Von Richthofen, el héroe atrapado por la hipermoral

July 6, 2017 | Autor: Carlos Basso | Categoría: Primera Guerra Mundial, Mal Radical, Barón Rojo, Hipermoral
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Descripción

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Sin ser exhaustiva, una breve lista de filmes centrados en la figura del "Barón Rojo" debería incluir Richthofen (1929), Von Richthofen and Brown (1971), Revenge of the red baron (1994) y Der Rote Baron (2008).
El texto original dice en inglés: "Just as the hunter looks at the head of the bear mounted on the Wall and takes satisfaction in having killed it, so the organized murderer looks at the necklace hanging in his closet and keeps alive the excitement on his crime".







Facultad de Humanidades y Arte
Doctorado en Literatura Latinoamericana






Von Richthofen, el héroe atrapado por la hipermoral



Alumno: Carlos Basso Prieto
Profesor: Dieter Oelker Link

Ciudad Universitaria, 27 de julio de 2015
Resumen

A diferencia de lo que señala el ideario popular, el famoso "Barón Rojo" no era un hombre guiado por nobles ideales de honor y caballería sino que, por el contrario, a diferencia de Jünger, con quien se le compara en este trabajo desde la óptica de sus respectivas obras autobiográficas (su autobiografía, en el caso de Von Richthofen, y "Tempestades de acero", en el caso de Jünger), su conducta estaba guiada por la hipermoral que describió Bataille en "La literatura y el mal".


Introducción
Manfred von Richthofen, el famoso "Barón Rojo" es identificado en el imaginario popular como quizá el más grande héroe de la Primera Guerra Mundial. Al respecto, Caamaño dice que se trata "de uno de estos personajes históricos que lograron trascender en el tiempo", entre otros motivos porque "fue capaz de obtener el reconocimiento y el respeto incluso por parte de su propio enemigo" (2014, p.18).
En efecto, basta revisar la gran cantidad de películas que existen en torno a la figura de Von Richthofen para comprobar lo anterior, pues en la mayoría de ellas se lo ensalza como si fuera un héroe a la usanza clásica, un caballero de capa y espada regido por los más altos ideales del honor y el fair play, casi como si fuera el último guerrero romántico de la historia, un héroe que triunfa en el campo de batalla y que, como Aquiles, al final pierde la vida, pero no la gloria (Melgar Blesa, 2012-2013, p. 7).
Todas las anteriores son ciertamente nociones inicialmente idealizadas en gran parte por la prensa alemana de la época, a la cual "el mito del Barón Rojo cayó como un guante. Se trataba del protagonista que buscaban para mejorar las ventas de sus publicaciones, cuyas hazañas eran descritas con una narrativa dinámica y dramática" (Caamaño, 2014, p. 229)
Estas construcciones casi míticas respecto de la figura del aviador contrastan fuertemente con las vivencias de otro héroe de la Primera Guerra Mundial, Ernst Jünger, un hombre que si bien fue aclamado por la crítica literaria y fue reconocido por la crudeza y solidez de su gran novela sobre la Primera Guerra Mundial, "Tempestades de Acero", no llegó a gozar de la fama de "El Barón Rojo", la que, como se expondrá en este trabajo y a diferencia de lo que se cree popularmente, se sustenta, más allá de la fabricación mediática y cinematográfica, en aquello que Bataille denominó la "hipermoral" (2000): una moral perversa, situada en los márgenes de la moral occidental y al inicio de lo impensable desde esa óptica, algo muy distinto de lo que ocurrió con Jünger, cuya acción en combate se ubicaba estrictamente dentro de las categoría de la moral imperante, de la misma que es exigible a prácticamente cualquier persona común.
Para demostrar lo anterior, se efectuará una breve comparación de los dos escritos más importantes de ambos en el marco de La Gran Guerra. En el caso de Von Richthofen, se trata la "Autobiografía del Barón Rojo" (2011) y, en el de Jünger, "Tempestades de acero" (2013b), aunque también se recurrirá en algunas ocasiones a su "Diario de Guerra (1914-1918)" (2013a).
Sobre el mal
Desde la perspectiva batailleana, "la forma aguda del mal" que mora en determinados personajes de la literatura mundial exige entender que sus conductas transgresoras y desacralizadoras están guidas por una "hipermoral" (Bataille, 2000), la que también se puede entender como una moral de aquello que es más amoral, que trasgrede los límites que la moral judeo-cristiana impone a la maldad común, a la maldad cotidiana, a aquella "propensión natural al mal" (Kant, 1981, p. 41) que todos los hombres y mujeres conllevan desde la cuna.
En dicho sentido, según pensaba Bataille, en el campo de la ficción era factible hallar un espacio que permitiera mostrar a cabalidad esos límites a los cuales podía llegar la perversión y la maldad humana, los cuales, por medio de un proceso de inversión, terminaban convirtiéndose también en una moral extrema (la hipermoral).
De este modo, al escoger como exponentes de la escritura de la hipermoralidad a autores como Baudelarie, Sade, Genet u otros, Bataille no estaba buscando hablar del mal ordinario, ese que se genera debido a la simple contravención habitual de las normas sociales, legales y morales de uso común, sino de aquel que es mucho más "puro", un tipo especial de mal en función de cual, como decía Sartre, "el malvado no siente horror ante el mal", pues "si lo realiza por pasión, entonces… el mal se convierte en un bien" (Bataille, 2000).
Así, una lectura incluso superficial de Jünger descarta inmediatamente la presencia de la hipermoral en su obra, en la cual, pese a la fascinación inicial del autor por la aventura de tipo adolescente y la inconciencia del mal con que la empezó a vivir, (infundida por un nacionalismo exacerbado y sus ansias juveniles), es evidente que muy pronto se dio cuenta del horror que presenciaba y buscó la forma más vívida posible para transmitirlo en "Tempestades de Acero", utilizando para ello varios mecanismos desmitificadores que, al mismo tiempo que retratan el horror de la guerra, circunscriben la presencia del mal a los límites de la moral imperante en la Europa de la guerra; es decir, una moral predominantemente cristiana.
En ese contexto, Jünger usó dos instrumentos esenciales: El primero, que es notorio en todo el libro, se vincula directamente a la estética de la escritura y a la segunda función de la literatura bélica; es decir, a la idea de "desglamorizar" la guerra al contarla tal como es, desmitificando su sentido heroico (Brosnan, 1992, p. 88):
La impresión de tristeza causada por la destrucción reforzaba aún más aquel abandono y aquel silencio profundo que únicamente el sordo retumbar de los cañones rompía de vez en cuando. Mochilas desgarradas, fusiles destrozados, fragmentos de uniformes, en medio de todo aquello un juguete infantil que formaba un contraste cruel, espoletas de granadas, embudos profundos abiertos por la explosión de los proyectiles, botellas, instrumentos de recolección de cosechas, libros despedazados, utensilios domésticos machacados, agujeros cuya oscuridad cargada de misterio indicaba un sótano en el que tal vez bandadas de atareadas ratas se dedicaban a roer los cadáveres de los infelices habitantes de la casa, un melocotonero que había sido despojado del muro en que se apoyaba y que extendía sus brazos demandando auxilio, en los establos los esqueletos de los animales domésticos atados aún a sus cadenas, en los devastados jardines tumbas y entre ellas, florecientes, profundamente ocultos entre los hierbajos, ajenjos, cebollas, ruibarbos y narcisos, en los vecinos campos graneros sobre cuyos techos proliferaban ya los cereales: todo ello atravesado por un ramal de aproximación medio derruido y envuelto en el olor del incendio y de la podredumbre. (Jünger, 2013a, pp. 41-42)
Por cierto, las descripciones de Jünger no se limitaban a la enumeración y el detalle. Con un estilo literario impecable, era también capaz de traducir el horror que desfilaba ante sus ojos con párrafos más abstractos (pero igualmente descriptivos) como este: "El gran dolor ejercía allí su imperio; por vez primera pude mirar, como por una rendija demoníaca, en las profundidades de su dominio" (2013b, p. 33).
El segundo mecanismo que el entonces joven oficial de infantería utilizó para relevar todo aquello fue la personificación del mal a través de un personaje que aparece en forma constante en la novela: La Muerte (escrita con mayúsculas, como un nombre propio).
"En medio de aquel tiroteo abandoné toda esperanza de regresar sano y salvo. A cada momento aguardaba mi subconsciente que una bala me alcanzase. La Muerte estaba de cacería". (2013b, p. 162)
Sea intencionada o no la alusión a la Divina Comedia debido a la mención relativa a "abandonar toda esperanza", líneas semejante a las que, según se relata al inicio del Canto Tercero, había en la puerta del Infierno (Alighieri, 2003, p. 43), lo que Jünger describe en su libro es un infierno terrenal, donde a los soldados de carne y hueso de uno y otro bando se sumaba la Muerte, como símbolo de la brutalidad de la guerra y casi como si fuera una divinidad que acecha en todo momento, en una idea –por lo demás- muy ad hoc a la noción popular de la muerte en occidente.
De esta forma, mientras en el ejemplo anterior se relata que la Muerte se encontraba "de cacería", en otra parte del relato abandona "malhumorada" el campo de batalla, al no haber suficientes bajas (2013b, p. 75) y más adelante, por el contrario, recoge "una cosecha abundante" (2013b, p. 265). Como el personaje omnipresente que es, Jünger dice que "en todas partes topamos con las huellas de la Muerte" (2013b, p. 211) y que todos los problemas son insignificantes "cuando se vive a la sombra de la Muerte" (2013b, p. 312).
Del mismo modo, la utilizó como una referencia tras ser herido de bala por primera vez: "Delante de Mory, en la carretera, había notado ya la mano de la Muerte – esta vez me aferraba más fuerte, más nítidamente" (2013b, p. 299).
Jünger, en todo caso, no era un hombre inmune al mal. A su vanidad se suman varias acciones que él mismo relata y que dan cuenta de la deshumanización que se vive en el campo de batalla (como la forma en que torturaban ratas, por ejemplo), pero no son más que los vaivenes propios de la presión constante de la pulsión del Thanatos (como la llamaba Freud) sobre la mente humana, instinto que logró dominar en el momento en que estuvo frente a frente con un enemigo:
"Apoyé el cañón de mi pistola en la sien de aquel hombre, que estaba paralizado por la angustia, y con la otra mano aferré crispadamente la guerrera de su uniforme. En ella había condecoraciones y distintivos de grado; era un oficial y seguramente había tenido el mando en aquella trinchera. Con un quejido metió una mano en un bolsillo, pero lo que de él sacó no fue un arma, sino una fotografía; me la puso delante de los ojos. Miré la fotografía y en ella vi a aquel hombre de pie en una terraza, rodeado de una numerosa familia.
Aquello era un conjuro que llegaba desde un mundo sumergido, increíblemente remoto. Más tarde he considerado que fue una gran ventura lo que hice: solté a aquel hombre y seguí con precipitación hacia delante. Precisamente ese hombre se me sigue apareciendo en mis sueños con frecuencia. Esto me permite abrigar la esperanza de que haya vuelto a ver su patria". (2013b, pág. 247)
Jünger era, efectivamente, un hombre de carne y hueso, capaz de disparar a mansalva hacia la trinchera ocupada por franceses con los cuales había estado hablando media hora antes, pero al mismo tiempo albergaba aún sentimientos de bondad en que nada tenían que ver el honor o la gloria. Eran, simplemente, sentimientos humanos.

Los vikingos voladores
Tal como decía Caamaño, es imposible desconocer que ya desde el inicio de la guerra todo el mundo alucinó con las evoluciones de los biplanos en el cielo y no fueron solo los periodistas quienes ensalzaron a los aviadores como si fueran un nueva raza de caballeros alados, pues hasta el mismo Jünger dejó constancia de ello. Sobre los pilotos, decía que se trataba de hombres a quienes "se les nota que pertenecen a familias que desde hace siglos llevan en la sangre el espíritu de los combates ecuestres" (2013b, p. 360) y además los comparaba con el ideal del guerrero nórdico que tanto gustaría pocos años más tarde a Adolf Hitler y sus adláteres: "Hay, en fin, entre ellos, otros hombres en los que parecen haber resucitado, haber re-nacido de una manera extraña, los antiguos vikingos" (2013b, p. 361).
En medio de esa visión idealizada Jünger además creía –como posiblemente pensaban todos en aquel momento- que los pilotos "no necesitan, para poder luchar, ese estímulo de baja categoría que es el odio", argumentando que "existe entre ellos y el adversario una especie de comunidad que tiende un puente por encima de los frentes trazados en la tierra" (2013b, p. 363).
Lo anterior apunta una vez más a la vieja noción del héroe que lucha por patriotismo y solo por ello. Si bien es efectivo que Von Richthofen se encarga en un par de ocasiones de decir que ese es, efectivamente, su leitmotiv, con frases como "no nos dedicamos más que a cumplir con nuestra obligación" (2011), la mayoría de sus palabras muestran algo completamente distinto y es que "El Barón Rojo" fue capaz de cumplir con los más de 80 derribos acreditados a su nombre motivado por el gran ego que poseía, por su amor a la caza y, sobre todo, por la moral perversa que lo motivaba, una hipermoral que perfectamente podría ser comparable a la de algunos de los exponentes de esa moral-amoral escogidos por Bataille.
Quizá la primera expresión de cómo operaba la hipermoral en el as de la Primera Guerra Mundial se aprecia en el momento en que, siendo aún un oficial de las tropas terrestres, amenaza a un sacerdote ortodoxo con matarlo si sus soldados sufrían algún daño por parte de los vecinos del pueblo de Kielcze (en el frente oriental). Dicha acción "preventiva" y violenta no merece en su autobiografía ni la más mínima reflexión, pese a que él mismo se declara un cristiano creyente: "nada sucede sin el concurso de la Providencia Divina; es este un consuelo al que nos acogemos muy a menudo los que luchamos en la guerra" (2011).
En Arlón, en tanto, según sigue contando él mismo, se enteró de que poco antes de que llegara la división con la que marchaba "los habitantes de aquel pueblo se habían mostrado bastante agresivos con nuestra caballería". Debido a ello, relataba con sarcamo, "hubo necesidad de arrimar a la pared a algunos de aquellos caballeros"; es decir, fusilar a varios civiles por haber sido "agresivos" (2011). Nuevamente, Von Richthofen no expresaría ningún problema de conciencia o algo parecido por haber atacado a personas no combatientes, despreciando olímpicamente el honor militar por el cual sería alabado posteriormente.
Aunque al inicio de su breve estadía en las trincheras (en la retaguardia) expresó que quienes estaban atrás de ellas experimentaban "horror" al "visitar la primera línea de combate" (2011), posteriormente se le olvidó –para siempre- ese sentimiento. De hecho, cuando fue nuevamente redestinado, anotó que se iba "con gran alegría de mi parte a Rusia, que era donde la guerra era más virulenta".
Fue de vuelta en el frente oriental donde Von Richtofen comenzó a tripular aviones de observación y donde la hipermoral comenzó a expresarse con mayor fuerza: "Por debajo nuestro veíamos la retirada de los rusos; se veían llamas por todas partes…¡Era un gran espectáculo!" (2011) relataba en forma festiva, perdiendo totalmente las perspectivas, lo que se acrecentó a medida que comenzó a volar caza-bombarderos:
Un día volábamos con el avión de combate dispuestos a "alegrarles" la tarde a los ingleses con nuestras bombas. Llegados a destino, dejamos caer la primera. Resulta interesante observar los efectos de las explosiones; por lo menos siempre se desea ver el estallido. Mi avión de combate era perfecto para transportar y lanzar bombas, pero cuando soltaba el proyectil tendía a acelerar, y sus alas impedían ver la explosión. Esto me frustraba bastante, pues me gustaba ver donde había caído la bomba y sus efectos. Cuando abajo sonaba el estallido y se veía la nube de color gris que se producía al efectuar blanco, uno sentía gran satisfacción por el deber cumplido. (2011)
Amparado en la exigencia del deber patrio, Von Richthofen siguió alimentándose del morbo que le producía la destrucción, sin reparar en momento alguno en las personas que morían a consecuencia de sus acciones, ni siquiera los civiles: "me producía una malsana satisfacción el poder aplastar aquellos trenes de allá abajo con mis bombas" (2011), señalaba, y mostrando un leve signo de conciencia de que aquello no estaba bien, al usar el adjetivo "malsano".
No obstante, ese fue su único atisbo de moralidad a la manera europea. Todo lo que escribió a continuación era hipermoralidad:
Es ciertamente hermoso volar en una misión de bombardeo de importancia. Enfilas tu objetivo y vuelas sobre él descargando las bombas, cumpliendo con tu tarea. Experimentas la sensación de que has hecho un buen trabajo, has cumplido con tu deber, no como cuando vuelas de caza, que no has derribado ningún avión enemigo y piensas: 'Podría haberlo hecho mejor'. Siempre que participé en un bombardeo lo hice con agrado". (2011)
Lanzar bombas no era lo único que le parecía atractivo. Por el contrario: "producía bastante satisfacción hostigar con ametralladoras a esos señores. Estas naciones semisalvajes, como las asiáticas, tienen aún mucho más miedo que los civilizados ingleses" (2011) señalaba, refiriéndose a los pueblos eslavos.
En el combate aéreo se mostraba igual de despiadado y desprovisto de honor. Según indicaba, en cierta ocasión logró el derribo de un avión enemigo "y el piloto decidió aterrizar, pero como ya no perdono, pues la experiencia me impide ser magnánimo, le ataqué de nuevo destrozando el aparato" (2011).
Quizá uno de los episodios más chocantes de cuantos se incluyen en su biografía es el que cuenta acerca de una visita de su padre al campamento aéreo en que se encontraba junto a su hermano Lothar:
"Volvíamos de una misión justo cuando llegó nuestro padre. Mi hermano fue el primero en bajar del avión y saludó al viejo del siguiente modo: 'Buenos días, papá, acabo de derribar a un inglés'. Luego bajé yo y le saludé del mismo modo: 'Hola, papá, acabo de derribar un inglés'. Mi padre era feliz y estaba orgulloso de sus hijos, no lo podía negar. No era de esos padres que temieran por la vida de sus hijos, y mucho menos cuando la exponían defendiendo a la Patria. Él mismo, de buena gana, arriesgaría la suya y se lanzaría a derribar enemigos". (2011)
Como es evidente, Von Richthofen se guiaba por valores que si bien son adecuados a las circunstancias de la guerra, exceden por mucho los principios del honor y la caballerosidad. Pese a la matanza infinita en que estaba inmerso y al hecho de saber que sus acciones no eran abstractas, sino que causaban muerte y destrucción, "el Barón rojo" disfrutaba con ello y lo decía explícitamente: "fueron tiempos alegres aquellos, en nuestra escuadrilla de combate" (2011).
El coleccionista de trofeos
A estos rasgos se suman otros elementos inquietantes que, vistos bajo la luz de la criminología moderna, parecen estar muy alejados de lo que se entiende es un héroe de guerra. El creador del concepto de "asesino en serie" y de la Unidad de Análisis de la Conducta del FBI, el Dr. Robert K. Ressler, señala que "muchos asesinos en serie, por ejemplo, conservan trofeos o recuerdos de sus víctimas" (Ressler & Shachtman, 2014), y que estos pertenecían a una categoría de asesinos que él denominaba "organizados", los cuales generalmente hurtan objetos pertenecientes a sus víctimas como una forma de incorporarlos en las fantasías post-criminales del asesino y como una suerte de reconocimiento a sus "triunfos" en materia de homicidios (Ressler & Shachtman, 2015).
Puede parecer extrema la comparacitico la idea del as de guerra Boelcke ra s Richtofen d. onducta criminal.en era completamente legal, dado que combat eran descrón, pero aunque el contexto en que actuaba Von Richthofen era completamente legal, dado que combatía en una guerra declarada entre varios Estados y él formaba parte de uno de los ejércitos en pugna, su compulsión por coleccionar "recuerdos" de cada una de sus víctimas se parece muchísimo a la descrita por Ressler y otros estudiosos de la conducta criminal.
Tal como lo describía el especialista en conducta del FBI, Von Richthofen celebraba cada uno de sus triunfos para sí de un modo especial. Adaptando a su origen aristocrático la idea del as de la aviación Oswald Boelcke, de regalar una jarra de cerveza a cada uno de los pilotos que derribara un avión francés o inglés, "El Barón Rojo", por su parte comenzó "un peculiar hábito de premiarse a sí mismo a cada victoria lograda, encargando una copa de plata de cinco centímetros a un joyero de Berlín" (Caamaño, 2014, p. 159), lo que pudo hacer hasta su derribo 60, cuando le notificaron que ya no quedaba plata.
"A partir de entonces, el joven piloto alemán empezó una singular colección compuesta por las reliquias de los aviones abatidos por sus ametralladoras. Tras derribar a un enemigo, Richthofen solía aterrizar cerca del lugar del derribo para recoger cualquier parte del avión que pudiera servir como trofeo: ametralladoras, hélices, escopetas o incluso el motor. En suma, cualquier objeto retirado del enemigo abatido podría servir para convertirse en expolio de combate, aunque el joven prusiano tenía una especial predilección por los números de los aviones impresos sobre la tela que cubría el fuselaje, que eran cuidadosamente cortados para ser empaquetados y enviados a su casa de Schweidnitz, donde Richthofen creó un espacio para exhibir sus trofeos". (Von Richthofen, 2011)
A este respecto, es imposible no recordar las palabras de Ressler sobre el particular: "Así como el cazador mira la cabeza del oso instalado en la pared y se siente satisfecho por haberlo matado, el asesino organizado observa la soga colgando de su closet y mantiene viva la excitación de su crimen" (Ressler & Shachtman, 2015) . Salvando las distancias del caso, es exactamente la misma conducta que ejecutaba el famoso aviador, quien recogía esos "trofeos" con el objetivo de "saber a quién había derribado y de ese modo poder recordarle" (Caamaño, 2014, p. 160).
En defensa de Von Richthofen podría alegarse que los crímenes de guerra que él mismo admitió haber cometido (como el fusilamiento de los aldeanos) se enmarcan dentro de la "banalidad del mal" descrita por Hannah Arendt tras el juicio contra Adolf Eichmann, pero así como Manfred von Richthofen era un oficial muy distinto de Jünger, también estaba a mucha distancia de Eichmann, quien si bien era un sujeto inmune al sufrimiento ajeno, no gozaba infligiéndolo, a diferencia del piloto. En efecto, además del patriotismo (rayano en lo patriotero), la gran motivación de Von Richthofen era su vanidad, la que queda de manifiesto en muchas partes, aunque se sintetiza de un modo muy evidente en lo que respondió cuando alguien le preguntó cuál era su mayor ambición como aviador. Formado en la tradición de la caza, el deporte y la milicia, y admirador del espíritu del sportmen inglés, respondió sin dudar: "Pues llegar a ser el primero de todos los pilotos de combate… ¡Debe ser muy bonito!" (Von Richthofen, 2011).
Como se especula en el artículo "El barón rojo tenía el alma negra", a diferencia de Jünger, que "enervó a Goebbels" y sobre el cual Hitler dio la orden de no tocarlo, de haber llegado vivo a 1933, "sin veleidades intelectuales y culturales de ningún tipo, sensible al halago y deseoso de honores, Manfred habría sido presa fácil para el Ministerio de Propaganda" (Antón, 2014).
Ciertamente, "El barón rojo" tenía un propósito en su vida como guerrero, por infantil que fuera, a diferencia de Eichmann, que "carecía de motivos" (Arendt, 2014 , p. 417) y al cual, a juicio de la célebre filósofa, "ni siquiera con la mejor voluntad" se le podría haber atribuido alguna "diabólica profundidad" (2014 , pág. 418).
El mal como propósito (conclusión)
Eichmann no era más que el empleado de un Estado genocida, que no se representaba la criminalidad de éste debido a que dichas conductas homicidas se enmarcaban en la legalidad vigente. En síntesis, Eichmann encarna a cabalidad lo que señalaba Bataille respecto de que el Mal no es "puro" si solo se ejecuta con el fin de obtener "una ventaja material". Por el contrario, "el Sadismo es verdaderamente el mal", decía el filósofo francés, quien aseveraba que el "Mal puro" aparecía "si el asesino, dejando a un lado la ventaja material, goza con haber matado" (2000, pág. 30), lo que parece haber sido el caso del famoso piloto de cazas, quien actuaba fría y mecánicamente, nunca cuestionándose –por ejemplo- acerca del sentido de la guerra o acerca del sufrimiento ajeno, a diferencia de lo que ocurría con Jünger:
Y yo no podré viajar a París y Versalles, no podré sentir contento en el país del vino y de la alegría, porque entre vosotros y yo se levanta una pared, fluye un río de sangre, de sangre quizá inútilmente derramada, para precipitar a millones de madres en la aflicción y el dolor.
Ya llevo tiempo en la guerra, he visto caer a no pocos que bien merecían vivir. ¿Para qué esta matanza, este continuo matar y matar? (Jünger, 2013a, p. 66)

Además de ser incapaz de escribir con la profundidad y elegancia de Jünger, Von Richthofen estaba poblado de otro tipos de sentimientos. Ajeno al remordimiento, su mente estaba habitada por el deseo de atacar y atacar, gozando con el placer que le producía el hacerlo, sin dejar de lado la ventajas materiales que obtenía por ello, incluyendo la Blue Max, la jefatura de su escuadrilla y otras ma sido asegado vivo a 1933, l: Heathcliff, de Wuthering Heights.aje que a juicio e "l abiaboetiza de un modo muy evidente en ás.
En dicho sentido, resulta imposible no concluir que el caso de Von Richthofen en cuanto a su dimensión literaria y cinematográfica resulta muy llamativo, pues hasta el día de hoy sigue siendo ensalzado como un héroe y un paradigma del honor y la rectitud, en circunstancias que sus propios testimonios demuestran que se trató de un hombre perverso y malévolo, guiado por una hipermoral digna de estudio y el cual, si hubiera seguido vivo para la época de la Segunda Guerra Mundial, seguramente habría terminado sus días recluido en alguna celda de Nürenberg, por lo cual habría pasado a la historia como un criminal. No obstante, como ha pasado tantas veces, la muerte lo encontró antes y lo llenó de gloria.
Vaya paradoja.






Referencias
Alighieri, D. (2003). La divina comedia. Madrid: Edaf.
Antón, J. (11 de mayo de 2014). El barón rojo tenía el alma negra. El País . Recuperado de
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/05/10/actualidad/1399738559_462662.html.
Arendt, H. (2014 ). Eichmann en Jerusalén. Santiago de Chile: Debolsillo.
Bataille, G. (2000). La Literatura y el mal. El Aleph.
Brosnan, C. S. (1992). The functions of war literature. South Central Review , 9 (1).
Caamaño, J. E. (2014). El barón rojo. Madrid: Almuzara.
Campaña, M. (2014). Linaje de malditos, de Sade a Jim Morrison. Debate. Recuperado de
http://itunes.apple.com.
Jünger, E. (2013). Tempestades de acero. Buenos Aires: Tusquets.
Jünger, E. (2013). Diario de Guerra (1914-1918). Barcelona: Tusquets.
Kant, I. (1981). La religión dentro de los límites de la mera razón. Madrid: Alianza Editorial.
Melgar Blesa, L. (2012-2013). La deconstrucción del héroe en la "nueva novela de guerra"
europea. Barcelona: Facultad de Humanidades U. Pompeu Fabra.
Ressler, R. & Shachtman, T. (2014), Dentro del monstruo, Barcelona: Alba editorial.
Recuperado de www.amazon.com.
Ressler, R. & Shachtman, T. (2015). Whoever fight monsters. New York: Macmillan. Recuperado
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Von Richthofen, M. (2011). Autobiografía del barón rojo . Madrid: Stuka Ediciones. Recuperado
de www.amazon.com.




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