Werther, o el suicidado por la sociedad

May 20, 2017 | Autor: Andres Monteagudo | Categoría: Johann Wolfgang von Goethe, Literatura alemana, ópera, Werther
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Descripción

Werther, o el suicidado por la sociedad

A los 25 años, Joahnn Wolfgang Goethe (1749-1832) es practicante de derecho
en la Cámara Imperial de Wetzlar, a orillas del río Lahn. Goza de una
reputación favorable y en sus tiempos libres pasea a caballo por bosques de
Westerwalds. Conoce al filósofo Herder, quien alienta la escritura de
Werther, novela que Goethe concluye en cuatro semanas durante la primavera
de 1773, según confiesa en su autobiografía Poesía y verdad, y que será
adoptada junto con Götz von Berlichingen como uno de los principales
manifiestos del movimiento literario "Sturm und Drang". En 1774, el duque
Karl August de Weimar invita al joven escritor a pasar una temporada en su
feudo. Goethe acepta y pronto se convierte en el favorito de la corte.
Cuando se desata la polémica en torno a la moral de Werther, el "ministro"
Goethe se resguarda en su reciente nombramiento.
La primera edición de Werther tuvo, como señaló Heine a un año de la
muerte del maestro, "un importante efecto de detonación". Los jóvenes,
aseguraba el lírico y ensayista desde su exilio de París, leían al apócrifo
Ossian, vestían frac azul y chaleco amarillo y se perfumaban con un
presunto "Aire de Werther" al que le atribuían facultades extraordinarias.
El interés por el libro se vería reflejado además en sucesivas
reimpresiones y traducciones a varios idiomas. Se dice que Napoleón llevaba
un ejemplar consigo a todas partes. No se podía pensar en escribir con
vistas a la publicación: "Goethe hundía las ilusiones a cualquiera",
comenta Wilhelm Dilthey en un prólogo a Don Carlos de Schiller.
El "efecto Werther" causaba tanta incomodidad en algunos ambientes que se
llegó a considerar el libro una amenaza. Se acusaba al autor de hacer
apología y hubo un insólito pedido de censura. La prensa se refiere a una
preocupante lista de "suicidios a la wertheriana", frase que Madame de
Stäel inventó para nombrar un estilo de muerte voluntaria. El desenlace de
Werther y su escabrosa agonía –espejo ficcional de la convalecencia de
Jerusalem, un amigo de Goethe que se dispara en la cabeza haciéndose saltar
los sesos con dos pistolas prestadas por Kestner, alter ego de Albert y a
la sazón esposo de Charlotte Buff, de quien Goethe se enamora y bautiza
Lotte en la novela– fueron citados en los periódicos cada vez que alguien
en el Sacro Imperio se le ocurría quitarse la vida. La mirada crítica
frente al despotismo de la nobleza, reforzada con la alusión al ejemplar de
Emilia Galotti de Lessing sobre la mesa del suicidado –por cierto, copia
verídica del obituario de Jerusalem–, se diluiría rápidamente en protestas
contra el nihilismo de los jóvenes o la ausencia de una ética que
promoviera, por medio de tenaces palabras, justas y honradas acciones. El
propio Goethe rescató el cadáver de una joven ahogada de las aguas del Ilm:
un Werther encuadernado flotaba sobre la corriente del riacho.
La imagen del poeta en Alemania a fines del siglo XVIII suponía el
estereotipo del borracho aventurero con el saco roto que escribe poemas por
los caminos y deja su fortuna en las tabernas. Goethe, en este sentido, es
heredero de Voltaire: el orden material confluye en armonía con el orden
espiritual. Ponerse al servicio del duque fue, al fin de cuentas, la
posibilidad de ese "vivir sin trabajar" que el narrador amonesta en la
conducta de Werther ("Dices que a mi madre le gustaría verme más activo, me
has hecho reír") y que coincide con el paulatino abandono de la vida
burguesa confirmado por Goethe al afincarse en el estado federado de
Weimar, en donde permanecerá por más de cincuenta años. Apartamiento en
rigor relativo si se consideran las diferentes tareas que realizó en las
propiedades del duque. Se destacó, por ejemplo, en la dirección de obras de
diques y regadíos y fue el responsable de la reapertura de las minas de
Ilmenau en 1784. La sugerencia de Schiller de volver a escribir y un viaje
a Italia aclaran la mente del poeta. A su regreso, el mimado de Weimar pide
que le asignen obligaciones exclusivamente literarias.
Weimar era un estado pequeño y pobre. Hacia 1700, "lo alemán" era un
conglomerado de múltiples dialectos y pequeñas ciudades. Victor Hugo se
mofaba de los duques germanos que "ponían a secar sus medias en un seto que
era la frontera de sus dominios". Una anécdota rescatada por Herman Hesse,
a raíz de la publicación en 1924 de la correspondencia con Bettina
Brentano, ilustra la precariedad que adolece el olímpico Goethe en sus
últimos días en Weimar: "Su casa está desierta: su mujer ha muerto, pronto
llegará la noticia de la pérdida de su único hijo; en derredor, los cuartos
revientan de la multitud de colecciones amontonadas como una costra
creciente cerca de su vida declinante; todo huele a ruina y moho, todo se
despide. En medio, junto a una botella vacía, está lo que queda aún de
Goethe". Decepción semejante se llevaría la mismísima Charlotte Buff
cuando, en 1816, anciana igual que su amigo de juventud, emprende un viaje
a Weimar para saludar al genio de las letras alemanas. Werther, la soledad
y el anonimato del viejo Goethe en su guardilla revisitan su máxima de 1772
por última vez: "en qué medida puede denominarse bello lo que envejece".
Es evidente que no fue sencillo a su hora digerir la radicalidad de Las
desventuras del joven Werther. El modelo literario de Goethe pudo haber
sido la Nueva Eloísa de Rousseau, donde los amantes, si bien no pertenecen
a la misma clase social, se corresponden en el deseo. Pero Werther es un
soliloquio apenas mediado que abreva de a ratos en la epifanía y la
desesperación. Ninguna otra novela alemana escrita hasta ese momento
termina en suicidio. Werther busca una contención sentimental más allá de
los límites de sus aspiraciones de clase, y fracasa. La señorita Lotte no
se conforma con vivir de emociones exaltadas y apasionamiento que es, en
definitiva, todo lo que puede darle Werther. Su postura frente a los
pretendientes es racional y moderna en la medida que plantea, por un lado,
una situación de inequidad con Werther, y por otro, una relación impregnada
de sumisa devoción por Albert. El primero deberá iniciar una forzosa y
humillante retirada. Luego, dedicará su tiempo a la "entera maduración del
alma para la muerte", como escribió Heinrich von Kleist en su testamento de
1811.
Walter Benjamin observó que Werther exhibe el fenómeno de una
impulsividad ilimitada, pathos dominante en las primeras obras de Goethe.
Desde su cátedra de la Universidad de Jena, el profesor Friedrich Schlegel
declaraba que la exposición en la obra ("que se dirige recta y segura hacia
su fin y hacia lo esencial") anuncia la complejidad de la mente recreada en
Fausto. El destino del personaje Werther es la forma invertida del
verdadero impulso de Goethe quien, una vez recuperado de un tumor
peligroso, obtiene su diploma en Estrasburgo con lo que afirma su estatus
social siguiendo el mandato paterno. Benjamin sostiene que en una época en
que el literato en Alemania dependía, a diferencia de Francia o Inglaterra,
de un mecenas para subsistir, "el hijo de padres burgueses asciende, se
convierte en heredero de una revolución frente a cuyo poder todo se
estremece en sus manos; y en el momento en que sacude al máximo el dominio
de los poderes que sobreviven, funda mediante un golpe de Estado su propio
dominio en las mismas formas viejas, en las mismas formas feudales". Para
lograrlo, Werther debía ser sacrificado.
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