Virgilio, Eneas y el cumplimiento de lo perceptivo

July 29, 2017 | Autor: Anto Destéfano | Categoría: Iconography, Eneida de Virgílio Canto I
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Descripción





Eneida, Libro XI pág. 381
Eneida, Libro VI pág. 203.
Eneida, Libro XII pág.443

Eneida, Libro VI pág. 207.

Virgilio, Eneas y el cumplimiento de lo preceptivo

DANTE ALIGHIERI, Canto Primero, Infierno, Divina Comedia.

Introducción
En este texto se reflexionará en torno al poder de la imagen como sede de determinados objetivos predefinidos al momento de la creación, los cuales son transferidos directamente a la sensibilidad del espectador por medio del placer estético. Siguiendo esta línea, se analizará el hospedaje que la imaginería de la Eneida, epopeya latina escrita por el poeta Virgilio entre 29–19 a.C., brindó a los fines patrióticos de la Roma augusta, por medio de la utilización de un corpus de objetos plásticos estrechamente ligados a La Eneida y citas provenientes de dicho poema. Las obras de arte seleccionadas pertenecen a momentos históricos diversos y, además, se ha tenido la intención de acaparar obras en soportes variados (escultura, pintura de tabla, moneda, pintura de techos, relieve, grabado) para que la aplicación de los supuestos que se manejan en este ensayo no sea restringida sino que, por el contrario, se expanda. Es interesante descubrir, así, a medida que se profundiza en el tema, cómo cada pasaje de La Eneida fue transpuesto en diversos soportes y tratado desde diferentes puntos de vista a lo largo de la historia del arte.
Genetrix
Existe el cuestionamiento acerca del lugar en el que debe ser exhibida una pieza: podríamos colocar el denario que vemos a continuación en un museo histórico, tanto como en uno arqueológico, o bien de arte. En el anverso de este objeto se observa el ornado perfil de la diosa Venus, y en el reverso, una iconografía que es central en la imaginería del héroe Eneas: el troyano carga a su padre Anquises, quien porta los dioses Penates. Elegí realizar una breve aproximación a este objeto antiguo porque contiene una representación clave en el recorrido argumentativo que realizaré en las páginas venideras. Si bien el denario era, en el contexto histórico y económico del siglo I de nuestra era, un objeto de uso, es inevitable cuestionar cómo veían los ciudadanos romanos dicho objeto. Servirse del estudio de la iconografía y las fuentes escritas pueden acercarnos respuestas a esta cuestión.


Denario de plata de Julio César, año 47 a.C.
"Genetrix" (madre) es uno de los epítetos que acompaña el nombre de Venus: principalmente, en ocasiones en las que la intención es mostrarla como ancestro del pueblo romano. Como madre del mítico Eneas, héroe por excelencia que guió a los troyanos al Lacio tal como los dioses se lo solicitaron, Venus juega un importante papel a la hora de legitimar el poder de los césares, puesto que la familia Julia de Roma ("Julo" es uno de los nombres asociados a Ascanio, el joven hijo de Eneas y Creúsa la troyana, su primer mujer) se considera perteneciente al linaje divino de Eneas.
En el anverso de este denario, la diosa, parece encontrarse serena y complacida con la actualidad romana que vio acuñarse la superficie en la que su perfil fue plasmado: tan solo un año antes Julio César había derrotado a Pompeyo en la Batalla de Farsalia, y en el 47 a.C., el emperador había entrado en Egipto y conquistado Alejandría. Gaius Iulius Caesar es el nombre que se encuentra resumido en el reverso del denario. Este nombre podía sugerir a los contemporáneos variedad de ideas: idea de poder absoluto, fortuna, guerra, legislación, tiranía, entre otras que la conciencia histórica del lector pueda agregar; pero existe un modo mayor de concentrar dicha variedad en una única superficie, como la de este denario, el cual se estima debió haber sido el producto de una jornada laboral entera para el trabajador raso, por lo que a grandes rasgos se puede inferir que dicha moneda de plata se encontraba destinada a ser observada, apreciada, y hasta decodificada por muchos), y es la imagen. En este caso, Eneas huye del incendio y la devastación de Troya, cargando lealmente a su padre Anquises (y, la mayoría de las veces, también lleva tomado de la mano a Ascanio, representando tres generaciones troyanas que emprenderán el viaje hacia la actual Italia), quien transporta consigo los dioses Penates, protectores de su hogar y su familia, y el Paladio, estatua de madera que representa a la diosa Atenea y cuyos atributos son la lanza y la rueca. Todos estos símbolos juegan un importante papel en la formación de la identidad romana y colocan como protagonistas indiscutidos a la piedad filial, el respeto por los ancestros y la trascendencia de los linajes, lo cual alcanzaría su significación máxima en el poder de César y Augusto. Este último fue, de hecho, quien encomendó al poeta Virgilio escribir La Eneida para mayor gloria del imperio e, indudablemente, personal.
Antes de comenzar a recorrer la historia de los avatares del héroe Eneas, es útil contemplar un fresco del camerino de la Villa Farnese (1595), ideado y ejecutado por Aníbal Carracci. Allí, entre las historias de amoríos de los dioses hallamos a Venus y Anquises.

Aníbal Carracci, Venus y Anquises, 1597-1602, fresco, Palacio Farnese.
El padre de Eneas, Anquises, descendía de Tros, rey de Troya, del cual la ciudad situada en Asia Menor recibía su nombre y por lo que pasó a ser miembro de la familia real troyana. La diosa Venus lo sedujo, ocultando su verdadera naturaleza, y yacieron juntos en varias oportunidades, hasta que Venus le reveló la verdad y le solicitó a Anquises que no hiciera alarde de su romance, vestigios del cual continúan ubicados en los alrededores del lecho plasmado por Carracci: collares de oro y gemas preciosas, vestidos femeninos ricamente ornados y la piel de león que parecería que servía de abrigo a Anquises. En el fresco, los grandes cuerpos de los amantes apenas se entrelazan cuando el joven desliza la sandalia de la diosa, extasiado por la belleza del tobillo descubierto, y atónito observa la delicadeza de la mujer rubia que está a su lado, cuya perfección sólo puede pertenecer a una divinidad: de piel blanca y tersa, contrasta con el color bronceado del pastor Anquises, cubierto apenas con una tela anaranjada de abundantes pliegues que aún conserva el aroma de la pasión, al igual que el resto del lecho, de sábanas blancas y moradas. Pero este acontecimiento del que somos simples veedores (ya que ninguno de los personajes principales dirige la mirada hacia el exterior de la composición, puesto que nuestra presencia no es digna de interrumpir su erotismo) no es un hecho más. Es la cuna del héroe Eneas: "He aquí de donde surge la raza latina" está escrito en el pequeño escalón sobre el que se apoya el alado Cupido, sosteniéndose de la pierna de su madre.

Piedad filial
Fruto del amor entre Anquises y Venus nace Eneas, de quien La Eneida no nos narra episodios de niñez y juventud, sino que hace foco a partir de la última noche de Troya, con la caída y toma de la ciudad. Eneas debió huir, sin su esposa Creusa, pero con su hijo, su viejo padre Anquises y, sobre todo, los Penates, como lo muestra la rudimentaria pero no por eso menos expresiva pieza de piedra etrusca tallada que se verá a continuación.

Estatuilla hallada en Veyes, de origen etrusco. S VI. A.C.
Aferrado a su hijo encontramos al ya anciano Anquises, que en plena huída de la ardiente ciudad de Troya no puede hacer más que confiar en su primogénito y cargar con los Penates, hecho clave para la supervivencia de Troya, la familia, los dioses y la colectividad. Creúsa, hija de Príamo, con la que Eneas estaba casado, se pierde en el fulgor del escape, y, en adelante, los acompañará en forma de sombra, protegiendo a la vez a su hijo Ascanio. En esta estatuilla etrusca, se esboza en Eneas el rostro sereno de quien conoce sus deberes y los pone en práctica sin vacilar. Al ser Ascanio un adolescente, su padre le dirá, abrazándolo: "Aprende, hijo, de mí, el valor y el esfuerzo verdadero; de los otros, la fortuna. Mi brazo te va a defender ahora combatiendo y te va a conducir a donde obtengas las grandes recompensas. Tú, cuando den los años madurez a tu vida, no lo olvides, y siempre que en tu mente evoques el ejemplo de los tuyos, que acucien tu alma Eneas, tu padre, y tu tío Héctor". De esta manera, el padre refuerza en el joven la memoria familiar y también los deberes para con los suyos, ya que será Julo quien en un futuro fundará Alba Longa, la metrópoli de Roma.
Renuncia
Eneas viaja durante meses, perdiendo el rumbo continuamente junto con su tripulación de troyanos por intervención de los dioses, hasta que descubren la ciudad de Cartago, y sos hospedados en ella por la reina Dido. La Dido de Henry Fuseli es el personaje que la historia de Eneas y los romanos requiere para progresar. Todo el dramatismo de este canto es puesto en práctica en este óleo sobre lienzo:

Henry Fuseli, Dido, 1781, óleo sobre lienzo.
Según la Eneida, la huida de Eneas de los brazos de Dido se produce por voluntad de los dioses. Del mismo modo en que su amado se apartaba de su lado, así también la vida de la reina Dido comienza a esfumarse tras el mortal uso que la muerte dio a la espada obsequiada por Eneas. Entregada a una voluntad llamada suicidio, la piel blanca de la soberana de Cartago ocupa el centro de una composición en la que imperan a la vez la entrega -a la muerte-, la desesperación -la doncella a los pies de su reina-, y la prisa del ser celestial por arrebatar lo que le pertenece: el precioso cabello de Dido, y, con él, su vitalidad.
La espada sangrante aun se yergue sobre un cuerpo que parece haber estado tensionado, pero que comienza a distenderse, a relajarse tras una puñalada fatal del destino. El esfuerzo que los cuerpos de la suicida y su doncella produjeron sobre la blanca y rica túnica permite la observación del pecho desnudo, señal de la hermosura que atrapó a Eneas durante años, antes de decidir cumplir con su destino y abandonar Cartago, dejando tras de sí una despechada fogata que le haría saber, embarcado en la distancia, de la muerte de su amante. La hoguera es esbozada en el sector inferior de la pintura, donde unos maderos se asoman, entremezclados con los cabellos de la fiel doncella que llora a su ama, doncella que, recostada a los pies de Dido, no permite ver su rostro, pero si la piel rosada, contrastante con la blancura de aquella a la que, por decisión propia, la vida se le desvanecía. El cuerpo agonizante de la reina fue apoyado –para favorecer la composición general- sobre un manto rojo carmesí, de similar color a la sangrienta cobertura de la espada, contribuyendo al dramatismo teatral de la escena, así como también lo hace el centellante fondo celestial del que surge la tercera figura, que, desnuda, se concentra en su deber y sostiene una guadaña de un color tan dorado, que sólo se compara con sus rizados cabellos, sostenidos con una cinta celeste para amedrentar el movimiento.
Esta historia justificaría en el futuro la eterna enemistad entre dos pueblos: el de Cartago y el de Roma, lo que devendría en las guerras púnicas (siglos II y III a.C.), que concluyeron con la destrucción de la primera.

Confirmación del destino
La historia de la Eneida narra que tras celebrar en Sicilia juegos y cacerías en honor del difunto Anquises, partió Eneas hacia la península italiana, llegando hasta Cumas, donde decidió solicitar que una sibila (inspirada por el dios profético de Delos) le comunicara sus vaticinios y lo condujera al mundo de los muertos para encontrarse con el fantasma de su padre. En el contexto del Barroco francés, Claudio di Lorena (1673) pinta La sibila conduce a Eneas al inframundo, donde nos es mostrado parte del trayecto que la extraña pareja transita.

Claudio di Lorena, La sibila conduce a Eneas al inframundo, 1673, dibujo.
La mirada es guiada por un bosque frondoso que es protagonista en la escena, restando prioridad a los personajes, quienes sólo parecen ser una excusa del artista para explayarse en lo paisajístico. El sol se oculta, y a medida que Eneas y la sibila caminan, el trayecto comenzará a tornarse más oscuro, cuando atraviesen el Aqueronte y el Tártaro hasta llegar a los Campos del Elisio, y finalmente al Soto del Leteo, donde se encuentran con Anquises. Si bien la luz es un elemento clave en la composición, al jugar con las ramas y la vegetación, puede percibirse, no obstante, una atmósfera oscura, indudablemente relacionada con el hecho del inminente descenso de Eneas al mundo de los muertos.
Al hallar a Anquises, éste muestra a su hijo una "larga hilera de héroes": "(…) Te voy a revelar tu destino. Aquel joven, ¿lo ves? Que la suerte ha emplazado más cercano a la luz, será el primero en subir a las auras de la altura llevando ya mezclada sangre Itálica (…) nuestra raza por él mandará en Alba Longa. (…) ¡Mira, hijo, con su auspicio aquella Roma extenderá gloriosa su dominio a los lindes de la tierra y su ánimo a la altura del Olimpo!. De esta manera, el sabio anciano le confirma a Eneas que estaba destinado a fundar un gran imperio y le aconseja sobre ello, no sin antes incluir Virgilio loas a Roma y a su príncipe, Cayo Julio César Octavio Augusto: "Ahora vuelve los ojos y contempla a este pueblo, tus romanos. Este es César, esta es la numerosa descendencia de Julo destinada a subir a la región que cubre el ancho cielo. Este es, éste el que vienes oyendo tantas veces que te está prometido, Augusto César, de divino origen, que fundará de nuevo la edad de oro en los campos del Lacio en que Saturno reinó un día y extenderá su imperio hasta los garamantes…"

Prorrumpe
El compromiso de Eneas con Lavinia, hija del rey Latino (gobernante de la región que actualmente es conocida como el Lacio) enfureció a Juno, quien envió a una de las furias para incitar a la mujer de Latinus, Amata, y al rechazado Turno a que se enfrentaran al troyano. Turno buscó aliados entre los pueblos cercanos y lo mismo hizo Eneas, que incluso contó con el apoyo de los etruscos. Además, su madre, Afrodita, le pidió a su marido, Hefesto (Vulcano), que forjara armas para él. En los combates, Turno dio muerte a Palante, hijo de uno de los principales aliados de Eneas. El desenlace del posterior encuentro entre el troyano y Turno es el tema de la siguiente obra de Giordano Luca (1688).















Giordano Luca, Turno vencido por Eneas, 1688, óleo sobre lienzo.
"Al golpe cae en tierra, doblada la rodilla, el corpulento Turno. (…) tendido en tierra eleva suplicante hacia él los ojos y adelanta implorando la diestra: "la tengo merecido. No te pido piedad –prorrumpe-. Hace uso de tu suerte. Pero si la aflicción de un Padre infortunado puede llegarte al alma –tú también has tenido en Anquises un Padre que sabía de dolores- compadécete de la vejez de Dauno, y devuélveme vivo (…) Has vencido... Lavinia es tuya. No lleves más lejos tu rencor" (…) Frena Eneas su diestra. Y ya el ruego de Turno comenzaba a ablandar su ánimo cada vez más vacilante, cuando aparece a sus ojos en lo alto del hombro del caído el tahalí infortunado (…) Era el tahalí del joven Palante, al que turno logró herir y vencido postró en tierra. "Es Palante, Palante el que con esta herida va a inmolarte y se venga en tu sangre de tu crimen". Prorrumpe.
Giordano Luca representa un Eneas furioso y decidido se dispone a hacerse con la vida del suplicante Turno, tras observar el cinturón y el tahalí que el asesino de su compañero porta, a la manera de trofeos de guerra. El oscuro color azul en la túnica de Turno contrasta con la luz propia que prácticamente irradia la armadura del héroe troyano, espada en mano. Ambos cuerpos son voluptuosos y expresan la tensión de la lucha en sus músculos, ademanes y gestos. Semejante a una roca, la sólida pierna izquierda de Eneas aprisiona al condenado, concentrando todo el peso sobre él. Acompañando siempre a Eneas, la fiel madre Venus se encuentra sentada sobre una nube, rodeada de amorcillos que observan con curiosidad la huída de la ninfa Juturna, hermana de Turno, quien no desea ver el inevitable desenlace de la historia de su hermano y por ello se cubre el rostro. Todas las figuras que acompañan el dramático acto central del asesinato observan con atención y estupefacción; sólo Venus, con esa serenidad propia de los dioses que ven más allá de lo terrenal, aguarda plácidamente.

Ara Pacis Augustae
Troyanos y latinos gozaron la restauración de la paz tras el casamiento de Eneas y Lavinia. En el Ara Pascis, monumento conmemorativo a la Pax romana, este héroe virgiliano, centrado únicamente en su misión, no podía estar ausente. Además, vale la pena decir que Augusto era considerado descendiente del linaje Julius (gens Iulia) cuya raíz es el nombre "Iulo", el hijo de Eneas.
En uno de los frisos que flanquea las puertas, el héroe, vistiendo una larga túnica que cubre su cabeza -a la manera de un sacerdote- se disponen a ofrecer a los Penates el sacrificio de una cerda y entrega, también, de manos de los muchachos que lo acompañan, una bandeja con fruta y panes. La ocasión representada en este panel podría referirse a la fundación de la ciudad de Lavinium.



Panel frontal derecho superior, Ara Pacis Augustae, 13-9 a.C.





Conclusión
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