Virtudes argumentativas. Conversar en un mundo plural

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Descripción

M a r io Gens ol l en V ir t udes a rgumen tat i vas C on v ersa r en un mund o p l ur a l

Vivimos en un mundo plural. Cada vez se nos hace más patente que las demás personas tienen creencias, deseos y anhelos distintos a los nuestros. Viven también con estilos de vida diferentes u opuestos. La pluralidad es un hecho. Esto quiere decir que no es algo que deba gustarnos o no: es algo con lo que debemos lidiar. Cada ensayo de este libro busca iluminar algún aspecto o alguna relación. A todos los guía una preocupación central: ¿qué papel debe jugar la argumentación en la vida pública? Por lo mismo, algún ensayo busca esclarecer la relación entre la argumentación, la imposición y otras formas de violencia; bocetar algunos aspectos de nuestra cultura argumentativa; o tratar algún problema particular de nuestra vida pública en el que la argumentación juega (o debería jugar) un papel central. Todos comparten el espíritu de que es necesario reparar en los rasgos de carácter (sean virtuosos o viciosos) de quienes argumentan. Las virtudes y los vicios argumentativos tienen un alto potencial explicativo respecto a lo que muchas veces sucede cuando argumentamos en la vida pública.

Virtudes argumentativas Conversar en un mundo plur al

Mario Gensollen

Virtudes argumentativas Conversar en un mundo plural

Mario Gensollen

Virtudes argumentativas. Conversar en un mundo plural Mario Gensollen Mendoza

Diseño de portada: Olga Fabila Primera edición, 2015.

© Mario Gensollen Mendoza

© Instituto Municipal Aguascalentense para la Cultura Antonio Acevedo #131,Colonia Centro C.P. 20000, Aguascalientes, Ags.

ISBN en trámite.

Impreso en México / Printed in Mexico

Juan Antonio Martín del Campo Martín del Campo Presidente Municipal del H. Ayuntamiento Constitucional de Aguascalientes

Iván Alejandro Sánchez Nájera Regidor Presidente de la Comisión Permanente de Cultura del H. Ayuntamiento Constitucional de Aguascalientes Héctor Alejandro Vázquez Zúñiga Director General del Instituto Municipal Aguascalentense para la Cultura Alan Rafael Santacruz Farfán Coordinador de Enseñanza Artística y Ediciones del IMAC Rocío Castro Fernández Jefa del Departamento de Ediciones y Fomento a la Lectura del IMAC

Virtudes argumentativas Conversar en un mundo plural

Mario Gensollen

A mi hermano Jonathan, un magnífico conversador.

Quien conoce sólo su propia parte del caso, conoce muy poco de él; sus razones pueden ser buenas y no haber nadie capaz de refutarlas, pero él será igualmente incapaz de re-

futar las de la parte contraria y, mientras no las conozca, carecerá de base para preferir una u otra opinión.

John Stuart Mill, On Liberty (1859; p. 104). Es fácil salir y conversar con personas que están de acuerdo con nosotros. Es más difícil, pero no menos importante, tra-

tar de comunicarnos con aquellos que no están de acuerdo

con nosotros en todos los temas; y es importante para ver dónde, si es posible —y creo que lo es—, podemos encontrar un terreno común.

Bernie Sanders, Speech at Liberty University (2015). Yo […] me alegro de que haya otros que son diferentes de mí. Así, el mundo se vuelve para mí más rico y polí-

cromo. A mí, todo lo ajeno me llena del mayor interés, y hasta de una casi erótica curiosidad. A las mujeres también

las encuentro atrayentes no porque sean iguales a mí sino precisamente por ser distintas a mí. Ese ‘ser-diferente’ yo

no quiero ‘tolerarlo’, quiero conocerlo: incluso —o, sobre todo en este caso— cuando sé a priori que nunca llegaré a comprenderlo del todo.

Michael Ende, Carpeta de apuntes (1996, p. 388). 9

Índice Prefacio



13

Agradecimientos

17

El hecho de la pluralidad. A modo de introducción

21

1. La opción menos violenta

43

3. Aridez y oscuridad

65

5. Algunos vicios del pensamiento (académico)

83

2. Virtudes argumentativas en la vida pública 4. Naturalismo y porosidad 6. La cultura de la opinión

7. Democratizar la estulticia 8. Desacuerdos

9. La lógica del trato preferencial 10. Democracia y soberanía

55

73 91 97

103

109

117

Argumentación e incertidumbre. A modo de conclusión

125

Bibliografía citada

137

11

Prefacio El libro que tienes en las manos ha sido lo que más tiempo

me ha tomado escribir, y cuyas ideas han tardado más en ma-

durar. A los académicos nos suele costar trabajo escribir para un público amplio. Además, he dudado durante mucho tiempo sobre los problemas que en él abordo. Siempre he tenido un

temperamento liberal en asuntos públicos, aunque en privado

suelo ser más bien conservador. Dos de mis ensayos favoritos

plasman esta dualidad: On Being Conservative (1956) de Michael Oakeshott y On Liberty (1859) de John Stuart Mill. Además, resulta cuando menos extraño, entre el círculo académico en

el que me desarrollo, que alguien que se dedica habitualmente a la epistemología y a la filosofía de la mente repentinamente comience a interesarse en los asuntos públicos.

Lo cierto es que, al menos en un inicio, mi interés en

cuestiones públicas sólo fue derivado; así como mi interés en

la argumentación. Como algunos (desgraciadamente pocos) teóricos de la argumentación, pienso que esta disciplina jo-

ven y en transición debe comprenderse como epistemología

aplicada. Argumentamos, sobre todo, para justificar nuestras creencias y racionalizar nuestros deseos. También lo hacemos

para explicar; i.e., para dar sentido a aquello que sabemos verdadero. Esta labor secundaria da pleno y justo sentido a la argumentación; no como aquellas concepciones —mucho 13

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

más innobles— que la consideran principalmente como un

medio para persuadir. Pronto me percaté de que otra de sus labores, y una importantísima, tiene que ver con nuestro diario discurrir en la vida pública. Inmediatamente me vi inte-

resado por la filosofía política, y comprendí que la teoría de

la argumentación también cumple un papel análogo con ella: también es filosofía política aplicada (y ética aplicada). Así, no me resultó extraño interesarme en tratar de comprender el

papel que juega la argumentación en la vida que compartimos con todos los miembros de nuestra especie. Aunque el libro

que estás leyendo no es un tratado sistemático sobre estos problemas, busca iluminar uno que otro rincón de la relación entre argumentación y vida pública.

Sin duda, en estas páginas busco mucho más el aliento que

la profundidad y el detalle. Este libro no es necesariamente un

texto especializado. Puede leerlo cualquier persona interesada en los problemas que en él se abordan: temas que, además,

son cada vez de mayor relevancia para cualquier ciudadano que habite en una sociedad plural. Que yo sea originario de la

Ciudad de México, y que viva desde hace algunos años en la

ciudad de Aguascalientes, ha sido una situación adversa pero estimulante para reflexionar sobre estos problemas (aunque

las fronteras entre la metrópolis y la provincia sean cada vez más difusas). La pluralidad es ya un hecho casi en cualquier

sociedad occidental. Y la pluralidad en sí misma plantea un par de retos: el de la tolerancia y el la convivencia cooperativa. Las sociedades endógenas, xenófobas y amuralladas, por fortuna, están en peligro de extinción (al menos, ésa es mi esperanza).

PREFACIO

He evitado en la medida de lo posible la proliferación de

citas y notas (quizá sin lograrlo), aunque si este libro encuentra un lector especialista en los temas que en él se abordan podrá

consultar los detalles en ellas. Los lectores no especializados

en estos problemas pueden hacer caso omiso de las notas a pie, las cuales sólo impedirían su lectura fluida. También, este libro permite que sus ensayos sean leídos con independencia.

He tratado de que cada uno aborde de manera autocontenida el asunto que trae entre manos, de ahí que se presenten algunas reiteraciones. No obstante, si alguna o alguno no está familiarizado con la argumentación (aquello que solemos ver, y mal, en

nuestras clases de lógica del bachillerato) y la teoría política, le recomiendo que lea este libro en el orden sugerido.

Muchas de las ideas expuestas en este libro han figurado en

versiones mucho más breves, a veces más extensas, en distintas

revistas tanto especializadas como de divulgación, así como en algunas columnas de opinión en diarios. También, he expuesto algunos problemas que trato aquí en distintos congresos.

Como con cualquier texto, deseo que este libro encuentre

lectoras y lectores preocupados e inquietos, y que éstas y éstos lo discutan y lo rebatan. He escrito estas líneas con la profunda

convicción de que el verdadero progreso moral se obtiene a partir de la conversación en un mundo plural, y de que la cul-

tura de la paz —tan necesaria en nuestras sociedades—, sólo es posible a partir del fomento de una cultura argumentativa.

Ciudad Universitaria, Aguascalientes, septiembre de 2015.

15

Agradecimientos Trato de recordar cuándo empezó a gestarse este libro. Lo cierto es, como casi siempre, que no se puede señalar un mo-

mento preciso en el que algunas ideas se acumulan y toman en conjunto un camino determinado. Recuerdo dos momen-

tos, que si no señalan un inicio, al menos indican una toma de conciencia. El primero se remonta a finales de agosto y principios de septiembre de 2005, año en el que tomé un

curso doctoral en la Universidad Panamericana de la Ciudad

de México con Alejandro Vigo. A pesar de que mi forma de concebir la filosofía fuese profundamente distinta a la suya, y que por desgracia pudiésemos platicar poco fuera de las se-

siones, no puedo olvidar el asombro que me causó su dominio

de la filosofía griega clásica, la filosofía alemana, así como su familiaridad con la filosofía analítica, en la que yo me formé durante mis estudios de maestría en la Universidad Nacional

Autónoma de México. Ese curso repercutió en mí más de lo que puedo expresar aquí: Vigo, a partir de su lectura del

Sócrates platónico, de Platón, Aristóteles y Tomás de Aquino (incluso de Donald Davidson), defendía que el autodistancia-

miento es una condición necesaria para el progreso moral.

Los griegos lo comprendieron desde un inicio: la refutación, la cual sólo es posible a partir de un intercambio argumenta-

tivo, es una de las formas de autodistanciamiento necesarias para que progresemos moralmente. Nunca volví a tener trato

17

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

directo con él, pero nuestras diferencias me enseñaron más de

lo que el diálogo con colegas que comparten mis puntos de vista pudo ofrecerme después.

El otro momento es más remoto. Si no recuerdo mal, fue

en el verano de 2003, algunos de meses antes de ingresar a la maestría, cuando conocí a Carlos Pereda. Desde aquel momen-

to, Carlos ha sido un extraordinario y generoso maestro. Aún me resulta difícil separarme de algunos de sus puntos de vista y de cierta forma de enfocar los problemas que me interesan.

Mi deuda con él —lo sé— será imposible de saldar. Mis lecturas de Debates (1987), Conversar es humano (1991), Vértigos

argumentales (1994a), Razón e incertidumbre (1994b) y Crítica de la razón arrogante (1999) me generaron un sinnúmero de intereses que al día de hoy me siguen pareciendo centrales, y

muchos de los cuales se reflejan en estas páginas. Aprendí de

él las íntimas relaciones entre la teoría de la argumentación,

la epistemología, la ética y la filosofía política. No hace falta

señalar que aún tengo la fortuna de seguir aprendiendo de él. No obstante, los innumerables errores que contienen estas páginas son exclusivamente mi responsabilidad.

Recuerdo haber conversado algunas de estas ideas —hace

ya muchos años— con Luis Xavier López-Farjeat, Guillermo

Hurtado, José Luis Rivera, Héctor Zagal y Julián Zárate. De ellos aprendí mucho mientras viví en la Ciudad de México,

y sigo aprendiendo cuando los leo o visito. Mis deudas con algunos ellos se reflejan en las notas y en la bibliografía.

Agradezco a mis amigos aguascalentenses, con los que he

tenido la fortuna de discutir problemas de la vida pública en

AGRADECIMIENTOS

sesiones interminables y enriquecedoras. En especial, agra-

dezco a Aurelio Coronado, Ángel Gálvez, Leonardo González, Jesús Gutiérrez, Gonzalo Rodríguez y Alejandro Vázquez.

Un agradecimiento y una deuda especial la tengo con José Carlos Sierra. Él me ha alentado constantemente a discutir los problemas que abordo en este libro desde hace algunos años.

También me ha enseñado todo lo que podemos aprender mu-

tuamente los filósofos y los economistas. Por último, a Marc

Jiménez, pues pocas cosas de las que tengo en mente todos los días no pasan por su duro y caritativo escrutinio (partes de este libro no fueron la excepción). Pero más que por ello, por su amistad ininterrumpida durante los últimos años.

Con Francisco Ramírez tengo una deuda particular. Casi

todo lo que he escrito estos últimos dos años ha pasado por su

aguda mirada. En el ámbito académico se agradece contar con el mejor asistente posible, y él es esa persona.

Agradezco al Instituto Municipal Aguascalentense para la

Cultura (IMAC), a su director y a su equipo editorial, el interés

por publicar este libro. Agradezco además que su distribución sea gratuita y en una edición excepcional. Un agradecimiento especial a mi querida amiga Olga Fabila, quien diseñó la

portada del libro. Pocas personas como ella y mi hermano Jonathan —a quien dedico este libro— me han enseñado en

distintos momentos de mi vida lo mucho que podemos aprender los humanos de nuestras diferencias.

Agradezco, finalmente, a la Universidad Autónoma de

Aguascalientes que, por medio del proyecto «Epistemología

social, argumentación y teoría de las virtudes» (PIF14-3), me 19

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

brindó el tiempo necesario para escribir este libro. Y a Juan

José Láriz, actual Jefe del Departamento de Filosofía, pues su magnífica gestión me ha proporcionado el ambiente necesario para el trabajo académico los últimos dos años.

20

El hecho de la pluralidad A modo de introducción

Hay dos peces jóvenes nadando y sucede que

se encuentran con un pez más viejo que viene en sentido contrario, les saluda con la cabeza

y dice: «Buenos días chicos. ¿Cómo está el agua?». Los dos peces jóvenes nadan un poco más, uno de ellos se vuelve hacia el otro y le pregunta: «¿Qué diablos es el agua?».

David Foster Wallace, This is Water

(2009, pp. 3-4).

Vivimos en un mundo plural. Cada vez se nos hace más patente que las demás personas tienen creencias, deseos y anhelos

distintos a los míos y a los tuyos. Viven también con estilos de vida diferentes u opuestos. La pluralidad es un hecho. Esto

quiere decir que no es algo que deba gustarnos o no: es algo con lo que debemos lidiar. Es posible que tanto tú como yo consideremos que no es correcto vivir una vida disipada, egoísta y centrada en el éxito económico; sin embargo, basta

cruzar la calle y observar que el vecino puede desear una vida

así. No es prudente que lo juzguemos e increpemos. Las personas (ahora lo sabemos y pocos lo pondrían en duda) tienen 21

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

derecho a creer y desear lo que ellas consideren adecuado

para sus vidas, y con seguridad muchas veces esas creencias y deseos entrarán en conflicto con los nuestros.

Frente a los inevitables (y muchas veces atroces) con-

flictos de creencias y deseos en nuestras sociedades plurales,

tenemos dos alternativas iniciales: enfrentarlos con violencia o enfrentarlos con palabras. La imposición, el chantaje, el

miedo, los golpes, las guerras, son ejemplos claros de cómo podemos enfrentar nuestras desavenencias de forma violen-

ta. A ellos se oponen la charla, el diálogo, el debate, y una forma más libre y abarcadora del intercambio lingüístico: la

conversación. Esto no quiere decir que las palabras no puedan

ser violentas: quiere decir que es posible que ciertas prácticas mediadas por el uso del lenguaje logren que nuestros conflictos de creencias y deseos sean lo menos violentos posibles.

Si aceptamos que la violencia no es deseable (al menos

no siempre) para enfrentar nuestros conflictos, aceptaremos igualmente que debemos encontrar un camino para navegar

sin colisiones a través de la pluralidad. Ese camino —como verás— es el de la argumentación. No obstante, la idea misma de argumentar es difusa y polémica. Muchas veces se piensa

que también tenemos derecho a creer y desear lo que quera-

mos sin razón (aparente) alguna1. Además, no pocas veces

no solemos considerar los derechos y las necesidades de los otros, y no apreciamos su punto de vista ni consideramos las

limitaciones del nuestro. En lugar de proceder de manera  Richard Paul y Linda Elder (2009, p. 21) —fundadores de la Fundación para el Pensamiento Crítico— han denominado a esta actitud viciosa «pensamiento egocéntrico». 1

22

EL HECHO DE LA PLURALIDAD. A MODO DE INTRODUCCIÓN

crítica, buscando la objetividad a través de estándares intelec-

tuales adecuados, solemos operar con estándares psicológicos

egocéntricos con nuestras propias creencias y deseos: muchas

veces creo que algo es cierto sólo porque creo en ello, porque creemos —los miembros del grupo al que pertenezco y yo—

en ello, porque quiero creerlo, porque así siempre lo he creído o porque me conviene creerlo (Paul & Elder, 2009, pp. 21-22).

El problema con esta actitud viciosa es que aísla de cualquier posible conversación: si no tengo razones comunicables y comprensibles por mis posibles interlocutores para defender

mis puntos de vista, será complicado llegar a una solución no violenta de nuestros conflictos de creencias y deseos.

Me explico. Si la pluralidad es un hecho con el que debemos

lidiar —por ende, no debo esperar que los otros crean y deseen

lo mismo que yo—, y quiero vivir una vida de convivencia pací-

fica con aquellos distintos a mí, debo esperar que muchas veces mis creencias y deseos entren en conflicto con los suyos, por lo que debo disponer de los medios para resolver esos conflictos: esos medios son las razones de las que dispongo para creer en

lo que creo y desear lo que quiero. Apoyar mis puntos de vista por medio de razones es el núcleo de la argumentación: es estar

dispuesto a responder al otro justificando mis creencias y mis deseos, los cuales son los motores básicos de mis acciones. Es

estar también abierto a la crítica: si ofrezco razones, doy al otro

la posibilidad de que las rebata. Así, sin razones comunicables y comprensibles por los otros, los seres humanos somos islas en el

océano de la pluralidad. Sólo nos queda la violencia y la inevitable derrota, pues siempre habrá alguien más fuerte o poderoso.

23

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

Algunos podrán considerar ingenuo dar tanta importancia

a la argumentación. Dada la radical diversidad de convicciones morales, metafísicas y religiosas entre los integrantes de

las sociedades democráticas contemporáneas, no podemos esperar que la argumentación resuelva los desacuerdos oca-

sionados por dicha pluralidad. La diversidad de creencias y deseos entre los individuos es fruto del libre intercambio de

ideas y del respeto a la libertad de conciencia, la cual pinta el paisaje humano de múltiples formas de vida. Dado el panorama anterior, no deberíamos esperar —concluyen algunos—

que se superen mediante la argumentación los desacuerdos para embarcarnos en la construcción de instituciones comunes. Por el contrario, el desafío —piensan— consiste en dise-

ñar instituciones políticas que puedan ser reconocidas como legítimas en un contexto de diversidad2. El argumento detrás

de esta crítica es sencillo: a pesar de que dispusiéramos de muy buenas razones para justificar nuestras creencias y de-

seos, esto no sería suficiente para lograr unanimidad social en

torno a ellas, dado que los otros pueden disponer (y a menudo disponen) también de buenas razones para defender convicciones que muchas veces son incompatibles con las nuestras.

Frente a esta crítica cabe hacer tres aclaraciones. En pri-

mer lugar, la verdadera ingenuidad consiste en suponer que la argumentación es (o busca ser) un medio para lograr unanimi-

dad social entre las creencias y los deseos de los individuos3. A   Esta posición suelen atribuirla algunos —sin muchos matices ni profundidad— al John Rawls de A Theory of Justice. Por ejemplo, Da Silveira (2003, pp. 19-21). 3   Contra esta concepción de la finalidad de la argumentación, Morado (2013) sugiere una concepción mucho más justa, en la cual no argumentamos regularmente buscando resolver conflictos de creencias o desacuerdos. 2

24

EL HECHO DE LA PLURALIDAD. A MODO DE INTRODUCCIÓN

menudo —y sólo cuando las cosas salen bien—, es un medio

para resolver conflictos teóricos y prácticos inaplazables e inesquivables, a pesar de la diversidad de posturas, y a pesar de que las convicciones individuales opuestas persistan des-

pués de la argumentación. Desde una perspectiva un tanto más esperanzadora, la argumentación es un medio, además, de aprendizaje en la diversidad y de progreso moral4.

En segundo lugar, la construcción de instituciones po-

líticas legítimas en un contexto de diversidad no excluye, sino que requiere a la argumentación. Poder recurrir a

la argumentación es una condición indispensable en una sociedad democrática. Ya sea que pensemos en una democracia liberal o republicana, representativa o directa,

la capacidad de los individuos de defender sus intereses —ellos mismos o por medio de sus representantes— implica que éstos argumenten a favor de sus convicciones,

en lugar de recurrir a diversas formas de imposición o

violencia. Como ha sugerido Amartya Sen (2009, p. ix), un aspecto positivo de la democracia se ilumina si la concebimos como el gobierno por discusión. En una democra-

cia, los ciudadanos deben tener la posibilidad de definir las leyes que les afectan; en su carácter de agentes libres, conscientes y responsables, deben tener la posibilidad de

deliberar sobre los asuntos públicos (Rivera, 1995, pp.

49-50). En este contexto podemos entender la expresión «argumentación pública»:

  Tomo la concepción de la argumentación como medio de aprendizaje en la diversidad de Appiah (2007, pp. 45-68), y como medio para el progreso moral de Vigo (2002, 2013). 4

25

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

Con la expresión argumentación pública se hace referencia

a un proceso en el que los agentes políticos reflexionan

sobre su situación social y acuerdan los términos que

orientarán el funcionamiento de las instituciones y la resolución de sus conflictos. La argumentación pública consiste, pues, en un uso de la racionalidad mediante la

cual los agentes sociales elaboran una serie de acuerdos que les permitan controlar la vida social (Rivera, 1995, pp. 52-53).

En tercer lugar, hay conflictos de creencias y deseos, fruto de la diversidad, que no deben ser resueltos por la intervención

del Estado ni por las instituciones políticas. Para explicar esto, podemos traer a colación el viejo principio de la libertad (o

principio del daño a otros) que defendiera Mill en On Liberty:

no hay ninguna interferencia legítima en la libertad del individuo por lo que respecta a las acciones que únicamente le conciernen a él mismo, sino sólo con respecto a las que pueden ocasionar

daño a otros5. Mill —seguramente lo sabes— fue uno de los más férreos defensores de la libertad civil, de la libertad

del individuo frente al poder que la sociedad, a través de la tradición y las costumbres establecidas, ejerce sobre las personas que permanecen sometidas a su poder y coacción. No

obstante, el principio de Mill causa problemas, al menos en la formulación anterior6. Mill no logró definir claramente el concepto de «daño a otros», y su principio parece no ser aplicable en la práctica. Uno de los principales problemas de su

  «That the only purpose for which power can be rightfully exercised over any member of a civilized community, against his will, is to prevent harm to others» (Mill, 1859, 80). 6   Sobre la recepción en su época de On Liberty, así como sobre las primeras críticas recibidas al principio de libertad, puede verse Nicholson (1998). 5

26

EL HECHO DE LA PLURALIDAD. A MODO DE INTRODUCCIÓN

planteamiento radica en la opaca distinción que realiza entre

las acciones que conciernen a uno mismo y las que afectan a otros7. Dada esta vaguedad, era esperable que Mill adoptara planteamientos de corte paternalista, los cuales han sido criticados con severidad por los pensadores liberales posteriores.

Lo cierto es que no toca al Estado ni a las instituciones políticas mediar en cada conflicto que se presente entre individuos en un contexto de pluralidad. Si lo hiciese, caeríamos en un

paternalismo lejano a los ideales liberales, así como en una

regulación excesiva, poco realista políticamente. Aquí se abre otro espacio para la argumentación en la vida pública.

A partir de estas tres consideraciones, y al igual que James

Rachels (1969, p. 13), defiendo que el pensamiento moral mismo —e innumerables prácticas de nuestra vida tanto pri-

vada como pública— es ante todo un ejercicio de razones: las creencias que deben guiarnos y debemos adoptar son las que

cuentan con las mejores razones de su lado. Argumentando

sabremos dónde se encuentra el peso de las razones. Las otras opciones (violentas de suyo) serán o bien la imposición de uno, de un grupo privilegiado o de la mayoría.

Desde un punto de vista económico, Kenneth Arrow (1950)

llevó estos planteamientos hasta sus últimas consecuencias, y demostró que no existe forma ni método de elección en el

cual las decisiones individuales de todos estén en armonía

con una elección social general que además resulte justa. El teorema de imposibilidad de Arrow —nombre que recibe este

  Incluso algunos defensores de la libertad milliana han desechado esta distinción. Por ejemplo, Ten (2009). 7

27

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

planteamiento teórico— resulta mucho más poderoso cuando es enunciado en sus formas más simples: «ningún sistema de

votación es justo» o «el único sistema de votación que no tiene fallas es la dictadura», pues dejan muy en claro que no hay forma en que todas las opiniones sean respetadas de manera

simultánea, a menos que la decisión sea tomada por un único individuo. Este problema —el de las decisiones socialmente óptimas— nos lleva entonces a preguntarnos si existe siquiera la posibilidad de una solución factible en la que se respeten

las preferencias de la mayoría y se garanticen los derechos de

todos. Éste parece ser el caso de las sociedades democráticas más avanzadas en las cuales la argumentación es el instru-

mento de facto para solucionar toda clase de inconvenientes

de la vida en sociedad. Sin embargo, la argumentación no es ni puede ser un instrumento mediante el cual podamos

evitar definitiva y completamente el conflicto, armonizando

cada una de las creencias y los deseos de los individuos con la elección social general (nada lo puede lograr, como sostuvo Arrow); la argumentación, por el contrario, es la forma mediante la cual podemos mediar entre las creencias y los deseos

de los individuos, para llegar a un acuerdo que resuelva el conflicto y evite en gran medida la violencia, a pesar de que persistan muchas (quizá la mayoría) de las diferencias entre las personas.

Así, queda ya claro el vínculo entre argumentación y plu-

ralidad: argumento en la vida pública porque deseo entablar relaciones cooperativas con aquellas personas que no comparten mis creencias y mis deseos, y porque deseo convivir 28

EL HECHO DE LA PLURALIDAD. A MODO DE INTRODUCCIÓN

pacíficamente, evitando en la medida de lo posible cualquier forma de violencia.

Hasta aquí, alguien podría objetar que la argumentación

es sólo otro medio de imposición, y por tanto de violencia.

¿Acaso no ha sido la argumentación concebida a lo largo de la historia del pensamiento a partir de la metáfora bélica, donde siempre habrá vencedores y vencidos? Preguntémonos en este

momento: ¿para qué argumentamos?, ¿cuál o cuáles son las finalidades de la argumentación?

Aunque a algunas mentalidades egocéntricas y relativis-

tas no les plazca admitirlo, argumentamos con pasmosa natu-

ralidad y en contextos de lo más ordinarios: cuando deseamos defender una propuesta, sentar una opinión o rebatir la con-

traria, defender una solución, suscitar un problema, fundar

un veredicto, justificar una decisión, o convencer a nuestro interlocutor de ciertas ideas o posturas. Argumentamos con

frecuencia cuando conversamos, y la argumentación es una

forma de conversación. De este modo, argumentar consiste en ofrecer una serie de enunciados para apoyar a otro enunciado

que plantea ciertas perplejidades o conflictos, y argumentan-

do procuramos resolver innumerables dificultades en torno

a nuestras creencias (algunas de ellas decisivas) y nuestros deseos (algunos de ellos conflictivos) (Pereda, 1994a, p. 7).

Desde una perspectiva más general, se ha pensado a la

argumentación sólo como un medio para la resolución de di-

ferencias de opinión. Encontramos esta posición en diversos teóricos de la argumentación y parece generar ortodoxia. Por

ejemplo, el grupo de investigadores sobre la argumentación 29

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

con sede en la Universidad de Ámsterdam —dirigido por Frans van Eemeren— así concibe a la argumentación:

La argumentación es una actividad verbal que puede desempeñarse en forma oral o en forma escrita. Es también

una actividad social: en el avance argumentativo, uno

se dirige por definición hacia los otros. Además, es una actividad racional que se orienta a defender un punto de vista de modo que se vuelva aceptable a un crítico

que toma una actitud razonable. A través del desarrollo argumentativo, el hablante o escritor comienza a partir de la —correcta o incorrecta— suposición de que hay

una diferencia de opinión entre la propia y la del oyente

o lector. Adelantando proposiciones que deben justificar el punto de vista con relación a un asunto, el hablante o escritor trata de convencer al oyente o al lector de

la aceptabilidad de este punto de vista (van Eemeren, Grootendorst & Snoeck Henkemans 2002, pp. xi-xii).

La argumentación, así concebida, surge a partir de una diferencia de opinión y su finalidad es resolverla8. No obstante, deberíamos preguntarnos: ¿es éste en verdad el origen y ésta

la finalidad de la argumentación?; y, si lo son, ¿qué tan bien cumple la argumentación con su cometido?

La concepción de la argumentación a partir del desacuer-

do y la diferencia de opinión es poco justa. Goodwin (2007, p. 75) ha señalado —a mi parecer, con acierto— que carecemos de un caso significativo en el que la argumentación haya pro-

movido el mutuo entendimiento o el consenso racional. En   Esta posición puede radicalizarse afirmando que el objetivo de la argumentación es vencer al adversario, incluso a toda costa y por cualquier medio. 8

30

EL HECHO DE LA PLURALIDAD. A MODO DE INTRODUCCIÓN

cambio, abundan casos de usos no polémicos de la argumentación. El propio Goodwin (1999) señaló como ejemplo el de-

bate sobre la guerra entre los Estados Unidos de Norteamérica e Irak: allí nadie argumentaba para resolver una diferencia

de opinión, sólo buscaban mostrar que su punto de vista era

aceptable. Sucede lo mismo —como apunta Morado (2013, p. 4)— en los congresos políticos en los que se debaten leyes que resulta imposible rechazar. Algunos estudios empíricos

confirman este diagnóstico: e.g., se ha mostrado que la argu-

mentación es una actividad en la que los participantes pueden involucrarse por sí misma (i.e., sin buscar algo determinado), para mantener sus relaciones y no para resolver asuntos sustantivos (Schriffin, 1984).

La aproximación erística a la argumentación —como po-

demos llamar a la concepción polémica o bélica de su origen y finalidad— es errónea y dañina en al menos tres sentidos. En primer lugar, deja fuera de consideración tipos valiosos

de prácticas argumentativas, y oscurece la función básica de

toda argumentación, que se observa en la relación de apoyo entre enunciados, y que busca en primera instancia ya sea la

justificación o la explicación. En segundo lugar, prioriza las dimensiones dialéctica y retórica de la argumentación: la concibe como un medio ya sea para resolver conflictos entre dis-

tintas creencias en disputa, o bien como un medio para lograr

persuasión o convencimiento. En otras palabras, olvida que «argumentación» se define a partir del concepto de «argumento» (y no a la inversa), por lo que la dimensión estrictamente

lógica de la argumentación siempre tendrá prioridad sobre 31

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

sus dimensiones dialéctica y retórica9. Y, en tercer lugar, al

ser abiertamente consecuencialista, esta concepción no sólo

descuida a los argumentos mismos, sino al agente argumental (i.e., el individuo que argumenta). Una concepción más justa de la argumentación debe, primero, atender a los argumen-

tos, pero también a las personas que argumentan10. Algunos rasgos de carácter de los agentes argumentales pueden guiarnos a través del —en ocasiones— árido terreno de la argu-

mentación, dando cuenta de por qué algunos intercambios argumentativos tienen éxito y otros fracasan al perseguir sus múltiples y variopintos fines.

De este modo, la argumentación puede ser entendida

como un conjunto de prácticas más o menos heterogéneas, con un aire de familia entre unas y otras. En primer lugar, las

prácticas argumentativas son de lo más diversas: van desde las múltiples prácticas de argumentación científica, hasta las variadas prácticas de argumentación jurídica, política, ética

y estética; además, sus modos son diversos. Argumentamos también con nosotros mismos para tomar decisiones y actuar racionalmente.

A pesar de la naturalidad con la que argumentamos, y

de la ubicuidad de la argumentación tanto en nuestra vida

privada como pública, tenemos muy poco claro aún qué es la   Michael Gilbert (1994) comete este error, y define tan ampliamente los conceptos de «argumentación» y «argumento» que estos pierden su especificidad, lo que nos imposibilita distinguir una argumentación de cualquier tipo de disputa verbal (incluso aquellas en las que, de hecho, no se ofrecen argumentos). 10   Esta tarea la han emprendido diversos teóricos de la argumentación. En particular, uno de sus defensores más apasionados actualmente es Andrew Aberdein (2007). En castellano, contamos con un extraordinario texto de Carlos Pereda (1994a) en ese mismo espíritu. 9

32

EL HECHO DE LA PLURALIDAD. A MODO DE INTRODUCCIÓN

argumentación, en qué consiste un buen y un mal argumento, así como qué condiciones son necesarias para que nuestros in-

tercambios argumentativos lleguen a buen puerto. Estamos en

el agua sin saber qué es el agua. Por tanto, para argumentar mejor, se vuelve indispensable reflexionar en torno la argu-

mentación, explicitar algunas de sus condiciones necesarias y considerar las actitudes deseables que deben poseer y exhibir aquellos que argumentan. Necesitamos no sólo nadar en el

agua, sino ser conscientes de qué es el agua y cuál es la mejor forma de nadar en ella.

Aunque busca contribuir con algunas de estas tareas, este

libro no es un manual de argumentación. De ese tipo ya exis-

ten muy buenos textos (lamentablemente, en su gran mayoría

están escritos en inglés y no contamos con su traducción al castellano). Tampoco es un libro de texto. Leyéndolo es poco

probable que mejores tus habilidades argumentativas (e.g., en

él no encontrarás ejercicios ni actividades de aprendizaje). He

buscado, más bien, suscitar la reflexión. Cada ensayo busca

iluminar algún aspecto o alguna relación. A todos los ensayos

los guía una preocupación central: ¿qué papel debe jugar la argumentación en la vida pública? Por lo mismo, encontrarás

algún ensayo en el que se busca esclarecer la relación entre la argumentación, la imposición y otras formas de violencia;

bocetar algunos aspectos de nuestra cultura argumentativa; o tratar algún problema particular de nuestra vida pública

en el que la argumentación juega (o debería jugar) un papel central. En todos comparto el espíritu de que es necesario re-

parar en los rasgos de carácter (sean virtuosos o viciosos) de 33

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

quienes argumentan. Las virtudes y los vicios argumentativos

tienen un alto potencial explicativo respecto a lo que muchas veces sucede cuando argumentamos en la vida pública.

En este libro parto de algunos supuestos que considero

necesario explicitar desde un inicio. En primer lugar, trato de comprender los conflictos de creencias y deseos, fruto de la pluralidad, como conflictos entre individuos, y no entre cultu-

ras, civilizaciones o comunidades. Al igual que Sen (2007), des-

creo de las identidades grupales y me parece que cuando las

personas se las toman en serio suelen conducir a la violencia. En primera instancia, las identidades grupales desfiguran la riqueza y diversidad de la identidad personal, que ante todo es una identidad plural. Algunas personas subliman las identida-

des grupales: aseguran que la gente puede categorizarse bajo un solo sistema de división, singular y abarcador. Podemos di-

vidir a las personas —piensan— por civilizaciones, religiones o grupos de interés particulares, lo cual produce un enfoque

singularista (solitarist approach) de la identidad personal, en el

cual los seres humanos somos lo que somos en tanto miembros de un grupo específico. No obstante, pertenecemos a diversas

y no a una sola colectividad: cada una aporta algo a nuestra identidad de manera simultánea, por lo que no podemos con-

siderar que una sola nos brinde nuestra identidad. Por tanto, debemos decidir acerca de la importancia relativa de nuestras asociaciones y filiaciones en cada contexto particular:

La misma persona puede ser, sin ninguna contradicción, ciudadano norteamericano de origen caribeño con antepasados africanos, cristiano, liberal, mujer, vegetariano,

34

EL HECHO DE LA PLURALIDAD. A MODO DE INTRODUCCIÓN

corredor de fondo, historiador, maestro, novelista, feminista, heterosexual, defensor de los derechos de los gays y lesbianas, amante del teatro, activista a favor del medio ambiente, fanático del tenis, músico de jazz y alguien completamente comprometido con la opinión de que hay seres inteligentes en el espacio exterior con los que debemos comunicarnos (Sen, 2007, pp. xii-xiii).

La creencia de que sólo un grupo —sólo una de nuestras filiaciones— nos proporciona nuestra identidad personal puede predisponernos a la violencia: el sentimiento de que poseemos

una identidad única y singular nos exige agrias lealtades, y termina siendo un componente básico del vicio del sectarismo. Si

soy el que soy por pertenecer sólo a este grupo, cualquier otra

colectividad que no comparta las creencias (y, sobre todo, la

agenda) del grupo al que pertenezco será mi antagonista. Las lealtades que exige el enfoque singularista de la identidad

personal son caldo de cultivo para múltiples formas de violencia: «En realidad, una importante fuente de conflictos po-

tenciales en el mundo contemporáneo es la suposición de que la gente puede ser categorizada únicamente según la religión

o la cultura. La creencia implícita en el poder abarcador de una clasificación singular puede hacer que el mundo se torne en extremo inflamable» (Sen, 2007, p. xvi).

Los seres humanos no sólo somos suficientemente parecidos —

pertenecemos a la misma especie animal, compartimos un apara-

to cognitivo y una historia evolutiva—, sino también diversamente diferentes. El enfoque singularista de la identidad personal olvi-

da ambos hechos. Además, brinda un aura de predestinación a nuestras filiaciones: somos lo que somos por haber nacido donde 35

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

nacimos, hablar la lengua que hablamos, haber sido educados en la cultura en la que lo fuimos y pertenecer al grupo en el que nos tocó pertenecer desde que llegamos al mundo. Sobre ninguna de estas cosas tenemos poder. A pesar de ello, la identidad personal también es fruto de un largo recorrido de prácticas, gustos

y creencias adquiridas y ponderadas. Somos diversos y plurales.

Por lo mismo, comprender los conflictos de creencias y deseos en

nuestras sociedades plurales como conflictos entre grupos y no entre individuos puede desfigurar a los conflictos mismos.

En segundo lugar, parto del supuesto de que la pluralidad es

un hecho y es deseable; y de que la homogeneización es indeseable e imposible. El origen de la pluralidad se encuentra retratada

en relatos antiquísimos, así como la búsqueda de su superación. Octavio Paz bosqueja esta peculiaridad de la historia humana del siguiente modo:

En casi todas las sociedades hay un relato que, como el de

Babel, explica la quiebra de la unidad original y su disper-

sión en multitud de lenguas y dialectos. En todas partes la pluralidad aparece como una maldición y una condena-

ción: es la consecuencia de una falta contra el Espíritu. De ahí también que en muchas tradiciones figure, en distintas

formas, la historia de un acontecimiento de signo opuesto. Para los cristianos ese acontecimiento es el descenso del

Espíritu Santo sobre los apóstoles. El Pentecostés puede verse como la redención de Babel: la reconciliación de los idiomas, la reunión del otro y de los otros en la unidad

del entendimiento. Y el milagro mayor es que la unidad se

logra sin menoscabo de la identidad: cada uno, sin cesar de ser el mismo, es el otro (1990, p. 532).

36

EL HECHO DE LA PLURALIDAD. A MODO DE INTRODUCCIÓN

Como bien señala Paz, el ideal consiste en lograr la unidad

sin menoscabo de la identidad. Este anhelo lo comparte John Rawls y lo denomina «pluralismo razonable» (1993, pp. 100-101). Para Rawls, los seres humanos no son irremedia-

blemente egoístas y dogmáticos, y no sólo están conducidos por un deseo perpetuo de poder. Por el contrario, los seres

humanos también tienen la capacidad para la genuina tole-

rancia y el respeto mutuo. Esta capacidad brinda esperanza de que la diversidad en una sociedad democrática pueda dar origen no sólo al pluralismo, sino a un pluralismo razonable.

Rawls espera que las distintas doctrinas religiosas, morales y filosóficas que los ciudadanos suscriben puedan favorecer la tolerancia y las características básicas de un régimen demo-

crático. Así, para un individuo razonable, ninguna doctrina particular debe promover el uso del poder político coercitivo para imponerse a los no creyentes (Wenar, 2013).

La defensa de un pluralismo razonable va en contra tan-

to de la más cruda de las homogeneizaciones11 como de la fragmentación comunitaria. La pluralidad es riqueza, pero

no segmentación. Los comunitaristas afirman que la sociedad

preexiste al individuo, por lo cual explica sus características; así, los fines del individuo sólo pueden realizarse dentro de

una comunidad, y los derechos e intereses colectivos tienen prioridad sobre los derechos e intereses individuales. Esta ima-

gen pone a la solidaridad comunitaria como la virtud central   Jiménez Cataño (2003) expone con lujo de detalle la retórica que suele estar presente en los movimientos a favor de la globalización, la cual da expresión a una de las formas más virulentas de homogeneización. Estoy de acuerdo con él, «tenemos motivos para ver en Babel una bendición» (p. 151). 11

37

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

que los individuos deben exhibir en la vida pública12. A pesar de sus buenas intenciones y de su plausibilidad inicial, estas

consideraciones fragmentan a la sociedad en distintos grupos. El anhelo de comunidad —tan presente en republicanos y co-

munitaristas— termina convirtiéndose en una búsqueda del cumplimiento de intereses grupales. El anhelo profundo de

comunidad sólo puede cumplirse, por tanto, con la virtud del

cosmopolitismo: una actitud que busca unión en la diversidad, sin sacrificar ni lo uno ni lo otro. Con Paz, pienso que el anhe-

lo de comunidad tampoco se cumple con el mero pluralismo: «Así, al cosmopolitismo endemoniado de Babel, el Evangelio opone el cosmopolitismo espiritual de Jerusalén, a la confu-

sión de lenguas el don maravilloso de hablar otras lenguas. Hablar una lengua extraña, entenderla, traducirla a la propia, es restaurar la unidad del comienzo» (1990, p. 532). Por

tanto, a la homogeneización debemos oponer el pluralismo, y a la solidaridad comunitaria debemos oponer el cosmopoli-

tismo. El cosmopolita es ciudadano del mundo no porque el mundo sea homogéneo, tampoco lo es porque el mundo tenga un régimen político y económico único (lo cual tampoco es

  Esta posición, contraria a la mía, ha sido defendida con mucha inteligencia por Luis Villoro (2015, p. 38). Aunque no suscribo su posición, entiendo su motivación. En un país con terribles injusticias, inequidades y corrupción, donde la clase política se entrona en el poder generando clases sociales brutalmente oprimidas, el comunitarismo puede parecer una forma adecuada para atacar algunos males de nuestro sistema político. En este punto, coincido con Villoro. No obstante, nuestros ideales políticos deben hacer abstracción del contexto en la medida de lo posible. Aunque en México actualmente el comunitarismo sea una buena opción, sólo puede serlo de manera transitoria. El cosmopolitismo espiritual de Paz (1990) y Appiah (2006) me parece un ideal mucho más digno a largo plazo, y un ideal regulativo por el que vale la pena luchar. También, me parece que el anhelo de comunidad que defiende Villoro puede realizarse mejor en una democracia liberal y no en una republicana (al menos en una que coloque al cosmopolitismo como una de las virtudes que deben exhibir los ciudadanos en la vida pública). 12

38

EL HECHO DE LA PLURALIDAD. A MODO DE INTRODUCCIÓN

deseable); es ciudadano del mundo porque se percata de su inmensa pluralidad y busca siempre comprender a los que le son distintos. No ve en la pluralidad un mal, sino una oportunidad: una que le llena de curiosidad y que le puede permitir su progreso moral.

La pluralidad también es permitida y fomentada por la

organización misma de algunas de nuestras sociedades. El Estado es —y cuando no lo es, debe serlo— garante de la

libertad de conciencia: «una preciosa facultad interna para indagar sobre las bases éticas de la vida y sobre su sentido

último» (Nussbaum, 2011, p. 23)13. Mientras defendamos la libertad de conciencia de los individuos, el pluralismo no sólo será un bien deseable, sino un bien inevitable.

Por último, mi planteamiento es abiertamente liberal.

Parto de los supuestos de que los individuos deben ser máxi-

mamente libres, compartir el mismo esquema de libertades y de que la libertad es deseable por sí misma. Resulta muy com-

plejo especificar cuáles son los rasgos básicos del liberalismo, en tanto existen diferencias profundas entre diversos pensadores liberales y modos de liberalismo. Más allá de que se acepte que la tradición liberal debe mucho al concepto de «tolerancia

  Aunque tomo la definición de Nussbaum, me parece que su defensa de la libertad de conciencia trae consigo innumerables problemas. En particular, Nussbaum da una prioridad (quizá inadvertida) a las creencias religiosas sobre el inmenso abanico de otro tipo de creencias. La libertad de conciencia no es idéntica a la libertad religiosa, y le antecede en prioridad e importancia. También, Nussbaum considera que «[…] la igualdad de libertad de conciencia requiere conceder a los ciudadanos un amplio espacio para vivir de acuerdo con su conciencia, aun cuando esto conlleve conceder exenciones respecto de algunas leyes que se aplican al conjunto de la ciudadanía» (2011, p. 15). Estas exenciones darían lugar a una excesiva regulación, muy poco realista políticamente; además, parecen favorecer a quienes profesan creencias religiosas, no a quienes son ateos o agnósticos, por ejemplo. Nussbaum (2008) ha defendido esta posición en extenso, y pienso que requiere una crítica detallada. 13

39

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

religiosa» y a la teoría de la propiedad de Locke, al lenguaje de

la igualdad y los derechos humanos fruto de las revoluciones francesa y norteamericana, y a los planteamientos individua-

listas en ética (i.e., aquellos que afirman que lo moralmente

importante lo es sólo en tanto afecta a los individuos), los pensadores liberales siguen discutiendo el significado de la

libertad, la dignidad, la igualdad, la individualidad y la tolerancia. Así, —como sugiere Appiah (2005, p. 10)— más que un cuerpo doctrinal, podemos considerar al liberalismo como

un conjunto de debates. Los liberales discuten estas cuestio-

nes porque comparten una serie de intereses y unos cuantos

supuestos (también, quizá, cierto temperamento). Algunos de

estos supuestos son que: (a) el individuo es el único agente

moral; (b) la sociedad es el resultado de la acción concertada de los individuos; (c) el individuo es el fin de la sociedad

política (i.e., la sociedad es un medio para la realización de la persona, por tanto no debemos sobreponer los fines colectivos a la libertad del individuo); (d) el espacio público ofrece un

ámbito para la actuación de las libertades individuales; y (e) las relaciones entre los individuos deben darse en el marco de la tolerancia y el respeto a los derechos básicos, lo que per-

mite la cooperación en beneficio muto14. Esta caracterización

mínima nos proporciona un núcleo de compromisos básicos a los que suelen adherirse los liberales, y a los que yo mismo

  Tomo parcialmente la caracterización que realiza Villoro (2015, pp. 37-38). A pesar de no ser liberal, la caracterización de Villoro es suficientemente justa. Sin embargo, temo que Villoro realiza una implicación cuestionable: piensa que el liberalismo político es indisociable del liberalismo económico. Sin embargo, pienso que es posible ser liberalista político sin ser liberalista económico. En otras palabras, no creo —como Villoro— que la democracia liberal se reduzca a una expresión del capitalismo moderno (p. 32). 14

40

EL HECHO DE LA PLURALIDAD. A MODO DE INTRODUCCIÓN

me adhiero. Lamento, sin embargo, el tufillo peyorativo con que suele hablarse de los conceptos de «individualismo» y de «liberalismo». A uno lo asocian —erróneamente— al egoísmo

moral; al otro, al capitalismo desenfrenado. De entrada, me parece cuestionable que el liberalismo político se reduzca a

una expresión del liberalismo económico. A los liberales suele interesarles compaginar nuestros anhelos de libertad e igual-

dad, aunque sea muchas veces complicado realizar la tarea en la práctica. Por otro lado, el individualismo ético no implica egoísmo moral: de hecho, los liberales piensan que una de

nuestras metas más importantes en la vida pública consiste

en expresar plenamente nuestra individualidad en proyectos profundamente compartidos15.

Explicitados mis supuestos, es tiempo de ir a los ensayos.

Mi mayor deseo es dialogar y aprender de ti y contigo, aun-

que al final —y quizá para nuestro bien— sigamos pensando distinto16.

  Tomo esta bella expresión de uno de los ideales liberales de Appiah (2005, p. 275): «[…] one’s individuality can be expressed in projects deeply shared […]». 16   Siéntete libre de enviarme cualquier comentario o crítica a: [email protected] 15

41

1. La opción menos violenta Argumentación y violencia, argumentación en tanto capacidad de escuchar al otro y responderle y defenderse e intercambiar creencias y modificar las propias creencias y respetar

desacuerdos y negociar…, y violencia en tanto

meramente imponerse, conforman, pues, dos modos básicos de comportarse: los dos modos básicos de tratar diferencias, sentir y actuar ante la diferencia.

Carlos Pereda, Argumentación y violencia (1998, p. 327).

Todos los días, innumerables ocasiones, enfrentamos con-

flictos que tienen que ver con nuestras creencias y nuestros deseos. Pero no todos son del mismo tipo. Hay variaciones

en intensidad, profundidad y alcances. En ciertos contextos dichos conflictos se arreglan fácilmente: e.g., mediante la

imposición, cuando una de las partes tiene algún tipo de autoridad sobre la otra. Piensa en el padre que niega permiso

para salir de fiesta en la noche a su hijo, o en el jefe que exige

cierta vestimenta a sus empleados dentro de la oficina. Tanto 43

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

el hijo como los empleados pueden no estar de acuerdo con sus razones (si es que se las han dado), pero hacen lo que se

les pide. En ocasiones, la imposición es económica: se gasta poco tiempo y pocas palabras en dirimir una cuestión. No obs-

tante, cuando se trata de asuntos que nos interesan a todos, y cuando el contexto hace que todos seamos iguales frente

al conflicto, la imposición no es una manera de solucionar las cosas. La democracia, se sabe, es el gobierno mediante la discusión, no mediante la imposición.

¿Cuáles son las maneras de las que disponemos para re-

solver conflictos? A mi parecer, sólo hay tres17. Ya te mencioné una: la imposición. Ahora bien, no todo tipo de imposición

es sencilla y económica. Cuando llevamos nuestros problemas ante la ley, el juez dirimirá el conflicto. A veces, su resolución

tardará años; otras veces, podrá ser breve la espera. Pero la solución del conflicto terminará siendo una imposición. Una de las partes no estará de acuerdo con la sentencia, pero ten-

drá que acatarla. Dado que cada una de las partes desea una

resolución en su favor, no todo el mundo terminará contento al final del día.

En este sentido, la imposición es violenta, pero es una

violencia implícita: un conflicto puede resolverse sin derramar

una gota de sangre, no obstante una de las partes tiene que

ceder sin estar necesariamente de acuerdo. También podemos resolver nuestros desacuerdos mediante la violencia explícita: lanzando golpes, intimidando a nuestra contraparte, inclu-

so alzándonos en armas. En situaciones ideales, se desean   Expongo este punto con mayor detalle en Gensollen (2012, pp. 116-120).

17

44

1. LA OPCIÓN MENOS VIOLENTA

resolver los conflictos sin apelar a la violencia. Ninguno desea llegar hasta las manos. No obstante, en ocasiones la

violencia es la única salida. Algunos debaten ahora sobre las condiciones de una guerra justa, incluso sobre las condicio-

nes de la defensa propia. La diplomacia, por desgracia, no siempre es la solución. Sin embargo, podemos decir que la

no violencia es un ideal regulativo: algo a lo que debemos aspirar en la medida de lo posible18. Y la opción menos vio-

lenta para enfrentar nuestros conflictos es la argumentación. Pero antes de entrar de lleno al tema, permíteme repasar algunas ideas básicas.

Argumentar es dar apoyo a un enunciado a partir de otro

u otros enunciados. Por ejemplo: «El cielo está nublado» es un

enunciado que apoya a éste: «Es probable que llueva más tarde»; «El presidente no ha leído más de tres libros en su vida» es un enunciado que apoya a éste: «El presidente es ignorante». Apoyar

enunciados mediante otros enunciados es la característica más

básica de todo argumentar. Se puede hacer esto bien o mal. En el primer ejemplo, diríamos que el primer enunciado apoya adecua-

damente al segundo; pues cuando el cielo se nubla suele llover. En el segundo ejemplo, por el contrario, el primer enunciado no

apoya adecuadamente al segundo; el presidente puede tener cierta cultura independientemente de si ha leído o no muchos libros. Una mejor conclusión podría ser: «El presidente es iletrado».

En este sentido, los argumentos son conjuntos de enun-

ciados. Unos (los que apoyan), se denominan premisas; otro   Una muy interesante problematización de esta tesis puede verse en Muguerza (1998). 18

45

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

(el que es apoyado) se denomina conclusión. Los enunciados que componen a los argumentos son (o suelen ser) enuncia-

dos declarativos; es decir, enunciados que afirman o niegan

algo. Los argumentos pueden contener varias premisas, pero

con una basta para tener un argumento. También, solemos encontrarlos desordenados, tanto en el lenguaje hablado como en el escrito: en ocasiones, la conclusión se encuen-

tra en medio del argumento, otras veces al inicio, algunas veces al final. En muchas ocasiones, algunas premisas del argumento se encuentran implícitas, esto quiere decir que de

hecho no se enuncian, pero se pueden explicitar mediante el

análisis. Piensa en el siguiente argumento, en el que Martha

Nussbaum nos alerta de la grave crisis educativa que viven nuestras democracias:

Se están produciendo cambios drásticos en aquello que

las sociedades democráticas enseñan a sus jóvenes, pero

se trata de cambios que aún no se sometieron a un análisis profundo. Sedientos de dinero, los estados nacionales

y sus sistemas de educación están descartando sin advertirlo ciertas aptitudes que son necesarias para mantener

viva a la democracia. Si esta tendencia se prolonga, las

naciones de todo el mundo en breve producirán gene-

raciones enteras de máquinas utilitarias, en lugar de ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí

mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y los sufrimientos ajenos. El futuro de la democracia pende de un hilo (2010, p. 2).

46

1. LA OPCIÓN MENOS VIOLENTA

Piensa primero en cuál es la conclusión de este argumento. ¿Crees que la autora busca apoyar el enunciado «Los estados nacionales y sus sistemas educativos están descartando ciertas aptitudes necesarias para mantener viva la democracia»?

Parece que no, ¿verdad? Más bien el enunciado que busca apoyar es «El futuro de la democracia pende de un hilo», y lo

busca apoyar mediante otros enunciados, como el primero, y luego mediante una especificación de dichas aptitudes que

están siendo descartadas: «la capacidad de pensar por uno mismo, poseer una mirada crítica…». Una forma adecuada de analizar un argumento consiste en parafrasearlo, reorde-

nándolo si es necesario, para tener mucho más claridad sobre

aquello que defiende y cómo lo defiende. Hagámoslo con el ejemplo que te puse:

El futuro de la democracia pende de un hilo, puesto que

los estados nacionales y sus sistemas educativos descartan ciertas aptitudes necesarias para mantener viva la de-

mocracia, como la capacidad de pensar por uno mismo,

la mirada crítica sobre las tradiciones, y la comprensión de la importancia de los logros y sufrimientos ajenos.

Aquí he puesto la conclusión al inicio y, posteriormente, me-

diante un indicador —en este caso «puesto que»—, señalo los

enunciados que apoyan al enunciado inicial. Otra forma que

puede ayudarnos a analizar un argumento es ponerlo en lo que suele llamarse su forma estándar; i.e., enumerar cada una de las premisas, y al final enunciar la conclusión. En el ejemplo citado, la forma estándar sería la siguiente:

47

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

P1. Los estados nacionales y sus sistemas educativos descartan aptitudes como la capacidad para pensar por

uno mismo, la mirada crítica sobre las tradiciones, y la comprensión de la importancia de los logros y sufrimientos ajenos.

P2. Estas aptitudes son necesarias para mantener viva la democracia.

C. El futuro de la democracia pende de un hilo.

Como te dije, algunos argumentos muchas veces contienen premisas implícitas. Aunque podemos parafrasearlos y po-

nerlos en su forma estándar, el resultado no refleja por qué el argumento original nos parecía o no apropiado a primera

vista. Piensa en un argumento como el que sigue: «Tengo hambre. Deberíamos ir a comer al restaurante más cercano y económico de la zona». Algo raro sucede con él. Piensa un

segundo: ¿acaso «Tengo hambre» es un enunciado que por sí

solo apoye adecuadamente a la conclusión «Deberíamos ir a

comer al restaurante más cercano y económico de la zona»? En un contexto más o menos normal, donde se conocen los

supuestos por los que alguien razonaría de esta manera, no hay dificultad en extraer las premisas implícitas: por ejemplo,

que quien así razona tiene poco tiempo para comer y desea no gastar mucho dinero. Así, el argumento podría parafra-

searse: «Deberíamos ir a comer al restaurante más cercano y económico de la zona, ya que tengo hambre, dispongo de poco

tiempo y no quiero gastar mucho». Cuando te encuentres con un argumento, deberías preguntarte si no contiene premisas implícitas. Si quieres analizarlo, es útil que lo parafrasees y/o lo pongas en su forma estándar. 48

1. LA OPCIÓN MENOS VIOLENTA

Nota también que cuando la gente habla o escribe suele

usar un lenguaje muy colorido. Por ejemplo, apela a la emo-

ción mediante el uso de adjetivos y adverbios. En el ejemplo anterior, la autora usa esta estrategia constantemente: «cam-

bios drásticos», «análisis profundo», «máquinas utilitarias», etcétera. La ornamentación es importante, y puede tener in-

teresantes efectos retóricos. No obstante, cuando analizamos argumentos, lo mejor es dejarlos de lado, si en nada apoyan a la conclusión como tal. La excesiva ornamentación otras veces puede ser peligrosa, pues puede dar la apariencia de

argumento a un conjunto de enunciados cuando no lo es. Por ejemplo: «Vemos día con día la triste desaparición, gradual y

contundente, de los espacios de convivencia sana y familiar de nuestra antigua y venerable ciudad; estamos obligados a

restablecerlos de manera inmediata». Suena a discurso del candidato político en turno, ¿miento? Alguien podría pensar

que éste es un argumento cuya conclusión es que «Estamos obligados a restablecer dichos espacios de manera inmediata». No obstante, si lo piensas detenidamente, no es un argumen-

to: no hay una sola razón que apoye al que estemos obligados a hacer tal cosa. ¿Por qué estamos obligados a restablecerlos?

Dicho conjunto de enunciados no dice nada al respecto. Deja el peso del aparente razonamiento a un conjunto de palabras

con más o menos carga emocional; de uso muy manido —por decir poco— por individuos de nuestra clase política.

Para terminar con estas nociones básicas, algo hay que

decir de la evaluación de los argumentos. Una vez que tene-

mos claro cuál es el argumento (cuáles son sus premisas, cuál 49

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

es su conclusión), podemos evaluarlo: podemos comenzar a averiguar si las premisas apoyan adecuadamente a la conclu-

sión. Observa que he usado el adverbio «adecuadamente» para

calificar el tipo apoyo que buscamos para una conclusión. Sin embargo, es justo que te preguntes en este momento: ¿cómo sé cuándo un conjunto de enunciados apoyan adecuadamente a otro enunciado? Para responder a esta pregunta se han es-

crito incontables libros. Quizá la pregunta central que pone en apuros a quienes estudian argumentación es: ¿qué hace que un argumento sea un buen argumento?

La primera manera en la que podemos evaluar un ar-

gumento es averiguando si sus premisas son verdaderas. Piénsalo bien: ¿un argumento podría ser bueno si las razones

que da en apoyo de su conclusión son falsas? Evidentemente no. Averiguar si las premisas son verdaderas con frecuencia

es un asunto complicado: seguramente tendrás que investigar un poco sobre el tema del que tratan. Esto tiene que ver con su contenido. Otra forma de evaluar un argumento tiene que

ver con la relación entre las premisas y la conclusión. Existen relaciones más fuertes que otras, y esto podemos determinarlo a partir de su relación con la verdad. Así, hay argumentos de-

ductivos, que pretenden ser demostrativos: i.e., si son válidos, no es posible que sus premisas sean verdaderas y su conclusión sea falsa. Los lógicos llaman a esta cualidad «preserva-

ción de verdad». Pero no todos los argumentos, ni siquiera la

mayoría, son deductivos. Existen argumentos que contienen premisas verdaderas y aun así su conclusión podría ser falsa: se llaman inductivos (o de manera más general no deductivos). 50

1. LA OPCIÓN MENOS VIOLENTA

Determinar si un argumento deductivo es válido, o si un ar-

gumento inductivo es fuerte, es una cuestión lógica: i.e., tiene que ver con la forma del razonamiento y no con su contenido.

Es momento de que regresemos a nuestro punto inicial.

Entonces, siempre que argumentamos apoyamos enunciados

a través de otros enunciados. Y hacemos esto con distintos y variados fines: poner en claro cuáles son nuestros presu-

puestos, organizar nuestro sistema de creencias, reforzar lazos humanos, cooperar en la exploración de un tema, deliberar,

debatir para juzgar mejor los méritos de posiciones encontra-

das, polemizar con otras propuestas, etcétera. Sin embargo,

todos estos usos son derivados del apoyar una afirmación

sobre la base de otras; pues nuestra forma de hacer todo lo anterior es haciendo justamente esto.

Recientemente, los teóricos de la argumentación —como

suele llamárseles a quienes se dedican a estudiar los argumentos y los intercambios argumentativos— han coincidido

en que la argumentación sólo se da cuando hay desacuerdo, y que su única función consiste en resolver diferencias de opi-

nión. Ésta es una visión sesgada: en efecto, la argumentación tiene propiedades dialécticas, pues se da en diálogo (ya sea

con uno mismo o con otro u otros individuos). También, sin duda, una argumentación puede ser buena o mala atendien-

do a los movimientos dialécticos de cada una de las partes

que dan y reciben razones19. No obstante, para que podamos

llamar argumentación a un intercambio lingüístico entre dos   Estos movimientos intentan capturarlos van Eemeren & Grootendorst en un «Código de conducta para discutidores racionales» (2004, pp. 187-196). 19

51

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

o más personas, éstas deben apoyar un enunciado median-

te otro u otros enunciados. Si olvidamos esta característica básica de todo argumentar seríamos incapaces de distinguir

una riña, una perorata, un sermón…, de una argumentación propiamente dicha20.

En primer lugar, como te dije, la mayoría de las veces

argumentamos con propósitos distintos a resolver diferencias de opinión. En segundo lugar, si el rasgo distintivo de la ar-

gumentación fuese la resolución de conflictos, deberíamos

reconocer que casi siempre fracasamos argumentando. Es muy difícil y poco común convencer a la otra parte de nuestro punto de vista simplemente argumentando. Por ello, la mayo-

ría de las veces nos decantamos por violencias que difieren en

grado: desde una guerra hasta una imposición poco violenta. Piensa en nuestras democracias: donde el voto de la mayoría

decide políticas públicas. Dicho voto, sin duda, refleja más

las opiniones anteriores al debate y los intereses de grupo de quienes votan que una ponderación de las razones expuestas

en el debate. A nuestros políticos poco les importa dónde está el peso de las razones. No obstante, argumentan, y nosotros argumentamos.

Nuestros sistemas políticos son aún inmaduros. Las de-

cisiones pocas veces se toman atendiendo a los mejores ar-

gumentos. Sin embargo, dichas decisiones buscan justificarse

argumentando. A pesar de que la decisión que se toma tiene que ver más con intereses grupales e individuales, y con la

cantidad de personas que comparten los mismos intereses,   Este error lo comete Gilbert (1994).

20

52

1. LA OPCIÓN MENOS VIOLENTA

habitualmente se ofrecen razones para respaldar una u otra decisión. Por tanto, cuando argumentamos con otras personas que opinan distinto, no tratamos siempre de llegar a

una posición común, tampoco buscamos persuadir siempre a nuestra contraparte de que piense o haga algo determinado:

buscamos justificar nuestra posición. Con justificar nuestra po-

sición me refiero a dar razón de ella o apoyarla: buscamos, en otras palabras, que nuestras creencias y acciones no reflejen arbitrariedad.

Violencia explícita, imposición y argumentación son tres

formas para enfrentar nuestros conflictos. No son formas ex-

cluyentes: la imposición es una forma de violencia y cuando argumentamos también podemos ser violentos21. Y, desde

otro punto de vista, también cuando resolvemos nuestros con-

flictos de manera violenta podemos justificar nuestra posición argumentando (como cuando el juez dicta sentencia ofrecien-

do razones). De entre estas opciones, argumentar hará menos violenta nuestra manera de enfrentar conflictos. Piensa un segundo en el ejemplo del padre con su hijo. Imagina que

el hijo es menor de edad y desea ir a una fiesta a las afueras de la ciudad. El lugar es peligroso, no hay policías cerca del

lugar, ni se ha contratado a un grupo de seguridad privada. La

mayoría de las personas que van al evento también son meno-

res y los pocos adultos no rebasan los veinte años: cualquier padre pensaría que no es una buena idea que su hijo asista.

Ponte ahora en los zapatos del hijo: desea ir a la fiesta, en ella   A las violencias internas a la argumentación Pereda les llama «vértigos argumentales» (1994a, pp. 94-133). 21

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VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

estará la chica que le gusta y quedaría mal con los amigotes si

no asiste. El padre tiene la potestad de imponerse: «¡No vas, y punto!». También puede dar razones, como las que pasan por la cabeza de los padres cuando no desean que su hijo asista

a una fiesta de estas características. La diferencia es clave:

la simple imposición —«¡No vas, y punto!»— es violenta en tanto que exige que el interlocutor —su hijo— simplemen-

te ceda. Cuando una imposición, además, es argumentada —«No vas porque es inseguro, está alejado y no hay personas responsables en la reunión»— no exige simplemente ceder,

sino reconocer, aceptar, deliberar, juzgar, etcétera. Siempre que

damos juego a la argumentación en nuestra forma de resolver conflictos minimizamos la violencia.

Incluso si nuestras sociedades no toman decisiones de

interés público atendiendo sólo a las mejores razones, algo

logramos con argumentar de cualquier forma. Sentamos un precedente que dicta: «las decisiones, aunque impuestas, se

tomaron por estas razones». Cuando derrumbemos dichas razones, la única manera de sostener las decisiones es mediante

la arbitrariedad. Sin embargo, nuestros sistemas políticos no son tan inmaduros como apara aceptar que las decisiones se

toman arbitrariamente. Queda clara ahora cuál es una de las funciones actuales, y no de poca importancia, de la argumentación pública.

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2. Virtudes argumentativas en la vida pública A veces las personas que entre ellas disienten

apasionadamente no tienen una idea clara de qué es sobre lo que están en desacuerdo, inclu-

so cuando la disputa es violenta y profunda. Ronald Dworkin, Life’s Dominion (1994, p. 30). Una forma sencilla de pensar en la argumentación es como una acción. Esto no es polémico, pero puede sonar trivial. En efecto:

cuando argumentamos hacemos algo. ¿Qué es lo que hacemos? Pues apoyar a un enunciado a partir de uno o más enunciados;

i.e., apoyamos una conclusión mediante una o más premisas. Sin embargo, podemos hacerlo con diversos fines y, por tanto,

hacemos otras cosas cuando argumentamos: aceptar, advertir, alarmar, considerar, convencer, cooperar, deliberar, explicar,

organizar, recalcar, rechazar… La argumentación, así, es una acción que regularmente busca hacer algo más de lo que de

suyo hace. Eso que de suyo hace —explicitado en la relación de apoyo entre enunciados— es justificar o explicar.

Recuerda un segundo el famoso documental de Al Gore:

An Inconvenient Truth (2006). Seguramente lo has visto o

has oído hablar de él. Éste buscaba alertar a la población 55

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

norteamericana (y mundial) de los efectos del calentamiento global. También —como el mismo Gore lo sugirió— buscaba educar a los ciudadanos. Buscaba, a su vez, poner el tema del cambio climático entre las prioridades de la agenda política

internacional. En el documental vemos a Gore discutiendo la

opinión científica sobre el cambio climático, así como los

presentes y futuros efectos del calentamiento global, para defender que el cambio climático «no es realmente una cuestión política, sino más bien de carácter moral». Esto lo hace

mediante descripciones de las consecuencias que cree que el cambio climático producirá si la cantidad de gases de invernadero generada por los humanos no se reduce significativamente en un futuro inmediato. Gore también muestra que los

núcleos de hielo antárticos indican niveles de CO2 mayores actualmente que en los últimos 650 mil años. ¿Lo ves? Lo que

hace Al Gore en el documental es apoyar enunciados con base

en otros enunciados: argumenta. Pero no sólo busca justificar y defender su punto de vista, también busca alertar, educar, poner un tema entre las prioridades de la agenda política

internacional…, y se apoya en descripciones y hechos presun-

tamente comprobados. Quizá el ejemplo no es muy elegante, quizá tampoco el documental es nada del otro mundo (aun-

que el tema es importante, hay mucho mejores documentales al respecto). No obstante, este ejemplo es ilustrativo: hacemos cosas cuando argumentamos. La primera y más básica es justificar, pero se pueden hacer innumerables cosas derivadas.

Si argumentar es ante todo hacer algo, podemos trazar una

relación entre una acción cualquiera y la acción particular de 56

2. VIRTUDES ARGUMENTATIVAS EN LA VIDA PÚBLICA

argumentar: en específico, una analogía entre la manera en la

que evaluamos acciones (aquellas con algún interés moral) y la manera en la que evaluamos intercambios argumentativos. Ahora piensa cuáles son los elementos que tomas en cuenta

para evaluar una acción cualquiera. Imagina, por ejemplo, que una amiga tuya te miente. Te ha recomendado para un

puesto que se abre en su oficina. Vas a la entrevista un tanto nervioso, y al final estás muy inseguro sobre tus posibilidades.

Ella platica con su jefe y éste le dice que no serás contratado. Tú le preguntas si sabe cómo te fue en la entrevista, ella te contesta que te ha ido muy bien y que seguramente obtendrás

el empleo. Empiezas a hacer planes y te endeudas adquirien-

do un automóvil, confiado en que tendrás un sueldo con el cual pagar las mensualidades. Pero tú amiga te mintió, no tendrás el trabajo y ella piensa que lo hizo para no hacer-

te sentir mal. Cuando no obtienes el empleo, hablas con tu amiga y ella te confiesa todo. Tú puedes reclamarle distintas

cosas. Podrías reclamarle que mentir de suyo es algo malo, pues hay quienes piensan que algunos actos son malos en sí mismos. También podrías reclamarle que gracias a su mentira has adquirido deudas que ahora no podrás saldar. Por último, podrías reclamarle su cobardía: pues parece que prefirió mentirte para ella no sentirse mal, no para no hacerte sentir

mal a ti. Claro, en la vida las cosas son más complicadas: para evaluar adecuadamente su acción tendrás que tomar en cuenta sus intenciones y muchas otras cosas que pertenecen al

contexto y a las circunstancias en las cuales te mintió. A pesar de esto, el ejemplo nos puede ser útil.

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VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

El caso anterior subraya al menos tres aspectos que to-

mamos en cuenta para evaluar una acción: me refiero al acto

mismo, a las consecuencias del acto y a ciertos rasgos de carácter de quien realiza el acto. La historia de la filosofía

moral nos muestra, de hecho, que nuestros grandes sistemas éticos han enfatizado uno de estos aspectos en detrimento de los otros. Cuando evaluamos intercambios argumentativos,

también podemos tomar uno de estos aspectos y enfatizarlo, o bien tener en mente a todos en conjunto. Pienso que ésta es

una manera mucho más rica —aunque compleja— de evaluar

intercambios argumentativos. En particular, los estudiosos de la argumentación han enfatizado o el argumento mismo o las

consecuencias del argumento, en detrimento de los rasgos de carácter de quien argumenta22. Ciertamente, no basta fijarse en quien argumenta para evaluar una argumentación, pero re-

parar en ello resulta muchas veces necesario para dar cuenta de aquello que falla o no falla en un intercambio argumentativo: en especial en aquéllos que se dan en la esfera pública (i.e., en argumentaciones públicas).

Considero que hay al menos cuatro rasgos de carácter o vir-

tudes que son necesarias (o, menos contundentemente, deseables) para llevar a buen puerto nuestros intercambios argumentativos

en un contexto de pluralidad. Esto quiere decir que son rasgos de carácter que permiten a quien argumenta estar dispuesto a

hacerlo adecuadamente, aun cuando sus interlocutores presenten diferencias profundas respecto a sus concepciones morales.

  Así lo piensa Aberdein (2010). Uno de los primeros ensayos que puso, en décadas recientes, el tema de las virtudes argumentativas en la agenda de la discusión es Brockriede (1972). 22

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2. VIRTUDES ARGUMENTATIVAS EN LA VIDA PÚBLICA

La primera virtud es la buena voluntad. Los filósofos

griegos pensaban que en una argumentación no debíamos

concentrarnos exclusivamente en los buenos argumentos (en

nuestros términos actuales, en los argumentos deductivamen-

te válidos, inductivamente fuertes o, en general, dignos de

crédito), sino que también era necesario atender a cómo ha de

presentarse uno mismo en la discusión, y a cómo orientar en nuestro favor al interlocutor (o al que juzga)23. Así lo señala Aristóteles en el libro segundo de su Retórica:

Ahora bien, puesto que la retórica tiene por objeto un juicio (dado que también se juzgan las

deliberaciones y la propia acción judicial es un juicio), resulta así necesario atender, a los efectos del discurso, no sólo a que sea demostrativo y digno de

crédito, sino también a cómo uno mismo y a cómo inclinará a su favor al que juzga. Porque es muy importante para la persuasión —sobre todo en las deliberaciones y, después, en los procesos judiciales— el

modo como se presente el orador y el que se pueda su-

poner que él está en una cierta actitud respecto de los , así como, en lo que se refiere a éstos, el

que se logre que también ellos estén en una determinada actitud (Rhet II, 1, 1377b 22-29).

En otras palabras, para Aristóteles resulta indispensable en toda argumentación, además de la calidad del argumento mis-

mo, la manera en la que se presenta el que argumenta ante su   Otra forma de decir esto es que para los griegos no bastaba con el logos, hacía falta también el ethos y el pathos. 23

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VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

interlocutor: el ethos o carácter. Éste está constituido por tres

elementos para el filósofo griego: «Tres son las causas que ha-

cen persuasivos a los oradores; y su importancia es tal que por ellas nos persuadimos, prescindiendo de las demostraciones. Esas causas son la sensatez (phronesis), la virtud (areté) y la benevolencia (eunoia)» (Rhet II, 1, 1378a 5-8). Estas tres ca-

racterísticas son importantes para Aristóteles y en ese orden:

la falta de sensatez muchas veces explica por qué no se tiene una recta opinión; la falta de virtud o buen carácter moral

puede explicar, a su vez, por qué si se tiene una recta opinión ésta no se comunica; y la falta de benevolencia o buena voluntad puede explicar por qué conociendo lo que es mejor esto no se aconseja (Rhet II, 1, 1378a 8-14).

En este momento quiero que nos concentremos en la tercera

característica que hace persuasivo a un orador: la benevolencia, buena voluntad o eunoia. Aunque Aristóteles considera la

buena voluntad como un rasgo de carácter persuasivo de quien

argumenta, también podemos considerarla una virtud de quien escucha. Así, podría decirse que para comprender uno debe de-

sear comprender, y esto nos exige compartir un cierto horizonte24. En breve, quienes argumentan —sea cuando brindan o reciben

razones— tienen buena voluntad cuando desean hacerse enten-

der y entender a su interlocutor. De manera mucho más general, la buena voluntad dispone a quienes argumentan a entrar cooperativamente a un diálogo conflictivo.

La segunda virtud es la caridad, pues no basta la buena

voluntad para disponerse a argumentar cooperativamente.   Jiménez Cataño (2006) ha defendido esta tesis y esta lectura de la eunoia.

24

60

2. VIRTUDES ARGUMENTATIVAS EN LA VIDA PÚBLICA

El lenguaje de algunos argumentos muchas veces no indica cuáles son las premisas y cuál es la conclusión que se desea

defender (i.e., el argumento carece de indicadores de conclusión o de premisas). Otras veces, mediante el análisis, podemos reconstruir los argumentos que recibimos de diversas maneras. La caridad nos permite hacerlo de la mejor manera posible,

pues ésta nos exige interpretar como racionales las emisiones lingüísticas de un hablante y, en el caso de cualquier argumento, considerar su mejor interpretación. En un sentido más

estricto, el objetivo de la caridad es evitar la atribución de irracionalidad, falacias lógicas o falsedades a las emisiones de

los otros, sobre todo cuando disponemos de una interpretación

coherente y racional. Para Blackburn (1994), la caridad «constriñe al intérprete a maximizar la verdad o racionalidad de las

emisiones del sujeto» (p. 62). Por su parte, Donald Davidson

(1973-1974, p. 19) formuló esto del siguiente modo: «damos máximo sentido a las palabras y los pensamientos de los demás cuando los interpretamos de una manera que optimiza el acuerdo»25. Así, la caridad permite también construir un terreno común: si uno interpreta a otra persona de la manera

más racional posible, y le atribuye creencias y deseos que uno

mismo supone que tendría en las mismas circunstancias, eleva las posibilidades de disolver el desacuerdo o se percata de que no había desacuerdo después de todo.

  Una versión similar de este principio, pero denominado por Richard Grandy «principio de humanidad», la encontramos en Dennett (1987, p. 343): al interpretar las emisiones de otra persona debemos asumir que sus creencias y deseos están conectados entre sí y con la realidad de una manera determinada, y debemos atribuirle las actitudes proposicionales que uno supone que tendría uno mismo en dichas circunstancias. Quizá, el antecedente más directo de este principio se encuentra en Quine (1960, p. 219). 25

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VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

La tercera virtud es el falibilismo. Normalmente, no se

piensa que el falibilismo sea una virtud, más bien se concibe

como una tesis o posición epistémica que nos dice que cualquie-

ra de nuestras creencias puede ser falsa. Así enunciada, la tesis

es contraintuitiva y paradójica. Si creo que cualquiera de mis creencias puede ser falsa, también debo creer que esta creencia puede ser falsa: parece que el falibilista muerde su propia

cola. Otras críticas a la posición falibilista suelen atribuirle una actitud revisionista26: si cualquiera de mis creencias puede ser falsa, entonces todas ellas pueden revisarse. El problema salta a

la vista: para revisar una creencia específica tengo que dar por supuestas otras creencias que me sirvan como criterios de revi-

sión (i.e., resulta imposible revisar todas nuestras creencias a la vez). Una última crítica afirma que el falibilismo es una condición demasiado robusta para ser exigida a los participantes de

una discusión sobre asuntos de interés público27. No obstante, pienso que el falibilismo puede ser concebido como un rasgo de

carácter o virtud de quien argumenta, y no una posición episté-

mica sustantiva. Como virtud, el falibilismo sólo nos exige que,

mientras argumentamos, consideremos la posibilidad real de que estamos equivocados. Los necios, pensaba Aristóteles, no son buenos interlocutores28.

La cuarta virtud es la coalescencia. Un agente argumen-

tativo es coalescente cuando hace suyo el ideal normativo que implica la unión de dos posiciones dispares a través del

  Es éste el caso de Hurtado (2000), quien arremete contra el falibilismo desde diversos flancos. 27   Ésta es, en parte, la crítica de Vaca & Mayans (2014). 28   Esta apreciación, recogida a modo de consejo (i.e., no es elegante discutir con los necios), se la debemos a Aristóteles (Top. 164b). 26

62

2. VIRTUDES ARGUMENTATIVAS EN LA VIDA PÚBLICA

reconocimiento y la exploración de las posiciones opuestas. Al descubrir la crucial conexión entre una afirmación y las actitudes, creencias, sentimientos, valores y necesidades con los que está conectada, las partes en disputa serán capaces de

identificar los puntos de acuerdo y desacuerdo. Estos puntos

pueden ser utilizados para efectuar coalescencia: la unión o fusión de las posiciones divergentes a partir de sus puntos

de vista e intereses comunes, la cual sirve de base para una investigación de opciones no conflictivas que de otra manera

podrían pasar desapercibidas29. La virtud de la coalescencia, así, nos permite salir de la concepción erística de la argumentación: argumentamos también buscando puntos de encuentro y la construcción de un terreno común.

De este modo, buena voluntad, caridad, falibilismo y coa-

lescencia son actitudes, rasgos de carácter o virtudes que nos permiten afrontar de mucho mejor manera nuestras desavenencias en un contexto de pluralidad. Además, en su conjun-

to, son rasgos básicos del cosmopolitismo que los individuos deben exhibir en la vida pública.

  Fue Michael Gilbert (1995, p. 837) quien formuló la concepción de «argumentación coalescente». A pesar de que comparto su inquietud e intenciones, los detalles de su formulación me parecen cuestionables. Gilbert se percata de que nuestros argumentos están íntimamente conectados con diversos estados mentales, como creencias y deseos, sin embargo su concepto de «argumentación» me parece equivocado, pues incluye intercambios lingüísticos en los que no se apoyan enunciados con otros enunciados (i.e., no se ofrecen argumentos). 29

63

3. Aridez y oscuridad En su célebre manifiesto, Tristan Tzara da una definición de lo que es explicar: «Explicar: di-

versión de los vientres rojos con los molinos de los cráneos vacíos». Y en su Manifiesto sobre

el amor débil y el amor amargo nos dice que uno es igual a maleta y que octubre es igual

a periscopio. Estas tonterías ¿son serias?, se

preguntará cualquiera, como yo lo hice hace muchos años. Estas absolutas sandeces ¿poseen

una profundidad que se me escapa? ¿Quieren decirnos algo que nuestros cráneos vacíos no

logran aprehender? La verdad es que no lo sé

y me importa muy poco. Nadie va a descifrar el mensaje porque el mensaje está diseminado, roto, absuelto, desaparecido.

Guillermo Fadanelli, La burla (2014). Muchas personas tachan de quisquillosos a los que tienen una

manía por la claridad. Y quizá lo son, pero no necesariamente

por esa manía. Exigir claridad es una manera de brindarse a

uno mismo salud mental. Incluso, cuando uno mismo trata

de ser claro, a veces no lo logra. Sucede muchas veces que nuestro lenguaje nos juega malas pasadas: decimos «vendré

65

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

mañana», pero nada hay en dicha emisión que permita a nues-

tro interlocutor saber cómo tomar nuestras palabras: ¿acaso como una promesa, una ironía o una amenaza? A veces, incluso, de nada sirve ser mucho más explícito: «te prometo

que vendré mañana» podría también ser tomado como una promesa, pero también una ironía o una amenaza30. No obstante, en la medida de lo posible, debemos intentar ser claros.

La obscuridad es uno de nuestros peores vicios, así como una argucia retórica de la que deberíamos sospechar casi siempre.

¿Por qué nos sentimos tan atraídos por la oscuridad? ¿Por

qué nos inclinamos tanto por cuentos y supercherías obscuras

para dar cuenta de asuntos o situaciones que nos inquietan? Un ejemplo obvio: escuchamos ruidos por la noche en nuestra casa e inmediatamente suponemos que se trata de un espíritu chocarrero y no producto del desgaste de las tuberías. Chicos y chicas

se sienten atraídos por el aura de la poesía maldita. Al final, la

oscuridad nos atrae tanto porque la tomamos como un signo de profundidad. Por lo mismo, deberíamos sospechar de ella.

Resulta un poco irónico que uno de los filósofos más

pedantes, oscuros y ambiguos (por desgracia, también populares) —hablo de Nietzsche— afirmara lo siguiente: «Quien

se sabe profundo, se esfuerza por ser claro: quien quisiera parecer profundo a la multitud, se esfuerza por ser oscuro.

Pues la multitud considera profundo todo aquello cuyo fundamento ella no puede ver: ella es tan temerosa y se lanza al

agua con tanto disgusto» (1882, p. 134). La claridad es una   Blanco Salgueiro (2004) ha defendido esta posición —que denomina «externismo ilocucionario»— para dar cuenta de esta peculiaridad en nuestro uso del lenguaje. 30

66

3. ARIDEZ Y OSCURIDAD

virtud, cuyos vicios son la aridez ignorante en un extremo, y la ambigüedad intencional en el otro.

Los áridos se escudan con desmesura en el tecnicismo y

en la formalidad, cuando estas estrategias no vienen al caso. Lo hacen también para parecer profundos. Algún día hojeé

un libro de ciencias sociales en el que el autor examinaba un fenómeno social introduciendo arbitrariamente tablas mate-

máticas. Lo hacía —quiero suponer— para dar un hálito de respetabilidad a su estudio. Lo inquietante es que el sujeto en

cuestión no sabía matemáticas, asignaba a prácticas valores numéricos de manera arbitraria y dichas tablas no hacían más

que oscurecer el tema que trataba. Se sabe: las matemáticas y cualquier lenguaje formal son increíblemente útiles para

modelar fenómenos, pero lo son cuando en verdad dichos fenómenos soportan una modelación formal, y cuando esto se

hace adecuadamente. En estos casos, los lenguajes formales

iluminan los fenómenos: nos permiten adquirir una claridad

insospechada31. En otros casos, hacen un terrible daño. Alan Sokal (1998), el famoso físico de la New York University, y Jean Brincmont, de la Universidad Católica de Lovaina, des-

trozaron a algunos oscuros que usaban las matemáticas como una artimaña retórica en sus escritos, sin saber un ápice de

la materia: entre ellos, a Lacan, Kristeva, Irigaray, Latour, Baudrillard, Deleuze, Guattari, Virilio, y a otros ignorantes y fachendosos posmodernos. Su libro, Intellectual Impostures, es

un catálogo muy gracioso de la pretendida y absurda profundidad de los posmodernos.

  Un ejemplo excepcional lo podemos ver en Papineau (2012).

31

67

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

En el otro extremo se encuentran los ambiguos. Éstos in-

ventan lenguajes y transgreden incluso la gramática. Quizá el mejor ejemplo nos lo brinde un filósofo alemán, miembro

además del partido nacionalsocialista: Martin Heidegger. A él

le debemos milagros gramaticales de la comedia involuntaria como:

Pero ¿se puede poner en entredicho de este modo el

poder dominante de la «lógica»? ¿Acaso es falso que el entendimiento es el señor soberano en esta pregunta por

la nada? Pues lo cierto es que únicamente con su ayuda podemos determinar la nada y plantearla aunque sólo sea

como un problema que se consume a sí mismo. Porque, en

efecto, la nada es la negación de la totalidad de lo ente, lo absolutamente no-ente. Pero de este modo, ponemos a la nada bajo la determinación superior de lo negativo,

esto es, de lo que tiene carácter de no y, con ello, según parece, de lo negado. Ahora bien, según la doctrina do-

minante y nunca cuestionada de la «lógica», la negación es una acción específica del entendimiento. Entonces, al

plantearnos la pregunta por la nada e incluso la pregunta por su cuestionabilidad, ¿cómo podemos pretender despe-

dir al entendimiento? ¿Pero es tan seguro lo que estamos presuponiendo? ¿Representa el no, la negatividad, y con

ella la negación, la superior determinación bajo la cual cae la nada como un modo particular de lo negado? ¿Sólo hay

la nada porque hay el no, es decir, la negación? ¿O es más bien al contrario? ¿Sólo hay la negación y el no porque

hay la nada? Todo esto no está decidido, ni siquiera ha alcanzado todavía la dignidad de pregunta expresa. Pero nosotros afirmamos que la nada es más originaria que el no y la negación (1929, p. 20).

68

3. ARIDEZ Y OSCURIDAD

A otro filósofo, Rudolf Carnap, le debemos uno de los más grandes ejercicios analíticos, esta vez de comedia voluntaria,

en el siglo veinte. Carnap (1931-1932) desenmascaró con simpatía los pseudo-enunciados heideggerianos: mientras que hay enunciados lógica y gramaticalmente impecables y, por

tanto, plenos de sentido; también hay algunos que, aunque se asemejan a los primeros gramaticalmente, carecen por completo de sentido. Los enunciados heideggerianos son producto de la monserga y la pretensión de profundidad.

Pero no pensemos que la profundidad mediante la oscuri-

dad es exclusiva de los filósofos alemanes o franceses. También se encuentra en el arte contemporáneo (el mal arte contemporáneo), en la ciencia (en su hermana malvada: la pseudocien-

cia), en la poesía (en algunas formas de poesía experimental),

en cierto tipo de lecturas literalistas de los libros sagrados de algunas religiones, y en la religiosidad alternativa de todas las

sectas. Argumentos y explicaciones oscuras las encontramos en todo tipo de prácticas y creencias irracionales: geomancia, acupuntura, homeopatía, nueva medicina germánica, shiatsu, astrología, numerología, santería, feng shui, cienciología, tele-

patía, tarot, escritura automática, levitación, vudú, ocultismo, kinesiología, reflexiología, psiquismo y demás embelecos.

Ahora toca explicar cómo la oscuridad ha ganado un te-

rreno desmedido, y esto debería preocuparnos, dado que la oscuridad es un vicio epistémico y su uso argumentativo es

falaz. Razones y explicaciones oscuras no son buenas razones para formar nuestras creencias, a pesar de la irresistible atracción que generan en algunos y algunas.

69

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

En teoría de la argumentación suele tipificarse a la oscuri-

dad como una falacia: se le denomina «obscurum per obscuris».

Significa —en breve— que muchas veces optamos por una

determinada explicación o razonamiento que es más oscuro que aquello que tratamos de entender o explicar. Pondré un

ejemplo que a algunas y algunos de ustedes les pondrá los pelos de punta: el inconsciente freudiano. Freud supuso que

muchas de nuestras acciones y conductas tienen su explica-

ción a través del inconsciente: un lugar psíquico desconocido para la conciencia. Sin embargo, cabría preguntarse: ¿acaso no aquello que deseamos explicar —por ejemplo, una con-

ducta de extrañamiento— es menos oscuro que aquello que lo explica —un supuesto lugar psíquico añadido a la ya de por sí oscura mente y conciencia? Sucede lo mismo con el espíritu

chocarrero: ¿qué no es mucho más explicativo y económico suponer que el ruido nocturno es producido por el desgaste de

las tuvieras de casa —cosa que sabemos que pasa en todas las casas después de cierto tiempo— que postulando un ente no físico que produce efectos físicos (como Gasparín, el fantas-

mita amigable, que inexplicablemente atraviesa en ocasiones paredes y en otras golpea maleantes)? Cuando los adeptos de algunas religiones leen literalmente algunos de sus libros

sagrados sucede algo similar, en particular cuando creen que éstos proporcionan explicaciones científicas del origen del universo o de la vida.

El obscurum per obscuris no es propiamente un error ar-

gumentativo, es un simple non-sequitur; pero contiene, como

hemos visto, un gran poder retórico. Su alto poder persuasivo 70

3. ARIDEZ Y OSCURIDAD

radica en que algunos lo ven como un síntoma de profundidad

(Bordes, 2011, pp. 185-186). Pero no es así. Una explicación o un razonamiento deben ser lo más claros y honestos posibles: y esto no sucede cuando nuestras explicaciones y razonamientos son mucho más difíciles de comprender que aquello de

lo que tratan de dar cuenta. Además, el uso de la oscuridad

inmuniza contra cualquier crítica: si no entiendo lo que dices, no podré ponderar tus razones.

El peor mal de los oscuros consiste en suponer que nues-

tro mundo es poco encantador tal cual es. Por ello, inven-

tan historias oscuras y mágicas que pretenden dar encanto su aburrida realidad. Sin embargo, hay demasiada poesía y maravilla en el mundo tal cual es. Supongo que los oscuros —

entre otras cosas— nunca llevaron un buen curso de ciencias en la escuela. La alternativa a la oscuridad ha sido llamada por algunos, recientemente, «humanismo»:

Comparada con la certeza absoluta de la fe, la concepción humanista sobre la naturaleza y el alcance del cono-

cimiento es más humilde. Todas las investigaciones de la inteligencia humana en pos del conocimiento progresan siempre al precio de plantear nuevas preguntas. Tener

el coraje intelectual de vivir con esta incertidumbre ilimitada, confiando en que la razón y la experimentación

nos proporcionen una mayor comprensión, basando íntegramente las propias teorías en fundamentos rigurosos

y verificables, y comprometiéndonos a cambiar las pro-

pias ideas cuando se demuestra que son erróneas, tales actitudes son características de las mentes honestas. En

71

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

el pasado, la humanidad se aferraba obstinadamente a

las leyendas, a las supersticiones y a la ciega credulidad, para otorgar rápida y fácilmente sentido a todo lo que sabía y comprendía, para convencerse a sí misma de que sí sabía y comprendía. El humanismo reconoce este hecho

histórico en los antiguos mitos, y asume las necesidades

que llevaron a las personas en esa dirección. E incluso muestra que lo que nutre el corazón y la mente de los

hombres (el amor, la belleza, la música, el crepúsculo en el mar, el ruido de la lluvia sobre las hojas, la compañía

de los amigos, la satisfacción tras realizar un esfuerzo

útil) es más de lo que la imaginación puede darles nunca,

y que deberían aprender a describir de nuevo estas cosas (las cosas reales del mundo) como la poesía que da significado a la vida (Grayling, 2007, pp. 53-54).

¿Para qué necesitamos a los mitos, a las supersticiones, a las explicaciones y razonamientos oscuros, cuando ahora comprendemos ya la maravilla de tantas cosas que nos rodean?

Espero que algún día no muy lejano sea mucho más atractiva la claridad poética de las explicaciones y razonamientos cla-

ros e iluminadores, que las sendas oscuras y pretenciosas de la poesía maldita de los charlatanes.

72

4. Naturalismo y porosidad Pertenezco a esa amplia minoría o escasa mayo-

ría que repudia el sueño cartesiano consistente

en fundamentar la certeza científica sobre una base más firme que el propio método científico.

W.V.O. Quine, Pursuit of Truth (1990, p. 19). No puedo negar mi profunda molestia cada que escucho, de boca de algún científico social o humanista, términos como «positivista» o «cientista». Temo, hasta ahora, que no saben

de qué hablan. Y no lo saben porque el cientismo ya no es positivista, y el positivismo está prácticamente muerto, y hace

bien en estarlo: se ha desplomado la vieja dicotomía entre el conocimiento a priori y a posteriori, y hoy incluso se discute si es posible que las matemáticas escapen de su vínculo con

la experiencia. La molestia de estas mujeres y hombres —vin-

culados con la antropología, la etnología, la sociología y los

estudios culturales y de género— radica en que los fenómenos que desean investigar no los pueden estudiar con las metodo-

logías que usan las ciencias naturales. Su molestia también —aunque sean reacios a aceptarlo— radica en que los grandes

73

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

presupuestos se van a los proyectos de investigación en física,

química, biología, ciencias cognitivas y neurociencias; y a que su ignorancia científica y matemática les impide usar metodologías más finas.

Las viejas fronteras entre las ciencias de la naturaleza y las

ciencias del espíritu, entre las ciencias naturales y las ciencias sociales y las humanidades, entre metodologías cuantitativas y cualitativas, deben abolirse. A algunos, sin duda, este panorama puede parecerles desalentador, cuando no escandaloso.

Sin embargo, con la caída de los viejos muros, los pasos que han empezado a dar las ciencias sociales y las humanidades son más sólidos que nunca.

Por ejemplo, Steven Pinker (1999) mostró con lujo de

detalle, en sus conferencias Tanner, que la naturaleza huma-

na —antes abandonada por las ciencias naturales— cada vez lograba incorporarse con mayor éxito a los estudios de cuatro

nuevas ciencias: las ciencias cognitivas, las neurociencias, la genética del comportamiento y la psicología evolutiva.

Para los cognitivistas, la vida mental puede explicarse en

términos físicos a partir de conceptos como «información»,

«computación» y «retroalimentación». Dicho llanamente: creencias y recuerdos son sólo información que reside en cier-

tas estructuras y patrones de la actividad del cerebro. Esta idea general —denominada teoría computacional de la men-

te—, también explica como la inteligencia y la racionalidad pueden surgir de un proceso físico32. En segundo lugar, la neu  Una buena introducción a las ciencias cognitivas a partir de la teoría computacional de la mente, puede verse en Thagard (2005). 32

74

4. NATURALISMO Y POROSIDAD

rociencia trabaja con la «hipótesis asombrosa» (según la deno-

minación de Francis Crick), a saber, que todos los aspectos del pensamiento y el sentimiento humano son manifestaciones de

la actividad fisiológica del cerebro. En otras palabras, que la mente es lo que hace el cerebro, y en particular el procesamiento de la información que éste lleva a cabo. La genética

del comportamiento, por su parte, parte del supuesto de que todo el potencial para el aprendizaje y la experiencia comple-

ja que distingue a los humanos de otros animales reside en el material genético que contiene el óvulo fertilizado. Por últi-

mo, la psicología evolutiva aspira a comprender el diseño de la mente a partir de la omnipresencia del diseño en el mundo

natural (por ejemplo en el ojo o en el cerebro), y que Darwin explicó con la teoría de la selección natural.

Para completar el panorama, otras ciencias, antes sepa-

radas de las ciencias naturales, ahora conviven también de

cerca con la metodología naturalista. La antropología —por ejemplo— ha comenzado a estudiar la cultura de manera completamente natural (Sperber, 1996).

Pero, ¿a qué me refiero exactamente con «naturalismo»?

Empezaré con algunas ideas generales, tratando de delinear posteriormente sus tesis centrales.

De entrada, los naturalistas rechazamos la postulación de

entidades sobrenaturales para cualquier fin explicativo: divinidades, demonios, almas, fantasmas. La extensión «sobrena-

tural» está sujeta a amplia controversia en la explicación de cualquier ámbito de lo real. En segundo lugar, los naturalistas

valoramos tanto los resultados como los métodos de la ciencia; 75

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

esto muchas veces nos ha ocasionado el apelativo acrítico y peyorativo de «cientistas». En tercer lugar, los naturalistas introducimos consideraciones empíricas en áreas antes ajenas a la introducción de este tipo de consideraciones (en espe-

cial en las ciencias sociales y las humanidades); por tanto, sospechamos de cualquier consideración a priori en nuestras

empresas cognitivas. Por último, los naturalistas defendemos

el falibilismo; i.e., reconocemos que cualquiera de nuestras

creencias puede ser, en principio, falsa; para nosotros no hay verdades incontestables o fragmentos del saber humano que puedan estar exentos de revisión.

Dicho ahora de manera un poco más estricta, mi natura-

lismo implica al menos tres tesis:

(i) Que toda la evidencia de la que disponemos en

nuestras empresas cognitivas debe ser, al menos en principio, públicamente observable.

(ii) Que los criterios de los que disponemos para eva-

luar las evidencias deben ser, al menos en principio, públicamente corregibles.

(iii) Y que todas las entidades que postulemos como existentes en nuestras explicaciones sean naturales.

Una consecuencia importante de la metodología naturalista

implica que todos los conceptos no naturales que empleamos en la explicación del mundo deben ser reducidos o reconstruidos en términos de términos de tesis naturalistas respetables;

tratados de manera instrumental como ficciones útiles; cons-

truidos sin un papel referencial o fáctico; o eliminados como manifestaciones de pensamiento precientífico. 76

4. NATURALISMO Y POROSIDAD

Cierto tipo de naturalismos también están comprometidos

con la tesis de la «unidad de la ciencia». El biólogo Edward

Osbourne Wilson (1999) le he llamado a este proyecto «con-

siliencia», que significa literalmente que las ciencias se han unificado y cohesionado todas de un salto. Lo que esto signi-

fica es que las ciencias naturales han llegado a un estado de

optimismo con respecto a la última de las fracturas dentro del paisaje del conocimiento humano: aquella entre biología

o cultura, naturaleza o sociedad, materia o mente, ciencias o

artes y humanidades. Dichas dicotomías hasta hace muy poco

conservaban su respetabilidad a pesar de la caída de otros muros que dividían el conocimiento humano. Sin embargo, dichas dicotomías se desploman por sí solas.

El naturalismo, de este modo, nos proporciona un terreno

común y una metodología que nos permite investigar y dis-

cutir provechosamente sobre los fenómenos que nos interesa estudiar.

Sólo resta un último punto. Hasta aquí algunos científicos

sociales y humanistas pueden sentir malestar. Pueden pensar

que sus disciplinas han perdido toda su especificidad, y que

su rol en la gran empresa del conocimiento humano no queda nada claro. La reacción común de los científicos sociales y humanistas frente al naturalismo es tacharlo de «cientista»

o «reduccionista». Cabe decir algo al respecto, pues tales acusaciones suelen estar mal dirigidas, cuando no faltas de fundamento.

El naturalismo no implica necesariamente reduccionis-

mo, si por reduccionismo entendemos que las explicaciones 77

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

típicas de los científicos sociales y los humanistas deban ser abandonadas en pos de explicaciones de otra índole. El natu-

ralismo puede y debe convivir con el pluralismo explicativo. ¿A qué me refiero con ello? La formulación más antigua y simple

del pluralismo explicativo se la debemos a Aristóteles. En su Ética a Nicómaco, señala:

[…] es propio del hombre instruido buscar la exactitud en cada género de conocimientos en la medida en la que

la admite la naturaleza del asunto; evidentemente, tan absurdo sería aprobar a un matemático que empleara la

persuasión como reclamar demostraciones a un retórico (E.N. I, 3, 1094b 23-25).

El punto aristotélico consistía en señalar que la exactitud de nuestros razonamientos y nuestras explicaciones está en dependencia del objeto de estudio. Sin embargo, también está en

dependencia de nuestros intereses epistémicos y prácticos. El objeto de estudio, en efecto, delimita algunas de nuestras pretensiones cognitivas: en algunos tópicos (la mayoría) debemos

contentarnos con razonamientos plausibles. Pero, también, la fineza de nuestras explicaciones depende de lo que buscamos con ellas, de lo que nos interesa saber. Eso lo sabemos los na-

turalistas. No pretendemos eliminar explicaciones psicológicas,

sociales o económicas, pues sabemos que algunas veces dichas explicaciones son las que en efecto responden a nuestros in-

tereses. Sabemos también que distintas explicaciones, algunas

mucho más finas y detalladas que otras —todas naturalistas— pueden convivir en el mismo paisaje del conocimiento humano. 78

4. NATURALISMO Y POROSIDAD

Para muchos que defendemos el naturalismo la opción más prometedora, quizá, sea el pluralismo.

Gilbert Ryle (1953) intuyó que el naturalismo no excluía la

posibilidad de este pluralismo explicativo. En su quinta conferencia Tarner, titulada «El mundo de la ciencia y el mundo co-

tidiano», ofreció una profunda y sugerente analogía que ahora trataré de sintetizar.

Pensemos en un muy buen administrador universitario, tan

bueno, que está al tanto de todo lo que tiene que ver con la

universidad. Por su escritorio pasan las facturas de jardinería, sabe cuánta basura se produce semanalmente, tiene un conocimiento exacto del número de profesores que en ella imparten

clases, sabe cuántos proyectos de investigación están en mar-

cha, cuántos ejemplares hay en la biblioteca, cuántos alumnos ingresaron el último periodo, etc. Alguien podría decir que el

administrador universitario tiene que ver con todo lo que pasa en la universidad. Y así es, en efecto. Sin embargo, aunque dicho administrador sabe cuántos profesores imparten clase,

él no tiene que ver nada con los criterios académicos que se to-

man en cuenta para su contratación. Del mismo modo, aunque sabe cuántos ejemplares hay en la biblioteca, él no tiene nada

que ver con si dichos ejemplares son los más adecuados o los

más actualizados. Tampoco sabe si los alumnos que ingresaron lo hicieron con altos estándares académicos, y mucho menos sabe cuáles son las expectativas académicas que se tienen con respecto a su egreso. Aunque el administrador tiene que ver

con todo lo que pasa en la universidad, no tiene que ver con

todas estas cosas en todos sus aspectos. Algunos aspectos que 79

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

no le competen al administrador, seguramente les competen a otras autoridades universitarias. Del mismo modo —piensa Ryle— aunque toda la realidad es en efecto física, y la Física

nos provee de las explicaciones más exactas, detalladas y finas de la realidad en su conjunto, al físico no le competen otros muchos aspectos de la misma realidad. Para ello, hay químicos,

biólogos, así como psicólogos, sociólogos o antropólogos. Las explicaciones que ellos nos brindan —si abrazan las tesis gene-

rales del naturalismo— no se oponen a sus explicaciones, sino que abordan otros aspectos de la misma realidad. Así, el paisaje del conocimiento es uno solo, pero se enriquece con distintas

explicaciones, unas mucho más finas y detalladas que otras. Si una explicación sociológica, por ejemplo, es correcta, seguramente podríamos hacer una reducción inter-teórica de dicha

explicación a otras: como psicológicas o biológicas. Sin embar-

go, no es esto lo que siempre nos interesa. La multiplicidad de explicaciones tienen su razón de ser en la amplia diversidad de nuestros intereses tanto epistémicos como prácticos.

Hasta aquí, parece quedar claro que es posible abrazar el

naturalismo sin comprometernos con un reduccionismo expli-

cativo. Si admitimos esta posibilidad, las consecuencias se nos presentan deseables. Las viejas barreras entre disciplinas, y tipos de disciplinas, deben derribarse. La constante preocupación de

los científicos sociales y los humanistas porque los científicos

naturales acaparan todos los recursos para sus investigaciones, también debería desaparecer. Todo el conocimiento es natural, en el sentido en el que lo he defendido. Siendo el paisaje

del conocimiento uno solo, a pesar de la inmensa pluralidad 80

4. NATURALISMO Y POROSIDAD

ecuménica de las explicaciones, la interdisciplinariedad es el futuro de la investigación naturalista.

Charles Percy Snow (1959), químico y novelista inglés,

lamentó, en su célebre conferencia en el Senate House de

Cambridge, la ruptura de lo que denominó «las dos culturas»: por un lado la científica, por otro la artístico-humanista. El pro-

blema de la franca hostilidad entre científicos y artistas, desde aquel momento, es una calca del diagnóstico de Snow:

Cuando los no científicos oyen hablar de científicos

que no han leído nunca una obra importante de la li-

teratura, sueltan una risita entre burlona y compasiva. Los desestiman como especialistas ignorantes. Una o dos veces me he visto provocado y he preguntado cuántos de

ellos eran capaces de enunciar el Segundo Principio de la Termodinámica. La respuesta fue glacial; fue también

negativa. Y sin embargo lo que les preguntaba es más o menos el equivalente científico de «¿Ha leído usted alguna obra de Shakespeare?» (1959, p. 85).

Termino. La ventaja del pluralismo explicativo radica en una

virtud epistémica opacada por la ruptura de las dos culturas: la porosidad. Una reflexión es porosa cuando se deja contaminar por las informaciones de las ciencias naturales y de las

ciencias sociales —sobre todo, de la historia—, pero también de algunas experiencias y prácticas de la vida cotidiana, así

como de sus deseos, emociones, intereses, e incluso de expresiones suyas como las de la cultura popular33.

  Debo a Carlos Pereda la idea de que la porosidad es una virtud indispensable en nuestras empresas cognitivas. 33

81

5. Algunos vicios del pensamiento (académico) Imagina un entorno en el que te preocupas por

el rendimiento (por ejemplo, un equipo de fútbol profesional o un operador de divisas). No pen-

sarías en conceder plazas definitivas. Así que, ¿por qué hacerlo en el ámbito académico?

Steven D. Levitt, Let’s Just Get Rid of Tenure (Including Mine) (2007).

Hace algunos años, Carlos Pereda (2006) denominó «fervor sucursalero» a un vicio del pensamiento latinoamericano que terminaba haciéndonos invisibles tanto interna como exter-

namente: cierto es que casi no somos leídos —incluso por nuestros más cercanos colegas—, mucho menos citados o dis-

cutidos; y cierto es que nuestro pensamiento rara vez figura fuera de las fronteras de nuestros países y nuestra región.

Para Pereda, el fervor por la sucursal no era otra cosa

que el arte en el manejo y la administración devota de un pequeña empresa de pensamiento: cuando somos jóvenes, y dada la pobreza de nuestras tradiciones de pensamiento, muchos nos hemos sentido tentados a acudir a otras

83

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

tradiciones —principalmente francesas, alemanas, inglesas—, y, habiendo sido deslumbrados por las grandes palabras y

los conceptos vagos, ya no investigamos más y continuamos repitiendo las mismas fórmulas hasta que éstas pierden todo contenido. Como se considera que las grandes Casas Matrices

del Pensamiento siempre están en otro lado, la reflexión se reduce sólo a administrar el establecimiento —sucursal de esa empresa— en el poblado marginal en el que vivimos. Pensar

se reduce a una administración de franquicias: la «Nietzsche», «Heidegger», «Freud», «Lacan», «Bourdieu», «de Beauvoir»…,

o algunas más lastimeras —que ya no las buscamos fuera de nuestros países, pues las adornamos con color local y las vol-

vemos franquicias nacionales—, como la «Beuchot», «Dussel», «García Canclini» o «Lagarde».

Llevando un poco más allá estas ideas de Pereda, el fervor

por la sucursal no sólo hace invisible nuestro pensamiento, también lo estanca, lo trivializa y torna a nuestros argumentos falaces por irrelevancia. Además, hace que la innovación

y la generación del conocimiento se detengan. Hace también

que nuestro trabajo de investigación se torne vacuo: podemos dedicar una vida entera tratando sólo de averiguar qué quiso decir alguien que no tuvo la delicadeza de ser claro al escribir.

Y, si llevamos las cosas un poco más lejos, podemos incluso terminar cometiendo graves fallos morales. Por último, terminaré haciendo una confesión sobre mi propia tendencia al mantenimiento de una sucursal.

En última instancia, el conflicto que describiré es aquél

entre la monotonía y la polifonía —si me permiten la analogía 84

5. ALGUNOS VICIOS DEL PENSAMIENTO (ACADÉMICO)

musical—, entre el siempre desear más y más de lo mismo y el amor a la pluralidad; y entre el arte del mantenimiento de

una sucursal de pensamiento, y el arte de la humildad y la

autoconciencia de los límites de cualquier perspectiva y punto de vista.

Pensemos en ese vicio que describe Pereda: ¿qué hace que

esta actitud cognoscitiva extravíe nuestros argumentos? Decía que, entre otras cosas, el fervor sucursalero nos lleva a cons-

tantes falacias. Me explico. Las falacias de irrelevancia, son errores simples en los que falta una conexión real entre las

premisas y la conclusión de un argumento. Ya que falta dicha conexión, las premisas no pueden establecer la verdad de la

conclusión extraída. Así, cuando decimos «lo que en verdad trató de sugerir Nietzsche fue…», o «Heidegger en realidad

cuestiona que…», o «Lagarde buscaba ciertamente establecer

un…», y de ello extraemos conclusiones como «entonces las cosas son de tal o cual manera», lo que estamos haciendo en realidad es decir algo como: «dado que Fulano dijo en realidad tal cosa, por tanto el mundo es así». Desde la teoría de la

argumentación, podríamos decir que lo que se comete cuando se piensa y argumenta así es una ignoratio elenchi («prueba

errada»), o un non sequitur («no se sigue»); i.e., la conclusión

simplemente no se sigue de las premisas. Otras ocasiones, lo que termina sucediendo es que este tipo de razonamientos

cometen falacias de inducción deficiente, en particular de apelación inapropiada a la autoridad (ad verecundiam): pues no se sigue del que alguien diga algo, por mucho que sepa del tema, que entonces sea verdad lo que dice.

85

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

En segundo lugar, este vicio lamentable del pensamiento

latinoamericano —aunque no exclusivo de nuestra región— tiene una diversidad de causas tanto políticas como intelec-

tuales. Muchas veces la necesidad de conservar una beca o un estímulo económico, o de mantener un estatus político en nuestras universidades, así como el de calentar una silla recibiendo un sueldo sin el mayor esfuerzo intelectual, nos llevan

a acomodarnos plácidamente en nuestra recién adquirida franquicia de pensamiento. Otras veces, el asunto es mera-

mente voluntarista: «simplemente me place ver el mundo con estos lentes».

Año con año, cuadrillas de jóvenes eligen sus temas de

investigación a partir de sus gustos personales: supeditan el amor al conocimiento y el amor a la verdad —motores genui-

nos de cualquier empresa cognoscitiva— al amor a sí mismos, y a sus propias filias, manías y prejuicios. Prefieren ser fieles

a la perspectiva que les conviene y va ad hoc con sus precon-

cepciones, que cuestionarse radicalmente y buscar el mejor argumento y la mejor herramienta intelectual allí dónde és-

tos estén. Hacen del conocimiento y la objetividad del saber asuntos de modas, tendencias y subjetividades.

Con nuestros investigadores latinoamericanos sucede más

o menos lo mismo: es mucho más cómodo rumiar los textos

leídos y releídos, o erigirse como el «experto en Fulano» o

el «intérprete de Perengano», que reajustar y cuestionar sus

creencias metodológicamente. Falibilismo, apertura mental,

humildad y sano escepticismo les son virtudes prácticamente desconocidas. ¿Cuántos de ellos no han dejado de leer y de 86

5. ALGUNOS VICIOS DEL PENSAMIENTO (ACADÉMICO)

estudiar perspectivas críticas a las posiciones de su expendio

mental? ¿Cuántos de ellos, que publican decenas de artículos

y varios libros al año, no sólo modifican en sus nuevos textos unos cuantos párrafos de lo que ya han publicado y escrito,

sólo para cumplir con las normas institucionales y mantener su estatus académico?

La investigación se reduce, así y en el mejor de los casos,

a historia del pensamiento. Con esto no quiero decir que la

historia de las ideas sea deleznable de suyo: quiero indicar, más bien, que las empresas cognoscitivas no pueden ni deben

reducirse a esta disciplina. La gran empresa del conocimiento

lo que busca es generar nuevos conocimientos y contribuir al incremento de nuestras concepciones del mundo. Atender a la

historia de las ideas puede ser muy benéfico, sin duda: en el

pasado podemos encontrar formulaciones, algunas muy bue-

nas, de las interrogantes que nos aquejan; también podemos encontrar respuestas, algunas con la atemporalidad suficiente para ser discutidas en los debates contemporáneos. Sin em-

bargo, el interés por la historia del pensamiento sólo debe ser subordinado: el andar del pensamiento requiere siempre originalidad y frescura.

Recuerdo que alguna vez tomaba café con una psicoa-

nalista extranjera. Mientras abordábamos algunos temas laborales, ella me dijo que conocía mi desagrado respecto

al psicoanálisis. Lo que le dije fue que el psicoanálisis, en sí mismo, no me molestaba en absoluto: veo conexiones interesantísimas entre la historia del arte y las ideas freudianas,

también creo que la terapia psicoanalítica puede ser un buen 87

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

ejercicio de autoconocimiento. Mi molestia —proseguí— no

es con el psicoanálisis, sino con cualquier punto de vista que trate de agotar la realidad, cualquier perspectiva que se erija como el Ojo de Dios, desde la cual el mundo se trate de re-

ducir. Desde mi punto de vista —concluí—, eso me parece soberbio o cómodo intelectualmente. Ella terminó, quizá un

poco enfadada: «Pues yo elegí ver el mundo con estos lentes». No se lo dije, pero el voluntarismo teórico y metodológico puede traer consigo enormes fallos morales: llevar a un au-

tista a tratamiento psicoanalítico, llevar a una persona con

depresión clínica al psicoterapeuta gestáltico, a una persona con una fisura discal con el quiropráctico, o bien recetar anti-

depresivos a una persona con una correcta química cerebral. Los ejemplos hablan por sí mismos.

En última instancia, la empresa del conocimiento se vuel-

ve un sucedáneo de la religión. En sus Massey Lectures, George Steiner (1974) llamó la atención sobre cómo algunas teorías

buscaban suplir la erosión teológica occidental, seguida de la muerte de Dios. Para Steiner, el hombre secular quedó hambriento de mitos, de explicaciones totales, de una profecía con

garantías. El marxismo, el psicoanálisis, el estructuralismo, un muy mal llevado darwinismo…, se convierten en religiones

intelectuales: igualmente atiborradas de mitos, de lagunas, de soberbia y de dogmatismo: nada más ajeno al falibilismo y humildad de las verdaderas empresas intelectuales.

Alguien podrá pensar que también escribo desde la trin-

chera amurallada de mi propia sucursal. Sin duda, no puedo evitar alejarme por completo (¿y quién lo puede?) de mis 88

5. ALGUNOS VICIOS DEL PENSAMIENTO (ACADÉMICO)

propias filias, fobias y prejuicios. Me sé un naturalista, un agnóstico, un falibilista, un filósofo analítico, y un admirador del trabajo de pensadores como Aristóteles, Kant, Peirce,

James, Frege, Russell y Wittgenstein. No obstante, lucho to-

dos y cada uno de los días contra mi tendencia —que es la de todos— a levantar sucursales de pensamiento. El asunto no es que alguien esté a salvo, sino el estar consciente de que nadie lo está y que debemos luchar contra ello.

89

6. La cultura de la opinión La charlatanería es inevitable siempre que las

circunstancias exigen de alguien que hable sin

saber de qué está hablando. Así pues, la producción de charlatanería recibe un impulso siempre

que las obligaciones o las oportunidades que tie-

ne alguien de hablar de cualquier tema exceden su conocimiento de los hechos que son pertinentes para el tema en cuestión. Esta discrepancia

es corriente en la vida pública, donde la gente se

ve a menudo impulsada —por sus propensiones individuales o por las exigencias de otros— a

hablar largo y tendido de asuntos que hasta cierto punto ignora.

Harry Frankfurt, On Bullshit (2005, p. 76). Aunque a algunos no les plazca admitirlo, argumentamos con

pasmosa naturalidad y en contextos de lo más ordinarios. No pocos piensan presuntuoso el hecho de dar razones. Muchas

personas se sienten intimidadas ante aquellos que no sólo expresan sus opiniones, sino que poseen y brindan razones

que las sustentan. Los anglosajones tienen dos adjetivos que describen nuestra situación: ‘opinionated’ y ‘opinionative’. Con 91

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

ambos, tratan de calificar actitudes tercas y dogmáticas de aquellos que expresan sus opiniones sin ofrecer razones en su favor, ni están dispuestos a escuchar razones en su contra.

Nuestra cultura se caracteriza por la presencia de innu-

merables pandas de opinadores tanto amateurs como profe-

sionales: en los medios contamos con individuos que se creen

habilitados para brindar una opinión respecto a cualquier

tema de la agenda, o a juzgar cualquier acción u objeto que se presente ante sus ojos; en la sobremesa, siempre hay un médico, abogado, entrenador deportivo, crítico de arte, informáti-

co, dietista, político, o lo que se requiera en cada caso. Opinar cuesta poco o nada. Todos nos permitimos una que otra vez hacerlo como si supiéramos de lo que hablamos, y lo hacemos

con tal vehemencia que parece que sabemos tanto del asunto como quien ha dedicado su vida a estudiar o trabajar sobre el punto en cuestión.

Una de las más perversas consecuencias de nuestra in-

cipiente democracia es que todos sienten como su deber el

opinar sobre cualquier asunto público, y sienten también que

su opinión es igualmente valiosa que cualquier otra. Los virus subjetivistas y relativistas infectan cada ángulo y prisma de nuestra sociedad. Mujeres y hombres han dejado de ser fieles

a los hechos para ser fieles a sí mismos. Así, para nuestros

bienintencionados y vetustos antropólogos y sociólogos, cada cabeza es un mundo, y cada cultura es su propia norma. Todo

vale, y vale igual. Creer que una aspirina es adecuada para aliviar el dolor de cabeza tiene la misma valía —para nuestros científicos sociales— que la creencia en que la acupresión lo 92

6. LA CULTURA DE LA OPINIÓN

hace con la misma eficacia. ¡Intolerante aquél que cuestione

las creencias en el Shiatsu, la aromaterapia o la acupuntura! ¡Cientista aquél que niegue las posibles enseñanzas de la geomancia, la astrología, el tarot y la numerología!

Me preguntarán los enemigos añadidos y ofendidos por

el párrafo anterior, ¿qué diferencia hay entre la medicina

occidental y las medicinas alternativas, entre la ciencia y la pseudociencia, entre las tres grandes religiones monoteístas y las nacientes religiosidades sectarias? Mi respuesta

es breve; una palabra, un sustantivo plural de diez letras: argumentos. Podría asegurar que ninguno de mis alternativos

y extravagantes enemigos conoce un par de conceptos claves para dirimir esta bizantina disputa: «relevancia explicativa» y «eficacia causal». Cuando un médico ortodoxo sugiere una operación de emergencia, no lo hace con base en intuiciones esotéricas o tradiciones místicas: ofrece argumentos,

los cuales suelen ser relevantes explicativamente —i.e., la información aducida proporciona una buena base para creer

que el fenómeno que se trata de explicar tiene lugar—, y suelen tener eficacia causal —i.e., pueden asegurar, inclu-

so con un muy preciso grado de probabilidad, qué efectos tendrá el procedimiento. Si mis emocionales adversarios se

sienten atacados, pregunten la siguiente vez a su lector de cartas qué probabilidad hay de que se cumplan sus augurios,

y si se atreve a darla, pregunten con base en qué evidencia lo hace y cómo evalúa dicha evidencia. Presumo que, si me

hacen caso, tendrán que buscar un nuevo lector de cartas o cambiar a un santero cubano.

93

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

Así las cosas, argumentar en nuestra tolerante sociedad

no puede ser más que un atrevimiento. Tal como aquél que trabaja arduo en un ambiente apático y mediocre es mal visto,

quien argumenta en una sociedad que sólo opina es tachado de radical y amargo. ¡Pues incluso en nuestra mentada amargura debemos defender nuestro derecho a dar razones; y, no sólo a darlas, sobre todo a recibirlas!

Para algunos argumentar caracteriza y define la comuni-

cación humana. Según los más recientes estudios en semántica, el significado de una frase sólo puede establecerse en con-

textos inferenciales. Me explico. Algunos lingüistas y filósofos del lenguaje han defendido que es sólo en una situación de

dar y ofrecer razones en la cual nuestras proferencias lingüís-

ticas tienen significado. Cuando opino: «la acupresión alivia el dolor de cabeza, es mejor que no tomes pastillas», dicha

emisión se entiende sólo en un contexto inferencial. Muchas veces, como interlocutores, no pedimos razones adicionales

porque nosotros mismos las completamos: «dado que algunas veces me he aliviado el dolor de cabeza haciendo acupresión, te conmino a que hagas lo mismo en lugar de tomar pastillas».

Entonces, dar razones no puede ser sólo un lujo, sino la condición de posibilidad misma de la comprensión.

Restaría, de este modo, preguntarle a nuestro defensor de

la acupresión sino sería más sensato tomar una aspirina —la

cual es el resultado de replicar innumerables experimentos, y

por lo cual tiene una eficacia causal muchísimo mayor que su folclórico remedio casero. Incontables veces, la única razón que poseemos para defender una opinión es: «porque quiero 94

6. LA CULTURA DE LA OPINIÓN

creer que es así». Esto ha sido denominado por los teóricos

de la argumentación como «pensamiento desiderativo»: un tipo de irracionalidad. ¡Quizá sea por eso que nos limitamos a

opinar! Sería lamentable que cada que diéramos una opinión añadiéramos: «lo creo sólo porque deseo creerlo».

Termino con una tesis menos polémica: una cultura ar-

gumentativa es el primer paso hacia una cultura de la paz. Frente a todo conflicto de creencias quizá sólo tenemos tres

formas posibles de solucionarlo: mediante la fuerza explícita, mediante la imposición de un tercero o mediante la argumentación. Ciertamente, la historia humana está plagada de

golpes y conflictos armados, formas más o menos efectivas de

dirimir disputas. También, hemos creado sistemas legales que permiten solucionar conflictos allí donde es imposible hacerlo

razonando con nuestros opositores. Pero también hemos desarrollado la capacidad de dar y recibir razones, un ejercicio mediante el cual podemos llegar a soluciones no violentas.

Promover una cultura argumentativa en la ciudadanía

será, entonces, el primer paso para comenzar un camino mediante el cual nuestros conflictos se conviertan en aprendi-

zajes, en un camino conjunto hacia la verdad y el acuerdo, y mediante la cual nos percatemos de que no basta opinar, sino tener razones para hacerlo34.

  López-Farjeat (2011), hacia el final de su artículo, defiende que una cultura argumentativa es necesaria para construir una cultura de la paz. 34

95

7. Democratizar la estulticia Siempre que pienso en ti no puedo dejar de re-

cordar un incidente que me pareció de lo más relevante…, pues hiciste una observación acer-

ca del ‘carácter nacional’ que me impactó por su primitivismo. En ese entonces pensé: cuál es

el objetivo de estudiar filosofía si lo único que te permite es hablar con cierta plausibilidad

acerca de ciertas cuestiones abstrusas de lógica,

etc., y no mejora tu pensamiento acerca de las cuestiones relevantes de la vida cotidiana, si no te hace más consciente que cualquier […] periodista que usa frases PELIGROSAS para sus propios fines.

Norman Malcolm, Ludwig Wittgenstein (1984, p. 93).

En un breve ensayo, que se ha vuelto famoso fuera de los cír-

culos académicos, Harry Frankfurt (2005) nos alertaba de la ingente cantidad de bullshit (charlatanería, a falta de una mejor traducción) que circula a modo de moneda corriente por

nuestras democracias. Astrólogos, homeópatas, sanadores, 97

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

cienciólogos, santeros, exorcistas, acupunturistas, quiroprác-

ticos, dietistas, numerólogos, creacionistas, antivacunas y

demás charlatanes reclaman la valía de sus puntos de vista y alternativas. El diagnóstico de Frankfurt sobre los charlatanes es acertado: lo que distingue al charlatán es su nula preocu-

pación por la verdad. El problema no es que sean mentirosos y nos engañen, incluso los charlatanes pueden creer verdaderamente en sus supercherías, su problema consiste en sus

flexibles, débiles y desinteresados estándares intelectuales. La verdad —al final— queda fuera de sus intereses.

Un paradigma de bullshit podemos observarlo en una tí-

pica sobremesa: las personas charlan saltando de un tema a otro, opinando con pretendida experticia sobre innumerables

temas. En la mesa, después de la comilona, todos son médicos, políticos, entrenadores deportivos, intelectuales de avanzada, críticos literarios y cinematográficos, o cualquier cosa que se ofrezca en el momento. Algunos pueden objetar: lo que se dice después de una ingesta profusa de alimentos es inofensivo. Sí y no: muchos terminan optando por un tratamiento mé-

dico por lo que ahí escuchan, otros deciden su lealtad política, otros tantos toman decisiones profundas sobre sus vidas y sus

cursos de acción. Aun así, concedo el punto: la sobremesa es sólo un buen ejemplo. Me inquietan más las redes sociales, y en general el internet, como verás a continuación.

Cierto es que vivimos —para bien— en sociedades que

respetan la libertad de expresión y la libertad de conciencia:

nadie puede ser sancionado por sus creencias ni por expresarlas, así como cada quién puede libremente elegir el camino 98

7. DEMOCRATIZAR LA ESTULTICIA

por el cual desea desarrollarse individualmente. Lo cierto es, también, que no todos los puntos de vista valen lo mismo, y no todos pueden reclamar el mismo tipo de espacios para entrar al debate público. Dicho de manera simple: aunque

cada quién puede creer lo que le venga en gana, no todas las creencias merecen el mismo trato. Sé que esta tesis es po-

líticamente incorrecta —al menos en sociedades altamente

relativistas—, pero espero dar unas cuantas razones que la justifiquen.

Pensemos en el paradigma más o menos tradicional,

anterior, al menos, al boom del internet. Las personas opi-

naban inteligente o tontamente, pero lo hacían en la esfera privada. Su radio de influencia era limitado. En ese sentido una sobremesa era más o menos inofensiva al situarse en

la esfera privada. Si alguien, con pretensiones intelectuales, buscaba ampliar el radio de influencia de sus creencias tenía

que pasar por filtros: un editor, un par, un comité, un jurado, etc. Esto sigue siendo así en algunos casos: las editoriales

cuentan con editores y consejos editoriales, las revistas es-

pecializadas hacen peer-review, así como las televisoras y

las emisoras de radio cuentan con comités que examinan la calidad de sus contenidos. Si esto se hace mal o bien es

otro tema, y habría que analizarlo caso por caso. El punto es que en otro tiempo era sumamente difícil ampliar el radio

de influencia de nuestras creencias sin pasar por algún filtro (bueno o malo).

Sin embargo, hoy cambia un poco la cosa: las opiniones

de un pelmazo mexicano puede influenciar a un argentino 99

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

o a un polaco completamente desconocidos. Internet ha democratizado la estulticia: opiniones bobas profesadas en

la esfera privada mágicamente ahora se sitúan en la esfera pública sin ningún filtro intermedio. Internet ha logrado que

cualquiera opine e influya, aunque no tenga la menor idea

de si su punto de vista tiene una sólida justificación. Es ya un tópico: internet carece de los filtros adecuados. La cantidad

de información es inversamente proporcional a su calidad. Y, dado que ninguno de nosotros es experto en todas las

materias, muchas veces carecemos de una guía que nos permita discriminar entre información y argumentos de mala o buena calidad.

Claro que cualquier persona tiene derecho a creer lo que

le venga en gana. Claro que no puede ser sancionado por sus creencias ni por la forma en que las defiende. Sin embargo,

estoy convencido que no toda opinión vale lo mismo, así

como no todos los argumentos son buenos ni valiosos. No sólo eso: no todo punto de vista debería figurar en la esfera

pública. Sin embargo, también creo que es casi imposible

normar internet en cuanto a la calidad de la información y argumentos que encontramos. La responsabilidad ahora es

nuestra: a falta de filtros, el filtro debemos ser cada uno de

nosotros. Sólo un consejo: habría que detenernos más en la forma que en el contenido si queremos hacer un buen filtro inicial de lo que encontramos en la red.

Termino. La charlatanería es consecuencia de uno de

nuestros mayores logros como civilización: la democracia. Como bien observó Frankfurt, la democracia da la impresión 100

7. DEMOCRATIZAR LA ESTULTICIA

a los ciudadanos de que sus opiniones valen por igual. Y eso está lejos de ser cierto. Así como hemos llegado a estable-

cer al menos malo de los sistemas de gobierno posibles, así también hemos democratizado la estulticia. Parece que nada bueno sucede sin alguna cosa mala como consecuencia.

101

8. Desacuerdos Los escépticos más recientes dan estos cinco

tropos de la suspensión del juicio. El primero,

el de «a partir del desacuerdo» […] es aquel se-

gún el cual nos damos cuenta de la insuperable

divergencia de opiniones que surge en torno a la cuestión propuesta, tanto entre la gente corrien-

te como entre los filósofos; y por ella concluimos en la suspensión del juicio al no poder elegir ni rechazar ninguna.

Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos (I, 65). El desacuerdo, se piensa, es algo que debemos evitar: es, en el mejor de los casos, un estado momentáneo que es necesario dejar atrás lo más pronto posible. Muchas personas huyen de lo que piensan puede ser una confrontación: les resulta in-

cómodo lidiar con opiniones y puntos de vista que no son al menos similares a los suyos.

A muchos les parece que no todos los desacuerdos son

del mismo tipo. Existen desacuerdos que podemos llamar

fácticos; e.g., en una charla podemos estar en desacuerdo sobre a cuánto asciende el salario mínimo en México en 2015. Respecto a los desacuerdos fácticos sucede una de dos 103

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

posibilidades: una persona está en lo correcto mientras la

otra está equivocada, o bien las dos están equivocadas. Esto se debe a que los desacuerdos fácticos son sobre enunciados

que son o verdaderos o falsos. Pero existe también otro tipo aparente de desacuerdos: aquél que hace referencia a gustos,

apreciaciones, evaluaciones, etc. Se dice «de religión, política y futbol no se habla en la mesa». Y se dice esto porque este otro tipo de desacuerdos parece no llevarnos a ningún lado.

Lo primero que habría que decir es que la distinción an-

terior —aquella entre desacuerdos fácticos y no fácticos— es más problemática de lo que intuimos. Imaginen que María y

Julia están por salir a Zacatecas. Antes de subir al coche, Julia

pregunta «¿cuál es el mejor camino para llegar?». Mientras que María opina que la carretera libre, pues el paisaje es lindo, Julia piensa que la autopista, pues es mucho más rápida y segura. Pensemos en otros escenarios: Pedro y Simón están en

desacuerdo sobre cuál es la banda de rock con más alma del siglo veinte: el primero sugiere que Nirvana, el segundo está

seguro que lo es Pearl Jam; Patricia y Miguel discuten sobre política y el futuro de México, ella piensa que lo más adecua-

do en las siguientes elecciones es anular el voto, Miguel opina que debemos confiar otro trienio en el partido en el poder. Lo

que sucede en estos casos es que no queda nada claro a qué nos referimos con «mejor», «más adecuado», y ¡qué decir con «más alma»!

Frente a los desacuerdos en apariencia no fácticos lo que

sucede es que podemos normalizarlos: en vez de preguntarnos por el mejor camino, preguntarnos por el camino más rápido, 104

8. DESACUERDOS

el más seguro, el más económico; en lugar de discutir por lo

más adecuado para el país, preguntarnos por la efectividad de las reformas estructurales que ha echado a andar el partido en el poder (para ello podemos, por ejemplo, mirar estadísticas);

en lugar de preguntarnos por la banda con más alma, indagar cuál ha impactado más en la juventud (mirando, por ejemplo,

cuántos discos han vendido, e indagando si existen dichos números segmentados por edad).

Lo que hacemos al normalizar problemas es hacer de los

desacuerdos en apariencia no fácticos desacuerdos fácticos. Logramos, frente a discusiones bizantinas e interminables, señalar un lugar a dónde mirar: frente a problemas en apariencia irresolubles, damos una forma de dar respuesta a ellos. Se puede objetar: pero al responder así se cambia de tema,

no se responde lo que al inicio se buscaba responder. Al que

así objete, también se le puede responder: ¿acaso podemos

responder a dichas preguntas?, ¿acaso no estos debates interminables se deben muchas veces a que las preguntas mismas carecen de sentido?

Se trata, entonces, de normalizar los desacuerdos: aten-

der al reducto fáctico de los desacuerdos en apariencia in-

terminables. Por tanto, la gran mayoría de los desacuerdos con sentido son desacuerdos fácticos. Ahora quiero reparar en

algunos presupuestos que están detrás de los debates sobre el desacuerdo.

Recientemente se ha debatido acerca de un tipo de des-

acuerdo muy particular, el desacuerdo profundo (deep disa-

greement). Pensemos en el siguiente escenario: Fabio acude al 105

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

médico. En las últimas semanas ha padecido terribles dolores de cabeza, náuseas y mareos. El médico pide que se realice

estudios. Una semana después acude al médico con los resultados: las noticias no son halagüeñas. El médico sugiere una operación de emergencia. De no realizarse de inmediato —le

advierte el médico— su vida correrá riesgo. El escenario es incluso peor: la operación misma es muy riesgosa. El médi-

co sugiere a Fabio que vaya a casa y piense bien las cosas. Fabio decide pedir una segunda opinión. Va con otro médico

y el diagnóstico es opuesto: éste le sugiere no realizarse la operación, de suyo peligrosa, y más bien intentar un trata-

miento sumamente doloroso, pero que ha tenido algunos

buenos resultados en casos similares. ¿Qué decidirá Fabio? No me interesa en este momento detenerme en Fabio, sino

en ambos médicos. Supongamos, adicionalmente, que ambos

son excelentes médicos, graduados con honores de la misma universidad, con similar experiencia y similares capacidades

deductivas e inductivas. De ambos, en cualquier momento,

esperaríamos un buen diagnóstico. Son, usando terminología técnica, «pares epistémicos». Supongamos que, además, se co-

nocen y se llaman para charlar sobre el caso de Fabio. Ambos

disponen exactamente de la misma evidencia —los resultados

de los estudios que Fabio se ha realizado—, y comparten las mismas virtudes intelectuales en un grado similar. Sin embargo, están en desacuerdo.

Frente a un caso como el anterior, algunos han sugerido

que lo que deberían hacer ambos médicos es suspender el

juicio. Cuando un par epistémico, que dispone de la misma 106

8. DESACUERDOS

evidencia, opina lo contrario, el desacuerdo opera como evidencia en contra de las propias creencias. Si mi par epistémi-

co opina lo contrario a mí, y viceversa, lo mejor que podemos hacer ambos es dejar nuestras creencias de lado. No obstante,

en la vida es necesario decantarse muchas veces por alguna creencia: necesitamos actuar. Necesitamos operar a Fabio o

no operarlo, pero no podemos decirle: «no haremos nada el respecto».

Sin embargo, quiero sugerir que hay algo extraño en plan-

tear la situación como lo acabo de hacer. En primer lugar, no

queda nada claro que existan «pares epistémicos». Esta noción

parte ya de presupuestos cuestionables y es una idealización. Además, la manera en la que he planteado los escenarios anteriores olvida nuestra situación epistémica: somos falibles

y limitados. Habitualmente carecemos de toda la evidencia relevante para formar creencias, y no pocas veces evaluamos la evidencia de manera no neutra. Si esto es así, los casos

aparentes de desacuerdo profundo se revelan como oportuni-

dades más que como problemas: son dichos casos los que, si los aprovechamos, pueden acercarnos más a la verdad. El desacuerdo, así, se revela como la una de las maneras paradigmáticas mediante las cuales podemos mejorar epistémicamente:

es condición de posibilidad de nuestra mejora como animales que conocen, creen y justifican aquello en lo que creen.

107

9. La lógica del trato preferencial Cuando la gente se acostumbra a un trato preferencial, la igualdad de trato le parece discriminación.

Thomas Sowell Supóngase que en la universidad x se presenta el siguiente escán-

dalo: una persona de color solicita su admisión y es rechazada. Después de un análisis detallado, se confirma que su rechazo no tiene nada qué ver con el procedimiento estándar con el que la

universidad admite o no a sus solicitantes: su examen de ingreso es sobresaliente, sus notas del bachillerato están muy por encima

de la media, y su ensayo es excepcional en tanto agudo, perspicaz y honesto. Sigamos suponiendo: después de algunas pesquisas

nos enteramos que no ha sido admitido dado que otro sujeto, hijo de un exalumno sobresaliente de la universidad que ha realizado

donativos importantes a ésta, ha ocupado su puesto. En su caso,

ni examen, ni notas, ni ensayo superan la media. El escándalo es obvio: se ha roto con el procedimiento estándar con el que

la universidad admite a sus solicitantes. Hay dos agravantes: la

persona que perdió su puesto es de color, y quien ocupó su puesto es blanco.

109

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

Frente a una situación como la anterior, obviamen-

te inequitativa e injusta, caben dos cursos de acción: a) Las autoridades, apoyadas por grupos activistas interesados en el caso, piden a la universidad que

cambie los criterios y estándares de admisión. Lo

que se pone en cuestión es que dichos criterios y estándares no protegen a personas pertenecientes a

minorías o grupos vulnerables contra las inequidades

e injusticias. Éste es el origen de las cuotas de género, raza, religión y otros grupos vulnerables. La idea es

simple: ahora se requiere que la universidad —con cierta independencia de los estándares y criterios

habituales— admita a un cierto número de personas

parcialmente debido a cuestiones ajenas a sus méritos académicos.

b) Las autoridades, apoyadas o no por grupos activistas interesados en el caso, implementan medidas que

evitan la discriminación negativa (i.e., que no haya

persona que no sea admitida debido a su sexo, raza

o creencias), y medidas que endurezcan los castigos por cualquier inequidad o injusticia que se dé durante el proceso de admisión. Como puede verse, este se-

gundo curso de acción no requiere la implementación de cuotas, sino que el proceso de admisión garantice

la transparencia, equidad, neutralidad y justicia de los resultados. 110

9. LA LÓGICA DEL TRATO PREFERENCIAL

Entiendo por discriminación positiva la implementación de

criterios, estándares, medidas y apoyos no relevantes a un proceso, como medidas en contra de la discriminación negativa. Pienso que cualquier forma de discriminación positiva

(i.e., cualquier acción afirmativa que discrimine positivamente) es un error, y es uno grave.

Michael Sandel, el eminente politólogo republicano de

Harvard, ha defendido públicamente la discriminación positiva

(2005, pp. 101-104). Según Sandel, existen dos argumentos

para incluir la raza como factor en las admisiones de nuevos estudiantes universitarios. El primero es la compensación; el

segundo, la diversidad. La principal cuestión que contemplan quienes defienden la compensación es que la discriminación positiva es un remedio de males pasados; es decir, trata de retribuirles a quienes sufrieron discriminación negativa en el

pasado con discriminación positiva en el presente. El problema con este argumento, según Sandel, es que quienes suelen

beneficiarse con la discriminación positiva no son necesaria-

mente quienes sufrieron la discriminación negativa, y aquellos que pagan por la compensación rara vez son los que fueron responsables de discriminar negativamente en el pasado. Así,

quienes defienden la discriminación positiva alegando razones

compensatorias, deben explicar por qué unos candidatos que

en otro caso estarían perfectamente cualificados han de cargar con la culpa de resarcir a las minorías por los males que han padecido.

Cosa distinta sucede con el argumento de la diversidad,

piensa Sandel. Éste no necesita apelar al argumento de la

111

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

discriminación en el pasado. Más bien, afirma que la admisión no es un asunto de recompensa, sino un medio para promover

un objetivo socialmente valioso. Esto es: un alumnado mixto es deseable dado que permite que se aprenda de la diferencia,

cosa que no sucede cuando se tienen orígenes parecidos. Para Sandel, la admisión no es un honor que se otorgue para re-

compensar una virtud superior. La admisión está encaminada

a cumplir un objetivo socialmente valioso. De esta manera, el argumento de la diversidad separa los intereses particulares del alumno del interés común. Así es como Sandel cree que

esta separación representa una vulnerabilidad política, ancla-

da en la idea de que nuestros logros son resultado de nuestro propio esfuerzo.

Veo diversos problemas en sus argumentos. La pregunta

parece relevante: ¿es válido establecer cuotas de género, raza, religión y grupos vulnerables, como medida para promover

la diversidad? Al igual que Sandel, pienso que la diversidad

es algo que debemos buscar y que siempre será valiosa. Entre otras cosas, debido a que la diversidad genera autodistanciamiento: poder dialogar desde la diferencia siempre ayudará

a que progresemos moralmente (e.g., poniendo a prueba nuestras convicciones, recibiendo muchas veces mejores ar-

gumentos de los que nosotros ofrecemos, percatándonos de

nuestros errores, etcétera). No obstante, la pregunta relevante aquí es otra: ¿es moral y políticamente correcto discrimi-

nar para fomentar la diversidad? El costo es muy alto. Las discriminaciones, sean negativas o positivas, son injustas e

inequitativas. Pero, ¿acaso no nuestro problema inicial era 112

9. LA LÓGICA DEL TRATO PREFERENCIAL

justamente la inequidad y la injusticia? Los comunitaristas y republicanos —como el propio Sandel—, han cambiado de

tema: no se percatan de que las discriminaciones positivas

siguen operando bajo la lógica de la discriminación negativa: la del trato preferencial; compensando con inequidades, por

ejemplo, problemas históricos (e.g., la culpa blanca en Estados Unidos). Cabría hacerle una pregunta a los defensores de la

discriminación positiva como promotora de la diversidad: ¿acaso no habrá otras formas, no injustas, de promover lo mismo?

Pero aquí no terminan los problemas. No debemos cam-

biar de tema: nuestra preocupación es la inequidad en tanto injusta. Y sobre este punto los comunitaristas y los republicanos se han equivocado. Ellas y ellos suelen criticar al liberalismo por su incapacidad para unir a los ciudadanos en un

proyecto político común. Han afirmado que el liberalismo no fomenta las virtudes cívicas necesarias para el autogobierno

que implica una sociedad democrática: «[…] a pesar de su atractivo, la visión liberal de la libertad carece de los recursos

cívicos necesarios para sustentar el autogobierno. La filosofía pública conforme a la que vivimos no puede asegurar la liber-

tad que promete, porque no puede inspirar la conciencia de comunidad y la implicación cívica que esa libertad requiere» (Sandel, 2005, p. 11).

Pero esto es falso. En primer lugar, ellos, al fomentar la

importancia política de las identidades grupales y comuni-

tarias, son los que resquebrajan tarde o temprano la unidad

social. Las diversas comunidades (minorías o grupos) optan 113

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

por un proyecto político singular, con demandas singulares.

Cada quién termina velando por su propio santo. Esa defensa de la comunidad —que muchas veces es una forma velada

de xenofobia y endogamia— es la que termina haciéndonos incapaces de participar en un proyecto político que una y vele por todos nuestros más variados intereses.

El trato preferencial busca remediar, a partir de agendas

políticas parciales e interesadas, fallos del Estado en la pro-

curación de equidad a sus ciudadanos. ¿Acaso no deberíamos

buscar, más bien, terminar con la inequidad sin más: sea ésta de género, raza, clase, religión, etc.? Pero para ello las

identidades comunitarias estorban: todos antes somos huma-

nos, que negros, blancos, amarillos, cristianos, protestantes, judíos, musulmanes, mujeres, hombres, jóvenes, viejos... El

correlato liberal de las identidades grupales y comunitarias

es el cosmopolitismo. Les pregunto a los activistas, ¿acaso no somos todos simplemente ciudadanos del mundo?

Hay una razón adicional contra la discriminación posi-

tiva: discriminar positivamente puede generar problemas posteriores. Imaginemos que, con un objetivo compensatorio,

eximo del pago de impuestos a un grupo vulnerable. Después

de cierto tiempo de que la acción afirmativa haya entrado en vigor, uno podría preguntarse: ¿hasta qué momento podemos volver a cobrar impuestos a dicho grupo? El problema

es que no es nada fácil revertir una discriminación positiva. Y los problemas que podemos tener al tratarla de revertir son

impredecibles, pues supongo que dicho grupo vulnerable luchará porque dicha acción nunca sea revertida. 114

9. LA LÓGICA DEL TRATO PREFERENCIAL

Sé que en México los argumentos que he presentado son

políticamente incorrectos. Hemos vivido y seguimos viviendo

todos los días problemas de inequidad, principalmente de gé-

nero y de clase social, aunados a una tremenda desigualdad económica. Los grupos de activistas hacen una buena parte del trabajo que le corresponde al gobierno: velar por los inte-

reses de los menos favorecidos. Sin embargo, pienso que esta estrategia no erradicará nunca el problema. Para erradicarlo debemos unir frentes, y como ciudadanos unirnos en un

proyecto político común que combata la inequidad sin más. Para ello no son suficientes los esfuerzos individuales o grupa-

les. Estos esfuerzos velan por una agenda política particular, cuando lo que necesitamos es una agenda política común. Se trata de lograr que la estructura básica de nuestra sociedad impida permanentemente la inequidad. ¿Mucho trabajo? Sí, y más vale que los hagamos todos en conjunto.

115

10. Democracia y soberanía El éxito de a democracia no consiste únicamente en disponer de la más perfecta estructura ins-

titucional imaginable. Depende ineludiblemente

de nuestros patrones reales de conducta y del funcionamiento de las interacciones políticas y sociales. No hay esperanza de confiar el

asunto en las manos «seguras» del virtuosismo puramente institucional. La operación de las

instituciones democráticas, como la de otras instituciones, depende de las actividades de los

agentes humanos que utilizan las oportunidades para las realizaciones razonables.

Amartya Sen, The Idea of Justice (2009, p. 354). Quizá conozcan la historia. En Creta, el día del solsticio de verano, a mediados de junio, tres ancianos —un ateniense que va camino de la gruta de Zeus, el cretense Clinias de Cnosos y

el lacedemonio Megilo— discuten sobre las causas del fracaso

de la confederación doria y los principios de la organización estatal:

117

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

AT.-Bien, en las ciudades debe haber gobernantes pero también gobernados, pienso. CL.-En efecto. AT.-Ya. ¿Cuáles y cuántos serán los títulos que habilitan a gobernar y ser gobernado, tanto en las grandes ciudades o en las pequeñas como, de la misma manera, en las familias? ¿Acaso no será uno el del padre y la madre? ¿Y, en general, que los padres gobiernen a sus hijos no sería un principio correcto en todos lados? CL.-Y mucho. AT.-El que sigue a éste es que los nobles gobiernen a los plebeyos y, además, sigue a éstos en tercer lugar que los más viejos deben regir y los más jóvenes ser regidos. CL.-Efectivamente. AT.-Y cuarto, también, que los esclavos sean gobernados y que los amos gobiernen (Leyes 690a-b).

Así, las Leyes, el diálogo tardío de Platón, es el intento más antiguo que ha llegado hasta nosotros de organizar el sistema jurídico de acuerdo con principios racionales. Y en el

fragmento que acabamos de recordar, Platón se pregunta por primera vez en la historia del pensamiento occidental quién

ha de gobernar. La respuesta que pone en boca del ateniense podría resultar hoy en día escandalosa: «los amos gobiernan,

los esclavos son gobernados». Su argumento analógico pare-

cía —al menos a un griego del siglo cuarto a.C.— persuasivo: P1. En las ciudades hay gobernantes y gobernados. P2. Los padres gobiernan a sus hijos.

P3. Los nobles gobiernan a los plebeyos. P4. Los viejos gobiernan a los jóvenes. 118

10. DEMOCRACIA Y SOBERANÍA

P5. Los amos tienen una relación con los esclavos similar a la que tienen los padres con sus hijos, los nobles con los plebeyos, y los viejos con los jóvenes.

C. Los amos deben gobernar a los esclavos. La relación que se afirma en la premisa quinta es dispar. Así como los padres educan a sus hijos por autoridad y experien-

cia, así como ha de esperarse que los viejos se conduzcan de mejor modo que los jóvenes, así los amos gobernarán a los

esclavos. El argumento no es bueno, pero —repito— para los griegos de su época era persuasivo.

No obstante, la importancia de las Leyes no consistió en-

teramente en las respuestas que brindaba Platón, sino en la

formulación de muchas preguntas. La pregunta «¿quién ha de gobernar?» y preguntas derivadas de ella (e.g., ¿cuál es el fundamento de la autoridad política?), guiaron la discusión

filosófica durante los siglos posteriores. Y a dicha pregunta

se ofrecieron innumerables respuestas: los mejores, los más sabios, el gobernante nato, quien domine el arte de gobernar, la voluntad general, la raza de los amos, los trabajadores industriales, el pueblo, etcétera.

Hasta aquí cabría preguntarse —no si Platón tenía razón

en su respuesta (la cual incluso suena a nuestros oídos modernos fuera de lugar y políticamente incorrecta)— si dicha

pregunta es la fundamental en la política, si no hay preguntas más importantes que la antecedan y, de ser el caso, si las res-

puestas a dichas preguntas determinarían o no el cauce de la respuesta sobre quién ha de gobernar.

119

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

Una concepción y aproximación a la política distintas a

las platónicas fueron formuladas por John Stuart Mill en su célebre ensayo On Liberty:

Este ensayo no trata de la llamada libertad de la volun-

tad, que con tan poco acierto suele oponerse a la mal titulada doctrina de la necesidad filosófica, sino que se

ocupa de la libertad civil o social: la naturaleza y los

límites del poder que la sociedad puede ejercer legíti-

mamente sobre el individuo. / Una cuestión rara vez planteada y, en términos generales, apenas discutida, pero cuya presencia latente tiene una influencia medular

en los debates cotidianos de nuestra época y sin duda pronto será reconocida como la cuestión vital del futuro (1859, p. 73).

Desde un inicio, Mill opone a la pregunta platónica de «¿quién ha de gobernar?», otra: ¿qué limites deben tener las acciones de un gobierno respecto a la libertad de sus gobernados? Mill parece percatarse que la cuestión no es quién gobierne, sino

limitar al gobierno. Así, Mill asume el liberalismo poniendo énfasis en la libertad civil por encima de la soberanía.

Concebir la pregunta «¿qué limites debe tener el gobier-

no y los gobernantes frente a las libertades civiles de sus gobernados?» como anterior y más relevante a la pregunta «¿quién ha de gobernar?», pone ya en entredicho el concepto

mismo de «soberanía». Si debemos, ya sea a priori o a poste-

riori, disponer de controles sobre la autoridad del gobierno y los gobernantes, la soberanía —como mínimo— debería replantearse. 120

10. DEMOCRACIA Y SOBERANÍA

En la actualidad, suele definirse soberanía como la auto-

ridad suprema dentro de un territorio. Esta definición señala

ya algunos aspectos importantes del concepto. En primer lugar,

que el que ostenta la soberanía posee autoridad, en particular el derecho de mandar y ser obedecido. Tal «derecho» connota

legitimidad. Así, quien ostenta soberanía tiene una autoridad

derivada de alguna fuente reconocida de legitimidad. En otros

tiempos, dicha fuente de legitimidad derivaba de la ley natural, el mandato divino, la herencia, la constitución, incluso del dere-

cho internacional. En la actualidad, suele considerarse al cuerpo de leyes la fuente de la soberanía. Otro aspecto relevante en la definición tiene que ver con la supremacía de la autoridad. La

soberanía, así, no es mera autoridad, es autoridad suprema. Un último aspecto que señala la definición es la territorialidad.

Ahora bien, el concepto de «soberanía» ha generado al-

gunos problemas: en particular, referentes a quién es el que

ostenta o debería ostentar la soberanía, al grado en el que la soberanía puede ser considerada absoluta, y a las diferencias y relaciones entre la soberanía interna y externa.

Al margen de estas discusiones, Karl Popper se percató

que el concepto mismo de soberanía parecía implicar «no vigilancia»:

Quienes creen que la antigua pregunta [«¿Quién debe

gobernar?»] es fundamental aceptan tácitamente que el poder político es «esencialmente» un poder que no debe ser vigilado. Piensan que alguien tiene el poder…, ya sea

un individuo o un cuerpo colectivo, como, por ejemplo, una clase gobernante. Y dan por sentado que quien tiene

121

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

el poder puede hacer casi todo lo que le plazca y, especialmente, que puede reforzar cada vez más su poder,

y con ello convertirlo a algo cercano al poder ilimitado o no sujeto a vigilancia. Suponen que el poder político, esencialmente, es soberano. Si se acepta esta suposición,

entonces, en verdad la única pregunta pertinente que hay que hacer es la siguiente: «¿Quién tendrá la suprema soberanía?» (1985, p. 342).

Popper señala que quien acepta este supuesto defiende una teoría de la soberanía, la cual defiende implícita o explíci-

tamente que el poder político está prácticamente exento de control y vigilancia, o que así debería serlo. Así, para los de-

fensores de la teoría de la soberanía sólo restaría poner el poder en las mejores manos.

Contra este concepto de soberanía, Popper esgrime un par

de argumentos: uno empírico y uno lógico. Con respecto al argumento empírico, Popper simplemente señala que ningún

poder político se ha ejercido jamás sin control ni vigilancia, y que nunca podrá haber un poder político absoluto e irrestricto, por lo que una teoría de la soberanía es a lo sumo irrealis-

ta. El argumento lógico es mucho más fuerte. Su conclusión: todas las teorías de la soberanía son paradójicas:

El hombre libre […] puede ejercer su libertad absoluta; primero, definiendo las leyes, y en última instancia,

hasta desafiando la libertad misma y clamando por un

tirano. No se trata de una remota posibilidad; esto ha

pasado muchas veces; y cada vez que ha sucedido ha puesto en una situación intelectual desesperada a todos

los demócratas que adoptan, como la base primordial 122

10. DEMOCRACIA Y SOBERANÍA

de su credo político, el principio del gobierno de la mayoría o una forma semejante del principio de la soberanía. Por una parte, el principio que han adoptado

les exige oponerse a todo lo que no sea el gobierno de la

mayoría y, por tanto, a la nueva tiranía; por otra parte, el mismo principio les exige que deban aceptar cual-

quier decisión que haya tomado la mayoría y, por tanto,

aceptar el gobierno del nuevo tirano. La incongruencia de su teoría, por supuesto, debe paralizar sus acciones (1985, p. 344-345).

El argumento de Popper señala que la democracia y la soberanía tomadas en conjunto son de suyo paradójicas: la mayoría puede elegir libremente la tiranía. Por ende, no puede

confiarse, si se desea combatir la tiranía, de manera absoluta en el poder soberano de quien gobierna (sea éste un solo hombre, muchos, o sea la mayoría).

La propuesta popperiana, frente a la paradoja, resulta al

menos interesante, pues queda pendiente demostrar si es posible una teoría del control democrático que esté libre de la paradoja de la soberanía:

Quien acepte el principio de la democracia [i.e., crear,

desarrollar y proteger instituciones políticas que eviten la tiranía] […] no buscará en el resultado de las votacio-

nes democráticas la expresión autorizada de lo justo o lo correcto. Si bien acatará, para que puedan funcionar bien

las instituciones democráticas, una decisión de la mayoría, se sentirá libre para combatir por medios democráti-

cos incluso esta decisión mayoritaria, y para trabajar con el propósito de revisarla (1985, p. 348).

123

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

Así, para Popper, la democracia es incompatible con la sobera-

nía: democracia con soberanía darían lugar a la tiranía de las

mayorías. En última instancia, Popper es cercano a Jouvenel y a Maritain, quienes creen que incluso deberíamos abandonar

definitivamente el concepto. Democracia sin soberanía daría

lugar, por el contrario, a una democracia como «el gobierno por discusión», según lo señaló recientemente Amartya Sen. La posibilidad siempre posible del disenso, y los mecanismos

internos de la democracia para disentir y atacar las decisiones de la mayoría, serán los únicos medios para combatir la tiranía y los malos gobiernos.

No obstante, Popper no resuelve el problema central, y

cree que es irresoluble: «no existe un método a prueba de tontos para evitar la tiranía». Y seguramente tenía razón.

124

Argumentación e incertidumbre A modo de conclusión

Nuestros conceptos de «razón» y «racionalidad» han sufrido

duros reveses: para los escépticos, dogmáticos, subjetivistas,

relativistas, posmodernos, racionalistas…, o bien la razón cumple con los estándares más estrictos, con las más altas exigencias que nuestra mente logre imaginar o desear, o bien

debemos prescindir por completo de la razón. Recordarás con seguridad la dura imposición cartesiana a nuestra racionalidad al inicio de la primera de las Meditaciones:

He advertido hace ya algún tiempo que, desde mi más temprana edad, había admitido como verdaderas muchas opiniones falsas, y que lo edificado después sobre cimientos tan poco sólidos tenía que ser por fuerza muy

dudoso e incierto; de suerte que me era preciso emprender seriamente, una vez en la vida, la tarea de desha-

cerme de todas las opiniones a las que hasta entonces

había dado crédito, y empezar todo de nuevo desde los fundamentos, si quería establecer algo firme y constante en las ciencias […] Ahora bien, para cumplir tal desig-

nio, no me será necesario probar que son todas falsas, lo que acaso no conseguiría nunca; sino que, por cuanto la razón me persuade desde el principio para que no dé

125

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

más crédito a las cosas no enteramente ciertas e indudables que a las manifiestamente falsas, me bastará para

rechazarlas todas con encontrar en cada una el más pequeño motivo de duda (AT VII, 17-18; énfasis añadido).

Así, Descartes pensó que bastaba encontrar un mínimo atisbo de duda en cualquiera de sus creencias para abandonarla: i.e.,

una condición suficiente para rechazar una creencia como no fundada era encontrar una posibilidad lógica que le hiciera dudar de ella. La posibilidad de que nuestros sentidos nos

engañen, de que estemos soñando, o de que un genio malig-

no nos esté timando, fueron un imaginario lógico suficiente para que Descartes rechazara todas sus creencias que tuvieran como fuente la percepción sensorial o el uso de su razón.

Fueron tan altas las exigencias a las que Descartes sometió a la racionalidad humana que pronto se quedó solo, encerrado

en sus pensamientos, en el más cruel de los solipsismos, del que sólo pudo sacarlo su dios benevolente.

Este patetismo de la irracionalidad es expresado sin recato

por Schelling en sus Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad humana:

Esta es la tristeza inherente a toda vida finita, e incluso si hay en Dios una condición al menos relativamente

independiente, es también una fuente de tristeza, que, empero, nunca se hace efectiva, sino que sólo está al servicio de la eterna alegría de la superación. De ahí el

velo de tristeza que se extiende sobre toda la naturaleza, la profunda e inquebrantable melancolía de toda vida (VII, 399).

126

ARGUMENTACIÓN E INCERTIDUMBRE. A MODO DE CONCLUSIÓN

Para Steiner (2005, p. 11), Schelling atribuye a la existencia humana una pesadumbre (Schwermut) ineludible, una tristeza

en la que se apoyan tanto la conciencia como el conocimiento, y que es el fundamento de toda percepción y proceso mental. Así, se termina por sospechar de la razón misma.

También contemplamos la estela del cartesianismo

a lo largo y ancho de la modernidad. Se encuentra en el pensamiento matematizante lebniziano, y en sus paradojas sobre la libertad humana; en el intento geométrico de Spinoza

por fundamentar la ética; en las distinciones empiristas entre

el conocimiento a priori y a posteriori, y entre enunciados y juicios analíticos y sintéticos; en el escepticismo teórico de

Hume, y sus críticas a la razón, y a las nociones de causalidad e inducción; en el intento kantiano de fundamentar, a través

de la razón pura, a la ética; en la Aufhebung hegeliana, y

sus aspiraciones de un sistema absoluto y totalizante; en el proyecto logicista de Frege y Russell; en el intento de una

construcción (Aufbau) lógica del mundo de Carnap; en el emotivismo moral y estético de los positivistas lógicos; así como en la norma del «todo vale» que rige a las más variopintas especulaciones posmodernas.

Todos estos proyectos e intentos tienden a compartir un

concepto común de razón, un concepto austero, cuyo mode-

lo de funcionamiento es el algoritmo. Este concepto austero de razón es el que desencadena la no pocas veces incontenible irracionalidad: se piensa que o bien disponemos de

una razón austera —con modelos certeros para construir y

reconstruir conceptos, criterios fijos, precisos y generales para 127

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

argumentar, y programas fundamentalistas de justificación—, o no nos queda más que el «todo vale» y sus versiones más

enconadas: el escepticismo y el relativismo. Estos programas

racionalistas, deductivistas y fundamentalistas buscan excluir por completo a la incertidumbre, y reducirse a lo indubitable,

al cálculo exacto y al respaldo necesario de conclusiones. Sin

embargo, no hay por qué aceptar de inicio la alternativa del «todo o nada», pues parece que:

Encontramos racionalidad en donde encontramos argumentación, y ésta se dice de muchas maneras: hay diferentes esquemas argumentales y varias posibilidades

de formular un ataque argumental o de respaldar una conclusión. Así, eliminar de la razón, como requisitos

necesarios, atributos tales como «criterios precisos, fijos y generales» o «creencias últimas en tanto fundamentos»,

y vincularla a la delicada aventura de los ciclos argumen-

tales despide un concepto austero de razón, una razón cierta de sí en tanto singular, homogénea, demarcada,

con relaciones exclusivamente necesarias. Pero no despi-

de a la razón. Por el contrario, le da la bienvenida a un concepto enfático de razón e invita a vivir con su incertidumbre, a enfrentarnos sin cesar a ella (Pereda, 1994b, pp. 9-10).

Ecos de una posición que no excluye a la incertidumbre de

la razón los encontramos también en la historia: está en el

pensamiento moral aristotélico que asume a la incertidumbre como un componente esencial de la vida moral, donde el hombre prudente y culto asume esa realidad, y en el que la 128

ARGUMENTACIÓN E INCERTIDUMBRE. A MODO DE CONCLUSIÓN

prudencia (phrónesis) se concibe como el medio ideal para administrar dicha carencia de certezas. Está también en el alega-

to en pro del «espíritu de fineza» (esprit de finesse) pascaliano, y en su oposición al «espíritu geométrico» (esprit de géométrie).

Y, en Kant, se aloja en el concepto de «juicio reflexionante» (reflektierenden Urteilskraft), con el que deseaba mostrar que el ser humano es un racionalizador vagabundo, y lo ejemplifi-

caba perfectamente en las particularidades de nuestros juicios estéticos y el libre juego de nuestras facultades. Carlos Pereda recuperó recientemente estas intuiciones bajo el concepto de

«razón enfática»: aquélla que admite el lenguaje figurado, la probabilidad, que toma en cuenta la historia de los conceptos

y de los términos, y que considera relevante quién dice una cosa y a quién la dice.

De este modo, no resultará extraño que se pueda afirmar

hoy sin vaguedades que la defensa de «la incertidumbre de la

razón [es] en la mejor defensa de la razón: la defensa de una razón enfática pero sin falsas ilusiones de seguridad y, por eso

mismo, sin desengaños suicidas» (Pereda, 1994b, pp. 11-12).

Y también que, en la actualidad, la argumentación ya es el nuevo paradigma de la razón humana, lo que quizá constitu-

ya una de las mayores revoluciones dentro del pensamiento occidental (Jales Ribeiro, 2012, pp. 11).

Con la argumentación sucedió algo muy similar que con

nuestro concepto de «razón»: se pensó que «o la argumenta-

ción es singular, se reduce a la deducción, en general, a un algoritmo, o no es más que un plural de formulaciones verba-

les regidas por varios deseos (deseos de expresarse deseos de 129

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

estar con otros, deseos de pasar el tiempo de algún modo…)

y nada más» (Pereda, 1994b, p. 10). De ser así, la mayoría de los casos que solemos considerar como argumentación no lo

serían. Por ejemplo, nuestras argumentaciones entre amigos,

entre familia, así como nuestras argumentaciones morales y políticas, e incluso gran parte de las argumentaciones cientí-

ficas no poseerían un adecuado respaldo racional. Todo ello se reduciría a simple retórica; entendiendo por ésta la decoración o el revestimiento verbal guiados por el azar.

Quizá sea esto lo que explique la negligencia histórica y fi-

losófica con respecto a la teoría de la argumentación. Algo que no sucedió con el desarrollo de la lógica formal. Es por ello que la teoría de la argumentación es de cuño reciente. No fue hasta a mediados del siglo pasado, con la aparición en 1958 de The

Uses of Argument de Stephen Toulmin y el Traité de l’Argumentation de Perelman y Olbrechts-Tyteca, que los estudios sobre nuestros

intercambios argumentativos ordinarios recibieron una atención

independiente. Merecen también la atención los trabajos de

Hamblin, Johnson y Blair, Walton, y van Eemeren y Grootendorst. La principal pregunta que buscan responder los teóricos

de la argumentación es de índole normativa: ¿qué hace que un argumento sea un buen argumento? Para ello, se han tratado de desarrollar teorías lo más completas posibles que per-

mitan, o capturar la normatividad de nuestros intercambios argumentativos ordinarios, o establecer ciertos criterios sobre los cuales se deban construir nuestras argumentaciones. Aquí

radica ya una primera división entre las distintas teorías de la argumentación: algunos teóricos se concentran en el carácter 130

ARGUMENTACIÓN E INCERTIDUMBRE. A MODO DE CONCLUSIÓN

normativo de la teoría de la argumentación, centrada en la

evaluación de argumentos; y otros en el carácter normativo

de la práctica argumentativa, pues el argumentar presupone

normas. Las tendencias más recientes lo que buscan es dar cuenta de la primera a través de la segunda.

Sin embargo, el problema es añejo. Aristóteles mismo ya

se había percatado que en nuestro natural y ordinario ejerci-

cio de dar y recibir razones se traslapan distintas dimensiones del argumento: logos, ethos y pathos. Para ello diseñó distintas

herramientas que dieran cuenta de dichas dimensiones: la ló-

gica, la dialéctica y la retórica. Para el aristotelismo posterior,

la pluralidad metodológica aristotélica, que toma en cuenta tanto la naturaleza del objeto de discusión como los intereses teóricos y prácticos de los participantes en el debate, está ga-

rantizada por la falta de reduccionismo con la que el Estagirita pensó al ser humano: pues éste no es sólo razón, y los recursos de la razón no agotan la totalidad de los recursos del hom-

bre. Así, los avances en la capacidad dialógica consisten en un progresivo ensanchamiento del horizonte: la inteligencia humana no es sólo razón, es también intelecto; y para per-

suadir no basta razonar bien, pues también hay que infundir

confianza y establecer sintonía emotiva. Aristóteles lo sabía:

la verdad no basta, tampoco el mejor argumento visto desde una estricta dimensión lógica, pues al menos son débiles en

dos sentidos: (a) es posible tener la verdad, y es posible dispo-

ner del mejor argumento, y no hacerlo valer (¿cuántas veces

no hemos sufrido el hecho de tener la razón y que no nos crean o no logramos convencer a nuestro interlocutor?); y (b) 131

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

incluso con la verdad y con los mejores argumentos, también se puede maleducar, desinformar y corromper.

En la actualidad, dicho problema persiste: se trata de

brindar una teoría sistemática que responda por la pregunta normativa que nos hace considerar algunos argumentos como

buenos y otros como malos, pero sin caer en un enfoque re-

ductivo. Este problema fue bautizado por Johnson como «el problema de la integración» (2000, p. 191). Sin embargo, los

teóricos de la argumentación se han concentrado en uno u otro de los enfoques, tratando de responder a la pregunta normativa

desde uno solo, creyendo que es posible reducir la normatividad de todas las dimensiones del argumento a una sola.

Por ejemplo, el clásico Introduction to Logic (1953) de Copi se

concentró en la dimensión lógica del argumento. Algunas de las críticas más habituales a las que ha sido sometido el enfoque de Copi tratan de hacer ver la necesidad de concebir a nuestros argu-

mentos como situados; i.e., la buena o mala argumentación, para poderla considerar de uno u otro modo, tiene una alta dependen-

cia contextual. Por lo mismo, aunque Copi avanza en el análisis de la dimensión lógica de nuestras argumentaciones, muchas de las herramientas que nos brinda son limitadas para el análisis de

nuestros intercambios argumentativos ordinarios. Algunas de las falacias tipificadas por Copi no es fácil considerarlas como tales en determinados contextos: e.g., una falacia bien puede tener un alto poder retórico, una falacia de relevancia bien puede no ser

tal considerada en el contexto dialógico, o bien muchos de los

esquemas argumentativos que nos permiten clasificar falacias son los mismos que funcionan para argumentos no falaces. 132

ARGUMENTACIÓN E INCERTIDUMBRE. A MODO DE CONCLUSIÓN

Algo similar sucede cuando nos concentramos ya sea

en la dimensión dialéctica (como lo hizo la escuela pragma-

dialéctica de van Eemeren y Grootendorst) o en la retórica (como lo hicieran originalmente Perelman y Olbrechts-Tyteca,

y más recientemente Tindale y Gilbert). Por ello, quizá una de las tareas necesarias de la teoría de la argumentación hoy siga consistiendo en brindar una teoría no reductiva que permita responder a la pregunta normativa.

Quizá el concepto que integre los diversos elementos

que deben considerarse en una teoría unificada de la argumentación sea el de «práctica». Así lo intuye Carlos Pereda en un texto reciente: «Propongo que indagar en qué consiste

argumentar en cuanto práctica (y no, por ejemplo, en cuanto diversas conexiones entre enunciados, o en cuanto un tipo de

acto de habla) es adoptar la perspectiva más rica y más abar-

cadora sobre el argumentar» (2010, p. 47). Siguiendo esta línea, termino con una serie de sugerencias e insinuaciones a este respecto, más que con los esbozos de una posible teoría.

En primera instancia, podemos decir que son condicio-

nes necesarias del concepto de práctica las siguientes: (1)

uno o varios agentes; (2) los propósitos constitutivos de dicha práctica, y los propósitos particulares de quien o quienes

la realizan; (3) los medios tanto internos como externos de

los que se echa mano para cumplir con los propósitos; (4) los modos de una práctica, que surgen de la interrelación de los propósitos y los medios; y (5) los recursos de los que

dependen los medios, y que a su vez dependen de contextos naturales y sociales.

133

VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

A partir de estas condiciones —agentes, propósitos, me-

dios, modos y recursos— quizá sea posible incorporar los distintos elementos de la argumentación. Como materia-

les internos, tendríamos a las condiciones (2), (3) y (4). Con respecto a la segunda —los propósitos—, podemos

conformar el siguiente entorno conceptual que atiende al elemento de las consecuencias de nuestras argumentacio-

nes: convencer, convencerse, deslumbrar, dominar, hacer patente, modificar creencias, persuadir, resolver conflictos, tratar problemas, etc. Con respecto a la tercera condición, los propósitos se logran a través de ciertos medios. De ahí un nuevo entorno conceptual que puede incluir: abducción,

atacar propuestas, apoyar creencias, concluir, deducción, inducción, inferir, inferencias, premisas, problemas, etc. Estos medios pueden ser externos o internos. Los externos

atienden a los elementos que constituyen lo que llamamos el «contexto argumentativo» (al menos a una parte de éste):

al terreno común de la argumentación. Por su parte, los medios internos están articulados por una conexión de enunciados que vinculan las premisas a una conclusión, lo cuales recupera el elemento del argumento en sí mismo.

Un último material interno nos lo da la cuarta condición, o los modos, de lo que surge un último entorno conceptual

integrado por: alegato, conversar, debate, dialogar, discrepar, discutir, impugnar, meditar, reflexionar, etc. Esta condición también recupera partes importantes del contexto

argumentativo, pues no siempre se argumenta del mismo modo (ni bajo las mismas reglas). 134

ARGUMENTACIÓN E INCERTIDUMBRE. A MODO DE CONCLUSIÓN

Como materiales externos, tenemos a la primera y a la

quinta condiciones: al agente y a los recursos. Una teoría de las

virtudes argumentativas recupera los aspectos relevantes del

agente en las prácticas argumentativas, no obstante que las relaciones entre los agentes y las prácticas suelen ser demasia-

do complejas. Con respecto a la quinta condición, los agentes cuentan con diversos recursos tanto físicos como psicológicos

que, al menos en parte, dependen de su herencia natural. No obstante, a un agente también lo condiciona su herencia cultural articulada en su historia pasada y en su medio circun-

dante. La relación entre un agente y sus recursos es bastante compleja, pues el agente se conforma condicionado por una gran cantidad de recursos que el agente mismo rehace en par-

te. Esta última condición, como puede verse, integra aún más aspectos del contexto argumentativo.

Así, una teoría de la argumentación desde las prácticas ar-

gumentativas parece integrar todos los aspectos y elementos

relevantes para tratar de articular una respuesta a la pregunta normativa inicial: ¿qué hace de un argumento un buen argumento? Sin embargo, la tarea para los teóricos de la argumentación aún sigue pendiente.

Concluyo. Si oponemos un concepto de razón enfática

al concepto moderno de razón austera, y también oponemos un concepto plural de argumentación al monismo de-

ductivista, entonces se genera un vínculo necesario entre

racionalidad y argumentación. El ejercicio de la razón no

sería, entonces, otra cosa que la tarea de dar argumentos de varias clases y en varios niveles, siempre dependiendo del

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VIRTUDES ARGUMENTATIVAS. CONVERSAR EN UN MUNDO PLURAL

objeto de estudio y de debate, y de nuestros intereses tanto teóricos como prácticos.

Así, la teoría de la argumentación —como un trabajo mul-

tidisciplinario en el que confluyen las ciencias de la comuni-

cación, la lingüística, la semántica, la pragmática, la lógica informal y formal, la lógica dialéctica, la pragma-dialéctica, la psicología, la epistemología, la filosofía de la ciencia y las ciencias cognitivas— puede tener ya un lugar adecuado den-

tro del panorama del conocimiento humano; y uno sin duda muy importante. No obstante, es una disciplina joven y en transición.

Como te lo propuse, debemos considerar diversos elemen-

tos si deseamos una teoría unificada de la argumentación: al agente argumentativo, a los argumentos considerados en sí mismos, a los efectos diversos que tienen nuestras argumen-

taciones, así como al contexto argumentativo. También he propuesto que el concepto de «práctica» puede ser el elemento

unificador que nos lleve en un futuro a contar con una teoría unificada de la argumentación. Pero el trabajo, como en casi cualquier disciplina cognitiva nueva, está aún por hacerse.

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