pastilla y después ya no hace el efecto que tendría que hacer”. Prieto sostiene que en pleno 2005 los padres de familia deben tomar conciencia de que sus hijos adolescentes tal vez ya han iniciado su vida sexual, y que las mujeres, en especial, por vergüenza no le dicen a su mamá que ya tuvieron una relación sexual. “Que la mamá le diga: ‘hija el día que se te vaya a ofrecer te quiero proponer que leas esta información’. Vamos documentándola: ‘para el día que tú vayas a tener una relación, el día

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que tú decidas y si tú decides no decírmelo también, lo voy a respetar”, recomienda.343

Sin duda, es claro que la sexualidad —uno de los aspectos tradicionalmente más personales/privados— poco a poco se torna un asunto público. Ello evidencia la emergencia de nuevos lugares de condensación de lo político, en los cuales, el cuerpo y todo aquello relacionado con las transformaciones de la intimidad ocupan un lugar preponderante. Este desplazamiento de la mirada obliga a entender lo político desde otras perspectivas, centradas en el actor, en el desempeño de éste en su vida diaria. Como se infiere a partir del artículo periodístico redactado por Wendy Pérez, las prácticas habituales de los sujetos actualizan —y muchas veces desafían— la institucionalidad vigente. Lo que ocurre en el caso descrito arriba con la anticoncepción es un ejemplo por demás adecuado. Pero más aún, lo anterior también pone de relieve las perspectivas desde las cuales los jóvenes son visibles para dicha institucionalidad, así como las vías que se consideran socialmente adecuadas para este sector poblacional. Para finalizar está sección, a manera de colofón, es preciso aducir que es innegable que el flujo, la recursividad, característica de la relación entre el actor y el sistema, permite atestiguar el momento justo en que se estructura el campo político. Por ende, las prácticas discursivas que se erigen desde los parapetos de la apatía y el desencanto también inciden en la construcción social de la democracia. Pero ¿qué

343

Cfr. Wendy Selene Pérez. “Ayudará a jóvenes pastilla emergente”, en Mural, año 7, núm. 2428, México, 18 de

julio del 2005, p. 3B.

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ocurre cuando las condiciones en las que los jóvenes se despliegan se tornan inaguantables? En los párrafos que siguen revisaremos de manera breve el surgimiento de un movimiento de corte juvenil que ha incidido significativamente en la arquitectura de la esfera pública nacional: el #YoSoy132. Ello con el objeto de poner de relieve la apertura de una línea de investigación que retomaremos en un trabajo posterior.

El retorno de lo político: YoSoy132

El 11 de mayo del 2012, Enrique Peña Nieto, candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la Presidencia de México, visitó las instalaciones de la Universidad Iberoamericana. Ello con el objetivo de ofrecer una conferencia y exponer sus propuestas de gobierno frente a los estudiantes de dicha casa de estudios. Durante su presentación, algunos estudiantes increparon al candidato. Los reclamos fueron subiendo de tono, hasta convertirse en una protesta generalizada que hizo que Peña Nieto abandonara las instalaciones de la Universidad por la puerta trasera. Las respuestas autoritarias a este evento, así como el manejo manipulado de éste en los medios, produjo una movilización inédita y de alcances significativos en México. Es cierto que desde algunas semanas atrás, en los social media se percibía un clima tenso con relación a este candidato. Desde su garrafal error en la Feria del Libro de Guadalajara, México, al ser incapaz de recordar el título de tres libros que le hayan sido significativos, algunos sectores de la ciudadanía habían utilizado los social media para mostrar expresiones iró-

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nicas de descontento, y ridiculizar a Peña Nieto. No obstante, los reclamos hacia este candidato alcanzaron un punto álgido en la Universidad Iberoamericana, y evidenciaron que el malestar con la política iba más allá de la ironía y el sarcasmo, típicos de una contienda electoral. En última instancia, lo que se pone de relieve con lo anterior es que el Estado ha perdido su capacidad instituyente, al grado de que se abre la puerta para el retorno de un régimen autoritario que parece nunca haberse ido, lo cual trae consigo un doble proceso. Por una parte, la ciudadanía se aleja de la dimensión formal de lo público y tiende a estabilizar su subjetividad en la esfera privada. Por otro lado, cada vez resulta más evidente que lo privado, que la arquitectura de la subjetividad, se convierte en un asunto político que reconfigura lo público. Así, la ciudadanía pone en marcha diversas estrategias de participación que le permiten expresar su desencanto con respecto a la política. Tales estrategias van desde la movilización social hasta la ironía y el sarcasmo contra el campo político en general (independientemente de partidos o de políticos en particular). Es innegable que los social media han jugado un papel crucial en todo lo anterior y, por ende, en la resignificación de la dicotomía entre lo público y lo privado. En otras palabras, inciden en la (de)construcción (y la emergencia) de una esfera pública de por sí evanescente. Frente a la efervescencia política de ciertos sectores juveniles universitarios, y su reciente aparición en el escenario electoral, resulta crucial interrogarse acerca de ¿cuáles son los (nuevos) significados que adquieren lo público y lo privado? ¿Cuáles son los contornos de este nuevo espacio liminar al que vagamente podemos referirnos como “esfera pública”? ¿Qué

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estrategias son puestas en marcha por la ciudadanía para expresar su desencanto, su hartazgo. En este sentido, es pertinente reformular una de las preguntas que lanzamos unos párrafos más atrás: ¿de qué hablamos cuando hablamos de la esfera pública? ¿De qué manera el uso de las tecnologías del conocimiento y de los social media por parte de los movimientos sociales reconfigura/deconstruye la esfera pública? ¿Qué características concretas adquiere la relación entre social media, movimientos sociales, y esfera pública, cuando es referida a un país como México? En principio, para ofrecer una respuesta a estas interrogantes, se requiere contar con una serie de elementos conceptuales que permitan esbozar los contornos de lo público. En este sentido, Rabotnikof sugiere que ello debe ser visto como una dimensión fundamental de la vida colectiva; como el espacio par excellence en el que se lleva a cabo la acción humana. De esta manera, lo público funciona como un vehículo para configurar y transformar lo colectivo, así como para dotar de significado a las Fig. 4.4

visiones del mundo que ahí se estructuran y convergen.344 Es precisamente en este aspecto en el que radica su crucial importancia. Como ya lo señalamos, el 11 de mayo del 2012, el entonces candidato de la Coalición Compromiso por México (Partido Revolucionario Institucional y Partido Verde a la pre-

Foto: vanguardia.com.mx 344

Cfr. Nora Rabotnikof. “Discutiendo lo público en México”, en Mauricio Merino. ¿Qué tan público es el espacio

público en México?, CONACULTA, México, 2010, p. 25.

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sidencia, Enrique Peña Nieto, asistió a la Universidad Iberoamericana, campus DF. Ello con el objeto de participar en el foro Buen Ciudadano, organizado por dicha casa de estudios. Peña Nieto buscaba informar a esa comunidad universitaria acerca de su plataforma política. Hasta esa fecha, habían transcurrido poco más de cuarenta días de campaña, y el candidato priísta se había mantenido como puntero en las encuestas.345 De hecho, las más conservadoras le otorgaban una ventaja de dos dígitos por encima de los otros dos candidatos (Andrés Manuel López Obrador, del Movimiento Progresista, que incluye al PRD, al PT, y a Movimiento Ciudadano; y Gabriel Quadri De la Torre, del Partido Nueva Alianza), y la candidata (Josefina Vázquez Mota, del Partido Acción Nacional). Durante el desarrollo de la presentación de Peña Nieto, éste fue increpado por algunos alumnos de la mencionada casa de estudios. De manera específica, el reclamo giraba sobre todo en torno a los disturbios ocurridos en la ciudad de San Salvador Atenco, del Estado de México,346 a sus vínculos con Televisa,347 y a su relación con la 345

En noviembre del 2011, según la casa encuestadora Covarrubias y Asociados, Enrique Peña Nieto tenía un 49 % de

preferencias entre el electorado. Esta tendencia se mantuvo hasta el mes de mayo del 2012 (aún incluso después del “viernes negro” que tuvo en la Universidad Iberoamericana. 346

San Salvador Atenco entró en la escena política en octubre del 2001, cuando los habitantes de este pueblo protestaron

para echar por tierra la construcción de lo que sería el segundo aeropuerto de la Ciudad de México, el cual significaba una inversión pública cercana a los 3 mil millones de dólares. Ello lo colocaba como el mayor proyecto de inversión pública y privada de los gobiernos federal y del estado de México, bajo el cargo de Vicente Fox (PAN) y Arturo Montiel (PRI), respectivamente. La causa del enojo de los ejidatarios, dueños de las tierras donde se proyectaba construir dicho aeropuerto, tenía que ver con el precio que el gobierno quería pagar por el terreno (7 pesos por tierra de temporal; 25 pesos por tierra de riego). La presión de los ejidatarios fue tal, que en agosto del 2002, la construcción del nuevo aeropuerto se vino abajo. Los ejidatarios conformarían una organización social denominada Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra. El 4 de mayo del 2006, los ejidatarios de San Salvador Atenco tuvieron un enfrentamiento con alrededor de 3 mil policías estatales y federales. Los efectivos policiales cometieron abusos. De hecho, la Comisión Nacional de Derechos Humanos acreditó que 19 mujeres que fueron detenidas en el operativo padecieron abusos sexuales graves. Un día antes, el niño de 14 años, Francisco Javier Cortés, moría asesinado a quemarropa en manos de uno de los policías estatales enviados por Peña Nieto (Ruiz, 2012). 347

Una investigación del Diario inglés The Guardian reveló en fechas recientes que hay un pacto entre Televisa y Enrique

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líder magisterial, Elba Esther Gordillo. Aún cuando Peña Nieto ya había finalizado su presentación, permaneció en el lugar para intentar dar respuesta a los cuestionamientos hechos por los alumnos.348 También, el equipo de campaña preparó un video –editado- que mostraba escenas muy distintas a lo que realmente había ocurrido en la Universidad Iberoamericana.349 A la par, desde el fondo del auditorio, se escuchaban gritos de “¡Asesino, asesino!”. El ánimo entre los estudiantes se fue exaltando. Para entonces, Peña Nieto había aceptado su responsabilidad en los hechos de Atenco, aunque aseveró que sus actos fueron respaldados por la Suprema Corte de la Nación. Buena parte de los alumnos comenzó a gritar reiteradamente: “¡Fuera, fuera!”. Mientras tanto, el candidato priísta buscaba abandonar la sala entre gritos y silbidos de desaprobación. Fue tal la presión que Peña Nieto se vio forzado a salir por la puerta trasera de la institución educativa. Durante su trayecto hacia la salida las protestas y los reclamos se intensificaron. Por los pasillos, desbordados de estudiantes, podían escucharse consignas como: “¡Fuera Peña!”; “¡!La Ibero no te quiere!” (véase figura 4.4). Al día siguiente, se puso en funcionamiento una maquinaria mediática desde la que se pretendía restarle importancia a los sucesos ocurridos en la Universidad Iberoamericana. Diversos diarios de circulación estatal y nacional, sobre todo aquellos adscritos Peña Nieto, que busca favorecer a este último, e inclinar las preferencias electorales a su favor (Índigo Staff, 2012). 348

De manera precisa, la respuesta ofrecida por Peña Nieto fue la siguiente: “Voy a responder a este cuestionamien-

to sobre el tema de Atenco, hecho que ustedes conocieron y que sin duda, dejó muy en claro la firme determinación del gobierno de hacer respetar los derechos de la población del Estado de México, que cuando se vieron afectados por intereses particulares, tomé la decisión de emplear el uso de la fuerza pública para restablecer el orden y la paz” (Moreno, 2012). 349

Las dos versiones de lo ocurrido el 11 del mayo de 2012 en la Universidad Iberoamericana pueden consultarse

aquí: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=RH2OodgdMF0

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a la empresa Organización Editorial Mexicana (OEM), de claro sesgo priísta, publicaban a ocho columnas el siguiente encabezado: “Éxito de Peña en la Ibero pese a intento orquestado de boicot” (véase la figura 4.5). A la par, Pedro Joaquín Coldwell, dirigente nacional del PRI, decía estar consternado por lo ocurrido en la Universidad Iberoamericana. “La Ibero ya no es la universidad respetuosa y crítica que solía ser”, decía Coldwell. “Un puñado de jóvenes que no son representativos de la comunidad de la Ibero asumió una actitud de intolerancia”, sentenciaba (la cita es extraída de Cervantes, 2012). Sobra decir que las dos grandes cadenas televisivas (Televisa y TVAzteca) le dieron una escasa cobertura al tema; y éste fue presentado de manera que la imagen de Peña Nieto resultara lo menos desgastada posible. Hasta aquí, todo

Fig. 4.5

transcurría dentro de los causes de una normalidad democrática como la mexicana. No obstante, el 14 de mayo del 2012 la trama dio un giro inesperado: frente al intento de manipulación mediática, y frente a las acusaciones hechas por el dirigente del PRI contra los alumnos de la Ibero, 131 de los estudiantes que increparon al candidato de la Coalición Compromiso por México (CCM), decidieron –con valentía y originalidad- emitir una respuesta. Ésta fue subida al portal de YouTube , y en pocos días ya había superado el millón de vistas. El video, de alrededor de 11 minutos

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de duración, comienza mostrando imágenes de la manifestación en contra de Peña Nieto. De fondo, a manera de narración, se escucha la voz del vocero del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), Arturo Escobar. Éste plantea que aquellos que protestaron en contra del candidato de la CCM no eran ni jóvenes, ni estudiantes. A continuación se presenta la transcripción:

“Hay un grupo de… no quiero decir jóvenes. Ya estaban mayorcitos. Calculo de 30 a 35 años para arriba. Incitando. No pasaban de 20 personas. La información que se nos da al final es que grupos cercanos a Andrés Manuel López Obrador estuvieron promoviendo y organizando este tipo de actos”.350

Luego, en el video, aparece, en letras rojas, la leyenda: “Los estudiantes respondemos”. Enseguida, varios alumnos de la Universidad Iberoamericana aparecen en la pantalla y leen el siguiente mensaje: “Usamos nuestro derecho de répliFig. 4.6

ca para desmentirlos. Somos estudiantes de la Ibero, no acarreados, no porros, y nadie nos entrenó para nada”. Después, los 131 alumnos que participaron en este video dicen su nombre, y su código de estudiante. Al final aparece, también en

Fotografìa tomada por el autor 350

letras rojas, la palabra “Gracias”. Al día si-

El video puede consultarse en la siguiente dirección: http://www.youtube.com/watch?v=P7XbocXsFkI

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guiente el hashtag #131alumnosdelaIbero se convirtió en Trending Topics a nivel nacional y mundial. Y la respuesta emitida por estos 131 estudiantes tuvo una naturaleza viral351 (English, Sweetser & Ancu, 2011; Tatarchevskiy, 2011; Teocharis, 2011). La irrupción de estos jóvenes en el escenario político dinamizó lo que hasta entonces había sido una campaña electoral relativamente estable e insípida. Además, puso de relieve la brecha que existe entre el campo político formalmente instituido y buena parte de los sectores juveniles. Luego de la inesperada respuesta de los universitarios de la Ibero, y frente a la manipulación que se había hecho de los sucesos, se evidenció la importancia que tendrían los social meFig. 4.7

dia en este proceso electoral. Así, el 19 de mayo del 2012 (una semana después del encuentro de Peña Nieto con los estudiantes de la Ibero) convocados a través de medios como Facebook y Twitter, en todo el país, cerca de 200 mil personas

Fuente: yosoy132.mx

(en su mayoría jóvenes, de diversos orí-

genes, de distintas preferencias políticas) salieron a las calles en por lo menos 15 de las ciudades más importantes de la República, a protestar –acción inédita

351

Cfr. English, K. Sweetser, K. & Ancu, M. “YouTube-ification of political talk: an examination of persuasion

appeals in viral video”, en American Behavioral Scientist, 55(6), p. 733-748, 2011. Véanse además Tatarchevskiy, T. “The ‘popular’ culture of internet activism”, en New Media & Society, 13(2), p. 297-313, 2011; y Teocharis, Y. “Young people, political participation and online postmaterialism in Greece”, en New Media & Society, 13(2), p. 203-223, 2011.

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en la historia reciente de México- en contra de un candidato, y a favor de un manejo imparcial de la información por parte de los medios. Así, con consignas como “¡Prensa vendida, Peña no va arriba!”; “¡Televisa te idiotiza!” “¡Ésta es la Primavera Mexicana”!, los manifestantes desfilaron por las principales avenidas de sus ciudades. En la figura 4.6 se observa el desarrollo de la que fue denominada como #MarchaAntiEPN en Guadalajara, en donde participaron alrededor de 3 mil personas.352 La respuesta de los 131 alumnos de la Ibero tuvo un efecto impresionante: logró hacer converger un conjunto de intereses y demandas, que se extendieron como la pólvora entre algunos sectores universitarios, tanto de universidades privadas como de universidades públicas. Así, la búsqueda de una relación distinta, más democrática, entre los medios de comunicación y la sociedad, posibilitó la emergencia del movimiento #YoSoy132. El nombre de este movimiento –y el movimiento en sí- se configura como una forma de solidarizarse con los 131 alumnos de la Ibero. Coloca al resto de la ciudadanía como uno más, como el 132. Estudiantes de universidades como la Anáhuac, ITESM, ITAM, Politécnico Nacional, y la UNAM, por mencionar algunas instituciones, mostraron su apoyo a través de las redes (el hashtag #YoSoy132 se convirtió en Trending Topics en México, y permaneció así durante alrededor de dos semanas). A través de los social media, sobre todo Facebook y Twitter, se convocó a una nueva marcha 352

En el caso de esta ciudad del occidente de México, estaba programado que el contingente llegara hasta el Parque

Revolución. Luego de arribar al sitio, y tras un proceso de deliberación colectiva, se decidió que sería pertinente y significativo llevar la protesta a las instalaciones de Televisa. Así, el contingente caminó unos kilómetros más, para llegar hasta su objetivo.

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nacional, programada para el 23 de mayo, con la intención de expresar demandas como “…construir un proceso democrático limpio y honesto por parte de los candidatos, instituciones y medios. Exigimos un proceso electoral transparente y claro, buscamos que el voto sea consciente e informado y exigimos la democratización de los medios de comunicación”.353 Lo que ha buscado el movimiento es sacar de la virtualidad a esta especie de “revolución en línea”, y trasladarla a las calles. Para algunos, los eventos de mayo del 2012 inauguran lo que ha dado en llamarse la “Primavera Mexicana”. Aún es demasiado pronto para llevar a cabo una evaluación de lo logrado por el #YoSoy132. Sobre todo a raíz de los recientes acontecimientos (algunos de los protagonistas de dicho movimiento participan en un programa de debate nada menos que en Televisa). No obstante, puede decirse que a partir de la estructuración de este movimiento, se ha detonado una serie de procesos organizativos en buena parte del país, con distintas intensidades y densidades, que han producido, en poco tiempo, efectos significativos en la esfera pública nacional. Así, el 30 de mayo se llevó a cabo la 1er Asamblea Nacional Inter-Universitaria, en las instalaciones de la UNAM. Ahí se dieron cita 74 universidades y organizaciones civiles de todo el país. Se organizaron 15 mesas de trabajo,354 en las que se ex353

Esta especie de “insurrección virtual” no es inédita. Desde lo ocurrido en Grecia y Egipto, hasta el Occupy Wall

Street, en Estados Unidos, el uso intensivo de los social media y las tecnologías del conocimiento ha favorecido la movilización social contemporánea (González, 2012b). 354

Los temas que sirvieron de ejes para la organización de las mesas fueron los siguientes: 1. Espacios públicos en

los medios de comunicación; 2. Postura y posición política del movimiento; 3. Elección e información, transparencia en los comicios; 4. Organización del movimiento; 5. Método asambleario de participación y difusión; 6. Arte y cultura; 7. Políticas educativas; 8. Ciencia y salud; 9. Violencia y represión en movimientos sociales; 10. Democratización de órganos internos dentro de las estructuras de gobierno en universidades públicas y privadas; 11. Agenda

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presaron los principios del movimiento: #YoSoy132 se declaró como un movimiento apartidista, pero en contra de la candidatura de Enrique Peña Nieto (no contra su persona, sino contra la vuelta del régimen que éste representa); asumió un férrea defensa de la libertad de expresión y del derecho a la información de los mexicanos; promocionó el voto informado, y combate el voto nulo y el abstencionismo; su intención final consiste en la democratización de los medios y la exigencia de contar con información trasparente y a tiempo. Luego de las marchas en contra de Peña Nieto, y en contra del duopolio televisivo (Televisa y TVAzteca), el movimiento #YoSoy132 dirigió su mirada hacia el Instituto Federal Electoral (IFE), el cual funge como árbitro de las elecciones para la presidencia de la República en México. En este sentido, la exigencia del #YoSoy132 consistía precisamente en que el segundo debate entre los candidatos y la candidata fuera transmitido en cadena nacional (el primer debate había sido supeditado a un partido de futbol). Puede decirse que una de las “victorias” del movimiento ha sido que dicho debate se transmita por los dos canales con mayor audiencia de ambas cadenas televisivas, las cuales cubren más del noventa porciento del territorio nacional.355 Otro de los aspectos destacables sobre los que ha puesto empeño el movimiento tiene que ver con el reciente anuncio de la Comisión Federal de Telecomunicaciones (Cofetel, organismo encargado de repost-electoral y alcances del movimiento; 12. Agenda nacional para la conformación de un proyecto político de trascendencia después del 1 de julio; 13. Medio ambiente. Basura electoral; 14. Historia y memoria histórica; 15. Participación de los connacionales mexicanos en el extranjero (Yosoy132.mx). 355

El 28 de mayo del 2012, Emilio Azcárraga Jean, director de Televisa, publicó en su cuenta de Twitter (@eazca-

rraga): ”Porque #Televisateescucha transmitiremos el segundo debate presidencial por canal 2. Primera emisión de un debate por este canal”.

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gular, promover y supervisar la cobertura de telecomunicaciones y radiodifusión en México): Mony de Swaan, titular de esta institución, señalaba que habrá un proceso de licitación de frecuencias para televisión abierta digital, lo cual implica que habrá nuevas cadenas televisivas en el país. 356 Finalmente, el #YoSoy132 ha convocado a los candidatos y a la candidata a la presidencia de la República a tener un tercer debate (la legislación vigente sólo contempla dos). Se planea que éste se realice el 19 de junio, y que sea transmitido por YouTube. Hasta el momento, sólo Enrique Peña Nieto ha declinado la invitación. En este punto vale la pena señalar que el movimiento no es uniforme, ni monolítico. Se caracteriza por la pluralidad y la diversidad. Y quizá precisamente ésa sea su principal fortaleza. Aunado a ello, han dejado lecciones importantes para quienes se despliegan en el campo político. En principio, se pone de relieve que este campo no se agota en las expresiones tradicionales, y que en consecuencia emergen nuevos lugares en los que lo político se condensa. Otro aspecto que se ilustra con el surgimiento del #YoSoy132 se observa una distancia entre la ciudadanía y el Estado. Pero también una brecha significativa entre la sociedad y los medios de comunicación (por lo menos en lo que refiere al duopolio televisivo en México). En este sentido, las prácticas y discursos de los ciudadanos van

356

Desde luego, hay que tener precaución con este tipo de procesos. Sería ingenuo señalar que la tanto la licitación

de nuevas cadenas televisivas como la transmisión del debate en los canales con mayor importancia del país responden única y exclusivamente a las demandas del #YoSoy132. Se precisa hacer una interpretación de estos procesos a la luz de otras variables, tales como los intereses y las dinámicas del mercado. Estos aspectos sobrepasan por mucho los límites de este documento. No obstante, puede decirse, por ejemplo, que la licitación de nuevas cadenas de televisión no puede entenderse sin integrar al análisis la fusión de Televisa-Iusacell, y el papel de Carlos Slim Helú, uno de los mexicanos más ricos del país, y del mundo.

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por delante de la discursividad expresada por los políticos. Pareciera, pues, que los jóvenes universitarios que se han movilizado colocan en la esfera pública un ciudadano que aún no muestra un contorno bien definido, pero que sin embargo, se mueve. El gran reto al que enfrenta el movimiento #YoSoy132 consiste, precisamente, en lograr que ese ciudadano, de perfiles difusos, salga de la virtualidad, logre interpelar a otros sectores de la sociedad, y se instale por completo en la esfera pública real. Como quiera que sea, es innegable que estos jóvenes universitarios, los asociados con el #YoSoy132, a través de un uso intensivo de los social media, han contribuido a la deconstrucción de la esfera pública en México.

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Tercera Parte. Reflexiones finales (coda al exordio)

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5. (Des)enfocar la mirada: el potencial de los espacios intersticiales Escapamos de la economía obsesiva en el momento en que somos conscientes de que eppur si mouve: no todo depende de mí, la vida continúa aún si no hago nada… Slavoj Žižek. Las metástasis del goce.

Uno de los objetivos del ideal iluminista de la modernidad consistía en descubrir un orden qua entidad normativa fija, universal, dada de una vez y para siempre; como si aquél tuviese una existencia por fuera del devenir histórico. En la medida en que se lograra una mayor diferenciación de los sectores de la vida social, también se posibilitaría la creación de distintas esferas con límites bien definidos (i. e. la ciencia, la moral y el arte). Ello facilitaría la especialización de los principales campos del saber y, por ende, se detonaría el progreso y se alcanzaría el desarrollo de manera eficaz. Sería factible emancipar al ser humano, liberarlo de todas sus «oscuras» ataduras. Desde luego, este proceso estaría conducido por la «luz» de una Razón providencialista (así, con mayúscula). La ciencia y la técnica desplazarían, pues, a la metafísica y la teología en tanto elementos proveedores de sentido, dándole cuerpo a los ideales emancipatorios del proyecto moderno. El siglo XIX mexicano —y buena parte del XX— estuvieron atravesados por completo por estas ideas. Lo anterior es de crucial importancia puesto que las imágenes culturales que aún en nuestros días hacen visible a la juventud hunden sus raíces, precisamente, en dichos periodos.

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Más aún, bajo el influjo de la modernidad se pensaba que la especialización/tecnificación del campo político permitiría determinar los rasgos esenciales del régimen adecuado para el mejor gobierno de las sociedades. En este sentido, poco a poco la democracia se fue postulando como la única candidata capaz de cumplir esa función. Sin embargo, aún cuando buena parte de los países en todo el orbe han ido adoptando dicho régimen, realidades como la nuestra evidencian que cada vez es más visible la distancia que se extiende entre un sistema democrático de jure y las expresiones concretas de éste, lo cual abre la disyuntiva que involucra a un gobierno de los ciudadanos o a un gobierno de los políticos, en términos del interés alrededor del cual gravita la esfera pública.357 Más que el fin de la historia —por decirlo à la Fukuyama—,358 lo anterior ha traído consigo un efecto paradójico, una especie de «universalismo particularizante» que articula, en última instancia, un orden frágil y vulnerable. Éste, a la vez que vincula, también desancla al ser humano –de sí mismo y del Otro–. En otras palabras, el inacabamiento del proyecto moderno pone de manifiesto que las instituciones –que girarían alrededor del supuesto orden universal– se crean y actualizan de manera cotidiana en el ámbito de la interacción social. No son entidades que cuentan, pues, con una existencia tangible y compuesta por una serie de valores y creencias que 357

Cfr. José Nun. Democracia ¿Gobierno del pueblo o gobierno de los políticos?, Fondo de Cultura Económica, México,

2002 (segunda edición). 358

Desde luego, entendiendo el fin de la historia en el sentido de que la implantación de una economía capitalista

y la adopción de una democracia liberal eliminarían los conflictos derivados de «la lucha de clases», la cual fungía —según la perspectiva marxista— como el motor de la historia. Cfr. Francis Fukuyama. The end of history and the last man, Penguin Books, Reino Unido, 1992, p. xxii.

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están ahí circulando en el mundo, sino que se hallan marcadas por la contingencia y la situacionalidad.359 De modo que la esfera pública es el ámbito en el que la institucionalidad se construye, se actualiza y adquiere vigencia. Por ello, al incursionar en el estudio del relativamente escaso involucramiento de los jóvenes en la dimensión formalmente instituida de lo político, más que los valores y las creencias en sí, para nosotros era de crucial importancia analizar la relación que los sujetos establecían con sus valores y sus creencias; así como los entornos en los que esto era enunciado, o en los que se prefería no hacerlo.360 Así, hemos visto aquí que un régimen democrático no sólo se construye en el ámbito de las urnas, sino que tiene que ver con lo que se tematiza en la vida diaria, con las posturas que los sujetos adoptan frente a aquello que los interpela. Desde esta perspectiva, para entender el déficit de civilidad que caracteriza a la democracia mexicana], resulta crucial comprender aquello que se dice y se hace en el ámbito de lo cotidiano, desde las trincheras, por ejemplo, de la apatía y el desencanto. Lo anterior desborda las fronteras formales del campo político, puesto que se enfoca en el reflujo que tiene lugar en los límites de lo público y lo privado. Al efectuar una «lectura política» de ciertas prácticas discursivas de algunos sectores juveniles que no son ni apocalípticos ni integrados, esperamos haber dejado en claro estos

359

Cfr. Richard Rorty. Objetividad, relativismo y verdad, Paidós, España, 1996. Desde luego, el “ritmo” en el que

cambian las instituciones es extremadamente lento, por lo que pareciera como si éstas tuviesen una existencia fija, fuera del devenir histórico. 360

Cfr. Katherine Cramer Walsh. Talking about politics. Informal groups and social identity in American life, Chicago

University Press, E.U.A., 2004.

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aspectos. Esto es más evidente si se observa a la luz de la creación institucional de las imágenes culturales que le han otorgado visibilidad a la población joven de la entidad, las cuales tienen en la actualidad una marcada tendencia decimonónica y positivista. A partir de las coordenadas trazadas por los capítulos que componen este documento abordamos la construcción social de la democracia desde perspectivas poco ortodoxas. Para ello sugerimos que aquellas reglas del juego de lo democrático que no se verbalizan (i. e. la civilidad, el tacto para conducirse en la vida diaria) resultan cruciales para el entendimiento una esfera pública evanescente361 como la nuestra. De modo que, al final de este trayecto investigativo podemos afirmar que la pregunta que interroga por la subjetivación de lo político y la politización de la subjetividad juvenil ya no puede ser respondida por el «relato clásico» que iniciaba con la adolescencia y terminaban con la integración del joven al mundo laboral, con la formación de un nuevo núcleo familiar y que por extensión derivaba en la adultez. La diversidad que caracteriza a las narrativas juveniles que revisamos en la parte final de este estudio evidencia una amplia brecha entre las múltiples necesidades de este sector poblacional y el proyecto unitario planteado por el Estado. Es por ello que puede decirse que la importancia de las prácticas habituales y la rutinización de la vida diaria en la articulación de lo político adquieren una relevancia crucial en tanto veta de análisis. Tanto los distintos posicionamientos de los jóvenes con respecto a las temáticas que

361

Cfr. Nina Eliasoph, Avoiding politics. How americans produce apathy in everyday life, Cambridge University Press,

Reino Unido, 1999 (segunda edición).

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los interpelan, como el ingreso de dichas temáticas en la agenda pública, revelan una arena política sumamente compleja y, por ende, un proceso de construcción de la democracia que sobrepasa lo formalmente instituido. Dicho de otro modo, se entrevé el surgimiento de «nuevos» lugares de condensación de lo político. En otras palabras, para conectar nuestros argumentos con la discusión abordada desde los primeros capítulos, puede decirse que la estructuración de la sociedad tiene que ver tanto con la mise en scène de la institucionalidad vigente, como con la creación de las imágenes institucionales que delimitan los contornos del universo juvenil; y a su vez, recursivamente, en todo ello desempeña un papel significativo el hacer cotidiano de los sujetos sociales. A esto se debe que las aristas que perfilan el horizonte en el que los jóvenes se mueven (i. e. los vínculos con la alteridad; la relación que los sujetos establecen con sus valores, etc.) nos hayan permitido interpretar algunas de las causas del desencanto y la apatía con respecto a lo político, y poner de relieve el rol que ello cumple en términos de la arquitectura de la democracia. Partimos del supuesto que indica que los posicionamientos que la juventud adopta frente a aquello que la interpela, así como la rutinización y tematización de determinados tópicos y prácticas inciden, entre otras cosas, en la configuración de las culturas políticas de los jóvenes ciudadanos. Al mismo tiempo, éstas influyen en los modos que adopta, por ejemplo, un determinado régimen político, al «colarse» desde luego en el seno de las agendas públicas. De manera específica, con nuestro trabajo hemos intentado ofrecer algunas respuestas a interrogantes tales como: ¿cuáles elementos explicarían, en un

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contexto de tensión entre un régimen democrático y una tendencia autoritaria/ conservadora, la existencia simultánea de una diversidad de culturas políticas juveniles? ¿Cómo se relacionan algunos jóvenes jaliscienses –más allá de la dicotomía entre apocalípticos e integrados– con la esfera pública y el proceso de la construcción social de la democracia? ¿Cómo se ha ido construyendo institucionalmente la categoría de juventud en el país y en la entidad? ¿De qué maneras se trasmina lo político hacia la construcción del mundo de la vida cotidiana de dichos jóvenes? De una u otra forma, como se vio a lo largo de este texto, las respuestas a estas preguntas [muestran las distintas dimensiones de, y] aluden tanto a la subjetivación de lo político como a la politización de la subjetividad, puesto que remiten a las formas en que se retroalimentan los posicionamientos identitarios de los jóvenes con los elementos constituyentes del campo político y viceversa. Es por ello que, desde esta perspectiva, tuvimos oportunidad de indagar las temáticas que en el ámbito de la vida cotidiana interpelan a la juventud y, al mismo tiempo, se van posicionando como componentes ineludibles del interés común (i. e. el ser joven, la inserción en la esfera laboral, la sexualidad, etc.). Como lo vimos en los capítulos III y IV, el contexto político jalisciense resulta en extremo complejo en la medida en que, por una parte, existen factores que dadas ciertas condiciones, habilitarían la emergencia de un régimen democrático robusto. Pero a la par de esto se han detonado algunos procesos de corte autoritario que han dado cuerpo a un entorno poco propicio para que la transición democrática se sitúe más allá del ámbito de las urnas y sea —como se específica

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en el artículo 3º constitucional—,362 una forma de vida. Como lo señalábamos en la hipótesis central de este trabajo: no cabe duda que esta difícil mixtura de un autoritarismo exacerbado con una democracia deficitaria ha constituido un freno para la conformación de una ciudadanía plena. En principio, siguiendo con esta lógica, puede sugerirse que la construcción de lo democrático en el nivel estatal de gobierno se encuentra «atrapada» en medio de una fuerte tensión entre un proceso de modernización de los sistemas administrativos, una marcada influencia de las tradiciones autoritarias que dieron cuerpo al régimen, y un –postmoderno– desencanto de la ciudadanía con respecto a todo aquello que tenga que ver con lo político formalmente instituido. De modo que es innegable la existencia de una especie de «normalidad democrática» (i. e. las elecciones son consideradas legítimas; no hay grandes conflictos luego de las coyunturas electorales, etc.); pero también se genera un «vacío ciudadano», un déficit de civilidad. ¿Será acaso que una consecuencia inesperada de la institucionalización de la competencia política ha sido el distanciamiento entre los actores [políticos] formales y los «ciudadanos de a pie»? Si la respuesta es afirmativa —como parece derivarse de nuestro análisis—, es indudable que la esfera pública tiende a hacerse efímera, vaporosa; incluso podría decirse que trashuma por los territorios del interés privado de algunos pocos.

362

En el artículo 3º constitucional, relativo al derecho a la educación, se señala que el progreso científico deberá

ser el ancla de la educación en nuestro país. Dicho proceso tendrá que ser democrático, entendiendo la democracia “…no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”. Cfr. Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

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En este punto vale la pena reiterar que los esquemas narrativos verificables en los procesos de subjetivación de los sujetos juveniles que participaron en este trabajo están relacionados con un profundo desencanto frente al ámbito político formal. En consecuencia, al aproximarse al estudio del relativamente escaso involucramiento de algunos jóvenes con respecto a dicho ámbito, puede mencionarse que se ha generado un «desapego apasionado» entre la juventud, es decir, una especie de repliegue pragmático hacia el territorio de la vida privada, desde el cual tales sujetos se empeñan minuciosamente en desligarse de lo público. Desde luego, esto puede estar relacionado con la crisis que experimentan los principales referentes políticos (i. e. los partidos, las elecciones), los cuales ya no constituyen una oferta que interese a buena parte de este sector poblacional. Así, es cada vez más evidente la brecha que se abre entre la juventud y las partes más reificadas del sistema. Cabe señalar, por otro lado, que esta retirada hacia el dominio privado puede interpretarse como un proceso altamente politizado — por decirlo á la Beck363—: el desmarcaje que los jóvenes enarbolan deja entrever que el «recogimiento hacia sí mismo» se hace de manera enfática, aludiendo a una sanción predominantemente negativa, a una separación ético-política clara entre un ellos y un nosotros, a partir de la cual toda distancia se presenta como irreducible. Aunque esto no quiere decir que se genere un movimiento contundente de resistencia juvenil, desde el cual se pretenda «hacer la revolución» y «tomar el poder», como parece haber sucedido en épocas anteriores en nuestro

363

Cfr. Ulrich Beck. “Hijos de la libertad: contra las lamentaciones por el derrumbe de los valores”, en Ulrich Beck

(comp.). Hijos de la libertad, Fondo de Cultura Económica, Argentina, 1999, pp. 9 y siguientes.

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país. O en todo caso, hay una tendencia a reconceptualizar lo revolucionario y las dinámicas del cambio social. La emergencia del #YoSoy132, y en términos más generales, la incorporación de las tecnologías del conocimiento a la movilización social contemporánea ilustra lo anterior. En este sentido, contemplamos un espacio público con propensión a «evaporarse», que se discute en privado, que adquiere contornos fugaces y poco nítidos, los cuales varían en función del contexto en el que lo político se tematiza. Ello no implica que emerja una «tercer esfera» distinta de la pública y la privada. En su lugar, lo que se manifiesta es que dichos ámbitos se hallan vinculados de manera inextricable: cada vez más lo público se tematiza en privado; cada vez más la esfera privada se torna un asunto público. Por otro lado, es evidente que la relación de la juventud con lo público no es unívoca, sino ambivalente y pragmática. Como ya lo dijimos, al enfocar el punto de vista en el desencanto observable en el universo juvenil se percibe que cada vez resulta más lejano el ideal ingenuamente habermasiano de un espacio deliberativo transparente y desideologizado; en éste —se supone—, el interés público se definiría por los acuerdos logrados por un tipo de ciudadanos omnisapientes, poseedores de una razón comunicativa cuasi-perfecta. En vez de esto, pareciera que la dislocación entre el sector joven de la población y la política formal refleja una propensión a «estabilizar» la esfera privada y a desligarse de lo público; a construir discursivamente la democracia desde una «sana distancia». Sin embargo, como vimos atrás, el asunto es más complejo: a la par de la tendencia a privilegiar lo individual, verificable entre la juventud jalisciense, existe un proceso recursivo en el que los tópicos

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que se tematizan en la esfera privada también se van filtrando como elementos constitutivos de la agenda pública. Se perfilan así los contornos liminares de los «nuevos» lugares donde lo político se condensa. Siguiendo con esta lógica, la mencionada filtración se caracteriza por ser asimétrica (i. e. lo que se tematiza en el ámbito privado no se transfiere automáticamente a la agenda pública; en cambio, lo dictaminado en el ámbito público incide de manera casi inmediata en el desenvolvimiento juvenil). De modo que es usual que no se preste suficiente atención a las prácticas discursivas que se llevan a cabo desde el más profundo desencanto. Menos aún se analiza cómo lo anterior se vincula con un régimen político como el nuestro. Antes de entender las causas de este «déficit cívico», en buena parte de las investigaciones que intentan analizar la cultura política en nuestro país se prefiere elaborar marcos indicativos, corolarios y recetas, cuyo fin es subsanar dicho déficit. Esto en lugar de confrontar y entender las complicadas aristas que se desprenden de la escasa civilidad realmente existente. Como lo señalamos más atrás, antes de manufacturar «instructivos para ser un joven ciudadano modelo» se precisa previamente aprender a escuchar los silencios de este sector de la población. Desde luego, con lo anterior no se pretende sugerir que haya una equivalencia entre un proyecto individual de la creación del Yo y la conformación de un interés comunal de corte público. Más bien al contrario: la recursividad que refluye en los esquemas narrativos que aquí analizamos está atravesada por tensiones y jaloneos entre lo personal y lo colectivo. Precisamente por ello, el repliegue hacia lo privado es, también, político. Tampoco se quiere documentar la existencia

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de un «círculo virtuoso» en el que la esfera pública y la esfera privada embonan a la perfección; en el que las biografías individuales se vinculan con la búsqueda teleológica del bienestar de la sociedad en su conjunto. Mucho menos se intenta validar una lectura simplona que aduciría que la apatía tiene un estatus ontológico equivalente al ejercicio del voto en términos de la construcción de lo democrático. Por supuesto, no queremos sugerir que la aparición de las temáticas que interpelan a la juventud en la agenda pública ocurra de manera automática y eficiente (i. e. como si lo discutido en privado se inscribiera literal e inmediatamente en lo público). Por el contrario, lo que se sugiere aquí es que paralela a la estructura constituida por la dimensión formalmente institucionalizada emerge una serie de sitios en los que lo político se visibiliza de manera efímera y dispersa. En este sentido, para remover los frenos que evitan la consolidación democrática en México y en Jalisco se precisa, entre muchas otras cosas, analizar estos otros sitios de observación de lo político, y no dejarlos de lado debido a que son considerados como «poco llamativos». Bajo esta óptica, pueden distinguirse desde ya los contornos de lo público en la esfera privada, y viceversa. Esto es importante porque aún los rasgos más institucionalizados de una sociedad se estructuran a través de las prácticas cotidianas llevadas a cabo por los individuos. No está de más insistir en que la profundización del estudio de estas cuestiones permitiría una mayor comprensión de algunas de las causas por las cuales el régimen político de nuestro país tienen características tan sui generis. De entrada, con base en los resultados de esta investigación, no es descabellado sugerir que la «aparición» de ámbitos de

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indecibilidad en distintos campos de la vida cotidiana permite bordear la brecha que se ha ido extendiendo entre gobernantes y gobernados. Como ya se dijo, el cambio social vinculado a movilizaciones masivas o a la acción de un Sujeto Transindividual se ha ido difuminando para dejar paso a flujos y redes que, para entenderlas, precisan del diseño de otras formas de aprehender los objetos de estudio. Las conclusiones que pueden extraerse de lo anterior son fundamentales debido a que, en primer lugar, ponen de relieve el tipo de información que circula en [y construye los] contextos en los que la juventud se desempeña habitualmente; en los que lo político se discute o se evita. Por ende, es innegable que en la medida en que los jóvenes excluyen e integran ciertos temas en el fluir de sus esquemas narrativos inciden en la estructuración del entorno en el que se mueven y, por extensión, en los contornos de la esfera pública. La arquitectura de la subjetividad se vuelve de este modo un asunto altamente politizado. En segundo lugar, este desplazamiento de la mirada hacia otras aristas del cambio social permite acceder a las lógicas que dan cuerpo a los «mapas cognitivos», es decir, a las formas de pensar y actuar compartidas por una colectividad, cuya reiteración va prefigurando los «rasgos sociales» más institucionalizados a través de las prácticas concretas de los sujetos. Se habilita así la «captura» del instante justo en el que se estructura la sociedad. En términos generales, todo lo anterior permite discernir y mostrar algunos de los trayectos poco explorados por los que atraviesa la construcción social de la democracia en entidades como la nuestra. Encontramos un elemento crucial para sustentar esta afirmación en el énfasis puesto en la rutinización de las prácticas

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y la «movilización» de los saberes que los individuos –jóvenes, en este caso– ponen en juego. Recordemos que el carácter de la realidad cotidiana sienta sus bases en procesos que no ocurren en el vacío, sino que constantemente ponen en juego la institucionalidad vigente. Pero a su vez, de manera recursiva, desde dicha institucionalidad se origina el lenguaje que nutre y actualiza dicha realidad. Tengamos en cuenta que las imágenes culturales creadas desde la dimensión formal de lo político le otorgan visibilidad a la categoría de «juventud». De este modo, el fluir de la vida diaria se vincula con [y orienta] la estructuración de los horizontes político y social, incidiendo así en la conformación del orden simbólico, es decir, aquel que remite a los estatutos que delimitan las maneras correctas y las inadecuaciones en términos del ser joven. Si se está de acuerdo con esto, entonces es pertinente argumentar que la discursividad que se genera desde los posicionamientos de los sujetos juveniles situados en las coordenadas del «desapego apasionado» también estaría incidiendo en la construcción de un determinado tipo de régimen. Ahora bien, ¿qué puede extraerse de la puesta en juego de los saberes con respecto a lo político, expresados por los jóvenes en los discursos analizados hasta aquí? ¿Cómo explicar en consecuencia el «desapego apasionado», es decir, el relativamente escaso involucramiento de la juventud en la dimensión formalmente institucionalizada de lo político? Si se genera un «vaciamiento» de la esfera pública ¿hacia qué otros lugares se está desplazando lo anterior? Para ofrecer una posible respuesta a estas interrogantes fue necesario que pusiéramos mayor atención a los silencios que «resuenan» en la esfera de la aparente apatía

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y del desencanto juvenil. A partir de lo discutido a lo largo de este documento, puede inferirse que buena parte de los jóvenes jaliscienses se empeñan minuciosamente en deslindarse del campo político; se desapegan de él con fervor, se distancian de ello por completo. Pero más que poner el acento en aquello que los «jóvenes promedio» (i. e. que no son ni apocalípticos ni integrados) dejan de hacer en materia de civilidad, hemos preferido concentrarnos en lo que sí hacen en términos de la arquitectura de lo político, más allá de su poca participación en la dimensión de las urnas. Así, puede decirse que entre las preocupaciones cotidianas de este segmento poblacional circulan temáticas que se han ido filtrando en la agenda pública, y se posicionan como elementos cruciales en el discurso institucional. La sexualidad y el cuerpo son claros ejemplos de ello. Por supuesto, habría que analizar, con estudios posteriores, en qué medida este posicionamiento de los temas que interpelan a los jóvenes resulta eficaz no sólo en términos de su colocación en la agenda pública, sino en cuanto al efecto que provocan en la estructuración de las políticas de juventud. Sin duda, al analizar la relación que los jóvenes establecen con la esfera pública se desprende una lógica en la que, idealmente, el involucramiento con la dimensión formalmente institucionalizada de lo político (i. e. la acción social) se conceptúa como una vía para incrementar el bienestar y las condiciones de vida de la sociedad. Pero ante el contraste que aquéllos efectúan entre la dimensión ideal, abstracta, de lo político, y las condiciones de posibilidad reales para la producción del cambio social/democrático, se produce una sensación de impotencia y de apatía. Hay una evidente retirada de lo público, un repliegue

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hacia la esfera privada. Los esquemas narrativos que relatan lo anterior gravitan alrededor del agotamiento de buena parte de los ejes que de manera tradicional han sido referentes para detonar los procesos de cambio (i. e. los programas gubernamentales, las políticas públicas e, incluso, las movilizaciones masivas). De este modo, los sujetos que participaron en este estudio postulan un desmarcaje, un deslinde con respecto de lo político, desde el cual se asume que la acción política/social no resulta lo suficientemente efectiva. No obstante, lo ocurrido tras los resultados de las elecciones presidenciales del 2012 podría inaugurar nuevas vertientes de investigación. Aún es demasiado pronto para hacer un análisis, pero es importante no perder de vista dónde desembocará esta coyuntura, y las consecuencias que traerá consigo en cuanto a la arquitectura del campo político mexicano. Como quiera que sea, de acuerdo con nuestros resultados, el involucramiento en los asuntos públicos formalmente instituidos no es visto por los jóvenes como una vía adecuada para resolver los problemas que les aquejan de manera cotidiana. Esto es así porque ese tipo de participación tiene poco margen de maniobra y no brinda posibilidades reales de modificar un determinado orden de cosas. Las causas a las que es posible atribuir lo anterior son de dos tipos. La primera, referente al ámbito individual, de la subjetividad, alude a una auto-descalificación que limita a priori los alcances que pudiera tener la acción colectiva. La segunda, de carácter sistémico/estructural, se sitúa en el seno mismo de la esfera pública, y alude a una especie de «colonización» de dicha esfera por parte de los intereses privados de ciertos grupos, muchas veces identificados con los políticos/los go-

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bernantes. En este sentido, los asuntos públicos adquieren un carácter inaprensible, paradójicamente privado, se conceptúan como si estuvieran cubiertos por un halo misterioso que los distancia de la vida cotidiana, como un mundo al cual sólo tienen acceso «los iniciados». El involucramiento en tales asuntos sólo es visto como una opción cuando interpela directamente a los individuos en su vida cotidiana (i. e. como en el caso del transporte público o la prestación de algún servicio). Si ello no es así, se percibe una propensión al desinterés, al desapego. Los jóvenes se desentienden de lo que ocurre en una esfera pública formal que aparece como extremadamente lejana. Aunque ello no quiere decir que se esté de acuerdo con lo que allí pasa. Más bien lo que ocurre es que estos individuos deciden abstenerse y no participar en un proyecto que no les atrae. O mejor dicho, enfocan sus esfuerzos en la «transformación de la intimidad», por decirlo de alguna –giddensiana– manera. Reiteramos que lo anterior está vinculado íntimamente con el poco margen de acción que consideran tienen los sujetos jóvenes cuando se trata de incidir en la toma de las decisiones de interés público. Esto es así porque —una vez más: paradójicamente— pareciera como si los intereses ciudadanos no tuvieran cabida en aquello que vagamente se piensa que constituye lo público. Los ejemplos aducidos por los sujetos entrevistados aquí son variados y aluden a distintos niveles, desde las tarifas del transporte público hasta los estilos de gobierno de diferentes administraciones. Es como si lo político estuviese dado de antemano, como si las posibilidades de incidir en ello estuvieran copadas. En varias de las matrices discursivas revisadas se sugiere que son innegables los avances en ma-

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teria electoral o de libertades de expresión. Sin embargo, la destemplada vuelta a lo real indica que, por ejemplo, lo prometido por el primer gobierno de alternancia no fue lo suficientemente profundo, puesto que no cumplió las altas expectativas que generó, y terminó siendo como si las cosas se transformaran sólo para permanecer iguales. Aún no termina el sexenio y la deuda política y social que ha dejado Felipe Calderón es, cuando menos, considerable. Más aún, cuando los jóvenes trasladan estos razonamientos al ámbito del gobierno estatal y municipal se percibe que prevalecen muchos de los rasgos del antiguo régimen (i. e. autoritarismo, cacicazgo, clientelismo, represión, etc.). En el ámbito particular de esta entidad puede verse una tensa convivencia entre una democracia tenue, electorera, y un autoritarismo más o menos disfrazado de apertura y tolerancia. Es por ello que quizá el involucramiento en la dimensión formalmente instituida de lo político es visto con desconfianza por buena parte de los jóvenes jaliscienses (i. e. es ineficaz en términos simbólicos). Esto es así por lo menos para la totalidad de aquellos que participaron en nuestro estudio. ¿A qué puede atribuirse esta «ineficacia simbólica» del orden político? Hay cuando menos dos aristas que ofrecen una respuesta a esta interrogante. Por un lado, desde una perspectiva centrada en el funcionamiento del sistema, es evidente que entre los jóvenes entrevistados existe la certeza de que los políticos orientan las acciones gubernamentales de acuerdo a con sus intereses particulares, muchas veces radicalmente opuestos a los de la ciudadanía en general. Ello origina la percepción de que en el seno de lo público habita un agente privado que opone las «necesidades de la población» contra los «deseos de los gober-

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nantes». Una vez más, adquiere una pertinencia crucial la disyuntiva planteada por Nun (vid supra). Por otro lado, en el nivel de los sujetos, se encuentra una serie de posturas —cercanas al desapego apasionado— desde las cuales se observa aquello que ocurre en el ámbito público bajo la lupa de un pragmatismo irónico, estratégico y muchas veces indulgente. La relación ambivalente con la corrupción así lo demuestra (i. e. en la medida en que se asume que ésta es válida en algunos contextos, e inadecuada en otros). Específicamente, la estructuración de ambas aristas es la que da cuerpo a un régimen con características como las que presenta el nuestro. Así, por una parte, no es extraño que desde la esfera institucional se conciba a la juventud como apática y carente de cultura cívica, y/o como rebelde y caótica.364 Por ende, se infiere que ésta es una población necesitada de férrea dirección y control tenaz que en ocasiones rayan en lo represivo. A ello se debe en buena medida que entre los jóvenes, lo político no represente una opción viable, que interpele al involucramiento activo, a la participación. Más aún: la dimensión formal de este campo no se incluye de manera directa en la construcción de los propios proyectos juveniles. Tanto la percepción negativa que se tiene de los actores que se desempeñan en la esfera pública, como la aparente poca pertinencia de los valores que circulan en dicha esfera en términos de la vida diaria de los jóvenes, orillan a que éstos adopten posturas ambivalen364

Aunque, como lo vimos aquí, es preciso destacar el doble discurso que prevalece en la esfera institucional con

respecto a la juventud: mientras que por una parte se le concibe como el agente del cambio par excellence, por otro lado también se piensa a los jóvenes como los poseedores innatos de una rebeldía consustancial, naturalizada, la cual es precisa controlar y someter. En todo ello podrían encontrarse elementos para delimitar otras de las causas de lo que aquí nos hemos referido como ineficacia simbólica de las instituciones encargadas de atender a lo juvenil en nuestro país y, sobre todo, en la entidad.

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tes, estratégicas, pragmáticas, etc. Lo anterior queda más claro cuando tanto en las entrevistas como en los grupos de discusión que llevamos a cabo se alude al antagonismo que se extiende entre los intereses privados de la clase política y el interés público, es decir, aquel que concierne a los gobernados. Se alimenta con ello una perspectiva desde la cual los jóvenes jaliscienses que participaron en este estudio asumen una profunda asimetría entre aquellos actores que se desenvuelven en el ámbito gubernamental, y los sujetos comunes, es decir, una distribución del poder brutalmente desigual. Se percibe, pues, que la capacidad de incidir en la dimensión formal de lo político por parte de la ciudadanía es mínima y coyuntural, reducida a una temporalidad electoral precaria. Pareciera como si los «ciudadanos de a pie» estuviesen desamparados, vulnerables, ante una esfera pública que tiende a vaciarse y que, en el extremo, aparece como excluyente, casi riesgosa. Ahora bien, en buena parte de los esquemas narrativos analizados se establece una clara distinción entre un ellos anónimo y privilegiado (i. e. los poderosos, los políticos, los empresarios, etc.) y un nosotros intangible, endeble, pero más cercano (i. e. el resto, la ciudadanía en general), al cual se pertenece. Esta distinción es precisamente otro de los factores que permiten hacer una lectura política del desencanto observable entre la juventud jalisciense y del modo en que ello incide en la arquitectura de lo democrático. Asimismo, tal distinción pone de relieve una vez más la ineficacia simbólica de la institucionalidad encargada de satisfacer las demandas juveniles. No resultaría difícil extender estos argumentos a lo que ocurre en el resto de la esfera pública nacional, pero no es nuestro

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propósito. Por supuesto, una lectura inadecuada de estos argumentos sugeriría — de manera simplona— que el relativamente escaso involucramiento de la juventud en la dimensión formalmente institucionalizada de lo político es un déficit de civilidad que ni siquiera vale la pena analizar. Ello para luego establecer las rutas a recorrer para lograr consolidar una democracia efectiva, para inaugurar la construcción de una esfera pública ideal(izada). Pero en lugar de darle la espalda al análisis de cómo se produce la apatía, es preciso hacerle frente, explorar este proceso. Esto es así porque, si bien es cierto que buena parte de los jóvenes han decidido dejar de lado cualquier intención protagónica, ello no implica la total aceptación del orden instituido (i. e. no es suficiente reducir la juventud a lo apocalíptico y/o lo integrado). Tal como lo señala Rodríguez,365 en la actualidad los jóvenes tienden a actuar de forma atomizada, discreta, al desplegar una serie de estrategias y tácticas frente a la reglamentación moral y social, con lo cual se desafían los parámetros que delimitan el comportamiento adecuado, tanto en el espacio público como en la vida privada. Por otro lado, hemos insistido en que lo político se subjetiva en la medida en la subjetividad tiende a politizarse. Ello alude tanto al vaciamiento de la esfera pública, como a la emergencia de nuevos lugares de condensación de lo político. Desde esta perspectiva, al vincular la apatía y el desencanto —el «desapego apasionado»— con la arquitectura de lo democrático, pueden entreverse 365

Cfr. Zeyda Rodríguez Morales. “El arte del débil: tácticas y estrategias juveniles”, en Estudios jaliscienses, núm.

64, El Colegio de Jalisco, México, mayo del 2006, pp. 19 y 20. Desde luego, véase de la misma autora: Zeyda Rodríguez Morales. Relaciones amorosas entre jóvenes: sentimientos y experiencias en reconfiguración, Tesis de Doctorado, Universidad de Guadalajara, México, 2004.

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dos grandes planos en constante transformación. Por una parte, los esquemas narrativos analizados remiten a la idea de que en nuestros contingentes días la subjetividad adopta formas más heterogéneas que nunca. Con ello a su vez, se define y resignifica la configuración misma de una época. Esto no es un asunto menor ni una afirmación carente de sustento; tratemos de situarnos en el plano de las discusiones abordadas en el primer capítulo. Recordemos que si la modernidad era un proyecto cimentado principalmente en el Estado, al erosionarse éste, entonces aquélla muestra algunos signos de agotamiento: paulatinamente la institucionalidad vigente deja de proporcionar elementos para el armado de la propia biografía. El vaciamiento de la esfera pública y el repliegue hacia lo privado mostrado por buena parte de los jóvenes así lo evidencia. Desde luego, ello no implica una «liquidación» absoluta del Estado ni de sus instituciones, como parecería anunciarse desde una óptica ingenuamente postmoderna. Más bien, lo que se observa es una variación de la condición de esta institucionalidad. En otras palabras, estaríamos frente al deterioro de la capacidad estatal para instituir subjetividades. En última instancia, percibimos pequeñas pero significativas metamorfosis en el estatuto práctico del lazo social. De modo que más que un malestar con lo político en sí, lo que se observa aquí es un desapego con relación a ciertos aspectos de la institucionalidad más formalizada (la política). El análisis de las matrices discursivas posibilitó la observación de los planos en que operan las transformaciones del campo político estatal y nacional. Pero ¿cómo se despliegan tales cambios en tanto atraviesan/erosionan la institucio-

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nalidad moderna? En ello se entreven dos ejes principales. El primero, de carácter externo, alude a que cada institución moderna formaba parte de un sistema coordinado, puesto que los sujetos «producidos» por una agencia eran «necesitados» por otra. El Estado era visto como el centro orgánico alrededor del cual gravitaban sujetos e instituciones. El conjunto formado por ambos componentes debería ser solidario y funcional. Las conexiones que sugerimos entre la creación de las imágenes culturales –positivistas y decimonónicas– de lo juvenil y los ámbitos educativos ilustran este punto con claridad (vid capítulo III). El segundo nivel, de orden interno, tiene que ver con la seguridad ontológica (Giddens dixit) derivada de la confianza depositada en un orden específico del mundo, de la apuesta por una línea ascendente hacia el progreso. Ello suponía una organización racionalista, vertical y, por ende, un mundo calculable, perfectamente mesurable. Esta construcción discursiva de la institucionalidad moderna, al interior de la cual se situaba el circuito tradicional que demarcaba el umbral de la adultez, resultaba eficaz por su hegemonía en términos de su lugar qua discurso dominante. El modo en que se estructuró el campo político mexicano y la posterior “transición” a la democracia en nuestro país ejemplifican con precisión las dinámicas de la eficacia referida. Sin embargo, el descrédito que ha ido acompañando a estos tópicos, su caída qua Grandes Relatos, se ha constituido como uno de los rasgos característicos de nuestro presente. Por lo menos así se infiere de los esquemas narrativos analizados, y de las vinculaciones de éstos con el fluir del discurso social. En otras palabras, la ineficacia simbólica de las instituciones es

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parte fundacional de la modernidad tardía à la mexicana.366 Así, el agotamiento de los dispositivos de la modernidad evidenciaría una dislocación de la tendencia a organizar el mundo en torno a un orden duradero y estable. Y a su vez pondría de relieve la emergencia de otros modos de ser, de otras arquitecturas de la subjetividad, las cuales se caracterizarían por ser estratégicas, coyunturales y, en cierto modo, (¿por qué no?) oportunistas. ¿Qué efectos son los que ello produce? Quizá el más visible indique que si antes las instituciones representaban un todo más o menos orgánico, hoy somos testigos una parcelación de lo social, del surgimiento de una institucionalidad dispersa, mínima, como si ésta estuviera compuesta por ínfimos mundos (casi tantos como subjetividades). Dicho de otro modo, de nuestro análisis se desprende que la discursividad institucional deja de tener arraigo. Sin instituciones que proporcionen un anclaje sólido, el ejercicio y la construcción de lo democrático estaría bajo el influjo de la contingencia de las situaciones. De ahí la importancia de enfatizar el estudio de las prácticas habituales de los sujetos jóvenes, y la relación de éstas con la armazón de la esfera pública en el ámbito de la vida cotidiana. Recordemos que el lazo social moderno tenía su cimiento en la noción de «ciudadano», en la idea de «nación», en la tendencia hacia el «progreso». Había detrás de ello límites bien definidos que permitían trazar el rumbo; distinciones claras entre lo público y

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No está de más recordar que utilizamos el topoi de modernidad tardía para señalar que los parámetros que sir-

vieron de guía para la experiencia de lo moderno están erosionados, pero que aún no emergen los contornos de un mundo nuevo, postmoderno, como creen algunos. Más bien, realidades como la nuestra muestran una enorme tensión entre la tradición y la modernidad. En última instancia, en ello radicaría el carácter de nuestra postmodernidad, si la hubiera.

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lo privado. Sin embargo, el agotamiento de los mecanismos institucionales de la modernidad nos hacen pensar que dichas fronteras se tornan porosas: la vida privada se vuelve cada vez más un asunto público, mientras que lo público se tematiza con mayor frecuencia en privado. Por supuesto, esto no quiere decir que lo privado y lo público sean una y la misma cosa. Más bien, estamos frente a mundos aparte que —recursiva y paradójicamente— se constituyen. En última instancia, lo anterior indica que lo que se altera es el estatuto mismo del campo político. Quizá sería más adecuado sugerir que lo que en realidad varía son las formas de hacer y entender/de resignificar la política. En la medida en que el orden simbólico pierde solidez, unidad, los lugares desde los que los sujetos piensan y actúan, desde los que se construye la subjetividad, se vuelven más heterogéneos: si antes los «mandatos» emanados del Estado constituían los núcleos identitarios par excellence, hoy esta condición se difumina, pierde peso. Como quiera que sea, para recapitular volvamos a terrenos más concretos. Es significativo que temáticas tales como la justicia, el orden y la política resulten espinosos y generen cierta desconfianza entre los jóvenes, independientemente de su adscripción a un determinado grupo juvenil, ideológico, o de su condición de clase y género. Esto nos indica la poca atracción que ejerce para este sector poblacional la dimensión formalmente institucionalizada del campo político. Además, puede decirse que algunos segmentos de la juventud jalisciense se interesan por la política en la medida en que ésta logra vincularse de manera simbólica con los aspectos de la –su– vida cotidiana. De modo que al reflexionar sobre lo público, los jóvenes que participaron en este trabajo perciben una falta de representatividad

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que los «excluye» del campo político formal. Pero ello no niega que dichos jóvenes «armen» sus «propios modos» de relacionarse con [y posicionarse frente a] dicho campo. En términos generales, en las construcciones discursivas producidas por este sector poblacional se enfatizan con mayor fuerza elementos que remiten a un desmarcaje sistemático y a una falta de identificación con los proyectos juveniles emanados del Estado. Desde luego, habría que efectuar una evaluación de las políticas públicas de juventud para determinar en qué medida ocurre lo anterior. Lo que aquí puede decirse es que, más bien, lo político formalmente institucionalizado es percibido como una forma de control social que constriñe, que no deja margen de acción, que tiende a ser represor e, incluso, violento. Ello se inscribe en una especie de ethos más amplio que define a un sistema político de corte paternalista y clientelar, en franca confrontación con la innegable apertura democrática. Todo aquello que se relaciona con dicho campo parece estar marcado por una connotación negativa: se asocia con un sistema en el que la corrupción se filtra en todos los ámbitos y genera estructuras paralelas a las formalmente establecidas, las cuales determinan su verdadero funcionamiento. En última instancia, la construcción social de la democracia trasciende los ámbitos institucionalizados, y alude a estrategias menos ortodoxas que las tradicionales, las cuales se sitúan al margen de las estructuras formales. De ello se desprende una profunda desazón producida por la raigambre estancada de la política. Esto es así en la medida en que se alude a una especie de apatía hacia casi todo lo que tenga que ver con la esfera pública. En síntesis, con este trabajo hemos intentado explorar la dimensión narrativa de los procesos de subjetivación de lo político en los que se involucran algunos de

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los jóvenes jaliscienses que habitan la Zona Metropolitana de Guadalajara. De ello se desprenden varias ideas que vale la pena mencionar. En principio, es fundamental reconocer que entre los sujetos que participaron en nuestro estudio, lo público se percibe como un ámbito erosionado, vacío, poco atrayente. No obstante, en la medida en que la institucionalidad vigente se desgasta, las formas de construir la subjetividad se tornan más heterogéneas. Esto queda claro cuando interpretamos —por medio del análisis de los esquemas narrativos— las experiencias sociopolíticas juveniles. En este sentido, al postular aspectos cercanos a la intimidad como elementos importantes del ser joven, se opera un desplazamiento de los núcleos problemáticos de lo público hacia la esfera privada, y viceversa. Pero además, se evidencia una brecha que aparece como irreducible entre este sector poblacional y los actores de lo público. Emergen en consecuencia nuevos lugares desde los cuales es posible indagar lo político. Desde esta perspectiva, no sólo las coyunturas electorales o el desempeño gubernamental son importantes. Aspectos que involucran a la subjetividad, tales como la apariencia, la afectividad, el cuerpo, etc., se postulan como arenas altamente políticas/politizadas. No obstante, ello no quiere decir que la grieta que se abre entre la sociedad y el Estado remita automáticamente a una movilización colectiva tendiente a transformar un orden de cosas que se considera inadecuado. Más bien, lo que se destaca es que la acción social no representa una vía para resolver las tensiones que prevalecen en el horizonte socio-simbólico. Ante un campo político que no interpela, lo que se tiene es una propensión a estabilizar la esfera privada, a desentenderse de la arquitectura de lo público. O mejor dicho, a tematizar lo público en privado.

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En este sentido, se genera el ethos pragmático al que nos referíamos más atrás, el cual privilegia el bienestar subjetivo sobre el interés común. Los grandes sujetos de la acción colectiva de antaño tienden a difuminarse, a diluirse en una red de tácticas individuales/individualizadas que no pretenden efectuar grandes transformaciones, sino incidir en su entorno inmediato, y alcanzar metas concretas. Esto se debe en buena medida a que se considera que en tanto sujetos, y sobre todo por su juventud, es poco probable influir en las decisiones gubernamentales, en la dirección que toman los asuntos públicos. En términos generales, el análisis que realizamos a lo largo de este trabajo muestra que las temáticas aducidas por los jóvenes no detonan el involucramiento en algún campo de acción o de representación política formal. Frente a la poca eficacia atribuida a los referentes simbólicos que tradicionalmente fungían como mecanismos de vinculación entre lo público y lo privado (i. e. los partidos políticos), la constitución efectiva de la ciudadanía pasa a segundo plano. ¿Puede negarse que todo ello influye en la construcción social de una democracia como la nuestra? Nos parece que no. Desde luego, ante los argumentos anteriores se impone una lectura pesimista. Esto es así porque la aproximación al análisis tanto de algunos de los significados que los jóvenes atribuyen a lo político, como de las imágenes culturales que le otorgan visibilidad a este sector poblacional, pone de relieve que los registros discursivos revisados se caracterizan por un saber político tenue y limitado en términos de la información desplegada por los entrevistados. Además se evidencia que uno de los principales puentes que se tienden entre la juventud y la esfera pública tiene que ver con la evaluación –predominantemente negativa– que esta

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población hace de las acciones gubernamentales, sobre todo con respecto a la prestación de servicios y a la realización de obras públicas. Por supuesto, ello se efectúa desde una perspectiva que a priori sanciona como inadecuado todo aquello que tenga que ver «con la política». No obstante, el panorama no es tan oscuro: también pretendimos mostrar que la «despolitización» de la acción política y la retirada de la esfera pública pueden ser interpretados como procesos altamente politizados, lo cual es verificable en los significados que la juventud jalisciense le otorga a las nociones de democracia y a las ideologías que demarcan el espectro político (i. e. la izquierda y la derecha), así como al contraste que se hace entre la dimensión ideal en la que se conceptúa la democracia y lo democrático realmente existente; esto es: a partir de la emergencia de «nuevos» lugares de condensación de lo político —Reguillo dixit—. Lo que se deriva de lo anterior confirma que entre este segmento de la población, la esfera política no se concibe como un espacio institucional viable para el involucramiento, para la construcción de los propios proyectos identitarios. Sin embargo, a la par de lo anterior, observamos la emergencia de «otras» fuentes que nutren la arquitectura de las biografías personales, de «otros» lugares del decir político. Estamos, pues, ante un proceso recursivo en el que las tácticas instrumentadas por algunos jóvenes tienden a resignificar, discretamente, lo político. En fin, es cierto que más que un apego obstinado de corte hegeliano (jóvenes integrados); más que una kierkegaardiana suspensión política de lo ético (jóvenes apocalípticos), se observa [también, y probablemente con mayor frecuencia] una especie de desapego apasionado, es decir, un conjunto de estrategias pragmáticas, ambiguas

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y utilitarias, por medio de las cuales los sujetos juveniles se relacionan con/se distancian de un campo político que se les presenta, muchas de las veces, como bastante lejano. Pero a su vez, el repliegue hacia la esfera privada tiene una dimensión política considerable, y contribuye a modificar el estatuto de los lazos sociales. Lo anterior permite, pues, entender de otras maneras, desde otras ópticas, el proceso mediante el cual se construye socialmente lo democrático. En otras palabras, todo ello puede inscribirse en un ethos más amplio, el cual dibuja un régimen como el nuestro, que se debate continuamente entre el autoritarismo y la búsqueda de la democracia. Y sin embargo, a pesar de ello, la juventud se mueve.

Guadalajara, Jalisco. Diciembre del 2012.

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Se terminó de imprimir en el mes de febrero del 2017 en los talleres de Prometeo Editores S. A. de C. V. Libertad 1457, Col. Americana C.P. 44160 Guadalajara, Jalisco. Tiraje: 300 ejemplares

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