Vivir con Sentido

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Descripción

Vivir con sentido



Por Mariana Vernieri




1. Tomar el control de nuestra vida.


¿Cuál es el sentido de la vida? Habrá tantas respuestas distintas a esta
pregunta como personas que aún no han encontrado ninguna. Estas líneas,
sin embargo, están dirigidas a quienes comparten un concepto básico:
Tenemos la posibilidad y responsabilidad de mejorar permanentemente tanto
nuestra persona como nuestro entorno.


Si alguien siente que todo está escrito y que no hay nada por hacer, es
profundamente pesimista, o no tiene como objetivo mejorar en la vida,
seguramente no va a encontrar valiosa esta lectura. Pero para el resto,
con quienes desearía compartir estas reflexiones confiando en que puedan
serles de interés, comienzo con un consejo fundamental. El punto de
partida: tener clara nuestra meta, definir hacia donde queremos ir. El
objetivo, aunque inalcanzable, debe ser la luz que oriente nuestro
camino. Aspiremos a la perfección.


Esta utópica perfección, puede perpetuarse en cuatro niveles:


- Nuestra propia personalidad: Ella es lo que más de cerca nos toca
comprender, dominar y encaminar. Tenemos un poder bastante amplio
sobre ella, aunque muchos aspectos, regidos por el inconsciente, los
tenemos marcados a fuego y se nos presentan como indomables. Con
paciencia, técnica, y sobre todo con el objetivo firme de modificarla
para que se acerque a nuestro ideal, podemos ir avanzando. No importa
si nunca llegamos, lo que importa es que nuestro camino vaya para
adelante, y no sea estanco ni entrópico. Pero, ¿Cómo es la
personalidad perfecta? ¿A qué debemos apuntar?


Cada uno de nosotros tiene que encontrar la respuesta, pero no debemos
buscarla lejos de lo que somos hoy. Sería inútil y frustrante
pretender tener la personalidad del vecino, opuesta a nuestras
tendencias naturales. Intentar convertirnos en el más sociable del
barrio, si somos tímidos, o en un gran deportista si tenemos
tendencias intelectuales y nunca habíamos cultivado nuestro físico. Es
contraproducente luchar contra esas cosas, porque son reflejo de
nuestra configuración genética. Somos así, y contra eso no hay que
luchar. Hay que aceptarlo. La personalidad perfecta es nuestra propia
personalidad pero depurada, enriquecida, despojada de sus defectos. Si
quisiéramos mejorarle el sabor a un guiso, sería ridículo pretender
convertirlo en una torta, porque quedaría espantoso. Lo correcto sería
condimentarlo y agregarle ingredientes adecuados, para convertirlo en
un guiso delicioso, el mejor de todos, pero guiso al fin. Lo mismo
ocurre con nuestra personalidad. Cada uno tiene que preguntarse y
tener claro ¿Cómo sería MI personalidad perfecta? El equilibrio y el
amor son las pistas fundamentales que deben guiar estas respuestas.


- Nuestra vida: Más allá de nuestra forma de ser, somos también
responsables de decidir y conseguir lo que queremos que sea de nuestra
vida. Planificar si queremos casarnos, formar una familia, de qué
quisiéramos trabajar, qué nos gustaría hacer, dónde quisiéramos vivir.
Visualizar un ideal para dentro de 10 años, 20, 30 y 40.
Si dejamos que el mundo decida por nosotros, tenemos las de perder.
Sólo a los peces muertos se los lleva la corriente


No se trata de tener un plan detallado. Vivir atado a un cronograma no
es la mejor manera de vivir. La vida necesita de naturalidad. Como
veremos más adelante, necesitamos percibir las señales que nos envía
el universo y dejarnos guiar por ellas. En definitiva, pierde el que
intenta dominarlo todo, pero también pierde el que deja todo a la
deriva. El secreto está en el equilibrio. En tener conceptos
generales de nuestra vida perfecta, y dirigirnos hacia ella, mediante
los caminos que el destino va abriendo ante nuestros ojos, y siempre
abiertos a modificar el rumbo si vislumbramos otro mejor.


- Nuestro entorno: Además de tomar las riendas de nuestra personalidad y
de nuestra propia vida, es positivo que también intentemos influir
para mejor en todo lo que nos rodea. Comenzando por nuestra propia
casa, creando en ella un ambiente amoroso y de felicidad. Continuando
con toda nuestra familia, y nuestros amigos, ayudándolos en todo lo
que esté a nuestro alcance para solucionar sus problemas, fomentando
la virtud, tendiendo siempre nuestra mano, sabiendo escuchar, dar, y
recibir. También podemos y debemos ayudar a las personas necesitadas,
cuidar nuestro barrio, y nuestra ciudad. Tenemos que entender que no
somos individuos aislados, somos parte de un sistema. No podemos estar
bien si nuestro entorno está mal. No podemos bailar en medio de la
suciedad. Y no hay que esperar que las cosas cambien solas, hay que
actuar activamente para lograr un avance.


- El mundo entero: Deseemos un mundo próspero sin hambre ni guerra.
Preguntémonos cómo sería el mundo ideal. Pero que no quede todo en un
sueño. Vayamos hacia allá. Todos y cada uno de nosotros somos los
responsables de llevar a la humanidad a buen puerto. ¿Quién si no? No
hay que delegar en otros las responsabilidades y sentarse de brazos
cruzados a esperar un cambio. Tenemos que ser el cambio. Y si es
posible no sólo un grano de arena. La Tierra, el hogar de nuestros
tataranietos, nuestro planeta, es nuestro proyecto, no podemos
desentendernos de él. Nuevamente en este nivel –el más ambicioso de
todos- cada uno debe preguntarse qué puede hacer por el mundo, cuál
puede ser su papel en el progreso, y dar lo mejor de sí para lograrlo.


Lo importante de reconocer dentro de nuestras mentes los conceptos que
componen nuestro ideal en estos cuatro niveles, no es que lo vayamos
necesariamente a lograr. Lo importante es que con el tiempo nos vayamos
acercando a ese ideal. Que cada día, con cada acción, con cada
aprendizaje, nos sintamos más y más cerca de él.


Que la vida no corra por su cuenta para donde sea, que nosotros la
guiemos hacia una dirección luminosa. Que la vida sea un proceso de
permanente mejoría.


El primer paso, en conclusión, es saber lo que queremos hacer de nuestras
vidas, y tomar las riendas para que esto se haga realidad.


Dejar de mirar hacia el costado y poner sobre nosotros mismos la
responsabilidad de lo que suceda. Hacernos cargo, tomar una actitud
protagónica. Emprender el cambio, y comenzar a avanzar…




2. Sobre métodos y conceptos


Una vez que tenemos claro el objetivo que queremos lograr, y decidimos
tomar una actitud activa para lograrlo, ya tenemos ganada la mitad de la
carrera. Pero la pregunta ineludible con la que nos encontraremos es
¿Cómo lograrlo?


Es claro que con intención solamente no se pueden alcanzar los resultados
deseados: para aprender a tocar un instrumento, hay que ir a un
conservatorio, o comprar un libro de enseñanza, o conseguir un profesor
particular, o pasársela por meses practicando y practicando.


Puede haber varios caminos, pero lo que seguro no sirve es quedarse con
la intención "quisiera aprender a tocar" y esperando sentado a que el
aprendizaje llegue solo.


Cada uno de esos caminos es un método. Y lo mismo se aplica a los cuatro
niveles expresados en el punto anterior.


Centrémonos en las metas respecto a nuestra personalidad. ¿Qué métodos
hay para seguir si queremos superar un trauma, desarrollar la
creatividad, o aprender a ser más calmo y paciente?


Muchos, sin duda. Y muchos más aún los que podemos crear, ajustados a
nuestra situación específica, si entendemos la mecánica.


Están los métodos del psicoanálisis, de la psicología conductista y la
logoterapia. Los métodos que proponen los autores de inteligencia
emocional, y los de libros de autoayuda en general.


También hay métodos más específicos como los trabajos con sueños,
autohipnosis, sugestión subliminal, terapias con flores, y otros tipos de
terapias.


Si vamos a una librería, con seguridad encontraremos infinidad de
literatura con alternativas para la solución de nuestro problema. ¿Cuál
elegir? Cada uno deberá ir reconociendo en su propia experiencia qué
métodos le han dado mejores resultados. Conocerlos, conocerse, y aprender
a crearlos y ajustarlos según necesidad.


Pero lo más importante que deseo transmitirles aquí, es que hay que ser
siempre concientes del alcance de los métodos. No se puede pretender todo
de un método. Como la palabra lo indica, es sólo un camino hacia nuestro
objetivo, pero el camino debemos recorrerlo nosotros. Si nos limitamos a
seguir el método por un tiempo, y no alcanzamos nuestro objetivo, nos
sentiremos frustrados, y estaremos igual o peor que cuando empezamos.


La clave es correr el método hacia un costado y en el centro poner a
nuestro camino. Ir concentrados en avanzar, y cuando sentimos que el
método no tiene más que aportarnos, abandonarlo, y quizás pasar a otro,
pero encontrándonos más avanzados que cuando empezamos. Y esto se logra a
través de la adquisición de conceptos.


Sólo cuando lleguemos a asimilar un concepto y volverlo parte de nuestras
rutinas cerebrales habituales, podremos dejar de lado los métodos y dar
por cumplido un objetivo.


Veamos un ejemplo para ser más claros:
Supongamos que nuestro objetivo es aprender a ser más organizados.
Como primer método, adquirimos una agenda. Comenzamos a anotar todas
nuestras obligaciones en ella. Tratamos de acordarnos de consultarla
permanentemente. Nos parece que vamos bien, que ya estamos más
organizados. Pero un día perdemos la agenda, o simplemente nos aburrimos
de ella y de a poco dejamos de usarla. No habremos avanzado nada en
nuestro camino a la organización. El método dejado de lado, ningún
aprendizaje, ninguna rutina cerebral nueva: un fracaso.


¿Qué falló? Que no adquirimos el concepto. Si en lugar de centrarnos en
el método (en este caso la agenda) nos hubiésemos centrado en la
adquisición del concepto de organización, dándole importancia a cada
momento en el que recurríamos a la agenda con la intención de hacer las
cosas bien, grabándolos en nuestro cerebro; y si de a poco hubiésemos
intentado recordar los compromisos sin necesidad de leerlos, los
resultados habrían sido muy distintos. El concepto se habría instalado en
nuestro cerebro, aunque sea parcialmente porque a veces las cosas no son
tan fáciles, pero estaríamos más avanzados que cuando empezamos. Si de
esta forma llegado un momento perdemos la agenda o la dejamos de lado por
aburrimiento o por sentir que ya cumplió su función, no sería un
fracaso. Sería un paso más en el camino. Puede ser que no seamos ya los
más organizados del mundo, pero hicimos un aprendizaje.


Nuestro cerebro se habituó a pensar en los compromisos, a estar atento, a
entender los tiempos, a afinar la memoria y la responsabilidad. Estamos
mejor que antes. El método cumplió su objetivo porque ayudó a fijar el
concepto en nuestra mente.


Como conclusión, si hemos probado un método para cambiar algún aspecto
de nuestra personalidad, y nos falló no debemos echarle la culpa al
método y buscar otro. Si nosotros no nos ponemos en actitud de
aprendizaje todos van a fallar, por buenos que sean. Si en cambio los
ponemos en su lugar (como una ayuda, un camino), y mantenemos por encima
de todo la conciencia de lo que estamos haciendo, y la incorporación de
conceptos y nuevas rutinas, llegará el momento en que ya sea un hábito
adquirido, y no requiera más energía de nuestra parte.
No tiene sentido comprar miles de libros, seguir miles de técnicas, para
intentar superar un determinado problema de nuestra personalidad. Si no
ponemos conciencia y voluntad en incorporar el concepto de nada servirá.
No esperemos que el método haga el trabajo por nosotros. No es magia: es
esfuerzo.




3. La clave está en el equilibrio: La vida es un jardín.

Suena sencillo poder trabajar metódicamente y con plena conciencia sobre
un aspecto determinado de nuestra vida o personalidad que deseamos
modificar, si lo vemos aisladamente. Pero la vida real es mucho más
compleja. No nos da tiempo para dedicarnos exclusivamente a ello. Hay
demasiadas otras cosas en las que pensar. Pareciera que nuestra atención
y nuestro tiempo no puede alcanzarnos para trabajar a la vez en todos
nuestros proyectos. Si nos volcamos en mejorar nuestro aspecto físico,
nos sorprendemos descuidando nuestras obligaciones laborales. Si nos
concentramos en aumentar nuestra autoestima, de pronto nos damos cuenta
de que desatendimos a nuestras amistades. Da la impresión de que "todo no
se puede". Si volcamos nuestra energía a un proyecto, es lógico que se la
quitemos al otro; los recursos son limitados, el día tiene 24 horas.


Propongo subir un punto más en nuestra abstracción y posicionarnos fuera
de todos estos proyectos. Tenerlos en mente, saber cuales son nuestros
objetivos en cada aspecto de la vida. Ponerles plazos, prioridades,
pensar como se complementan entre sí, o si entran en conflicto. El papel
y el lápiz pueden ayudarnos. Y para no volvernos locos, intentando
organizar todo, debemos recordar de centrarnos más en los conceptos que
en los métodos, y procurando conseguir el equilibrio entre los distintos
aspectos de la vida.


Para visualizarlo mejor, podemos imaginar que nuestra vida es un gran
jardín:


Nuestro cuerpo es la tierra, nuestra casa es el césped, cada uno de
nuestros afectos una hermosa planta floral. El amor es un roble frondoso,
nuestros hobbies son verdes palmeras, nuestro trabajo puede ser un nogal,
y tenemos unos incipientes arbolitos recién nacidos que son nuestras
nuevas virtudes que estamos comenzando a cimentar.


Todo el jardín está en armonía: con su diseño, su colorido, sus leves
simetrías. Y nuestra misión es cuidarlo y embellecerlo. Sembrar nuevas
semillas y cuidar con amor y dedicación a las plantas que ya están.


Nuestro proyecto es el jardín como un todo, y no un árbol en particular.
Si tenemos un rosal precioso, pero al lado un gran charco putrefacto,
maloliente y lleno de bichos, nuestro jardín no se verá bien.


Invito a cada uno a imaginar como es el jardín de su vida. ¿Cuáles son
los árboles y plantas que lo componen? ¿Cuáles están mejor cuidados, y
cuales han quedado olvidados o dejados de lado? ¿El jardín está
equilibrado o hay determinados sectores mucho más desarrollados que
otros? ¿Cuáles son las plantas que están más débiles y en peligro de
secarse, y necesitan un cuidado más urgente?


Esta visión del jardinero de la vida puede ayudarnos cada día, para
darnos cuenta de cuándo es hora de dejar las ocupaciones de lado y
dedicarnos a la familia. Para saber cuándo debemos dejar de correr y
tomarnos un tiempo para darnos un gusto. Para alertarnos a tiempo de los
desequilibrios. Para animarnos a tomar el teléfono y llamar a un amigo o
familiar "solo porque si", a escribir una carta postergada, o a dar vuelo
a nuestra vocación perdida de la niñez.


Es una manera de lograr una visión integradora sin ahogarnos en los
detalles, sino centrándonos en los conceptos.


4. Estar atento a las señales del universo

Al llevar a cabo las actividades de direccionamiento que comentábamos
hasta ahora, estamos dando un paso firme y concreto hacia una vida feliz
y armoniosa. Hemos decidido tomar el control de nuestra vida, definimos
los métodos a aplicar y los conceptos a asimilar. Los organizamos, les
pusimos prioridades, los visualizamos como plantas en un jardín al que
debemos cuidar como un todo.


Pero debemos tener cuidado de no caer en el extremo opuesto. Si
pretendemos dirigir todo a nuestro antojo, con los ojos cerrados a lo que
sucede alrededor, nos puede ir muy pero muy mal.


No vivimos aislados. Hay todo un universo a nuestro alrededor, estamos
inmersos en él. ¡Somos parte de él! Interactuamos dentro de un sistema,
con variables que obviamente no nos son manejables. Es ridículo ponernos
una meta, y mantenernos fijos en ella pase lo que pase.


Si el día estaba hermoso y mi plan era ir a la playa, pero cuando estoy
por llegar se desata una tormenta, ¿Qué hago? ¿Voy a la playa igual? No.
Me adapto a la nueva situación y voy por ejemplo al shopping. Sería muy
necio hacer lo que tenía planeado de entrada no obstante el cambio, sólo
por inercia, o por terquedad. Sin embargo, este tipo de cosas sucede más
a menudo de lo que pensamos.


Las situaciones cambian, pero la gente no lo nota y sigue con su trabajo
de siempre o con una pareja que ya no le sirve.


Imaginemos que una persona a los 12 años arma todo un plan para su
existencia, por ejemplo: "A los 17 voy a terminar la escuela y comenzar
la carrera de contabilidad, los primeros dos años no voy a trabajar y al
tercero voy a encontrar un puesto en un estudio. Allí trabajaré un año y
luego renunciaré para conseguir uno mejor. Voy a tener siete parejas y a
los 20 me voy a comprometer. A los 23 me recibo y un año después me caso.
Luego de dos años de matrimonio encargo el primer hijo, al año el
segundo, y a los dos años más el tercero. Después de que estén los tres
en la primaria consigo un trabajo full time en una multinacional. Cuando
se casen los tres me jubilo y me voy a vivir a la montaña con mi pareja.
Muero a los 80 con 6 nietos y 3 bisnietos"


Esta persona sin duda ha decidido tomar el control de su vida. No está
mal que tenga un plan, siempre y cuando esté lo suficientemente permeable
como para modificarlo según las circunstancias. Por ejemplo si en la
secundaria se da cuenta de que la contabilidad le resulta aburrida y en
realidad le atraen más las humanidades, tiene que darse cuenta y cambiar
la carrera elegida, o si a los 17 conoce al amor de su vida no debe
dejarlo pasar porque tenía que tener 7 parejas y 20 años para formar una
pareja estable. Su plan debe modificarse según las señales que el
universo le envía.


A veces estas señales son obvias, como en los casos anteriores, o el de
la lluvia y la playa, pero otras veces son mucho más sutiles.


A veces nos hacen de modificar grandes planes, o a veces pequeñas cosas
del día a día.


Pero todo se entrelaza, y todo tiene sentido. El que permanece ciego a
las señales, difícilmente llegue a concretar sus deseos, y con casi
total seguridad –aunque los logre- no podrá ser feliz. Es fundamental
tomar conciencia de que formamos parte de un sistema mayor, para poder
interactuar armoniosamente con él. Integrarnos al universo, dar y recibir
de él. Ponernos en sus brazos, pero sin abandonar el timón. Como el
navegante que no puede ignorar las corrientes, ni el conductor
desentenderse del tránsito.


Ver, escuchar, adaptarse a lo que ocurre, estar atentos, animarse a
cambiar de idea tantas veces como sea oportuno, no nos hace tener menos
control. Al contrario, nos da muchas más chances de llegar a buen puerto.


El universo nos emite constantemente señales que podemos aprovechar o
dejar pasar. Están por todos lados: en nuestra mente, fuera de ella, en
lo que pasa por delante de nosotros, lo que oímos accidentalmente, en
cada persona con la que hablamos. El mundo es un constante emisor de
pistas de todo tipo y color, sobre lo que hay que hacer y lo que hay que
evitar. Estar despierto y alerta a las señales, desarrollar esa visión
del mundo y asimilarla como concepto, puede ser una gran guía para
nuestras vidas.


Hay algunos tipos clásicos de señales sutiles, que si estamos atentos
podemos identificar con claridad:


a. Casualidades


Estoy pensando en una persona y justo me llama. Tuve un diálogo
sobre alguien que no veía hace mucho y, ¡oh casualidad!, me lo
crucé esa misma tarde. Decimos algo al mismo tiempo. Llaman por
teléfono equivocado y casualmente preguntan por el nombre del
personaje que estaba leyendo en mi libro. Me encuentro en un lugar
inesperado con un conocido de otro entorno. Pasan en la radio una
canción que refleja exactamente mi problemática actual.


Estas cosas, y otras mucho más sorprendentes, pasan todos los días,
a cada rato. Estamos tan habituados a ellas que a veces no las
notamos, o nos sirven como curiosidad o diversión un rato y luego
las olvidamos.


Sin embargo, esta enorme masa de "casualidades" que no tendrían por
qué existir a estos niveles, deberían configurar claros mensajes
del universo hacia nosotros. En lugar de reírnos debiéramos
preguntarnos ¿Por qué pasó esto? ¿Qué me está diciendo esta
coincidencia? ¿Que aprendizaje debo tomar de esto que sucedió? Y si
no lo entendemos, podemos anotar todos estos hechos en un diario,
seguramente en el futuro se revelará el porqué. Podemos intentar
interpretarlos como si de sueños se trataran. ¿Qué significaría en
un sueño cruzarme con x persona? Si hay una coincidencia con un
nombre, lugar o numero puedo preguntarme ¿Qué significa ese un
nombre, lugar o numero para mi?


Recomiendo especialmente la lectura de "La novena revelación" que
trata este tema de las coincidencias de una manera apasionante y
muy clarificadora.

b. Señales del Inconsciente

Nuestra mente inconsciente es la que más cerca está de la comunión
con el universo. Está embebida en él, percibe todo lo que la mente
conciente se pasa por alto. Todo mensaje que percibamos de ella,
es, indirectamente, una señal del universo.


La mente inconsciente nos habla de distintas formas: A través de
los sueños, cuyo valioso aporte no debiéramos ignorar. En la
meditación y los sueños concientes. En los presentimientos,
intuiciones, palpitaciones, ideas espontáneas.


Cuando tenemos la sensación de conocer a alguien, o a algún lugar…
Cuando una melodía "se nos pega" en la cabeza sin haberla escuchado
recientemente. En los actos fallidos, los errores de percepción,
hasta en los errores de tipeo. Todo tiene su por qué. Nuestro
inconsciente sabe mucho, y nosotros debemos saber entenderlo,
interpretarlo, y darle valor a todo lo que proviene de él.


Tenemos una voz interior, que es nuestro verdadero yo. La felicidad
no se siente con la mente conciente, sino con el inconsciente. Si
él no está satisfecho, nosotros no lo estaremos. Si no ha superado
un trauma, siempre estará allí recordándonoslo de distintas
maneras. Todo mensaje de nuestra voz interior merece ser respetado.




El problema es que a veces nos es difícil distinguir si un
pensamiento surgió de ella o de temores a niveles más
superficiales.


Una sensación matinal de "hoy no vayas a trabajar" puede ser un
presentimiento que te haga salvar de un accidente mortal. Pero
también puede ser una señal del cuerpo de que hoy no descansaste
bien y quieres seguir durmiendo, o el desgano de encontrarte con
una persona o tarea, o tal vez no sea sino una señal proveniente de
tu tánatos que sólo quiere molestarte y alejarte de tus metas.


El primer paso es notar que ahí hubo una señal de algún tipo. Es
segundo es detenerse en ella, recrearla, e intentar identificar su
verdadera fuente y significado.

c. Señales del cuerpo

Antes de desarrollarse una enfermedad, el cuerpo va emitiendo
señales de que algo anda mal en determinado sistema o zona. Hay que
estar lo más atento posible a estas cosas, para consultarlas con el
médico a tiempo, o, mejor aún, atacar a las causas antes de que
llegue a provocar problemas más serios. Cada parte del cuerpo
representa claramente y de forma evidente a algún aspecto de la
personalidad: La garganta a la comunicación, la vista y el oído a
la percepción, el sistema reproductivo al relacionamiento de
pareja, los pechos a la maternidad, el sistema digestivo a los
apegos materiales, la cabeza al intelecto, el corazón a los
sentimientos, etc. Nuestras vulnerabilidades en lo físico, también
nos revelan en qué aspecto de nuestra psique estamos necesitando
atención.


Dolores, malestares, hormigueos, irregularidades, rechazos,
picazones, ardores, temblores, tics, alergias… todas son señales.


La mayoría de las enfermedades son psicosomáticas. El cáncer por
ejemplo lo es en gran medida. Para evitar desarrollarlas, debemos
escuchar las señales del cuerpo, relacionarlas con nuestra
problemática y hacer todo lo posible tanto médicamente como
mentalmente por eliminar las causas a tiempo.


Pero más allá de nuestra salud, el cuerpo también nos transmite
otros mensajes. Podemos notar que en determinados lugares nos
sentimos mareados o con malestares, que ciertas situaciones nos
despiertan sensación de mariposas en el estómago, o nos
sensibilizan más que otras, que una persona nos despierta un
rechazo físico, o que "porque sí" de repente nos duele la cabeza o
nos zumban los oídos.


En realidad, a través del cuerpo, también nos está hablando nuestro
inconsciente.


Recomiendo la práctica de yoga, taichi, u otras técnicas
similares, para agilizar el diálogo con nuestro cuerpo, y favorecer
este proceso.




5. La energía


a. Introduciendo el concepto


La palabra energía tiene muchas acepciones. Hay varios tipos de
energía (calórica, lumínica, electromagnética, cinética, potencial)
que se comportan de maneras muy distintas y sin embargo se engloban
en la misma palabra. Quizás por ser "algo" y no ser "materia". Y en
el plano humano la palabra se utiliza para denominar muchísimas
cosas distintas, algunas de ellas equivocadas, o ambiguas. Así por
ejemplo se habla de equilibrar nuestros centros energéticos, poner
los dedos de determinada forma para dejar fluir la energía, tomar
una bebida o medicamento energizante, formar un campo de energía
positiva a nuestro alrededor, o conectarnos con la energía del
universo. Se menciona como energía vital al rasgo distintivo entre
la vida y la muerte, o se dice que el amor es la energía divina. La
palabra "energía" queda huérfana, no queda claro a qué se están
refiriendo, se mezclan las acepciones conduciendo a falacias y
errores de interpretación.


Por esto mismo, voy a intentar hacer una precisión sobre el tipo de
energía a la que voy a referirme a lo largo de todo este capítulo.
Y ésta es concretamente la energía mental humana. La misma no está
tipificada ni se puede medir por ahora como la luz o la
electricidad, pero seguramente en algún momento se encontrarán los
medios para hacerlo. Esta energía puede tener que ver con la
energía física, pero es importante distinguir que no es lo mismo.


La energía física está muy ligada a lo que comemos, el ejercicio
que realizamos, las vitaminas que tenemos en el cuerpo, nuestro
nivel de glóbulos rojos, etc. Cuando decimos "estoy sin energías
para hacer nada" o "voy a comer algo para reponer energías" nos
estamos refiriendo a ella.


La energía mental, en cambio, no está directamente relacionada a
estas cosas. Si bien hay un lógico ida y vuelta, perfectamente
podemos estar agotados físicamente pero muy cargados de esta
energía, o por el contrario estar en buen estado físico pero
carecer de ella.


Este tipo de energía se relaciona con lo que llamamos "buena onda",
con las emociones positivas, la creatividad, el amor, la alegría.


Nos sentimos bien anímicamente cuando estamos cargados de esta
energía, mientas que en la depresión se nos va casi por completo.
Es por eso que su conocimiento y manejo es tan importante para
nuestras vidas.


Está demostrado que un enfermo optimista, y que pone voluntad y su
mejor disposición en curarse, tiene más chances de mejorar que un
enfermo de su misma condición pero deprimido y desganado. Esa
diferencia es justamente la energía mental a la que me estoy
refiriendo.


Esta energía, también está íntimamente relacionada con la fe. Yo
creo que cuando alguien reza lo que está haciendo en realidad es
direccionar su energía hacia el fin deseado, canalizarla a través
del rezo.


Desde los tiempos más remotos la humanidad ha buscado simbolismos
para direccionar la energía. Religiones, supersticiones, hechizos y
pócimas mágicas. Lo que importa no es el medio elegido sino el fin
y la energía que realmente se ponga en eso.


Cuatro personas esperan una oferta de trabajo. Los cuatro se
capacitaron, hicieron esmeradamente su currículum y recorrieron
diario en mano toda la ciudad. Es decir, hicieron por igual todos
los pasos directamente conducentes para obtener su objetivo.


Pero además, el primero le rezó con pasión a Dios y le encendió
unas velas a San Cayetano. El segundo llevó a todas las entrevistas
su ropa y bolígrafo de de la suerte porque son sus cábalas en las
que confía. El tercero, que no creía en nada de esto, tenía una
gran confianza en si mismo y la seguridad interna de que lo
conseguiría si se lo proponía. Es cuarto, en cambio, llegó a su
casa y pasivamente se sentó a lamentarse que no creía que fuera a
conseguir nada.


Este cuarto hombre, por más que estuviera igual de capacitado que
los otros, seguramente no va a obtener el puesto. Su energía está
bajísima y no hizo nada para direccionarla a su objetivo. Está
desorientado, perdido, a la deriva.


Se está condenando en una profecía autorealizable, ya que directa o
indirectamente su actitud influirá en su contra. Los otros tres,
cada uno a su manera, están haciendo lo mismo. Direccionando su
energía hacia su fin. ¿Importa como lo hagan? Yo no creo que el
método haga la diferencia, aunque me gustaría estudiarlo
estadísticamente si se pudiera. Más bien creo que importa el nivel
de energía que maneja la persona, la intensidad de su deseo y de su
confianza en lo que hace.


Por eso me parece que cada uno puede elegir el camino que prefiera
para hacerlo. El que le haya dado resultado, el que le enseñaron de
pequeño, el que más le simpatice. Mientras no sea dañino, ridículo
o complicado, cualquier cosa sirve. Y sinceramente, pienso que
cuando menos símbolos se necesiten y más directa sea la conexión
entre nuestra energía y nuestro fin, menos "filtraciones" habrá en
el camino. Lo importante es hacerlo, y con la máxima concentración
y confianza posible. Creer en que podemos hacer más que lo
directamente evidente para conseguir lo que deseamos, y hacerlo sin
privaciones, al máximo de nuestro potencial.


b. La energía negativa – los malos deseos

Lamentablemente, también existe la contracara de esta energía, que
es objeto de la magia negra y del "mal de ojos". Esta es mucho más
delicada porque sus consecuencias pueden ser nefastas. Está atada
al instinto de muerte y a las peores lacras de la humanidad.


¿Quien no ha oído alguna vez de alguien que descuidadamente dijo a
otro "ojalá que te mueras" y al poco tiempo ocurrió?
Sobran las anécdotas de estudiantes que por un examen desearon que
se enfermen sus profesores y terminaron sintiéndose culpables
cuando aconteció de verdad, y con más fuerza de lo que esperaban.
De insultos en el tránsito que terminan en un accidente mortal para
el insultado a pocos metros. Nos han llegado oscuras versiones de
maleficios o maldiciones.


La energía negativa es una realidad de la que hay que alejarse
tanto como nos sea posible.


Y no basta con una cintita roja contra la envidia para estar a
salvo. El paso fundamental para eliminar la energía negativa de
nuestras vidas –o mantenerla alejada- es ser los primeros en
desalojarla de nuestra mente.


Habida cuenta de su existencia y realidad, no podemos desearle el
mal a nadie. Absolutamente ningún tipo de mal a ninguna persona. La
energía negativa se mueve y retroalimenta entre quienes le dan
cabida. Afecta al que la recibe, pero vuelve al que la emitió.


Y esto es claro como el agua: si se quiere ser feliz hay que dejar
de lado los odios y los rencores; la envidia, y los resentimientos.
En nuestro camino a la virtud tenemos que desalojar a todas las
emociones negativas.


Se trata de ser el primero en dejar de tirar piedras, y retirarse
del combate. Luego de un tiempo ya no recibirás ningún piedrazo.


Que la palabra ojalá siempre venga acompañada de pensamientos
positivos.
Los piedrazos de energía negativa a veces pueden ser dirigidos a
nosotros mismos. Por ejemplo esto es lo que ocurre cuando nos
insultamos, pensamos que no valemos nada, que no merecemos nada,
cuando nos tiramos abajo. Tenemos que tener cuidado con estos
instintos destructivos, y ser concientes de que su alcance puede
ser mucho mayor que el aparente.


Otra forma de energía negativa es la que proviene de las
experiencias dolorosas, noticias de tragedias, etc.


Una persona sensible, al ver en la televisión, escuchar en la radio
o leer sobre una noticia terrible, o al presenciar un accidente o
un acto delictivo, se carga de una energía negativa que percibe
como un gran dolor. A veces pueden darle náuseas o sentir un nudo
en el estómago. No puede proseguir con sus actividades normalmente,
ni recuperar su nivel de energía normal hasta no deshacerse de
alguna manera de esa fuerte impresión.


Milagrosamente, al "compartirlo" con un ser querido el dolor se
alivia. La persona siente como que se quitó un peso de encima, y ya
está en mejores condiciones para procesarlo y retomar su vida
normal. ¿Pero a qué precio? Ahora la persona con la que se
desahogó, se ha cargado de esa energía negativa. En cierta medida
la energía se trasladó al otro, y ahora este se quedará sintiéndose
igual de mal que el primero, y necesitará a su vez descargarse con
otra "víctima".


De este modo, la energía negativa circula, se potencia, perjudica
al mundo en general. Pues bien, es visible que la actitud positiva
ante estas situaciones sería -cuando nos llega- cortar la cadena.
Para lograrlo, tenemos que canalizar esa energía negativa por otros
medios, y no mediante el traspaso a otra persona.


Esos medios podrían incluir la descarga de energía física como
practicar un deporte, correr, o gritar, asociándolo mentalmente a
la descarga de la energía negativa que nos ha invadido. Llorar,
desde ya, o descargar nuestra furia por escrito, y luego quemar lo
que escribimos. Rezar con fervor por los damnificados directos del
hecho en cuestión, y luego cargarnos de energía positiva de las
formas que veremos en el próximo punto. De esta manera, lograremos
eliminar la energía negativa sin pasársela a otro. Seremos como un
cable a tierra que ponga fin a su poder.


Claro está que en determinadas situaciones que nos tocan muy de
cerca, el caudal de energía negativa que nos quitamos al compartir
lo sucedido puede ser notablemente mayor que el que percibe la
persona a quien se lo trasladamos. De este modo, aquel podrá con
mayor facilidad eliminarla. Y nos habrá hecho un gran favor.


En todo caso, tenemos que estar seguros de que la persona este
conciente de que va escuchar algo que le puede hacer daño, y no
obstante ello desee hacerlo para ayudarnos.


Sin ir a los extremos, podemos notar que este tipo de situaciones
en escalas domésticas se presentan a diario en nuestras vidas. Nos
indignamos por ejemplo por una situación del tránsito o por un mal
servicio público. Nos quedamos afectados por una película fuerte, o
por una anécdota que escuchamos. La decisión es nuestra: transmitir
o eliminar.


Por supuesto, si transmitimos la energía negativa a nuestro
entorno, esta volverá a nosotros. Como clave entonces podemos
recordar dos simples pasos:


1- Evitar todo medio de comunicación o persona que nos trasmita
energía negativa.(noticieros, películas violentas o muy tristes,
personas chismosas o morbosas)
2- Prestar atención antes de hablar y evitar todo tipo de
comentario que traslade nuestra energía negativa a los demás.
(anécdotas trágicas, críticas a terceros, pensamientos
pesimistas) Sólo decir cosas buenas, que transmitan energía y
optimismo. O informaciones importantes. O si no callar.


Eliminada la energía negativa de nuestras vidas, sólo nos queda
aumentar nuestra energía mental positiva, y aprender a utilizarla y
mantenerla.




c. Formas de conseguir la energía

Todos tenemos un nivel de energía de base, que se puede ver
sensiblemente aumentado en los momentos de euforia y felicidad. En
estos momentos nos sentimos llenos de ganas de hacer cosas buenas,
inspirados, con mucha capacidad para dar amor. Y cuando lo hacemos
la energía vuelve hacia nosotros multiplicada, porque los actos
positivos generan más energía positiva, y entramos en un círculo
virtuoso del que no desearíamos caer nunca.


¡Qué bueno sería poder mantener esos niveles de energía casi
permanentemente! Lo bueno es que los conocemos, a todos nos ha
pasado. Y cuando estamos sin ganas de hacer nada, o con la
autoestima por el suelo debiéramos evocar esos momentos, y
pretender, si no llegar a ellos, por lo menos acercarnos y tener un
nivel de energía de base cada vez mayor. Esto va a ser una ayuda el
día que estemos enfermos o pasando por malos momentos. Lo que
podamos aumentar nuestro nivel de energía en las buenas nos va a
servir de sustento cuando estemos en las malas.


Pero, ¿cómo se consigue la energía? Algunas formas son:


- Sintiendo amor. Tenemos en frente a un ser querido, y nos detenemos a
observarlo, a escuchar lo que dice, recordando cuanto lo queremos.
Potenciando el sentimiento al máximo que dé nuestro corazón, amando
activamente. No es necesario tener la persona al lado para hacerlo,
podemos mirar una foto, o tan sólo pensar en él o ella.
- Expresando el amor. Además de sentirlo para nuestros adentros. Decir
"te quiero" dar una caricia o un abrazo, escribir una carta, hablarle
al ser amado de sus virtudes y de lo orgullosos que estamos de ellos,
es una forma de potenciar nuestra energía, y también llenar de
energía a la persona amada.
- Admirando la belleza del paisaje, la naturaleza, una flor… cualquier
cosa. Potenciando el sentimiento de belleza y admiración, logrando
asombrarnos de lo cotidiano. Cuando vivenciamos la exaltación de la
belleza nos inunda la energía.
- Mirando el Cielo y las estrellas, e intentando concebir su infinitud y
nuestra pequeñez. Siendo concientes de la inmensidad del espacio y del
tiempo. Pensando en el milagro de nuestra existencia: de la nada a
algo, del big-bang a la Tierra, de la tierra a la vida, de la vida al
hombre, del hombre primitivo a lo que somos hoy, y a nuestra propia
existencia individual.
- Practicando tu arte, tu hobbie, deporte, o lo que más te guste. En
contacto con tu centro creativo y con tus mejores virtudes.
- Rezando: alabando a Dios, valorando y agradeciéndole intensamente por
tener la oportunidad de vivir esta vida, y por todo lo bueno que
tenemos.
- Meditando. Practicando diversos tipos de relajación y meditación
creativa.
- Escuchando música, ya sea de fondo o como actividad principal. Elegir
la música que nos llegue al corazón, y sentirla intensamente.
- A través de la comida. Ingiriendo alimentos livianos y puros como
frutas y hortalizas mientras masticamos lentamente disfrutando a plena
conciencia de su sabor y textura, y pensando en su origen noble.
Sintiendo como con cada bocado nuestra energía aumenta.
- A través del relax, de un baño de inmersión, una sesión de spa, o una
caminata bajo la brisa fresca. Dejando las preocupaciones de lado,
dándole bienestar al cuerpo y descanso a la mente.
- Durante el sueño. Mientras dormimos recargamos nuestra energía física.
Lo mismo podemos hacer con la mental si aprovechamos los sueños para
ello. Recordar un sueño hermoso nos hace despertarnos felices, con
ganas de empezar el día con todo, mejor que como nos fuimos a dormir.
- Recordando vívidamente los mejores momentos de nuestra vida.
Trayéndolos a la mente con todo su esplendor, como si los estuviéramos
viviendo de vuelta. Puede ser el nacimiento de nuestro primer hijo,
nuestro primer beso, nuestra boda, aquel regalo tan esperado de la
infancia… todo lo que nos haya hecho rebosar de felicidad. Traerlos al
presente nos devuelve la energía tan intensa de aquellos momentos
mágicos.





6. La dinámica interpersonal


Una vez que nos hemos llenado de energía mediante estas experiencias u
otras propias, nos mantenemos en este estado por un tiempo. Con
optimismo, iniciativa, "buena onda" y sintiéndonos bien desde adentro.
Pero el contacto con la realidad exterior, y especialmente el intercambio
con otras personas, nos pueden hacer caer en un minuto. Puede aparecer
alguien con exigencias, con críticas, con puntos de vista que nos
enervan, o con insultos, y sacarnos repentinamente de nuestra armonía
para enfrascarnos en una discusión o intercambio desgastante.


Para elevar nuestro nivel energético de base, tenemos que evitar a toda
costa este tipo de intercambios negativos. De este modo conservaremos
nuestra energía y ayudaremos a quienes nos rodean a aumentar y mantener
la suya.


a. El juego de la energía en el intercambio social


En cada encuentro entre dos o más personas, la energía de cada uno
puede sufrir distintos destinos: conservarse, aumentar, o caer. En
los intercambios positivos, en los que todos se interesan por los
aportes del otro, se dan aliento recíprocamente, buscan ideas en
equipo y priman el amor y la empatía, la energía se retroalimenta
positivamente, aumentando cada vez más.


En los intercambios negativos, muy por el contrario, las partes se
van enredando en una escalada de agresiones que arrasan con su
energía y terminan todos peor que al principio.


También se dan los intercambios de tipo "parasitarios" en los que
una parte se llena de energía a costa de otro, quien termina
debilitado. Esto se da por ejemplo cuando una persona se pone en el
rol de líder severo, y el otro lo obedece sumisamente, dejándose
manejar. El primero engrandece su sentimiento de poder, porque de
ese modo siente que se llena de energía, mientras que el segundo,
sin darse cuenta, está siendo víctima del "robo" de su energía.


Siempre que nos cruzamos con alguien, e intercambiamos unas
palabras, algo va a pasar con nuestra energía. Por suerte, lo que
en definitiva ocurra no es obra del azar sino de la actitud de las
personas involucradas. Afortunadamente, si somos una de ellas, está
bastante en nuestras manos lo que pueda suceder.


Las formas en que una persona le quita energía a otra son:


-Agrediéndolo verbal o físicamente
-Ignorándolo
-Burlándolo/ ridiculizándolo
-Discutiéndole
-Aburriéndolo con cosas que no le interesan
-Distrayéndolo de lo que quiere hacer
-Hablándole de temas negativos, morbosos, tristes o dolorosos
-Dándole órdenes
-Transmitiéndole visiones pesimistas
-Demostrándole desconfianza
-etc.


Las formas en que una persona le da energía a otra son:


-Demostrándole admiración /aprobación
-Manifestándole amor, empatía, cariño, comprensión
-Escuchándolo con atención e interés
-Dándole –si lo pide expresa o implícitamente- consejos respetuosos
y bienintencionados
-Transmitiéndole paz, confianza, optimismo
-Resaltando sus virtudes y alentándolo a desarrollarlas
-Encontrando temas de interés y proyectos en común
-Ayudándolo en lo que necesite
-Hablándole de temas positivos, alegres
-etc.


Podemos ahora imaginarnos que vemos la energía fluyendo entre las
personas, y observar un determinado intercambio. (En el que no
estemos involucrados, pera empezar, porque es más sencillo). Tratar
de entender lo que está sucediendo, desde el punto de la energía.
¿Quién está aportando comentarios positivos o buena energía a los
demás? ¿Quién está robándoles energía a los otros? ¿Quién se está
debilitando en su energía?


Podremos notar, por ejemplo, que el que sale debilitado de un
intercambio, seguramente procederá a ignorar, agredir, o de algún
modo quitarle energía al otro. Esto lo hace porque inconcientemente
siente que es su forma de recuperar la energía perdida.


En una discusión acalorada, claramente podremos ver que entran en
juego simultáneamente dos pugnas distintas. Por un lado el tema del
que se está discutiendo, que es el aparente sustento de la disputa.
Pero subyacentemente se encuentra en juego la competencia por la
energía, que es lo que las torna irracionales y fundamentalmente
emocionales. La energía va y vuelve entre las personas involucradas
como si se estuvieran haciendo pases con una pelota. El que la
pierde, necesita recuperarla, y para eso dice algo que hiere o
molesta al otro, y en ese momento la recupera parcialmente. El otro
hace lo mismo, y la desesperación por "salir ganando" hace que la
discusión se prolongue. En el camino la energía se va perdiendo, y
perdiendo, y en definitiva todos quedan desgastados, aún el que
tiene la última palabra


Nosotros desde afuera, podemos ir desarrollando la capacidad de
comprender el juego de la energía, e incorporarlo a nuestros
propios intercambios sociales, para lograr que sean fructíferos y
positivos. Para ello es fundamental asumir que la energía "robada"
de otras personas no sirve, no tiene valor alguno.


Debemos conseguir nuestra energía por los medios comentados
anteriormente "de su fuente original" y no de otras personas.


Tener en mente esta visión, y actuar en función de ella, surte sus
efectos independientemente de que este tipo de energía exista en la
realidad o sea sólo una abstracción de nuestras mentes. Es útil
porque nos ilustra fenómenos psicológicos e interpersonales de una
manera sencilla de comprender y asimilar.


Nos encontramos entonces ante una persona o grupo. Nos disponemos a
dar inicio a un intercambio. Todavía nadie dijo nada.


Lo primero que tenemos que hacer, es concentrarnos en nuestra
energía, sentirnos cargados, bien predispuestos, y con toda la
intención de mantenerla o aumentarla y lograr que los demás también
lo hagan.


Especialmente si sabemos que el encuentro va a significarnos un
desafío, porque hay alguna persona que generalmente nos hace perder
la paciencia, se va a tratar un tema álgido, o hay cualquier señal
que nos indica que debemos estar alertas para no perder energía. En
estos casos podemos recurrir a un imaginario "halo de protección".
Respiramos profundamente y al exhalar visualizamos a nuestro
alrededor una hermosa capa luminosa. Estamos protegidos por ella,
nada malo puede entrar o molestarnos, nada nos hará perder nuestra
energía, solo las cosas buenas atraviesan el halo.


Antes de entrar en el juego, nos ocupamos de dejar una parte de
nuestra conciencia "afuera" como un observador imparcial. El mismo
no escucha lo que se está diciendo, ni se involucra con el
contenido de los diálogos, sino que presta especial atención a lo
que ocurre con la energía.


El segundo paso es buscar lo positivo en nuestros interlocutores.
Centrarnos en sus virtudes. Maximizar el sentimiento de cariño que
tengamos hacia ellos y perdonar o comprender sus defectos.


Cuando estamos listos para largar, comenzamos el intercambio con
una sonrisa, y la mejor predisposición.


Y para eso, comenzamos por prestarle atención a lo que nos dicen.
Aunque aparentemente pueda no ser interesante, por algo estamos
charlando con esa persona y de ese tema. Algo importante tenemos
que sacar del diálogo. Aunque sea por algún costado inesperado, una
"pista" relacionada con nuestro camino tiene que surgir. Todo en el
universo está entrelazado, y si alguien nos está hablando de algo
que aparentemente no tiene sentido o relación con nuestra vida,
tenemos que indagar, e indagar, hasta sacar alguna conclusión que
nos aporte algo valioso. O tal vez seamos nosotros los que tengamos
algo importante que aportarle a la otra persona para su propia
búsqueda. La distracción o desinterés es una pésima actitud, pues
transforma el intercambio en una pérdida de tiempo y desperdicia
una oportunidad valiosa.


Además, nuestro interlocutor se irá cargando de energía positiva al
ver que nos interesamos en lo que nos cuenta, y esa energía volverá
a nosotros.


Muchas veces la otra persona necesita ser escuchada. Un error muy
común es no escuchar lo que el otro dice, sino querer hablar sobre
nuestros propios temas.


Entonces la primera persona cuenta una experiencia personal, y la
segunda lo relaciona con una experiencia similar que haya vivido.
La primera sigue hablando de lo suyo, y la segunda continúa
haciendo su paralelismo, ninguna con auténtico interés en lo que el
otro cuenta, sino cada uno centrado en expresarse, recordar o
aclarar sus pensamientos sobre un tema.


Cada frase empieza con "ah... yo también… "o "ah, no, yo no…" o MI
casa, MIS padres, MI novio…


Estos diálogos no sirven. En realidad son dos monólogos
intercalados.
La actitud correcta es escuchar lo que el otro está contando. Poner
verdadero interés. Intentar ayudarlo, olvidarnos de lo nuestro por
el momento. Estar atentos al aprendizaje o señal que podemos
obtener de lo que nos cuenta, y ayudarlo a lograr el suyo. Cuando
naturalmente concluya el diálogo, si el otro demuestra interés por
saber de nosotros, recién ahí comenzar el diálogo a la inversa. La
otra persona nos prestará más atención ahora, y se podrán sacar
conclusiones más valiosas.


El "observador imparcial" que desarrollamos nos deberá alertar
cuando alguien no está interesado en un diálogo, cuando alguien
tiene algo que decir, o cuando alguien se está sintiendo mal.
Debemos concentrarnos en no perderlo porque es nuestra guía.
Especialmente atentos a él debemos estar en el caso de que
entremos en una discusión.


Inevitablemente, aunque no nos guste, siempre habrá conflictos que
resolver. Lo importante es no involucrarse emocionalmente en las
discusiones. Posicionarnos bien afuera de lo que se está
discutiendo, y sólo centrarnos en los argumentos. A veces es
prioritario lograr que nuestro interlocutor calme sus impulsos y
dejar el tema para más adelante, cuando pueda discutirse
objetivamente y sin entrar en el perjudicial juego de la energía.
Idealmente, todo conflicto humano podría arreglarse fríamente con
consensos, negociaciones, intermediarios o mediadores. Los
intercambios negativos cargados de tensión podrían eliminarse, si
uno tuviera la suficiente autorregulación.


El problema es que la mayoría de las personas no tienen
desarrollada esta visión, y comenzarán a involucrarse
emocionalmente con el conflicto, a perder la racionalidad, y a
intentar quitarnos la energía con malas actitudes.


En esos momentos debemos guardar la calma, apelar a nuestro halo de
protección, y a nuestro observador imparcial. Tener bien en claro
lo que está sucediendo. Hacer todo lo posible para dominar nuestras
emociones y no perder los estribos. Si el otro necesita energía,
dársela, no desesperarnos por mantenerla. Total nosotros tenemos la
gran ventaja de saber como recuperarla después, de la fuente
original.


Pero si la situación se nos va de las manos y nuestro interlocutor
en lugar de calmarse entra en el juego de chuparnos la energía y
agredirnos cada vez más tenemos que ponerle el límite con firmeza.
Podemos ceder nuestra energía, confiando en recuperarla pero hasta
un límite razonable. Nuestra energía tiene valor, y vale la pena
defenderla. Siempre cuidando de no pasar nosotros a ser los
agresores o robar la energía del otro, porque sino habremos perdido
la batalla.


También, muchas veces, es necesario luchar por nuestro punto de
vista, por un interés específico, que sí o sí debe resolverse en el
momento. Tenemos intereses en pugna y un adversario sin una buena
autorregulación ni actitud conciliadora: un gran desafío. Para
afrontarlo con altura, y salir airosos de la confrontación debemos:


- Posicionarnos por encima del conflicto, sin dejarnos envolver
por las emociones.
- Visualizar el juego de la energía, y concentrarnos en no
perder la nuestra y en no quitársela al otro, intentando que
la recupere para enmarcar la discusión en su verdadera
dimensión.
- Identificar con precisión los puntos en pugna y tomarlos
aisladamente.
- Armarnos con el halo de protección para evitar que las
agresiones que recibamos nos afecten.
- Comprender que probablemente nos digan cosas que realmente no
sienten, sino que se motivan en las debilidades de
personalidad de nuestro interlocutor.
- Hacer todo lo posible para llevar a la otra persona al plano
de lo objetivo.
- Ponerse en su lugar, y comprender su punto de vista.
- Pedirle que se ponga en nuestro lugar y comprenda el nuestro.
- Abandonar el orgullo y el deseo de quedar con la última
palabra.
- Estar dispuestos a cambiar de idea y a dejarnos convencer por
la parte de razón del otro.
- Intentar conseguir una solución que satisfaga a ambos, usando
toda tu creatividad, y el pensamiento lateral.
- Promover una solución equilibrada, en la que cada parte
acepte ceder un poco.


Si logramos llevar todo esto a la práctica, veremos cómo
disminuirán los malos momentos y tomarán lugar en nuestras vidas
intercambios sociales mucho más positivos. Podremos solucionar los
conflictos de la mejor manera posible, y además descubriremos que
los verdaderos conflictos son muchos menos de los aparentes, que en
su mayoría no son sino enmascaradas luchas por la energía en las
que podemos evitar participar.


b. El amor de pareja


La relación romántica, por ser una de las formas de interacción
humana más pura e intensa, merece algunas consideraciones
especiales. En una pareja ideal, ambas personas aportan al
crecimiento de su energía. Cada uno se vuelca en amor hacia el
otro. Los dos se entregan incondicionalmente, y los dos saben
también recibir y agradecer. Se eliminan las competencias por la
energía, evitando así debilitarse mutuamente, y convirtiéndose en
un verdadero equipo para la vida.


El amor da energía. El que da amor, como vimos anteriormente, está
dándole energía al ser amado, pero al mismo tiempo está llenándose
de energía él mismo. Una buena pareja es un gran sustento para
sobrellevar los vaivenes de la vida, para caminar acompañados,
completos.


Sin embargo, en muchas parejas y pseudoparejas la realidad puede
ser muy diferente. A veces, más que una fuente de energía, es la
principal fuente de conflictos y competencias. Hay parejas que
viven quitándose energía el uno al otro en lugar de aumentarla.
Mediante los celos excesivos, las peleas y discusiones, el
ejercicio del poder sobre el otro, etc.


¿Y cómo se llega a esto?


Muchas veces cuando dos personas se atraen y comienzan una
relación, todo es hermoso entre ellos. La energía de ambos llega a
extremos increíbles cuando están juntos, sienten que tocan el cielo
con las manos, todo es euforia y excitación. Este es el
enamoramiento inicial.


Al principio, el contacto entre estas dos personas en realidad no
es tal, sino que es un contacto entre dos fantasías, entre dos
imágenes idealizadas que no se corresponden necesariamente con las
personas reales. Los niveles de energía alcanzados provienen
básicamente de la ruptura de las barreras entre ambas personas. De
ser completamente dos desconocidos, a acceder a un conocimiento
profundo del otro, tanto físico como de su personalidad, se van
derrumbando vertiginosamente las barreras hasta llegar a un
acercamiento fuerte. En este proceso hacia la intimidad, cada uno,
a través del otro, accede a la energía del universo de una forma
frontal, increíblemente pura.


Pero por irreal, esta forma de relacionamiento es limitada.
Al poco tiempo, la proyección se va evaporando, la intimidad ya se
consiguió, no hay más barreras que derribar y la energía deja de
venir de nuestro propio inconsciente. Llegado ese punto, y
acostumbrados a la fuerza de la energía que ambos generaban juntos,
cada uno comienza a pretender que dicha energía venga del otro, y a
sentirse frustrado si no la consigue. Ahí comienzan los reproches,
las peleas, y la lucha por la energía del otro. Muchas parejas se
rompen en este punto. Otras continúan pero mal encaminadas. Sólo
las que se fundan en el verdadero amor pueden lograr una transición
de la etapa del enamoramiento inicial hacia un amor real entre
personas reales, basado en el mutuo conocimiento y no en fantasías.


Para lograr este tipo de relación, hay que dejar de lado ciertos
conceptos muy publicitados y establecidos. Uno de ellos es el
cliché de la media naranja, de pensar que sólo hay una persona en
el mundo para cada cual.


Inconscientemente estamos preparados para creer que el amor
consiste simplemente en encontrar a la persona a quien amar, y que
cuando esta aparezca todo se dará naturalmente y de forma
fantástica. Las películas románticas, miles de frívolas canciones
de amor que escuchamos día a día, novelas, cuentos, y todo un
bagaje cultural contribuyen a esta expectativa.


El esperar al príncipe azul, o a la princesa encantada, es una
ilusión dañina que atenta contra la formación de una auténtica
pareja de amor.


Erich Fromm hace una ilustradora comparación con el aprendizaje de
un arte. Si una persona quiere aprender a pintar, y atribuye su
fracaso a no encontrar el pincel adecuado, poniendo todas sus
expectativas en que cuando lo consiga hará cuadros maravillosos,
lógicamente vivirá frustrado. Si en lugar de ello depositara sus
energías en aprender la técnica de la pintura, con el tiempo seguro
conseguiría algún pincel que se adapte a sus necesidades. El mismo
razonamiento aplicamos al esperar encontrar a la persona indicada
para formar pareja, y suponer que cuando esta llegue mágicamente
estaremos preparados para ser felices juntos por siempre.


Si aprendemos a amar, no será lo central encontrar el objeto para
nuestro amor. Desarrollaremos la capacidad de relacionarnos
positivamente con el sexo opuesto, y tendremos entonces la libertad
de elegir inteligentemente con quién deseamos compartir nuestra
vida.


La realidad es que hay en el mundo muchos hombres y muchas mujeres,
y que muchos de ellos podrían formar buenas parejas entre sí, si
estuvieran bien predispuestos y preparados para ello.


Desde ya, no diría que cualquiera podría ir bien con cualquiera.
Pasando por el aspecto químico de la atracción física, hasta los
distintos tipos de personalidad, costumbres, valores y proyectos,
determinadas personas podrían formar relaciones positivas solamente
con cierto subgrupo de potenciales compañeros.


Otro enemigo popular es el enunciado de que "el amor es ciego".
Abundan las historias al estilo de Romeo y Julieta, o aquellas en
las que los enamorados son de distintas clases sociales, o que por
diversas circunstancias son totalmente inconvenientes, pero sin
embargo "el amor es más fuerte" y supera las dificultades.
Lamentablemente para el romanticismo, estas situaciones son en
realidad reflejo de una debilidad humana.


No somos animales que sólo nos guiamos por las feromonas para
elegir a nuestra pareja. Tenemos una voluntad, una gran capacidad
de dominar nuestras emociones, y sentimientos, y dirigirlos hacia
donde nosotros queremos.


Amar es una elección, no es un sentimiento incontrolable. Y es una
elección que hacemos día a día. Por eso podemos prometernos amor
eterno, porque tenemos la capacidad de decidir sobre ello. Si el
amor fuera simplemente algo que viene o se va independientemente de
nuestra voluntad, dicha promesa carecería de sentido.


En conclusión, cuando estamos en la etapa de tomar decisiones en
cuanto a la formación de una pareja, debemos tener en cuenta los
siguientes factores:


-Tener en claro el objetivo.


Esto no es más que un caso particular de lo que hablábamos en los
primeros puntos de este trabajo. En lugar de avanzar sin rumbo,
tenemos que tener claras nuestras metas. ¿Queremos formar una
pareja o priorizamos en esta etapa de la vida otros elementos?
(Como la libertad para conocer el mundo, o desarrollar nuestro arte
o profesión) Y si la respuesta es que sí, queremos formar una
pareja ¿Qué tipo de pareja queremos?


Tenemos que tener presente la diferencia entra las parejas sexuales
y el amor, ya que muchas veces pueden confundirse. Es muy distinta
la actitud que debemos tener y los elementos a considerar según
estemos buscando una relación circunstancial o a la persona con
quien compartir la vida. Suele suceder que se termine compartiendo
la vida con una persona que en principio iba a ser una relación
circunstancial. Esto no es lo óptimo, pues pudieron no haberse
considerado aspectos importantes que deberían haberse tenido en
cuenta.


En la elección de la persona a quién amar, podemos considerar
cuestiones como la atracción física, intereses en común, tipo de
personalidad, visión sobre la vida en pareja y sobre la familia,
religión, clase socio-cultural, objetivos principales en la vida,
filosofía, etc.


No debemos caer en el error de esperar encontrar a la persona que
cumpla con todas las condiciones, pues estaremos depositando las
expectativas en la espera del objeto, seguramente inexistente. Pero
sí podemos definir internamente aquellos aspectos en los que
seremos más inflexibles, y aquellos en los que dejaremos más
libertad.


Así, entonces, no nos reducimos a la búsqueda de una persona única
e idealizada, sino que limitamos un conjunto de posibles personas
con las que consideramos que podríamos armar buenas parejas.


Tenemos que tomar muy en serio esta decisión, porque puede marcar
la diferencia en nuestras vidas. Pensando a largo término, y no
sólo en el hoy. Por ejemplo la belleza física es algo que por su
esencia con el tiempo se evapora, y no debiera por tanto tener
demasiado peso en nuestra escala. Una buena conversación, en
cambio, es algo que nos va a acompañar toda la vida. Cuando seamos
viejos será lo más importante.


Tampoco debemos desestimar restricciones por no pensar en el
futuro. Hay que proyectarse a uno mismo con los años, pensar en los
cambios que podremos sufrir con el tiempo, y con la llegada de los
hijos.




-Trabajar sobre los aspectos negativos de nuestra personalidad.


Una pareja es la unión de dos personas, y en consecuencia su
funcionamiento depende del carácter y disposición de ambas. Antes
de encarar una pareja, es conveniente tener resueltos determinados
aspectos individualmente. Uno fundamental es lograr el equilibrio
de la autoestima. Tanto la persona con baja autoestima, como
aquella con autoestima excesiva va a encontrar dificultades muchas
veces indisolubles a la hora de relacionarse sentimentalmente. La
primera, por considerarse indigna de amor; la segunda, por
considerar que nadie está a su altura como para merecer su amor.
Tener una personalidad equilibrada es el primer paso para tener una
pareja feliz. Si no podemos estar bien con nosotros mismos, menos
podremos estarlo con otra persona.








-Desarrollar la capacidad de amar.


No sólo a nuestra pareja sino de amar en general. Aprender a dar
sin esperar recibir a cambio. A ver la belleza de los seres
humanos, la mejor parte de cada uno. A sentir empatía por cada ser
que existe en este mundo. Amar a nuestros hermanos, padres, amigos,
familiares, vecinos, conocidos, a los niños, los animales y las
plantas. Amar a la humanidad y a la vida. Amar no sólo en nuestros
corazones como un mero sentimiento, sino amar activamente.
Identificándonos con el otro, rompiendo la barrera de nuestro yo y
aceptando que somos en esencia lo mismo.


Amar es dar energía, y no quitarla. Implica aprender a obtener la
energía de otras fuentes, y no a costa de las personas.


Recién cuando logremos sentir esa armonía con la humanidad en
general, estaremos en óptimas condiciones para ese tipo de amor
exclusivo que sólo se da en las parejas.

-Estar especialmente atentos a las señales.


En estos momentos de búsqueda de una pareja, las señales que
desarrollaba en el punto 4 son de primordial importancia.
Probablemente un sueño, un presentimiento, un acto fallido, o una
casualidad nos estén hablando sobre el camino a seguir para
encontrar el amor. Más que nunca, debemos escucharlas, seguirlas,
entregarnos a ellas, anotarlas, estar despiertos.


-Avanzar conjuntamente hacia el encuentro.


Los seres humanos también emiten señales en forma indirecta. Con el
lenguaje corporal, gestos, actitudes, o intangiblemente con su
energía. Saber percibir e interpretar dichas señales nos ayudará a
darnos cuenta cuando otras personas están interesadas en nosotros,
y de qué forma lo están. Dentro del subgrupo que definimos de
potenciales compañeros, un factor decisivo para elegir finalmente a
la persona debería ser el que ésta también nos considere atractivos
como para formar pareja.


Los enamoramientos platónicos o no correspondidos son profundamente
negativos. No tienen nada que ver con el amor, que supone una
interacción equitativa entre dos personas. Son un desperdicio de
energía que puede culminar en una gran frustración.


El verdadero amor se basa en el conocimiento del otro, en la
eliminación de las fronteras entre ambas identidades. Si nos
sentimos enamorados de una persona a la que casi no conocemos, algo
está fallando. Es evidente que estamos confundiendo el amor con
otros fenómenos relacionados como el deseo sexual, un desafío a
nuestra autoestima, o una atracción por la energía que sentimos
podríamos obtener del contacto con esa persona.


El mejor aplauso es el que suena cuando ambas manos se juntan en el
centro. Si falta una mano, no habrá aplauso por más energía que
ponga la primera. Si van a distintos ritmos, y se chocan lejos del
centro, sonarán ahogadas, apagadas, muy lejos de su máximo
potencial.


Por eso, la mejor manera de acercarse a la persona con la que
deseamos formar una pareja es desde lo humano. Estar mucho más
adelante que el otro en nuestro enamoramiento puede echar todo a
perder. Hacer una propuesta erótica a una persona que no tenía idea
de nuestro interés hacia ella puede ser un gran desatino. La
amistad, en cambio, la entrega desinteresada, el acercamiento
sincero hacia las necesidades e intereses del otro, pueden tener
mucha mejor acogida. Una vez que se logra el acercamiento humano,
el mutuo conocimiento paulatino, debemos cuidar de ir avanzando a
la par hacia la formación de una pareja. El primer beso debería
llegar en el momento en que ambos están seguros de que el otro
también lo desea intensamente.

-Saber aprovechar la energía extra inicial.


Cuando estamos en los inicios de una relación, y todo es energía,
tenemos que estar concientes de que estamos viviendo un regalo
excepcional, y que en determinado momento -cuando terminemos de
aunarnos con nuestra pareja- esa energía extra dejará de fluir
naturalmente. Así, cuando ese momento llegue, no tendremos que
seguir esperando que la energía surja de la persona, como si fuera
un objeto que nos la transmite. Debemos ser concientes de que la
energía extra del enamoramiento inicial es limitada en el tiempo, y
que tampoco es lo más importante del mundo. Lo más importante es la
relación afectiva intensa que podamos lograr con la otra persona,
para darnos energía y aliento mutuo por toda la vida, para estar
realmente acompañados en esta travesía.


Así las cosas, deberíamos aprovechar esta energía extraordinaria
para cimentar el verdadero amor. Para forjar en nuestras mentes la
intención firme de estar unidos toda la vida por el amor.


-Amar cada día más.


El amor no es algo que se termine de construir exitosamente un día,
y luego podamos distendernos y echarnos a dormir. Necesita
atenciones y cuidados permanentes. Todos los días elegimos amar,
perdonar, mejorar. Todos los días podemos entregarnos un poco más,
y hacer más fuerte la unión. Manejar nuestra energía para no
involucrarnos en las discusiones, para no deteriorar la relación de
amor.
Enamorarse es una actitud que merece la pena de ser ejercitada en
cada momento de la vida en pareja. Podemos intensificar nuestro
sentimiento de amor voluntariamente, mirando al ser amado con la
intención de vivenciar el amor, escribiendo cartas, poniéndonos lo
más posible en el lugar del otro, y sintiéndonos uno. Recordando su
historia, comprendiendo los orígenes de sus defectos, tratando de
ver el mundo desde sus ojos.


El amor de pareja, como todos los otros tipos de amor, debe
cuidarse como a una planta, regándolo de buenos momentos, acciones
y palabras que hagan sentir bien al otro, y la sincera actitud de
desear estar cada vez más enamorados.


c. El trato con los niños


Es sabido que la personalidad se moldea principalmente en los
primeros años de vida. Como padres o educadores, tenemos la
responsabilidad de guiar a nuestros niños en la formación de una
buena personalidad. Del mismo modo que planteaba en los primeros
puntos respecto de nosotros mismos, tenemos también que ayudarlos a
ellos a estar bien preparados para encarar la vida adulta.


-Darles energía:


Los niños, al igual que los adultos, necesitan energía para
sentirse bien.
Cuando son recién nacidos la obtienen de la madre, a través de la
lactancia, de su calor, de su latido. Luego la conciencia del
pequeño se va ampliando y también recibe energía de los demás
familiares, cuando le sonríen, cuando le prestan atención, cuando
le demuestran amor y aprobación.


Cuando se sienten sin energía, necesitan atraerla hacia sí, y para
ello pueden probar diferentes mecanismos, como el llanto, los
gritos, los caprichos, o más adelante las faltas de respeto.


Los niños así aprenden desde pequeños a obtener la energía a costa
del otro, quien se pone de mal humor, se irrita, o de alguna forma
se ve debilitado en su energía cuando esto sucede.


Este tipo de relacionamiento es dañino para ambas partes y
contribuye a forjar atributos negativos en la personalidad del
niño.


Por este motivo tenemos que ser concientes de lo importante que es
darles buena energía, de buena calidad, espontáneamente, sin que
tengan que "robárnosla". Jugar con ellos, prestarles atención.
Enseñarles, hablar, escucharlos. Es mucho más valioso de lo que
pueda parecer en el momento. Es algo que marcará su forma de
relacionamiento en el futuro.


Y además… ¿Existirá una forma más maravillosa y pura de cargarse
uno mismo de energía que dándole amor a un niño? Esto debemos
tenerlo presente cuando nos sentimos desganados como para encarar
alguna actividad juntos: "Las ganas vienen jugando".


Una vez que entremos en calor, nos iluminarán con su alegría, su
inocencia, su ternura, y podremos ver en sus ojitos como lo
valoran. Todo será maravilloso y nos preguntaremos por qué no lo
hicimos antes. Por qué no lo hacemos siempre.


Como la energía humana es limitada, y en el intercambio activo con
un niño la movilizamos muchísimo, es necesario que el adulto tenga
su tiempo para recargarla, es decir, para hacer cosas que le gustan
solo, con su pareja, o con otras personas, sin intervención de los
niños. Es importantísimo para todos que estos momentos de
tranquilidad existan porque, si no están, se genera un desgaste en
la relación entre el niño y el adulto que pone trabas al buen
funcionamiento de la energía entre ambos.


Si en cambio el adulto encara el intercambio con el niño en un
estado de paz, lleno de entusiasmo, ya teniendo resueltas sus demás
cuestiones y con la decisión de avocarse en un 100% a él, todo se
desarrollará hermosamente, para gran beneficio de los dos.


Es preferible compartir algo menos de tiempo, y de mejor calidad,
que vivir pegoteados como siameses, pero desganadamente.


Por esta razón, a medida que el niño va adquiriendo más
capacidades, podemos irles enseñando los modos de obtener él mismo
la energía de otros medios: jugando, haciendo manualidades,
leyendo, apreciando la belleza de las cosas, o de las mismas formas
que ya hemos visto que son aplicables a los adultos.


Así, cada uno por su parte, logrará un buen nivel de energía de
base, y al estar juntos podrán vivir hermosos momentos llenos de
sentido y de valor.


- Respetarlos:


Los niños son el futuro de la Tierra. Merecen muchísimo respeto,
amor, cuidados y atención.


No por ser más pequeños son menos humanos, menos importantes, menos
sensibles ni nada por el estilo. Al contrario, lo único que los
diferencia del adulto es su mayor debilidad y necesidad de
protección y guía.


Propongo entonces comparar nuestra actitud ante estas dos
situaciones hipotéticas:


1- Un invitado en una reunión en nuestra casa accidentalmente tira
al suelo un jarrón que adorábamos, partiéndolo en mil pedazos.
2- Es nuestro hijo de 5 años quien sin querer lo tira.

¿Reaccionaríamos de la misma forma? Pues bien, deberíamos hacerlo.
Si imaginamos que al invitado le diríamos "No se preocupe, fue un
accidente, a cualquiera puede pasarle", exactamente lo mismo
deberíamos decirle al niño. Sería muy injusto que lo castiguemos.
Pero lamentablemente la debilidad del adulto hace a veces abusar de
la debilidad del menor. Una reacción casi inmediata de descarga de
ira, es lo más probable de ver ante una situación así, sin importar
que el daño causado por el niño no haya sido intencional. La misma
ira que contendríamos por respeto, si hubiese sido nuestro invitado
adulto – quizás un desconocido- quien cometiera la torpeza. ¿Es que
por haber vivido más años aquel invitado merece más respeto que
nuestro hijo?


Pues más bien es al contrario, y por lo tanto hay que tener una
actitud muy despierta para que no caigamos en este tipo de errores.

Es bueno tener presente el tiempo en que nosotros éramos niños.
Recordar lo que sentíamos entonces. Así nos será más fácil valorar
lo que ellos valoran y conseguir tenerles un verdadero respeto. Si
un niño está llorando por algo que nos parece absolutamente
irrelevante, trasladémonos a nuestra infancia y recordemos aquellas
cosas que a los adultos les parecían irrelevantes y para nosotros
eran lo más importante del mundo.


Así podremos comprender su visión. Aquella visión en que lo más
pequeño se hace lo más gigante. Ponernos a su nivel, no subestimar
su angustia sus necesidades ni sus sentimientos.


Los pequeñitos viven todo con otra intensidad. Por lo tanto, su
lápiz naranja, o el vestido de su muñeca revisten la misma
importancia que para nosotros un contrato de trabajo, o nuestro
auto. En consecuencia, debemos darles la misma importancia. No
despreciar sus valoraciones sino asimilarlas en la medida de lo
posible.


Tenemos que saber ponernos en sus pies para comprenderlos, valorar
lo que valoran, ser justos con ellos, no generarles frustraciones,
respetarlos como a un par, y así contribuir a formarlos dándoles lo
mejor a nuestro alcance.


- Darles aliento:


Cada uno tiene el poder de dirigir su propia vida con el destino
deseado. Pero a qué nivel podamos desarrollar este control y hasta
donde lleguen nuestras expectativas depende en gran medida del
aliento que hayamos recibido cuando éramos pequeños. Lo que los
adultos dicen y repiten constantemente respecto del uno, luego se
transforma en una voz interna. Quien está acostumbrado a oír "no
eres capaz de hacer eso, ¿no ves que no sabes nada?" o cosas por el
estilo, lo mismo se dirá a sí mismo al crecer, y esto lo
predispondrá al fracaso, o requerirá de mayores esfuerzos para ser
feliz.


Por ello, todos los mensajes que emitamos sobre nuestra confianza
en las capacidades de nuestros niños tienen que ser positivos.
Tenemos que convencernos primero nosotros, para después
transmitírselos, de que ellos son capaces de todo lo que se
propongan.


Si un día nos dicen que quieren ser campeones olímpicos, ganar un
oscar o un premio Novel, nada de decirles "eso es casi imposible,
muy pocos lo logran" o de tirarlos abajo destruyendo sus ilusiones.
Si alguien puede serlo, ¿por qué no ellos?


No debemos ser nosotros quienes les pongamos las limitaciones a sus
sueños. Si no hay más remedio eventualmente se las pondrá el mundo,
pero no nos adelantemos. En lugar de eso debemos estar allí,
acompañándolos, ayudándolos a lograr sus metas, y no cortándoles
las alas con una visión pesimista, por más que a nosotros nos
parezca realista. Con esfuerzo, persistencia y decisión, cualquier
cosa es posible. Más aún cuando se empieza de pequeño. Sería muy
positivo asimilar este concepto, e inculcárselo a nuestros niños.


Debemos cuidarnos -en el otro extremo- de no poner demasiadas
expectativas en ellos. De no esperar más de lo que pueden dar. La
presión es muy negativa, hace que el niño se inhiba y se sienta mal
consigo mismo si no alcanza a cumplir con lo que siente que se
espera de él. Estos sentimientos se traducen en frustraciones y en
daños irrecuperables para su autoestima.


En consecuencia, debemos premiar los esfuerzos más que los logros.
De este modo el niño, luego de un fracaso, se seguirá sintiendo
estimulado para intentarlo una próxima vez. Incluso si ellos se
sienten frustrados, nuestro papel consiste en levantarles el ánimo,
y felicitarlos por haberlo intentado, que es lo que importa.


Al fin y al cabo triunfar o fracasar muchas veces depende más de
hechos incontrolables para el pequeño que de su esfuerzo. Lo que
realmente cuenta es la intención y convicción, no los resultados.


- Cuando hay que retarlos:


Llegados los inevitables momentos en que se encaprichan,
desobedecen, realizan actos peligrosos o destructivos, nos
desafían… en fin, se portan mal, debemos ser muy cautelosos y
autorregulados para no caer en errores que repercutan negativamente
en el niño.


Es fundamental que no nos dejemos llevar por la ira. Es muy
primitivo y deplorable recuperar la energía que perdemos a costa
del pequeño. Gritarles, descargarnos, enojarnos… es muy bajo.


Nuestras emociones negativas deben ser reprimidas y controladas más
que nunca en este tipo de intercambio. Para ello, tenemos que tener
muy claro que nuestra meta es educarlos, y sólo esa es la función
del reto. El reto debe ser medido y pensado para ayudarlos a
corregir el problema o defecto de personalidad que hay detrás de
cada conflicto. Nuestras emociones nada tienen que ver con esto.


No podemos enojarnos desde adentro. Tampoco podemos permitir que
nuestro estado de ánimo afecte en como castiguemos al pequeño.


Es cierto que ellos saben buscar el punto en que nos logren poner
nerviosos, pero no hay que permitírselos. Podemos "simular" enojo,
pero no sentirlo realmente. El enojo real, ocasionado naturalmente
por la extracción de energía que nos causan sus malos actos, debe
ser apartado. La energía luego la recuperaremos por otros medios, o
idealmente juntos cuando hagamos las paces seguros de que han
avanzado hacia la virtud.


Puede no ser fácil, pero nuestro mejor aliado es el gran amor que
sentimos por ellos. Podemos respirar hondo, o incluso contar hasta
diez, cargándonos de amor y energía para encarar el regaño
positivamente.


Una vez que nos sentimos en pleno control, nos dirigimos a ellos
con firmeza, pero a la vez con cautela. Cautela de no faltarles el
respeto, y de no decirles cosas que le causen daño a futuro.


Nuestro sermón debe estar bien acotado. Si les decimos
generalidades como "Haces siempre todo mal" o "Eres un desastre"
"Nunca obedeces a lo que te decimos" eso es lo que les quedará en
la cabeza. Nada les aportará para mejorar o siquiera comprender el
problema. Esas frases se irán grabando en su inconsciente y
generándoles una visión pesimista. Cuando el mejor regalo que les
podemos dar, es ayudarles a tener una actitud optimista ante la
vida.


Por eso, este tipo de frases tratemos de evitarlas a toda costa. En
lugar de ellas podemos utilizar frases mucho más específicas del
problema en cuestión.
Para aprender, e incluso modificar rutinas cerebrales, ellos deben
entender por qué los estamos retando, cual es la causa por la que
en definitiva fue dañina su actitud.


Es importante que separemos el problema de la persona. Que no
seamos nosotros contra ellos, sino nosotros y ellos contra el
problema. Por decir un ejemplo, si el problema son las faltas de
respeto, en lugar de recriminarlos por irrespetuosos, afianzando la
idea de que es un atributo ya inherente a ellos, podemos plantearlo
como algo externo a su personalidad y decirles: "Eres un niño muy
bueno, y tienes muchas cualidades. Las faltas de respeto son algo
muy feo, que dañan a los que te rodean, y hacen que sea menos
deseable estar contigo. Te perjudican a ti, y a todos los que
quieres. No permitas que ellas se apoderen de ti, tienes que
dominarlas. Es fácil, y tú eres más fuerte. Si lo logras, todos
estaremos más felices contigo. Sabemos que si te lo propones
seriamente lograrás dominarlas"


Lo mismo es aplicable a cualquier otro problema o situación. El
manejo de nuestras palabras puede contribuir a reafirmar sus
defectos, o a eliminarlos o aminorarlos, si los manejamos como
ajenos a su esencia.


Por supuesto, luego de pasado el mal momento, cuando notamos que
está haciendo sus esfuerzos por "atacar al enemigo común" no está
de más felicitarlos, premiarlos, y acompañarlos en el proceso.


Un castigo productivo sería mandarlos a su cuarto a pensar sobre lo
que han hecho. Dicen que el tiempo adecuado es un minuto por año de
vida (6 minutos para un chico de 6 años) La consigna es que
reflexionen sobre por qué estuvo mal lo que hicieron, a qué defecto
o problema más general responde, qué deben hacer para repararlo, y
tomen la determinación de no hacerlo más (y si es aplicable piensen
en formas para lograrlo).


Luego de pasados los minutos, podemos conversar con ellos sobre qué
han pensado, orientarlos, ayudarlos a encontrar las respuestas,
perdonarnos, y así recuperar la amistad y la energía perdida.


De este modo, gracias al error habremos sacado una moraleja, y
aportado a su crecimiento.


Por otra parte, es muy efectivo mostrarles nuestros sentimientos.
Eso los sensibiliza y los hace cambiar de papel automáticamente.
Por ejemplo si se portan mal en público a pesar de nuestras
insistencias, y les decimos en privado "Me estás haciendo sentir
avergonzada ante la gente, me pone mal tu actitud, por favor no me
hagas ese daño" Lo más probable es que les inunde un sentimiento
de responsabilidad y empatía, y no quieran proseguir con su
actitud.


Ellos también nos aman, y lo que menos desean es causarnos el mal.
Por eso si en lugar de enojarnos los hacemos partícipes de lo que
sentimos, podremos llegar a su corazón ubicándonos, como debe ser
siempre, del mismo lado.








7. Depositar nuestra atención en la acción presente.


Una generalidad presente en muchos de los conceptos que hasta aquí
comentaba, es que presuponen tener nuestra atención depositada en lo que
estamos haciendo. Y más que una atención común, una especie de "súper-
atención" que se mantenga por encima de nuestras emociones y guíe
nuestros actos.


Cuando estamos atentos a las señales, cuando nos posicionamos fuera de un
diálogo para centrarnos en el fluir de la energía, o cuando contenemos
nuestro enojo para castigar positivamente y con las palabras justas a
nuestro hijo, estamos apelando a un sector especial de nuestra
conciencia. El mismo se encuentra muchas veces dormido, y el desafío es
irlo despertando cada vez más.


Para ello, podemos comenzar por controlar que nuestra atención se centre,
la mayor parte posible del tiempo, en lo que estamos haciendo, y no en
otra cosa.


Por ejemplo, cuando estamos haciendo gimnasia, podemos estar concentrados
en el ejercicio, o podemos "estar en las nubes". Lo mismo cuando comemos,
cuando trabajamos, cuando conversamos con alguien. La atención
frecuentemente tiende a dispersarse, y en definitiva no estamos viviendo
a pleno el momento presente.


Por eso propongo el ejercicio de intentar constantemente centrarnos en la
acción presente:


- Si estamos comiendo… disfrutemos el sabor de la comida, y
valoremos el poder acceder a ella.

- Si nos encontramos en la intimidad de un momento en pareja…
que nunca nuestra mente se vaya… que acompañe cada segundo y
le de el valor que se merece.

- Si estamos jugando con nuestros niños… ¡Juguemos! Y no
pensemos en otros temas mientras tanto.

- Si alguien nos está hablando… Escuchémoslo. Distraernos es
una falta de respeto hacia el otro, y también hacia nosotros
mismos

- Mientras trabajamos… no pensemos en ninguna otra cosa.
Nuestro rendimiento será muchísimo mejor.


Así, podremos vivir una vida mucho más plena, donde cada momento tenga
sentido y valor. Donde las maravillas diarias sean valoradas mientras
suceden, y no después, cuando ya no están.


De a poco, si cada vez que notamos que nuestra escurridiza mente se
empieza a escapar le decimos "¡Basta! ¡Vuelve aquí que estoy haciendo
otra cosa!" se irá forjando como una costumbre y lograremos mantener por
más tiempo despierta a esa conciencia superior.


Pero para ello, debemos tener momentos especiales para pensar. La mente
se suele distraer porque siempre andamos cambiando de una actividad a
otra, entonces no nos queda alternativa que pensar en nuestras cosas
"mientras tanto".


Podemos tomarnos durante el día pausas exclusivas para la actividad de
pensar (imaginar. fantasear, reflexionar, planificar, recordar)
depositando toda nuestra atención en ello.


Y además podemos hacerlo en momentos propicios como:


- Antes de dormir (Si sabemos ponerle punto final llegado el momento para
no desembocar en el insomnio)
- Antes de levantarnos
- Mientras caminamos o andamos en bicicleta
- Mientras nos trasladamos en un medio de transporte que no conducimos
- Mientras nos bañamos


Por supuesto que una chispa de inspiración o creatividad puede aparecer
en cualquier momento y no debemos reprimirla. Pero, si nos encontramos en
medio de otra actividad, simplemente podemos decirnos "¡Que buena idea!
La voy a retener para trabajarla cuando sea el momento adecuado". Y así
hacerlo.




8. Concientizar la realidad de la muerte

Por último, quisiera hacer una observación que lleva más allá nuestra
conciencia del valor de la vida y sus momentos, y es la aparente
obviedad, pero muy poco asimilada, de que algún día vamos a morir.
Nosotros, y todos los que nos rodean.


Mucha gente hace aprendizajes increíbles cuando se encuentran al filo de
la muerte, o ante el fallecimiento de un ser querido.


¿Por qué no podemos hacerlos antes? ¿Acaso no alcanza con tener
conciencia de esa realidad?


Uno se preocupa de tratar en forma especial a aquellas personas que están
enfermas, o que son muy mayores, porque pensamos que puede ser la última
vez que los veamos. ¿Pero es que los accidentes o las enfermedades
súbitas no existen?


La cruda realidad es que cualquiera puede morir. En cualquier momento.


Actuar en consecuencia nos lleva a darles muchísimo amor a las personas
que nos rodean. Si supiéramos que en pocos días van a morir, no
discutiríamos por nimiedades, y les dedicaríamos nuestro tiempo y
atención. Les diríamos todas las cosas lindas que sentimos por ellos, y
se las demostraríamos con hechos.


La idea es actuar así. Pensando que a cada persona que vemos, la podemos
estar viendo por última vez. Y pensando que quizás este pueda ser nuestro
último día.
Lo más maravilloso de actuar así, no es que cuando alguien muera no
tendremos nada pendiente que recriminarnos o lamentar.


Lo más maravilloso es que -aunque esto nunca sucediera- habremos vivido
una vida más intensa, llena de conciencia, y de sentido.


































































Escrito por: Mariana Vernieri – Octubre 2004
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