X. Aquilué, Las imitaciones de cerámica africana en Hispania, in: D. Bernal, A. Ribera (eds.), Cerámicas hispanorromanas. Un estado de la cuestión, Cádiz 2008, 553-561.

September 14, 2017 | Autor: Xavier Aquilué | Categoría: Roman Pottery, African red slip ware, Roman Archaeology, African Coarse Ware
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Descripción

Las imitaciones de cerámica africana en Hispania Xavier Aquilué Museu d’Arqueologia de Catalunya-Empúries

Las primeras evidencias de la comercialización de producciones cerámicas africanas en la Península Ibérica están bien documentadas desde los inicios de la época romana imperial. Sin duda, estas relaciones se insertan en una tradición comercial que se remonta a la época romano-republicana. Desde época tardo-augustea e inicios de la época julio-claudia, la presencia de cerámicas comunes, producidas en la provincia del Africa Proconsularis, en los contextos arqueológicos de ciudades como Tarragona, Badalona o Empúries, permiten constatar este comercio con el Norte de África, a pesar de que su presencia minoritaria y su naturaleza no permiten pensar que fueran estas producciones la base del comercio africano (Aquilué, 1992). La transformación experimentada en la economía tunecina a lo largo del siglo I d. C., bien demostrada por los trabajos clásicos de Andrea Carandini, activará el proceso de producción agrícola e industrial del Africa Proconsularis (Carandini, 1970, 95-123; Atlante, 1981, 11-18), iniciándose la expansión mediterránea de las vajillas de mesa (T.S. Africana A) a partir de época flavia. Estas vajillas, que irán acompañadas de cerámica común o de cocina, deben ser consideradas también como un material secundario en el comercio de la época y de hecho aparecen asociadas en los diversos pecios documentados con cargamentos de ánforas olearias y de salazones africanas (Carandini, 1970 y 1986; Tortorella, 1998). Sea como fuere, el hecho es que a partir de la época flavia y sobre todo de época antoniniana, las vajillas de mesa de T.S. Africana A y las cerámicas africanas comunes alcanzan una amplia distribución y comercialización en la Península Ibérica, principalmente en las zonas costeras mediterráneas de la Tarraconense, en el valle del Ebro y en la Bética, pero sin excluir su penetración en la zona atlántica, en el centro peninsular y en las zonas del noroeste, especialmente en los núcleos urbanos que controlaban las rutas comerciales. Esta pre-

sencia de materiales cerámicos africanos continúa a lo largo del siglo III, cuando, junto a los productos del Africa Proconsularis (T. S. Africana A 2, cerámica común y T.S. Africana A/D), se comercializan las vajillas de mesa de la Byzacena (T.S. Africana C 1 y C 2). Durante el siglo IV y V, la producción de vajilla de mesa de la T.S. Africana D y las cerámicas comunes africanas del actual Túnez continúan estando presentes en los mercados peninsulares. A partir de inicios del siglo VI, las cerámicas comunes africanas dejan de estar presentes en nuestras estratigrafías dado que han dejado de fabricarse en sus centros de producción, mientras que las vajillas de mesa de la T.S. Africana D están bien documentadas, cada vez cuantitativamente menos numerosas y en áreas más restringidas, hasta la segunda mitad del siglo VII, momento en el cual finaliza su producción y, por tanto, su comercialización (Aquilué, 2003, 11-20). La identificación en los yacimientos arqueológicos peninsulares de las diferentes producciones de T.S. Africana y de las cerámicas comunes africanas se ha venido realizando por los investigadores siguiendo los sistemas tradicionales de clasificación y teniendo un conocimiento de las características técnicas y tipológicas de estas producciones en sus centros de fabricación. Las investigaciones realizadas desde el siglo XIX en los centros de producción de estas cerámicas de las provincias romanas del Africa Proconsularis y de la Byzacena (Atlante, 1981; Fulford y Peackok, 1984; Hayes, 1972 y 1980; Mackensen, 1993 y 1998; Bonifay, 2004) han permitido a la comunidad científica identificar con precisión las diferentes producciones africanas sin la necesidad de recurrir a análisis arqueométricos. Por una parte, las vajillas de mesa presentan unas pastas rojizas, compactas, bien levigadas, con apenas desgrasantes perceptibles, de fracturas cuarteadas para las producciones de la Proconsular y fractu-

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ras limpias y rectas para las producciones de la Byzacena. Presentan también engobes anaranjados-rojizos de buena calidad, con amplias diferencias según los centros de producción y según su evolución en el tiempo, así como técnicas y motivos decorativos (ruedecillas, estampaciones, aplicaciones a molde, espatulados, etc.) que facilitan también su identificación. A ello se le unen unas tipologías, bien estudiadas y relacionadas con los centros de producción africanos, que las diferencian de otras producciones del mundo antiguo, como pueden ser la T.S. Sudgálica, la T.S. Lucente o la T.S. Hispánica. Por otra parte, las cerámicas comunes destinadas a la cocina presentan también unas pastas cerámicas de color rojizo, semejantes a la T.S. Africana A y D, con una serie de acabados técnicos propios y fácilmente identificables como son las pátinas cenicientas de algunas cazuelas, los bordes ahumados de diversos platos-tapaderas, los engobes anaranjados en la superficie interior de cazuelas para ir al fuego, los fondos estriados o las bandas engobadas pulimentadas exteriores de algunas cazuelas. También el repertorio tipológico es muy significativo y característico de los centros de producción africanos. Por tanto, en los estudios arqueológicos realizados en la Península Ibérica las clasificaciones, descripciones y, sobre todo, el aparato gráfico que acompaña a los materiales cerámicos, permite con cierta seguridad identificar estas producciones cerámicas, que, por otra parte, son a nivel cronológico un verdadero fósil director. La constante comercialización y sobre todo la enorme aceptación de las producciones africanas de mesa y de cocina africana en los mercados de la Península Ibérica propiciaron, como no podía ser de otra forma, la presencia de imitaciones en los centros de producción cerámicos locales. Estas imitaciones por parte de los alfareros locales están siendo documentadas cada vez con más fuerza en toda la Península Ibérica y con un marco cronológico muy amplio. Los artesanos locales copian las formas más populares de las vajillas de mesa de T.S. Africana, pero sobre todo las formas de la cerámica común, intentando también, la mayoría de veces sin conseguirlo, imitar algunas características técnicas de los productos originales, como pueden ser los engobes anaranjados (con cocciones oxidantes) para las vajillas de mesa o las pátinas cenicientas y los bordes ahumados para las cerámicas comunes. Es claro que el comprador de estos productos, o el destinatario final, era consciente de que estaba adquiriendo o utilizando una cerámica que imitaba

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a las producciones originales africanas, dado que el grado de emulación no permitía pasar como originales estas imitaciones, pero también está claro que el hecho de que los productores locales copiaran estas cerámicas se debía a que el mercado tenía una necesidad de estos productos, bien porque eran más baratos (en las épocas que había un abastecimiento regular), bien porque satisfacían una demanda del mercado que los productos originales no podían realizar. En la Península Ibérica se han detectado estas imitaciones de cerámicas africanas con seguridad en diversos yacimientos, como veremos a continuación, a pesar de que muchas veces los centros de producción concretos no se han podido precisar, dado que su identificación se ha realizado en los centros receptores (ciudades, villas, establecimientos rurales, etc.) y no en los centros de producción (talleres cerámicos). Sin embargo, su identificación es importante para acercarnos al conocimiento de estas producciones cerámicas de época romana altoimperial y tardoantigua. Hay que precisar que el volumen comercial y el impacto que supuso la T.S. Africana A y las cerámicas comunes africanas del período flavio y antonino, motivó que, ya desde la primera mitad del siglo II d. C., se produjeran imitaciones de los productos tunecinos, especialmente de las cerámicas comunes. Así, en la ciudad romana de Baetulo (Badalona) se detecta la presencia de cerámicas comunes que imitan a las cerámicas comunes africanas en contextos de la primera mitad siglo II d. C. Entre estas imitaciones hay que destacar los platos-tapaderas de la forma Ostia III, 332 y las cazuelas de las formas Hayes 23 B/Lamboglia 10A (Aquilué, 1987, 204). Su producción en alfares locales del nordeste de la Tarraconense está bien atestiguada gracias al taller cerámico del establecimiento rural romano de Llafranc (Girona), un alfar que estuvo activo entre la época de Augusto y la segunda mitad del siglo III, produciendo ánforas vinarias, dolia, materiales de construcción, cerámica común y cerámica de cocina (Barti, Plana y Tremoleda, 2004, 95-133). Entre las producciones de cerámica común, se encuentran toda una serie de formas que imitan a las producciones de cerámica común africana, entre ellas platos-tapaderas de tipología diversa, cazuelas de borde almendrado asimilables a la forma Hayes 197/Ostia III, 267, cazuelas de las formas Hayes 23 A/Lamboglia 10 B, Hayes 23 B/Lamboglia 10 A y Lamboglia 9/Hayes 181, con unas dataciones propuestas para esta fase de producción entre la

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segunda mitad del siglo II y la segunda mitad de la centuria siguiente (Barti, Plana y Tremoleda, 2004, 98-99). A destacar la calidad técnica de las pastas cerámicas y el intento de copiar también las pátinas cenicientas y los fondos estriados en las cazuelas de la forma Ostia III, 267 (Nolla, Canes y Rocas, 1982, 166-167). No se conoce la distribución y comercialización de los productos de este taller en su entorno más inmediato, pero es bien cierto que en el territorio de la actual provincia de Girona, tanto en las estratigrafías de los asentamientos urbanos (Empúries, Gerunda, etc.) como en los asentamientos rurales (villas dels Tolegassos en Viladamat, Vilauba en Camós, Pla de l’Horta en Sarriá de Ter, etc.), aparecen desde principios del siglo II d. C. imitaciones de la cerámica común africana en producciones locales que llegan hasta finales del siglo III (Casas, Castanyer, Nolla y Tremoleda, 1990). Entre ellas, platos-tapaderas de borde diferenciado de la forma Ostia III, 332, cazuelas de las formas Hayes 23 A/Lamboglia 10 B, Hayes 23 B/Lamboglia 10 A, Lamboglia 9 A/Hayes 181 y cazuelas de la forma Ostia III, 267/Hayes 197. También en el valle del Ebro se ha podido documentar con claridad la presencia de imitaciones de cerámicas comunes africanas en diversos yacimientos arqueológicos, entre ellos en Pompaelo (Pamplona), Arcobriga, Vareia, Caesaraugusta (Zaragoza) y Cabezo del Convento de Mallén (Zaragoza), como ha demostrado Carmen Aguarod. Las imitaciones detectadas se centran en los siglos II y III y principalmente pertenecen a las cazuelas de la forma Ostia III, 267 y a las de las formas Hayes 23 A/Lamboglia 10 B y Hayes 23 B/Lamboglia 10 A (Aguarod, 1991, 245 y 568-569). Estas imitaciones de cerámica común africana no quedan restringidas únicamente a la zona mediterránea de la Tarraconense y el valle del Ebro. Es interesante constatar que entre las cerámicas comunes africanas documentadas en el territorio del actual País Vasco, principalmente, cazuelas de la forma Ostia III, 267/Hayes 197 y platos tapaderas de las formas Ostia I, 261 y Ostia I, 262, se detecta una posible imitación de una tapadera de la forma Ostia I, 262, procedente de Iruña/Veleia, con una datación dentro del siglo III, cuyo taller no ha podido ser localizado (Martínez, 2004, 336). Las evidencias de estas imitaciones de cerámica común africana en la provincia de la Baetica también están bien atestiguadas para los siglos II y III. Alonso de la Sierra en su tesis doctoral sobre las cerámicas africanas de Munigua, Orippo, Córdoba e Italica apunta a la existen-

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cia segura de talleres locales en el valle del Guadalquivir que produjeron imitaciones de cerámicas comunes africanas (Alonso de la Sierra, 1998, 272-273 y 285), especialmente las tapaderas de las formas Ostia I, 261 y Ostia III, 332, las cazuelas engobadas de las formas Hayes 23 A/Lamboglia 10 B, Hayes 23 B/Lamboglia 10 A y Lamboglia 9/Hayes 181, y las cazuelas de la forma Ostia III, 267 (Sánchez, 1995, 267). También en el estudio de las cerámicas comunes romanas del territorium de Malaca (Málaga), se detectan imitaciones locales de cerámicas comunes africanas de las formas Hayes 23 B/Lamboglia 10 A y Ostia III, 267, procedentes de las excavaciones de la colegiata de Antequera y de la finca del Secretario de Fuengirola, con dataciones de siglo II o III (Serrano, 2000, 37-38). Evidencias de producción que han sido totalmente confirmadas con la excavación y estudio del alfar de los Matagallares de Salobreña (Granada). En efecto, este taller fabricó, junto a ánforas de salazones, olearias y vinarias, material constructivo y cerámicas comunes, encontrándose entre estas últimas, imitaciones de cerámicas comunes africanas. Con una cronología para la vida del alfar establecida entre el 210-280 (Bernal, 1998, 221-226), se imitan las cazuelas Ostia III, 267 A/B, cazuelas Hayes 23 A/Lamboglia 10 B, Hayes 23 B/Lamboglia 10 A, Lamboglia 9/Hayes 181, Ostia II, 306 y platostapaderas de tipología diversa (Bernal, Navas, Lorenzo y Gómez, 1998, 363-394). Los 373 ejemplares documentados representan el 0,5% del total de las cerámicas comunes recuperadas y se caracterizan por presentar una inferior calidad técnica respecto a las cerámicas comunes africanas. Pastas porosas, con desgrasantes bien visibles, cocciones no uniformes, falta de engobes e intentos fallidos de representar pátinas cenicientas permiten diferenciarlas claramente de los prototipos africanos que imitan. Pero los alfareros peninsulares no se limitaron a copiar únicamente las formas de la cerámica común africana. También hay pruebas claras de que se imitan las vajillas de mesa africana (T.S. Africana). Así, las excavaciones efectuadas en el teatro romano de Córdoba han permitido identificar una serie de producciones cerámicas locales que están copiando tanto formas de las vajillas de mesa como de cocina africanas con cronologías que abarcan desde mediados del siglo II hasta la primera mitad del siglo V (Monterroso, 2002 y 2005). Entre las formas de vajilla de mesa, hay que citar las imitaciones de las formas Hayes 3, Hayes 14, Hayes 17 B y Hayes 27

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de la T.S. Africana A, de las formas Hayes 50 A de la T.S. Africana C y de las formas Hayes 58 y Hayes 59 de la T.S. Africana D. Respecto a las cerámicas comunes se imitan las cazuelas con engobe de las formas Hayes 23 A/Lamboglia 10 B, Hayes 23 B/Lamboglia 10 A y Lamboglia 9/Hayes 181, cazuelas de pátina cenicienta de la forma Hayes 197 (Ostia III, 267) y platos-tapaderas de la forma Hayes 196 (Ostia I, 261). Es interesante destacar que estas imitaciones locales abarcan un período de tiempo realmente extenso y que no se trata de un fenómeno puntual y concreto, así como que los alfareros locales intentan imitar las características técnicas y los modelos originales africanos sin conseguirlo (Monterroso, 2002, 173-188; 2002b, 218-222). Importante son también los hallazgos que se están produciendo en la zona el noroeste peninsular, donde los trabajos desarrollados en la villa romana de Toralla (Vigo) han permitido detectar una producción cerámica de vajilla de mesa, de carácter local o regional, que imita las formas y decoraciones de la T.S. Africana D (Fernández, Vieito y Pérez, 2007, 99-108). Así, están presentes las imitaciones de las formas Hayes 59 B (Hayes 59/67) y Hayes 61, con motivos decorativos geométricos y vegetales del estilo A de Hayes, con unas cronologías que van desde principios del siglo IV a principios del siglo V. Ya Enrique Alcorta, al estudiar las cerámicas comunes romanas de Lucus Augusti (Lugo) había apuntado la existencia de imitaciones locales de cerámica engobada con decoración espatulada de la forma Hayes 59 de la T.S. Africana D, con cronologías claramente tardoromanas (Alcorta, 1995, 225-226). La comparación de estos ejemplares con los conjuntos cerámicos de Lucus Augusti (Lugo) y Bracara Augusta (Braga), hace pensar que es en el territorio de la ciudad de Bracara donde deben ubicarse los talleres que produjeron estas imitaciones de T.S. Africana D (Fernández, Vieito y Pérez, 2007, 99-108). Vinculado con este fenómeno debe relacionarse la identificación de una producción de cerámica tardoromana local de vajillas de mesa y de cocina en los yacimientos de Braga y de Dume, en el norte de Portugal, con amplias cronologías que se inician en el siglo IV y llegan hasta el periodo altomedieval. Dentro de esta producción de “cerâmicas cizentas”, el grupo morfológico 1 presenta formas de vajillas de mesa que imitan a la T.S.Africana C y D, a las DSP e incluso a la T.S. Focea tardía (Late Roman C). Entre las imitaciones de la T.S. Africana C se identifican las formas Hayes 73 y Hayes 76, así como formas re-

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lacionadas con la forma Hayes 67 de la T.S. Africana D, con cronologías de siglo V (Gaspar, 2003, 468-469). También en el nordeste peninsular se han detectado imitaciones, no sabemos si locales, de formas de la T.S. Africana D, como, por ejemplo, platos de la forma Hayes 61 A, en la villa romana de Santromà en Tiana, cerca de Badalona y boles de la forma Hayes 91 A/B en los yacimientos de Roses y Vilauba (Aquilué, 1987, 165-174). Finalmente, en el vertedero de la calle de Vila-roma de Tarragona, datado en la primera mitad del siglo V, aparecen documentadas imitaciones de las formas Hayes 61 y Hayes 91 A de la T.S. Africana D (Muñoz, 1989, 179-181). Para recapitular este rápido panorama de las imitaciones de cerámica africana en la Península Ibérica, sólo unos cuantos comentarios. En primer lugar, las evidencias proporcionadas por los diversos alfares peninsulares conocidos y por los materiales arqueológicos procedentes de contextos estratigráficos seguros, permiten afirmar que los ceramistas hispanos imitaron las cerámicas africanas de mesa y de cocina desde la primera mitad del siglo II hasta la primera mitad del siglo V. Sin duda, estas imitaciones responden a la importante comercialización y distribución de las cerámicas africanas en la Península Ibérica durante estos siglos y a su aceptación y uso en los mercados locales. Así, se detectan imitaciones peninsulares de las vajillas de mesa de la T.S. Africana A, C y D, con dataciones que van desde la primera mitad del siglo II hasta la primera mitad del siglo V. Las formas imitadas son la Hayes 3, Hayes 14, Hayes 17 B y Hayes 27 de la T.S. Africana A; las formas Hayes 50 A, Hayes 73 y Hayes 76 de la T.S. Africana C y las formas Hayes 58, Hayes 59, Hayes 61, Hayes 67, Hayes 73, Hayes 76 y Hayes 91 A/B de la T.S. Africana D, copiando incluso, en algunos casos, los motivos geométricos y vegetales del estilo A de Hayes de la T.S. Africana D (fig. 1). También las imitaciones de cerámica común africana se inician en la primera mitad del siglo II d. C., si no antes, con un importante incremento en el siglo III y llegando hasta el siglo V. Las formas imitadas son, principalmente, platos-tapaderas de las formas Ostia III, 332, Ostia I, 261 y Ostia I, 262, cazuelas engobadas de las formas Hayes 23 A/Lamboglia 10 B, Hayes 23 B/Lamboglia 10 A y Lamboglia 9/Hayes 181 y cazuelas de borde almendrado y fondo estriado de las formas Hayes 197/Ostia III, 267 (fig. 2). En segundo lugar, parece claro que únicamente las excavaciones de los hornos de producción –que están fa-

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bricando estas imitaciones de cerámicas africanas, junto a otras producciones cerámicas, ya sean cerámicas comunes, ánforas, materiales de construcción o imitaciones de otras vajillas de mesa, como T.S. Hispánica o T.S. Gris y Anaranjadas tardoromanas– pueden llegar a hacernos entender el verdadero alcance que supuso estas imitaciones y lo que realmente significó en el comercio de la época. Únicamente una identificación segura de los productos surgidos de un taller cerámico concreto permitirá valorar cuantitativamente la importancia de estas imitaciones cerámicas y su relación real con el resto de las producciones locales. Y no sólo eso. La identificación de estas cerámicas fuera de sus centros de producción, permitirá también conocer su distribución comercial (si es que la tuvo), su verdadero impacto económico y la relación que se estableció con las cerámicas originales a las que imitan. Sin duda, no tuvo la misma importancia el taller de cerámica común de Llafranc (Girona) con sus imitaciones de cerámica común africana, que el posible taller de imitaciones de vajilla de mesa situado en algún lugar del territorio de Bracara Augusta. Se debe, pues, intentar acercarse a la realidad de la distribución de estos talleres y a su área de influencia.

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En tercer lugar, hay que hacer un esfuerzo para intentar establecer si las formas de imitación que se producen en los talleres peninsulares tuvieron las mismas funciones que sus prototipos originarios y si, al menos, sus características técnicas permitieron que tuvieran el mismo uso que sus modelos. Por ejemplo, hay que saber, o intentar saber, si una imitación de una cazuela de la forma Hayes 23 B/Lamboglia 10 A, sin el engobe interior característico de la forma original, estuvo destinada a la misma función culinaria y a la cocción de los mismos alimentos que su prototipo original. Este tipo de información es básico para acercarnos a los usos culinarios de la época y también para saber si se mantienen los mismos referentes culturales y poder analizar su evolución. Finalmente, señalar que todavía es pronto para poder analizar con claridad el fenómeno que supusieron las imitaciones de cerámicas africanas en la cultura material de época romana en la Península Ibérica. Muchas de las informaciones y evidencias sobre las mismas permanecen inéditas, precisamente por su desconocimiento, y habrá que esperar a que aparezcan nuevas líneas de investigación sobre este fenómeno que permitan disponer de una visión global sobre el mismo.

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Figura 1. Imitaciones de las diferentes producciones de T.S. Africana detectadas en la Península Ibérica. T.S. Africana A: (1) Hayes 3, (2) Hayes 14, (3) Hayes 17 B y (4) Hayes 27. T.S. Africana C: (5) Hayes 50 A, (6) Hayes 73 y (7) Hayes 76. T.S. Africana D: (8) Hayes 58, (9) Hayes 59, (10) Hayes 61, (11) Hayes 67, (6) Hayes 73, (7) Hayes 76 y (12) Hayes 91 A/B.

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Figura 2. Imitaciones de cerámica común africana detectadas en la Península Ibérica. Platos-tapaderas: (1) Ostia III, 332, (2) Ostia I, 261 y (3) Ostia I, 262. Cazuelas engobadas: (4) Hayes 23 A/Lamboglia 10 B, (5) Hayes 23 B/Lamboglia 10 A y (6) Lamboglia 9/Hayes 181. Cazuelas de borde almendrado: (7) Hayes 197/Ostia III, 267.

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