Y sean Menores

July 21, 2017 | Autor: Gustavo Valenzuela | Categoría: Franciscanismo
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Descripción



Papa Francisco, Evangelii gaudium 231.
Me refiero al proceso textual que va desde la primitiva forma de vida, o proto-regla, presentada al Papa Inocencio III, hasta el texto del Testamento del 1226, pasando por los textos de la Regla no bulada (1221), los textos agrupados por K. Esser y C. Paolazzi bajo el título de Fragmenta Regulae o Fragmenta alterius redactionis Regule non Bullate –respectivamente–, el texto de la Regla bulada (1223).
Cfr. AP 19.
Cfr. LM 7,3.
1Cel 38; LM 6,5; EP 26; LP 9.
Cambiando simplemente la conjunción sed [sino] por et [y], que en el contexto del Cap. VII de RnB no se trata de un cambio menor.
1Cel 38.
Carlo Paolazzi en su edición crítica de los Escritos de Francisco, opta por la variante cellarii [despenseros] en lugar de cancellarii [cancilleres]. Cfr. C. Paolazzi, Francesco d'Assisi. Scritti. Edizione critica, Frati edittori di Quaracchi, Grottaferrata 2009, 252.
RnB VII,1-2.
Social en cuanto relacional.
2CtaF 47.
"Espiritualmente" no hace alusión a la dimensión espiritual de la persona, sino que indica un comportamiento "según el Espíritu", como cuanto se afirma sobre la observancia de la Regla en RB X,4: Y dondequiera que haya hermanos que sepan y conozcan que no pueden observar espiritualmente la regla, deben y pueden recurrir a sus ministros.
RnB XVI,5-6.
SalV 14-18.
Cfr. SalV 3; y en el marco de la relación entre los hermanos también se puede confrontar con Adm III,7-9, donde se habla de la obediencia perfecta.
Y acá digo "auténtica" como sinónimo de "caritativa" Cfr. Adm III,5-6.
Se trata de una tendencia innata que nos lleva al encuentro del otro para establecer relaciones de amistad, la búsqueda de trabajar al lado de un objeto aliado, colaborando e intercambiando puntos de vista.
Test. 1-2.
"El Señor me dio", "…el Señor mismo me condujo…"
LP 9.
Flor XXV.
Cfr. RnB VI,3
CCGG 66,1.
2Cel 75.
Cfr. Rb VI,8.


Y sean menores…
Hno. Gustavo Valenzuela
Y, en verdad, menores quienes, sometidos a todos, buscaban siempre el último puesto…
1 Cel 38
A la hora de escribir sobre determinados aspectos de nuestra forma de vida se corren algunos riesgos más o menos salvables por un esfuerzo de sinceridad que seguramente nunca será acabado. Ese esfuerzo consiste –a mi parecer– ante todo en confesar, desde el inicio y a lo largo de todo el recorrido, la posición de quien escribe y el marco que asume como referencia; lo que de alguna manera configura la perspectiva y el lenguaje que se utilizará para comunicar lo que se vive, lo que se desea vivir o simplemente lo que se observa.
En mi caso debo decir que pertenezco a la Fraternidad de los Hermanos Menores, por tanto me encuentro entre quienes se mueven en el ámbito de la vida y del deseo de ser aquello a lo que hemos sido convocados: hermanos y menores, o mejor menores y hermanos –que no es sólo una inversión de palabras–.
La realidad simplemente es, la idea se elabora, afirma el Papa Francisco en su primera exhortación apostólica en un apartado que lleva como título La realidad es más importante que la idea, un principio que no deberíamos perder de vista si queremos evitar caer en el laberinto de las ideas perdiendo el apasionante mundo del día a día, del más acá, en el que nos ubicamos nosotros y en el que vivieron tanto el Hermano Francisco como la primera fraternidad; de ahí que los textos que tratan de acercarnos aquella experiencia intentan ser una respetuosa descripción de la realidad que vivían y deseaban vivir, más que la exposición de ideas o principios espirituales. Entre estos dos polos –la realidad y la idea– se moverán también los hagiógrafos a la hora de escribir «sus» vidas.
Aunque académicamente parecería más lógico dar precedencia analítica a los escritos de Francisco y posteriormente a los datos aportados por las fuentes hagiográficas, en este caso se recurrirá a uno y a otro casi al mismo tiempo, sin que este procedimiento le reste valor preferencial a los escritos del Hermano Francisco.
El proceso de la identidad minorítica
Haciendo una primera lectura de los datos que nos ofrecen las fuentes hagiográficas y las distintas etapas de la formación del texto de nuestra forma de vida, es posible notar un intenso proceso respecto a la identidad de la Fraternidad, no sólo en el marco institucional (fraternitas-religio-ordo), sino también en la cualificación específica del estilo de vida. Los hermanos atraídos por la persona y la experiencia cristiana de Francisco han ido aprendiendo a darse un nombre que no sólo les permitía presentarse ante los demás como pertenecientes a un mismo grupo, sino que les ayudaba principalmente a concentrar la atención en aquello que poco a poco se presentaba como esencial para configurar el modo en el que querían encarnar el Evangelio.
El primer paso en este proceso «hacia» y «en» la identidad es naturalmente muy difuso; por una parte se presentaron como Penitentes de Asís, es decir, uno de los tantos grupos evangélicos de entonces vinculados al lugar de origen; por otra parte serán llamados Pobres de Cristo, o también pobres menores, recibiendo estos apelativos desde lo que manifestaban por el modo de vestir o por su comportamiento. Los diferentes nombres forjados por ellos o acuñados por otros han sido siempre un intento de ubicar a este grupo de hombres dentro del amplio panorama socio-religioso de la época, donde los elementos evangélico-religiosos y socio-culturales se vinculan tan estrechamente que evidencian como artificial cualquier intento de carácter escolástico que pretenda distinguirlos.
Los autores de distintas fuentes hagiográficas son casi unánimes a la hora de atribuir a Francisco la decisión de llamar a la Fraternidad «Orden de los hermanos menores». Según Tomás de Celano, el nombre con que el santo fundador quiere que se identifique la Fraternidad es posterior a la redacción de la forma de vida, y cita el texto del 1221:
Fue él efectivamente quien fundó la Orden de los Hermanos Menores y quien le impuso ese nombre en las circunstancias que a continuación se refieren: se decía en la Regla: "Y sean menores"; al escuchar esas palabras, en aquel preciso momento exclamó: "Quiero que esta fraternidad se llame Orden de Hermanos Menores".
Estas palabras, «y sean menores», se encuentran en el Capítulo VII de la Regla no Bulada, y su contexto vital lo constituye el trabajo:
Los hermanos, dondequiera que se encuentren sirviendo o trabajando en casa de otros, no sean mayordomos ni despenseros ni estén al frente en las casas en que sirven; ni acepten ningún oficio que engendre escándalo o cause perjuicio a su alma, sino sean menores y estén sujetos a todos los que se hallan en la misma casa.
Se trata de un texto fundamental para la comprensión de lo que Francisco y los hermanos entendían por minoridad. David Flood afirma que el trabajo es justamente una de las primeras realidades a la que este pequeño grupo tiene que hacer frente. No caben dudas que el fundamento y el horizonte evangélico estaban dados tanto por el clima epocal como por la experiencia cristiana que Francisco venía viviendo desde hacía ya algunos años, pero la fraternidad tiene necesidades básicas a las que atender y para cubrirlas debió practicar una manera de insertarse en esa sociedad de la que habían decidido tomar distancia. La tensión es parte del pan cotidiano de estos hermanos.
Este Capítulo de la RnB, tal como ha llegado a nosotros, comienza con una fuerte inserción negativa: los hermanos no deberán ser ni administradores, ni despenseros, ni estar al frente de las casas donde sirven, tampoco podrán aceptar trabajos que puedan hacerles daño a ellos o a otros, por el contrario tendrán que ser menores y estar sometidos a todos. La concreción con que se presenta la situación de los hermanos en este texto permite delimitar con claridad la semántica social de la minoridad, los hermanos no deberán ubicarse por encima de nadie, al contrario [sed] deberán estar siempre por debajo [subditus/subdo]. Este criterio laboral, totalmente discriminante a la hora de aceptar una propuesta de trabajo, se convierte en una de las principales custodias de la identidad minorítica de los hermanos. Esto que podría ser leído simplemente en términos morales, el Hermano Francisco lo lleva a niveles mucho más profundos poniéndolo en el ámbito del deseo: Nunca debemos desear estar sobre los demás, sino, más bien, debemos ser siervos y estar sometidos a toda humana criatura por Dios. Con toda la fuerza del servus medieval que indica en primer lugar al esclavo.
Esta actitud constituye también el primer modo de «estar» entre los sarracenos y otros infieles: Y los hermanos que van, pueden vivir espiritualmente entre ellos de dos modos. Uno es, que no promuevan disputas ni controversias, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios y confiesen que son cristianos. En esta ocasión el ser súbditos de todos se contrapone a las disputas y controversias, presentando esta sumisión como aquello que permitirá a los hermanos evitar discusiones inútiles que terminarían desautorizando, o debilitando el mensaje evangélico.
Esta ubicación social del hermano menor naturalmente tiene también un sustento de carácter espiritual-religioso que le permite trascender lo meramente altruístico. En el Saludo a las virtudes, el ser súbdito de todos aparece en el contexto de la obediencia, que a su vez se presenta como hermana de la caridad:
La santa obediencia confunde a todos los propios quereres corporales y carnales; y mantiene mortificado su cuerpo para obedecer al espíritu y para obedecer a su hermano, y está sujeto y sometido a todos los hombres que hay en el mundo; y no sólo a los hombres, sino también a todas las bestias y fieras, para que, en cuanto les sea dado de lo alto por el Señor, puedan hacer de él lo que quieran.
Si la atención se fija sólo con la última parte de este texto, se corre el riesgo de hacer una lectura providencialista que impide llegar al fondo, a la raíz más profunda de la realidad que aquí se intenta describir. La obediencia, que es hermana de la caridad confronta fuertemente nuestros deseos, ayudándonos a salir de nosotros mismos y poniéndonos al servicio del Espíritu y de los hermanos. La misma caridad que pone en movimiento este éxodo, es la que permite el sometimiento a todos los hombres y a todas las criaturas; de ahí que la raíz y fuente de la minoridad, como de la obediencia, sea la caridad, y no la humildad. La actitud providencialista del Hermano Francisco responde al vínculo de fe y amor que lo une al Padre y Creador, por tanto no se trata de una actitud fideista, sino de la consecuencia natural de ese vínculo. Sin el vínculo del amor no existe la posibilidad de una auténtica obediencia, sin este vínculo la minoridad termina reducida a gestos aislados –y casi estoicos– de humillación, muy lejos de manifestar uno de los rostros más elocuentes de la caridad.
La escuela de los menores
Si la vida en fraternidad viene al encuentro de una de las necesidades más básicas del ser humano, la necesidad de afiliación, la minoridad parece ponerle un freno a nuestra necesidad de dominio, de ahí que no buscamos naturalmente el ser menores sino que debemos aprender a serlo, y el camino de aprendizaje ha sido siempre intenso y ha requerido constancia. Francisco no está exento de este proceso y recorre un camino que, quién sabe si queriendo o sin quererlo, enuncia al inicio de su Testamento: El Señor me dio a mí, el hermano Francisco, el comenzar de este modo a hacer penitencia: pues, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos; pero el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Esto que él mismo define como una experiencia de gracia y de misericordia constituye la escuela donde da sus primeros pasos para descubrir esa extraña dulzura del ser menor, que lo marca a fuego y le sirve como piedra de toque para el resto de su itinerario. La fuerza fundante de esta experiencia hace que la quiera para todos sus hermanos.
Afirma el autor de la Leyenda de Perusa:
…desde el principio de la Religión, después que los hermanos empezaron a multiplicarse, quiso que viviesen en los hospitales de los leprosos para servir a éstos. En aquella época, cuando se presentaban postulantes, nobles y plebeyos, se les prevenía, entre otras cosas, que habrían de servir a los leprosos y residir en sus casas.
Servir a los leprosos y residir en sus casas… Esto constituía un gran desafío para quienes se acercaban a la fraternidad. En la Orden de los menores no se trataba de probar la autenticidad vocacional aprendiendo de memoria el salterio –como era costumbre en algunas órdenes monásticas–, ni haciendo una exposición de los dones recibidos; sino que, una vez liberado de todos los bienes que se habían poseído, se ingresa sirviendo a los leprosos, no como un acto de renuncia a sí mismo ni de contempto mundi, sino como la posibilidad de entrar en la dinámica de una verdadera experiencia de misericordia. En este marco de misericordia y caridad con los leprosos, quienes eran considerados «muertos», se aprendía a ser menores.
Viviendo «entre ellos», en sus casas, los hermanos se encontraban con la más amplia variedad de marginados, si bien estaban quienes reconocían agradecidos los servicios de los hermanos, no faltaban aquellos que proyectaban sobre ellos todo el resentimiento por el maltrato social recibido, como bien lo refleja alguna florecilla. En esta experiencia la formación era realmente integral, ya que se debe aprender a superar –por el amor– el rechazo natural de la repugnancia física, poner a fuego el ejercicio de la compasión, mantener vivo el deseo de permanecer sujetos, sometidos a quienes eran considerados los últimos y al mismo tiempo vivir todo esto como gracia.
Ser menores hoy
La consecuencia práctica de la decisión de vivir como menores es variadísima, tanto ad intra de la fraternidad como en el ámbito eclesial y social. Son muchos los textos de los Escritos y de las biografías que ilustran ampliamente estas consecuencias.
Durante muchos años, y particularmente después del Vaticano II, se ha presentado la fraternidad como la nota identitaria de nuestra forma de vida, hemos recorrido un largo camino –a mi modo de ver más en la reflexión que en la praxis– en esta dimensión, pero da la impresión que seguimos tropezando con las mismas dificultades, al punto que una y otra vez debemos volver sobre cuestiones básicas, como por ejemplo el diálogo. ¿No será que debemos dirigir nuestra mirada hacia cuestiones más de fondo? ¿No será que en el mismo nombre de nuestra Fraternidad está presente la clave para salir de laberinto en el que damos vueltas y vueltas?
Desde hace algunos decenios, y de la mano de estudiosos como Roul Manselli, Giovanni Miccoli, Grado Giovanni Merlo, Roberto Rusconi, Pietro Maranesi y otros, ha sido posible dirigir la atención hacia lo que históricamente se presentó como el segundo término del nombre: «menores», al punto que muchos prefieren hablar hoy de «minoritismo franciscano». Quizás no haya sido tan casual ni caprichoso el orden en que la Fraternidad viene identificada en el texto de la Solet annuere. En este documento del 1223, el Papa Honorio III al introducir el texto de la forma vitae se refiere a la Fraternidad como a la Ordine Fratrum Minorum, sin embargo Francisco junto a los hermanos prefieren hablar de Minorum Fratrum; en el texto del 1221 se habla de fratres minores, ¿no cabría preguntarse si a esta altura del proceso [1223] Francisco y los hermanos no hayan vivido ya la minoridad como condición de posibilidad de la fraternidad?
Casi desde el inicio de estos renglones hablaba de la necesaria dimensión social de la minoridad, señalando que sin esa encarnación esta dimensión de nuestra forma de vida ya no sería tal, posiblemente sea eso lo que el artículo 66 de nuestras CCGG quieren expresar al decir: Para seguir más de cerca y reflejar con mayor claridad el anonadamiento del Salvador, adopten los hermanos la vida y condición de los pequeños de la sociedad, morando siempre entre éstos como menores; y en esa condición social contribuyan al advenimiento del Reino de Dios.
Quizás podemos tomarnos un momento y formularnos algunas preguntas a nivel personal y fraterno: en el tiempo que llevo caminando "en esta vida" ¿he podido hacer experiencia de ese éxodo de mí mismo para ponerme al servicio del otro? ¿Me he detenido a pensar de qué manera la minoridad cualifica mi vida? ¿Puedo visualizar algunos momentos donde fui impulsado por la caridad a someterme a otro? ¿He vivido esos momentos como experiencia de misericordia, de transformación de lo amargo en dulce? ¿o más bien lo he vivido como frustración, como impotencia, como inferioridad malsana? ¿Considero que en mi proceso formativo –inicial y permanente– hubieron experiencias que favorecieron el arraigo en mí de esta dimensión esencial de nuestra forma de vida? Desde mi presente ¿qué experiencias visualizo como posible para seguir creciendo en la minoridad?
Nos recuerda Celano que Francisco solía decir que un verdadero hermano menor no debería estar mucho tiempo sin ir por limosna… Quizás en esto nos ponga de manifiesto una de las fuentes importantes de la minoridad, reconocer y capitalizar nuestro constante estado de necesidad, de fragilidad, de límite... Posiblemente así resultará más natural el reconocernos hermanos.
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