Violencia, conducta y sociedad

May 24, 2017 | Autor: Fernanda Morineau | Categoría: Violencia, Sociedad, Problemas Sociales, Impacto Social, Conducta social
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Descripción

Violencia, conducta y sociedad Ma. Fernanda Morineau López Santibáñez

Usualmente cuando hablamos de violencia pensamos en un cuadro con imágenes sanguinarias relacionadas con el narcotráfico y nos encerramos en el contexto de la estrategia de seguridad del sexenio 2006-2012; pensar en violencia nos hace imaginar lucha entre autoridades y grupos delictivos o entre los mismos delincuentes que atacan, de manera directa o como daño colateral, a la sociedad civil. Pero hacer eso sólo nos enfrasca en lo más visible y nos lleva a contar miles y miles de muertos a través del tiempo y ver cuántos asaltos, detenidos, procesados o enjuiciados han habido... Todas esas estadísticas sobre violencia lo único que hacen es alertarnos sobre la situación del país; pero no dejan de ser solamente números que olvidan la complejidad de la violencia y lo que ésta implica. Una definición integral de la violencia La Organización Mundial de la Salud, en el Informe mundial sobre la violencia y la salud (2002), destaca que la violencia se trata de un problema complejo, con muchas caras y que dista de tener una sola solución o que ésta sea sencilla y, dada la complicación de la naturaleza del problema lo es también su definición, misma que varía según quién lo haga y con qué propósito. Este organismo de Naciones Unidas generaliza el concepto de violencia como “El uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas

probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones (2002)”. Con este concepto, como punto de partida, se puede comprender qué es lo que muchas veces le falta a las estadísticas que los medios y los organismos reportan: los componentes social y conductual en el problema de la violencia. Si continuamos con la idea de la guerra contra el narcotráfico, sin justificar lo que sucede, es lógico observar las consecuencias actuales en nuestro país porque la violencia es una consecuencia del conflicto, como Julio Aróstegui lo señala (1994); pero a la vez él puntualiza que no necesariamente debe suceder eso, como el caso de imposiciones o aquellos problemas de tan difícil resolución. En efecto, la violencia sí posee como manifestación esencial el uso de esa fuerza física; pero no es su característica constitutiva y por ello no necesariamente requiere del uso de la misma (Aróstegui, 1994). Pero hay otros tipos de violencia con consecuencias igual de dramáticas como las pugnas entre los carteles y las autoridades o entre grupos delictivos: la violencia autoinflingida, intrafamiliar, en el noviazgo o entre miembros de una comunidad, todas con consecuencias negativas inmediatas o a largo plazo. Por ejemplo, un delincuente o miembro de una pandilla podría tener origen de maltrato infantil u hogar disfuncional y violento. De hecho, hay estudios que demuestran que quienes están expuestos durante su niñez a 39

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situaciones de violencia tienen mayor probabilidad de desarrollar comportamientos agresivos, lo mismo que quienes presentan comportamientos agresivos durante la niñez lo sigan haciendo de adultos si no son intervenidos de manera temprana (Jiménez, Lleras y Nieto, 2009). Una intervención no necesariamente implica una terapia, como muchos pensarían, sino que puede ser a través de la educación. La educación debiera –debe– ser el instrumento central para fomentar la convivencia pacífica. Sin embargo, como política pública focalizada es compleja y en los países que ya se ha implementado con éxito en las escuelas, como Canadá o Colombia, se ha hecho a través de programas piloto que trabajan integralmente en los diferentes espacios de socialización de los estudiantes (aula, amigos y familia), de manera que no sólo se enseñan valores sino que se ponen estos mismos en práctica para que los estudiantes sepan cuál es el deber ser de su conducta, pues en ocasiones la violencia surge cuando el individuo o el grupo que la utiliza carece de alternativas constructivas a través de las cuales resolver los conflictos que experimenta. Monkey see, monkey do La educación no sólo se da en las aulas o en los hogares. Desgraciadamente el medio a través del cual la mayoría de la gente en México se “educa” es a través de la televisión, misma que presenta una programación que hace todo… menos educar. Si consideramos que de los programas que más se miran en televisión son telenovelas y analizamos el contenido de cualquiera se puede observar que abunda la violencia familiar, bullying, maltrato infantil, misoginia y resentimiento social en la misma magnitud que actos de impunidad, ilegales y otro tipo de conductas antisociales. El tema de esos programas puede tener efectos delicados. Aunque los productores lleguen a afirmar que se trate de “la realidad” del país, esos escenarios son muy exagerados y, mezclados todos juntos, generan una bomba para el televidente que potencializa el aprendizaje de las 40

conductas antisociales que genera, inconscientemente, en los espectadores que esté bien desarrollar actos de violencia en cualquiera de sus vertientes, con o sin uso de fuerza física. Y si esto es lo que ve la mayoría de la gente, ¿cuál es, si no, el comportamiento esperado si lo que se reproduce con tanta “naturalidad” es violento de alguna u otra manera? Considerando que los empresarios son unos de los principales quejosos de la violenta situación del país y nosotros los clientes y receptores de sus programas, debiéramos exigirles mejorar el contenido de sus programas, por un lado, y a los funcionarios pedirles que los regulen de la misma manera que lo hacen con la publicidad comercial o electoral. ¿No sería mejor que emitieran programas con temas más propositivos para que tuvieran, aunque sea marginal, un efecto positivo en la disminución de los índices de violencia? Violencia genera violencia Tal como se señaló anteriormente, como patrón de conducta sin ningún tipo de intervención temprana un entorno agresivo puede generar personas violentas, que podrían, a su vez, involucrarse en actividades delictivas o simplemente repetir las mismas prácticas bajo las que creció por considerarlas “normales”. Si las estadísticas de violencia reportadas no consideran factores y elementos sociales, ¿no nos querrán decir que nuestra sociedad está demasiado fragmentada y que debe hacerse algo al respecto? Como sociedad podemos actuar y podemos exigir. A la vez que demandamos el desarrollo de políticas públicas integrales que reformen de manera integral los planes educativos y fomenten la no violencia y la educación para la paz. Y podemos hacer lo mismo con la regulación de contenidos televisivos. Pero también debemos convertirnos en una sociedad civil real, debemos ser ciudadanos proactivos y trabajar por fomentar la disminución de prácticas lo menos violentas posibles… y desde las actividades en la vida diaria se puede hacer.

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Pero también tenemos que aprender que la violencia oculta deficiencias que impiden comprender los problemas sociales y corre el riesgo de aumentar cuando se asocia a personas con las que nos identificamos, a situaciones peligrosas o desconocidas; que la violencia se asocia al poder y a una manera “legítima” de responder al daño y al uso de la fuerza; que la violencia puede producirse por la falta de habilidades para resolver los conflictos. Y sobre todo debemos tener presente que dado que la violencia es un problema polifacético con raíces multifactoriales, no tiene una solución única y debe afrontarse en varios niveles diferentes a la vez, con respuestas integrales a la violencia que no sólo protejan y ayuden a quienes la padezcan, sino que se promueva la no violencia.

Referencias • Aróstegui, Julio. 1994. “Violencia, sociedad y política: la definición de la violencia”, Ayer, No. 13. España. Disponible en: http://www. ahistcon.org/docs/ayer/ayer13_02.pdf Último acceso: enero de 2013. • Díaz-Aguado, María José. 2003. “Ayudando a resolver conflictos”, En: Díaz-Aguado, María José. 2003. Convivencia escolar y Prevención de la violencia. España: Ministerio de Educación y Deporte. Disponible en: http://www. miscelaneaeducativa.com/Archivos/c4.pdf Último acceso: enero de 2013. • Jiménez, Manuela, Juanita Lleras y Ana María Nieto. 2009. “La paz nace en las aulas: evaluación del programa de reducción de la violencia en Colombia”, Educación y educadores, Vol. 13, Nº. 3 (Septiembre-Diciembre). Colombia: Universidad de la Sabana. Disponible en: http://educacionyeducadores.unisabana.edu. co/index.php/eye/article/view/1729/2271 Último acceso: enero de 2013. • Organización Mundial de la Salud. 2002. Informe mundial sobre la violencia y la salud.

Sinopsis. Suiza: Organización Mundial de la Salud. Disponible en: http://www.who.int/violence_injury_prevention/violence/world_report/en/ abstract_es.pdf Último acceso: enero de 2013. • Organización Mundial de la Salud. 2003. Informe mundial sobre la violencia y la salud. Suiza: Organización Mundial de la Salud. Disponible en: http://archivos.diputados.gob.mx/Centros_Estudio/Ceameg/violencia/sivig/doctos/ imsvcompleto.pdf http://archivos.diputados. gob.mx/Centros_Estudio/Ceameg/violencia/ sivig/doctos/imsvcompleto.pdf Último acceso: enero de 2013. • Sandoval Escobar, Marithza. 2006. “Los efectos de la televisión sobre el comportamiento de las audiencias jóvenes desde la perspectiva de la convergencia y de las prácticas culturales”, Universitas Psychologica, Año/Vol. 5, No. 2. (Mayo-Agosto). Colombia: Pontificia Universidad Javeriana. Disponible en: http:// redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRed. jsp?iCve=64750202 Último acceso: enero de 2013. 41

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