Viu, Antonia. Culturas lectoras, recortes y colaboración en las revistas culturales Repertorio Americano y Babel. Revista de Humanidades 35 (enero-Junio 2017): 159-186

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Descripción

ENERO-JUNIO 2017

Revista de Humanidades (Rev. humanid.), fundada en 1993, es una publicación semestral del Departamento de Humanidades de la Universidad Andrés Bello. Su objetivo es abrir un espacio para la reflexión crítica y el diálogo interdisciplinario en el ámbito de las humanidades. La revista publica fundamentalmente artículos originales que resultan de investigaciones académicas en el ámbito de la literatura y lingüística, filosofía e historia, así como trabajos que se ocupen de dos o más de estas disciplinas. Está dirigida a investigadores, académicos, estudiantes y lectores en general. Revista de Humanidades se encuentra aceptada en las bases de datos CLASE (Citas Latinoamericanas en Ciencias Sociales y Humanidades) y Latindex Directorio e indizada en Redalyc y SCOPUS.

Revista de Humanidades Revista de Humanidades ISSN: 07170491 Universidad Andrés Bello Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales Departamento de Humanidades Sazié 2325, Santiago de Chile CHILE C.P.: 7591538 Teléfono: (56-2) 26618061 Email: [email protected] http://revistahumanidades.unab.cl Canjes: Pamela Navea Encargada Publicaciones Periódicas Dirección de Bibliotecas Fono: (56-2) 6615774 Email: [email protected] Diagramación y diseño: Alejandra Norambuena

Revista de Humanidades

Directora: Stefanie Massmann Editor: Luis Valenzuela Consejo de Redacción: Iván de los Ríos, María José Correa, Andrea Kottow

Comité Científico Asesor: Emilio Hidalgo Serna Technische Universität Braunschweig, Braunschweig, Alemania

Rodrigo Cánovas Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, Chile

Ciro Mesa Moreno Universidad de La Laguna, La Laguna, Tenerife, España

Guillermo Soto Universidad de Chile, Santiago, Chile

César Hernández Alonso Universidad de Valladolid, Valladolid, España

Bernardo Guerrero Universidad Arturo Prat, Iquique, Chile

Jorge Pinto Rodríguez Universidad de La Frontera, Temuco, Chile

Inés Herrera Canales Instituto Nacional de Antropología e Historia, México D.F.

Francisca Noguerol Universidad de Salamanca, Salamanca, España

Asistente de edición: Natalia Díaz

Revista de Humanidades Nº35 (ENERO-JUNIO 2017) ISSN: 07170491

ÍNDICE

ARTÍCULOS · DOSSIER Introducción Dossier Culturas Lectoras en América Latina Siglos XX y XXI Antonia Viu / Claudia Darrigrnadi (Editoras) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Cacerolazos y bibliotecas: lectura, solidaridad y espacio público después de la crisis Argentina de 2001-2002 Cacerolazos and Bibliotecas: Reading, Solidarity and Public Space after the 2001-2002 Argentine Crisis Marcy Schwartz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 ¿Cómo leemos un texto hipertextual?: una exploración de la lectura de literatura digital How do we Read a Hypertextual Text?: an Exploration about Reading Digital Literature Carolina Gainza / Paloma Domínguez Jeria. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43 La formación de lectores en Colombia: de los profesores republicanos a los obreros como lectores intensivos (1930-1970) The Formation of Readers in Colombia: from Republican Teachers to Workers as Intensive Readers (1930-1970) Diana Paola Guzmán. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75 Lectores imaginados por las revistas infantiles: Chanchito Revista Semanal Ilustrada para Niños y Mamita Revista Semanal de Cuentos Infantiles Imagined Readers in Children’s Magazines: Chanchito Revista Semanal Ilustrada para Niños and Mamita Revista Semanal de Cuentos Infantiles Cielo Erika Ospina Canencio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103 Lectura, proletariado y pobreza en Los hombres oscuros (1939) de Nicomedes Guzmán Reading, Working Class and Poverty in Nicomedes Guzmán’s Los Hombres Oscuros (1939) Claudia Darrigrandi. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137 Culturas lectoras, recortes y colaboración en las revistas culturales Repertorio Americano y Babel Reading Cultures, Clipping and Collaboration in Repertorio Americano and Babel Cultural Magazines Antonia Viu. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159

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ARTÍCULOS · MISCELÁNEOS La constitución de subjetividades políticas en tiempos “post-estatales”: un contrapunto entre Agamben, Negri y Laclau The Making of Political Identities in “Post-Statality”: A Discussion between Agamben, Negri and Laclau Gustavo Patricio Guille . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187 El Frente Popular y su configuración identitaria en la escena cultural The Popular Front and its Identity Shaping in the Cultural Scene Bárbara Silva A.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211 Respecto de la noción de frontera: pensar contra la naturalización de las identidades About the Notion of Border: Thinking against the Naturalization of the Identities Alejandro Bilbao. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241 Huellas posmodernas en La ciudad anterior de Gonzalo Contreras Postmodern Traces in La Ciudad Anterior by Gonzalo Contreras José Rivera Soto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267 La imagen del niño en el umbral de la modernidad: tres figuras infantiles en la pintura de Cosme San Martín The Childhood at the Threshold of Modernity: Three Infant Figures in Cosme San Martin Paintings María Elena Muñoz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 293 El servicio social industrial en Chile: los deslindes del campo de saber sobre el “control extensivo”, 1920-1950 The Industrial Social Service in Chile: The Bounds of Field of Knowledge of “Extensive Control”, 1920-1950 Cristina Moyano Barahona / Javier Rivas Rodríguez. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 317 DOCUMENTOS He resuelto autorizar el mencionado documento dotal que asegure a mi esposa de cuales quiera resultas que prometen las vicisitudes de los tiempos… Aproximaciones a la carta dotal de María Bárbara Mayo de Errázuriz (Cádiz, 1811) Solène Bergot. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 345 RESEÑAS Margen, espejo. Poesía chilena y marginalidad social (1983-2009) Magda Sepúlveda Eriz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 365 Revistas culturales y literarias chilenas de 1900 a 1920: legitimadoras del campo literario nacional Jaime Galgani Muñoz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 371 Información a los autores. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 377

ARTÍCULOS • DOSSIER •

Revista de Humanidades Nº35 (ENERO-JUNIO 2017): 11-14 ISSN: 07170491

I n t r o d u cc i ó n D o s s i e r C u lt u r a s L e c t o r a s e n A m é r i c a L at i n a S i g l o s X X y X X I

Antonia Viu Claudia Darrigrnadi Editoras

Los estudios acerca de la lectura y de los lectores en Latinoamérica se han centrado especialmente en el siglo XIX y en las primeras décadas del XX. Las perspectivas que han predominado ven la lectura en relación a la aparición de nuevas formas de autoría, es decir, a cómo se autoriza la escritura y a las maneras de leer que esto posibilita, a ciertas prácticas de sociabilidad, a la expansión y diversificación del mercado editorial, los procesos de alfabetización y, en consecuencia, a la ampliación de públicos lectores y comunidades de lectores específicas. Del mismo modo, se ha situado el foco en prácticas lectoras, instalando categorías que hoy son base de los estudios que predominan en el campo: lectura silenciosa, lectura intensiva, lectura como un acto íntimo o privado, etc. Desde la literatura, se ha destacado la importancia de las escenas de lectura como estrategia de figuración autorial, las formas en que se construye la lectura femenina desde espacios concretos y desde las convenciones de géneros masivos como la novela de costumbres o la novela sentimental. Los trabajos de Susana Zanetti, Juan Poblete, Silvia Molloy, Graciela Batticuore, Beatriz Sarlo, Nora Catelli, Bernardo Subercaseaux o, más recientemente, Néstor García Canclini, son solo algunos de los que desde distintas miradas han contribuido a configurar este campo de estudio en Latinoamérica.

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En este dossier hemos querido poner el acento en la lectura durante el siglo XX y XXI, y centrarnos en lo que hemos llamado culturas lectoras en Latinoamérica, para abordar la lectura en un sentido amplio y subrayando las tecnologías que la posibilitan en un momento dado como un aspecto central de las prácticas que rodean el acto de leer en contextos específicos. Una cultura lectora, en el sentido que aquí se propone, permite considerar la lectura como un fenómeno complejo y multidimensional que involucra instituciones y marcos reguladores; prácticas vehiculizadas por tecnologías específicas, que se realizan desde corporalidades situadas políticamente (Littau 2008) y desde regímenes sensoriales concretos; y, también, soportes materiales y modos de circulación específicos. Los procesos de alfabetización masivos del siglo XX van de la mano de la enseñanza primaria y secundaria, entre otras instituciones que regulan la educación, ya que son estas las que dan los lineamientos sobre cómo se debe leer, qué es lo que conviene leer, los beneficios que la lectura entrega y quiénes pueden leer. Como muestran algunos de los artículos incluidos aquí, los niños y los trabajadores se vuelven objeto de campañas de alfabetización porque para las elites es la única forma de integrarlos a las sociedades modernas y que dejen de ser una amenaza para el orden social. En este mismo sentido, serán cuerpos en disputa y serán interpelados desde distintos sectores de la sociedad por medio de nuevas publicaciones y secciones especialmente dirigidas a ellos, a partir de los modelos que se busca reproducir. Junto con reconocer la importancia de estos procesos, nos interesa expandir las definiciones de la lectura para dar cuenta de formas intermedias de alfabetización que descansan en la imagen tanto como en los textos, definiciones en las que leer es sinónimo de interpretar, pero también aquellas en que la lectura se significa desde las emociones y en la que emerge un pathos específico. Es decir, nos interesa poner el foco en culturas lectoras que se plantean la experiencia de la lectura ya sea desafiando esta actividad como un ejercicio exclusivamente de carácter cognitivo o proponiendo otras formas de entender el acto de leer. Del mismo modo, proponemos la lectura como una actividad que se puede

Antonia Viu, Claudia Darrigrnadi (Editoras) · INTRODUCCIÓN DOSSIER  ·  13

entender desde la experiencia misma y no necesariamente como el medio para conseguir otros fines. Es así que, si por un lado, la práctica de la lectura responde a ciertas pedagogías, en las que es posible un aprendizaje, por otro, también es posible entenderla fuera de ese marco. Pensamos en las transformaciones y aperturas que implica la persistencia de la lectura a lo largo de este último siglo: lecturas públicas que se realizan en espacios no convencionales, en la calle, en los muros, en el diario que envuelve la compra de la feria: lecturas que producen un sujeto urbano moderno que progresivamente abandona la interacción oral y que podrá orientarse silenciosa y solitariamente en la ciudad mirando señales y carteles (Henkin 1998), pero también lecturas urbanas que, por el contrario, congregan y agrupan en pos de intereses comunes. Así, en el último siglo vemos más que una revolución de la lectura, formas de leer en permanente tensión y coexistencia. Se trata de un espacio de paradojas en el que encontramos literaturas digitales que se siguen leyendo desde las convenciones impuestas por los géneros de la literatura impresa, pero también otros modos de leer que han transformado y seguirán transformando subjetividades y que muestran las temporalidades de lo contemporáneo. La lectura como práctica que se despliega en el tiempo recorre estos trabajos, no solo cuando se habla del acto sucesivo de leer un texto, sino en aquellas lecturas que buscan preservarse en el tiempo, pero que conviven con otras que son estrictamente contingentes. También se hacen presentes lecturas que señalan otras temporalidades en la medida que abstraen al lector de los tiempos de la cotidianidad de su entorno. Marcan, así, para el que lee, otro ritmo en su habitar. Asimismo, no es posible descartar, las lecturas inminentes, aquellas que definen otras velocidades de interacción, que irrumpen en el espacio doméstico con notificaciones, anuncios o cobros, que se desplieguen en soportes efímeros y precarios que se transforman en desechos. Este tipo de lectura hoy, también se presenta por medio de plataformas tecnológicas de última generación. En consecuencia, se hacen presente culturas lectoras en las que la relación tiempo y lectura cobra otras dimensiones.

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Desde las materialidades de la lectura, en tanto, en los libros, las revistas, los diarios y cualquier otro tipo de impreso, igualmente en las superficies de las plataformas digitales, advertimos siempre la posibilidad de subvertir un uso original, que la lectura devenga otras cosas. Como demuestran los artículos presentados en este dossier, los libros y los impresos pueden servir como protección contra el frío de un muro, pueden ser una manera de articular comunidades en el contexto de una crisis económica o pueden copiarse como una forma de democratizar la cultura. Por otra parte, internet y las redes sociales no necesariamente implican el fin de ciertas formas de leer sino que pueden funcionar como formas de expandir y redefinir la lectura, incluso la literaria.

Revista de Humanidades Nº35 (ENERO-JUNIO 2017): 15-42 ISSN: 07170491

CACEROLAZOS Y BIBLIOTECAS: LECTURA, SOLIDARIDAD Y ESPACIO PÚBLICO DESPUÉS DE LA CRISIS ARGENTINA DE 2001-2002 C A C E R OLA Z OS AND B I B LIOTE C AS : R EADING , SOLIDA R ITY AND P U B LI C S PA C E A F TE R T H E 2 0 0 1 - 2 0 0 2 A R GENTINE C R ISIS

Marcy Schwartz Rutgers University Department of Spanish and Portuguese 15 Seminary Place New Brunswick, NJ 08901 USA [email protected]

Resumen Este artículo revela el rol de la lectura en el espacio público urbano como uno de los factores clave en la respuesta a una crisis económica y política. Después del colapso económico y político de Argentina en 2001-2002, la lectura se convirtió en una herramienta importante para las asambleas barriales que, además de cacerolazos, organizaron una economía solidaria que auspiciaba una serie de lecturas literarias y bibliotecas comunitarias. Cada asamblea tenía una comisión cultural activa, lo que demuestra que las actividades literarias como lecturas y

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talleres de creación se consideraban tan esenciales para sobrevivir la crisis como la comida, la ropa, la vivienda y la salud. Los residentes locales canalizaban su descontento y frustración política más allá de los cacerolazos para reconstruir un sentido de ciudadanía a través de la democracia directa donde la lectura literaria en plazas, parques y edificios ocupados jugaba un rol importante. Enmarcado en una discusión de la novela El grito por Florencia Abbate, este ensayo documenta cómo las asambleas priorizaban el acceso público a la cultura literaria en un periodo de crisis. Palabras claves: Lectura, crisis, bibliotecas, Argentina, espacio público.

Abstract This article demonstrates the role of reading in urban public space as one of the key factors in responding to economic and political crisis. After Argentina’s economic and political collapse in 2001-2002, neighborhood associations organized, along with cacerolazo protests, a solidarity economy that sponsored a number of community activities such as public literary readings and community libraries. Every neighborhood association had an active committee for cultural programming, revealing that literary activities such as readings and creative writing workshops were deemed as essential as food, clothing, housing, and medical care for weathering the crisis. Local residents channeled their anger and frustration with the political situation beyond the protests into rebuilding public engagement through direct democracy where literary reading in neighborhood plazas, parks, and occupied buildings played a consistently strong role. Framed with a discussion of Florencia Abbate’s novel El grito, this essay documents these groups’ dedication to making literary culture accessible to the public during a period of crisis. Key words: Reading, Crisis, Libraries, Argentina, Public Space.

Recibido: 28/08/2016 Aceptado: 12/12/2016

Marcy Schwartz · CACEROLAZOS Y BIBLIOTECAS  ·  17

Asambleas: un lugar de todos. Titular de boletín, Asamblea Popular de Liniers

Florencia Abbate escribió su novela El grito (2004) durante la crisis económica argentina de 2001-2002, mientras se encontraba sin empleo y viviendo de sus escasos ahorros. Compuesta de cuatro historias entrelazadas que comparten personajes, cada una narrada por una voz distinta, la novela ofrece una perspectiva intergeneracional de la crisis económica y política. Cada capítulo cuenta una crisis personal: la depresión de cumplir treinta años, la separación de una pareja, un suicidio fallido y un diagnóstico de cáncer. Estas experiencias de desilusión, vulnerabilidad e inestabilidad en los días de fines de diciembre de 2001 y el comienzo de enero de 2002 coinciden con el climax de la crisis económica y política en Argentina. El grito del título se repite en cada capítulo mientras los personajes navegan la crisis, como el llanto de una familia empobrecida escarbando en la basura o el grito de un hombre enfurecido antes de romper una ventana. La sombra de la dictadura también cubre estas historias solapadas. Algunos personajes eran militantes en los años setenta, pasaron años en el exilio y, aunque llevan años de vuelta en Agentina, confrontan muchos desafíos. Las conexiones entre lo personal y lo político son paralelas a las tensiones entre lo individual y lo colectivo; los personajes manifiestan su angustia privada que se exacerba en el escenario nacional de caos, colapso y desesperanza colectivos. Algunas escenas de la novela de Abbate sirven de marco para la siguiente discusión sobre cómo el movimiento de solidaridad, que se forjó como reacción a la crisis, priorizó la lectura literaria y las bibliotecas comunitarias. En el primer capítulo de El grito, titulado “Warhol”, Federico narra que acaba de cumplir treinta años y está resentido y desilusionado. Federico, quien creció en varios países en el exilio con su madre militante, vive en Buenos Aires y se encuentra perdido personal y profesionalmente. Cuando sus padres se separaron, su padre homosexual se quedó en Buenos

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Aires viviendo con su compañero y manejando una cadena de disquerías. Federico rehúsa a participar en cualquier actividad política como reacción al activismo de su madre, el que considera desactualizado. Sin embargo, se encuentra inesperadamente en el centro de un drama callejero la mañana después de los cacerolazos. Totalmente desprevenido del tumulto político de la noche anterior, Federico se despierta el 20 de diciembre y decide empezar de nuevo en honor a su cumpleaños. Se dirige a un gimnasio para inscribirse, y al andar por la calle se pregunta por qué tantas tiendas están cerradas, por qué circulan tan pocos autos, por qué hay policías armados haciendo guardia en cada esquina. Un joven punk, gerente del gimnasio, le comenta que teme que el país esté al borde de una guerra civil. Le enseña el libro que está leyendo, Cómo se escribe un poema, y le dice que quiere escribir un poema sobre la situación nacional actual. Poco a poco, Federico comienza a darse cuenta de que “la movilización” de la noche anterior “eran acontecimientos de dominio público” (37) y que ignora completamente lo que pasó. Después de pasear por calles desiertas, sube a un taxi y se sumerge en un recorrido laberíntico de desvíos y calles cerradas, una cartografía de la ciudad sitiada. De repente, ocurrieron una serie de fenómenos que nunca olvidaré. Una auténtica batalla campal se desplegó de pronto alrededor de nosotros. Enjambres de personas huían de la policía, retrocedían para reagruparse y volver a avanzar hacia la casa de gobierno. Yo corrí como un condenado . . . Sentía un pavor irracional, aunque en definitiva muy real. Vi que la montada venía siguiendo a una oleada de tipos con palos, y me oculté en el hall de un negocio de electrodomésticos. (47)

Un viejo se queja de que gastó todo lo que tenía en medicamentos y grita, “ya no aguanto” al romper el vidrio de la vitrina de la tienda de electrodomésticos. Federico capta la imagen de su padre en la pantalla de los televisores, entrevistado en el noticiero porque una de sus tiendas había sido saqueada: “Aquello fue lo último que vi, puesto que en ese instante una bala se incrustó en mi pantorrilla y caí desmayado” (48).

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Esta última escena del primer capítulo revela algunos elementos estructurales y contextuales claves de la crisis: el fracaso de la economía neoliberal (en la vulnerabilidad de los comercios), la ocupación de las calles por la gente, las graves consecuencias para la clase media que la encaminarán a participar en la economía solidaria y, lo más relevante para este ensayo, la presencia de la literatura y de la lectura como recursos en el medio del colapso económico y político. Al recrear la desilusión de la crisis, Abbate sugiere la expresión creativa como vía de resistencia, perseverancia y cambio. La mayoría de los personajes se dedican a las artes o las industrias culturales: uno es ingeniero de sonido, otra es escultora, otra enseña historia de arte, otro trabaja en la industria de la música. A pesar de las circunstancias actuales y después de años en el exilio, siguen tratando de establecerse profesional y personalmente en Buenos Aires a través de sus iniciativas creativas. Aún Peter, luego de su suicidio fallido, afirma que existe algo indestructible en cada uno . . . Es aquello donde mora nuestra fuerza para seguir viviendo, aun cuando se hayan conmovido todos los cimientos en que nos apoyábamos. Hoy sé que la mayor misión consiste en descubrir estos principios que velan sobre los escombros, que nos permiten soportar el horror consustancial a la vida, superar las peores catástrofes y reencontrar en nuestro interior la fuente de los nacimientos . . . (162-163)

Una dualidad de esperanza y desilusión enmarca este periodo de crisis en Argentina, donde la expresión cultural juega un rol crucial en la construcción de la solidaridad. A continuación se exploran las estrategias de sobrevivencia urbana que emergen a raíz de la crisis para revelar cómo la lectura se integra en la economía solidaria a través de las bibliotecas comunitarias y la programación cultural.

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1.

La anatomía de la crisis y la emergencia de asociaciones barriales solidarias

Las protestas, los saqueos y los cacerolazos de la noche del 19 de diciembre de 2001 son emblemas de este periodo difícil en Argentina. Los acontecimientos de esta fecha no llegaron sin señales; fueron el resultado de una culminación de fracasos económicos y políticos luego de una década de políticas neoliberales que exacerbaron la disparidad de ingresos y la tasa de desempleo, particularmente desde la presidencia de Carlos Menem (1989-1999). Bajo el gobierno de Menem se implementaron políticas conservadoras neoliberales (contra la plataforma de su partido Peronista) que incluyeron la privatización de recursos naturales e infraestructura. En 1991 el peso argentino se asoció con el dólar estadounidense (la “ley de convertibilidad”), dando paso a una década de un fuerte incremento en la importación extranjera y una baja precipitada en la fabricación nacional. Muchas fábricas cerraron y el desempleo subió de 18.3%, al final de 2001, a 55%, en algunos sectores en 2002. Cuando el Fondo Monetario Internacional dejó de aprobar préstamos a Argentina, la economía colapsó. El Presidente Fernando De la Rúa (1999-2001) renunció y le siguieron cinco presidentes que asumieron y renunciaron en el espacio de dos semanas. El lema “¡Que se vayan todos!”, gritado en las calles, pintado en graffitis, impreso en banderas, expresó la crisis de confianza y legitimidad en los líderes elegidos y en todo el sistema político representativo.1 En medio de este colapso económico y político, surgió un movimiento solidario que proveyó apoyo local e intentó reemplazar la política representativa con la democracia directa. Junto con la organización política y la solidaridad económica fundada en el trueque de bienes y servicios, el movimiento solidario hizo bastante énfasis en la cultura. Es allí donde ingresó la presencia persistente de la lectura y la literatura. Como señala

1



Ver “Cronología de la crisis del 2001” a http://republica-economica.blogspot. com/2011/01/cronologia-de-la-crisis-del-2001.html. Ver también Rapoport.

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María Sáenz Quesada, Secretaria de Cultura del gobierno de Buenos Aires en ese momento, “[e]n el riguroso examen a que hemos sido sometidos en el 2002, la cultura sacó buena nota” (145). Muchos argentinos recurrieron a la cultura como forma de resistencia y demostraron “su capacidad y su voluntad de crear, de distraerse, de imaginar nuevos caminos” (145). Aunque la edición de libros se interrumpió y el precio de los libros importados los hizo inaccessibles, surgieron otras formas alternativas de cultura literaria, sobre todo a nivel local y de barrio.2 Un ejemplo notable es la editorial cooperativa Eloísa Cartonera fundada en 2003 en Buenos Aires por el escritor Washington Cucurto y el artista plástico Javier Barilaro como respuesta a la falta de actividad editorial literaria. Con Eloísa se empezaron a encuadernar libros en cartón usado, comprado a los cada vez más numerosos cartoneros. Desde entonces, el modelo de la edición cartonera se ha multiplicado a través de toda América Latina y también en otras regiones internacionales (Europa, África). Al igual que estas iniciativas editoriales de base, las estrategias empleadas por los que intentan sobrevivir la crisis salen del círculo íntimo de amigos y de la localidad del barrio. Sería difícil sobreestimar la importancia histórica del barrio en Argentina. Como comenta el arquitecto e historiador cultural Adrián Gorelik sobre el crecimiento imprescindible de Buenos Aires en los veinte, “el barrio era una creación social y cultural que transformaba la expansión urbana en un nuevo espacio público que incorporaba sectores populares” (153). En esa época, las asociaciones barriales tendían a agruparse alrededor de un equipo de fútbol o un bar de tango, y servían para protegerse contra las olas de inmigración europea y la rápida expansión de la ciudad. Estos clubes y asambleas funcionaban como los “centros activos de la sociedad civil” (Gorelik 153). Aunque la mayoría de estos grupos barriales establecidos en las primeras décadas del siglo veinte se habían desintegrado mucho antes de la crisis de 2001-2002,

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Ver Botto sobre la contracción de las oportunidades de publicar en Argentina en los 1990.

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la práctica de asociaciones pequeñas y locales de vecinos persiste en la memoria histórica y terminaron siendo el modo principal de organización y de activismo después de la crisis, particularmente en Buenos Aires y en otras ciudades argentinas como Córdoba, La Plata y Rosario. La indignación de la gente desembocó en los famosos cacerolazos. Hubo más de 2000 protestas entre diciembre y marzo, y solo en diciembre de 2001 hubo un promedio de sesenta y seis cacerolazos por día; sin embargo, el número de las protestas bajó poco a poco en 2002,3 y los ciudadanos desilusionados y enojados buscaron otra manera más eficaz de organizarse. Según Stella Calloni, “La ‘rebelión de las cacerolas’, un andar primero espontáneo, después buscando sus formas de quedarse, permanecer, crecer, madurar en las Asambleas de barrios” (19). Cansados ya de gritar “¡Que se vayan todos!” y convencidos de que el sistema de gobierno democrático representativo no iba a satisfacer sus demandas ni sus expectativas, se lanzaron “a la búsqueda de nuevas formas organizativas y de construcción social con el método de participación horizontal, el consenso, el respeto por las diferencias, el ejercicio de la solidaridad” (Boletín Asamblea de la Plaza Estación Coghlan 1.4 [2002]: 11).4 Para el mes de marzo de 2002, ya había más de 270 asociaciones llamadas “asambleas barriales” o “asambleas populares” en áreas urbanas.5 Un experimento de democracia directa, las asambleas trataron de llenar el vacío dejado por el

3



Un estudio indica un promedio de veintidos protestas por día en enero, once en febrero y cuatro en marzo de 2002 (http://www.nuevamayoria.com/invest/sociedad/ cso250402.htm Accessed 26 May 2015). Las mismas estadísticas aparecen en una fuente de 2006: http://www.ffyh.unc.edu.ar/alfilo/anteriores/34/investigacion.html.

4



Quisiera agradecer el acceso al archivo de la Latin American Ephemera Collection de la Princeton University Library, donde consulté ejemplares originales de los boletines, afiches y volantes de las asambleas barriales: http://libguides.princeton.edu/c. php?g=84286. Las referencias parentéticas en el ensayo dan cuenta del título, el número y la paginación (cuando está disponible); la lista de obras consultadas tiene una sección aparte dedicada al archivo.

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La mayoría de las asambleas son de la ciudad y la provincia de Buenos Aires (122 en la capital, 105 en la provincia), las otras son de La Plata, Córdoba y Santa Fe (Feijóo y Salas Oroño 25-26).

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colapso de la estructura política nacional. Al trabajar desde el pequeño espacio local del barrio, las asambleas generaron una forma de organización política personalizada y subjetiva que invitaba la participación individual. Una de las características más destacadas de las asambleas fue la mezcla de clases sociales —otro resultado de la severidad de la crisis, particularmente para la clase media— que terminaba reuniendo grupos que antes compartían pocos intereses políticos comunes. Aunque los grupos dependían, hasta cierto punto, de la composición de clase social de los barrios, resultaban en “espacios de cruce” heterogéneos (Svampa 267) que juntaba a los crónicamente desempleados, sindicalistas, pequeños comerciantes que habían perdido todo y jóvenes recién llegados al activismo político.6 Las actividades de las asambleas incluían ferias de trueque, comedores populares, compras comunitarias, huertas comunitarias, ferias de trabajo y eventos culturales. En el ámbito de la organización política, las asambleas armaron protestas, pintaron murales comunitarios y desafiaron la burocracia de la ciudad al ocupar predios y edificios abandonados. Algunos de los grupos promovían el orgullo local al renovar edificios históricos y establecer giras históricas por el barrio. Aunque hubo intentos de integrar las asambleas de los distintos barrios en grandes organismos “interbarriales”, estas iniciativas no duraron mucho y prevaleció la autonomía individual de cada grupo.7



Uno de los lemas repetidos durante este periodo de solidaridad era, “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”, para referirse a la causa común entre clases sociales. Svampa comenta la composición heterogénea de las asambleas: “comerciantes, empleados y profesionales, del ámbito público y privado, ligados a la adminstración, la educación y la salud; muchos de ellos empobrecidos, y algunos con alto grado de inestabilidad laboral; así como un conjunto de desocupados de diferentes procedencias, además de jóvenes con expectativas radicales muchos de los cuales realizaban en este espacio su primera experiencia política” (267). En el análisis crítico del movimiento solidario de este momento poscrisis en Argentina se subraya la mezcla de clases que se unen a la lucha, un fenómeno casi sin precedencia. Pérez Esquivel, por ejemplo menciona “la solidaridad intersectorial” entre las asambleas y dentro de cada una de ellas también (58).



Sobre la autonomía de las asambleas, Mattini comenta que “[c]ada asamblea es un nudo social que se constituye en el centro de una unidad autónoma que no responde

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Las asambleas surgieron como respuesta directa a la crisis de 20012002, pero también servían para reflexionar sobre el vacío creado por los años de menemismo/neoliberalismo en torno de la represión de la dictadura de 1976 a 1983. Las iniciativas barriales a veces recordaban la represión de la dictadura y conmemoraban a víctimas del barrio o episodios clave de abusos del régimen. Podría decirse que las asambleas forman parte de la transición a la democracia, ya que agruparse y organizarse estaba estrictamente prohibido durante la dictadura: las asambleas se encuentran con el desolador panorama de la desarticulación social, que había alcanzado tal grado que casi podría hablarse de disolución. El proceso iniciado en 1976 había arrasado con el entramado de organizaciones trabajosamente construido hasta entonces: en 2002 habían prácticamente desparecido las juntas vecinales, las asociaciones de fomento, las bibliotecas populares, los clubes barriales, las actividades parroquiales, las sociedades mutuales y cooperativas. (Feijóo y Salas Oroño 24)

Es la naturaleza local y participativa de estos esfuerzos lo que reúne, por un lado, la emergencia de las circunstancias del momento y, por otro lado, la memoria del pasado reciente plasmada en la recuperación de los derechos de la comunidad. Cecilia Marteau nota una progresión de violencia contra la ciudadanía y la pérdida de poder en Argentina que empezó con la dictadura y culminó en el colapso de 2001-2002: “En este país ha habido una especie de secuencia de desapariciones: hace treinta años comenzó a desaparecer gente, después desapareció el dinero y ahora desaparece la política . . . La violencia es la desaparición de la palabra” (citado en Caram 33). Las asambleas de 2001 “surgían de aquellos rescoldos,

a un ‘centro de centros’. Es decir, la interbarrial es una simple instancia coordinadora, no el centro de las asambleas. De ser así estaríamos repitiendo la estructura estatal vertical que criticamos. Las asambleas brindan la oportunidad de ensayar la horizontalidad del poder” (Mattini 52). Svampa también subraya la autonomía como característica fundamental compartida de la “desigual experiencia asamblearia” (271).

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[pero el impulso] había comenzado mucho tiempo atrás y estaba acompañado por los fantasmas de los que lucharon y no están” (Calloni 19).

2.

Prensa y política: El rol de los boletines8 en la organización solidaria

El trabajo de las asambleas se facilitó a través de “comisiones” o comités dedicados a la salud, la mujer, la vivienda, la organización política, comunicaciones y cultura. Las comisiones se reunían regularmente (en algunos casos, semanalmente) y reclutaban participantes por medio de anuncios en los boletines mensuales que documentaban las actividades e iniciativas de organización de los grupos. Los esfuerzos barriales para proveer comida, distribuir ropa e intercambiar recursos y conocimientos a través de trueques trataban de aliviar algunas de las dificultades concretas

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Boletines y otros documentos consultados y citados de la Latin American Ephemera Collection, Princeton University Library, sección “Socio Economic Crisis and Political Participation in Argentina 1995-2005”. Los boletines pertenecen a barrios de Buenos Aires a menos que se indique la ciudad entre paréntesis: Aguante Palermo Viejo (Asamblea Vecinal Plaza Palermo Viejo); Alameda (Asamblea Parque Avellaneda); Almagro en Asamblea (Asamblea de Almagro); Boletín Asamblea de la Plaza Estación Coghlan; Boletín Asamblea Popular Belgrano-Nuñez; Boletín Asamblea Popular Boedo y San Cristóbal (La Plata); Boletín Asamblea Popular Cid Campeador; Boletín de la Asamblea Barrio Hipódromo (La Plata); Boletín Asamblea Popular de Caballito Parque Rivadavia; Boletín Asamblea Caballito Gastón Riva; Boletín de la Asamblea Plaza 1o de Mayo, Balvanera; Boletín de la Asamblea Popular Florida Puente Saavedra; Boletín Asamblea de Vecinos Autoconvocados de Villa Urquiza; Boletín de la Asamblea Vecinos de Constitución; La Cacerola (Vecinos Autoconvocados de Córdoba y M. Bravo); La Cacerola de Cornelio (Parque Saavedra, La Plata); La Cacerola Parlanchina (Asamblea Vecinal de Agronomía-Parque Chas-Villa Ortuzar); La Cacerola de Zapiola (Colegiales); Carta abierta (Asamblea Vecinal de Boedo); Claraboya (Biblioteca Popular Cornelio Saavedra); Congreso (Asamblea Popular de Ayacucho y Rivadavia); El Fortín (Asamblea Popular de San Andrés Norte); Periódico Mensual de la Asamblea Popular de Liniers; En la Plaza (Asamblea de Vecinos Autoconvocados de Villa del Parque); Plaza Tomada; PrensaAsamblea Popular Villa Pueyrredón; “Proyecto de Ley de Comunas de Participación Directa”; Proyecto Mono del Sur (Asociación Vecinos Autoconvocados de Barracas); El Puente: Encontrando Palabras (Parque Lezama Sur).

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de los vecinos. El compromiso continuo con actividades culturales, articuladas en cada una de las asambleas, resulta una dimensión inesperada a la respuesta local a la crisis. Los libros y la lectura eran una prioridad constante en los festivales, talleres, lecturas y uso del espacio público de las asambleas. En sus reuniones semanales y sus múltiples eventos, las comisiones de cultura promovían de manera muy activa la lectura y la literatura. Todas las asambleas establecieron un comité de cultura con iniciativas determinadas según los intereses y las necesidades del barrio. La actividad más común eran ferias culturales, organizadas en algunos barrios todos los fines de semana, con espectáculos de títeres, talleres de teatro y lecturas de poesía. Estas ferias se anunciaban por medio de volantes distribuidos en el barrio y en los boletines, y ofrecían un ambiente festivo que buscaba juntar a los vecinos y darles una perspectiva más allá de las dificultades de la crisis. Los volantes anunciaban música, juegos y otras actividades para niños y, también, comida. Pedían donaciones para el comedor popular, como se ve en el volante para la Jornada de Resistencia, una feria en 2002 auspiciada por el barrio Parque Avellaneda, que pedía a los asistentes “traer 1 libro y/o alimento no perecedero a beneficio de ollas y comedores populares,” demostrando que los libros eran tan urgentes como la comida en la sobrevivencia de la crisis. Las visitas guiadas de los barrios históricos que promovían el orgullo y la pertenencia local, frequentemente incluían lecturas, charlas y homenajes a escritores que habían vivido en el barrio. Además de talleres sobre activismo político, salud femenina y apoyo habitacional, los comités culturales ofrecían clases y talleres de creación literaria, teatro, títeres y murgas.9

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Las murgas son grupos de músicos, percusionistas, bailarines y acróbatas que participan en celebraciones callejeras de carnaval. Empezaron en España y, en el siglo XIX, los inmigrantes las trasladaron a Argentina. Prohibidas durante la dictadura, las murgas resurgieron a la vuelta a la democracia. La mayoría de las murgas se asocia a un barrio y la animación performativa, además de talleres de murgas, coincide naturalmente con la revitalización de la actividad política barrial de las asambleas.

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Los boletines no sólo anunciaban eventos, reuniones e iniciativas de lectura, sino que eran también fuente de lectura literaria: publicaban poesía, incluían citas de escritores y filósofos, y presentaban un lenguaje poético e imaginativo en sus ensayos y artículos. Entre los artículos, anuncios y fotos en los boletines, aparecía regularmente poesía de escritores de izquierda como Mario Benedetti y Eduardo Galeano y citas del dramaturgo Bertold Brecht.10 A menudo los artículos subrayaban el rol mismo de los boletines como portavoces de las asambleas: “un lugar donde apropiarse de la palabra . . . Y la palabra se hizo tinta, y cualquier barcito redacción . . . palabra por palabra, estamos escrachando al olvido, estamos escribiendo la historia” (Boletín de la Asamblea de Colegiales 1.16 20). Otro ejemplo con alusión a Tolstói declara al lenguaje como una herramienta clave del movimiento solidario y de cambio: ser canal de expresión de las potencialidades que, nos parece, están latiendo a la espera de que les soltemos la rienda.Y soltarle la rienda significa sacudirnos recelos, sospechas, inhibiciones y ataduras varias para decir, proponer, inventar, debatir, exponer, crear. Un Boletín de lengua suelta, calzón quitado, cabeza abierta, mirada indiscreta, dedo en la llaga . . . un Boletín que, como pretendía Tolstói, al contar el barrio cuente el mundo . . . para que el Boletín sea un verdadero símbolo de esa construcción colectiva que nos anima, es necesario que tomemos la palabra y abrámosla [sic] como una fruta madura o una ventana, démosla vuelta como un guante y, si es necesario, reinventémosla hasta encontrar la forma de decir lo nuevo. (La Cacerola de Zapiola 1.12 1)



10

Hay que reconocer que las varias citas y alusiones en los boletines no apuntan a una ideología concertadamente unívoca, más bien representan la heterogeneidad de las asambleas que en sí evitan el partidarismo e incluso se niegan a asociarse a ninguna definición establecida de la izquierda. Además, cada asamblea se definía a su manera sin compartir necesariamente la identidad o la ideología de otras. Como mencioné arriba, la articulación entre diferentes asambleas para crear una “interbarrial” no logró concretarse de manera estable.

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Las metáforas, las alusiones literarias, el humor y las expresiones idiomáticas transmiten una actitud juguetona, poética y entusiasta sobre el poder del lenguaje para lograr el cambio social y político. La tapa del boletín del barrio Balvanera de Buenos Aires confirma gráficamente la importancia de la lectura para el movimiento solidario. Sobre un dibujo urbano callejero flotan globos de diálogo con símbolos gráficos que afirman las prioridades del grupo: un libro (lectura), una casa (vivienda), pan (comida), una fábrica (trabajo) y una cruz (salud) (ver figura 1).

Imagen 1. Portada del boletín del barrio Balvanera de Buenos Aires. Fuente: Latin American Ephemera Collection de la Princeton University Library.

Uno de los proyectos más importantes de las asambleas, que también apoyaba la promoción de la lectura, consistía en ocupar edificios y predios abandonados para convertirlos en espacios productivos para el barrio.11 Una lista de “reclamos” en uno de los boletines declara que “[l]os



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La trayectoria para ocupar estos espacios es larga y variada. Algunos grupos intentaron primero acceder a los espacios por vía municipal, oficial. Normalmente sus pedidos no recibieron respuesta y la mayoría de las ocupaciones ilegítimas siguieron intentos frustrados de ganar acceso legítimamente.

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espacios públicos no son ‘de ellos’, son nuestros, reclamamos lo que nos corresponde” (Boletín de la Asamblea Vecinos de Constitución 2 1). El primer número del boletín de la asamblea del barrio Parque Saavedra en La Plata, por ejemplo, anuncia como uno de sus objetivos principales “recuperar espacios públicos para el bien de la comunidad y a su vez brindar oportunidades” (1.1 12). Los esfuerzos de los grupos para recuperar y ocupar espacios abandonados servían para “reactivar un lugar muerto y hacerlo de todos” (Boletín Carta abierta Asamblea Vecinal de Boedo 1.3 5). Se limpiaban predios vacíos para reusarlos como huertas comunitarias, muchas veces con juegos para niños y hornos para hacer pan. Las asambleas trabajaban para rehabilitar edificios —pizzerías, lavaautos y bancos cerrados— para usarlos para hacer apoyo escolar y establecer guarderías, comedores populares y bibliotecas comunitarias. Hasta hubo una revista literaria editada por un grupo de empleados de la famosa fábrica textil Brukman, que anuncia “POESÍA” arriba del título y en letras más grandes que los otros géneros (editoriales, ensayos, memorias) que se publican. Aunque el ejemplo de Brukman no pertenece a una asamblea barrial, la iniciativa surge de la misma crisis: un grupo de obreros se apropió de la fábrica cuando los propietarios la iban a cerrar.12

3.

Bibliotecas para el barrio: Leyendo durante la crisis

Las bibliotecas barriales o populares en Argentina fueron establecidas en 1879 por Sarmiento bajo la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (CONABIP).13 Informales y menos imponentes e institucionales que

Hubo muchas fábricas ocupadas por sus obreros durante la crisis, entre las cuales Brukman es una de las más conocidas. El espacio aquí no permite un análisis completo de las fábricas tomadas. Ver el documental The Take (dirigido por Naomi Klein y Avi Lewis) sobre una fábrica automovilística ocupada por los empleados y convertida en cooperativa.

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13

Ver http://www.conabip.gob.ar/.

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las grandes bibliotecas urbanas, las académicas o las públicas auspiciadas por el gobierno, estas pequeñas bibliotecas estaban destinadas a servir al barrio. Ya que son independientes de las redes de bibliotecas públicas municipales y muchas se fundaron en pueblos rurales, era difícil supervisarlas y mantenerlas; varias cayeron en mal estado por negligencia, les faltaba mantenimiento o desaparecieron. Muchas de las bibliotecas comunitarias que las asambleas apoyaron son bibliotecas de la CONABIP que los grupos reabrieron y revitalizaron, mientras que otras son iniciativas nuevas.14 Las bibliotecas barriales, ya existentes o nuevas, contrarrestan el patrón de privatización neoliberal al promover la lectura como un derecho público. La Biblioteca Popular de Bella Vista en Córdoba lo declara explícitamente en su página web: “Las Bibliotecas Populares han sobrevivido a todos los avatares del ¿desarrollo? capitalista en la Argentina, al fraude conservador, a las dictaduras, al populismo, a los mecanismos clientelísticos de la democracia burguesa. Sobrevivieron a las quemas de libros, a la inundación de best-sellers, al marketing” (Fiorito). Fiorito considera las bibliotecas barriales instituciones comunitarias, “refugios de la cultura” que funcionan para proteger “contra el peligro [de] que nos privaticen la lectura pública”. La Biblioteca Popular Cornelio Saavedra, establecida en Buenos Aires en la década de 1920, no sólo provee libros sino que originalmente ofreció servicios de salud pública y educación para adultos. Durante la respuesta solidaria de la crisis, el boletín de la biblioteca anunció su colección de 20.000 volúmenes, 16.000 de ellos categorizados como “literatura” (Claraboya 1). Otra biblioteca comunitaria auspiciada por el Club Imperio Juniors en el barrio Santa Rita y fundada en 1935 estaba en riesgo de cerrarse en 2002, pero un grupo de vecinos intervino para



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El mantenimiento y la continuación de las bibliotecas comunitarias es un panorama muy desigual. Como las propias asambleas y su continuación o disolución (ver conclusiones y la nota 17 abajo), las bibliotecas comunitarias dependían de varias instituciones (entre ellas, CONABIP, mencionada arriba), de voluntarismo, de donaciones y de la disponibilidad y la sostenibilidad del espacio. El futuro de cada una de estas bibliotecas escapa los fines de este estudio que propone examinarlas como respuesta a la crisis del momento.

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preservarla. La Biblioteca Popular situada en el Club Everton en el barrio Parque Saavedra en La Plata, que pertenecía a la CONABIP establecida en 1943 por el escritor Mario Sureda, estaba cerrada desde hacía siete años cuando la asamblea barrial intervino para reabrirla en el momento de la crisis (La Cacerola de Cornelio 2.6 4). Esta biblioteca contaba con un acervo de 10.000 volúmenes y en el momento de recuperarla se transformó de un espacio reservado para los miembros del club a un espacio abierto al público. Las bibliotecas barriales fueron una prioridad del movimiento solidario después de la crisis, mencionada frecuentemente en anuncios y artículos en los boletines y en los volantes que circulaban por el barrio. La organización de la página del boletín del barrio Villa del Parque indica la importancia de la lectura literaria con su anuncio pidiendo la donación de libros para una biblioteca móvil arriba en la página, antes del pedido de donación de comida, medicamentos y ropa. El anuncio, además, enumera géneros literarios, con la mención de “novelas, cuentos, revistas, libros de poesía” antes de libros escolares y libros de cocina (6). En el acta constitutiva del organismo intraurbano, “Proyecto de Ley de Comunas de Participación Directa”, redactada colectivamente por las asambleas porteñas, confirma esta dedicación a la lectura: el Artículo 22 del documento subraya las bibliotecas públicas como prioridad para el movimiento, “velar por el mantenimiento, desarrollo y promoción de los edificios escolares, bibliotecas, museos, centros polideportivos, centros culturales, teatros y en general de los inmuebles del dominio de la Ciudad de Buenos Aires o a través de organizaciones no gubernamentales comunitarias (5). Uno de los ejemplos más destacados de priorizar la lectura en la recuperación de espacios abandonados tiene que ver con los intentos de ocupar la mansión que perteneció al soldado y escritor Lucio V. Mansilla (1831-1913) en el barrio Belgrano de Buenos Aires.15 El boletín de la

Ver el sitio web de la Casona: https://lacasonademansilla.wordpress.com/2011/ 07/05/5/.

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Asamblea Popular Belgrano-Nuñez documenta el proceso de acceso y recuperación de la “Casona de Mansilla”. El edificio servía como centro de capacitación de profesores del Ministerio de Educación entre 1914 y 1982, pero se cerró por el alto costo de mantenimiento. Declarado monumento histórico en 1999, el edificio pronto fue abandonado por el gobierno municipal y cayó en mal estado. Recuperar la mansión para convertirla en centro cultural pasó a ser una de las principales prioridades de la asamblea. Se menciona el proyecto en el primer número del boletín en julio de 2002, y una foto del edificio ocupa la tapa del segundo número (septiembre de 2002), además de servir de tema de muchos volantes, artículos y cuestionarios. A través del boletín y por medio de volantes, se distribuyó un cuestionario pidiendo que los residentes indicaran sus preferencias para el edificio. Luego de preguntas sobre seguridad y apariencia, la segunda parte del cuestionario interroga sobre los usos del edificio renovado. Entre las opciones —cultura y recreación, comidas comunitarias, ropa, ciclos de cine, clases técnicas y de artes, servicios para vecinos de tercera edad— figura al final “biblioteca barrial”. Los resultados del cuestionario aparecen en el siguiente número del boletín (1.2 8), y demuestran un fuerte apoyo para dedicar un espacio a la biblioteca (46%), entre las cuatro actividades más elegidas por los vecinos. El cuestionario del grupo de Belgrano-Nuñez que toma en cuenta la opinión de la comunidad demuestra tanto la práctica de organización comunitaria horizontal, muy común luego de la crisis, como el valor de la lectura como recurso público. El compromiso de parte del barrio local con bibliotecas y lectura literaria, como se ve en los ejemplos mencionados, no es un fin en sí sino una herramienta estratégica para ejercer la democracia directa y la política solidaria. La estructura horizontal en la que se valoran todas las voces y todos los votos requiere, según los principios solidarios de las asambleas, una ciudadanía informada, empoderada y con pensamiento crítico. Los libros y la lectura no solo sirven a fines académicos o para adquirir destrezas técnicas; los artículos y volantes impresos por las asambleas regularmente anuncian talleres de creación literaria y justifican la dedicación de espacio

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público para lectura literaria en sus centros y sus eventos. La gran mayoría de los volúmenes recogidos en las bibliotecas comunitarias, según dan cuenta los boletines, representan géneros literarios. Un artículo en el boletín de la asamblea de Parque Lezama Sur, El Puente: Encontrando Palabras, titulado “Los por qué de una biblioteca en el barrio”, elabora la conexión entre lectura, solidaridad y activismo local participativo: “Donde el lector deje de ser sólo eso, un consumidor de saber y empiece a encontrar las palabras para pensar su vida . . . generar un espacio de producción y socialización del conocimiento . . . un espacio donde el lector este [sic] en contacto directo con el libro, contacto que le permita perderles [sic] el respeto y el miedo” (3).16 Más que una función didáctica, las bibliotecas y las actividades de lectura ocupan el espacio público para promover convivencia, para apoyar el orgullo local y para contribuir al movimiento solidario. Otro artículo de boletín advierte que los libros sí muerden: “Sí. Los libros muerden el cerebro, y lo despiertan. Por esa razón nuestra Asamblea tiene una biblioteca a disposición de los que quieran leer o donar libros” (Boletín de la Asamblea Popular Florida Puente Saavedra 2.6).Como comenta Luisa Valenzuela en Libro que no muerde, “[e]s una frase muy argentina: ‘Agarrá los libros, que no muerden’; por ejemplo, cuando se le dice a un niño que se ponga a estudiar . . . Y finalmente los libros muerden . . . ojalá muerda[n]” (19). Las bibliotecas comunitarias, talleres literarios y otros eventos promueven la lectura para construir cohesión barrial y demuestran el aprecio a los libros como un bien público que nutre el movimiento solidario. En vez de considerar libros y lectura como un entretenimiento pasivo, una necesidad académica o un lujo de la élite, las asambleas se apoderan de la literatura como herramienta para reconstruir la comunidad.

Este grupo ocupó el edificio del Banco Mayo en Buenos Aires en la calle Suarez 1244.

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4.

El grito colectivo: Entre utopía y desesperanza

El grito en la novela de Abbate, mencionado al comienzo de este ensayo, es una metáfora de una expresión de angustia tanto individual como colectiva. En una entrevista, la misma autora califica a su novela como pesimista, pero también encuentra un sentido de liberación en el medio de la crisis: otro sentido que tendría que ver más con la liberación, con un grito colectivo que permite . . . soltar o aflojar algo que estaba contenido . . . había un clima social muy tensionado, que las personas vivían con tremendas angustias personales, sin posibilidad de encontrar canales de exteriorización de esas angustias, inducidas por lo tanto a un cierto aislamiento. Más allá de lo que ocurra después de un grito de liberación, ese grito tiene valor.Aún cuando se agote allí, yo celebro los gritos de liberación. (80)

Aunque elabora personajes ficticios que son débiles, desilusionados y perdidos, todavía los ve como fuente de esperanza. Mi exploración del rol de la lectura en el periodo de la crisis argentina se sitúa en una paradoja en la que se tensionan utopía y angustia, de esperanza y desesperanza. Como señala José Pablo Feinmann, “[s]omos la cara del fracaso: el de nuestras clases políticas sometidas al poder económico por medio de las recetas del Fondo [Monetario Internacional]. Y somos la cara del horizonte, de la posibilidad: un gesto airado, nuevo, ruidoso, en la lucha contra la globalización del capital financiero” (“Filosofía de la asamblea popular” 33). Quisiera ofrecer dos ejemplos literarios más, esta vez poemas publicados en los boletines, que enmarcan esta tensión evidente en el panorama de actividades de las asambleas. En los contextos paralelos de pérdida y derrota, por un lado, y resistencia a través de la solidaridad colectiva, por el otro, la inclusión habitual de la poesía en los boletines contribuye a su retórica y a su organización visual. En La Cacerola de Zapiola, boletín del barrio Colegiales en Buenos Aires, se dedica amplio espacio al rol de los propios boletines y a meditaciones autoreflexivas sobre el lenguaje como se ve en lo citado arriba. El diseño gráfico de la tapa del número que

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conmemora un año del colapso económico presenta una olla para cocinar con la palabra “cacerola” y su definición: “cilindro de acero, aluminio o latón, usado para cocinar. Batida insistentemente, con una cuchara o un palito, toma forma de arma, con la cual se echan ministros de economía ladrones, se termina con estados de sitios y se hace renunciar presidentes estafadores” (1.25 1). Un número anterior de la misma revista, éste de 2002, también explota la imagen de la cacerola al imprimir el poema “La utopía” por Eduardo Galeano entre la fotografía de una vieja cacerola y una cuchara de metal; los versos salen como si emanaran de los sonidos percusivos provocados por los golpes de la cuchara (1). Imagen 2. “La utopía”. Fuente: Latin American Ephemera Collection de la Princeton University Library.

“La utopía” Ella está en el horizonte. Yo me acerco dos pasos, Ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos Y el horizonte se corre Diez pasos más allá. Por mucho que yo camine Nunca la alcanzaré. Y entonces… ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: Para caminar.

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El texto de Galeano17 combina el idealismo esperanzador de la utopía con la desilusión, animando a los lectores a continuar la lucha a pesar de que la meta parezca inalcanzable. El imponente mensaje visual-verbal en el aniversario de los cacerolazos de 2001, con la imagen de la cacerola que ocupa el centro de la página, es menos triunfal que admonitorio al encapsular las emociones contradictorias de la larga lucha. Otro poema publicado en un boletín de La Plata también reproduce los sonidos de los cacerolazos a través de la onomatopoeya y le añadela presencia siniestra de perros violentos. “Soltando los perros”, cuyo autor se identifica con el seudónimo “cacaai-cacaí”, publicado en 2002 transmite un mensaje amenazante de violencia callejera en el medio de las protestas solidarias: USA (y tira) USP (United States of Police) Cache! cache cache Cache! cache cache

Guau guau guau!!

(perrosterriblementeágiles, deojocerteroentrenado, atodacarreravienen luciendo impecabledentadurablanca)



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El poema “Utopía” de Galeano se publicó originalmente, en forma de prosa, con el título “Ventana sobre la utopía” en su libro Las palabras andantes (230).

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Cache! cache cache Cache! cache cache Ay!, ay!, ay! (sehunden afiladasdentadurassehunden saltan borbotonasdesangrefrescayroja) Cache!

Cache, cache, Guau!

Cache!

Cache, cache, Ay!

Cache!

Guau, guau, guau!!

(perrosterriblementeágiles, se alejan moviendosutraseroinmundo contentos). (12)

Este poema depende de la onomatopoeya para recrear el ruido y el ritmo de los cacerolazos y los ladridos y gruñidos de los perros. Los “cache cache”, repetidos y percusivos, animan a los perros a atacar e imitan también el ritmo de los cacerolazos. El uso del espacio en la página comunica el movimiento de las protestas en la calle, que contrasta con la concentración de la multitud y la amenaza de los perros. Los perros, además, pueden ser metáforas del fracaso político, sobre todo la lista reciente de presidentes que asumieron y renunciaron. O quizás los perros son agentes del neoliberalismo que vendieron el país a intereses globales. El título del

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poema introduce esta crítica de la capital global con su juego de palabras: “USA” se desdobla como forma verbal de “usar” y la abreviatura de los Estados Unidos; la parentética “y tira” indica la relación parásita entre Argentina y el primer mundo. Una vez que se vacían los recursos del país, “se tira”. Los perros con sus dientes alfiladas son “ágiles” y eficientes, y se retiran “contentos” mientras la calle, que era un escenario de ocupación, protestas, demandas y voces, termina vacía y amenazante. En El grito de Abbate, discutido al comienzo, un perro también juega un rol importanteal estructurar la novela en torno a la crisis. Un perro figura en los capítulos primero y último y guía a los personajes hacia una especie de esperanza tentativa y una conexión a lo colectivo dentro de la crisis. Pero, en vez de los perros ruidosos, agresivos y peligrosos del poema citado arriba, el perro de la novela de Abbate es una criatura pasiva, dependiente y vulnerable. Federico, el narrador y personaje principal del primer capítulo, se desespera al cumplir treinta años, y los regalos que recibe —un perro de parte de su padre y un tentempié de tamaño natural del personaje en El grito, de Eduard Munch, hecho por su novia— lo dejan aún más angustiado. Ignora al perro y esconde la figura de Munch donde no la pueda a ver. El tentempié es otro emblema del continuo esperanza/ desilusión que estructura la novela: cuando se mece de un lado a otro, se balancea sin caerse ni perder su equilibrio, siempre volviendo a pararse. Federico vuelve a su apartamento luego de pasar varios días deambulando después de las protestas y encuentra al perro medio muerto. Reconoce que no es capaz de cuidarlo. Desesperado por salvarlo de todas maneras, lo recoge en brazos y sale buscando una solución. En la última escena de la novela, Federico le da el perro a su hermano Agustín, cuya novia, Clara, concluye: “Salimos al balcón y nos sentamos a mirar la calle. El perro estaba parado entre nosotros y movía la cola. Agustín se rió y dijo que la presencia del perro nos hacía parecer una extraña familia” (221). La novela termina en el espacio intersticial del balcón, situando a sus personajes en una posición precaria, ni dentro ni fuera, una plataforma desde donde se mira la calle. Vulnerables pero unidos, constituyen una “extraña familia,” nueva y tentativa. Algo aliviados de su propia angustia, quizás

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intentando probar la solidaridad, se vuelven hacia la calle para mirar y escuchar a los demás. La organización política local que surgió después de la crisis fue algo nunca antes visto. Aunque la mayoría de las asambleas estaban menos activas o, incluso, se habían disuelto para cuando los argentinos eligieron a Néstor Kirchner como presidente en 2003,18 esta experiencia de activismo colectivo marca el 2002 como el año de “la recuperación del protagonismo, de la capacidad de acción, a través del retorno de la política a las calles” (Svampa 274). En la tapa de uno de los boletines se declara “LA CALLE ES NUESTRA”, en mayúsculas; ocupar la calle, apropiarse del espacio público del barrio, es el impulso detrás de los cacerolazos y la táctica principal de las asambleas. La lectura literaria —en ferias culturales, en talleres de creación, en boletines, en bibliotecas barriales— participa en esta ocupación de la esfera pública recuperada del barrio. Al confrontarse con el colapso económico y político, los ciudadanos canalizan su descontento y su frustración saliendo a la calle para construir una solidaridad festiva y creativa: En medio del drama nacional, las represiones y angustias de todo tipo, es notable el ambiente de júbilo en las demonstraciones, la tendencia a hermanarse, a una solidaridad en el exacto significado latino de la palabra y que, además . . . supera el espíritu corporativo que nos ha carcomido históricamente, a abandonar la seguridad de las casas enrejadas (de pobres y ricos) y sentir la calle como propia. Estos cambios en la subjetividad colectiva son el dato más relevante del momento. (Mattini 46)



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La disolución de la mayoría de las asambleas se debe también a los esfuerzos de los dos gobiernos que siguieron a la crisis, el de Néstor y en menor medida el de Cristina Kirchner, que intervinieron y de algún modo y dieron respuesta a parte de ese reclamo que se había apoderado de las calles: ciertas políticas tendientes a la inclusión, el posicionamiento más firme frente a los organismos de crédito internacionales y el manejo de la deuda, disminuir o abandonar el endeudamiento externo, fomentar la producción, políticas de memoria y derechos humanos y la reapertura de causas contra represores de la dictadura.

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La tapa de un un boletín de Liniers, barrio periférico de Buenos Aires, ofrece una escena de la calle como representación gráfica de la participación ciudadana en la reconstrucción del compromiso público.

Imagen 3. Fuente: Latin American Ephemera Collection de la Princeton University Library.

Un sencillo dibujo representa la esquina del edificio del Centro Cultural-Político-Social, cuyo nombre, conectado por guiones, indica las metas multifacéticas y entrelazadas del local. Se ve a los vecinos trabajando juntos para construir el centro; los ladrillos con los que levantan las paredes anuncian las actividades que allí se realizarán: clases de inglés, debates, talleres. Una pareja sonriente sostiene en sus brazos los ladrillos indicados como “CULTURA” y “POLITICA”. Estos forman la base de este centro, además de la base del movimiento solidario más amplio que se desarrolla luego de la crisis argentina. Como nota Svampa, “la cultura constituye un eje de reconstrucción de la experiencia individual y, a la vez, una expresión de resistencia colectiva” (265). Al lado del dibujo, en la misma tapa

Marcy Schwartz · CACEROLAZOS Y BIBLIOTECAS  ·  41

del boletín, se presenta una lista de anuncios donde “Encuentros literarios” aparece justo después de un taller sobre la deuda externa. La lectura anima lo cultural y lo político y tiene un rol privilegiado y permanente en el activismo y la sobrevivencia durante la crisis. De los cacerolazos a la organización barrial, “sentir la calle como propia” depende tanto de la desilusión política como de la resistencia cultural. La literatura ocupa nuevos espacios públicos —recitada en festivales en la calle o la plaza y dentro de edificios recuperados en bibliotecas— como materia prima de la construcción de la solidaridad.

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Revista de Humanidades Nº35 (ENERO-JUNIO 2017): 43-74 ISSN: 07170491

¿Cómo leemos un texto hipertextual?: una exploración de l a lectura de literatura digital 1 H ow d o w e r e a d a h y p e rt e x t ua l t e x t ? : a n e xp l o r at i o n a b o u t r e a d i n g d i g i ta l l i t e r at u r e

Carolina Gainza Facultad de Comunicación y Letras Universidad Diego Portales Escuela de Literatura Creativa Vergara 240 Santiago de Chile Chile [email protected]

Paloma Domínguez Jeria Facultad de Comunicación y Letras Universidad Diego Portales Escuela de Literatura Creativa Vergara 240 Santiago de Chile Chile [email protected]

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Este artículo fue parcialmente financiado por el proyecto Fondecyt de Iniciación N°11140247, “Cultura digital en Chile: literatura, música y cine”. Investigadora responsable: Carolina Gainza.

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Resumen La literatura digital es un tipo de escritura concebida para ser leída en la pantalla de un dispositivo electrónico. Esto conlleva no solo una amplitud en las posibilidades de la creación, sino que también analizar la práctica de su lectura puede permitirnos identificar características vinculadas a la lectura en digital. Para estudiar este fenómeno, 45 estudiantes de primer año de literatura desarrollaron una bitácora de experiencia lectora. Los participantes plasmaron su experiencia lectora antes, durante y después de Pentagonal: incluidos tú y yo del escritor Carlos Labbé. Pudimos identificar cuatro categorías fundamentales: la hipertextualidad, la materialidad, el género y el rol del lector. Este estudio nos permitió verificar las fortalezas y debilidades de la bitácora y establecer hipótesis para futuras investigaciones sobre la lectura en digital. Palabras claves: Lectura digital, literatura digital, materialidad, hipertextualidad, género.

Abstract The aim of this paper is to identify characteristics of reading in the digital medium. We choose digital literature as a place where we can explore this reading experience, because we consider that its reading can be compared to the practice of reading in other digital spaces. To study this phenomenon, we developed an instrument called reading experience log that was filled out by 45 freshman literature students. The participants portrayed their reading experiences before, during and after reading the hypernovel Pentagonal: incluidos tú y yo by Chilean writer Carlos Labbé. As a result, we identified four key categories to understand this reading practice: hypertextuality, materiality, genre and the role of the reader. This study allowed us to verify the strengths and weaknesses of the instrument and to establish hypotheses about digital reading that can be explored in future research in the area.

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Key words: Reading on Digital, Digital Literature, Materiality, Hypertextuality, Genre.

Recibido: 17/08/2016 Aceptado: 12/11/2016

En el VI Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en Panamá en el año 2013, Mario Vargas Llosa fue consultado en rueda de prensa sobre los desafíos del libro digital, a lo que respondió “El espíritu crítico, que ha sido algo que ha resultado sobre todo de las ideas contenidas en el papel, podría empobrecerse extraordinariamente si las pantallas acabaran por enterrar a los libros” (Careaga, web). En este sentido, Vargas Llosa expresa una de las mayores preocupaciones que existen sobre la lectura en digital: el libro digital como el fin del libro impreso, cuya lectura se asocia a un tipo de lectura superficial, poco crítica y empobrecida. En este trabajo nos interesa alejarnos de esos prejuicios y enfocarnos en identificar algunas características que nos permitan entender cómo se lee en digital. Por ello, el objetivo del estudio es destacar algunas variables que nos permitan dar cuenta de la especificidad de este tipo de lectura. Por otra parte, al identificar estos elementos, buscamos poder contrastar la lectura en digital con la lectura en el formato impreso, puesto que su diferencia no necesariamente implica una “degradación” de la cultura. Como señala Néstor García Canclini sobre estas nuevas formas de leer, “en esta etapa distinta de la adquisición del saber y en su uso no implica que se lea menos, sino que se accede a la información en nuevas presentaciones del conocimiento” (26). Leer en un medio digital no es lo mismo que hacerlo en un documento analógico. En este sentido, el soporte afecta tanto la forma que nos identificamos como lectores como en el procesamiento mismo de la lectura. En este trabajo entendemos la lectura en digital como una práctica lectora concebida como un ejercicio de navegación, la cual, por lo mismo, requiere “de una reconceptualización para admitir en su definición la naturaleza interactiva de la lectura en pantalla” (Albarello 15).

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En este artículo, profundizaremos en un tipo de registro que requiere una práctica de lectura en particular; nos referimos a la literatura digital. Esta es concebida para ser leída en un dispositivo electrónico y se caracteriza por ser hipertextual e interactiva. En otras palabras, estudiaremos la lectura de textos literarios que han sido concebidos para el formato digital y que no pueden existir fuera de él. Si bien algunos autores han señalado la transformación que podría introducir el medio digital en la lectura (García Canclini 2007, 2016; Albarello 2011), la experiencia específica de los sujetos lectores, sobre todo en cuanto a la lectura de literatura digital, no ha sido estudiada. En este contexto, nos preguntamos ¿cómo es la experiencia lectora en relación con la lectura de textos de literatura digital? ¿Qué características presentan estos “nuevos modos de leer”? Con miras a indagar en estas interrogantes, especialmente en investigaciones futuras, consideramos necesario realizar un pre test, tanto para identificar variables de la lectura de la literatura digital, a partir de las cuales se puedan elaborar hipótesis de trabajo, como para probar la bitácora de lectura como instrumento válido para la profundización cualitativa de la experiencia lectora en digital. Para abordar estos dos objetivos trabajamos con un curso de 45 estudiantes de literatura de primer año, mujeres y hombres de entre los 18 a 29 años.2

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Elegimos esta población, específicamente a estudiantes de la Escuela de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales, porque consideramos que los estudiantes de literatura poseen un alto perfil lector, tienen experiencia en el manejo de distintos géneros discursivos y tienen alta tolerancia a textos experimentales, menos convencionales. Es posible que estas características varíen según las distintas escuelas de literatura, para lo cual, para el diseño de una futura investigación, actualmente en evaluación, consideramos diversas escuelas y universidades. Por otra parte, podíamos exigir a los estudiantes de esta escuela particular el responder a la bitácora como parte de las actividades de un curso específico. Tenemos conciencia de los sesgos asociados a esta decisión, como el que las respuestas puedan estar influidas por el intento de adecuarse a las opiniones de la profesora. Sin embargo, creemos que era el contexto ideal, tanto para asegurar una alta tasa de respuesta al instrumento para poder cumplir con los objetivos del estudio, vinculados a la identificación de variables para elaborar hipótesis y el testeo del instrumento.

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La bitácora de lectura la definimos como un género académico en el que se lleva a cabo un registro personal de un proyecto. En general, una bitácora es un tipo de texto que en el ámbito universitario se utiliza para registrar experiencias de prácticas laborales para así profundizar y reflexionar sobre el aprendizaje de la vivencia. En el marco de este estudio, lo que buscamos con la bitácora de lectura es que los sujetos reflexionen individualmente sobre la experiencia de enfrentarse a un texto digital. El hecho de que sea escrito permite que tengan una instancia en que puedan profundizar en los detalles de una tarea como la lectura, que generalmente es espontánea, pero adecuándose a un registro académico. La bitácora contempla tres etapas: antes, durante y después de la lectura. Así, nos podemos asegurar que los participantes del estudio detallarán una experiencia que hasta ahora no ha sido investigada, adecuándose al registro académico y formal, pero sin descuidar la subjetividad de la experiencia única de lectura. La técnica de análisis utilizada fue el análisis de discurso. Respecto a la obra seleccionada para ser parte del experimento de lectura, los estudiantes debieron leer Pentagonal: incluidos tú y yo del escritor chileno Carlos Labbé.3 La novela se encuentra disponible online y posee una estructura hipertextual que consta de cinco historias que se vinculan a través de un accidente, como se puede apreciar en la interfaz principal de la novela. En la noticia sobre el accidente, los cinco hipervínculos disponibles, resaltados en negrita (imagen 1), corresponden al número de líneas narrativas las que al mismo tiempo constituyen cinco

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Carlos Labbé es un escritor, crítico literario, guionista y músico chileno. Ha publicado novelas, cuentos y poemas. Entre sus novelas destacan Libro de plumas (2004), Navidad y matanza (2007) y Locuela (2009), y cuentos como “Caracteres blancos” (2010). Pentagonal: incluidos tú y yo fue su primera novela y la única en formato hipertextual digital, publicada en el año 2001 y disponible en http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/hipertul/pentagonal/. Si bien la obra de Labbé se caracteriza por el juego con diversas líneas narrativas y con una estructura vinculante que funciona muy bien en sus obras en papel, es el medio digital el que hace la diferencia para nuestro estudio, dado que en este medio particular las posibilidades del hipertexto se potencian y radicalizan.

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posibilidades de comenzar a explorar el texto. El lector puede comenzar su lectura por cualquiera de estos enlaces, los que se multiplican a través de la existencia de otros hipervínculos existentes dentro de los bloques de texto que se presentan al avanzar en el hipertexto.

Imagen 1. Interfaz principal de Pentagonal: Incluidos tú y yo. Las palabras destacadas con negrita constituyen enlaces, pudiendo comenzar la lectura por cualquiera de ellos.

La publicación de este hipertexto digital se inserta en un momento de la literatura latinoamericana en que se comenzaba a experimentar con este formato, tanto en poesía como en narrativa.4 Si bien la estructura hipertextual ya había sido ensayada en el formato impreso, siendo Rayuela

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Ver: Gainza, Carolina. Escrituras Electrónicas en América Latina. Producción Literaria en el Capitalismo Informacional; y Correa-Díaz, Luis y Scott Weintraub (Eds). Poesía y poéticas digitales / electrónicas / tecnos / New-Media en América Latina.

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de Julio Cortázar una de las más conocidas a nivel latinoamericano, el formato digital potencia la escritura hipertextual, al permitir la creación de enlaces entre múltiples bloques de texto que generan una literatura potencialmente infinita en sus posibilidades de combinación y lectura. El hipertexto digital realiza materialmente ese “jardín de senderos que se bifurcan” que Borges imaginó.

Imagen 2. Bloque de texto de la novela donde se pueden apreciar los enlaces. Todos los bloques de texto son un hipertexto en sí mismo.

A continuación, presentaremos una contextualización teórica sobre la literatura digital y los aspectos que influyen en la práctica de su lectura. Posteriormente, analizaremos las experiencias lectoras de los estudiantes de Literatura centrándonos en cuatro categorías que obtuvimos de las bitácoras: la materialidad, hipertextualidad, género y el rol del lector. Para finalizar, resumiremos los aspectos más relevantes encontrados en nuestra investigación y presentaremos las proyecciones de este estudio a futuras investigaciones.

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1.

La literatura y la lectura en digital como un ejercicio de navegación

En nuestro día a día estamos en constante contacto con diversos formatos digitales. Sin embargo, este estudio se enfocará en un tipo de formato digital en particular: la literatura digital. Gainza en su Dossier de Literatura Electrónica en América Latina la define como “aquella literatura concebida en un formato digital para ser leída en la pantalla de un dispositivo electrónico interactivo” (2012).5 De esta forma, la literatura digital está relacionada directamente con los medios digitales, por lo que queda fuera de esta definición aquellas obras que dialogan con lo digital en sus temáticas sin cambio alguno de los momentos del proceso relacionado con la “comunidad creativa-lectora”: producción, circulación o recepción. Tampoco se refiere a la digitalización de la literatura y su presentación en formatos como e-books u otros dispositivos de lectura. Puesto que la literatura digital no podría existir en el formato analógico, la transformación refiere a un cambio estructural vinculado a la utiliza del lenguaje de códigos que, siguiendo la terminología de Lev Manovich (2005), se caracteriza, entre otros elementos, por su manipulabilidad y modularidad. En relación con el lenguaje de códigos, este constituye uno de los elementos definitorios de este tipo de literatura. Es finalmente ese lenguaje anclado en una materialidad digital lo que abre las puertas a un tipo de literatura interactiva, hipertextual, hipermedia y en el que el lector también interviene no sólo en la determinación del sentido, sino que afecta la

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Esta definición también es la que utilizan otros autores que han trabajado la literatura digital, tales como K. Hayles (2008), quien la define como “a first generation digital object created in a computer and (usually) meant to be read in a computer” (3). Sin embargo, se trata de un concepto en discusión, como analiza Luis CorreaDíaz en su discusión del concepto a través de las propuestas de distintos autores en su introducción al libro Poesía y poéticas digitales / electrónicas / tecnos / New-Media en América Latina.

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obra materialmente.6 En la literatura digital, la escritura, las imágenes, las animaciones y otros elementos interactivos que se nos presentan son expresión de un código, el cual debe ser ejecutado para que estos elementos vayan desplegándose y apareciendo ante nuestros ojos. Para que esto suceda es necesario que el lector ejerza un nivel de manipulación sobre la obra. Como señala E. Aarseth: “The cybertext reader is a player, a gambler; The cybertext is a game-world or world-game; it is posible to explore, get lost, and discover secret paths in these texts, not metaphorically, but through the topological structures of the textual machinery” (4). Este tipo de literatura demanda un lector jugador, que construya el sentido que configura tanto en la interpretación de la obra como en su operación material. Esta ejecución del código, el cual permanece siempre oculto, contiene un elemento performático. Siguiendo la propuesta analítica de Borys Groys (2012), así como la música debe ser interpretada a partir de una partitura, las textualidades que componen prácticamente todo texto digital, y no sólo la literatura digital, deben ser performadas a través de la ejecución de un código. Lo anterior es posible gracias a que los códigos constituyen un lenguaje programable, y por lo tanto, manipulable. Es en este sentido que Lev Manovich señala que el lenguaje de los nuevos medios está directamente relacionado con el hecho de que el código es entendido como una representación numérica: “Un objeto de los nuevos medios está sometido a una manipulación algorítmica. Por ejemplo, si aplicamos los algoritmos adecuados, podemos quitarle automáticamente el “ruido” a una fotografía, mejorar su contraste, encontrar los bordes o formas o cambiar sus proporciones. En resumen, los medios se vuelven programables” (73). Según el mismo autor, esta característica permite a su vez que un objeto de los nuevos medios se organice de forma modular. Esto significa

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Para una discusión sobre el lenguaje digital y las especificidades creativas que éste presenta para la literatura digital recomendamos consultar Ergodic Literature de Espen Aarseth y The Making of E-Poetries de Loss Pequeño Glazier.

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que cada parte que compone el objeto digital es independiente de las otras, de tal forma que poseen su propio significado individual, no obstante, al mismo tiempo, contribuyen al sentido del objeto del que forman parte. Una imagen, un texto escrito, una animación, una pieza de audio, todas están compuestas por sus propias líneas de código y, probablemente, utilizan distintos software. Siguiendo este análisis, podríamos decir que el lenguaje característico de los nuevos medios, o su estética, está marcada por la figura del hipertexto.7 George Landow (2006), por su parte, define el hipertexto como un texto compuesto por bloques de texto interconectados a través de enlaces electrónicos (3). Siguiendo esta definición, el autor señala que un hipermedia corresponde a la misma estructura, solo que en vez de presenciar la interconexión de textos escritos, asistimos a una obra que entrelaza diversas textualidades, que pueden pertenecer a distintos medios (2006).8 El hipertexto, en este sentido, es como un puzle en las manos del lector, quien es interpelado a armarlo, a “jugar” e intentar distintas combinaciones con sus enlaces. De esta forma, se requiere que el lector interactúe con la obra, que la manipule para configurar un sentido. Es así como podemos afirmar que el placer del texto en la lectura digital se vincula estrechamente con ese acto de manipulación, de navegación y juego, en la cual se exploran diversos caminos. Como señala Adolfo Sánchez, en estas obras “se da un tipo de intervención del receptor que afecta no sólo a la

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En efecto, esa característica de modularidad que describe Manovich se asemeja a la estructura fragmentaria que caracteriza a los hipertextos, donde cada bloque de texto, u otras textualidades que lo componen, poseen una singularidad propia, al mismo tiempo que contribuyen al sentido global del relato.

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La definición de hipertexto es ampliada y profundizada en el análisis que Lev Manovich presenta en El lenguaje de los nuevos medios (2005), donde expone que “un objeto de los nuevos medios consta de partes independientes, cada una de las cuales se compone de otras más pequeñas y así sucesivamente . . . ” (76). Esto se puede aplicar a una definición de hipertexto e hipermedia donde un hipertexto está compuesto de enlaces, bloques de texto, frases, palabras, caracteres, donde cada uno obedece a un código diferente; y un hipermedia está compuesto de múltiples recursos (texto, imagen, sonidos, videos, etc.). En ambos, cada elemento conserva su singularidad e identidad.

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interpretación, dotación de sentido o valoración de la obra, sino también a su aspecto sensible, material” (21). El hipertexto, la modularidad y la posibilidad de manipular el lenguaje son características no solo de la literatura digital, sino que, en general, son aspectos que afectan a la práctica de la lectura en los formatos creados para dispositivos digitales. Por lo tanto, los usuarios de estos tipos de medios poseen ciertas expectativas basadas en la experiencia de navegación que están relacionadas con estos elementos, por ejemplo: leer por medio de hipervínculos, seleccionar caminos de lectura o armar el hipertexto. No obstante, como mencionamos anteriormente, la literatura digital es un formato de tipo experimental, por ende, un lector que no conoce este tipo de literatura, como es el caso de estos estudiantes, difícilmente podrán tener expectativas sobre esta. En lingüística, el concepto género permite comprender las expectativas que pueden tener los lectores ante un texto: Su definición, unidad de análisis y objeto varía según la aproximación teórica que se tome. Desde la lingüística funcional, Swales (1990) lo define como: A genre comprises a class of communicative events, the members of which share some set of communicative purposes. These purposes are recognized by the expert members of the parent discourse community and thereby constitute the rationale for the genre. The rationale shapes the schematic structure of the discourse and influences and constrains choice of content and styles. (58)

Esta definición plantea que el género es un evento comunicativo cuyas pautas estructurales y discursivas están dadas por los expertos, en este caso, los mismos escritores que imponen tendencias, formas de concebir los textos, estéticas, etc. Los escritores que son parte de la comunidad creadora de la literatura digital buscan romper con los patrones discursivos convencionales de la literatura y crear nuevas formas discursivas y estéticas que son propias de los medios digitales, es decir, utilizan las potencialidades dada por el hipertexto, la materialidad y el diseño, y así construyen un discurso que se ve afectado por la materialidad digital.

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En contraste a esto, un lector que no conoce este tipo de literatura —pero que sí ejerce la lectura constantemente como los estudiantes de literatura— es un miembro no experto de la comunidad. De esta forma, estos lectores buscarán encontrar pistas en la estructura y el discurso a partir de su propia experiencia con la literatura para concebir el texto como una unidad de significado. Por esta razón, lo que esperamos encontrar en este estudio es identificar los aspectos estructurales y discursivos que reconocen estos jóvenes y qué efecto tiene en los lectores enfrentarse a un tipo de literatura en la cual no reconocen el género. Otra visión textual del género que ha planteado la necesita de comprender este concepto desde el contexto de la multimedia es la multimodalidad. Esta necesidad surge debido a que primero existe una mayor dificultad teórica de lo que significa definir un medio o un género, por ejemplo ¿es Facebook un género o un medio? Considerando que hay restricciones discursivas, formas de escribir, maneras de comunicarse con una comunidad, pero también es un medio porque permite acceder a distintas páginas web. Esta corriente se basa en los postulados de la Lingüística sistémico funcional (LSF) y la semiótica social para estudiar la lengua en uso. En este sentido, Kress (2003, 2010) busca redefinir el concepto de género y explicar la forma en que estos discursos convergen en los textos multimodales. Para la LSF el género da cuenta de las relaciones “among social processes . . . , with a special focus on the stages through which most texts unfold” (Christie y Martin 6). Esta definición amplia el concepto de género a actos comunicativos que tienen propósitos sociales específicos, por ejemplo, una clase en la universidad es un evento que tiene objetivos, metas, registro, roles que están establecidos. Kress (2003) considera que en los textos multimodales coexisten diversos niveles de relaciones sociales entre los participantes que interactúan con el texto y que cada uno de estos textos-entidades multimodales tendría “un género”. Por ejemplo, el género de la cibernovela es un acto comunicativo que tiene fines estéticos. Aquí encontramos distintos tipos de géneros subordinados como la animación, ilustración, música que se llevan a cabo por medio de diversos modos como el visual y sonoro. Por

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lo tanto, podríamos considerar a la cibernovela como “un género mixto, en el que mundos organizados de forma diferente aparecen de forma diferente” (Kress 159). Esto es lo que ocurre en la cibernovela, puesto que los textos, la música, la animación y la ilustración están subordinados al fin comunicativo de la cibernovela. La importancia de estudiar el género en esta investigación tiene que ver con que sabemos que la Literatura digital no es un medio masivo y, por lo mismo, los lectores buscarán entender los textos que conocer a partir de sus conocimientos propios, tanto de la narrativa como de su experiencia en la navegación digital. Específicamente en Pentagonal: incluidos tú y yo es posible que nuestros lectores perciban rasgos genéricos en la obra, llámese narrativa o poesía, que se relacionan con otros fragmentos genéricos incrustados como emails o textos bíblicos vinculados por medio del hipertexto. Por lo tanto, consideramos relevante para nuestra investigación identificar los rasgos genéricos que los alumnos identifican y cómo describen la convergencia de estos planos discursivos. En síntesis, explorar la lectura en digital a partir de un texto de literatura digital nos permite identificar elementos que pueden ser extrapolados a la manera en que leemos, nos relacionamos y procesamos información en el medio digital, y avanzar en la comprensión de un fenómeno poco estudiado desde la perspectiva de la experiencia de lectura en este formato. Si bien en el contexto de la literatura latinoamericana la literatura digital no es aún un tipo de escritura ampliamente conocida, así como tampoco abarca un gran número de lectores, consideramos que representa un cambio importante respecto a las formas de escritura impresa y las experimentaciones en el área, las cuales han aumentado con los años,9 así como

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Algunos ejemplos de obras digitales escritas en/por latinoamericanos, aparte de Pentagonal, son las siguientes: Wordtoys de Belén Gache, Golpe de Gracia y Gabriella Infinita de Jaime Alejandro Rodríguez, Tierra de Extracción y Hotel Minotauro de Doménico Chiappe, entre otras. Sin embargo, lo que más prolifera en la literatura digital es la poesía, donde en Brasil existe un extenso trabajo. En Latinoamérica algunos de sus representantes son Santiago Ortiz (Colombia), Eduardo Kac (Brasil), Augusto de Campos (Brasil), Fabio Doctorovich (Argentina), Luis Correa-Díaz

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también los análisis críticos en torno a esta.10 Por otra parte, y lo que es relevante para nuestro análisis, consideramos que el estudio de la literatura digital nos permite dar cuenta de las formas de leer vinculadas a lo digital, las cuales, como hemos señalado, requieren de un tipo de lector que sepa cómo navegar en textualidades estructuradas como redes extendidas, no jerárquicas. En este sentido, la experiencia de lectura de un texto como Pentagonal: incluidos tú y yo nos puede entregar elementos para explorar en el futuro, y a un nivel más general, las formas de lectura en digital.

2.

Bitácora de experiencias lectoras: una exploración de la subjetividad lectora en digital

Como adelantamos en la introducción, la bitácora fue definida como un género académico en el que se lleva a cabo un registro personal de un proyecto, en este caso, describir la propia experiencia lectora a partir de una obra de literatura digital. Así, los alumnos plasman sus ideas adecuándose al registro académico y formal, pero sin descuidar la subjetividad de la experiencia única de lectura. Posteriormente, entregamos instrucciones básicas en las cuales se explica cómo debe completarse la bitácora, enfatizando en que toda idea, dato u observación sobre el proceso de lectura era relevante para nuestro estudio. También, destacamos la importancia de respetar los pasos de lectura, ya que, consideramos que las distintas etapas de lectura podían ir

(Chile), Clemente Padín (Uruguay), Carlos Cociña (Chile), Gustavo Romano (Argentina) y Eugenio Tiselli (México), entre muchos otros.

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Al respecto, recomiendo consultar los trabajos recientes de Luis Correa-Díaz y Scott Weintraub (eds). Poesía y poéticas digitales / electrónicas / tecnos / New-Media en América Latina (2016) y el dossier publicado por Osvaldo Cleger y Phill PenixTadsen en la Revista Letras Hispanas, “Paperless Text: Digital Storytelling in Latin America and Spain (1983-2013)”. Otros autores que han publicado en el tema son Claudia Kozak, Jaime Alejandro Rodríguez, Leonardo Flores, Carolina Gainza, Thea Pitman y Claire Taylor, entre otros.

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cambiando las reflexiones que se hacían en torno al texto o a la práctica lectora en sí. Además, debido a que los alumnos escribieron la bitácora en sus casas, se les solicitó un tiempo mínimo de lectura de 2 horas. Esto se explicitó porque la forma de avanzar en la lectura en esta obra es por medio de hipervínculos que se van dando azarosamente, por lo que la obra en sí no tiene fin. Por último, destacamos la importancia de que plasmaran detalladamente todo lo que se les venía a la mente en las distintas etapas de lectura, a tal punto que se les solicita no borrar nada de lo que fueron escribiendo y que, en caso de querer editar, solo lo tacharan. De esta forma, se podía dar cuenta de aquellas intuiciones que tal vez no se desarrollaron, pero que fueron percibidas por el lector. El desarrollo de la bitácora está dividido en tres partes: antes, durante y después de la lectura. La primera parte nos permite ver las expectativas de los lectores sobre la lectura en digital que, muchas veces, choca con los prejuicios de la inevitable comparación con lo impreso. También sirve para verificar qué tan familiarizados se encuentran con la literatura digital y sobre todo, con la lectura en digital. En la segunda parte, buscamos capturar el proceso de la lectura in situ. Para ello, se les dio ciertas directrices a las cuales podían poner atención mientras realizaban la lectura, es decir, se mencionaron temas como direccionalidad de la lectura, el tipo de interacción que se establece con el texto, manejo del tiempo y del espacio, tipografía, diseño, imágenes, formato digital. Sin embargo, no era obligatorio que hablaran sobre eso, puesto que lo esencial era explorar la espontaneidad, lo que iba surgiendo en la lectura. Por último, la etapa post-lectura busca que, después de decantar la lectura, los estudiantes describan con el mayor detalle posible su práctica lectora. Por ello, elaboramos preguntas que les permitieran explayarse sobre sus sensaciones, los aspectos novedosos o intuitivos de la lectura, que indagaran en la comparación con la literatura análoga, o identificaran los aspectos que reconocían de su ejercicio como lectores de medios digitales. Por último, dejamos abierta la opción para que complementaran con otros aspectos que para ellos fueran interesantes.

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Imagen 3. Bitácora de experiencia lectora.

3.

Experiencias lectoras de la literatura digital

Como mencionamos anteriormente, el objetivo de este artículo es identificar características de la lectura de la literatura digital, por medio de la experiencia que produce la lectura de un hipertexto como Pentagonal: incluidos tú y yo de Carlos Labbé. Para poder profundizar en este tipo

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de práctica realizamos una bitácora de experiencia lectora que permitiera indagar en las apreciaciones de primer año de literatura, que si bien son nativos digitales, no son necesariamente conocedores de la literatura digital. De esta forma, podríamos profundizar en la lectura de estudiantes que tienen una valoración positiva de la lectura, que pueden tener un mayor contacto con textos experimentales, pero que aún no han adoptado por completo un registro académico, y que, por lo mismo, podrían acercarse a este tipo de lectura desde una posición menos teórica y más desde su percepción espontánea. En otras palabras, estos alumnos nos permitirían ver cuáles son los lugares comunes desde lo que se posicionan para leer y qué sensaciones les provoca esta nueva experiencia. Previo a la construcción de la bitácora, nuestras inquietudes teóricas respecto a la lectura en digital estaban relacionadas con responder preguntas como de qué forma incide la materialidad, el hipertexto, la multimodalidad e interactividad. Por tanto, desde este punto de partida se concibió la bitácora. No obstante, tras una primera lectura a las bitácoras realizadas por los estudiantes, notamos que, si bien surgían temas acerca del papel que juega la materialidad y la hipertextualidad, el aspecto en el que más profundizaron fue respecto a lo que significa ser un lector de literatura digital, su responsabilidad en la construcción de la obra y en que la interactividad era solo una arista dentro del nuevo perfil del lector en digital. Por ello, decidimos ampliar el elemento de interactividad al rol del lector, que incluye la interactividad pero también otros aspectos importantes, como su responsabilidad y su construcción como sujeto lector en este contexto. También notamos que, por el hecho de que la lectura de Pentagonal: incluidos tú y yo está determinada principalmente por el modo escrito, la multimodalidad, es decir el papel que juegan diversos modos como el visual o el sonoro, no eran significativos para esta investigación. Sin embargo, los estudiantes reconocieron distintos géneros en el transcurso de la navegación, algo muy común en este tipo de obras, pues la hipertextualidad potencia la confluencia de diversos textos multimodales. De este modo, decidimos indagar en las bitácoras a partir del concepto de género planteado por Kress (2003) desde una perspectiva multimodal.

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En síntesis, a partir de nuestras lecturas y de una primera lectura de las bitácoras consideramos que los aspectos fundamentales en la práctica de la lectura en digital están relacionados a cuatro temas: materialidad, hipertextualidad, género y rol del lector. A continuación, presentaremos las experiencias transmitidas por estos estudiantes. Para ello, seguiremos el orden propuesto por la bitácora del antes, durante y post-lectura. La descripción que realizaremos se focaliza en las cuatro temáticas que nos interesa profundizar sobre este tipo de ejercicio lector (materialidad, hipertextualidad, género multimodal y rol del lector), y así, de esta forma, podremos verificar si la bitácora que hemos creado es pertinente para este tipo de estudios.

4.

Antes de la lectura: “la literatura digital se mueve y habita por los terrenos virtuales del hiperespacio”

Como mencionamos anteriormente, esta parte de la bitácora nos permite observar las expectativas que poseen los jóvenes antes de sumergirse en la navegación digital. En el discurso de los entrevistados, encontramos que una parte importante de ellos indica que no conocía la literatura digital, lo que era esperable ya que aún constituye un formato experimental. No obstante, algunas de sus expectativas efectivamente están relacionadas con la literatura digital, por ejemplo lo entienden como un formato de lectura exclusivo de Internet y que, por lo mismo, su creación depende de los recursos que entregan los dispositivos digitales y la web: Pienso que la literatura digital es aquella literatura que, tal como indica el nombre, se reproduce a través de medios digitales o electrónicos; esta expresión de la literatura puede incluir contenido multimedia. Además, se hace uso de recursos digitales, tales como el uso del cursor como medio de interacción principal, vinculación de enlaces, etc. (Hombre, 19 años)

Como podemos apreciar en esta cita, el estudiante relaciona este tipo de literatura con la utilización de los medios digitales y con los recursos

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materiales que determinan su recepción. Así, por medio del cursor, el lector interactúa y construye el texto o los hipervínculos envían al lector a otros enlaces, que van creando un mapa de lectura. Por esta razón, intuyen que este tipo de literatura no se limita solo al modo escrito. Más bien, esperan encontrarse con modos como el visual o auditivo para crear ambientes que complementen las historias y, como efecto, que hacen de la experiencia de la lectura un ejercicio interactivo. Por lo tanto, una de las expectativas que está ligada a esta práctica lectora es la interactividad y cómo cambia la relación entre el papel del lector frente a un texto, así como lo propone uno de los alumnos: El libro cambiaría, tanto en cuanto formato se pueda imaginar el autor, como en colores, imágenes, formas, distribución en la pantalla, etcétera; y todo a causa de la sola interacción del lector con el computador o aparato. (Hombre, 19 años)

De aquí podemos extraer que este alumno reconoce la posibilidad de manipulación que presenta el lenguaje digital y esto lo proyecta como una plausible característica de la literatura digital. Por lo tanto, al igual que cuando se navega por internet, el estudiante en su posición de lector espera armar su propio texto seleccionando, pulsando y eligiendo caminos de lecturas. Como consecuencia de lo anterior, podemos plantear que los aspectos que los estudiantes identificaron de la literatura digital, sin conocer la hipernovela de Carlos Labbé, se deben a su práctica regular con la lectura en digital. De esta forma, reconocen este tipo de lectura como una lectura extendida cuyo orden responde a las opciones que el usuario va tomando y, por ende, a cómo crea su propio hipertexto. Además, la lectura como enlace de redes es lo que hace que el lector sienta que la experiencia lectora es interactiva. Pese a que pudimos identificar estas expectativas sobre este tipo de lectura, para los estudiantes la lectura análoga sigue siendo un referente esencial que les permite definir la práctica de la lectura. En este punto, la

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materialidad juega un rol fundamental en la lectura, ya que, como vimos en la cita anterior, los medios digitales permiten la configuración de textos con distintos lenguajes, como el sonoro o gestual, que no pueden ser reproducidos en el papel. Al igual como ocurre con la materialidad, también esperan una alteración en el orden de la disposición de la información de la obra, puesto que estas obras “no necesariamente tienen un orden establecido (como los impresos)” (mujer, 18). Con esto se refiere a que el texto impreso presenta ciertos límites que determinan la lectura —como seguir el orden de izquierda a derecha o el cambio de página.11 En contraste a esto, el texto digital da la sensación de dispersión debido a que la lectura se realiza por medio de hipervínculos. De este modo, los hipervínculos obligan a realizar una lectura intercalada que rompe con el concepto de linealidad. Algunos estudiantes sienten cierto recelo por los formatos digitales y expresan su preferencia por consumir literatura en formatos analógicos, argumentando la mayoría de las veces que este último formato es más cómodo. Incluso, uno de los alumnos destaca su preferencia por el formato impreso por las características que aporta su objetualidad a la experiencia lectora: [El] tipo de empastado, su textura, y presentación física, el cambiar de una página a otra, guardarlo a través de los años, la herencia . . . son factores aparte del contenido del texto, pero para mí tiene relevancia, porque es un elemento que se relaciona a la “excelencia de lo leído. (Hombre, 21 años)

Por lo tanto, consideramos que la materialidad tiene un rol fundamental en la experiencia lectora y que, pese a que los estudiantes son



11

Existen varios antecedentes de libros impresos que también cuestionan los límites de la página y utilizan la materialidad del libro para dar cuenta de ello, con el fin de romper con la linealidad textual. Sin embargo, el formato papel tiene la limitación de la hoja y no puede materialmente jugar con texturas infinitas como si se puede dar en los formatos digitales. Probablemente una de las obras impresas más emblemáticas de este estilo es Especies de espacios (1999) de George Perec.

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nativos digitales, prevalece la idea de que el objeto libro permite una mejor experiencia lectora y, como consecuencia, una mejor apreciación de la literatura. No obstante, lo que más se rescata de los formatos digitales es que su materialidad permite una mayor experimentación —inclusión de distintos modos, hipertexto, diferente direccionalidad de la historia— tanto por parte del creador como del lector.

5.

“A medida que voy leyendo aprendo a tejer los hilos”: experiencia durante la lectura

Como hemos señalado, el registro durante la lectura buscaba rescatar las percepciones y sensaciones que ocurrían a los participantes en el momento mismo de la lectura. Del análisis de las bitácoras se puede extraer que la primera impresión que describen los entrevistados es enfrentarse a un relato desordenado donde no saben a qué atenerse. El azar y el descubrimiento marcan estas primeras descripciones de su aproximación al texto. La obra comienza sin explicación alguna, no te da ninguna indicación previa. Tienes que descubrir todo por ti mismo. Después de haber pinchado al menos cinco hipervínculos, uno se comienza a preguntar la lógica entre estos y qué determina la dirección que sigues. Pero, cuando crees encontrar una lógica, otro hipervínculo te contradice. Hay demasiadas incertidumbres como para comprender con facilidad el modo en que se genera la direccionalidad de la obra. (Mujer, 18 años)

En este extracto se puede identificar el primer choque epistemológico con este tipo de literatura, ya que el/la lector/a se enfrenta a un solo texto a la vez y se continúa la lectura por medio de enlaces que solo permiten avanzar. De este modo, el texto anterior desaparece por completo y solo queda ir hacia adelante, no hay forma de sostenerse en el pasado. Por otra parte, la temática del texto es fragmentaria, existen textos que

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efectivamente tienen una relación que se puede vincular (personajes, una trama o conceptos). Sin embargo, esta relación no es obvia en todos los enlaces disponibles. Por último, los textos no tienen un orden determinado, es decir, se dan de forma azarosa e incluso se pueden repetir, de tal modo que no existe realmente una lectura o una trama en particular. Esta nueva lógica con la que se enfrentan estos lectores les provoca incertidumbre y frustración. Asimismo lo asocian a aspectos del formato digital que dificultan la lectura. Los entrevistados describen varios efectos físicos, generalmente negativos, provenientes de la lectura en este formato, como por ejemplo el brillo de la pantalla produce cansancio al leer por mucho tiempo, así como también describen que el formato digital y el hipertexto los agota porque demandan un mayor esfuerzo de concentración. Al respecto, algunas de los participantes señalan lo siguiente: Con el paso del tiempo, la memoria comienza a fallar y recordar las opciones seleccionadas es difícil. (Mujer, 18 años) . . . luego de dos horas, me duele mucho la cabeza y el hecho de que uso lentes con bastante aumento no ayuda demasiado. (Mujer, 21 años)

A medida que avanzan en la lectura, una de las cuestiones que sobresalen es el choque entre sus expectativas lectoras, vinculadas a su experiencia con el formato impreso, y la realidad de la materialidad digital que se les presenta. Si bien el no poder encontrar una linealidad y la búsqueda vana de un principio y un fin les causa frustración, al mismo tiempo se ven enfrentados a la tarea de buscar un sentido a la lectura, de pensar cómo van a organizar la información que se les presenta de forma fragmentada: Por último tengo la hipótesis de que esta hipernovela no tiene un final, sino que justamente su objetivo es crear incertidumbre y que a partir de esa incertidumbre el lector se vea obligado a formularse preguntas que tendrá que contestar él mismo, según su única e individual experiencia de lectura. (Mujer, 18 años)

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De esta manera, pareciera ser que la frustración e incertidumbre que produce el formato hipertextual, al mismo tiempo se les presenta como un desafío. En este sentido, podemos observar que los sujetos lectores están determinados por ciertas estructuras —la linealidad, concepción del texto como una unidad semántica—, y el que el hipertexto no se ajuste a estas expectativas les resulta frustrante. No obstante, esto mismo produce en ellos las ansias de generar sentido y coherencia, por lo cual desarrollan estrategias para poder acceder a ese anhelado sentido de la obra. Para lograrlo, ponen atención a su diseño, los diálogos, los enlaces y los colores en pos de encontrar ese aspecto que les permita hacer la conexión temática: Hay diferentes combinaciones de diseño, así como hay diferentes combinaciones en la cronología de la obra, y es posible que todo aquello tenga una razón específica de ser así. Por ejemplo, puede que determinado diseño se refiera a un personaje. (Mujer, 18 años) Comenzar con un diario causa la sensación de realismo. El juego de luces crea ambientación que apoya lo narrado (Oscuridad/belleza). El espacio extenso sin nada escrito genera sensación de vacío. (Hombre, 22 años)

Así, una vez que se encuentran inmersos en la lectura de la hipernovela, todos sus esfuerzos están concentrados en conectar el contenido con el diseño de la obra, como una estrategia de dar sentido al texto. De esta forma, el significado de la obra pasa primero por comprender la estructura de la misma, sus enlaces y la disposición de los contenidos. Parte de la experiencia de lectura en digital, entonces, se vincula a la interacción con el formato y a dar significado a la fragmentariedad y a la forma azarosa en que se presenta la información. Lo que señala una de las participantes da cuenta de este proceso: . . . me topé con un fragmento que me hizo cuestionar por completo todo lo anterior. El fragmento dice: “Sé que estoy loca por intentar establecer conexiones entre pedazos sueltos…”. Sentí que se me hablaba directamente

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a mí. ¿Acaso el extracto era a propósito? El autor asume que el lector pretende establecer relaciones con lo fragmentado y quizás pretende que nos despojemos de aquello que hemos, más que nada, aprendido con la tradición de los libros impresos. (Mujer, 23 años)

De esta forma, y tal como lo describe una de las participantes, la lectura se les presenta como un trabajo de investigación, en el cual se rastrea el significado del texto para luego construirlo a partir de las elecciones y conexiones que realizan. Para poder avanzar en la lectura y poder construir significados, es necesario desprenderse de las expectativas que provienen de lo impreso.

6.

Reflexiones post-lectura La hipertextualidad: “El hipertexto es como la vida”

Como es posible apreciar en el proceso de lectura, los participantes refieren que la lectura de un texto de características hipertextuales les provoca experiencias contradictorias. La lectura azarosa y fragmentada de Pentagonal: incluidos tú y yo les provoca frustración e incertidumbre y al mismo tiempo, evalúan la experiencia como innovadora, entretenida y divertida, lo cual se vincula principalmente a las características interactivas de la obra y a su novedad. Otro elemento que se repite en la evaluación de la lectura que realizan los entrevistados es la curiosidad que les despierta el texto, tanto por saber qué pasa con los enlaces que no pueden seguir, así como con la necesidad de saber cómo termina la obra. Sin embargo, al mismo tiempo, parece ser que saben que se trata de una obra en la cual es imposible encontrar el final: Por momentos me parece tediosa la repetición de los distintos fragmentos una y otra vez porque quiero seguir avanzando en la lectura y lograr desentrañar el misterio de la obra. Pero mientras leía la obra, tenía una sensación de misterio, suspenso, confusión y ansias de unir todos los puntos. Al principio,

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estaba interesada en saber cómo termina la historia, pero ahora me parece que su gracia es esa misma, que no hay un final claro. (Mujer, 20 años)

Como se puede apreciar en la cita de esta estudiante, varios de los alumnos comprendieron que una de las características de esta obra es que su sentido no está fundado en una trama lineal, sino que en el papel que el azar juega para componer este hipertexto. Por tanto, el hipertexto es infinito en términos concretos (la combinación algorítmica no tiene fin) y su conclusión depende solo de las decisiones del lector. Otra de las participantes señala que la novela se asemeja a la vida misma, “Toda esta fragmentación y el no saber hacia dónde se dirige todo, o si es que existe algún final, me hace pensar en la vida; Una hipernovela sobre la importancia de lo accidental en nuestras vidas” (Mujer, 23 años). En este mensaje, la estudiante señala una cuestión fundamental: el hipertexto propone una estructura en que las opciones son múltiples, lo cual se asemeja a la manera en que actualmente vivimos y cómo nos construimos como sujetos. De esta manera, la experiencia de lectura en digital está marcada por la posibilidad de elección que entrega el hipertexto, la cual es descrita tanto como una experiencia frustrante y que genera incertidumbre, pero también como el elemento interesante y novedoso que este tipo de estructura ofrece al lector. Al no existir una manera “correcta” de leer la hipernovela, cada lector puede armarse su propio camino de lectura, en el que la experiencia consiste en un juego de descubrimiento.

7.

Materialidad: “Puede llegar a cansar la vista”

Las referencias que los participantes realizan sobre la materialidad apuntan a los efectos físicos que provoca la lectura en formato digital en el lector. Las molestias principales se relacionan con la vista, dolor de cabeza y mareos. Además señalan que la lectura en pantalla y en formato hipertextual requiere mayor concentración por estar expuestos a distintas distracciones (abrir otras páginas o consultar redes sociales), lo que finalmente genera mayor cansancio.

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Otro aspecto vinculado a la materialidad que les dificultó la lectura fue la dependencia de Internet para poder leer la hipernovela. Como ejemplo, algunos entrevistados reportaron que no les cargaban bien las páginas o que se les desconectaba internet por la debilidad de la red. Dentro de los aspectos que destacan de la materialidad digital, así como también en cuanto a su diferencia con el formato impreso, es la posibilidad de interacción que permite. Esto fue evaluado de manera positiva por los entrevistados, sobre todo en la posibilidad de elegir su propio camino de lectura.

8.

Género: la búsqueda de un eje de lectura

Debido a la fragmentariedad del hipertexto, los estudiantes leen y al mismo tiempo juegan a armar el rompecabezas de la lectura. Una de las estrategias que utilizan para comprender la hipernovela es deducir una organización del texto. Por ello, identifican extractos de una historia que ellos mismos van armando, conectando temáticas y personajes, es decir, que el hilo conductor de su lectura lo relacionan a géneros narrativos como la novela o como un cuento infinito y buscan este tipo de orden. Por otra parte, reconocen que cada hipervínculo los lleva a un nuevo texto que posee otro tipo de organización, como es el caso de los e-mails anónimos que no tienen ni emisor ni destinatario o determinados pasajes bíblicos. Estos son considerados como aspectos poéticos atmosféricos o como textos que acentúan la cualidad fragmentaria del hipertexto. Por lo tanto, identificamos que la forma en que describen la hipernovela de Carlos Labbé parte del supuesto que es una novela: En cuanto a lo escrito, el uso del formato de e-mail, en las conversaciones del narrador original o principal, me ayudó a identificar un eje central en la novela, que es la historia entre él y la otra protagonista, Estela. Esto ayudó a que la lectura no resultara demasiado desconcertante. (Hombre, 20).

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A partir de la cita, podemos observar que este estudiante busca un género principal como eje central que guíe su lectura y que los otros fragmentos genéricos no son considerados esenciales, sino que actúan incluso como distractores. Por lo tanto, los lectores siguen buscando patrones de una literatura más convencional, pese a que, desde un principio, comprenden que la lógica de este tipo de hipertexto es distinto al de una novela impresa.

9.

Rol del lector: “Cada lector crea su propia historia mediante sus decisiones”

Los entrevistados coinciden en que su experiencia de lectura en digital está marcada por la posibilidad de convertirse en agentes activos, no solo en cuanto a la creación de significado, sino que también al verse interpelados a afectar materialmente la obra: La característica principal de este formato, es la forma en que se mezclan las herramientas que se emplean a diario en el mundo digital (enlaces, imágenes, sonidos, etc.) con los medios tradicionales de lectura, con el fin de crear una nueva experiencia que no sólo involucre al lector de manera pasiva, como sucede con los textos impresos, sino que además pueda ser un agente activo del proceso literario. (Mujer, 26 años)

El rol del lector, entonces, consiste en realizar las conexiones necesarias en la estructura hipertextual del texto, definida por sus enlaces, para que la lectura adquiera significado. En este sentido, la experiencia de lectura en digital está fuertemente marcada por la interacción que el lector ejerce con la materialidad y el lenguaje digital, al explorar esos enlaces, hacer clic en ellos y navegar la información: El hecho de que el lector era el que escogía el camino que deseaba llevar. No había nada preestablecido; cualquier fragmento que leyera, desde el

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principio, nacía de mi propio interés – las palabras claves, las que tenían enlace, eran las encargadas de atraerme o no. (Mujer, 19 años)

Esta posibilidad de interacción y de sentir que pueden interferir en el texto, es descrita por los estudiantes entrevistados como una experiencia positiva. En la fase de post-lectura, los participantes reflexionaron de manera más profunda acerca de la lectura de la hipernovela y se evidencia un cambio en cuanto a las sensaciones que le deja esta experiencia: de incertidumbre pasa a tener un cariz más positivo. La incertidumbre potencia la curiosidad por descubrir el misterio del texto, y en este sentido, la obra digital se transforma en un juego, un puzle que deben completar. Incluso, existen alumnos que en esta etapa comprenden su papel activo y lo que ello significa: De esta forma, la riqueza del texto en cuanto a lo literario, estilístico y estético, produce que este mundo sea un mundo muy profundo, vasto e íntimo, situándose con mucha más claridad y potencia en la mente del lector que un texto físico. Esto se debe, en mi opinión, a la libertad que concede a la mente lo virtual; pues lo virtual es un espacio que está mucho más sintonizado con la mente que lo real. (Hombre, 20 años)

Es interesante lo que describe este estudiante, ya que da cuenta de una característica esencial no solo de la lectura en digital, sino que de la manera en que se construye la subjetividad. La mente es una entidad abierta, donde todas las posibilidades existen, a diferencia de lo que ocurre en “lo real”, donde la experiencia del sujeto está marcada por la linealidad (nacimiento, vida y muerte, donde la estructura misma de la literatura y la lectura está marcada por esa estructura). Podríamos afirmar que enfrentamos una nueva forma de percepción que genera una experiencia en el sujeto asociada a la ruptura con la linealidad. El título que tiene este apartado hace referencia a esa experiencia. En el espacio digital podemos navegar en forma dispersa y, al mismo tiempo, explorar otros caminos. En este caso, el estudiante califica esta práctica como potenciadora de

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la libertad, porque es el lector, como protagonista, el que construye su propia historia.

10. Conclusiones: hacia una comprensión de la lectura en digital El objetivo de este estudio fue identificar variables de la lectura de la literatura digital que permitan caracterizarla. Este primer encuentro de los estudiantes con este tipo de literatura permitió identificar parte de sus expectativas, conocimientos previos, prejuicios y sensaciones sobre lo que significa leer y cómo esto se contrapone a la experiencia de lectura de una hipernovela como Pentagonal: incluidos tú y yo. Las expectativas y conocimientos previos que identificamos en los estudiantes están relacionados a sus experiencias como usuarios de internet y dispositivos digitales. Por esta razón, manejan la manipulación de la página, comprenden en qué consiste la lectura como navegación extendida y, por ello, intuyen que la hipertextualidad tiene efectos en la disposición del contenido de la obra o que el diseño puede tener alguna conexión con el contenido. Pese a estas intuiciones, cuando se enfrentan efectivamente a este texto fragmentario, sin orden lógico y de navegación dispersa se sienten confundidos al depender del azar en la construcción del hipertexto y buscan con ansias un hilo conductor. Esto se debe principalmente a que las experiencia de lectura en la literatura análoga, sobre todo en textos narrativos, tienden a una coherencia que se interpreta como lineal, pese a que también puede ser fragmentaria. Es decir que la materialidad de los libros —su lectura de derecha a izquierda y, por sobre todo, su finitud— afecta en la construcción de la historia que hace el lector. De ahí la reticencia que sienten varios de los participantes —que se traduce en sensaciones como la incertidumbre y la frustración— logra apaciguarse cuando posteriormente comprenden la lógica azarosa del hipertexto y encuentran el goce en armar el rompecabezas.

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Entonces, podemos plantear que la experiencia estética se encuentra en el descubrimiento que realiza el propio lector, de una lógica vinculada, por ejemplo, a elementos de diseño y su relación con el contenido o a la identificación de cinco líneas narrativas. En otras palabras, el goce estético está relacionado con el protagonismo que tiene el lector al crear su hipertexto y en la interacción entre lector y texto que permite armar un puzle de lectura. Por otro lado, buscábamos verificar si la bitácora de experiencia lectora es pertinente para los objetivos de nuestra investigación. Encontramos que efectivamente es un buen instrumento para profundizar en la práctica de lectura y que incentiva a los estudiantes a realizar una lectura metacognitiva y metaliteraria. No obstante, es necesario ajustar ciertos aspectos para futuras investigaciones: identificamos que en la parte de “durante de la lectura” podríamos acceder mucho más a las primeras sensaciones si los estudiantes grabasen sus impresiones, debido a que la acción de escribir significaría detenerse y se pierde parte de la espontaneidad de enfrentarse con la página dada por el enlace. También consideramos que de las cuatro categorías, la que podría evidenciar más en la bitácora es la de género, ya que observamos que los estudiantes buscan pistas textuales para unificar la lectura, pero no lograban reflexionar sobre por qué existe esa búsqueda de fragmentos genéricos que orienten su lectura. Para terminar, creemos que este estudio nos abre las puertas para comprender no solo lo que significa leer literatura digital, sino que para entender cuáles son los cambios paradigmáticos de la lectura en digital. Una de las expectativas que logramos identificar y que no pudieron ser trabajadas en este estudio, debido al diseño de Pentagonal: incluidos tú y yo, fue: ¿qué ocurre en textos hipermedia en que diversos lenguajes —visual, sonoro o táctil— cumplen un rol fundamental en la construcción de sentido? ¿Cuáles son las expectativas de los lectores sobre el papel que juegan estos lenguajes en la construcción del hipertexto? Por otra parte, consideramos que es importante abrir una discusión e investigaciones sobre las formas de percepción y experiencia ligadas al medio digital, dado que este medio potencia y radicaliza ciertas formas de intervención en las

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obras, las que sobrepasan la interpretación y se vinculan con una forma de disponer y afectar materialmente el texto. Al contrario del argumento que señala que lo digital favorece una lectura poco profunda y que “nos vuelve estúpidos” (Carr 2011), los entrevistados señalan que este tipo de lectura requiere de una mayor concentración, que implica involucrarse como un agente activo en la construcción de la obra, tanto en los caminos de lectura como en las conexiones que se deben realizar para crear significado. De esta forma, es necesario realizar mayores investigaciones en este campo para comprender a fondo la diferencia que introduce la lectura en digital y así tener mejores herramientas para poder realizar comparaciones entre la lectura digital y la analógica.

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Revista de Humanidades Nº35 (ENERO-JUNIO 2017): 75-101 ISSN: 07170491

L a formación de lectores en Colombia: de los profesores republicanos a los obreros como lectores intensivos (1930-1970) 1 Th e f o r m at i o n o f r e a d e r s i n C o l o m b i a : fr o m R e p u b l i c a n t e a ch e r s t o w o r k e r s as intensive readers (1930-1970)

Diana Paola Guzmán

Universidad Jorge Tadeo Lozano Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Humanidades Módulo 7 oficina 704 Cra 4 No. 22-61 Bogotá Colombia

Resumen La lectura es una práctica social que hace referencia al lugar que el sujeto ocupa en el mundo, y es parte fundamental de los modos de sociabilidad, de la circulación del pensamiento y

1



Este artículo forma parte del proyecto “Caracterización del lector en Colombia (1870-1950)”, subsidiado por la Universidad Jorge Tadeo Lozano y adscrito al grupo “Mente, lenguaje y sociedad” de la misma universidad.

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de las dinámicas que han modificado las relaciones de poder. A partir de una genealogía de la lectura, en este artículo se revisan conceptos tales como alfabetización, lectura y lector desde los artesanos y lectores católicos de la segunda mitad del siglo XIX, hasta la construcción de un lector emancipado encarnado en los huelguistas de la editorial colombiana Bedout. Palabras claves: Genealogía, lectura, alfabetización, lector, Estado.

Abstract Reading is primarily a social practice; it refers to the place of subjects in the world, it belongs to modes of sociability as well as it accomplishes a key role for both the circulation of thought and the changes regarding power relations. From a perspective of the genealogy of reading, this article reviews concepts such as literacy, reading and reader taking into account diverse milieus. Therefore, we analyze reading culture for artisans and Catholic readers of the second half of the nineteenth century as well as the construction of an emancipated reader such us the strikers of the Colombian publishing house Bedout. Key words: Genealogy, Reading, Literacy, Reader, State.

Recibido: 19/06/2016 Aceptado: 21/09/2016

Leer es un acto extensivo que se cifra no solo en el sistema impreso, sino que reproduce los vínculos que el hombre, como parte de una comunidad, define en su existencia. Entonces, si pensamos que leer es un acto de existencia que expresa una forma de vida y una visión del mundo, el estudio de la lectura debe orientarse hacia nuevos ámbitos más allá de una reconstrucción cronológica de las formas de leer. Estudiar a los nuevos lectores, como los ha llamado Martín Lyons haciendo referencia a los obreros, mujeres y niños en la Inglaterra decimonónica (490), exige ver lo visible, aunque suene redundante; es decir, exige

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acceder a las tradiciones de lectura más recurrentes, a los usos más tradicionales y difundidos.2 Es así como dirigimos la ruta de este estudio hacia la enseñanza de la lectura en Colombia, las maneras cómo la instrucción construía unos modos de lectura que dependían de las directrices estatales, religiosas y que formaban parte fundamental de los proyectos de nación. Estas maneras de leer plantean la lectura como un acto de doble vía: exclusión/inclusión, sistemas que expresan, al mismo tiempo, aquello que debe ser y aquello que se resiste a serlo. Siguiendo la idea de una genealogía de la enseñanza de la lectura como proceso de instrucción y adoctrinamiento, hasta considerarla como una acción de resistencia y autonomía, a partir de la idea de un lector católico que funge como mecanismo de defensa del proyecto de la Iglesia en 1850 y que se contrapone a un lector que fuera actor político en las sociedades de artesanos. Otro escenario de dicha genealogía es la intervención directa del Estado en un proceso educativo hermanado con los ideales liberales y traducido en el Decreto de Instrucción pública en 1870 a través del cual se regularon los métodos y materiales con los que los estudiantes aprenderían a leer y escribir.3 Dicho decreto rigió, con algunas modificaciones en 1889, gran parte de la dinámica educativa del país, sufriendo una reforma sustancial en la década de 1930. Hacia 1930 con el inicio de la República Liberal, Colombia emprendió una serie de procesos de alfabetización y creación de bibliotecas

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Lo mismo enunciará Jean Hébrard en “Les nouveaux lecteurs”. Para Hébrard los nuevos lectores son resultado de la relación que existe entre la alfabetización y el Estado moderno, son ellos los nuevos individuos que conforman nuevas agencias; es decir, al ser alfabetizados y entrar al mundo de las letras, sus roles tradicionales se amplían en posibilidades o cambian radicalmente (400).

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Uno de los intereses más destacables de este Decreto, es su preocupación por conocer las cifras del analfabetismo, que superaba el 65%, y el estado de las escuelas y maestros en la zona rural. De hecho, a los largo de los artículos que los componen, el Decreto Orgánico de Instrucción Pública, hace una diferencia sustancial entre el lector rural y el lector citadino. Dicha diferencia se evidenció en la distribución de los materiales y las horas de lectura, las jornadas y los métodos de aprendizaje que variaban para el campo y para la ciudad.

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en el campo. En dichas bibliotecas se distribuyeron, hacia 1940, la Biblioteca del maestro que publicaba editorial Losada. Caracterizada por un corpus republicano y liberal, los profesores colombianos, encargados de la formación de los hijos de los obreros en las escuelas gremiales, basaron gran parte de su labor a través de estos ideales. Al igual que el paralelismo entre los lectores católicos y los lectores artesanos a los que hicimos referencia anteriormente, el proceso de laicización de los profesores ocurría al mismo tiempo que la formación de una biblioteca para los obreros casada con una idea conservadora y religiosa. Dicha biblioteca era editada por la casa Bedout quienes por años tuvieron a su cargo la elaboración, traducción y distribución de materiales didácticos para las escuelas del país. Estos obreros formados por los profesores-lectores de los libros editados por Losada, pero adoctrinados con libros que los reducían a ser operarios obedientes, deciden irse a huelga, poniendo la vida de la editorial Bedout en vilo. A través de una serie de informes entre 1945 y 1966 enviados al Partido Trabajador Colombiano y al radioperiódico El Clarín, los huelguistas de la editorial Bedout relataban sus días en las vigilias, conformando una red de turnos en los que se hacían tertulias que involucraban la lectura. Por esta razón, el análisis de la vida cultural de la editorial se enfoca en dos frentes: el primero corresponde a los libros dirigidos a la alfabetización de los obreros y, el segundo, a las biografías lectoras y el lugar de las lecturas de aquellos huelguistas. Si bien el periplo temporal entre las primeras publicaciones que la editorial realizó para la campaña de alfabetización (1945) y la huelga (1966) es de 21 años, lo que ocurre entre un hecho y el otro es precisamente aquello que resulta más interesante. La idea de este trabajo es evidenciar la relación que existe entre este acceso a la lectura y las dinámicas que los obreros empiezan a generar como acciones públicas.4

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La huelga comienza en 1966 y, aunque la editorial reanudaba actividades después de arduas negociaciones con los trabajadores, la huelga se restablecía y terminaba en lapsos cortos de tiempo. Es hasta 1975 cuando termina definitivamente. Luego la editorial se declara en quiebra hacia el inicio de la década de 1980.

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Tanto la representación de un lector que es objeto de la caridad cristiana y del adoctrinamiento religioso como la presencia de un lector que es sujeto de acción política y social, son atravesadas por la relación entre práctica lectora y procesos históricos. Tanto Roger Chartier, como Robert Darnton y Kate Flint, plantean que es necesario hablar de una materialidad de la lectura que se evidencia en la idea de un lector quien ocupa un rol social determinado. Los elementos como el corpus legal sobre el lector y la lectura, la organización de una distribución de lo escrito, la configuración de un círculo de lo legible y el vínculo entre lector y sujeto social, estructuran la llamada condición lectora.5 De acuerdo con Fabre, la condición lectora es un mecanismo determinante en los procesos de “historización” de la práctica lectora, las representaciones, los materiales y los contextos definen al lector y a la lectura como un sistema que es determinado por las concepciones y las dinámicas de cada tiempo (27). De este modo resulta fundamental pensar en categorías movibles que se trasplantan históricamente; es el caso de las nociones de alfabetización, de lector y de lectura. El objetivo es ir revelando, en momentos determinados, la relación entre estos tres conceptos, el modo en cómo se transforman de acuerdo con lo que hemos llamado condición lectora; es decir, el entronque de circunstancias políticas, históricas y sociales determinantes para el lector y

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Hemos retomado la idea de Daniel Fabre sobre la condición lectora (27). Para Fabre dicha categoría agrupa la experiencia individual del lector, pero esta experiencia se encuentra regulada por una serie de factores sociales, físicos y políticos que atraviesan la práctica lectora. He querido hacer más extensivo este concepto al proponer que la condición lectora es, en esencia, una experiencia individual que puede ser impuesta y que puede convertirse en una directriz colectiva. Quisiera sumar un elemento adicional, la condición lectora que se impone desde lo individual a lo colectivo, responde a un modelo hegemónico que intenta construir un discurso cifrando el bien personal o el bien de unos pocos, como el bien de todos. Este es el caso de la primera campaña alfabetizadora en Colombia, aparentemente los primeros beneficiados serían los campesinos analfabetas; sin embargo, el Estado propendía un modelo de enseñanza direccionado a la capacitación de mano de obra más calificada (podrían leer las instrucciones de las máquinas) y con una deuda muy grande hacia sus benefactores por enseñarles a leer.

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sus prácticas.6 Hemos partido de la representación de la lectura y el lector, como un campo potencial de enfrentamiento de fuerzas y resistencias entre los sujetos y las instituciones como la Iglesia, el Estado y la escuela (Marín 20). Teniendo en cuenta la materialidad de la lectura, es evidente que la idea de una genealogía contribuye a comprender los procesos de implantación, cambio y pervivencia de las condiciones lectoras y sus representaciones.

1.

Lectores de la caridad y lectores artesanos

El periódico La Caridad. Lecturas para el Hogar fue una de las publicaciones de mayor duración de la segunda mitad del siglo XIX colombiano; salió por primera vez en 1864 y por última en 1882. El subtítulo que acompaña dicha publicación Lecturas para el Hogar deja clara la preocupación de la Iglesia por recuperar un terreno perdido y neurálgico para su proceso de evangelización.7

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Cuando hablamos de conceptos transferibles, hacemos referencia a la propuesta de la semántica histórica, concretamente al trabajo de Reinhardt Koselleck (101). Para este autor, los llamados conceptos transferibles son aquellos que tienen un sentido general —todo el mundo sabe que leer entraña la acción de pasar los ojos por un escrito y comprenderlo, que alfabetizar consiste en enseñar a leer y que el lector es quien lleva a cabo la acción de leer—. Según Koselleck estos conceptos pueden transferirse fácilmente de línea de tiempo a línea de tiempo y, por su generalidad, se particularizan más rápido de acuerdo con su lugar de enunciación. En nuestro caso, el concepto de lectura que aparece en el prensa católica de siglo XIX, es totalmente diferente al expresado en un decreto de educación pública promulgado por un Estado liberal; el cambio radica en que las acciones que suscitan estas categorías cambian respecto al escenario donde se implanten.

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Cuando nos referimos a un territorio perdido, aludimos a los gobiernos liberales que ocuparon el poder desde 1845 con el gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera. Este presidente subió al poder con ayuda de los conservadores, pero poco a poco sus políticas apuntaron a proceso de tono más liberal. Luego, en 1849 subiría José Hilario López quien radicalizaría las políticas contra la Iglesia. En el gobierno de López se suprimieron los diezmos, el fuero eclesiástico y, además, los jesuitas fueron expulsados. También se redactó la Constitución de 1853 en donde se declaraba la libertad de imprenta y de culto, lo que resultó en un golpe muy fuerte para las comunidades religiosas y sus seguidores.

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Desde el principio, el semanario presenta su posición en relación con el modo como debe ser leído y, a la vez, enuncia a su lector ideal: “Escribiremos para las clases menesterosas de la sociedad, privadas de instrucción i sin libros que leer” (Ortiz 1). La Caridad escribe para un país en donde los no-lectores superaban por un gran número a los posibles lectores, pero, aun así, el prospecto de La Caridad se convierte en una suerte de instructivo para enseñar a los ignorantes. Un hecho que resulta muy curioso es la propuesta de una lectura en voz alta para los analfabetas quienes “ . . . algo pueden aprender mientras escuchan, la ignorancia puede curarse con buenas lecturas en la voz del sacerdote o el padre” (Ortiz 2). Es decir, no basta con las buenas lecturas, sino que la voz ha de ser masculina y autorizada, sea el padre o el cura. De hecho, en 1860 se publicará Cartilla y doctrina cristiana para la instrucción de los niños, libro que será promocionado en el periódico, pero que además se instaurará como parte esencial de la enseñanza. Si bien el objetivo de esta cartilla es enseñar a leer a los niños con el método de la citolegía, todos los textos que componen el libro son oraciones y fragmentos bíblicos. Lo más interesante de esta publicación es que comienza con un aviso importante: leer es un acto cristiano, destinado a la formación de almas puras y virtuosas, no se lee para conocer, se lee para creer. Podríamos limitarnos a pensar que la lectura es una práctica espiritual más que intelectual, pero debemos tener en cuenta que funciona, a su vez, como una proclama editorial. Como lo hemos dicho anteriormente, la alfabetización es una categoría movible, que puede implantarse históricamente. Sin lugar a dudas, en el momento en el que se publica La Caridad. Lecturas para el hogar, alfabetizar significaba dos cosas fundamentales: adoctrinar y traducir. Como lo ha referido Pierre Bourdieu, existe una gestión del capital religioso cuya estabilidad y sistematización beneficia la movilidad de los bienes simbólicos (200); es decir, resulta necesario que todos los materiales a través de los cuales se evangeliza y adoctrina a los más necesitados, a los ignorantes, estén al alcance de su desconocimiento. Por esta razón, este periódico, al

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igual que El Centinela, publicación de la misma naturaleza, van a iniciar una campaña de divulgación del nuevo Catecismo Astete “traducidos para todos, incluso para los más alejados del conocimiento” (Prospecto 1). En 1850 la Iglesia inicia una campaña de educación a partir de las publicaciones periódicas que intentaba formular un lector obediente, piadoso y alejado del poder corruptor del gobierno (Guzmán). Los lectores ideales fueron las mujeres (por ser el centro de la familia) y los niños (porque estaban creciendo y podían ser modelados). Es necesario aclarar que el concepto de alfabetización puede transformarse de acuerdo con su uso, resulta fundamental evidenciar el cambio que la noción de alfabetización, sus relaciones y cadenas equivalentes van teniendo a lo largo de los momentos a los que haremos referencia. En este apartado, fijaremos nuestra atención en la formación del lector como un ser dócil, objeto de una instrucción directa fuertemente ideologizada. Este lector obediente era en realidad un constructo discursivo producido por la Iglesia que apostaba por fortalecer su lugar en la sociedad, y que servía como defensa frente a la embestida que el Estado le había dado a los poderes eclesiásticos al proponer una educación laica. De hecho, la fecha de 1848 significó el fin de la Colonia y el inicio de la vida republicana, la reforma constitucional de 1853 promulgó derechos como el sufragio, educación gratuita y libertad de cultos. La separación entre la Iglesia y el Estado fue definitiva para que la instrucción se abriera a sectores como los artesanos. En consecuencia, las Escuelas de Artes y oficios se legitiman hacia 1850 y se convierten en un espacio de instrucción y educación para esta población, al igual que barrios de artesanos como el de Las Nieves donde la población que desempeñaba este oficio era del 36% y, además, se ubicó una pequeña biblioteca llamada Biblioteca de las Nieves que contaba con “algunos volúmenes para la entretención de los artesanos y en donde se concentran en reuniones para dialogar” (“A los artesanos” 5). De acuerdo con esta nota publicada en el Periódico obrero La Alianza, los espacios lectores iban constituyéndose de acuerdo con el rol que el sujeto-lector desempeñaba en la sociedad. Es decir, las bibliotecas de artesanos, las librerías y periódicos son las piedras angulares sobre las cuales se construye un proceso de resistencia propio y definitivo.

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Si lo comparamos con la prensa católica a la cual hemos hecho referencia, la concepción de lector en relación con la de los artesanos tiene puntos diferentes y, a su vez, de encuentro. Evidentemente, la concepción de alfabetización como una acción social que determinaba la independencia de los artesanos era una de las preocupaciones del periódico La Alianza que acabamos de mencionar, en su prospecto enunció que “el lector de la Alianza será testigo del progreso y de la verdad” (“A los artesanos” 4). Con el tiempo, las publicaciones de artesanos van a recrudecer su postura frente a la lectura como un elemento esencial para el progreso y la situaran como un arma vital en el combate social. La diferencia con el lector de las publicaciones periódicas católicas es clara: uno lee por caridad y adoctrinamiento, el otro lee para el progreso y el combate. La lectura es reflejo inmediato de la dinámica vital del lector, es así como el lector católico, aquel que pertenece a las clases menesterosas, debe ser objeto de una lectura dirigida, obediente y moderada. Los artesanos, por su parte, también comparten con los lectores católicos, la necesidad de ser adoctrinados y guiados en las contiendas sociales, presos de políticas de libre cambio económico. Una lectura gremial e independiente sería el ejercicio de conjunto de sujetos libres e independientes también.8 La lectura de obras francesas, no solo de textos políticos sino literarios también se patrocinaba e impulsaba con ahínco al interior de dichas sociedades: “ . . . De las novelas de Eugenio Sué . . . sacaban materia los tribunos para remedar aquellas arengas con que se incitaba al pueblo a reivindicar sus derechos, conculcados, según decían, por una opresión secular . . . ” (Cuervo10).

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La disminución de aranceles hacia 1847 benefició la entrada de mercancías extranjeras, fue así como se crearon las sociedades democráticas que trataron de favorecer la vida de los artesanos comenzando por su educación. Por ejemplo, en 1849 se publica el reglamento de la sociedad de artesanos que contempla un plan de estudios en donde la lectura y la escritura van a ocupar un lugar principal. De hecho en las juntas se dedicaba una parte del tiempo a la lectura de periódicos franceses y de textos liberales.

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Es claro que tanto las publicaciones católicas, como las de los artesanos, poseen y manifiestan una “conciencia precoz de una sociología del lector” (Chartier 34), ambos espacios tienen y disponen de una anatomía hecha para el lector ideal que pretenden adiestrar y mantener. En nuestro concepto, dicha sociología puede definirse a través de la configuración estructurada de una alfabetización como práctica jerárquica en donde existe un instruido y un instructor. Bien lo ha explicado J. Hébrard, el terreno de la lectura y el lector se convierte en una “resistencia encarnizada”, con bandos bien definidos, que, irónicamente, a pesar de ser contrarios pueden compartir formulas y objetivos (21). Resulta evidente que esta tribuna dividida entre el lector católico, sujeto de caridad y el lector artesano sujeto de adoctrinamiento político, decantó en una retórica sobre el lector que va a implantarse a lo largo del siglo XX y de la cual daremos cuenta a continuación.

2.

Entre el campo y la ciudad: lectores diferenciados

Hacia mediados del siglo XIX, la alfabetización era vista como un proceso de traducción y adoctrinamiento, pero con la irrupción de los ideales liberales y la entrada de Pestalozzi a la enseñanza y a los materiales de instrucción, la lectura pasó de ser parte de esos procesos primarios de alfabetización a convertirse en una acción pública dependiente del Estado. La Iglesia, por su parte, propuso una suerte de giro doméstico y se concentró en la vida del hogar y la labor de la mujer como su principal escenario, generando un sistema simbólico y discursivo muy estructurado, el Estado no se quedó pasivo ante los embates de la Iglesia y generó, en 1870, un Decreto Orgánico de Instrucción Pública que no solo organizó la educación para el país, sino que generó una serie de políticas educativas alrededor de la lectura y la educación en el campo.9

9



De ahora en adelante nos referiremos a dicho decreto con sus siglas (DOIP).

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En este segundo apartado, el análisis se concentrará en la noción de lectura y la diferencia que existe entre la práctica lectora del campo y de la ciudad. Los protagonistas de este decreto no fueron solamente los estudiantes, sino los profesores quienes comenzaron a ser el centro de las preocupaciones estatales, recibiendo, incluso, una serie de principios alrededor de la enseñanza de la lectura que perduraron hasta bien entrado el siglo XX y que fueron impartidos por la primera misión pedagógica alemana que visitó el país en 1872.10 La admiración de la Colombia federalista de entonces por una Alemania, que bajo los ideales prusianos, había derrotado a Francia, no solo se documentó en la prensa, sino que acrecentó la influencia de estos principios en la educación del país. De hecho, uno de los elementos por los que Alemania había triunfado fueron aquellos trasmitidos por la educación; es decir, Alemania había educado a sus connacionales para el triunfo y el desarrollo, ese era el objetivo del DOIP. Fueron dos los afanes fundamentales de este decreto: regular y organizar la distribución de los libros a través de bibliotecas e inspectores y diferenciar a los lectores de acuerdo con su lugar en el escenario social; así lo afirma el punto sexto referido a los deberes del Director Jeneral (sic.) de instrucción pública: “Adoptar los textos que han de servir para la enseñanza en las diferentes escuelas; Adquirir los textos que se hayan ensayado con buen éxito en los países (sic.) donde la instrucción (sic.) está más adelantada, estudiarlos, i traducir i adoptar los mejores, o hacerlos traducir i adaptar a las escuelas de la República” (Decreto 5).



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Esta misión viene desde Alemania invitada por el entonces presidente de los Estados Unidos de Colombia, Eustoquio Salgar. El objetivo de los 9 profesores que llegaron a suelo nacional fue la organización de las escuelas normales y la formación de maestros. Al parecer, la irrupción de los principios alemanes como la filosofía de Petalozzi, Fröbel y Herbart resultó definitiva para la educación colombiana y se implantaron métodos como el de lectura objetiva que superaba la idea de una enseñanza que dependía únicamente del profesor y que invitaba a participar al estudiante en su propia educación.

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Precisamente, una de las distinciones que hace Pestalozzi dentro de sus principios pedagógicos es la relación del aprendizaje con las condiciones vitales del lector: “ . . . no leerá lo mismo ni de la misma manera un niño que trabaje en el campo para el progreso de la nación, que otro que habite las ciudades y tenga más tiempo para la reflexión” (120). De hecho, el Estado reguló la educación en el campo de manera diferente por varias razones: los niños trabajaban en jornadas que intervenían en su educación, por esta razón, los niños de la ciudad estudiaban entre 9 y 10 horas, mientras los del campo lo hacían entre 4 y 5 horas y alternaban los días, una jornada las escuelas recibían a las niñas y otra a los niños. En este sentido, los pequeños de las zonas rurales asistían a la escuela la mitad del tiempo que los de las urbes. Lo que sí unifica la enseñanza de la lectura tanto en el campo como en la ciudad, es una inmensa conciencia alrededor de la utilidad de la lectura. En este sentido, se supera la idea de una alfabetización incipiente que consideraba la relación entre lectura y adoctrinamiento como vínculo principal. Los radicales encontraron en la educación la posibilidad de desarrollar políticas de progreso económico, tener una mano de obra más instruida significaba dos cosas fundamentales: mayor y mejor producción y un lego civilizado que no se levantara ni rebelara al Estado. Uno de los instrumentos más valiosos del decreto es precisamente la organización de un sistema de promoción de la lectura, la publicación periódica llamada Escuela Normal (1870-1882), allí se publicaban lecciones que debía ser usadas por los maestros, además de una serie de artículos que reflexionaban sobre el quehacer pedagógico. En este periódico aparece un texto llamado “La instrucción popular”, que declara la función civilizatoria de la educación, pues ha “de ser igualitaria y es labor de los letrados provenientes de las ciudades y de los centros civilizados ayudar a ver a los pobres el mundo del conocimiento. Cuando se hubiera evitado Francia si hubiera educado a sus campesinos, pues la plebe furiosa no se compone de hombres ilustrados, sino de gente sin cultura” (480). De hecho, resulta curioso determinar que en los informes de los instructores e inspectores se incluyen una serie de canjes de libros alrededor

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de la agricultura y el cultivo del cacao y el café. Además, en los mismos informes también se encuentran quejas de inspectores y secretarios que deben enfrentarse a la Iglesia que se opone a la educación pública. Así lo afirma en 1870 el secretario de instrucción del Estado de Boyacá, que, curiosamente, es uno de los territorios con mayor población rural y de tradición conservadora y católica: “ . . . desde la cátedra sagrada lanzan anatemas contra los niños y jóvenes que asisten a la escuela pública, incluso le niegan los sacramentos a ellos y a sus padres” (Informe 10). La condición lectora de los niños del campo se estructura en base con una agencia entre instructor e instruido, de esta misma forma se conforma una división de los materiales que se leen. Así lo afirma, en Vindicación de los derechos de la Iglesia (1864) Manuel José Anaya en donde se enuncia que: “El salvaje, el menesteroso merece una instrucción moral permanente, es necesario guiarlo como un niño recién llegado al mundo. Las lecturas maliciosas que se dan en las escuelas del gobierno son la peor de las perversiones, la Iglesia como la madre bondadosa, daría lecturas buenas y prudentes” (Anaya 6). En el caso del DOIP, la lectura se relacionará con la acción de comprensión y de cultivo de la razón. Si bien la diferencia estriba en que el dispositivo de vigilancia que encarna la lectura varía en su concepción, la Iglesia y el Estado siguen considerando esta práctica como un ejercicio que ha de ser dominado por sus intereses. La institución que gane el pulso será la más legitimada y la que domine la voz autorizada. En el campo, por ejemplo, el Estado prestaba el servicio de la educación pero desde una visión determinante y que convertía a los estudiantes en trabajadores con cierto rudimento de lectura; la Iglesia, por su parte, consideraba que la mente de los campesinos era básica y podría pervertirse fácilmente. Para los dos agentes, el lector rural es en lector débil y ha de ser objeto de instrucción. Sin embargo, cabe resaltar un fenómeno importante que deviene precisamente de la diferenciación de lectores y del enfrentamiento de los bandos: el lector rural comienza, de una u otra manera, a entrar en el espacio público, a ser reconocido como lector potencial y real, incluso adquiere un lugar en la producción editorial de los textos. Como bien lo

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ha dicho Ann Marie Chartier la lectura o por lo menos la enunciación en la práctica lectora puede considerarse como una suerte de paso a la vida adulta (25). Aparecieron algunas publicaciones que rondaron las bibliotecas creadas por el gobierno radical y que tenían como protagonistas a los campesinos, tal es el caso de Cuentos Campesinos (1865) de Antonio de Trueba y que hace referencia a la vida y costumbres campesinas de Viscaya en España. Ahora, el campesino también era visto como un personaje que podía decir verdades contra el gobierno o contra la Iglesia como lo evidencia pequeño pasquín publicado entre 1869 y 1871, diálogo de un campesino con una culebra: “La Iglesia no entiende que el diezmo sea para el gobierno aunque pobre. Entiende pues que el diezmo sea para los pobres del Pueblo, para las viudas, huérfanos, pupilos; estos son los pobres de la Iglesia, y no el gobierno” (4). El Estado, por su parte, veía a los campesinos como seres perfectibles a los que había que curar de la ignorancia pero en pequeñas dosis. Damaso Zapata, quien fue uno de los ideólogos principales de la reforma educativa de 1872, es quien mejor explica esta posición a través de un artículo publicado en El maestro de escuela (1873): “Los campesinos y trabajadores tienen cuerpos fuertes pero mentes que requieren de adiestramiento. Por eso la aplicación mental que da la lectura medida es una cura no solo para la enfermedad de la ignorancia, sino para las del cuerpo” (16). Como lo hemos mencionado anteriormente, la visita de los profesores alemanes a Colombia entre 1872 y 1873 tenía como epicentro de actividades las escuelas normales ubicadas en las zonas rurales, dentro de las funciones de estos 9 profesores estaba la divulgación de los principios pestalozzianos, según los cuales los profesores debían trabajar de la mano con la familia y ser conocedores de la vida diaria de sus estudiantes: “Es nuestra función como profesores visitantes, multiplicar los espacios del conocimiento que es el natural complemento de la provisión de textos. Por ejemplo, los textos sobre oficios prácticos deben estar en donde más se les necesite y se les use” (“Los profesores alemanes” 15).

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Una acción que resulta importante es que los profesores alemanes, de un modo u otro, concientizan al Estado en la necesidad de conocer mejor las zonas rurales y de llevar hasta allá toda la colección de libros que le habían comprado en 1872 a la casa Hachette. Pero hay que sumarle otro ingrediente a este afán del gobierno: comienzan a pensar en estrategias de enseñanza que se relacionen más directamente con la vida en el campo, por esta razón, la mayoría de los silabarios, piezas gigantes que ofrecían grandes dibujos de las letras, viajaron en mayor número a los pueblos y municipios pequeños. Los materiales lectores que transitan de un lado a otro, adquieren el tono de manual y de instrucciones básicas alrededor de temas de salud, cultivo de la tierra e higiene. Es decir, la vida del campesino se convertía en un acto alfabetizado (Street 29) parte de un sistema impreso y letrado; acontece de esta forma una suerte de doble traducción que va de lo cotidiano al manual y del manual a la cotidianidad.11 Si bien la concepción de la alfabetización como traducción y adoctrinamiento en el caso de los lectores católicos y de los artesanos, como lo analizamos en el apartado anterior, se estructuraba a partir de los objetivos políticos y sociales de la Iglesia y del Estado, en el caso de los lectores rurales y de su acceso a la lectura se le añade otro elemento a la pugna entre el poder eclesiástico y el poder estatal: la necesidad de acercarse de manera más determinada y real a la futura mano de obra y la exigencia de un progreso que requería la ayuda de todos los colombianos. Además, la entrada de Pestalozzi como ideario rector de la instrucción, resulta fundamental para que los materiales de lectura convirtieran esta práctica en un hecho cotidiano y vinculado con una idea



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Algunos ejemplos de estos manuales divulgados en el campo colombiano son: “El manual del ciudadano”, que se publica a lo largo de 1872 en el periódico La Escuela Normal, “Manual de economía práctica de Francisco Marulanda publicado entre el número 123 y 140 del mismo semanario entre mayo y julio de 1872. Dentro de las listas de circulación de los textos auspiciados y aprobados por el Estado, se encontraba Manual de Escuela (1874) escrito por J.A Márquez e impreso en New York por la librería de N. Ponce de León. Dicho Manual contenía varias materias como salud, cuidado de los animales, de los sembrados, principios de higiene y de carpintería.

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de laboriosidad que transformaría a los campesinos en “mejores padres, hijos y esposos, pero también en futuros ciudadanos que puedan seguir contribuyendo al progreso de la nación” (Zapata 17). En consecuencia, la lectura en el campo se conformó como una cadena equivalente de actos alfabetizados por la clase dirigente, sin embargo, estos campesinos estaban aprendiendo a leer y llegarían pronto a la ciudad para formar la clase obrera a principios del siglo XX.

3.

De lectores aldeanos a lectores huelguistas

En 1931, el señor Jorge A. Rodríguez ebanista de profesión, le escribiría una carta al presidente de entonces, Enrique Olaya Herrera. Rodríguez reconocido como un líder obrero en la década de 1930, era el director de la biblioteca de la caridad a la que describió como “ . . . una institución compuesta en su totalidad por obreros, convencidos de que la lectura es uno de los medios más prácticos para adquirir una educación sólida que redunde en beneficio de la patria y la sociedad” (Rodríguez 1). La década de 1930 no solo es el momento en que, luego de una hegemonía de 30 años bajo el gobierno del partido conservador, la llamada República Liberal (1930-1946) vuelve a regentar los destinos políticos del país. La educación, luego de la llamada Regeneración (1886-1889) que subsiguió al Olimpo Radical, había regresado el poder que los radicales le habían quitado a la Iglesia y que hemos expuesto anteriormente. Durante este periodo de gobierno ultra conservador, la educación volvió a manos de la Iglesia y reformó del DOIP; sin embargo, y al contrario de lo que se podría pensar, dichos cambios no fueron tan sustanciales. Si bien en 1912 el Estado decretó una reforma en los materiales de enseñanza de la lectura y se decretó que todos los materiales fueran escritos por colombianos, el Estado estaba más preocupado por levantarse de la fuerte crisis económica y darles entrada a inversionistas extranjeros. Cuando esto acontece los inversionistas no solo traen dinero, sino maquinarias que requieren de una mano de obra especializada. Estos nuevos

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pobladores que se asentaban en las postrimerías de la ciudad, fueron entrando al espacio urbano a través de su trabajo en las fábricas, pero además en los proyectos de construcción ferroviaria que un país en desarrollo necesitaba llevar a cabo. De nuevo fue la Iglesia pensó en un terreno que el gobierno había descuidado por estar ocupado con las políticas económicas; fue así como los hermanos lasallistas, los Padres Salesianos y los Jesuitas se dedicaron a fortalecer la educación técnica para combinar, de manera permanente, la enseñanza del oficio con la doctrina religiosa. Quien aparece en escena es el padre Javier Campoamor, quien crea en 1917 el círculo de obreros; sin lugar a dudas el padre se anticipa a los efectos de la industrialización y es encomendado por el gobierno para que se encargue de la educación obrera. El padre Campoamor diseñó un conjunto de estrategias para “crear en ellos hábitos morales y de higiene que son propios de la vida urbana, pero pensando siempre en la moral y la economía” (10).12 Es así como se lleva a cabo un convenio entre el padre jesuita, en su afán por mejorar la vida de los obreros, propone a la editorial Bedout como rectora de la llamada biblioteca para el obrero. El padre decide trasladar sus esfuerzos al círculo de las Marías en Cali y fijar su atención a la educación de la mujer obrera; sin lugar a dudas, el padre Campoamor rompió la tradición entre mediador letrado y alma ignorante que se había gestado en el siglo XIX bajo la idea de la caridad. Pero el padre no fue el único que se preocupó por la educación obrera, los mismos obreros iniciaron un proceso de vinculación a la cultura impresa y fundaron una serie de periódicos y publicaciones que rodaban por las fábricas. De acuerdo con Luz Ángela Núñez, el avance de la industria no solo provocó el advenimiento de políticas capitalistas, sino el fortalecimiento del “obrerismo” y la conformación de un sistema de divulgación y de tribuna pública (16). Volviendo a Núñez, es en la prensa



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Uno de los planes específicos del padre fue hacer alianzas estratégicas entre la Iglesia, el Estado y las editoriales; era necesario legislar de manera directa y controlada los materiales que los obreros leerían en las escuelas católicas y gremiales ordenadas por el Estado hacia 1920.

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en donde mejor se evidencia la entrada con paso fuerte de los obreros a la cultura impresa, de hecho, muchos de los periódicos llamados “para industriales”, fueron reemplazados por publicaciones que tenían en el título la palabra obrero y trabajador (34). La República Liberal, a la que hemos hecho referencia antes, inicia una campaña de divulgación y acceso a la lectura a la que llamó Bibliotecas Aldeanas. Dichas bibliotecas viajaban por todo el país llevando una colección de 100 volúmenes cuya selección había hecho el entonces Director de la Biblioteca Nacional don Daniel Samper Ortega, aunque estas bibliotecas ambulantes no son obreras, si se convierten en un fortín importante para las bibliotecas gremiales que comienzan a pedir una colección para sus anaqueles. Este es el caso de la Biblioteca de la caridad que citamos anteriormente, de los lustrabotas en Cali, de los barberos en Antioquia y de los obreros de Fabricato. Precisamente, es en este apartado en el que nos dedicaremos al lector como lo hemos hecho a la alfabetización en el primero y a la lectura en el segundo. La cadena de equivalencia nos presenta, a través del lector obrero, un agente activo que comienza a solidificar su autonomía por medio de la educación (Koselleck 112). Es sorprendente ver la cantidad de cartas e informes que las bibliotecas obreras envían al Estado solicitando libros, pero también expresando sus experiencias como lectores; de este modo, hemos querido definir dichos escritos como biografías lectoras que nos cuentan, a través de la propia experiencia del lector, su reacción, sensación, rechazo o admiración por lo que es leído.13 En 1940, Gabriel Uribe, director técnico de Ferrocarriles Nacionales, escribirá al director de la Biblioteca Nacional una carta agradeciendo la recepción de la biblioteca aldeana y a la vez dirá: “Es para nosotros muy



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El concepto de biografía lectora es introducido por Michèle Petit (108). La biografía lectora recoge las experiencias del lector como sujeto de identidad, él mismo describe y manifiesta la relación y la experiencia que establece con la lectura. A través de estos documentos es posible dar cuenta de la condición lectora y de la relación de los sujetos con la lectura en tanto acto individual y colectivo.

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importante recibir la colección del maestro, como lo fue hace cinco años recibir la biblioteca aldeana, como (sic.) olvidar el día que abrimos por primera vez aquellos libros, con el envío de la biblioteca aldeana iniciamos nuestra biblioteca en los ferrocarriles” (2). Lo interesante es que cinco años antes, el director de los ferrocarriles de Cundinamarca le escribiría al Ministro de Educación al que le subrayará lo importante que resultaba para los obreros tener dicha colección porque “en próxima fecha esta empresa abrirá la escuela para obreros . . . nos proponemos que los obreros tengan su propio salón de lectura . . . si iniciamos la biblioteca con la colección que pedimos, estamos seguros que los trabajadores traería uno o varios libros para aumentar nuestra biblioteca” (Carta del director de ferrocarriles 1). La mencionada escuela de los Ferrocarriles de Cundinamarca se abrió en 1945, la campaña de alfabetización promulgada en 1948 por el gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez (1946-1950) tuvo como base legal la creación obligatoria de escuelas para los trabajadores de fábricas y empresas que superaran los 12 empleados. Estos espacios funcionaban en las escuelas rurales y se desarrollaban en las noches, para el funcionamiento de estas escuelas el Estado conformó las juntas pedagógicas en donde se formaban los profesores que daban clases a los obreros. Fue en la década de 1940 cuando la editorial Bedout fortaleció su biblioteca para el obrero y fue el distribuidor número uno en esta iniciativa.14 Dentro de la biblioteca que Bedout comenzó a distribuir de manera continua en 1916 hasta 1962, se encontraban títulos que subrayaban la palabra “elemental”,



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En 1889 don Félix de Bedout Moreno funda una pequeña fábrica de tarjetas con una máquina que trajo de Estados Unidos, este negocio se llamó “La Tipografía”. En 1903 publica sus primeros textos escolares: Historia Sagrada y el catecismo Astete, desde allí comienza su relación con los padres lasallistas y con los Salesianos. Con la ayuda de los sacerdotes, Bedout imprime los textos y distribuye en los colegios religiosos. El pequeño negocio se convierte, en 1914, en la librería Bedout y la editorial que cuenta con la primera imprenta de cilindro (evita mojar el papel). Su hijo, Jorge León Luis de Bedout, asume la dirección de las empresas familiares y se convierte en la editorial más grande del país, de hecho, el mismo Jorge León fue uno de los grandes empresarios de Antioquia.

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manuales de geografía, historia y literatura que resultaban ser extractos de libros más grandes y que recogían los conocimientos que los editores y el Estado consideraban suficientes para los obreros. En 1967, mientras se llevaba a cabo en las instalaciones de la editorial en Medellín, una huelga de hambre a la que los trabajadores llamaron “Dios le da hambre a quien no tiene dientes”, Jorge Martínez Pulido escribe a la Revista Problemas órgano informativo de los partidos comunistas y obreros, en noviembre de ese mismo año, Martínez Pulido dirá: “ . . . nosotros como obreros hemos tratado de negociar con los patrones, de todas maneras se los digo compañeros, yo aprendí mis primeras cosas de minería con la cartilla que publicaron acá, y leí muchas otras cosas, por eso quisimos negociar pero no ha sido imposible” (12). Pero sin lugar a dudas, todos estos obreros formados en las escuelas gremiales que le heredaron el puesto a sus padre o a sus tíos, también fueron sujetos del influjo de la Biblioteca para el maestro publicada por la editorial Losada y que entró a Colombia en 1940. En 1939, por lo buenos oficios de don Agustín Nieto Caballero quien participó como invitado de honor en la V conferencia Internacional de Instrucción pública en donde conoció a varios españoles exiliados, a través de ellos, Nieto Caballero se identifica con la idea de una educación liberal. Interesado por la filosofía de los republicanos ibéricos, Nieto Caballero le da la entrada a la Biblioteca del Maestro fundada en Argentina por el ibérico Gonzalo José Bernardo Juan Losada Benítez. De acuerdo con las cartas de Nieto Caballero, las referencias que recibió de don Gonzalo Losada fueron extraordinarias y debía darle entrada a su pensamiento por medio de la formación de maestros. La biblioteca del maestro se instauró como lectura obligatoria de las cátedras de pensamiento pedagógico que todos los normalistas, a partir de 1932, debían tomar como parte de su formación. Con 104 títulos, la Biblioteca del Maestro entra a Colombia con títulos que van desde John Dewey, Dilthey, Decroly o Montessori, esta biblioteca nace de los esfuerzos hechos por el ibérico Lorenzo Luzurriaga quien percibe en la pedagogía de estos pensadores, una suerte de giro copernicano de la

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educación y una entrada a la modernidad que le valió el exilio de España en 1939. La admiración que sentía Nieto Caballero contribuyó para que el Estado comprara la biblioteca y la distribuyera a lo largo y ancho del país. En 1941, la profesora Lucía Jaramillo del instituto Central Femenino ubicado en Medellín y centro de formación pedagógica, escribiría en la revista del colegio sobre su experiencia con la biblioteca para el maestro de Losada: “No solo es el formato tan interesante y versátil, son los autores, la variedad de nombres que nos hacen reflexionar sobre nuestro oficio de profesores. La profesora Montessori es nuestra favorita, educar a los niños para que sean ciudadanos de bien, libres e inteligentes” (Jaramillo 20). Educados con los manuales distribuidos por Bedout, los obreros se dividían entre una instrucción técnica y limitada dada por los textos con los que estudiaba, y unos principios republicanos y de autonomía fundamentados en los profesores-lectores de la biblioteca del Maestro. Es decir, las escuelas nocturnas son una muestra fidedigna de lo que Carlo Guinzburg llamó la circularidad cultural, es decir, los procesos de resistencia y oposición muchas veces acontecen en los lugares de opresión y emplean, para su defensa, los instrumentos que las propias instituciones usan para el control de los sujetos (100). En 1966, la editorial Bedout, encara una de las huelgas más largas y radicales de la historia colombiana. Las peticiones de los trabajadores estribaban en un ajuste salarial de más del 50%, apoyo para el transporte y jornadas laborales más cortas, pero, curiosamente, dentro de las demandas que más subrayaban los huelguistas era la continuación de la escuela que había cerrado sus puertas desde finales de la década de 1950 cuando la editorial Bedout se asoció a la editorial Voluntad, propiedad de los Jesuitas. En carta enviada el 6 de octubre de 1966 al partido del trabajo de Colombia, Juan Londoño, presidente del Sindicato de trabajadores unidos, describirá la situación de la editorial, pero además hará hincapié en la contradicción que acabo de enunciar: “Queridos camaradas, resulta triste que una casa del conocimiento, llena de libros por donde uno camine,

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decida cerrar la escuela y quitarnos la posibilidad de que los hijos estudien. Yo armo libros para que otros vayan a aprender, pero mis hijos no pueden. La situación es desesperada y hemos decidido irnos a huelga” (2). Sin lugar a dudas, las cartas más emotivas son las escritas en 1967 durante la huelga de hambre que ha sido referenciada anteriormente. En el radio periódico el Clarín (1959-1988) varios de los llamados hechos por los trabajadores se emitían en el espacio que este noticiero radial tenía en Medellín o se leían las cartas que los trabajadores enviaban a la dirección del programa. Uno de los más conmovedores es el de un obrero anónimo quien escribe: “Con el catecismo que publicó esta casa, me preparé para la primera comunión con el libro que salió de acá, yo lo recuerdo bien y recuerdo que nos lo regaló el padre y mi mamá lo guardó. Y ahora, mire usted como nos tienen, después de todo lo que aprendimos, mire como nos tienen (Razones de la huelga s/p).15 El radio periódico El Clarín, fue sin lugar a dudas, uno de los espacios en donde más se documentó la huelga, de hecho fue el lugar elegido para socializar el comunicado que daba inicio al paro en marzo de 1966. Como lo hemos mencionado anteriormente, los empleados de la editorial se fueron a huelga de hambre en 1967, el radio periódico comunicaría esta decisión y leería los comunicados las 16 noches que duró esta protesta: “El día 25 de octubre los huelguistas de Bedout iniciaron una huelga de hambre, preferimos morir antes de doblar el brazo, acá estaremos noche tras noche, apoderándonos de lo único que tenemos, los libros que andan sueltos por ahí” (Razones de la huelga s/p). El extenso comunicado de 77 folios, resulta interesante porque desde el principio va a establecer la lectura como una de las actividades más importantes de las vigías. De hecho, en ese mismo año el noticiero radial demandará a los trabajadores explicaciones por personas extrañas que han entrado en las noches a las instalaciones tomadas por los trabajadores, el 3 de noviembre



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Considero que el obrero se refiere a La mejor preparación a la segunda Comunión o Banquete Eucarístico de R.L Gómez, editado por Bedout en 1941.

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los huelguistas enviaran un comunicado que es leído en el radio periódico dando respuesta a las preguntas: “No son extraños, se trata de los compañeros de la Unión de trabajadores de Antioquia, nos han traído el único alimento que recibimos, periódicos y libros para darle de comer al alma”(Respuesta a las preguntas del Clarín s/p). Más adelante, en una carta dirigida al mismo radio periódico en 1970, específicamente en enero, uno de los trabajadores va hacer referencia al comunicado que en el mes de diciembre de 1969 la editorial ha escrito a sus trabajadores y ha publicado en los diarios de mayor circulación en Medellín: “Sin lugar a dudas, somos ciudadanos que han sido educados bajo los principios de la libertad y de la justicia, yo como trabajador fui a la escuela Normal de Varones de Medellín, allí me educaron los profesores que nos enseñaron el valor de la palabra y del honor” (Carta a la editorial Bedout s/p). Esta es tal vez la carta que más arroja luces a nuestra hipótesis; los obreros de Bedout, por lo menos algunos de ellos, habían sido educados en escenarios que formularon sus directrices desde la filosofía de la escuela Nueva y basados en las lecturas de la Biblioteca de Maestro. De hecho la institución que menciona el trabajador, la Normal de Varones de Antioquia es uno de los colegios en donde más claramente se llevaron a cabo estos principios republicanos. Por ejemplo, en 1910, Ignacio Restrepo, secretario de instrucción pública de Antioquia, agradecería al gobierno “su generosa mano a la Instrucción trayendo profesores extranjeros para que enseñen métodos en las Escuelas Normales” (Restrepo 6). Otro elemento importante es que en la Biblioteca de la Normal aparecen registrados no solo los volúmenes de Decroly sellados por la misión belga que visita la Normal en 1920, sino toda la Biblioteca del Maestro que era de uso obligatorio en las cátedras de pensamiento pedagógico que se declaran en 1932. Esos valores que menciona el huelguista, son a los que hace referencia la profesora Lucía Jaramillo y que citamos anteriormente, son los mismos que el trabajador encuentra en su historia, la posibilidad de la ciudadanía enunciada claramente, la autonomía y el valor del honor son la herencia más apreciada por los obreros, por los

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lectores de aquellos libros con los que aprendieron el oficio y transmisores de los principios republicanos que sus profesores les otorgaron.

4. Conclusiones El ejemplo de los obreros de Bedout, quienes abandonan la huelga en 1977, es, sin lugar a dudas, una muestra clara de aquello que hemos llamado genealogía de la lectura. En este sentido, heredar la estructura del instructor y el instruido enunciado a través del lector católico en la segunda mitad del siglo XIX, no solo permanece a lo largo del tiempo, sino que construye un escenario en donde aparece la idea de la lectura como un sistema de ideas políticas que se oponen a la hegemonía, como un proceso de autonomía que evidenciamos en los lectores artesanos y los obreros. Sin embargo, la permanencia de este modelo, la implantación histórica de esta cadena entre lector, lectura y alfabetización como ejercicio de poder, puede demostrarse en la educación rural. Un elemento que resulta común y de permanencia conceptual, es que la lectura se concibe como un sistema ideologizado en donde aparecen relatos vinculados a una estructura jerárquica; sin embargo, los lectores obreros le confieren a dicha herencia un sentido más amplio: si bien fueron instruidos bajo la idea de una educación limitada a manuales concebida por el Estado, también tuvieron el influjo de las ideas republicanas. Lo que evidenciamos es que los obreros, al final, hacen su propia lectura de la lectura como práctica de emancipación y no solo como herramienta funcional o civilizatoria. De esta manera, las ideas políticas que atravesaron la huelga en Bedout, se convierten en actos alfabetizados, pero esta vez, dicha conversión dependió de los obreros y no de sus instructores. En consecuencia, la condición lectora que siempre había sido formulada por la naturaleza jerárquica de la instrucción, es ahora un espacio de enunciación que depende exclusivamente del lector y de su relación con lo que lee.

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LECTORES IMAGINADOS POR LAS REVISTAS INFANTILES: CHANCHITO REVISTA SEMANAL ILUSTRADA PARA NIÑOS Y MAMITA REVISTA SEMANAL DE CUENTOS INFANTILES 1 IMAGINED R EADE R S IN C H ILD R EN ’ S MAGA Z INES : C H A N C H I T O R E V I S TA S E M A N A L I L U S T R A D A P A R A N I Ñ O S AND M A M I TA R E V I S TA S E M A N A L DE CUENTOS INFANTILES

Cielo Erika Ospina Canencio Universidad de Chile Facultad de Filosofia y Humanidades Capitán Ignacio Carrera Pinto 1025 Ñuñoa Santiago de Chile Chile [email protected]

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Este artículo fue realizado gracias a CONICYT-PCHA/ DOCTORADO NACIONAL/ 2014-63140261 y como tesista del proyecto Fondecyt Regular N°1150141 “Representaciones e imaginarios de la lectura en la narrativa chilena de 1940 a 1960”.

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Resumen En la década de 1930, en las ciudades capitales de Colombia y Chile diversos impresos incorporaron a la infancia como destinatario de sus publicaciones; entre estos, la revista ilustrada fue un formato que circuló ampliamente a nivel local y nacional y configuró un público lector a partir de su cuerpo textual que contenía variadas secciones literarias y visuales. En este marco, el presente artículo busca develar el sentido de la selección de dos subgéneros literarios específicos: el cuento maravilloso (cuento de hadas literario y cuento popular o folclórico) y lo que se denominará como relato biográfico sobre próceres de la Independencia, cuyos textos aparecen reiteradamente en las publicaciones: Chanchito Revista Semanal Ilustrada para Niños (1933-1934) de Colombia y Mamita Revista Semanal de Cuentos Infantiles (1931-1932) de Chile. Palabras claves: Revistas ilustradas para niños, literatura infantil, lectores, recepción, narrativa.

Abstract During the 1930s, in the capital cities of Colombia and Chile, several publications incorporated children into their target audience. Among these, the Illustrated Magazine was a format that circulated at a local and national level, and shaped a reading public based on its textual body, which contained several literary and visual sections. This article aims to reveal the significance of selecting two specific literary genres: Magical Tales (Literary Fairytales and Folk Tales) and Brief Biographies of founding fathers or heroes of the Independence, whose texts repeatedly appear in the Colombian La Revista Ilustrada para Niños Chanchito (1933-1934) and the Chilean Revista Semanal de Cuentos Infantiles Mamita (1931-1932). Key words: Reading, Children’s Magazines, Children´s Literature, Readers, Reception, Narrative.

Recibido: 05/05/2016 Aceptado: 10/10/2016

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1. Introducción El viernes 19 de junio de 1931, la nota editorial de Mamita Revista Semanal de Cuentos Infantiles celebra su primer número con la siguiente nota: “Nos hacía falta tener cuentos bien impresos, lindamente ilustrados y cuidadosamente elegidos que poner en manos de los niños de Chile” (2). De lo anterior, se infiere que la voz anónima que emite el enunciado hace parte de un colectivo de personas que carece, en principio, de un canon, de un género literario específico, y que igualmente, otorga como criterio de relevancia la materialidad de la cual se constituyen los textos. Finalmente, determina la recepción de estos como un acto pasivo ejecutado por una infancia filiada a un país: Chile. Esta editorial se asemeja, en parte, al primer número de la Revista Zig-Zag, publicada 25 años antes y que, de manera más extendida y detallada expone las características que definen la publicación y lo que esperan de sus lectores. Una de estas características es la calidad artística, y la otra, hace mención a la selección de textos. Sobre la calidad —entre otras— dice lo siguiente: “La publicación Zig-zag forma parte de este movimiento universal en que las más injeniosas (sic) invenciones mecánicas, las más felices y audaces adaptaciones del dibujo, los últimos adelantos de la fotografía, foto-grabado . . . se ponen al servicio de la reproducción artística” (2). Sobre los lectores señala: “no ofrecemos precisamente seguir el gusto actual de los lectores, sino presentarles lo que en los países más cultos se estima como lo más bello, más perfecto y más interesante, seguro de que cualquier sacrificio hecho para dar el público lo mejor será ampliamente recompensado” (2). De las editoriales anteriores se advierte un interés por entregar un conjunto de obras visuales y verbales que se preocupan tanto por la expresión estética, como por su valor formativo y ponen de manifiesto unas prácticas ideales de lectura. Posiblemente se refieren a países europeos o a los Estados Unidos donde hay lectores preocupados por la forma y el contenido, que leen las más diversas revistas en las que circulan copias y reproducciones con cualidades artísticas similares a las

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originales. Adicionalmente, se percibe en estas editoriales una acción pedagógica que anula el horizonte de expectativas de sus lectores, no se somete a sus gustos y espera de ellos la retribución de convertirse en consumidores- lectores asiduos. Se advierte entonces la movilidad del concepto de revista ilustrada, primero, como magazine en el que las imágenes visuales hacen parte fundamental del cuerpo del texto desde su materialidad y sus formas de reproducción técnica. Como segunda acepción, una revista ilustrada es aquella que en su interior alberga material para determinados lectores, avezados, cultos o letrados y, finalmente, una revista con dichas características puede cumplir asimismo el rol de ilustrar y modelar a sus lectores, para que estos también sean ilustrados2 (Silvia Bauregard 380). De lo que se concluye que en estas publicaciones hay un canon literario que migró y que, posteriormente, fue seleccionado o adaptado, tanto para los niños lectores, como para otros receptores: jóvenes, mujeres y hombres, como parte un proyecto ilustrado, desde su forma, como desde sus motivaciones de crear cierto tipo de comunidades lectoras. En el caso colombiano, es el director de Chanchito. Revista Semanal Ilustrada para Niños, Víctor Eduardo Caro (1877-1944), el que se dirige, en el primer número del 6 de julio de 1933, a su audiencia: “Por fin, queridos lectorcitos, logramos realizar el proyecto acariciado hace mucho . . . que responda a vuestras aspiraciones y anhelos y sea como el espejo del alma nacional infantil” (3). En estas declaraciones se observan, en principio, algunas diferencias respecto de las publicaciones chilenas. La primera, es que el enunciador no es anónimo, su enunciación se dirige a su público lector de manera directa y, finalmente, ese corpus que “se dará” no viene de afuera, sino que es producto de la lectura que un ente colectivo ha

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Esta reflexión semántica e ideológica se retoma de la propuesta realizada por Paulete Silva Beauregard desarrollada en el artículo: “Un lugar para exhibir, clasificar y coleccionar: la revista ilustrada como galería del progreso”. Galerías del Progreso. Museos, exposiciones y cultura visual, eds. Beatriz Gonzáles Stephan y Jens Anderman. Rosario: Viterbo editora, 2006.

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realizado de los deseos de sus futuros “lectorcitos”. Sin embargo, la oración final declara a los lectores que sus deseos no son tan propios, sino que son un reflejo de un sentimiento ajeno, y al mismo tiempo, compartido supuestamente con un discurso nacional hegemónico de la élite. En el anterior sentido, “eso que se da” no deja de ser normativo, porque responde a determinadas emociones que se atribuyen anticipadamente a los lectores y que se hacen pasar como parte de su subjetividad. En concordancia con lo expuesto, este artículo tiene por objetivo realizar un acercamiento provisional a “eso que las revistas dan u otorgan en las manos de los lectores” que en el presente trabajo corresponde a la selección de los textos literarios ilustrados, específicamente a los cuentos maravillosos y su subgénero: cuento de hadas y los relatos biográficos sobre próceres de la Independencia. Y de los sujetos-lectores a los que se dirige, entendido como ese proyecto de comunidad lectora, “esos lectorcitos”, a los que se dirige Caro en sus editoriales semanales. Es así que este estudio parte por justificar de manera general el periodo estudiado para, posteriormente, reseñar la genealogía de las revistas mencionadas y analizar dos textos narrativos de los géneros seleccionados. Finalmente, culmina con unas conclusiones provisorias que hacen un primer acercamiento a una comunidad de lectores conformada por niños y niñas, que constituyen determinadas infancias que accedieron al mundo de la cultura visual y escrita a partir de la materialidad de la revista como cuerpo de lectura, o como diría Karin Litau como “objetos materiales que determinan modos y hábitos de lectura” (70).3 Expone lo que podría considerarse como: criterios de selección de los proyectos editoriales de las revistas, que guiaron la configuración de un canon literario para la infancia en ese contexto histórico. Los cuales no están exentos de funciones socioculturales, ideológicas y estéticas que imaginaron y configuraron al público lector que deseaban formar.

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Para profundizar sobre la materialidad de los impresos revisar el capítulo 2 de la autora citada.

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2.

Selección del periodo como punto de partida comparatístico

¿Por qué la década de 1930? La elección del periodo radica en la asidua y coincidente publicación de revistas, libros e impresos dedicados al público infantil, fenómeno que es posible observar a la par de transformaciones educativas, proyectos culturales, coyunturas políticas y sociales en cada país. En Chile por ejemplo, desde 1910 se incrementa la demanda de títulos para públicos específicos, se registra la asistencia de nuevos lectores a la Biblioteca Nacional y se realizan mayores importaciones de libros, todo en el marco de un crecimiento educativo y de una valoración social del libro (Subercaseaux 129-130). Todos estos factores le confieren al periodo entre 1930 y 1950 el bautizo de La época de oro del libro: 4 “ . . . un panorama editorial alentador que alcanzó proyección internacional, un mercado interno activo y con diversidad de intereses, una oferta abundante de títulos chilenos y extranjeros, libro relativamente baratos, que llegaban a los lectores a través de distintos puntos de venta” (158). Puede decirse que dicha exuberancia comercial y lectora se extendió a la industria de los impresos dedicados a la infancia, configurándola como consumidora de libros y revistas: “En la década de 1930 se publican 80 títulos contra 30 por decenio en las décadas posteriores (Subercaseaux 134). En la misma dirección, Manuel Peña Muñoz en la Historia de la literatura infantil chilena señala que: “la década de los años 30 refleja muy bien una madurez en el género5 de la literatura infantil” (101). Ahora bien, es necesario entender que el fomento del libro y la lectura en Chile se relacionan también con el proyecto político nacionaldesarrollista promovido por las presidencias desde Carlos Ibañez del

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En el capítulo IV del trabajo citado, Bernardo Subercaseaux profundiza sobre este periodo estableciendo hipótesis sobre sus causas y posterior caída al finalizar 1950.

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El uso de la categoría género literario para referirse al campo de la literatura para niños o para la infancia, es recurrente e indiscriminado y es un síntoma de la necesidad de estudios que desde la teoría y la crítica literaria puedan referirse de manera más cuidadosa respecto a este campo emergente.

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Campo (1927-1931 y 1952-1958) hasta Salvador Allende (1971-1973), donde el Estado “intervenía como un intermediario que, de un lado, fomentaba la producción y, de otro, regulaba el reparto del producto. La nación no era más que lo que los factores productivos, bajo la tutela providencial del Estado, eran capaces de producir para el desarrollo de la población” (Salazar y Pinto 159). En este sentido las revistas para niños de Zig-Zag responden a este proyecto nacional que busca fomentar el mercado interno del campo literario para ciertos sectores de la infancia que podían acceder a la cultura escrita. Para el caso colombiano, las políticas públicas de la República Liberal fomentaron por ejemplo, el proyecto de Biblioteca Aldeana6 y la apertura de la Sala Infantil de la Biblioteca del Banco de la República, los cuales son hitos importantes en la política de un gobierno de talante liberal que enmarcó la década de 1930 y que se extendió hasta 1946 en Colombia.7 Los procesos de modernización que vivía el país se centraron en la alfabetización de la población rural y su acceso a la cultura letrada, en otros objetivos. Todo ello en el marco de un proyecto racialista-eugenésico que sustentó ideológicamente, en mayor o menor grado, los diferentes tipos de impresos como las revistas. Entre las diversas estrategias para llegar a los lugares más alejados de la geografía colombiana se crean las Comisiones de la Cultura Aldeana, una especie de cruzadas y trabajo itinerante al interior del país para identificar y caracterizar desde su perspectiva centralista y hegemónica a la población rural.

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La Biblioteca Aldeana fue un proyecto educativo y cultural impulsado por el Gobierno Liberal. Mediante un acervo bibliográfico seleccionado desde el gobierno central y específicamente desde la Biblioteca Nacional y el Ministerio de Educación se incentivó el ingreso de materiales de lectura como libros y películas a las zonas rurales y capitales del país. Para profundizar en el tema se pueden revisar los trabajos de Renán Silva y Tirado Mejía.

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Aquí se produce un quiebre histórico con el periodo denominado como “La Violencia” basada en la pugna entre liberales y conservadores y su posterior coalición entre oligarquías de los dos partidos políticos.

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La idea central de la campaña era que mediante dispositivos culturales se pudiera llegar a los lugares más alejados (un acervo bibliográfico, una máquina cinematográfica) para acercar y poner en contacto a los grupos campesinos con la “cultura occidental”. Esto, según los objetivos de la campaña, elevaría el nivel sociocultural y de esta forma, aumentaría la producción económica, la cohesión política y territorial de la nación y de sus habitantes en torno al gobierno. Sobre la industria del libro y la circulación de editoriales extranjeras que proveían a las Bibliotecas Aldeanas, Renán Silva describe ampliamente los libros que fueron importados para niños y jóvenes, no siempre ligados al espíritu liberal y más de corte conservador, como los libros de la Colección española Araluce. Dice Renán Silva, citando la correspondencia de Daniel Samper Ortega: “Aunque no tenemos todos los datos acerca de cómo se iniciaron las negociaciones entre el gobierno liberal colombiano y la conservadora editorial española, sabemos que a mediados del año 1935 ya se conocía de la llegada de los libros adquiridos en Barcelona, 83 títulos en total y que formaban parte de la colección llamada Las grandes obras al alcance los niños” (27). Además de los impresos, otros dispositivos culturales y tecnológicos como la radio y el cine empiezan a dialogar con las revistas, estableciendo un circuito amplio y de yuxtaposición dialéctica entre la visualidad de los impresos. Estas producciones intermediales8 no se oponen, sino que establecen interrelaciones posibles de rastrear, mediante, la promoción de programas de la radio en las revistas, la lectura de cuentos en la radio y la inclusión del cine y de las ilustraciones de actores y actrices de Hollywood como parte del repertorio de personajes de los relatos de los impresos. Variedad de géneros discursivos encuentran en los compartimentos de las revistas ilustradas para niños un lugar que es a la vez pinacoteca personal, biblioteca, tienda de departamento y museo.

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Se utiliza este término, siguiendo a Silvestra Mariniello, en su artículo “Cambiar la tabla de operación, El medium intermedial. Mexico”. Instituto de Investigaciones Filológicas de México Vol. 30 2 (2009): 59-85.

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3.

Las Revistas

Mamita. Revista Semanal de Cuentos Infantiles, es de carácter privado y pertenece a la casa editorial Zig-Zag. Se encuentran como material de archivo 92 números en la Biblioteca Nacional de Chile. El primero salió a la venta con fecha 19 de junio de 1931, en Santiago de Chile. La imprenta y litografía Universo Sociedad era la encargada de realizar el tiraje. Los textos conservados por la Biblioteca Nacional de Chile registran publicaciones hasta el año 1933. En principio salía a la venta todos los viernes, circulando en Santiago y en regiones.9 Es de formato mediano, facsimilar, de medio pliego, tamaño carta. Sus ilustraciones y diseño se desarrollan a dos tintas las cuales varían durante la publicación de todos sus números. La portada se mantiene bajo una línea gráfica que no cambia durante la totalidad de sus números. En ella se anuncian los títulos de los textos que contendrá cada ejemplar, cuentos maravillosos en su mayoría. No hay separación por secciones, aunque esto varía hacia los últimos números, donde se introducen secciones literarias de poesía y aparecen nuevos espacios de diálogo con los lectores. En general, todo el contenido se estructura a partir de los textos literarios, que no son presentados por ningún editor o enunciatario específico. Chanchito. Revista Semanal Ilustrada para Niños,10 es fundada y dirigida en sus primeros años por Víctor Eduardo Caro, ingeniero,

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Esto puede constatarse en el editorial número 4, en que el editor comenta los resultados de un concurso de dibujo dirigido a niños suscriptores. En la página informa a los lectores que han llegado muchos dibujos y que la revista necesitará más premios para los ganadores. Además, comenta el retraso en el correo que viene de provincias: “Llegaron con atraso muchos dibujos del No 1, porque venían de tan lejos: algunos desde Llanquihue y otros de Arica” (Pág. 3 año I- No 4). Otra prueba que constata la circulación de la Revista por fuera de la capital, son los volantes de media página que animan a los suscriptores a convertirse en “agente de Mamita” como apuesta comercial para la circulación de la revista.





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Su nombre alude al título de uno los cuentos en verso de Rafael Pombo, perteneciente a Cuentos morales para niños formales (1869), donde narra la historia de un niñocerdo malcriado, de clase social alta, al que solo el castigo físico puedo civilizarlo: “En fin, ¡quién lo creyera! aquella bestia indómita / Se hizo mejor que muchos con

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matemático y poeta. Es presentada por su director como proyecto individual, casi familiar, sin financiamiento del Estado. Circuló entre 1933 y 1934, alcanzando 63 números. Los primeros se publicaron todos los jueves semanalmente, pero al siguiente año, la publicación se convirtió en quincenal. En los últimos años es dirigida por la hermana de Víctor Eduardo Caro, ya que este es nombrado en un cargo educativo público y finalmente se cierra por falta de recursos. Su circulación es local,11 hay pocos datos de esta en otras ciudades de Colombia y no hay huellas de su lectura fuera del país. La venta de su suscripción era abierta a todo público, sobre todo en la ciudad de Bogotá. La revista es miscelánea, contiene varias secciones y una gran parte de ellas está dedicada a los textos literarios. entre las que se encuentran: “La nota editorial”, “Novela por entregas”, “Fotografías informativas de animales salvajes”, “Poesía”, “Retazos de historia”, “El cine para los niños” y “Avisos clasificados de películas para el público infantil”. Su tamaño y propuesta cromática a dos tintas similar al de Mamita. Sin embargo, hay una mayor reproducción de fotografía, lo que implica una inversión en tintas, papeles y litografías. El gramaje de algunas páginas se densifica para soportar la fotografía y mejorar la calidad visual. En las diferentes secciones se observa que el diseño y la diagramación no es fluida, el tamaño de los párrafos y la sangría que las separa es muy pequeña, la lectura es compleja en tanto que los textos son cargados de signos linguísticos. Las portadas no son uniformes, ni en el estilo de sus ilustraciones, ni en su temática, lo que podría derivar en diversos análisis



su uso de razón. / Y ¿habrá niño tan bestia que necesite látigo / Para volverse gente y hacer su obligación?”. El híbrido compuesto por niños animalizados, o animales antropomorfos da cuenta de un lugar común en la literatura para la infancia: los niños como animales salvajes que necesitan ser civilizados y aleccionados por los adultos.

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Será necesario profundizar en este aspecto en un momento más avanzado de la investigación, ya que muchas notas editoriales proporcionan pistas sobre los lugares a los que Víctor Eduardo Caro llevaba las revistas, como por ejemplo, escuelas privadas y colegios femeninos.

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mucho más rigurosos, que no son posibles exponerlos en este trabajo, pero que podrían develar las tranformaciones en la representación de las infancias, la incursión del cine en las metrópolis latinoamericanas y la historia del comic en Latinoamérica.

4.

Dos formas literarias recurrentes

Resulta relevante observar cómo dos géneros literarios que de manera superficial parecen opuestos conviven, en casi todas las publicaciones para niños, tanto en Colombia como en Chile y en otros países de Latinoamérica. No obstante tienen puntos de conexión y cada uno es seleccionado, adaptado o creado para una comunidad de lectores específica. A continuación se abordará cada género y se realizará un análisis a partir de la selección de un texto narrativo.

4.1. El cuento popular y el imaginario maternal A grandes rasgos, es posible observar cuán frondosa ha sido la producción del género maravilloso en la tradición del cuento de la literatura para la infancia. Existe una especial atención por el cuento de hadas, que en ocasiones suele llamarse indistintamente como cuento folclórico, tradicional o popular, legatario de las tradiciones orales y del gran árbol de la mitología. Los cuentos populares a los que se referirá este apartado serán denominados como una variedad de lo maravilloso, “que se originaron de las tradiciones orales con la mediación de los manuscritos y la imprenta, y cuya recreación continúa en diversas formas mediadas en todo el mundo” (Zipes 24). Esta variación de lo maravilloso es materializada a través de cuentos que instalan un mundo alterno con particularidades sobrenaturales, los cuales son aceptados sin asombro, tanto por el lector, como por los personajes (Todorov 40). Estos cuentos se enmarcan en el mundo de

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Fantasía, denominación inicial12 en la que Tolkien ubica a las narraciones “que aluden o hacen uso de la Fantasía, cualquiera que sea su finalidad primera: la sátira, la aventura, la enseñanza moral, la ilusión. La misma Fantasía puede tal vez traducirse, con mucho tino, por Magia” (J.R.R. Tolkien 15). Respecto a las particularidades del cuento de hadas en relación con su forma y contenido, la autora y pedagoga chilena Linda Volosky delimita algunas categorías lingüísticas e ideológicas del género, de las cuales se retoman las siguientes: a) el uso del pretérito, “lo que se narra se presenta como pasado”; b) “la narración está hecha en tercera persona”, pero se dirige a un público presente; c) se utiliza un estilo sobrio y directo; d) su estructura presenta una ritmo inherente; e) posee repeticiones; f ) posee matutines iniciales y finales “que son rimas en las que se da inicio o término a un cuento” (88); g) prevalece una determinada forma de nominación a los personajes; h) uso permanente de diminutivos; (93-94). Sobre su plano temático, determina conceptos como la Justicia Inmanente,13 que se caracteriza como la creencia en un tipo de justicia, según la cual, el bien resulta premiado y el mal castigado, y la moral no expresa literalmente, sino expuesta a través de imágenes concretas (Volosky 106). En relación con el lugar de este género en la historia literaria de Occidente y de su posible genealogía, Zipes otorga la “viralización” de este término a un grupo de mujeres, entre ellas D´aulnoy, que entre 1670 y 1710 en Francia escribían y leían en voz alta Contes de Fées en los salones literarios de clases altas. Zipes sostiene que: “ . . . es un hecho reconocido ampliamente que el público del siglo XVII identificaba la escritura de



En el ensayo citado “Sobre los cuentos de hadas” (1938), Tolkien irá matizando esta concepción inicial y depurando el canon, para señalar las obras que no deben ser consideradas como parte del género.



Este concepto es abordado tanto por Linda Volosky como por Jack Zipes. Los dos explican que la categoría proviene del académico holandés André Jolles, quien la construyó bajo la influencia del tratado de Friedrich Schiller Sobre poesía ingenua y poesía sentimental. Ver al respecto el libro de Jolles, Formas simples. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1971.

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cuentos de hadas como un ámbito femenino, inseparable de los salones que funcionaban en torno a las mujeres y nutrían su obra” (66). Es decir, que los cuentos maravillosos eran leídos por mujeres, principalmente, en voz alta a grupos de oyentes. Charles Perrault en Las historias del tiempo pasado (1697) comenta que “hace aparecer esta colección como si los cuentos que en ella se contienen hubiesen sido narrados por una vieja nodriza a su hijo” (citado en Voloski 51). Más adelante, los Hermanos Grimm utilizarán varias fuentes como parte de sus estudios filológicos. Voloski dice al respecto “ . . . recurrieron al procedimiento de recoger directamente de boca de campesinos y de viejos libros, antiguas narraciones y leyendas” (51). De lo anterior se puede concluir que regularmente las formas de enunciación de los cuentos maravillosos literarios han estado asociados con un estereotipo de la imagen femenina de maternidad, que emula la oralidad de donde provienen y que “el dar de leer” como el “dar de mamar”, se vinculan en las formas lingüísticas que adquieren los textos y en los modos de socialización y de recolección.14 Pues bien, la revista chilena Mamita adhiere a estas ideas, partiendo por su sugestivo nombre que la presenta como una entidad maternal que “da de leer” a los niños, y además “les da” cuentos maravillosos procedentes de la oralidad, pero que al mismo tiempo son actualizados de acuerdo al proyecto ideológico de sus editores. En los tres tomos considerados para este trabajo se encuentra la siguiente variedad de lo maravilloso: a) cuentos que no son titulados como cuentos de hadas, pero que desde una lectura



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Otra lectura, se dirige al arduo trabajo de recolección y reescritura de los cuentos maravillosos y del folclor emprendidos por filólogos y folcloristas durante siglo el XIX. Zipes profundiza en este aspecto en el capítulo VI: “Giuseppe Pitré y los grandes recopiladores de cuentos folclóricos decimonónicos” en su libro ya citado aquí. Por otro lado, la tradición oral se ha relacionado con la infancia desde varios ángulos, por ejemplo, en sus formas líricas como la primera literatura que conocen por medio de las canciones de cuna, los juegos de palabras. También se ha extendido la percepción sobre la poca complejidad y profundidad de los cuentos de hadas, debido tal vez a muchas adaptaciones en las cuales se censura y se reduce la vitalidad del mundo de fantasía a una motivación moral y aleccionadora.

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contemporánea se ubican en el canon francés y alemán, por ejemplo, El gato con botas, La Cenicienta, El patito feo y b) otros, menos conocidos, donde nunca se señala el autor y que son definidos como “Cuento popular chileno” que no se diferencian mucho de los primeros en relación con su estructura constante y su variedad de personajes que cumplen pocas funciones (Propp 32). Para el presente análisis ejemplificaremos con el cuento La Negra y la tórtola, que pertenece a la variedad denominada como cuento popular chileno, sin autor aparente, pero que lo sitúa geopolíticamente en su espacio nacional.

Imagen 1: Revista de Cuentos Infantiles. Mamita. N. 14. 18 de septiembre de 1931, pág. 21.

Este cuento relata la historia de la víctima de un encantamiento,15 Flor de Ulmo, “una niña muy linda”, casada con un rey, que es confinada a una cabaña arriba de un árbol de ulmo mientras el rey “[tiene] que salir de la ciudad para hacer la guerra a otro rey . . . ” (21). En su ausencia, la reina es convertida en tórtola por una mujer, “una Negra que va a buscar agua a un pozo debajo del árbol”. Este personaje es seducido por el



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Esta nomenclatura se origina del estudio El cuento. Investigaciones sobre la formación del argumento en el cuento popular. El cuento ruso, ucraniano, bieloruso, Tomo I Gosizdat Ukrainy (Odesa), 1924, citado por Vladimir Propp en el que se definen 15 temas propios del cuento maravilloso.

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reflejo de la cara de la reina que confunde como si fuese ella en el fondo del pozo: “viendo la Negra una bonita cara en el pozo, creyó que era la suya y entonces dijo: —¡Tan bonita yo, y acarreando agua!— . . . ” Tras soslayarse viendo su imagen, la Negra dejaba caer su cántaro repitiendo esta operación día tras día. La reina, que es testigo de esta escena, se ríe desde lo alto de su cabaña y la Negra, al darse cuenta de la burla, invita a la reina a bajar y comer “unos pastelitos ricos” (22). La reina, Flor de Ulmo, accede temerosa de ser descubierta por el Rey y después de comerse un pastel cae dormida: “La Negra Mandinga . . . le clavó tres alfileres en la cabeza y la niña se cambió en tortolita, que salió volando” (24). Desde este momento, la Negra adquiere la forma de la reina, poniéndose “su traje”. A su regreso, el rey encuentra a su reina muy distinta: “—¡Ay hijita! . . . ¿cómo te hallo tan negra? —¡Ay!— . . . Los aires me han puesto así. “El rey que no podía conformarse de que su niña tan preciosa se hubiera puesto tan horrible” (25). El rey, entonces, ve en repetidas ocasiones una tórtola que hablaba con un hortelano en su jardín. La conversación era un intercambio repetido de una pregunta y una respuesta que presenció durante varios días: “—Hortelanito del Rey, ¿qué hace el rey con su negra mora? Y el otro respondía: —A veces canta y a veces llora y ella respondía: ¡Huy! ¡huy! ¡huy! ¡Triste de mí en el campo sola!” (28).

Imagen 2: Revista de Cuentos Infantiles. Mamita. N. 14. 18 de septiembre de 1931, pág. 23.

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Finalmente, el rey le ordena al Hortelano que capture a la Tórtola. Cuando lo hace, la toca, le saca los alfileres y esta vuelve a su figura normal, el Rey: “indignado con la Negra, la mandó a matar: después quemar y echar las cenizas al viento . . . y enseguida hizo preparar fiestas y todo el pueblo se regocijó con su rey y su reina” (30). En un primer acercamiento desde las categorías lingüísticas de Volosky, se pueden identificar las formas pretéritas: “este era un rey casado con una niña muy linda”; tiene matutín inicial y final: “Para saber y contar, y contar para aprender”, “Y se acabó el cuento, se lo llevó el viento y pasó por un zapatito roto, para que el viernes me cuente otro”. Respecto a la nominación de los personajes, la niña, esposa del Rey, lleva por nombre Flor de Ulmo, y es la única dentro de la historia que tiene un nombre propio. La flor del ulmo es blanca, del árbol que lleva su mismo nombre y hace parte del catálogo vascular de la flora de Chile. Crece entre “la VIII a la X Región en las zonas de la Cordillera de la Costa en Chile. También se da en el Sur de Argentina” (Prieto). Usa varios diminutivos: “la cabañita arriba del Ulmo” “Tan linda y tan solita” “acariciar la tortolita”, todos en relación con la niña-esposa. En este caso, la personificación es pasajera, ya que la materialización del encantamiento llega a su fin, cuando se acaba el hechizo. Sobre las repeticiones, el texto establece un ritmo bastante regular y observable: la escena repetida de la negra viéndose en el espejo una y otra vez es el motivo de su envidia y de su perdición, además, la transformación de Flor de Ulmo en tórtola y su habitual estribillo en el que declara su soledad. Sobre el ámbito temático, lo que Voloski denomina como Justicia Inmanente, se expresa en las fuerzas arquetípicas enfrentadas del bien y del mal en los personajes, donde triunfa el bien, pues la Reina Flor de Ulmo que ha sido encantada es salvada al final y vengada con la muerte cruel que sufre la Negra. Respecto a los valores morales entregados de manera implícita, se observa que hay dos motivos reconocibles: la desobediencia y la vanidad, aunque al final solo uno es redimido. Ahora bien, no hay huellas explícitas de la recepción de este texto basadas en testimonios de lectores reales, pero aun así es posible realizar

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algunas interpretaciones a partir de los motivos ético-ideológicos que subyacen a los personajes. Por ejemplo, define modelos de conducta esperables en ese momento de la publicación que servirían para instruir y disciplinar a los lectores bajo una cierta jerarquización valórica del mundo. La reina, que también es descrita como niña, desobedece a su marido, figura de autoridad patriarcal que cumple a su vez una función paternalista. Al desobedecer la niña sufre un castigo, una transformación típica de ese modo ficción maravillosa, donde por supuesto es perdonada debido a su estatus social y función protagónica de la historia. Por otro lado, la “Negra Mandinga”, en un ejercicio de semiosis evoca la brujería, el mundo de la oscuridad y de lo desconocido, en contraposición con Flor de Ulmo, que es una flor blanca y que alude a la iluminación como símbolo de pureza y virginidad. Esta carga semántica de lo negro es enfatizada con el vocablo “Mandinga” que trae consigo una invocación de los esclavos africanos y del mundo colonial americano. En este contexto, la Negra articula dos categorías ideológicas y simbólicas relacionadas con el mal y lo demoniaco, donde se puede reconocer el arte del vudú y de los instrumentos mágicos que usa (alfileres), configurando un escenario mágico-religioso que alude a la racialización del mundo americano. En este punto es relevante la mirada que aporta Silvia Federici, quien advierte: “La casa de brujas y las acusaciones de adoración al demonio fueron llevadas a América para quebrar la resistencia de las poblaciones locales, justificando así la colonización y la trata de esclavos ante los ojos del mundo” (322). En este sentido la utilización de este personaje codifica la continuidad de este imaginario colonial y patriarcal, donde la raza negra, el género femenino y la condición de esclavitud representan el mal absoluto, posible de ser aniquilado sin ningún tipo de reparo ético. Cabe agregar que la denominación de “Mandinga” en Chile tiene una particular alusión al diablo. En “El Diablo en el cuerpo y el alma de Chile” este nombre hace parte de un grupo de denominaciones para invocar la figura del diablo (Oses 1). Esta acepción también se relaciona con el espíritu religioso cristiano y la moralidad que impone conductas y en la que se podrían ubicar los personajes del cuento. Conductas que sin

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proponer una moraleja explícita, como en la fábula, exponen los peligros de la moral adversa a la de los padres o figuras de autoridad. Finalmente, la ilustración que interactúa con el texto provee una imagen de la estereotipación gráfica de las mujeres negras en dicha época, enfatizando una postura subalternizada que se ilustra mediante las manos y las rodillas en el suelo trabajando a gatas. Esto se puede interpretar como una forma de animalización y sexualización del personaje femenino negro, que marca una diferencia simbólica de manera sustancial con respecto a Flor de Ulmo, quien es virginal y ocupa una posición de superioridad en términos jerárquicos, como también, en el lugar espacial en el que aparece en el cuento, pues ella se encuentra en el alto de un árbol. Además, Flor de Ulmo no está racializada, pues en ninguna parte del cuento se alude a su pigmentación ni hay una representación gráfica de ella que pueda entregar alguna pista. Se considera que este personaje naturaliza una representación de la mujer dominante de los cuentos de hadas, que son siempre jóvenes blancas y puras.16 Sobre la elección de este texto en particular y otros similares que aparecen en la revista, es oportuno y necesario preguntarse por el lugar de la adaptación y las fuentes de donde provienen estos textos. Es posible que gracias a los estudios de folcloristas chilenos sobre las variaciones dialectales y los estudios comparados entre versiones europeas y latinoamericanas, estos textos hayan sido traídos a Chile como corpus de estudio. Lo anterior es susceptible de inferirse, a partir del examen de la Revista del Folk-lore Chileno, en la que Rodolfo Lenz realiza una serie de notas comparativas en el dossier denominado “Cuentos de adivinanzas”. En el prólogo, Lenz señala lo siguiente: “Si cito repetidas veces versiones españolas i argentinas



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En términos de la representación material cabe señalar aquí que en el momento de producción de la imagen visual, el ilustrador, sin valerse de más colores, aprovecha el blanco y negro para sugerir profundidad; también da volumen a las piedras, sin el uso de trama o mancha, para no recargar la imagen y la distribuye en la composición valiéndose de blancos y naranjas. También es notorio que fue pensada para ser realizada en litografía de dos tintas, de acuerdo a la línea de la revista, la que puede ser de origen norteamericano ya que se asemeja al estilo americano en el cómic.

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in extenso, es con la intención de dar a los amigos del Folk-lore Chileno, que no poseen las colecciones que me sirven de base, una idea clara del grado realmente a veces inverosímil de semejanza que observamos entre los productos de la literatura popular de las más distintas i más distantes naciones” (52). A continuación, Lenz señala las relaciones con España y otras latitudes, para culminar su prólogo con la mención de la última versión que ha aparecido un año antes del primer tomo “de las anotaciones a las Consejas de los Hermanos Grimm, en una versión aumentada por la sociedad del folk-lore de Berlín” (Lenz 52). Al final de su estudio aparece compilado el cuento “La niña sin brazos” que décadas más tarde será publicado en el número 4 de Mamita del 24 de Julio de 1931 retitulado como “La Zunquita. Cuento chileno”. En la selección de La Negra y la Tórtola, es posible conjeturar que ha sido escogido de una compilación de cuentos folclóricos, similar a la de Lenz, ya que se encuentra una versión idéntica en el Tomo I de la colección Biblioteca de las tradiciones populares españolas. Anotados y comparados con los de otras colecciones de Portugal, Italia y Francia, realizada en Sevilla, por el folclorista Antonio Machado y Álvarez, a finales del siglo XIX. Sobre esta versión, sin ilustraciones, el recopilador realiza una edición crítica con variadas anotaciones en las que señala que los cuentos: “son recogidos por personas serias y perfectamente enteradas de no adulterar en lo más mínimo estas producciones” (103). También agrega que al finalizar cada cuento se establece el lugar desde donde fue recolectado y, finalmente, cada texto cuenta con un pie de página que aclara el nombre de quien lo recolectó (104). Los datos, sin embargo, resultan poco esclarecedores, puesto que, si bien dice que son textos de otras regiones de Europa, este ha sido recogido en Santa Juana, Chile, “pueblecito junto al Río Bío-Bío (América del sud) (113), y que ha sido recolectado por el Sr. D. Th. H. Moore, colaborador de la revista de folclor francesa El Folk-lore Magazín (109). De lo anterior se concluye que el texto tuvo una gran circulación y puede interpretarse como una construcción trasatlántica. Las variaciones semánticas son pocas, pero sugerentes, como por ejemplo el cambio en el matutín de inicio “Has de saber para contar y

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entender para saber”. La reina-niña no se llama Flor de Ulmo, no accede a bajar por un rico pastel, sino para que, recostada bajo las fauces de las faldas de la Negra, pudiera “buscarle un piojito” (109). Tampoco este personaje es descrito con el adjetivo de mandinga, lo que transforma la configuración simbólica e ideológica del personaje en la versión estudiada. El trabajo editorial realizado al adaptar el texto, suponiendo que haya sido tomado de esta versión, evidencia un cambio editorial importante.17

4.2. Los relatos de héroes patrios y la identidad nacional Simón Bolívar y Bernardo O’Higgins, similares a príncipes o reyes en los cuentos maravillosos, cabalgan a bordo de sus jumentos decididos a luchar contra el orden monárquico español. Estos personajes vuelven a la vida en una variedad de textos narrativos e imágenes visuales. Marilyn Jurich realiza una revisión sobre la crítica desarrollada en los Estados Unidos sobre las biografías para niños. Ella destaca algunas concepciones que derivan de la escritura de este género: Las biografías para niños son en particular difíciles de escribir porque se supone que deben recrear y al mismo tiempo ser una guía para el éxito, para alentar a los chicos a que “sean alguien en la vida” por medio de un modelo plausible a seguir. Por consiguiente, se asume que el biógrafo es un psicólogo o moralista o ambas cosas. Al mismo tiempo, el biógrafo se ocupa de un sujeto que es necesariamente imperfecto sobre el que el lector joven quiere conocer todo lo que sea posible. (93)18

Los párrafos son más espaciados, la tipografía más grande, con un diseño gráfico que permite una lectura más fluida y el intercambio entre signo lingüístico verbal e ilustraciones que oxigenan esta versión del cuento y que prevén un lector infantil que tiene necesidades específicas de lectura, en las que reclama una letra más grande, unas ilustraciones que interactúan con el texto y un diseño que lo invita a leer o a que otros le lean.

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“Biography for children is especially difficult to write because it is supposed to recreate and at the same time provide a guide to success, to encourage the child “to make” something

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Este modelo de conducta presentado a través de la mitificación de los héroes patrios, o de los niños que toman esta forma dialoga tal vez con otros subgéneros de tipo biográfico, como las hagiografías o vidas de santos leídas dos siglos atrás en Latinoamérica. Estos textos eran conocidos como literatura ascética y eran entregados como material de lectura para niños, de sexo masculino, que podían acceder a espacios educativos durante la Colonia en el Virreinato de la Nueva Granada (Robledo 17). Estas vidas ejemplares son resignificadas en la figura de héroe nacional para afianzar la consolidación de los estados nacionales latinoamericanos que estaban el pleno proceso de formación, dejando de lado lo divino y cristiano, para enaltecer al héroe libertador de carne y hueso. Esta línea de relatos morales y de figuras que exaltan el sentido nacional y patriótico estaría relacionada con la novela Italiana Corazón (1886) de Edmundo Amicis y la tradición que evoca esta obra que tuvo gran difusión en Latinoamérica, por ejemplo se publican algunas entregas por capítulos en Chanchito. Sardi define este tipo de historias al hablar del impacto y la polémica de la circulación y lectura de esta novela en Argentina: “Las biografías funcionan como una trampa entre lo individual y lo colectivo, ya que narrar la historia de vida de un prócer es, a la vez, construir el horizonte identitario nacional; es decir remitirse al pasado de la vida de un héroe permite construir el futuro del niño lector. La narración de la vida del héroe excede su subjetividad e individualidad . . . ” (29). Es así como este tipo de relatos invade un espacio de la subjetividad, que en este caso está escrito para niños lectores, que irán a la guerra y que de hecho ya participaban de prácticas cívicas y educativas relacionadas con esta. Las poéticas que materializan este tipo de texto son variadas y se expresan tanto en la ficción literaria como fuera de ella. Cuentos cortos que se valen de escenas específicas, conocidas desde la historia oficial,

of himself ” by giving him a believable model who “made it” Thus, the biographer is supposed to be a psychologist or a moralist or both. At the same time, he is dealing with a necessarily imperfect subject about whom the young reader wants to know as much as possible” (Traducción de la autora).

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relatos de viajes, crónicas breves o anuncios publicitarios. Estos héroes de la Independencia adquieren diversas formas en su realización narrativa: los héroes niños que luchan en manada, los niños que se acercan a los grandes héroes y los niños vestidos de héroes en representaciones gráficas. Esta última transfiguración es visible en Mamita como anuncio clasificado. El conjunto de todas las ilustraciones a lo largo de los primeros números representan cuadros de costumbre o batallas conocidas por la historiografía oficial en las que los personajes son niños disfrazados con trajes militares. La campaña publicitaria quiere persuadir a los lectoresconsumidores en la compra de suplementos alimenticios para los niños: “el alimento Meyer, a base de harina calcinada, cacao seleccionado, desgrasado, fosfatos y azúcar”.

Imagen 3: Contraportadas de la Revista de Cuentos infantiles Mamita. Números 29, 30 y 31. Enero de 1932.

Sin embargo, en esta revista chilena no hay secciones estables empleadas en este tipo de ficciones, solo algunas pocas historias dedicadas a episodios conocidos como la biografía “Así era Manuel Rodríguez” o algunas efemérides relacionadas con batallas independentistas. Sin embargo

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no se muestran como relatos históricos, como sí es posible observarlo en la revista Chanchito de Colombia, que se dedica una sección completa desde su primer número llamada “Retazos de Historia” hasta el último número, firmada por Tío Remiendos,19 seudónimo del historiador Guillermo Hernández de Alba (1906-1988), quien en el momento de su colaboración era uno de los historiógrafos más relevantes en el campo cultural de la época20 (citado en Thesaurus 214). No es muy difícil, en este caso, indagar en la selección y en la genealogía de sus textos. Sus relatos eran hechos por encargo para la Revista y estaban ligados con su labor como historiógrafo que adaptaba para el público infantil. Para el presente análisis se ha seleccionado el relato titulado “De cómo un niño como vosotros conoció a Bolívar”. La historia es introducida por el enunciador Tío Remiendos que se dirige al público lector de la siguiente forma: “Cuántas veces al estudiar la historia de la Patria hubiéramos querido ser ya un modesto soldado para luchar bajo las órdenes de Bolívar . . . ¡Quién hubiera conocido al libertador! Cómo le habríamos admirado. ¿No es verdad que es mucho mejor esto que alcanzar la fama que en secreto muchos anheláis, de copiar las hazañas del Hijo del Zorro o de Búffalo Bill?” (17). Teniendo en cuenta esta primera parte del relato, es evidente que se dirige a sus enunciatarios como un colectivo de niños escolarizados que leen para participar de la vida estudiantil, pero además, este enunciador se presenta como conocedor de la subjetividad de sus lectorcitos y de sus fantasías más soterradas, como la de querer tener

Esta denominación proviene de un programa radial español en que se contaban historias de este tipo. Este formato fue retomado por la Radio Nacional de Colombia, que además fue dirigida por Daniel Samper Ortega, director de la Biblioteca Nacional de la época (1931-1938) y creador de la primera parte de la colección de la Biblioteca aldeana.

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Fue asimismo biógrafo de Antonio Nariño, José Celestino Mutis, Domingo Caicedo, Vicente Azuero y José Félix de Restrepo”. Fue “jefe del servicio de Radiodifusión Cultural de la Biblioteca Nacional (1932-1933); jefe del Archivo Histórico anexo a la Biblioteca Nacional (1933-1935); redactor del Boletín de Historia y Antigüedades y órgano de la Academia Colombiana de Historia (1933-1944)” en la ficha correspondiente a este autor ubicado en Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango.

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fama. Finalmente, estos otros personajes que desdeña (pueden provenir de personajes ficcionalizados por otras revistas o por la radio, medio masivo emergente en Colombia), no hacen parte de este panteón nacional y es por ello que son despreciados al comparárselos con Simón Bolívar, Antonio Nariño o Antonio Ricaurte. La historia contiene varios niveles de narración. El enunciador Tío Remiendos que introduce la historia. El narrador extradiegético que refiere la historia y que se enmascara como escritor, y que a su vez presenta al niño protagonista, Juan Francisco Ortiz, que se convierte en el nuevo narrador de la historia. Esta narración dentro de otra, apela nuevamente al carácter de los lectorcitos como oyentes y se asemeja de nuevo a las narraciones de tradición oral, donde alguien cuenta a otros, o en este caso, puede que el narrador también represente a un lector que lee en voz alta, como un maestro o un padre que lee a sus alumnos o hijos. La historia es la del personaje Juan Francisco Ortiz, que a través de una serie de peripecias y acciones conoce a Simón Bolívar: “hubo un niño, como vosotros, que desesperaba por conocer a Bolívar. En todas partes oía su nombre, en las iglesias se rezaba por su vida… en las casas se ponía el retrato en el salón; todos le llamaban el libertador” (Hernández de Alba 17). Es así como este niño decide ir al encuentro de Bolívar, el cual es infructuoso porque cambia de ruta, es rápido en el paso y antecede a sus deseos de descanso por el bien de los otros: “supo que el libertador infatigable por alcanzar el bien de sus semejantes, no quiso esperarse en Bogotá después de la batalla . . . ni siquiera tomar un merecido descanso . . . ” (17). Es en la mitad cronológica de la historia donde el personaje conoce a Bolívar y se convierte en narrador intradiegético hasta el final. El encuentro se desarrolla cuando el niño es alentado a que acelere el paso, y tras preguntar en repetidas ocasiones por Bolívar se encuentra con él sin percatarse. Este, montado en su caballo, increpa al niño del porqué “no lo mandan a usted a un colegio” (18), a lo que el niño responde: —mi madre no tiene con qué— (18). Cuando el narrador protagonista se da cuenta de que su héroe huye contrariado, se va a contarle a su madre lo acontecido. Es así como cierra la historia:

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Desde entonces me quedaron fijos en la memoria el agudo acento de su voz, y las facciones de su rostro . . . ¡Ah! no sabía entonces, por ser niño, cuánto valía aquel hombre, ¡el más eminente que ha producido la América española! Ignoraba entonces que el viajero del capote blanco estaba ceñido con la triple corona del poeta, del legislador y del guerrero. Al saberlo, ¡cuál hubiera sido mi asombro!”. (18)

Esta última parte textualiza lo que más arriba es definido como los niños que se acercan a los grandes héroes y que de manera simultánea introduce otra ficción biográfica: la del niño que culmina la historia como narrador. Este encuentro de narraciones biográficas se enfatiza aún más cuando Tío Remiendos presenta al niño: “y cuenta el niño, que más tarde vino a ser el delicioso escritor don Juan Francisco Ortiz” (18), conocido como un escritor de principios del siglo XIX, especialmente por su autobiografía publicada póstumamente, Reminiscencias (1907), cuyos primeros capítulos hacen parte de la compilación “La autobiografía en Colombia” por Vicente Pérez Silva. Según el prologuista de Reminiscencias, José Manuel Marroquín, es un escritor que pudo “esclarecer hechos” sobre figuras como Bolívar y Santander entre otros hechos políticos posteriores a la Independencia (11). En este breve relato se observan varias particularidades, no es plano estructuralmente y hay varios relevos narrativos. Así mismo, no solo se resalta al héroe, sino al niño que por sus propios medios vence los obstáculos para conocer al héroe. Es así como cumple con las características descritas al inicio por Jurish: el niño es un modelo de “éxito” que se determina a sí mismo. El narrador adulto, por su parte, también otorga al oficio de escritor un modelo que responde con ese “éxito”, y este, con el estatus social que otorga la cultura escrita. Además de lo anterior, De Alba, de manera extratextual, rinde tributo a este biógrafo construyendo una ficción con su nombre y exalta esta idea del escritor que escribe su biografía. El narrador, Juan Francisco, al final enfatiza su ignorancia como condición propia de ser un niño y de manera implícita, exhorta a los narratarios a que sean conscientes de ella y que actúen a partir del relato, como héroes de su propia vida.

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El héroe como hombre de letras o como sabio21 se asemeja a la construcción de estos dos personajes. El primero como promesa de biógrafo, hombre ilustrado que a su vez escribirá otro ciclo biografías decimonónicas sobre los héroes patrios y que además, es un miembro comparable al propio Guillermo de Alba. El sabio, en el caso del personaje de Simón Bolívar es la representación de un símbolo de superioridad moral, por sobre la sicología infantil del niño. Un líder libertador, modelo patrio que aunque parece protagonista, no lo es y solo pasa por la historia de una manera volátil. Desde la perspectiva de Campbell esta figura heroica se podría leer tanto como un modelo para ser imitado literalmente “a fin de traspasar, de la misma manera como él lo hizo, la experiencia trascendente y la redención” (347) o como una figura simbólica que reside en cada uno: “la revelación del yo omnipotente que vive dentro de todos nosotros” (348). Se considera que el lector al que se dirige este tipo de relatos es compatible con las dos perspectivas: por una parte, un niño que representa la masculinidad dominante y patriarcal y que tiene un modelo nacional a seguir y, por otra parte, es el héroe el que alienta al niño para que por medio de la educación supere sus condiciones de pobreza económica y espiritual. Este relato es ilustrado por medio de una fotografía del busto de Simón Bolívar, dicha elección es significativa en tanto que produce un efecto realista sobre la historicidad de la narración. En palabras de Barthes la fotografía es análoga y sin código (paradoja estructural) que coincide con una paradoja ética: “cuando se quiere ser neutro, objetivo se esfuerza en copiar minuciosamente lo real, como si la analogía fuera un factor de resistencia ente el asedio de los valores” (15).



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En el sentido que conceptualiza Thomas Carlyle en El tratado de los héroes: de su culto y de lo heroico en la historia. Barcelona: J. Gil, ed., 1946.

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Imagen 4: Chanchito. Revista Semanal Ilustrada para Niños Volumen 1 - Número 3. Julio 20 de 1933, pág. 17.

5.

Lectores imaginados por las revistas: aproximación provisional

Si bien no es posible contar con lectores empíricos, el análisis realizado anteriormente, junto con otras marcas visuales puede contribuir a una posible configuración de los lectores de estas revistas. En Mamita. Revista Semanal de Cuentos Infantiles no se establecen vínculos permanentes con el público lector. No hay secciones de preguntas o respuestas, y solo hacia los números finales se identifican secciones llamadas “páginas de los lectores”, en las que los niños suscriptores envían textos narrativos para ser publicados. Por su parte, las notas editoriales son parcas y anuncian rápidamente ganadores de cuentos o invitan a suscribirse, pocas veces se oyen las voces de los lectores. Sin embargo, la selección del cuento maravilloso, en este caso del cuento popular, es significativa en la configuración de un público lector ya que está documentada la pugna entre la fantasía y la realidad en los libros

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para niños y los posteriores actos de censura durante gobiernos dictatoriales en Latinoamérica.22 Por otro lado, poseen un lenguaje simple, con una estructura similar, con señaladas repeticiones y con un ritmo marcado orgánicamente. En un nivel de análisis ideológico se reconoce el concepto de Justicia Inmanente en la pugna arquetípica del bien contra el mal, donde el bien habitualmente es representado por la figura de las mujeres como modelo mariano de obediencia. Eso sí es necesario precisar que las figuras femeninas son subalternizadas y también representantes del mal, tanto por su condición racial y de clase, como por su propia condición genérico-sexual, en relación con las figuras masculinas que generalmente representan el poder patriarcal benéfico que organiza el mundo narrado. Estos cuentos populares seleccionados enfatizan determinados valores de lo popular y de lo nacional, valiéndose de un léxico y de unos artefactos propios de la región, como por ejemplo, la Flor de Ulmo y el uso de la palabra “Mandinga”. Esto implica también un modelo de cultura nacional y de lo propio que piensa en la definición de una cultura nacional chilena. También emana una figura familiar, la madre que cuenta, que provee los cuentos y que además provienen de la tradición oral y que han sido contados por otras madres y mujeres. En este sentido, se podría decir que se dirige no a lectores hombres, sino a lectoras niñas. Las ilustraciones de estas revistas proponen muy subrepticiamente una imagen de su lector que acompaña cada encabezado: imágenes visuales de niñas lectoras que leen cuentos populares, de manera rígida, dentro de los espacios escolares o fuera de ellos. Esto contrasta con la propia materialidad de la revista,



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Para este tema se sugiere revisar los textos El corral de la Infancia de Graciela Montes. D.F Fondo de Cultura Económica 2001; Libros que muerden. Literatura infantil y juvenil censurada durante la última dictadura cívico militar 1976-1983. Buenos Aires: Biblioteca Nacional y Literatura y poder y Las censuras en la LIJ compilación por parte de Ángel Luis Luján de César Sánchez Ortiz. Cuenca: Ediciones de Castilla-La Mancha 2016.

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porque es una revista tamaño carta que permite el contacto entre el cuerpo textual y el cuerpo de sus lectoras, con ilustraciones y con una diagramación que hace posible una lectura fluida. En el caso de Chanchito su materialidad es de más alta gama. No piensa en un público que recién está ingresando al mundo de la cultura escrita, ya que posee párrafos abigarrados y su tipografía es pequeña. Los textos apelan a un lector masculino —por lo menos en la sección analizada— y supuestamente más avezado, que se encuentra en un proceso de formación más avanzado. También se dirige a un público lector informado que puede dar cuenta del canon y de los géneros en boga, por ejemplo, en el primer número de la revista Caro se refiere así a los criterios de selección los textos para la revista: En su bagaje lleva novelas de aventuras, y de misterio que ponen los pelos de punta y mantienen vivo siempre el interés de los lectores; primorosos cuentos de hadas, muchas veces contados, pero siempre nuevos: lindas fábulas y versos que parecen engomados por la facilidad con que se pegan a la memoria… recetas de cocina para las niñas hacendosas . . . (Caro, Revista Chanchito n° 1, 3)

Además es una revista que identifica a sus lectores, a diferencia de Mamita, pues hace del editorial el medio permanente para estar en contacto con ellos. En este apartado, su primer director, suele proponer variados temas y referir el diálogo que tiene con sus lectores en escuelas de Bogotá o con niños con los que establece conversaciones directas tanto en el ámbito privado como público. Quiere además adentrarse en una subjetividad tal como mencionó Sardi, de manera violenta en la que advierte a sus lectores de la necesidad de hacer una lectura atenta de los contenidos de los textos ejemplarizantes de “Retazos de Historia”. Más adelante, en el mismo número de la revista, Caro presenta a Guillermo Fernández de Alba y expone los criterios de selección y creación de: “Retazos de historia”: “el joven historiador

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Hernández de Alba os hará guardar un minuto de silencio. Él os referirá en cada número un episodio, una hazaña o una anécdota de alguno de vuestros antepasados” (3). Y más adelante sugiere: “leed esa página con cuidado para que vayáis conociendo la historia de este tierra bendita y las vidas de sus mejores hijos, a fin de que cuando lleguéis a la edad de hombres, aunque solo sea por no quedaros atrás, por no ser menos que otros, honréis a la patria sirviéndola con absoluta hidalguía y abnegación, y amándola con fervoroso entusiasmo (Caro, Revista Chanchito n° 1, 4). El párrafo anterior enfatiza una moral basada en acciones propias de una comunidad religiosa, pero dentro de un proyecto que pretende nacionalizarla y apropiarse de ella. Entonces palabras como “tierra bendita”, “abnegación” y “fervor” exaltan los valores de una nación como comunidad imaginada, tal como lo señala Anderson, el “hecho de morir por la patria, que de ordinario nadie escoge, supone una grandeza moral y un destino por cumplir . . . ” (203). Lo anterior y la gama de ilustraciones y fotografías seleccionadas para dialogar con cada texto exaltan este programa. La narración biográfica “De como un niño como vosotros, conoció a Bolívar” realizado por encargo por De Alba, utiliza como estrategia ficcional la construcción del encuentro entre dos personajes biográficos que presenta como modelos de sacrificio y de amor a la patria. Uno, como “libertador” y otro como niño que supera las dificultades y que hace lo imposible para conocer al héroe nacional. Lo que sugiere a este enunciatario o “niño lector”, al que le habla De Alba, es que se prepare ideológicamente para que en su “adultez” cumpla religiosamente con el sacrificio ético por su patria. Sumado a lo anterior, estos “lectorcitos”, como los llama Caro, hacen parte de una comunidad de interpretación precedida por la escuela, pues esta institución dictamina parte de su deber ser, la cual se suma a la codificación de la narración. En esta sección, la revista configura unos lectores de sexo masculino, letrados, escolares y que pueden acceder a los servicios educativos. Excluye a las lectoras mujeres, ya que no las nombra; la figura de la mujer solo aparece encarnada en la maternidad, cuando el

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niño va a contarle todo a su madre, pero además, por fuera de la ficción, el editor no le habla a las lectoras y les confiere secciones especiales, como la de “recetas de cocina”, exhibiendo que hay división sexual de la recepción literaria y de las labores que debe realizar la mujer. En este relato, por lo menos, se configura la imagen de un lector con una moralidad ligada a la patria, que pueda cumplir con trabajos relacionados con ella en su adultez, que puede sacrificarse eventualmente, y alienta una subjetividad ligada a la “purificación religiosa” hacia el Estado y la guerra. Se produce, de este modo, un desplazamiento ideológico y semántico en relación con la figura del mártir cristiano que en este caso se lee en clave nacional y que se representa en los relatos biográficos como héroe de la patria. Para finalizar, es posible rastrear las fuentes de las cuales se sirvieron los editores de las revistas para seleccionar y posteriormente adaptar, diagramar y reconstruir un texto, a la luz de un proyecto literario e ideológico dedicado a la infancia. Sin duda este trabajo de búsqueda, selección, adaptación semántica, cultural e ilustración gráfica, ayudan a develar aspectos de la historia de los géneros literarios de la literatura dirigida a la infancia en Latinoamérica y también, la historia de sus lectores imaginados.

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Revista de Humanidades Nº35 (ENERO-JUNIO 2017): 137-157 ISSN: 07170491

LECTURA, PROLETA RIADO Y POBREZ A EN LOS HOMBRES OSCUROS (1939) DE NICOMEDES GUZMÁN 1 R EADING , WO R KING C LASS AND P OVE R TY IN NI C OMEDES GU Z M Á N ’ S L O S H O M B R E S O S C U R O S (1939)

Claudia Darrigrandi Universidad Finis Terrae CIDOC, Facultad de Comunicaciones y Humanidades Avenida Pedro de Valdivia 1646 Providencia Santiago de Chile Chile [email protected]

Resumen Este artículo establece un diálogo entre una serie de aspectos relacionados a la práctica de la lectura obrera a partir de la novela Los hombres oscuros (1939) del escritor chileno Nicomedes Guzmán y de otras publicaciones del periodo que estaban

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Este artículo es parte del proyecto Fondecyt regular N°1150141 “Representaciones e imaginarios de la lectura en la narrativa chilena de 1940 a 1960” que dirige Antonia Viu y en el que participo como coinvestigadora.

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destinadas a instruir a los obreros. Asimismo, a partir de la novela de Guzmán se presenta un análisis sobre la presencia de la cultura impresa en la cotidianidad, no solo en el formato de libros y periódicos, sino en la construcción de la vivienda obrera. Finalmente, se plantea que este uso no convencional de los impresos es un sello distintivo de una estética de la pobreza y de la práctica lectora de Pablo, el protagonista. Palabras claves: Lectura, lectores, proletariado, estética de la pobreza, emociones.

Abstract This article analyses reading as a practice in Los hombres oscuros (1939), a novel by Chilean writer Nicomedes Guzmán as well as it establishes a comparison about what was considered as appropriate readings for male workers among Catholic Church, Chilean elites and other political leaders. In addition to these ideas, we highlight how in Guzmán’s novel print culture has an important role in working class’s daily life not only as books and press but also as an important material for housing construction. Finally, we argue that this unconventional use of press has become a distinctive attribute of both, what is call aesthetics of poverty and main character’s, Pablo, reading practice. Key words: Reading, Readers, Workers, Aesthetics of Poverty, Emotions.

Recibido: 15/05/2016 Aceptado: 22/09/2016

“Si la religión es la que hace eso, se decía Miguel, la religión no es lo que yo creía. La Hermana había hablado con él no con sermones largos y pesados, sino con razonamientos sencillos y fáciles de comprender” (14). Este pasaje aparece en “Cuadro Nº 2. ¡Esas monjas . . . ! (10-15) del libro

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Cuadros proletarios firmado por Kiko y publicado por la Editorial Difusión Chilena el año 1941. No era este libro, sin duda, el primero que estaba destinado a acercar a los sectores proletarios a la Iglesia Católica. Sin embargo, en esta cita destaca la necesidad que sentía la Iglesia por generar lecturas de fácil comprensión para los obreros. Esta idea también se dio en otros sectores de la sociedad chilena que se disputaron la fidelidad de este cuerpo social que desde finales del siglo XIX iba ocupando un lugar cada vez más relevante tanto en el espacio urbano capitalino como en el desarrollo de la incipiente industria nacional. Si en el ámbito de la historia se registran esas iniciativas como también esas ideas sobre las capacidades del lector proletario, desde la literatura nacional existen otros registros e imaginarios sobre la relación lectura y proletariado. En consecuencia, en las siguientes páginas se propone un diálogo entre una serie de aspectos relacionados a la práctica de la lectura (obrera) a partir de la novela Los hombres oscuros (1939) del escritor chileno Nicomedes Guzmán y de otras publicaciones del periodo que estaban destinadas a instruir a los obreros. A partir de estas quisiera reflexionar no solo sobre la relación del lector proletario con la lectura, sino también sobre la presencia de la cultura impresa en la cotidianidad obrera la que, a su vez, forma parte de una estética de la pobreza. En ese contexto, es necesario preguntarse cómo entendemos o qué pasa cuando la lectura no es necesariamente una actividad que es el resultado de una decisión, sino que se presenta como una oportunidad, como una situación fortuita, o una posibilidad que, literalmente, salta a la vista. Es decir, cómo es la lectura de un texto que siempre estuvo ahí, disponible, al paso, pero que, del mismo modo, no necesariamente se eligió leer y, por lo tanto, su contenido como su interpretación o comprensión podría, eventualmente, ocupar un segundo plano. La novela se centra en Pablo, un lustrabotas que vive en un conventillo en el que convive con diversos personajes vinculados al mundo obrero que militan en los partidos comunistas, socialistas y que están decididos a hacer la revolución. Entre ellos está Arturo Robles, un dirigente sindical, que se empeña en que Pablo se una a la causa. Entre las múltiples

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injusticias y desgracias que experimentan, aparece Inés, también miembro de la clase obrera y con quien inicia una relación amorosa inestable. En ese contexto, Pablo no deja de pensar en ella y de desearla. Durante la primera mitad del siglo XX, sobre todo a partir de la década del veinte, los obreros se constituyeron en una potencial masa lectora que distintos sectores de la sociedad iban a disputar. No obstante, hubo muchas lecturas vinculadas al pensamiento comunista y socialista que circulaban por circuitos comerciales sin la mediación de grupos políticos interesados. En “Lecturas rojas: libros y folletos comunistas en Chile, 1920 y 1926” (2016), el historiador Manuel Loyola señala que, “en los años 1920 y 1930, productos impresos sobre marxismo, socialismo o estalinismo fueron, igualmente, parte de los catálogos de varias editoriales y librerías no comunistas o puramente comerciales existentes por entonces en Santiago (Salvat, Espasa, Cultura, Ercilla, Pax, Osiris, etc.)” (17). Y en 1938, casi al mismo tiempo que se publica la novela de Guzmán, también se publica el Silabario social obrero para que el público lector objetivo, los obreros, pueda “comprender y darse cuenta de la función social que está desempeñando dentro de la Asamblea, dentro de la Industria y dentro de su país” (s/p). Esta cita replica una idea que fue común entre las élites y burguesías de la primera mitad del siglo XX: el obrero era un ser inconsciente, con un lugar predefinido en la estructura social. Entre otras inquietudes de las expresadas por los autores y editores del Silabario, destacan su figuración de los obreros, a los que consideran, además de inconscientes, sujetos que no saben pensar ni hablar y que limitan, al parecer, el buen oficio al trabajo corporal. Ante estos supuestos, la editorial Estudios Proletarios publica el Silabario que está escrito en forma sencilla y “contiene lecciones con ejemplos que pueden ser comprendidos fácilmente por lo obreros y hasta por los niños que apenas sepan leer” (5). Esta práctica de generar lecturas sencillas, idóneas para los obreros, dialoga con lo ya señalado por Martyn Lyons, en “Los nuevos lectores del siglo XIX: mujeres, niños, obreros” (2011), para el caso de la Europa decimonónica al plantear que a los obreros y a los niños se los agrupaba en un mismo estado de capacidad lectora, no

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obstante, también indica que “El lector popular, a quien a menudo se citaba paternalmente como le grand enfant, tenía sus propias opiniones” (411). En otras palabras, solamente se asociaba la lectura a un ejercicio intelectual, cognitivo, dejando de lado otras posibles lecturas, otras experiencias de lectura, otras formas de leer que no necesariamente se vinculan con lo intelectual. No obstante, en los últimos quince años se ha estado cuestionando la supremacía de lo intelectual, lo racional, no solo en el contexto de las prácticas lectoras. Sara Ahmed en el libro The Cultural Politics of Emotion (2004) señala, en este sentido, que “‘emotion’ has been viewed as ‘beneath’ the faculties of thought and reason. To be emotional is to have one’s judgement affected: it is to be reactive rather than active, dependent rather that autonomous” (s/p). A partir de estas ideas, en las siguientes páginas interesa tensionar lo que las élites y la iglesia, si seguimos el trabajo de los historiadores y cronistas, pensaban que los obreros debían leer y cómo leían, en un sentido amplio de la palabra, con lo que los miembros de clase trabajadora según son representados en la novela de Guzmán, en este caso Pablo y sus compañeros, proponen como parte de sus lecturas o lo que, en realidad leen. Retomando algunos de los problemas planteados en el Silabario social obrero, en los apartados que componen la introducción del libro escrita por Oscar Lanas, destacan “¿Sabe usted dónde está parado?” y “Aprender a pensar”.2 El silabario, de este modo, se hacía parte de una tecnología que replicaba y alimentaba la idea del obrero como un sujeto carente de ilustración, de lecturas y, lo que es más complejo aún, de capacidades. En su libro En contra de los impíos (2016), Manuel Loyola se detiene en presentar la prensa eclesial de masas publicada entre 1906 y 1936. Según lo señala el historiador, esa prensa se autodenominó la Buena Prensa y se constituyó en una iniciativa reveladora de una tensión por parte

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Existe muy poca información sobre este periodista. Según el sitio web Sic. Poesía chilena del siglo XX, Óscar La nació en Barraza (1902) y murió en Santiago el año 1994. Además de ser periodista también era poeta. Trabajó en el diario Las Últimas Noticias y también publicó libros de poesía.

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de la Iglesia frente la cultura impresa. Si bien para la Iglesia Católica los impresos, señala Loyola, eran dispositivos relevantes para el proceso civilizatorio, se estaba en contra del uso que se les daba en tanto “promovían el mal en la sociedad” (31).3 Y dentro del corpus presentado se mencionan los tres tomos Cuadros proletarios (con la firma de Kiko), conjunto de relatos enfocados en persuadir a los obreros a no alistarse en las filas comunistas y en convencerlos de las bondades del clero y la religión católica que se publicaron entre 1937 y 1941.4 En todos estos textos abundan los estereotipos sobre las capacidades intelectuales de los obreros. Este imaginario convencional del obrero, como una subjetividad constituida principalmente como cuerpo y desde capacidades intelectuales propias de la infancia, un cuerpo que trabaja bajo órdenes y cuya principal herramienta es ese mismo cuerpo disociado de la mente que aunque subordinado despertaba temor a inicios del siglo XX, se tensiona, desde el ámbito de la literatura, en Los hombres oscuros de Guzmán. Por último, en las siguientes páginas también se explora la creación de una estética de la pobreza que se hace recurrente en ciertos artefactos culturales locales y que está estrechamente vinculada con la producción de materiales impresos, principalmente periódicos y que, a medida que comienza el siglo XX, experimenta un aumento de su producción y diversificación. Estos materiales impresos, diarios, revistas, afiches y calendarios, muchas veces cumplieron y cumplen funciones que traspasan su constitución como espacio para el desarrollo de las letras y el periodismo, para la transmisión de información y/o para el acceso a las noticias tanto nacionales como internacionales. Ese material

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Por mal se debe entender la prostitución, el comunismo, la anarquía, la falta de autoridad de los padres, el alcoholismo, etc.

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Los cuadros proletarios son una reedición de las Hojas de propaganda, parte del cuerpo de productos inaugurales de la Editorial Splendor. Según Loyola, “Hojas . . . se anunciaba como una propaganda ‘totalmente popular’ para que ‘derramarse en la clase obrera, contrarreste la propaganda antirreligiosa y comunista que con tanta intensidad se hace en nuestro país’” (En contra de los impíos 99).

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impreso, en el marco de lo que aquí se llama “estética de la pobreza” cobra una presencia permanente en el interior del hogar, no como material de lectura que se lee en familia, imagen que podría recordar una escena de lectura propia del imaginario burgués, sino cumpliendo otras funciones como materia. El periódico en los muros funciona, en primera instancia, como revestimiento y aislante. Sin embargo, luego se adquiere las cualidades de papel mural; de esta forma, ese papel de diario obtiene, además, una connotación decorativa. Sentado al borde de su cama, Pablo intenta leer alguno de los tres libros que su amigo Robles le había prestado: “Huxley, Lawrence, Baldomero Lillo. Me decido por el primero: Contrapunto. Trato de entender lo que leo: un hombre se despide de su mujer. Pero, sobre la lectura misma, vive Inés. En realidad, pienso, quizá fue mejor que todo terminara. Tiro el libro . . . sobre el lecho. Me recuesto” (104). Estos tres libros de ficción, en su conjunto dan cuenta de los procesos de industrialización, la condición obrera, la explotación, la deshumanización del hombre, la relación entre instinto y razón, entre otros tópicos que también están presentes en la novela de Guzmán. En ese sentido, si lo relacionamos a que fueron prestados por su amigo Robles, dirigente del gremio de tranviarios, entendemos que la entrega de estos libros pretende, al igual que el silabario proletario aunque con un diferente fin, generar una reacción en Pablo como lo podría ser crear en él una conciencia de clase y, de este modo, hacerlo simpatizante de la revolución. No obstante, Pablo solo logra leer, efectivamente, un par de líneas, las primeras de la novela cuando Marjorie se despide, pidiendo saber la hora de regreso de su amante, Walter. “Sobre la lectura misma vive Inés”, señala Pablo porque el recuerdo de la mujer le impide continuar la lectura (104). Inés irrumpe, interrumpe. Sin embargo, esas primeras líneas de la novela dan cuenta de un amor en conflicto, como el que está viviendo con Inés, a quien acaba de dejar de frecuentar. Aquí quisiera hacer notar, aventuradamente, la diferencia entre las lecturas femenina y masculina. Considerando, evidentemente, la diferencia temporal, geográfica y de género literario, esta lectura masculina, o esta no lectura, contrasta fuertemente con la de las lectoras

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románticas o con el bovarismo.5 Pablo, en vez de suplir o compensar su deseo por medio de la lectura, la abandona. O, simplemente, con su “trato de entender lo que leo”, simula no sentirse afectado por lo poco que alcanza a leer, como si fuese una señal de virilidad y autocontrol el no dejarse atrapar por la lectura, el no dejar que esa escena de amor en conflicto, le recuerde su propia situación, su propio desamor, su deseo insatisfecho (104). En ese contexto de autocontrol, la lectura no es la causante de la explosión de sus emociones, porque las suyas propias son más fuertes: “las manos de mi imaginación acarician sus tibias carnes” (104). Desde otra perspectiva, el libro tampoco cumple las potenciales expectativas de Robles, como lo sería despertar en Pablo un espíritu revolucionario. De este modo, se podría plantear preliminarmente, a partir de esta escena, que Pablo rechaza la lectura como ejercicio intelectual y como mecanismo de imaginar o vivir una experiencia lejana a su realidad, como lo era en el caso de Madame Bovary. Inmediatamente después de esta escena, la relación de Pablo con los impresos continúa: “Pego mis miradas en la pared. Me empeño en leer

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Con lectora romántica nos referimos a las mujeres lectoras del siglo XIX latinoamericano que se caracterizaron por estar ávidas de ilustración, por leer con fervor y pasión, como lo demuestra el estudio de Zanetti sobre Carmen Arriagada en su libro La dorada garra de la lectura. También es la lectora que va dejando de lado las lecturas educativas (religiosas, por ejemplo) por la lectura de novelas, práctica con el tiempo se va a observar con sospecha por parte del patriarcado. La lectora romántica se deja llevar por la lectura y se identifica con lo leído. A partir de la novela de Flaubert, Madame Bovary (1857), Jules de Gaultier publica en 1902 Le Bovarysme, libro en que se define el concepto “bovarismo”, en términos generales, como la evasión de la realidad por medio de la imaginación (Vélez Sierra). En el caso de la novela de Flaubert, Madame Bovary alimenta su imaginación a través de la lectura y desea tener una vida como la que se representaba en las novelas que leía. El no poder ajustar esa ficción a su realidad le produce una enorme insatisfacción. Por su parte, Eva Illouz en Por qué duele el amor (2012), señala que “ . . . el libro que mejor capta las inquietudes de la época en cuanto a la imaginación y su vínculo complejo con la novela, el amor y las aspiraciones sociales es Madame Bovary (1856). Allí, somos testigos de la angustia que atraviesa una conciencia perfectamente moderna saturada por escenas imaginarias de amor y su destino cuando las coteja con la realidad” (267). Sobre la lectura femenina se sugiere consultar el libro de Belinda Jack, The Woman Reader.

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algunos de los títulos de las noticias impresas en las hojas que empapelan la cabecera de mi lecho. Se me hace difícil dada la posición en que me encuentro” (105). Su dificultad para leer, recuerda que leer, además de ser una actividad cognitiva, también es una práctica en la que el cuerpo participa de múltiples formas. En La dorada garra de la lectura. Lectoras y lectores de novela en América Latina (2002), un estudio pionero sobre el tema en el contexto latinoamericano, Susana Zanetti plantea la relevancia de las escenas de lecturas, tanto para el estudio del libro, de las lectoras y lectores como de las prácticas lectoras: “Gestualidades, poses o ademanes, son siempre índices de modos de leer que nos hablan de formas de sociabilidad y de comunicación amasadas por las instituciones escolares y las tradiciones . . . ” (Prólogo 15). Por otra parte, en su revisión sobre las teorías de la lectura Karin Littau señala que desde finales del siglo XVIII la lectura en posición horizontal no era recomendada porque “‘acarrea flaccidez en el cuerpo’ y ‘perjudica los ojos, el cerebro, el sistema nervioso y el intelecto’” (Teorías de la lectura 71). Littau destaca estas consecuencias perjudiciales de la lectura horizontal en contexto socioculturales en que los lectores pertenecían a medios aristocráticos y, principalmente, burgueses. Evidentemente, estas referencias de Littau no se ajustan al contexto en que Pablo intenta leer, quien al contrario de los grupos sociales a los que se refiere Littau, es un lustrabotas de las primeras décadas del siglo XX chileno. Además, los ejemplos presentados en Teorías de la lectura se remiten a lectores que deliberadamente han elegido un texto, probablemente un libro o una carta, para ser leído acostados. Pablo, en cambio, habita, como lo hacía gran parte dela masa proletaria, en un conventillo. En este comparte un cuarto con una familia y para garantizar un mínimo de privacidad, la habitación está separada por un tabique empapelado con papel de diario. Pablo no se acuesta a leer un texto de su elección, si no que convive con ese material impreso, siempre ha estado ahí e intentar leerlo pasa a ser, quizás, un ritual de todos los días cuando se acuesta sobre su cama. Conviene, además, señalar que las noticias, la información que esa prensa contiene, tampoco es nueva. Tanto el periódico, como su contenido,

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están fuera de contexto y adquieren otro sentido: como artefacto que, parcialmente, se impone en ese tiempo de descanso que Pablo experimenta cada vez que se echa sobre su cama. Es decir, difícilmente podríamos señalar que es una lectura buscada, aunque tampoco es totalmente negada. Pablo podría omitirla, no mirar la pared e ignorar ese material impreso que es parte de su habitación. Me interesa destacar el uso del periódico, primero, como revestimiento que luego, a su vez, adquiere características de artefacto decorativo. Ese uso, desde una mirada retrospectiva, desde el siglo XXI, pareciera haberse convertido en un referente para recrear espacios habitacionales precarios. El diario como papel mural, se ha convertido en una imagen reiterada en la escenificación de viviendas, habitaciones y espacios vinculados a la marginalidad o a la cultura popular. Otras veces, afiches, calendarios o simplemente una hoja arrancada de una revista con alguna fotografía de una estrella de cine, o una figura deportiva, adornan las paredes de la precariedad. Si por un lado, el diario que cubre de esquina a esquina los muros cumple la función de papel mural; por otro, los recortes, calendarios y afiches extraídos de la prensa funcionan como arte, literalmente, popular. Retomo la cita de ese momento en que Pablo lee el periódico que empapela su muro. A pesar de la incomodidad que siente por leer acostado y al revés, porque el papel mural está en su cabecera, lo logra: “NOTICIAS POLÍTICAS. CRÓNICA ROJA. Un hombre que muere apuñalado por su propio hermano. Deletreo un buen rato . . . Más allá, una mujer semidesnuda, mostrando los pechos redondos y erguidos. ¡Ah, morder esos pechos! ¡Inés, por qué no estás conmigo!” (105). Julio Ramos en Desencuentro de la modernidad en América Latina: Literatura y política en el siglo XIX (1989), señala que durante el fin de siglo la prensa comienza a ordenar, a través de su ímpetu racionalizador, el caos que la ciudad en expansión, lo que a ciudad moderna significa para su habitante. De este modo, la prensa constituía una forma de ubicarse en la ciudad y obtener un mapa de ella. Trasladando esta idea a la experiencia lectora de Pablo, por un lado, la crónica roja es solo un fragmento de la ciudad, porque la prensa expuesta de esa forma, está imposibilitada de construir ese mapa.

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Por otro lado, Pablo se limita a deletrear, pareciera casi no importar lo que se dice, para luego dar paso a las imágenes, hasta que el cuerpo de una mujer le recuerda a Inés. De este modo, quisiera destacar que ese intento de lectura, podría conectar a Pablo con otro espacio ajeno al de su intimidad. Sin embargo, aunque la lectura de esa noticia podría trasladarlo a otro espacio y tiempo, el protagonista casi no logra decodificar el texto y, en este sentido, su práctica lectora adquiere connotaciones de una lectura obstruida. Se abre un paréntesis, se deja de intentar leer, porque el deseo se lo impide. En este contexto, la lectura dificultosa de Pablo se podría enmarcar, entonces, siguiendo las ideas de Mary A. Favret (2015) con una vivencia de la modernidad, a partir de la lectura, vinculada al sufrimiento, que Favret llama “pathos of reading” (1319). Favret identifica este pathos como una experiencia o sufrimiento, al mismo tiempo que también se puede asociar a una pasión o una emoción. De este modo, el traslado de esta idea, que la autora norteamericana trabaja en Walter Benjamin, W.G. Sebald y John Keats, permite densificar y problematizar esa práctica lectora que al no llegar a término, pasaría solamente a una categoría de no lectura o lectura no realizada. Siguiendo esta misma línea, Littau, en el ya mencionado libro, señala la importancia que tiene comprender la lectura como una práctica vinculada a las emociones y no solo un proceso cognitivo orientado a la interpretación o comprensión del significado de las palabras. De todos modos, el escenario de lectura propuesto por el narrador en la escena recién comentada es, por decirlo de alguna manera, singular. No importa lo que diga la prensa en tanto que esa información está ya obsoleta, esa lectura solo adquiere sentido en la medida que permite una experiencia sensorial y emocional. Es el deseo por Inés que vuelve a presentarse en este caso ya no como interrupción, sino como resultado de la interacción entre el material impreso y Pablo. En la habitación de Pablo, no hay una biblioteca convencional, ni literal ni metafórica, solo existen los libros prestados por su amigo Robles y la prensa que ha perdido valor como tal. No obstante, la posible lectura se impone, la prensa está ahí, ha estado ahí, días, semanas, meses y se cruza en el descanso de Pablo. Pablo no sigue la

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decodificación del texto porque las imágenes de las mujeres desnudas le recuerdan su deseo por Inés, en ese sentido, la lectura se convierte en un proceso que tiene mucha más relación con las emociones y con las reacciones de su cuerpo, que con una construcción de sentido, como insiste Littau a lo largo de su libro. En otro momento de la novela, en la fiesta que ofrece el maestro Evaristo Rubio en su cuarto del conventillo, los muros también están tapizados con fragmentos impresos: “Miro los recortes de revistas, negreados por las moscas, y los tarjereros y santos que adornan las paredes. Entre un retrato al carbón de los dueños de casa y una estampa de la Virgen del Carmen, hay un recorte que representa a ‘El Tani’, en guardia de boxeo” (40). En el libro City Reading: Written Word and Public Spaces in Antebellum New York (1998), David M. Henkin señala que la importancia que se le ha dado a los estudios sobre la lectura como una actividad privada, práctica que va de la mano con la lectura de la novela, han invisibilizado la lectura de una serie de impresos, anuncios, carteles y señales que circularon o que fueron expuestos en las calles de la ciudad de Nueva York durante el siglo XIX en el periodo que antecedió a la Guerra de Secesión (1-25). Aunque este estudio intenta, precisamente, girar la atención hacia la lectura en espacios públicos y dar cuenta de nuevas nociones de esfera pública surgidas a partir de la lectura de signos, afiches, tarjetas, entre otros soportes, a diferencia del espacio privado en el que ocurre la escena que aquí se ha comentado de la novela Los hombres oscuros, me interesa destacar el lugar que ocupa esa lectura no planificada como parte del corpus de experiencias lectoras. De este modo, el cuarto donde se lleva a cabo la fiesta comparte, en cierta medida, las características mencionadas para la ciudad de Nueva York. Esos impresos instalados en el interior del conventillo trasladan a sus lectores a un espacio exterior vinculado a la cultura de masas, que es propia de las ciudades modernas. En ese sentido, es necesario destacar esta reiteración del narrador en dar cuenta de lo que cubren los muros de los cuartos del conventillo. En la cita recién mencionada, el periódico no cumple, necesariamente, la función de papel mural, pero de todos modos, está presente con una función decorativa, quizás,

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un poco más articulada que en el cuarto de Pablo donde solo es un papel mural. En la pared de la habitación de Evaristo Rubio se combinan una serie de objetos y materialidades que nos remiten a la cultura impresa, a la información, a la cultura visual que no pasan desapercibidos. Entre las alusiones a lo religioso, lo pagano, lo cotidiano y lo popular se elabora un interior doméstico que adquiere características de collage, que contrasta con el interior burgués dotado de objetos de arte compuestos de otras materialidades más nobles, por llamarlas de alguna manera y dentro de los parámetros estéticos de la burguesía. Del mismo modo, la presencia de las moscas (“negreados por las moscas”) enfatizan el ambiente de pobreza del lugar y, al mismo tiempo, se convierten en una mancha que obstaculiza la visualización de los recortes. Pablo lee con dificultad la prensa que cubre la pared de su cuarto, los recortes de revistas en el cuarto de Evaristo son, en parte, también ilegibles. Insistimos, entonces, que es otra propuesta de lectura la que se presenta en la novela de Guzmán. Es una lectura en la que, desde el punto de vista de sus soportes, adquiere más relevancia la materialidad en sí misma que el significado o la decodificación del texto. No obstante se problematiza la idea de legibilidad, no así la de visibilidad. En la cotidianidad, el papel periódico ha cumplido múltiples funciones más allá de ser portador de información, espacio de opinión pública, armas de batallas ideológicas o generador de comunidades lectoras, entre otras. Envoltorio de frutas y verduras, papel para secar autos, limpiar vidrios, para encender fuegos, son otros de los usos que se le ha dado. Y, también, el periódico ha formado parte en la creación de obras de arte, pienso ahora en el trabajo de Catalina Parra (Diary of Life 1977; Diariamente 1977) o Andrés Vio, entre otros, artistas chilenos quienes han problematizado algunos medios de prensa desde el punto de vista ideológico y/o han trabajado a partir de su materialidad. En el contexto de estas ideas quisiera hacer referencia a ciertos movimientos y obras de arte del Chile de los sesenta en la medida que permiten continuar la discusión sobre la lectura en Los hombres oscuros. En un estudio sobre la presencia del informalismo en Chile, Constanza Tironi señala que a inicios de los sesenta, en lo que se refiere a la

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pintura, esta “fue partícipe directa de la revisión del lenguaje y de los medios materiales. La renovación de la pintura se inicia con la propuesta de un principio de independencia con respecto a lo narrativo, anecdótico o representativo, produciéndose un gran vuelco tanto su concepción como en su ejecución” (36).6 En este sentido, el informalismo se caracterizó por hacerse cargo de una “nueva realidad” al interrogarse por la materialidad de la obra más que por sus posibilidades representacionales de un exterior. El grupo que practicó este tipo de arte, por un período muy breve (1960-1962), fue el Grupo Signo, compuesto por Gracia Barrios, José Balmes, Alberto Pérez y Eduardo Martínez Bonati, quienes expusieron por primera vez en la sala de exposiciones de la Universidad de Chile en 1961. En términos de Gaspar Galaz y Milan Ivelic, los miembros de este grupo “Introdujeron el papel, el cartón, la madera, el cemento, las pastas de muro con el fin de expresar mejor esa ‘realidad’”, la que “estaba dada por los materiales mismos”, porque el objetivo era presentar el “material como tal, de las cosas tal como son en sí mismas” (Chile, arte actual 68). Por su parte, Antonia Viu en un trabajo en el que contrasta posiciones estéticas desde la filosofía, el arte y la literatura de la década del sesenta, plantea, refiriéndose al Grupo Signo que [e]sta centralidad en la matérico, de los elementos en crudo, junto a letras y números, está ahí como una manera de evitar el símbolo, de no aludir a la realidad sino de mostrarla evitando el sentido, quemándolo con restos calcinados, con carbón, con manchas y espacios en blanco que disuelven las letras entre los demás elementos del cuadro . . . El signo entendido así, más que significar aspira a “hacerse voz”. Lo visible no es ya condición de lo

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En el libro Chile, arte actual se señala que el Grupo Signo rompe con el naturalismo estético al ser reemplazado por “la presencia de materiales específicos y muy notorios: madreas pegadas, pasta endurit, rajaduras en el soporte; que reorientaron —al romper esquemas visuales— la percepción del espectador hacia aspectos de esta ‘nueva realidad pintada’, que implicaba una atención preferente por la organización topográfica, por el sentido de sobre relieve del espacio pictórico y su tactibilidad” (Chile, arte actual 69).

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inteligible, sino solo “huella de un resto” (Rodrigo Zúñiga), anuncio de un hiato de sentido. (7)

Esta característica que Viu destaca para el arte del Grupo Signo, siguiendo el análisis de Rodrigo Zúñiga, la extrapola para el caso de la narrativa breve de Nicomedes Guzmán (Una moneda al río y otros cuentos de 1954 y El pan bajo la bota de 1960) y señala una idea similar a la que se ha mencionado recientemente para el caso de la escena de lectura en la que Pablo, el protagonista de Los hombres oscuros, se enfrenta a la prensa que tapiza el tabique de su cuarto y a la observaciones que se realizan del muro en la casa de Evaristo Rubio, donde se lleva a cabo una fiesta. Siguiendo las ideas de Littau, Viu plantea que: “Lo legible, en estos cuentos, se cancela desde los cuerpos cuando aparecen libros u otros impresos que resultan refractarios, vale decir, que solo denotan en su materialidad, como cuerpos y no como textos” (10). A medida que avanzan los sesenta, habrá otro giro en el arte chileno desde el cual se puede continuar el diálogo con las novela de Guzmán; esta vez, desde el punto de vista de la estética de la pobreza. Gaspar Galaz señala que para la década del sesenta, la cultura popular ha adquirido una fuerza hasta entonces inusitada en la historia del Chile republicano y destaca el trabajo de Francisco Brugnoli (que se inició en 1965), en particular, una exposición de 1967 que se expuso en la Sala Universitaria de la Universidad de Chile. En esa ocasión Brugnoli realiza una reconstitución de espacialidades marginales, entre ellas, el interior de una vivienda callampa. Este tipo de habitación es parte de una cadena de pauperización de la vivienda popular. Si el conventillo era para los años treinta el espacio urbano marginal por antonomasia, a partir de los cincuenta lo es tipo de autoconstrucción producto de las tomas de terreno de los años cincuenta y sesenta. Según Galaz, “Esta reconstitución apelaba al realismo gracias a una cuidadosa observación y selección de objetos que se identificaban plenamente con la vida marginal: el brasero y la ‘choca’, el gastado banderín del Colo-Colo, el vetusto catre sobre el cual estaba sentado un ‘personaje’” (Galaz e Ivelic 164).

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En esta descripción, el crítico de arte omite lo que está en los muros, los recortes de prensa y revistas, de mujeres semidesnudas, de artistas, de figuras deportivas, que saturan la pared. Entiendo esa omisión como una naturalización de lo que observa, es tan propio de la vivienda marginal que ni siquiera hay que nombrarlo, está ahí, salta a la vista o cualquier persona puede suponer el tipo de empapelado que tiene la vivienda popular. No obstante, en un pie de foto de otro trabajo de Brugnoli, se señala: que estas instalaciones “golpearon la retina del espectador; en ellas convivían mamelucos pegados, textos impresos, fotografías de niños pobres, trozos de diarios y otros objetos” definidos, según la nota, como “desperdicios” (Galaz e Ivelic 162). Inmediatamente los trozos de diarios apelan a una resignificación del objeto y a su ilegibilidad. En ese sentido, las palabras del historiador/crítico de arte reafirman una estética de la pobreza en la que la cultura impresa es re significada y dota de carácter de desecho ciertas materialidades que en la novela de Guzmán no son tales. Señala Galaz que ocurre una “transformación semántica del objeto al ser cambiado su contexto” y que “desde ese instante [Brugnoli] dejó de lado la representación por la imagen para volcarse a la presentación de las cosas mismas” (161). Estas instalaciones ponen en primer plano una estética de la pobreza que en el caso de la crítica social de los años sesenta, acentúa el sentido abyecto de los sectores populares. Y entendemos que la estética de la pobreza: “implies that there is a sense of beauty which belongs to people who live in a condition of material deprivation. There are concepts of color, line, space, texture, rhythm, and movement that are conditioned by particular natural, cultural, and social environments. It results from a particular quality of life that is conditioned by its reality” (Fajardo 181). Pero lo que el trabajo de Brugnoli no logra [tampoco tendría por qué hacerlo], más allá de exponer ante el público una estética que “golpea la retina” del espectador, como se señala en el libro de Galaz e Ivelic, es una reflexión sobre los usos de esos objetos en su cotidianidad, como, en cambio, sí se problematiza en Los hombres oscuros. En particular, y en el caso que nos convoca, la novela de Guzmán, la prensa como papel mural

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se instala como un artefacto que interviene en las emociones y procesos reflexivos de quienes habitan en ese espacio. Al inicio de este artículo se señaló, citando algunas secciones que componen El silabario social obrero, la mirada de los editores de este tipo de libros sobre los obreros y sus habilidades para la lectura y el pensamiento. En este contexto, interesa incluir también algunas escenas en las que Pablo se entrega al pensamiento, como también a las emociones, en la medida que suponen otra forma de practicarlo. En “Aprender a pensar”, Oscar Lanas señala que “El Obrero de Chile tampoco sabe pensar. Nadie se ha preocupado de enseñarle a pensar, quizás creyendo que no lo necesita. Cuando un obrero hace uso de la palabra, incurre en largos rodeos, se aparta de su materia y pierde fuerza de convicción y a menudo dice lo contrario de lo que quiere decir” (3-4). Y continúa diciendo que para “aprender a pensar hay que empezar por conocer el origen de las cosas o materias de que está hablando a fin de que se tenga un concepto preciso sobre la materia de la que se trata” (4). Finalmente, Lanas plantea que “Conocer profundamente una cosa, es saber su origen” (4). Si bien estas reflexiones están vinculadas a la participación política y social de los obreros, en la medida en que se denota el interés por mejorar las capacidades retóricas y performáticas de los obreros, en Los hombres oscuros es otro el ámbito, el de la intimidad, en que el pensamiento adquiere un lugar relevante.7 “En la noche, de vuelta de una cafetería cualquiera, me acuesto y pienso largamente acerca de cosas que embotan mi cerebro” (21) señala Pablo en la primera página de la novela, y los “hilos del pensamiento y del recuerdo se ovillan en la penumbra de mi cuarto” (21) repasan la jornada y, una vez más, el deseo aparece tras el recuerdo de las mujeres que se cruzaron en su día. Ese deseo, mezcla de sentimiento y pulsión del cuerpo, no impide, de todos modos, que Pablo continúe su reflexión, a la vez que comparte observaciones sobre su cuarto. Los impresos en la pared, una polilla que se

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Durante toda la novela Pablo es invitado a participar de las reuniones del movimiento obrero, pero se resiste hasta el final, como se verá más adelante.

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quema en la vela, le hace pensaren el “hombre, la vida y la muerte” (22), piensa de nuevo en mujeres, sus muslos, se despierta el deseo. Como un ciclo, Pablo reflexiona, deja volar la imaginación, recuerda, siente, su cuerpo despierta ante el deseo, pero su “cerebro desmadeja, después, el recuerdo del albergue, que fue mi hogar varios meses” (22). Emociones, racionalidad y cuerpo, todo se despliega, se sigue, se sucede, en un ciclo; de este modo, argüimos que ese ideal propuesto por Lanas, de saber el origen de las cosas para presentarse en un contexto laboral y público, parcela, acorde a los discursos de la especialización del saber burgués, lo que en Pablo se presenta como un proceso en el que intelecto, cuerpo y emociones dialogan, interactúan y, por qué no decirlo, “se afectan”.8 En la introducción al libro The Affect Theory Reader (2010), Gregory J. Seigworth y Melissa Gregg repasan una variedad de líneas de estudio que han surgido dentro de lo que conocemos como teoría de los afectos, sin embargo, antes de detallar esas vertientes establecen una premisa básica: “ . . . affect and cognition are never fully separable —if for no other reason tan that thought is itself a body, embodied” (“An Inventory of Shimmers” s/p). Unas páginas más adelante de la escena en que se observa a Pablo en reflexión, este indica: “El cerebro me pesa. En el pecho siento una ruda opresión”, idea que refuerza una mirada orgánica de la lectura, de la relación entre el ejercicio de la razón, el cuerpo y las emociones (34). Asimismo, las reflexiones de Pablo y su relación con los impresos de su habitación parecieran transcurrir en cámara lenta. Según Daniel Noemi, en su libro Leer la pobreza en América Latina, “la velocidad de esta estética [de la pobreza] es la dromopenia”, que es una velocidad entendida en carácter relacional y que tiende a cero, pero nunca llega a ser cero (s/p). “Desde la dromopenia, señala Noemi, se articula un modo particular

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Una escena similar, en la que se mezclan los pensamientos, los sentimientos y la pulsión sexual se da en los primeros párrafos del segundo capítulo cuando lustra los zapatos de Inés (31-32).

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de visión” y “adquirimos una visualidad divergente a la de la velocidad absoluta” (s/p). La relación de Pablo tanto con el libro que intenta leer, cuyas letras al final, “las ve danzar como mujeres desnudas, que provocan, abriendo y cerrando los muslos” y con el impreso que cubre el muro de su habitación se articula lentamente mientras sus compañeros de cuarto regresan, se acuestan, hace el amor y se duermen (106). Todo eso ocurre mientras intenta leer unas pocas frases e Inés irrumpe sus pensamientos para desencadenar un deseo incontrolable que finalmente lo conduce a la pieza de Rebeca. Al final de la novela Pablo recibe una carta, una carta que lee sin la menor dificultad, cancelando cualquier duda sobre sus capacidades lectoras básicas. Sin embargo, esta misiva además proviene de su padre quien, como lo revela la reacción de Pablo, nunca se hizo cargo de él. La carta también despierta otras emociones, en este caso, es la rabia la que pasa a ocupar un lugar destacado: “Una ola de rabia me trota por todo el cuerpo” (162). Esta emoción propicia una respuesta, materializada en una carta corta y concisa, al ofrecimiento de su padre a que vaya a trabajar con él al fundo. Es entonces, también que Pablo decide sumarse a las filas revolucionarias y es, también, cuando nos enteramos, en palabras de Robles, que la carencia de una “cultura sólida” era lo que mantenía a Pablo fuera de la acción, pues no se sentía preparado (163). No obstante, Pablo señala otro factor fundamental en la decisión de unirse a la revolución: “[e]l sentimiento de clase es como una cuerda del instinto en cada individuo y bajo su influencia vibramos y anhelamos” (164). Esta noción de clase se reafirma con la ruptura que él establece con su padre a través del breve intercambio epistolar. De este modo, y para cerrar, quisiera señalar que tanto las fuentes que nos remiten a la mirada de las elites y de la iglesia sobre el mundo proletario chileno de inicios de siglo XX como el personaje Robles de la novela de Guzmán tienen un punto en común que es interesante de destacar. Quienes escribieron y estuvieron detrás de la Buena Prensa, los silabarios y los cuadros proletarios que pretendían educar y convertir a los obreros en seres pensantes y adoctrinados, ya sea como fieles a la iglesia católica o

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como representantes de sectores anticlericales, así como la aspiración de Robles sobre ciertas lecturas que le entrega a Pablo, no contemplaron que, más que dirigirse exclusivamente al intelecto para discernir entre el bien y el mal, la lucha de clases o la opresión, debían centrarse en la experiencia de la lectura, en un sentido amplio, tanto en los registros que se leen como en las formas de practicar la lectura.

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CULTURAS LECTORAS, RECORTES Y COLABORACIÓN EN LAS REVISTAS CULTURALES REPERTORIO AMERICANO Y BABEL 1 R EADING C ULTU R ES , C LI P P ING AND C OLLA B O R ATION IN R E P E R T O R I O A M E R I C A N O AND B A B E L C ULTU R AL MAGA Z INES

Antonia Viu Universidad Adolfo Ibáñez Facultad de Artes Liberales Avda. Diagonal Las Torres 2640 of 219 A Peñalolén Santiago de Chile Chile [email protected]

Resumen En este artículo me interesa explorar el concepto de cultura lectora en relación a la práctica de recortes en dos revistas

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El presente artículo es parte del Proyecto Fondecyt Regular N° 1150141 “Representaciones e imaginarios de la lectura en la narrativa chilena de 1940 a 1960”, realizado por la autora como investigadora responsable y por Claudia Darrigrandi como coinvestigadora.

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culturales latinoamericanas: la chilena Babel (1939-1951) y la revista costarricense Repertorio Americano (1919-1958). Durante la década de 1930 ambas revistas pueden identificarse como “revista de revistas”, un género particular de las publicaciones periódicas de la primera mitad del siglo XX, que se caracteriza por estructurarse en una proporción importante a partir de recortes de otras revistas extranjeras. Al explorar las formas en que la práctica de los recortes modela una cultura lectora en particular, el artículo explora los contextos de la duplicación y los sentidos que asume desde las particulares políticas de promoción, intercambio y colaboración de ambas revistas. Palabras claves: Culturas lectoras, recortes, colaboración, Babel, Repertorio Americano.

Abstract This paper studies the concept of culture of reading in relation to the practice of clipping in two Latin American cultural journals: Chilean Babel (1939-1951) and Costa Rican magazine Repertorio Americano (1919-1958). During the 30s, both journals can be classified as what I call “revista de revistas”, a specific genre among periodicals of the first part of the 20th century, in which clipping from foreign magazines has an important impact in the composition of its contents. By studying the ways in which clipping as a practice gives form to a specific culture of reading, this paper explores the contexts of duplication and the meanings it assumes from the particular politics of promotion, exchange and collaboration of both journals. Key words: Cultures of Reading, Clipping, Collaboration, Babel, Repertorio Americano.

Recibido: 16/03/2016 Aceptado: 07/07/2016

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Aceptó mi proposición y me alcanzó el diario. Lo tomé y leí de un tirón todo lo que había que leer. Al día siguiente se repitió lo del anterior: comí los duraznos y leí el folletín y así ocurrió hasta después de que se acabara la fruta. La curiosidad me tomó, sin embargo, y quise enterarme de lo que había ocurrido antes. La señora, que lo tenía recortado, me lo facilitó. Tenía recortados, además, otros folletines, que me prestó, y entre los cuales aparecieron novelas de varias nacionalidades. “Algo sobre mi experiencia literaria”, Manuel Rojas.

Este testimonio del escritor chileno Manuel Rojas (1896-1973) muestra una forma de acceso a la lectura común entre variados públicos lectores a principios del siglo XX: los recortes de prensa. Los episodios de una novela publicados sucesivamente en un diario adquirían así una segunda vida, en formas de circulación de las que apenas han quedado registros materiales. Sin embargo, los recortes fueron una práctica necesaria en la masificación de la lectura en Latinoamérica,2 una práctica manual que extraía de la prensa fragmentos que formaban parte de una serie o que se juzgaban de interés perdurable. Desde las primeras décadas del siglo XX, con la irrupción de un número cada vez mayor y más diverso de revistas en todo el mundo y dada la necesidad de informar pero también de explicar eventos que concitan interés internacional y continental, algunos intelectuales latinoamericanos asumieron esta práctica a mayor escala, como editores y muchas veces también como traductores, en revistas que seleccionan y reproducen artículos de otras revistas.

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Pensando en las sociedades tradicionales, Roger Chartier ya advertía de la necesidad de desarticular la dicotomía ente analfabetos y alfabetizados: “La capacidad de desciframiento, que muchos poseen, abarca en efecto toda una gama de habilidades, de las más virtuosas a las más vacilantes. Se trata entonces de reconstituir, en lo posible, esas diferenciaciones encubiertas hasta ahora por el manejo de la noción forzosamente simplificadora de alfabetización, que opone sin matices a dos poblaciones: los alfabetizados lectores y los analfabetos iletrados” (Prácticas de Lectura 65).

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Aunque el recorte, entendido en este sentido, está presente en alguna medida en parte importante de la prensa del período, este artículo indaga en aquellas revistas culturales que realizan una selección de textos sobre distintos temas entre los publicados en revistas extranjeras, estableciendo una distinción explícita entre aquellos que pueden considerarse la colaboración original de un autor y los que se eligen deliberadamente de una publicación previa. La principal diferencia respecto de otras revistas que publican artículos de fuentes anteriores es que en las publicaciones que estudio estos materiales aportan una parte importante de los contenidos durante un período determinado y que la referencia a la publicación aparece en un lugar tan o más destacado que la referencia al autor. Esta práctica puede explicarse de diversas formas: como una manera de divulgar contenidos entre lectores latinoamericanos que no tienen acceso a las revistas o al idioma en que se publican originalmente; como una doble garantía de la autoridad del material duplicado, ya que su prestigio proviene tanto de quien lo firma como de haber aparecido antes en una revista determinada; como certificación del prestigio de la revista latinoamericana que lo reproduce, en la medida en que los recortes inscriben un vínculo con un importante elenco de otras publicaciones; como una estrategia para rediseñar las formas de inserción de los intelectuales latinoamericanos en debates que no protagonizan, pero de los que sí pueden formar parte discursivamente; y, finalmente, como una manera eficaz de establecer y consolidar redes y comunidades intelectuales más allá de las fronteras nacionales. Esto último es algo que vieron claramente escritores como Enrique Espinoza,3 seudónimo de Samuel Glusberg, editor de varias revistas litera-

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En enero de 1939, una reseña de El Mercurio publicada en Babel presenta a Enrique Espinoza (1898-1987) como “un conocido de todos los estudiosos chilenos”, editor de la inolvidable revista argentina Trapalanda, un colectivo porteño, de las mejores y más pulcras ediciones de Lugones y Horacio Quiroga y de los mejores poetas argentinos. A él se le deben además “publicaciones que en Buenos Aires rubricaron un momento interesante de la cultura internacional; ediciones americanas de escritores de todo el Continente” (Babel Nº9 s/p). A pesar de haber nacido en Rusia, Espinoza vivió en Argentina desde 1905 hasta el año 1935 en que llega a Chile. En Argentina ya había editado importantes revistas como la primera Babel en la

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rias y culturales a partir de los años veinte en Argentina, como Babel, La vida Literaria o Trapalanda, un colectivo porteño. En lo que sigue, me referiré solo a la primera etapa de revista Babel en Chile, particularmente a los doce números que aparecen entre mayo de 1939 y junio de 1940, y a los vínculos que Enrique Espinoza establece entre 1932 y 1941 con la revista costarricense Repertorio Americano, liderada por Joaquín García Monge entre 1919 y 1958. Me interesa examinar el lugar de los recortes en estas revistas, dentro de una política de intercambios y colaboración necesaria para la subsistencia de ambas publicaciones y como condición de una cultura lectora en que la duplicación se legitima desde valores como la democratización de la cultura, el americanismo y la cooperación intelectual, y desde un pathos específico: una lectura obstruida en tanto implica leer desde lejos y a partir de fragmentos, lo que se publica en Europa y otros lugares del continente.

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Revistas de revistas: recortes y colaboración

La versión chilena de revista Babel, una nueva etapa de la publicación argentina que había liderado Enrique Espinoza en los años veinte, aparece por primera vez en 1939 y se publicará hasta 1951. El subtítulo de “Revista de Arte y Crítica”, que acompañó la mayoría de los números, reemplazó al original de 1939, “Revista de Revistas”, que duró doce números y que iba seguido del lema “Solo lo mejor de cuanto se publica”.4 La

década del veinte. La segunda Babel (chilena) agrupará a importantes escritores e intelectuales del período en su comité editorial bajo la dirección de Espinoza: Luis Franco (1898 -1988), Mauricio Amster (1907-1980), Manuel Rojas (1896-1973), Ernesto Montenegro (1885-1967) y José Santos González Vera (1897-1970) fueron los principales. Cabe destacar el carácter transnacional que tuvieron muchos de estos intelectuales, la mayoría de los cuales emigró por distintas razones de su país de origen, pero manteniendo y potenciando sus contactos internacionales. 4



La primera etapa de Babel en Chile (1939-1940) no ha suscitado hasta ahora interés crítico; de hecho, la edición antológica reciente (LOM 2008-2012) no la identifica como una etapa en sí misma, privilegiando el subtítulo de “Revista de Arte y Crítica” con el que apareció posteriormente a la etapa denominada “Revista de revistas”.

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revista funcionó en esta época como una selección de la prensa mundial contemporánea que incluía fragmentos de The New Republic, Partisan Review, Nouvelle Revue Francaise o Revista de Occidente, entre muchas otras, junto con una minoría de colaboraciones originales nacionales e internacionales. Un aviso inserto en el Nº2 de junio de 1939 explicita la función de los recortes al interior de la revista: En las páginas de BABEL encontrará usted el artículo que le interesaba guardar y que ha perdido. Díganos cuáles son las reproducciones de BABEL que más le gustaron y tendremos en cuenta su opinión. Si usted quiere hacer llegar a BABEL algún recorte o versión tiene que acompañar el texto original de donde procede. (65)

A partir de las reseñas a Babel que la misma revista inserta en el Nº 9, en las que se alude también a otras revistas latinoamericanas con las que podría compararse, se advierte que el formato obedece a lo que se puede identificar como un género entre las revistas del período, como la cubana Ultra. Cultura Contemporánea. Revista de Revistas, editada por Fernando Ortizentre 1936 y 1947 o como Repertorio Americano, la revista costarricense que, como decíamos, dirigió Joaquín García Monge entre 1919 y 1958. La reseña que el diario El Mercurio realiza de Babel, de hecho, subraya la afinidad entre Enrique Espinoza y García Monge como benefactores de las letras americanas. Espinoza mantenía un estrecho contacto con el editor costarricense, ya que en la década del treinta fueron frecuentes los artículos y textos en Repertorio Americano con su firma, los que conviven con otros sacados de diversas revistas hispanoamericanas o españolas.5

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Entre las revistas chilenas que “recorta” Repertorio Americano en esta época están la Revista de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) y Atenea de Concepción, mientras que entre las argentinas está la conocida Sur, pero también La vida literaria y Trapalanda de Espinoza.

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El énfasis en los recortes de revistas hispanoamericanas o españolas en Repertorio Americano es muy visible cuando se la compara con Babel, la que a pesar de incluir artículos sobre americanismo, publica una cantidad importante de recortes de revistas europeas y norteamericanas. Esto se puede explicar siguiendo el análisis de Eduardo Devés sobre la función de la revista costarricense en la década del veinte. Según el historiador chileno, en esos años Repertorio Americano articuló toda una red de intelectuales latinoamericanos que compartían un vivo interés por Hispanoamérica y su desprecio por la imitación de modelos foráneos. Entre estos intelectuales destacan Gabriela Mistral, José Vasconcelos, Víctor Haya de la Torre, Alfredo Palacios, José Ingenieros y José Carlos Mariátegui, quienes comparten cuatro ideales comunes: un espíritu de unidad latinoamericana, en oposición al avance de los Estados Unidos tras su intervención en Nicaragua; un antiimperialismo de diverso pelaje; un énfasis en lo popular-social; y el esfuerzo por dar a conocer la producción intelectual hispanoamericana (no latinoamericana en general, pues lo luso queda fuera) (Devés 79). Desde este contexto se comprende que Repertorio Americano haya sido un referente para Espinoza y que colaborara en la revista como lo vemos hacer en los treinta. García Monge le encarga la preparación de números enteros para Repertorio Americano, como los dedicados a Turguienevy a Trotsky en 1933, a D.H. Lawrence en 1934 o los números especiales sobre Argentina en 1939 y sobre Chile en 1941, algunos de los cuales se construyen íntegramente a partir de revistas anteriores que el mismo Espinoza había editado en Argentina. El número dedicado a D.H. Lawrence en 1934, por ejemplo, muestra, por un lado, cómo los recortes estructuran en gran medida el ejemplar y, por otro, que Espinoza incorpora también textos provenientes de homenajes previos realizados por él mismo como editor en revistas argentinas como Trapalanda, un colectivo porteño o La vida literaria.6



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Los contenidos incluyen, entre otros, una presentación de Enrique Espinoza, “Lawrence en castellano”; “El mozo” de D.H. Lawrence, “De Trapalanda, un colectivo

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Imagen 1. Sumario del número 22 de Repertorio Americano dedicado a D.H. Lawrence y dirigido por Enrique Espinoza. Sábado 8 de diciembre de 1934. Año XVI Nº 710, Portada. Repositorio electrónico Universidad Nacional de Costa Rica http://www.repositorio.una.ac.cr/handle/11056/10514.

Aunque durante todos sus años de vida Repertorio Americano siempre dio un lugar importante a las colaboraciones originales, a medida que la revista gana prestigio estas colaboraciones se hacen más estables. Así se desprende de un estudio sobre la producción, circulación y lectoría de Repertorio Americano realizado en 2011, Con el transcurso del tiempo y el prestigio de la revista entre los intelectuales y escritores, la correlación de los materiales cambia de modo sustancial. Sin dejar de utilizar los recortes, creció la colaboración inédita de muchos que querían publicar sus trabajos, al punto que algunos de ellos tuvieron que esperar para ver publicados sus notas, artículos, comentarios de libros o cualquier otro material que tuviese cabida en las hojas de dicha revista. (Oliva 118)

porteño. Traducción de O.G. Barreda”; “A propósito de ´Lady Chatterley´s lover´” de André Malraux, “De Sur Nº ¿Falta número o en el original se titula así? Buenos Aires. Primavera de 1931”; “Fragmento” de D.H. Lawrence; “De la novela CanguroEdiciones Sur. Buenos Aires, 1933”; “D.H. Lawrence” de Ogier Preteceille, “De La vida literaria- Buenos Aires, Mayo 1932”; “¿Quién era D.H. Lawrence?” de Aldous Huxley, “De Atenea. Concepción, Chile. Trad. De Luisa Frey Gabler”; y “Día de Mercado” de D.H. Lawrence “Traducción de Barreda. N.Y. 27. En el Nº 34 de Contemporáneos, México, D.F. Marzo de 1931”.

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A pesar de que lo anterior pueda llevar a pensar en un proceso lineal en el que las colaboraciones van ganando espacio en desmedro de los recortes, en la década del treinta la presencia de recortes adquiere un lugar más destacado que en las décadas del veinte o del cuarenta. Esta variación puede explicarse considerando que el tipo de contenidos privilegiados no solo obedece a criterios editoriales sino también a razones económicas, ya que los recortes permiten a una revista abastecerse de contenidos aun cuando no reciba colaboraciones y sin necesidad de pagar a sus autores. Así, las decisiones sobre contenidos pueden revertirse producto de coyunturas económicas particulares o ante la necesidad de establecer asociatividades específicas. Es claro, por ejemplo, que la revista se pudo mantener vigente con una periodicidad semanal más o menos estable durante 39 años gracias a una política de suscripciones basada en constantes intercambios con editores y escritores de todo el continente. Teniendo esto en cuenta se justifica la necesidad de mantener vínculos activos con editores que oficien de agentes en otros países y, especialmente, con otras revistas que pudieran promocionar la publicación en todo el continente. Al respecto señala Oliva, En 1927, apareció bien articulada una red de agencias de Repertorio Americano que crecía paulatina y sostenidamente. En esa ocasión el editor expresó su deseo deestablecer agencias del Repertorio en el exterior . . . y se comprometió a remitir, a cualquier país del mundo, los ejemplares que le pidieran. Solicitaba a sus numerosos amigos en el extranjero que le recomendaran personas, o agencias idóneas, por su actividad y honradez. Para aquella fecha, la revista circulaba en varias ciudades de América. (123)

En el caso particular de Chile, en 1938 la revista se podía conseguir en la librería Nascimento y en la librería y editorial Ercilla (Oliva 124). Así, el uso de recortes se explica en el marco de una política de subsistencia necesaria para revistas culturales como Babel y Repertorio Americano, no solo porque les evita pagar las colaboraciones cuando aún no tienen el prestigio para recibirlas de forma gratuita con la periodicidad

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necesaria, sino que también en tanto se trata de revistas culturales que no pueden aspirar a públicos locales demasiado amplios porque se dirigen a grupos con cierta instrucción. Así, el apoyo de revistas extranjeras para conseguir suscriptores más allá de las fronteras nacionales resulta fundamental. En el caso de Repertorio Americano, los lectores . . . estaban conformados, principalmente, por sectores ilustrados, o en su defecto, por personas con cierto nivel de instrucción, entre los que se encontraban escritores ligados a la producción de la revista o sea colaboradores directos, intelectuales que, por obvia necesidad, requerían de información y actualización de temas diversos tratados en dichos impresos, y entre todos ellos había americanos y extranjeros. Luego, un amplio grupo de educadores y educandos de letras, sobre todo, de universidades latinoamericanas y estadounidenses. (Oliva 128)

Imagen 2. Portada del Número 17-18 de Repertorio Americano en homenaje a Chile y dirigido por Enrique Espinoza. Sábado 20 de septiembre de 1941. Repositorio electrónico Universidad Nacional de Costa Rica http://www.repositorio.una.ac.cr/ handle/11056/2923.

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Al finalizar 1940, sin embargo, Espinoza parece ver con mayor lucidez que antes lo que significa Repertorio Americano como plataforma de internacionalización para los escritores que forman el núcleo de su revista, y esto hace que los materiales que a partir de entonces envía sean crecientemente colaboraciones originales, así como también el que la misma Babel se presente desde su nuevo formato de “Revista de Arte y Crítica”, demarcándose de la etapa anterior como “Revista de Revistas”. Para ello será fundamental retomar el carácter literario que había tenido la publicación en su etapa argentina dieciocho años antes, cuando aparece en Buenos Aires, y cambiar los recortes por colaboraciones originales. En el ejemplar publicado el sábado 20 de septiembre de 1941 en homenaje a Chile, por ejemplo, la carta explicativa de Espinoza a García Monge da a entender que el director de Babel define la totalidad de los contenidos del homenaje cuando señala, “Creo que con este material podrá Ud. llenar las 16 páginas del Repertorio sin autógrafos ni avisos oficiales” (año XXII, N 921 y 922), pero también que lo hace explicitando la necesidad de que solo se trate de textos inéditos, aparentemente como una directriz editorial impuesta por Repertorio Americano. Por otra parte, desde 1940 la revista de García Monge opera como oficina de suscripciones para Babel y en los avisos que publica con este fin la presenta como “Revista de Arte y Crítica”, lema con el que se define a partir del Nº13, y no como “Revista de Revistas”.

Imegen 3. Aviso aparecido el sábado 16 de noviembre de 1940. Babel Vol XXI Nº904, 372. Library of Congress, Washington.

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Como señalábamos antes, todas las notas editoriales y las menciones de sus colaboradores en lo que sigue optarán por olvidar la primera etapa, articulándose en cambio desde una renovada filiación con la etapa argentina y optando por destacar el carácter de laboratorio literario que tuvo para escritores que al cabo de los veinte años transcurridos son ya clásicos de la literatura latinoamericana.7 En estos intercambios y colaboraciones, aparte del apoyo a la subsistencia material de las revistas, parece entonces existir una política consistente de promoción de la cultura de los países involucrados, pero también de las revistas y de los autores que participan en ellas, como ocurre —por ejemplo— con todos los colaboradores más cercanos de Babel, como Manuel Rojas, Ernesto Montenegro y José Santos González Vera, quienes gracias a la valoración de Enrique Espinoza aparecen publicados en Repertorio Americano y son leídos fuera de Chile. El apoyo de Espinoza a estos autores resulta evidente en el número de homenaje a Chile de 1941, donde los destaca como lo mejor de las letras chilenas junto a Pablo Neruda, Pedro Prado o Gabriela Mistral, “Last but not least, le ruego que no olvide la hermosa Estampa nocturna de González Vera, uno de los escritores más finos de Chile y un hombre íntegro, que está haciendo una verdadera labor de acercamiento entre los intelectuales del continente” (año XXII, No 921/922, 257). A pesar de que 1940 marca el fin de Babel como revista de revistas, es interesante que la carta a García Monge que precede al número en homenaje a Chile no haga sino reforzar la importancia de la práctica de leer y coleccionar recortes como parte de la cultura lectora del período, una práctica que los intelectuales toman del mundo popular, pero que resignifican de acuerdo a sus propios objetivos. Cuando Espinoza señala a García Monge que incluye a Manuel Rojas, por ejemplo, le advierte que lo que manda es una nota crítica que él conserva, pero dejándolo en

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Para ver cómo opera este desplazamiento discursivo respecto de la nueva imagen de Babel como “Revista de Arte y Crítica”, ver la nota editorial “Retorno” publicada originalmente en el Nº13 de 1940, y transcrita en el volumen 6 de la edición antológica de LOM (202).

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libertad de elegir otra entre las que tiene recortadas. Así, Espinoza cuenta con que García Monge mantiene un archivo de textos literarios recortados entre los que puede elegir, lo que al parecer no fue un misterio para nadie durante el período, García Monge, a lo largo de los años, fue acumulando enormes cantidades de materiales que le enviaban de muy diversas partes del mundo, autores conocidos y desconocidos. Fue tal la cantidad de libros, de folletos, de revistas que le llegaron, que se convirtió en uno de los bibliógrafos más importantes del Continente, y al que recurrieron muchos escritores e intelectuales de América para solicitarle su ayuda en este campo. (Oliva 120)

El vínculo entre ambas publicaciones permanecerá años después de que Babel se deja el formato de “Revista de revistas” para transformarse en “Revista de arte y crítica” y las nuevas oportunidades que Repertorio Americano en los años cuarenta brinda como plataforma a los escritores de Babel, serán retribuidas por medio de gestos muy concretos por Enrique Espinoza. Un ejemplo claro es la reseña que hace de la publicación en de 1944, cuando Repertorio Americano cumple 25 años; junto con exaltar el carácter liberal y consecuente de la publicación, su defensa de causas como la República española o su apoyo a Trotsky,8 Espinoza destaca la difusión



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La gravitación de Trotsky en Babel merece mención aparte. El número 15/16 de 1941 se dedica por completo al “solitario de Coyoacán” y en él se reúnen perfiles firmados por Manuel Rojas, Luis Franco, Ernesto Montenegro y Espinoza, aparte de otros internacionales. El de Rojas se llama “El último combatiente” y comienza estableciendo lo siguiente: “La muerte de León Trotsky pone punto final a la historia del partido bolchevique ruso. Un gran partido muere con el hombre que era su último combatiente. Con el partido y con el hombre termina, de una vez y para siempre, en todos sus aspectos vitales inmediatos, el movimiento social y político que ese partido y los hombres que lo formaban promovieron en Rusia y que tanto alcance y trascendencia ha tenido en el mundo. Empezó a declinar con la muerte de Lenin, que trajo como consecuencia el aislamiento y la persecución de Trotsky: muere definitivamente con este” (168). El sábado 16 de noviembre de 1940 Repertorio Americano había publicado una carta de Espinoza fechada el 1º del mismo mes en que decía: “Mi querido García Monge: le mando el recorte de una declaración que

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que ha hecho de otros países dedicándoles números especiales, y su importante función como impulsora de lo que hemos llamado aquí revista de revistas, “Repertorio Americano es un verdadero precursor en nuestro idioma de ese tipo de periódico, ahora tan en boga, de selección y archivo de artículos de la prensa diaria; pero encarado con un criterio más amplio y un propósito bien definido de servir ante todo a los propios escritores como vehículo de relación y conocimiento de un país en otro” (Vol. V, Nº23, 107). En esta cita se hace evidente, que junto con la promoción mutua entre revistas, el aumento de las suscripciones y la posibilidad de conseguir contenidos que de otra manera las revistas no hubiesen tenido, los recortes tienen un papel muy importante a la hora de instalar y propagar ideas y debates entre los distintos países de América, y que ese objetivo programático9 fue uno de las más importantes para sus editores.

2.

Duplicación, propiedad y proximidad

Al pensar en la función de los recortes en este tipo de revistas, intento visibilizar un conjunto de prácticas lectoras y escriturales que incluyen

hicimos aquí sobre el asesinato de León Trotzky. Usted, que ha sido uno de los pocos directores de periódicos verdaderamente liberales en la tremenda prueba de tantos años, no dejará de publicar seguramente en el Repertorio nuestra declaración que sólo acogió en sus columnas el Mercurio . . . ” (año XXI, Nº 904, 377). 9



Según la socióloga argentina Fernanda Beigel, las revistas culturales cumplieron un papel determinante en la conformación del campo cultural latinoamericano, al ejercer lo que la autora llama “editorialismo programático”, el que se materializó en nuevas formas de difusión cultural ligadas a una aspiración de alguna manera revolucionaria. Según Baigel, los directores de revistas tuvieron, “en esta dinámica, un papel de indiscutible valor. Por lo general constituyeron exponentes de alto calibre en el campo intelectual de cada país y actuaron como catalizadores de nuevos proyectos político-culturales, algunas veces fueron orientadores, otras veces contribuyeron como colaboradores, pero esencialmente fueron agentes de difusión por excelencia. Los directores de revistas fueron, por lo general, editorialistas, dirigentes políticos, ensayistas, conferencistas, ideólogos, libreros, distribuidores, tipógrafos e imprenteros”. Este marco me parece necesario para situar la labor de editores como Joaquín García Monge y a Enrique Espinoza (Beigel 2003, 108-109).

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el trabajo de selección y, como se verá más adelante, de traducción de los editores, las relaciones entre los textos recortados con las publicaciones originales o respecto de otros textos con los que entran en contacto en la nueva publicación, y el papel de los suscriptores que envían los fragmentos que les interesa ver reproducidos.10 Estas prácticas surgen en relación con ciertos valores y marcos institucionales y al interior de un sistema que las posibilita técnica y culturalmente. Es este sistema el que aquí identifico como una cultura lectora, reconociendo la existencia simultánea de otras,11 y sin asumir una posición prescriptiva como la que el término asume en estudios de fomento lector que hoy hablan de la necesidad de recuperar una cultura lectora supuestamente amenazada por la irrupción de nuevas tecnologías. Una cultura lectora en el sentido que aquí se propone permite considerar la lectura como un fenómeno complejo, multidimensional y en el que se producen tensiones en tanto, como decíamos, involucra instituciones y regulaciones (la prensa, determinadas definiciones de la propiedad intelectual) y prácticas vehiculizadas por tecnologías específicas (los recortes manuales, la duplicación mecánica, el archivo), que se realizan desde corporalidades situadas políticamente (Littau 2008) (la legitimación de la apropiación desde Latinoamérica, la democratización del acceso a la cultura; la necesidad de intervenir en los debates intelectuales que concitan interés internacional desde un lugar periférico; el editorialismo programático en pro del americanismo), desde regímenes sensoriales



El potencial papel de los suscriptores se infiere de un aviso publicitando Babel aparecido en el Nº 2, “Si usted quiere hacer llegar a BABEL algún recorte o versión tiene que acompañar el texto original de donde procede” (1939).



También para la primera mitad del siglo XX he estudiado lo que se podría identificar como una cultura lectora de almanaques, es decir un público popular que accede a la lectura por medio de conocimientos aislados y que suponen una mediación y la internalización de protocolos de lectura y de consumo modernos como la indexación y la catalogación. Ver Antonia Viu “Los libros al mesón: comercio y prácticas lectoras en ´Preguntas y Respuestas` de Zig-Zag durante la década de 1910” en Hispamerica volumen 135 (diciembre 2016).

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concretos y a partir de un “pathos” (Favret 2015) compartido (una visión obstruida que mira desde lejos),y que implican ciertos soportes materiales y modos de circulación (las revistas como colecciones de recortes; las redes de distribución; el sistema de suscripciones; las agencias internacionales). La práctica de publicar textos extraídos de otras revistas nos habla de una cultura lectora en la que nuevas formas de reproducción mecánica han adquirido gran protagonismo. En la década del treinta este es un tema central a nivel mundial ya que la reproducción de información comienza a ser una de las formas fundamentales de lidiar contra los totalitarismos, espíritu que vemos claramente en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica de 1936 de Walter Benjamin. Los recortes y la copia en este sentido adquieren un importante valor en la circulación de información. En una década fuertemente conmocionada por hitos bélicos como la Guerra Civil Española (1936-1939) o el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, revistas como Babel claramente están animadas por una sensibilidad pacifista, americanista y de revisión crítica de lo que ha sido la década. En el Nº 2, por ejemplo, el texto de James T. Farrel “El final de una década” tomado de American Mercury, revista norteamericana fundada por Henry Louis Mencken en 1924, realiza un balance que contrasta el gran impulso revolucionario con el que los treinta habían comenzado con la agudización del fascismo y con el creciente escepticismo frente al modelo de la Unión Soviética como alternativa con que concluye la década. Si pensamos específicamente en Babel como revista de revistas ahora, un elemento central que posibilita esta cultura lectora de recortes es la legalidad respecto de la protección de la propiedad intelectual en esos años. Aunque en Chile la legislación de 1925 no multa ni penaliza la reproducción de artículos en la prensa ni de fragmentos de cualquier tipo de textos literarios o científicos de hasta mil palabras, siempre y cuando se respeten los derechos morales del autor, es decir, que aparezca su nombre, existe un debate muy fuerte acerca de los derechos comerciales de las traducciones en otros soportes. En el año 1934, Tomás Lago publica Los derechos de autor y el porvenir del libro chileno, dando cuenta del total caos que reina sobre los libros extranjeros y las traducciones que se publican

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en el país. Dado que la ley establece que cualquier libro publicado en Chile se considera chileno, la reproducción se vuelve indiscriminada, lo que atenta contra las propias editoriales nacionales, ya que muchas veces publican la misma obra haciendo fracasar un negocio tremendamente lucrativo. Pero la principal perjudicada en ese momento es la industria editorial española la cual, como consecuencia, buscará establecer acuerdos de reciprocidad respecto de la protección de los derechos comerciales de los libros extranjeros que se publiquen en los respectivos países. Para Lago esto no es admisible, pues implicaría una nueva colonización editorial, ya que no es comparable el número de libros chilenos publicados en España con el de los libros y las traducciones españolas que podrían registrarse en nuestro país. Al hablar de la función ordenadora que la edición debe cumplir en este contexto, Lago justamente se refiere a Glusberg: “La especialización de las editoriales es perfectamente definida en todas partes . . . Todos sabemos la diferencia que hay entre Claezer y Glusberg en Buenos Aires” (18). Precisamente es esta una de las funciones más explícitas de Babel como revista de revistas: servir de guía entre la inmensidad de la información, entre los puntos de vista disponibles y como defensa frente al dogmatismo que se enquista en muchos de ellos. Como señala Félix Lizas o en su reseña a la revista aparecida en La acción de la Habana y que Babel reproduce en el Nº 9: Son muchas las revistas de revistas que van apareciendo en América. Pero tales publicaciones rara vez responden a un alto sentido de responsabilidad orientadora. BABEL se destaca por la firmeza de su concepción. No es una reunión de trabajos entresacados, para satisfacer a los lectores de todos los gustos, para movilizar todos los desganos con anécdotas y curiosidades. Es una revista responsable en la que todo representa un aspecto de la inquietud universal. (s/n)

Así también lo destacaba la editorial del primer número en que Espinoza se refiere a los contenidos que la caracterizarán: “ . . . tendrá

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cabida en sus páginas sólo lo mejor de cuanto se publica; no todo, porque resulta imposible si se tiene en cuenta las propias limitaciones materiales, y no se olvida tampoco, que gran parte del pensamiento contemporáneo está al servicio de la propaganda más odiosa contra las ideas por su propio origen o el de sus sostenedores” (“Resurrección y símbolo” 1). De esta forma, en Babel la posibilidad indiscriminada de la reproducción técnica siempre se encontrará en tensión con la función atribuida al intelectual que delimita, ordena y jerarquiza, en función de una visión de la cultura encarnada en valores universales como la paz y el entendimiento. En el Nº 9, en tanto, la aludida reseña del diario El Mercurio define la revista como una “biblioteca admirable” (s/p). Este rasgo de biblioteca muestra un anhelo que no solo expresa el reseñista de El Mercurio, sino que parece atravesar el proyecto de Espinoza e interpelar a sus lectores. En efecto, la revista podría compararse con una biblioteca pública según la definición de Thomas Augst (2007) en la medida en que no solo reúne y selecciona una serie de lecturas sino que además las conserva y las hace circular (15). Esta vocación de acumular y conservar lo disperso se aprecia también en que sus ejemplares pronto empiezan a concebirse como libros, “[l]os números que BABEL publicará cada año formarán gruesos volúmenes de numeración corrida a los que agregaremos un índice de nombres y títulos para los suscriptores” (Babel. Revista de Revistas. Nº 265). Así, a partir del Nº 12 se venderá no solo por ejemplares sueltos, sino como el primer tomo de una serie coleccionable. La función ordenadora del editor y la aspiración de volumen que el proyecto contempló desde un principio al concebirse como revista-libro, que podía ser empastado, en números en los que la escasísima publicidad quedaba fuera de las páginas foliadas, habla de otro rasgo central de este tipo de revista y la cultura lectora en la que se inserta: junto con la reproducción como una forma de acceso viene la pulsión hacia la indexación, es decir con el acceso surge la necesidad de la sistematización de datos y la elaboración de sistemas de referencia. Como ha visto Lisa Gitelman (2014) en su libro Paper Knowledge: Towards a Media History of Documents, la creciente acumulación de documentos en lasprimeras décadas

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del veinte hace que los hombres de letras necesiten nuevas herramientas. En Europa y Estados Unidos se inauguran sociedades bibliográficas y de documentación y se publican revistas al respecto. En Chile, la Biblioteca Nacional realiza esfuerzos significativos en esta materia durante la década del diez con Emilio Vaïse como director de la sección “Informaciones” y la creación de la Revista de Bibliografía Chilena. Muchos de los escritores que circularon en torno a Babel vivieron agudamente esta pulsión hacia la documentación no solo por la necesidad de informar y de ser opinantes de relieve sobre la actualidad universal de la Segunda Guerra Mundial, sino porque muchas veces oficiaron como verdaderos corresponsales de sus países en el exterior en toda suerte de temas. Como vimos, este es el caso de Espinoza en Repertorio Americano, pero también es lo que hacen otros colaboradores de Babel como Ernesto Montenegro en Estados Unidos. En sus columnas del New York Times, como “The literary scene in South America”, ofrece panoramas dela cultura y literatura de diversos contextos en los que es posible advertir este interés por ofrecer datos sintéticos que permitan ordenar una visión general e introductoria sobre un tema o una región. En este sentido también es importante pensar en otra acepción del concepto de revista de revistas durante la época, para identificar una sección que ofrece información sobre quién es quién dentro de la creciente bibliografía disponible menos elaborada que una reseña, principalmente listas, títulos y datos sobre suscripciones. Un tercer elemento que me parece clave para entender el proyecto de Babel como revista de revistas y lo que esto supone para una cultura lectora, es que articula una red de textos y autores que comparten un sentimiento latinoamericanista y revolucionario. Como señala el argentino Horacio Tarcus, Espinoza abrigó la idea de una revista americanista muchos años, desde la década del veinte, cuando con Waldo Frank y Victoria Ocampo idearon el proyecto que terminó siendo Sur, y siguió pensándola cuando quiso llevar a Mariátegui a Argentina. De hecho, cuando pensaba en el comité asesor que tendría que tener su proyectada revista, demuestra total lucidez respecto de quienes eran los intelectuales latinoamericanos más influyentes, dejando de lado incluso afinidades ideológicas:

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he pensado en la necesidad de un Consejo de orientación formado por representantes de las doce tribus . . . Qué te parece la siguiente lista: Waldo Frank, B. Sanin Cano, Fernando Ortiz (o Varona?), Horacio Quiroga, Monteiro Lobato, Franz Tamayo, Alfonso Reyes, J. García Monge, R. Blanco Fombona, Edwards Bello (o Ernesto Montenegro?), José Carlos Mariátegui, y Jorge Luis Borges. (Tarcus 49)

Por otra parte, este interés por articular comunidades intelectuales en Babel no solo obedece a la necesidad de pensar el continente desde una unidad cultural, sino que también forma parte de un pathos de la lectura que un comentario editorial de Espinoza expresa muy bien: “Lloremos y traduzcamos” se titula ese comentario aparecido en el Nº 9 de 1940 (vol.1 284-285) y en él deja ver la inminencia del fin de una época y la urgencia de leer a través de las distancias culturales y lingüísticas el momento que llega. En el caso de Babel, la urgencia histórica tiene que ver con el desengaño, vivido desde Latinoamérica, respecto de las utopías sociales y los liderazgos políticos que llevaron a la Segunda Guerra Mundial a fines de los años 30. Intelectuales como Espinoza en este contexto deben asumir una función apremiante al traducir y reproducir la información aparecida en otros idiomas, superando así las limitaciones que impone a una mayoría de los lectores chilenos y latinoamericanos su dominio exclusivo del castellano. ¿Pero cómo puede justificarse esta urgencia respecto de un conflicto frente al cual Chile permaneció neutral hasta 1945, más allá de lo simbólico o de ciertas lógicas causales? Para ello resulta útil la conceptualización de Mariano Siskind (2015) en “La primera guerra mundial como evento latinoamericano: modernismo, visualidad y distancia cosmopolita”. Siskind no alude allí a la escasa participación que tuvieron algunos países de la región en dicho conflicto, ni a los intercambios financieros derivados de la guerra que la historia económica ha estudiado, o a su impacto en las estructuras e instituciones políticas de las distintas naciones. Lo que le interesa al crítico argentino no son las determinaciones externas que afectan a Latinoamérica a partir de la guerra, sino cómo esta impacta el “orden general de significación que alteró los mapas del campo discursivo

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transatlántico en el que los intelectuales latinoamericanos de distintas extracciones ideológicas elaboraron desplazamientos y condensaciones alrededor de los significantes de crisis civilizatoria que constituían el horizonte discursivo de la guerra” (Siskind 234). En definitiva, cómo ciertos escritores desde el paradigma del cosmopolitismo modernista producen discursivamente la guerra como evento latinoamericano. Extrapolando la propuesta de Siskind al contexto de estas revistas y de la Segunda Guerra Mundial, podría decirse que Babel redefine la proximidad por medio de la traducción, desde una renovada visión de la función del intelectual latinoamericano en el concierto internacional. Por medio de la traducción y desde el punto de vista de los lectores chilenos, Babel logra que los intelectuales extranjeros, europeos y norteamericanos, aparezcan hablando de la guerra en español y que se establezca un diálogo con lo latinoamericano a partir de la yuxtaposición de dichos textos con los de autores locales. Se trata de nuevos sentidos que emergen por contagios textuales en el marco de la prensa, aun cuando el contexto de producción de esos textos sea otro e incluso cuando no hablen directamente de la guerra. “Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos; y en diferentes lenguas la misma canción” (“Lloremos y traduzcamos” 284285), señala Espinoza citando a Rubén Darío para aludir al parentesco espiritual que hermanaría las distintas voces que confluyen en la revista. Dicho parentesco es la clave del desplazamiento desde el cual los intelectuales latinoamericanos se insertarán discursivamente en un lugar de igualdad en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, ya no se trata de valores que solo tienen que ver con la auto representación de estos colectivos desde un paradigma intelectual, sino que apelan a la construcción de comunidades afectivas (Gandhi 2006) para las cuales la Guerra puede ser una experiencia compartida. En Affective Communities, Leelah Gandhi se pregunta por los individuos y grupos que han renunciado a los privilegios del imperialismo optando por la afinidad con las víctimas de sus propias culturas expansionistas más allá de los nacionalismos anticoloniales. Lo que le interesa son aquellas formas menores de antiimperialismo que surgieron en Europa, particularmente

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en Inglaterra, a fines del siglo XIX. Enfrentada a una elección teóricamente insatisfactoria entre diversas formas del nacionalismo cultural, por un lado, y de la hibridación, por otro, Gandhi opta, como han hecho otros pensadores postcoloniales de la última década, por nuevas maneras de acceder al archivo colonial en busca de formas de antiimperialismo más creativas y autoconscientes, especialmente en su articulación occidental o metropolitana. En este marco, la autora plantea la noción de “políticas de la amistad” para dar nombre a esas amistades y colaboraciones secretas o no reconocidas entre sujetos anticoloniales marginalizados y anti imperialistas occidentales en el contexto de lo que llama el radicalismo victoriano. Para ello rescata la noción de amistad derrideana como el significante filosófico más comprensivo para todos aquellos gestos afectivos invisibles que se niegan a alinearse en los ejes seguros de la filiación, para buscar expresión, en cambio, fuera y hasta en contra de cualquier comunidad posesiva de pertenencia (Gandhi 6-10). Lo interesante de pensar las comunidades afectivas en el marco de este artículo, es ver que las revistas funcionan como enclaves de articulación transnacional que desafían cualquier otra forma de pertenencia política o ideológica entre quienes participan en ellas. Un valor aparentemente compartido por la comunidad afectiva que articula Babel fue el pacifismo. En este sentido, la Organización para la Cooperación Intelectual, que fue fundada en 1922 tras la Primera Guerra Mundial por la Sociedad de las Naciones en Francia, se concibe según su representante en Chile, Francisco Walker Linares, como un esfuerzo de “desarme espiritual” (Castro Ossandón V). Dicho desarme debe desplegarse al margen de las luchas políticas y aspira al acercamiento de las inteligencias, más allá de las fronteras, para generar un clima de entendimiento espiritual entre los hombres de los diversos pueblos a fin de afianzar una paz duradera.12 Aunque no hay una adhesión explícita de



12

A fines de los treinta, la cooperación intelectual ya existe como sección americana y ha desarrollado toda una política de acciones concretas de intercambio cultural e intelectual desde y hacia Chile, sin duda tras el impulso de la primera Conferencia de Cooperación Intelectual Americana que se realiza en Santiago en 1939.

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Espinoza o de otros miembros del núcleo duro de Babel como los escritores Manuel Rojas, José Santos González Vera o Ernesto Montenegro, en este período sí existen artículos que la aluden directamente. En el número 4 de 1939, por ejemplo, aparece un artículo del historiador holandés Johan Huizinga, quien integra la Comisión Internacional de Cooperación Intelectual entre 1936 y 1939, titulado “La cooperación intelectual” en el que el autor se pregunta “¿Qué puede hacer la cooperación intelectual por la organización de nuestra vida social frente a estos dos peligrosos adversarios, el hipernacionalismo y la publicidad? ¿En qué campos puede trabajar aún y cuáles son los medios que le quedan para ser eficaz?” (113). Desde estas preocupaciones compartidas con Huizinga, otros artículos de Babel abogan por el “internacionalismo”, el intercambio y la transferencia de valores, todo en aras de una comprensión y tolerancia mutuas. Otros artículos, firmados por miembros o simpatizantes declarados de la Cooperación Intelectual como el filósofo Henri Bergson, primer presidente de la Comisión, el escritor Thomas Mann o el ensayista colombiano Baldomero Sanín Cano, consistentemente, van a manifestar una preocupación por las fronteras, por la misión del intelectual, la función de la traducción o por la definición del prójimo que debe operar en distintos contextos. En el N°1 de Babel, por ejemplo, se publica el artículo de Sanín Cano “¿Quién es mi prójimo?” y en él se critica la noción estigmatizante que existe de lo extranjero, El hombre del día, en presencia de sus semejantes, nacidos más allá de ciertas fronteras, es más bárbaro que los enemigos de Roma y de patriotismo más estrecho que los dominadores del mundo en tiempos de Julio César. A la palabra extranjero se le adscriben hoy complacientemente todo género de significados deprimentes. Y como si ella no bastara, se busca en las lenguas antiguas calificativos de significación más hiriente para reemplazarla. En la Gran Bretaña y en los Estados Unidos saxoamericanos se dice alien, con palabra latina pronunciada a la inglesa, para señalar el concepto que la palabra foreigner apenas señalaba discretamente. Y no contentos con haber encontrado término mortificante, le han añadido la palabra native, innocua de por

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sí y de significado aplicable a todas las naciones, un matiz despectivo que la hace inadecuada para los súbditos británicos… Los ingleses no son “native” ni “extranjeros” por un mandamiento especial de la necedad humana. (24)

La pregunta por el prójimo es significativa si volvemos a uno de los aspectos más relevantes de lo que he intentado demostrar en estas páginas: que los recortes, como parte de la cultura lectora que identifico desde el género revista de revistas, claramente hicieron mucho por producir nuevas formas de proximidad para los lectores latinoamericanos que buscaban entender la cultura y los debates contemporáneos, cercanías que involucran lo intelectual, pero también lo afectivo. Desde los recortes se configuran redes que, valiéndose de las tecnologías y las institucionalidades disponibles, abren espacios para el arte y la cultura e instalan ideas y debates programáticamente, tensionando las actuales ideas sobre propiedad intelectual, rediseñando agencialidades y rehuyendo las lógicas nacionalistas para articularse en cambio desde nuevas políticas transnacionales de la amistad.

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Consultado en Memoria Chilena (ejemplares disponibles online), Agosto 2016; Biblioteca Nacional Sección Referencias (microfilm), Julio 2015; Library of Congress, Washington (Impreso), Septiembre 2015.

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Consultado en repositorio de la revista (online), Agosto 2016.

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Consultado en Biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín (Impreso), Julio de 2016.

ARTÍCULOS • MISCELÁNEOS •

Revista de Humanidades Nº35 (ENERO-JUNIO 2017): 187-210 ISSN: 07170491

LA CONSTITUCIÓN DE SUBJETIVIDADES POLÍTI CAS EN TIEMPOS “POST-ESTATALES”: UN CONTRAPUNTO ENTRE AGAMBEN, NEGRI Y LACLAU T H E MAKING O F P OLITI C AL IDENTITIES IN “ P OST- STATALITY ” : A DIS C USSION B ETWEEN AGAM B EN , NEG R I Y LA C LAU

Gustavo Patricio Guille Universidad de Buenos Aires Instituto de Filosofía Puán 480 4to piso, of. 431, CABA Buenos Aires Argentina [email protected]

Resumen El presente trabajo se interroga sobre distintos modos de configuración de subjetividades políticas en la actualidad. Para ello, parte del diagnóstico que establece es que, ante la pérdida de centralidad del Estado, la cual se manifiesta en una merma en su capacidad de marcación subjetiva, es necesario pensar modos de subjetivación política alternativos. En este sentido,

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el artículo presenta las propuestas teóricas de G. Agamben, A. Negri y E. Laclau, en lo referente a esta cuestión, señalando sus alcances y limitaciones. Hacia el final, propone las nociones laclaudianas de articulación y representación como centrales para comprender la configuración de identidades políticas en el escenario contemporáneo. Palabras claves: Subjetividad, nuda vida, multitud, articulación, representación.

Abstract This paper examines three different logics in the configuration of political identities in our days. It starts by considering that in times when the State has losen its centrality, that is, its power to influence and define subjectivity as a whole, it becomes necessary to elaborate alternative ways to configurate political identities. In this sense, the article presents the theoretical proposals made by G. Agamben, A. Negri and E. Laclau regarding this issue, indicating its advantages and limitations. Towards the end it argues that Laclau´s notions of articulation and representation are essential in order to understand the configuration of political identities in the contemporary scene. Key words: Subjectivity, Bare Life, Multitude, Articulation, Representation.

Recibido: 18/08/2015 Aceptado: 18/12/2015

1. Introducción En el curso del último siglo la indagación en torno a la cuestión del sujeto y la subjetividad ha adquirido una importancia creciente en el campo de la filosofía y las ciencias humanas. En particular, en lo que se refiere

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a la solicitación1 del edificio metafísico que se erigía alrededor del cogito cartesiano y sus sucesores. El furibundo ataque nietzscheano contra la metafísica sustancialista (monótono-teísmo), cuyo ápice es la crítica al sujeto moderno; la Destruktion heideggeriana de la metafísica de la subjetividad; y posteriormente, los desarrollos efectuados por el estructuralismo y posestructuralismo francés —dentro de los cuales destacan las influyentes investigaciones de Michel Foucault acerca de los dispositivos y tecnologías de subjetivación, así como los análisis deconstructivos, especialmente bajo la pluma de Jacques Derrida—, dan cuenta de la significación alcanzada por este campo de estudios. Por otra parte, en paralelo con el proceso de deconstrucción de la subjetividad moderna se produce, a lo largo del siglo XX, una crítica radical al Estado que patentiza una serie de procesos socio-históricos y políticos que derivan en una creciente pérdida de centralidad del mismo. En virtud de estos procesos, en gran parte debidos al rol hegemónico asumido por el capitalismo financiero a escala mundial, el Estado que había funcionado durante la modernidad como la meta-institución dadora de sentido y como el principal configurador de subjetividad, acaba perdiendo, poco a poco, su capacidad de influencia. Como destacan Abad y Cantarelli, la pérdida de centralidad del Estado “implica la disminución de las capacidades estatales para incidir en la construcción subjetiva” (19). Ello no significa, por supuesto, que el Estado haya desaparecido como cosa; por el contrario, aún puede verificarse la existencia de enormes organizaciones técnico-administrativas y militares “con un vasto poder de influencia” (Lewkowicz 10). Pero influencia no es soberanía, y como ha mostrado el jurista alemán Carl Schmitt, el principio de soberanía era una

1



Utilizamos el término “solicitación” en el sentido en que aparece en el pensamiento de Jacques Derrida, es decir, el procedente del verbo latino solicitare (hacer temblar). Puesto que no se puede ir “más allá” de la metafísica, la tarea deconstructiva consiste, para Derrida, en habitar las estructuras metafísicas llevándolas hasta el límite, lo que permitiría poner al descubierto sus fisuras internas. Esto haría temblar ese edificio supuestamente sólido.

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de las características centrales del Estado moderno. En la situación contemporánea, el Estado es sólo una fuerza social entre otras, en pugna con una serie de poderes indirectos —i. e. grandes corporaciones financieras y/o de tele-comunicaciones— que le disputan su posición de centralidad. Dicho de otro modo: Que hablemos de pérdida de centralidad no sólo indica que el Estado y sus instituciones son ahora una fuerza social entre otras, sino que además, lo son cualitativa y cuantitativamente. Si exclusivamente reparáramos en la dimensión cuantitativa, sólo estaríamos ante una pérdida de potencia del Estado (se trataría de una fuerza que puede ahora menos que antes). Pero no es esto lo único que sucede. Existen hoy otras fuerzas —cualitativamente diversas— que le disputan el poder y que impugnan el carácter representativo que el Estado ostenta respecto de la sociedad pensada como unidad política —ya sea impugnando la relación representativa como tal, ya sea pretendiendo ocupar, sin reconocerlo, una posición de centralidad social. (Abad y Cantarelli 18)

En estas condiciones el ciudadano, en tanto sujeto político constituido bajo los marcos jurídico-políticos del Estado, cede terreno ante la aparición de nuevas figuras subjetivas no sólo a-estatales2 sino, por sobre todo, apolíticas; a saber: el cliente y el consumidor.3 Como puede esperarse estas nuevas subjetividades no se constituyen como resultado de la marcación de las instituciones político-estatales, “sino que se moldean

2



Abad y Cantarelli introducen una distinción entre subjetividades a-estatales y antiestatales que conviene tener en cuenta. Mientras que las primeras se caracterizan por estar “escasamente marcadas por las operaciones y los procedimientos de las instituciones estatales”, las subjetividades anti-estatales que recorren “la historia del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX (anarquismo, anarco-sindicalismo, etc.), se constituyeron en situación de centralidad estatal con la pretensión de construir formas de vida que discutieran la organización disciplinaria y produjeran otras” (19).

3



Para un análisis del paso del ciudadano al consumidor, ver I. Lewkowicz (2004), especialmente, el cap. 1 “Del ciudadano al consumidor. La migración del soberano”, donde Lewkowicz examina el ingreso de la figura del consumidor en la Constitución Argentina modificada en 1994.

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sobre la base del patrón de los productos del mercado” (Abad y Cantarelli 20): la dispersión, la fluidez o liquidez, y el consumo. Pensar más allá —e incluso en contra— de esta “expansión de los términos del mercado a todos los órdenes de la vida social” (Caletti 18) y, por lo tanto, de la aceptación de las figuras del cliente y el consumidor como sujetos políticos —mejor dicho, como sujetos (apolíticos) de la política— implica abrir un espacio de indagación sobre los modos alternativos de constitución de subjetividades políticas después de las llamadas “muerte del sujeto” y “muerte del Estado”. Para ello presentaremos a continuación tres perspectivas desde las cuales puede re-pensarse la problemática de la subjetividad política en la actualidad. En primer lugar, abordaremos la perspectiva de Giorgio Agamben, la cual aparece como una forma de resistencia a la maquinaria biopolítica cuyo ápice sería el poder soberano. Luego nos centraremos en el enfoque de Antonio Negri, quien, a partir de la noción de “multitud”, intenta pensar los modos de resistencia al poder del Imperio. Por último, abordaremos la propuesta del argentino Ernesto Laclau, quien desde una reivindicación de la política, coloca en el centro de su teoría sobre la conformación de identidades políticas el concepto de articulación hegemónica.4

2.

Agamben: desubjetivación y potencia de no

En una de sus obras principales, Homo Sacer I. El poder soberano y la nuda vida, Giorgio Agamben parte de la tesis de acuerdo a la cual la actividad fundamental del poder soberano es la producción de nuda vida

4



No pretendemos con esto afirmar que Agamben y Negri se propongan explícita y conscientemente responder a la cuestión aquí planteada, ni siquiera que este sea el tema principal de sus obras, sólo indicamos que en ellas podemos encontrar elementos más que suficientes para configurar una respuesta sobre la misma. En el caso de Ernesto Laclau, por el contrario, entendemos que la indagación en torno a la constitución de subjetividades políticas representa un momento central de su teoría.

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como elemento político originario. La condición de exclusión (inclusiva) de esta nuda vida en una zona de indeterminación, esto es, ni completamente fuera ni completamente dentro del orden jurídico de la ciudad, es concebida por Agamben, como situación de abandono. Esta condición es, para el filósofo italiano, la relación originaria que se establece entre política y vida. En tanto que el poder soberano sería el principal artífice —si no el único— de la constitución del cuerpo biopolítico de la población, es decir, de la producción de vida desnuda.5 De este modo, Agamben hace confluir los dos modelos con los que Foucault lleva adelante su análisis del poder: el modelo jurídicoinstitucional (ligado a la soberanía) y el modelo biopolítico. Dicho de otro modo, en los momentos centrales de la serie Homo Sacer, Agamben realiza una genealogía del paradigma teológico-político de la soberanía y del teológico-económico de la oikonomía, que corresponden al ya mencionado Homo Sacer I. El poder soberano y la nuda vida (1995) y a El reino y la gloria. Una genealogía teológica de la economía y del gobierno. Homo Sacer, II, 2 (2008), respectivamente. De acuerdo con Agamben, ambos paradigmas derivan de la teología cristiana: la teología política —que funda la trascendencia del poder soberano en Dios—, de la cual derivan la filosofía política y la teoría moderna de la soberanía; y la teología económica —que reemplaza a Dios por una oikonomía de orden inmanente— de la cual procede la biopolítica y el actual triunfo de la economía por sobre todo otro aspecto de la vida social (Taccetta 21). De este modo, el vínculo entre una racionalidad políticojurídica y una racionalidad económico-gubernamental es lo que permite inteligir la imbricación entre vida y gestión. Si el poder soberano se caracteriza originariamente por la decisión sobre la exclusión-inclusiva de la nuda vida en el campo de la política, lo cual Agamben parece corroborar a través de “una oscura figura del derecho

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“Aquello que llamo nuda vida, señala Agamben, es una producción específica del poder [soberano] y no un dato natural” (Costa 18).

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romano arcaico” —a saber, el homo sacer—,6 entonces el estado de excepción pasa a convertirse en la estructura política fundamental de occidente. Ello es así debido a que: Lo que caracteriza a la política moderna no es sólo que la vida se convierte en objetivo de las técnicas políticas estatales sino que, en paralelo a este proceso, el Estado de excepción (sobre el que decide el soberano y que funda el nexo entre violencia y derecho) se convierte en la regla del funcionamiento de la política. Si la excepción es la regla, las formas contemporáneas de soberanía existen en relación inversa con el Estado de derecho y surgen precisamente en el momento en que éste queda suspendido. Cuando el Estado de excepción se convierte en regla se abre el espacio del “campo”, que se sitúa por fuera del orden jurídico normal pero sin ser un espacio exterior a él. (Peller 44)

De este modo —de acuerdo a la fórmula benjaminiana—, cuando el estado de excepción se convierte en regla (como sucede para Agamben en nuestro tiempo) el paradigma del espacio político pasa a ser el campo de concentración y no la ciudad. Este deja de ser considerado como un hecho excepcional, para pasar a representar “la realización acabada del proyecto político metafísico de Occidente” (Taccetta 16). En ese espacio el homo sacer (aquel cuya vida es insacrificable pero, al mismo tiempo, a quien cualquiera puede matar sin cometer homicidio) se confunde con el ciudadano (Agamben, Homo Sacer I 217). Al caracterizar al poder soberano en estos términos, Agamben necesita diseñar una estrategia de resistencia que permita poner freno a la maquinaria tanatológica en la que aquel ha sido transformado. Es en este

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“Una oscura figura del derecho romano arcaico [el homo sacer], en que la vida humana se incluye en el orden jurídico únicamente bajo la forma de su exclusión (es decir, de la posibilidad absoluta de que cualquiera le mate), nos ha ofrecido la clave gracias a la cual no sólo los textos sagrados de la soberanía, sino, más en general, los propios códigos del poder político, pueden revelar sus arcanos”. (Agamben, Homo Sacer I 18).

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contexto que surge la figura del musulmán.7 Este, al igual que el homo sacer, se encuentra en una situación de abandono respecto de la vida comunitaria. Sin embargo, hacia el final del texto encontramos que la figura del musulmán es asociada por el autor a una singular forma de resistencia: El guardián [del campo] parece sentirse algunas veces súbitamente impotente ante él, como si por un momento le asaltara la sospecha de que el musulmán —incapaz de distinguir entre una orden y el frío— le estuviera oponiendo una forma inaudita de resistencia. Una ley que pretende hacerse integralmente vida se encuentra aquí frente a una vida que se ha confundido punto por punto con la norma, y es precisamente esta indiscernibilidad la que amenaza la lex animata del campo. (Homo Sacer I 235)

Como ha indicado unos años más tarde, nuestro autor considera al musulmán como “modelo de una subjetividad que ya no sería más que el sujeto de su propia desubjetivación” (Ugarte Pérez 176), para luego proceder a presentarlo como una figura de lo que denomina “resistencia pasiva”. En Homo Sacer I, antes de referirse al musulmán, Agamben ya había aludido a la idea de resistencia pasiva al interpretar el cuento de Kafka “Ante la ley”. Allí no se refería a la figura del musulmán sino a la del campesino, protagonista del cuento mencionado. Agamben propone una lectura distinta a la de la mayoría de los intérpretes que, según nos recuerda, leen el relato kafkiano en términos de una derrota. La del fracaso del campesino frente a la tarea que la ley le impone. El filósofo italiano por el contrario señala que:

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El término “musulmán” era utilizado dentro de los campos de concentración nazis para designar a aquellos deportados que estaban resignados (habían perdido toda voluntad y conciencia) y eran fatalistas (se sometían sin reserva a la voluntad divina). Agamben los define, remitiéndose a Primo Levy, como “un ser al que la humillación, el horror y el miedo habían privado de toda conciencia y de toda personalidad, hasta llevarle a la más absoluta apatía” (Agamben, Homo Sacer I 234-5). Esta figura será luego retomada con mayor amplitud en G. Agamben, Homo Sacer III. Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo.

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Si es cierto, como hemos visto, que precisamente la apertura constituía el poder invencible de la ley, es posible entonces imaginar que toda la actitud del campesino no sea otra cosa que una complicada y paciente estrategia para conseguir su cierre, con objeto de interrumpir la vigencia de aquélla. Y, finalmente, aunque quizás al precio de su vida (la historia no nos dice si muere realmente, dice sólo que está “próximo al fin”) el campesino tiene realmente éxito en su intento. (Homo Sacer I 76)

Otra de las figuras a las que Agamben recurre para ilustrar esta actitud de resistencia pasiva es Bartleby —personaje del cuento de Melville, Bartleby, el escribiente—. Bartleby resulta atractivo para Agamben en virtud de la peculiar disposición subjetiva que esta figura asume, lo cual lo emparenta con las figuras del musulmán y el campesino del cuento de Kafka. Inmortalizada en la frase que Bartleby repite una y otra vez (“preferiría no hacerlo” —“I would prefer not to”—), hasta convertirla en la máxima de su inacción, esta disposición pasiva lo conduce finalmente a morir por inanición. Como puede apreciarse, lo que caracteriza a estas figuras es tanto un proceso de creciente des-subjetivación (estas figuras han perdido toda voluntad y conciencia), como la posibilidad de no poder, de poder no (hacer), la ausencia de obra, cierta inoperancia (o inoperosidad) que constituiría, para Agamben, la principal condición de una resistencia capaz de romper con el paradigma de la soberanía y su producción biopolítica. Por lo tanto, son los procesos de desubjetivación los que interesan a nuestro autor, ya que considera letal “toda política de las identidades, aunque se trate de la identidad del contestatario o del disidente” (Costa 17). Podemos encontrar un aporte significativo para la fundamentación de este pensamiento en el ensayo “Tienanmen”. Allí Agamben señala que el Estado puede reconocer cualsea reivindicación de identidad subjetiva (homosexual, obrero, mujer, latinoamericano, y hasta terrorista) a fin de poder representarla. El Estado necesita identificar para representar (esa es la lógica de su funcionamiento) y así incluir (excluyendo) al sujeto dentro del marco de sus políticas tanatológicas. Sin embargo, esas singularidades

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cualsea “no disponen de identidad alguna que hacer valer ni de un lazo de pertenencia que hacer reconocer” (Agamben, “Tienanmen” 72) por lo que podrían “resistir” todo intento de apropiación del poder soberano. De este modo, sólo a través de estrategias de destitución subjetiva se puede escapar, o al menos poner freno, a la maquinaria estatal de identificación tanatológica. Es por ello que en una conferencia reciente el filósofo italiano podía sostener lo siguiente: Considero que tenemos que abandonar este paradigma [se refiere al paradigma del poder constituyente] e intentar pensar algo así como una puissance destituante, una “potencia puramente destituyente” que no pueda ser capturada en la espiral de la seguridad [estatal] . . . [Ya que] Mientras que un poder constituyente destruye la ley sólo para recrearla en una nueva forma, la potencia destituyente, en la medida en que depone de una vez por todas la ley, puede abrir una verdadera época histórica nueva. (Agamben, “Para una teoría de la potencia destituyente”)

En consecuencia, Agamben insiste sobre la necesidad de prácticas de destitución y desarticulación en desmedro de una teoría política que coloque como elemento central prácticas de subjetivación y articulación políticas. Por lo tanto, resistencia pasiva e inoperancia junto con procesos de desubjetivación y desidentificación constituyen, para Agamben, la condición para pensar una política que rompa con el paradigma de la soberanía estatal y su maquinaria tanatopolítica, y quede así liberada de toda producción de exclusión. De este modo, Agamben imagina “la comunidad que viene como la comunidad postmetafísica en la que acontece la desubjetivación . . . [Y donde] lo propio es la impropiedad que debe ser asumida como singularidad sin identidad” (Taccetta 17).8

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Consecuentemente con este planteo, la saga de Homo Sacer se cierra, o más bien, es abandonada (según expresa su propio autor), con la publicación de Opus Dei, archeologia dell’ufficio (2012) y Altissima poverta (2011) donde el proyecto agambeniano de Homo Sacer “llega a un punto de inflexión donde la investigación diagnóstica

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Anticipando algunas consideraciones que retomaremos en la parte final del artículo, queremos adelantar que coincidimos con Ernesto Laclau cuando señala que “Agamben ha confundido el problema, ya que ha presentado como momento político algo que en realidad equivale a la eliminación radical de lo político: un poder soberano que reduce el lazo social a nuda vida” (Laclau, “Vida nuda o indeterminación social” 114). Es por ello que el pensador argentino se refiere a la teoría de Agamben como un discurso no político y nihilista desde el cual no se pueden pensar nuevas identificaciones colectivas y que se sostendría, en última instancia, sobre el mito moderno de la posibilidad futura de una sociedad plenamente reconciliada y sin exclusión alguna.

3.

Negri: inmanencia y multitud

Si Agamben interpreta la deriva biopolítica como radicalmente negativa, su compatriota Antonio Negri presenta en Imperio (escrito en colaboración con Michael Hardt) una concepción positiva, incluso eufórica, de la misma. La hipótesis básica de estos autores es que “la soberanía ha adquirido una nueva forma” que denominan “imperio” (Hardt y Negri, Imperio 11). Éste presenta la forma paradigmática del biopoder, puesto que el objeto de su dominio es la vida social en su totalidad. Pero si bien el imperio produce enorme cantidades de opresión y destrucción: “esta realidad de ningún modo debería hacernos sentir nostalgia por las antiguas formas de dominación [se sobreentiende: el Estado-nación]. Ya que el paso al imperio y sus procesos de globalización ofrece nuevas posibilidades a las fuerzas de liberación” (Imperio 14).

alcanza su formulación más articulada a la vez que ofrece un contrapunto definitivo de lo que será el cierre de toda la saga, es decir: la búsqueda de un posible punto de fuga [respecto de la maquinaria tanatopolítica] en la vida monástica y la pobreza franciscana” (Fleisner 215).

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Esta visión optimista no deja de crecer a lo largo de las páginas de Imperio; frases como “en la nueva situación el potencial para la liberación crece”, “aquello por lo que lucharon [los proletarios] ocurrió, a pesar de su derrota” y “sostenemos que el imperio es mejor del mismo modo que Marx sostenía que el capitalismo es mejor que las formas de sociedad y los modos de producción anteriores a él”, se suceden una tras otra. ¿Cuál es el problema que presentan tales afirmaciones? Como indica Néstor Kohan (2002), de ellas se desprenden dos características sumamente discutibles: “irreversibilidad” e “irresistibilidad” del nuevo orden Imperial globalizado. De modo que Negri estaría adscribiendo al viejo y conocido determinismo teleológico que en el curso de su pensamiento político anterior a Imperio siempre se había esforzado en rechazar. Negri había insistido una y otra vez (hasta Imperio) en que “los mecanismos de la acción humana son impredecibles. [Y] que el resultado de las luchas está siempre abierto” (Kohan 55); el desenlace de las luchas expresa el resultado contingente —no necesario ni predeterminado— de los antagonismos sociales y de las intervenciones colectivas de los sujetos implicados en ellas. Ni irresistibilidad, ni irreversibilidad, “cada nueva fase de la historia no revela entonces ningún destino escrito de antemano. ¡La historia está abierta!” (Kohan 55). Pero dejemos esto por el momento para centrarnos en las posibilidades de liberación que ofrece el Imperio para Hardt y Negri, y en cuál es el sujeto que las encarna. Esas fuerzas creativas de liberación emanan de nuevas figuras de la subjetividad, las cuales son concebidas en términos de “multitud”. Ésta es capaz de construir una organización política alternativa dentro del imperio, pero también contra él. Aquí se destaca otro de los rasgos fundamentales de la posición teórica sostenida por Hardt y Negri: su carácter inmanentista. De acuerdo a dicho carácter no hay nada que pueda considerarse exterior a las relaciones productivas y sociales, no hay ninguna ‘vida desnuda’ ajena al campo de la producción: “en la esfera biopolítica, la vida debe trabajar para la producción, y la producción para la vida” (Imperio 43). En lo que se refiere a la esfera de la producción, Hardt y Negri se muestran sensibles a las transformaciones que se han provocado en los

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últimos años. Los autores destacan que en la actualidad la producción económica es, al mismo tiempo, cultural y política; es decir, creadora de “bienes inmateriales” (ideas, conocimientos, formas de comunicación, relaciones, etc.), pero también de “relaciones sociales reales y formas de vida” —en esto consiste propiamente lo que denominan producción biopolítica— (Multitud 124). De este modo, en el Imperio tienden a coincidir cada vez más la producción económica y la constitución política. De la misma manera, también las luchas son a la vez económicas, políticas y culturales, es decir, biopolíticas. Estos cambios no deben perderse de vista a la hora de pensar en nuevas subjetividades. Como resulta evidente, el proletariado industrial ha perdido su privilegio de clase, y en su lugar emerge la multitud en tanto sujeto común del trabajo, carne viva de la producción posmoderna. “Hoy en día, señalan Hardt y Negri, sólo es posible conducir la acción política encaminada a la transformación y a la liberación sobre la base de la multitud” (Multitud 127). Dentro de ella se incluyen todos los explotados directa o indirectamente por la dominación capitalista. La multitud se compone así de un conjunto de singularidades cuya diferencia no puede reducirse a ninguna uniformidad o identidad. A diferencia del pueblo que reduce a una identidad las diferencias sociales (los individuos y clases diferentes), la multitud no está unificada, permanece siempre múltiple y plural.9

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Esta distinción entre pueblo y multitud también ha sido trabajada por Paolo Virno (2008), con sus afinidades pero también sus discrepancias respecto del planteo de Hardt y Negri. De acuerdo con Virno, “el concepto de multitud indica una pluralidad que persiste como tal en la escena pública, en la acción colectiva, en lo que respecta a los quehaceres comunes (comunitarios), sin converger en un uno, sin desvanecerse en un movimiento centrípeto. Multitud es la forma de existencia social y política de los muchos en tanto muchos: forma permanente, no episódica o intersticial” (Virno 12). A la vez “es preciso reconocer que la multitud no se contrapone al uno, sino que lo redetermina. Inclusive los muchos necesitan una forma de unidad, un uno: pero —aquí está el punto clave— esta unidad ya no es el Estado, sino el lenguaje, el intelecto, las facultades comunes del género humano. El uno no es más una promesa, sino una premisa” (Virno17).

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Si bien parece quedar claro que para Hardt y Negri la multitud es el único sujeto capaz de conducir una acción política posible tendiente a la liberación de la opresión capitalista, el “único sujeto social capaz de realizar la democracia”, permanece aún en la oscuridad el modo en que pueda llevarlo realmente a cabo. Las siguientes palabras extraídas de Imperio parecen querer echar luz sobre esta cuestión: Si estos puntos [las diversas luchas singulares] llegaran a constituir algo semejante a un nuevo ciclo de luchas, no se trataría de un ciclo caracterizado por la extensión comunicativa de las revueltas, sino más bien por su aparición singular, por la intensidad propia de cada una . . . estas luchas no se vinculan horizontalmente entre sí, sino que cada una de ellas salta verticalmente, directamente, al centro virtual del imperio. (63-4)

No se ve bien cómo un conjunto de luchas en principio inconexas puede converger en un asalto al centro del imperio, y mucho menos cómo pueden llegar a conformar un contra-imperio. Quizás sea el optimismo de los autores —al que nos referíamos más arriba— el que los exima de dar mayores explicaciones. A pesar de ello, podemos encontrar la existencia de un aspecto característico de la multitud que, en tanto tal, podría permitir comprender su modo de operar. La multitud, afirman los autores, se caracteriza por estar en contra: “Un elemento que podemos señalar en el nivel básico y elemental es la voluntad de estar en contra. En general, la voluntad de estar en contra no parece requerir mucha explicación. La desobediencia a la autoridad es una de los actos más naturales y saludables” (Imperio 189). La confianza y el optimismo han trocado en voluntarismo. Esta voluntad de estar en contra —y puesto que no hay nada exterior al Imperio significaría estar en contra de todo en todas partes— es concebida como un acto natural que no requiere explicación. En consecuencia, el “estar en contra” es la clave esencial de toda posición política activa que se adopte en el mundo. En rigor, no deberíamos hablar de actividad sino, antes bien, de pasividad; ya que “mientras en la era disciplinaria el sabotaje constituía

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la noción fundamental de la resistencia, en la era del control imperial puede serlo la deserción” (Imperio 190). De este modo, las batallas contra el Imperio podrían ganarse a través de la renuncia y la defección. Más allá de esa común voluntad de “estar en contra” y de la deserción y el éxodo como tácticas —si es que aún es posible hablar aquí de “táctica”—, ambas caracterizadas como actitudes cuasi naturales, no se comprende por medio de qué mecanismo esa multitud conformada por todos los explotados del mundo pueda encarnarse en un actor político concreto.10 Consideramos que esta carencia se debe a los dos principios —enunciados arriba— que se encuentran a la base de la posición sostenida por Hardt y Negri: el inmanentismo, unido a cierto determinismo teleológico. Como ya indicamos este determinismo resulta contradictorio con la producción teórica anterior de Negri, sin embargo no se trata de un simple desliz; por el contrario “Imperio no se tropieza con el determinismo . . . , añade que el nuevo orden mundial no es únicamente ‘irresistible’ sino que también… ‘¡es mejor!’” (Kohan 56). Como indicamos al comienzo del presente apartado, Hardt y Negri sostienen que la construcción del Imperio implica un avance respecto de estadios históricos anteriores, al tiempo que afirman que en el Imperio el potencial para la liberación crece. Coherentemente con el inmanentismo que profesan, los autores postulan que las fuerzas liberadoras deben surgir desde dentro mismo del Imperio para actuar contra él. De este modo, la conclusión a la que se arriba es “que el poder inherente a la multitud debe tener necesariamente un carácter disruptivo” (Laclau, “¿Puede la inmanencia explicar las luchas…?” 126), un contenido positivo destinado a derribar el Imperio. Estos desarrollos resultan, sin duda, insuficientes para construir una teoría coherente de la subjetividad política. Coincidimos con Laclau en



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Es interesante resaltar que en una entrevista Michael Hardt señala que “en nuestro libro (se refiere a Imperio) el concepto de multitud funciona más como un concepto poético que fáctico”. A., Cangi. “Pequeño saltamontes”. Radar. Suplemento Literario de Página/12 (Buenos Aires) 31 de marzo de 2002.

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que lo que falta tanto en Imperio como en Multitud es una teoría de la articulación política, que es lo que propondrá el pensador argentino para abordar la tarea de la constitución de identidades políticas.

4.

Laclau: Articulación y hegemonía

En la obra de Laclau —especialmente a partir de Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia, escrito en colaboración con Chantal Mouffe— se produce una revisión crítica de los supuestos más tradicionales del marxismo. Uno de los puntos centrales de la crítica es el rechazo de la noción de determinación en última instancia por la economía. De ello se deduce que ningún actor social, ningún sujeto, podrá reclamar a priori una posición de excepción en el campo de las luchas políticas. De este modo, el desarrollo del pensamiento de Laclau se presenta como un proceso gradual que consiste en liberarse de los últimos remanentes de esencialismo presentes en la teoría marxista. Así, si en su primer libro11 —siguiendo la tradición marxista clásica— la economía era considerada aún como una suerte de punto de anclaje ontológico para las luchas por la hegemonía, a partir de Hegemonía y estrategia socialista, Laclau “renuncia a la vieja problemática marxista de infra y superestructura, es decir, al fundamento objetivo de la lucha hegemónica ‘superestructural’ en la ‘infraestructura’ económica” (Žižek 105). Dicho en otros términos, a partir del libro mencionado Laclau deja de concebir las luchas ancladas en factores económicos como determinantes, para colocarlas al mismo nivel dentro de una serie de luchas políticas particulares (los derechos humanos, el racismo, la violencia de género, la ecología, etc.); y, en consecuencia, resaltar así la igualdad de los actores que las encarnan. De allí que la noción marxista de proletariado pierda su antiguo privilegio.



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Laclau, E. Política e ideología en la teoría marxista. Capitalismo, fascismo, populismo. Madrid, Siglos XXI, 1978.

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Como sostienen Laclau y Mouffe, “una concepción que niegue un enfoque esencialista de las relaciones sociales debe también afirmar el carácter precario de las identidades” (132). Como consecuencia de ello, Laclau y Mouffe ponen de manifiesto el carácter constitutivo del discurso. Es decir, que tanto los objetos como las prácticas e identidades (subjetividades) que conforman lo social están constituidos discursivamente. Ahora bien, de acuerdo con Laclau y Mouffe lo discursivo no se limita a lo meramente lingüístico, sino que refiere a toda relación de significación. Para estos autores la distinción entre aspectos lingüísticos y extra-lingüísticos es derivada y sólo adquiere sentido al interior de una estructura discursiva determinada; por el contrario, afirman la “materialidad del discurso” ya que: “La práctica de la articulación como fijación/ dislocación de un sistema de diferencias [no] puede consistir en meros fenómenos lingüísticos, sino que debe atravesar todo el espesor material de instituciones, rituales, prácticas de diverso orden, a través de las cuales la formación discursiva se estructura” (148). En este sentido, podríamos decir que el campo de lo discursivo se superpone con el campo de las relaciones sociales; más precisamente, que una estructura discursiva es “una práctica articulatoria que constituye y organiza las relaciones sociales” (133). Al mismo tiempo, la articulación se define como aquella práctica que establece una relación tal entre elementos que la identidad de éstos resulta modificada como resultado de la práctica. Ahora bien, para que sea posible una articulación contingente, esto es, no determinada a priori de manera necesaria (según se desprende consecuentemente de la ruptura que Laclau y Mouffe efectúan respecto de la tradición marxista clásica), resulta indispensable que ninguna formación discursiva pueda configurarse como una totalidad completamente suturada. El hecho de que una totalidad discursiva nunca existe como una positividad dada y delimitada, es consecuencia de que todo sistema discursivo “sólo existe como limitación parcial de un ‘exceso de sentido’ que lo subvierte” (151). Este “exceso”, inherente para Laclau a toda situación discursiva, “es el terreno necesario de constitución de toda práctica social” (151), y es denominado “campo de la discursividad”.

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Dentro de este campo de discursividad toda fijación de sentido, toda configuración de objetividad, es siempre precaria e inestable. Como indica Elías Palti, la permanente desestabilización de las fijaciones identitarias es producto de la “intersección y oposición antagónica entre prácticas hegemónicas” (104), así como de la expansión y proliferación de distintas posiciones de sujetos que, en definitiva, es lo que caracteriza a una democracia radical.12 Dicho en otros términos, el límite de toda objetividad —que implica la imposibilidad del cierre definitivo de toda sociedad y la precariedad de toda identidad— posee una manifestación discursiva precisa: el antagonismo.13 El antagonismo constituye los límites de toda objetividad: se trata de “la “presencia” del Otro que me impide ser yo mismo” (Laclau y Mouffe 168). Llegados a este punto es necesario preguntarnos cómo se lleva adelante esa práctica articulatoria capaz de constituir subjetividades/identidades políticas, a la que nos referíamos más arriba. Para dar una respuesta lo más clara posible a esta cuestión —a riesgo de simplificar un poco el planteo—, quizás lo mejor sea recurrir a un ejemplo proporcionado por el mismo Laclau: Supongamos que tenemos un régimen altamente represivo y que en ese régimen un día los obreros metalúrgicos de una cierta localidad, inician una

De acuerdo con Laclau, “la radicalidad de una política no será el resultado de la emergencia de un sujeto que pueda encarnar lo universal, sino de la expansión y multiplicación de sujetos fragmentarios, parciales y limitados” (Nuevas reflexiones sobre la cuestión de nuestro tiempo14). Como señala E. Palti, “el postulado de la imposible objetividad de lo social muestra también lo absurdo de la idea de un ‘capitalismo ilimitado’” (104). En este sentido, la idea de orden, de un discurso, que haya logrado suturar completamente sus fisuras, y que, por lo tanto, haya logrado eliminar el antagonismo de su seno, responde al mito de una sociedad plenamente reconciliada.

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Laclau traza los lineamientos teóricos de lo que considera antagonismo a partir de una distinción respecto de la oposición real y la contradicción lógica. Por una cuestión de espacio no podemos reproducir aquí esos desarrollos. Remitimos para ello a Laclau y Mouffe. Hegemonía y estrategia socialista. 164 a 170 y E. Laclau. “Antagonismo, subjetividad y política”. E. Laclau. Los fundamentos retóricos de la sociedad. Buenos Aires: F.C.E., 2014.

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huelga por el alza de salarios. Esa demanda es una demanda específica —alza de salarios— pero, por otro lado, esa demanda es vista por todo el mundo —dado el carácter represivo del régimen— como una movilización contra el régimen. O sea, que la demanda aparece internamente dividida entre el particularismo de la demanda como tal y la universalidad mayor de la que es portadora. Supongamos que como resultado de esa movilización, en otra localidad, los estudiantes comienzan una serie de movilizaciones contra la disciplina en los establecimientos educativos. Las dos demandas —la de los obreros y la de los estudiantes— son particulares y distintas, pero en los dos casos son vistas como movilizaciones anti-sistema o anti-régimen, originándose una equivalencia entre ellas. Agreguemos que en una tercera localidad, por ejemplo, los partidos políticos comienzan una campaña por la libertad de prensa, y en el contexto del que estamos hablando, esta tercera acción también podrá formar parte de una cadena equivalencial. De esta manera, se va creando una relación de equivalencia, que es lo que constituye, finalmente, al movimiento social como tal, en un movimiento que fue de la particularidad a la articulación de equivalencias, para redundar en la universalidad. (Laclau, “Representación y movimientos sociales” 220)

Vemos que todas estas reivindicaciones son diferentes entre sí, pero en virtud de que todas se oponen a un régimen injusto u opresor establecen entre ellas una relación de equivalencia. Así, la articulación de las demandas se produce a partir de la equivalencia entre sí de las mismas y de su diferencia u oposición respecto a un campo antagónico. Podemos encontrar en este proceso un momento horizontal, referido a la equivalencia de las diferentes demandas y su exclusión respecto a un campo antagónico. Y un momento vertical, el momento de articulación simbólica mediante el cual se constituye una identidad propiamente política. Este momento de verticalidad se encuentra íntimamente ligado a la noción de representación. Esto es así en la medida en que la articulación remite a un proceso político en el cual diferentes posiciones compiten entre sí para lograr la representación de las demandas sociales. Toda vez que una posición particular se imponga, por decir así, podrá asumir la representación del todo de la sociedad sin coincidir nunca, sin embargo, completamente

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con él. Cuando esto sucede nos encontramos frente a una construcción hegemónica,14 concepto central en la teoría laclaudiana. De este modo, las nociones de articulación (o articulación hegemónica) y de representación adquieren un rol central en la propuesta de Laclau. Para este autor la representación es constitutiva de la relación hegemónica y, por lo tanto, de la dimensión política. De acuerdo con Laclau, “la eliminación de toda representación es la ilusión [metafísica] que acompaña a la noción de emancipación total” (“Identidad y hegemonía…” 62). Ahora bien, en este punto es necesario aclarar que con la noción de representación no se piensa la re-presentación de algo previamente constituido y presente a sí mismo, sino el proceso que atraviesa la vida en todas sus dimensiones (y no sólo la esfera política); como señala Jacques Derrida, puesto que ya desde siempre ha comenzado, la representación, en consecuencia, no tiene fin. Junto con la propuesta de la articulación de las diferencias particulares, a través de una lógica de equivalencias, lo cual resulta central a la hora de pensar la constitución de subjetividades políticas de un modo no esencialista, creemos que la importancia concedida a la representación en la conformación de aquellas representa un avance respecto de las posiciones de los autores arriba mencionados.

5. Conclusión Para finalizar el contrapunto que hemos querido establecer entre los tres autores trabajados a lo largo de estas páginas, podríamos afirmar

Respecto de la reinvención de la categoría de hegemonía por parte de Laclau nos interesa resaltar el hecho de que ésta es puesta en relación con la noción derrideana de indecidibilidad. De modo que la hegemonía es concebida como una teoría de la decisión tomada sobre un terreno indecidible. Esto significa que no hay una determinación en última instancia sobre qué demanda se tornará hegemónica, con lo que nos encontramos ante una indecibilidad estructural en torno a la elección del elemento estructurador de lo social.

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que, si partimos del diagnóstico que establece que el triunfo del capitalismo globalizado produjo la disolución y desintegración de identidades que habían sido concebidas como fijas y estables, al tiempo que estimula la dispersión de los elementos sociales en un espacio de fluidez ilimitado, resulta imprescindible reafirmar, como señala Ernesto Laclau, “la necesidad de un discurso articulador que no se quede en el nivel de una simple enumeración de diferentes identidades” (“Construyendo la universalidad” 301). Esto último se hace patente si examinamos el reciente viraje de Negri respecto de algunos planteamientos expresados en Imperio. Entendemos que a pesar de las especificidades propias de sus conceptualizaciones teóricas, Negri y Hardt coinciden, en líneas generales, con el diagnóstico arriba esbozado. Ahora bien, si frente a ese estado de cosas estos autores apelaban en Imperio y Multitud a la espontaneidad, el voluntarismo y un desmedido optimismo —todo ello arraigado en su concepción inmanentista—, en Commonwealth, han tenido que refinar su argumentación y se han visto obligados a sostener que “la multitud no es un sujeto político espontáneo, sino un proyecto de organización política, por lo tanto debemos mover la discusión desde un ser la multitud a un hacer la multitud” (169). De este modo, como indica Ricardo Camargo Brito, la noción de multitud “encuentra en situaciones políticas concretas, una experiencia que la tensiona, devela sus límites y la hace en definitiva avanzar” (130). En cuanto a la posición de Agamben resulta más arduo insertarla dentro del cuadro de situación descripto, en tanto hace del paradigma soberano y del Estado-nación el centro de su investigación. Como vimos, para Agamben la producción de vida desnuda no es provocada por el aumento de la capacidad de influencia ejercida por el capital, sino que es producto casi exclusivo del ejercicio del poder soberano. En este sentido resulta acertada, a nuestros ojos, la crítica realizada por Judith Butler. Como bien señala esta autora, los Estados no son los únicas formas de poder existentes, de modo que estar excluido —en situación de bando, como diría Agamben— por el Estado, no es sino quedar en manos de otras formas de poder (el capital, el mercado, etc.). De manera que, estar

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en una situación de abandono o desposesión, no significa para Butler ser arrojado a la nuda vida, sino que se trata, muy por el contrario, de una vida saturada de poder. “Si ser ‘vida desnuda’ es estar expuesto al poder, señala Butler, entonces el poder sigue siendo exterior a esa vida, no obstante la forma brutal en que se imponga, y la vida está metafísicamente cerrada al dominio de lo político” (71). Aunque ciertamente por un camino diferente, Butler coincide con Laclau en que el discurso de Agamben termina siendo no político o, al menos, afirmando una relación de exterioridad entre vida y política. “Esta formulación, continúa Butler, supone que política y vida se unen únicamente en torno al tema de la ciudadanía” (71), restringiendo el campo de lo político.15 Como hemos intentado mostrar, Laclau se toma en serio el desafío de construir una lógica articulatoria que apunte a constituir algún tipo de universalidad política, respetando planamente la contingencia radical y la igualdad de los elementos diferenciales. Es en este sentido, que la teoría laclaudiana de la hegemonía puede ser concebida como una teoría de la decisión tomada sobre un terreno indecidible; lo cual significa que no puede haber una determinación en última instancia acerca de qué demanda o lucha se tornará hegemónica y, en consecuencia sobre qué grupo (sujeto político) ejercerá la representación del resto. De este modo, para finalizar, entendemos que la propuesta de Laclau nos brinda mejores herramientas para pensar, aquí y ahora, los avatares político-sociales recientes tanto en Sudamérica como en otros sitios.



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De acuerdo con Butler “no hay instancias indiferenciadas de la nuda vida, sino instancias de desposesión altamente judicializados. Necesitamos complejizar el análisis de la multivalencia del poder y de sus tácticas (no reducirlo a una exegesis sobre el poder soberano) para poder entender formas de resistencia, de acción y de contramovilización” (73). Para una discusión entre Laclau y Butler, ver Butler, J., Laclau, E., y Žižek, S. Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda. Buenos Aires: F.C.E., 2004 y Butler, J., y Laclau, E. “Los usos de la igualdad”. Critchley, S., y Marchart, O. (comps.). Laclau. Aproximaciones críticas a su obra. Buenos Aires: F.C.E., 2008.

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Revista de Humanidades Nº35 (ENERO-JUNIO 2017): 211-240 ISSN: 07170491

EL FRENTE POPULAR Y SU CONFIGURACIÓN IDENTITARIA EN LA ESCENA CULTURAL T H E P O P ULA R F R ONT AND ITS IDENTITY S H A P ING IN T H E C ULTU R AL S C ENE

Bárbara Silva A. Pontificia Universidad Católica de Chile Instituto de Historia Vicuña Mackenna 4860 Macul Santiago de Chile Chile [email protected]

Resumen En este artículo se analizan algunos aspectos del desarrollo cultural en la época del Frente Popular chileno (1938-1941), desde una perspectiva identitaria. Como parte del proyecto político del Frente Popular, se elaboró un discurso que se fundamentaba en su legitimidad como representante de los sectores populares, y levantaba la necesidad de diversas reformas sociopolíticas. Esto suponía un correlato en materia cultural, como escenario de una elaboración simbólica que daba sentido a aquellos cambios en el terreno político. Sin embargo, esa articulación no estaría exenta de contradicciones, las que se

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manifiestan al observar el rol que jugó el espacio tradicional del valle central y de la hacienda en dichas representaciones nacionales e identitarias. Palabras claves: Construcción nacional, identitades, Frente Popular, cultura nacional, nación.

Abstract This paper analyzes some aspects of the Chilean Popular Front’s cultural development (1938-1941) from an identity perspective. As a part of the Popular Front’s political project, the coalition elaborated a discourse, which based its legitimacy as a representative of popular classes, and raised the need for several sociopolitical reforms. This assumed a parallel in cultural matters, as a stage of symbolic elaboration that gave sense to those political changes. Nevertheless, that articulation was not exempt of contradictions, as we observe the role that the traditional space of the central valley and the hacienda played in those national and identity representations. Key words: Nation Building, Identities, Popular Front, National Culture, Nation.

Recibido: 20/05/2016 Aceptado: 20/09/2016

A través de distintos contextos y coyunturas históricas, es posible observar cómo las sociedades se involucran en complejos y ambiguos procesos de construcción nacional y de configuración identitaria, los que, a su vez, están sujetos a las dinámicas de continuidad y cambio. La nación integra así un campo conceptual en el que dialogan permanentemente ámbitos políticos y culturales, y el que es posible —e incluso pertinente— analizar a partir de sus diversas representaciones.

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La discusión acerca de la construcción de las naciones, necesariamente remite a historiadores como Eric Hobsbawm, Benedict Anderson, Ernest Gellner, Adrian Hastings, Anthony Smith, entre otros. Para comprender los procesos de formación nacional, Hobsbawm propuso el análisis de factores objetivos, como lengua, religión, etnia, territorio, y también, la existencia de un Estado (Hobsbawm 86). Junto a ellos, establece la necesidad de observar factores de carácter subjetivo, que básicamente refieren a la voluntad de conformarse como nación, lo que implica la interpelación, real o nominal, de actores y prácticas que se encuentran fuera del espacio de las elites dirigentes (Hobsbawm 20). A partir de esta perspectiva, es posible comprender al Estado no sólo como uno de esos factores objetivos, sino más bien como una entidad sociopolítica entre la materialidad y la subjetividad, en tanto se constituye como el gran agente de nacionalización. Por su parte, Anthony Smith entrega relevancia a la identidad nacional, entendida como “la continua reproducción y reinterpretación de los patrones de valores, símbolos, memorias, mitos y la identificación de los individuos con ese patrón y herencia y con sus elementos culturales” (Smith 18). Con esto, Smith pone de manifiesto el carácter construido y social de la identidad en términos nacionales, y su condición de ser reproducida en diversas instancias, individuales y colectivas. En este sentido, es preciso destacar las consideraciones de Mary Fulbrook al respecto, al sostener que la identidad nacional no existiría como un sustrato esencial, sino como “un constructo humano, evidente sólo cuando suficientes personas creen en alguna versión de la identidad colectiva, para que ésta sea una realidad social, expresada y transmitida a través de instituciones, leyes, costumbres, creencias y prácticas” (Fulbrook 1). La multiplicidad de ritmos de transformación en los distintos ámbitos de las sociedades supone la necesidad de considerar una perspectiva tanto política como cultural. El concepto de “representación” resulta pertinente, precisamente, porque al integrar la realidad vivida y la realidad imaginada (Burke 83-84), orienta la comprensión de la nación hacia esa apertura y articulación de la política y la cultura. De hecho, esa aparente

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división se encuentra en la misma palabra “representación”. En su propia polisemia, ella refiere tanto al mecanismo de representatividad política asociado a los principios republicanos, como a la puesta en escena de una expresión cultural y su asociación con la circulación pública de aquello que se muestra, que implica una intención de ser expresado.1 La representación política, entendida desde la clave de la representatividad republicana, indica una referencia dual y relacional, y supone también múltiples significados. De esta manera, la conceptualización en torno a las representaciones en la esfera cultural establece cierta sintonía con la tradicional representatividad republicana, a través de la disminución de la distancia entre las estructuras políticas y la subjetividad cultural (Chartier 53). En este sentido, la dimensión política implica ciertas representaciones culturales, en la medida en que “comprendemos [la cultura] como un conjunto maleable de símbolos, valores y normas que constituyen el significado que une a las personas con las comunidades sociales, étnicas, religiosas, políticas y regionales” (Aljovin de Losada y Jacobsen 13). De ahí que la articulación de ambas esferas en un tejido que implique considerarlas en conjunto sea necesaria para el análisis de las construcciones identitarias y nacionales. La observación de la política desde una perspectiva cultural y viceversa es especialmente necesaria en la construcción de las naciones, en tanto la figura del Estado nacional no se legitima únicamente en la abstracción de la representatividad política de la ciudadanía, sino que requiere representarse como expresión de la “comunidad imaginada” como nación (Anderson 23). En general, esa comunidad imaginada como nación tiene, efectivamente, un correlato político. En este caso de estudio, ello se materializó

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La representatividad política republicana, por lo general, no es considerada en el uso de las representaciones estudiadas por la historia cultural. Sin embargo, la perspectiva presentada en este artículo busca conectar las esferas culturales y políticas, por lo que parece pertinente notar que se trata de la misma palabra. Lejos de ser una casualidad, esto alude a la interrelación de dichos ámbitos.

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a través de la coalición política del Frente Popular chileno, una amplia agrupación de centro-izquierda que se instaló en el espacio del poder a partir de las elecciones presidenciales de 1938. Esta coalición se presentó como “el primer paso” en una etapa nueva de la nación chilena, en tanto se comprendía a sí misma como la legítima representante de aquello sectores sociales históricamente excluidos de los espacios de poder. En su análisis, es necesario evidenciar los vínculos entre el ámbito político y el espacio cultural, ya que las estructuras políticas habían cambiado sustantivamente y estaban en proceso de consolidación, como ocurriría en el contexto de este Frente Popular. Se va delineando así un campo de cultura pública que no puede desconocer las tramas del poder político ni tampoco las derivaciones del sustrato cultural y que, además, enfatiza su ámbito relacional: “Las identidades son un asunto de hacer tanto como de pensar, de práctica social tanto como de imaginario social, y deben ser estudiadas como tales” (Gunn 132). En las construcciones nacionales e identitarias, la dimensión cultural se configura como un amplio espectro en el que se da forma a las representaciones asociadas a la nación y a la identidad, a través de la generación de relaciones sincrónicas entre la nación que se construye y la comunidad a la que busca representar. En este sentido, en el terreno cultural se interpela a la ciudadanía desde un espacio simbólico que, a su vez, se traduce en políticas públicas decisivas, como la educación o la regeneración social (Silva 202-233). Pero ello no acaba allí, ya que esta dimensión también involucra ciertas actividades culturales en la esfera de las artes y letras, en tanto ellas contribuyen, precisamente, a esa acción de dar forma a las representaciones nacionales e identitarias. En dicha acción, se nutren los idearios políticos que buscan extenderse y expandirse, de manera de acercarse a aquella aspiración permanente de hegemonía en sus propios proyectos de construcción nacional. El Frente Popular buscaba llevar a cabo un proyecto político de transformación de la sociedad mediante un programa de reformas, y radicaba su legitimidad en su base de apoyo popular y mesocrático, haciendo converger culturas políticas radicales, socialistas y comunistas, entre

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otras.2 Por lo tanto, la extensión de la ciudadanía era fundamental en su concepción de la nación, y dicha extensión también debía traducirse en el terreno cultural. Si en las décadas anteriores las actividades que eran aceptada como propiamente “culturales” eran las relacionadas con la “alta” cultura, es decir, aquellas actividades que atañían a las oligarquías y que se guiaban por los modelos establecidos en Europa, ahora ese escenario comenzaría a evidenciar signos claros de transformación. Ese proceso ya había comenzado y, de acuerdo al habitual ritmo de los cambios en el terreno cultural, tardaría algunas décadas más en consolidarse. A comienzos del siglo XX ya se visibilizaban ciertas actividades relacionadas con la cultura popular, quizás la más famosa de ellas, que se vinculaba a una generación cultural de identidad, había sido la lira popular (Sepúlveda 395). Sin embargo, este tipo de expresiones culturales era efectivamente considerado “popular” y, con ello, se implicaba que no suponía un rol protagónico en la actividad cultura nacional, adscrita a los salones del Teatro Municipal o a palacetes de la belle époque santiaguina. Ahora, si bien las muestras de una cultura distinta a aquella de carácter oligárquico existían, y tenían una actividad cada vez más nutritiva y diversa, es posible sostener que, con el correr de las décadas, aquellas transformaciones culturales se fueron instalando, institucionalizando y legitimando. Con la llegada al poder del Frente Popular, se evidenciaba un cambio que ya se venía produciendo tiempo atrás y que necesitaba avanzar en dicha consolidación.

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La compleja negociación que antecedió a la formación del Frente Popular hizo converger en la coalición a partidos políticos que estaban en expansión, como el Partido Radical, el Socialista y Comunista. De hecho, la estrategia de Frentes Populares fue elaborada desde el VII Congreso de la Comintern en 1935, y adoptada por el PC en Chile. Pero además, la agrupación incluyó a agrupaciones sociopolíticas como la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCh), el Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena (MEMCh), el Frente Único Araucano y la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile.

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1.

Intelectuales y cultura en el Frente Popular

La llegada del Frente Popular al poder evidenció transformaciones que iban más allá de la política. No se trataba única y exclusivamente de la elección de un proyecto político por sobre otro, sino también de distintos modos de entender la realidad, de aproximarse a ella y de decidir las acciones que se intentaron a continuación. En este sentido, era una suerte de cultura política, entendiendo por ésta las diversas actitudes que manifiestan el modo en que una tendencia política se inserta en la realidad social (Bobbio 415). En este sentido, un aspecto que se puede comprender como una bisagra entre el ámbito político y el cultural, es precisamente la trayectoria de la cultura popular. Este desplazamiento consistió en que ella se comprendiera a sí misma y fuera comprendida, legítimamente, como la cultura de carácter nacional. En el fondo, se trataba de la instalación de representaciones de la nación que llegarían a ser identitarias. Por lo tanto, ese movimiento de la cultura popular desde una actividad secundaria en la escena nacional, hacia su consideración como la cultura nacional propiamente tal, era un movimiento político. En cierta forma, era un modo de extensión de la ciudadanía y, por lo tanto, con implicancias decisivas en términos de la construcción nacional. De ahí que el gobierno del Frente Popular promoviera el desarrollo de diversas expresiones culturales que remitían a los sectores sociales sobre los cuales legitimaba su proyecto político. De hecho, la importancia de la cultura era presentada por las izquierdas que integraban el Frente Popular, y la entendían en una marcada y directa relación con el concepto de nación: “Las naciones se distinguen unas de otras no sólo por sus condiciones de vida sino también por su fisonomía espiritual que se expresa en las peculiaridades de la cultura nacional” (El Siglo 18/09/40). Aun así, ello no implicaba que, en los años del Frente Popular, la cultura popular hubiera sido considerada unívoca y legítimamente nacional. El punto es que, debido al proyecto político que estaba instalado en La Moneda, la visibilidad que adquirió esa cultura popular como

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potencialmente nacional fue mucho mayor y evidenció el proceso de lentas transformaciones que se había comenzado a producir décadas antes y que continuaría su rumbo décadas después. En el contexto de la década de 1940, algunas de las políticas del gobierno del Frente Popular expresaron preocupación por la cultura, entendiéndola como un aspecto relevante de la labor educativa que se pretendía llevar a cabo, en un sentido ciudadano y también económico. En este sentido la cultura se inscribía en el espíritu reformista que caracterizó estos años del Frente Popular, materializado en reformas que apuntaban hacia la mencionada “obra nacionalizadora” del gobierno y que, a la vez, se inscribían en una ruta coherente con la labor de décadas previas.3 De hecho, en 1937 se había creado la Alianza de Intelectuales de Chile en Defensa de la Cultura, en cuya organización fue fundamental Pablo Neruda.4 Esta iniciativa provenía del “Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura”, realizado en Valencia en julio de 1937. Dicho congreso se insertaba en la misma lógica de los frentes populares a nivel mundial, de resistir los avances del fascismo (Teitelboim 357). Al mismo tiempo, ello enfatizaba la importancia fundamental que se le atribuía a la cultura en esta materia (Poirrier 240). Las ideas detrás de este tipo de asociaciones se vinculaban a una comprensión del rol de compromiso sociopolítico por parte del intelectual o del artista, como un

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Por ejemplo, los avances en materia de institucionalidad cultural eran evidentes, y se remiten a la segunda presidencia de Alessandri. Los principales logros de este periodo fueron la creación del Instituto Secundario de Bellas Artes (1933), Revista de Arte y Radiodifusión Universitaria (1934), Asociación Nacional de Compositores (1935), Asociación Nacional de Conciertos Sinfónicos (1931-1938) e Instituto de Extensión Musical (1940), integrado a la Universidad de Chile en 1942. Durante su gestión, pasaron a ser dependencia del Instituto, la Orquesta Sinfónica de Chile, el Coro de la Universidad de Chile y el Ballet Nacional; y el Instituto de Investigaciones Folklóricas (1944).

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Algunos de los miembros de esta Alianza, además de Pablo Neruda, fueron Vicente Huidobro, Diego Muñoz, Carlos Prendes Saldías, Pablo de Rokha, Rosamel del Valle, Volodia Teitelboim, Alberto Romero, Julio Barnechea, Gerardo Seguel, Luis Enrique Délano y Rubén Azócar.

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ciudadano activo en las transformaciones de su realidad nacional y en contacto con la realidad internacional. La argumentación para la creación de esta Alianza, se estableció en su periódico, Aurora de Chile, en el que se declaró que su motivación se sustentaba, precisamente, en estos principios: un sentido superior del deber, su conciencia de hombre civilizado, su amor a la belleza, su respeto al hombre, le imponía la obligación de hacer algo en esta América joven y generosa para combatir la expansión de esa epidemia espantosa que es el fascismo y para ayudar moral y materialmente a aquellos que en España o en China, en Checoslovaquia o en Alemania, en América o en cualquiera otra parte, luchaban y caían en la represión de la oleada de salvajismo. (Aurora de Chile 3/12/38)

En ese mismo sentido, las gestiones de Neruda en relación con la recepción de exiliados españoles a través del Winnipeg en 1939 respondían, entre otros factores, a esta solidaridad antifascista y a una comunidad artística e intelectual de carácter internacional (Le Blanc 24). Entonces, la Alianza de Intelectuales se situaba en la misma esfera de representación y legitimidad sostenida a partir de los sectores populares: “La Alianza de Intelectuales de Chile para la Defensa de la Cultura, al dirigirse al pueblo chileno, reafirma su voluntad de luchar por el efectivo ejercicio de los postulados democráticos . . . y expresa su fe en el pueblo, porque en él están las fuentes vivas de las esperanzas de una vida social justa, libre, culta y fraterna” (Aurora de Chile 4/08/39). Por lo tanto, esta orientación de la Alianza de Intelectuales convergía con las propuestas políticas del Frente Popular, en especial en torno a las expectativas ciudadanas. Se esperaba la participación de la ciudadanía, lo que se explicaba por el propio espíritu de la Alianza, pero también por la necesidad de complementar las acciones de un gobierno con el cual estaban comprometidos políticamente. El compromiso se hacía más fuerte en relación con el acceso a ese mundo popular en materia cultural. A raíz de la “Campaña pro cultura popular”, se estableció que:

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La Alianza de Intelectuales ha acordado la creación de un departamento de cultura popular para realizar un vasto plan de penetración cultural en todo el país. Se invita a todos los intelectuales del país, profesionales, hombres de estudio, etc., que deseen asociarse a este noble trabajo, para que constituyan en todas las poblaciones de Chile secciones de la AICh y preparen conferencias sindicales, discusiones teóricas, lecturas del libro de la AICh en público, etc. (La Nación 3/01/39)

La sintonía de esta agrupación con el carácter popular de la coalición de gobierno, y la orientación de comprender la cultura popular en una dimensión nacional, era evidente, a lo que se sumaba el espíritu de novedad que la inspiraba:5 “estamos prontos, como siempre, para batallar por la cultura, por el pueblo y por el Frente Popular, encarnación de las tradiciones más populares y democráticas de Chile” (Aurora de Chile 30/11/39). De este modo, es posible observar cómo a través de diversas instituciones y actividades se buscaba cambiar la escena cultural. Aquella “alta cultura” comenzaba a verse complementada por expresiones culturales que tendían a identificar y representar a aquellos sectores de la sociedad históricamente excluidos de ella. En este sentido, el carácter popular con que el gobierno se caracterizaba a sí mismo se conectaba con la instalación de medidas que favorecieran la actividad cultural, pero dirigida hacia aquel sector de la población: “Por Decreto de fecha reciente, expedido por intermedio del Ministerio de Educación Pública, se establecen, anexos a los establecimientos educacionales, escuelas y cursos complementarios de ampliación cultural y especialización técnica del trabajo, destinados a los obreros y empleados en general” (Mensaje Presidencial

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El periódico de la Alianza de Intelectuales circuló hasta 1940, fecha en que esta agrupación parece haberse disuelto. Es oportuno destacar el nombre de la publicación, haciendo obvia alusión al periódico de la independencia, y cómo desde la cultura, en pleno siglo XX se intentaba dar cuenta de aquel afán de independencia, ahora en términos culturales y económicos.

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114). Evidentemente, ese tipo de iniciativas se vinculaba a los objetivos establecidos en las diversas políticas educativas del Frente Popular, y su fundamento de regeneración social. En esa lógica se insertaba la acción del Departamento de Extensión Cultural: Para responder a las finalidades que le son propias como organismo destinado a la cultura social del obrero, el Departamento de Extensión Cultural ha continuado orientando principalmente su labor a la educación cívica y moral de las clases trabajadoras y, en seguida a su educación artística y a suministrarle nociones de cultura general, dentro de un sentido práctico de capacitación técnica. (Mensaje Presidencial 214)

Con la creación del Departamento de Extensión Cultural quedaba en evidencia la relevancia que el gobierno daba a la actividad cultural de los sectores populares. Efectivamente, esta dirección se establecía hacia el pueblo, porque este departamento estaba asociado al Ministerio del Trabajo, y se aludía explícitamente a las clases trabajadoras. Apuntando hacia este pueblo, se vinculaba la actividad cultural con la educación cívica y con la capacitación técnica. Lo que se observaba era la necesidad de llevar expresiones culturales a aquellos sectores que no accedían a la cultura, tanto por su situación socioeconómica como por su eventual aislamiento geográfico. Por ejemplo, se establecieron actividades que favorecían este desplazamiento geográfico de la cultura: La Dirección Superior del Teatro Nacional ha emprendido dos obras de gran aliento para la escena y para el desenvolvimiento de la cultura popular: El Escenario Portátil inaugurado en Mayo del año pasado, con asistencia de no menos de veinte mil espectadores, y que ha continuado ofreciendo numerosos festivales tendientes a enaltecer el espíritu de nuestro pueblo y alejarlo del vicio, y el Teatro carpa, una sala de espectáculos netamente popular y de fácil movilidad, una novedosa y feliz innovación, que permitirá llevar esta clase de espectáculos a los rincones más apartados del país. (Mensaje Presidencial 59)

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Nuevamente, quedaba de manifiesto la relación entre la actividad cultural, los objetivos de mejoramiento educativo y el fin de regeneración social, en sintonía con lo que se articulaba en otros espacios de políticas públicas. Pedro Aguirre Cerda establecía explícitamente que la disponibilidad de actividades culturales era un complemento a aquellas directrices de regeneración establecidas en la Defensa de la Raza y el Aprovechamiento de las Horas Libres (Silva 217).6 En cierta forma, la cultura adquiría una visibilidad “oficial” que potenciaba aquel desplazamiento de la cultura popular hacia su comprensión nacional, profundizando el proceso que había comenzado años antes. El modo en que se pretendía extender la actividad cultural se entrelazaba con los objetivos políticos de ampliación ciudadana y eugenésicos de regeneración racial. Para enfrentar aquellos “vicios” del pueblo, y en sintonía con las propuestas de la Defensa de la Raza, es que se promovía la generación de actividades como “Programas teatrales y deportivos gratuitos”. Como medida básica, estimó que esta lucha dentro de nuestro pueblo no puede ni debe ser a base de conferencias técnicas; folletos de propaganda, discursos o afiches ilustrativos, sino prácticamente, proporcionando a nuestras clases necesitadas motivos de distracciones sanas y recreativas que por razón natural tiendan a separarlos del vicio . . . de nada servirá predicar una y mil veces sobre las consecuencias nefastas del alcoholismo mientras nuestro pueblo no tenga sitios y ocasiones donde recrearse y divertirse en sus días libres de una manera económica y comprensiva. (La Nación 11/09/39)

Entonces, se trataba de la acción estatal de reforzar la promoción de actividades consideradas “saludables”, también en el terreno cultural, dirigidas a una audiencia popular, asociada con el mundo obrero. Lo anterior

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La Defensa de la Raza y Aprovechamiento de las Horas Libres fue una iniciativa presidencial que buscaba crear instancias de esparcimiento y ocio para las clases trabajadoras, que instalaran en ellos prácticas higiénicas y saludables, básicamente, para alejarlos de prácticas relativas al alcoholismo.

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se materializó en el mencionado Departamento de Extensión Cultural, dependiente del Ministerio del Trabajo, el que operaba antes de la llegada del Frente Popular. En enero de 1939, haciendo recuento de las actividades del año anterior, ya se daba cuenta del objetivo de extender la cultura hacia los sectores populares. Y la intención era, precisamente, la difusión, con un público determinado, a través de las “Jornadas de difusión cultural obrera”: Cabe mencionar en este capítulo la obra cumplida por el Departamento de Extensión Cultural del Ministerio del Trabajo. Sus veladas y conferencias de la Sección espectáculos en Sindicatos y Sociedades alcanzaron apreciable concurrencia y sus programas fueron aplaudidos. En especial desarrollaron provechosas labores los diversos cursos, la biblioteca central y las bibliotecas jardines, los recreos infantiles dominicales de la sección gremial y las vacaciones obreras colectivas. Las jornadas de difusión de teatro chileno, a base de comedias, dramas y sainetes nacionales alcanzó también general aceptación y simpatía. (La Nación 01/01/39)

Se trataba, entonces, no sólo del acceso de determinado tipo de audiencias o espectadores a actividades culturales, sino también de la promoción de ciertas expresiones culturales que comenzaban a entenderse como decisivas en la difusión de la cultura nacional, con las ambigüedades y tránsitos que aquel apelativo de “nacional” implica. En este sentido de ampliación y difusión cultural hacia los sectores populares, cabe destacar la acción de la Universidad de Chile, que ya cumplía un rol cultural relevante en el país. A propósito de los cursos de la Escuela de Verano realizados en esta universidad, el gobierno sostuvo que “Actividades como éstas, que rebasan la labor eminentemente universitaria en su sentido clásico, porque opera un fenómeno de culturización que llega a todas las capas sociales, merecen en todo momento el apoyo incondicional del gobierno, que sabe que la cultura es democracia y es liberación” (La Nación, 03/01/39). De ahí la importancia que el Frente Popular le otorgaba a la actividad cultural, al considerar que ésta

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era “democracia y liberación”. Lo anterior, además, se reforzaba con la idea de las relaciones de Chile en el contexto latinoamericano. Estos cursos de verano auspiciados por la Universidad de Chile tienen también en mi concepto un significado especial. Constituyen una poderosa herramienta americanista, ya que están presentes en esta sala maestros y alumnos de otras patrias. Chile tiene contraída una obligación moral con las patrias americanas, para crear la verdadera unidad social y espiritual de los pueblos, que tiene un mismo origen y un mismo destino. (La Nación 03/01/39)

En esta nota de La Nación se expresaban diversas nociones vinculadas a las representaciones de la nación chilena. Una de ellas era la “obligación moral” del país, que se sustentaba en aquellas ideas de excepcionalidad chilena. Al mismo tiempo, se declaraba una intención americanista, de resaltar las similitudes en las rutas de los respectivos desarrollos nacionales. Ambas representaciones de la nación, la excepcional y la americanista, no se comprendían como excluyentes, sino que convergían en el discurso cultural. En el ámbito cultural se buscaban fortalecer aquellas condiciones y objetivos que caracterizarían a las naciones americanas. Si bien esta actividad se desarrolló en el marco de la Universidad de Chile, el gobierno entendía que la labor del Estado en cultura iba mucho más allá de la acción de la universidad estatal. De hecho, se trataba de la acción estatal en sintonía con diversos actores, entre los que se contaban a la Alianza de Intelectuales o la Universidad de Chile, pero que no terminaba allí. A propósito de una reunión entre Pedro Aguirre Cerda y los representantes del Consejo Nacional de Cultura Obrera, se observaban los lineamientos que se extendían desde el Estado en la promoción de la cultura a nivel nacional. centralizados o refundidos en un solo servicio de proporciones amplias, con un Consejo Asesor, en el cual tengan la debida representación los propios

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obreros y, por consiguiente, el organismo en que actualmente se encuentran agrupados, sus beneficios alcanzarán a todos los sectores populares del país y no solo a los obreros organizados y restringidamente. (La Nación 20/05/39)

Así, el rol del Estado como agente centralizador, y luego, nacionalizador, era evidente. Por otra parte, el deseo de ampliar el acceso a la cultura era expreso y, al mismo tiempo, se tenía cierta conciencia de las limitaciones de dicha extensión a través de las organizaciones sindicales para acceder “realmente” al pueblo. De hecho, el Estado tenía mecanismos para acceder a aquellos sectores populares configurados en sindicatos, pero el problema era cómo llegar a aquel pueblo que no era parte de una organización formal.7

2.

Cultura popular y cultura de masas

En el contexto del Frente Popular, es necesario considerar que, en materia cultural, había nuevas tecnologías disponibles, que cambiaban no sólo la producción y la circulación cultural, sino también la comprensión misma del concepto de cultura. Eran los inicios de la llamada cultura de masas (Rinke 44), que se desarrollaba en distintas partes de Occidente y que, además, comenzaba a consolidarse como parte fundamental de diversos regímenes políticos,8 en un sentido de difusión y extensión de las representaciones identitarias que contribuían a la legitimación de dichos gobiernos.

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Es interesante notar cómo ese pueblo, lejos de los sindicatos y organizaciones de trabajadores, adquiriría progresivamente más protagonismo en la política, y de manera transversal a las ideologías de la época. Esto se tradujo, por ejemplo, en programas de gobierno como la Promoción Popular de Eduardo Frei Montalva.

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Por cierto, en referencia a la cultura de masas y fiestas públicas, quizás el caso más emblemático es el de la Alemania nazi (Mosse 161).

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Parte de la formación de esta cultura de masas correspondía, entonces, al desarrollo de nuevas tecnologías que, en este caso, cambiaban la comprensión de cómo la cultura podía desplazarse y circular a través de la nación. Una de las tecnologías de gran relevancia en aquel momento era la radio. La transmisión radial en Chile había comenzado apenas algunos años antes, en 1923, pero experimentó un rápido desarrollo (González y Rolle 201). Este rápido desarrollo de la radio tuvo incidencias importantes, ya que, de algún modo, contribuía a estrechar el espacio territorial y aportaba en la construcción de una cultura común. Al mismo tiempo, contribuía en este desplazamiento que ocurría con la cultura en general, desde el espacio segregado del apelativo “popular” hacia un progresivo carácter nacional. De hecho, en el contexto del Frente Popular ya existía cierta conciencia de los efectos que se podían conseguir mediante cierta programación radial. Por ejemplo, ante la declaración que “Hay necesidad de difundir la cultura y otros conocimientos entre los obreros”, se elaboró un argumento a partir, precisamente, del potencial de la radiofonía: “uno de los medios de conseguir esta finalidad sería organizar la ‘hora obrera’ en diversas radios de la República, tal como la hora obrera de radio nacional del Perú, nacida bajo los auspicios del Ministerio de Salud Pública, Trabajo y Previsión Social, y que constituye una de las más interesantes actividades de la Oficina de Extensión Cultural Obrera” (El Mercurio 11/09/38). Luego, a partir de la experiencia del Perú, se explicó que esta instancia no se limitaba exclusivamente a la difusión de ciertas expresiones de la cultura popular, sino que, además, estaba en sintonía con las ideas del próximo gobierno del Frente Popular respecto a regeneración social. En la inauguración de esta hora, las audiciones tiene por objeto divulgar entre los trabajadores las leyes de carácter social; dar a conocer sus derechos y obligaciones; las ideas de disciplina y contracción al trabajo; instruirlos acerca de las reglas de higiene, beneficios de la previsión, ventajas de la especialización en el trabajo; y el deber de proteger, amparar y propender a la mejor educación de los hijos. (El Mercurio 11/09/38)

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Es interesante que esta nota sobre las posibilidades radiales para contribuir al acceso a la cultura por parte de los sectores obreros, terminara con una demanda hacia los espacios de poder. Por cierto, más allá de la cultura, la radio era una herramienta efectiva para extender los alcances de la propia política. De hecho, a raíz de una información respecto a la transmisión radial de Mensaje Presidencial del 21 de mayo de 1939 se podía inferir el alcance de la radio para esos años en Chile. En los pueblos de provincias se instalaron altoparlantes en las plazas y paseos, en los cuales se congregó numeroso público, que siguió con atención la lectura de Mensaje Presidencial. En varios pasajes del mensaje, el pueblo prorrumpió en aplausos y al final de la transmisión el pueblo tributó entusiastas ovaciones al Excmo. Señor Pedro Aguirre Cerda y al Frente Popular. (La Nación 2/05/39)

Entonces, la conciencia sobre cómo se podía hacer converger los nuevos medios de comunicación masivos y los fines políticos del gobierno se volvía más clara. Se trataba de la comunicación instantánea, el impacto de la inmediatez y, por cierto, la extensión y amplitud a la que se podía acceder. Las demandas hacia la promoción de la cultura nacional, en relación con el uso y potencial de nuevas tecnologías no se limitaban a la radio. Ellas también se encontraban en el cine, en concreto, en el cine sonoro, que se había instalado en Chile hacía pocos años, en 1930. Esto ampliaba las posibilidades de este medio de comunicación y entretención, así como extendía los posibles vínculos e influencias culturales que se establecían a través de un medio tan atractivo como el cine. Al igual que en otras esferas, los esfuerzos que se hacían en materia de cine eran previos al Frente Popular, entre los que destaca la labor de Carlos Ibáñez al respecto, que intentó promover la producción cinematográfica nacional (Iturriaga 511). Esos esfuerzos continuaron durante la presidencia de Aguirre Cerda, quien se ocupó del desarrollo del cine. Ello se presentó, incluso, en los

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anexos del Mensaje Presidencial de 1940, también a partir de cierta comparación con lo que sucedía al respecto en otras naciones. El creciente desarrollo alcanzado por la cinematografía en países vecinos al nuestro, ha servido para que la Dirección del Teatro Nacional intensifique en nuestro país la producción propia, ya que es patriótico aprovechar el eficiente e incomparable medio de difusión que significa el cinematógrafo para impulsar la cultura nacional y darla a conocer, con mayor amplitud, fuera de los límites territoriales. (Mensaje Presidencial 40)

Por cierto, en el tono inclusivo y de ampliación cultural, se proponía el acceso de sectores sociales medios y populares a estas nuevas formas de expresión de la cultura nacional, que incluía actividades como las funciones de cine. La lógica era similar a la observada en otras esferas de acción del gobierno: desde el Estado se apuntaba a impulsar y proveer ciertas actividades dirigidas al mundo popular. El Departamento de Extensión Cultural, dependiente ahora de la Dirección General de Informaciones, ha ampliado considerablemente su labor en beneficio de la cultura popular, organizando veladas en centros obreros, conferencias, conciertos, cursos de divulgación cultural, audiciones radiotelefónicas, y ofreciendo funciones de cinematógrafo en locales obreros y al aire libre. (Mensaje Presidencial 60)

En realidad, diversas actividades se vinculaban al cine, en tanto el formato y la infraestructura permitían esas conjunciones. Por ejemplo, para el estreno de una pieza teatral (“La Conquista de los Mares”), se publicó que “Como complemento se estrenará un noticiario paramount de Chile, en colores” (El Diario Ilustrado 21/05/40). Así confluían la nueva tecnología, una actividad artística, una temática de referencia nacional interna, y el uso de terminología proveniente del extranjero, que ya era frecuente.

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La administración de teatro Santiago este año como los anteriores hará actuar desde el martes próximo en combinación con la película paramount ‘El embrujo del trópico’, un conjunto típico chileno del que forman parte la simpática estilista Ida Herrera, ‘la chilenita’, el campeón chileno de cueca Zúñiga y dos parejas de guitarristas y acordeón, número que servirá para celebrar las festividades patrias. (El Mercurio 11/09/38)

El tema del desarrollo del cine era especialmente sensible durante los años del Frente Popular. Ello se expresó en el hecho que, casi inmediatamente después de la muerte de Pedro Aguirre Cerda en 1941, se decretó la creación de ChileFilms, dependiente de CORFO (Corporación de Fomento de la Producción), lo que se materializó tan sólo un año después (Ossa 46). Básicamente, la CORFO se estructuraba a partir de departamentos, que en un corto plazo, debían llevar a cabo ciertas acciones para contribuir al desarrollo e industrialización de los sectores tradicionales de la economía. Además, se estableció un programa de desarrollo de “industrias diversas” (Gobantes y Peirano 33), entre las cuales se encontraba la industrial del cine chileno. Aunque se comprendía el potencial que tenía la industria del cine, en el caso chileno, posiblemente, se tenía la conciencia que ese potencial no radicaba en razones económicas. Era poco probable que una industria cinematográfica nacional pudiera competir con la industria de Hollywood y su impacto en el país (Purcell 17), que ya mostraba su expansión y poder. Pero sí se tenía cierta conciencia del discurso identitario que se expresaba, por ejemplo, en el cine argentino o mexicano, con gran llegada a salas nacionales. De este modo, se llevó a cabo la iniciativa de fomentar el cine nacional a través de ChileFilms que, si bien no se extendió en el tiempo, ya que fue vendida en 1949, daba cuenta de la relevancia que se le dio a esta expresión cultural. Por otra parte, las temáticas abordadas por las películas nacionales estrenadas en aquellos años también eran interesantes, ya que expresaban cómo desde esta actividad cultural se intentaría cierta construcción de identidad.

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En las temáticas de las películas, ya fuera en formato de documental o de largometraje de ficción, se observaba una cierta frecuencia de aspectos vinculados a la naturaleza, al campo, y a sujetos sociales asociados a estos escenarios.9 Por cierto, ello no implicaba la dedicación exclusiva al ámbito rural, sino un énfasis en una identidad popular. De hecho, la película chilena más exitosa de la década de 1940 fue “Verdejo gasta un millón”, estrenada en 1941, en alusión al personaje de la Revista Topaze creado por Jorge Délano (Mouesca 321). A su vez, estos elementos eran trabajados a nivel literario, sin olvidar que, muchas veces, las relaciones entre cine y literatura son estrechas, en la medida en que es frecuente que textos narrativos se adapten como guiones para ser llevados al cine. Si en los comienzos del cine, en la etapa del cine mudo, había predominado la temática histórica, en esta fase se observó una mayor presencia del cine costumbrista, que incorporaba la presencia del mundo popular y, en especial, del mundo campesino. Esto se evidenciaba, incluso, en las notas de prensa: Hay que lograr un cine chileno, propio, con nuestros políticos y nuestras muchachas hermosas, nuestros huasos, nuestro mar y nuestras montañas desafiantes. Un producto ‘made in Chile’ que nos gustará, sin duda alguna, por vernos reflejados en la acción de cada intérprete y por dejar llorar nuestro corazón en cada rasguear apasionado de las guitarras. (Ecran 15/08/39)

Entonces, el afán de contar con producción nacional también estaba presente en el cine, a través de un énfasis en resaltar cierta identidad campesina, que se presentaba como prístina, auténticamente chilena. Ella se contraponía al mundo urbano, de gran relevancia y dinamismo por ese entonces, pero menos proclive a la generación de representaciones identitarias transversales que ese entorno campesino de tono bucólico y local. Los elementos que se tomaban de ese escenario rural permanecían

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Para dar cuenta de esto, por ejemplo, en 1939 se estrenaron “El hechizo del trigal”, “Hombres del sur”, “Dos corazones y una tonada”; en 1944 “Flor del Carmen”, en 1947 “Si mis campos hablaran”, en 1948 “Mis espuelas de plata” y “Tonto pillo”.

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más estables en el tiempo, y “remiten al mundo de la hacienda del valle central, concebida como la matriz fundacional de la chilenidad pura, no contaminada por rasgos culturales universalistas” (Santa Cruz 135). Lo cierto es que, en el imaginario nacional, el espacio del campo y, más precisamente, del valle central remitía al espacio tradicional, al entorno en que se había forjado la historia de la nación, y que acuñaba a los personajes que resonarían a través de generaciones como propiamente chilenos. La pregunta es entonces por qué el Frente Popular, que se veía a sí mismo como promotor del cambio y de las reformas que llevarían a una nueva reconstrucción nacional, se asociaba con la promoción de este imaginario y entorno de carácter tradicional, precisamente menos proclive a las transformaciones y más resistente a los cambios.

3.

Chilenidad en las artes y letras

Esta tendencia de mayor protagonismo de la ruralidad observada en el cine, también se reflejó en otras expresiones culturales. En este sentido, en el mundo de las letras se generaron y fortalecieron tendencias que apuntaban, precisamente, a esta visibilidad de los espacios geográficos que se comprendían como representaciones identitarias. Sin embargo, respecto a esta visibilidad y protagonismo del espacio rural y de los personajes asociados a él, se produjo un doble significado. Si bien, efectivamente, ese era el espacio que contenía la tradición y que se remontaba incluso a tiempos coloniales de la hacienda, los contenidos asociados a ese entorno también fueron desplazándose. En la literatura, esta corriente fue denominada “criollismo”, y contó con varias “oleadas” de producción narrativa10. Una primera instancia, a fines del siglo XIX e



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Es importante destacar el hecho que el criollismo no nació, en ningún caso, con el Frente Popular, sino que, tal como se menciona, contaba ya con varias décadas de desarrollo cuando esta coalición asumió el poder en Chile. Sin embargo, el propósito aquí es destacar la convergencia entre ambos, y observar cómo el criollismo se inscribió simbólicamente en torno a las políticas del Frente Popular.

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inicios del XX, se denominó a veces como “escuela campesina” (Montenegro 331), y trabajó un tono principalmente descriptivo; luego, en las siguientes décadas, “Los campesinos ya no eran objetos de representación y descripción sino más bien sujetos involucrados en acciones e interacciones verbales. Simplemente, los alguna vez tranquilos campesinos ahora tenían voces propias y cosas importantes que decir” (Barr Melej, Reforming Chile . . . 115). El criollismo, con las temáticas asociadas al espacio rural y a los personajes de extracción popular y campesina, se desplazaba en la misma dirección que parecía moverse el ámbito cultural en general y, aún más, contribuía en la promoción de aquellos sectores populares protagónicos del Frente Popular. Incluso, en aquellas tendencias previas del criollismo se habían establecido estrechos vínculos con el Partido Radical: “los criollistas buscaban democratizar los conceptos de ‘nación’ y ‘cultura’ demostrando el valor de las tradiciones y estilo de vida de la clase baja, incorporando al ‘otro’ campesino, incluyendo al huaso, en una visión más amplia e integradora de la patria” (Barr Melej, “Imaginando…”, 95). En esta temática, se presentaba el desafío tradicional del enfrentamiento permanente del hombre y la naturaleza, y de ahí que se comprendiera el tono épico y fundacional de esta corriente. Hay que precisar que se sostenía que el criollismo no era exclusivamente rural (Latcham 11), sino que también podía incorporar temáticas urbanas, en cuyo escenario el antagonismo era similar. En cualquier caso, el criollismo efectivamente tuvo ciertas incidencias en términos de construcción de identidad: “El criollismo, con todos sus defectos, es un fruto espontáneo de la tierra chilena. Por eso, aunque le quede mucho de los residual del realismo y del naturalismo en sus obras más singulares no trasciende a artificio retórico ni a simiesco diletantismo” (Latcham 11). Sin duda, el criollismo mostraba y hacía protagonistas a personajes y escenarios que antes no se observaban con tal claridad. Esa visibilidad tenía incidencias relevantes, de hecho, porque expresaba intenciones de construcción de identidad en una clave territorial, las que se vinculaban al Estado (Álvarez 43).

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Como es habitual respecto a corrientes literarias o más ampliamente, culturales, en torno al criollismo se produjeron numerosos debates, respecto a su valor estético y narrativo y al rol que debía cumplir la literatura en la sociedad, entre otros. En estos debates participó buena parte de la escena literaria del momento, como Mariano Latorre, Augusto D’Halmar, Luis Enrique Délano, Salvador Reyes, Fernando Santiván, Luis Durand, entre otros. Aquellas discusiones eran parte de la coexistencia del criollismo con otras corrientes, como el imaginismo, o el mundonovismo.11 A continuación, la novela social experimentaría mayor visibilidad y relevancia en la escena literaria. Esta conjunción de criollismo y novela social ciertamente se interrelacionaba con la cultura política y con las propuestas del Frente Popular.12 Tal como su nombre lo indica, el contenido social fue lo que adquirió mayor protagonismo, y ello se expresó en la llamada Generación del 38:13 “Esta generación, que se refiere a un conjunto de poetas y narradores de estilos y características heterogéneas, se mantiene unida por una actitud común frente a la situación socio-política de Chile en esa época” (Zaldívar 99). Y ese compromiso político se conjugaba con este aspecto telúrico de las representaciones identitarias. Algunos años más tarde, el propio Nicomedes Guzmán sostendría que “Chile posee una nacionalidad profundamente arraigada en la tierra y un alma cuyos filamentos se aferran firmemente en aquellos grupos humanos del pueblo trabajador y anónimo” (citado en Álvarez 164).



El mundonovismo, situado en torno a los Centenarios de las Repúblicas americanas integraba un componente estético con cierta intención de cambio social, y pretendía ser expresión de una identidad americana



Parte de este movimiento incluye a “Mañana los guerreros”, de Fernando Alegría; “Eloy” de Carlos Droguett; “Los feroces burgueses” de Luis Merino Reyes; “La sangre y la esperanza” de Nicomedes Guzmán; “Tierra del Fuego” de Francisco Coloane; “Norte Grande” de Andrés Sabella; “Hijo del Salitre” de Volodia Teitelboim.



Algunos nombres de la llamada Generación de 1938 son Manuel Rojas, Francisco Coloane, Carlos Droguett, Fernando Alegría, Volodia Teitelboim, Nicanor Parra y Nicomedes Guzmán.

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En el fondo, se trataba de reaccionar contra el ensalzamiento puro de la naturaleza, e intentar darle contenido social. La visibilidad y el uso simbólico que se le dio al componente rural a través de las artes y letras se expandió, y el criollismo, como expresión de este nacionalismo cultural que orientaba las políticas públicas del Frente Popular, llegó a ser el género literario dominante a mediados de los años 30 (Barr Melej, “Imaginando…”, 117). Se trataba de la relevancia del elemento popular en la cultura, pero también hay que considerar que el tema de la tierra fue una importante representación identitaria, en tanto podía generar una apariencia de homogeneidad, por sobre las disputas políticas que suscitaría.14 La importancia de la literatura y de la cultura en general, incluyendo este giro hacia los contenidos y preocupaciones sociales era evidente, por ejemplo, al considerar que sólo unos años después, en 1942, se creó el Premio Nacional de Literatura (Ley nº 7.368). Esto indicaba la intención de relevar y valorar la literatura chilena propiamente tal, y esa intención se concretó, lógicamente, por parte del Estado, en la figura de un reconocimiento “oficial”. La presencia del espacio rural, así como del espacio urbano, se vio reflejada, por ejemplo, en que, junto con temáticas campesinas, se relevó la figura del roto, que en sí misma integraba aquellos conceptos de raza: “En otros temas es altamente interesante y simpática la odisea del roto chileno; su pintura es exacta y da una idea cabal del carácter de nuestro pueblo y de nuestra raza esforzada, valiente y de una espiritualidad andaluza innegable” (El Mercurio 11/09/38). Así, la figura del roto sintetizaba aspectos raciales, de carácter propiamente chileno y, a la vez, hacía presente el antepasado español. De la descripción de “simpático” por parte, por ejemplo, de El Mercurio, en el mundo de las letras, el roto pasará a tener otra visibilidad y significado: “Tomemos un libro sobre raza chilena, y observaremos un hecho extraordinario: cincuenta páginas a describir el



14

Es preciso recordar que la reforma agraria era parte del programa de campaña del Frente Popular. Sin embargo, ésta nunca llegó ni siquiera a discutirse en el Congreso.

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carácter del ‘roto’; no más de veinte estudian la clase alta” (Subercaseaux, 100). De este modo, se “postulan las bases de una nueva tendencia que más allá de ser una pura forma literaria anhela la corporeización del ‘alma nacional’ como actitud de vida . . . nuestro pueblo y su arquetipo formidable, la figura heroica del roto” (Vergara 187). Estas breves referencias a las corrientes y tendencias culturales de la época daban cuenta que lo que sucedía en Chile no implicaba, en absoluto, un rechazo ni negación de las tendencias culturales a nivel global. Sin embargo, hubo declaraciones que indicaban una necesidad de volcar la mirada a lo que sucedía, culturalmente, en términos nacionales, teniendo en consideración las diversas críticas de “europeización” que ya se escuchaban en Chile desde los años del Centenario. Somos un pueblo eminentemente importador, y vivimos más de los que nos prestan que de los que tenemos. Hechas nos llegan las ideas, los sentimientos, los trajes y los sombreros . . . Somos europeos de alma y cuerpo, y por más que las expresiones felices de algunos visionarios quieran convencernos de los contrario, el europeísmo nos devora y la imitación nos empequeñece. (La Nación 14/09/39)

Desde esta explicitación del afán de imitación de Chile, que se manifestó de manera evidente en las artes, se promovió la necesidad de nacionalizar las expresiones culturales. El potencial nacionalista del ámbito cultural quedaba de manifiesto, con lo que se volvía interesante para nutrir diversas representaciones identitarias. A propósito del desarrollo musical, se realizó una comparación con otras expresiones culturales en este ámbito que expresaban un componente identitario: Así, la música, que es arte primigenio en todo pueblo de cordura patriótica, está reemplazada en el corazón de nuestra nacionalidad por cantares que nada dicen a alma popular. La canción mexicana, el tango arrabalero y la rumba erótica, son melodías que satisfacen hasta la saciedad el gusto elemental de nuestras multitudes. Antes ellas se ha opacado en el olvido la vibrante

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canción criolla, tan llena de emotividades sugerentes y tan impregnadas del sabor de nuestra tierra. (La Nación 14/09/39)

Aquí se presentaba un componente territorial de pertenencia, y a partir de él se proponía un desplazamiento hacia su potencial como factor de construcción identitaria, que, a su vez, integraba el aspecto racial vigente en la época. La cultura era un modo en que una colectividad podía tomar conciencia sobre sí misma: “El pueblo requiere ser dueño de su cantar para conocerse a sí mismo y con su propia creación debe entonar sus glorias y atenuar sus dolores. La canción popular, perdida por postizos acordes que no cuadran a nuestra idiosincrasia, es en todas partes el fundamento de una bien entendida racialidad (sic)” (La Nación 14/09/39). Esta orientación cultural hacia la naturaleza y el paisaje también dejaría espacio para promover cierta descentralización, en tanto eran los diversos paisajes y territorios que componían el país los que buscaron hacerse presentes en las expresiones de las letras y las artes. Ello, a su vez, se vinculaba a la promoción del turismo nacional, tal como interpelaba la revista En Viaje: “Usted no lo ve todo desde la ventanilla de un vagón. Hay también un paisaje psicológico que sólo se transparenta en la literatura regional y costumbrista” (En Viaje 08/39/19). Nuevamente la dimensión territorial se relevaba y rescataba a propósito del desarrollo cultural del país. Las representaciones de la nación asociadas al componente telúrico adquirían así una soterrada relevancia que se pondría cada vez más de manifiesto y que, a su vez, entregaba otra perspectiva de construcción identitaria.

4.

Consideraciones finales

El Frente Popular chileno ha sido observado, generalmente, como un paso relevante en la ampliación de la política chilena. Su acción en torno a la cultura ha sido menos visible en la perspectiva historiográfica.

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Sin embargo, en torno al Frente Popular se llevaron a cabo desplazamientos que se centraron sobre la conciencia de la cultura como un espacio de promoción de la construcción identitaria, con un potencial de dirección en este sentido popular que se buscaba. En esta dimensión cultural, es posible observar cómo la política necesitaba de este campo simbólico, en el que, además, las resistencias a esas configuraciones identitarias serían más flexibles. En este sentido, el rol que comenzó a tomar ese espacio geográfico pseudo “natural” del valle central, tuvo relevancia en esas representaciones de la nación. Si bien las naciones y sus identidades suelen tener un correlato geográfico que se expresa de una u otra forma en la política, esa visibilidad cultural del territorio confluyó, sincrónicamente, con el proyecto nacional del Frente Popular. La paradoja radica en que se trataba de una coalición política que se comprendía a partir de un espíritu de reforma, y que buscaba profundizar las transformaciones que experimentaba la sociedad chilena. Al mismo tiempo, esa coalición anclaba parte de su sustrato cultural en un espacio tradicional por antonomasia, en un entorno geográfico que remitía a un pasado colonial y a un clima de permanencia e inmovilidad. Esa dualidad entre el hito de transformación y de “nueva era” que el Frente Popular pretendía configurar y la continuidad de una mentalidad rural que entraba a la escena cultural se vuelve, entonces, relevante. Acaso, la operación consciente consistía en acompañarse de sustratos permanentes y que generaran poca resistencia, como el paisaje bucólico del valle central, y permitir así los flujos de transformaciones que estaban en la expectativa de su cultura política. Pero quizás, no se trataba de una operación del todo consciente, sino más bien de los movimientos subterráneos de la cultura nacional anclada en esos espacios fundacionales, oligárquicos y excluyentes. A pesar de que se tratara de una coalición que venía con vientos de cambios.

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Revista de Humanidades Nº35 (ENERO-JUNIO 2017): 241-265 ISSN: 07170491

RESPECTO DE LA NO CIÓN DE FRONTERA: PENSAR CONTRA LA NATURALIZ ACIÓN DE LAS IDENTIDADES 1 A B OUT T H E NOTION O F B O R DE R : T H INKING AGAINST T H E NATU R ALI Z ATION O F T H E IDENTITIES

Alejandro Bilbao Universidad Andrés Bello Escuela de Sicología Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales Fernández Concha 700 Las Condes Santiago de Chile [email protected]

Resumen Este artículo indaga sobre tres ámbitos de reflexión relativos al problema de las fronteras y la naturalización de las identidades. En un primer ámbito, son analizadas las distinciones

1



El presente artículo forma parte de una investigación más vasta desarrollada en el marco del proyecto Conicyt/ Fondap/15110006, Línea: patrimonio cultural. Centro Interdisciplinario de Estudios Interculturales e Indígenas (ICIIS).

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imaginarias que la delimitación de un territorio y/o dominio genera para pensar la representación de una colectividad social. Al respecto, son analizados algunos argumentos relativos al nacionalismo y su forma de hacer con los límites imaginarios abiertos por la noción de frontera. Un segundo ámbito de reflexión atañe al desplazamiento multiforme de las fronteras y su participación en la naturalización de las identidades. En un tercer ámbito, se exponen las dificultades relativas a la definición del espacio fronterizo, cabida cuenta de la polisemia de sus alcances. Palabras claves: Frontera, identidad, Nación, nacionalismo, gobierno.

Abstract This article inquires into three reflection fields related to the problem of the borders, and the naturalization of the identities. In the first field, we analyze the imaginary distinctions generated by the delimitation of a territory and/or domain to think about the representation of a social collectivity. In this regard, we analyze some arguments related to the nationalism and its way of doing with the imaginary limits, opened by the notion of border. A second reflection field has to do with the multiform displacement of the borders and its participation in the naturalization of the identities. In a third reflection field, we expose the difficulties related to the definition of the border areas, considering the polysemy of its scopes. Key words: Border, Identity, Nation, Nationalism, Government.

Recibido: 07/10/2015 Aceptado: 19/04/2016

“La perdida virtualmente completa hasta de la ficción de una economía nacional, de la que hubo alguna evidencia en la época de los estados fuertes socialistas y la

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planificación central, deja ahora el campo cultural como el principal escenario donde representar fantasías de pureza, autenticidad, fronteras y seguridad”. (Arjun Appadurai, El rechazo de las minorías, 2007)

Las ideas vertidas en este artículo analizan tres ámbitos de reflexión abiertos por la noción de frontera en la actualidad: En primer lugar, se toman en cuenta las distinciones imaginarias que la delimitación de un territorio y/o dominio genera para pensar la representación relativa a la singularidad de una colectividad social. Este primer punto, convoca algunos argumentos relativos al nacionalismo y a su forma de hacer con los límites imaginarios abiertos por la noción de frontera. En segundo lugar, se observa el desplazamiento multiforme de las fronteras y su participación en la naturalización de las identidades. En tercer lugar, se exponen algunas ideas relativas a la polisemia que la noción de frontera genera en su definición. Este triple ámbito de análisis, se enmarca en la consideración de ciertos elementos históricos y filosóficos que a propósito de las fronteras, muestran las relaciones que las colectividades humanas mantienen con la determinación de los sentidos que delimitan su imaginario. El corpus de estos elementos histórico-críticos referidos a las fronteras, permite apreciar que la organización de las comunidades imaginadas transita acorde a apreciaciones de valor que no omiten la relación que el hombre mantiene con su medio, con su paisaje y su mundo. Las relaciones no univocas entre soberanía, Estado, Nación y territorio, constituyen de este modo el primer punto del análisis aquí expuesto.

1.

Las fronteras frente a la realidad del nacionalismo y la narración sobredeterminada de la identidad

La inclusión de la prestancia de la imagen territorial para definir el espíritu colectivo de una colectividad humana, ha sido bien expuesta por

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autores como Gottfried von Herder (1744-1803) y Joan Gottlieb Fichte (1762-1814), quienes conceptualizaron aspectos importantes de la relación que la idea de identidad nacional guarda con el planteamiento de fronteras. Gran parte de las ideas elaboradas por el nacionalismo étnico como romántico, han asentado un nódulo importante de sus apreciaciones en las elaboraciones realizadas por estos autores. A pesar de ser poco evocadas por las consideraciones contemporáneas de los estudios culturales, por la filosofía política, por el psicoanálisis, por la antropología y por la sociología, estas ideas anteriores al siglo XX, constituyen un legado importante del análisis relativo a las fronteras. Para von Herder (153-54), el espíritu de un pueblo (Volksgeist), su dato territorial y geográfico, es considerado un elemento sobresaliente de su economía natural, al punto de formarla íntegramente. El sentido de una sociedad podría de este modo concebirse observando la arquitectura de su medio ambiente, la organización de su suelo. Por otra parte, en el uso que Fichte otorga a la idea de territorio, pueden encontrarse las valorizaciones que dirige para comprender los principios que establecen las representaciones de la tradición. Lo anterior, abarca indudablemente para Fichte (226) a las representaciones relativas a la cultura, a la lengua y a la “comunidad imaginada” en palabras de Anderson (63-67). Estos postulados que actúan como piezas mayores de análisis para el nacionalismo de tipo étnico y romántico, vuelven factible en el plano temporal, la enunciación riesgosa de considerar el problema de las identidades como una realidad histórica a priori. Para estas elaboraciones nacionalistas, la etnicidad o la cultura se transmite por la injerencia de un pasado recibido al modo de una herencia; como un elemento atávico emergente desde un tiempo arcaico. Esto incluye la unión de los miembros de una Nación con el sentido de las prácticas de sus antepasados. Un aspecto derivado de este planteamiento central de las ideologías nacionalistas, es aquel que concentra la transmisión de estas costumbres y herencias en las prácticas instrumentales que se subordinan a la figura del Estado. El Estado comprometería los modos necesarios para cumplir con la protección del grupo nacional y la facilitación de su vida cultural. La nacionalidad y

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su uso mediante el sentido de las tradiciones, del folclore y de la lengua, queda definida de este modo como una adquisición hereditaria. La premisa identitaria es igualmente premisa espacial y territorial, que en sus márgenes, demarcaciones y lugares, cumple con destacar los límites que deben cumplirse en la conformación de la comunidad. La excepcionalidad étnica propiciada por este tipo de nacionalismos, intenta unificar el curso de la historia desde un pasado que actúa unívocamente en sus esfuerzos por conducir una narración relativa al presente (Bhabha 184). El presente es leído como un acontecer que obedece a las lógicas de un tiempo inveterado, asible y transmisible en las diversas manifestaciones de la tradición. Es el punto donde la referencia étnica nacional adquiere sus fortalezas en la apelación a un origen de características románticas, basamento de la excepcionalidad buscada. Puede de este modo observarse la utilidad que las fronteras han prestado a la delimitación de las comunidades imaginadas por el nacionalismo, al advenimiento de su “conciencia propia”. Estos aspectos del nacionalismo, ubican indudablemente un contexto relevante de discusión para los vínculos que se establecen entre la demarcación de fronteras, el curso histórico-identitario de las colectividades, y los modos en que debe considerarse el actuar cultural frente a tal tipo de formaciones. Siendo ante todo histórico, ese actuar cultural puede ser dirimido para el nacionalismo al modo de una formación abstracta, unidad uniforme y homogénea extendida de manera ideal sobre un territorio bien preciso. Las fronteras y sus territorialidades, se convierten de este modo en la representación de un horizonte ideal que puede en consecuencia “brindar la materialidad de los relatos étnicamente anhelados” (Appadurai 18). Estos aspectos, que apelan tanto al sentido de lo propio de un mundo cultural como de lo que le es impropio, destacan un criterio de juicio extremadamente relevante: la figura de demarcación territorial de las fronteras, crea “fictivamente” el ámbito de las particularidades de un grupo humano, denotando por fuera de esos contornos identitarios, “una representación relativa a la diferencia, a la alteridad y a los otros” (Borutti 75-6). Es un hecho que desde la existencia de los Estados Nacionales, las fronteras han sido entre otras cosas, la expresión de la organización

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político-institucional creada por el Estado-Nación a los efectos de definir y caracterizar la estructuración del individuo nacional. Estos hechos de orden representacional y narrativo, se encuentran presentes en las lecturas históricas propiciadas por el historicismo lineal, característico de los relatos nacionales que aúnan la presencia del acontecer histórico con la representación de un tiempo anterior. Un tiempo susceptible de ser aprendido, trasmitido como patrimonio común a los efectos de narrar la Nación, y de esa manera, organizar una representación de la identidad sentida como propia (Bhabha 175). La revisión crítica susceptible de ser establecida para estos postulados, torna visible el paradojal tenor con que el historicismo lineal comprende el relato de la organización de lo nacional. Relatos que significan a un pueblo, a una Nación o a una cultura nacional, como una categoría de “sociología empírica” (Bhabha 176), reflejo de una entidad cultural única y holística. Es este alcance holístico de las formaciones culturales propiciadas por el historicismo lineal, el que le ha permitido a F. Jameson hablar de “conciencias situacionales” o de “alegorías nacionales”, para de ese modo evidenciar los atolladeros conceptuales propiciados por esta veta del historicismo (69). Para Jameson, esta situación metodológica pero también epistemológica abierta por las delimitaciones conceptuales del historicismo lineal, permite apreciar que “la experiencia individual no puede sino implicar en última instancia todo el laborioso relato de la colectividad misma” (Bhabha 177). Como señala Bhabha (182), la inscripción de la figura del pueblo al interior del decurso histórico, es siempre para el nacionalismo “un asunto de lógica pedagógica”, que se instituye en la apelación a la lengua, al uso de las costumbres y al llamado a la tradición. Por medio de complejas formas de transmisión y reproducción social, orientadas inicialmente a interiorizar en el individuo los engramas representativos que permiten dar cuenta del estado de su mundo (estas formas de transmisión establecen las direcciones hacia donde la mirada del individuo tiene permitido alzarse, pero también definen donde ella debe detenerse), estas formas de reproducción que la sociedad posee para perennizar los fines

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de su existencia, convocan al mismo tiempo, procesos identificatorios de diverso tenor. Los alcances “pedagógicos” del nacionalismo han sido bien delimitados por el trabajo de Poulanzas, indicando los modos que éste posee para elaborar la lectura de “un sí mismo encapsulado” (113). El fenómeno del encapsulamiento descrito por Poulanzas, se refiere a la forma que el nacionalismo posee para apreciar la sucesión de los momentos históricos de las colectividades, constriñéndolos a la sujeción de un tiempo único. Pasado originario que prescinde de los complejos fenómenos históricos y sociales que se ven convocados en la definición de la identidad nacional (minorías, diferencias de clase, etc.). Ahora bien, ya sea en las críticas dirigidas por H. Bhabha al historicismo lineal o en las ideas esgrimidas por Poulanzas para determinar el fenómeno del “sí mismo encapsulado”, ambas fracciones de análisis permiten comprender el carácter “sobredeterminado” y “saturado” del ideario de construcción de las identidades colectivas. El carácter de esta sobredeterminación, actúa igualmente en la delimitación fictiva de las fronteras, evidenciando su conformación no natural. La sobredeterminación permite no solamente erigir una representación relativa para el estado de la conciencia espiritual de una colectividad, pues en esa búsqueda de mismidad cultural, yacen los elementos para que en términos espaciales, una sociedad pueda distinguirse de otra. Como una expresión ideológica del modo de hacer frente al problema de las identidades, el nacionalismo es un acontecimiento visible a nivel infranacional y supranacional, pudiendo ser en sus alcances, “particularista y Universal” (Balibar 357). El carácter Universal de todo nacionalismo, es visible en las idealidades que este convoca para justificar el trazado de su ideario político-colectivo, en la organización de la perspectiva globalizadora que brinda a su ideología de base. Acorde a ello, el nacionalismo puede expresar motivaciones de índole dominante (de tipo imperialista) o reaccionarias frente a las acciones dominantes e imperialistas de otras naciones. De manera histórica, el dominio de estos campos opuestos fue un agente relevante en la uniformización de las identidades y la constitución

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de las fronteras, evidenciando el carácter móvil de estas últimas en razón de intereses políticos e ideológicos. Un ejemplo sobresaliente de lo anterior, es el trazado de mundo que fuera construido durante el periodo de la guerra fría por los Estados Unidos y el eje soviético. La extensión globalizadora pero al mismo tiempo nacional de estos proyectos sociales, económicos y políticos, no pudo realizarse sin la preservación de una ideología de base supuesta como una “excepcionalidad” de mundo y de clase. En lo relativo a la estructuración de la historia social y económica, ambos tipos de ideologías pueden ser consideradas como formas de excepcionalidad de mundo, necesarias para representar el sentido de la singularidad de lo nacional. Toda vez que esta ideología de base o excepcionalidad colectiva es supuesta y analizada en la vertiente de sus alcances infranacionales, se observa advenir el grado de tolerancia que soporta para las diferencias internas que habitan en su interior (diferencias de clase, minorías de toda naturaleza). El sentido del dominio puede expresarse de este modo a través de dos direcciones fundamentales: una interna, donde el dominio y el sometimiento a la ideología de base se ejercen de manera violenta para aquellas clases que resisten al modelo ideológico preconizado y a las formas de su narración; otra externa, donde las formas “globalizadoras” y totales de la ideología de base se extienden en afanes expansionistas dirigidos al mundo. Los hallazgos históricos del siglo XX en lo relativo a la construcción de las representaciones nacionalistas, evidencian que en el nódulo de estas representaciones (sean estas expansionistas o reaccionarias) yacen lecturas bien delimitadas de la idea de territorio y de sus límites imaginarios. Sumariamente, las proposiciones desarrolladas por el nacionalismo, esclarecen uno de los modos que poseen las colectividades para inscribir su paso en la historia (comprendiendo modos únicos de narración), volviendo de este modo visible en cuanto las construcciones identitarias son el legado de fronteras supuestas en la dimensión de una “naturalidad espiritual”. Este aspecto resalta el sostén ficcional necesario para el establecimiento de las fronteras, mostrando la fuerza de los motivos políticos, culturales y religiosos que encontrándose en la base de las construcciones fronterizas, sostienen lo que Fichte denominara “fronteras interiores”.

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Como consecuencia de esta frontera interior levantada por la naturaleza espiritual del hombre mismo, resulta la frontera exterior del lugar donde se habita. Y considerando el aspecto natural de las cosas, resulta que los hombres en modo alguno constituyen una unidad de pueblo por el hecho de vivir rodeados de montañas y ríos, sino al revés, los hombres viven juntos, rodeados de ríos y montañas, si la suerte así lo ha querido, porque ellos ya antes, por una ley muy superior, formaban una unidad de pueblo. (223-24)

Se observa que la reflexión de Fichte sobre las “fronteras interiores”, no se detiene en el impacto aislado que la condición natural de una montaña o un rio puede causar para la habitación de una Nación. Las fronteras interiores son supuestas en el escenario de una territorialidad “invisible”, alojada en “todas partes y en ningún lado”. Estas fronteras despliegan una acción condicionada sobre la sensibilidad, por cuanto determinan desde el interior, lo que es visto, comprendido y delimitado. Las fronteras interiores también obran en el reverso de esta determinación, delimitando lo que deja de ser percibido, vislumbrado y aprehendido. Dicho en otros términos, Fichte indica precisamente que el “sentido” de la colectividad es una “frontera”. Es la fuerza de acción de estos sentidos ante todo espirituales la que puede perennizar la realidad y la estabilidad en el tiempo de una frontera, sus fluctuaciones históricas acorde a ámbitos expansionistas diversos. La idea de “frontera interior” como modo de expresión de la sobredeterminación de las fronteras, de las territorialidades, es también el signo de la movilidad de éstas, afirmando a partir de una idea de “lugar”, el inicio y la finalización de un mundo. A lo largo del discurso decimotercero de Reden an die deutsche Nation (1807-1808), Fichte enuncia las modalidades de funcionamiento de estas fronteras, las cuales se vuelven relativamente observables en la instauración de las diversas facetas que reglamentan la vida “espiritual” de los pueblos (227). Estas facetas y dimensiones, se concentran en las extensiones ideales pero también reales de la lengua, de la vida religiosa y moral de una Nación. La función de este tipo de fronteras no es solamente la de instituir la realidad social y cultural de un pueblo, desde donde la cultura

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es producida y trasmitida a sus miembros. Este tipo de fronteras también trasmite una visión para el “extranjero”, para lo mismo y lo distinto, pues las fronteras interiores son generadoras de las modalidades de segregación que una sociedad establece “frente a lo considerado extraño” (Fichte 228). Extrañeza que al ser identificada de disruptiva a los fines de preservación de ciertos motivos culturales, deviene el agente directo y “natural” del establecimiento de las fronteras. Los análisis de Fichte relativos a las fronteras interiores, poseen la propiedad de constituir un primer reflejo del intrincado vínculo que se mantiene entre la figura del Estado-Nación y las representaciones relativas a una etnia de carácter nacional. Estos tempranos análisis evidencian la poca o nula excepción de los estados modernos para organizar el tejido de sus sentidos culturales acorde a lo lógica de un “genio étnico” (Appadurai 16). Desde este tipo de lógica, es que se edifican las retoricas que sostienen la potencia de las guerras o de la violencia extrema dirigida a quienes se apartan del origen de tal tipo de genialidad. El genio étnico produce alternadamente no solo uniformidad educativa y lingüística, pues conlleva las claves de producción del individuo nacional. El “genio” nacional es productor del quehacer étnico del grupo, que junto con instituir las cosmologías que sostienen la sacralidad de la Nación, conducen a las limpiezas étnicas que en ocasiones se ven precisadas para renovar tal tipo de quehacer colectivo. Que el ejercicio de esa violencia adquiera un tono sagrado (sea cual sea el tipo de fundamentalismo expresado), es reflejo de que la comunidad necesita de operaciones sacrificiales que renueven el vinculo de excepcionalidad del grupo. Philip Gourevich indica en este sentido, en cuanto el genocidio puede actuar como “una práctica que construye el sentimiento de comunidad” (95). La tolerancia de las fronteras interiores, su capacidad para albergar grados de disenso frente a las narraciones dominantes que hace suyas, ha sido bien circunscrita por Arjun Appadurai, mostrando esta tolerancia como una problemática dependiente de los fenómenos de “incertidumbre” y de “incompletud societal” (23). La tolerancia al disenso y a la fractura de los discursos identitarios abstractos, presentes en la mayor parte de

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las sociedades liberales, suele ser cuestionada según Appadurai, cuando la certidumbre social se ve en crisis. La primera de estas situaciones, fagocita las angustias de incompletud que una sociedad evidencia respecto de los sentidos que avanzan en la dirección de la completud anhelada por los relatos colectivos. Según Appadurai (24-5), la incertidumbre social y su consecuente angustia, se refleja hoy en las incógnitas que las sociedades nacionales explicitan en torno del verdadero significado de la identidad nacional, intensificadas por el desplazamiento masivo de personas. Un ejemplo de lo anterior, es la aplicación cada vez más relevante de las políticas de estado destinadas a la realización de censos para determinar el tipo de personas que habitan realmente un territorio. Se agrega a ello, la determinación del número de inmigrantes que se desplazan en un contexto nuevo de inmigración rápida, sin olvidar las políticas de Estado relativas a los movimientos de refugiados. Estos elementos transparentan adecuadamente la incertidumbre relativa a si un individuo particular es realmente lo que dice ser, considerando su grado de cercanía o lejanía respecto del marco de representación identitaria. Otra veta de ejemplificación son las coordenadas normativas de las constituciones nacionales, su modo de definir a quien se considera miembro de una comunidad o extranjero. El gran punto de estos distintos hechos, es que todos ellos apuntan finalmente a la relación que los individuos mantienen con los bienes provistos por el Estado. La salud, la educación y la vivienda son en el contexto de las grandes movilizaciones étnicas del mundo actual, elementos determinadores de los riesgos que pueden socavar los fundamentos de una comunidad nacional. El desplazamiento social que puede expresarse como consecuencia de estos elementos y que pueden sufrir grandes sectores de una Nación, fagocitan en grado extremo ansiedades colectivas que conducen al despertar de las inseguridades identitarias. Gran parte de estos fenómenos han sido observables en la experiencia histórica de la colonización, alcanzando a las identificaciones identitarias y reaccionarias de los pueblos colonizados (Appadurai 117-8). Es indudable que son estos mismos fenómenos los que aseguran la “cohesión

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espiritual” de los pueblos en caso de conflictos bélicos, y a los que permanentemente acuden las acciones policiales de gobierno al momento de naturalizar los principios rectores de una colectividad. El fenómeno de la sobredeterminación puede mostrar en cuanto las formaciones meta políticas del nacionalismo, se representan el conflicto de las identidades como la expresión de la demostración de los valores específicos de un grupo (de un colectivo dominante o minoritario). Sin ser exclusivas de las vertientes nacionalistas, estas formaciones meta políticas también actúan en el forzamiento “público” y “consensual” mediante el cual las formas de gobierno pretenden conciliar el conflicto de las diferencias y las identidades. En la actualidad, estas aspiraciones de unificación y conciliación se ven fuertemente contravenidas por los alcances que la globalización cierne en el plano económico, comunicacional, social y cultural. Frente a estos problemas, diversos son los autores que se han referido a la problemática identitaria en el contexto de la globalización (Augé 84-6; Bauman 135-36; Jameson & Zizek 168-69). Es un hecho que la globalización ha abierto no solamente un nuevo contexto para la circulación de objetos y bienes, pues también ha implicado una nueva territorialidad para la constitución de las fronteras. En el entendido de que son también personas las que pueden circular, la alta globalización (Appadurai 14) también ha incidido en el dominio de las valoraciones que se asignan a la construcción de la identidad (Bilbao 144-5).

2.

El escenario del desplazamiento multiforme de las fronteras y la naturalización de las identidades

Cuando es asunto determinar una significación dable para la idea de la territorialidad de las fronteras, el factor histórico nos presenta algunas dificultades asociadas al espacio de esa determinación. El limes romano no es una operación que pueda ser convertible a las figuras fronterizas que los imperios-nacionales-coloniales del siglo XVIII trazaron para configurar

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sus mundos (y de esa manera identificar a sus ciudadanos). Es al menos la ejemplificación que nos brinda el orden del globo organizado por el tratado de Tordecillas de 1494. La definición del limes romano se ajusta a ciertas precisiones que lo distancian en grandes aspectos de las configuraciones limítrofes que con posterioridad establecieron los órdenes imperiocoloniales del siglo XVIII. El limes romano creó el sentimiento de una barrera moral antes que natural, más allá de la cual se situaba un dominio negativo, sin correspondencia alguna con lo conocido. A. Alföldi entiende este contexto limítrofe al modo de una distinción entre diferentes modos de temporalidad; “el tiempo de los hombres en el orden humano y el tiempo de los monstruos en el orden de lo desconocido” (52). A estas formas de mundo, se agregan las delimitadas hoy por el espacio Schengen2 en Europa, acción concertada por estados-nacionales que han decidido abandonar una parte de su soberanía para de ese modo hacer surgir entidades políticas inéditas. Entidades políticas no fundadas esta vez supuestamente en la guerra, sino en la paz, no sobre una idea de “anexión”, sino sobre la “integración”. Supuestamente, estas representaciones estarían ancladas en valores comunitarios y no en la reivindicación de motivos hegemónicos. Sin embargo, la representación de las fronteras de esta “comunidad” evidencia elementos altamente segregativos en el rol que cumplen ciertos estados para comprender los intereses del resto. En efecto, algunos de estos estados actúan conforme a la intención de erigir las fronteras de esta comunidad realizando una integración que solo es motivo de segregación para amplios colectivos humanos convocados por esos “valores comunitarios”. La consideración de la variable histórica —y lo que ella muestra en lo relativo a la dimensión sobredeterminada de toda frontera—, evidencia que la apreciación de estos problemas faculta realidades que no pueden

2



El tratado de Schengen, firmado el 14 de junio de 1985 entre Alemania, Bélgica, Francia, Luxemburgo y los países bajos, tiene por fin eliminar progresivamente los controles fronterizos en las fronteras comunes, estableciendo un régimen de libre circulación para todos los nacionales de los estados signatarios, de los otros estados de la comunidad o de terceros países.

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ser supuestas para todo tiempo y lugar. Hemos observado que el objetivo mayor del rol histórico cumplido por el Estado, ha sido la consecuente estatización de las identidades, dando acceso a las creaciones ficcionales del individuo nacional. Junto con permitir históricamente la emergencia de este tipo específico de individuo, el Estado-Nación ha contribuido a la formación y delimitación de nuevos relatos y territorios fronterizos, actuantes esta vez desde el interior de las interrelaciones entre el Estado y la figura de la Nación. Desde el momento en que el Estado convierte el entendimiento de lo nacional como una tarea que le debe ser propia, estatiza el dominio de lo público, doblegando el problema de las identidades colectivas al simple ejercicio de una identificación absoluta entre individuo y Estado. Entre otras cosas, yace allí la trama de todo nacionalismo y la consideración de toda frontera como una frontera “sobredeterminada”. Permanece en este punto toda la multiplicidad de significaciones que pueden ser admitidas para una definición de las fronteras, modo de expresión de la potencia no reductible de su realidad interior. Ahora bien, mencionemos que la primera representación de una frontera es sin duda su dimensión de demarcación, de delimitación, su eventual poder de permanencia y extensión en todo tipo de espacio. Su función sería antes que nada, la localización natural de un territorito. Esta acción que es una forma de circunscripción, tiene por propósito definir un espacio, identificar un lugar. Junto con circunscribir, localizar y demarcar, una frontera cumple no solamente con identificar un espacio, pues a ese dominio se le atribuye una identidad que difiere de otras. La identificación de este “cuerpo territorial” es una manera de diferenciar no solamente una población, pues la idea de cuerpo, también ejercita un alcance respecto de los “sentidos ficcionales” que son recreados para pensar el nosotros cultural y social (Castoriadis 209-29). La faceta ficcional y por ello creacional de los sentidos de ese “cuerpo”, adentra en la difícil tarea de discriminar el basamento de su constitución, evidenciando que en la ardua labor de invocación de estos principios, se realiza la crítica anticipada de la “naturalización” de las identidades. Como fuera indicado en el apartado anterior, esta naturalización

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tiende por lo general a actuar conforme a un impulso “subtancialista, presentando al individuo y sus identificaciones identitarias como una formación indisociable, natural e irreductible. Es posible observar este tipo de creaciones identitarias en las acciones policiales de gobierno (Rancière, Política, Policía y democracia 17)3, en sus intentos por refrenar el conflicto que supone la dimensión identitaria mediante la distribución jerárquica de lugares y funciones. Las acciones policiales de gobierno utilizan estas creaciones tomándolas como el fundamento de sus acciones meta políticas. El carácter subtancialista adosado a algunas explicaciones relativas a la identidad, desagregaría la relevancia de los conflictos identitarios, sopesando por la vía de la naturalización, a los difíciles problemas que se ven convocados por el multiculturalismo y la inclusión de las minorías en el desenvolvimiento y el ejercicio de la civilidad. Como fuera visto a propósito de las lecturas que el historicismo lineal recrea en su afán de construcción de la Nación imaginada, las sedimentaciones y naturalizaciones dadas para el conflicto de las identidades, suponen el desafuero permanente de reclamaciones contrarias a sus fines. Son aquellas reclamaciones que operan en una dirección refractaria a los valores que una sociedad expone a partir de criterios atávicos e inveterados. Las reacciones frente a estos contra-relatos, convocan desde la escena de las narraciones únicas y totales, acciones discriminadoras que movilizan territorios fronterizos y formaciones de pasaje al interior de la propia sociedad. Esta realidad, constituye un primer elemento de observación de la (des) territorialización de las fronteras, sugiriendo su participación en los problemas políticos de la comunidad, contraviniendo de este modo su imagen de “límite” o “borde externo”. Lo anterior, daría el atisbo necesario para observar que el dominio de las representaciones espaciales de las fronteras, excede por mucho el ámbito de la simplicidad territorial.

3



Para Rancière lo político se ve constituido por el encuentro de dos ámbitos heterogéneos. Por una parte, la policía o el gobierno, que tiene por principal objetivo reunir a los hombres en comunidad. Por otra parte, la emancipación o igualdad, ámbito que define la presuposición de igualdad de cualquiera con cualquiera.

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Ahora bien, solidaria con el fenómeno de la sobredeterminación, la naturalización de las identidades no puede empero ser distanciada de los procesos colectivos movilizados por el proceso anímico de la identificación. La idea de sobredeterminación lo enuncia al menos desde el momento en que se observa que los mecanismos idiomáticos, religiosos y políticos formulados por su dominio, constituyen otro modo de enunciar el problema de las “identificaciones”. Como proceso de constitución de los vínculos que ligan a los individuos entre si y a éstos con las figuras institucionales de gobierno, la identificación es en gran medida el agente propulsor de las identidades, ella expresa la identidad como el resultado del uso pero también de la identificación a una lengua, a una creencia religiosa, a la adhesión de un ideario político, a un tipo de conciencia de clase. La relevancia de la identificación en la comprensión de los orígenes de los motivos colectivos, ha sido suficientemente destacada por las elaboraciones psicoanalíticas de Freud, destinadas a la comprensión del origen y el desarrollo cultural (Freud, El malestar en la cultura 99-105). En la interpretación de los sentidos dados a la cultura por parte del psicoanálisis, esta noción cumple con describir las relaciones de cohesión que se establecen entre los miembros de una colectividad, conjuntamente con brindar las claves nodales que permiten comprender la unión “de la masa con sus líderes”(Freud, Psicología de las masas 116-122). El análisis de Freud no fue ajeno al carácter fictivo que yace en toda dinámica identitaria. Acentuó en su argumentación, la fragilidad de estas creaciones ficcionales desde el punto de vista de su estabilidad y permanencia. Frente al irrefrenable impulso de las tendencias pulsionales, ante todo egoístas y agresivas, Freud no dudo en destacar el carácter relevante de las formaciones culturales para el logro de su sosiego, situando en ese punto a los llamados “patrimonios culturales” (Freud, El porvenir de una ilusión 10). Los comprendió como la forma de un hacer “interior” de la cultura sobre los individuos, como modalidades de protección frente a las presiones de la vida pulsional. Estos patrimonios culturales no se encuentran garantizados a partir de una perennidad que les fuera inherente,

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por cuanto para Freud, sus funciones solo se encuentran aseguradas por la transmisión transgeneracional que la cultura realiza sobre los individuos. La labilidad de estos patrimonios descansa sobre todo en el esfuerzo que sistemáticamente una y otra generación de individuos, debe realizar para lograr mantener el “sentido” logrado por las identificaciones. Imaginariamente, estas identificaciones son sostenedoras de los relatos y sentidos colectivos que procuran cerrar el campo de las significaciones posibles al interior de una sociedad. El alcance de estos relatos y sentidos de mundo, junto con sobredeterminar el espacio social, conforma entidades de saturación y sujeción social de un alto impacto simbólico entre las colectividades. Las identificaciones son así, el modo que posee la sobredeterminación para plasmar el tipo de genio étnico que intenta ser transmitido a las diferentes clases que conforman la vida de una sociedad. El genio étnico constituye de este modo, una realidad ante todo “instituyente” (la ideología de base), siendo su posición de origen y principio, el motor de las instituciones y prácticas sociales que se denominan “instituidas” (Castoriadis 279-99). Es el interjuego de estos factores, el que permite considerar que la narración de la identidad no puede obedecer a formaciones a-temporales, definidas desde tiempos atávicos y anteriores. La necesidad de la propia perdurabilidad en el tiempo de las identificaciones, sella el particular encuentro entre un pasado que debe ser en parte “olvidado” (Bhabha 182) y la constitución del presente. Es preciso en parte olvidar para recordar, desatender la injerencia colosal del pasado para definir el modo en que en el presente, una conciencia narrativa puede organizarse. Observadas de este modo, las identificaciones operan como procesos refractarios a la naturalización de las identidades. Todo ello muestra la necesidad de creación pero también de repetición de lo creado, pues la consagración que el hombre destina a sus obras culturales, a sus baluartes, es la forma que posee de incorporarlos en un tiempo cultural asegurando de ese modo su pervivencia. Cabría suponer que las fronteras interiores requieren de la existencia de estos patrimonios culturales, por cuanto ellos se encuentran en la base del poder de cohesión de las identificaciones. La inestabilidad

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permanente de estos patrimonios, marca una incidencia importante en la declinación de las identificaciones, constituyendo uno de los principales móviles de su desfallecimiento simbólico. Lo anterior, afecta igualmente a los límites y márgenes que delimitan ese sentimiento de colectividad. Una de las posibilidades de reacción frente a esta declinación de las referencias simbólicas, es que ese estado de crisis conduzca a la sedimentación de los motivos identitarios, generando el mandato de la protección incesante, el control fronterizo como una modalidad de expresión de la identidad amenazada. Los modelos identificatorios pueden conducir a establecer discrepancias entre el modo que la lógica policial posee de inferirlos frente a la manera que la política los articula. Entre identificaciones nombradas y previamente asignadas, transcurre el encuentro que las acciones policiales comprometen en su entendimiento de las identidades. La política de la emancipación entiende estos procesos identificatorios como una forma de (des)clasificación, sinónimo de una identidad entendida como una operación no natural, sometida a un trabajo de permanente (des) identificación frente a la nominación asignada (Rancière 23). No se es de este modo un ciudadano por la plena identificación a una identidad fijada, simplemente nombrada. Un proletario, una minoría sexual o cultural, no cumplen con ver definidas sus posiciones identitarias como resultado de asignaciones que pueden provenir desde algún lugar. Su lugar en el seno de las relaciones sociales y políticas, se torna transparente por los alcances que esa designación otorga para redefinir su posición al interior del ejercicio de la ciudadanía. Es por ello que toda identificación conlleva siempre un acto de (des)identificación contrario a la lógica policial, volviendo en razón de ello a toda subjetivación colectiva, un procedimiento de (des) clasificación (Rancière 24-5). El procedimiento de (des) clasificación y (des) identificación es en cierta medida, un fenómeno que opera acorde a un sentido contrario al de las territorialidades que intentan ser impuestas desde la lógica policial. En la actualidad, la multiplicidad de significaciones que la noción de frontera recubre no puede ser desvinculada del problema social y

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político abierto por la globalización. La globalización permite apreciar que una frontera deja de ser de modo exclusivo y por definición, una zona de pasaje, de tránsito. En este nuevo contexto abierto por los distintos ordenes de la globalización, los espacios fronterizos pueden ser espacios de “existencia”, “modos de habitación”. La frontera se convierte en una zona que expresa dinamismos que difícilmente pueden formular una nítida oposición entre un exterior y un interior. El mundo ordenado por la globalización nos muestra de este modo, que no solo se puede ser un individuo nacional, un apátrida o un extranjero, sino también una clase de individuo que se define en el espacio de lo “inclasificable”. Esta vez, la globalización realiza la apertura de un nuevo dominio, no ya lo exterior frente a lo interior; sus creaciones se ubican en el lugar del “intersticio”. En efecto, se puede transitar desde un dominio a otro, atravesar zonas de pasaje, vivir la experiencia de las fronteras con la sola excepción de que esa experiencia no es nunca única. No es la misma frontera con la cual se encuentra el demandante de asilo, el inmigrante que hace de esta zona de pasaje su esperanza de vida. Estas fronteras difieren de la que observa un ciudadano que habitando un dominio territorial, no ha conocido nunca el desarraigo, el dolor del exilio, la tortura, o la miseria. Para ese ciudadano, la frontera es zona de pasaje, de tránsito, una imagen diferenciadora y al mismo tiempo altamente jerarquizadora de las clases sociales. Se puede intentar atravesar estos umbrales, estos lugares, sin nunca verdaderamente atravesarlos. Es esa reiteración infinita la que hace de una frontera una experiencia multiforme, pero ante todo, un espacio susceptible de “habitación”.

3.

La polisemia de la noción de frontera en su definición

El fenómeno de habitación en las fronteras agrega a la polisemia de sus significados, la creación relativamente moderna de los inclasificables identitarios. La diferencia aportada por la figura del extranjero, del

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inmigrante, agrega a las experiencias contemporáneas de mundo, un innombrable. Aquel individuo que hace de la frontera su territorio, no es clasificable, nombra de ese modo una “identidad inexistente”. Las fronteras traslucen de ese modo su carácter discriminador, hacedor de una idea de democracia que solo puede ser parcial, al instituir individuos que permanecen en el lugar que otros atraviesan para hacer valer sus derechos de nacionalidad. Se ve de ese modo, cuantas son las figuras existenciales que la frontera nombra sin poder definirlas en una sola opción territorial. Es indudable que al interior de los órdenes de mundo abiertos por la globalización, la circulación de personas supone experiencias bien precisas y diferentes de la ley, de la administración, de la policía, de derechos fundamentales como la libertad de circulación y la libertad de emprendimiento. En esta franja de diferenciación social es donde las fronteras vuelven transparentes las inseguridades y los temores dirigidos a la desarticulación de las identidades. Se trata entonces de la movilidad, de la circulación de objetos, bienes, personas, pero también de la movilidad de las fronteras. Las fronteras no delimitan en este contexto bordes, franjas de mundo identificables en espacios y territorios precisos, ellas se desplazan al interior de la vida pública y política para declarar que la realidad fronteriza es susceptible de ser encontrada en todo lugar y en todas partes (Urbi et orbi). Al no actuar más desde los “bordes de lo político”, las fronteras son figuras instituyentes de escenarios políticos, forjadores de representaciones relativas a la ciudadanía y la civilidad. Se observa en este sentido, el trabajo de reflexión que este nuevo estatuto de las fronteras genera en lo relativo a las representaciones de la democracia mundial, su apelación a pensar un tipo de democracia radical no sometida a las “parcialidades” democráticas de las fronteras. Todo el problema estriba en la actualidad, en el orden supuesto para una democracia radical capaz de elevarse por encima de la raíz discriminadora de toda frontera (Balibar 380). Las fronteras persisten aun en la ensoñación de un mundo que hace de ellas un despojo, una abolición. Las delimitaciones fronterizas actúan hoy en un dominio territorial que las distiende o las desdobla, haciéndolas

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devenir zonas, regiones, países en los que se puede transitar o habitar. Así, las fronteras no constituyen hoy aquel lugar donde cesa una “comunidad”, donde cesa un tipo de “contrato”, ellas son el lugar donde “se continúa la política por otros medios”. Puede de este modo extenderse al dominio de las fronteras, la expresión de Clausewitz analizada por Foucault a propósito de la guerra y sus distensiones (3-21). El aforismo inspirado en la frase de Clausewitz relativo a que las fronteras son un modo particular de continuar la política por otros medios, nos ubica en un contexto destacado para pensar nuevas formas de civilidad no emanadas de dominios democráticos parciales. Si las formas policiales de gobierno utilizan los espacios fronterizos como modalidades de discriminación y de creación de los “inclasificables identitarios”, la política debe ser el agente que conduzca a la práctica de validación y reconocimiento de la igualdad, a la superación de lo considerado “inefable”. Se trata empero de un procedimiento que no debe ser entendido como una invocación, al modo en cómo pueden invocarse los principios de la razón; por la constatación de un régimen de procedimientos abstractos. La igualdad no es un valor que “se invoque, sino un universal que debe presuponerse, verificarse y demostrarse en cada caso” (Rancière, Aux bords du politique 116)4. Hacer “existir” a la figura del extranjero por fuera de las categorías que le son asignadas por las nominaciones policiales, es la ejemplificación mayor del tono igualitario que la política debe comprometer en cada una de las situaciones en que se ve invocada. Las reclamaciones de igualdad de los inmigrantes frente a las discusiones de la ciudad, su exigencia de participación en las políticas institucionales, traducen fuertemente el tono no comunitario y tribal que la política debe generar como esfera de desenvolvimiento de lo político. Junto a sus reclamaciones y exigencias, esta existencia traduce antes que nada, una ejemplificación del trabajo de (des) identificación de todo movimiento político-colectivo. Se trata de una

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La traducción es nuestra. (N. del A.)

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contradicción mayor para el entendimiento que los Estados nacionales han desarrollado en lo relativo a una lectura sobre la ciudadanía. ¿Cómo puede ejercerse hoy un derecho de ciudadanía que exceda las constricciones fronterizas implantadas por los Estados-nacionales? Interrogación sobre todo relevante si se considera el estado actual de las discriminaciones y segregaciones que gravitan en torno de la existencia del individuonacional. La respuesta debería estar concentrada en las reflexiones que hoy arroja la figura del extranjero. El llamado es a pensar por fuera de las fronteras, en un ejercicio que denote la constitución de “nuevas formas de civilidad” (Balibar 379). Las reivindicaciones de los “sin papeles” no es así una reivindicación expresamente comunitaria, motivo de expresión de una conciencia de clase cualquiera, previamente nombrada y naturalizada. Las reclamaciones que en la actualidad se observan por parte de los “indocumentados”, es el llamado a nuevas formas de civilidad que deben ser entendidas por sobre la expresión de identidades comunitarias o propias a un colectivo cualquiera. Ninguna subjetivación colectiva puede presentarse como la búsqueda de la identidad de lo propio de una comunidad, y es eso lo que debe ser aprendido de la figura del extranjero: “Es principio de la policía presentarse como la actualización de lo propio de la comunidad y transformar las reglas de gobierno en leyes naturales de la sociedad. Pero si la política difiere de la policía, no puede descansar sobre tal identificación” (Rancière, Aux bords du politique 115)5 Nada que sea esencial a la práctica de la política se encuentra organizado acorde a principios primeros e universales que puedan convertirse en argumentos naturales e inmutables. Estos argumentos de inmutabilidad contribuyen no solo al debilitamiento del sentido de lo político, pues el entramado de sus valores, motivos y acciones, refuerzan la presencia de las fronteras en territorios y lugares que actúan por doquier.

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La traducción es nuestra. (N. del. A)

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4. Conclusión Las actuales preocupaciones sobre el desarrollo y el rol que la política ejercita al interior de las sociedades democráticas, deben considerar nuevas formas de entendimiento para el problema de las identidades. Nuevas vías de entendimiento que tornen factible un tránsito no “cosificado” entre identidades y diferencias. La crisis actual del “sentido” del orden político como escenario que cumple con dar un reconocimiento democrático a las diferencias, acecha el fortalecimiento de la democracia mundial entendida en la radicalidad de su expresión. De allí la fuerza de los nacionalismos en la actualidad, simples expresiones de captura de identidades acechadas por el debilitamiento del escenario de lo político. A su vez, es sobre este debilitamiento que las expresiones religiosas de tipo radical otorgan a los individuos la exclusividad de identificaciones identitarias, radicalizando de esa manera los inconciliables culturales como la idea de frontera que es su subrogado. Que las identidades puedan naturalizarse, que ellas transparenten el dominio de lo “propio de una comunidad”, solo acentúa la distancia en las diferencias, erigiendo fronteras de difícil reversibilidad. Definir por la vía de la naturalización al conflicto de las identidades, es en otras palabras, justificar la pasión identitaria, permitiendo la existencia de dominios y territorios que son la expresión de voces de miedo y temor. Por vía de la política las expresiones democráticas de la igualdad, de la emancipación, deben estar allí para apelar permanentemente al tenor radical de la democracia. Democracia que basándose en una heterología del otro, debe concentrarse en el “diferimiento, en la civilización” de ese temor. Ese es el carácter de toda acción democrática radical, actuar conforme a un sentido contrario a toda frontera. La creación ficcional de ese cometido de diferimiento, radical y democrático en su fin, es el sentido que Rancière atribuye a la “re-invención de la política” (Rancière, Aux bords du politique 125). La figura del extranjero no debe ser tomada sencillamente como la expresión de un “problema político”, ella debe ser considerada como una

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dimensión que fuerza a “reinventar la política”, la civilidad, y con ello, a nuevas y más radicales concepciones democráticas relativas a las fronteras (Balibar, Derecho de ciudad 27-31). Reflexiones que deberían comenzar incluyendo nuevas consideraciones sobre el rol fundamental que los organismos gubernamentales y no gubernamentales deben cumplir en lo relativo al modo de definir las realidades humanas adyacentes al dominio de las fronteras.

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Revista de Humanidades Nº35 (ENERO-JUNIO 2017): 267-291 ISSN: 07170491

HUELLAS POSMODERNAS EN L A CIUDAD ANTERIOR DE GONZ ALO CONTRERAS P OSTMODE R N T R A C ES IN L A C I U D A D A N T E R I O R B Y GON Z ALO C ONT R E R AS

José Rivera Soto Universidad Viña del Mar Escuela de Ciencias Jurídicas y Sociales Los Fresnos 91 Viña del Mar Santiago de Chile Chile [email protected]

Resumen Este artículo indaga en las marcas epocales de la novela La ciudad anterior (1991), de Gonzalo Contreras. La obra —utilizando una estructura narrativa convencional— da cuenta de los cambios en las subjetividades acaecidos en la sociedad chilena tras la implementación por la fuerza del modelo neoliberal. Esto se expresa en la radicalidad de ciertos signos que inscriben a sus personajes en lógicas posmodernas, destacando el individualismo, psicologicismo, perspectivismo, proceso de personalización, emergencia de un sujeto abyecto, carencia de conciencia histórica, entre otros. De este modo, la novela entregaría un registro de época que prefigura el contexto social,

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político y cultural que predominará en la transición democrática que se inicia en esos años. Palabras claves: La ciudad anterior, Gonzalo Contreras, posmodernidad, subjetividad, psicologismo, epocalidad.

Abstract This article looks into the epoch marks in the novel La ciudad anterior (1991), by Gonzalo Contreras. The work —using a conventional narrative structure— shows the changes in the subjectivities occurred in Chilean society after the forced implementation of the neoliberal model. This is expressed in the radical signs that enroll its characters in postmodern logics, outlining individualism, psychologism, perspectivism, personalization process, emergence of an abject subject, lack of historical consciousness, among others. Therefore, the novel demonstrates an epochal record that prefigures the social, political and cultural context that will predominate in the democratical transition that is beginning at that time. Key words: La ciudad anterior, Gonzalo Contreras, Postmodernity, Subjectivity, Psychologism, Epoch.

Recibido: 25/04/2016 Aceptado: 27/06/2016

Intentaremos demostrar en esta investigación que la obra novelística de Gonzalo Contreras (1958), y muy especialmente su primera incursión en el género, La ciudad anterior (1991), pueden entenderse como una escenificación del cambio de epocalidad, de gozne de la modernidad a la posmodernidad,1 experimentado durante la dictadura de Augusto

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Acotaremos el concepto de posmodernidad a las pistas básicas entregadas, principalmente, por autores como J.F. Lyotard (transformaciones en la esfera política y

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Pinochet, que solo se cristaliza bajo las legitimaciones institucionales de la transición política, adquiriendo densidad y consistencia inclusive a nivel simbólico, con una serie de obras literarias que dan cuenta de un modo naturalizado de las transformaciones en las subjetividades del colectivo. Al volver a la democracia, era posible imaginar que algunos agentes del campo cultural —aquellos que fueron disidentes a la dictadura— albergaran esperanzas en la aparición de una literatura comprometida, que diera cuenta de las atrocidades vividas durante el régimen militar. Sin embargo, lo que se encontraron fue con la emergencia de la Nueva Narrativa Chilena, un programa literario narrativo inscrito en lógicas endógenas al mercado, el consumo e individualismo instalado por el modelo neoliberal, siendo uno de sus principales exponentes el autor que estudiaremos. Salvo textos marginales respecto al grueso de lo publicado y difundido por las distintas casas editoras en Chile, no se lee en los autores de principios del noventa mayor preocupación por la política y la vindicación de la memoria. Uno a uno, los libros publicados —algunos de los cuales logran cierto impacto comercial, como la novela que analizaremos, La ciudad anterior de Gonzalo Contreras, que vendió 36 mil ejemplares en dos años— muestran realidades fragmentarias, disociadas del acontecer social, con una retórica aspiracional y adaptativa, con mundos ocluidos al plano de lo íntimo, que descreen o simplemente “desvanecen en el aire”, como diría Marshall Berman (2006), el plano material, histórico e inmanente de la construcción de sociedad. El aparato crítico de izquierda, perplejo ante estos libros apolíticos, se lanza en una violenta ofensiva contra los autores del también denominado mini-boom. Desde luego, los autores del programa son tildados de reaccionarios. Marco Antonio de la Parra, Alberto Fuguet —ambos explícitamente posmodernos en sus apuestas literarias—, Arturo Fontaine,

epistémica signadas por el fin de los metarrelatos), F. Jameson (tercera fase del capital e instalación de un mercado global y omnipresente) y G. Lipovetsky (giro del paradigma sociopolítco al psicológico, y con ello expansión de las libertades individuales como nuevo modo de emancipación).

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Sergio Gómez, Gonzalo Contreras, entre otros, dan cuenta de una sociedad otra, una nueva sociedad, transformada hasta límites inimaginables por la dictadura. Lo interesante, empero, es que estas obras no están más que evidenciado el cambio epocal y de la psique colectiva, que ha acontecido imperceptible pero progresivamente en el Chile de los setenta y ochenta. Las novelas son, desde esta perspectiva, un correlato del imaginario social que se erige como hegemónico a partir de la implantación de la teoría neoclásica económica, cuya virtud radica, precisamente, en espejear los valores y antivalores que predominan en el Chile de la transición democrática.

1.

Textualizaciones: tránsitos de lo moderno a lo posmoderno en las novelas de Gonzalo Contreras

Hasta 2015, Contreras ha efectuado ocho entregas: La danza ejecutada (1985), La ciudad anterior (1991); El nadador (1995); El gran mal (1998); La ley natural (2004), Cuentos reunidos (2008); Mecánica celeste (2013); y Mañana (2015). En el presente trabajo analizaremos en detalle su primera novela, La ciudad anterior, debido a que lo que nos interesa es, precisamente, ese punto de gozne que marca la narrativa en el momento de la apertura democrática. De todos modos, las otras tres siguientes obras (El nadador, El gran mal y La ley natural ) también tienen bastante que decirnos. En El nadador, nos encontramos con Max Borda, un personaje encapsulado en sus constantes devaneos psicológicos. El protagonista es académico de profesión, así como un ex nadador relativamente exitoso, que obtuvo varias medallas en su carrera deportiva, actividad que todavía practica con asiduidad, aunque no de manera competitiva. Max es un sujeto atormentado por el flujo constante de sus deseos y pasiones, atrapado en triángulos amorosos de alta intensidad emocional que, sin embargo, nunca logran conectar genuinamente a sus integrantes, emergiendo entre

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ellos muros infranqueables, imposibles de derribar. Lo propio ocurre con su esposa, una mujer diagnosticada clínicamente como depresiva, que permanece siempre sedada por los somníferos y potentes antidepresivos que consume, sin acceder tampoco a un vínculo auténtico y estable con su marido. El crítico Rodrigo Cánovas señala sobre el texto: La novela El nadador es un registro posible de nuestra condición existencial posmoderna [donde el] narrador se limitará a presentar los mundos individuales de sus personajes . . . El relato no es dramático ni es cómico; será, más bien, una introspección lúdica sobre los mundos absolutamente atomizados de los personajes, quienes aparecen constreñidos a su individualidad. (67)

Se reconoce en esta novela “una estética del desapego” que “condena a los individuos a experimentar un tiempo presente perpetuo” (69). La crítica María del Pilar Lozano, en su texto La novela española posmoderna (2007), advierte algo muy similar respecto a la sociedad posmoderna, regida únicamente por el “éxito individual ante la imposibilidad de grandes empresas colectivas”. Esto hace de la existencia “una serie sincrónica de partidas mortales que siempre se juegan contra alguien y en las que todos estamos involucrados como jugadores o actores, representando un papel” (187). En concordancia con esto, Gilles Lipovetsky plantea que la posmodernidad es el instante histórico concreto en que los impedimentos institucionales que dificultaban “la emancipación individual se resquebrajan y desaparecen, dando lugar a la manifestación de deseos personales, la realización individual, la autoestima” (22). Aquí, “las estructuras socializadoras pierden su autoridad”, las ideologías del siglo XIX y XX ya no representan una salida y “los proyectos históricos ya no movilizan, el campo social ya no es más que la prolongación de la esfera privada: ha llegado la era del vacío” (23-24). Si otrora había individuos preocupados por la felicidad colectiva, donde la política y la sociología eran la base de dicha construcción, en la

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actualidad son personas preocupadas por la felicidad personal, donde la psicología emerge como principal vehículo para conseguir esta ambición. Antes las ambiciones eran ilimitadas, ahora son prudentes, y se restringen a pequeñas superaciones de índole personal. Creemos que es pertinente leer este texto —así como su predecesor, La ciudad anterior (1991)— como un posible anuncio del advenimiento de la sociedad chilena a la edad posmoderna, con el respectivo cambio de subjetividades que acompaña a la nueva episteme (Foucault). Tras la derrota de los proyectos utópicos, los sujetos pueden comenzar a vislumbrar como alternativa refugiarse en el hedonismo y la individualidad. Con la caída de las grandes narraciones sociopolíticas, en la época posmoderna ya no se justifica la subordinación de lo individual a reglas colectivas pretendidamente racionales, dado también el fallo en las promesas de la Ilustración. Se fomenta, en cambio, un proceso de ‘personalización’, que desemboca en un narcisismo que, según Lipovetsky, sería el rasgo distintivo de nuestra era, la era del vacío. De igual manera, Macarena Areco (2014) investiga El nadador —junto a una novela de Zambra y otra de Bolaño— a la luz de un teórico de la posmodernidad de raigambre marxista, Fredric Jameson. La crítica señala que debe considerarse con particular interés que su contexto de producción sea la posdictadura chilena, es decir, “la tercera etapa del capitalismo, también llamado capitalismo avanzado o tardío”, tiempo en el que la ferocidad del capital se ha maximizado y es incluso más pura, pues realiza la ampliación de este hasta límites nunca antes alcanzados, eliminando todas las modalidades precapitalistas y colonizando, no solo la naturaleza, sino también el inconsciente. En esta realidad nuestros “cuerpos posmodernos”, dice Jameson, se encuentran inmersos en “volúmenes asfixiantes y saturados”, sin coordenadas espaciales que les permitan tener conciencia de su posición, lo que los vuelve impotentes. (12-13)

En ese escenario epocal es que Areco se propone analizar la emergencia de la figura del acuario en la novela —que, según evidencia el

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artículo, posee innegable centralidad en la obra y se presenta de distintas maneras a ojos del lector— al modo de “un fragmento del imaginario social [que] permite vislumbrar representaciones ideológicas respecto al espacio y al sujeto en el Chile actual y en su entorno mundializado” (10). Así, las escasas huellas críticas que dejó la segunda novela de Contreras a su haber, la inscriben, una y otra vez, como un vívido registro de la condición posmoderna de la sociedad de la que da cuenta. Tres años después Contreras publica El gran mal, ocupando, otra vez, a un narrador/protagonista, como en su entrega inaugural en el género. En Cartografía de la Novela Chilena Reciente (Areco 2015), Catalina Olea ha asociado el triunfo de la primera persona en la tradición realista —donde incluye, además de Contreras, a Diego Zúñiga, Álvaro Bisama, Alejandro Zambra, Gonzalo León y Antonio Ostornol— con presupuestos ligados, precisamente, a la epocalidad posmoderna: para conseguir el “verosímil realista”, los autores han debido hacerse cargo de “la valoración de la subjetividad” (27) como signo ineludible de los tiempos. Existiría una especie de autoridad epistémica en el relato cuya inscripción es subjetiva —y subjetivizante—, dado que la única verdad posible parece ser “mi verdad” (28). La novela trata de un joven epiléptico y con aspiraciones literarias, que decide emprender rumbo a las montañas para darse a la tarea de redactar la biografía de su tío, Marcial Paz, un pintor de renombre en su época, pero que ha ido perdiendo importancia en el mercado de las obras de arte con el paso del tiempo. Esta biografía es, además, una deuda que excede lo afectivo y filial: el protagonista se ha sustentado económicamente a través de la venta de los cuadros que su tío le legó. Pero también es una forma de entenderse a sí mismo, sobre todo en su incapacidad de ser creativo (una herida narcisista provocada por no producir una obra de arte que valga la pena y por no generar una familia y vástagos que lo suceden, desde una perspectiva psicoanalítica) o siquiera atreverse a llevar una vida excesiva y arriesgada como la de su prestigiado pariente. Es posible aseverar que Contreras en esta obra textualiza el tránsito de la modernidad a la posmodernidad, pero desde un ámbito exclusivamente

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artístico. El tío pintor que es biografiado, realiza un fructífero periplo por las capitales del mundo, y encarna de alguna manera las ilusiones y miserias colectivas de la posguerra, siendo las décadas del 50 y 60 las más productivas en su carrera. Paz es un hombre desmesurado, con una ética de artista incuestionable, que construye su propia historia al alero de las épicas de los creadores que atraviesan la legendaria primera mitad del siglo XX, con un arte que se propone, una y otra vez, cambiar el mundo a su antojo. Así, arte y política se fusionan continuamente; se traicionan y vuelven a reunirse, huyen y se emparejan en las obras visuales de este pintor y sus contemporáneos. Su sobrino, en cambio, está instalado en la lógica posmoderna más despiadada y negativa: tiene una neurosis cuasi invalidante que le impide cualquier atisbo de autoconciencia y, por ello, se le niega un espacio de creación genuina (Freud); habita en una soledad y aislamiento absolutos en Santiago, lo que viene a representarse hasta la caricatura en su reclusión en la pieza de un hotel perdido en la cordillera, vacío por no ser temporada de esquí, donde de nuevo se demostrará incapaz de establecer una relación amorosa con Ágata. De esta manera, el tío encarna los rasgos más constitutivos del siglo XX, entre ellos la unión de la vida con el arte, con sus utópicas y radicales formas de percibir el mundo para luego representarlo; el sobrino, en cambio, enseña un individualismo extremo, tan dañino como pragmático, y se mueve en la pura inmanencia, quemando su único producto creativo y trascendente —una biografía que al cabo se malogra— antes de bajar a la ciudad nuevamente, junto con despechar también una posible relación amorosa con una joven que conoce en la montaña y que resulta estar tan dañada como él. Los rasgos posmodernos mencionados hasta ahora, se ven de manera aún más nítida en su novela La ley natural (2004), historia que narra el arribo al continente de los Bertrán, una notable familia de inmigrantes franceses. Desde aquel primer antepasado que pisa tierras americanas, la medicina fue la labor que ejercen los hombres de la casa, y lo hacen como un servicio a la sociedad más que con fines lucrativos. El abuelo Louis,

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se nos informa, fue un conspicuo servidor de la comunidad en la Quinta región. Este personaje es mostrado con la energía del colono, alguien que llega a salvar a un pueblo (el chileno) de enfermedades ya superadas en el primer mundo. Louis es el clásico idealista del XIX y principios del XX, que cree en la política, la razón y las ciencias. A éste ciudadano ejemplar le sigue Daniel, su hijo, para quien la medicina ya no será una carrera con tintes épicos sino sólo una profesión que ejercer para ganarse la vida. El contrapunto posmoderno lo pone la tercera generación, con el doctor Pascal que emigra a África para ayudar en causas importantes. Se inscribe en Médicos sin fronteras y parte, tal como hizo su abuelo, a salvar a las personas más vulnerables del planeta. Pero ya son las postrimerías del siglo XX, y las causas han perdido todo contenido. Esto se muestra en que, a diferencia de su abuelo intachable, Pascal es expulsado de la organización de ayuda humanitaria por robar morfina, sustancia a la que se ha hecho adicto. Así, dos viajes que parten exactamente igual, poseen finales diametralmente distintos debido a las epocalidades en que se desarrollan. Tras su expulsión, Pascal comienza a vagar por África. El personaje, a diferencia de su abuelo, está perdido en un mundo que ya no se rige por las mismas reglas de antes. Su periplo lo lleva a zonas cada vez más peligrosas, siempre en busca del tráfico de morfina que aliviane su existencia. Su regreso a Chile coincide con el embarazo de una hija de la que nunca se hizo cargo y que su ex mujer holandesa ha dejado al cuidado de su hermano, protagonista de la novela, Francisco Bertrán. La imagen del paso de la modernidad a la posmodernidad es trasparente. Las páginas de La ley natural parecen obstinarse en marcar un flujo que va del sentido al sin-sentido, de lo sólido a lo evanescente, de las convicciones y los valores a las inseguridades y la bajeza moral, en una nueva visión en exceso negativa de la posmodernidad, desde luego influida por los referentes político sociales de nuestro propio país en los últimos decenios, contexto de producción de toda la obra de Contreras. Otro elemento decidor es el final de la novela, cuya imagen estampa el modelo de la felicidad postmoderna. La escena es la siguiente:

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En el jardín de Francisco Bertrán pueden verse tendidos sobre unas reposeras, al propio Francisco y Muriel. En el prado, no muy lejos, Bárbara y Rudy, juegan con Bernardita. Es un día ardiente de verano. Algunos chicos del condominio ensayan clavados en la piscina común. Francisco toma un gin tonic. Muriel lee el diario. Bárbara se sienta de pronto junto a Francisco, jadeante por la actividad en el prado. Se le ve contenta. —¿Y no has sabido nada de tu hermano en todo este tiempo? —No, nada —responde Francisco. Me lo imaginaba —dijo ella marchándose. En ese momento Francisco miró hacia el cielo. El sol estaba en su cenit. (180)

Aunque viven en la comunidad Castillo Velasco, prácticamente no conocen a sus vecinos. La contigüidad de las casas había sido diseñada para que, en caso de la llegada de militares o policías al lugar en tiempos de dictadura, las familias pudieran ayudarse entre sí. Esa finalidad ya está fuera de lugar en esta era individualista, y prueba de ello es que ni siquiera requieren de muros físicos, tangibles, para que cada grupo familiar viva aislado del resto; sólo la piscina reúne a los más jóvenes, pero nadie tiene verdadero interés en interactuar con los otros habitantes del condominio. La escena es perfecta: la felicidad, en la edad posmoderna, se da en un colectivo mínimo, reducido y atomizado al máximo: la familia nuclear. Esto ha sido descrito lúcidamente por Tomás Moulian, para quien “el ciudadano crediticio” está volcado hacia el núcleo irradiante de la familia y del hogar, “de lo suyo” (103), y tiene como metas el confort del hogar, la educación para sus hijos, las áreas verdes, es decir, objetivos “portátiles” (104).

2.

La ciudad anterior como registro del cambio epistémico

En La ciudad anterior, el narrador/protagonista es Carlos Feria, quien acaba de llegar a una pequeña ciudad de provincia por su actividad laboral, la venta de armas por catálogo. Desde esa posición de relativa

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extranjería, nos describe los conflictos personales por los que atraviesa al estar en medio de una separación conyugal nada amistosa. Muy en consonancia con Lipovetsky, Feria es un sujeto apolítico que no adscribe ni abomina de la dictadura, lo que no es baladí por el contexto de enunciación de la novela: es la década de los ochenta en Chile y los aparatos represivos del Estado se encuentran en plena vigencia, la capital del país lleva más de una década en estado de sitio, existen incipientes huelgas, paros y marchas de trabajadores, un par de hijos de detenidos desaparecidos transitan por la ciudad desconociendo por completo el final de sus padres, estallan en el reducido poblado violentas acciones tildadas de terroristas, adjudicadas a grupos marxistas de extrema izquierda. Los diversos personajes que rodean a Feria son bastante curiosos, atípicos, pero aun así con algo representativo en ellos: un inválido, su mujer y su hijo deficiente mental (Blas Riera, Teresa y Arturo, respectivamente); los hermanos huérfanos Iván y Susana, que tras la muerte de sus padres —ejecutados políticos— han quedado al cuidado de Araujo, el empresario más poderoso de la ciudad, quien, en algunas exégesis de la obra, se ha visto como una metáfora de Pinochet, al tener en sus manos la posibilidad de decidir los destinos de los demás personajes que abarrotan estos sombríos escenarios. Para comenzar la lectura de esta novela, podemos acudir a un aspecto del que siempre se da cuenta al hablar de la posmodernidad: “la experiencia del narrador frente a una clase de tiempo condensado en el presente”. Esto lo expresa Mario Lillo (2007) en su artículo “El pasado como archivo vacío en La ciudad anterior de Gonzalo Contreras”. El mismo crítico afirma: “es pertinente sostener que Carlos Feria, el protagonista de la novela, tiene escasa conciencia del pasado, en el sentido de que no lo recuerda, lo reprime, lo ignora o lo descarta como una base, un sustento o un fundamento que le permitirían eventualmente manejar sus relaciones personales” (59). Así, podemos notar que Feria “es, por excelencia, un paradigma de aquel sujeto que podemos identificar como carente de conciencia histórica” (59).

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Este elemento se releva, de igual manera, en la imagen inaugural del texto: la narración —en primera persona y forma verbal en pretérito— nos muestra a un hombre solo ingresando a un pueblo innombrado. Las descripciones aumentan el sentimiento de opacidad e intemperie con que se introduce la historia que está por comenzar. Es también significativo que la novela termine de igual modo, pero ahora con Feria aproximándose a paso lento a la Ruta 5, dejando la ciudad anónima para convertirse en prófugo de la justicia. Esta soledad no le pasa inadvertida al propio narrador, que señala al llegar al ‘Bar Hércules’: “Yo sé cómo arrojo una bocanada de soledad cuando entro a esas horas de la noche a un bar” (11) (citas no aludidas corresponden a La ciudad anterior). Después señala: “Un vendedor viajero sabe mejor que nadie lo que es la soledad. La conoce de una manera técnica. La soledad está conjurada de antemano” (13). Pero veamos otro aspecto que hacen de esta novela una apuesta posmoderna, lo establece Lozano al hablar que existe una cierta “consideración posmoderna del sujeto” y, junto a ello, “del autor, el narrador, los personajes y el lector: el sujeto débil, abyecto, semiótico, esquizofrénico de la realidad” (266). Con estos términos invoca autores variados sobre el sujeto, todos imbuidos en la temática posmoderna, tales como Vattimo (sujeto débil), Jameson (sujeto esquizofrénico) o Eco (sujeto semiótico). Nos quedaremos, sin embargo, con el sujeto abyecto surgido a partir de teóricos como Lacan, Kristeva, Deleuze y Guattari, de la mano del concepto de belleza compulsiva de Bataille retomado luego por Foster. Sobre el particular, Lozano señala: “Este sujeto abyecto explica las performances de McCarthy, las fotografías escatológicas de Cindy Sherman o las operaciones de cirugía estética retrasmitidas en directo por internet de Orlán. Es un sujeto que se siente a gusto sin velos, sin simulaciones, sin representaciones, que busca provocar repugnancia y asco para alterar la subjetividad del espectador” (166). Sobre la misma categoría, Isidoro Vegh señala: “Tenemos tres elementos en la abyección. Hay una degradación, una bajeza; hay algo de separación, quiere decir que quien se ubica en la posición abyecta sabe que

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al mismo tiempo se segrega del conjunto de los bien pensantes; y tiene ese carácter de residuo, de lo que está pronto a ser tirado” (75). El mismo autor trata el tema de la abyección observando a Jean Genet. Expresa: “se hizo pederasta, ladrón, convicto, traidor y una de las figuras más brillantes de la literatura de los años 50-60”. En la misma dirección, Catherine Millot nos dice: Niños expósitos, recogidos por la Asistencia Pública, Louis Cullafroy y Jean Genet fueron criados en una familia sustituta de Alligny, en Morvan. El primero se convirtió en jefe de empresa. El segundo en ladrón, convicto y homosexual. A fuerza de abyección declarada, gracias a la escritura, obtuvo la gloria. ‘Mi victoria es verbal’, pudo afirmar. (74-75)

Regresemos a la novela en estudio. Hallamos, en esta línea, un primer aspecto de carácter vocativo: la manera en que el protagonista se refiere a sus pares, que lo emparenta con una especie de “estética del desprecio”. Desde este contexto, apreciamos el relato de la primera vez que Feria se encuentra con sus anfitriones en la casa-residencial: “La presentación no siempre es fácil. Ahí estábamos los tres, la mujer de pie y el inválido observándolo todo como un espectador desde su butaca” (19). Y así se referirá a Blas Riera, el hombre en silla de ruedas, durante todo el relato, inclusive cuando lo considera su amigo: el inválido. Y lo propio hará con el hijo discapacitado intelectualmente, a quién denominará “el idiota”. Presenta a este desvalido personaje de la siguiente manera: “un hijo idiota, ya adulto, que vivía en un colegio especial” (29). Utilizará esta cruda expresión cuatro o cinco veces en las dos páginas que describen su llegada a la casa donde aloja. Pero existe una muestra de abyección aún más esclarecedora. Primero, el tono neutro y cínico en que describe sus continuos actos de pederastía; luego, la manera en que detalla la violación al enfermo mental por parte de la niña de la cual el propio Feria abusa sexualmente. Todo esto comienza cuando Araujo e Iván viajan a otra ciudad por motivos de negocios. Entonces la hermana del segundo, Susana,

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demuestra un interés explícito en Feria. El narrador/protagonista menciona sus rutinas sexuales con esta menor sin hacer mayores aspavientos. Es pedofilia, pero eso no parece importarle: Desnuda, se veía aún más niña, y sólo cuando se recogía en sí y se hacía un ovillo, en algunos pliegues que se formaban en su cuerpo, los muslos contra el vientre, su brazo cerrado contra sus pechos, que los hacía parecer más llenos, se podía vislumbrar a una mujer, y entonces aquel cuerpo liso mostraba en esos rincones una inquietante adultez. (115)

Más tarde, cuando el inválido le consulta por ella, Carlos Feria destaca sus virtudes en la cama: “Ni mejor ni peor porque sea más joven. Es algo distinto. Ahora, si quiere detalles, es un pequeño diablito, sabe más que cualquier mujer y nada le asusta. Ah, y no es más estrecha que una mujer del doble de su edad” (115). El asunto se enreda cuando Susana empieza a visitar al idiota. En un incidente importante en la obra, se incendia un enorme gasoducto en construcción y la ciudad entra en un caos completo: lanzan bombas lacrimógenas en las calles, se declara estado de sitio, se agrupa un gimoteante grupo de personas en la plaza de la ciudad para pedir explicaciones y demandar seguridad. La pequeña Susana aprovecha la salida de los padres del deficiente mental, que como los demás ciudadanos caminan rumbo al centro del poblado, y lo viola. El chico, a partir de ese momento, esperará su reaparición con aire desesperado; el narrador se encarga de mostrar todo el placer que experimenta con su violación, lo que le abre un mundo atrayente y desconocido hasta entonces. Feria comenta sobre la situación: “La simple y maleable naturaleza del idiota me producía vértigo en manos de Susana. Podía imaginármela manejando el cuerpo del muchacho. Era la indefensión de Arturo y la insondable potencialidad de la niña lo que ejercía el efecto de una devastadora tormenta en mi imaginación” (134). A partir de entonces, también, el idiota se adosará a Feria en busca de Susana, y comenzará a pasar las tardes junto a él. El cuadro que se arma es de un patetismo singular: Susana desaparece y ambos, el protagonista y

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Arturo, el retardado, quedan prendados de su imagen de niña perversa. En ese instante, Feria confiesa la humillación que le significa sentir unos celos arrebatadores de un enfermo mental, quien se presenta como una competencia para conseguir la exclusividad amorosa y sexual de la adolescente. De las casi doscientas páginas que tiene la novela, solamente una vez se pierde el tono abyecto de la primera persona que narra. El protagonista cae en un melancólico sentimentalismo cuando entiende que la mujer de Blas, Teresa, se ha enamorado de él. Pero la conmiseración dura poco. De pronto, vuelve al tono cínico: No me costaba comprender que, de ese momento en adelante, lo que ocurriera bajo el techo de Blas dependía en buena parte de mi voluntad. En ese penoso estado en que había logrado ponerme la patética resolución de la mujer, tal vez sólo me sirviera de alivio el ignorar verdaderamente cómo las cosas habían llegado hasta ese punto. Podía ser divertido pensar en las posibles variantes que se abrían, pero estaba resuelto a no pasar a la acción. Por el modo en que Teresa estaba haciendo las cosas, era imposible no sentir una cierta ternura por ella. (165)

Pero ahora ingresemos en otro terreno de evidente cardinalidad para el pensamiento posmoderno: la política. Como señalamos, la postura de Feria también presenta fuertes huellas posmodernas en este sentido. Los fenómenos relacionados a la política en un país en dictadura aparecerán en varias formas durante el relato, siempre con una distancia y falta de compromiso que develan la crisis de legitimación de los grandes relatos de la modernidad, estando el narrador/protagonista tan lejos del apoyo a la dictadura como de empatizar con los huelguistas de izquierda que de pronto adquieren particular protagonismo en la novela o, en última instancia, con una simple demanda de mayor democracia en un país regido por el autoritarismo en todas sus dimensiones. La primera de estas señas refulge, justamente, a partir de la visión casi anacrónica que tiene Feria de los huelguistas:

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De pronto, en medio de ese hormigueo, aparecieron los huelguistas. El pelotón acababa de doblar la esquina. Iban serios y reconcentrados, y no parecían esperar nada de la gente. Dos individuos de punta llevaban extendido un lienzo que decía Fin a la explotación. Sueldos justos . . . Los transeúntes apenas les hacían caso, observando la procesión con una mirada lastimera, como si se tratara de una extravagancia, un exabrupto lamentable, alguien que intenta resucitar una práctica caduca como la fiesta de la primavera o algo así. (22-23)

Las últimas impresiones de Carlos Feria son decisivas. A su opinión de unos huelguistas desganados, y que parecen no “esperar nada de la gente”, se suma su percepción de las demás miradas, de los transeúntes, que los observan como si ejecutaran “una práctica caduca”. Empero, la expresión más categórica aún está por venir. Al comparar esta marcha por demandas laborales con la restauración de “la fiesta de la primavera o algo así”, se aproxima a lo que Ihab Hassan (1991) expresa como Ironía posmoderna. De acuerdo al autor, también puede llamarse perspectivismo: En ausencia de un principio cardinal o paradigma, nos volvemos hacia el juego, la interacción, el diálogo, el polílogo, la alegoría, la autorreflexión, en resumen, hacia la ironía. Esta ironía supone la indeterminación, la multivalencia . . . La ironía, el perspectivismo, la reflexividad: éstos expresan las inevitables recreaciones de la mente en busca de una verdad que continuamente la elude, dejándola tan sólo con un irónico acceso o exceso de autoconciencia. (6)

Así, Contreras elige una actividad de rasgos ingenuos, prescindibles, se diría que ridículos en el presente, como la fiesta de la primavera, para equiparar una actividad que antes gozaba del mayor de los prestigios: las demandas sindicales como articulación de intereses —en el esquema binario del materialismo histórico— del sujeto colectivo revolucionario: el proletariado. La marcha de los trabajadores no presenta ninguna seriedad,

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es un juego más en una sociedad cuyo fundamento se ha desplazado, y por ende es ironizable debido a su carácter relativo, sin estatuto de verdad, como lo tuviera antes en el discurso marxista, donde ostentaba un rol que lo conduciría, finalmente, a emancipar a la humanidad toda. La crítica Linda Hutcheon aporta otro concepto atingente a la hibridación de imágenes del pasado y el presente, desde una tensión reflexiva posmoderna: la parodia posmoderna no hace caso omiso del contexto de las representaciones pasadas que ella cita, sino que usa la ironía para reconocer el hecho de que estamos inevitablemente separados del pasado hoy día —por el tiempo y la subsiguiente historia de esas representaciones. Hay un continuo, pero hay también diferencia irónica, diferencia inducida por esa misma historia. (2-3)

Así, las mismas razones que hacen de la fiesta de la primavera una práctica lamentable, pueril, operarían hoy cuando observamos la marcha de unos huelguistas. La parodia posmoderna sería fundamentalmente “crítica en su relación con el pasado, no nostálgica o semejante a un anticuario. Desnaturaliza nuestros supuestos sobre nuestras representaciones de ese pasado” (5). Varias páginas después el narrador sentencia, hablando con sus anfitriones en una tensa conversación en la cena: “Es raro ver una huelga en estos días. Hacía mucho que no veía una” (48). Pero ahí no acaba todo, pues la autoría se preocupa de manifestar un cierto estado de naufragio, de irreflexión por parte de los huelguistas: De pronto sentimos un leve murmullo que venía de la calle. Nos acercamos a la ventana. Eran los huelguistas que pasaban, pero, como siempre, un reducido pelotón que, seguro, se había perdido por ese lado de la ciudad, ya que nada temían que hacer por ahí. Ellos mismos miraban hacia las casas ciegas y sordas de ese barrio residencial con manifiesto desconcierto, con el aire de turistas indefensos en una ciudad hostil. (58)

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En una lectura inmediata podemos descubrir que los huelguistas, como ocurre en buena parte de la novela, están perdidos espacialmente, recorriendo lugares ajenos a sus demandas o problemáticas y por lo tanto inútiles para la esperada solución de las mismas; empero, al analizar lo que ellos han “significado” en la obra, podemos concluir que ese perderse es, más bien, de índole temporal: su protesta, sus recursos retóricos (puestos en cursiva por el autor), sus fundamentos ideológicos pertenecen a una época otra, distante años o incluso decenios del instante en que se encuentran. Otra manera en que surge lo político, es mediante la oscura participación de Araujo en la dictadura, al haber estado arrojando cadáveres al mar desde sus aviones, que “habían volado inexplicablemente todos los días de aquella primera semana de toque de queda” (27) de septiembre de 1973. Son cuatro los asesinados en aquella minúscula ciudad, con nombre y apellido: “Un estudiante de ingeniería, un viejo sindicalista, un médico célebre en la región y su enfermera, amor ilícito este último” (28). Además, hacia el final del libro el propio Araujo le referirá a Carlos Feria cómo vigiló de cerca la ejecución de dos detenidos vinculados al gobierno de Salvador Allende, los que serán, en definitiva, los padres de Iván y Susana, y la esposa además del amor imposible del empresario. Desde luego, esta u otras historias relacionadas a la flagrante violación de los derechos humanos no merecen ningún comentario del narrador, ninguna condena o aprobación, resbalan por sus oídos y carecen de toda importancia en los estándares éticos con que mide el mundo que lo rodea. Este elemento es esencial en la narrativa completa de Contreras, donde lo individual (o la revolución individualista a la que alude Lipovetsky), y junto con ella la psicologización del mundo cotidiano, serán una regla incontrarrestable. La política asoma en el libro, por otro lado, de la mano de sus anfitriones. De alguna manera, Feria se hospeda en una casa que, por norma general, es partidaria al régimen. El sujeto postrado y su mujer nunca expresan apoyo al gobierno de facto, pero sí muestran un rechazo profundo a los huelguistas y sus petitorios temporalmente extraviados.

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Esto se hace palmario cuando los trabajadores pasan del mero discurso a la acción, y Blas no duda de calificarlos de terroristas, adjetivo utilizado por la prensa oficial así como por los desfachatados ministros de la dictadura: “—Volaron dos torres de alta tensión. Los ductos sur y norte totalmente inutilizados –dijo con ese tono técnico que le encantaba usar en ocasiones como esa—. La ciudad está absolutamente sin electricidad. Terrorismo, amigo mío, terrorismo” (155). Sólo unas páginas después vuelve a hablar el mismo Blas: —¡Toque de queda! ¡Se ha instaurado el toque de queda! —exclamó Blas. Había un cierto júbilo en la alarma de Blas cuando nos retransmitió las noticias. Y no dejaba de ser un acontecimiento. Salvo en las primeras semanas de septiembre del 73, nunca hubo toque de queda en la ciudad, mientras que en Santiago ya duraba doce años . . . De pronto el silencio fue atravesado por el ruido de unas sirenas que comenzaron a sonar y desplazarse a gran velocidad. Luego unos tiros, espaciados y solitarios, y un sordo rumor, de voces tal vez, un tumulto que parecía venir de todos los flancos. En un momento, se oyó el ruido lejano de un helicóptero. —Están iluminando, con el foco —dijo Blas. (158-160)

Es dable pensar que esta descripción (algo más extensa de lo que presentamos aquí) podría suscitar en un lector que haya vivido experiencias similares durante la dictadura, ciertos recuerdos de las protestas contra el gobierno militar mediando los ochenta, si consideramos la verosimilitud y realismo de la prosa. No obstante, en Feria no remueve nada. No existe miedo, rabia, satisfacción (como la que inunda a Blas y aun a su esposa); no hay expresión de sentimientos ni pensamientos de esto que, sin temor a exagerar, podríamos describir como un núcleo de reminiscencias emotivas a nivel nacional, a nivel de psique colectiva. Así, la neutralidad de Feria es voluntariosa, difícil de creer, y por ende podemos arribar al supuesto de que esta narración se encuentra ahí para remarcar ese hecho, esa ausencia de enlace emotivo con el devenir histórico, ese desligue de fenómenos sociales de gran alcance, de suyo traumáticos para la población de un país

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que los vive durante prácticamente dos décadas. Carlos Feria, como han señalado otros críticos con anterioridad, representaría un paradigma del sujeto carente de conciencia histórica. Más adelante pasará revista, otra vez, al lenguaje oficial para caracterizar la lucha contra la dictadura: Un allanamiento a una célula terrorista en un barrio periférico de la capital vino en su apoyo [de Blas]: la sinuosa escalera que conduce al lúgubre subterráneo, la triste bandera pegada con clavos en del muro, los pasamontañas con sus atemorizados antifaces vacíos, la pila funeraria de amón-gelatina, las escopetas recortadas y sus hermosas hermanas menores, las pistolas, todo ordenado sobre una gran mesa recién dispuesta. (165)

Finalmente, podemos resaltar un par de acontecimientos que unen todo lo descrito hasta el instante. Retrocedamos. El protagonista, mediando el libro, se ve involucrado en un crimen pasional cometido por Humberto Luengo contra un cantante por el que lo ha dejado su mujer. El nexo: Luengo intentó que Feria le vendiera un arma, sin sospechar que, de concretarse, demoraría varias semanas en recibir aquella compra pues sólo portaba los catálogos de revólveres que comercializaba. De todos modos, el afuerino es el último en hablar con él antes del crimen, y queda con orden de arraigo hasta que se aclare el incidente. A poco andar Luengo es detenido, pero no tarda en fugarse de su celda para ir a refugiarse con los huelguistas. Lo curioso es que los trabajadores movilizados no lo notan, no lo reconocen ni atestiguan la presencia de un extraño en el compacto grupo que forman, lo que viene a remarcar la idea de un proletariado absolutamente perdido, sin autoconocimiento o “conciencia para sí” desde las nociones de Marx. Después, desde la clandestinidad en que se encuentra, Luengo realiza unas cuantas visitas al protagonista en la pieza de la residencial donde se aloja, sin que lo noten sus anfitriones, Blas y Teresa, por supuesto. La historia adquiere un giro inesperado cuando el propio Luengo es asesinado mientras marcha junto al pelotón de huelguistas, en vísperas de la visita a la ciudad de Augusto Pinochet, o “el presidente”, como remarca, una y otra vez, Feria al referirse a él.

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¿Quién lo mata, por qué y con qué lo hace? Las tres respuestas son reveladoras: lo mata un ex militar alcohólico y solitario, Matus; lo realiza en un arranque demencial; y, como es obvio, comete el crimen con una pistola vendida por el protagonista, por cierto el único negocio que éste logra llevar a cabo en aquel poblado durante su larga estadía. La consecuencia inmediata: Feria debe pasar a la clandestinidad, al comprender que no le levantarán la orden de arraigo por estar, de nuevo, involucrado tangencialmente en un asesinato. Cuando arriba a esta conclusión, ejecuta un recorrido inverso al que inaugura la novela: camina a paso lento y con sus cosas a cuestas hacia la distante Panamericana, lo que visibilizaría el carácter circular de la obra en análisis. Todo este episodio reviste innegable centralidad para los significados que hemos intentado ir extrayendo en el presente texto. Primero, el ex militar, Matus, es un sujeto que aún se siente atado a las Fuerzas Armadas y que lamenta no haber dado todo lo que podía a su nación mientras estuvo en ella. Es un patriota de aquellos y, al mismo tiempo, un loco que persiste en permanecer completamente aislado de sus pares, en un dormitorio inhabitable y dominado por un alcoholismo que ya todos en el pueblo conocen. El patetismo de este hombre de armas —dato no menor: el único que aparece en el libro— clausura cualquier posibilidad de conceder, desde los contenidos que hace germinar el texto, alguna visión positiva o legitimadora de los gobernantes de facto. Su condición fantasmal, sus actuaciones revestidas por el manto de la locura y el delirio alcohólico, más bien, sugieren una visión paródica de los uniformados, que en aquella época insisten en manejarse bajo códigos dicotómicos que la sociedad —y el mundo entero— ha olvidado, al dejarse atrás la Guerra Fría. Otro aspecto a considerar: Feria pasa a la clandestinidad, tal como muchos chilenos en ese período histórico, pero con una diferencia mayúscula: los otros luchaban contra la dictadura desde esa posición y lo hacían de manera obligada, impuesta. Para él, en cambio, vivir fuera de la ley es producto de un simple equívoco, una serie azarosa de acontecimientos que no maneja ni de los que tampoco se lamenta demasiado. Su inscripción en

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los márgenes de la sociedad está lejos de la racionalidad sólida, monolítica de un militante de izquierda que ha llegado al país con la finalidad de derrocar al régimen e imponer la dictadura del proletariado. Y está lejos, por ello, de ese registro moderno binario, teleológico, totalizante y logocentrista, del que antes también ha despojado a los militares y su confusa, enajenada visión de mundo. En estas últimas páginas nos enteramos de otra decisión que es menester relevar: el protagonista se rehúsa a buscar a la pequeña Susana, que se encuentra embarazada de un hijo suyo, según la información suministrada por Araujo. Es momento de recordar los tres elementos de la abyección señalados por Isidoro Vegh: la degradación; el alejarse del conjunto de los bien pensantes; y ser un residuo. Según Millot, por no haber sido reconocido por su madre, Genet fue “negado”, “rechazado”, por lo que “desde esa posición de desecho”, “solo queda hacer un milagro: inventar un nuevo amor que transfigure la abyección. Este nuevo amor será el único permitido. Se llama también vicio” (75). Esto es lo que hace, de manera deliberada, Feria con el hijo que espera Susana: lo arroja a la abyección expósita de que habla Millot (y de la que Cánovas ha llamado la atención en la novelística reciente), sin gastar siquiera una palabra en justificar su indiferencia hacia ese niño que está por nacer. Otra decisión importante: tampoco le pide a Teresa que se vaya con él, algo a lo que muy probablemente habría estado dispuesta de acuerdo a sus últimas acciones. Se puede desprender de ello una posible incapacidad o reticencia a formar vínculos afectivos tras su fracaso matrimonial. Su mundo significativo se reduce, de este modo, a los límites de su propia corporalidad y a la esfera de su psique, presentando una versión radicalizada del individualismo posmoderno de que habla Lipovetsky, negando incluso la esfera de los afectos familiares, núcleo que, con quiebres y rupturas, es en la posmodernidad todavía un lugar donde solventar una emocionalidad que ya no se esmera en acceder a fuentes de sentido colectivas de mayor alcance. Todo esto conduce a que Feria permanezca en un presente infinito y en territorios de paso, tiempo y sitios posmodernos por excelencia, como

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remarca Lozano a partir de las conocidas reflexiones de Marc Auge. Su narración hará primar, como sucede en toda la novela, el no-tiempo o presente perpetuo que se vive en la clandestinidad, donde cada día puede ser el último y es imposible prever o trazar un futuro con relativa certeza; de igual manera, habitará los no-lugares, como por ejemplo la Ruta 5 o las carreteras interiores que unen los distintos poblados, donde el espacio es concebido desde su pura dimensión de tránsito y desplazamiento. En este punto cabe destacar que su peripecia tiene siempre como telón de fondo a los huelguistas, es decir, una izquierda organizada y radical (realizan un par de atentados en el pueblo) y al dictador (representante de una derecha extrema, de rasgos fasistoides), quien está próximo a visitar la ciudad. Empero, aunque consigna de manera permanente esta información, no fijan ni mandatan su llegada o partida del pueblo sino de forma tangencial y fortuita. Lo político, entonces, incluso en este período histórico donde todavía posee una fuerza de proporciones, ya no es el factor determinante en la vida de los personajes que retrata esta novela. Por último, permítaseme un comentario sobre los aspectos formales de la novela de Contreras. Para John Barth, escritor que se describe a sí mismo como novelista posmoderno, lugar desde donde también esgrime sus críticas y ensayos literarios, es importante que el artista esté “al día técnicamente”. Señala que muchos “novelistas actuales escriben sus obras siguiendo el modelo de la novela de fines de siglo pasado, solamente que emplean un lenguaje de más o menos mediados del siglo XX y sobre gente y temas contemporáneos” (172). El autor prefiere los que son “técnicamente contemporáneos; Joyce y Kafka, por ejemplo, en su tiempo, y en el nuestro, Samuel Beckett y Jorge Luis Borges” (172). Así, La ciudad anterior, junto a las demás novelas del autor, se inscribirían en una estrategia que ya era vigente y casi agotada en el siglo XIX, como alguna vez señaló mordazmente Roberto Bolaño. Contra esto, la construcción de personajes, el ambiente en que se desenvuelven, la psicología dominando en todos los espacios, transforman a Contreras en un escritor que hace emerger temáticas de actualidad, y que

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de hecho enseña los nuevos presupuestos que se requieren para entender el Chile que se despliega tras la dictadura, con intereses que se movilizan a zonas personales antes que colectivas, subjetivas antes que objetivas, materiales e históricas, con lógicas de atomización, enclaustramiento e individuación como únicos detonantes de las energías que mueven nuestro tiempo.

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LA IMAGEN DEL NIÑO EN EL UMBRAL DE LA MODERNIDAD: TRES FIGURAS INFANTILES EN LA PINTURA DE COSME SAN MARTÍN T H E C H ILD H OOD AT T H E T H R ES H OLD O F MODE R NITY : T H R EE IN FANT F IGU R ES IN C OSME SAN MA R TIN PAINTINGS

María Elena Muñoz Universidad de Chile Facultad de Artes Las Encinas 3370 Santiago de Chile Chile [email protected]

Resumen El siguiente texto busca reflexionar en torno a la representación de tres figuras infantiles en la obra pictórica de Cosme San Martin. Las pinturas de San Martin se inscriben dentro del período en que la sociedad chilena experimentó los cambios provenientes del proceso de modernización, los cuales estaban tramados con la tensión entre civilización y barbarie. A partir de la comprensión de la figura del niño como metáfora de la joven república, estas obras muestran la modernización de nuestra sociedad, el progreso de las ciudades, la

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importancia asignada a la instrucción para alcanzar un nivel de país avanzado, el camino por el cual transitar, en otras palabras, desde la barbarie a la civilización. Palabras claves: Pintura, infancia, instrucción, civilización, barbarie.

Abstract The following article proposes to analyze the representation of childhood in the work of Chilean painter Cosme San Martin. San Martin’s paintings were made in the time when Chilean society was facing the changes associated with the arriving of modernity and are related to the tension between civilization and barbarianism. From the conception of the child figure as a metaphor of the young republic, it can be observed how the artist suggests the modernization of our society and how that is linked to the importance of education on the goal of becoming a refined country, a path to follow in order to go from barbarism to civilization. Key words: Painting, Infancy, Education, Civilization, Barbarism.

Recibido: 21/05/2016 Aceptado: 03/09/2016

1. El pintor chileno Cosme San Martin (1849-1906) realizó varias pinturas donde aparecen niños: tres de ellas serán aquí analizadas. Lo interesante de estas es que no se trata de retratos de niños particulares, de los que hay muchos ejemplos en la pintura nacional,1 sino de composiciones

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Ejemplos se encuentran en pinturas desde Gil de Castro a Juan Francisco González, pasando por Valenzuela Puelma, Pedro Lira, entre otros que representaron niños

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donde la figura infantil permanece anónima formando parte de una trama mayor y cumpliendo un papel en la narración pictórica. Las obras fueron realizadas en un período de aproximadamente treinta años a partir de 1874, período que coincide con un proceso de cambios profundos en la vida social chilena relativos a modernizaciones urbanas, políticas y culturales.2 Dichas transformaciones provenían de la adopción de los modelos iluministas europeos que impulsaron el movimiento independentista y la posterior instalación de la república y sus instituciones públicas durante el siglo XIX. Estos modelos promovían la emergencia del sujeto autónomo y del ideal del progreso, animados por la convicción de que el destino de la especie humana es avanzar hacia la perfección de la mano del desarrollo de las ciencias y las artes, en otras palabras, progresar hacia un mundo mejor.3

de diversas proveniencias sociales. Por otro lado, en la misma época, como señala Jorge Rojas, en lo que respecta a la representación de niños de clase alta, “el nuevo estatus de la infancia quedó reflejado en la forma más moderna y novedosa de representación: la fotografía. Aunque algunos pioneros ya la utilizaron desde mediados del siglo XIX, fue a partir de la década de 1870 y 1880 que la nueva técnica quedó a disposición de la burguesía en ascenso, asimilando los códigos europeos de representación de la figura humana, respetuosa de exteriorizar el “buen tono” y el “decoro moral” del fotografiado . . . Niños y niñas de clase alta, pulcramente vestidos, reprodujeron estos rígidos estereotipos, ostentando sus más valiosos juguetes: caballitos, tambores, rifles o muñecas de porcelana, según fuera el caso. (Rojas 277).

“En el caso de Chile, la acelerada modernización que se da en esa etapa se manifiesta en el plano económico y político-social, pero también —sobre todo en las ciudades— en la vida cotidiana, en el uso del tiempo libre y en las costumbres” (Subercaseaux 27).



El pensamiento ilustrado, como señala Jürgen Habermas, dio cabida a un proyecto orientado unidireccionalmente al futuro: “El proyecto de modernidad formulado en el siglo XVIII por los filósofos de la Ilustración consistió en sus esfuerzos para desarrollar una ciencia objetiva, una moralidad y leyes universales y un arte autónomo acorde con su lógica interna. Al mismo tiempo este proyecto pretendía liberar los potenciales cognoscitivos de cada uno de estos dominios de sus formas esotéricas. Los filósofos de la Ilustración querían utilizar esta acumulación de cultura especializada para el enriquecimiento de la vida cotidiana, es decir, para la organización racional de la vida cotidiana. Los pensadores de la Ilustración con la mentalidad de un Condorcet, aún tenían la extravagante expectativa de que las artes y las ciencias no sólo promoverían el control de las fuerzas naturales, sino también la comprensión del mundo y del yo, el progreso moral e incluso, la felicidad de los seres humanos” (Habermas 28).

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Tanto los librepensadores ingleses, como los filósofos franceses, los ilustrados alemanes e incluso los españoles del siglo XVIII compartían, con mayor o menor optimismo, el credo según el cual las luces de la razón podían desarrollarse para civilizar a la humanidad, erradicando a la barbarie, poniendo al progreso al servicio de la emancipación: eso era lo que sustentaba el proyecto moderno y lo que impulsó la fiebre modernizadora del siglo XIX. La barbarie —de acuerdo a los orígenes griegos del término—4 se instala como el “otro” de la civilización, no obstante, en el contexto de fines del siglo XVIII es un término ambiguo que podía designar una época, un estado, o una condición humana reivindicada por Rousseau y combatida por Voltaire para citar dos posiciones encontradas entre una gama diversa. En su connotación negativa la barbarie debía ser combatida con ilustración, educación, cultivo del entendimiento: en su connotación positiva la barbarie, como inocencia, daba la partida a nuevos comienzos, los que también debían ser guiados por la educación en su sentido de conducción moral. Por otro lado, cuando Kant publicó el texto breve “Respuesta a la pregunta qué es la Ilustración” en 1784, no ocupó el término barbarie para referirse a aquello que la Ilustración debía superar, sino a la “minoría del edad”. Alcanzar la Ilustración significaba alcanzar al fin la mayoría de edad, la adultez: La Ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. El mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración. (Kant 28)

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Barbarie, atributo del bárbaro, es decir, el que balbucea. En este sentido, el “otro” que no maneja la lengua y por extensión las costumbres propias (Santiago 33-45).

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Para Kant la minoría de edad no necesariamente estaba asociada con la infancia, sino con un estado de comodidad debido a la cobardía y a la pereza que impedía al hombre pensar por sí mismo, lo que lo dejaba a merced de quienes ejercían el poder de controlar los destinos de la humanidad. No obstante, lo discutible que puedan resultar las aducidas causas que impiden alcanzar la esperada mayoría de edad, la metáfora es elocuente, ya que si bien es cierto el llamado kantiano a “pensar por ti mismo” apela a los individuos, de lo que en realidad se hace cargo es de identificar una nueva era que nace de la mano de la elevación de las facultades racionales del hombre, de su capacidad para conocer y para ejercer como sujeto autónomo en pleno uso de su razón, no sólo para beneficio propio sino también para el de su entorno social. En un texto publicado por su discípulo Rink, bajo el nombre de La pedagogía de Kant (1804), el filósofo expresaba que el hombre era la única criatura que necesitaba educación y disciplina ya que gracias a éstas “convierte la animalidad en humanidad. Un animal lo es ya todo por su instinto; una razón extraña lo ha provisto de todo. Pero el hombre necesita una razón propia y ha de construirse él mismo el plan de su conducta. Pero no está en disposición de hacérselo inmediatamente, sino que viene inculto al mundo, se lo tienen que construir los demás” (citado en Delgado 144). Esa construcción debería concretarse gracias a la instrucción para conducir de la mano a los menores de edad desde la animalidad hacia la humanidad. En vistas de que la barbarie representaba el obstáculo para alcanzar la civilización, el contexto ilustrado dedicó atención a la educación de los más pequeños. Y aunque si bien es cierto su efecto no fue inmediato como señala Buenaventura Delgado: “no puede decirse que la Ilustración haya supuesto un giro copernicano ante la infancia . . . No obstante, las nuevas ideas se fueron aceptando lentamente en el mundo occidental y enriquecieron el sustrato de los futuros planteamientos psicopedagógicos (Delgado 140). Ello sumado al hecho de que los avances médicos estaban logrando de a poco reducir la mortalidad redundó en un cambio gradual en la percepción respecto de la infancia y del lugar de los niños en el mundo, los que empezaron a dejar su papel de actores secundarios para

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transformarse progresivamente en figuras protagónicas de la familia y la vida social. De ahí que a partir de fines del siglo de las luces y durante el siglo XIX la figura del niño y su particular mirada frente al mundo se haya vuelto motivo recurrente en la literatura y la pintura europea.

2. Sin embargo, se puede pensar que en las ex colonias americanas la representación de la infancia cobró un cariz simbólico diferente: los niños aparecen más bien como metáfora de la nueva vida, la vida utópicamente independiente y libre de las repúblicas en formación.5 En Chile, la construcción de la República como en el resto de las naciones americanas, estuvo animada por el ideal del progreso y de acuerdo a ello la tarea crucial a emprender era desterrar a la barbarie. Ésta estaba asociada con los largos tres siglos del dominio español: ese oscuro pasado colonial que remitía —según los aires civilizatorios que recorrían toda América Latina en ese entonces— más al legado ibérico que a la herencia indígena. Efectivamente, después de alcanzada la Independencia, lo español aparecía ligado a un tradicionalismo anacrónico e improductivo, distinguible de lo europeo que aparecía encarnando los ideales modernos y progresistas.6 Lo europeo en cambio se identificaba principalmente con Francia y sus procesos de emancipación política, intelectual y social. Ya en el período de la Patria Vieja era posible percibir con claridad las voces que llamaban a alcanzar los ideales ilustrados por medio de la

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En el caso de América del Norte, esto es bastante explícito en las novelas de Mark Twain y en las pinturas de su contemporáneo Winslow Homer, por citar ejemplos señeros.

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Tal como José Luis Romero señaló: “España fue la tradición y Europa el cambio . . . España fue el pasado y Europa fue el presente y el futuro. La imagen de una Europa sin España arraigó fuertemente en los grupos predominantes. Con ello el juicio sobre lo europeo adquirió un tono generalizadamente positivo, en tanto que el juicio sobre el español adquirió un tono negativo” (Romero 33).

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difusión de las ideas y muy especialmente por medio de la educación. Las palabras de Camilo Henríquez en la primera edición del primer periódico chileno la “Aurora de Chile” son expresivas de esto: “Está ya en nuestro poder, el grande, el precioso instrumento de la ilustracion universal, la Imprenta . . . La voz de la razón, y de la verdad se oyrán entre nosotros después del triste, é insufrible silencio de tres siglos . . . ¡Siglos de infamia, y de llanto!”.7 El periódico, que circuló entre 1812 y 1813, tenía como objetivo promover la soberanía popular y sobre todo hacer extensivos los textos de los filósofos ilustrados franceses como Rousseau y Voltaire así como los de los independentistas norteamericanos como Jefferson y Washington. En sus páginas escribieron también los connotados intelectuales chilenos Manuel de Salas, Juan Egaña y Manuel José Gandarillas.8 En 1813, el periódico Monitor Araucano, medio que sustituyó a la Aurora de Chile publicó el Reglamento de las Primeras Letras donde se describía la época colonial como “sistema metódico de opresión”. Se agregaba además que la Corona expedía con frecuencia órdenes para suprimir escuelas y desterrar en América toda clase de estudio útil: Interesada la dura España en que los naturales de estos Payses no despertasen por un momento del letargo, que les hacía no sentir las cadenas que les oprimían, no solamente se les dexaba sin industria, cultura, comercio sino que llegando su crueldad hasta el extremo de querer se ignorasen los primeros rudimentos de las ciencias, se tomaban medidas indirectas à fin de evitar la

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http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-3500.html#documentos.

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Precisamente, el primero de ellos se había destacado por fundar el primer establecimiento educacional laico del país, la Academia San Luis en 1799. Juan Egaña, por su parte, presidió en 1811 la Comisión de Educación cuya misión era diseñar un plan de educación nacional de instrucción moral y científica para todos los chilenos y que debía ser de responsabilidad pública. Según Egaña: “Los gobiernos deben cuidar de la educación e instrucción pública como una de las primeras condiciones del pacto social. Todos los Estados perecen y degeneran a proporción que se descuida la educación y faltan las costumbres que la sostienen y dan firmeza a los principios de cada gobierno” (Serrano 40).

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verguenza y execración que tal procedimiento podía ocasionar, si aun todavía conservaba algún rastro de pudor en esta materia. (citado en Rojas 211)

Con el objeto de revertir esta ominosa situación, Camilo Henríquez junto a Manuel de Salas y Juan Egaña fundan las bases para dar forma al Instituto Nacional de Chile cuya misión era establecer “en la república un gran Instituto Nacional para las ciencias, artes, oficios, instruccion militar, relijion, ejercicios que den actividad, vigor i salud i cuanto pueda formar el carácter fisico y moral del ciudadano. Este sera el centro i modelo de la educacion nacional” (Ortografía original). Agregando que, “Sólo la educación pública puede formar el carácter nacional, es decir, aquellas virtudes u opiniones que distinguen a un pueblo de los demás”. El Instituto Nacional en su condición de establecimiento público aspiraba a expresar el núcleo de las virtudes republicanas de libertad e igualdad civil.9 Estas iniciativas orientadas por los modelos ilustrados se amplifican en la medida que avanza el siglo XIX y la necesidad de impulsar el progreso mediante la ilustración del pueblo se intensifica e incluso se garantiza a través de la Constitución de 1833. Más tarde, José Victorino Lastarria, importante referente de la generación del 1842 declara lo siguiente al asumir como Director de la Sociedad de Literatura de Santiago: Otro apoyo más quiere la democracia, el de la ilustración. La democracia, que es la libertad, no se legitima, no es útil ni bienhechora, sino cuando el pueblo ha llegado a su edad madura y nosotros somos todavía adultos. La fuerza que deberíamos haber empleado en llegar a esa madurez que es la ilustración, estuvo sometida tres siglos a satisfacer la codicia de una metrópoli atrasada, y más tarde ocupada en destrozar cadenas, y en constituir un

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“El Instituto introdujo de manera prístina y duradera las centralización estatal, pues la educación debía ser unitaria y común. La igualdad republicana ante la ley significaba barrer con las corporaciones antiguas dotadas de constituciones propias, fueros y privilegios . . . No en vano llevaba el nombre de la afamada entidad francesa creada por la Convención Nacional en 1795” (Serrano, Ponce de León, Rengifo 235).

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gobierno independiente . . . hemos tenido la fortuna de recibir una mediana ilustración, pues bien sirvamos al pueblo, alumbrémosle en la marcha social para que nuestros hijos le vean un día feliz, libre y poderoso. (Lastarria 81)

Lastarria hace mención a los siglos oscuros de nuestra historia como también lo harán otros intelectuales como Benjamín Vicuña Mackenna quien comparte además con Lastarria la invocación al deber de todo ilustrado de conducir y alumbrar el camino al resto de la sociedad. Domingo Faustino Sarmiento, notable educador, intelectual y futuro presidente de Argentina, fundó durante el segundo de sus tres exilios en Chile, la Escuela Normal de Preceptores mientras se desempeñaba como Ministro de Instrucción Pública (dos años antes había fundado el periódico El Progreso). El mismo año 1842, bajo el gobierno de Manuel Bulnes, fue fundada la Universidad de Chile a cargo de Andrés Bello y llegó a Santiago el pintor francés Raymond Monvoisin que fue traído a estas latitudes gracias a las gestiones de Francisco Javier Rosales, conocido popularmente como el “afrancesador” de Chile. La llegada de Monvoisin formaba parte del proyecto ilustrado criollo que incluía como factor del progreso no sólo el desarrollo tecnológico y científico sino también el de las artes y las letras.10 Y a pesar de que no era un representante de las últimas tendencias de la pintura europea, su aporte era percibido sin lugar a dudas como una renovación respecto de la tradición religiosa de la pintura colonial, y sus obras, como la expresión adecuada del nuevo refinamiento que ostentaba la clase alta chilena que demandaba sus retratos. El pintor francés no aceptó hacerse cargo de la Academia de Pintura, lo que no impidió que la fundación de ésta se concretara en 1849 conducida por el pintor italiano Alessandro Cicarelli. La Academia fue también un hito en el camino de la sociedad chilena a la



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La llegada de Monvoisin precisa ser comprendida dentro del marco que promovió no sólo la llegada de otros artistas como Rugendas antes que él, sino también como parte de la oleada que trajo a Claudio Gay, Ignacio Domeyko, Rodulfo Phillipi y otros extranjeros que vinieron a colaborar con el progreso de la nación.

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modernidad. En sus aulas y talleres se formó el joven porteño Cosme San Martin quien ingresó como alumno en 1864 y se mantuvo como profesor hasta el año de su muerte, en 1906. Entre 1875 y 1880 permaneció en París y a su retorno se convirtió en el primer chileno en ser Director de la Academia. Sus maestros fueron Ernst Kirbach y Giovanni Mochi y sus compañeros de ruta, quienes lo apodaban Monsieur Ingres por la precisión de su dibujo, fueron Pedro Lira, Onofre Jarpa, Alberto Orrego Luco, Pedro León Carmona, entre otros.

3. Los tres cuadros que serán referidos a continuación muestran escenas de tipo doméstico, confirmando que los mayores logros de San Martín estaban en la pintura de género,11 donde no cabe la grandilocuencia de la pintura histórica, la más apreciada dentro del círculo académico, ni las proyecciones románticas de la pintura de paisajes que representaban por esos años la contrapartida del arte oficial.12 En las tres obras se puede reconocer un entorno burgués rodeando a los personajes lo que calza con el hecho de que el arribo de la modernidad local fue una experiencia de la élite. Lo que podría afirmarse a partir de la observación de las obras en conexión con sus contextos es que, desde la más antigua (La lectura) hasta la que se puede presumir como la última (Bajada del Santa Lucía) San



La pintura de género es aquella que representa escenas comunes de la vida cotidiana contemporánea al autor. Por lo mismo, sus mayores logros se encuentran vinculados a una concepción realista del arte, que privilegia la representación de situaciones y experiencias que puedan, por su carácter corriente, ser familiares a todo espectador.



San Martin no cultivó ningún género en particular: su obra no muy extensa ofrece ejemplos que abordan temas y motivos muy diversos. Realizó varios cuadros de historia, incluidos algunos de tema mitológico como Sansón y Dalila o alegóricos como el de Prat guiado hacia el sacrificio por el genio de la patria. También pintó paisajes y retratos.

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Martín traza algo así como una progresión en la representación de las figuras infantiles, que va desde una fase inicial de abandono del oscurantismo hasta la conquista de la luz. En otras palabras, lo que estas obras evocan al observarse secuencialmente es la utopía iluminista del siglo XIX.

Imagen 1. Cosme San Martin. La Lectura 1874. Óleo sobre tela, 109 x 144cm. Museo Nacional de Bellas Artes.

La primera de estas pinturas, y la única que está certeramente fechada, es “La lectura” de 1874 (Imagen 1). El cuadro —de grandes proporciones— describe una escena doméstica desarrollada en un hogar decimonónico alhajado finamente en un estilo muy europeo, lo que podría dificultar decir a qué lado del Atlántico podría estar situado, aunque es un hecho que el autor no había aún salido de Chile cuando lo pintó. La imagen muestra a un conjunto de personas reunido para atender a la lectura de un libro, la que es conducida por una de las mujeres del grupo. La acción de la lectura organiza la ubicación y postura de los personajes de modo que

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estos aparecen dispuestos a otorgar toda su atención a la voz de la dama que lee; la excepción la constituye una niña, la única infante del grupo, que se muestra distraída mientras yace sobre el piso sosteniendo una muñeca de trapo al borde derecho de la composición. Ensimismada, ella no dirige su atención hacia quien lee, tampoco al espectador; asimismo, los demás miembros del grupo no parecen percatarse de su presencia. Asoma cabizbaja, como aletargada, tan lánguida como la muñeca que sostiene, como si su cuerpo careciera de un alma que la animara. La niña es la única de los personajes que no participa de la acción, que permanece en su propio mundo quedando fuera de aquello que está convocando a los adultos, relegada como un miembro que aún permanece en estado de barbarie, como un resabio inocente de un estadio anterior que aún no recibe los beneficios de la instrucción, y por qué no decirlo, que carece aún del uso de la razón. El estado de barbarie no se relaciona aquí peyorativamente con el salvajismo ignorante y oscuro de los siglos pasados sino con el estado de inocencia a partir del cual se puede empezar a construir la civilidad. Bien entrado el siglo XIX el ejercicio de la lectura en Chile se había extendido profusamente conforme al ánimo republicano del que formaba parte. Ello corresponde al período en que las instituciones republicanas se estabilizan a la vez que emergía un movimiento intelectual sin precedentes del que participaban los más afamados ilustrados criollos afanados apasionadamente en la construcción de una mentalidad moderna. La instrucción, la lectura de libros, formaba parte de una cruzada comandada por la clase intelectual destinada a erradicar el oscurantismo colonial para pensar en edificar una nación verdaderamente civilizada. En este sentido, la temprana afirmación de Sarmiento resulta provocadora: Quién dice instrucción, dice libros. Sólo los pueblos salvajes se transmiten su historia y sus conocimientos, costumbres y preocupaciones por la palabra de los ancianos. ¿De qué sirve enseñarle a leer a nuestros niños si no se les proporcionan facilidades para adquirir libros? Las llaves de los conocimientos (que proporciona la escuela) son inútiles para quién no tiene a su alcance el libro que ha de abrir con ellas. (Subercaseaux 51)

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El libro según Sarmiento es la ventana, la puerta que se abre con la llave del conocimiento, no obstante la acción que aseguraba ese conocimiento era la lectura. De este modo, la lectura constituía un pasaje, un estadio que había que alcanzar no sólo para hacer más libres y felices a los hombres sino para que la nación entera se incorporara al fin al mundo moderno. A pesar de que no contamos con mayor información respecto del pensamiento de Cosme San Martín, ya que no hay disponible ningún tipo de texto o cuerpo epistolar, es dable pensar que en tanto miembro de una institución ilustrada como la Academia de Pintura estaba imbuido del espíritu que animaba a Lastarria, Sarmiento, Vicuña Mackenna y otros tantos agentes de la ilustración chilena. Se justifica suponer que el pintor tenía en alta consideración la instrucción, el ejercicio metódico y riguroso para aprender los saberes, para apartarse lo más posible de la ignorancia, salvaje y primitiva. Él mismo viajó como pensionado del gobierno en 1875 a empaparse de la sapiencia artística de la ciudad luz y combinó el ejercicio de la pintura con el de la música, destacándose en la interpretación de la viola. Pudiera pensarse entonces, volviendo al cuadro, que la niña pintada comparece como la encarnación de un estado natural, inocente, como esa etapa que deberá quedar atrás para alcanzar la mayoría de edad, pero no sólo la individual sino también la de la sociedad en su conjunto. Es ella la que, gracias a la instrucción, pero también la educación en las buenas costumbres y maneras, va a poder dejar atrás los siglos de barbarie y alcanzar la civilización. Esta asimilación entre infancia de los pueblos y niñez era una cuestión bastante difundida en la época de San Martin. Fue muy bien resumida por Sarmiento quien afirmó la analogía según la cual la infancia es a la madurez lo que los pueblos primitivos son a los civilizados. “Los pueblos en su infancia son unos niños que nada prevén, que nada conocen, y es preciso que los hombres de alta previsión y de alta comprensión les sirvan de padre”, decía Sarmiento en su famoso libro Civilización i Barbarie de 1845. Simbólicamente, los niños estaban siendo pensados entonces como metáforas de ese primitivismo inocente que era necesario superar.

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4. La segunda pintura se titula “El niño de las láminas” (Imagen 2). No está fechada, pero en términos de la factura, es decir, de la peculiaridad de la pincelada, parece posterior a la obra antes comentada. Ella describe a un niño de unos ocho años sentado en un sillón de estilo, apoyado sobre una mesa, concentrado en la tarea de observar un libro de láminas. El resto de la composición es simple: al lado izquierdo una cortina, hacia el fondo el marco de una puerta y un aparador u otro tipo de mueble macizo. Eso contribuye a que no sólo la atención del niño esté dirigida hacia las láminas sino también a dirigir la atención del espectador hacia ellas. Como espectadores podemos mirar sobre el hombro del niño y alcanzar a otear aquello que captura su atención. Posiblemente se trate de un libro o cuadernillo, más bien, que reproduce obras de arte, lo que no sería extraño ya que el personaje infantil habita un interior burgués por lo que parece pertenecer a una clase que puede gozar del privilegio de contar con dicho recurso. Es posible también que el cuadernillo —que deja ver en su página izquierda la imagen de un conglomerado de personas— haya sido traído por el propio San Martin desde París, en ese entonces ciudad paradigma de la modernidad. El niño viste como un adulto pequeño y ocupa una silla que parece muy grande para su tamaño; está solo, ningún adulto de ocupa de él. El tema de este cuadro también es la lectura, aunque esta vez de imágenes. A través de la observación de esas imágenes el niño puede virtualmente salir, derribar los muros de la habitación que lo contiene o constriñe. A diferencia de la niña con la muñeca de trapo, todavía muy pequeña para acceder a la ilustración, este niño ya está en condiciones de poner su mente y sus sentidos en obra para alcanzar la instrucción. Es pertinente entonces pensar que San Martin consideraba que las imágenes portaban valiosos contenidos y que su lectura era algo profundamente instructivo, tanto como lo era la lectura de textos, que en esa época ya estaban considerando a los pequeños lectores.13 El pequeño se asoma al



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“En un atractivo formato ilustrado, desde mediados de 1857 comenzó a circular la Enciclopedia de la infancia, un periódico semanal ilustrado completamente impreso

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Imagen 2. Cosme San Martin. El niño de las láminas, circa 1890. Óleo sobre tela Museo Nacional de Bellas Artes.

mundo a través de unas páginas ilustradas (en el doble sentido de la palabra), penetra a través de la imagen a aquello que los muros de la habitación le impiden ver. Así como la civilización ha construido mundo

en caracteres manuscritos, que tenía por propósito ejercitar la lectura por medio de contenidos educativos. Editado en Valparaíso por el maestro español Enrique M. de Santa Olalla, quien luego se radicó en Argentina, se distribuía por suscripción en varias ciudades del país, y tenía la intención de llegar a otros países de Hispanoamérica, por ese mismo medio. Lo editaba, con gran calidad gráfica y abundantes grabados, una imprenta litográfica (de J. B. Lebas), a un precio accesible, para que pudieran adquirirlo familias modestas, como era el propósito de su editor. Además, incluía extractos de poesías, temas educativos (geología, historia, biografías), crónicas de costumbres (había una sección, “Tipos chilenos”, dedicada a retratar ciertos oficios característicos). La Sociedad de Instrucción Primaria de Santiago continuó editando la Enciclopedia desde enero de 1858, aunque pronto cambió su título a El Instructor del Pueblo” (Rojas 126).

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con la palabra escrita, también lo ha hecho con la imagen, particularmente la imagen artística, que, como San Martin muy bien sabía, no constituye el mero reflejo de lo visible, sino una construcción simbólica capaz de evocar la visión de mundo de su autor así como la de su época. Injustamente, a mi juicio, la opinión institucionalizada considera a este autor como un realista más bien mecánico, como mero registrador de figuras y texturas. Por ejemplo, según Romera, “Cosme San Martín es un realista apasionado que no concede nada a la fantasía ni a la imaginación creadora . . . Gusta de la composición y las figuras se mueven con soltura en su obra. Da el ambiente objetivo, lo que rodea a los modelos, pero la sensación espacial o atmosférica es nula” (Romera 79). Por su parte Galaz e Ivelic opinan que, “Su interés de adecuar la obra al modelo lo impulsa a mostrar la calidad táctil de las cosas (trajes, muebles, cortinas, etc.) dejando entrever incluso la calidad de los materiales que intervinieron en su confección o fabricación. Al representar una realidad en forma tan transparente no da lugar a que la imaginación o el intelecto participen en la recreación de la obra” (Galaz/Ivelic 106). La verdad es que más allá de lo que parece evidente, una lectura más fina nos permite reconocer que las obras que ha dejado San Martin alojan una complejidad y sensibilidad que dan cuenta del artista como un constructor de narrativas en clave pictórica.

5. La tercera obra se llama “Bajada del Santa Lucía” (Imagen 3). No tiene estampada una fecha pero en función de la vestimenta usada por el personaje femenino, a la altura de los árboles ya crecidos del cerro y a la soltura de las pinceladas, se puede decir que fue ejecutada alrededor de 1900. El cuadro describe a una dama refinada que desciende elegantemente por las escalinatas del paseo santiaguino en compañía de un pequeño que se desliza sobre los escalones.

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Imagen 3. Cosme San Martin Bajada del Santa Lucía circa 1900. Óleo sobre tela, 70 x50cm. Colección Particular.

Hacia el fondo se ve entre el follaje a otra dama que sube la escalinata volteándose hacia la dama que desciende. El formato de la pintura es vertical lo que acentúa la disposición descendente de los personajes principales, destacando el hecho de que la acción tiene lugar no en una planicie sino en una ladera elevada. Se trata de un día muy luminoso de primavera o verano, posiblemente un domingo después de misa, cuando el paseo estaba cerrado para el público masivo de modo que la élite pudiera gozarlo sin contratiempos. La dama de la sombrilla observa la acción del niño, su hijo probablemente, quien se arrastra por los peldaños en una actitud muy típicamente infantil. Pudiera ser que la mujer lo estuviera reprimiendo por tal comportamiento o tal vez, que la misma esté simplemente intercambiando miradas o palabras con la otra mujer en la sombra. Es conveniente precisar

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a este propósito que durante la segunda mitad del siglo XIX la educación no sólo fue pensada en torno a la instrucción escolar, sino en términos más amplios, como formación moral y de buenas costumbres. De ello dan cuenta los numerosos textos enfocados en la modelación conductual de los niños de la clase alta destinados a regir en el futuro los destinos de la nación.14 La urbanidad y las buenas costumbres eran también lo que Benjamín Vicuña Mackenna (1831-1886) quería promover cuando concibió la idea de hacer florecer al peñón rocoso del Santa Lucía, antiguo Huelén,15 que antes fuera atalaya de los nativos, fuerte militar de la reconquista, cárcel y cementerio de los no bautizado y transformarlo en un espléndido paseo citadino. Consecuentemente con el ánimo de ejemplaridad que movía a la obra de Vicuña, la escena que el cuadro de San Martín describe no muestra nada de tan ominoso pasado.



Uno de los textos que logró mayor divulgación fue el manual de urbanidad y buenas maneras de Manuel Antonio Carreño publicado en Chile en 1863. El texto estaba dividido en dos secciones. La primera estaba abocada a los deberes morales del hombre, y la segunda a la urbanidad. Esta última —según Carreño— debía ser considerada una emanación de los deberes morales, y como tal, sus prescripciones debían tender a la conservación del orden y la armonía entre los hombres. Respecto a su utilidad, Carreño señalaba: “Las reglas de urbanidad nos enseñan a ser metódicos y exactos en el cumplimiento de nuestros deberes sociales: a dirijir nuestra conducta de manera que a nadie causemos mortificación o disgusto; a tolerar los caprichos y debilidades de los hombres; a ser atentos, afables y complacientes, sacrificando, cada vez que sea necesario y posible, nuestros gustos y comodidades . . . ; a tener limpieza y compostura en nuestras personas, en nuestros vestidos y en nuestra habitación, para fomentar nuestra propia estimación y merecer la de los demás; y a adquirir, en suma, aquel tacto fino y delicado que nos hace capaces de apreciar en sociedad todas las circunstancias, y proceder con arreglo a lo que cada una exije” (Rojas 146).



En su “Historia crítica y social de la ciudad de Santiago” (1869) Vicuña se refiere así al nombre del peñón: “ . . . pues aquí es preciso decir que la colina misteriosa, a cuyo alrededor estaba agrupado el vasto caserío indígena, llamábase Huelén, nombre que en indio quiere decir dolor, desdicha i que harto grande lo fue para los suyos, pues de ellos sólo quedan hoy como memoria, a manera de colosales lápidas, sus áridos peñones” (Vicuña Mackenna, 33). La atribución del significado “dolor” al nombre Huelén, sin embargo, no está comprobado. De hecho en mapudungún no existe un vocablo parecido. Es posible que haya derivado eso sí de la denominación del cacique Huelén Huala.

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Vicuña Mackenna (1831-1886), se desempeñó como intendente de Santiago entre 1872 y 1875, durante el gobierno de su primo Federico Errázuriz Zañartu. El incansable personero ilustrado buscaba transformar la ciudad en su conjunto, empresa que incluía la implementación de plazas y áreas verdes. Dentro de eso, el hermoseamiento del cerro estaba animado por el deseo de entregar a la ciudad un recinto recreativo e higiénico, como los bellos parques que florecían en las grandes y modernas ciudades europeas para deleite de sus habitantes. Con ese objeto, el intendente contrató a expertos chilenos y extranjeros que pusieron sus mejores esfuerzos en las obras de ingeniería y construcción llevadas a cabo por los presos de la cárcel pública. Hizo traer de Europa un gran número de estatuas de bronce y mármol y una importante cantidad de jarrones y macetas elaborados mayoritariamente por la prestigiosa casa Val d’ Osné, la más importante fundición francesa del siglo XIX, así como especies arbóreas y florales. El empeño de Vicuña estaba animado por su deseo de proveer a la ciudad con un espacio donde la naturaleza domesticada ofreciera a los ciudadanos una experiencia edificante, no sólo desde el punto de vista urbanístico, sino también en términos de urbanidad, es decir de aprendizaje de las buenas maneras. La construcción del paseo no constituyó un proyecto aislado sino que formaba parte de una transformación mayor que buscaba posicionar a Santiago como una ciudad moderna, un modelo ejemplar para otras ciudades latinoamericanas y chilenas.16



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El plan de transformación del cerro Santa Lucía formaba parte de otro plan mayor definido por Vicuña Mackenna como La transformación de Santiago que llevaría a nuestra capital a alcanzar los estándares de una ciudad moderna siguiendo el ejemplo del París de Haussman. El plan incluía el ensanchamiento de las calles, la demarcación de un cordón sanitario, la canalización del río Mapocho, la construcción de redes de alcantarillado, y sobre todas las cosas, la implementación de áreas verdes. Esto último era justificado por el intendente de esta manera: “Aceptando este desarrollo de los espacios abiertos que hemos indicado, i que se han llamado con razón los pulmones de la ciudades cuando se hallan convenientemente ubicados e irrigados, Santiago no tendría nada que envidiar bajo ese concepto a ninguna capital europea. Dieziocho plazas en la ciudad que ha vivido tres siglos en una sola, constituyen sin duda una transformación arquitectural e hijiénica de primer orden, i que, digámoslo también sin cesar, es de primera necesidad” (Vicuña Mackenna 50).

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Lo que aparece en el cuadro de San Martin, entonces, es un escenario y a la vez un ejercicio de urbanidad. La escalinata irrumpe la conformación rocosa de modo que puede ser vista como elemento de la civilización en rivalidad con la naturaleza agreste. Está coronada por pilares que a su vez sustentan jarrones estilo regencia y balaustradas que se repiten en lo alto de la composición sugiriendo una terraza en altura recortada contra un azul intenso del cielo. La dama de finas maneras y vestuario elegante pertenece a ese lugar como a su propia casa; es como si el niño y ella circularan por su propio jardín privado. El niño viste un traje de marinero con los colores blanco, azul y rojo, colores de la bandera chilena, encarnando acaso a la joven república que se abre paso construyendo urbanidad. Observando el cuadro con detención se puede establecer que la figura del niño fue pintada con posterioridad; en efecto en su cuerpo se traslucen los peldaños de la escalera pintada previamente, es decir, aparece sobrepuesto, en virtud de una decisión final del artista. La factura con la que está representado es mucho más ágil y sintética que aquella con la que se representa a su madre, evitando los detalles, lo que en esa época se asociaba con una modernización en el lenguaje pictórico. Se puede pensar que estos tres cuadros expresan la tensión entre civilización y barbarie tan presente en la época, la cual se representa por la analogía entre el niño y el bárbaro (donde lo que se destaca no es su brutalidad sino su inocencia) pero en ésta última pintura —posiblemente una de las últimas realizadas por el artista— las decisiones representacionales hacen que la imagen de la infancia destelle optimismo civilizatorio. La copiosa luz que brilla en el cuadro puede entenderse como una metáfora del iluminismo. En efecto se sabe que Vicuña Mackenna, en pleno apogeo de su ímpetu transformador, había concebido instalar un faro en la cumbre del cerro, como símbolo de la luz de la razón que ilumina al mundo. Un “faro gótico de veinte metros de altura que sostendría un reloj iluminado cuya esfera de doce metros se vería desde el Maipo” (Pérez de Arce 18). Vicuña aspiraba a que el faro simbolizara la luz de la ilustración alumbrando la ciudad, destinada a ser ejemplo de vida urbanizada. Por falta de fondos, el faro nunca pudo instalarse. Relacionando las intenciones de Vicuña y lo que se puede suponer como las intenciones de San Martin, acaso no sea

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tan descabellado afirmar que la pintura y su fulgurante luminosidad coinciden en su ánimo. La luz que resplandece en el cuadro en clave pictórica corresponde a la metáfora del iluminismo y la figura del niño a la de la joven república que se beneficia de ella. En estas tres pinturas de género, es decir, pinturas sin grandes ambiciones temáticas como las que la Academia de Pintura, siguiendo el modelo de las academias europeas, quería promover, San Martin, miembro ilustre de la misma, demostró su capacidad de evocar con simples narraciones visuales la sensibilidad de su época. Simples narraciones, por su nula grandilocuencia, pero en realidad se puede decir que son elaboradas construcciones pictóricas por la cuidada y sensible organización de los elementos en juego. En el caso de las tres obras comentadas, la organización pictórica trasunta no sólo la voluntad de identificar infancia y barbarie, sino la capacidad de hacer “hablar” poéticamente a las imágenes. El ánimo de San Martin no puede desecharse como meramente descriptivo cuando ha sido capaz de pintar de manera tan delicada no sólo los escenarios sino los anhelos de la sociedad incipientemente moderna en la que le tocó vivir. Se puede pensar —con Subercaseaux— que los ideales republicanos se ven desde el presente como ideales quiméricos: Si contemplamos el siglo XIX resulta claro que el pensamiento y los planteamientos de la élite ilustrada post Independencia eran impracticables, puesto que carecían de suelo histórico. Sin embargo, paradojalmente, eran también indispensables. Formulados en el aire y sin piso, pero con fe ideológica, esos planteamientos dieron pie a una verdadera posta de ideales que poco a poco fueron siendo posibles. Primero, la generación de la Independencia, con figuras como Camilo Henríquez, Juan Egaña y Manuel de Salas, luego la generación de 1842, con Lastarria y con figuras transversales como Bello y Sarmiento, y luego los positivistas y los grandes educadores republicanos de fines del XIX, como Valentín Letelier (Subercaseaux 42).

El carácter quimérico, no obstante, no hizo menos reales los anhelos civilizatorios de eso que alguna vez fue una elite ilustrada, hoy

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desaparecida. El discurso de nuestros intelectuales ilustrados se expresó con vehemencia en sus discursos y acciones. La obra de San Martín —en particular estas tres pinturas de género— tradujo por medio de cuidadas composiciones y en sensible lenguaje pictórico estos anhelos, desde una oscura habitación hacia un luminoso escenario de jardín citadino el avance —efectivamente más quimérico que real, de la utopía iluminista.

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EL SERVICIO SOCIAL INDUSTRIAL EN CHILE: LOS DESLINDES DEL CAMPO DE SABER SOBRE EL “CONTROL EXTENSIVO”, 1920-1950 1 T H E INDUST R IAL SO C IAL SE RVI C E IN C H ILE : T H E B OUNDS O F F IELD O F KNOWLEDGE O F “ E X TENSIVE C ONT R OL” , 1 9 2 0 - 1 9 5 0

Cristina Moyano Barahona Universidad de Santiago de Chile Facultad de Humanidades Av. Libertador Bernardo O`Higgins 3363 Santiago de Chile Chile [email protected]

Javier Rivas Rodríguez Universidad de Santiago de Chile Facultad de Humanidades Av. Libertador Bernardo O`Higgins 3363 Santiago de Chile Chile [email protected]

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Este artículo es uno Resultados del Proyecto Fondecyt Nº 1140185. “La construcción del orden fabril. Políticas, representaciones e imaginarios del control extensivo en Chile. Empresarios, trabajadores y Estado en la primera mitad del siglo XX”.

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Resumen Este artículo estudia el proceso de construcción de los saberes y prácticas de las visitadoras sociales industriales chilenas durante la primera mitad del siglo XX, mediante las cuales dotaron de sentido profesional al “control extensivo” dentro de las nacientes industrias nacionales. En particular, pondremos atención a los saberes, actores y sociabilidades que dieron forma a este campo de experticia, que tuvo dos momentos claramente diferenciados en su constitución. A través de las memorias y revistas de las dos escuelas de visitadoras sociales más antiguas del país, se realiza un análisis que releva autores, espacios de asociatividad y prácticas laborales, para cartografiar el campo de saber del control extensivo en la industria. Palabras claves: Visitadoras sociales chilenas, campo de experticia, control extensivo, industria, redes.

Abstract This paper studies the process of building knowledge and practices by which the chilean industrial social workers provided with professional sense to the “extensive control” during the first half of the twentieth century. Especially we will put attention to the knowledge, actors and sociabilities that gave form to this field of expertise that had two moments clearly differentiated in his constitution. Through analysis of the journals of the more important schools of visiting social the country, we realized an analysis of the more important authors, spaces of sociability and labor practices, to make the cartography of the field of knowledge of “extensive control” in the chilean industry. Key words: Chilean Industrial Social Workers, Field of Expertise, Extensive Control, Industry, Social Networks.

Recibido: 13/03/2016 Aceptado: 23/08/2016

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1. Introducción Hacia la primera mitad del siglo XX, es posible distinguir un conjunto de prácticas de control social que buscaban mejorar la productividad y fijar al asalariado a las faenas laborales. Como indica Hernán Venegas, para el caso carbonífero, “ya no bastó el ofrecimiento de salarios relativamente más altos que en otras iniciativas empresariales circundantes, sino que el ordenamiento de esa masa laboral, incluso en términos espaciales, se convirtió en una condición necesaria para el funcionamiento del proceso de trabajo como forma principal del control patronal” (Amérique Latine Histoire et Mémoire…, 28). De allí que modelar la vida del obrero y su familia, controlar los espacios de ocio, la habitación y la forma en que se establecían las relaciones de sociabilidad, se hizo mediante una práctica denominada como “control extensivo”, que constituyó parte central de los modelos paternalistas (en forma de patronazgo: liberal o burocrático) de gestión de las empresas durante estos primeros cincuenta años (Venegas 118). Los trabajos que ha desarrollado Ortega (2005), Figueroa y Sandoval (1987), Figueroa (2009), Brito (2015) y Venegas (2015), respecto de los modelos históricos que han regulado la relación salarial entre patrones y trabajadores, se han centrado en los espacios fabriles y en las prácticas del control extensivo, ya sea resaltando las dinámicas de control y castigo, o en los “beneficios” que promovía el patrón para restablecer el orden en una relación marcada por el deterioro del vínculo empresario-trabajador —producto de la desigualdad inherente que genera la asalarización en un modelo capitalista— o bien en los tránsitos de un patronazgo tradicional que habría dado paso a “estrategias más impersonales empresa-trabajadores, verticalizadoras y omnipresentes, a través del despliegue de dispositivos especiales alojados en los llamados Departamentos sociológicos o Departamentos de Bienestar” (Amérique Latine Histoire et Mémoire…, 28). Con todo, ha sido el espacio laboral el sitio privilegiado de los análisis y, en menor medida, los agentes (internos o externos) encargados del control extensivo exceptuando, por cierto, las importantes aportaciones

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que han hecho Yáñez (2008), Bastías (2015) e Illanes (2006). Gracias a estos últimos se han estudiado a las visitadoras sociales y abogados de la Dirección del Trabajo, tanto como agentes disciplinadores así como promotores de la legislación laboral que instauraba derechos y que colaboraba con la reconfiguración del concepto de bienestar social, durante el mismo período de tránsito en los modelos de gestión de la relación empresatrabajadores. En esa dirección nos interesa profundizar en las redes en que circularon las ideas sobre el servicio social en la industria, campo de experticia dentro de la visitación social (Moyano 2016). Así, complementando los estudios sobre el mundo del trabajo, queremos indagar en las redes que soportaron las representaciones sobre los trabajadores, los modelos de intervención y la gestión del bienestar, participando de tres premisas teóricas ligadas a la historia intelectual y que permiten estudiar desde otra óptica a los “expertos” que actuaron en este campo. En primer lugar, indicar que las formas de “relación entre empresa-trabajadores” que transitaron desde el patronazgo hacia un paternalismo liberal o burocrático, se sustentaron en un conjunto de representaciones sociales sobre el trabajador, la empresa, el empresario y el Estado, asociadas a un conjunto de reflexiones intelectuales que ejercieron poder simbólico en el campo de la administración y gestión de las relaciones laborales (Moyano 2016). Es decir, “el poder de constituir lo dado por la enunciación, de hacer creer, de confirmar o de transformar la visión de mundo” (Bourdieu 78). Por ello, entendemos que los procesos de transformación económica y social que viven los espacios nacionales y que afectan los modos en que los actores se relacionan, se constituyen en “objetos de reflexión o de imaginación” y, por tanto, también de intervención, gracias al ejercicio del poder simbólico que realizan los intelectuales y expertos (Bourdieu, 50). En otras palabras, junto a las nuevas formas de relaciones entre empresa y trabajadores, existieron también un conjunto de reflexiones que implicaron nominar la realidad para intervenirla y que fueron sustento de las políticas públicas y privadas para gestionar el control extensivo. Fue en ese marco de reflexiones que se constituyó el campo del “servicio social en la industria”, espacio donde

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actuaron las visitadoras sociales industriales, en pos de un concepto de bienestar social ampliado. En segundo lugar, comprender que las reflexiones sobre cómo gestionar la relación salarial, el control extensivo y la legislación laboral, articularon un conjunto imbricado de ideas que circularon en espacios transnacionales y, por ende, contemplaron diálogos cruzados, lecturas e inspiraciones de los actores que participaron de los procesos de implementación de un cierto tipo de paternalismo al interior de las empresas. En ese sentido, podemos decir que tanto abogados como visitadoras sociales, médicos higienistas y agentes internacionales, compartieron representaciones provenientes de “culturas de la vida intelectual”, que operaron a modo de paradigmas, como guías para la creación intelectual y para la intervención social. Por ello, si entendemos el control extensivo no sólo como una práctica sino también como una formación discursiva, debemos explicitar que “una teoría siempre se encuentra cogida en una red dialógica de interpretaciones, de lecturas diversas y, por lo tanto, de una hermenéutica de la que no es disociable” (Dosse 158). Por último, indicar que esas “interpretaciones o lecturas diversas”, el conjunto de ideas que sostienen las representaciones sociales, circulan en redes, es decir, a través de un “conjunto de personas ocupadas en la producción y difusión del conocimiento, que se comunican en razón de su actividad profesional, a lo largo de los años” (Deves 30), de forma que la “densidad de la comunicación hace que la espontaneidad se vaya transformando en institucionalidad, tendiendo a las sociedades, centros, asociaciones, congresos, publicaciones y otras” (Deves 31), permitiendo que las ideas “que se encuentran disponibles en las redes, vayan madurando colectivamente, asimilándose y ganando cédula de ciudadanía” (Deves 35). Siguiendo estas premisas teóricas, este artículo se propone cartografiar la constitución del campo del servicio social industrial, clave en la generación de un conjunto de ideas que fundamentaron las prácticas de control extensivo, durante la primera mitad del siglo XX, período en que se van transformando las relaciones entre capital y trabajo en las industrias y en la legislación social.

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2.

La Especialización del Servicio Social Industrial

Chile fue el primer país donde se instaló una Escuela de Servicio Social en América Latina. Siguiendo el modelo belga y bajo el auspicio de la Junta Nacional de Beneficencia, el Doctor Alejandro del Río e Ismael Valdés (Cordemans 113), después de retornar de un viaje a Europa, decidieron crear dicha escuela en 1925.2 La primera directora de la Escuela fue la belga “Mme. Jenny Bernier, quien tuvo que luchar contra las numerosas dificultades, pero que terminó con éxito el primer curso 1925-26, al fin del cual 42 niñas obtuvieron su diploma de Visitadora Social” (Cordemans 114). La Escuela nació con independencia inicial del sistema universitario y aunque estuvo vinculada a la Junta de Beneficencia “emergió a partir de un profundo deseo de diferenciación respecto de la caridad y la filantropía” (González 120), porque el fin del Servicio Social era lograr la “adaptación más perfecta posible del individuo a su medio”, según indicaban las propias visitadoras (Cordemans 7). La fundación de la Escuela de Servicio Social en Chile en 1925, estuvo asociada a la “profesionalización de la intervención en el campo de lo social-popular” (Illanes 14) y según González, “lejos de intencionar acciones asistencialistas”, la nueva profesión buscaba convertirse en una ciencia nueva que indagara en las causas de los problemas sociales, similar a una “sociología práctica” (González 120). En ese mismo sentido, tal como relataba la Directora de la Escuela en 1927, la agencia del bienestar social por medio de la “visitadora”, pasó de “la heredera de la vieja filantropía” a una concepción de “intermediarios preparados que, comprendiendo las tendencias nuevas de la acción social y poseyendo las cualidades morales y

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Hacia finales de la década del 20 se crearon dos escuelas más de Servicio Social, una asociada a la Universidad Católica y otra asociada a la Universidad de Chile. Sin embargo, la más relevante, en la primera mitad del siglo 20, por su antigüedad y por las importantes redes que fue instalando a lo largo de su existencia fue la dependiente de la Junta de Beneficencia.

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los conocimientos necesarios pudieran aplicar práctica y sistemáticamente sus directivas” (Cordemans 111). En 1929, cuatro años después de la creación de la Escuela de Servicio Social dependiente de la Junta de Beneficencia de Santiago, se formó la Escuela “Elvira Matte Cruchaga”, la que al igual que su homóloga nacional, construyó su perfil institucional a través de un complejo entramado de redes tanto dentro como fuera del país. De ese modo, el carácter católico que la distinguió desde sus orígenes no solo fue el reflejo de un principio confesional, sino también del tipo de instituciones con las que se vinculó. En este plano, destaca la Pontificia Universidad Católica de Chile (de la cual dependía como organismo anexo), así como la “Union Catholique Internacionale de Servicie Social”, por la cual fue comisionada para promover la creación de escuelas de servicio social con orientación católica en América Latina. Cabe destacar sin embargo, que pese a las diferentes instituciones de dependencia de las escuelas de Servicio Social, hacia mediados de la década de 1930, se compartían ciertas reflexiones que definían la profesión y los marcos del campo de la visitación social, sosteniendo que el servicio social era necesario para coordinar, de manera científica, los distintos esfuerzos (privados y públicos) que tenían como objetivo la búsqueda del bienestar social, por medio de la elevación de los niveles de vida de los sectores más postergados de la sociedad. El diagnóstico de las problemáticas sociales sistematizadas en el largo debate sobre la cuestión social en Chile, constituyeron el telón de fondo de la discusión. En 1936, después de una década de la importante visita del Dr. René Sand a la Universidad de Chile, en la que dictó una conferencia titulada: “La evolución de las ideas modernas de la Asistencia Social”, se llegaba a una definición compartida del Servicio Social como: . . . el total de esfuerzos científicos organizados, colectivos o individuales, privados o públicos, que tienden a la solución de los problemas de desadaptación y desorganización, tales como las enfermedades, la miseria, la dependencia económica, el divorcio, la cesantía, la falta de distracción apropiadas, etc., no sólo con el objeto de evitarlos, sino que principalmente prevenirlos.

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En consecuencia el Servicio Social tiene un doble fin: de tratamiento y de prevención. (Galitzi 115)

Los saberes que estructuraron “esos esfuerzos científicos organizados” contenían cursos de higiene social, educación cívica y economía política, práctica del servicio social, contabilidad y estadística, dietética y economía doméstica, además de sicología moral (Galitzi 196), que posibilitaron además la definición de un amplio espacio de posibilidades de inserción laboral a las visitadoras, tales como hospitales, Gotas de Leche, Oficinas del Seguro Obligatorio, Maternidades, entre otros. Para los fines de este trabajo, nos interesa destacar la temprana vinculación de las visitadoras al Departamento de Bienestar de la Inspección General del Trabajo, desde donde promovieron la educación en los recientes derechos laborales, consolidados hacia la década de 1920, espacio que les permitió vincularse con trabajadores y sindicatos. De esta forma, queremos resaltar que la visitación social tuvo como uno de sus centros la preocupación por el mundo del trabajo, cuya expresión concreta fue, por ejemplo, la institución de una “Oficina Central de Servicio Social Industrial” en la Escuela Elvira Matte Cruchaga y la creación de la especialidad “Servicio Social Industrial” en la Escuela dependiente de la Junta de Beneficencia de Santiago, hacia fines de la década de 1930. Sobre la misión de la “Oficina Central de Servicio Social Industrial”, un artículo de El Diario Ilustrado comunicaba que: “Esta oficina es anexa a la Escuela y tiene por objetivo proporcionar servicio social a aquellas empresas que por no tener un personal lo suficientemente numeroso no pueden tener servicio social propio e independiente” (“La repartición de diplomas…” El Diario Ilustrado, 1937). Dicho organismo fue concebido como una unidad capaz de generar, a través de la experticia técnica, información de índole social, que sirviese como insumo para la intervención sobre la realidad social del país (“Organismos anexos a la escuela…” 11).

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Las visitadoras de esta Escuela también manifestaron preocupación por el mundo del trabajo que se desarrollaba en espacios rurales; en esa línea, en 1937 fue formado un “Servicio Social Rural”. Allí, se reprodujo una labor que reflejaba la intervención de un agente de carácter público, cuyos mecanismos de operación respondían a las lógicas del control extensivo, es decir, aquel que aspira a “imbricar” el espacio laboral con el doméstico, para “reformar” al sujeto y su familia, según los lineamientos del buen trabajador asalariado. En el informe redactado en 1937, las visitadoras sociales resaltaban que: Dos aspectos toma el Servicio Social Rural: primero, la organización de la asistencia y de todos los esfuerzos que pueden ayudar, y segundo la labor educativa que la Visitadora hace directamente por sus visitas a domicilio, o por medio de las agrupaciones a que ella da vida, como Centros de Madres, Centros culturales, Deportivos, entretenciones, etc. (“Organismos anexos a la escuela…” 10)

Por su parte, la especialidad del Servicio Social Industrial de la Escuela dependiente de la Junta de Beneficencia de Santiago, era más enfática en resaltar que su principal objetivo era colaborar a la solución de los problemas socio-laborales que generaban las nuevas formas de capitalismo, para lograr “la equidad y armonía social” (“Miscelánea…” (1937), 195), de manera que organizaron sus experticia profesional en torno a los siguientes conocimientos: problemas “económicos, médicos, morales, jurídicos, de habitación e industriales” que aquejaban a obreros y empleados; legislación social, en particular la ley 4054 sobre seguro obrero, seguro contra accidentes del trabajo y las normativas que regulaban a los sindicatos, las cooperativas y los tribunales de trabajo; por último los conocimientos referido a los agentes e instituciones internacionales con los que se conectaba la reflexión intelectual y práctica en el mundo del trabajo: la Liga internacional del Trabajo (“Miscelánea…” (1937), 196).

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3.

Referentes intelectuales para nominar “la realidad” del mundo del trabajo

La visitación social industrial como campo de intervención de expertos estuvo configurada por una compleja red entre distintos tipos de actores. Entre los años de creación de la primera escuela de Servicio Social en 1926 y la constitución de una especialidad dentro de dicha profesión en 1937, circularon debates, principalmente europeos y norteamericanos, que definieron el objeto y las prácticas de este campo de saber. Durante la década del 40, en cambio, una vez constituido con claridad el espacio de la visitación social industrial, los debates estuvieron más centrados en los análisis de casos y la publicación de artículos que tomaban como ejemplos las fábricas chilenas o latinoamericanas, se volvieron más frecuentes. Los principales referentes intelectuales se situaron inicialmente en Europa y Estados Unidos. Desde esos espacios circularon diagnósticos y reflexiones, reproducidos en la Revista de Servicio Social, publicación que recogió los principales debates que se dieron en dicho campo profesional. Referencia obligada en la revista fue el Dr. René Sand, intelectual belga y Secretario General de la Liga de la Sociedad de la Cruz Roja, quien había realizado una importante crítica a los supuestos del liberalismo individual y el libre mercado de la teoría económica clásica (Sand 196). Por ello proponía en su libro la Economía Humana, una declarada intervención del Estado, la organización racional y científica del trabajo, una moderna legislación social y una práctica de asistencia social, como factores claves para el desarrollo económico y el bienestar social. El pensamiento de Sand y las ideas que emanaron del mismo nos permite aproximarnos al tipo de discusiones que circulaban en el medio internacional y que resultaron decisivas como fuente de construcción del campo de experticia de las visitadoras chilenas. Para Sand, la intervención sobre los problemas sociales debía asumir la forma de una práctica científica y racional, inspirada tanto en los principios de la solidaridad como de la lógica organizativa del mundo industrial, “el servicio social introdujo en la asistencia los métodos de la ciencia y tomó de la industria los principios

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de la organización racional, conservando al mismo tiempo la tradición caritativa del amor al prójimo y del don de sí mismo” (Sand 27). En ese sentido, el servicio no solo constituía una práctica caritativa, sino sobre todo una forma de reeducación de los individuos; lo que en nuestra interpretación, aplicado al mundo industrial, fortaleció las prácticas de control extensivo, ya que “aplicada al conjunto de la personalidad, en sus relaciones familiares, profesionales y sociales, esta obra debe adaptarse a las circunstancias propias de cada caso y prolongarse hasta el restablecimiento definitivo” (Sand 6). Para Sand, la resolución de problemas sociales requería de la intervención del Estado y por ende, las visitadoras sociales debían colaborar con él. En ese sentido, sostenía que: “La experiencia testifica que el Estado debe intervenir en numerosos dominios, pues solamente él puede imponer las medidas necesarias, únicamente él posee los recursos que permiten la protección continua de todas las existencias amenazadas” (7). Sin embargo, para el belga la acción de las visitadoras sociales no se limitaba al Estado. En su opinión, era necesario que se involucrase en la solución de quienes vivían en condición de miseria, a todos quienes formaban parte de su medio social. Entre ellos consideraba a los empleadores, médicos, fundaciones, los seguros y cajas sociales, entre otros. En esa línea, la visitadora social chilena Chela Reyes escribía en 1927 un atento llamado a los industriales chilenos, instando a la colaboración: “Porque ¿de qué le sirve a la industria el obrero de hoy, que no será el de mañana, por sus vicios, y el carácter abúlico que caracteriza a este pueblo, al cual están apenas llegando nuestros sanos consejos de actividad y de higiene? Ya que el Servicio Social le dará el hombre fuerte, justo es que ella lo reciba preferentemente” (Reyes 182). El pensamiento de Sand estuvo vinculado al de otros intelectuales que también constituyeron parte de las influencias internacionales en la formación de las visitadoras sociales chilenas. Tal es el caso de Mary Abby Van Kleeck o el de Julio Iribarne, intelectual argentino que publicaba en 1930 el importante libro “El servicio social en la Industria”, a través del cual estableció los límites y especificidades de la intervención social en

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el mundo del trabajo. Para Iribarne “Es, pues, la unidad biológica del hombre, que va fijando la unidad del problema en todas las etapas: dentro del taller, en la atmósfera industrial donde vive y en el medio social, a los cuales está unido indisolublemente como una parte que concurre a integrar un sistema” (15). Por ello indicaba que: “ . . . un estudio metódico de los factores que perturban su vida sana y normal y un esfuerzo correcto de organización y de colaboración para subsanarlos, debe traducirse en un beneficio indudable para la industria misma y en un progreso general, restableciendo el equilibrio y la armonía” (15-16). Junto a los autores anteriores también destacan los expositores en el I Congreso de Relaciones Internacionales realizado en Amsterdam en 1930 y organizado por la Asociación Internacional de Relaciones Industriales (IRI), que seguía los lineamientos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), tales como el Dr. Max Lazzard proveniente de París; el Dr. Otto Neurath, director del Museo Económico y Social de Viena; El Dr. Lewin Lorwin del Instituto de Economía de Brookings Institute de Washington; el Dr. D.H. Person, Gerente de la Taylor Society de Nueva York; Hugo van Haan del International Management Institute de Ginebra o Valery Ossinsky (Congreso de relaciones industriales . bajo los auspicios de la asociación internacional de relacione industriales (I.R.I.) 254) economista de la URSS, cuyos nombres aparecen también en la bibliografía de los cursos y bibliotecas de las escuelas de servicio social. Hacia 1930 la IRI, órgano internacional al que se vincularon las visitadoras sociales industriales chilenas, dibujaba con claridad el espacio de saber sobre el que debían intervenir las expertas, al declarar como objetivo: “el estudio y la promoción de mejores relaciones en la industria humana (ya que) son satisfactorias cuando permiten que los grupos interesados en la vida económica funcionen con eficacia hacia el fin social deseado” (“Congreso de relaciones industriales…” 256). En paralelo a lo anterior, es importante destacar que este campo de intervención social también estuvo nutrido por expertos nacionales, que colaboraron a su configuración durante 1927 y hasta fines de la década siguiente, cuando se abre el período de consolidación del campo de la

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visitación social industrial, vinculado al crecimiento de los departamentos de bienestar en los espacios laborales. Así a diferencia de los referentes intelectuales extranjeros, principalmente filósofos, economistas y sociólogos, los expertos chilenos vinieron del campo de la legislación social y la propia asistencia social. Raimundo del Río,3 Moisés Poblete Troncoso,4 Héctor Escribar5 y Francisco Walker Linares6 fueron los principales abogados que nutrieron el campo de expertos de la visitación social en la industria. Estos juristas compartían la idea de que las relaciones entre capital y trabajo eran desiguales, similar a lo que planteaban intelectuales como Sand, Iribarne o Lazzard, lo que hacía necesario regular con leyes sociales el mundo laboral marcado por la desigualdad entre capital y trabajo “que coarta la deliberación tanto como la coerción física y que crea al que la padece una situación de debilidad o inferioridad que la ley, con sus providencias, debe robustecer o levantar” (Escribar 152). Así, del total de artículos publicados en la revista de Servicio Social entre 1926 y 1937, en los que se abordan las problemáticas de la visitación social en la industria, el 58,3% fueron escritos por abogados. Un artículo reviste especial importancia durante este período, escrito por la Directora de la escuela, Luisa Fierro, quien traza el itinerario inicial de constitución del campo de la intervención social en la industria. Fierro indicaba que hacia la década de 1920:

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Abogado, profesor de sicología en la escuela de Servicio Social y Presidente del Instituto de Ciencias Penales en 1935. Especialista en criminología.

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Abogado, fue Director General del Trabajo de Chile en los años 20 y trabajó en la OIT durante los años 30. Se desempeñó, entre otros cargos, como profesor de Derecho Social y de Técnica de Investigación Social en la Escuela de Servicio Social.

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Abogado, autor del Tratado de Derecho del Trabajo editado por Zigzag en 1944. Fue profesor de la Facultad de Derecho de la U. De Chile y se desempeñó como Director de la Caja de Habitación durante los años 30 y 40, así como también fue jefe del Departamento Jurídico de la Dirección General del Trabajo.

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Abogado e importante intelectual, autor de “Nociones elementales del Derechos del Trabajo” publicado por la editorial Nascimiento en 1956.

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. . . las profundas modificaciones que habían introducido en la vida social los nuevos métodos de trabajo industrial, repercutieron poderosa y activamente en los procedimientos de la Asistencia, imprimiéndole un carácter preventivo y constructivo por obra de la beneficencia privada, ya que en esos años la acción de la Asistencia social pública era muy rudimentaria, confusa, sin métodos ni principios científicos básicos . . . Los métodos de producción acababan de transformarse: estaban dominados por el maquinismo, que hace del obrero un simple accesorio de la máquina. Las consecuencias económicas del maquinismo que, en último término, obligaba a enviar a las fábricas o talleres a las mujeres y a los niños para ganar un salario cada día más exiguo, producía la angustia económica del obrero y la disgregación de la familia. (Galitzi 76)

Por lo que “hacía falta la visitadora social; era tiempo de tomar la parte primordial que le está reservada en el mejoramiento moral y económico de las clases trabajadoras” (Galitzi 76), a través del estudio detallado de “los diversos factores que habían contribuido a ello” (Galitzi 76). Quedaba así enunciado el campo del servicio social en la industria. Para el período que se extiende entre 1938 y 1950, período de consolidación del campo de experticia, los abogados nacionales fueron cediendo el lugar a las propias visitadoras sociales, quienes recrearon en las páginas de Servicio Social, las prácticas de la intervención social en la industria, tanto con casos chilenos como de Brasil, Perú y Argentina (Moyano 2016). Una vez que el campo ya estaba definido, las discusiones se centraron mayoritariamente en la reflexión sobre las prácticas, los métodos y técnicas aplicadas, así como referencias a mejorar los mecanismos de organización de la asistencia social al interior de las industrias. De esta forma, las transformaciones en los referentes al interior del campo de experticia pueden ilustrarse a través de los cambios en la autoría de los artículos referidos al mundo del trabajo en la revista de Servicio Social. Entre 1926 y 1937, de un total de 11 artículos, 7 fueron escritos por abogados, y 4 por visitadoras sociales. Posteriormente, entre 1938 y 1950, de un total de 24 artículos, 4 fueron escritos por abogados, 17 por visitadoras sociales, 2 por médicos y uno por un empresario.

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4.

Las redes internacionales en la constitución del campo del servicio social en la industria

Tal como indicamos anteriormente la circulación de ideas se realiza mediante agentes y en espacios específicos. Sin agentes que estructuran las redes en las que se moviliza el conocimiento, no es posible comprender un campo de experticia y menos aún, las formas comunes y divergentes que la lectura de una realidad genera en las prácticas profesionales. Así, tal como plantean Vomaro y Morresi (13), un campo de expertos no sólo se constituye desde las esferas internas del saber, sino que también por la interrelación de los instrumentos técnicos y la movilización de recursos externos al mismo. Las dos escuelas que hemos estado referenciado en este artículo, formaron parte de un entramado de relaciones internacionales y nacionales, en las que circularon, debatieron y pusieron en prácticas, ideas y técnicas respecto de la intervención social en el mundo del trabajo. Si bien es posible que la orientación católica de la Escuela Elvira Matte Cruchaga haya impreso distinciones sobre las razones de las desigualdades en el mundo del trabajo, respecto de aquella dependiente de la Junta de Beneficencia de Santiago, es innegable que compartieron un espacio de confluencia en el período inicial, asociado a la constitución del campo de experticia, donde confluyeron actores nacionales e internacionales. Para comprender la trascendencia de dicho rasgo, resulta necesario remitirse a los orígenes mismos de las instituciones formadoras de visitadoras sociales en Chile e interrogar allí ¿Cuál fue el “anclaje” (Requena 141) a partir del cual construyeron las escuelas de servicio social su visión sobre la fisonomía que debía asumir la práctica profesional de la visita social en Chile? En el caso de ambas escuelas, su comportamiento se basó en la búsqueda y apropiación de experiencias internacionales (principalmente del mundo europeo, y en menor medida estadounidense) como principal fuente en la adopción de premisas teóricas, modelos formativos y alianzas institucionales para impulsar el servicio social chileno.

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En el caso de la Escuela de Servicio Social de Chile, dicho vínculo fundacional se encuentra reflejado en las figuras del Dr. Alejandro del Río (uno de los principales promotores de su fundación) cuya formación profesional se había desarrollado en Europa y en la de Rene Sand, cuyas orientaciones fueron clave a la hora de dar forma definitiva al perfil formativo de la institución. Las primeras directoras de dicha escuela dependiente de la Junta de Beneficencia de Santiago fueron las belgas Jenny Bernier y Leo Cordemans, quienes impusieron la marca inicial con autonomía del sistema universitario chileno, con tal nivel de influencia que las alumnas celebraban el día nacional de Bélgica (Miscelánea, Revista Servicio Social, año 1933, 134). En 1936 la escuela vive un proceso de reestructuración a cargo de la chilena Luisa Fierro, que contó con la figura de la rumana Christinne Galitizi, formada en la Escuela de Servicio Social de Nueva York, doctora en ciencias políticas y sociales por la Universidad de Columbia y que se habría desempeñado como docente en el Scripps College de la Universidad de California (“Actividades de la escuela de servicio social en 1936” 137), para reorientar la formación de las visitadoras sociales chilenas, introduciendo métodos de enseñanza como “los promovidos por Dewey y Kirkpatrick”, con especial énfasis en la “investigación-acción” (Galitzi 137). El giro hacia la formación norteamericana se fortaleció con la asignación de becas para cursar estudios en la New York of Social Work (“Actividades de la escuela de servicio social en 1936” 204). En una línea similar en lo referente a la trascendencia de las influencias internacionales, aunque doctrinalmente distinto, representa el caso de la Escuela de Servicio Social Elvira Matte de Cruchaga dependiente de la Universidad Católica. En su formación: Fueron comisionadas las Srtas. Adriana y Rebeca Izquierdo Ph., que se dirigían a Europa en julio de 1927 para dar curso a la fundación de la Escuela. Después de estudiar y visitar las Escuelas de Servicio Social europeas, propusieron ellas al Sr. Miguel Cruchaga Tocornal contratar una directora en Alemania. La elección recayó en la Srta. Luise Jörissen H., Directora de la Escuela de Servicio Social de Münich. (“Memoria de la Escuela…” 4)

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Ese énfasis inicial en orientar el desarrollo de la Escuela utilizando como marco de referencia la experiencia europea, encontró un correlato de continuidad en su pronta afiliación a la Union Catholique Internationale de Service Social, con sede en Bruselas, por la cual fue comisionada para “ . . . difundir el servicio social católico en América Latina” (“Actividades Internacionales de la Escuela” 1). El resultado de esa designación fue una activa labor de fomento dentro de América Latina, que se tradujo en diversas experiencias en la que la escuela se involucró, apoyando la creación de nuevos organismos formadores de asistentes sociales de orientación católica. Así, la escuela desarrolló actividades de promoción y envío de documentación (tales como reglamentos y programas de estudio) a Montevideo, Buenos Aires, Colombia, Perú, Venezuela, Cuba, Paraguay, México, Nicaragua y Ecuador (“Actividades…” 2-6) Otras de las prácticas que se hicieron frecuentes y permitieron la apropiación de experiencias internacionales, fue el desarrollo de actividades de índole académico, tales como estadías de perfeccionamiento, o participación en congresos del sector. En ese plano, a modo de ejemplo, la Asociación de Visitadoras Sociales de Chile, dependiente de la escuela Elvira Matte de Cruchaga, informaba que: María Vial . . . siguió en París Cursos de Perfeccionamiento de Servicio Social en el Instituto Social familiar . . . envió interesantes crónicas de sus viajes. Llevó nuestra representación en los Congresos de Servicio Social de Bruselas del año 1935 y de Londres el año 1936. Visitó Alemania e Italia recorriendo e informándose de las obras y adelantos en materias sociales. (“Asociación de Visitadora Sociales de Chile” 2)

Por su parte, las visitadoras sociales de la Escuela de Servicio Social de Santiago, participaron de las siguientes actividades: a) Quincena Social Internacional, París, 1927, b) Congreso de Relaciones Industriales, Amsterdam 1931, c) 2ª Conferencia Internacional, Francfort, 1932, d) III Congreso Internacional de Servicio Social, Oxford, 1932, e) 1ª Conferencia de Asistencia Social en Argentina, Buenos Aires, 1932, f ) Reunión

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del Comité Internacional de escuelas de Servicio Social, Londres, 1936, g) Conferencia de Servicio Social, Atlantic City, 1941, h) Congreso de Asistencia Social, Montevideo, 1946. La amplia gama de actividades internacionales que realizaron las visitadoras sociales y donde se pusieron en discusión reflexiones sobre el servicio social industrial, se complementó con numerosas visitas internacionales, como fueron la presencia de Mr. Duggan, Director del Instituto de Cooperación Intelectual de Nueva York en 1931; Monsieur André Siegfred, profesor de la escuela de Ciencia Política de París en 1931; Miss Heloisse Brainerd, Presidenta del Comité de las Américas de la Liga Internacional Femenina Pro Paz y Libertad en 1938; el Doctor Manuel Camacho, Director de Sanidad de Colombia en el mismo año; el Dr. F.A Risquez, Jefe de la Asistencia Social en Caracas en 1938; Katherine Lenrrot, Directora de la oficina del Niño Departamento del Trabajo EEUU en 1942 y Anne Miller, representante del Reader´s Digest en 1944, por mencionar algunas destacadas por la Revista de Servicio Social, a lo largo del período de estudio. Fueron en estas redes internacionales donde circularon los debates sobre el servicio social industrial. Sin embargo, el Congreso más importante para la constitución de este campo de experticia fue el de Amsterdam en 1931, al alero de la Organización Internacional del Trabajo (O. I.T). Las visitadoras sociales chilenas que estaban preocupadas por el mundo del trabajo, se vincularon a la Asociación Internacional de Relaciones Industriales (I.R.I) y desde allí definieron los deslindes de su campo de experticia, compartiendo los debates con el jurista Moisés Poblete Troncoso, frecuente columnista de la Revista de Servicio Social y conferencista en dicho Congreso. En ese mismo ámbito, importantes fueron las donaciones bibliográficas que hiciera el también jurista Francisco Walker Linares en 1937, publicadas por la O.I.T, como: Conferencia del Trabajo de los Estados de América Miembros de la Organización Internacional del Trabajo, Madrid, 1936; Constitución y Reglamento de la Organización Internacional del Trabajo, Ginebra, 1934; Chômage des jeunes gens, Géneve, 1935; Children and Young persons unders labour law, London,

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1935; Informe sobre el trabajo de los niños y jóvenes, Santiago 1936; Informe sobre los seguros sociales, Santiago, 1936; Les service Sociaux, Genéve, 1933; Francisco Walker, Derecho del Trabajo, 1935 (“Miscelánea…” (1937) 192). Por ello, es posible indicar que las redes internacionales también pueden observarse en las prácticas de lectura que realizaron las visitadoras sociales chilenas. Así por ejemplo, la bibliografía del curso denominado “servicio social industrial”, dictado por la visitadora social Raquel Fernández, principal promotora de la especialización, contemplaba como referencias: VI Conferencia Internacional de Sicotecnia, 1930; Marcelo Berthelot, Los contratos de Empresas en Alemania; Leo Bray, El servicio social en la industria Revista de Servicio Social, Nº2, 1930; BulletinFevrier 1936, Association des Surintendentes d´Usines et Service Sociaux; Emilia Camacho, El servicio Social en los Ferrocarriles del Estado, Memoria de la Escuela de Servicio Social, 1933; Raquel Fernández: Algunos aspectos de la habitación obrera, Memoria de la Escuela de Servicio Social, 1935; Johnston, A, Orientaciones industriales hoy (s/f ); Ruiz de Gamboa, A, Consultorio Práctico de Legislación Chilena del Trabajo (s/f ); Scott, Howard, Tecnocracia (s/f ); Winsolw Taylor, Organization Scientifique des Usines (s/f ); Turman, M, Problemas Sociaux du travail industrial (s/f ); Mme Vislatte, Le service social a L´usine. Lecons de quelques années d´experience (s/f ) (Miscelánea, Revista Servicio Social, año 1937, página 196); dando cuenta de la amplitud de referencias sobre la cual se cimentaba el servicio social industrial. Por último, también fueron expresión de las redes internacionales el conjunto de referencias sobre experiencias exitosas de intervención social en la industria. La fábrica de neumáticos Michelin (Mc. Quade 50-60) ubicada en Francia fue varias veces referenciada, así como La Combine de Londres, Las minas del Sarre y Fábrica de Calzados de Checoslovaquia (Miscelánea, Revista Servicio Social, año 1937, 196), incorporadas como ejemplos a tratar en el curso de especialización dictado por Raquel Fernández.

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En síntesis, la cartografía de las redes internacionales del servicio social industrial chileno resulta clave para comprender el tenor crítico y modernizador de los discursos y praxis de las visitadoras sociales en el marco de su nacimiento y proyección ulterior como actor social. La cada vez más presente referencia a los Estados Unidos hacia fines de 1930, vinculó a las visitadoras sociales con las premisas del “scientific management” (o taylorismo) y el fordismo, con las que dibujaron su experticia en un Chile donde dichas prácticas aún se encontraban poco difundidas, primando un universo laboral heterogéneo. No obstante resulta importante referenciar los ejemplos industriales nacionales y las redes asociativas que se constituyeron también en el seno del país —donde las visitadoras desplegaron directamente sus saberes, sin los cuales el mapa se encontraría incompleto.

5.

Redes nacionales en la consolidación del servicio social industrial como campo de experticia

Tal como indicamos en el punto referido a las fuentes intelectuales del servicio social industrial, las principales redes nacionales de las visitadoras sociales las construyeron con los abogados expertos en legislación social. Estos participaron como columnistas frecuentes de la Revista de Servicio Social, durante el período de constitución del campo y fueron docentes de las Escuelas de Servicio Social durante todo el tiempo que abarca este estudio, además de dictar conferencias y ciclos de charlas, como las realizadas por Raimundo Ríos en 1932, Moisés Poblete en 1938; Gabriel Amunategui; Fernando Rodriguez y Oscar Álvarez en 1940, por mencionar algunas. Dado que la legislación social fue la principal fuente nacional de la intervención social en el mundo del trabajo, las visitadoras sociales chilenas desarrollaron fuertes vínculos con organismos estatales. La Dirección General del Trabajo, Oficina del Seguro Obrero, Dirección General de Cesantía y el Ministerio de Bienestar Social fueron espacios donde convivieron las visitadoras con abogados y otros profesionales. Destacan

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en ese ámbito las visitadoras sociales María Teresa Amstrong, Inspectora Provincial del Trabajo Femenino en 1933, quien fue comisionada en el I Congreso de Mujeres realizado en Chile en 1944, organizado por Amanda Labarca y que participó además del Congreso de la Unión Femenina, en el que se promovió que la profesión de visitadora social tuviera categoría universitaria (“Miscelánea…” (1944) 37). En paralelo al Estado, las visitadoras sociales industriales también construyeron redes con el mundo fabril, principal espacio hacia donde se dirigía su campo de experticia. Durante el período de consolidación del campo aumentaron las referencias a prácticas específicas de intervención social, referenciadas para dotar de fuerza a la práctica profesional experta y en la que comenzaron a cobrar mayor importancia las mismas visitadoras como generadoras de saberes. Destacan en ese sentido Emilia Camacho, Luisa Fierro, Graciela Alvarado, Margarita Baima, Angélica Ceballos, Inés Infante, Juana Aguiló, Chela Cortés, Benigna Burgos, Graciela Santelices y Raquel Fernández. Junto a lo anterior es importante destacar que las visitadoras sociales también participaron de organizaciones gremiales que les permitieron ir consolidando sus saberes y difundiendo sus conocimientos y prácticas. Importantes fueron la Asociación de Visitadoras del Estado, Asociación de Visitadores Sociales de Chile, Comité de Cesantes y el Club de Visitadoras Sociales, cuyo objetivo era “Propender al desarrollo intelectual de las socias, al perfeccionamiento técnico, por medio de lecturas, conferencias, estudios y discusiones”, así como “fomentar la unión entre las socias, el espíritu de compañerismo, la cooperación sin la cual no puede existir el Servicio Social” (“Club de Visitadoras Sociales” 180). La participación en el I Congreso Femenino liderado por Amanda Labarca, quien dictó una conferencia en el Club de Visitadoras Sociales en 1940, y la presencia de la poetisa Gabriela Mistral, como una de la visitas ilustres a la Escuela de Servicio Social en 1938, dan cuenta de la compleja red en la que circulaban los saberes sobre la asistencia social.

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6.

Espacios fabriles de intervención durante la consolidación del servicio social industrial

Los principales espacios fabriles referenciados como puntos donde la intervención social había ido mostrando éxitos y de los cuales se obtenían conclusiones sobre la propia práctica experta, fueron la Refinería de Azúcar de Viña del Mar, Fábrica de Gas de Santiago, Fundición Libertad, Fábrica de Cemento Melón, Fábrica Nacional de Sacos, Compañía Carbonífera e Industrial de Lota, Cristalerías Chile, Central de Leche, Fábrica Nacional de Catres (Fernández 20), Compañía Chilena de Electricidad (Fierro 69) y Compañía Minera Schwager (Ceballos 25). En dichos espacios las visitadoras sociales desplegaron técnicas especializadas, obtuvieron conclusiones de mejoramiento e incidieron en las prácticas de transformación de las formas de administración del personal. Desde allí concluyeron que el servicio social industrial colaboraba a que el patrón tuviera “conocimiento cabal de su personal, de sus aspiraciones concretas, de sus reacciones, previene los conflictos, crea un ambiente de tranquilidad para el trabajo, de seguridad para la industria, de mayor satisfacción para el mismo trabajador, lo que es propicio para un mayor rendimiento” (Ceballos 25). También indicaban que el servicio social industrial aportaba al mejoramiento de la vida del obrero y su familia porque elevaba su nivel cultural y por ende: . . . adquiere mayor conciencia de su propio valer, del papel que le corresponde dentro de la marcha de toda sociedad de que forma parte, del Estado como de la empresa. Se torna más exigente porque vale más, porque son mayores sus necesidades. Crecen sus aspiraciones. Es necesario entonces, atender convenientemente sus exigencias en cuanto tienen de justo, de legítimo; de otra manera sus aspiraciones degeneran en descontento y su descontento en lucha. (Ceballos 26)

Por ello, las visitadoras sociales industriales entendían que su labor era propugnar a un concepto de bienestar que abarcara la vida completa

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del trabajador, a través de una sólida base de conocimientos en “organización, psicología y sociología” (Ceballos 26), interviniendo en cada uno de los aspectos constitutivos del ser social, elementos claves en lo que hemos denominado como “control extensivo”. Así, eran labores de la visitadora social industrial velar por la: Constitución legal y religiosa de la familia, Inscripción de niños en el Registro Civil, Inscripción de los niños en la Libreta de Matrimonio, Rectificación de partidas, Trámites de reconocimiento de hijos naturales; Vigilancia y control de la salud de los obreros y familiares, especial vigilancia y control de enfermedades como tuberculosis y sífilis; Control del cumplimiento de la ley de instrucción primaria obligatoria, Consejos de orientación profesional de los niños, atención de solicitudes de préstamos que se obtienen de la Gerencia o del Sindicato, previa calificación de las necesidades del préstamo y posteriormente inversión del mismo; atención de solicitudes de anticipos y de diarios; Velar por la mejor distribución del presupuesto; Realizar diligencias para emplear a los hijos de familiares cesantes y que se encuentran en edad y situación de trabajar y velar porque las habitaciones reúnan las condiciones de higiene y salubridad necesarias. (Fernández 21)

Con estas referencias teóricas y saberes sobre la práctica, las asistentes sociales chilenas desarrollaron una lectura sobre el mundo del trabajo que apuntó a la necesidad de que las formas de control de las relaciones laborales trascendiesen al espacio estrictamente industrial, para avanzar hacia un modelo donde todas las dimensiones de la vida del trabajador (incluidos los del no-trabajo) se convirtieran en objeto de regulación productiva, poniendo “en práctica una estrategia de regulación de todos aquellos espacios en los que podría refugiarse una identidad autónoma respecto al capital, operando a través de un complejo conjunto de redes simbólicas que buscan dar forma a un cuerpo social que estructure los intereses individuales en un único interés general” (Gaudemar 15). Compartiendo ese concepto de la intervención y declarando como objetivo su aporte a la búsqueda de la armonía social y la equidad, las visitadoras sociales industriales trabajaron tanto con patrones como con

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los trabajadores. Hacia 1950 cuando el campo ya constituido incidía en las nuevas políticas sobre “departamentos de bienestar” en las empresas y administración científica de la fuerza laboral, las visitadoras sociales propugnaron con fuerza para que los sindicatos poseyeran sus propios organismos de bienestar. Ya moralizados, civilizados y disciplinados los obreros, los límites de las exigencias de justicia laboral y derechos sociales fueron articulando un nuevo campo de experiencia del bienestar social, pero esa es otra parte de esta historia.

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Cristina Moyano, Javier Rivas · EL SERVICIO SOCIAL INDUSTRIAL EN CHILE  ·  341

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DOCUMENTOS

Revista de Humanidades Nº35 (ENERO-JUNIO 2017): 345-361 ISSN: 07170491

HE RESUELTO AUTORIZ AR EL MENCIONADO DOCUMENTO DOTAL QUE ASEGURE A MI ESPOSA DE CUALES QUIERA RESULTAS QUE PROMETEN L AS VICISITUDES DE LOS TIEMPOS… APROXIMACIONES A LA CARTA DOTAL DE MARÍA BÁRBARA MAYO DE ERRÁZURIZ (CÁDI Z, 1811). Solène Bergot Universidad Andrés Bello Departamento de Humanidades [email protected]

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El 28 de marzo de 1811, a pocos días de subirse a la fragata “La Romana” para emprender su viaje de vuelta a Chile, Ramón Errázuriz Aldunate (1785-1875)1 otorgaba una carta dotal que enumeraba los bienes materiales aportados al matrimonio por su nueva esposa, María Bárbara Mayo Pinto (+1821), con la cual se había casado un poco más de dos meses antes. El documento, cuyo original se encuentra en los archivos notariales de Cádiz, ciudad donde se realizó, fue copiado y pasó a integrar los papeles de Benjamín Vicuña Mackenna, hoy en día conservados en el Archivo Nacional de Santiago. Manuscrito de 31 páginas, corresponde a un documento legal que resguardaba los bienes aportados por la mujer en el matrimonio, o dote, la cual se defina en la tradición hispánica como “algo que la da la mujer al marido por razón de casamiento para mantener y ayudar el matrimonio con ella”.2 Como documento con un valor probatorio, la carta dotal se otorgaba delante un escribano, por lo que parte de sus formulas responde a un modelo preciso. A su vez, como documento jurídico, da cuenta de la legislación vigente en su época de producción. De esta forma, en la carta dotal de Bárbara Mayo, se citan “los requisitos y estatutos prescritos por el Santo Concilio de Trento”, que regulaba desde 1563 el derecho canónigo en materia matrimonial. Entre sus disposiciones, condicionaba la validez del matrimonio a la declaración formal del consentimiento de los novios y la presencia de dos testigos. Sin embargo, antes del matrimonio, se podían

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Educado en España con su hermano mayor, Francisco Javier, vuelve a Chile en 1811, poco después de su matrimonio. Entra en política en 1828, siendo elegido diputado por Chiloé, y luego re-elegido en 1831. Vice-presidente de la Cámara, es ministro del Interior y ministro de Relaciones Exteriores hasta 1832, fecha a la cual presenta su renuncia. Es luego diputado por Santiago entre 1843 y 1851. Dedica sus últimos años a la administración de su fundo de Popeta. A su muerte en 1875, deja una herencia de más de 100.000 pesos a sus tres hijas sobrevivientes, Concepción, Rosa et Tadea Errázuriz Mayo (Medina).

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Partida IV, titulo XI, ley 1, Las Siete Partidas del rey Alfonso El Sabio, cotejadas con varios códices antiguos por la Real Academia de la Historia. Madrid, Imprenta Real, 1807, tomo 3.

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realizar las esponsales, a través de las cuales la pareja y sus padres consentían en la unión, y que tenían su correlato en la entrega de una dote, con redacción de un acto delante un escribano o un notario. En este sentido, el presente documento es inusual ya que fue redactado después del matrimonio, por lo que consiste en un acto de reconocimiento de la dote de parte del esposo, en vez de un pacto entre el novio y el padre de la novia. Desde lo civil, también aparecen referencias jurídicas, esta vez al cuerpo normativo de “Las Siete Partidas”, que corresponde al conjunto de leyes promovido por Alfonso X para homogeneizar el marco jurídico del reino de Castilla en el siglo XIII. En este sentido, el documento cita la cuarta y la quinta partida, la primera relativa a la dote en su titulo XI, la segunda relativa a los prestamos en su título I.3 En segundo lugar, la carta presentada da cuenta del aspecto económico y del aspecto ligado al estatus social proyectado en la institución de la dote, ambas perspectivas siendo las más trabajadas por la historiografía, aunque existen diferencias en cuanto a su significado, que varía desde un simple ajuar hasta un mecanismo central de transferencia de riquezas (Rizo-Patrón). Sin embargo, su composición y su avalúo marcaban la situación económica y el estatus, efectivo o anhelado, de una familia (Siegrist y Samudio), y en este sentido no se debe menoscabar la importancia de los bienes materiales al momento del matrimonio (Gonzalbo). La dote de Bárbara Mayo se elevaba a 5.254 pesos fuertes y ocho reales vellón, siendo el “peso fuerte” el equivalente del “real de a ocho” y del “duro” (De

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La cuarta partida se refiere a los matrimonios, más particularmente a la dote en su titulo XI (“De las dotes, de las donaciones y de las arras”), que agrupa 32 leyes. Entre ellas, la carta dotal de Bárbara Mayo menciona la primera ley, que define cada tipo de dote y los plazos para otorgarla, y la decimosexta ley, que estipula los recursos en caso de engaño sobre su valor. En cuanto a la quinta partida, se refiere a los tipos de “pleitos”, entendidos como los intercambios monetarios entre dos personas (préstamo, donación . . . ). En su título I, citado por el presente documento, se concentra en los tipos de préstamos, en particular en los recursos a la disposición de la persona a quien se prestó algo que no le fue entregado (novena ley).

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Santiago).4 Esta suma, que alcanza el valor de 105.088 reales de vellón, la unidad de base del sistema monetario español, la situaría en el tercio superior en cuanto a montos dotales en España (Lagartos).5 A modo de comparación, y aunque existieron dotes mucho más cuantiosas, María Teresa de Peralta y Austradi, hija del marqués de Casares y esposa del marqués de Tabalosos, entregó en 1805, en la misma ciudad de Cádiz, una dote de 3.500 pesos fuertes, a los cuales se sumaban numerosas alhajas, dos docenas de cubiertas de plata y una mantilla bordada de oro (Zarza, 189), es decir, un avalúo similar pero una composición distinta. A su vez, la dote constituía un capital económico propio de la mujer que no se transfería al marido, aunque este lo administraba y podía usar libremente las ganancias (Vivallos y Mazzei). Incluso, si una mujer moría o se separaba sin descendencia, la dote era devuelta a sus ascendentes, según la línea que la había proporcionado (“adventicia” para la dote en línea materna; “profecticia” para la dote en línea paterna). La devolución de la dote es de hecho una de las piedras angulares de los juicios entre conyugues, en particular en caso de separación o divorcio, como se ha mostrado para el caso de Cataluña (Costa), o para el caso chileno (Molina, Rengifo). Algunos estudios sostienen incluso que su desaparición de la tradición hispano-americana en el transcurso del siglo XIX disminuyó la capacidad de negociación que podía tener una mujer en su hogar (Nazzari).

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Al momento de la redacción de la carta dotal de Bárbara Mayo, estaba vigente una real orden del 18 de abril de 1809, que establecía que la unidad de base era el “real de vellón”, moneda acunada con una mezcla de plata y cobre, que se complementaba con el “real”, de plata o de oro. La equivalencia entre los dos tipo de reales era 1 real de plata = 2,5 reales de vellón. A su vez, cada tipo de real adquirió un nombre particular en función de su valor, lo que aparece en el presente documento, donde se menciona, además del “real de vellón”, el “duro” (pieza de 20 reales de plata). Sin embargo, la política impuesta desde Madrid por José Bonaparte puede no haber sido seguida por los partidarios de Fernando VII, que estaban justamente refugiados en Sevilla y Cádiz.

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A partir de la revisión de 120 cartas dotales otorgadas entre 1700 y 1800 en Tierra de Campos Leonesa (provincia de León), Francisco Lagartos estima que, para el período 1780-1800, 33% de ellas tenían un valor superior a 4.500 reales.

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La carta dotal, al igual que otros documentos notariales como expedientes de bienes de difuntos, también permite reconstruir el entorno material de sus suscriptores, lo que constituye uno de los aspectos menos trabajados por la historiografía (Barrientos y Guerrero). Para conducir un análisis de este tipo, se puede en primer lugar agrupar los objetos en categorías, por ejemplo, en el caso del presente documento en efectos personales (1880 pesos y 8 reales vellón, 35,8%), ropa de casa (923 pesos, 17,5%), alhajas (1701 pesos, 32,4%) y dinero efectivo (750 pesos, 14,3%), lo que muestra la preponderancia del ajuar (efectos personales, alhajas y ropa de casa) sobre lo que podría considerarse como una contribución al patrimonio de la nueva pareja (dinero en efectivo). En este caso, notamos también la ausencia de muebles, a la excepción de un piano forte, lo que se podría deber al hecho de que la pareja Errázuriz Mayo estaba a punto de viajar. A su vez, el estudio de la materialidad de los objetos nos remite al entorno doméstico de la pareja, en particular su mesa (mantelería, loza, plata labrada), pero sobre todo al entorno femenino, y en este caso, específicamente a su vestimenta. Esta incluía desde la ropa interior hasta los accesorios como los sombreros y los abanicos, dando cuenta de una vasta gama de textiles y de colores, que a su vez nos remiten a la circulación de los bienes mercantiles en un imperio español que veía acercarse su fin a grandes pasos. Incluso aparecen algunas referencias a artículos de lujo (trajes, sombrero, abanicos) y a artículos de moda, como por ejemplo un abanico de Carey, es decir, de concha de tortuga marina (Alvarado). Por último, no podemos terminar sin mencionar que, más allá del pragmatismo que opera en este tipo de documento, pudo existir un real interés, sino afecto, entre las personas involucradas en la transacción. En este sentido, podemos leer la preocupación de Ramón Errázuriz por resguardar los derechos de su esposa, no solo otorgando el documento, sino también renunciando a derechos que le permitían objetar la tasación de los bienes y comprometiéndose a devolver la dote en dinero efectivo, y no en bienes, lo que no tomaba en cuenta la rápida devaluación de ciertos artículos del ajuar, en particular la vestimenta. De esta forma, protegía

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el capital de su esposa en un intento de asegurarla contra “cuales quiera resultas que prometen las vicisitudes de los tiempos”.6

Documento Don Ramón Errázuriz, natural y vecino de la ciudad de Santiago de Chile en América, próximo a regresar a ella y residente en esta plaza, digo: que prendado de las relevantes cualidades y dotes personales que adornan a doña María Bárbara Mayo, que la hacen digna del más alto respeto y particular situación, hija legitima de don Antonio Mayo ya difunto, vecino del comercio de esta ciudad, y Da. María Pinto, contraese y celebre con ella legitimo y verdadero matrimonio previos los requisitos y estatutos prescriptos por el Santo Concilio de Trento, y según orden de nuestra Santa Madre la Iglesia, en veinte de enero pasado de este año.7 Aun antes de la celebración de nuestro consorcio, me entregó la Da. María Bárbara Mayo por dote y caudal suyo para ayudar a superar las cargas del matrimonio conforme lo habíamos capitulado con consentimiento y anuencia de su madre, cinco mil doscientos cincuenta y cuatro pesos y veinte y ocho reales vellón en ropa, muebles, alhajas y dinero efectivo metálico, sin contar con la legítima que le correspondiera, por muerte de su padre Don Antonio Mayo, cuya testamentaria se está liquidando, con la mayor actividad . . . , y rodeado entonces de las muchas y graves atenciones que me ofrecía el arreglo y conclusión de mis asuntos y negocios, y de que no podía desentenderme, para el retorno a mi patria y domicilio,



Criterios de transcripción Se presenta la transcripción de la carta dotal de María Bárbara Mayo, conservada en el Fondo Benjamín Vicuña Mackenna (vol.186, pieza 1) del Archivo Nacional. El documento está redactado en castellano de principio del siglo XIX, por lo que fue transcrito actualizando la ortografía. Se complementa con notas históricas y explicativas para contextualizar algunos de sus pasajes, en particular en lo relativo a la materialidad de los objetos que componen la dote.



Es decir, el 20 de enero de 1810.

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y persuadido por parte de que la liquidación de la testamentaria de mi padre político se perfeccionaría antes de mi salida no realice como decía y prometí, el conveniente, preciso y resguardo del indicado dote en favor de mi consorte para reunir, en un solo instrumento, a esta propuesta cantidad con la de la legítima, que la tocara por herencia de su padre. Pero como quiera que al paso que se retarda la expedición de la expresada testamentaria se acerca el momento de mi salida, en la fragata “La Romana” que está para hacerse a la vela con destino a Montevideo, he resuelto autorizar el mencionado documento dotal que asegure a mi esposa de cualesquiera resultas que prometen las vicisitudes de los tiempos y que en todos logre el reembolso, abono y restitución de un caudal, reservando la solemnización del que convenga cuando reciba la repetida legitima paterna por más aumento de él y su dote. Así pues poniéndolo en práctica, en aquella vía, y por más que más haya lugar en derecho y sin que sea visto haber de que dar perjudicado el derecho de la interesada, por la morosidad, e imprescindible detención, que se advierte, otorgo que he recibido de la precitada mi esposa como dote y caudal propio, por fondo o capital que impone, en nuestra sociedad conyugal los bienes que siguen.

Trajes de lujo Primeramente un traje de sarga8 de Francia blanco con guirnalda, cinturón y encajes, ochenta pesos. Otro id. de tul blanco bordado, con cinturón. 38 Otro id. de lino bordado con guarnición de tafetán9 lila y blanca. 36. Dos id. de trafalgar con encajes por abajo y encima guarnición de cintas. 90. Uno id. de lino bordado con guirnalda de rosas y encajes por el cuello y cinturón. 28.

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Tipo de tejido que conforma líneas diagonales.

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Tela delgada de seda, muy tupida.

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Otro id. de loco blanco con la camiseta hecha, encajes y banda blanca. 26. Otro id. de muselina con guarnición bordado por abajo y el peto. 12. Otro id. de desilado bordado, y encaje en el cuello, y cinturón. 29. Otro id. de loco blanco guarnecido a la Inglesa, con muselina10. 16. Otro id. de color gris de loco, asargado de cuello, y guarnición verde. 20. Otro id. de crespón11 color rosa y guirnalda blanca, y cinturón. 25. Otro id. de trafalgar con guarnición de espumillón12 blanco. 16. Otro idem de paño13 fino para carmino. 40. Trajes para casa nuevos Un traje de loco calado a nudos. 8. Dos id. de loco blanco. 15. Diez id. de loco fino de colores, todos guarnecidos de ello mismo. 60. Uno id. de cotonía14 alistado blanco con guarnición. 8. Dos id. de loco de colores. 12. Vivos15 para los trajes claros Dos de tafetán blanco. 16. Uno de id. color caña. 8. Otro de id. color de rosa. 8. Sombreros de lujo para los trajes buenos Uno de tul blanco con cintas y un vano de rosas blanco. 12. Otro de trafalgar con cintas rosa y un vano de flores. 10. Otro de lino con raso caña cinta lila hecho de avispero. 10.



Tela de algodón, seda o lana, fina y poco tupida.



Gasa en que la urdimbre está más retorcida que la trama.



Tela de seda.



Tela de lana muy tupida.



Tela blanca de algodón labrada comúnmente de cordoncillo.



Filete, cordoncillo o trencilla que se pone por adorno en los bordes o en las costuras de las prendas de vestir.

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Otro de loco blanco y labores de ello mismo. 8. Otro de terciopelo negro con cintas y una pluma rosada. 11. Otro de calmita con cinta verde id. la flor a la Inglesa. 10. Otro de id. con cintas de terciopelo para aborde. 6. Sayas16 buenas Una de sarga de Francia con guarnición de encajes y tul. 30. Otra de alepín17 guarnecida de cinta y tul. 20. Otra de id. con puntas guarnecidas de espumillón. 10. Otra de id. con guarnición terciopelo y canutillo.18 16. Otra de id. sin guarnición. 6. Mantillas blancas Una mantilla de tul bordada. 12. Otra id. de id. con guarnición angosto bordada. 8. Otra id. de desilado y encajes anchos. 40. Golas19 para los trajes buenos Una de tul blanca bordada con encajes. 16. Otra de trafalgar con encajes. 8. Otra de lino. 6. Toquillas20 de seda Ocho toquillas de seda de varios colores a treinta y cinco reales de vellón. 14.

Faldas.

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Tela muy fina de lana.



Hilo de oro o de plata rizado para bordar.



Adornos para el cuello.



La toquilla puede corresponder a un pañuelo pequeño, generalmente triangular, que se podía usar sobre la cabeza o alrededor del cuello, o bien a una prenda de punto, generalmente de lana, que se usaba como abrigo.

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Toquillas de tul blancas Una toquilla de tul blanca bordada. 7. Otra id. bordada más inferior. 4. Otra id. para sobre todo. 12. Toquillas para el cuello Dos docenas toquillas para el cuello de varias clases, a quince reales vellón. 18. Toquillas de sobre todo blancas Diez y nueve toquillas de varias clases a veinte reales vellón. 19. Pañolones21 de colores Dos pañolones blancos. 22. Uno id. de madrás22 color junquillo. 24. Otro id. de color . . . 17. Otro id. de sarga allá más. 9. Otro id. de madrás blanco. 8. Dos id. de loco de colores. 6. Uno id. de seda. 7. Pañuelos de loco para narices Cinco docenas de pañuelos de loco de varias clases a ocho reales vellón. 24. Uno bulto de Olan. 20. Camisas Cuatro y media docenas de camisas de Bretaña todas guarnecidas, con para la muselina a cinco pesos cada una. 270.



Pañuelo grande, que se usaba de abrigo.



Tejido fino de algodón que se usa para camisas y trajes femeninos. Su nombre proviene de la ciudad india de Madrás.

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Naguas blancas interiores Dos docenas naguas guarnecidas de faralá con muselina a cuatro pesos. 96. Corpiños inter (iores) Doce corpiños a veinte duros vellón. 12. Tres corcetes* a cuarenta reales vellón. 6. Zagalejos23 Dos elásticos a tres pesos. 6. Uno de loco. 2. Otro de cotonía. 2. Medias de algodón Tres docenas medias de algodón lisas y trafalgar a catorce pesos docena. 42. Medias de seda Tres docenas medias de seda de varias clases a cinco pesos. 180. Calcetas Dos docenas calcetas a veinte y dos reales vellón el par. 26,8. Una mantelería de lista azul contiene Un mantel grande y veinte y cuatro servilletas. 40. Tres id. adamascados y veinte y cuatro servilletas de ojo de perdiz. 30. Seis toallas para comedor. 6. Veinte y cuatro id. finas para la lavarse la cara a treinta reales vellón. 36. Dos sabanas de cama grande guarnecidas de muselina. Cuatro id. cameras a siete pesos cada uno. 42.



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Faldas interiores que se usaban encimas de las enaguas, para abrigarse.

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Ocho sabanas de una persona a cinco pesos. 40. Cuatro fundas para lana de almohadas a quince reales vellón. 3. Doce id. blancas con faralá a tres pesos cada una. 36. Diez varas de cotín24 para colchón a cuarenta duros vellón por vara. 20. Cinco colchas, tres cameras y dos de cama chica, a ocho pesos. 40. Una colgadura blanca bordada. 40. Por genero para tres manteles para familia como las toallas, haciendo grano, diez y ocho varas a veinte reales vellón. 18. Loza Una vajilla de Pedernal de colores. 100. Un juego de café de loza de Sajonia. 50. Un jarro de id. con porcelana con otros juguetes de id. 60. Dos pocillos de id. a tres pesos. 6. Bateas Una batea grande apreciada en 16. Otra id. menor idem. 8. Otra id menor idem. 4. Plata labrada Treinta marcos de plata en varias piezas a diez y nueve vellón por onza. 228. Dos candeleros. 40. Una espabiladeras25 con su platillo. 20. Dos marcelinas. 40.



Del francés “coutil”, tela de lienzo rayado o con otros dibujos que se usa comúnmente para cubiertas de colchones.



Tijeras con que se espabilan velas y candiles

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Alhajas Un aderezo de oro y camafeo con zarcillos. 40. Dos aretes de brillantes. 80. Un hilo de perlas gordo con un broche de brillantes. 300. Un par de argollas brillantes con calabazas de perlas. 60. Tres hilos de perlas menudas con un broche de brillantes. 100. Dos anillos id. redondos. 99. Un parcillo de perlas. 6. Otro de coral y oro. 5. Otro de venturina y oro. 6. Otro de oro y cabello. 4. Un aderezo de oro y camafeo con zarcillos y con piedras azules. 40. Un collar de cabello y oro. 8. Cinco anillos, cuatro con brillantes y uno con topacio. 50. Dos id de oro. 2. Un rosario de oro de filigrana. 60. Otro id. de perlas y oro. 30. Otro id. de coral y oro. 29. Otro id. de cristal y oro. 16. Un palillero26 de oro esmaltado. 50. Otro de oro liso. 16. Un melón de oro. 200. Un forte piano de hechura moderna. 500. Abanicos de lujo Uno de marfil, país27 de cabritilla. 32. Dos id. de charol con id. id. 26. Tres abanicos, país de cabritilla de menos calidad. 16. Ocho id. de cañita inglesa, país de papel. 24.



Probablemente, mango de la pluma de escribir.



Tira de papel, piel o tela que cubre la parte superior del varillaje del abanico.

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Seis id. de varias clases. 18. Uno id. de marfil con país de papel. 8. Uno id. de Carey de los de moda. 16. Zapatos Treinta pares de zapatos de seda de varias clases a treinta y seis duros vellón. 54. Un par de botas. 3. Dinero Por nueve mil reales vellón pagados al dueño de la Fragata “La Romana” por el falso flete del viaje a Montevideo. 450. Últimamente, seis mil reales vellón entregados en plata metálica. 300. Asciende el verdadero y justo valor de estos bienes a cinco mil dos cientos cincuenta y cuatro pesos y ocho reales vellón que se comprenden en las antecedentes partidas, salvo cualesquier yerro de pluma o suma que envuelvan por efecto de una natural equivocación u olvido. De esta cantidad por estar realmente en mi poder en los bienes, ropas, alhajas y dinero expresado, me doy por contento, y entregado a mi voluntad, y por no parecer de presente la entrega, renuncio la excepción que podía oponer de no haberlos recibido la de la no contada moneda, la ley nueve titulo primero partida quinta de ella trata, y los dos años que previne para la prueba de su recibo, que doy por pasados como si verdaderamente lo estuviesen, formalizando a favor de mi consorte, . . . bastante, que a su seguridad conduzca. Aseguro y declaro que los propuestos bienes han sido valorizados por peritos electos de mutua conformidad en las cantidades que por menor quedan sentadas, y que en su aprecio, o valoración, no medía ni hay lección o engaño, más si lo envolviere, en poca, o mucha suma del que sea autorizo, a favor de mi consorte gracia y donación pura, perfecta, e irrevocable entre vivos, con insinuación, y demás . . . legales, aprobando y ratificando la mencionada valorización, y me obligo a no reclamarla, pero si lo hiciera, ha de ser visto por el mero hecho, haberla

Solène Bergot · APROXIMACIONES A LA CARTA DOTAL DE MARÍA BÁRBARA MAYO DE ERRÁZURIZ  ·  359

ratificado y consolidado nuevamente añadiendo fuerza a fuerza y contrato a contrato, y con este objeto renuncio la ley decima sexta titulo undécimo partida quinta28 que dice: “que si el que da, o recibe la dote apreciada se siente agraviado de su valuación, puede pedir que se deshaga el engaño en cualquier cantidad que sea”, y las demás que puedan favorecerme para no reclamar su observancia ni usar de su remedio. Así pues me constituyo, y obligo en la más bastante forma, a restituir y devolver a mi esposa o a quien su poder hiciere derecho y causa representare, los cinco mil dos cientos cincuenta y cuatro pesos y ocho reales vellón, valor de sus bienes, en dinero efectivo metálico, y no en otra especie luego que nuestro matrimonio se disuelva por cualquiera de las causas, o motivos señalados, y prescritos por derecho. También ofrezco, y me constituyo, a no dejar gravar, hipotecar ni sujetar a mis deudas . . . ni . . . el importe de esta dote, sino antes bien tenerlo siempre pronto y expedito para su devolución y restitución, y que en todo caso que ocurra, goce del privilegio y antelación dotal que el derecho le concede. A todo lo que no siendo puntual consiento se me ejecute y apremie, y por las . . . que se inviertan en su cobranza, en fuerza de esta escritura, y el juramento y simple declaración de la persona que en el asunto fuere parte legitima en que defiero la fuerza, y averiguación de lo expresado liquidación de las costas y demás que deba liquidarse para que sea ejecutiva, sin otra alguna diligencia aun precisa de que expresamente la relevo, y para ello renuncio la ley penúltima del título undécimo partida quinta, con el termino annual* que se me confiere. A su . . . esta . . . y cumplimiento obligo mis bienes y rentas presentes y futuras. Doy poder a los señores jueces y justicias de Su Majestad que de mis causas y de este asunto deban conocer, conformes a derecho, para que a su observancia, me compelan y apremien, como por sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada, y consentida, renuncio todas las leyes, fueros y derechos de mi favor, con la que prohíbe la general . . .



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En realidad, esta cita se refiere a la cuarta partida de las “Siete Partidas”, titulo 11, ley 16.

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Y así lo otorgasen en la ciudad de Cádiz a veinte y ocho de marzo de 1811. Y el otorgante, a quien yo el escribano público doy fe conozco, lo firma ante mí . . . . . . siendo testigos D. José María López, D. José de Larco y D. José de la . . . , vecinos de Cádiz.

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Solène Bergot · APROXIMACIONES A LA CARTA DOTAL DE MARÍA BÁRBARA MAYO DE ERRÁZURIZ  ·  361

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RESEÑAS

Revista de Humanidades Nº35 (ENERO-JUNIO 2017): 365-375 ISSN: 07170491

MARTINA BORTIGNON



MARGEN, ESPEJO. POESÍA CHILENA Y MARGINALIDAD SOCIAL (1983-2009)

PITTSBURGH: INSTITUTO INTERNACIONAL DE LITERATURA IBEROAMERICANA, 2016,199 PP.



El libro Margen y espejo de Martina Bortignon asume un tema com-

plejo y de gran interés en las letras latinoamericanas, la representación del marginal, lo cual nos lleva a la pregunta ¿qué es un marginal? y ¿en dónde radica su encanto convocante para los escritores? La palabra margen implica la creencia de que hay un centro. Para Bortignon, ese centro que permite designar a otro como marginal es una ilusión, una fantasmagoría. Es decir, la subjetividad dice: soy en la medida que me separo, que nombro lo que defino como diferente, que me esfuerzo y gasto horas en marcar lo que trazo como distinto a mí. La estudiosa analiza las diversas maneras de ubicarse en ese centro y trazar un margen, en la poesía chilena publicada desde 1983 hasta la primera década del 2000.

El corpus sobre el cual trabaja la autora de Margen y espejo, correspon-

de, en la década del ochenta, a Thomas Harris y Diamela Eltit; en los noventa, a Yanko González y Germán Carrasco; en los 2000, a Gladys González y Juan Carreño. Su metodología de estudio tiene como núcleos: la voz, el deseo de identificación simbólica y la relación con los discursos del contexto social. La noción de voz es la más compleja de abordar y Martina Bortignon diseña un método de trabajo capaz de abrir la complejidad estética de los textos en este aspecto, puesto que ella muestra las diferencias entre voz y autor en diferentes textos y además vincula las voces que aparecen en los poemas con el proyecto estético e ideológico del artista.

Detengámonos en cómo se interpreta la voz en este libro. Tomemos

el análisis que la autora realiza un poema de Juan Carreño, perteneciente al libro Compro fierro (2007). El poema se titula “Poema escrito por más

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de cien jóvenes la noche del 11 de septiembre del 2005 en avenida Santo Tomás con La Serena, La Pintana”. El poema parte con un epígrafe del poeta estadounidense EE.Cummings que dice: “Los chicos de los que hablo no son refinados. No saben hablar de esto y aquello. El arte les importa un comino. Matan como el que mea” (46). Luego comienza el poema, al escucharlo ponga usted atención a la voz como lo haría Bortignon:

¡E! ¡e! ¡e!



¡Vamos pallá po!



¡Vamos po cabroh a comotiar a loh pacoh culiao! (46)



La estudiosa analiza así: “La cita del poeta E.E Cummings [hace

emerger] una mirada letrada que cruza y transfigura las imprecaciones y las exclamaciones coloquiales, reconducibles a un contexto social específico, el de los chicos marginales” (47). A esa mirada letrada “se deben no solamente la cita y el título, sino también la selección de las frases pronunciadas por los chicos y su composición según una cierta concatenación [más] la transcripción fonemática de las mismas, la disposición gráfica y el largo del poema” (47), todo ello es letrado. En este análisis de Bortignon, la distinción entre la subjetividad a la que pertenece la instancia escritural y la voz me parece notable, en términos que permite reflexionar: la instancia escritural, ¿a quién le entrega la voz? y cual es la relación que establece esa instancia escritural con las voces marginales, ¿les cede el espacio para hablar? Bortignon introduce el concepto de “locutor” para esas voces que han recibido su poder desde una instancia escritural. En el poema analizado, la profesora Bortignon concluye que la instancia escritural decide no tener voz, por tanto no hace un ejercicio de hablar por ellos, sino que los deja hablar, les cede el espacio de la página.

La otra herramienta de lectura elaborada por Bortignon consiste en

juntar la instancia de escritura con la libido. Como ella lo dice: “la enunciación está afectada por el deseo y el deseo es un lugar de enunciación” (50). Es decir, quien se imagina dejando que su lugar lo tomen las voces marginales expresa un deseo. Ese deseo no es el mismo que el del escritor que habla sobre el margen, pero evita que sus voces penetren en él, reservándose

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principalmente para sí el derecho a voz. La estudiosa sitúa entre los autores que hablan sobre el margen a Harris y a Eltit de Lumpérica. Sobre las prostitutas que aparecen el libro de Harris, Zonas de peligro (1985), la estudiosa indica: “Las prostitutas de Orompello no hablan. Son meros cuerpos que se someten pasivamente a [la] violencia masculina. Introducidas en la escena del Yugo Bar, las prostitutas son representadas como títeres sonrientes y sin personalidad, [pero estas] prostitutas no son mujeres degeneradas ni vulgares, sino luminosas, puras, vírgenes, sagradas, inocentes” (74). Nos preguntamos —siguiendo la línea propuesta por Bortignon—, qué deseo hay en este lugar de enunciación; y a la luz de uno de sus referentes teóricos, Kristeva y su análisis de la perversión en la literatura, podríamos señalar que se trata de un margen donde lo que predomina es lo sin hogar, las prostitutas están de asiladas en una casa que las vulnera. Entonces, la instancia escritural se ratifica no como distancia de esas sin hogar, sino como un igual, también igual en su belleza. De forma, que no necesita darles la voz, pues su voz es equivalente a la de ellas, todos han perdido el espacio cariñoso que se puede llamar casa, lo cual corresponde a la época de la dictadura.

El libro se titula Margen y espejo porque en su interior se concibe jus-

tamente al margen como un espejo, en el cual la instancia escritural encuentra una imagen para decir lo que tiene reprimido, por considerarlo fuera de orden, abyecto. En palabras de esta acuciosa lectora de Kristeva: “lo abyecto constituye el desecho producido por la represión primaria o forclusión, que funda el acceso del sujeto al lenguaje y a la interacción social. Lo abyecto es lo que ha sido repudiado, pero sigue habitando el universo síquico como amenaza de una posible disolución de la integridad del sujeto” (25). Es decir, cuando evitamos a las prostitutas y a los vagabundos, es porque ellos, al no tener casa, nos recuerdan esa posibilidad para nosotros, perder lo que te estructura, es la amenaza de diluirnos que reprimimos. El personaje L Iluminada de Diamela Eltit tampoco tiene casa, vaga por una plaza pública mientras le da libertad total a su sexualidad. Es un acierto de Bortignon el análisis de Lumpérica (1983) como un texto poético, porque ello le permite ver el deseo que hay tras la enunciación, cuando la voz letrada que domina el texto representa a la vagabunda como “un personaje principal que no habla”

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(79), pero que la sitúa exponiendo “al máximo el potencial de exposición y exhibición de la protagonista”, haciendo con ello el movimiento aconsejable a las mujeres, que recomienda “habla poquito, pero preocúpate de cómo te vistes, piensa que lo ideal es que todos se den vuelta a mirarte”. Es decir, el quién deseo que me mire de las mujeres, o identificación simbólica es con los varones. De manera que la ausencia de voz de la vagabunda y la espectacularización de su cuerpo, se corresponde con un discurso sobre los deseos que se reglamentan para el género, lo cual es polemizado por Eltit en la novela.

Junto con la herramienta del margen como espejo en donde la cul-

tura mira la imagen de lo reprimido, Bortignon incluye en su análisis el contexto. Por ejemplo, en los noventa analiza la representación poética de la marginalidad en función del discurso cultural del país-brand (103) que vinculó lo marginal con la delincuencia y la drogadicción. En ese contexto, el poeta Yanko González publica Metales pesados (1998), donde, siguiendo a la estudiosa, podemos escuchar “el lenguaje brutal, soez, repleto de expresiones de jerga de los ambientes criminales” (107) expresado por “locutores” que son “el pusher de la esquina, la madre sin autoridad, la dueña de algún bar” (107), mientras que la instancia escritural corresponde a “un etnólogo en su misión de observación participante” (107) que se deja para sí las notas al pie de los poemas. En estos textos, el lector debe ir armando la “ficha” (116) de cada personaje, “drogadicto”, “violador”, “perteneciente a la tribu de”, tal como la catalogación social que excluye. En la ficha no hay empatía con los marginales. No son los años ochenta. La instancia escritural devela esa falta de empatía con las subjetividades del margen económico y nuestra así esa mutua violencia de los noventa. Por ello, los marginales representados se expresan en tribus que se relacionan “con el exterior de modo conflictivo y agresivo, manifestando así su malestar y su rabia frente a una sociedad que determina de antemano quiénes son los sumergidos y quienes los salvados” (116). Bortignon, entonces, postula que la instancia escritural del antropólogo devela la brutalidad del discurso de la época que concibió a los marginales como bárbaros, fuera de la cultura, con ímpetu para invadir y destruir esa sociedad que deseaba venderse como un país ordenado, cuyo sueño era hacer

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de Chile una marca donde el empresario se sintiera tranquilo, porque aquí sus inversiones no corrían riesgo, porque la mayoría de la fuerza política social estaba contra los bárbaros, menos la poesía.

Los 2000 son analizados a partir de la preeminencia de la estética por

sobre lo político. Vale decir, se vuelve más significativo tener un estilo que sostener una utopía política y también el estilo se convierte en el gesto político. Dentro de ese marco, la doctora Bortignon analiza la poesía de Gladys González. Para ello introduce el concepto de “pose”. La estudiosa analiza el autorretrato de Gladys González en las portadas de sus dos libros, Gran Avenida (2004) y Aire quemado (2009). En Gran Avenida, la autora está sentada en una cuneta próxima a la transitada calle de doble vía llamada Gran Avenida. En Aire quemado, el fondo de la fotografía es una casa de Valparaíso tras el incendio, con sus derruidas murallas llenas de grafitis y basura acumulada alrededor. Bortignon compara muy acertadamente la representación visual de Gladys González con las realizadas por la fotógrafa Cindy Sherman. La artista estadounidense se fotografía imitando las poses de los personajes femeninos del cine, con lo cual pone en tensión la noción de “mujer hermosa”, mostrando que ese sentido de belleza es pura imagen, pues nada hay propio, personal, disruptivo, como podría ser un diente chueco en una boca. De la misma manera que Sherman, Gladys imita la posee de la mujer atractiva tipo femme fatale, pero le agrega un aditivo que vuelve la situación un tanto cómica. Gladys González debe imitar la pose en un entorno donde los autos pasan a gran velocidad o donde los restos de basura y desperdicio se acumulan. González deconstruye y goza la pose de la feminidad estereotipada al exhibirla en el contexto ruinoso del Chile de las comunas periféricas del Gran Santiago o de los cerros populares de Valparaíso.

En síntesis, el libro Margen, espejo logra releer a importantes autores

de la poesía chilena (1983- 2009) desde la noción de margen, entendida como una construcción en la cual la instancia escritural expresa diversos deseos. En la poesía de los ochenta, la enunciación se representa tan desprovista como ellos, ambos han perdido el hogar y están amenazados se extraviarse a sí mismo. En la poesía de los noventa, el lugar de la enunciación manifiesta su rechazo a la imagen que sitúa a los jóvenes marginales como drogadictos y

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delincuentes con los cuales el sujeto letrado debiera trazar una línea divisoria absoluta, que, por cierto, no hace. Por el contrario, la instancia escritural se acerca a esos “bárbaros “de los cuales el discurso de la época deseaba mantenernos alejados, aunque fuera enrejándonos hasta los ojos. Finalmente, en la poesía de los 2000, lo que está en tensión es la estética, de ahí el deseo de la instancia escritural por deconstruir la retórica verbal y visual con que se han concebido las subjetividades que habitan los márgenes. Desde ese rímel removido habla este libro en el cual Bortignon luce la belleza indicando su propio margen. Este libro es su propio espejo y a la vez su casa en Chile.

Magda Sepúlveda Eriz1· Pontificia Universidad Católica de Chile [email protected]

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Esta reseña pertenece al proyecto Fondecyt 1160191, “Artes poéticas, manifiestos y proclamas de la poesía chilena (1950- 2015).

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MARINA ALVARADO CORNEJO



REVISTAS CULTURALES Y LITERARIAS CHILENAS DE 1900 A 1920: LEGITIMADORAS DEL CAMPO LITERARIO NACIONAL

SANTIAGO: EDITORIAL CUARTO PROPIO, 2016, 263 PP.

La académica Marina Alvarado Cornejo ha publicado recientemente

un interesante estudio que presenta un conjunto de artículos destinados a ordenar el trabajo que ha realizado en los últimos años con relación a la relevancia de las revistas literarias y culturales aparecidas durante los años 1900 y 1920 en Chile. Desde el punto de vista de la contribución a los estudios culturales, su obra ofrece un aporte que satisface la necesidad académica de contar con una visión de conjunto sobre la materia, constituyéndose en una herramienta que, sin duda, habrá de contribuir a las inquietudes de los académicos y estudiantes interesados en los distintos aspectos que contribuyeron a la formación del campo literario nacional.

La obra contiene dos apartados. El primero de ellos ofrece una valiosa

aproximación teórica al objeto de estudio, revisando los aportes de Itamar Even-Zohar, Pierre Bourdieu, Jacques Dubois, Janusz Slawinski, Gerard Genette y Norman Fairclough. De este modo, organiza un sistema teórico que permite ver la revista no tanto con relación a lo que es en sí misma, sino, sobre todo, como “estrategia cultural que no solo busca exponer ideas o propuestas, sino también contribuir en la construcción del campo cultural y literario y posicionarse a partir de la superposición de “relatos” y “juegos de enunciación” (Lyotard), por medio de los cuales complejiza y activa el “repertorio literario y cultural” (25-26). He aquí el programa de su proyecto y la ambiciosa propuesta que la profesora Alvarado pone en nuestras manos.

El segundo apartado contiene tres capítulos que organizan la informa-

ción distribuyendo cronológicamente el período en tres etapas: 1) Siglo XX: Cambio de repertorio. 2) Zig-Zag y la irrupción editorial, 3) Reorganización y transición escritural: los contendientes. El conjunto de revistas analizadas

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es vasto y van desde las revistas de principios de siglo (Luz y Sombra, Instantáneas, Instantáneas de Luz y Sombra, Pluma y Lápiz) hasta Numen y Claridad, que responden a contextos y propuestas que preparan para la década de los veinte con un nuevo horizonte estético, político y social.

Me parece advertir una acertada distribución del estudio en tres eta-

pas para señalar las líneas predominantes de los tres momentos seleccionados a fin de ilustrar la evolución del período. El primero de ellos, nos pone frente a los albores del siglo XX. Es la década de D’Halmar y Marcial Cabrera Guerra, quienes, junto a otros líderes culturales, marcan la escena de los primeros años en el plano del desarrollo periodístico-literario. El escenario urbano cultural pugna aún entre las tradiciones heredadas desde la Colonia y las emergencias de un mundo moderno. Esa tónica marca las distintas transiciones en el mundo cultural y en el campo específico que toca a las revistas estudiadas. Es un período en que las novedades se experimentan con retraso, las corrientes estéticas ya maduras en Europa empiezan a dar sus primeros frutos a comienzos del ‘900, resabios de clase favorecidos por “metarrelatos sobre la organización de las diferentes instituciones y agentes legitimadores del país” (60), etc. Con todo, se señalan, con el cambio de siglo, rupturas que orientan hacia un nuevo orden. Paulatinos pasos hacia la modernización tecnológica, progresiva masificación en el orden del consumo de los productos culturales, y, entre otros, “nuevas visibilidades o exterioridades sígnicas en inéditas relaciones entre letra e imagen, y en la estimulación de unas sensibilidades que no tienen como fuente la cultura ilustrada-letrada” (Ossandón y Santa Cruz, citados por Alvarado 60). Cambian las formas de acceso a las publicaciones impresas, agregándose al sistema de suscripción, la venta directa de periódicos y revistas en las calles. Poco a poco, se percibe el desarrollo de una colectividad consumidora de cultura que no se observaba en el siglo XIX y que permite entender el auge de nuevos contenidos asociados al despertar de movimientos sociales, a la voz del mundo obrero y al desarrollo de voces femeninas. No en vano, la proliferación de periódicos obreros, por ejemplo, en los años inmediatamente anteriores y posteriores al cambio de siglo. Los primeros cinco años del siglo XX inician cambios en el orden social del país que habrían de extenderse significativamente durante

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largas décadas. Marcas de ello son la creciente urbanización de algunas ciudades, la segregación social, la consolidación de “tipos” sociales como el roto, el siútico y el caballero, la mirada entusiasta y aspiracional hacia las novedades de la modernidad europea que, al mismo tiempo, coexisten con la preocupación por relatar las cuestiones sociales en la novela (naturalismo y realismo) en conjunto con corrientes asociadas al modernismo, al criollismo y a esa escuela que fue, según Francisco Contreras, el Mundonovismo. Sin duda, se trata de una época fecunda de cambios, asunciones y apropiaciones que, en el ámbito específico de las revistas, supuso un esfuerzo por generar publicaciones que, siendo la mayor parte de ellas, de corta duración, reflejaron las inquietudes específicas del campo cultural, produciendo los efectos iniciales de una acusada profesionalización del oficio literario y, más específicamente, de la “prensa literaria”.

El segundo período estudiado está marcado, sin duda, por “Zig-Zag

y la irrupción editorial”. Con plenitud se consolida un producto, el magazine, que si bien incipientemente parecía señalado en las revistas anteriores (Pluma y Lápiz, Instantáneas, La Lira Chilena, etc.), se manifiesta con toda su potencia con Zig-Zag. Si bien es cierto que este tabloide aprovecha el cuerpo de intelectuales consolidados y consagrados anteriormente en el despliegue de las pequeñas revistas mencionadas, la gran empresa surgida al alero de El Mercurio, de la mano de la industria impulsada por Agustín Edwards Mac Clure, supuso una renovación estructural de alientos inusitados en la prensa chilena. Los aportes de Zig-Zag, y otras de su género, según Alvarado, son: 1) contribución en la producción literaria chilena y en la movilidad del “sistema literario” mediante sus correspondientes estrategias de posicionamiento, consagración y canonización, 2) reorganización de los relatos culturales producidos en aquella época, 3) intento de construir un metarrelato que abarque la mayor cantidad de públicos lectores y que ordenara “la masa lectora”. En síntesis, “las revistas de Edwards fueron la respuesta discursiva burguesa frente a la heterogeneidad sígnica y enunciativa predominante en el período” (123). Otra revista importante es Selecta, perteneciente a la casa editorial de Zig-Zag pero abocada específicamente a la cuestión literaria y artística. Dirigida por Luis Orrego Luco, atiende al ámbito de la alta cultura. Tuvo

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una tirada mensual durante cuatro años. El interés de Alvarado por incluirla está dado especialmente por “la problematización y evaluación que sus textos desplegaron respecto de los hechos de la vida literaria circundante, así como también por la inclusión de las primeras escritoras profesionales dentro de sus páginas” (123). Otras revistas estudiadas en esta etapa son La Familia, Corre Vuela, Pacífico Magazín, El Peneca, entre otras.

El capítulo 3 se sitúa plenamente en la década 1910-1920, la llamada

década del Centenario, imprescindible para comprender nuestra particular transición desde el criollismo a las vanguardias. En concreto, se abordan “las revistas culturales-literarias-políticas publicadas a partir del año 1912 hasta 1920, las que reconocemos como proyectos que se posicionaron en la esquina opuesta de la prensa heterónoma representada por Zig-Zag y los demás periódicos de la misma casa editorial” (Alvarado 167). En estas páginas, se hablará de Musa Joven, Pluma y Lápiz (la revista de Santiván), y Claridad, entre otras (como la revista de Los Diez). Resumamos simplemente que los acentos de la reflexión de Alvarado sobre este importante período de nuestra producción cultural se orientan a la transición hacia las vanguardias (aspecto ya mencionado), presencia de contradiscursos o manifiestos que “dan cuenta de la mercantilización de la producción literaria” (167), cuestionamiento, con respecto a la primera década del siglo XX, de intereses económicos en la producción cultural, manipulación de la opinión pública, restricciones para literatos y la producción cultural en general (cfr. 167). En síntesis, un impulso más decidido a favor del desarrollo de una autonomía más acusada por parte del campo literario es lo que se observa en los aires renovadores que habrían de culminar en una suerte de expectativa que habría de proyectarse hacia la década promisoria, la de los años veinte.

Poco más hay que decir sobre el trabajo propuesto por la profeso-

ra Marina Alvarado Cornejo quien, en su breve carrera académica, se ha revelado como una notable promesa para la academia chilena. Esta obra, publicada por Cuarto Propio, se suma a Revistas culturales chilenas del siglo XIX (1842-2894): historia de un proceso discontinuo (Santiago, Ediciones UCSH 2015) y Teresa Wilms Montt. Estrategias textuales y conflicto de época (Santiago: Cuarto Propio 2015), además de numerosos artículos publicados

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en revistas de corriente principal. Se agradece a las casas editoriales que nos hacen posible acceder a este valioso material y a la profesora Alvarado por poner en actualidad cuestiones que varios académicos de diversas casas de estudio en Chile y otros países sentimos particularmente cercanas.

Jaime Galgani Muñoz Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación [email protected]

Revista de Humanidades Nº35 (ENERO-JUNIO 2017): 377-382 ISSN: 07170491

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1.

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2.

Derechos de autor

Revista de Humanidades se reserva los derechos de edición, impresión, reproducción y comunicación parcial o total de su contenido, tanto de forma impresa, formato electrónico u otros, pudiendo ceder estos derechos a terceros. Por su parte, el autor se hace responsable de obtener la autorización para reproducir materiales que involucren derechos de autor. El autor cede sus derechos por medio de un documento que firma una vez aceptada su colaboración. Este documento se encuentra publicado y está disponible en el sitio web de Revista de Humanidades (http://revistahumanidades. unab.cl.).

3.

Normas de publicación · Todas las colaboraciones deben enviarse en el siguiente formato: hoja tamaño carta, márgenes de 3 cm, doble espacio, letra Times New Roman tamaño 12. · Todas las colaboraciones deben acompañarse de: nombre del autor, afiliación (institución —solo la principal—, dirección postal, ciudad y país) y correo electrónico institucional. · Las citas y bibliografía deben seguir el formato MLA (ver las normas presentadas al final de este documento). · Las palabras en idioma extranjero deberán ir en cursivas. · Notas a pie de página: Como criterio general, las notas a pie de página deben utilizarse para hacer comentarios o agregar información adicional (no deben utilizarse para indicar referencias bibliográficas; estas deben ir en el cuerpo del texto tal como se detalla más adelante). Su uso debe limitarse a lo indispensable.

INFORMACIÓN A LOS AUTORES  ·  379

· En el caso de haber subtítulos al interior del artículo, estos se identificarán con números árabes (1, 2, 3, 3.1, 3.2, etc.). La revista cuenta con las siguientes secciones: · Artículos de investigación: Los artículos son estudios especializados que comunican resultados de una investigación. Deben tener un mínimo de 20 páginas y un máximo de 30 a doble espacio, incluyendo notas, bibliografía y anexos. Los artículos o ensayos deben titularse de manera breve y representativa de sus objetivos y/o contenidos. El título debe aparecer en español e inglés. Los artículos deben, además, acompañarse de: - Un resumen del artículo, de una extensión de 5 a 10 líneas, en español e inglés. - Cinco palabras claves, en español e inglés. - En caso de ser resultado de una investigación formal, debe incluirse una identificación del proyecto y de la institución que lo financia. · Documentos: Los documentos son registros textuales de acontecimientos relacionados con el ámbito de las humanidades, y pueden consistir en nuevas traducciones, entrevistas, discursos, testimonios, lecturas públicas, escritos inéditos, hallazgos bibliográficos, etc. · Reseñas: Las reseñas son textos que evalúan obras de publicación reciente en el área de las humanidades, preferentemente libros especializados. No deben exceder las cuatro páginas a doble espacio.

4.

Envío de manuscritos

Los trabajos deberán enviarse vía correo electrónico a la dirección [email protected]. Se notificará recepción del trabajo. La redacción del correo debe incluir una declaración explícita de que el manuscrito es inédito y que no se encuentra en revisión para publicación en ninguna otra revista. Solamente las colaboraciones destinadas a la sección “Documentos” pueden, dependiendo del caso, prescindir de esta condición. Todos los autores recibirán gratuitamente dos números de la revista. En el caso de los articulistas se les enviará, además, diez separatas de su trabajo.

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5.

Citas y referencias bibliográficas

Las normas que se presentan a continuación siguen el formato MLA. En caso de dudas debe recurrirse a la edición de ese manual (MLA Handbook for Writers of Research Papers, publicado por la Modern Language Association of America).

5.1. Formato de las citas · Si la cita es de cuatro líneas o menos, se presentará entre comillas dobles. · Si la cita es de más de cuatro líneas debe escribirse en un párrafo aparte y sin comillas. El párrafo debe alinearse a una distancia de dos sangrías. · La referencia bibliográfica de una cita debe ir en el cuerpo del texto (no en nota a pie de página).

5.2. Referencias bibliográficas En caso de paráfrasis o cita debe indicarse la referencia bibliográfica del siguiente modo: · Se indicará al final de la cita (o paráfrasis), entre paréntesis, el apellido del autor y el número de página. Ejemplo: Si bien por una parte está la contradicción y lo negativo, por otra parte está la exigencia de cancelar dicha contradicción: “Sólo superando tal negación en sí misma deviene por consiguiente afirmativa la vida. Recorrer este proceso de oposición, contradicción y solución de la contradicción es el privilegio de las naturalezas vivas; lo que de suyo es y permanece sólo afirmativo, es y permanece sin Vida” (Hegel 134). · Si el nombre del autor está incluido en el texto del trabajo, basta con poner entre paréntesis el número de página. Ejemplo: El protagonista Rodrigo Díaz de Vivar es, en palabras de Raymond Williams, un “héroe mítico” (311).

INFORMACIÓN A LOS AUTORES  ·  381

· En caso de que se cite más de una obra del mismo autor, deberá indicarse entre paréntesis el apellido del autor y, separado por coma, el título (si es necesario, abreviado) de la obra seguido del número de página. Ejemplo: La obra de Shakespeare, El rey Lear, ha sido calificada como una “comedia grotesca” (Frye, Anatomía de la crítica 237). · Si se trata de un archivo o un documento que no tiene autor, se reemplazará el nombre del autor por el título del documento o archivo seguido del número de página. Si es necesaria información adicional para llegar a la fuente (número del tomo, volumen, etc.), se agregará antes del número de página. Ejemplo: En ese caso, su ama prefería “dexarlos por limitado tiempo a personas de mi satisfacción” (Testamento de Blase Díaz f. 312). · Deben evitarse las citas indirectas. Si se hacen, debe indicarse la fuente de donde se ha sacado la información. En nota a pie pueden entregarse datos sobre la fuente original. Ejemplo: Jorge Larraín afirma que “los individuos se definen a sí mismos, o se identifican con ciertas cualidades, en términos de ciertas categorías compartidas” (citado en Ramírez 45).

5.3. Bibliografía Todo artículo debe incluir al final una bibliografía que contenga solo las obras utilizadas directamente en el trabajo. Debe presentar a los autores en orden alfabético. · Libros de un autor individual: Apellido, Nombre. Título. Ciudad: Editorial, año edición. Ejemplo: Said, Edward. Representaciones del intelectual. Trad. Isidro Arias. Barcelona: Paidós, 1996. · Libro de dos autores: Apellido1, Nombre1 y Nombre2 Apellido2. Título. Ciudad: Editorial, año edición. Ejemplo: Hutcheon, Linda y Michael Hutcheon. Bodily Charm: Living Opera. Lincoln: University of Nebraska Press, 2000.

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· Libro de tres o más autores. Ejemplo: Gilman, Sander, et al. Hysteria Beyond Freud. Berkeley: U. of California Press, 1993. · Libro de un editor. Ejemplo: Marrero-Fente, Raúl, ed. Perspectivas trasatlánticas. Estudios coloniales hispanoamericanos. Madrid: Verbum, 2004. · Las obras breves (cuentos, poemas, prólogos, capítulos de libro, artículos de antologías, artículos de revistas, artículos de periódicos) se anotan entre comillas: Apellido, Nombre. “Título de la obra breve”. Título del libro. Ciudad: Editorial, año edición. Páginas. Ejemplo: White, Hayden. “Burkhardt: el realismo histórico como sátira.” Metahistoria: la imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. 1973.Trad. Stella Mastrangelo. México: Fondo de Cultura Económica, 1992. 223-56 · Artículo en revista: Apellido, Nombre. “Título del artículo”. Nombre y número de la revista (año): páginas. Ejemplo: Cornejo Polar, Antonio. “Condición migrante e intertextualidad multicultural: El caso de Arguedas”. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana 42 (1995): 101-109. · Artículo en página web: Apellido, Nombre. “Título del artículo”. Fecha de publicación del artículo en la web. Título de la página web. Fecha de acceso. . Johnson, Alex. “About Auto-biographical Writing”. 6 Sept 2000. Jane Austen Information Page. Ed. Henry Chircjyard. 15/06/2007. . · Documentos sin autor: Título del documento (memorial, testamento, informe, expediente, etc.). Lugar: año. Ubicación. Ejemplo: “Bandos de Buen Gobierno”. Santiago: 1773-1775. Archivo Nacional de Chile, Fondos Varios, 111, ff. 6-76v.

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