Vivir y compartir bien. Teoría de la anticooperación.

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Descripción

Teoría de la anticooperación

Vivir y compartir bien David Llistar Bosch trabaja en el Observatori del Deute en la Globalització de la Càtedra Unesco de Sostenibilitat de la Universitat Politècnica de Catalunya (www.odg.cat)

En las imágenes, de izquierda a derecha, una mujer trabaja con su máquina de coser en el campo de desplazados de Galkayo (Somalia); mujeres en el campo de refugiados de Dadaab (Kenia); y niños en un vertedero próximo al campo de Galkayo. Imágenes tomadas entre mayo y julio del 2011 RICARDO GANGALE / ROBERTO SCHMIDT AFP

DAVID LLISTAR BOSCH

Mi querida abuela lo hace cuando quiere cambiar de tema. Para evitar debates incómodos, lanza una pregunta distinta. A una parte importante de quienes nos dedicamos a la cooperación internacional al desarrollo o a temas de gobernanza global justa se nos intenta cambiar la pregunta. De hecho, parecemos confundidos/as con discusiones que giran alrededor de los intestinos de esa ayuda internacional, incluido el esforzado debate sobre su eficacia, pasando con saltos y bailes de puntillas por cada uno de los temas delicados. Personalmente creo que la pregunta clave no es cuánta ayuda ni de qué tipo, habida cuenta de que se trata de un flujo de recursos mucho menor que el ligado a otros fenómenos como el comercio, la deuda externa o la inminente adaptación al cambio climático. Sino la siguiente: ¿cómo todas las personas del presente –pero también las que van a nacer en próximas generaciones– podríamos llegar a vivir bien? Resalto vivir bien (y no mejor), aclaro que todos/as (y no nosotro/as), y añado futuro (y no sólo ahora). Incluso deberíamos responderla para el conjunto de los seres vivos (y no sólo de las personas) en una concepción biocéntrica del desarrollo tal y como ya se plantea desde códigos constitucionales como el ecuatoriano.

La ayuda internacional no actúa sola, sino que se produce en competencia con otros muchos flujos e interferencias que se dan en planos tan distintos como el militar, el migratorio, el ambiental, el comercial, el financiero, el tecno-productivo, el diplomático o el simbólico. Muchas de las interferencias que se producen expresa o colateralmente entre países y grupos humanos y en especial las interferencias transnacionales que surgen por comportamientos y decisiones del Norte sobre el Sur Global, son negativas desde la perspectiva del vi-

¿Por qué tras sesenta años de ayudas, de desarrollo tecnológico y económico, el mundo no está mejor? vir bien de la población, de su autodeterminación y del respeto de la biodiversidad. Un ejemplo cercano: el cóctel del petróleo que consume la economía española, entre otras procedencias poco democráticas, contiene una buena cantidad de crudo extraído en el Delta del Níger (entre 2000-2005 el 12,4% del petróleo consumido en el Estado español ha sido nigeriano, según el CORES –Corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos–

del ministerio de Economía). El Delta del Níger es un paraíso convertido en infierno desde hace ya veinte años por la presencia de esa riqueza maldita que se encuentra bajo los pies de treinta millones de pequeños campesinos y pescadores nigerianos. Algunos ya migraron a nuestras ciudades. Insumir sin control, es decir, sin observar cómo las importaciones de energía y otros recursos naturales y las inversiones asociadas pueden generar perturbaciones insoportables sobre comunidades alejadas, es un acto de irresponsabilidad que contrasta con el discurso oficial de la ayuda. El suministro de commodities procedentes de países como Nigeria, Libia, Guinea Ecuatorial, Iraq, Arabia Saudí, Paraguay, Indonesia o Argelia, no sólo explica su desinstitucionalización democrática sino que alumbra la violencia de los fuertes contra los débiles, la inmensa mayoría, y destruye la salud y la biodiversidad. Lo contrario de lo que intentan la ayuda y la cooperación al desarrollo y los esfuerzos de la conservación y el control del cambio climático. ¡Qué paradójico, una suerte de anticooperación en toda regla! Y existen tantos ejemplos y tan distintos. Tal vez el fenómeno de la anticooperación explique el porqué, tras sesenta años de ayuda internacional y a pesar de los avances tecnológicos y ese tan vituperado desarrollo económico, el mundo no esté mejor en su conjunto ni las generaciones futuras vayan a encontrarse un panorama más acogedor que el que nos econtramos nosotros/as. El efecto centrifugador de las distintas fuerzas presentes en el capitalismo globalizado no conseguiría ser re-equilibrado con medidas redistributivas de la mano del sistema de ayuda internacional. Por lo cual, las agencias oficiales de desa-

rrollo empiezan a aceptar las tesis de los movimientos sociales por las que se exige a los gobiernos la “coherencia de políticas para el desarrollo”, tomando el conjunto de actuaciones de la administración pública. Por ejemplo, les exigen que introduzcan criterios de contratación pública ética (o responsable) por los que las administraciones públicas evitaran contratar bienes y servicios de empresas que vulneren los derechos humanos en países del Sur, como en el caso del petróleo en Nigeria. Reformas urgentes

Hay que tener en cuenta que en Catalunya, por ejemplo, las administraciones públicas locales gestionan cerca del 20% del PIB catalán, un porcentaje muy significativo como para no tenerlo en cuenta en temas de desarrollo y gobernanza global. En el caso español y europeo, las potenciales reformas para reducir la anticooperación son mucho mayores. Desde leyes, directivas y reglamentos que regulan la

‘Crecimiento’ no siempre significa, para la población a la que se promete desarrollo, ‘vivir bien’ pesca, la responsabilidad ambiental exterior, los ataques especulativos, hasta las medidas sobre importación de agrocombustibles, la generación de deuda externa ilegítima o de internacionalización de las empresas. Las medidas son infinitas pero sobre todo urgentes y necesarias. Actualmente la cooperación española, inspirada en la Declaración de París y de Accra, ha empezado a ordenar y alinear la cooperación, pero también a analizar desde este enfoque de ayuda de

El desarrollo ha muerto, viva la máquina del desarrollo ACHILLE MBEMBE Achille Mbembe es profesor de Historia y Política en la Universidad del Witwatersrand de Johannesburgo (Sudáfrica). Su último libro es ‘Sortir de la grande nuit. Essai sur l'Afrique décolonisée’ (París, 2010)

A lo largo de la última década, la contribución financiera de Europa occidental al progreso económico de África no ha dejado de disminuir en términos reales y en comparación con la de otras grandes potencias como China. La paradoja es que cuanto menos dinero ponen los europeos sobre la mesa, más estrictas y severas se han vuelto las condiciones para acceder a esos exiguos fondos. Lejos de estar guiadas por una ética del mutualismo, del reconocimiento y del respeto, las relaciones entre África y sus donantes occidentales se caracterizan por profundos niveles de desigualdad, desconfianza y, en cualquier caso, instrumentalización recíproca. En este brutal encuentro entre quienes tienen dinero y recursos pero casi ninguna idea buena o útil y quienes tienen algunas buenas ideas pero apenas dinero, África ha salido más frágil, más humillada y mucho menos capaz de responder de sí misma en el mundo. Las intervenciones creativas y eficaces en el continente africano requieren pensamiento crítico y una exploración exigente, prolongada y meticulosa. También requieren un compromiso pleno con las cuestiones del sentido, el valor y el significado, una reconciliación del tecnicista mundo de los hechos con el rico mundo de los símbolos y la imaginación.

En lugar de eso, se nos ha llevado a creer que debemos escoger entre el sentido sin realidad y la realidad sin sentido. Se trata de una falsa elección que nos está impidiendo inventar nuestro propio futuro. A decir verdad, sobre el terreno, el desarrollo como paradigma está funcionalmente muerto. Sin embargo, la máquina del desarrollo aún está viva. Sigue desembolsando abultados salarios a unos supuestos expertos, asesores, intermediarios y cínicos burócratas que detestan profundamente el continente, pero que se han vuelto adictos a él y a algunos de sus perversos placeres. Esas personas no podrían hacer una carrera en nin-

No soporto la idea de que la vida africana es vida desnuda, a la espera de recibir ropa, alimento y vivienda guna otra parte, salvo en África. No necesitan pensar, porque para ellos África es sencilla. Es ante todo una zona de emergencia y un fértil terreno para las intervenciones humanitarias. El futuro no forma parte de su teoría de África. Este continente es la tierra de un presente interminable, una acumulación serial de instantes que nunca alcanzan la densidad o el peso del tiempo humano o histórico.

Con su miríada de auxiliares, clientes y cortesanos nativos, siguen repartiendo tragedias indecibles a los pobres y sus comunidades. Esa fragmentación del tiempo, ese borrado de la historia como futuro, nuestro encarcelamiento mental en una interminable forma de presentismo, es lo que más me preocupa. A causa de ese impulso nihilista, nuestra lucha por llegar a ser plenamente humanos y superar la pobreza ha quedado reducida a una simple lucha por la subsistencia, por el sustento físico y la reproducción biológica. La máquina del desarrollo sigue funcionando. Pero funciona en vacío. Esta vacuidad produce un gasto enorme. Por eso tiene que detenerse. No soporto la idea de que la vida africana es simple vida desnuda, la vida de un estómago vacío y un cuerpo desnudo a la espera de recibir alimento, ropa y vivienda. Se trata de una noción muy arraigada en la ideología y la práctica del desarrollo. Se opone radicalmente a la experiencia diaria de las personas con el mundo inmaterial de la cultura. Esta clase de violencia ontológica ha sido durante mucho tiempo un aspecto fundamental de la ficción del desarrollo que Occidente intenta imponer en quienes ha colonizado. Según dicha ficción, si queremos hacer habitable nuestro mundo, tenemos que elegir entre mente y materia, entre lo humano y la techné. Para inventar el futuro, debemos resistir a esta forma de suicidio. TRADUCCIÓN: JUAN GABRIEL LÓPEZ GUIX

banda ancha la coherencia de sus políticas y de las europeas en relación al buen vivir de los y las ecuatorianas. Algo pertinente dada la intensa integración entre ambas sociedades al calor de la diáspora ecuatoriana en España. Cosmovisión

En definitiva, se hace necesario un cambio profundo de cultura en el sector de la cooperación. Especialmente en este periodo de Doctrina del Shock (Naomi Klein, 2009) desplegándose también y de forma virulenta sobre las políticas públicas redistributivas y sobre todo las de cooperación (como en el caso catalán donde el nuevo gobierno ha sacrificado hasta el 60% del presupuesto asignado a la Agència Catalana de Cooperació al Desenvolupament). Es necesario un cambio de visión por dos motivos cada vez más diáfanos. No sólo porque identificar desarrollo con crecimiento económico puede llegar a ser justamente lo contrario a conseguir vivir bien para el conjunto de la población a la que se promete desarrollar. Sino también porque la ayuda internacional no puede ignorar al resto de interferencias internacionales que se producen sistemáticamente en paralelo a cuenta de la globalización. El sistema internacional de ayuda debe abrazarlas: trascender un enfoque de ayuda de banda estrecha a uno de banda ancha. Y como ya hace muchos años reza la cosmovisión andina, suma kawsay significa en quechua vivir y compartir bien, aquello en lo que toda sociedad sueña, la respuesta correcta a la pregunta clave, una vida en plenitud. Eso es, señalan los indígenas, en tres planos: en armonía con uno mismo, con las personas que nos rodean y con la naturaleza. Esa sí es la pregunta, la respuesta está en nuestras manos. |

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