Y SI LA METAMORFOSIS DE BORGES FUERA DE BORGES [2014]

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Descripción

¿Y SI LA METAMORFOSIS DE BORGES FUERA DE BORGES? [Estas conjeturas y razonamientos fueron publicados en la página del Centro Virtual Cervantes dedicada a la traducción en una serie de cinco artículos. Los textos se presentan aquí unificados para facilitar la lectura y se indica el link correspondiente de la edición original.]

I El escritor Fernando Sorrentino1explicó en 1997 que en 1974 ya se había sugerido que la traducción de La metamorfosis de Franz Kafka editada por Losada en 1938 no podía ser de Borges. Aunque la versión mantuvo a lo largo del tiempo «el efecto Borges» (hace un par de años Mario Vargas Llosa pagó trescientos cincuenta dólares2 por aquel libro), en ese artículo se ofrecían dos pruebas contundentes para contradecir la reputada autoría: una textual, la españolidad del texto; otra biográfico-confesional: la declaración del propio Borges negando su relación con ese texto. Me parece interesante razonar el caso. Comenzaré por las declaraciones de Borges que, ante el comentario de Sorrentino, «Me pareció notar en su versión de La metamorfosis, de Kafka, que usted difiere de su estilo habitual…») desmintió su autoría diciendo: «Una prueba de ello —además de mi palabra— es que yo conozco algo de alemán, sé que la obra se titula Die Verwandlung y no Die Metamorphose, y sé que hubiera debido 1

«El kafkiano caso de la Verwandlung que Borges jamás tradujo», Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid. Sorrentino se refiere al interesante volumen Siete conversaciones con Jorge Luis Borges: Buenos Aires, Casa Pardo, 1974; El Ateneo, 1996, 2001; Losada, 2007.

2

http://www.lanacion.com.ar/1341040-vargas-llosa-compro-un-libro-historico-traducido-porborges. Confieso haber creído lo mismo, como muchos lectores de La metamorfosis que Losada atribuyó a Borges.

traducirse como La transformación. Pero, como el traductor francés prefirió —acaso saludando desde lejos a Ovidio— La métamorphose, aquí servilmente hicimos lo mismo. Esa traducción ha de ser —me parece por algunos giros— de algún traductor español. Lo que yo sí traduje fueron los otros cuentos de Kafka que están en el mismo volumen publicado por la editorial Losada. Pero, para simplificar —quizá por razones meramente tipográficas—, se prefirió atribuirme a mí la traducción de todo el volumen, y se usó una traducción acaso anónima que andaba por ahí». Considerar como probable verdad la aclaración de quien, por poner un mero ejemplo, escribió en un nuevo prólogo de Fervor de Buenos Aires: «No he reescrito este libro», cuando desde hacía cuarenta años casi no había hecho otra cosa, es pensar que las declaraciones de los escritores no son parte de su obra literaria. Lo son. Y especialmente en el caso de Borges que solía construir una suerte de verosimilitud retórica tan interesante como sus textos. La que expone a propósito de La metamorfosis parece muy creíble y la dividiré en tres partes. a. Borges da su palabra de que lo que dice es verdad. No conozco ningún otro caso en que hubiera empeñado su palabra y parece significativo que lo haga a propósito de un libro que se editaba (y sigue editándose) con su nombre. b. Debía saber que no existía tal traductor francés ni había ninguna traducción en ese idioma anterior a 1925 cuando La metamorfosis apareció en dos números de la Revista de Occidente.3 Si algo sugiere 3

«La metamorfosis», de Franz Kafka, Madrid, Revista de Occidente, abril-mayo-junio de 1925, XXIV, pp. 273-306 y julio-agosto-septiembre de 1925, XXV, pp. 33-79. El volumen de Losada

esta explicación es la construcción de un argumentum ad hominem contenido en el denuesto malhumorado «copiar servilmente a los franceses» dirigido a alguien en particular, aunque no pueda saberse quién. c. La memoria infalible (una memoria simultánea, como la describió María Ester Vázquez) no lo traiciona: esa primera traducción de Kafka era anónima. No sólo eso. Borges también recuerda con precisión el estilo: «Esa traducción ha de ser —me parece por algunos giros— de algún traductor español». Estos detalles —presididos por el acto inusual e inmenso de Borges de «dar su palabra»— son demasiados detalles para un volumen que decía no pertenecerle ni gustarle, tal como escribió Bioy (en el Borges de Bioy): «No sé por qué La metamorfosis es tan famoso. No parece de Kafka». Los relatos del volumen de 1938 (reeditados por Losada y después también por Alianza) fueron incluidos en las Obras completas de Kafka que publicó Emecé desde 1960 y, más tarde (sin La metamorfosis) en El buitre, Ediciones Librería La Ciudad/Franco Maria Ricci, Colección La Biblioteca de Babel, 1979. En esta edición «Un artista del hambre» y «Un artista del trapecio» son atribuidos a Miguel Ballesteros Acevedo, nombre que corresponde lógicamente a Miguel de Torre, hijo de Guillermo de Torre Ballesteros, nieto de Leonor Acevedo. II

también repite las versiones de la Revista de Occidente de «Un artista del hambre» (abril-mayojunio de 1927, XLVII, pp. 204-219) y «Un artista del trapecio» (oct-nov-dic de 1927, CXIII, pp. 209-212).

El segundo de los argumentos que se expone en el artículo de Fernando Sorrentino sobre la no participación de Borges en La metamorfosis de Losada de 1938 era la españolidad del texto. Y se enunciaban como ejemplos: Uso de pronombres enclíticos: encontróse, hallábase […]. Uso de léxico o de giros no argentinos: aparecía como de ordinario; una estampa ha poco recortada; mas era esto algo de todo punto irrealizable; y entonces, sí que me redondeo; eran las seis y media y las manecillas seguían avanzando; concentró toda su energía y, sin pararse en barras. […].Uso del pronombre le como objeto directo […]: harto mejor que molestarle con llantos y discursos era dejarle en paz. Si dejamos de lado el último punto —se trata de un leísmo claramente peninsular— no resulta fácil atribuir esta traducción a ninguna nacionalidad en concreto. El único rasgo anómalo son los enclíticos que tampoco señalan a un artífice especialmente español: indican más bien un rasgo introducido de modo quizá voluntario porque, en 1925, su uso estaba en franco retroceso. En realidad, todo el texto parece algo anacrónico respecto de los usos corrientes de la época, tanto en España como en América. Esa especie de vetustez es una marca de estilo en un texto que tiene mucho estilo. No puedo saber su fidelidad al original pero conozco otras versiones de reputada fidelidad que, imitando este texto, no lo mejoran. Creo que si esta Metamorfosis fue leída sin pestañear como si fuera de Borges es porque postula a un escritor/traductor capaz de darle a las frases cadencias excepcionales. Por ejemplo, el cursus trispondaicus4 4

El cursus trispondaicus es uno de los patrones rítmicos de la prosa. Separados los miembros y elementos de un período, los acentos (se cuentan de atrás hacia delante) de las últimas palabras

del comienzo: Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto. El interés por la calidad de esta traducción no debería distraernos del asunto principal que llevó a apartar a Borges de la autoría: ¿existía en las traducciones de principio del siglo xx otro modelo verbal que no fuera «ese» castellano? La respuesta es no. Lo que se describe como españolidad no es un síntoma: era lo normal. No porque no existieran diferencias dialectales: porque esas variaciones diatópicas no se trasladaban a la escritura y en algunos casos todavía no se trasladan: no existe una escritura andaluza o aragonesa o vasca o catalana, por mencionar algunos ejemplos, con las marcas propias de la oralidad característica de esos hablantes. Tampoco existían entonces traducciones argentinas o chilenas o mexicanas o españolas que pudieran identificarse por la lengua. Se traducía del mismo modo en cualquier lugar del orbe castellano porque la lengua que se usaba para traducir era una forma conservadora de una tradición verbal compartida. Pocas veces se recuerda que en España y en América se accedió a la escritura al mismo tiempo, de forma ya masiva a finales del siglo

XIX,

y

que los modelos lingüísticos que se utilizaron para la alfabetización eran los mismos y eran contemporáneos. De ahí procede la uniformidad de la lengua escrita; no del pasado colonial. Antes de 1810, en ambos mundos, el viejo y el nuevo, se hablaban muchas lenguas y sólo muy poca gente sabía recaen en la 2.ª y 6.ª síladas: ó o/ o o ó o («algo más de vaca que carnero»): Al despertar Gregorio Samsa una mañana / tras un sueño intranquilo / encontróse en su cama / convertido en un monstruoso insecto.

escribir alguna (entre el 1 % y el 10 % de la población). Esta Metamorfosis es heredera de aquel modelo lingüístico universal y descentralizado que también aparece en las traducciones del siglo

XIX.

Un

idioma irreal (nadie hablaba así), muy comprensible en cualquier parte y altamente eficaz para la ficción. Se trataba de un castellano que escribían españoles y latinoamericanos en París, Londres, Leipzig, Berlín o Nueva York, donde estaban las editoriales que vendían los libros a España y, sobre todo, a América Latina: Hachette, Paul Ollendorf, A. Mezin, Garnier, Maisonneuve, Viuda de Ch. Bouret, Ernest Leroux, Armand Colin, A. Roger y F. Chernovitz, Louis-Michaud, Herder, Trübner, F. A. Brockhaus, F. Schneider), R. A. Ackermann, Thomas Nelson, Levey, Robson y Franklyn, J. Palmer, D. Appleton. III En la colección de Losada, La Pajarita de Papel, dirigida por Guillermo de Torre, que se inauguró justamente con La metamorfosis de Kafka, se corregían los primeros textos —por ejemplo, los de Leonor Acevedo, la madre de Borges— para eliminar las contribuciones argentinas a ese castellano universal que se había venido usando antes y cuya bondad consistía en ser justamente universal. Las razones de aquellos cambios son oscuras pero deben estar incluidas en estas palabras de Amado Alonso — uno de los fundadores de Losada— que se dirigía a los años futuros cuando las editoriales españolas radicadas en el Río de la Plata exportarían libros a América y España desde el puerto de Buenos Aires. «Sería desastrosa para la calidad de nuestra lengua la eliminación de España en su gobierno. Por ahora hay en el habla de los

castellanos más sabor tradicionalmente acumulado, más riqueza conservada, mayor soltura y variedad en los giros; y como los españoles llevan al lenguaje literario más elementos y más movimientos mentales de su lenguaje oral, sin el abismo que entre una y otra forma del idioma suelen sentir los americanos, la continuación de España en la dirección del idioma común no es solo históricamente justa, sino prácticamente deseable.»5 Aunque no existen textos ni pruebas que lo corroboren se podría imaginar (delirantemente) que Borges hizo las traducciones de Kafka que se publicaron en la Revista de Occidente y, a posteriori, se les dio el tono español descubierto por Sorrentino. No era la suegra del editor, tenía algo más de veinte años y era un desconocido. ¿No lo habrían corregido? No parece, sin embargo, probable. Pero queda otra hipótesis. Que Borges hubiera escrito él mismo esa versión sin la intervención de nadie. ¿Por qué no? No podemos basar el análisis en el estilo característico del autor de los años treinta en adelante porque Borges llegó a ser Borges pasando por muchos estilos. No escribía así después pero escribía así antes, como revelan muchos de los ensayos de Inquisiciones (1925) y El tamaño de mi esperanza (1926) donde hay pastiches del castellano del siglo

XVII

y remedos de la prosa española

contemporánea, como los que se publicaron en revistas peninsulares de la época y en la misma Revista de Occidente donde apareció la versión anónima de La metamorfosis. Quizás no hubiera escrito «pararse en barras» por ser de una fealdad 5

Alonso, Amado: La Argentina y la nivelación del idioma, Buenos Aires, Institución Cultural Española, Guillermo Kraft, 1943, p. 11.

aterradora, pero sí «sofá de cuero», «emperifollarse» 6 , «cajón de la basura», «hoja de la puerta» o «goterones», expresiones que figuran en esta Metamorfosis y que son más americanas que españolas, como cierta economía de la sintaxis y una ausencia abrumadora del verbo «coger». Ana María Barrenechea incluyó en aquel Borges inicial formas «muy españolas» de la lengua oral o escrita, poco usuales en el Río de la Plata como: cantaor, vera, requiebro, bendito relato, a la vista y paciencia, perogrullescamente, monda y lironda, a la sazón, a fuer de, empero, parar mientes, horro, asaz, ha menester, suso, mentado, por ende, entrambos, harto, añejo, aquende, allende, aledaños, adentrar. Estas hipótesis no pretenden ofrecer una solución del misterio como si debiéramos clausurar una trama policial y única. La escritura en castellano, las traducciones en este idioma y la historia editorial de esta lengua tiene tal vastedad que cualquier solución parcial inicia otra secuencia de preguntas. III La autoría de Margarita Nelken (1894-1968) 7 como traductora de los relatos de Franz Kafka tiene extraña popularidad (5340 resultados en Google) lo que revela, una vez más, que el relato es más importante que los hechos. Porque, que se sepa, no hay hechos que confirmen el relato. En 1925 —el año de La metamorfosis— Nelken, escritora, ensayista y 6

Emilio Alarcos sitúa la palabra como ovetense y propia de los retornados (ricos) de América. Sustituyó después a «emperejilarse». «El lenguaje», Revista de Filología, n.º 27, marzo de 1914, p. 81. 7 http://www.fpabloiglesias.es/archivo-y-biblioteca/diccionariobiografico/biografias/13645_nelken-mansberger-margarita.

después diputada del Frente Popular, tenía otras preocupaciones respecto de la traducción. Se había publicado su versión de De profundis de Oscar Wilde a la que Enrique Díaz Canedo, Ricardo Baeza y Luis Astrana Marín, uno detrás del otro, arrastraron por el fango. Como Ricardo Baeza le dedicó cuatro artículos (¡cuatro!), casi se diría que estos hombres afamados inventaron el fango sólo para tener oportunidad de arrastrar por él a Margarita Nelken. La acusaban de haber traducido a Wilde del alemán —delito rarísimo— y de «falsear la obra de un escritor que, ante todo, es un estilista, un máximo estilista» (Baeza). Con una prosa brillante, Margarita Nelken respondió: «A ciertas objeciones del Sr. Baeza nada tendríamos que oponer, ya que los fueros de la crítica son sagrados si el Sr. Baeza recalcase un poco más el punto de vista “particular” de su crítica: le parece, por ejemplo, inadmisible, que yo diga “ligereza” donde él hubiera dicho “superficialidad”; “te halagaba enormemente”, donde él hubiera escrito “te sentías orgulloso”, y “entonar un himno” donde él hubiera puesto “pronunciar un panegírico”. Ahora bien, a mí… me gusta más como yo lo he dicho. Creo que una traducción debe ser “fiel”, pero no “textual”, y que se deben traducir, no las palabras —que esto con un diccionario es muy fácil— sino el “espíritu”». Y después de recordar que Ricardo Baeza estaba traduciendo la misma obra para la editorial Atenea (de la que era o había sido propietario) terminaba: «Yo, la verdad, al hacer una traducción, procuro hacerlo lo mejor posible: la hago con el mayor cariño; mas una vez hecha…, al fin y a la postre, no es sino una traducción. Ahora que, por lo mismo, me inclino ante los eruditos que sacrifican toda labor personal a traducir y comentar obras ajenas. Su trabajo, por lo desinteresado, elevado y paciente, merece el

aplauso y la estimación de todos los amantes de la cultura». El debate, que se desarrolló (O tempora…) en la ¡primera! página del diario que dirigía Nicolás de Urgoiti (el fundador de Calpe) y se retransmitió a Buenos Aires a través de la revista Caras y Caretas, no resuelve las dudas sobre la autoría de La metamorfosis. Atribuirle a Margarita Nelken una traducción que nadie firmó o quiso firmar no es un homenaje a su memoria; es desplazar al porvenir méritos que le correspondían mientras traducía y que sus contemporáneos no le otorgaron. Margarita Nelken sobrevivió tres décadas a aquella Metamorfosis de Losada y, que se sepa, nada dijo sobre ese libro. Vivió desde 1939 en México, escribió una columna diaria a lo largo de veintisiete años y no es la militante de uniforme y pistolón que acompaña ahora alguna de sus biografías. Esa mujer fue Mika Feldman Etchebéhère, una brigadista argentina, troskista, simpatizante del POUM y capitana del ejército republicano. La idea de que Margarita Nelken tuvo que traducir a Kafka o tuvo que tener la cara y la pistola de Mika Feldman son relatos que todavía no alcanzaron la dimensión de hechos. V En el siglo

XIX,

intelectuales, traductores y escritores españoles y

americanos habían convivido en escenarios que no eran coloniales ni postcoloniales: París, Londres, Berlín. Esos vínculos continuaron en el

XX

y, por primera vez desde el fin del imperio, los americanos visitaron España y estuvieron largas temporadas, sobre todo, durante o después de la

Gran Guerra. Ocurrió lo mismo en sentido inverso y la convivencia se representó en revistas, en diálogos o en la consideración mutua de que podía existir un intercambio interesante. Los vínculos constantes continuaron hasta la II República y la Guerra Civil, con la participación de latinoamericanos como voluntarios en las filas del ejército republicano y en las brigadas internacionales.8 Sin relación ninguna con esas fluidas relaciones (o quizás beneficiándose de ellas) se intensificó, en esos años, un despliegue empresarial madrileño y catalán dirigido a ocupar aquellos mercados a los que ciertos sectores políticos y económicos nunca dejaron de considerar propios. Esta doble realidad no tiene los mismos protagonistas aunque el relato contemporáneo ahora los confunda y se piense que una cosa deriva de la otra o que tuvieron algo que ver. No. La edición de La metamorfosis por Guillermo de Torre es un ejemplo de ese pasado de reconstrucción confusa. Decía el futuro editor de Losada, en 1934, en un artículo de homenaje a Franz Kafka: «No hablemos de sus dotes metamorfoseadoras y de su virtud para imponernos algo ilógico con una fuerza supralógica, según sucede en su narración más conocida La metamorfosis, cuya traducción castellana debemos hace años a la Revista de Occidente y que esta misma editorial o alguna otra debiera recoger en volumen». Aquella realidad complicada se inclinó por «alguna otra» editorial ya que el 8

Jerónimo Boragina, Lucas González, Gustavo Dorado, Ernesto Sommaro: Voluntarios de Argentina en la Guerra Civil Española. Prólogo de Atilio Boron. Centro Cultural de la Cooperación, Buenos Aires, 2008; Gino Baumman: Los voluntarios latinoamericanos. En las BI, las milicias, la retaguardia y el ejército republicano, San José de Costa Rica, Guayacán, 1997; The Volunteer. Founded by the Veterans of the Abraham Lincoln Brigade: «Voluntarios Argentinos en la Brigada XV Abraham Lincoln» de Jerónimo E. Boragina; Hispanoamericanos en la Guerra Civil española con testimonios literarios de la importancia que tuvo la guerra en América Latina. http://impactoguerracivil.blogspot.com.es/p/el-impacto-de-la-guerra-civilespanola.html.

libro de Kafka inauguró la unamuniana colección La Pajarita de Papel que dirigió De Torre y cuyo nombre refleja que no sólo Losada se creó contra Espasa-Calpe; también se creó contra José Ortega y Gasset. La presencia de traducciones españolas en las editoriales españolas —que empezaron a producir en la Argentina para tener una vía más rápida hacia el resto de América o porque ya no podían editar en España en los primeros años del franquismo— corresponde exclusivamente a la expansión natural del capitalismo y a la necesidad de ocupar nuevos mercados. Después de 1938, cuando se publicó el libro de Kafka que firmaba Borges, en Buenos Aires operaban Espasa-Calpe (desde 1922 cuando era sólo Calpe), Aguilar, Gili, Juventud, Labor, Sopena, Salvat y a las que se sumaron las nuevas editoriales de gestión española Losada, Sudamericana y Emecé, aunque las dos segundas fueran fundadas con capitales exclusivamente argentinos. La independencia de los procesos —el cultural y el económico— se experimentó de diversos modos. Mientras las revistas, los periódicos y los autores de las primeras décadas del siglo

XX

poetas e intelectuales se

publicaban y buscaban conocerse unos a otros, las editoriales que trasladaron sus actividades a Buenos Aires no editaron autores argentinos ni latinoamericanos: publicaban traducciones o un canon estrictamente español. Tampoco se interesaron por las modalidades verbales americanas; por el contrario, esas diatropías fueron consideradas un problema. Y, a diferencia de los escritores españoles que viajaron repetidamente a América Latina y escribían en las prensas australes y se relacionaban con sus congéneres sin mayores distingos, los empresarios y cierto aparato ideológico que les dio sustento consideraban que esos vínculos era sólo un modo de revisitar el pasado para «reconquistar América».

Ahora se relaciona esa expansión comercial con el exilio republicano, cuando nada tiene que ver una cosa con la otra. Aquellas empresas fueron la fuente de trabajo de numerosos exiliados del mundo de la cultura, pero ninguno de ellos tuvo que ver con su dirección ni menos todavía con su propiedad. Como refiere Dora Schwarzstein 9 , en uno de los primeros trabajos sobre la historia oral y los documentos del exilio republicano en la Argentina, documentando el testimonio de un protagonista: «Muchos fuimos a trabajar a las editoriales. Pero Losada fue un caso especial. Allí hablábamos “nuestro idioma” y disputábamos con connacionales. Estábamos como en nuestra propia tierra». Ante la ausencia, hasta el presente, de pruebas materiales respecto de la autoría de estas traducciones de Kafka, se debería afirmar que los textos atribuidos a Borges en ese volumen inaugural de Losada no fueron editados por Borges. Aquello correspondió a los responsables de la editorial, al deseo expresado por Guillermo de Torre de «que esta misma editorial o alguna otra debiera recoger («La metamorfosis») en volumen», a la necesidad de ocupar espacios editoriales, a la masculinidad equívoca y competitiva de esas empresas, a disputas de Churruchaos como las llamó Gonzalo Torrente Ballester, a cuestiones que ninguna relación tuvieron con la tragedia impuesta por el fascismo triunfante.

9

Schwarzstein, Dora: Entre Franco y Perón. Memoria e identidad del exilio republicano español en Argentina, Editorial Crítica, Barcelona, 2001, p. 147.

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