Vilches, F. y C. Sanhueza: “El pueblo de indios de Beter”, 2010. Actas del VI Congreso de Antropología Chilena, Valdivia, Tomo II, pp. 2008-2021

September 15, 2017 | Autor: C. Sanhueza Tohá | Categoría: Historical Archaeology, San Pedro de Atacama
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Descripción

SIMPOSIO

ESTUDIOS INTERDISCIPLINARIOS EN ARQUEOLOGÍA, ANTROPOLOGÍA E HISTORIA: NUEVAS PERSPECTIVAS

SOBRE LOS

PERÍODOS PREHISPÁNICOS TARDÍOS

Y

COLONIALES

COORDINADORES: SIMÓN URBINA Y FRANCISCO BAHAMONDES COMENTARISTA: VICTORIA CASTRO R.

Observando la Relación de los Pueblos del Nahuel Huapi con su Paisaje Acuático a partir del Estudio de Canoas Monóxilas A View of the Relationship among the People from Nahuel Huapi and their Aquatic Landscape on the Basis of Dug-Out Canoes Research Romina Braicovich*

Resumen

Abstract

El presente trabajo expone brevemente parte de la investigación llevada a cabo a partir del relevamiento de un grupo de canoas monóxilas -embarcaciones excavadas a partir de un solo tronco- halladas en el Parque Nacional Nahuel Huapi, ubicado al SO de la provincia del Neuquén y al NO de Río Negro, Argentina, formando límite con Chile. El estudio de las mismas partió desde la idea de entender que la vida de los habitantes de estas latitudes se encuentra, desde tiempos muy remotos, estrechamente vinculada al paisaje acuático que lo rodea. Palabras Claves: Patagonia, Nahuel Huapi, Canoas monóxilas,Arqueología, Historia.

The present paper briefly exposes part of the investigation taken place from the survey of a group of dug-out canoes –ships made of a piece of wood- found in Nahuel Huapi National Park, Provinces of Neuquén and Río Negro, Argentina. The study of these canoes started from the idea of understanding that the life of this latitude inhabitants is, since remote times, tightly bonded to the aquatic landscape that surrounds it. Keywords: Patagonia, Nahuel Huapi, Dug-out canoes, Archaeology, History.

* CONICET, CEHIR. [email protected]

Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1897

1-¿Desde dónde partir? Una perspectiva desde el agua Las actividades llevadas a cabo por los pueblos en su contacto con las aguas han dejado huellas, parte de las cuales, aún hoy en día, persisten. Las vías fluviales y lacustres han servido como rutas naturales de gran movimiento, aún cuando las mismas no fueran fácilmente navegables (Valentini, 2001). Los arqueólogos terrestres se han enfrentado frecuentemente a materiales en tierra claramente relacionados a las actividades acuáticas, sin visualizar las relaciones que se establecían entre las mismas (Jasinski, 2002). Se muestra necesaria, de esta manera, la realización de trabajos en conjunto entre la arqueología terrestre y la subacuática que puedan brindarnos mutuos impulsos para futuras investigaciones. Se debe recordar que las relaciones humanas con los ambientes acuáticos implican aspectos que van mucho más allá de la construcción de embarcaciones o la navegación misma. Además, no es sólo la evidencia material derivada de aspectos tecnoprácticos relacionados con la navegación y la utilización de recursos acuáticos, sino también los elementos no-materiales como nombres de lugares, tradiciones orales, mitos, ideología, lengua, organización social, etc., las que forman parte del paisaje cultural acuático (Jasinski, op.cit). El comportamiento del Hombre en relación a su paisaje conlleva una percepción particular, que está intrínsecamente ligada a la percepción que se tenga de la vida y el mundo y de las relaciones que este mantenga con su grupo y con grupos que pertenezcan a otros lugares. En esta propuesta se intenta abarcar mucho más que el abordaje de embarcaciones como temática aislada. Si entendemos el estudio de las embarcaciones dentro de un contexto cultural global, tendremos en ellas a un elemento importante dentro del vínculo paisaje acuático-hombre. Tradicionalmente la arqueología subacuática ha concebido una idea de evolución progresiva en cuanto a las embarcaciones. «Al observar cada diseño dentro de estos cambios evolutivos, los reveces tecnológicos, las formas experimentales y los diseños surgidos a partir de la necesidad son fáciles de ser ignorados y desechados o vistos como irrelevantes, o peor, ser malinterpretados en el conjunto» (Conlin, 1998:4). La cuestión sería plantearse, por qué se produjeron estos cambios. Retomando a Conlin, no se desecha sin embargo la idea de que exista una evolución en los 1898 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

cambios tecnológicos de una embarcación, lo que se cuestiona es la unilinealidad. Se entiende que el estudio tecnológico de las canoas es parte de una trama de estudios mayor que abarca la temática del papel que jugaron estas embarcaciones en la vida cotidiana de las personas. Sin embargo, no por esto es un recorrido menor. El estudio de la tecnología nos acerca no sólo a la manera en que se produjeron los artefactos, sino también a la relación que se produjo con el ambiente en el cual se encuentra un grupo determinado. A su vez, se encuentra ligado a la dinámica cultural que se produce dentro de las acciones sociales y la visión del mundo de los grupos, en donde se entablan, niegan y reafirman las relaciones sociales que se dan dentro del mismo. Se producen de esta manera cambios que, desde la actividad diaria, tendrán incidencia en cambios sociales estructurales y en el modo de vida de estos grupos (Dobres y Hoffman, 1994; Gastaldi, 2001). Es interesante suponer que la construcción de una embarcación conlleva un propósito por parte del constructor, el que deja sus marcas al posicionarse en relación a estructuras y estrategias sociales. Estas estructuras que restringen o permiten la acción individual no la determinan mecánicamente. Son estos individuos quienes otorgan y dan significado a estos objetos en la vida cotidiana, es decir, son las personas que hacen y usan los objetos quienes codifican sus significados, teniendo en cuenta que dichos objetos pasan a formar parte de una estructura mayor relacionada en un ir y venir entre la producción material y lo simbólico reflejándose en un devenir histórico particular (Dobres y Hoffman, op.cit.; Gastaldi, op.cit). Las canoas encontradas en el Nahuel Huapi fueron en su mayoría hallazgos de particulares, lo que provocó inevitablemente pérdida de información contextual. Sin embargo, las fuentes documentales provenientes tanto de los primeros exploradores que incursionaron en la zona del Nahuel Huapi, como de aquellos pertenecientes a los padres jesuitas y franciscanos que se asentaron o recorrieron la región, ofrecía gran cantidad de información acerca de los accesos y rutas de navegación –tanto terrestres como acuáticos- que vinculaban la zona del Nahuel Huapi con el Pacífico, así como también sobre los pueblos que habitaron ambos lados de la cordillera, las relaciones establecidas entre estos, sus organizaciones y sus prácticas cotidianas. Es cierto también que las fuentes utilizadas fueron producidas por europeos y que por lo tanto, se podría observar la ‘peligrosidad’ de contar solo con el testimonio

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del ‘conquistador’, sin embargo, creemos que existe la capacidad de ‘leer entre líneas’, y que podemos ser capaces de internarnos en esas ‘ausencias discursivas’ que nos refieren a la vida de las demás personas, en esas historias subalternas (Funari 2004), en donde lo que nos es solapado, esta siempre latente, esperando a ser descubierto. Entendemos que la imparcialidad en la construcción de los documentos no existe (Reis 2005), los hombres, envueltos en subjetividades, crean los documentos dentro de una historia y una realidad particular, la cual debe ser tenida en cuenta al leer el documento (Johnson 1999). De esta manera también será posible internarse en la realidad social de aquél que escribió e interpretar por qué lo hizo de esa manera. Entendemos la necesidad de abordar estas problemáticas desde una mirada interdisciplinaria en la que se conjuguen tanto la historia como la antropología y la arqueología. En este sentido podremos interpretar la historia de los pueblos que habitaron la región no solo a partir de la cultura material o del registro oral brindado por antiguos pobladores de la zona sino también a partir de los documentos, pudiendo estos ser considerados, tanto complementarios, interdependientes como contradictorios, en el proceso dialéctico del conocimiento. Este tipo de abordaje se ve enriquecido al trabajar con fuentes etnográficas, mapas antiguos, referencias geográficas, fotografías, así como también con mitos y leyendas de poblaciones originarias. En nuestro caso, esta documentación amplió de manera significativa la compresión sobre las embarcaciones y los pueblos que las navegaban, la continuidad de esta práctica de navegación y la movilidad temporal de las relaciones dadas entre grupos, permitiéndonos abarcar diferentes contextos históricos y geográficos. Observar las conexiones y conectores entre las personas y los grupos en el pasado permitió recrear un espacio social de articulación, que lograba trascender lo local y lo regional. Entendemos las rutas de navegación como conectores de estructuras sociohistóricas y sociambientales, pertenecientes a una red, en las que se ven implicadas relaciones dinámicas entre hombre y hombre y entre el hombre y el espacio (Orser 1999). El contacto con el español generó reestructuración y establecimiento de nuevas redes, basadas en la adopción de nuevas prácticas relacionales por parte de ambos grupos. Las rutas existentes permitieron vincular a los españoles con las poblaciones que habitaban estas tierras; para adentrarse tuvieron necesariamente que

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comenzar a reconocer el espacio que se les presentaba; solo a través de las relaciones y conflictos mantenidos con los pueblos, esto fue posible.

2- ¿Qué importancia tenía la navegación en el Nahuel Huapi? La interpretación de los registros arqueológico e histórico referidos a la zona del Nahuel Huapi plantean una significativa actividad náutica llevada a cabo por los grupos indígenas que habitaban las cercanías del lago desde épocas anteriores al contacto con el europeo. Dichos conocimientos fueron apropiados con el correr de los siglos no sólo por los jesuitas que exploraron la zona en los siglos XVII y XVIII, sino también, tiempo después, por los colonos que establecieron relaciones con la región tanto comerciales como con fines colonizadores. Ya en el año 1978, el Lic. Jorge Fernández llamó la atención acerca de los restos de canoas monóxilas encontradas en el lago y cercanías, planteando la necesidad de comenzar trabajos arqueológicos subacuáticos que pudieran esclarecer de manera más completa la vida que habían llevado los pobladores de esta región lacustre. Esta sugerencia partió del hallazgo realizado por el mismo Fernández de una canoa monóxila que se hallaba en aguas del lago Nahuel Huapi (Fernández, 1978). Con el pasar de los años, la arqueología subacuática en el país fue perfeccionándose y comenzó a generarse, a partir de 1990, un interés por abordar ciertos sitios que se encontraban bajo agua directamente relacionados con sitios que habían sido trabajados en tierra. Pinturas rupestres relevadas en Isla Victoria, así como también un fechado radiocarbónico de 2000 A.P., en la misma isla, sugieren una temprana navegación practicada en el lago Nahuel Huapi. Según las crónicas de los padres jesuitas, esta zona se encontraba habitada por distintas parcialidades indígenas -los poyas, habitantes de la estepa y los puelches, grupo navegante que habitaba las costas del lago-. Fueron estos puelches quienes guiaron, junto con grupos navegantes de la isla de Chiloé, a los jesuitas, en su empresa evangelizadora, desde Chile hacia la región de los lagos (Hajduk, 1991). El área de Arqueología Subacuática de la U.N.R lleva a cabo, en Diciembre de 1999, bajo pedido del Lic. Adán Hajduk, los primeros trabajos de arqueología subacuática en el lago. Estos sitios se relacionaron a la ruta de ingreso lacustre de los Jesuitas desde Chiloé durante el siglo XVII (Hajduk y Valentini, 2002).

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En ese mismo año, en el lago Nahuel Huapi, en inmediaciones de la localidad de Villa la Angostura, provincia de Neuquén, se produce el hallazgo de una canoa monóxila que compartía características similares a las canoas registradas por Fernández . A partir de este descubrimiento, y teniendo en cuenta las propuestas anteriormente mencionadas surge el interés por reveer la información que se tenía hasta el momento acerca de este tipo de embarcaciones en la zona.

3- Posicionándonos en el paisaje El Parque Nacional Nahuel Huapi se ubica en el sudoeste de la provincia del Neuquén y en el noroeste de Río Negro, formando límite con Chile. Se sitúa entre los 41º de lat. S y los 71º de long. O. Posee una superficie de 710.000 has, viéndose conformado por una muestra representativa de los ambientes naturales de la región andina del norte de la Patagonia: Zona Altoandina, Estepa Patagónica y Bosque AndinoPatagónico. Entre los numerosos lagos esparcidos entre estos bosques se encuentra el Nahuel Huapi. En él se encuentra un grupo de islas, entre las cuales se destaca Isla Victoria, ubicada en la zona central del lago. Las orillas de los lagos y ríos se encuentran pobladas de árboles imponentes, entre los que encontramos al coihue, alerce y ciprés, especies que fueron utilizadas en la construcción de las embarcaciones monóxilas de la zona. Tal vez nos cueste pensar que esta zona y sus alrededores fuese escenario, desde hace siglos, de activos intercambios entre habitantes de zonas muy alejadas. Esa inaccesibilidad no fue tal a decir verdad (Fernández, 1978). En el año 1620 el capitán español Juan Fernández cruza desde Chile la Cordillera de los Andes y descubre, en uno de sus viajes, el lago Nahuel Huapi. Viajaba con el fin de apresar o maloquear indígenas para llevarlos a Chile y posteriormente utilizarlos como fuerza de trabajo en las minas de Chile y Perú. Las malocas hacia la cordillera pasaron a ser práctica común de los españoles, sobre todo con los puelches del Nahuel Huapi, quienes oponían menor resistencia, por ser estos, según los europeos, de índole pacífica. Otro motivo de esta expedición y de muchas otras por venir, sería la del descubrimiento de la Ciudad de los Césares; se creía que existía un lugar de tierras fértiles y ricas, pobladas por descendientes de españoles que habían naufragado y con el deseo de volver a su tierra habían remontado desde el Estrecho de Magallanes hasta los

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41º de lat. S. A partir de esta leyenda comienzan a suscitarse los primeros reconocimientos de estas tierras alejadas, como eran la costa occidental de la Patagonia y la Cordillera Andina. La conquista española se había extendido en territorio chileno hasta la Isla Grande de Chiloé; sede de los jesuitas que recorrerían las tierras del sur en su misión evangelizadora, entre las cuales se encontraba la región del Nahuel Huapi. En 1670 se funda la misión «Nuestra Señora de la Asunción de los Poyas y Puelches del Nahuel Huapi», denominada de esta manera por el Padre Mascardi. La misma funcionó, de manera más o menos continua hasta 1717. El siglo XVIII se presentó entonces como el espacio de confrontación y conocimiento entre indígenas y blancos. Alternando con períodos de relativa paz, se evidencia un incremento en el intercambio de bienes entre ambos grupos, se crean nuevas redes de intercambio, a corta y larga distancia que generaron nuevas realidades demográficas, sociales y políticas. El primer viajero que logrará llegar al lago desde el Atlántico será, el Perito Francisco Moreno en 1876. Pocos años después, comenzarían los ataques al ‘Desierto’, arribando el ejército argentino al Nahuel Huapi en 1881. Los resultados fueron «el sometimiento del norte de la Patagonia a las autoridades del Estado Nacional, la destrucción de la economía y la sociedad indígena y su progresivo reemplazo por una sociedad de inmigrantes criollos y europeos» (Curruhuinca-Roux, 1993:83). El área del Nahuel Huapi se mostraba entonces como un lugar propicio para el asentamiento. A partir de 1900 comienza a gestarse entonces la Colonia Pastoril Agrícola-ganadera Nahuel Huapi. La cercanía a los pasos chilenos y la comunicación que se generaba entre los pobladores que vivían a orillas del lago a través de la vía lacustre, generó paulatinamente un espacio de intercambio entre los mismos, que posteriormente se vería reforzado por nuevas empresas que se asentarían en la zona.

4- ¿Y en qué navegaban? Tres de las embarcaciones que fueron ampliamente utilizadas por los grupos indígenas en las costas Patagónicas, tanto en el Pacífico como en aguas interiores de la cordillera andina fueron la dalca, la canoa de corteza y la canoa monóxila. Cuando los conquistadores recorren las costas de Carelmapu, Chiloé y los canales al sur de esta isla, se

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encuentran con un tipo de embarcación desconocida en el resto de América: la Dalca o canoa de tablas cosidas. El área de dispersión de la dalca corresponde al área de difusión del alerce, en Chile entre los 39º y medio y los 43º y medio de lat. S, y en Argentina, más limitadamente en el Brazo de Puerto Blest, en el lago Nahuel Huapi. Esta madera, permite obtener fácilmente, y solo con ayuda de cuñas, tablas regulares y flexibles de gran longitud (Emperaire, 2002). Esta embarcación ha sido repetidamente descrita en las crónicas y largamente estudiada por arqueólogos e historiadores; sin embargo el registro arqueológico es deficiente en cuanto a las mismas. En la actualidad, la tradición constructiva de esta embarcación se ha perdido, solo se reconoce su nombre, pero no hay pobladores que las sepan construir fielmente (Emperaire, op.cit; Latcham, 1930). Las primeras dalcas fueron avistadas en un viaje de exploración al estrecho de Magallanes por Ulloa, en 1553. Siglos después el padre Diego Rosales nos ofrecerá una de las descripciones más detalladas de estas embarcaciones: Fabrican las piraguas de solas tres tablas cosidas: cortan los tablones del largo que quieren la piraguas, y con fuego entre unas estaquillas los van encorvando lo necesario para que hagan buque, popa y proa, (…) las otras dos tablas arqueadas con fuego, sirven de costados: con que forman un barco largo y angosto, juntando unas tablas con otras y cosiéndolas con la corteza de unas cañas brabas que llaman Culeu, machacadas, de que hazen unas soguillas torcidas que no se pudren en el agua. Y para coser las tablas abren con fuego unos agujeros en correspondencia, y después de cosidas las calafatean con las ojas de un arbol llamado Fiaca o Mepoa, que son muy viscosas, y les sobreponen corteza de maque, y de esta suerte hazen piraguas capaces para doscientos quintales de carga (Rosales, 1877:175). La dalca, por su misma construcción permitía ser armada y desarmada al llegar a tramos de tierra y luego ser porteada hasta llegar al próximo espejo de agua. El contacto con el europeo produjo entonces grandes cambios en la construcción de la misma: se aumenta la cantidad de tablas de 3 a 5, pudiéndose construir dalcas de mayor tamaño y si se añadían las falcas se contaba entonces con 7 tablones. La dalca original, angosta y larga, no poseía quilla, roda ni codaste, era de fondo plano para varar en playa sin tumbarse; con el correr

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del tiempo se adaptan estas tres estructuras para aumentar el área de resistencia lateral; adaptándola entonces para la navegación a vela. Se introducen cuadernas interiores para lograr aumentar la resistencia estructural. Las dalcas primitivas no poseían remos ni timón. Los indígenas tampoco conocieron la vela antes de la conquista. Se comienzan a utilizar a cambio de las costuras para unir las tablas, clavos de fierro o tarugos de madera remachados (Cárdenas 1993; Latcham 1930). Cuando nos aproximamos a los grupos navegantes del extremo sur del continente, nos encontramos con los Yámana y Alacaluf, quienes utilizaban la canoa de corteza. Para ellos, las vías de comunicación principales fueron las del mar. En el año 1946, los etnólogos franceses Joseph Emperaire y Louis Robin, desembarcan en la isla Wellington, con el objetivo de convivir, durante 22 meses, entre los últimos fueguinos. Para aquella época la canoa de corteza solo sobrevivía bajo la forma de juguete para niños. Ahora era la canoa monóxila la embarcación adoptada -si bien se habría dado un período de convivencia entre ambas hasta probablemente 1925(Emperaire, 2002). Estudios arqueológicos realizados en Isla de los Estados, revelan que ya existía ocupación, en la misma, hace 2700 años. Lamentablemente no se han encontrado restos de embarcaciones atribuibles a los canoeros que ocupaban la zona, sin embargo, el uso de la canoa de cortezas es decididamente prehispánico (Borrero, 2001). En la expedición de Santa María de la Cabeza, en 1788, encuentran, en la parte occidental del Estrecho, canoas de corteza. Emperaire reproduce esta descripción bastante minuciosa acerca de las mismas: La canoa de cortezas, (…), esta compuesta de 3 piezas, entre las cuales la del medio hace de quilla, de fondo, de roda y de estambor, mientras las otras dos forman los costados. Es curiosa la manera como los indígenas extraen la corteza de los árboles, pues no tienen otro instrumento que el de piedra con el cual hacen dos incisiones circulares y una vertical que se une a las otras dos.(…) En seguida se juntan, casi perpendicularmente a la base, las dos piezas laterales por costuras que envuelven a un calafateo de hierbas y de barro (Emperaire, op.cit:215) El acceso al metal significó el cambio en las técnicas constructivas. Como dijéramos anteriormente, los alacalufes «pasaron naturalmente de un modo de cons-

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truir embarcaciones a otro […] habían visto, por cierto, a cazadores chilotes improvisar en unos cuantos días, excavando con hacha un tronco de árbol; una embarcación rústica, pero suficiente para arreglárselas, en una situación difícil» (Emperaire, op.cit.:219). Las crónicas presentan mayor cantidad de información primeramente sobre las dalcas y las canoas de corteza, sin embargo, el registro arqueológico ha brindado casi nula información sobre las mismas. La falta de evidencias arqueológicas puede deberse, en gran parte, a los escasos trabajos realizados en la temática. Contrariamente, en el caso de las canoas monóxilas, contamos con gran cantidad de evidencias en la zona del Nahuel Huapi (Braicovich, 2004; Fernández, 1978) -en su mayoría obtenidas por hallazgos de particulares-, sin embargo las crónicas no dan más que unos pocos detalles acerca de las mismas. Es posible que esto se deba a que las canoas monóxilas podrían no haber sido ampliamente utilizadas en la época en la que escriben los cronistas o, tal vez, que la descripción de los medios de navegación en aquellos momentos no fue uno de las temáticas trascendentales dentro de sus informes. Las canoas construidas a partir de un solo tronco fueron utilizadas extensivamente a lo largo de América. Las crónicas registran la presencia de monóxilas a lo largo de la costa del Pacífico y en los ríos de América del Sur, desde Colombia hasta el Ecuador. En la zona del Nahuel Huapi han sido relevadas 12 canoas monóxilas, teniendo conocimiento de la existencia de otros ejemplares en zonas aledañas que no han podido ser estudiadas. En cuanto a los relatos de viajeros que navegaron región y las costas patagónicas argentinas y chilenas, nos son abundantes en cuanto a las menciones de este tipo de embarcaciones, si bien el padre Rosales nos brinda una muy interesante: No son en Chile los árboles tan gruesos, ni tienen los indios instrumentos con que labrar los palos que no alcanzan, sino un toqui o azuelilla del tamaño de un formón que la encaban como martillo, y con su flema van cabando un árbol grueso (…) antes que tuviesen instrumentos de ierro y los que oy no los tienen en las provincias cercanas al Estrecho de Magallanes, hazen las canoas con gran trabaxo y caban un arbol muy gruesso con fuego, y con unas conchas del mar le van raiendo, aplicando el fuego moderadamente alrededor del árbol, atendiendo que no gaste sino aquella parte necesaria para derribarle, y con

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lentas llamas le trozan, sucediendo las conchas, que ni tienen mas achas ni azuelas para descortezarle, pulirle y darle la perfeccion. Y con el mismo trabaxo y faltas de herramientas abren el buque, quemando a pausas el corazon del arbol y raspando con las conchas lo que labra el fuego; y aunque tarde y espaciosamente, vienen a sacar su embarcación tan bien labrada como si tuvieran los instrumentos necesarios; y hazen mas que nuestros artífices, pues sin instrumentos obran a fuerza de industria y de paciencia lo que ellos con ayuda de azerados iunstrumentos (Rosales, 1877:173). Para el reino de la Araucanía y áreas de influencia, el huampo era la canoa de tronco ahuecado. Erize (1992) describe, dentro de los grupos costeros, mapuches chilenos, la tradición de enterrar grandes personalidades en un ‘Ataúd Canoa’. El mismo se compone de dos piezas, se construye con un grueso tronco de árbol, partido a lo largo por la mitad. Ahuecadas cada una de esas mitades en forma de canoa (de ahí su nombre) se coloca el cadáver en la mitad más chica y la otra mitad sirve como tapa. Se observa entonces que hay una utilización de este objeto que va más allá de prácticas cotidianas como podrían ser, la navegación y la pesca. Se entiende que esto tiene que ver en como las personas dimensionan su paisaje y lo que hay en él. Las aguas fueron importantes para estos pueblos, y lo eran de manera tal que, como vemos en el ejemplo anterior, se utilizan elementos de navegación para incorporarlas a las prácticas mortuorias. Para mediados del siglo XVIII, se registran estas embarcaciones en la entrada occidental del estrecho de Magallanes, conociéndose un siglo después entre los grupos fueguinos, quienes reemplazarán definitivamente, como hemos dicho, la canoa de corteza por la monóxila (Emperaire, 2002; Latcham, 1930). La gran transición que implicó para estos grupos que habían utilizado durante siglos un tipo de embarcación –la canoa de corteza- y que termina, en sus últimos días navegando en otra embarcación tan diferente, es interesante. Si este cambio se produjo en grupos como alacalufes y yámanas, es factible pensar que en otras regiones pueda haber sucedido lo mismo. Las materias primas (como las maderas de distintas especies de árboles) y las herramientas utilizadas para la construcción, así como las formas y tipos de canoas monóxilas variaron entre las distintas regiones, sin embargo las similitudes constructivas predominaron.

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Según Cárdenas (1993) en Chiloé el huampo fue utilizado hasta hace unas pocas décadas, para navegar en ríos, esteros y para ir de una isla a la otra. Si bien considera que no poseía cualidades como la de la dalca para navegar los canales, sí podía satisfacer necesidades mínimas de desplazamiento sobre el mar. En la región del Nahuel Huapi, fray Menéndez encontró una embarcación a la que llamó canoa antigua. Según Fonck, la misma perteneció a los misioneros jesuitas que habían navegado el lugar en épocas anteriores. Para él «esta embarcación no fue una piragua, sino una canoa, bien que de una construcción mista, puesto que tenia falcas lo mismo que aquella, adición que aumentaba considerablemente su capacidad» (Fonck, 1900: 286). Menéndez no puede haber hallado una dalca, ya que esta era la embarcación en la que regularmente navegaba y conocía por ende su construcción. En 1856, en su viaje de reconocimiento del Nahuel Huapi, Fonck y Hess, construyen también una canoa monóxila. Cox, en su viaje por el algo Lacar (Pcia. de Neuquén), llegó a un balseo adonde uno de sus acompañantes «pasó en una canoa todos los bagajes y las monturas, los caballos atravesaron nadando, nosotros los últimos en la canoa» (Cox, 1999:148). En su libro dice que ‘los pobres’ construyen canoas de coihue, «simplemente ahuecado al fuego y con instrumentos muy imperfectos […] de las cuales algunas pueden cargar pesos considerables» (Cox, op.cit:64). En Agosto de 1910, Don Santiago de Larminat, decide radicarse en San Martín de Los Andes. Al llegar al lago Lácar contratan a una pareja de mapuches para que los llevasen a destino. Allí se embarcan en una canoa (a la que fotografía y pinta), la cual, según se describe era «un cómodo tronco de árbol tallado con hacha y flanqueado por dos balancines que impedían que se diera vuelta. No faltó lugar para el equipaje, pero avanzaron muy despacio, a pesar de la vela y un buen viento de popa.» (Larminat, 2004:124). El testimonio que ofrece Larminat es importante en tanto muestra fotográficamente la existencia de este tipo de embarcaciones en la zona hacia principios de 1900. Según la descripción la canoa era propiedad de una familia mapuche. Es probable que otras familias de la zona fueran poseedoras de embarcaciones similares. Las canoas estudiadas en el Nahuel Huapi pertenecen probablemente a las familias que habitaban la zona entre fines de 1800 y primeras décadas de 1900 (Braicovich, 2004) (Imágenes Nº 1, 2 y 3).

Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

Imagen 1: Canoa monóxila encontrada en el año 1968 en el lago Nahuel Huapi. Fotos del Archivo del Museo Histórico Regional de Villa la Angostura, Neuquén.

Imagen Nº2: Canoa monóxila encontrada en el año 1968 en el lago Nahuel Huapi. Momento del hallazgo. Fotos del Archivo del Museo Histórico Regional de Villa la Angostura, Neuquén.

Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1903

bien se encuentra en una etapa inicial abre la posibilidad imaginar al hombre cordillerano desde una perspectiva, que realza su estrecha vinculación con el paisaje acuático.

Conclusión

Imagen Nº3: Canoa monóxila encontrada en Valle Encantado. Fotografía tomada por el Lic. Adán Hajduk.

Recientemente hemos realizado el estudio de una de estas embarcaciones en Lago Verde, Parque Nacional Los Alerces. El registro oral relevado en esta zona muestra que para las primeras décadas de 1900 estas embarcaciones eran utilizadas por sus pobladores. Es importante observar que hacia 1900, en la zona del Nahuel Huapi, las vías acuáticas eran preferidas a las terrestres, ya que los caminos entre los poblados en aquel entonces eran dificultosos, sobre todo en las épocas invernales en las que los mismos se cerraban, dándose la comunicación regular entre las poblaciones, únicamente, a través de embarcaciones que navegaban el lago. Si bien, con la creación de la Colonia pastoril agrícola-ganadera Nahuel Huapi comienza a generarse la creación de aserraderos que permitían, entre otras cosas, construir embarcaciones tales como vapores, cargueros, botes, etc, el registro oral, escrito y fotográfico nos habla de la existencia en la zona de canoas monóxilas hacia principios de 1900. Nuestro objetivo es continuar profundizando en un tema que, si

1904 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

El estudio de las canoas monóxilas del Parque Nacional Nahuel Huapi partió de un abordaje multidisciplinar, en el que la Arqueología, la Historia y la Antropología permitieron contextualizar las embarcaciones en una espacialidad que le dio sentido. Esta espacialidad es visualizada en su dinámica relacional entre los hombres y entre el hombre y su espacio. La misma no se limita únicamente a lo terrestre sino también a lo acuático, a las relaciones que mantuvo el hombre a lo largo de la historia con los espejos de agua. La ventaja de utilizar un abordaje relacional permitió observar de qué manera, en distintos puntos de la Patagonia diferentes tipos de embarcaciones eran utilizadas. Si el registro documental es rico en referencias sobre las embarcaciones que navegaban estas rutas, creemos que deben existir evidencias materiales que amplíen nuestro conocimiento acerca de las mismas. Nuestra intención es que este trabajo sirva como disparador para realizar trabajos arqueológicos que permitan generar nuevas interpretaciones sobre los antiguos habitantes de estas tierras.

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Etnoarqueología para la Comprensión de las Canoas del Lago Calafquen, Panguipulli, Región de Los Ríos, Chile1 Etnoarchaeology for the Understanding of the Dugouts from Calafquen Lake, Region de Los Ríos, Chile Marcelo Godoy* y Nicolás Lira**

Resumen El presente trabajo es un avance en la investigación etnoarqueológica sobre la tecnología de la madera (Rivas et.al. 1999, Ocampo y Rivas 2004, Gaete y Navarro 2005, Velásquez y Adán 2005) aplicada a la construcción de canoas. Los datos que presentamos se estructuran a partir del análisis de un proceso de tallado de una batea aplicando el procedimiento tradicional (corte estacional, secado, rajado por los vientos y talla) y las herramientas pertinentes (cuña, hacha, gubia, azuela de mano o maichiwe) en la localidad de Pucura, Lago Calafquén. Junto a la descripción de este proceso, se incluyen testimonios sobre recolección, corte de madera, y tallado en madera, así como descripciones de viaje en canoas o wampos y procedimientos de comunicación-transporte por vía lacustre. Finalmente se señala que ambos usos (manufactura y navegación) están regidos por criterios de estacionalidad construidos intersubjetivamente, los que en su conjunto dan cuenta de una interesante y poco estudiada interacción de las poblaciones mapuche con el bosque, la ribera y las aguas. Palabras Claves: Canoas monóxilas, etnoarqueología, interdisciplinario, antropología de la tecnología, intertexto, estacionalidad, localidad de Pucura.

Abstract This work is a progress in the ethno archaeological investigation about the technology of wood (Rivas et.al. 1999, Ocampo y Rivas 2004, Gaete et. al. 2004, Gaete y Navarro 2004, Velásquez y Adán 2004) applied to the construction of dugouts. The information that we present is structured starting from the analysis of a carving wood process of trough using the traditional process (seasonal cut of the tree, drying, slicing and carving) and it traditional tools (wedge, axe, gouge, hand axe or maichiwe) in Pucura, Calafquen Lake. With the

description of this process are included oral testimonies about the recollection of the wood, its cutting and carving, and the description of voyages in dugouts or wampos and means of communication and transport trough the lake. Finally we show that both uses (manufacture and navigation) are governed by seasonal criteria intersubjetivily constructed, which in their set show an interesting and slightly studied interaction between the original mapuche population and the forest, shores and waters. Keywords: Dugouts, ethno archaeology, interdisciplinary, anthropology of technology, intertext, seasonability, locality of Pucura.

El territorio comprendido por las Regiones VIII, IX y X se encuentra cruzado y ocupado por grandes cuencas que drenan desde la Cordillera de los Andes hasta el Océano Pacífico, conformando lo que se ha denominado un sistema de cuerpos de agua discontinuos interconectados entre sí (Lira 2007), y que en el pasado habrían sido de mayor envergadura que en la actualidad. Entre estas cuencas podemos mencionar como las más importantes la del Bio-Bio, Cautín, Toltén, Calle-Calle/Valdivia, Bueno y Maullin. En estas cuencas se encuentran la mayoría de los lagos y lagunas de estas regiones como las lagunas de Galletué, Conguillio e Icalma, los lagos Villarrica, Caburga y Colico, Calafquén, Panguipulli y Riñihue, Ranco, Puyehue y Rupanco, Llanquihue y Todos los Santos. A estos debemos agregar los lagos costeros como el Lanalhue, Lleu Lleu y Budi. Al mismo tiempo, no debemos olvidar aquellos que corresponden a la vertiente oriental cordillerana entre los que se encuentran los lagos Alumine y Moquehue, Guillén y Tromén, Huechulafquén, Epulafquén y Currahué, Lolog, Lacar, Hermoso, Traful y Nahuel Huapi. Los diferentes cuer-

* Antropólogo Dirección Museológica, Universidad Austral de Chile, [email protected] ** Arqueólogo. [email protected]

1906 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

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pos de agua son un hito recurrente del paisaje, y una característica que marca el medio ambiente y a las poblaciones que en él se asentaron. Estos habrían facilitado el movimiento, la comunicación y la interacción entre los antiguos habitantes de estos territorios, constituyendo rutas de navegación que se interconectaban unas con otras y permitían el rápido acceso a los diferentes espacios que lo constituían. El caso que a continuación presentamos se centra en el lago Calafquén (39º33’S,72º11’W), cuerpo de agua parte de la cuenca del río Valdivia, ubicado a 26 Km. al sur de Villarrica, a 203 m.s.n.m., con una profundidad máxima de 212 m (Subiabre y Rojas 1994). La ribera este del Calafquén presenta un depósito volcánico que lo separa del lago Pellaifa, antiguamente parte del mismo sistema lacustre (Pino et al. 2002). Posee como característica diferenciadora un sistema de drenaje en dirección sur a través del lago Pullinque luego al Panguipulli, desde allí al lago Riñihue, desaguando por el lado occidental por río San Pedro, a poco avanzar se une al río Quinchilca, para así formar el río Calle-Calle. Al llegar a Valdivia se une con el río Cruces, de donde nace el río Valdivia, que desemboca finalmente en la bahía de Corral (Subiabre y Rojas 1994). La localidad de Pucura se ubica en la ribera norte del Lago Calafquén, a piedemonte del volcán Villarrica (35º S). Las ocupaciones de dicho territorio se remontan a 9.700 AP, siendo el sitio Alero Marifilo 1, el que mayor información ha brindado en relación a las dinámicas de interacción boscosa y ribereña de las poblaciones humanas en el contexto prehispánico. El registro arqueológico da cuenta de la presencia combinada de recursos vegetales, animales y bentónicos, consignado en la secuencia de fogones de ocupación doméstica al interior del alero a lo largo de las diversas ocupaciones hasta el periodo previo al contacto (1400 DC). Por otro lado, la historia ambiental nos señala la presencia de una amplia zona boscosa que permitió el desarrollo de una tradición de los bosques templados donde predomina la caza por sistema de trampeo y recolección estacional de recursos del bosque y del ámbito lacustre fluvial (Adán et al, 2004). Junto con esto, el trabajo arqueológico (Carabias et al, 2005) dio cuenta de la presencia de canoas sumergidas en el puerto de la localidad. Etnográficamente este lugar es objeto de reiteradas citas o intertextos (Lotman, 2001) en torno a su calidad como puerto de embarque y desembarque para conectar esta localidad con otros puntos de la cuenca. Metodológicamente, en esta investigación etnoarqueológica se conjugan las evidencias de materialidad y

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oralidad de cultura material expresada en las canoas sumergidas (2) en el puerto de la localidad y la evidencia oral que da cuenta sobre la manufactura de canoas y los usos socioeconómicos y territoriales de este sistema de transporte y comunicación. Ambos niveles de información se articulan para darnos una explicación de la relación dada entre las poblaciones mapuchehuilliche y el entorno boscoso y lacustre-fluvial durante las distintas fases del año, así como también determinadas características tecnológicas y socioculturales que se desprenden del uso de la madera como materia prima, del bosque como espacio proveedor y del agua como ruta de alta conectividad entre diversos puntos de la cuenca.

Marco teórico El trabajo que presentamos es de carácter interdisciplinario, ya que se aborda el uso y manufactura de canoas monóxilas desde las disciplinas arqueológica y etnográfica. En este sentido, abordar la cultura material y tradición oral de manera simultánea contribuye a la comprensión del registro arqueológico, considerando que en la zona del Calafquén ambos objetos de estudio se complementan dentro del mismo territorio, dada la presencia de las canoas en el lecho lacustre y testimonios sobre esa tecnología en particular en el seno de las comunidades mapuche de Pucura y Tralahuapi, esto nos permite esbozar una mirada etnoarqueológica de las canoas del Lago Calafquén. La etnoarqueología puede ser entendida de diversas maneras, como una estrategia de investigación, una herramienta metodológica, incluso como una sub-disciplina de la arqueología. Sin embargo, aunque en el debate aun se no defina claramente su adscripción disciplinaria, nos permite acercarnos de forma más adecuada a las tecnologías y al registro arqueológico que estudiamos dado que permite articular una mirada interdisciplinaria sobre un objeto arqueológico. De esta forma podemos concordar con que (…) «la memoria histórica de los pueblos originarios tiene un valor insospechado para comprender elementos arqueológicos y, particularmente, para orientar investigaciones en esta disciplina (Aldunate et. al. 2003: 307) y generar reflexiones acerca de su activa significación en el pasado y en el presente» (Castro et. al. 2004: 465) Esto se vuelve aún más significativo cuando se trata de estudiar e interpretar elementos culturales cuya preservación material es problemática, como son las tecnologías asociadas a la madera en el sur de Chile, pero

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donde los descendientes de esas comunidades originarias aún conservan en su memoria elementos de su cultura ancestral. Una propuesta de este tipo es la que plantean Aldunate et. al. (2003) para el caso específico del estudio del camino del Inka en el norte de Chile: Nuestra idea es que el análisis de la narrativa oral, trabajada con estrategias cruzadas desde la arqueología, el presente etnográfico, la etnohistoria y el trabajo de la toponimia con diccionarios de lenguas nativas y geográficos, puede permitir avances significativos en el conocimiento del paisaje cultural articulado por los caminos y senderos de la región de estudio y en la comprensión de la ideología asociada. Las recopilaciones logradas y que esperamos ampliar, son de una riqueza significativa para la proposición de metodologías de trabajo en la búsqueda de la existencia y sentido de estos trazados. (Aldunate et. al. 2003: 308). La etnografía por su parte es una disciplina que nos permite describir los procesos socioculturales desde la alteridad con una profundidad que es construida sistemáticamente mediante el uso de herramientas que conjugan la creación de vínculos e instrumentos para el rescate de la tradición oral, estos fragmentos de memoria individual y colectiva representan un conjunto de categorías referidas a una construcción social de la realidad específica (Berger y Luckman, 1977). Actualmente la etnografía se nutre de diversos postulados teóricos para hacer más eficiente el análisis de los datos recolectados, en este sentido, consideramos pertinente los planteamientos de la semiótica de la cultura (Lotman, 1996), específicamente la noción de inter-texto o cita. Lotman sugiere que toda cultura y por ende todos los significados articulados en las dinámicas intersubjetivas son producto de la referencia dada de una generación a otra, si bien las generaciones difieren entre sí por condiciones sociales, ambientales o políticas especificas, es posible extraer de ellas elementos significativos que representan un nivel semántico elemental transmitido de generación en generación. Esto es especialmente relevante en las culturas de fuerte tradición oral, tal como ocurre en el mundo mapuche, donde prestigio y poder están vinculados a la capacidad de cita, mientras más profunda sea la cita mayor es el respeto infundido sobre el citador. En este sentido, el conjunto de citas sobre los conocimientos específicos que se refieren a la construcción y navegación de las canoas monóxilas, nos entregan datos inéditos sobre esta tecnología en el lago Calafquén. 1908 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

Metodología Dado que nuestro trabajo se centró en el uso y manufactura de canoas como manifestación tecnológica de la madera y representación de una construcción de mundo vinculada a los cuerpos de agua y bosques, es necesario su tratamiento desde el enfoque de la Antropología de la Tecnología planteado por Lemonnier (1992) y el concepto de Habitus de Bourdieu (1977). De esta manera se puede entender a la tecnología como algo mucho más complejo que simples artefactos, más bien como a una producción social: «Technology embraces all aspects of the process of action upon matter, wether it is scratching one´s nose, planting sweet potatoes or making jumbo jets.» (Lemonnier, 1992: 1). Estos enfoques nos permiten acceder tanto a los aspectos físicos que envuelven a la tecnología, es decir a la forma en que son elaborados y usados para alguna acción, como también a aspectos culturales que no tienen que ver solamente con la funcionalidad de los instrumentos o con aspectos de optimización de energía, sino que con elementos culturales y sociales. Las decisiones tecnológicas que toman los diferentes grupos humanos estarían dando cuenta de estos ámbitos: «There are more subtle informational or symbolic aspects of technological systems that involve arbitrary choices of techniques, physical actions, materials, and so forth that are not simply dictated by function, but which are integral components of the larger symbolic system.» (Lemonnier, 1992: 3) De esta forma Lemonier toma la definición de técnica utilizada por Mauss que dice que una técnica es «an action which is effective and traditional (and in this it is no different from a magical, religious or symbolic action) felt by the {actor to be} mechanical, physical or physicochemical… and… pursued with this aim in view» (Cit. en Lemonier, 1992: 4-5). De esto se desprende que una técnica tiene un fuerte componente social al ser transmitidos ciertos saberes como una forma de herencia cultural. Toda técnica tendría cinco componentes relacionados: materia, energía, objetos (llamados artefactos o herramientas), gestos y conocimientos específicos (know how) (Lemonier, 1992: 5-6). Estos dos últimos tendrían un fuerte componente social y cultural, y es a ellos a los que intentaremos llegar a partir de la materialidad que estudiaremos. Dentro de esta misma línea también se puede entender cómo técnica, de una forma más general, a la forma en que se utiliza la tecnología: «Techniques are

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those human actions that result in the production or utilization of things.» (Dietler y Herbich, 1998: 235). Tanto las técnicas como la tecnología estarían empapadas y condicionadas por aspectos sociales y culturales, lo que significa que la comprensión de sus interrelaciones nos puede ayudar a entender mejor estos aspectos. (Dietler y Herbich, 1998) El concepto de Habitus acuñado por Bourdieu (1977) nos sirve para clarificar estas relaciones. Según éste, las personas desarrollarían «disposiciones» a actuar de ciertos modos por la influencia de las estructuras de condiciones materiales en las que viven y se desenvuelven. Este sistema de disposiciones, llamado habitus puede generar patrones de acción que aparezcan reguladas como si fueran producto de reglas, pero que en realidad operan sin hacer referencia a ningún tipo de regla explícita. Las técnicas, así como otros aspectos de la vida social, estarían formados a partir del habitus que envuelve el desarrollo de ciertas tenden-

cias en la práctica, y una percepción de los límites en que se enmarcan las decisiones tecnológicas, tal como lo explica Lemonnier (1992).

Resultados Esta investigación toma como referencia los resultados del trabajo de arqueología subacuática desarrollado en el lago Calafaquén (Carabias et al. 2005, 2007), y que de manera específica nos ha brindado novedosa información de canoas monoxilas en su contexto depositacional. Según Carabias et al. (2005, 2007) dichos trabajos permitieron identificar que las dos «canogas» o wampos2 estudiados fueron construidas en madera de laurel (Laurelia sempervirens) y la aplicación de cronología absoluta directamente sobre la canoa Nº 1 [DCC_01] y la canoa Nº 2 [DCC_02], arrojó fechas radiocarbónicas convencionales de 130 ± 70 14C AP y 330 ± 80 14C AP, respectivamente (Carabias et al. 2005 y 2007).

Fig. 1 Tabla de fechados de canoas del Calafquén, Carabias, 2007.

Sobre las prácticas de movilidad en canoas monóxilas Desde la perspectiva etnográfica, el levantamiento de datos en las localidades de Pucura y Traitraico, nos permitió recabar información sobre movilidad y manufactura de canoas en su contexto geográfico y cultural. De hecho, el lugar donde fueron documentadas las canoas del Calafquén corresponden al antiguo puerto de la localidad de Pucura, los testimonios dan cuenta de su uso como lugar de tránsito hasta mediados del siglo XX, hoy este lugar mantiene su nombre como propiedad privada. Según los testimonios de la tradición oral local, hay conocimientos específicos sobre las rutas de movilidad en canoas para conectar diferentes puntos de la cuenca lacustre, haciendo evidente un tipo de asentamiento mixto entre bosque y ribera. De acuerdo a la señora Rosa Antihuala, «[En Pucura] ahí tomaba el wampo uno. Ahí en la playa Pucura. Ahora los que compraron ahoTomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

ra tienen cerrado para adentro antes no po, estaba abierto» (el testimonio se refiere al actual predio de la familia Turull, lugar donde fueron excavadas las canoas del Calafquen). Según don Guillermo Reucán, había una conexión permanente entre la ribera norte y suroeste (entre Coñaripe y Tralahuapi), utilizándose para el llamado de canoas señales de humo en lugares especificados para ello en ambas riberas; en la comunidad Reucan (playa Traitraico), el fuego se hacía cercano al estero Naicahuin, mientras que en Tralahuapi se hacía en el sector de La Puntilla (Godoy, 2006). Sobre su uso nos señala mi abuelo tenía una canoga aquí, porque lo manejaba en el bajo ahí, al otro lado en Tralahuapi, aquí abajo, en la playa que baja a la orilla de la carretera, ahí estaba el puerto. Y ahí salían en canoga, iban a Tralahuapi, al otro lado, Curihue, todo eso. Cuando había emergencias, por ahí (...) cuando moría algún familiar, por ahí ya los teléfonos que tenían era el humo. Tenían una parte donde hacer un fuego y Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1909

hacían un humo. Los otros viendo del otro lado, cuando veían el humo ése, ya se largaban para acá para ver qué es lo que pasaba (se demoraba de Tralahuapi a Curihue) en las canogas se demoraban como dos horas, poco más a veces (...) es que eran pesadas, para el remo, para todo. Porque no eran bien construidas, y eran gruesas. Eran cuatro, cinco pulgadas de gruesas. Pero las olas no las movían. (...) Les hacían unos tarugos no más, para que se afirmara el remo ahí. (...) Bueno, aquí tenían una canoga que hacía unos quinientos kilos.3 Según los relatos recolectados hay acuerdo en que las canoas monóxilas se utilizaron en el lago Calafquén hasta la década de 1950. La instalación de aserraderos y la bullente actividad forestal que se inició en aquellos años popularizó el uso de chatas y botes construidos con tablas provenientes de dichas faenas, quedando relegados hasta la fecha el uso de las canoas. Reucán señala al respecto: «Ahí ya empezaron a aserrar unos lingues, hicieron un bote; tenía seis metros, tenía un metro cincuenta de ancho... el bote. Con ese viajábamos a Lican. En esa época ya llegaron negocitos a Lican. Cuando llegó el aserradero aquí...4» Otro de los testimonios más relevantes que nos permite describir algunos elementos en torno a la navegación en canoas, es el testimonio que nos brinda la señora Rosa Antihuala (80) de Pucura5, señala: Así yo conocí huampo para al otro lado, buscamos un barril de chicha, así que después fue a buscar un barril de chicha, ese partió aquí en la playa [de Pucura]. Por eso yo lo miraba así a la orilla, y verde estaba el agua, y el rema así po.

Entonces pusieron lazo en cada lado, el lazo le dejaron así medio hueco, anudado, entonces le pusieron lazo, entonces para un lado hay que amarrarlo y se iba así, se iba ligerito llegamos a Tralahuapi. (…) ese entonces ahí tenía, ahí llevaron, entonces yo vengo a lamentar la bulla dijo y yo lo voy a hablar con el cacho, dijo, así que yo escucho, así ver que viene el huampo, dijo, lleven bueyes con carro y vayan a encontrarme al lago. Este extracto de la entrevista nos indica varias cosas relevantes sobre el uso de canoas; lo primero es que da cuenta de la presencia del embarcadero en la playa de Pucura, pero no la playa sino en la zona que describe como el puerto de Pucura y que coincide con el sitio arqueológico subacuático trabajado por Carabias y colaboradores; segundo, hace referencia al uso de canoas para el traslado de personas y objetos para desplazarse por la ribera del lago, en este caso por la rivera norte en dirección E-W; tercero, que hay un mecanismo de avisaje o de comunicación para avisar la llegada a puerto, habla del kurll-kurll6 o cuerno de vacuno. Todos estos elementos demuestran que la actividad de navegación en canoas era una actividad que se basaba en un conocimiento específico sobre los lugares de embarque, rutas de desplazamiento, uso de códigos de comunicación y uso estacional de las rutas. Las evidencias nos muestran que se trata de una actividad no espontánea, sino que por el contrario, la sitúa como una actividad que requiere de un saber que es transmitido de generación en generación, y que requiere de un nivel de especialización para la navegación lacustre.

Fig. 2 Puerto de Pucura y sitio con canoas del Calafquén. Gentileza D. Carabias et al., 2005.

1910 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

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A modo de síntesis, el siguiente cuadro nos muestra la movilidad por tierra y agua, regida por los criterios de

estacionalidad en la cuenca del Calafquén:

Tipo recorrido

Rumu-Puken (Otoño-invierno)

Pewü-wallung (primavera-verano)

Pedestre

El tránsito es posible pero complejo dado que las condiciones climáticas reblandecen el suelo, y dificulta el tránsito de personas, animales y carretas. No hay muchos recursos a recolectar exceptuando los hongos de mayo y otros hongos. Hay sectores a los que no se accede, p.e. zonas de pinalerías del Villarrica. Poco o nulo tránsito de embarcaciones; transito en tramos cortos y cercanos a la orilla cuando las condiciones climáticas son favorables.

Momento óptimo para el viaje de carretas, caballos y de a pié a los puntos de recolección o intercambio.

Navegación

Uso de corrales de pesca en ríos cordilleranos en junio-julio. Con la actividad forestal industrial comienzan a ser ocupados cursos de agua, cuyo aumento de caudal permite el transporte de madera a los centros de acopio y venta.

Momento óptimo para la navegación en canoas, botes o tránsito de ribera hacia puntos de recolección o intercambio. No hay tránsito de balsas de madera por los ríos con menor caudal (sector W Calafquen río Cruces sector Loncoche).

Fig. 3. Tabla de movilidad terrestre y fluviolacustre en cuenca del Calafquén.

Experiencia de construcción de una batea Como se señaló anteriormente, una de las experiencias más enriquecedoras en relación a la comprensión de las tecnologías de la madera, resultó ser la observación y registro del trabajo sobre un tronco y su transformación en una batea por parte de un artesano, nuestro informante don Ernesto Marifilo, quién es un diestro artesano en el trabajo de la madera y responsable en su comunidad de la manufactura de las ruedas de carreta en este mismo material. Una batea es elaborada a partir de un tronco que se parte por la mitad en forma longitudinal, y cortado del tamaño necesario para el uso que se le quiera dar. Se utilizan principalmente para lavar, como abrevadero o comedero para los animales, o para almacenar alimentos. En esencia la elaboración de una batea no debiera ser muy distinta de la elaboración de un wampo, sin embargo, no se puede llegar a cometer el error de decir que una batea es un wampo más pequeño. Las diferencias en cuanto a lo que respecta a su función son enormes, lo que redunda en grandes diferencias en su morfología y estructura, lo

Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

que puede resultar en diferencias en su manufactura. Sin embargo, y ante las dificultades que significan la elaboración de una canoa monóxila de forma tradicional, nos pareció valido como un primer acercamiento al tema de las tecnologías de la madera y de la manufactura de canoas la observación del proceso de confección de una batea. Los datos etnográficos recogidos señalan que el tallado de la batea se realizó de acuerdo a ciertos criterios de manejo estacionales de selección de madera, corte y secado previos al tallado. De acuerdo a don Ernesto Marifilo, las maderas utilizadas por excelencia para el tallado eran las maderas de lingue y laurel para «canogas» y roble pellín para el wampo funerario (trolof). Para este caso, la batea fue tallada en madera de coihue (Nothofagus dombeyi), la pieza fue cortada antes del periodo de los brotes para evitar que la madera guarde propiedades de elasticidad y resistencia y no se «raje» al ser tallada, fue almacenada en su bodega (lugar fresco y seco) por aproximadamente un año. El reposo de la pieza permite la apertura del tronco (vientos), que facilitan rajado y posterior tallado

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Durante el proceso tecnológico de confección de la batea, se logró obtener una gran cantidad de información, tanto a partir de la observación directa como de la conversación con Don Ernesto y su ayudante. Esta información se registró en notas de campo, fotografía digital y video digital, todo lo cual ha sido sistematizado y sintetizado a continuación. Se puso especial atención en el registro de las huellas de manufactura dejadas por las diferentes herramientas metálicas, para poder compararlas con las encontradas en las diversas embarcaciones analizadas. A continuación se presenta la información registrada, en dos formatos distintos: el primero es una ficha sintética de las notas que se tomaron durante la elaboración de la batea principalmente de conversación con Don Ernesto y su ayudante mientras realizaban el trabajo, y luego se presenta un registro fotográfico tanto del proceso como de las huellas de manufactura que se fueron observando sobre la superficie de la madera.

Fig. 4. Pieza de coihue para tallado de batea, se observa apertura de vientos y área a tallar.

Manufactura de batea por Don Ernesto Marifilo Fecha: 7 de septiembre de 2006 Localidad: Pucura, Lago Calafquén Madera: Coihue. Edad del árbol: aproximadamente 30 años Sección del tronco: base del árbol, la parte más gruesa. Tiempo de cortado: aproximadamente hace 1 año. Este se encuentra verde en el centro. Se corta antes de que esté brotando, mayo o abril, ya que está con savia cuando tiene brotes, la que contribuye a que se pueda partir con mayor facilidad. Herramientas: hacha, azuela, azuela de mano o maichiwe cuñas metálicas, combo, y gubia. Procedimiento: Se elige un tronco grueso, del diámetro deseado y que esté sano. La madera utilizada es el Pellín, aunque el Laurel sería las más adecuada y predilecta. Se parte en la zona del viento, una rajadura natural que tiene en el centro, con dos cuñas metálicas, quedando dividida en dos mitades. La mitad más gruesa se usa para confeccionar la batea. Se nivela la superficie interior y se rebaja la corteza por los costados con el hacha. Se hacen sacados transversales golpeando en un ángulo de 45°, y luego se va tallando longitudinalmente entre los dos sacados rajando la madera en el sentido de la veta. Si el tronco está verde la batea se parte si no es mantenida con agua en su interior. Si está muy seco, es muy duro para trabajarlo. No puede estar muy seco ni muy verde. La savia produce que se parta, por eso no puede estar brotando al ser cortado. El hacha se usa para rebajar todas las paredes, y la azuela se utiliza para emparejar el fondo. Con la azuela y hacha de mano pequeña se realiza el retoque final, aplicándola tanto en los costados como en el fondo y en la juntura o ángulo entre ellos. Don Ernesto planteó la posibilidad de que en tiempos antiguos, cuando no existían las herramientas de metal, se hayan utilizado árboles muertos que se van ahuecando de forma natural, y que igualmente pueden se usados ya que conservarían sus propiedades.

Secuencia del procedimiento de tallado A continuación se presenta la secuencia de tallado de la batea en la localidad de Pucura, cada figura va acom-

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pañada de una descripción del registro. La secuencia en su totalidad nos permite conocer detalles sobre el tallado, aplicación de herramientas, huellas y tiempo de tallado.

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Figura 5. Herramientas utilizadas por Don Ernesto Marifilo para el trabajo en madera. De izquierda a derecha: 5.1 Hacha y azuela, piezas grandes utilizadas en la mayor parte del procedimiento. 5.2 Azuela de mano o maichiwe usada para dar los retoques. 5.3 Cuña metálica que sirve para partir el tronco. 5.4 Gubia que se utiliza para tallar.

Figura 6. Inicio del procedimiento de construcción de la batea. De izquierda a derecha: 6.1 El tronco se prepara para el trabajo; 6.2 se sitúa una cuña metálica en una grieta o «viento» del tronco donde Don Ernesto golpea con un combo; 6.3 la grieta se expande y se coloca una segunda cuña metálica.

Figura 7. Secuencia de rajadura del tronco. De izquierda a derecha: 7.1 y 7.2 el tronco esta casi partido y solo se requiere introducir el combo en la grieta para que termine de partirse; 7.3 el tronco se ha rajado en dos mitades casi perfectas.

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Figura 8. Comienza el trabajo de rebaje en una de las mitades del tronco. Este trabajo se realiza principalmente con el hacha, y lo que se intenta es ir extrayendo la mayor cantidad de madera del tronco para ir ahuecándolo. De izquierda a derecha: 8.1 el hacha golpea el tronco extrayendo parte de su superficie; 8.2 huella de corte que deja el hacha sobre el tronco.

Figura 9. El trabajo con el hacha va dejando huellas sobre la madera, las que van siendo borradas al seguir ahuecándose el tronco, donde van quedando sólo los últimos cortes que se realizaron. En la secuencia se aprecian dos vistas de huellas de manufactura efectuadas con hacha, las que son oblicuas por la posición en que se introdujo la herramienta, terminando con un corte recto por su filo.

Figura 10. Descortezamiento del tronco. Antes de continuar con el ahuecamiento del tronco Don Ernesto procede a descortezarlo por los costados, proceso para el cual sigue utilizando el hacha, dejando claras huellas de corte en los costados de la batea En la secuencia se aprecian estas marcas desde dos vistas distintas, marcas que son claramente diferenciables de las anteriores.

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Figura 11. El ahuecamiento del tronco se realiza mediante la técnica de cortes transversales en los extremos y el centro del tronco, para luego extraer longitudinalmente aprovechando las fibras de la madera, la masa que se encuentra entre estos cortes. En la secuencia se aprecia como se va realizando uno de estos cortes transversales con el hacha, y las huellas que van quedando sobre la madera.

Figura 12. Ahuecamiento del tronco mediante la técnica de cortes transversales. De izquierda a derecha: 12.1 Acercamiento de las huellas que va dejando el hacha sobre la madera en los cortes transversales; 12.2 se aprecia el proceso de ahuecamiento en dos secciones del tronco a partir de los extremos.

Figura 13. Una vez extraída la mayor parte de la madera se continúa el trabajo de retoque con la azuela, logrando un adelgazamiento de las paredes. Esta se introduce en forma transversal al tronco ya que su filo forma un ángulo recto con el enmangue. De izquierda a derecha observamos: 13.1 el ayudante de Don Ernesto comienza el trabajo de retoque con la azuela; 13.2 detalle de cómo se introduce la azuela en el tronco, siendo muy distinta a la posición del hacha.

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Figura 14. Detalle de las huellas que deja la azuela sobre la madera. Son muy diferentes a las del hacha, ya que el filo de la herramienta levanta la madera en la zona en que se introduce para luego arrancarla por la fuerza que ejerce, rasgándose. La marca del corte es pequeña como consecuencia, pero es evidente el rasgamiento que se produce.

Figura 15. El retoque final se realiza con una azuela de mano, más pequeña, llegando a un adelgazamiento máximo del piso de la batea, y cuidando de no romperlo. En la secuencia se observa de izquierda a derecha: 15.1 Don Ernesto maneja la azuela de mano en los retoques finales; 15.2 detalle del uso de la azuela de mano sobre la batea.

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Figura 16. Después de aproximadamente tres horas de trabajo ininterrumpido Don Ernesto y su ayudante han logrado dar forma de batea al tronco inicial. El trabajo más grueso está finalizado, pero los últimos retoques quedaron pendientes para más adelante. En la secuencia se puede apreciar la batea semi acabada. De izquierda a derecha: 16.1 se aprecia el ahuecamiento que alcanza el tronco; 16.2 se aprecia la forma general que logra la batea.

Conclusiones En términos disciplinarios creemos importante el esfuerzo interdisciplinario para la comprensión del registro arqueológico, este ejercicio investigativo apunta a ensamblar los contenidos derivados de la etnografía y arqueología en torno al uso de la tecnología de la madera para la navegación. Esta interdisciplina contribuye -desde un marco teórico metodológico- a determinar herramientas para el desarrollo de la etnoarqueología para el sur de Chile, considerando que los datos arqueológicos se encuentran insertos en contextos culturales «vivos», que contribuyen a re-semantizar la evidencia de la cultura material (Godoy, 2006). Consideramos relevante la presencia de una memoria y conocimientos específicos en torno a las tecnologías de la madera, y sobre los usos sociales de dichas prácticas. Nos muestran que la manufactura y uso de las canoas monóxilas se inscriben en prácticas especializadas y complejas, que requieren de un profundo conocimiento de las materias primas y del entorno, tanto para la fabricación de artefactos así como su uso en el territorio boscoso y fluvio-lacustre. Por ahora sabemos algo más sobre los criterios que definen la selección de especies maderables, condiciones de secado, reposo, talla, así como también la selección de lugares de embarque, sistemas de comunicación y rutas, pero queda pendiente conocer los alcances socioculturales de dichas prácticas en el entramado social de la cuenca lacustre. En cuanto a la experiencia de construcción de la batea por Don Ernesto Marifilo y su ayudante, a partir de los resultados presentados podemos plantear que las hue-

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llas de herramientas metálicas son claramente visibles sobre la superficie de la madera, y fáciles de distinguir, incluso llegando a reconocerse las diferencias entre las marcas de las distintas herramientas metálicas (hacha, azuela, azuela de mano o maichiwe). En este sentido los trabajos que ha realizado Arnold (1995) y su equipo para las canoas monóxilas de Europa constituyen un aporte significativo, ya que gracias al tamaño de la muestra con que cuenta y a la enorme secuencia cronológica de ésta, ha podido distinguir entre las marcas de manufactura que habrían quedado con herramientas líticas, herramientas de bronce y herramientas de hierro sobre la superficie de las embarcaciones. Otros aspectos e inferencias importantes que se desprenden de ésta vivencia son la existencia de técnicas estandarizadas para el trabajo en madera, el trabajo en equipo por parte de artesanos especialistas que se intercambian sus funciones, sobre todo en tareas largas y extenuantes, el conocimiento de la época del año apropiada para realizar el corte del árbol, cuándo tiene las propiedades adecuadas para el trabajo de su madera. (Lira 2007)

Notas 1

Ponencia que presenta los resultados de los proyectos FONDECYT 1040326-1060216. 2 Fray Felix José de Augusta en su Gramática Araucana traduce la palabra wampo como canoa (Augusta 1903: 136, 221 y 236. Wampu, según Lenz, es utilizado en mapundungun para referirse a embarcación (canoa), así como para «cualquier tronco de árbol ahuecado, como los indios lo usan para hacer chicha de manzana, i según se vé aquí, para enterrar a los muertos. El

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pueblo bajo llama canoa un canal de madera que sirve para conducir agua cruzando por encima de otra acequia. La palabra wampu es de orijen quechua (Lenz 1897: 322). Sin embargo, Gordon expresa que «el idioma mapuche distingue perfectamente a los dos artefactos, de acuerdo con su función. Denomina wampu o wampo al bote y trolof al ataúd (Gordon 1978: 63). En esta investigación el término wampo se utilizará para referirse a las canoas monóxilas utilizadas como embarcación. 3 Entrevista realizada el 03/12/2005 en la comunidad Antimilla, sector alto playa Traitriaco. 4 Ibid, 2005. 5 Entrevista realizada en diciembre del 2004 en la localidad de Pucura. 6 Cuerno de vacuno que servía como clarín o corneta.

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Las Sociedades Prehispánicas Tardías y Coloniales de La Araucanía: La Cerámica Bícroma como Elemento de Continuidad Socio-Cultural (S. X-XVIII D.C.)1 The Late Prehispanic and Colonial Societies of Araucanía: The Bicrom Pottery as an Element of Socio-Cultural Continuity (S. X-XVIII D.C.) Francisco Bahamondes Muñoz*

Resumen A partir de un estudio decorativo de la alfarería pintada rojo sobre blanco Vergel y Valdivia, se propone la existencia de una continuidad cultural expresada a través de un arte visual abstracto. Éste, significaría por medio de símbolos codificados, los que durante tiempos coloniales fueron elaborados sólo para la aprehensión de los grupos indígenas, lo cual evidencia a una escala material, una producción exclusivamente destinada para la población local.

Abstract On the basis of a decorative study of the red over white painted pottery Vergel y Valdivia, a cultural continuity is proposed that is expressed through an abstract visual art. This one, will be meaningful by codified symbols, that during colonial times were elaborated only by the apprehension of the indigenous groups, which evidences at a material scale, a production destinated only for the local population.

Introducción El trabajo en torno a la cerámica prehispánica en la región centro-sur posee una larga data, iniciándose los primeros estudios hacia principios del siglo XX (Latcham 1928b). En general, durante el transcurso de los trabajos arqueológicos, la alfarería ha sido una de las materialidades más relevantes y significativas para la comprensión de la prehistoria, sin embargo las aproximaciones a los contenidos presentes en los diseños de

la decoración, escasamente han sido considerados de forma sistemática. El propósito de este trabajo es abordar las posibilidades de análisis de los diseños pintados de la cerámica, destacando la relevancia de este tipo de información para comprender otros aspectos de la cultura, más allá de las aproximaciones económicas y adaptativas con las que han sido estudiados los grupos existentes a lo largo de los Andes antes de la llegada española. A partir de estas fuentes de información se intentará penetrar en la esfera de los sistemas visuales indígenas que operaron en la Araucanía en tiempos prehispánicos tardíos y a comienzos de la colonia. Se pretende generar un marco de referencia para entender estos procesos de intercambio y circulación de información en contextos de beligerancia, opresión y negación cultural. Esta forma de hacer historia también desde la arqueología, a partir de otros elementos entendidos generalmente como no textuales, más relacionados con la vida material cotidiana de estos grupos, nos lleva a vislumbrar el surgimiento de lo que clásicamente se han denominado discursos parahistóricos (Braudel 1984), al margen de las narraciones tradicionales. Éstos nos permiten apreciar los pequeños hechos que marcan lo cotidiano, y finalmente llevan a la generación de patrones y recurrencias que posteriormente revelan las estructuras que permean todos los niveles de la sociedad, y que caracterizan las maneras de ser y actuar que continuamente se ven perpetuadas (op. cit.).

* Licenciado en Antropología mención Arqueología. La Alhambra 267-A, Chiguayante, Concepción. [email protected]

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De este modo, tomando como referencia las expresiones pintadas de la tradición bícroma rojo sobre blanco del sur de Chile (Adán et al. 2005) que ha sido situada entre los siglos X y XVIII d.C., se pretende realizar una aproximación al rol de esta materialidad en los contextos indígenas, hipotetizando la existencia de representaciones en común entre estos grupos, que trascenderían el proceso de conquista, lo que denotaría así una mantención en el tiempo de pautas sociales y culturales reminiscentes de momentos prehispánicos.

más tardías (Menghin 1962: 48-50) (Figura 1 y 2).

I. La tradición bícroma rojo sobre blanco

Figura 1. (Fuente: Menghin 1962)

1. La problemática Valdivia El estudio de la cerámica «blanca valdiviana», se remonta a la primera mitad del siglo pasado. Éste se inicia con los trabajos descriptivos de Max Uhle (1908, citado en Latcham 1928a), pasando por Tomás Guevara (1912) y Ricardo Latcham (1928b) Las investigaciones de estos letrados previos a la escuela histórico-cultural, carecían de una aproximación sistemática relativa a los contextos en donde estas piezas eran encontradas. Ya varias décadas después es cuando surge el primer -y único- esfuerzo sistematizador, realizado por Osvaldo Menghin (1962). Este prehistoriador durante la década de los cincuenta realiza excavaciones estratigráficas en la zona de los lagos Calafquén y Panguipulli, y estudia las colecciones particulares en la zona de Valdivia. De formación histórico cultural, a partir de un esfuerzo tipológico y de seriación, define a partir de «sitios tipo» al menos tres fases dentro de lo que él denomina la etapa Valdiviense, las más antigua del desarrollo de la cerámica araucana (1550-1750 d.C.). • Huanehue: Cementerio ubicado a orillas del lago Panguipulli, caracteriza a esta fase por la frecuencia de alfarería engobada de rojo, la presencia de bordes reforzados, asas labio adheridas, y la aparición inicial de la «alfarería blanca», el estilo Valdivia típico como él le llama. El autor sitúa este primer momento de la cerámica Valdivia hacia el siglo XVI, proponiendo incluso de manera tentativa un inicio prehispánico hacia la segunda mitad del siglo XV. Esta fase se traslaparía durante los primeros tiempos de la conquista, con el Vergelense II, desarrollo relacionado con lo Valdivia, reconociendo el austriaco en los jarros vergelinos, «prototipos» de estas expresiones

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Figura 2. (Fuente: Menghin 1962)



Calle-Calle: Se trata de dos sitios de funebria en las inmediaciones de Valdivia. A excepción de dos brazaletes de cobre, cerámica fue el único material cultural rescatado. En este conjunto, según Menghin, se repiten los fenómenos tipológicos de la alfarería de Huanehue, pero se añaden algunos rasgos nuevos, aparentemente más modernos. Jarros con incrustaciones de loza en el borde, grandes contenedores de alrededor de 40 cm de alto, vasijas engobadas de rojo y pintadas rojo sobre blanco estilo Valdivia, junto a ollas con estrías anulares en el cuello, conforman los contextos de Calle-Calle. Para el austríaco, la acentuada influencia europea (morfología y aditamentos), y el desarrollo de la cerámica Valdivia que evidencia tamaños

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más grandes y una nueva pasta de color blanco, serían elementos representativos de una fase más tardía que Huanehue. Ésta es ubicada propositivamente, hacia el s. XVII (Menghin 1962: 37-39). Huitag: Cementerio ubicado en la ribera norte del Calafquén, donde fue encontrado un entierro en wampo o canoa funeraria, ofrendado con varias vasijas y un topu. En el ofertorio, determinados rasgos discretos en el material alfarero, como la decoración con loza incrustada en forma de cruz oblicua, las bases planas definidas y las asas con un punto de inserción inferior con ensanchamiento circular; junto con la presencia de hierro, una vasija con decoración blanco sobre rojo y la conservación de materiales como hueso y madera, hacen pensar al autor en una fecha reciente para el sitio, alrededor de la primera mitad del siglo XVIII (Menghin 1962: 39-41) (Figura 3).

fecha de 1410+/-50 d.C. para un estrato asociado a cerámica Valdivia en el alero Marifilo, en la orilla norte del lago Calafquén (Mera 2002), abre la posibilidad de un surgimiento prehispano del estilo Valdivia. Este hecho se ha visto corroborado recientemente a través de fechados por termoluminiscencia en la costa adyacente a la cuenca valdiviana, en donde se han obtenido dataciones tanto de fragmento El Vergel como Valdivia, del período prehispánico tardío (Adán et al. 2007). A esto se suma el indudable grado de parentesco que existe entre ambos estilos decorativos (Vergel y Valdivia), que aporta a la idea de un surgimiento local de la «cerámica blanca» y desecha la hipótesis de una introducción del estilo por parte meramente de olleros peruanos o yanaconas que habrían llegado a la Araucanía hacia tiempos coloniales. De esta manera, se observa que en las vasijas Valdivia de tiempos coloniales existe un alto conservadurismo en el ámbito de las representaciones pintadas y los significantes que allí se manifiestan. Evidenciándose una lenta y paulatina incorporación de elementos hispanos en sus contextos funerarios, siendo nulo cualquier tipo de cambio en la gramática decorativa valdiviense.

2. El complejo El Vergel

Figura 3. (Fuente: Menghin 1962)

El trabajo de seriación realizado por Menghin ha sido hasta la fecha el único trabajo que se ha abocado al estudio de la cerámica Valdivia y sus variaciones contextuales. La relación cada vez mayor con determinados elementos y rasgos hispanos que detenta la alfarería, es el principal instrumento que ocupa el austriaco para desarrollar su cuadro cronológico. Las escasas fechas absolutas existentes para la cerámica Valdivia no permiten evaluar con la rigurosidad necesaria los postulados del autor. Mas, la temprana Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

El desarrollo de la arqueología en el área de la Araucanía, ha develado la existencia de distintos complejos o culturas prehispánicas, siendo la de El Vergel (Bullock 1970, Aldunate 1989) una de las más estudiadas y conocidas. Fue caracterizada inicialmente como un complejo funerario, a partir de pequeños cementerios en urnas correspondientes a unidades familiares (Bullock 1970), en donde eran ofrendados pequeños jarros pintados de color rojo sobre un fondo blanco, distinguiéndose así de los cántaros valdivianos, más tardíos y de tecnología diferente. Recientemente, el trabajo sistemático en torno a sitios de habitación en las costas de la Araucanía (Quiroz 2006), ha revelado que las poblaciones vergelinas descritas inicialmente a partir de cementerios, temporalmente se ubican entre el siglo X y XVI d.C. Éstas presentaban un sistema de asentamiento disperso, pero consolidado, ocupando efectivamente los distintos ambientes y pisos ecológicos (Bahamondes et al. 2006). Se ha constatado que estos grupos manifestaban una economía mixta de amplio espectro, conjugando el uso del bosque, la recolección de vegetales y la caza de animales silvestres, con la agricultura de maíz (Zea mays), quinua (Chenopodium quinoa) y gramíneas (poSimposio Arqueología, Antropología e Historia 1921

siblemente del género Bromus), y la ganadería de camélidos (Castro & Adán 2001). Desde la perspectiva material, se ha confirmado la presencia de una tradición cultural afianzada, distinguible a través de un artefactual lítico estandarizado, esencialmente sus puntas de proyectil, triangulares alargadas, de base escotada (Bahamondes et al. 2006). A su vez, la metalurgia también presenta un considerable desarrollo en El Vergel, habiendo sido constatado el trabajo en aros, pulseras y colgantes en cobre y plata (Campbell 2004). En conjunto a esto, se encuentran los escasos textiles que han sido recuperados de contextos vergelinos, correspondientes a fibra de pelo de llama (Lama glama) (Navarro & Aldunate 2002); hallazgos que abren la posibilidad de la existencia de una afiatada tradición textil, difícilmente aprehensible debido a las difíciles condiciones de conservación que presenta la zona. Sin embargo, no hay duda que la materialidad más abundante dentro de esta cultura, ha sido la cerámica. Estudios de colecciones museológicas y particulares de vasijas completas (Adán et al. 2005, Bahamondes 2006, Bahamondes et al. 2006), han distinguido la presencia de una tradición cerámica bícroma rojo sobre blanco en la región centro-sur de Chile. Se trataría de un horizonte estilístico que se extendería entre la zona de Cauquenes y Puerto Montt (Adán & Mera 1997). Al interior de ésta, se evidenciarían dos estilos decorativos: Vergel y Valdivia, los que «presentan elementos decorativos diferenciales, una posición cronológica y espacial igualmente diferenciables. No obstante lo anterior ambos presentan una estrecha filiación estilística que los integra en una misma tradición alfarera» (op. cit.:34). Continuando con la aclaración de las diferencias Vergel/Valdivia señalan que «es un hecho que la decoración Valdivia, mucho más normalizada que la Vergel, presenta rasgos o elementos decorativos que están presentes desde tiempos prehispánicos aunque evidentemente se nota una evolución de aquellos elementos y la integración de algunos nuevos» (Adán & Mera 1997:34). Temporalmente, vemos que existe una serie de más de 50 fechados que ubican al complejo El Vergel entre los siglos X y XVI d.C. (Quiroz 2005, Adán & Mera op. cit.). Por otra parte para la cerámica Valdivia existen escasos fechados absolutos publicados. Es un hecho consensuado que se trataría de una cerámica más tardía, datándose indirectamente al presentar en determinadas ocasiones asociaciones con elementos europeos y por asimilarse formalmente con ciertos ejemplares de

1922 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

la alfarería hispana (cfr. Menghin 1962, Seguel 1968, Gordon et al. 1972-73). De todos modos, no existe seguridad de que se trate de expresiones necesaria y netamente producto del contacto hispano, pues también dentro de lo Valdivia se aprecian claros elementos de continuidad más allá de la decoración con el sustrato prehispánico de la zona: manufactura por enrollamiento anular, procesos de cocción oxidante, jarros anulares, asas en arco de correa, entre otros, son los rasgos tecnológicos y morfológicos que existen en común. A su vez, una de las pocas fechaciones realizadas a la cerámica Valdivia, sitúa a ésta a principios del siglo XV (Mera 2002). De esta manera pensamos que si bien su inicio puede que haya ocurrido en tiempos previos a la llegada de los peninsulares a la región, es indudable que este estilo perdura durante tiempos coloniales por lo menos hasta el siglo XVIII. A una escala funcional también pareciera existir un grado de continuidad y tradicionalidad al observarse categorías morfológicas similares en ambos estilos cerámicos. La alta predominancia de jarros simétricos y asimétricos, y la baja frecuencia de especímenes con huellas de uso (p.e. desgaste, exposición al fuego, etc.) en los contextos tanto vegelinos como valdivianos, hacen pensar en un uso de éstos como contenedores de líquidos, pasando algunos luego a formar parte del ofertorio en el ámbito fúnebre (cfr. Bullock 1970). Otro aspecto significativo que se aprecia en las vasijas tanto El Vergel como Valdivia, es la gran variabilidad que manifiestan los artefactos cerámicos a lo largo de todos los niveles del proceso tecnológico, desde el tipo de materias primas, pasando por el proceso de cocción, las terminaciones morfológicas, el tipo y calidad de revestimiento y pintura, hasta los mismos trazos y disposición de los elementos. Es por ello que pensar en la existencia de una producción a escala local parece apropiado, donde el asentamiento humano se entendería a una escala micro (Adán & Mera 1997). De ahí que se pueda explicar la gran diversidad que presentan los diseños, siendo nunca uno igual a otro, hecho que se hace más evidente en los tempranos contextos vergelinos que en los más tardíos valdivianos. Sin embargo, en ambos casos, a pesar de la enorme libertad del artesano para crear y combinar motivos, se aprecia la existencia de ciertas pautas básicas de configuración de motivos decorativos que nos hablan de algún tipo de unidad en el ámbito cultural a escala macro regional. De este modo, se aprecia que el aspecto de estas piezas tiende a ser mucho más relevante que su estructura y calidad interna, siendo así la decoración y

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también en menor grado la forma, los elementos que asignan unidad y establecen un vínculo identitario y social entre los grupos de la región centro-sur. Es así entonces, como podemos reconocer en Vergel y Valdivia la pertenencia a una misma tradición alfarera, donde el más tardío estilo Valdivia toma elementos de lo Vergel, normándolos y estilizándolos (Adán et al. 2005), hecho que se evidencia en el mayor orden que presentan las configuraciones de motivos y en los trazos de la pintura que se encuentran mejor acabados, denotando mayor simetría y geometrismo.

III. La información etnohistórica La mayoría de las fuentes históricas existentes para la región de la Araucanía tratan sólo temas políticos, económicos y/o bélicos, relativos a los procesos contingentes entre nativos y peninsulares. La información en torno a los sistemas visuales que indudablemente circulaba a la llegada española es nula, posiblemente por no concitar interés entre los europeos o porque dichos elementos eran resguardados de la vista hispana. Con relación a la población y su organización social, la literatura histórica existente nos indica que los españoles, desde su llegada a Concepción en 1550, distinguían en la zona costera que se extiende entre el Bío Bío y el Imperial seis grandes agrupaciones costeras (posibles ayllarewes) que se denominaron Marihueñu, Arauco, Tucapel, Licaniebu, Ranquilhue y Cagten (Bibar 1966, Mariño de Lobera 1865). Escritores posteriores han confirmado que estas divisiones no eran estáticas sino que se modificaban históricamente, de modo que de seis se pasaba a cuatro y luego a cinco (Rosales 1678). La población de estas agrupaciones no es conocida para el siglo XVI, sin embargo, una matrícula de 1680 nos señala que entre la desembocadura del río Bío Bío y el río Tirúa se identificaban 16 agrupaciones con una población cercana a las 12000 personas (Quiroga 1692), siendo las más numerosas las más alejadas del Bío Bío. Con relación a los datos relacionados con nuestra materialidad de estudio y los contextos de uso, éstos son más bien escasos. Una de las pocas referencias las entrega Pineda y Bascuñan a propósito de una gran celebración a la que asiste a orillas del Imperial en 1630: «El distrito que ocupaban era de más de dos cuadras a lo largo, cercado por dos lados en triángulo de unas ramadas a modo de galeras, cubiertas y cercadas por la poca seguridad del tiempo; estas galerías tenían sus divisiones y aposentos,

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adonde los parientes y deudos del que hacía el festejo tenían las botijas de chicha, carneros, ovejas de la tierra, vacas y terneras, con que ayudaban al casique pariente al gasto de aquellos días, que serían más de cuarenta divisiones, sin la muchedumbre de estos géneros que en su casa tenía el casique para el gasto de aquellos días.» (Pineda y Bascuñán 1863 [1630] Cit. en Bengoa 2003: 356) El mismo autor refiriéndose a la variedad de contenedores existentes en la Araucanía y el uso que se les daba señala: «Llevaron por delante diez o doce chinas muy bien vestidas a su usanza, cada una con su jarro de chicha, llegaron al sitio adonde estábamos aguardando, y cogió el casique una vasija grande de madera que llaman malgues, y brindó con él a mi amo y con otro a Llancaréu, su padre, y luego pidió un jarro de plata que traía aparte una hija suya, con un licor suavísimo y regalado de manzanas, con el cual me brindó disiéndome que por el deseo que tenían todos los de su distrito de La Imperial, su tierra, de ver al hijo de Álvaro, cuyo valor y nombre estaba tan temido y respetado, habían dispuesto aquel festejo y cagüín, que quiere decir Junta.» (Pineda y Bascuñán 1863 [1630] Cit. en Bengoa 2003: 357) Con relación a la alfarería en sí, su proceso de manufactura y contexto de utilización, sólo poseemos una tardía referencia del siglo XVIII que hace alusión Molina: «De estas artes de primera necesidad pasaron a algunas de aquellas que exigen las necesidades secundarias de una sociedad. Con la excelente arcilla que se encuentra en su país hacían ollas, platos, tazas y aún vasos grandes para tener los licores fermentados. Todos estos vasos los cocían en ciertos hornos, o más bien ciertos hoyos que hacían en las pendientes de las colinas. Habían también descubierto una suerte de barniz para sus vasijas con una tierra mineral que llaman colo.»2 (Molina 1788 [1787] Cit. en Bengoa 2003: 207) A partir de referencias como estas, podemos ver que hacia los primeros siglos de la conquista y colonia, en la Araucanía habitaba un importante contingente poblacional, el cual detentaba un orden social flexible adecuado a prácticas de fusión y fisión grupal, que rápidamente se adaptó a las condiciones de beligerancia impuestas por el proceso de conquista. Este territorio poseía una enorme riqueza en cuanto a recursos, los

Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1923

cuales eran aprovechados a cabalidad por las poblaciones que se enfrentaron a las huestes hispanas. Por otra parte se observa cómo nuestra materialidad de estudio -los contenedores- fue vista en uso en contextos de ceremonias de reciprocidad, redistribución y renovación de alianzas. Existiendo no solamente vasijas cerámicas, sino también tiestos de madera y metal, los que eran usados para el consumo de chicha y otros alimentos, señalando relaciones simétricas, y posiblemente otras veces asimétricas entre los distintos dirigentes quienes aprovechaban estas circunstancias para ostentar sus riquezas, «mostrarse» ante el otro y legitimar así sus redes de poder. De esta manera, se observa que las vasijas pintadas escasamente aparecen mencionadas en las crónicas hispanas, detentando quizás una poca visibilidad de estos materiales en contextos de comunicación e intercambio de información. Hecho que sin duda, contrasta con la historia oficial de relaciones de comunicación establecidas entre mapuches e hispanos en los llamados parlamentos ocurridos en tiempos coloniales. Lo anterior, abre las posibilidades de reflexión en torno a sistemas de comunicación mapuche y en las determinadas instancias en dónde si y en donde no hay diálogo con la alteridad europea.

IV. Análisis de la decoración pintada Producto de los trabajos en torno a la decoración pintada de la cerámica bícroma, ha sido posible distinguir las unidades mínimas, los elementos y las configuraciones de motivos Vergel/Valdivia (Uribe 1997, Adán & Mera 1997), proponiéndose así dos estilos representacionales, y logrando discriminar ocho tipos decorativos, algunos con sus respectivos subtipos. Éstos, tendrían una dispersión relativamente acotada a las distintas cuencas y sectores de la Araucanía (Aldunate 1989, Adán & Mera 1997). En cuanto a los tipos decorativos, dentro de lo Vergel han sido reconocidas tres variedades decorativas: 3A: Cuerpo con superposición de bandas de zig-zag múltiple. Cuello con banda de chevrones o también zigzag múltiple como en el cuerpo. 5A: Cuerpo con barras, predominio de achurado y/o zig-zag múltiple. En el cuello se observa la misma decoración con la alternancia de barras con diferentes motivos: achurado, ajedrezado, zig-zag múltiple, clepsidras y otros. 8A: Superposición de triángulos en oposición arribaabajo tanto en el cuello como en el cuerpo (Figura 4).

p p p Figura 4. Variedades decorativas del Estilo El Vergel (Fuente: Adán et al. 2005)

1924 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

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Por otra parte con relación al estilo Valdivia, se reconocen cinco variedades, algunas de las cuales presentan subtipos: 1A: Superposición de bandas de triángulos opuestos rellenos con líneas en el cuerpo, cuello con banda de chevrones. 1B: Superposición de bandas de triángulos opuestos rellenos con líneas con variación en la composición del cuello en el que se superpone una banda achurada y otra en la que se sucede el elemento clepsidra. 1C: Superposición de triángulos rellenos enmarcados por un triángulo mayor en oposición arriba-abajo, cuello con banda de chevrones. 1D: Cuerpo compuesto de sólo un campo o banda de triángulos rellenos por líneas paralelas en oposición arriba-abajo. El cuello puede estar compuesto por una banda de chevrones o bien por la alternancia de bandas de diferentes motivos. 1E: Superposición de triángulos en oposición arribaabajo con una disposición bipartita, tripartita y cuatripartita.

2A: Superposición de triángulos en oposición arribaabajo y zig-zag múltiples, cuello con banda de chevrones. En algunos casos la disposición es bi y cuatripartita. 4A: Cuerpo con un solo campo de rombos reticulados. Cuello con banda de chevrones. 4B: Superposición de rombos reticulados y cuello con banda de chevrones. 4C: Bandas superpuestas alternadas de rombos y otros diseños tanto en el cuello como en el cuerpo. En el cuello se presentan dos modalidades, una constituida por los chevrones y la segunda por la superposición alternada de una banda de clepsidras y otra achurada. 6A: Sucesión de barras con clepsidras en el cuerpo y cuello con chevrones. 6B: Superposición de bandas de clepsidras en el cuello y sucesión de barras de clepsidras en el cuerpo. 7A: Cuerpo con campos de aspas. En el cuello se registran: a) banda de chevrones, b) rombos y c) bandas de clepsidras. (Figura 5) (Adán & Mera 1997, Adán et al. 2005).

Figura 5. Variedades decorativas del Estilo Valdivia (Fuente: Adán et al. 2005)

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Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1925

El trabajo de análisis de las vasijas pintadas rojo sobre blanco (Adán et al. 2005, Bahamondes 2005) ha logrado vislumbrar la predominancia de los jarros simétricos y asimétricos dentro de las categorías morfológicas de la tradición bícroma rojo sobre blanco. Si bien los jarros con un único eje de rotación se presentan tanto en lo Vergel como en lo Valdivia, los jarros asimétricos tienden a ser característicos en mayor medida del complejo El Vergel. A escala decorativa, se ha evidenciado la predominancia de los tipos netamente valdivianos al interior de la muestra, por sobre los vergelinos y transicionales, los primeros con una clara dispersión meridional (Tabla 1). Hecho que señala una producción cuantitativamente más elevada de piezas Valdivia, lo que podría estar marcando un proceso tendiente a la especialización y estandarización productiva, evidenciando un mayor control de ésta, y con una relativa centralización en el área de la cuenca del Valdivia. De los elementos del período prehispánico que se mantienen en tiempos coloniales, el que más destaca es la banda de triángulos achurados dispuestos arriba-aba-

jo, que corresponde al tipo 8 de El Vergel y a los tipos 1 y 2 del estilo Valdivia (Figuras 6, 7 y 8). Específicamente, estas variedades decorativas muestran una misma configuración básica de motivos, en donde la unidad mínima, que es el triángulo relleno con líneas paralelas, se traslada y se refleja horizontalmente. Cuantitativamente, se observa una clara predominancia de estos ejemplares valdivianos, con 122 cántaros que presentan este orden decorativo, por sobre las 19 vasijas del complejo El Vergel que exhiben estos diseños. Esto llevaría a corroborar la idea de una pertenencia identitaria presente en los cántaros, que se extiende y se refuerza en el tiempo, posiblemente con mayor vigor hacia períodos coloniales. De esta manera vemos cómo este motivo decorativo se encuentra presente desde los primeros siglos prehispánicos de la tradición bícroma (s. X-XI d.C.) y es el que perdura hasta el final de ésta (s. XVIII?), denotando una creciente regularización en el diseño y la producción cerámica, la cual en la colonia se concentra en la porción meridional de la Araucanía al sur de las fronteras de los ríos Bío-Bío y Toltén.

Figura 6. Estilo El Vergel, tipo 8. Variedad representativa de tiempos prehispánicos.

1926 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

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Figura 7. Estilo Valdivia, tipo 1. Variedad decorativa más abundante de la tradición bícroma.

Figura 8. Dos ceramios estilo Valdivia procedentes de la localidad de Los Lagos. Decorativamente son idénticos, mientras que uno es levemente más grande que el otro (cfr. Cummins 1994).

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1928 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

Simposio Arqueología, Antropología e Historia

1 (8,33%)

1 (8,33%)

1 (7,14%)

16 (6,02%)

INDET.

Total general

12 (4,51%)

1 (2,50%)

27 (10,15%)

18 (45,00%)

13 (4,89%)

1 (7,14%)

1 (25,00%)

5 (62,50%)

5 (1,88%)

40 (15,04%)

3 (7,50%)

14 (5,26%)

2 (14,28%)

4 (10,00%)

1 (12,50%)

1 (14,28%)

1 (4,54%)

2 (11.11%)

3 (5,55%)

BUENO

9 (64,29%)

8 (20,00%)

1 (25,00%)

1 (50,00%)

4 (21,05%)

1 (12,50%)

3 (42,86%)

13 (72,22%)

4 (33,33%)

2 (50,00%)

1 (33,33%)

6 (60,00%)

18 (81,82%)

12 (75,00%)

14 (77,78%)

2 (50,00%)

5 (62,50%)

34 (62,96%)

INDET.

1 (0,38%) 138 (51,88%)

1 (7,14%)

MAULLÍN

Tabla 1. Variedades decorativas pintadas a lo largo de las distintas cuencas de la región centro-sur.

1 (100)%

6 (15,00%)

2 (50,00%)

INDEFINIDOS

TRÍCROMO

1 (50,00%)

9A

ENG. ROJO

7 (36,84%)

3 (15,79%)

8A

5 (26,32%)

1 (12,50%)

2 (28,57%)

6B

7A

5 (27,78%)

6A 1 (14,29%)

2 (50,00%)

4C 1 (8,33%)

4B

5A

2 (100%) 2 (66,67%)

4A

1 (10,00%)

5 (41,67%)

1 (10,00%)

3A

2 (20,00%)

3 (13,64%)

2 (12,50%)

2 (12,50%)

2A

1E

1 (12,50%)

15 (27,78%)

VALDIVIA

2 (11,11%)

1 (25,00%)

TOLTÉN

1D

1C

1 (25,00%)

CAUTÍNIMPERIAL 2 (3,70%)

ARAUCO 1 (12,50%)

1 (12,50%)

BÍO-BÍO MEDIO

1B

BÍO-BÍO INFERIOR

1A

Decoración

Zona de Procedencia

266 (100%)

14 (100%)

40 (100%)

1 (100%)

4 (100%)

2 (100%)

19 (100%)

8 (100%)

7 (100%)

18 (100%)

12 (100%)

4 (100%)

3 (100%)

2 (100%)

10 (100%)

22 (100%)

16 (100%)

18 (100%)

4 (100%)

8 (100%)

54 (100%)

Total General

V. Discusión y conclusiones Los sistemas de comunicación indígenas en el mundo andino materializados en diversos soportes como los textiles, khipus y keros, fueron importantes transmisores de mensajes tanto en la época prehispana como colonial. El estudio de los keros (Martínez 1986, Cummins 1994, entre otros), vasijas de madera, cerámica y metal que fueron utilizadas desde el período Formativo hasta tiempos republicanos en contextos ceremoniales, ha llevado a vincularlos con prácticas de poder rituales en donde la «invitación a tomar» evidencia relaciones de reciprocidad asimétrica. Los keros eran objetos que poseían una significación en el mundo prehispánico extendida en el tiempo por casi 3000 años y que pasa a tiempos coloniales, sin embargo denotando una paulatina transición de las representaciones abstractas a imágenes figurativas, lo que ha sido entendido como un esfuerzo por parte de los indígenas de seguir representando elementos desde la sociedad indígena a la sociedad colonial, generando una interlocución con el otro y denotando un esfuerzo de jugar sistemáticamente en dos planos (Cummins 1994). En ellos se observa un juego con la forma y la materia y a la vez que una organización en la representación de sus motivos. A través de la iconografía de los keros ha sido posible vislumbrar estructuras de pensamiento político y social andino que han perdurado largamente en el tiempo y que circulan a través de estos soportes muebles. Se trata de grandes temáticas que cruzan durante distintos tiempos históricos el pensamiento que se expresa en múltiples soportes. Verdaderos significantes simbólicos que están evidenciando un complejo proceso de construcción de discursos visuales en el mundo andino colonial indígena derrotado. Por medio del estudio de los elementos presentes en los keros se ha constatado la representación del poder político y religioso desde una lectura andina (Martínez 1986) en donde se observa a la elite cuzqueña, investida con elementos prehispánicos, hecho que denota una gran narratividad y una enorme dimensión de procesos sociales que están acaeciendo en los Andes luego del choque entre dos mundos ocurrido en el siglo XVI. Estos contextos rituales de gran complejidad es un tema que concierne a los españoles controlar, generando a fines del primer siglo de la colonia una represión en torno a la circulación de objetos y prácticas soportadas en una economía política no escrita representada en quipus, keros, textiles, etc.

Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

Estos análisis respecto a los procesos sociales del mundo andino y los soportes materiales en donde se están representando los sistemas visuales que evocan conceptos y cosmogonías relativas a un orden social anterior, nos llevan a reflexionar en torno a nuestra propia materialidad de estudio. Las vasijas pintadas Vergel y Valdivia. Consideradas desde este punto de vista, es posible pensar a los tiestos coloniales del estilo Valdivia como verdaderas representaciones que buscan recomponer momentos prehispánicos en tiempos coloniales. El estudio de centenares de piezas completas ha permitido reconocer los diversos elementos de El Vergel que se encuentran expresados reiterativamente en la cerámica Valdivia. De este modo, es posible pensar que la cerámica hacia tiempos coloniales sigue siendo usada en los contextos rituales y legitimando relaciones de reciprocidad y redistribución como en tiempos previos a la llegada europea. Estéticamente, las vasijas Valdivia seguirían reproduciendo la estética y los símbolos que los cántaros de El Vergel venían desarrollando desde el año 1000 d.C.. En las vasijas bícromas de tiempos coloniales se vislumbra un mismo proceso cognitivo de juntar significantes, esto se observa en la «gramática» que las piezas presentan, pues se están componiendo las mismas configuraciones de motivos decorativos, respetando el orden de los campos y los contenidos que hay en cada uno de ellos. Se aprecia una tradicionalidad y un conservadurismo expresivo que perdura por casi un milenio, y a la vez un proceso de estandarización creciente en torno a las técnicas, formas manufacturadas y a las variedades decorativas expresadas (Tipo 8 a Tipos 1 y 2). Aunque se trata de procesos estéticos disímiles, pues las vasijas en estudio existentes al sur del Bío-Bío siempre mantuvieron expresiones abstractas, mientras que las de los Andes Centrales tendieron a lo figurativo, en ambos casos se trata de un repertorio de pocas escenas iconográficas muy repetidas que por lo general refieren a elementos propios de los nativos indígenas, sin asociación a la vida colonial española. Este aumento en la reiteratividad y la coherencia existente a nivel composicional pueden estar hablando de sociedades que se encuentran bajo presión y que ocupan este tipo de medios para difundir, mostrar y hacer perdurar las claves y pautas del orden social previo. Esta impresionante repetitividad en la cerámica que se observa en los ejemplares valdivianos nos habla de un patrón representacional que se mantiene a lo largo del

Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1929

tiempo. En estos contenedores se aprecia un espacio de libertad política y social para representar en medio de un contexto de beligerancia y conflicto aunque no permanente, extendido en el tiempo. Serían sociedades que por una parte podrían estar incluyendo elementos hispanos, reflejados materialmente en la gradual incorporación de bienes de manufactura europea al ofertorio fúnebre (Menghin 1962); y a su vez estarían participando en dinámicas de negociación e intercambio de información con la alteridad europea a través de los diversos parlamentos celebrados en la Araucanía (Bengoa 2003). Sin embargo, por otra parte, cuando nos centramos en el análisis de las producciones culturales de la sociedad mapuche colonial, vemos que éstas son generadas con claves y símbolos netamente indígenas, que no incorporan elementos hispanos y por ende al parecer, no pretenden generar instancias de diálogo alguno a través de estos materiales, como lo son la cerámica decorada y la platería. De esta manera, y a diferencia de la situación de los Andes Centrales, aquí la población local se vincula con los europeos en ciertas esferas, manteniéndolos ajenos y distantes de otras, presumiblemente en donde hacían aparición estos materiales, que apenas fueron descritos por los cronistas. Este «bloqueo» de la presencia hispana en determinados ámbitos puede responder a las estrategias de resistencia que estos grupos desplegaron, en buena parte de forma exitosa, y que aportó a la perduración de la sociedad mapuche durante tiempos coloniales. Nos encontramos frente a entidades sociales resistentes y derrotadas en distintos grados, pero que generan una reflexión y propuestas propias; utilizan soportes de memoria que poseen una connotación ritual y divulgan a través de ellos claves que determinados individuos pueden aprehender. En el caso del Perú, hay una intencionalidad de lectura para los españoles y para el grupo indígena de élite, a través de distintos niveles de representación. En el caso mapuche, suponemos, la lectura sólo se realiza para el grupo productor de significado. Con relación a los hechos históricos «oficiales», estas expresiones tienen un claro referente en los movimientos utópicos andinos en el caso de los Andes Centrales y Centro-Sur (Cummins 1994). Por su parte, en el caso de la sociedad mapuche colonial lo vemos en la llamada Guerra de Arauco y en los múltiples alzamientos y rebeliones que ésta experimentó por más de tres siglos (León 1983, 1989). En este sentido, la cerámica decorada rojo sobre blanco que se asume perdura por

1930 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

lo menos hasta el siglo XVIII, habría reforzado la identidad grupal, las cosmogonías originales de la sociedad prehispánica ancestral, que se reforzarían constantemente a través de las diversas ceremonias rituales cerradas celebradas periódicamente. En resumidas cuentas, vemos que hacia tiempos coloniales en el área nuclear y en la periferia meridional de Andinoamérica ocurre un proceso social homologable en ciertos aspectos. Se trata del proceso de conquista llevado a cabo por contingentes hispanos, en donde las sociedades indígenas se encuentran bajo presión, y que de una u otra manera se ven obligadas a la asimilación del otro y a su vez a mantener ciertas pautas y elementos culturales propios que permiten la supervivencia y reproducción del grupo. De este modo, se genera un sistema de circulación de imágenes en donde llega a operar una verdadera economía política de los íconos, denotando claras lógicas de construcción y significación de mensajes que en definitiva refieren a una narrativa etnohistórica andina.

Notas 1 2

Proyecto Fondecyt 1060216. Los subrayados son nuestros.

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Simposio Arqueología, Antropología e Historia

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Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1931

La Producción Cerámica Mapuche. Perspectiva Histórica, Arqueológica y Etnográfica Mapuche Pottery Production. Archaeological, Historical and Etnografic Perspective Jaume García Rosselló*

Resumen En este trabajo se analiza la evolución de la producción cerámica mapuche usando fuentes de tipo etnográfico, etnohistórico y arqueológico. Se propone que el sistema de producción de los grupos mapuches que pasaron a formar parte del territorio colonial español evolucionó hacia la aparición de poblaciones especializadas en la fabricación de cerámica, mientras que los grupos que permanecieron independientes mantuvieron una producción doméstica hasta el siglo XX. El contacto con poblaciones europeas provocó la introducción de nuevas formas cerámicas. Sin embargo la tecnología cerámica se ha mantenido prácticamente invariable hasta la actualidad como un elemento de resistencia cultural. Palabras Claves: Tecnología cerámica, Etnoarqueología, Sociedad Mapuche, Periodo colonial.

Abstract In this work it’s analyzed the evolution of the mapuche pottery production using etnographical, etnohistorical and archaeological sources. It’s proposed that the production system of the mapuches groups, which passed to pertain to the Spanish colonial territory, evolutioned to the apparition of specialized populations in to the pottery fabrication, while the groups that remain their independence maintain a domestic production until the XX century. The contact with European populations provokes the introduction of the new pottery forms. But the pottery technology its remained practically invariable until actually, as an element of the cultural resistance. Keywords: Pottery technology, Etnoarqueology, Mapuche society, Colonial period.

1.- Introducción El presente trabajo tiene por objetivo analizar las modificaciones en la producción cerámica vinculadas al proceso de trasformación sociocultural que ha sufrido el

pueblo mapuche a lo largo de los últimos siglos. Este proceso histórico se inició en el siglo XVI con la colonización española del territorio situado al norte del río Bio-Bio, lo que provocó dos ritmos diferentes en la adopción e incorporación de nuevas ideas y comportamientos sociales (Villalobos, 1992). Durante la colonia los grupos indígenas situados al norte fueron rápidamente aculturados y sometidos (Tellez, 1991; Leon 1991), mientras que los que se encontraban en el sur mantuvieron su identidad, de forma más o menos independiente, hasta finales del siglo XIX (Paño Yánez, 2005). Dicho de otro modo la colonización española conllevó un largo y lento proceso de colonización, por el cual algunos grupos mapuches fueron asimilados a las instituciones españolas, mientras los que se ubicaban al sur del Bío-Bío permanecieron relativamente independientes, hasta la Pacificación de la Araucaria, cuando fueron absorbidos por la república de Chile (Jara, 1984). Este hecho contribuyó a que en el territorio perteneciente a la colonia aparecieran algunas comunidades especializadas en la producción cerámica, al mismo tiempo, que el resto de la población pasaba a formar parte de mano de obra principalmente agrícola. Por el contrario, los grupos situados al sur de «la frontera» conservaron gran parte de sus costumbres, entre las que se incluyen las tradiciones cerámicas, si bien se incorporaron nuevos tipos utilitarios de influencia española. A partir de estas premisas nuestro objetivo es: 1) Reconstruir el sistema de fabricación cerámica de la población mapuche 2) Conocer cómo afectó el contacto entre españoles y mapuches a las estrategias de producción cerámica. 3) Establecer cuáles fueron los motivos que condujeron a la aparición de aldeas especializadas en la producción cerámica durante la colonia.

* Universidad de las Islas Baleares. E-mail: [email protected]. Carretera de Valldemosa Km. 7,5. Facultad de Filosofía y Letras. Campus de la Universidad de las Islas Baleares. Palma de Mallorca. Baleares. España.

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2.- Método y fuentes utilizadas Cada vez se hace más necesaria la articulación de trabajos que vinculen la arqueología, la etnohistoria y la etnografía para el estudio de las épocas de contacto hispano-indígena y los períodos posteriores. Aunque este tipo de trabajos debe conjugar los intereses de disciplinas que presentan objetivos, métodos y problemáticas diferentes (Manríquez y Planella, 1994). Pensamos que la utilización de fuentes de tipo etnográfico, arqueológico e histórico puede resultar de gran utilidad para analizar procesos históricos que se encuentran en la periferia social. Mientras que la arqueología mantiene un análisis vertical y horizontal de los procesos que se dan en determinados momentos y lugares, mediante la documentación de contextos materiales que aparecen en distintos estratos. La etnohistoria lleva a cabo un análisis diacrónico que se fundamenta en detalles sincrónicos. La etnografía, por su parte, estudia fenómenos sincrónicos contemporáneos de tipo social. Para estudiar épocas históricas la interpretación arqueológica puede ser confusa si no se tienen en cuenta antecedentes documentales del sitio o la región. La situación en un mundo cada vez más globalizado provoca que las sociedades productoras de cerámica hayan sufrido un profundo proceso de cambio. Esta situación permite acceder a algunos aspectos poco estudiados en los registros etnoarqueológicos, como son las adaptaciones que se producen en los comportamientos técnicos, económicos y sociales. En la mayoría de estudios etnoarqueológicos la perspectiva temporal ha sido poco tratada, por la dificultad de obtener fuentes escritas históricas y testimonios orales fiables: «A menudo resulta difícil precisar la cronología de estos cambios históricos» (González et al., 2001) Para el caso que nos ocupa la utilización de diversos tipos de fuentes ha permitido proponer nuevas ideas sobre la producción material. Sin embargo, las propuestas aquí planteadas, referentes al proceso de modificación de las tradiciones cerámicas, sólo pueden considerarse a modo de hipótesis, porque no se dispone de documentación arqueológica e histórica suficiente para poder establecer con claridad que modificaciones ha sufrido la tecnología cerámica mapuche durante más de cuatro siglos de contacto con la población «blanca». El territorio que ocupaba el pueblo Mapuche antes de la llegada de los españoles ha sido objeto de una amplia controversia, debido a que bajo la denominación Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

de Araucano o Mapuche se incluyen a diferentes pueblos (Silva, 1985, 1990). Sin embargo, las cartas de Pedro de Valdivia y las crónicas de González de Nájera y Góngora de Marmolejo, Bibar y Mariño de Lobera relatan la existencia de un pueblo muy numeroso, que tenía una lengua común y unas costumbres similares y que ocupaba el territorio al sur del río Itata. La arqueología considera al complejo cultural el Vergel y sus variantes Tirúa y Valdivia (Quiroz, 2001, Dillehay, 1990) como el antecedente histórico de los Mapuches. Algunos autores remontan estos precedentes hasta el complejo cultural Pitren (Aldunate, 1989). El complejo cultural El Vergel se desarrollo entre el 1000 y 1500 a.c. ocupando un territorio situado entre los ríos BioBio y Toltén. Aldunate (1989) plantea que el hecho de la falta de datos para esta zona se podría interpretar como un indicador de un diferente desarrollo cultural o como una conexión entre Chile Central y área sur andina a partir de la identificación de un sustrato alfarero similar (Llolleo-Pitrén), la aparición de elementos diagnósticos pero aislados en la zona (Clavas cefalomorfas, hachas en forma de pétalo y pipas) y la unidad idiomática desde el Choapa hasta el golfo de Reloncaví. Dentro de esta línea Falabella y Stehberg (1989) plantean que algunas características locales, como las del valle del Cachapoal, acercan los grupos tempranos de Chile central con las poblaciones del sur del Maule, pudiéndose considerar una permanencia temporal de las tradiciones culturales de este sector, ya que el complejo Aconcagua está débilmente representado y es probable que los grupos de este valle hayan mantenido sus sistemas de vida hasta el contacto hispano, al contrario de los que vivían del Maipo hasta el norte. Para el periodo colonial, el estudio de los grupos originarios de Chile Central comenzó a comparecer en la bibliografía de forma tardía, demostrando que los indígenas de Chile no desaparecieron, como planteaba la historiografía clásica, durante los primeros años de la conquista, sino que sobrevivieron hasta entrado el siglo XIX (Silva, 1978, 1983; Villalobos, 1976), donde una parte mantuvo algunos rasgos prehispánicos al estar ubicados en áreas marginales, aunque dentro del sistema colonial.

3.- La producción cerámica puramente Mapuche La producción bibliográfica disponible sobre cerámica mapuche es muy reducida. Indicamos aquí, simplemente, unas pequeñas referencias sobre la fabricación ceSimposio Arqueología, Antropología e Historia 1933

rámica, según la información recogida por Coña (1974), Guevara (1911), Claude Joseph (1928), Domeiko (1846), Latcham (1922) en el siglo XIX y principios del XX y Larraín et al. (1992), Litto (1976) y Montecino (1995, 1997), Valenzuela (1969), Lago (1971) y Gonzalez Vargas (1984) en el siglo XX. El pueblo mapuche, como etnia originaria de Chile, tiene un considerable peso social y demográfico en el territorio, además de una fuerte identidad cultural, lo que ha motivado estudios sobre su estructura social y su desarrollo histórico desde tiempos de la colonia. Si bien los primeros estudios científicos se centraron en el estudio de la lengua mapundung (Lenz, 1897; Augusta, 1903). Seguidos de los realizados por Tomás Guevara (1908, 1911) y Ricardo Latcham (1922), asociando información documental y arqueológica con observaciones etnográficas anteriores al confinamiento en reducciones. Aún así, en zonas apartadas del territorio se mantienen las tradiciones fuertemente arraigadas. Esto se puede observar, sobre todo, en la continuación de ceremonias, como el Nguillatún (fiesta anual de rogativas para la protección de las cosechas, los animales), el Machitun (ceremonia de curación realizada por la machi o chamán.) o Karütun (fiesta donde se come carne cruda) y en la gastronomía característica, como el Chasquiñ (caldo hervido de ñandú) o el Apol (comida elaborada con los bofes del cordero).

Formas y función de la cerámica Mapuche Generalmente los utensilios para preparar alimentos eran de madera. Destacan los vasos (Yuwe), morteros, platos (Rale), cucharones (Kefawe) o tazas (Iwe), que son de madera. En la actualidad, la mayoría de estos elementos sólo se producen con una finalidad turística y la cerámica, a veces, imita formas cerámicas europeas. La madera y la cestería han sido sustituidas por ollas de metal y recipientes de plástico, fruto de la adopción de formas occidentales de vida por parte de una mayoría de la población, como ocurre en muchas otras partes del mundo (Longrace, 1985; David y Heming 1972). Se reproducen principalmente tres tipos de vasijas (Larraín et al., 1992): 1) El ketrumetawe, o jarro pato. Tiene forma asimétrica imitando al pato Ketro. Posee un simbolismo que se relaciona directamente con la estructura familiar Mapuche (Dilllehay y Gordon, 1977 en Larraín et al., 1992). Estos cántaros se 1934 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

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han encontrado principalmente en tumbas femeninas. Se demuestra la condición de la mujer Mapuche casada, que también debe abandonar su hogar para residir en la del marido dentro del matrimonio exogámico y vitrilocal que rige esta cultura. La condición femenina de este cántaro se enfatiza poniéndole al pato representado protuberancias en el pecho en forma de senos. Dilllehay y Gordon (1977, en Larraín et al., 1992) han demostrado que la nidificación del ánade representado en esta forma alfarera consiste en que el macho prepara el nido y luego lleva a la hembra a depositar sus huevos en él. Se empleaban para hacer las libaciones rituales con Muday o Chicha con ocasión del Nigillatún u otras ceremonias. El Muday es una bebida fermentada hecha de piñón, trigo y maíz, aunque se le pueden agregar otros cereales. Fernadez (1995) y Claude Joseph (1928) explican cómo antiguamente la chicha se obtenía por masticación del maíz, realizada por mujeres mayores y la posterior fermentación de la pasta mezclada con agua. La chicha, de procedencia mapuche, se obtiene de maíz y del calafate, arbusto espinoso que produce un fruto azulado. El metawe, o jarro simple con un asa. Su forma y dimensiones son muy variables Realmente se trata de una denominación generalizada para todo tipo de cántaros. La challa, u olla con cuello estriado. Presenta dos asas en forma de agarraderas y base plana o redondeada de boca amplia. Tiene diferentes formas y tamaños. H. Claude Joseph (1928) documentó algunas con tres patas y supuso que imitaban formas metálicas. Sirven para cocer alimentos, tostar trigo, preparar las tintas y teñir los tejidos. Los cántaros llamado Meshen. Son cántaros abombados, que descansan sobre una pequeña base discoidal, la obertura superior es corta y cilíndrica, pero permite la introducción de un brazo. No tienen asa y presentan dos ataduras de voqui unidas paralelamente en la zona superior e inferior. Mediante una trenza de lana atada al armazón y aplicada a la frente o al pecho se trasporta sobre las espaldas. Sirve para el trasporte de agua u otros líquidos. Y el wildun que es un Jarro de cuello largo. Los huishuis, de dos vientres unidos. Los quintahuen, que tienen dos cuellos.

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Los epumetahue, combinación de dos vasijas superpuestas, de forma circular, con cabeza de ave, asa y embudo. Los lupe, platos hondos de forma troncocónica y de base plana, adornados con un par de asas. Tienen una capacidad de varios litros y sirven para depositar comida o para tostar trigo. Y los mencuhe, tienen forma ovoide truncada. Para asegurar su estabilidad se los acuña sobre una rosca. Se los utiliza para guardar muday.

El proceso de fabricación Igual que en gran parte del continente sudamericano, la fabricación está en manos de las mujeres (llamadas huidufe o metahuefe). En sus memorias, Pascual Coña (1974) indica que las mujeres se ocupaban de la casa (la Ruka), preparaban la comida, cuidaban de los hijos y además comenta: «Algunas de las mujeres antiguas tenían mucha habilidad en el arte de alfarería; fabricaban diversos cántaros, jarros, ollas, platos, tazas: toda clase de vasos de barro». La obtención y preparación de materias primas: Las mujeres recogen la greda en las bases de los remansos o esteros, donde se acumula el sedimento necesario. Recogida la greda, la dejan secar al sol cerca de la ruka. Pascual Coña (1974) habla del secado de la greda al sol, en cambio, Claude Joseph (1928) documenta el proceso de secado a la sombra, dentro de las rucas. Viviana Varela (artesana alfarera de Quinchamalí) nos comentó que un sol muy intenso puede fragmentar las piezas debido a la rapidez de evaporación del agua, y que en días muy húmedos y frescos es mejor sacar las vasijas al sol, a fin de acortar el proceso de secado. En general podemos decir que se seca al sol en los días de invierno y a la sombra en los días de verano. Esto sin olvidar, que casi toda la cerámica se manufactura en la estación seca, es decir, en verano, que es cuando se dan las condiciones de humedad óptimas para extraer la greda del subsuelo y dejar secar la cerámica. Incluso el modelado se hace más cómodamente en esta estación, ya que la greda es más manejable y no está demasiado húmeda. Gertudre Litto (1976), en su visita al mercado de Temuco, no pudo, apenas, fotografiar cerámica mapuche al visitar la zona durante la estación fría: «El hombre tenía unas pocas piezas y dijo que no podía traer más, a causa del lluvioso invierno que obligaba a los araucanos a esperar al verano para hacer cerámica». Al ir en busca del material, las alfareras llevan consigo cintas, cordelitos y lana hilada Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

para obsequiar al espíritu protector y dueño de la greda (El reicuse), anudando los obsequios al arbusto volil mamel hasta su destrucción por efecto de la intemperie. Los regalos a los seres protectores sirven para evitar que esos cántaros se rompan durante la cocción y salgan bien. Este proceso lo documenta Claude Joseph en 1928 en muchas de sus visitas a lugares de extracción de greda. Explica que las buenas canteras, que son muy frecuentadas por las alfareras, se reconocen por el número de cintas amarradas a las plantas próximas. A la greda se le añade laja molida, raspadura de piedras o arena en las zonas costeras; estas inclusiones son llamadas ücu (se trata de un tipo de arena fina local, el tipo de arena puede variar según la zona). El nombre es el mismo, independientemente del tipo de inclusión de que se trate. El elemento que se utiliza en la mezcla depende de su presencia o ausencia en la zona y para nada del tipo de pieza o de la tradición (esto lo hemos podido observar con greda de un estero de Pilén Alto, donde se manipula directamente sin ningún tipo de tratamiento). Por ejemplo, en las zonas costeras, al existir arena, no es necesario moler lajas o trozos de piedra y se utiliza ésta, pues requiere un menor esfuerzo. Igualmente, en algunos lugares, donde la greda no es de muy buena calidad, lleva ya incluidas muchas impurezas por lo que no se le añade ningún otro material y así después de la extracción ya esta lista para modelar. El ücu se muele en morteros, hasta que queda bien pulverizado; luego se la pasa por un cedazo. Posteriormente, se moja la greda con agua para limpiarla de impurezas, como palitos o materias extrañas, que se sacan cuidadosamente. Podemos decir que la greda no se pasa por el cedazo y las impurezas se quitan manualmente mientras ésta permanece mojada. El proceso de modelado: El trabajo de modelado se hace al aire libre, cerca de la ruka. Extienden por el suelo una estera y se arrodillan o se sientan encima, colocando a un lado la greda amasada y al otro un recipiente con agua. Delante tienen una tableta de madera para asentar la pieza, finalmente al alcance de la mano depositan una valva de macha (molusco). En cuanto la masa esta blanda y plástica, se la mezcla con el polvo ceñido de ücu, procurando que los dos materiales se mezclen perfectamente. Cuando el material está bien amasado se extren puñados de arcilla para ser trabajados (Coña 1974). Luego el proceso continúa aplanando un disco a modo de base, dejándolo extendido sobre la tableta o a veces encima de un plato que sirve de

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molde para sujetar la pieza. Se continúa elaborando una tira (llamado piulo), para iniciar y seguir la forma hacia arriba de la vasija. Las tiras o rollos se elaboran tomando una pequeña cantidad de greda amasada, y con las dos manos la transforman por frotamiento sobre una tabla vecina en un largo cilindro flexible. Cuando la tira ha alcanzado el tamaño suficiente, se deposita sobre el asiento redondo, siguiendo, la circunferencia de éste y apretando con los dedos la nueva tira. La superposición de tiras se realiza de forma muy rápida a fin de que no se seque. Al colocar la nueva tira sobre la anterior se estrecha y allana de afuera a dentro, a fin de hacer desaparecer la ranura de unión de las dos tiras. Todo ello se realiza humedeciendo la greda constantemente para evitar que las tiras se sequen con demasiada velocidad. Según lo que quieran confeccionar, dejan una anchura y una altura determinadas. Se empareja y termina compactando la greda con las manos: una al interior del vaso y la otra orientando el cilindro comprime la greda hasta conseguir una buena resistencia que impida su deformación. Cuando la pieza está a la mitad de altura que debe tener se le pasa una valva de concha humedecida para emparejar y compactar el exterior y el interior. Luego se deja secar, al sol o a la sombra de la ruka, según el tiempo. Es importantísimo proteger las piezas del viento para evitar un secado muy rápido. Cuando la arcilla está en textura de cuero, colocan las orejas o asas, los adornos superficiales y salientes, mojando las zonas que deben ponerse en contacto. Pascual Coña (1974: 217), relata que: «Si el artefacto era un jarro le ajustaban las orejas características de jarro, si era olla la proveían con el asa especial a cada lado, si era el cántaro llamado quintahuen, le dejaban además dos cuellos unidos por un asa; al cántaro huishuis le formaban dos barrigas (...)». Normalmente, se aprovecha la greda y se elaboran varias vasijas cada vez. Claude Joseph (1928) calculó en media hora el tiempo invertido en el modelado de una pieza de dos o tres litros de capacidad y referente al tiempo de secado, estableció dos o tres días para piezas pequeñas y una semana o más para las de gran tamaño. Seguidamente, cuando la pieza está seca, pulen el objeto frotándolo con una piedra lisa llamada pezem y, a veces, cuando la pieza está seca, bañan el exterior con una capa muy delgada de greda negruzca o amarillenta, sin mezclar con laja molida o arena, consiguiendo una superficie mas brillante y lisa. Además, si se frota con lana adquiere un color negro.

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La cocción: Uno o dos días después de ser bruñidos se cuecen los vasos. H. Claude Joseph (1928: 44-45) lo relata de la siguiente manera: «Se enciende un gran fuego en medio de la ruca y se calienta poco a poco cada pieza de alfarería para que no se trice. Con un palo de Colihue metido en cada pieza cruda la alfarera la pasea por la llama y después la acuesta en medio del fuego. Le da la vuelta varias veces para que se caliente uniformemente. Esa calefacción preliminar prepara la vasija para soportar las temperaturas mas elevadas de la cocción. Cubre el cántaro en tratamiento con astillas de pellín, leña, cuya combustión produce muchas calorías y aviva el fuego con un fuelle o agitando el borde de su delantal. El cántaro se pone luego rojo oscuro, pasa al rojo vivo y durante cerca de diez minutos toma un aspecto rojo blanco. Si el cántaro es de pequeñas dimensiones se cuece en un hora, pero si se trata de una vasija grande, la alfarera necesita encender una gran hoguera y dejarla en ella de 5 a 8 horas». En cambio, Valenzuela Rojas (1969: 10) describe el proceso de la siguiente manera: «Como contrapartida al uso de hornillas, braseros y meros apilamientos, todos los cuales se elevan sobre la superficie del suelo, se hallan los hornos subterráneos mapuches y que han sido observados personalmente en Quechereguas, lugar del departamento de Traiguén, Provincia de Malleco, y en los alrededores del lago Budi, Prov de Cautín. La Cochura se hace apilando los ceramios, juntamente con los combustibles, en el hoyo mismo, el cual adopta forma cuadrangular, para este efecto. De tal modo que, cámara, hogar y cenicero, se confunden en un espacio monocelular. El calor y el humo, escapan por una especie de tronera lateral y que es abierta con ese fin. El tiempo de quema, no sobrepasa de tres horas de fuego continuado». Pensamos que las observaciones de Valenzuela se pueden explicar por las diferencias que se observan entre unas regiones y otras. Estas variaciones se observan sobre todo en la fabricación de unos tipos u otros y en la denominación de las piezas, pero podría apreciarse también en las estrategias técnicas. Conocer el momento adecuado en el que se pueden sacar las piezas del fuego requiere mucha experiencia, al no existir ningún sistema exacto de control, así el sistema de las alfareras es la observación mediante la experiencia. Finalmente calientan agua de mote o muday, retiran del fuego las piezas y vierten sobre ellas el muday o mote calientes. De hecho, el líquido empieza a hervir en contacto con las piezas y es ahora cuando se tira agua fría y se vuelven a colocar las piezas sobre el

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fuego. Cuando vuelve a hervir, el líquido sale por la obertura y es cuando se retiran definitivamente del fuego. Lago (1971) sólo documenta el enfriamiento natural cuando se sacan las piezas del fuego. La utilidad del proceso anteriormente descrito tiene una doble función: evitar que se quiebren las piezas ante un enfriamiento excesivamente rápido y hacer las vasijas impermeables a los líquidos mediante el sellado interior de los poros por la ebullición de líquidos grasos como el mote o el muday.

Distribución de los lugares productores En la actualidad, es en la provincia de Cautín donde están más a la vista los grupos que elaboran cerámica vinculados al comercio con Temuco (Litto, 1976 y observaciones personales). La mayoría de la producción se destina a la venta como souvenir y en algunos lugares se ha introducido el uso de moldes y el trabajo masculino perdiéndose la técnica tradicional1. Aunque quedan rucas familiares donde junto a la agricultura elemental se elaboran cerámicas, tejidos y cestería. La gente de la ciudad compra los objetos más elaborados, generalmente zoomorfos, pero la producción doméstica del mapuche es principalmente vasijas no muy grandes como cántaros, callanas y jarros para el muday. Tomás Lago (1971) enumera, entre otros lugares donde se produce cerámica a Mulchén, Quepe, Panguipulli (de Angol), Huichahue, Collinco, Roblehuacho (de Cautín), Queule (de Valdivia), San Juan de la Costa e Islote del lago Ranco. Claude Joseh (1928) visitó Lanahue, Hutelolén, Puerto Domínguez, Licanco, Maquehua, Tranapuente y la zona del lago Budi, donde pudo observar la confección de varios cántaros. Debido a movimientos poblacionales hoy se hace cerámica de greda oscura de tradición Mapuche en la isla de Chiloé (Lago, 1971) en las localidades de Caulín, Hullinches de Huenteo y la Costa de Quichao.

La producción cerámica en época prehispánica La comparación entre materiales cerámicos relativamente contemporáneos con otros de tipo arqueológico hace suponer que es probable que las técnicas utilizadas en la fabricación cerámica en la actualidad no hayan cambiado excesivamente respecto al periodo prehispánico. Aunque es evidente que la población mapuche prehispánica no se puede considerar el mismo complejo cultural que las poblaciones mapuches actuales. Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

La analogía etnográfica (Chang, 1967 o Binford, 1981) y en concreto el método histórico directo (Ascher 1961 o Berenguer, 1983) han sido fuertemente discutidas por la arqueología, porque en muchas culturas que se comparan, el contexto social, cultural, económico y medioambiental ha variado considerablemente, de la prehistoria a la actualidad (Hodder, 1982). En este caso, nos parece válido su uso, ya que se aplica a un aspecto muy concreto de la producción material (al margen de las trasformaciones sociales) y porque conocemos, con relativa fiabilidad, las modificaciones socioculturales, económicas, políticas y medioambientales que han sufrido los grupos mapuches. Además en el caso que nos ocupa 1) hay una continuidad poblacional, 2) la población ha seguido ocupando el mismo territorio, 3) se aplica a un aspecto parcial de las manifestaciones culturales, 4) la producción cerámica es una manifestación marginal dentro de la tecnología de este pueblo, por lo que no está tan directamente condicionada por los cambios socioculturales, 5) los productos cerámicos tienen una función relacionada con el ideario colectivo y por tanto, como sabemos, las estructuras ideológicas, rituales e identitarias son las que más tardan en verse afectadas por los cambios, 6) los grupos asimilados a estructuras «occidentales» han sido marginados social, económica, política y territorialmente, hecho que les permitió mantener algunos aspectos relacionados con sus manifestaciones culturales. Cuando llegaron los españoles los mapuches sabían fabricar cerámica, pero la utilizaban de una forma limitada. Según Pedro de Valdivia (Valdivia 1970) «Los naturales tenían muchas y muy pulidas vasijas de barro». Usaban principalmente platos, fuentes de madera y canastillos impermeables hechos de cortezas de árboles, fibras vegetales o paja de esparto. En esos canastillos y fuentes de madera calentaban el agua echando piedras calientes hasta hacerla hervir. Los mapuches son conocidos, sobre todo, por el trabajo de la cestería, la plata y el telar (Guevara 1911, Domeyko 1846). Las copas eran generalmente de plata. Había artesanos plateros con dedicación a tiempo completo, al contrario que la cerámica, confeccionada por las mujeres al no requerir un artesanado especializado, y se elabora, aun hoy, como complemento de otras actividades domésticas. El mapuche utilizaba recipientes de cestería o madera en sustitución de la cerámica, para muchas actividades, principalmente el procesado de alimentos. Estos grupos empleaban la cerámica con una función ornamental y funeraria, fabricada en contextos domésticos por la mujer. Aunque un lonko poseyera diferenSimposio Arqueología, Antropología e Historia 1937

tes mujeres, cada una tenía independencia dentro de la familia y la Ruka, por lo que criaba a sus hijos, cocinaba sus propios alimentos (Silva Galdammés, 1990, 1995) y fabricaba su cerámica (Montecino, 1995). La cerámica tenía un papel secundario y se utilizaba sobre todo como objeto ritual y funerario vinculado a la mujer (Montecino, 1995, 1997; Dillehay y Gordon, 1977; Dillehay, 1990; Gordon, 1997).

Transformaciones de la producción cerámica en territorio Mapuche durante el periodo colonial Con la llegada de los españoles algunos tipos cerámicos adquieren un papel utilitario (Aldunate, 1989; Gordon et al., 1973; Quiroz y Sánchez, 1997) y se modifican los tipos formales con la imitación de platos, tazas y ollas de tradición occidental (Aldunate, 1989). Pero el proceso de fabricación, parece que se mantiene igual que en época precolonial (Montecino, 1986: 16). Los grupos situados al sur de «la frontera» conservaron gran parte de sus costumbres, entre las que se incluyen las tradiciones cerámicas, si bien se incorporaron nuevos tipos utilitarios de influencia española. Desde una perspectiva arqueológica, la mayoría de la documentación proviene de contextos funerarios localizados al sur del Bío-Bío. Observándose respecto al período anterior cementerios de mayores dimensiones, llegando a más de cien individuos (Gordon et al., 1973), una distribución en el territorio más extensa y mayor riqueza de las ofrendas. Se observa en los complejos funerarios mapuches una vinculación genética con los anteriores (Aldunate, 1989) y perduran modalidades funerarias y estilos cerámicos del complejo El Vergel. Las influencias europeas se demuestran por las formas, modelados, decoraciones y la variación en las ofrendas. El estilo cerámico «Valdivia», que presenta jarros simétricos y asimétricos decorados en tres campos horizontales con elementos rectilíneos rojos y negros sobre blanco continúa produciéndose hasta el periodo republicano, aunque las formas de las cerámicas cambian (Aldunate, 1989). Dillehay (1990) propone una distribución más meridional y tardía. Y Quiroz (2001) plantea un desarrollo tardío para este estilo, definiéndolo como característico de los períodos colonial y republicano temprano (siglos XVII-XIX) y estableciendo un área de dispersión mucho más meridional gracias a los trabajos en Isla Mocha (Quiroz y Sánchez, 1997) donde se ha documentado una presencia continua de pobla-

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ciones alfareras hasta después de la llegada de los europeos (Quiroz y Olivares, 1997). Un estudio comparativo entre los cementerios de la cultura Valdivia y Mapuche posthispánica podría evidenciar la concentración de la población en el territorio, lo que se documentaría por el aumento de los enterramientos de forma considerable, tanto en necrópolis antiguas, como en la creación de otras nuevas. Esto se relacionaría con el proceso de concentración indígena iniciada por los españoles mediante el sistema de encomiendas y podría ser la causa de la especialización alfarera de algunas aldeas, como ocurre más al norte. En este periodo se documenta la persistencia de las mismas formas cerámicas: jarros asimétricos y simétricos, modelados e incisos y challas y ollas con estrías circulares en el cuello. De hecho, ollas utilitarias como la challa, permanecen en uso hasta hoy entre los mapuches. Las mujeres mapuches han conservado algunas formas cerámicas como la challa hasta la actualidad. Estas cerámicas aparecen a mediados del siglo VI d.C. y forman parte del complejo denominado Pitrén (Aldunate, 1989). Sin embargo, aparecen nuevos modelos como las tazas con asa, los platos extendidos con bordes anchos y grandes ánforas con reborde en el cuello. Las cerámicas están cubiertas de un engobe negro o marronoso o pintadas en rojo. Y las antiguas formas se estilizan, como en los jarros asimétricos, los cuellos son exvasados llegando a presentar vertederas, las asas nacen del labio donde pueden presentar protuberancias y terminan al comienzo del cuerpo en forma de cinta, con presencia de pequeños trozos de cuarzo o loza europea incrustados formando líneas y cruces. Las formas son ahora mucho más grandes. Otros elementos introducidos pueden ser las torteras de madera, piedra y cerámica, pendientes, agujas, medallas y otros adornos de plata y cobre, collares de cuentas de vidrio, herramientas de hierro, estribos, espuelas, restos de caballo y otros elementos de uso ecuestre.

4.- La producción cerámica de tipo mestizo Nos referimos en este apartado a la producción cerámica que se lleva a cabo en las poblaciones de Pilén y Quinchamalí y la que se realizó hasta los años cincuenta en Pomaire. En el caso de Pomaire destacan los trabajos de Valenzuela (1955), Valdés y Matta (1986) y Pérez Simposio Arqueología, Antropología e Historia

(1973), para Quinchamalí los de Mazzini (1936), Valenzuela (1957), Brito (1960), Lago (1971) y Montecino (1986). Para Pilén se pueden utilizar los estudios de Valdés (1991) y Ávila (2001). Además de las poblaciones estudiadas, existían otras que en la actualidad prácticamente han abandonado la fabricación de cerámica: Santa Cruz de Cuca en la región de Bío-Bío, Talagante, cerca de Santiago y Pocillas e Ilochegua en el Maule.

Formas y función de la cerámica Las formas cerámicas fabricadas, probablemente, fueron las mismas desde tiempos de la colonia hasta principios del siglo XX. Aunque la tecnología de fabricación es muy similar a la mapuche los tipos fabricados son eminentemente utilitarios, adaptados a las necesidades del campo y a los gustos y tradiciones coloniales. Valenzuela (1955) documentó en Pomaire la confección de vasijas utilitarias de tamaño medio como: • Ollas para sahumerio: Eran vasijas utilizadas como inciensiario. En la época se pensaba que mediante el ahumado se conseguía alejar el mal y atraer el bien. • Olla colorera: Recipiente utilizado para hacer el colo, salsa hecha con grasa y ají de color rojo. • Cántaros para el agua. • Callanas: Tiestos sin borde y con base hemisférica, donde se tostaba el trigo y el maíz que se siguen fabricando en la actualidad, con algunas variaciones tipológicas pero con la misma función. • Desarenadores para la minería: Platos lisos y extendidos sencillos, utilizados para desarenar en el río cuando se iban a buscar pepitas de oro. • Tinajas para almacenar alimentos. • Pailas: Vasija poco profunda y abierta con base hemisférica y dos asas utilizada para preparar el pastel de choclo (humita, mazorca de maíz). Tipo y función se mantienen en la actualidad ligados al mantenimiento de algunas tradiciones culinarias. • Fuentes o lebrillos: vasija más ancha por el borde que por el fondo, y que sirve para lavar ropa, para baños de pies y otros usos. En Quinchamalí, aunque también se fabrican piezas utilitarias para menaje como las pailas, bandejas, platos o jarras, la producción se caracteriza por la confec-

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ción de tipos ornamentales como la cantaora, el jinete o huaso, los chanchitos, los mates y otras piezas de tipo zoomorfo como cabras, peces, gallos o vacas. En Pilén, la producción es eminentemente utilitaria, destinada al consumo local pudiendo destacar entre otras las planchas, ollas, bandejas y pailas.

El proceso de fabricación Este tipo de producción la llevan a cabo también las mujeres, en contextos relativamente domésticos, aunque hay una orientación comercial de la producción. La obtención y preparación de materias primas: La greda se recoge en las proximidades de la población en esteros o arroyos y en zonas detríticas cercanas a los ríos. Se utilizan arcillas que pueden ser modeladas sin el añadido de inclusiones o aditivos. Según las formas que se pretenden fabricar, se añaden a la pasta otras arcillas más arenosas (greda fina), o que contienen gravas (greda gruesa) para conseguir una pasta más consistente o más plástica. En Pilén, la familia García, junto a otras alfareras, obtienen la greda de una vaguada que está preparada para tal efecto. La mina, se tapa para que no se seque demasiado y se va cavando un desagüe para que la veta no se encharque durante el invierno. Una vez recogida la arcilla, la trasportan en canastos de mimbre que los mismos lugareños confeccionan. No todas las loceras usan las mismas técnicas, algunas mezclan gredas de distintas consistencias o agregan arenilla; otras, en cambio, usan la materia prima tal cual la extraen del cerro. Preparada la masa se extiende en el suelo de la cocina y se pisa hasta conseguir una mezcla cohesionada. En Pilén, una vez que la greda es acopiada en un lugar de la casa, se procede a limpiarla de hojas u otros trozos de vegetales o de pequeñas piedras y se modela directamente. En cambio, en Quinchamalí y Pomaire, la arcilla se deja secar, luego se humedece y cuando está blanda se le añaden otras arcillas que se han cribado previamente. Este proceso fue documentado por Graham (1823: 185) en la zona al este de Malipilla: «Allí vi la arcilla negra con que fabricaban pequeños artículos (....) y matizan con las tierras blancas y rojizas que abundan en estos lugares». El proceso de modelado: El modelado se puede hacer en el porche de la casa, como en Pilén, o en la cocina, como ocurre en Quinchamalí y Pomaire. Las alfareras colocan sobre sus rodillas una tabla y confeccionan la pieza mediante la técnica de urdido, de igual modo que el proceso documentado entre las alfareras Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1939

mapuches. En Pomaire, Valenzuela (1955: 25) describe el proceso de la siguiente manera: «la alfarera toma un pedazo de arcilla y sobándolo cuidadosamente la va convirtiendo en un largo rulo o rodete que pronto es adherido sobre los muñones ya citados» Para homogeneizar la parte interior de las piezas, se utiliza un trozo de calabaza (mate) o cuchara, que imita la forma de una valva, mientras que para el labio se emplea el cordobán que es un trozo de cuero humedecido. El mate da la curvatura interior de la pieza al adaptarse a perfiles curvilíneos diferentes, ayudando a homogeneizar y a unir los rulos por la parte interior, mientras que la unión exterior se realiza con los dedos. Los elementos de prensión se colocan cuando la arcilla está todavía húmeda (en Quinchamalí y Pomaire), o bien cuando ya ha sido sometida a un primer secado (en Pilén). Después de un corto secado, se aplica una capa de engobe utilizando un trapo. En Pilén, después del engobado, se procede a bruñir las piezas con una piedra de río blanca, mientras que en Quinchamalí, se bruñe la pieza después de untarla con una capa de grasa de gallina, de buey o un líquido de jugo de patata. En Pomaire el engobe se aplicaba embadurnando toda la pieza, «sirviéndose de un pincel, o más comúnmente de una mota de lana de oveja» (Valenzuela, 1955: 26). La alfarera Viviana Figueroa nos comentó que las piedras utilizadas para bruñir procedían de un río del sur, cerca de Temuco. En general los bruñidores son las herramientas más valiosas para las alfareras debido a su escasez y se obtienen de forma muy irregular pasando muchas veces de madres a hijas. En Quinchamalí, cuando las arcillas están completamente secas se realizan una serie de decoraciones incisas imitando motivos geométricos o vegetales. En la actualidad estas incisiones se realizan utilizando una punta de vitrola, pero antiguamente, se llevaban a cabo empleando una punta de espina (Valenzuela (1957). La cocción: El sistema de cocción parece no haber variado mucho respecto a la producción mapuche, pero sí el combustible empleado y el proceso de calentado de las piezas utilizado en Quinchamalí. En Pilén, la cocción se realiza en el patio de la casa. Se colocan las vasijas alrededor de la fogata y cuando se ha consumido por completo la leña se disponen las piezas sobre las brasas y se van girando para que el calor se aplique por igual en toda la pieza. Luego se cubren con leños y bostas de vaca trituradas, formando una pila que se irá consumiendo durante dos horas. Las piezas se dejan enfriar en la fogata y no se recogen hasta el día siguiente. 1940 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

En Quinchamalí, las cerámicas se cuecen dentro de una caseta situada en el patio, que también se utiliza como almacén. En la habitación habilitada para la cocción, se coloca un semicírculo de ladrillos y en el centro se hace un pequeño hoyo, donde se hace la fogata con leña de pino. Para calentar progresivamente las piezas, se coloca una cesta colgada de una viga del techo donde se introducen las vasijas. Antiguamente, esta cesta era de mimbre, pero ha sido sustituida por otra de metal, porque se quemaba con mucha facilidad. Hay tres alturas determinadas por ganchos, y a medida que las cerámicas se secan se van bajando. Este proceso, permite no someter a las piezas a un cambio brusco de temperatura, evitando que se rompan. Una vez calientes las vasijas, se hace una nueva base con leña y encima se ponen las bostas de vaca tapando las piezas. La cocción con combustible animal permite un incremento uniforme de la temperatura y mantiene un poder calorífico estable durante más tiempo que la leña, al formar una estructura imitando un pequeño horno. El tiempo de cocción depende del tamaño y cantidad de las vasijas, pero no superará normalmente la hora. Una vez cocidas las piezas, se sacan con unas pinzas de la estructura de combustión. En Pomaire, se hacía en simples hoyos y agrupaban las cerámicas más pequeñas en montones y las recubrían totalmente con leña o estiércol de animales: «En el suelo se ponía bosta de animal con hojas de eucaliptus, se hacía una cama y ahí se ponía toda la greda y se tapaba con bosta» (Según Esther Guzmán, en Valdés y Matta, 1986: 86). También podía ponerse «una camadita de leña, más encima bosta de buey seca y ahí se amontonaba la loza, toda amontonada, la olla grande abajo. La paila grande, hasta los más chiquitos arriba. Encumbradita era la pila. Ahí le acercaban fuego por todos lados y quemaban toda la tarde. (...) Mi abuelita era la que lo sabía todo el trabajo. Ella misma les enseñaba a los hombres cómo hacer la pila, porque eso lo hacían los hombres.» (Según Teresa Muñoz, en Valdés y Matta, 1986: 225). La disposición de gran cantidad de ganado permitía la utilización de las bostas como combustible. Tratamientos posteriores a la cocción: En Quinchamalí, se somete a todas las piezas a un proceso reductor (ahumado o negreado) cuando las piezas están todavía incandescentes, mientras que en Pilén sólo se somete algunas piezas a este procedimiento. Las piezas se ahuman en el patio por el olor y el humo que produce la combustión. La operación dura unos pocos minutos. Las cerámicas se dejan enfriar separadas de

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la paja, bostas de caballo trituradas u hojas de pino que no se han consumido. En Quichamalí después del ahumado y una vez que las vasijas están frías y limpias, se decoran aplicando un engobe blanco en los puntos incisos.

La producción cerámica en época prehispánica Diferentes autores han manifestado la opinión de que la cerámica mestiza que se fabrica en el centro de Chile tiene unas claras vinculaciones mapuches. Al respecto, Valenzuela (1957:52) expone: «...la seguridad de encontrarse frente a un arte verdaderamente campesino chileno que tiene sus raíces tecnológicas en lo indígena, y su temática inspirada en puros motivos criollos». De forma similar se expresa Montecino (1986: 19): «...una actividad que se remonta a la producción de cerámica mapuche, incluida en el universo de lo grande- y que se manifiesta en los artefactos de uso doméstico- y luego, la emergencia de piezas figurativas que se inscriben en el universo de lo chico y que conformarían un nuevo estilo» La documentación de unas características similares entre la producción de las diferentes poblaciones alfareras podría obedecer a la existencia de unas estrategias de producción comunes en el pasado, tanto en la tecnología (la producción actual de Pilén y Quinchamalí y la desarrollada en Pomaire hasta los años cincuenta), como en los sistemas de organización del trabajo (producción de tipo familiar, no existencia de un trabajo colectivo fuera del grupo familiar y un trabajo a tiempo parcial). La tradición figurativa de los centros de Pilén, y sobre todo de Quinchamalí, se puede relacionar con la tradición figurativa de la cerámica mapuche y en gran parte de las culturas indígenas latinoamericanas. Podemos destacar, a modo de ejemplo, el ketrumetawe (Larraín et alli, 1992) o los epumetahue (Claude Joseph, 1931). Estas formas fueron documentadas en 1936 en la aldea de Quinchamalí por Mazzinni (1936) e identificadas como de tipo mapuche y, por tanto, representarían formas nativas puras (Valenzuela, 1957). Un poco más al Sur, en la provincia de Cautín, Valenzuela (1957) relató la existencia de las mismas formas en contextos puramente indígenas. La cerámica ornamental de Quinchamalí, Pomaire y en menor medida Pilén basada en motivos zoo y antropomorfos evidenciaría una cerámica de tradición indígena (Valenzuela, 1956 y Mazzini, 1936) reinterpretada hacia formas de origen europeo. Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

Transformaciones de la producción cerámica en territorio colonial En el territorio perteneciente a la colonia aparecieron algunas comunidades especializadas en la producción cerámica, al mismo tiempo que el resto de la población pasaba a formar parte de mano de obra principalmente agrícola. Algunas fuentes parecen indicar un inicio de dicha especialización por centros productivos en época colonial, produciéndose primero una intensificación del proceso de especialización y posteriormente una diversificación de las estrategias de producción a diferente ritmo. Al no existir prácticamente fuentes históricas sobre la artesanía cerámica durante la colonia, nos vemos obligados a presentar esta reflexión a modo de hipótesis. Al respecto transcribimos un fragmento del texto de Sonia Montecino (1986: 15) para el caso de Quinchamalí: «No contamos con suficiente información para detallar las contingencias del encuentro específico que allí se dio entre el conquistador y el conquistado, los registros obtenidos del siglo pasado sólo nos remontan al siglo pasado. No obstante, es factible observar, en la actualidad, los productos concretos de ese encuentro: escuchar los sonidos de un lenguaje mixto, de un sincretismo que se lee en las formas de la alfarería, en la cosmovisión que recrea e integra lo cristiano, en una memoria que guarda y transmite tradiciones, en sueños que develan y describen la sutura de la realidad indígena y la española.» La cuestión está en conocer el momento y el motivo por el cual, en algunas aldeas, la mayoría de la población comienza a fabricar una cerámica destinada al intercambio, abandonando una producción ocasional y autosuficiente en el contexto familiar. Debido a los continuos contactos con los españoles y a los cambios en el modo de vida, se produjo en época colonial un cambio en las formas cerámicas que afectó a todos los grupos de población indígena modificándose su función y siendo introducidas en un sistema de tipo mercantil con necesidades distintas al antiguo sistema indígena preindustrial. Este proceso de influencia del sistema socio-económico español provocó la especialización de algunos núcleos indígenas que ha durado hasta la actualidad, dentro de un marco más amplio de aculturación por parte de la población española sobre los indígenas. La introducción de la cerámica en los circuitos comerciales españoles provocó paulatinamente la especialización de algunos núcleos, que empezaron a utilizar una tecnología cerámica de torno y cocción en horno Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1941

para la fabricación de grandes contenedores, principalmente para almacenar vino, pero con la introducción en un sistema capitalista a principios del siglo XX se convirtieron en poco competitivos y desaparecieron. En cambio, algunas poblaciones indígenas que habían continuado fabricando cerámica en contextos domésticos, destinada a consumidores campesinos ubicados en las cercanías de los centros productores, mantuvieron la producción hasta la actualidad. El sistema de encomienda desvinculaba a los indígenas de su lugar de origen y en ocasiones los concentraba en pueblos de indios. En muchos casos esto provocará la perdida de conocimientos transmitidos durante generaciones y obtenidos por medio de la constante experimentación con las materias primas locales, por lo que con la reubicación de estos grupos indígenas se pierde el conocimiento sobre el lugar de obtención de la arcilla y cómo se comporta físicamente durante el proceso de fabricación. En ese momento, los trabajadores agrícolas y los españoles, residentes en los territorios de encomienda cercanos, necesitan vasijas para cocer, almacenar alimentos y otras actividades como la minería. Nos referimos a los desarenadores para la minería, callanas para tostar, pailas y ollas para cocinar, cántaros para el agua o tinajas para lavar la ropa. Algunas aldeas consiguen mantener una población de indios estable, como el pueblo de indios de Pomaire (Borde y Góngora, 1956), o la concentración de indios de Quinchamalí (Muñoz Olave, 1921). Los pueblos de indios mantienen tierras propias, por lo que no se ven obligados a trabajar como inquilinos, al menos en los primeros siglos de la colonia. Las alfareras, obtienen gran parte de los recursos del sistema de intercambio de loza por productos agrícolas establecido entre trabajadores agrícolas, hacendados y alfareras. En el centro de Chile este sistema de intercambio se conoce como «Conchavo», término que ha sido rastreado hasta el siglo XVII para describir los trueques de los indígenas (Jara 1965: 138). En la actualidad, las alfareras de Santa Cruz de Cuca continúan realizando el intercambio de loza por productos agrícolas, y en Pilén y Quinchamalí los ingresos procedentes de la alfarería se complementan con el trabajo agrícola y la recolección. Durante este periodo, muchas mujeres se ven obligadas a especializarse en el trabajo agrícola en las haciendas o fundos. Lo que conlleva que, con el paso de varias generaciones, se pierdan los conocimientos alfareros al dedicarse, obligadas por los españoles, al trabajo agrícola. La pérdida de conocimientos en el tra1942 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

bajo de la loza provoca un aumento de la demanda por parte de grupos que desconocen el sistema de fabricación, lo que pudo conducir a que algunas poblaciones se especializasen en la fabricación de cerámica, al estar situadas cerca de buenos afloramientos de arcilla. Montecino (1984) explica perfectamente este proceso de perdida de conocimientos. De la misma manera, estas aldeas mantienen un elevado número de mujeres solteras, por el desplazamiento forzoso de los hombres a las minas, grandes explotaciones agrícolas de los encomenderos y posteriormente latifundistas, o a las zonas de la frontera al servicio del ejercito. Pero también por la independencia económica que les ofrecen los ingresos obtenidos de la alfarería. En general «La artesana que recrea las figuras cerámicas es por lo general una mujer que ha asumido la maternidad en soltería...» (Montecino, 1986: 23) motivada, precisamente, por la falta de hombres y la independencia económica que permite a las mujeres no tener que casarse. La figura del hombre es suplida por el hacendado y patrón, que se vincula sexualmente con las inquilinas sin realizar matrimonio ni reconocer a sus hijos: «...esos caballeros Ulloa a todas les dejaron un crío y no se casaban ellos....» (Honorinda Vielma en Montecino, 1986: 24). La figura del Patrón podría suplir la figura del hombre mapuche, que era generalmente polígamo, por lo cual las indígenas vivían en un régimen de semisoltería. Pese a pertenecer a una sociedad patrilineal, donde el control de la descendencia está en manos del hombre, en este caso el control de la descendencia, y, por tanto, la transmisión de conocimientos, está en manos de la madre. Todos estos factores posibilitan la independencia económica de la mujer indígena respecto al hombre en el Chile Colonial, pero limita la posibilidad de obtener excedentes al vivir al límite de la autosuficiencia. Nos parece que la presencia de un número elevado de mujeres concentradas en una población, la demanda de los campesinos y terratenientes españoles de los alrededores (ya que sus mujeres han perdido los conocimientos necesarios y no conocen las materias primas locales), unido a que las alfareras no necesitaban emigrar a otras tierras para obtener productos agrícolas (los obtienen de sus propias tierras y del intercambio de la alfarería por productos agrícolas), permite mantener una población femenina estable dedicada al trabajo alfarero. Este hecho posibilitará la transmisión de conocimientos de generación en generación por vía femenina. Simposio Arqueología, Antropología e Historia

Básicamente, la aparición de comunidades especializadas en el sentido de la concentración de las unidades productivas en un mismo lugar se podría haber producido porque: • Las tierras de estas poblaciones no son absorbidas, ni por hacendados, ni por encomenderos. • Las mujeres de estas poblaciones no se ven obligadas a trabajar en el campo. • Hay un aumento de la demanda por parte de grupos que desconocen el sistema de fabricación de la cerámica. La conjunción de estos factores, junto con la presencia de vetas de arcilla de calidad en las cercanías, potencia una especialización alfarera. Esta especialización la entendemos como «geográfica», es decir, en un determinado territorio relativamente amplio aparece una concentración de unidades productivas agrupadas en torno a una población que es la única que fabrica cerámica. Por ejemplo, en la zona entre la costa y las cuencas del Itata y Ñuble conocemos las aldeas alfareras de Quinchamalí y Santa Cruz de Cuca. Pese a esta especialización geográfica, la alfarería continuó y continúa siendo una actividad doméstica a tiempo parcial, que se combina con otras tareas y es complementaria de la agricultura y la recolección. Además, no se trata de una especialización casual o espontánea, pues su aparición se relaciona con la presencia de otras especializaciones productivas, como el sector del campesinado que trabaja en las haciendas, la aparición de clases dirigentes de estatus elevado que residen en las haciendas, y son los propietarios de grandes extensiones de terreno, o el ejército encargado de defender la frontera y formado por indígenas y españoles.

5.- Conclusiones Como conclusión, este trabajo propone dos velocidades distintas en la trasformación de las estrategias mapuches de producción cerámica. Mientras en el territorio de «la frontera» el sistema de producción se readapta a un ritmo muy lento, en el norte aparece una especialización en la fabricación de cerámica en algunas aldeas. Este proceso de especialización supone un cambio en las formas y usos de las piezas, en el sistema de organización del trabajo y en la distribución de los productos. En cambio, la tecnología de fabricación sufre pocos cambios, manteniéndose hasta la actualidad unas técnicas de fabricación parecidas a las mapuches. Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

Se modifican tipos y decoraciones, mientras que la tecnología de fabricación se mantiene igual. Los diferentes ritmos de asimilación de las poblaciones mapuches a las estructuras coloniales y republicanas implican la introducción de nuevos tipos cerámicos con mayor o menor intensidad. En las zonas bajo ocupación española se modifica por completo la estructura de producción, al tener que adaptarse a una economía de mercado, lo que supone la sustitución casi completa de las antiguas formas mapuches. En la elaboración cerámica se combinan elementos nuevos con otros tradicionales, se modifican materiales, tamaños, formas, decoraciones y usos, para poder reorientar los productos hacia nuevas demandas. El gran cambio de las artesanas mapuches consistió en abandonar las cerámicas utilitarias o domésticas para consumo local por otras foráneas demandadas por la nueva población que condicionó la adopción de nuevas estrategias productivas destinadas a aumentar el número de productos fabricados. Pero si lo que interesaba a las alfareras era aumentar la producción, ¿por qué la tecnología no varió hasta tiempos muy recientes? Esto fue posible porque el sistema de producción cerámica no era una tecnología que daba prestigio a sus artesanos, sino un arte menor bastante marginal. No es lo mismo la fabricación de objetos que tienen un papel social, económico o ideológico secundario que materiales que tienen un papel destacado en el grupo. La tecnología cerámica no es en este caso un indicador de la introducción de modificaciones sociales, ya que la estructura ideológica del artesanado no cambió y porque la finalidad para la que se empleaban las piezas no requería una infraestructura tecnología desarrollada. Además, existía una marginalidad en la producción y la tecnología cerámica no era un elemento vital en la producción social. Sin embargo, esta explicación no responde a la cuestión de por qué las alfareras no adoptaron nuevas estrategias tecnológicas (como el torno o la cocción en horno) que conocían y se utilizaban en otras poblaciones cercanas. Nosotros proponemos la posibilidad de que la tecnología haya funcionado más como un fenómeno de resistencia cultural que como indicador de cambios sociales. Es decir el mantenimiento del sistema tecnológico durante tantos siglos de ocupación se nos muestra como un fenómeno de resistencia de la población indígena contra la explotación española y una manera de revindicar sus orígenes.

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Anexos Figura 1: Cadena operativa de fabricación. Comparación de los procesos tecnológicos pormenorizados mapuches, de tipo mestizo y homogéneos

1944 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

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Notas 1

Cita de Marianela Núñez en referencia a un artesano de Angol.

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Reevaluación del Sitio «Casa Fuerte Santa Sylvia» (IX Región-Chile) C. Rodrigo Mera M.*, Verónica Reyes** A. y Lorena Vásquez***

Resumen El siguiente artículo presenta una revaluación del sitio «Casa Fuerte Santa Sylvia» (Región de la Araucanía), reconocido y excavado a fines de la década de los 80 por Américo Gordon. Los resultados iniciales de este trabajo fueron presentados en el XII Congreso Nacional de Arqueología, realizado el año 1991 en Temuco. Lamentablemente, la muerte del investigador impidió que pudiera presentar a cabalidad los resultados y análisis de este interesante sitio. Producto de nuestra revisión y análisis de los restos y registros recuperados por Gordon, presentamos esta revaluación a partir de una reconsideración de los antecedentes arqueológicos e historiográficos de la Villa Rica en el siglo XVI. Palabras Claves: Arqueología histórica, siglo XVI, La Villa Rica, Región Centro-sur de Chile.

Abstract This paper present a revaluation about the site «Casa Fuerte Santa Sylvia», recognized during the 80’s, by Américo Gordon. This work was present in the XII National Archaeologial Congress in Temuco. Badly Gordon’s disease was not possible a publication of analysis and results. Our revision and analysis of Gordon’s record invites a revaluation of historiography and archaeological Villa Rica on s. XVI. Keywords: Historic archeology, s. XVI, Villarrica, Chile’s Centro-Sur.

habría instalado el encomendero español, junto a un grupo de «indios amigos», con el fin económico de explotar la eventual riqueza aurífera de la zona. Sería en este lugar, emplazado en la terraza sureste del estero Liucura donde el peninsular construiría un grupo de estructuras de planta rectangular rodeadas por un muro perimetral en donde se asentaría durante varios años, hasta que como resultado del «alzamiento» mapuche iniciado en Curalaba, a fines de 1598, la casa habitación del encomendero habría sido quemada y arrasada (Cf. Gordon 1991). Si bien debe reconocerse la consistencia en los planteamientos generales, en relación con la datación de la ocupación, el carácter habitacional del asentamiento y la presencia de restos culturales que hablan de una interrelación entre, al menos 2 grupos culturales distintos. La importancia y particularidad que atribuimos al sitio, invita a cuestionarse acerca de varios puntos que pensamos podrían contribuir a una reflexión tanto historiográfica como arqueológica del yacimiento, especialmente por el hecho de que finalmente serían los grupos locales, de adscripción mapuche, quienes finalmente lograrían expulsar a los hispanos más allá de sus fronteras (el Bío Bío) a fines del primer siglo de interacción y enfrentamientos.

a) En relación con el asentamiento

I.- Antecedentes El sitio «Casa Fuerte Santa Sylvia» corresponde a un asentamiento habitacional ubicado en la precordillera de la Región de la Araucanía, unos 25 km al noreste de la ciudad de Pucón, en el sector que hemos definido en término históricos, como «Sector este de la Villa Rica» (Mera et al 2004). De acuerdo a los antecedentes históricos considerados por Gordon el sitio correspondería a un asentamiento de carácter habitacional y defensivo, de ahí su nombre de «Casa Fuerte». En ella se

El sitio se ubica sobre una pequeña elevación del terreno, en la terraza oriental del río Liucura, unos 300 metros distante de la ribera. Se ubica dentro del actual Fundo El Coigüe, propiedad del señor Davis, alrededor de 5 km hacia el nor-oriente del cruce Caburgua-Huife. En este sector el curso del Liucura se abre en un valle amplio, desde acá se domina visualmente el valle hacia el suroeste, en dirección a Pucón. También se tiene una amplia panorámica de los cerros que circundan el valle, hacia el sur se puede apreciar además el cono del volcán Villarrica.

* O’Higgins 395. Gorbea. [email protected] ** El Salado 698. La Florida. Santiago. [email protected] *** Blanco Encalada 1550. [email protected]

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Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1947

N

Complejo D (Bodega)

Complejo A (Capilla)

Complejo E (Recinto para las tropas) foso defensivo

Complejo B (Casa del Encomendero) (38 x 8)

Complejo C (Indios-amigo) (29 x 12)

Figura 1. Dibujo de planta de la Casa Fuerte Santa Sylvia, tomado de Gordon 1985

Según el autor el asentamiento, de considerables dimensiones - sobre los 5.000 m2 - constaba de 5 Complejos arquitectónicos (A, B, C, D y E), denominados así en virtud de que varios de ellos contaban con recintos interiores, además de un muro exterior de unos 100 metros de largo y ubicado al este.

b) En relación con la metodología de excavación De acuerdo a la revisión de los manuscritos de Gordon, se ve que a pesar de su connotada experiencia, la excavación de este asentamiento de carácter arqueológico e histórico constituía un nuevo desafío, puesto que prácticamente no existía antecedentes de este tipo de

1948 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

sitios (con arquitectura) para la región Centro-sur de nuestro país. Señala el autor: «El estudio del sitio tiene gran importancia para nuestros conocimiento históricos de la vida de los colonos, su cultura, etc. Lamentablemente, hasta el presente no se realizó ninguna excavación en un sitio ocupacional, sea indígena o español, en el Centro-Sur de Chile. El único estudio de un monumento de la época es la excavación del fortín español de Carilafquén, comuna de Pitrufquén (Gordon 1986)» Vale la pena destacar que entre los papeles revisados, se ve que mantuvo contacto con algunos investigadores del proyecto Santa Elena, en la costa de Carolina del Norte1, USA (South 1994), sitio que también corres-

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ponde a un fuerte hispano del siglo XVI. De acuerdo a la comparación se ve que la metodología de sondeo y excavación aplicada sigue la pauta reseñada por los arqueólogos norteamericanos. Menciona Gordon, que para tener una visión más clara del sitio, se despejó gran parte de la superficie de la vegetación que lo cubría. Terminada la limpieza se destacaron cuatro montículos, aparentemente culturales y se distinguió una ancha fosa. El extenso terreno se subdividió, en seis sectores y tres complejos. A partir de la parte más alta del Complejo ‘A’ se fijó la línea base. Sobre la superficie, se trazó una red de cuadrículas de 2.50 m x 2.50 m. La red de cuadriculado cubrió 6.600 m2, sin embargo el survey posterior reveló la existencia de más vestigios culturales. Al iniciar la excavación, la elección de cuadrículas para el sondeo se realizó al azar. Menciona, que, posteriormente, «al descubrir muros de edificaciones abandonamos el método, y elegimos los lugares que permitieron seguir la evolución de los mismos. Los trabajos de sondeo permitieron descubrir en los montículos de tierra muros consistentes de tierra compactada, levanta-

dos sobre cimientos de tres hileras de bolones superpuestos, encamados en capas de tierra. Algunos muros corresponden a edificaciones habitacionales, los denominamos Complejo ‘A’, ‘B’ y ‘C’, mientras otros, pueden haber formado un cerco alrededor del sitio» (Gordon 1985)

c) En relación con los restos materiales recuperados De acuerdo a los tipos y cantidades de restos culturales recuperados, se ve que Santa Sylvia es uno de los sitios más importantes, no sólo en momentos históricos, sino que en general para la región Centro-sur de Chile. Dadas las características del asentamiento, uno de los objetivos principales de la investigación de Gordon fue resolver como se expresaba materialmente la eventual relación existente entre los peninsulares y los grupos locales, de esta manera, buena parte de los ítem registrados y de las observaciones hechas en terreno se refieren a la dicotomía hispano/indígena. Un cuadro que resume parte de estas observaciones y su expresión dicotómica es el siguiente:

Cuadro 1. Comparación de restos y rasgos de filiación hispana y mapuche Restos o rasgos de filiación hispana Restos o rasgos de filiación local Armas

Armas

Cañones florines Herramientas y utensilios clavos de fierro Lanceta quirúrgica Discos recortados de fragmentos alfareros Discos de teja

Honda de rotación Toki Kura Herramientas y utensilios Hacha lítica Perforador y percutor Alisador de cerámica Artef de molienda (manos y conanas) pipas Dados de juego Adornos personales chaquiras aros de cobre y plata Arquitectura y estructuras construcción material vegetal Silos de coligue

Adornos personales botón colgantes Arquitectura y estructuras Basamentos de piedras Muros de tapia y techo de tejas

En relación con el material cerámico, a partir de una muestra de 523 fragmentos2 analizados a partir de los

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primeros sondeos, se tiene las siguientes clases y frecuencias porcentuales:

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Cuadro 2. Tipos, frecuencias y porcentajes de una muestra analizada por Gordon (1985) tipo cerámico

decorado

alisado

pulido

frecuencia

porcentaje

pastillaje

1

0.19%

negro sobre rojo

4

0.76%

corrugado

6

1.14%

tipo Valdivia

11

2.10%

engobado blanco

12

2.29%

engobado rojo

34

6.50%

pardo oscuro

53

10.13%

negro

91

17.39%

pardo

267

51.05%

rojo

4

0.76%

pardo oscuro

6

1.14%

negro

12

2.29%

22

4.20%

523

100%

pardo TOTAL

En relación a los fragmentos de forma reconocidos se tiene el siguiente registro, en similar muestra: Cuadro 3. Frecuencia de los fragmentos de forma identificados, tomada de Gordon 1985 Fragmentos de forma n asas 12 bordes 22 Cuerpo 489

De acuerdo a lo analizado hasta ese momento, los análisis permiten plantear la presencia de vasijas de distintos tamaños y funciones, sin embargo, no fue posible reconstruir formas hasta disponer de mayor variedad de fragmentos. Dentro de los rasgos menos frecuentes cabe destacar tres fragmentos que presentan perforaciones en el borde, practicadas intencionalmente para reparar el ceramio trizado y un fragmento que ha sido reacondicionado para servir de tapa de botella. Algunas observaciones cualitativas que se plantean en relación con el material lítico son respecto de las manos y las piedras de moler, las que se encontraban fracturadas intencionalmente y con la superficie de trabajo vuelta hacia abajo. Del mismo modo, las hachas, estaban parcialmente pulidas, con el extremo afilado desgastado y con desprendimientos en el borde. Respecto de algunos aspectos constructivos, deducidos del registro material, se señala que las piedras rodadas, utilizadas como los basamentos de los cimien1950 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

tos de las construcciones, proceden del lecho del cercano estero Liucura. El desbaste de los bolones produjo la gran mayoría de los fragmentos registrados en el sitio, mientras otros son productos de termofractura. En algunos cimientos se observa piedras esquineras labradas en ángulos rectos y pulidas en dos caras. Dentro del material que nos parece necesario destacar, está la presencia de silos de forma cilíndrica elaborados con varas de coligüe, usados con fines de almacenamiento, el mismo Gordon señala en sus apuntes, como una técnica similar utilizada por los grupos locales, pero en el Fuerte Santa Elena, en la costa de Carolina del Norte, en donde también existen una fortificación hispana, Fuerte Santa Elena, del siglo XVI (South 1994), como un ítem que también podría asociarse al manejo del almacenamiento, se señala la presencia de mazorcas de maíz carbonizado que corresponderían a un tipo desconocido, el que habría sido cultivado y adaptado a las condiciones climáticas regionales, por la población indígena (figura 2). Probablemente se trata de una adopción hispana de tecnología indígena. La capacidad de almacenamiento de los grupos mapuche es tempranamente informada por los cronistas, a quienes llama la atención cómo se almacenan piñones y papas, casi como un sistema de refrigeración. Si consideramos la habitación de indígenas en las casas fuertes, podríamos afirmar que esta práctica es observada y adoptada por los hispanos:

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«...Los indios que aquella provincia, cuando vieron que había hecho asiento, por guardar sus bastimentos y tenellos secretos, quemaron todas sus casas, que era en donde los tenían de bajo de tierra, escondiéndolos en unos silos, pareciéndoles [que] como el techo de la casa caía encima, quedaba el silo guardado. Era gran lástima ver arder tantas casas cuyos eran, que para [ser] de indios eran mui buenas. Los cristianos apartaban las cenizas después de muerto el fuego, i sacaban de los silos todo lo que hallaban, i ansi trajo el campo mucho trigo, maíz, cebada...»

Figura 3. Dados de juego, kechukaw, tomado de Gordon 1985

d) En relación con los contextos mortuorios

Figura 2. Silos de varas de coligüe, reconstruido a partir de las referencias observadas en South 1994

Se registra la presencia de dados de juego, llamados kechukawe (figura 3), éstos son interpretados como piezas de carácter lúdico y asociados con actividades que evidenciarían el carácter, permanente del asentamiento. Resulta interesante señalar que piezas similares, en cuanto a forma y función, han sido registradas en contextos con presencia inca en la región de San Pedro de Atacama, en el norte árido de Chile (Castro y Uribe 2004) y también en la región de Neuquén, en los estratos superiores de la Cueva de Haichol (Fernández 1988-90).

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Uno de los elementos relevantes del sitio es el hallazgo de tres sepulturas en el sector de la Capilla. El análisis de Gordon, considerando la mentalidad hispana de la época, plantea que se debe tener en cuenta aspectos espaciales en relación a los entierros, por ejemplo, la definición de lugar sagrado y profano (dentro y fuera de la Capilla), así como la posición que ocupan en la Iglesia, que se relacionaría con distinciones sociales y religiosas. Al respecto conviene tener ciertas aprensiones, pues si bien concordamos con estos planteamientos, pensamos que resulta aventurado establecer conclusiones, con relación a si el Encomendero se encontraba casado y quien habría sido sus esposa. Gordon llega a plantear que las esposas indígenas del español estarían sepultadas en la Capilla, de acuerdo a la disposición que presentaban en su entierro, en dirección hacia el sur y no al norte como se esperaría: «Una mujer bautizada se halló sepultada en el patio de la Capilla, en tierra consagrada, orientada hacia el sur. Todos los individuos enterrados en el cementerio indígena se encontraron orientados hacia el sur. En el ajuar de las casa como en las sepulturas escasean los objetos de origen europeo»

Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1951

Otros supuestos que establece el autor tienen relación con la identificación étnica que hace de algunos esqueletos, de acuerdo a la posición que tienen respecto de la orientación geográfica o dentro de la Capilla. Plantea que: «se observa un trato diferido de los cadáveres de españoles en la capilla, /los que/ fueron dirigidos hacia el altar en el norte y las mujeres en posición opuesta». Asimismo, menciona que: «La tumba de una mujer indígena posiblemente sin estar bautizada se halló en el patio de la Capilla, orientada hacia el sur» y que «Las dos mujeres indígenas sepultadas en la capilla dan testimonios que ellas era tratadas sin discriminación étnica y la misma posición social de sus maridos.» De esta manera, concluye que: • El entierro de los indígenas en la capilla indica: que están bautizados y que pertenecen a la familia del encomendero. • La completa ausencia de ajuar se relaciona con el deseo de eliminar todo rasgo del tradicional rito funerario indígena. • Su sepultura en la capilla indica ausencia de discriminación étnica e igualdad social con el marido. • La falta de ajuar funerario en las tumbas de los indígenas se debe posiblemente a la prohibición de prácticas funerarias rituales no cristianas. Nuestra posición es que si bien pensamos que la Arqueología debe plantear interpretaciones de los contextos que rescata en tanto éstos dan cuenta de hechos sociales y conductas culturales, es necesario que ellas tengan su base en hipótesis susceptibles de falsear o verificar. En esos términos, las conclusiones de Gordon, en relación con los aspectos conductuales/ culturales asociados a los contextos mortuorios resultan osadas, sin embargo constituyen un antecedente de lo que a futuro se deberá verificar para avanzar en una adecuada resolución de estos aspectos. Hasta ahora ignoramos si se hicieron y los resultados de los análisis bioantropológicos que debieran ser la base de estas interpretaciones.

e) En relación con aspectos de conservación Gracias a las mencionadas re-visitas hechas al sitio, nos hemos percatado de que la conservación resulta uno de los puntos sensibles de la investigación, no sólo de Gordon, sino que en general de los trabajos arqueológicos que intentan la recuperación de sitios históri1952 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

cos. Como resultado concreto del trabajo en Santa Sylvia se despejaron varios muros de los distintos recintos, planteando excavaciones dentro y fuera de ellos. Luego de la excavación, los muros quedaron a la intemperie sin las adecuadas medidas de conservación (protección de perfiles y tapado de las unidades de excavación), por lo que urge aplicarlas en un futuro cercano. Si bien el sitio se encuentra dentro de una propiedad privada y por tanto su visita es restringida, los problemas de conservación resultan evidentes. Los principales factores incidentes en la conservación son climáticos, el eventual ingreso de ganado bovino al recinto y el crecimiento de vegetación. Obviamente el principal factor es el antrópico, ya que, aunque el sitio se encuentra cercado exteriormente, se puede ver las huellas del ingreso de maquinaria pesada que ha destruido parte de los muros exteriores de uno de los recintos. Actualmente es posible observar la presencia de los restos de tres recintos, de los que se ve parte de los derruidos cimientos de los muros. Estos recintos son de planta rectangular y dos de ellos conservan los muros interiores. Tanto en los sectores exteriores como interiores de los recintos pudimos observar la presencia de material cerámico, especialmente restos de tejas. Aunque en el trabajo se menciona la extensión del sitio, actualmente eso no se puede apreciar ya que toda el área está completamente empastada y en los límites crecen los notros.

f) En relación con la datación Gordon alcanzó a enviar las muestras y obtener un fechado TL sobre una teja recuperada del Recinto A, el resultado fue: 435 ± 30 años AP (1520-1580 d.C.)

II.- Nuestros planteamientos a) En relación con los nuevos aportes historiográficos Si bien nuestra intención se centra en el rescate de una información que lamentablemente no alcanzó a ser publicada por Gordon, para un importante sitio que evidencia parte de la vida cotidiana y el contacto intercultural que se dio en el siglo XVI, nos interesa también plantear nuevas ideas o puntos de vista que puedan contribuir a una reinterpretación de los contextos, en parte rescatados y analizados en el proyecto mencionado.

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En ese sentido, vemos que en términos historiográficos, la problemática de la penetración española en la Araucanía y las relaciones hispano-mapuche generadas, a juicio de algunos investigadores, ha sido visualizada por la historiografía tradicional de forma simplista y superficial, por cuanto los tres siglos y medio de contacto ejercido entre ambos grupos fueron relatados a partir de una secuencia de porfiadas y heroicas luchas, dando origen a lo que Villalobos denominó el mito de la «Guerra de Arauco» (Villalobos 1982). Con los trabajos de Jara en los años 70’ y en las décadas posteriores con los estudios de diversos investigadores, entre los cuales Sergio Villalobos es quien realiza los mayores aportes, se empieza a conceptualizar el fenómeno del contacto y cambio cultural hispanomapuche como un proceso altamente complejo en términos sociales y culturales, inaugurándose con ello nuevos enfoques. En ellos se evidencia un interés por ir más allá de las meras descripciones y recuentos de las epopeyas y desastres épicos y por ampliar las temáticas de estudio al considerar diversos factores económicos, políticos, económicos y socio-culturales que definieron la dinámica intercultural hispano-mapuche en la Araucanía. Estos estudios empezaron a configurar una serie de escenarios en donde cobraron vida diversos actores sociales, estructuras, instituciones y relaciones sociales, políticas y económicas hasta entonces opacados por el «mito» de la guerra. Como nuevas temáticas de interés surgen entre otras: los parlamentos, los tipos fronterizos, el problema del mestizaje, la presencia de los indios amigos, el comercio, los cambios culturales y sociales vividos por hispanos y mapuche. Ahora el estudio de la guerra de Arauco y su ejército era visualizado en términos diacrónicos y se consideraba el contexto socio-económico y político para explicar su desarrollo. Estamos en el ámbito de los estudios «fronterizos», erigidos bajo el precepto de la convivencia «pacifica» que se dio entre hispanos y mapuche a partir de las postrimerías del siglo XVI y que en los siglos posteriores se va fortaleciendo. Dentro de esta lógica del mundo de las relaciones de carácter pacífico, se postulaba que los roces o choques bélicos que pudieron haber existido entre españoles e indígenas durante el siglo XVII con el tiempo se fueron haciendo cada vez más aislados, ya que para Villalobos «durante el siglo XVIII el trato pacífico y la compenetración de las comunidades fronterizas fue la tónica del acontecer» (Villalobos 1982: 179). En el marco de la tesis de Villalobos la amplia gama de los nuevos tipos de relaciones interétnicas surgidas al

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alero de la instalación de la Frontera sólo son concebidas dentro de los límites de la misma. Al respecto señala: «Las relaciones fronterizas alcanzaron una intensidad insospechada, ocurriendo el fenómeno de convivencia que caracteriza a las guerras de muy larga duración. Los puntos de contacto fueron las estancias próximas a la línea del Bío-Bío, algunas tierras explotadas por criollos y mestizos en la comarca indígena más cercana, los fuertes y puestos de vigilancia, siempre necesitados de alimentos y de colaboración de los naturales, las reducciones de indios amigos junto a la frontera y, finalmente, las misiones, que muy pobremente cumplían su cometido divino y humano» (Villalobos 1982:179). Con ello el mundo de las relaciones interétnicas, antes conceptualizadas bajo el rótulo de la guerra de Arauco ahora eran definidas como relaciones fronterizas de índole pacíficas, quedando segregadas a un período particular, desde finales del siglo XVI hasta el siglo XIX, y espacialmente restringidas a la frontera establecida en torno a la cuenca del río Bío-Bío. Con fuertes críticas al carácter etnocéntrico de la tesis de las «relaciones fronterizas», una de las nuevas tendencias que surge dentro de los estudios de historia indígena son los enfoques centrados en las relaciones interétnicas. Esta nueva perspectiva postula que las relaciones fronterizas deben ser comprendidas e integradas en una ámbito más amplio de análisis, el de las relaciones interétnicas. De acuerdo a esta postura, explicar toda la historia indígena a partir de solamente la historia fronteriza es reducirla, por cuanto la remite a un período y región particular de la historia mapuche, al momento en que ésta se constituye físicamente en el Bío-Bío. Siguiendo el enfoque de las relaciones interétnicas se observa que la interacción hispanomapuche no se inicia recién con la instauración de la frontera, ni se agota con el término de ella, ya que las «relaciones interétnicas comienzan desde la misma llegada del español y aún no concluyen» (Foerster y Vergara 1996:15). Otro de los cuestionamientos hechos por el enfoque de los estudios de relaciones interétnicas al de las relaciones fronterizas, apunta a la visión que estos últimos ofrecen sobre el aporte del mundo indígena en la conformación de la sociedad hispano-criolla del mundo fronterizo y, a nuestra identidad nacional. En función de esta idea los precursores de esta nueva tendencia establecen que en los estudios fronterizos se «pone todo el acento en el papel histórico de la sociedad hispanocriolla y excluye así al mundo indígena de jugar un papel importante en este proceso. Las relaciones fronteri-

Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1953

zas explican la dinámica y la «evolución» de la sociedad mapuche pero no la dinámica y evolución de la sociedad hispano-criolla chilena» (Foerster y Vergara 1996:23). Desde esta perspectiva se plantea que la historia de la relación de la sociedad no mapuche con el mundo mapuche debe ser tematizada entorno al protagonismo que este último adquirió dentro de la configuración de nuestra identidad nacional (ethos cultural); la que comienza a gestarse desde el mismo siglo XVI, justamente en su relación con el mundo indígena, momento en el cual los sujetos se ven obligados a redefinir sus posiciones e identidades (Foerster y Vergara 1996). Bajo el enfoque centrado en las relaciones interétnicas la presencia de la frontera étnica es concebida como definitoria porque permitió marcar las diferencias culturales, las cuales se expresaron y ritualizaron en dos escenarios: el de la guerra (violencia) y el de los parlamentos y el estado (negociaciones) (Foerster y Vergara 1996). Nos interesa plantear que, una revisión del trabajo de Gordon, invita a pensar en esta fortificación hispánica del siglo XVI, como un espacio de convivencia interétnica cotidiana y permanente, aunque enmarcado por las relaciones de conflicto. Concordamos con la crítica efectuada a la perspectiva de las relaciones fronterizas como un modelo que no explica toda la historia indígena. La periodificación y cronología de la región mapuche desarrollada en el marco de los estudios fronterizos definen al siglo XVI y primera mitad del siglo XVII como la etapa bélica (1536-1655) y por ende, como un período que no resiste análisis bajo la lógica de la convivencia pacífica. Sin embargo, pensamos que es posible postular que durante este período también existieron espacios como las ciudades, encomiendas, lavaderos de oro, entre otros, en los que la interacción hispano-mapuche fue cotidiana y permanente, dando origen a relaciones interétnicas «pacíficas» y también forzadas, que pudieron incluso sintetizarse en el temprano mestizaje. En estos espacios de carácter urbano o rural, de usos domésticos y civiles, la interacción estuvo mediatizada por relaciones de trabajo, por el servicio personal de los indígenas, la cooperación bélica, las alianzas políticas y matrimoniales, etc. Esta visión del carácter pacífico de las relaciones interétnicas en los espacios de convivencia permanente y cotidiana, de ningún modo pretende obliterar la idea de que existía un clima general de conflicto latente, reflejado en los constantes encuentros bélicos hispano-mapuche y en las alianzas que los indígenas rebelados establecían para combatir al español.

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Otro investigador que realiza importantes aportes al estudio de la dinámica del contacto hispano-mapuche del siglo XVI es G. Boccara. Este autor registra los tipos de poder y estrategias de sujeción utilizados por la corona española en la frontera sur de Chile durante la Colonia, definiendo lo que él denomina los dispositivos hispanos de poder, que para el siglo XVI se enmarcan en un diagrama de poder soberano. Entre los dispositivos destacan: la expedición guerrera, la Encomienda, la esclavitud, la maloca, el Fuerte y el requerimiento. Estos dispositivos se vinculan con la concepción y objetivos de conquista de la Corona, que serán incorporar masas y territorios a un espacio de soberanía real y reunir bienes y riquezas mediante la extracción de tributo. El derecho a matar será el principio articulador de esta lógica del poder soberano y el que le dará coherencia a las formas de ejercer el poder o dispositivos de poder, razón por la cual el siglo XVI será definido por el autor como de guerra a sangre y fuego y una paz esporádica (Boccara 1999). En este marco de análisis los espacios ibéricos, donde pudieron darse relaciones interétnicas hispanomapuche de tipo «pacíficas», como la encomienda, los fuertes e instancias bélicas de cooperación con indios amigos no son considerados espacios de comunicación con el indígena, ni de conocimiento de la cultura del otro, así como tampoco escenarios donde se hubiese desarrollado una política aculturativa. Como ejemplo del desinterés hispano por dominar al indígena mediante otro mecanismo diferente a la fuerza, Boccara dice: «el hecho de que sus aliados indígenas practicaran rituales bárbaros no constituía un problema, ya que el resorte de esta primera conquista no era la cristianización ni la civilización de los indígenas. La preocupación de los gobernantes y maestros de campo era agregar el máximo de indígenas a sus tropas e incorporar nuevos territorios al espacio de soberanía real, sin ninguna preocupación por el aspecto religioso o cultural de dicha empresa» (Boccara 1999:74). Para el autor ésta sería la causa del total desconocimiento que acusan los primeros conquistadores acerca de las estructuras sociopolíticas indígenas. Agrega el autor en otra parte, en la dominación española el objetivo era disponer en su empresa de aliados experimentados que le permitiesen tener un control continuo sobre los indígenas, sin necesariamente alcanzar «un conocimiento exhaustivo y preciso del sujeto sobre el que se ejercía la acción» (Boccara 1999:69). La postura de Boccara resulta muy interesante por cuanto reconoce que los diversos tipos de relaciones

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gestados en torno a la frontera del Bío-Bío, instaurada después del levantamiento de Curalaba, no fueron inocuos como mecanismos de dominación y de imposición de un orden. Sin embargo, se discrepa en su visión de lo que fue la dinámica de las relaciones interétnicas del siglo XVI en los espacios de convivencia cotidiana como los fuertes, encomiendas, etc., en los cuales según él, el contacto no pasó de ser meramente utilitario, es decir, el hispano interactuaba con la población nativa solamente en la medida que requería de su ayuda para satisfacer necesidades de distinta índole, desde alimenticia hasta guerrera, por cuanto no tenían interés de conocimiento ni comunicación con el Otro. Otra importante línea de trabajo ha sido desarrollada en torno a la dinámica del contacto interétnico en la Araucanía es la de Leonardo León. Sus investigaciones se han constituido en una importante fuente interpretativa para el estudio de la sociedad mapuche del siglo XVI del área de competencia del presente trabajo. Tras una mirada de las relaciones interétnicas hispano-mapuche que acusa una orientación centrada en el protagonismo que tuvo la sociedad mapuche dentro del proceso de contacto y cambio cultural, este autor devela parte de los sucesos y procesos históricos que se dieron al sur del río Toltén, entre los años 1575 y 1585. En su historia rescata la actuación del mundo mapuche dentro de la dinámica del encuentro violento, ahondando en la estructura interna de esta sociedad, las estrategias bélicas y los sistemas de alianzas desarrollados por ella como mecanismos de resistencia ante el español. Para León esta fue la guerra del malal y una de sus principales características habría sido su carácter posicional, centrado en la acumulación de fuerzas militares en torno a las fortificaciones, las que se emplazaban en las áreas de los lagos Villarrica, Ranco y Riñihue. Estas fortificaciones fueron el bastión de lucha de las etnias puelche-huilliche, aliadas para combatir la invasión y cuya alianza implicaba importantes lazos de cooperación militar que superaban los márgenes de las unidades familiares o linajes. Es posible que estas redes de fortificaciones «en su conjunto constituyeran un sistema defensivo regional que operaba bajo los dictados de una estrategia militar global» (León 1989:139). El análisis sistemático de las fuentes realizado por León para comprender el rol de las fortalezas indígenas y las tácticas asociadas con su uso, como parte del sistema defensivo anti-español desatado en Chile Central y al sur del Toltén, además de abrir una nueva perspectiva

Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

para el estudio del conflicto hispano-indígena, como él lo señala, nos da la posibilidad de plantearnos un modelo explicativo de la diversidad de fortificaciones y asentamientos militares y civiles involucrados en este complejo sistema bélico defensivo de orden regional. Sin embargo, nuevamente no hay explicación aparente para estos espacios en donde se expresa una convivencia intercultural y étnica, no necesariamente pacífico, pero tampoco evidentemente beligerante.

b) A manera de conclusiones A partir de los trabajos desarrollados en este último tiempo (Harcha 1986; Harcha et al 1998; León 1989; Mera et al 2004; Reyes 2004), ha podido visualizarse la región oriental de la Villa Rica, como un área en la que se expresó una dinámica de interrelaciones entre varios grupos culturales, durante un período acotado. La Villa Rica, que se comporta como un centro neurálgico de esa dinámica intercultural, no sólo recibió a las huestes hispanas, sino que además fue un centro administrativo-político-económico y religioso, en donde convivieron, y obviamente no sólo de manera pacífica, al menos 4 diferentes grupos culturales, durante 50 años. Desde la etnohistoria, una relectura de Mariño de Lobera, a la luz de algunos planteamientos de León (1983, 1989), acerca de las alianzas que fueron capaces de establecer diferentes parcialidades: puelche-huilliche, para defender el territorio y enfrentarse a las huestes hispanas, permite centrar la discusión en realidades más complejas, pero seguramente más atingentes a la dinámica del primer siglo de temprano contacto. Los materiales culturales recuperados, permiten plantear la convivencia de españoles y grupos indígenas, al menos en Santa Sylvia, registrándose una mayor frecuencia de los restos asociados a los grupos locales. Dichos restos además, muestran el desarrollo de actividades relacionadas más bien con un asentamiento permanente, almacenamiento, actividades lúdicas, presencia de restos de carácter arquitectónicos y en donde no se ve restos que pudiera asociarse a la explotación minera, supuesto fin último de la presencia de este asentamiento en los faldeos de la zona cordillerana. La gama de interrelaciones entre los distintos grupos, que se ve a partir de los materiales culturales rescatados y de los datos etnohistóricos, resultan una realidad más compleja, propia de lo que fue el siglo XVI. En relación con la definición dada a este asentamiento, Casa-Fuerte, concordamos plenamente con Gordon sobre el carácter e importancia de estas construccio-

Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1955

nes. Los datos etnohistórico son fundamentales. A través de su lectura se puede deducir que las casas fuertes al estar ubicadas muy cerca de las principales ciudades del siglo XVI ejercían una función productiva, si correlacionamos la información con los estudios de urbanidad en América, la función principal de las casas fuertes es actuar como pequeños centros de población que están relacionados con antiguos centro de población indígenas, y están ubicados en diversas rutas de comunicación con el objeto de actuar como postas o descansos para los viajeros. Al ejercer las casas fuertes una función productiva debieron además haber apoyado el comercio entre las ciudades hispanas que estaban alejadas. Si consideramos que Villa Rica hacia 1580 poseía un floreciente comercio con Buenos Aires: «...en aquella en de recluta la cordillera es baja y muy apacible o franca su impenetrable terquedad y ofreció senda para su tránsito el cual se puede hacer cómodamente en las estaciones del año aun en las más rígidas, cuya conveniencia desestimaron los españoles todo el tiempo que subsistió Villa-Rica, teniendo frecuente comercio en Buenos Aires en carretas, de las cuales a un en el día de hoy permanecen algunos fragmentos, o que recreció la conveniencia de las ciudades del Obispado Imperial...» Relacionado probablemente con la búsqueda de una ruta a la ciudad de Buenos Aires y favorecido por el hecho de que durante el S XVI, las haciendas debían estar fuera de los límites de los centros poblados y que por esta razón no se entregaron grandes extensiones de tierra en la misma ciudad y en consecuencia, las ferias, las pulperías y los lugares de almacenaje debían instalarse a lo menos diez leguas de la traza de la ciudad. Es posible pensar en que el comercio rural en las haciendas, se convirtió en otra de las principales actividades económicas de las Casas-Fuertes. Con la información disponible, se puede concluir que la fundación de Santa Sylvia debió haber sido fundamental para el desarrollo económico y estratégico de Villarrica; sin embargo, no hay memoria de sus fundadores sólo se conserva en un protocolo eclesiástico en Concepción, por razón de las obras pías donde se explica que durante la fundación de la ciudad de Villarrica y entregadas las encomiendas se mandó a construir: «.. de Pedro de Aranda Valdivia que fundó en uno de sus pueblos, iglesia y hospital con buena renta....». La destrucción de la casa fuerte debe haber ocurrido durante el periodo comprendido entre 1575 a 1598, en

1956 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

las batallas ocurridas antes del segundo levantamiento indígena.

Notas 1

Entre los documentos revisados hay una monografía del sitio Santa Elena con dedicatoria enviado por el autor a Américo Gordon. 2 Debido a la gran cantidad de fragmentos alfareros (40 mil, aprox.) y de restos líticos (13 mil), no se terminó la clasificación, ni aspectos relacionados con su distribución y posibles áreas de actividad en el sitio.

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Violencia en una Comunidad Alfarera de Chile Central: Reevaluación de la Colección Sitio Escuela de Placilla, La Ligua Violence in a Ceramic Community of Central Chile: Reevaluation of the Escuela de Placilla’s Site Collection, La Ligua Andrea Saunier S.*, Paulina Marambio V.** y Hernán Ávalos G.***

Resumen Se reestudia la Colección Bioantropológica del sitio Escuela de Placilla. El contexto temporoespacial y medioambiental en que ésta se inserta dentro de la secuencia cronológica-cultural del Norte Chico/Chile Central la convierte en un objeto de estudio fundamental para el análisis del comportamiento violento. La Colección se adscribe al PIT y ha sido datada (TL) en 1035 y 1210 dC. Consta de 46 individuos reevaluados en cuanto a su perfil biológico, paleopatológico, patrones de actividad y demografía. Se analizan también las relaciones genéticas intragrupales, que en conjunto permiten interpretar el marco sociocultural en que surge el comportamiento violento durante este período. Palabras Claves: Violencia, Bioantropología, prehistoria del Norte Chico/Chile Central, sitio Escuela de Placilla, La Ligua.

Abstract It was re-studied the Bioanthropological Collection of the Escuela de Placilla’s Site. The temporospatial and medioambiental context in which this community inserts in the sequence of the Norte Chico/Chile Central makes it a fundamental object of study to analyze the violent behavior. The Collection ascribes to the Late Intermediate Period and it has been dated (TL) between 1035 and 1210 dC. It consists in 46 individuals, which

were reevaluated in relation to his biological and paleopathological profiles, patterns of activity and demography. It was also analyzed the intergrupal genetic relations, in order to interpret the sociocultural frame in which the violent behavior is borne in this period. Keywords: Violence, Bioanthropology, Norte Chico/Chile Central prehistory, Escuela de Placilla site, La Ligua.

Antecedentes Tanto la arqueología como la bioantropología buscan reconstruir la conducta de las sociedades pretéritas y la cooperación entre ambas, para dicho objetivo, ha probado ser la manera más fructífera de abordar el reconocimiento de nuestro pasado. En este trabajo se aplica el concepto Modo de Vida definido por Constantinescu (1997), para abordar el tema de la violencia en las sociedades del período alfarero de Chile Central. Éste pone énfasis en la relación del hombre, como comunidad cultural, con el ambiente, y se considera no sólo su interacción con el medio físico, sino también con otras comunidades humanas (lo que determina la constitución de las mismas como grupos sociales, culturales y genéticos). A la luz de este enfoque, se entiende la violencia como la manifestación sociocultural de un ajuste adaptativo básico de los individuos al medio físico en que viven.

* Museo Histórico Arqueológico de Quillota. [email protected] ** Licenciada en Antropología Física, Universidad de Chile. [email protected] *** Museo de Alicahue, Museo Histórico Arqueológico de Quillota. [email protected]

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Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1957

El comportamiento violento es fácilmente reconocible a partir de la evidencia bioantropológica: traumas causados por armas, reparados o no, proyectiles in situ, etc. Sin embargo, su definición es compleja, pues como toda respuesta sociocultural, su connotación depende directamente del marco interpretativo de sus ejecutores y receptores. Walker (2001; y referencias en él) sugieren que la violencia se asocia al manejo y concentración de los recursos por sobre las necesidades básicas para la supervivencia. Otros autores (Keely, 1996 en Walker, 2001) ven la violencia más bien como una forma ritual de resolver las disputas y manejar el poder, para mantener los límites sociales minimizando las muertes. Pero ya sea por conflictos económicos o de poder, sigue siendo evidente que cuando los grupos se enfrentan a eventos de cambio social y estrés de recursos, la violencia se acentúa. Siguiendo esta idea, se pueden identificar varios factores factibles de convertirse en alicientes del comportamiento violento. La escasez de los recursos básicos para la subsistencia de las comunidades humanas representa un motivo para el surgimiento de conflicto, fenómeno que se vincula con períodos de cambio climático y/o transiciones demográficas. Este último punto representa una paradoja, pues la necesidad de obtener más alimentos o más bienes para conseguirlos, exigen el mantenimiento de una masa poblacional crítica con condiciones de salud y movilidad óptimas para el trabajo. Otro factor que insta a la violencia es la presencia de grupos en conflicto que necesitan reafirmar o formar una identidad, lo que los obliga a eliminar disidentes o personas política, social o físicamente di-

ferentes. Bajo estos criterios es que pueden variar los patrones de manifestación de la violencia, ya sea segregándose por sexo, edad y/o clase social. Los mecanismos bioantropológicos para reconocer el contexto sociocultural en el que surge la violencia tienen que ver con la reconstrucción de los perfiles biológicos, paleopatológicos y demográficos de la colección estudiada, características que luego son extrapoladas a la comunidad analizada. Éstos necesariamente deben ser complementados con la información arqueológica y medioambiental de la zona en estudio. La violencia es un concepto idiosincrásico respecto del sistema cultural en el que se da, pero el reconocimiento de dicho comportamiento y un acercamiento a su interpretación en su contexto, ya sea a través de la información arqueológica, bioantropológica, ecológica, geológica, o idealmente del cruce entre ellas, debería ser la meta de la labor como investigadores sociales.

Antecedentes arqueológicos El sitio arqueológico Escuela de Placilla corresponde a un cementerio descubierto a inicios del año 2000 durante las obras de instalación de una descarga de agua en la Escuela Básica F-11, localidad de Placilla, ubicada al costado norte de la Ruta E-39, distante 5 km al oeste de la ciudad de La Ligua, provincia de Petorca, región de Valparaíso. Se trata de un conchal poco denso emplazado a unos 33 msm, sobre una terraza fluvial moderna en la ribera sur del valle del río La Ligua. Sus coordenadas UTM, datum WGS84 son: 6.407,772 N y 285,301 E (Imagen 1). Imagen 1. Ubicación del sitio Escuela de Placilla (tomado de Google Earth)

1958 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

Simposio Arqueología, Antropología e Historia

El análisis arqueológico de los materiales recuperados en los contextos de inhumación y recolección superficial, permitió reconocer a Escuela de Placilla como un sitio bicomponente, estando la primera ocupación escasamente representada por un contexto del Período Alfarero Temprano (PAT) probablemente Llolleo, como lo demostraría el hallazgo de un jarro café pulido de cuerpo asimétrico con asa puente bifurcada, que fue entregado por lo obreros, para el que no pudo ser precisado su contexto. El segundo componente, más abundante, se adscribe al Período Intermedio Tardío (PIT), y representa un desarrollo cultural local diferenciado de los conocidos para el Norte Chico y Chile Central, reflejando un contacto entre grupos Diaguita y Aconcagua. El conjunto contextual sugiere la presencia de, al menos, un enterratorio (EPI29) cuya ofrenda cerámica es adscribible a Aconcagua. La presencia de una clava (sin asociación) y un toqui mano sugiere una incipiente diferenciación social dentro de la comunidad. Los cuerpos se encontraban orientados en su mayoría en dirección E–O, y la disposición de los mismos era la

que se conoce para el PIT: todos, excepto uno, se encontraban estirados, con los brazos extendidos a los lados del cuerpo. Sólo un grupo de cuatro individuos se encontraba inhumado decúbito lateral, el resto se encontró decúbito dorsal o ventral. Se observó una alta frecuencia de superposición y disturbación de los esqueletos, lo que sugiere «una ocupación intensiva del cementerio» (Ávalos et al., 1999-2000). Cabe destacar que el conjunto material de Escuela de Placilla es muy similar al de otros dos sitios con componente tardío ubicados en los alrededores del río La Ligua: Valle Hermoso, con fechas de entre el 990 ± 110 dC y el 1210 ± 50 dC (Becker et al., 1994) y Los Coiles 136, datado entre los 920 ± 80 dC y 1230 ± 90 dC. (Rodríguez y Ávalos, 1994). Junto a los tres fechados TL del sitio Escuela de Placilla conforman un panorama sincrónico donde las similitudes en la cultura material, prácticas funerarias y estructura paleodemográfica refuerzan la idea de un desarrollo cultural local particular en la zona en estudio (Ávalos et al., 1999 – 2000; Becker et al., 1994).

Cuadro 1. Fechados por TL del sitio Escuela de Placilla Contexto Individuo 15 Ceramio 13 Individuo 29 Ceramio 27 Individuo 15 Ceramio 18

Descripción

Fecha

Puco Aconcagua Salmón decorado con trinacrio de dos aspas exterior

1280 ± 70 dC

Puco rojo engobado exterior, decorado con banda en borde y cruz central en R y N s/B interior

1035 ± 80 dC

Olla Café Pulido

1100 ± 80 dC

Las condiciones temporales y espaciales que rodean a la comunidad representada en Escuela de Placilla la convierten en un objeto de estudio clave para evaluar el contexto en el que surge el comportamiento violento en las poblaciones locales y entender efectivamente a qué demandas ambientales y socioculturales estaban respondiendo estos grupos. Se entiende que esta tarea permite acceder a un patrón tradicional de la comunidad y, a partir del ejercicio mismo de la caracterización de la población, entender su manera de relacionarse con su entorno en su propio universo material y simbólico. Se aporta así a un esfuerzo interdisciplinario por comprender el modo de vida de una comunidad prehispánica de Chile Central.

Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

Materiales y métodos Los restos óseos recuperados del sitio fueron rescatados y analizados en terreno por Joyce Strange (Ávalos, 1999-2000) y estudiados en el laboratorio por Mario Henríquez (Henríquez, Ms). En base a sus informes se planificó esta reevaluación. Los restos óseos se analizaron antroposcópicamente a ojo desnudo, y en caso de ser necesario, con una lupa de un aumento máximo de 5X. Los datos fueron consignados en una ficha de registro de restos esqueletales, y cada observación relevante se acompañó de una fotografía tomada con una cámara Nikon Coolpix L4, en un tamaño estándar de 2 Mb, mejoradas

Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1959

con el programa editor de imágenes PictureProject 1.6.1. La reconstrucción del perfil biológico de los individuos de la muestra siguió los estándares reseñados en Buikstra y Ubelaker (1994), Ubelaker (1984) y las propuestas resumidas por el Workshop of European Anthropologists (1980). La identificación e interpretación de la prevalencia de patologías de la comunidad en estudio siguió los criterios de Aufderheide y Rodríguez-Martín (1998), Brothwell (1981) y Larsen (1997, 2002). Tales autores también ofrecen herramientas para interpretar los patrones de actividad e indicadores laborales, además de Merbs (1985). Lo que refiere a condiciones traumáticas considera además trabajos como los de Lovell (1997), y Standen y Arriaza (2000).

Resultados Tafonomía. El análisis estratigráfico del sitio Escuela de Placilla permitió reconocer tres componentes principales: un suelo de uso agrícola (entre los 7 y 20 cm), arenas no consolidadas (por debajo de los 60 cm de profundidad) y un conchal que se extiende unos 15 m de manera lenticular entre los 15 y 55 cm de profundidad en dirección O-E. La mayoría de los esqueletos se encontraban depositados en el macro-estrato de arena arcillosa que determinó una conservación de regular a mala de los esqueletos. En esto incidieron también otros factores como la alta humedad del suelo (terraza fluvial inundada cíclicamente, al menos, 4 veces en lo últimos 50 años), las inundaciones que se registraron durante el proceso de excavación y la fragilidad intrínseca de los restos óseos, que correspondían en su mayoría a subadultos. Otro factor postdepositacional importante tiene que ver con la disturbación antrópica que sufrieron los enterratorios a causa de las prácticas agrícolas desarrolladas en el lugar y a las labores de construcción de una zanja que atravesó la mitad del sitio y que arrasó parte del cementerio, destruyó parcialmente algunos esqueletos y alteró los contextos fúnebres de los mismos. Perfil biológico. Se identificaron un total 49 individuos. Un 57,7% de la muestra se consideró subadulto (menor de 15 años) y un 42,2% adulto (sobre 15 años). Entre los primeros, la mayor tasa de mortalidad se concentró entre los 0 y 4 años (18 individuos; 69% de la submuestra de subadultos), reduciéndose a menos de la mitad entre los 4 y 6 años (19%). Se registraron sólo tres casos entre los 6 y 10 años (11,5%). Entre los adultos, hay un máximo de mortalidad entre los 20 y 30

1960 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

años, con una distribución similar entre hombres y mujeres (Gráfico 1) Los indicadores de etnicidad fueron registrados con claridad sólo en un 34% de la muestra, registrándose un 100% de biotipo amerindio. El sexo se pudo estimar en un 43% de la muestra, principalmente adultos (sobre 15 años) en buen estado de conservación (Gráfico 2). Trece son masculinos y 7 femeninos, lo que corresponde a un 65% de la muestra adulta para los primeros, y un 35% para los segundos. Considerando la edad al morir de los individuos con relación al sexo determinado, se destacó que las mujeres presentan una distribución uniforme entre los 20 y 35 años, mientras que entre los hombres ocurre algo similar, pero en un rango más amplio, desde los 15 a los 45 años, presentándose un máximo entre los 25-30 años y los 35-40 años. No se registraron individuos masculinos con una edad superior a los 45 años, lo que sí ocurrió en el caso de la submuestra femenina (Gráfico 3). Gráfico 1: Distribución Etaria de la Muestra Individuos 25

23

20

15

10

5

4

3

5 4

0

1

2

0 -5 0-

2 0

0 -1 5-

5 --1 10

0 --2 15

5 --2 20

0 --3 25

5 --3 30

--4 35

0

--4 40

5

1

Edad

Individ 0 --5 45

50

Individuos Gráfico 2: Distribucion por sexo en la muestra

Nº individuos

30 26

25 20 15 10

13 7

5 0 Adulto/Masculin Adulto/Femenino o

Individu Sexo

Subadultos/sexo no det.

Individuos

Simposio Arqueología, Antropología e Historia



Gráfico 3: Distribución por Edad y Sexo entre Adultos

6 Femenino

5

Masculino

4

2 1 2

3 2

0

0 3

1

2

1

2

3 2

1 0

0 15--20 20--25 25--30 30--35 35--40 40--45 45--50

Se estimó la estatura sólo en 8 individuos adultos, 3 femeninos y 5 masculinos, debido a los problemas de conservación de los restos. Las tres mujeres adultas en las que se calculó la estatura se encontraban entre los 20 y 30 años. Dos de ellas presentaban evidencias de haber sufrido patologías carenciales a temprana edad, lo que pudo incidir en su estatura adulta. En el caso de los hombres, el cálculo se hizo con individuos que se encontraban entre los 15 y 45 años, y ninguno habría padecido de enfermedades carenciales durante su desarrollo biológico. La estatura promedio de la serie adulta combinada (masculino y femenino) fue de 1.58 m, siendo el promedio de las mujeres de 1.53 m y el de los hombres 1.61 m. Esto puede interpretarse como una clara manifestación de dimorfismo sexual en este rasgo. Perfil paleopatológico. El análisis paleopatológico de los esqueletos permitió reconocer la existencia de enfermedades de la dentición, hematológicas, infecciosas, articulares y evidencia de condiciones traumáticas. Dentro del grupo de enfermedades de la dentición se registró la ocurrencia de atrición, enfermedad periodontal, caries dental, pérdida dental antemortem e hipoplasia del esmalte. Esta categoría se pudo analizar sólo en el 49% de la muestra (22 individuos: 9 subadultos y 13 adultos), ya que el resto presentaba pérdida post depositacional de las piezas dentales. La atrición se observó en 9 subadultos. De ellos 8 presentaban un desgaste oclusal leve, y sólo uno de ellos (EPI12) presentaba un desgaste oblicuo en los dientes anteriores y en semicopa en los poscaninos. Entre los adultos, 10 (5 individuos masculinos y 5 femeninos)

Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

1 0 50+ Edad

mostraban un desgaste plano en toda su dentadura, y 3 exhibían un desgaste plano en los dientes anteriores y en semicopa en los poscaninos. Los tres individuos con este tipo de desgaste se distinguen por presentar, el menos dos de ellos (EPI27 y EPI29) un tipo de enterratorio y ofrenda que los distingue dentro del grupo. La enfermedad periodontal es evidente en sólo tres de los individuos, dos adultos, uno masculino y uno femenino, y un subadulto, aunque la condición dental de la muestra sugiere que muchos individuos más padecieron de esta patología. La presencia de caries dental se registró en 14 individuos (63% de la submuestra), 11 adultos (100% del total de adultos con el rasgo observable, 5 mujeres y 6 hombres) y 3 subadultos (33% de los subadultos observables). En el caso de los individuos en los que se observó un desgaste en semicopa en los dientes poscaninos, se presentan también caries oclusales en los molares y premolares. Estas podrían deberse al deterioro del esmalte en dicha superficie a causa del desgaste fisiológico, que lo hizo más débil ante el ataque bacteriano. Respecto a la pérdida dental antemortem, ésta se registró en cinco individuos de los 22 observables (22,7%). Su manifestación es levemente superior en las mujeres (3:2), y de preferencia en individuos mayores de 30 años. Las piezas perdidas corresponden en su totalidad a la dentadura poscanina. En tres de los casos las piezas adyacentes a las perdidas exhiben caries, la que podría ser la causa de su caída. Todos los hombres han perdido sólo piezas superiores, y la caída de las

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mismas es simétrica, por lo que se sospecha que se deba a causas parafuncionales. Entre las mujeres es más común la pérdida de las piezas inferiores, y no se observa la misma simetría. Tres individuos presentan abcesos alveolares, muy leves en el caso de los subadultos. La hipoplasia del esmalte se manifiesta en 15 individuos (68% de la muestra observable). De éstos, 5 son subadultos (55% de la submuestra de subadultos) y 10 adultos (76% de la submuestra). Imagen 2: Fragmento de occipital, visión frontal, con hiperostosis porótica. EPI24.

Dentro de las enfermedades hematológicas se consideró como indicador de anemia la ocurrencia de hiperostosis porótica y criba orbitalia. Esta última se registró en 12 individuos (26%), de los cuales un 66% son subadultos (8 individuos) y un 33% (4 individuos) son adultos (tres mujeres y un hombre). De éstos, un individuo femenino y uno masculino, exhiben procesos en reparación, mientras que las dos mujeres restantes tienen lesiones activas, lo que indica episodios de estrés fisiológico durante la vida adulta. En el caso de los niños todas las lesiones están activas. La hiperostosis porótica (Imagen 2) se reconoció en 11 individuos (23,9% del total), 5 adultos (3 mujeres y dos hombres) y 6 subadultos. En los 5 adultos, se encuentra asociada a la presencia de criba orbitalia, lo que ocurre también con cuatro de los subadultos. Diez individuos de la muestra exhibieron evidencias del padecimiento de alguna enfermedad infecciosa o condición inflamatoria asociada (21,7% del total de individuos). Se excluyeron de este conteo por categorías los individuos cuya periostitis se asocia directa e indiscutiblemente a condiciones traumáticas.

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Si se analizan estas condiciones patológicas por grupo etario, es posible distinguir que la periostitis en los huesos largos (padecida por el 60% de la submuestra) se presenta tanto en adultos como en subadultos, pero en estos últimos es casi la única forma de condición inflamatoria observada, y no asocia a otras patologías dentro de la misma categoría. En sólo uno de los individuos la periostitis (tibial) se asocia a indicadores de patologías carenciales (hiperostosis porótica y criba humeral). En otro caso, la periostitis afectó todo el miembro inferior conservado (fémur, tibia y fíbula). Entre los adultos, las piezas óseas más afectadas son los huesos del muslo y pierna: tibia, fémur y fíbula, en ese orden de involucramiento. La otitis media (microporosidad en el oído medio) se presenta en individuos subadultos y un adulto joven (masculino), afectando a un 40% de la submuestra. En dos casos se asocia a enfermedades carenciales, y a una enfermedad infecciosa específica en el primero de ellos. Tres individuos presentan también mastoiditis bilateral. La sinusitis crónica (microporosidad en los senos paranasales) se registró en dos casos, adultos (un hombre y una mujer), mayores de 35 años y en ambos casos se presentó asociada a periostitis en los huesos largos. El conjunto de patologías que exhibe el individuo EPI12 (periostitis costal, otitis media y artritis en carilla articular superior izquierda de una vértebra torácica baja) puede explicarse, siguiendo la literatura paleopatológica (Heffron, 1939 en Aufderheide y Rodríguez Martin, 1998) por el padecimiento de neumonía, enfermedad infecciosa causada por el contagio con streptococcus pneumoniae, secundaria a otras patologías infecciosas, como la influenza (Aufderheide y Rodríguez-Martín, 1998). No se descarta que estas lesiones tengan una génesis distinta e independiente, pero es interesante mencionar este cuadro, sobretodo considerando la alta mortandad de subadultos que se observa en el cementerio, que puede ser explicada por la presencia en la comunidad de una enfermedad infecciosa aguda como la influenza, afectando a los grupos más vulnerables (subadultos perinatos y ancianos). Además, las condiciones ambientales y el modo de vida de la población en estudio son propicias al contagio de una enfermedad tan infecciosa como la mencionada. Enfermedades articulares. Se encontraron signos de osteoartritis (OA) en 13 individuos (28,2%): un subadulto y 12 adultos (3 mujeres y 9 hombres). En el caso del lactante afectado (1 a 2 años de edad al morir) la OA se manifiesta como microporosidad en las caras articula-

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res de la ATM, probablemente secundario a un trauma. Entre las mujeres afectadas por OA, dos de ellas presentan osteofitosis, en un caso asociada a una leve escoliosis, y en el otro a una enfermedad infecciosa que llevó incluso a la unión de dos arcos neurales en la sección cervical. En los tres casos la OA se asocia al patrón de actividades desarrolladas en vida, que demandó un gran esfuerzo del sistema músculoesqueletal. Las articulaciones más afectadas en la muestra femenina son el codo, el hombro, y el tobillo. Los individuos masculinos presentan en su mayoría OA asociada al sobreesfuerzo de las articulaciones por el desarrollo de actividades físicamente demandantes, manifestándose osteofitosis en la zona lumbar y labiación, aumento de la microporosidad e incluso eburnación en las articulaciones, principalmente, del miembro inferior: cadera, rodilla y tobillo, y en cuarto lugar, al codo. Uno de los casos de osteofitosis más severos (EPI35), presenta abundante labiación, microporosidad y formación de nódulos de Schmorl’s, incluso por ambas caras de los cuerpos vertebrales en la zona lumbar. En dos casos de la muestra masculina la OA se desarrolló como secundaria a un trauma en el miembro inferior. Estos datos indican que la OA afecta, dentro de la muestra, principalmente a individuos adultos masculinos (3:1), y en el 75% del total de casos se presenta asociada al desarrollo de pesadas actividades físicas (por ejemplo, carga de peso). Otros indicadores que se manifiestan asociados a la OA, como el grado de desarrollo de ciertos grupos musculares en el esqueleto apendicular, respaldan esta hipótesis. Condiciones traumáticas. Del total de los individuos analizados, 17 de ellos presentan evidencias de condiciones traumáticas (34,6%). De éstos, siete son subadultos (41,1%) y 10 adultos (58,8%), 7 hombres y 3 mujeres. En ambos grupos la distribución etaria es amplia, sin que se note una clara tendencia a agruparse en un rango determinado. El único individuo que exhibe un trauma asociado a una práctica cultural es EPI12, en el cual se documentó una deformación craneana intencional tipo tabular erecta. La presión se ejerció desde lambda, lo que llevó a un aplanamiento de esta zona con la consecuente elevación del área parietal y sagital. Es probable que el aparato deformador haya sido retirado tiempo antes de llegar a marcarse en frontal y parietales. Una deformación post mortem afectó luego al cráneo, marcando un aplanamiento más pronunciado hacia el lado derecho (plagiocefalia postdepositacional). En el resto de los

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niños, las lesiones son únicas y se concentran en el cráneo (33%), manifestándose como focos de inflamación (periostitis). Un solo caso (EPI31) presenta una línea de corte y sólo un infante (EPI21) exhibe más de una lesión en el cráneo. Entre las mujeres adultas, dos casos (EPI36 y EPI37) presentan lesiones asiladas, y sólo una (EPI33) presenta traumas múltiples en la cadera, hombro y cráneo que pueden indicar acciones violentas contra su persona. En el caso de los adultos masculinos, destaca la ocurrencia en dos individuos (EPI3 y EPI27) de un trauma en la zona de tuberosidad tibial, patología denominada Enfermedad de Osgood-Schlatter (apofisitis tibial anterior, epifisitis tibial traumática o «Rodilla de Surfista»; Aufderheide y Rodríguez-Martin, 1998) que consiste en una osteocondritis en la tuberosidad tibial, secundaria a un trauma o provocada por la excesiva tracción del ligamento rotuliano que desplaza la patela hacia la tuberosidad tibial. Otros casos corresponden a traumas aislados en las extremidades superior e inferior, que podrían asociarse a golpes o caídas en un paisaje irregular. Al menos en dos casos (EPI15 y EPI22) más severos, que afectaron al miembro inferior, se formaron osteomas en las zonas traumatizadas, que se vieron exacerbados por la tracción que ejercieron los músculos adyacentes, cuyas inserciones están hipertrofiadas. Un solo individuo (EPI7) presenta traumas craneales (parietal derecho y cuerpo mandibular derecho, hacia la eminencia mental). Por último, dos individuos destacan por presentar traumas múltiples: EPI15 (masculino, 30-35 años) exhibe un trauma severo en el codo izquierdo, que llevó a la osificación del húmero, radio y ulna en semiflexión (90º), con destrucción de la cabeza de la ulna, deformación de la cabeza del radio, entesis en la unión de la misma con la ulna, hipertrofia de la membrana interósea, deformación de la diáfisis ulnar a distal (Imagen 3), además de entesis y lesiones proliferativas en la articulación de la muñeca (que quedó abierta. Imagen 3). El codo del lado contrario presenta una severa osteoartritis (microporosidad, labiación y eburnación). Las costillas presentan labiación y eburnación en la zona de los tubérculos, y una costilla del lado izquierdo presenta una perforación redondeada que atraviesa la pieza desde la cara externa del hueso hacia la derecha y anterior (Imagen 4). Hay también microporosidad, labiación y entesis en todas las articulaciones del miembro inferior (art. lumbosacra, cadera, rodilla, tobillo). En el fémur izquierdo se nota asociada a un proceso traumático reparado en la zona de la inserción proximal del mús-

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culo vasto lateral e irritación en la zona de las arterias femorales circunflejas. La tibia izquierda exhibe una protrusión de la tuberosidad tibial, periostitis en la línea media y formación de un osteoma en el borde medial de la pieza. A lo largo de toda la tibia hay zonas de inflamación (elevaciones), que pueden ser focos de periostitis reparada. La tibia derecha presenta una periostitis extensa y un proceso osteoartrítico generali-

zado asociado a un acortamiento de la pieza del lado contrario por el trauma ya mencionado. En el muslo derecho, se nota un trauma en la zona de inserción de los músculos gastrocnemio y cuadrado femoral. En el arco neural derecho de C2 hay una perforación que podría deberse a la penetración de una punta de proyectil que fue rescatada durante el proceso de excavación junto a estas vértebras.

A

B

C

EPI25 presenta dos fracturas reparadas: una en una costilla derecha media y una fractura en las falanges medias del pie derecho, que no tuvieron consecuen-

D Imagen 3 (a, b, c y d): extremidad superior (húmero, radio, ulna) izquierda del individuo EPI15. La Imagen d muestra una visión anterior de la articulación del codo, deformada por un trauma.

cias en la movilidad del individuo. Hay, además, evidencias de una laceración en la cabeza del astrágalo.

A

C B

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Imagen 4 (a, b, c): Vista externa, interna y acercamiento a la herida por objeto penetrante en la costilla media izquierda del Individuo EPI15.

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Rasgos no métricos Se analizaron 105 rasgos no métricos craneales y dentales (Castro y Quevedo, 1983-4; Turner et al., 1991) en 10 adultos con una conservación apropiada. Tras el registro completo, se descartaron aquellos rasgos que no se podían observar, por no estar presentes las estructuras o no ser apreciables por factores tafonómicos. Finalmente, se consideraron sólo 23 características, que permitieron construir el siguiente árbol de relaciones (Diagrama 1: cada número dentro de los círculos verdes corresponde a la denominación de los esqueletos del cementerio, así EPI29 figura como 29 en el diagrama).

Se observa cierta relación entre la distribución de los cuerpos en el cementerio y sus relaciones basadas en la similitud morfológica del cráneo y la dentadura. El individuo EPI29, que tiene una ofrenda cerámica de clara adscripción Aconcagua, se muestra como el más disímil dentro de la submuestra analizada. Sin embargo, se esperaba que no fuese tan distinto de EPI30, con quien aparentemente comparte su fosa de entierro (¿cabeza-trofeo?). Otro punto destacable es que los individuos encontrados con puntas de proyectiles in situ en su esqueleto (EPI15, EPI27) forman un subgrupo donde se acentúan las similitudes genéticas.

Diagrama 1: Dendrograma estimado de relaciones genéticas deducidas a partir de rasgos no métricos.

Evidencias de violencia El análisis interdisciplinario ha permitido reconocer aspectos que se vinculan al fenómeno de la violencia en el sitio Escuela de Placilla. Las evidencias bioantropológicas sugieren un período de condiciones complejas que ejercían presión a nivel de la nutrición y generaron un desbalance demográfico. Además, la presencia en el sitio de materialidad adscribible a un grupo de la zona central, sugiere un desplazamiento y/o contacto entre distintas poblaciones. Generalmente, estas situaciones

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son alicientes del comportamiento violento (Walker, 2001). El indicador más evidente de la ocurrencia de situaciones de violencia es la presencia de condiciones traumáticas. Las heridas traumáticas en restos esqueletales antiguos constituyen una fuente directa para probar teorías de guerra y violencia (Walker 2001, Torres-Rouff et al 2005, Lambert 2002) Sin embargo, la mera presencia de estas heridas en contextos arqueológicos no es suficiente para demostrar agresión

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intergrupal (Lambert 2002). Es necesario también distinguir la distribución de las lesiones por edad, sexo y segmento corporal. Reconstruir las implicancias conductuales de las heridas, depende de dos procesos: determinar la causa directa de la lesión (causa mecánica u objeto) y reconstruir el contexto cultural en el que ocurre la lesión (causa última de la herida). De acuerdo a los resultados obtenidos, menos de la tercera parte de los subadultos, presenta lesiones traumáticas, la mayor parte de las cuales corresponde a traumas craneales causados por golpes con instrumentos romos. Es imposible, dadas las condiciones de conservación de los subadultos, determinar si estos traumas fueron causados por acciones intencionales o accidentales. Sólo en un caso (EPI21) se observó un conjunto de traumas y condiciones inflamatorias crónicas que sustentan una interpretación clara de violencia infantil. Tampoco se documentaron evidencias de violencia contra las mujeres a nivel intragrupal (fracturas en la cara, heridas defensivas, etc.), por lo que es difícil sustentar la existencia de violencia intrafamiliar. Este comportamiento, en términos evolutivos, privilegia la viabilidad del grupo al proteger a las mujeres en edad fértil. Sin embargo, es importante destacar el caso de EPI36, la cual además de tener una punta de proyectil in situ, presenta un trauma craneal que puede ser indistintamente atribuible a un accidente o un acto de violencia ejercido contra ella. De todas maneras, su muerte se relaciona con un enfrentamiento a distancia, no dentro de la comunidad. El grupo de los hombres jóvenes suele ser el más afectado cuando una comunidad se involucra en un conflicto violento inter o intragrupal (Walker, 2001). El tipo de lesiones traumáticas que se registran en los esqueletos sugiere que éstos no se produjeron en combate cuerpo a cuerpo, sino más bien por enfrentamientos a distancia, donde la mayoría de las heridas fueron producidas por puntas de proyectiles que se alojaron en segmentos corporales cuya injuria es mortal. No es posible determinar con precisión cuántos individuos perecieron a causa de heridas con puntas de proyectiles alojadas en el tejido blando, pero es muy probable que el número sea alto, considerando la gran cantidad de éstas asociadas a los esqueletos. Los dos individuos masculinos en los que se encontraron los proyectiles in situ (EPI15 y EPI27) se distinguen del resto por su contexto funerario, y además por su cercanía filética en base a rasgos no métricos. Ambos destacan dentro de la muestra, además, por las severas patologías traumáticas (no violentas), principalmente

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osteoartríticas y musculoesqueletales que exhiben en su cuerpo. Más aún, la asociación con entierros de niños, ofrendas de patas de guanaco e insignias de mando configuran, en al menos uno de ellos (EPI15), la clara imagen de un individuo importante en la comunidad. Las evidencias que brindan estos tres individuos encontrados con proyectiles in situ, sumada al perfil demográfico y paleopatológico de la población y a la reconstrucción paleoambiental del sitio y la zona, permiten hipotetizar sobre el contexto en el que surge la violencia. Desde los primeros estudios en el área de Los Molles, especialmente, a través del sitio Los Coiles (Ávalos et al., 2000) y ahora con nuevas evidencias en el área de desembocadura del río Aconcagua (Ávalos et al., 2007), se ha sostenido la hipótesis de la ocurrencia de un cambio climático que se produjo en Chile Central durante el Período Alfarero, evidencias que claramente registran un PAT templado y húmedo versus un PIT cálido y seco. Cambios que generaron efectos en la obtención de recursos alimenticios a todo nivel, tanto marítimos como continentales y seguramente en un elemento que es clave para la vida, el agua. Este cambio ambiental habría originado no sólo una escasez de recursos, sino también una movilidad de poblaciones. Es probable que el contacto entre grupos locales y foráneos (Aconcagua) no haya sido violento, pues se encuentran enterratorios con esta última adscripción no intervenidos ni segregados dentro del cementerio, lo que indica que probablemente había una convivencia entre ambas comunidades. Quizás estas relaciones estuvieron mediadas por recursos sociales, económicos o rituales. El enfrentamiento que se evidencia en el sitio fue posible situarlo hacia el 1100 dC, a través de la ofrenda del individuo EPI15, y debió haberse dado con grupos locales, probablemente dentro de una competencia por recursos, en un patrón de enfrentamiento a distancia sugerido para grupos cazadores recolectores sedentarios (Knauft, 1990), donde los ataques son eventos puntuales contra individuos importantes dentro de la comunidad enemiga. Esto concuerda con el hecho de que los individuos encontrados con proyectiles in situ destaquen por su ofrenda o por sus condiciones de salud1. Podría incluso sugerirse que la presencia de un cuerpo sin cabeza (EPI3), y de una cabeza sin cuerpo (EPI30), representan otra manifestación de dicho conflicto, pero esta vez con un combate cuerpo a cuerpo que involucra la decapitación ritual por parte de ambos bandos.

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En paralelo a este enfrentamiento por la obtención de recursos, la comunidad de Escuela de Placilla debió enfrentarse a una crisis demográfica interna, que concuerda temporalmente con el conflicto interpoblacional. Cómo el cambio ambiental afectó la vida de las poblaciones indígenas y las relaciones entre ellas en Chile Central, puede ser reevaluado precisamente a través sitios como Escuela de Placilla, donde se evidencian no sólo las consecuencias de esta crisis, sino también las estrategias usadas para superarla: por una parte, el contacto cordial con grupos de la zona central, donde habría más recursos y menos desecación; por otra, el enfrentamiento con grupos locales que competían directamente por los recursos, y finalmente, el aumento de la tasa de reproducción interna de la comunidad, para sustentar una mayor mortandad infantil, con la consecuente merma de la disminución de la energía disponible para el mantenimiento del grupo y el deterioro de las condiciones de salud del mismo.

Discusión La composición demográfica de la población reflejada en el cementerio destaca por la alta representación del grupo subadulto, situación similar a la de otros sitios de la zona (Los Coiles y Valle Hermoso), en los cuales la mortandad de subadultos supera el 50% del total de individuos. La mayor cantidad de muertes infantiles ocurre entre los 0 y 4 años de edad, lo que está reflejando la ocurrencia de un desbalance entre la fisiología de los individuos y su medioambiente (social y cultural) a dicha edad. Las causas pueden ser diversas: riesgos inherentes a ese período de vida (patologías perinatales, mal cuidado de la madre/nodriza), malnutrición, asociada a condiciones medioambientales y patologías asociadas al modo de vida (enfermedades infecciosas, patologías de origen bacteriano o fúngico). Probablemente las muertes ocurridas con posterioridad a los dos años se asocien al destete (Larsen, 1997); sin embargo las condiciones de conservación de los restos y el análisis antroposcópico efectuado, no permiten ser concluyentes respecto a la causa de muerte en ambos casos. El 70,3% de los subadultos fallecidos se encuentran depositados entre los -60 y -90 cm de profundidad. Es posible que esto corresponda una práctica cultural que establece cierta regularidad en cuanto a la profundidad de los enterratorios de niños, aunque el contexto general del sitio sugiere que dicha disposición refleja la ocurrencia de un evento de mortalidad infantil. Según los

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fechados obtenidos del sitio, éste sería posterior al año 1000 dC. Es probable que corresponda a un período temporal en el cual las condiciones ambientales se hicieron más difíciles, y no eran propicias para la supervivencia de subadultos, sobre todo de perinatos, y la maquinaria cultural tampoco pudo amortiguar la creciente tasa de mortalidad en este grupo etario. La causa de muerte de los lactantes e infantes inhumados responde a patologías agudas que no dañaron el esqueleto y que se manifestaron sólo a nivel de tejido blando, no encontrándose evidencias de muertes traumáticas. La alta ocurrencia de indicadores de estrés fisiológico (hiperotosis porótica, criba orbitalia, líneas de hipoplasia del esmalte) concuerda con lo observado en los adultos inhumados a una profundidad similar, que también presentan lesiones activas de la misma naturaleza, lo que respalda la idea de un momento en el que las condiciones de vida se hicieron más difíciles. Entre los adultos, la distribución según edad al morir es bastante uniforme, habiendo una representación similar de todas las categorías etarias. Si bien no se hallaron enterratorios de hombres que superaran los 50 años, como sí ocurrió en el caso de las mujeres, un número mayor de individuos masculinos alcanzó los 40-45 años. Esta situación nos da un promedio de edad al morir similar para ambos sexos de 32,5 años. Las características de la comunidad estudiada sugieren que ésta estaba privilegiando la cantidad de la descendencia versus su calidad. Teniendo siempre en cuenta que el cementerio es de mayor dimensión que la área excavada, pueden existir sectores de enterratorios aún no descubiertos, por lo que de acuerdo a lo investigado hasta ahora, se puede plantear que no se encuentra un grupo infantil o juvenil tan bien representados en la muestra como los otros grupos etarios, lo que se debe a la ocurrencia de una alta cantidad de nacimientos de individuos que morían antes de la edad del destete. Los nacimientos más seguidos en el tiempo disminuyeron la capacidad de desarrollar mecanismos fisiológicos asociados a la función inmune, lo que condujo directamente a una mayor mortalidad entre los pequeños. Probablemente la necesidad de nuevos individuos llevaba a las madres a reducir el lapso entre un embarazo y otro (reducción de mecanismos fisiológicos para distribuir los nacimientos), lo que mermaba el tiempo invertido en el cuidado de los nuevos miembros de la comunidad, originando círculo vicioso de más nacimientos y mayor mortalidad infantil. Adicionalmente, ésta pudo generar la necesidad de una reproducción más temprana y un consecuente aumento de las muertes

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entre el grupo adulto joven, al tener éste menor energía disponible para su mantenimiento (Hill y Kaplan, 1999). La alta fertilidad del grupo adulto estaría sustentada por un mejoramiento de la dieta en los años post adolescencia, situación respaldada por las patologías carenciales reparadas de unos pocos adultos. Se halló una alta incidencia de enfermedades carenciales o indicadores de estrés nutricional que se manifestaron a temprana edad y se extendieron hasta la adultez. La incidencia de hipoplasia del esmalte que se encontró en los adultos es un ejemplo de esta situación. Hay un leve predominio de individuos femeninos entre los afectados por estas patologías, lo que puede ser un indicador de diferencias de género a nivel de la dieta en el tiempo de crecimiento y la vida fértil/edad adulta. No obstante, lo mencionado en el párrafo anterior, los adultos de la muestra presentan huesos robustos y un notable desarrollo muscular. Se observa una diferencia de género con relación a los patrones de actividad reconocidos: los hombres manifiestan un mayor desarrollo de las inserciones musculares y más OA en el miembro inferior, versus las mujeres, que no muestran esta tendencia. Esto sugiere que los hombres de la comunidad probablemente desarrollaban labores orientadas al traslado de carga moviéndose por ambientes irregulares y peligrosos (roqueríos, pendientes, zonas escarpadas). La alta incidencia de osteoartritis en la columna vertebral (osteofitosis, Nódulos de Schmorl’s, labiación, microporosidad aumentada) entre ellos, y el fuerte desarrollo de la inserciones tendinosas de los músculos flexores de los dedos de la mano, respaldan la hipótesis de la carga de peso en los hombros o contra resistencia. Las mujeres presentan un desarrollo muscular más marcado en el miembro superior, destacando la acción de pronosupinación y flexión/extensión del brazo, propia de las tareas artesanales manuales (por ejemplo, elaboración de cerámica) Un tercer ámbito en el cual se pueden citar diferencias de género es en el de la salud oral. Las mujeres presentan más caries y con una distribución más amplia, lo que refuerza la idea de una diferenciación hombres/ mujeres a nivel de la dieta, probablemente asociada a un consumo proporcionalmente más fuerte de carbohidratos en la dieta por parte de las mujeres. Todo indica que a nivel general, los individuos consumían una dieta blanda, pero con inclusiones de materiales duros que llevaron a saltaduras del esmalte y fractura de algunas piezas (Henríquez, Ms.).

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Como ya se mencionó para el caso de los subadultos, la falta de evidencias de la causa de muerte en los restos esqueletales adultos de la muestra lleva a concluir que los individuos perecieron por alguna patología aguda o una condición traumática. Dado que estas últimas representan eventos discretos y claramente reconocibles, es fácil distinguir su ocurrencia y descartar su ingerencia en la muerte. Con respecto a la distribución de muertes por causas traumáticas es claro que la mayoría de los adultos inhumados en el cementerio pereció por patologías no traumáticas que no dejaron marcas a nivel óseo. En ese sentido, es sugerente el patrón mórbido que exhibe EPI12, que hace sospechar la posible ocurrencia de una epidemia de influenza dentro del grupo. Aufderheide y Rodríguez Martin (1998) citan las características medioambientales que se reconocen en grupos humanos que padecen neumonía: gran concentración poblacional, malnutrición, alta inhalación de polvo, desarrollo de actividades físicas demandantes, padecimiento de enfermedades crónicas y traumas, y presencia, entre los inhumados, de mayor cantidad de individuos correspondientes a los grupos etarios más extremos (lactantes y adultos mayores), los más vulnerables. Éste es precisamente el contexto en el que se inserta la comunidad reflejada en Escuela de Placilla: un grupo enfrentado a un medioambiente cada vez más desfavorable, a un estrés de recursos, donde los grupos más afectados son no sólo los niños y ancianos, sino también quienes presentan condiciones de salud deficientes. Esta patología infecciosa no explica la totalidad de las muertes del cementerio, pero es una causa apropiada para una serie de muertes en un lapso temporal determinado.

Conclusiones La reevaluación de la colección bioantropológica del sitio Escuela de Placilla ha permitido reconstruir parcialmente el modo de vida de una población alfarera del PIT, en el interfluvio Petorca – La Ligua, a fin de poder interpretar el contexto en el que surge el comportamiento violento. El perfil biológico de la muestra permitió reconocer una comunidad con una alta mortalidad infantil. Los individuos padecieron enfermedades carenciales desde temprana edad y hasta la vida adulta, siendo más afectado el género femenino. El dimorfismo sexual se manifestó en la estatura, y aunque ambos sexos presentan en la vida adulta un esqueleto robusto y un buen desarrollo muscular, también nota-

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mos diferencias por género. El patrón de desarrollo muscular y morbilidad de los individuos masculinos sugiere que éstos estaban desarrollando actividades de carga y traslado de peso. Las mujeres presentan un desarrollo muscular más marcado en el miembro superior, destacando la acción de pronosupinación y flexión/ extensión del brazo. El estudio de los traumas permitió separar dichas manifestaciones en dos tipos: aquellas producidas probablemente por accidentes y las causadas por comportamiento violento. La primera de ellas se asociaría al desplazamiento en un terreno irregular o accidentado. La segunda, se debería a un germen de conflicto intergrupal, con grupos locales vecinos. Se hace evidente la ocurrencia de enfrentamientos a distancia, ataques puntuales contra individuos importantes dentro de la comunidad, usando como arma principal la punta de proyectil. Las condiciones ambientales que debieron enfrentar por cambios climáticos, la competencia por recursos y la crisis interna de la comunidad serían los principales alicientes para el surgimiento del comportamiento violento en este grupo. Desde los primeros estudios en el área de Los Molles, especialmente, a través del sitio Los Coiles y ahora con nuevas evidencias en el área de desembocadura del río Aconcagua, se ha sostenido la hipótesis de la ocurrencia de un cambio climático que se produjo en Chile Central durante el PAT templado y húmedo versus un PIT cálido y seco. Variaciones que tuvieron sus mayores consecuencias después del 800 dC y hasta avanzado el 1200 dC. Cómo estas nuevas condiciones ambientales afectaron la vida de las poblaciones indígenas y entre poblaciones de Chile Central, pueden ser reevaluadas precisamente a través sitios como Escuela de Placilla. En este contexto, uno de los principales aportes del sitio es que está entregando nuevas evidencias en torno al tipo de relación que mantuvieron las poblaciones Diaguita y Aconcagua, dando a entender un grado importante de convivencia y cooperación en el área del interfluvio Petorca-La Ligua, clave para comprender los desarrollos culturales locales que se vivieron en estos dos valles, relacionados pero diferenciados de los desarrollos del Norte Chico y de Chile Central.

Agradecimientos A Darío Aguilera, Director Ejecutivo Museo de La Ligua y Pamela Maturana, Encargada Museo Histórico Arqueológico de Quillota.

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Notas 1

Los individuos a los que se hace referencia, EPI15 y EPI27, deben haber sido sujetos con una condición biológica sólida, como para resistir de buena manera las injurias recibidas (fracturas, heridas) o bien, fueron cuidados por otros miembros de la comunidad, quienes los ayudaron a superar su invalidez parcial.

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Algunas Consideraciones en torno al Concepto de Oralidad y su Aplicación en el Análisis de Textos Coloniales1 Paula Martínez Sagredo

Resumen En esta presentación se pretende revisar brevemente los planteamientos teóricos que hasta el momento han hecho lingüistas y antropólogos sobre la posibilidad de aproximarse a la cultura oral indígena colonial a través de los documentos hispánicos de la época. De esta manera, será necesario abordar conceptos básicos como oralidad, literatura oral, soportes comunicacionales y otros que teórica y prácticamente han sido vinculados a este tema. Finalmente, se verá la posibilidad de reflexionar sobre el sentido de plasmar ciertos mecanismos orales en los textos como una estrategia discursiva.

Abstract In this paper we intend to review briefly current linguistic and anthropological theories on possible approaches towards oral culture of Latin American indigenous people in the Colonial period, through Spanish language written documentation of that time. It has been necessary to take account of basic concepts such as orality, oral literature, communication resources and some other related topics.

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The possibility of observing certain mechanisms parallel to orality in such texts, as a discourse strategy, was also considered.

Un hecho innegable de nuestra realidad americana es que solo podemos acceder a lo oral indígena a través de la documentación y que la mayor parte de esta fue producida por europeos (españoles, mayoritariamente) y, en menor grado, por mestizos2. Esta situación nos ubica inmediatamente en una problemática que debe asumir dos realidades lingüísticas: la oralidad y la escritura.

Antecedentes En la historia del estudio de la oralidad o de lo oral hay algunos antecedentes que es necesario tener en cuenta. Havelock identifica algunos de ellos, entre los cuales encontramos a Milman Parry, que en El epíteto tradicional en Homero (1928) sienta la piedra basal en la teoría moderna sobre la oralidad y da origen a una dicotomía que aún hoy es sujeto de reflexión: oralidad-

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escritura3; Harold Innis, que publica en 1951 The Bias of communication; McLuhan, que en 1962 publica La galaxia Gutenberg; Lévi-Strauss4, que publica El pensamiento salvaje (1962); Jack goody e Ian Watt que publican el artículo «Las consecuencias de la cultura escrita» (1963) y el propio Eric Havelock (Prefacio a Platón, 1963)5. Torres Guerra (1994: 259) establece que, al presente, la teoría oralista tiene dos carencias fundamentales y que, a mi modo de ver, se relacionan básicamente con la falta de delimitación del objeto de estudio. Estas son, primero, la necesidad de un estudio de mínimos que valore lo aportado por cada una de las formulaciones del oralismo y asiente una versión aceptada y standard de la teoría y, segundo, la necesidad de enfocar prácticamente el análisis detallado de las características orales de los textos. Ahora bien, Torres Guerra tiene en mente un concepto de oralismo o de oralidad que busca identificar las «peculiaridades de estilo de las que puede suponerse que se serviría un aedo para facilitar una ágil composición de su canto»6, mientras que otros investigadores han enfocado sus miradas hacia la transmisión de un conocimiento amplio, no necesariamente sistematizado ni formularizado, a través de un mecanismo oral. Otros, han relacionado el concepto de oralidad con el sistema cultural de poblaciones que no usaban la escritura, llegando incluso a identificarlo con el concepto de literatura oral, por lo que toda realización lingüística debiera ser oral, aunque no toda forma comunicativa lo era.

Sobre la oralidad La oralidad, así como la escritura7, son facetas del habla, son distintas formas de uso del lenguaje. Su caracterización es independiente de lo que suceda con otros sistemas comunicativos en tanto sea autosuficiente y funcional. La interdependencia en las definiciones de estos dos conceptos ha sido provocada, principalmente, por la confusión de dos nociones: la oralidad como un sistema completamente autosuficiente y omnirreferencial y la oralidad de grupos desventajados frente a estratos cultos en una sociedad donde ambos sistemas son enseñados socialmente desde las primeras etapas de desarrollo. La oralidad a la que me referiré, como primer foco, es la que apunta a la primera noción, como un sistema que no requiere de otros para su perfecta funcionalidad8 y que evolucionó, como sistema comunicacional, de forma absolutamente independiente del sistema

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escriturario hispánico. Me refiero a la lengua indígena previo a la llegada de los españoles a América.

Oralidad y escritura en términos lingüísticos Niko Besnier (1988: 707-708) identifica una serie de factores que han entorpecido una aproximación más científica a la dicotomía oralidad / escritura. En primer lugar comenta que hasta la fecha, los estudios de las relaciones entre lo hablado y lo escrito se han enfocado básicamente en datos proporcionados por textos orales y escritos producidos por una élite intelectual, proyectando las conclusiones como representativas de la oralidad y de la escritura como fenómenos generales. Así, investigadores no lingüistas han tomado la universalidad de estos resultados como garantía y los han usado en discusiones del efecto de la literalidad a través culturas y contextos, y da como ejemplo de esta situación los estudios realizados por Goody (1987:II) y Cicourel (1985). Otro obstáculo ha sido que los primeros acercamientos a esta problemática asumieron que los modos orales y escritos eran entidades monolíticas en la variación sociolingüística ensombreciendo así la posibilidad de identificar diferentes tipos de oralidad y diferentes tipos de escritura, al punto de que solo recientemente algunos lingüistas han sido capaces de demostrar que la distinción estructural entre la lengua escrita y la oral no es tan clara como se ha asumido9, y que la variación estructural entre el modo oral y el escrito es demasiado amplia como para garantizar las categorías oral v/s escrito. Así, es posible plantear que la dicotomía oral/ escrito en realidad representa los dos extremos de un eje en donde se despliegan distintos tipos de realizaciones, algunas más orales que otras, algunas más escriturales que otras10. Un tercer aspecto que Besnier considera imprescindible de tener en cuenta en esta problemática es que la relación oral/escrito debe ser explicada en términos físicos y psicológicos, es decir, cómo, por qué, dónde y por quiénes es producido el discurso dándole especial relevancia a las normas de comunicación que juegan en cada contexto de producción11. Los estudios realizados por Besnier han demostrado que las características estructurales de cada registro no dependen de si son producidos oral o escrituralmente, sino que están estrechamente relacionadas con las normas comunicativas asociadas a cada registro, de tal manera que las distinciones clásicas entre Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1971

oral y escrito no tienen asidero, sino que las características de uno y otro modo comunicativo dependen del tipo de oralidad y de escritura al que nos estamos enfrentando. Indudablemente existe la necesidad de establecer teóricamente las formas de relación entre aspectos orales y escritos que sostienen distintas culturas en contacto y conflicto (especialmente para el periodo consignado en la tercera etapa aquí propuesta). Al respecto son destacables los aportes de Olson, Hildyard y Torrance (1985: 14) quienes logran distinguir algunos aspectos fundamentales. Para ellos Los efectos de la cultura escrita en el cambio intelectual y social no son directos… es engañoso concebir la cultura escrita en términos de consecuencias. Lo que importa es lo que hace la gente con la escritura, y no lo que la escritura le hace a la gente. La cultura escrita no origina un nuevo modo de pensar, pero el hecho de contar con un registro escrito posiblemente le permite a la gente hacer algo que antes no podía hacer: revisar, reinterpretar y demás. Análogamente, la cultura escrita no origina el cambio social, la modernización ni la industrialización. Pero la capacidad de leer y escribir posiblemente sea vital para desempeñar ciertos roles en una sociedad industrial y totalmente irrelevante en lo que respecta a otros roles en una sociedad tradicional: alcanzar sus objetivos o vislumbrar objetivos nuevos. En términos cognitivos existen, según Peter Denny, algunas diferencias entre sociedades con escritura y sin ella. Denny (Olson y Torrance, 1995: 15-16) «considera que el pensamiento occidental tiene una propiedad distintiva, ausente en las sociedades de cazadoresrecolectores y casi ausente en las sociedades agrícolas, que es la mayor tendencia a la descontextualización». Denny utiliza este concepto apuntando a la capacidad de la mente de aislar unidades de información. Si bien Denny lo aplica básicamente en un análisis del componente gramatical, quizás no sería descabellado plantear la posibilidad de que la descontextualización actuara en un proceso comunicativo más amplio y complejo como, por ejemplo, la recolección de información que culminó en el manuscrito de Huarochirí.

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La oralidad en los documentos coloniales12 Por un lado, los primeros decenios de la llegada de los españoles, una separación casi tajante se irguió distinguiendo a los indígenas/orales de los españoles/escribientes. Sin embargo, con el surgimiento de nuevas razas, la llegada de nuevos contingentes peninsulares y la apropiación por parte de algunos indígenas del código escrito, la distinción entre oral/inculto, oral/pleno, escribiente/inculto y escribiente/pleno, pasa a posicionarse transversalmente en ambos grupos étnicos, aunque la aplicación de estas categorías parece seguir funcionando desde la escritura hispánica y no desde la omnifuncionalidad de las lenguas indígenas. Aun así, hay que diferenciar al menos tres etapas en las cuales la dinámica de la función del concepto de oralidad ha cumplido distintos roles: Primera etapa: corresponde a una oralidad, entendida en su más lato sentido, que existía como modo comunicacional primario, es decir, -y aunque es una noción peligrosa- sin escritura. La dicotomía oralidad / escritura no tiene ninguna relevancia en este período. Esta etapa puede ser establecida, cuidadosamente hasta el comienzo de la conquista, sin embargo, la fecha será relativa según el avance de las huestes en las distintas regiones americanas. En esta etapa, para el cono sur de América, no hay testimonios escritos. Segunda etapa: corresponde al primer momento confrontacional, donde hablantes de lenguas amerindias y hablantes hispánicos se encuentran y se comienzan a generar instancias de intercambio cultural, social, económico, etc. En esta etapa, solo los hispanohablantes presentan la dicotomía oral / escrito, en un sistema donde aquel que no escribía generalmente pertenecía a un grupo sociocultural de menor rango que aquel que sí lo hacía. De más está aquí consignar que esta diferencia era aún mayor entre hablantes hombres y hablantes mujeres. Aquí, algunos europeos comienzan a aprender las lenguas amerindias con propósitos religiosos y de conquista. En términos generales, esta etapa abarcaría desde comienzos del siglo XVI hasta el año 165013, período en que en «gran parte de las regiones americanas, la lengua había superado ya la etapa inicial que se caracterizaba por un fuerte

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multidialectismo determinado por la afluencia de colonizadores procedentes de las diversas regiones peninsulares»14. En esta etapa comienzan a producirse los procesos de koinización15 que, en la práctica, afectan mayormente a los mestizos que a los indígenas, aunque estos últimos no quedan excluidos de su influencia. En esta etapa puede ser incluido el texto que analizaré en este artículo, Manuscrito de Huarochirí16 (MH), fechado en 1608. Tercera etapa: los hablantes de lenguas amerindias comienzan a aprender el castellano escrito y hablado, forman parte de procesos históricos, judiciales, literarios, etc. Es solo en esta etapa que podemos catalogar a los indígenas como hablantes que presentan la dicotomía oral / escrito. Este período abarcaría desde mitades del siglo XVII en adelante. Esta primera aproximación17 requiere de algunas precisiones necesarias para el estudio de la oralidad indígena en textos coloniales. En primer lugar, sería necesario relacionar estas etapas con el grado de mestizaje y con la producción textual. Por otra parte, se requiere una contextualización con la Teoría de las Ondas de Johannes Schmidt18 y con los procesos de koineización y de estandarización de las lenguas española e indígenas19. Lejos de lo que pudiera pensarse, las prácticas discursivas y comunicacionales de los indígenas incursionaron en el mundo de la escritura y se apropiaron de ella para transmitir su cultura. Sin embargo, este proceso fue lento y gradual. En estrecha relación con las etapas propuestas más arriba, es posible establecer que los indígenas accedieron dificultosamente a la transmisión escrita. Elena Rojas señala, al respecto, que para la zona del Río de la Plata los indígenas aparecen en los textos solamente como personajes consultados, mientras que para el siglo XVII comienzan a intervenir directamente aunque por medio de intérpretes, ya que aún no manejaban bien el español20. Independientemente de la categorización que otras disciplinas hagan de los textos españoles, mestizos o indígenas, y de las esperanzas históricas o literarias que en ellos hayan cifrado, la posiblidad de rescatar formas orales y realidades orales indígenas en estos textos existe. Sin embargo, será una oralidad que abarque varios aspectos y probablemente ninguno de ellos dé cuenta exhaustiva de la situación comunicacional originaria. De cualquier forma, es imprescindible mantener siempre en vistas que estas aproximaciones pretenden dis-

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tinguir un elemento oral amplio, lo cual contempla las intenciones de los amanuenses, cronistas y traductores, las de los relatores e informantes, y la formalización de estas realidades en una estructura que muestra, de alguna manera, ciertas características orales.

La oralidad indígena en los textos coloniales Para estudiar la oralidad en América Latina durante la época colonial, retomaré ideas postuladas por Ostria y Denny. Según Ostria (2001), hay que distinguir cuatro aspectos generales: la creación verbal en una cultura tradicional no letrada, las manifestaciones orales propias de culturas tradicionales en el marco de una cultura letrada dominante, las relaciones entre aspectos orales y escritos de los textos literarios y las diversas formas de imitación de la oralidad en textos escritos literarios. El concepto de contextualización/descontextualización21 propuesto por Denny (1995: 113) será tomado aquí como parámetro distinguidor de un individuo con escritura frente a un informante oral22. A mi parecer, los dos primeros propuestos por Ostria son de índole general y pueden o no manifestarse formalmente en un texto, mientras que los restantes pueden ser abordados en conjunto bajo una temática general: la oralidad y su manifestación textual y permiten establecer ciertos márgenes metodológicos para acercarse a la oralidad en los textos. En cuanto a lo propuesto por Denny, tal como se explicó más arriba, la aplicación de este concepto se hará en un parámetro textual más amplio que el gramatical, intentando incorporar el componente pragmalingüístico.

1. El problema de la creación verbal en una cultura tradicional no letrada Estrechamente relacionado con la periodización que se postula al comienzo de este artículo, se encuentra el problema de la creación verbal en una cultura tradicional no letrada. Esta situación parece generar un sistema de representación y de recuperación de las tradiciones y discursos orales que, a priori, puede ser caracterizado por la necesidad de un proceso de traducción entre el o los informantes y el sistema o institución hispánica que buscaba recuperar una relación cultural que le permitiera sustentar la empresa conquistadora.

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Así, las condiciones de esta dinámica implican, por un lado, la intención hispánica y por otro el requerimiento al indígena de establecer un relato en términos occidentales. Es posible, en este sentido, que esta tensión se manifestara, cuando se producía incomprensión por alguna de las dos partes, en fenómenos escriturales.

2. El problema las manifestaciones orales propias de culturas tradicionales en el marco de una cultura letrada dominante Esta situación afecta a todo el sistema cultural. En términos tan obvios como que antes de la llegada de los españoles no había escritura, todo quedaría englobado bajo el concepto de oralidad. Sin embargo, como ya se vio más arriba, esta es una reducción teórica tremendamente peligrosa. El hecho de que no existiera escritura no significaba que todo fuera oral: muchas manifestaciones se plasmaron a través de distintos tipos de soportes, cerámicas, representaciones rituales, teatro y tejidos, arquitectura, urbanismo, etc.

3. La oralidad y su manifestación textual Para Ostria los textos literarios en sus procesos ficcionales suelen «reproducir» diversas modalidades de la lengua oral. […] Esas formas no son exactamente expresiones orales sino representaciones, figuras de oralidad y, por lo tanto, oralidad ficticia. De manera que todo elemento propiamente sonoro (timbre, duración, entonación, intensidad, altura) aparecerá traspuesto en caracteres gráficos, descrito, contado, sugerido, pero jamás en su propia realidad sustancial. Así, aquella fuente de información oral se transforma en un código escrito que expresa, con los recursos que una lengua histórica le permite, reflejar e imitar la lectura que de la emisión hace el auditor y escriba. Es un doble proceso interpretativo y de traducción: Informante(s) oral(es) Æ Auditor o escriba ÆTexto En el Manuscrito de Huarochirí encontramos innumerables ejemplos de representación de oralidad: 29. Entonces Cuniraya Huiracocha dijo: «¡Ahora sí me va a amar!» y se vistió con un traje de oro y empezó a seguirla; al verlo todos los huacas locales se asustaron mucho. «Hermana Cahuillaca»

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la llamó, «¡mira aquí! Ahora soy muy hermoso» y se enderezó iluminando la tierra. 34. «Hermano, ¿dónde te encontraste con esa mujer?»23 le preguntó. «Aquí cerca está, ya casi la vas a alcanzar» respondió el cóndor. Entonces, [Cuniraya] le dijo: «Siempre vivirás [alimentándote] con todos los animales de la puna; cuando mueran, ya sean guanacos, vicuñas o cualquier otro [animal], tú solo te los comerás; y, si alguien te mata, él también morirá a su vez». (MH: 5). En esta dinámica, hay un concepto global de oralidad, que rodea la situación: la mayor parte de la información recopilada por los españoles lo era en términos orales o vocales, mientras que a lo que a puntaba la intención europea era a recopilar una tradición oral, ya que habían pocas otras formas de contar una Historia de América24. Ostria coincide en sus planteamientos con Domínguez Caparrós (Montaner, 1989: 183) quien establece que las observaciones que tienen que ver con la oralidad en el estudio de la literatura pueden ser agrupadas en tres grandes grupos: En el primero incluiría lo que se relaciona con el estudio de las manifestaciones orales de distintos géneros literarios. En el segundo apartado entraría la serie de observaciones que tienen que ver con la manera en que la literatura imita distintas manifestaciones orales del lenguaje. En un tercer apartado tendría su lugar el estudio de la oralidad y lo que se relaciona con ella (la voz y entonación) como tema de la literatura». Una interrogante interesante que se abre en este punto es el sentido de la representación de la oralidad en un texto que era escrito con una finalidad determinada y, por lo general, con un destinatario determinado. Fossa (2006: 23 y ss) ha establecido algunos criterios interesantes sobre la tipología textual de la época y que, en mi opinión, es fundamental como contexto para comenzar a entender el uso del elemento oral en un texto: Considero que el rubro «documentos manuscritos coloniales» es lo suficientemente general como para albergar a todo tipo de documentos identificados hasta ahora: crónicas, relaciones, cartas y otros. La clasificación propuesta se basa tanto en la forma (organización, lengua utilizada, estilo, extensión) y en el contenido (temática, coherencia, cohesión), como en la función25 y el objetivo, explicitados a partir de la identificación del eje destinador/destinatario. (…) El destinador

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lo tiene [al destinatario] constantemente presente al redactar el documento. La identificación de la motivación que guía la elaboración del texto contribuye a establecer qué tipo de documento es, puesto que ese objetivo modela tanto la forma de expresión (organización temática, selección léxica) como el contenido del mismo. Fossa reconoce como principales géneros histórico-literarios cultivados en Latinoamérica las crónicas, relaciones y cartas. La primeras pretenderían preservar y documentar los hechos históricos que la memoria occidental no podría almacenar. El principal autor de este tipo de textos era el cronista, funcionario oficial de la corte que escribía por encargo. En América Latina, este rol se vio desempeñado por soldados, sacerdotes, funcionarios, etc. En términos comparativos, la crónica cubre un espacio y tiempo mayor que la relación. La relación es un texto que responde a una solicitud de información directa del rey26. La carta, en tanto, entrega información «como parte de un vínculo de dependencia de quien tiene que dar cuenta de sus acciones a otra persona de más rango o jerarquía»: Las cartas en la época colonial tienen unas características que hoy nos pueden parecer sorprendentes, especialmente en su extensión y sus contenidos. Especialmente su extensión y sus contenidos. (…) Cartas extensas, de cien folios o más, no eran raras en esa época, si consideramos que era el único medio, aparte del de viva voz, de comunicarse con otras personas a distancia (Fossa, 2006: 27-28). Por sus características estructurales, aunque no son mencionadas explícitamente por Fossa, las cartas personales eran las que mejor se prestaban para expresar la oralidad, en términos de que permiten, por su contenido y objetivos, mostrar ampliamente la intimidad del autor. Sin embargo, y siguiendo los datos proporcionados por Rojas, los indígenas accedieron tardíamente a este modelo textual, primero por no necesitarlo y, segundo, por no haber aprendido el español..

4. Contextualización/ descontextualización La situación referencial y la pragmalingüística Si bien la literatura hispanoamericana busca testimoniar una realidad difícil de aprehender, a menudo esta situación repercute en los componentes lingüísticos de los textos. Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

Las formas más elementales parecen ser las que aparentan una simple reproducción, con intención realista, de sonidos, vocablos o expresiones (decires, refranes, etc.). este tipo de reproducción aparece generalmente en los diálogos de los personajes. Determinadas fórmulas introductorias o caracterizadoras de personajes pueden incluir, en el discurso del narrador, observaciones acerca de las peculiaridades del habla de aquellos. (Ostria, 2001). En la reproducción del diálogo y de la situación informativa que va dando forma a la relación o crónica, aparece un fenómeno interesante. En el Manuscrito de Huarochirí vemos como una y otra vez los recopiladores27 modifican la forma de relatar del informante en pro de una narrativa historicista occidental: 11. En aquel tiempo, los pájaros eran todos muy hermosos, los loros y los caquis [deslumbrantes de] amarillo y rojo. 12. Cuando más tarde apareció otro huaca llamado Pariacaca, esos [pájaros] fueron expulsados, junto con todas [las demás] obras [de Huallallo Carhuincho] hacia [la región] de los antis. 13. Narraremos más adelante la lucha que hubo [entre estos dos] y el origen de Pariacaca. (MH: I). En otro capítulo se lee: 1. Aquí vamos a volver a los que se contaba sobre los hombres muy antiguos. 2. He aquí este relato. (MH: 3). Y más adelante: 23. «Lo que está bien está bien» le contestó el otro, «aunque un señor, un huillca de Anchicocha, que finge ser un gran sabio, un dios, se ha enfermado. Por esto, todos los adivinos hacen sortilegios para descubrir el origen de una enfermedad tan grave, pero nadie llaga a saberlo. He aquí por qué se enfermó. Un grano de maíz de varios colores saltó del tiesto donde su mujer estaba tostando y tocó sus vergüenzas; después, ella lo recogió y se lo dio de comer a otro hombre. Este acto ha establecido una relación culpable entre ella y el hombre que comió maíz. Por eso, ahora se la considera adúltera. Por esta culpa una serpiente vive encima de aquella casa tan hermosa y se los está comiendo. Hay también un sapo con dos cabezas que se encuentra debajo de su batán. Y nadie sospecha ahora que son éstos quienes se los están comiendo». Después de haber contado esto al zorro que venía de abajo,

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24. El de arriba le preguntó sobre los hombres de la huillca de abajo. 25. Entonces, el otro a su vez le contestó: «hay una mujer –la hija de ese gran señor- que, acausa de un pene, casi se muere». 26. (Este cuento, hasta el restablecimiento de la mujer, es muy largo. Lo transcribiremos después. Ahora vamos a volver al relato anterior). (MH: 5). Los ejemplos siguen y siguen. Al parecer la situación dialogal también correspondía a un requerimiento del funcionario real quien «preguntaba» a los informantes sobre tal o cual asunto. Este aspecto puede ser analizado en términos de la pragmalingüística histórica, que rescata la influencia que tiene el contexto sociocultural en la toma de actitudes personales y colectivas, a tal punto que es un determinante fundamental de las realizaciones lingüísticas. «El emisor elegirá el tipo de texto y de registro que le convenga emplear en cada circunstancia, siempre condicionado por sus conocimientos previamente adquiridos y el contexto en el que se actúa»28. Según Beatriz Lavandera (1992: 16): lo característico de subdisciplinas como la pragmática, el análisis del discurso y el análisis de la conversación es conceder prioridad al contexto interpersonal o «interaccional» antes que al contexto social. [...] El contexto que se considera esencial para la comprensión de los enunciados o textos intercambiados incluye elementos propios de la psicolingüística, como son las intenciones, las creencias y los razonamientos. Cuando se evocan factores sociales como el «poder» y el «status» en estas subdisciplinas (v.g. Brown y Levinson, 1978), se integran en el análisis a través de la configuración psicológica del individuo. Creo que el último párrafo (MH: 5:26) ejemplifica muy bien las intenciones lingüísticas e ideológicas de los españoles. Lo que pretenden es una transcripción, casi a modo de juicio, del relato indígena. Para Ostria resulta más interesante «la presencia de figuras de oralidad en el discurso del narrador29, ya sea en relatos subordinados o en el relato principal, pues esta situación afecta no solo a los niveles de la historia contada sino al propio discurso evocado en el texto». Podemos evidenciar esta intención en MH claramente desde el principio: 1. Si en los tiempos antiguos, los antepasados de los hombres llamados indios hubieran conocido la escritura, entonces todas sus tradiciones no se habrían ido perdiendo, como ha ocurrido hasta ahora. 1976 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

2. Más bien se habrían conservado como se conservan las tradiciones y ([el recuerdo de]) la valentía antigua de los huiracochas que aun hoy son visibles. 3. Pero como es así, y hasta ahora no se las ha puesto por escrito, voy a relatar aquí las tradiciones de los antiguos hombres de Huarochirí, todos protegidos por el mismo padre, la fe que observan y las costumbres que siguen hasta nuestros días. 4. En seguida, en cada comunidad serán transcritas las tradiciones que se conservan desde su origen. (MH: Introducción).

Conclusiones La posibilidad de identificar ciertos rasgos orales indígenas en los textos coloniales existe, sin embargo, ha sido necesario, primero, revisar la discusión sobre el concepto y reorganizarla en torno a ciertos ejes. 1. Existe una oralidad indígena colonial, entendida como realización vocal, como acto de habla. En términos disciplinarios puede ser analizada por etnofonólogos y etnofonetistas y debe contemplar, en lo posible, la mayor cantidad de textos del mismo autor, de tal manera que la comparación sea efectiva. 2. En términos de lo propuesto por Parry, es posible estudiar ciertos rasgos de transmisión oral de conocimientos, aunque un estudio basado en un codex unicus –cuyos casos son mayoritarios en América Latina- no permitiría establecer una real proporción de, por ejemplo, lo formulaico y reiterativo. 3. Los fenómenos orales que pueden ser estudiados en los documentos coloniales se refieren básicamente a tres aspectos de la oralidad: a) la oralidad como instancia comunicativa primaria de los grupos indígenas prehispánicos. b) las manifestaciones textuales de la oralidad: oralidad ficticia. c) la contextualización/descontextulización enfocada al diálogo situacional. Por lo tanto, el status de la información obtenida o de las interpretaciones hechas sobre la base de la lectura de estos documentos debe considerar todas estas posibilidades e interacciones entre los actantes de la situación lingüística. 4. Un estudio sobre este fenómeno en la época colonial debe considerar etapas y distribución geo-

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gráfica del mismo, ya que las condiciones de lenguas en contacto y en conflicto fueron diferentes en cada espacio de América Latina. Finalmente cabe destacar la importancia de dedicar esfuerzos teóricos al estudio de la intencionalidad de la recuperación del testimonio oral en los documentos coloniales como una estrategia discursiva y de validación.

Notas 1

Este artículo forma parte del proyecto Fondecyt 1061279. 2 Para más información sobre la llegada de los contingentes europeos a América, véase Boyd-Bowman, Peter (1985). 3 Parry ponderó la sistematicidad en la lengua homérica, obteniendo con ello la conclusión de que aquellas magnas obras épicas, La Ilíada y La Odisea, habían sido compuestas oralmente. A este texto le sigue Studies in the epic technique of oral verse-making (1930-1932) donde avanza sus hipótesis hasta llegar a plantear la noción de carácter oral en la poesía homérica. 4 «Para Lévi-Strauss, el foco de atención eran los mitos del pasado, no las tecnologías del presente, y a menudo tendía a utilizar términos textuales, y no orales, para describir las estructuras bipolares que advertía en los mitos tribales, con lo que inducía a sus lectores a percibir una conciencia casi literaria en funcionamiento bajo condiciones puramente orales. Pero la palabra «salvaje» en el título de Lévi-Strauss en el título de su libro es reveladora. Delata la profunda convicción de LéviStrauss de que los patrones de pensamientos percibidos en estas mitologías eran primitivos, es decir, previos a la cultura escrita. La implicación está allí, aunque no sea un factor en el que el autor haga hincapié». (Olson y Torrance, 1995: 26-27). 5 La historia de esta reflexión es, por lo tanto, brevísima. Aun más, en el ámbito hispánico han sido escasos los aportes en esta materia, por lo que un estudio como este, que pretende abordar una doble perspectiva oral –indígena e hispánica- queda expuesto a un sin fin de apreciaciones futuras. Más adelante, sin embargo, revisaré brevemente algunos artículos que, desde la lingüística histórica y desde la pragmalingüística permiten un acercamiento teórico bastante más específico y focalizado. 6 Torres Guerra 1994: 260. Así, serían indicios de oralidad en un texto las siguientes características: a) redundancia en el uso de sonidos (rimas, aliteraciones, asonancias y fenómenos métricos); b) la repetición frecuente de ciertas expresiones; c) el encabalgamiento; d) la aparición de motivos narrativos recurrentes, propios de las tradiciones épicas orales; e) la regularidad en la estructura de los segmentos del texto. Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

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Considerando el contexto de divulgación de este artículo, me referiré brevemente a estas características. Para más detalles ver Álvarez Muro, Alexandra (2001). En términos lingüísticos generales, la oralidad se diferencia de la escritura en: la relación emisor-texto (ausencia del lector, presencia del oyente), el grado de planificación del texto o, mejor dicho, de reconstrucción, la adquisición de ambos modos de habla, la codificación (oral: fonema, escrito: grafema), estrategias suprasegmentales, la velocidad de percepción (sería mayor en el texto escrito), el contexto, la perduración de la memoria (Álvarez, 2001: 1.2). 8 El hablar de una lengua totalmente funcional no excluye el hecho de que haya otros sistemas comunicacionales y simbólicos de representación de la realidad y de transmisión de conocimientos. Más adelante retomaré esta idea. D.P. Pattanayak señala que en las sociedades orales hay textos fijados a través de la memorización; instituciones tales como contextos rituales y oratorios en los que se emplean esos textos; procedimientos para inculcar a los miembros el uso de esos textos y formas para comentar, explicar y mencionar esos textos». (Olson y Torrance, 1995:16). 9 Esta referencia es específica para la lengua en la que se realizaron los estudios, esto es, el inglés. Sin embargo, la puerta teórica que queda abierta es lo suficientemente amplia como para proyectar algunas hipótesis. 10 De esta manera, por ejemplo, una conferencia es un texto escrito cuya producción requiere de la realización oral. Por otra parte, una transmisión radial o un discurso público pueden tener un alto grado de planificación, por lo que la espontaneidad, elemento característico de la oralidad, estaría presente en un bajísimo porcentaje. 11 Probablemente sea este el enfoque que acoge más favorablemente los aportes del Análisis Crítico del Discurso, aunque su aplicación debe presentar un estrecho diálogo con una previa identificación formal y de contenido de las unidades lingüísticas del discurso. En este punto coincide con Lydia Fossa, quien considera que, para poder clasificar los textos producidos durante este período, es primordial identificar el destinador, lo que permitirá establecer el objetivo y motivación del documento, ya que estos son elementos que modelan tanto la forma de expresión como el contenido (Fossa 2006: 25). 12 Me referiré, por el momento, solo a la oralidad indígena, ya que sobre la peninsular existen extensos y acuciosos tratados. 13 Lydia Fossa establece una periodización distinta: «La denominación documentos iniciales designa los primeros informes que escriben los europeos cuando «descubren» el continente insospechado y todo lo que él contiene: los habitantes inesperados, la naturaleza exuberante y, especialmente: las evidentes riquezas. Esos Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1977

textos constituyen los primeros registros de las imágenes, poco nítidas aún (…) Posteriormente, cuando diversos tipos de funcionarios se instalan en poblaciones españolas en América para llevar adelante la consolidación de su presencia allí, procediendo a la colonización y evangelización propiamente dichas, es cuando surgen los documentos informativos que detallan las actividades de españoles en Indias. Ya se dan relaciones de convivencia entre naturales y foráneos, no sólo de agresión armada y conquista. Esta convivencia está marcada por la opresión y el dominio, sí, pero hay intentos por comprender y explicar lo que se está controlando y lo que se está explicando. Este lapso entre 1550 y 1575, que he llamado temprano, es el que más me interesa.» (Fossa, 2006: 23). 14 Fontanella (1992: 2). 15 «koiné «es el resultado estabilizado de la mezcla de subsistemas lingüísticos, tales como dialectos regionales o literarios» (1985: 363). Estos procesos, de acuerdo con los estudios y descripciones de los últimos años, son particularmente característicos de las situaciones en las que inmigrantes procedentes de distintas regiones dialectales confluyen en nuevos territorios (Hock, 1984: 128) tal como ocurrió en las distintas zonas americanas». Asimismo, «Siegel extrae los siguientes rasgos como característicos de estos procesos: confluencias de distintas variedades de una misma lengua aunque se base primordialmente en una variedad, reducción y simplificación de rasgos, uso como lingua franca regional, surgimiento de hablantes nativos y estandarización. Todos estos procesos se habían dado ya hacia 1650 en el español de la mayor parte de las regiones americanas, con excepción de la estandarización que, si bien en algunas regiones de temprano desarrollo político y cultural, como México, se da muy rápidamente, en otras como el Río de la Plata o Paraguay es tardía» (Fontanella 1992: 2). 16 La edición utilizada es la de Taylor, Gerald (1987). 17 Será necesario, también, correlacionar la factibilidad de esta periodización con datos de otras disciplinas como la lingüística histórica, la geografía lingüística, la dialectología y la literatura histórica. 18 La Teoría de las Ondas, o Wellentheorie, fue concebida por Johannes Schmidt para explicar las convergencias entre lenguas geográficamente vecinas. En esta perspectiva, las innovaciones se expanden progresivamente a partir de ciertos centros que se benefician de la preponderancia política o social. Los cambios se transmiten progresivamente y de a poco hasta donde alcance la influencia del punto originario. Los cambios políticos o sociales explican que cada innovación tenga su área de extensión específica. (Dubois et al. 1973: 354-346). 19 Al respecto, véase Fontanella de Weinberg 1992. 20 Rojas (1997: 54).

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Siguiendo los planteamientos de este autor, los conceptos contextualización y descontextualización no deben ser tomados como una dicotomía que identifique unívocamente a indígenas y españoles, respectivamente, sino más bien, que un grado mayor de descontextualización –textual, en este caso- sería testimonio de una mente escritural. 22 «Goody (1977), por ejemplo, aborda los efectos de la actividad de leer y escribir en el Cercano Oriente en lo que respecta a producir nuevas estructuras de información como la lista, la fórmula y el cuadro; todas ellas, explica, son descontextualizadas porque separan la información de su contexto en la situación cotidiana. (…) De manera similar, el trabajo de Havelock (1963) enfoca el carácter descontextualizador del pensamiento propio de la cultura escrita griega, al que por lo general denomina «abstracción». 23 Taylor anota que «conforme a la lógica del estilo oral, al preguntarle al cóndor sobre Cahuillaca presupone que éste sabe de quién se trata y que, efectivamente, se encontró con ella» (1987: 63*). 24 En un análisis detallado de este aspecto es primordial contar con una excelente edición crítica, paleográfica y, en lo posible, facsimilar del documento, ya que ellas permiten establecer ciertos elementos que denotarían extrañeza, acotaciones y otro tipo de reacciones del autor o amanuense. Para el caso de MH solo contamos con las dos primeras. 25 «Una función determinada (científica, técnica, periodística, oficial, cotidiana) y unas condiciones determinadas, específicas para cada esfera de la comunicación discursiva, generan determinados géneros, es decir, unos tipos temáticos, composicionales y estilísticos de enunciados determinados y relativamente estables» (Bakhtin, 1982: 252). 26 «Aunque un autor [de relaciones] considere que la sucesión cronológica de hechos contribuye a aclarar sus esfuerzos descriptivos, ese único factor no convierte al documento en crónica. Una manera de expresar el transcurso del tiempo en la cultura occidental es narrar algo desde sus orígenes, llegando a lo más reciente, el momento presente» (Fossa, 2006: 26). 27 Para un estudio pormenorizado sobre los autores y amanuenses del manuscrito, véase Taylor (1987: Introducción). 28 Rojas (2000: 2). 29 «El hecho de que exista un autor, explícito o no, nos invita a pensar en la existencia de una narrativa. La perspectiva del autor hace que ese relato sea arbitrario en varios órdenes de cosas: la selección del hecho histórico depende del interés que despierte en el autor, quien establece cuándo se inicia la sucesión de hechos que anteceden al principal y decide cuál es el momento final de su narrativa. Además, esta sucesión de hechos, presentados como eslabones de una serie de relacio-

Simposio Arqueología, Antropología e Historia

nes causa-efecto, es una convención del autor a la que se recurre para presentar en secuencias lo que sucedió en un momento dado: los acontecimientos no aparecen así cuando se les vive sino sólo cuando se les narra» (Fossa, 2006: 26)

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Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

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Voces e Imágenes: Las Sociedades Andinas en los Siglos XVI y XVII y sus Lecturas de lo Colonial1 Voices and Pictures: Andean Societies in 16th and 17th Centuries and his Proposals about Colonial Time José Luis Martínez C.*

Resumen Se plantea que durante el período colonial las sociedades andinas continuaron utilizando diversos sistemas de soportes (dramáticos, visuales y orales), algunos de ellos de origen prehispánico, para hacer circular sus discursos y representaciones sobre la condición colonial y la dominación española. Reconociendo sus transformaciones y la integración de elementos europeos, se pone atención a la construcción de una memoria andina colonial, distinta a la construida por las crónicas europeas de los siglos XVI y XVII y a los desafíos metodológicos que se plantean para los estudios etnohistóricos.

Abstract During Colonial period, Andean societies using different representational systems (dramatics, visuals and orals) build public discourses about themselves. Someone of these systems can be dated at the pre Hispanic times. These systems incorporate many changes, including European representational aspects. The scope is about the construction of an Andean colonial memory which is different than existing in Spanish chronicles. On emphasize in the methodological challenges for ethnohistorical studies.

Una pintura colonial En el Museo arqueológico de la Universidad San Antonio Abad, del Cuzco, se encuentra un cuadro que tiene como personaje principal a una mujer, la ñusta Chañan Curi Coca2, con la siguiente leyenda «El [sic] gran ñusta Chañancoricoca. [A]buela de los doze Yngas destos Reinos del Perú» (ver figura 1). La ñusta, que ocupa el centro del cuadro, sostiene en una de sus manos una cabeza decapitada y en la otra un chumpi, evidenciando una actitud bélica. Está parada sobre el cuerpo ven-

cido y sin cabeza de un hombre que usa un unku de colores oscuros con unas líneas diagonales junto al cual yace otro cuerpo con ropaje similar. Ella está acompañada por un personaje masculino ataviado en traje incaico prehispánico, en el que destacan sus atuendos de guerra: tocado, lanza y escudo. Ambos personajes están bajo un arco iris que sale de la boca de un puma (Gisbert, 1980:125), y completan el cuadro un personaje jorobado que sostiene un quitasol de plumas, algunos hombres vestidos aparentemente de manera similar al derrotado y una llama blanca semi postrada. Ramos (2001:169) identifica también la figura parcial de un cóndor, una de cuyas alas negras está desplegada a la derecha del cuadro. Se han propuesto varias fechas para este cuadro las que van desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII o, incluso, de inicios del XIX (véase Ramos, 2001:168), aunque la mayoría de las opiniones parecen inclinarse por el siglo XVIII. Su simple observación ya plantea una profunda extrañeza. En primer lugar, porque aunque hay algunos retratos de mujeres indígenas pintados colonialmente, este cuadro no es un retrato sino que parece, ante todo, mostrar un episodio y el papel jugado en él por Chañan Curi Coca. Más extraño es, aún, encontrar un cuadro en el cual la mujer representada esté claramente en una actitud no solo bélica, sino además sangrienta. Al observar la escena, se impone una primera conclusión: se trata de una pintura colonial, que empleando procedimientos europeos del retrato y la narración figurativa (Cummins, 1988, 1993, 2004; Estensoro, 2003, II Parte), representa una escena ubicada temporalmente en un pasado prehispánico. Para ello el pintor anónimo recurrió a una práctica habitual en esa época: la de usar objetos de importancia simbólica prehispánica, como los trajes, como elementos iconográficos que

* Centro de estudios Culturales Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile, [email protected]

1980 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

Simposio Arqueología, Antropología e Historia

denotaban lo andino dentro de un sistema europeo de representaciones y también como marcadores temporales (Cummins, 1993: 121). Quisiera destacar aquí dos elementos de este cuadro: el primero, que ya sea que represente un arquetipo andino (Mama Huaco, «abuela de los doze ingas»), o a un personaje (Chañan Curi Coca, mencionada en una de las versiones del mito de la guerra de los inkas contra los chankas)3, se trata de viejos temas míticos

andinos que aún circulaban en el Cuzco durante el siglo XVIII. El segundo, que en este cuadro se encuentran varias imágenes que es posible identificar también en otro tipo de registros visuales coloniales, específicamente en los vasos de madera pintados, o keros: los dos personajes principales, ubicados bajo un arco iris que sale de la boca de un puma y el conjunto representacional de una mujer con una cabeza cortada en sus manos y una llama semi postrada, además del

Figura 1: “La gran Ñusta Chañan Curi Coca…” (Museo Inka de la Universidad San Francisco Abad, Cuzco). Fotografía gentileza de Tom Zuidema.

Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1981

cóndor. El arco iris saliendo de la boca de un o unos pumas constituye uno de los motivos representacionales más extendidos en los keros durante gran parte del período colonial (Liebscher, 1986 ; Cummins, 1988, Flores Ochoa et al., 1998) y el conjunto representacional de Chañan Curi Coca se encuentra en los keros que tratan, precisamente, del ciclo mítico de la guerra contra los chankas (Ramos 2001 y 2002). Estas relaciones entre la pintura y las escenas representadas en los keros, algunos contemporáneos al cuadro, pero también otros muy anteriores a él, me permiten plantear una afirmación: durante todo el período colonial funcionaron diversos sistemas de registro y representación, entre las sociedades andinas, que usando en parte nuevas lógicas representacionales y nuevos significantes, incorporaron también viejas temáticas y, en algunos casos, antiguos soportes.

La irrupción de los sistemas de registro cristiano/europeos en el s. XVI A partir del siglo XVI irrumpieron en los Andes nuevos sistemas de registro, que rápidamente se transformaron en los dominantes y, en el caso de la escritura, en hegemónicos. Una nueva lengua, el castellano, se transformó prontamente en el soporte para una nueva oralidad o para la expresión argumentativa y judicial de las otras oralidades. Una nueva escritura, la alfabética, de carácter multifuncional (opera indistintamente en diferentes contextos y traspasa a otros sistemas de registro, inclusive algunos visuales), se impuso o fue impuesta, con sus propios soportes, tecnologías de producción y circulación y con sus propios especialistas. No quisiera dejar fuera a la pintura al pincel, que implicó una noción nueva de perspectiva y de soportes (los cuadros, por ejemplo), que operaban en contextos nuevos: las iglesias, las viviendas de los españoles ricos y de los nobles andinos. La música, finalmente, que registraba, para lo que nos interesa, información de carácter religioso (fue uno de los soportes de la evangelización). Frente a esto, la idea básica, elaborada en el mismo siglo XVI y sostenida posteriormente en los siglos XIX y XX, fue la de postular la crisis de los sistemas de registro, representación y comunicación prehispánicos andinos y su sustitución, bajo las nuevas condiciones, por los sistemas de registro europeos. Me parece que una de las consecuencias de ese supuesto, por ejem-

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plo, ha sido el escaso interés que muchos arqueólogos han prestado a las pinturas rupestres coloniales (por su discontinuidad), y la suposición –también mantenida largamente- de que sistemas como el de los khipus había pervivido solo durante los inicios del período colonial. Lo cierto es que, aún sabiendo que las sociedades andinas eran sociedades con un fuerte desarrollo oral y de otros sistemas de registro, nuestro conocimiento sobre ellas en el período colonial se ha basado en lo central, en la lectura de las fuentes escritas y en una utilización muy restringida de otros materiales (Saignes, 1986:21). Existe, también, un consenso más reciente sobre el impacto que tuvo la escritura sobre las formas de las memorias indígenas y de sus testimonios, expresado en una mayor desconfianza hacia las fuentes escritas a raíz de postulados tales como los de la «textualización de la memoria» o de la «lucha por el control de la memoria» (Salomon, 1994; Gruzinski, 1991; Mignolo, 1992). Yendo incluso más allá, se ha planteado que también los sistemas de registro visuales, hechos por sociedades indígenas coloniales, eran ya tributarios de formas de pensamiento europeo. Me refiero, por ejemplo, a la idea de la «colonización del imaginario» postulado por Gruzinski para México (ob. cit.), o al planteamiento del paso desde sistemas de representación abstractos andinos a otros, figurativos postulado por Cummins (1993). Ciertamente en todo ello hay muchísimo de cierto y me parece evidente que todas esas aproximaciones no hacen sino enfatizar una idea que no debiéramos olvidar: la de que todas las producciones indígenas realizadas con posterioridad al siglo XVI se inscriben en el hecho colonial, ya sea dialogando con él, tratando de rechazarlo o insertándose derechamente dentro del mismo.

Sistemas de registro y escrituras andinas ¿Qué sabemos acerca de los sistemas de registro andinos tardíos, no tan solo de los cuzqueños? ¿Esos que habrían sido desestructurados o desplazados por los registros coloniales? En primer lugar, habría que destacar la existencia de un conjunto mucho más amplio de sistemas que no eran únicamente los estatales, y que por lo tanto eran compartidos por muchos grupos, o que al menos alcanzaron una gran difusión. Las formas orales (los mitos, la memoria colectiva, etc.), son ciertamente los más conocidos y estudiados; pero Simposio Arqueología, Antropología e Historia

también hay consenso respecto de la importancia de los textiles como soportes de información identitaria étnica y/o política; de estatus-clase; de género y de memoria. Le debemos a la arqueología el conocimiento que poseemos actualmente sobre el llamado arte rupestre, que operaba como soporte de información religiosa y de temáticas vinculadas al poder y a la identidad (Berenguer, 2004). La enumeración no se agota en estos sistemas, sin embargo, puesto que pareciera que un cierto tipo de «bailes» y representaciones «públicas»: los jarawi y taqui, actuaban igualmente como soportes y registros de identidad y de memorias codificadas socialmente (Wachtel, 1976; Saignes, 1986; Beyersdorf, 1998; Husson, 1998; Burga, 2005 [1998], entre otros). Para dar cuenta de los mitos de origen de los ayllus de Huarochirí, los redactores andinos escribieron: «Ahora vamos a describir las tradiciones de los Checa, el rito de los yungas llamado Machua y las danzas que los acompañaban y enseguida contaremos sobre el origen de los hombres»4. Más recientemente, otros trabajos han permitido entender que también algunos sistemas musicales permitían –y lo hacen aún hoy- determinadas marcaciones de tiempo, de calendarización del año y de soporte asimismo de las identidades (R. Martínez, 1994). Dado el conocimiento que tenemos de ciertas cerámicas, como la moche, no quisiera dejar pasar la referencia a la posibilidad de que algunos tipos de ceramios más tardíos como los cuzqueños si pudieran haber sido soporte igualmente de formas de registro de información, más allá de lo que se podría pensar como «estilos de decoración». Por otro lado, hay otro conjunto más reducido y probablemente muchísimo más sistematizado, compuesto por aquellos que podríamos denominar sistemas estatales cuzqueños, de los cuales los khipus, ya sea que registraran información contable, administrativa o de memorias y nombres, son los más conocidos y estudiados (Urton, 1997 y 2005; Salomón, 2006, Pärssinen y Kiviharju, 2004, por mencionar los más recientes). Salomón ha llamado la atención igualmente hacia otro sistema, poco conocido por la escasez de registros coloniales al respecto: el de las tablas y «varas», que habrían contenido memorias dinásticas, de sucesión y de información «histórica» usada en contextos de dirimir pleitos. La referencia más conocida de este tipo de registros es la hecha por Cristóbal de Molina en 1575 respecto de que los inkas guardaban en Poquen Cancha unas tablas en las que tenían registrada su histo-

Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

ria. Pero también hay otras referencias, como por ejemplo, la mención que de ellas hicieron Don Diego Cayo, descendiente de Pachacuti Inka Yupanqui y don Alonso Tito Atauchi, nieto de Wayna Qhapaq: …dijeron los dichos Don Diego Cayo y don Alonso Tito Atauche, que ellos vieron una tabla y quipos donde estaban sentadas las edades que hubieron los dichos Pachacuti Inga y Topa Inga Yupanqui su hijo, y Guayna Capac, hijo del dicho Topa Inga, y que por la dicha tabla y quipo vieron que vivió Pachacuti Inga Yupangui cien años, y Topa Ynga Yupangui hasta cincuenta y ocho o sesenta años y Guayna Capac hasta setenta años,… (Levillier, Tomo II, Libro I, 1940: 173) Cummins ha llamado la atención, igualmente, al hecho de que los keros de madera, grabados con decoraciones incisas eran también empleados como soportes de memoria, más allá de los significantes que podrían contener en tanto objetos asociados a los rituales andinos de poder político de la élite del Tawantinsuyu5. Y en ese campo más reducido de lenguajes vinculados al poder y a las élites cuzqueñas, habría que incorporar aquí, aun cuando sea con fines de enumeración, a los tocapu, que según algunos autores habrían constituido un verdadero lenguaje, sometido a reglas de composición (De la Jara, 1975; Ziolkowski, 2007, en prensa). Finalmente, y en un listado no exhaustivo, habría que agregar aquellos otros sistemas, más restringidos, que parecieran ser más propios a determinadas sociedades o a regiones más acotadas. Estoy pensando, por ejemplo, en los sistemas de piedras de colores aymaras, empleados para dirimir pleitos de sucesión entre las autoridades étnicas (Bouysse-Cassagne, 1987; Platt, 1987), o la pintura y grabados murales tan común en los templos costeños, que parecieran ser tanto soportes de información religiosa, como política. Creo que uno de los problemas que han incidido en las dificultades para abordar el estudio de estos sistemas, aparte de las evidentes, surgidas de nuestro desconocimiento de los lenguajes empleados, es que no poseemos, hasta ahora, un término o concepto –ya sea en quechua o aymara u otra lengua andina- que permita englobar ese vasto conjunto de sistemas de registro y de escrituras. Se han propuesto algunos, como quilca y tocapu, que si bien aportan importantes luces para comprender algunas de esas prácticas, no dan cuenta del campo conceptual en el que eran pensados esos sistemas de registro y escrituras no verbales. Me parece que este largo listado de sistemas y de soportes, de temas y materias registradas, hace surgir

Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1983

una primera duda sobre la efectiva desaparición de todos los sistemas andinos de comunicación y registro y su desplazamiento o sustitución por esos otros, nuevos, llegados de la mano de la dominación colonial. Al menos habría que aceptar inicialmente la simple posibilidad probabilística de que en diferentes lugares, sometidos a desiguales condiciones de control colonial y de evangelización, la suerte de algunos de esos sistemas andinos haya sido distinta. Aun incluso, me parece, puede ya ser discutible afirmar sin más la total desaparición de los sistemas cuzqueños de registro y comunicación, sometidos a un intenso control religioso y político español. Efectivamente, a partir de finales de los años 80 se ha venido publicando una serie de trabajos que muestran que muchos de esos sistemas de registro no solo no desaparecieron sino que habrían continuado operando, probablemente en contextos muchísimo más restringidos, algunos con importantísimos cambios o transformaciones, otros en espacios más marginales o excéntricos a las rutas del poder colonial, junto a la aparición, a partir fundamentalmente de la segunda mitad del siglo XVI, de nuevas formas, vinculadas esta vez a las prácticas europeas como la genealogía de los incas, pintada en tela (Del Busto, 1965; Dorta, 1975; Iwasaki, 1986; Macera, 2006); los cuadros y pintura mural religiosa (Gisbert, 1980 y 1999; Macera, 1993 [1973]; Stasny, 1993), además, obviamente, de la escritura. Más recientemente, se ha planteado también con fuerza la idea que, aun con esos cambios significativos surgidos en el período colonial, muchos de esos sistemas funcionan actualmente. El caso de los khipus etnográficos de Tupicocha (Huarochirí), estudiados por Salomon (1997 y 2006) o de los del ayllu Aymaya, del norte de Potosí, estudiados por Pimentel (20059 es un buen ejemplo de la afirmación anterior. Con evidentes cambios y con las precauciones debidas, se podría postular también la pervivencia de un cierto tipo de prácticas de registro asociado a las tablas, tal como quedó registrado en Oruro, aproximadamente en 1680, cuando unas «tablas de genealogía» fueron empleadas como testimonio en un litigio entre dos familias de autoridades tradicionales (Beyersdorff, 1998: 170-171). Con igual propósito genealógico aún hoy se confeccionan las famosas tablas pintadas de Sarhua (en Ayacucho)6 y el uso de varas con un sistema de registro que Salomón ha llamado «escritura contextual» parece operar igualmente en el área de Huarochirí (Salomón 2001 y 2006).

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No quisiera extenderme demasiado en esta breve mención de prácticas contemporáneas, pero sería injusto dejar fuera a los textiles, profusamente estudiados, en muchos de los cuales las posibilidades expresivas parecen jugar entre los significantes abstractos y los figurativos7. Cierro estas referencias con otro recordatorio obvio: el de la enorme vitalidad de algunos jarawi, como el del Atawallpap wañuynin o «Tragedia del fin de Atahualpa» como también se la conoce, representado tanto en Bolivia como en Perú (Beyersdorff, op. cit.; Husson, 2006, por mencionar algunos autores). Si aceptamos la posibilidad de abordar el análisis desde una perspectiva que reconozca ambos extremos de la relación, esto es, que acepte que pueden existir determinadas relaciones entre las prácticas contemporáneas y aquellas prehispánicas, bajo modalidades que habrá que explorar y descubrir, puesto que no se trata de postular aquí un continuum lisa y llanamente entre las prácticas iniciales y estas de ahora, son varios los problemas que habría que reconocer para abordar el análisis de esos sistemas durante el período colonial. El primero es más bien de carácter disciplinario. Estamos en presencia de un vasto conjunto de sistemas de registro y escrituras y de soportes coloniales sobre los cuales (con la excepción notable de los textiles, los keros y los jarawis), sabemos aun poquísimo. Se trata de sistemas de registro no exclusivamente verbales, como podrían serlo las memorias orales, sino con significantes grabados en soportes más o menos estables y más o menos sistematizados como las tablas y varas o el arte rupestre. El segundo de los problemas es el de determinar sus posibles historicidades, que los vincularían o no, con eventuales sistemas prehispánicos y con «momentos» coloniales (por ejemplo, el gran desarrollo de estos materiales desde finales del siglo XVI y durante el XVII, o sus relaciones con momentos tan cruciales como el período de rebeliones tupamaristas, tema que ha sido abordado por algunos estudiosos8 y que fue reconocido por las mismas autoridades coloniales españolas en los edictos que sustentaron la represión posterior del movimiento indígena. Las representaciones de la tragedia de Atawallpa y otras similares fueron también reprimidas como consecuencia de la rebelión de Túpac Amaru II. Entre lo dispuesto por Arreche entre 17811782 se encuentra la prohibición de representar esos actos porque permitían recordar a sus antepasados. Un tercer orden de problemáticas es el de sus transformaciones, así como también de algunas de sus posibles continuidades, entre las cuales el tipo de soportes

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(los keros o los paneles rupestres, por ejemplo), y de los espacios representacionales, son probablemente de las más evidentes. Me parece que una tarea urgente, y es la cuarta en esta lista, es la de discernir cuáles eran durante la colonia los espacios de circulación de cada uno de estos sistemas. Por lo que sabemos hasta ahora, parece evidente que los contextos coloniales de producción y recepción del arte rupestre, por ejemplo, eran muy distintos a los de los keros que parecen haber circulado básicamente en centros de producción vinculados a la permanencia de algunas élites indígenas, como las del Cuzco y de La Plata. En el caso de los jarawi o representaciones públicas, este es un tema aún más relevante. Husson (1998), por ejemplo, ha sugerido que algunos temas –como el del fin de Atawallpa- habrían circulado fuera de los circuitos vinculados a los grupos cuzqueños anti Vilcabamba. El quinto de los problemas que me parece importante señalar, es el de los discursos que estarían siendo enunciados, por ejemplo, el de una memoria sobre un pasado construido desde la experiencia colonial, u otro, también identificable, que pareciera contener una reflexión sobre un «nosotros» colonial (¿los indios?, ¿los cuzqueños?), así como las diferentes temáticas que es posible identificar en las escenas representadas (algunos ciclos míticos, las autoridades andinas y sus emblemas de poder, o ciertos rituales, por ejemplo). En este mismo núcleo problemático me parece esencial avanzar asimismo en una mayor precisión que nos permita conocer en qué momentos surgieron unos u otros de esos discursos y temáticas y cuáles fueron desplazadas por otras. Tendríamos así una apasionante visión elaborada, esta vez, por manos propiamente andinas narrándonos las diferentes reflexiones que fueron surgiendo a lo largo del período colonial y sus objetos de preocupación. Finalmente, y no menor, es el problema de dilucidar las relaciones mutuas que pueden encontrarse entre estos diferentes sistemas y tipo de registro, tema con el cual inicié este trabajo y que he abordado en un texto anterior (Martínez C., 2007, en prensa). Colonialmente, las relaciones entre los distintos tipos de soportes y los sistemas de comunicación parecen hacerse explícitas, se visibilizan. Antes de la invasión europea, aparentemente los keros estaban vinculados a los tejidos regalados por los incas (se regalaban y exponían públicamente juntos) y Cummins (2004) sugiere que tenían un tipo de construcción representativa abstracta compartida. En el período colonial, para mantener esta asocia-

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ción simbólica (ya no efectiva ritualmente), los tocapus se desplazan hacia los keros y lo hacen en una posición similar a la ocupada en los textiles: en la cintura. A su vez, en el espacio de los tocapus de los tejidos, se insertan representaciones figurativas y, en un caso al menos, Cummins (2004: 618) identifica el reemplazo de los tocapus tejidos por un par de figuras humanas repetidas (la estructura representacional de muchos keros), con una mujer ofreciendo keros al hombre. Montibeller propone, incluso, que en algunos keros lo que se representa es un ritual y las canciones vinculadas al mismo, el Tarpuipi llahuayra haylli (Montibeller, 1994), esto es, un tipo de baile con contenidos de memoria.

De rupturas, transformaciones, pérdidas y continuidades: Lecturas de lo colonial Los cambios ocurridos en algunos de estos sistemas y de esas escrituras parecen haber sido tan profundos en ciertos casos, que algunos autores9 han planteado que no se puede ver en ellos relaciones con los prehispánicos, sino que deben ser entendidos en un contexto totalmente colonial. Sin rechazar que lo anterior es válido como aproximación general, lo que me interesa es explorar en este trabajo cómo ellos pueden servirnos para conocer más de las sociedades andinas, esta vez coloniales y de sus propios procesos de construcción de memoria y auto representación Para hacerlo, en este trabajo me centraré en uno de esos sistemas, el de los keros, que es uno de los más estudiados. De acuerdo con Cummins (1988), los motivos representados en las escenas decoradas en los keros coloniales pueden ser agrupados en un conjunto bastante reducido, a pesar de la importante cantidad de estos objetos10. Cummins identificó solo 8 tipos de escenas que contienen una cierta narración figurativa: el motivo de figuras y tocapus; el motivo arco iris; el motivo de batalla o «presentación»; el del inka y/o la coya; el motivo tocapu; la representación de escenas agrícolas; el motivo de las danzas, y finalmente, el motivo «de la selva» (Cummins, 1988: 30-42). Liebscher, por su parte, identificó los mismos siete grupos o motivos de Cummins, aunque su organización difiere en algunos puntos. Ella menciona los siguientes motivos: agricultura; ganadería; caza; comercio y transporte; música, baile y diversión; conflictos armados; y motivos de arco iris11. Flores Ochoa et al. (Flores Ochoa Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1985

et al 1998:159-267), por su parte, identifican un universo mucho más amplio de representaciones, puesto que mencionan 25 escenas o motivos. Ya sea bajo una u otra nomenclatura, uno de los aspectos que destacan del conjunto de motivos o escenas es que es posible identificar que ellas componen una representación de dos momentos temporalmente diferentes. Por una parte, una cierta lectura colonial sobre el pasado andino, que está representado por las escenas en las que los personajes aparecen ataviados con trajes prehispánicos, en desuso paulatino desde el siglo XVII al menos en lo cotidiano, o que muestran escenas que pueden ser identificadas como parte de relatos míticos también recogidos en las crónicas de los siglos XVI y XVII. Se podría hablar, así, de la construcción de un conjunto de relatos sobre el pasado andino (los ciclos míticos de la guerra contra los chankas, contra los anti, contra los collas; las guerras entre Waskar y Atawallpa; rituales de agricultura, o el «tema del arco iris», entre otros), que poseía sus propias reglas de enunciación y composición. Algo que aun debe ser más estudiado es el asunto de determinar hasta qué punto este conjunto (que abarcó varias temáticas y representaciones y que –probablemente- se fue constituyendo a lo largo de dos o tres siglos), constituya una cierta memoria (cuzqueña o collavina). No es, sin embargo, un aspecto que se pueda desechar sin mayor discusión. Por otra parte, un segundo gran conjunto en el que lo destacable es la aparente contemporaneidad de las escenas con los artesanos que las elaboraron. Se trataría de la construcción de una representación de la sociedad andina colonial (cuzqueña y del área cercana al lago Titikaka básicamente), del «nosotros», construido a partir de la representación de un conjunto igualmente restringido de temas: la arriería, algunas fiestas y danzas (limpia de canales, por ejemplo), igualmente con sus propias reglas de enunciación y composición y que podría ser pensado –al menos analíticamente- como un segundo momento temporal, relacionado de alguna manera con esa misma construcción de memoria colonial a la que hice referencia. Una memoria del pasado y una proposición acerca del presente. Uno de los aspectos más remarcables en este segundo conjunto es que guarda una relación estructural con el anterior: si bien ambos conjuntos tienen escenas propias (míticas en un caso, «autoetnográficas» en el otro)12, la colonialidad se construye representativamente también a través de los trajes. Las escenas de siembra son representativas de mi afirmación. Mientras en el

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ejemplo del kero del Museo Inka del Cuzco estudiado por Montibeller (op. cit) y en el kero MAM 7523 del Museo de América (ver figura 2), las escenas claramente deben ser asignadas a un momento prehispánico por los trajes de los participantes (y no necesariamente por la acción realizada), en el kero VA 38404 del Museum für Völkerkunde (Wichrowska y Ziolkowski, 2000: 108109), los sombreros alones de los campesinos ubican la escena en un momento ya colonial, a pesar de que algunos otros personajes también utilicen unkus y otros atuendo prehispánicos (figura 3). Algo parecido puede advertirse en la representación de algunas escenas de fiestas o rituales. En el kero MAM 7524 del Museo de América, se representa lo que se podría interpretar como una escena del baile de la soga, asociado a Waskar Inka, en el Cuzco (figura 4). Toda la imagen está indiscutiblemente compuesta para representar un momento prehispánico: los trajes, los emblemas (la tiana, el suntur páucar) y los danzantes están ataviados con sus trajes rituales. En otra escena de baile, esta vez grabada en el kero MAM 7561 del mismo museo, los bailarines están igualmente ataviados con trajes rituales, pero esta vez, las arpas y los pantalones a media pierna marcan claramente su temporalidad colonial (figura 5). Se podría pensar, por lo tanto, que ambos conjuntos se proporcionan mutuamente claves de lectura. Creo que estos conjuntos debieran ser entendidos como parte de un relato mayor, aquel que fue construyendo una nueva sociedad regional, de carácter más andino colonial y que podría haber involucrado no tan solo al área cuzqueña, sino también al espacio cercano al lago Titikaka (dada la dispersión que conocemos actualmente de los keros), y que podría haber tenido réplicas o contrapuntos en otras partes de los Andes, como en la costa norte peruana (si se piensa en algunas pajchas)13 o en el altiplano meridional andino (si agregamos que esta estructura representacional en dos tiempos también estaría presente en distintos paneles de arte rupestre en el sur peruano, en Bolivia y norte de Chile). Se trataría, por ahora, de grandes conjuntos textuales que hacían proposiciones, absolutamente contemporáneas a su época, sobre una memoria propia en debate con la memoria oficial construida por la ciudad letrada colonial, y sobre su presente como «indios», en una persistencia por no perder los espacios de la palabra y al margen de los sistemas de escritura europea y que pueden, por lo tanto, ser estudiados desde una perspectiva etnohistórica para intentar un obtener un conocimiento distinto al que poseemos hasta aquí sobre las sociedades andinas coloniales

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Agradecimientos A los excelentes profesionales que trabajan en los museos Inka de la Universidad Nacional San Antonio Abad,

del Cuzco; Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, en Lima; y de América, en Madrid, por haberme permitido estudiar sus colecciones de keros coloniales.

Figura 2a: Kero con representación de un ritual de siembra prehispánico, perteneciente a la Colección del Museo Inka de la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cuzco, en Montibeller 1994.

Figura 2b: La escena muestra una limpia ritual de canales prehispánica, Kero MAM 7523 del Museo de América.

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Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1987

Figura 3: al costado derecho de la escena, se representa una limpia ritual de canales, kero VA 38404 del Museum für Völkerkunde, según dibujo desarrollado en Wichrowska y Ziolkowski 2000: 108-109.

Figura 4: La escena representa un ritual incaico, que puede ser interpretado como el “baile de la soga”. Kero MAM 7524 del Museo de América.

1988 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

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Figura 5: Escena colonial en la que se identifican músicos con arpas y pantalones cortos. Kero MAM 7561 del Museo de América.

Notas 1

Este trabajo es resultado del proyecto FONDECYT 1061279 «La lucha por el control de la memoria. Escritura, oralidad e imágenes en los Andes de los siglos XVI y XVII». 2 Agradezco a R. T. Zuidema haberme proporcionado una reproducción a color de esta pintura. 3 Véase al respecto la crónica de Pachacuti, 1993 [1613?]: f. 19v, p. 220. 4 Utilizo la edición y traducción de G. Taylor, en adelante: RTH, capítulo 24, en Taylor 1987; el énfasis es mío. 5 «…los keros y los tejidos, podían ser usados juntos para recordar, a través de la relación simbólica entre ellos, nociones de los hechos históricos incas. En este nivel, los keros y los tejidos sirvieron la misma función mnemónica tal como se la ha descrito más arriba para el dibujo de Pachacuti.» 1993: 122. 6 Araujo 1998. Agradezco a Hilda Araujo haberme mostrado las maravillosas tablas de Sarhua, reproducidas y analizadas con infinita paciencia por ella y sus ayudantes. 7 Véanse los trabajos de V. Cereceda a propósito de los textiles jalq’a, tarabuco y macha, en Chuquisaca y Potosí, Bolivia (1992, 1994 y 2006). 8 Beyersdorff op. Cit.; Estensoro 2001. Véase también el trabajo de Cabello Carro (2006) sobre la decoración de las pajchas de madera. 9 Estenssoro 2003 y 2005 resume lúcidamente este debate.

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10

Cummins, acaso el estudioso que más se ha dedicado a su estudio, señala haber observado más de mil quinientos keros pintados (2004: 17). 11 Liebscher 1986b. La autora también describe motivos fitomorfos, pero éstos se encuentran en todos los keros y no constituyen, por si mismos, una escena representativa. 12 Para una discusión sobre este concepto, véase Pratt 1997. 13 Véase el trabajo de Cabello, 2006.

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Simposio Arqueología, Antropología e Historia 1991

Sobre Espacialidad Incaica y Planificación Hispana: Hacia una Arqueología Colonial de Tarapacá, Siglos XV-XVII DC (Norte de Chile)1 Inca Urban Sites and Spaniard Town’s Plans: Towards a Colonial Archaeology of Tarapacá, 15th-17th Centuries (North of Chile, Lat 20ºS) Simón Urbina A.*

Resumen El siguiente ensayo plantea una comprensión histórica de la región de Tarapacá mediante un ejemplo de Arqueología Colonial basado en la combinación de exégesis documental y estudio arquitectónico del llamado «pueblo de indios» de Tarapacá Viejo, uno de los asentamientos indígenas más importantes en la región entre los siglos XV y XVII. Como sitio-tipo de este proceso se replantean y discuten los registros de cambios y transformaciones espaciales y sociales entre los períodos prehispánicos tardíos y los primeros siglos coloniales en el Norte Grande de Chile. Palabras Claves: Arquitectura Inca, Reducciones hispanas, Arqueología Colonial, Tarapacá.

Abstract This essay discuss the etnohistoric understand of Tarapacá region following a documental and architectonic analysis of the so called Inca-Spaniard town Tarapacá Viejo. As a study case, this long-term settlement located over the Pampa del Tamarugal east side allow us to claim for a Colonial Archaeology perspective, especially to record and examine the spatial changes and social transformations between late preHispanic periods and early centuries of the Spanish colonial domination in Northern Chile. Keywords: Inca architecture, Spaniard Andean towns, Colonial Archaeology, Tarapacá.

I. El pasado como construcción social Paradójicamente para nosotros, las metanarrativas de las naciones europeas en su versión clasificatoria y evolutiva unilineal, aplicadas comúnmente a la compren-

sión de las sociedades americanas pre-coloniales, han generado un bajo interés por reevaluar las historias regionales y locales adjudicadas a los distintos grupos del continente. Los estudios post-coloniales desarrollados en los márgenes de Occidente: Asia, África y América Latina, han priorizado esta materia señalando la urgencia de iniciar de una vez el estudio de las relaciones de desigualdad luego de décadas de colonialismo epistemológico. Como recopilan Bond y Gilliam (1994: 4-5) preguntas sobre la sexualidad, el cuerpo, el consentimiento, la obediencia, la resistencia o la colusión han influido en nuevas versiones sobre el pasado por parte de los investigadores. Se ha hecho conciencia de que la construcción social del pasado y por tanto del presente, es posible y se somete a diferentes intereses, épocas, contextos e interpretaciones. Como aluden los mismos autores, antropólogos, arqueólogos e historiadores son constructores, master builders, por lo que sus roles en los delicados campos de la dominación y subyugación deben ser materia de escrutinio y atención cuidadosa. La historia elaborada sobre la conquista de América es, en parte, resultado de las distintas posiciones y disputas asumidas por las disciplinas encargadas de su estudio. En este complejo nudo de (des)encuentros, relevos teórico-metodológicos y tópicos recurrentes que ha propiciado la Historia post-descubrimiento, -la invasión hispana, la resistencia indígena, la interacción colonial y el estado evolutivo de las diversas formaciones sociales americanas-, las escuelas universitarias de historia, antropología y arqueología, estas últimas consideradas generalmente auxiliares de la primera, han optado por repartirse la línea temporal y los personajes/actores de esta gran obra y no compartir o al me-

* Licenciado en Antropología, mención en Arqueología. Programa Magíster en Historia, mención Etnohistoria, Universidad de Chile. General Lagos 1356, Valdivia. E-mail: [email protected]

1992 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

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nos cuestionar la construcción histórica de su vecina. No obstante, la Etnohistoria sigue siendo el espacio necesario en que estas distintas fuentes, prácticas científicas y proposiciones pueden consultarse mutuamente, y precisamente creemos que «el efecto acumulativo de estos esfuerzos sería aún más importante si historiadores y etnólogos pasaran a entablar una verdadera colaboración en lugar de actuar paralelamente» (Murra, 2002: 453). En el área Andina, existen importantes aportes realizados en esta línea, abocada a describir y ordenar los cambios y transformaciones sufridas por los sistemas de comunicación indígenas durante los períodos Inca y Colonial. Tales estudios se han enfocado generalmente en soportes muebles como quipus, keros, tianas, caracoles, textiles, pinturas, entre otros (Cfr. Cummins, 1998; Martínez, 1986), notando como el sistema escritural español inhabilitó y subyugó progresivamente objetos de poder andinos a los sistemas de escritura y pintura colonial. Dicho sometimiento habría involucrado en el caso de los keros incaicos, por ejemplo, el fijar en las representaciones pintadas, hechos y narrativas indígenas, instaurando el predominio obligado de las representaciones antropomorfas, comunes en la tradición pictórica europea, en detrimento de las representaciones abstractas y geométricas vigentes durante la expansión Tawantinsuyo. Esta constatación recobra el sentido que tiene en nuestra opinión promover el trabajo interdisciplinario en historia y arqueología: Es una tarea aún pendiente para la etnohistoria el de determinar las formas, condiciones y espacios bajo los cuales funcionaban la palabra andina hablada al interior o en lo márgenes de este discurso […] la existencia de un espacio de lo hablado, de lo oral como una de las discursividades europeas sobre la «tierra», no debiera llevarnos a pensar que ese era el único ámbito de discursividad indígena de la época. Creo que también es una tarea pendiente investigar que ocurre con otros campos. La aparente importancia de nuevos planos de expresión de semióticas visuales, manifestadas –por ejemplo- en la aparición de una decoración formalmente distintas (antropomorfizada), en los keros de madera cuzqueños, o las pinturas murales en las iglesias que, aparentemente, habrían sido pintadas, al margen de los especialistas, por los miembros de las respectivas comunidades o reducciones, etc. Insinúan que allí podría estar ocurriendo un interesante proceso de una discursividad diferen-

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te, frente a la cual, en términos etnohistóricos carecemos de preguntas y herramientas de estudio (Martínez, 1995: 38). Efectivamente, en los Andes de los siglos XVI y XVII, las poblaciones indígenas, sometidas o no previamente por los Incas, fueron testigos de cómo la oralidad, visualidad y espacialidad constitutiva de sus sistemas de comunicación y representación fueron violentados al punto de generar una profunda transformación y reacomodo posterior, y cuyo resultado directo fue un impresionante número de documentos proporcionados por los conquistadores a la administración del Imperio Español: In many ways, colonial-era Spanish writing was fundamentally oral in nature, replicating in space the temporal dimension of oral communication through a refusal to appropriate the economy of expression that characterize written communication. In other words, colonial writing is constituted, in many cases, by oral communication set down in writing, or by ritual acts described in detail, over and over again (Rappaport y Cummins, 1994: 91). En el siguiente ensayo me interesa justamente tomar un caso particular de estudio que ejemplifica esta tensión entre el análisis de una materialidad colonial (la arquitectura incaica y española) y los discursos producidos en torno a las poblaciones y espacios donde esta se levanta (los documentos y su contenido). Nuestra expectativa no dista de recalcar que la objetada y en otras ocasiones alentada relación entre arqueología e historia demuestra ser una excelente herramienta de trabajo, y a la vez crítica, para evaluar la compleja transición entre los períodos prehispánicos tardíos y los primeros siglos coloniales, esta vez en un marco local como el del valle de Tarapacá y en un asentamiento emblemático de estos dos momentos: Tarapacá Viejo (Figura 1). Alternativamente, una alegórica imagen de los que intentamos plantar sobre el tratamiento de la información escrita y la construcción de discursos históricos: … en lugar de enfatizar el aspecto temporal, la secuencia del relato, (interesa remarcar) las articulaciones espaciales de la estructura narrativa como una arquitectura. Dicho brevemente, quisiera que se realizara el intento de pensar en «relatos» no sólo como cuentos, sino como escenarios, estratos, niveles, o «pisos», un edificio de muchas historias, historias como espacios para «almacenar» objetos, memorias, reliquias muer-

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tas que esperan ser revividos. Si un edificio contiene historias, las propias historias son espacios construidos (Mitchell, 2005: 76-77). De modo similar que los discursos sobre el tiempo, los espacios construidos por la arquitectura representan sistemas de referencia y comunicación en los cuales cada acción humana que es ejecutada es inteligible en el contexto de otros actos pasados y futuros (Thomas, 2004: 174). Aquí intentamos argumentar, en suma, la

necesidad de una Etnohistoria Andina, o a nuestro decir una Arqueología Colonial, que estudie y confronte distintos cánones arquitectónicos inscritos en un paisaje del mismo modo que los discursos inscritos en los textos que refieren a dicha arquitectura, población y economía a la que se pretende conocer, describir y dominar en nombre de las autoridades del régimen colonial en los Andes.2

Figura 1. Yacimientos Arqueológicos Complejo Pica-Tarapacá, Siglos XI-XV.

II. Tarapacá en tiempos del Tawantinsuyo Tradicionalmente se ha considerado al territorio meridional del Collasuyu un área marginal a los intereses del Inca debido a su baja población, a su relativa ausencia de grandes instalaciones y a su distancia con el Cuzco (D’Altroy, 2002: 257). En el Collasuyo los Incas no impusieron al pie de la letra sus cánones arquitectónicos, no obstante más de 400 asentamientos poseen 1994 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

sectores incaicos. En estos asentamientos o en sus áreas circundantes, los incas intensificaron la minería, la agricultura, la ganadería y la producción artesanal; erigieron fortalezas para mejorar la seguridad y edificaron guarniciones para las tropas; no pocas veces modificaron la composición demográfica y étnica de diversas regiones, desplazando a las población original a otra parte y reocupándolas con poblaciones erradicadas de otras regiones (mitimaes); construyeron una extensa red de caminos troncales y laterales, equipada con

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estaciones de camino y señalizadores de ruta; e instalaron santuarios en muchas de las más altas cumbres locales (Berenguer, et al., 2005). Sobre el escasamente estudiado período Tardío o Inca en Tarapacá sólo contamos con la síntesis regional de Raffino (1995: 71-72) donde indica que el dominio incaico en el Collasuyo fue concretado sometiendo poblaciones previas que habitaban los valles fértiles del oriente boliviano y argentino, o los valles transversales de Chile, y en segundo término los territorios del altiplano y sierras con riquezas minerales. Las primeras significaron importantes zonas de producción agrícola en territorios donde la ocupación parece haber sido negociada con grupos locales, en tanto las segundas ubicadas sobre 3.000 msm y más al occidente, implicaron la ocupación de zonas ganaderas menos habitadas o de tránsito y donde el clima es bastante riguroso. No obstante, tanto en los Valles Occidentales como en la subárea Circumpuneña la infraestructura incaica estuvo dotada de pequeñas postas o tambos como puntos de enlace y aprovisionamiento de la red vial. Entre éstos, existieron instalaciones de mayor importancia y tamaño fundadas originalmente por los Incas o interviniendo los poblados locales de mayor importancia (Uribe, 2004 y 2006). Los asentamientos principales o «llactas» habrían funcionado como centros administrativos-ceremoniales ya que generalmente aparecen dotados con espacios públicos como plazas, callancas y usnos, sugiriendo una fuerte actividad redistributiva en ellos (Morris, 1972; Uribe, 2004; Uribe y Adán, 2004). En esta dirección apuntan una amplia gama de sitios incaicos impuestos en los valles y oasis ocupados por el complejo Pica-Tarapacá previamente (Núñez, 1984; Uribe, 2006), espacio que también es tempranamente señalado por los quipucamayos del Cuzco a los españoles en sus relatos sobre la expansión y conquistas de los Inkas (Rowe, 1985). Al igual que en Arica, los caminos construidos por el Tawantinsuyo articularon localidades en sentido longitudinal como transversal: Tarapacá Viejo en el curso bajo de la quebrada homónima, Guayaquil en las quebrada altoandina de Nama, el tambo de Corralones camino a Chusmisa e Incaguano cerca de Quebe (Cariquima), el Capacocha de Cerro Esmeralda (Cordillera de la Costa frente a Iquique) próximo a las minas de Huantajaya; parecen haber estado bajo control incaico. En Pisagua, Pica, Guatacondo, Laymisiña (Camiña) y El Tojo, fueron intervenidos sectores funerarios por parte de adherentes al Cuzco, mientras que en las cumbres tutelares de Isluga, Quebe y Chiapa los santuarios de altura locales

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sufrieron pequeñas reacomodaciones arquitectónicas. Mucho más al sur el centro minero de Collahuasi se articulaba con otros sitios extractivos de cobre y desde aquí el Capac Ñan o Camino Inca Longitudinal se dirigía a las nacientes del río Loa, en Miño, en la ruta hacia Atacama. Sobre esta especialidad algo dispersa y discontinua Tarapacá formó parte del Collasuyo Inca entre los siglos XV y XVI. En forma hipotética creemos, en consecuencia, que en Tarapacá existió estrecha relación entre las poblaciones locales y la política cuzqueña; cuyos ecos se aprecian también en la toponimia y en la documentación colonial (Trelles, 1991; Odone, 1994; Sanhueza, 2007). A partir de la información entregada por los asentamientos y autoridades mencionadas en los documentos coloniales tempranos, Hidalgo y Durston (2004: 486) plantean un modelo de relación entre asentamientos y ambientes conspicuos de los Valles Occidentales en los que se inserta Tarapacá. Dicho modelo señalado como de «verticalidad escalonada», fue elaborado a partir de fuentes referidas a grupos étnicos como los carangas y consideraba la existencia de jerarquías en distintos niveles políticos y productivos donde las colonias altiplánicas en las tierras bajas también serían capaces de desdoblar y generar sus propias relaciones verticales. Los autores agregan al esquema clásico del archipiélago vertical «centro-colonia», un tercer nivel o componente organizacional de tal manera que arqueológicamente podríamos encontrar «centros primarios» o núcleos desde los cuales los mallkus altiplánicos manejan los archipiélagos del valle, «centros secundarios» correspondientes a pueblos serranos de envergadura considerable que operarían como sitios redistributivos y de control estratégico, donde residirían los «caciques de valle» y con relaciones directas con los mallkus altiplánicos, y finalmente «centros terciarios» o poblados menores o de menor tamaño establecidos desde los centros secundarios con funciones netamente productivas y cuyas autoridades son identificados en la cédulas como «principales», sujetos directamente a los caciques e indirectamente a las mallkus. Se indica que «no ha sido posible determinar los sitios exactos de estos centros, pero como regla general se ubicarían bajo los 2500 msnm, en el piso de valle y en las cabeceras de los valles (Hidalgo y Durston, 2004: 486). El caso caranga fue discutido para los Valles Occidentales de Arica en el citado trabajo, mientras que Tarapacá aún no ha recibido una atención similar dado que existe un número menor de documentos analizados hasta hoy.

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El escalonamiento ecológico-social corresponde, en este sentido, a un rasgo estructural que se asocia a la envergadura del sistema archipielágico caranga y a su grado de centralización, el que se postula pudo tener una prolongación al sur de los valles y sierra de Arica. En segundo lugar, y en consideración a la distancia que aprecian los autores entre los centros altiplánicos y las instalaciones serranas con presencia altiplánica, éstos últimos debieron conformar un nivel intermedio de control, caso identificado para la mayor parte de la población Arica sujeta a uno de los mallkus de todo el señorío por intermedio de Cayoa, cacique establecido en una de las colonizaciones. Recordemos que el estudio documental que proporciona el fundamento de esta propuesta mira directamente los documentos sobre la región de Arica y Tarapacá intervenida por el Tawantinsuyo un siglo antes de que los primeros cronistas hicieran su aparición. En consideración de lo anterior, es sensato atender de igual manera al proceso al que se someten las comunidades locales una vez iniciada la conquista hispana: …las colonias caranga en Arica son grupos autocontenidos con sus propias autoridades locales, capaces de actuar como núcleos por su propia cuenta. Los rasgos de escalonamiento y centralización conforman un potencial de autonomía en estos grupos que sería decisivo para su destino bajo el régimen colonial. No sólo se trata de que las colonias disponen de su propio aparato administrativo y de complementariedad, sino que también parecen carecer de lazos directos con unidades étnicas conmensurables en el altiplano (Hidalgo y Durston, 2004: 487). Como es sabido, el corregimiento de Arica colindaba con el de Caranga en el siglo XVI, siguiendo como referencia la frontera chileno-boliviana actual. La división político territorial impuesta por la administración colonial permite a Polo de Ondergardo (1916) constatar en 1560 que los grupos carangas habían perdido sus colonias y mitimaes en la costa, las cuales fueron repartidas a la ciudad de Arequipa (Hidalgo y Durston, 2004: 512). Según los autores que venimos citando: Es difícil determinar cómo estos cortes afectaron los lazos entre las colonias y los centros de origen: parece claro que tales lazos podrían mantenerse a pesar de las adscripciones definidas por el régimen colonial. A la larga, sin embargo, el reconocimiento administrativo de los archipiélagos era fundamental para la sobrevivencia, especialmente a partir de la visita general de la dé-

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cada de 1570, que buscó constituir a los repartimientos como unidades étnicas autocontenidas (Hidalgo y Durston, 2004: 512) De aquí una de las principales motivaciones para estudiar el proceso reduccional y su oposición al modelo de verticalidad ecológica y a la interdigitación de poblaciones. Las reducciones creaban un nuevo orden, en tanto se asentaban directamente sobre el modelo previo, en algunos casos directamente sobre territorios conquistados y administrados por los Incas. Sin embargo, en general en todo los Andes y de manera estratégica: A nivel de las grandes formaciones étnicas, está claro que la reducción fue un factor de fragmentación, creando centros de control que separaron las colonias aymaraes de valle de sus centros de origen altiplánicos, ya que los insertaba en una estructura política, fiscal y doctrinal autónoma. A la vez, si enfocamos un nivel de organización étnica local, de valle, la reducción probablemente fue un factor decisivo en la consolidación de organizaciones políticas propias. Una reducción entregaba la base de poder y legitimidad a líderes étnicos locales enfrentados a la tarea de integrar poblaciones heterogéneas y fragmentarias (Hidalgo y Durston, 2004: 513) En resumen y consideración a este conjunto de evidencias, creemos reafirmar la necesidad de una mirada arqueológica de los períodos coloniales en los Andes, cuyo eje fundamental será documentar las transformaciones materiales ocurridas en el siglo XVI (Cummins, 2002: 199). En segundo lugar, y como señala Durston (1994 y 2000, citando a Martínez, 1992) el cruce de distintos planos de información genera un nuevo interés en realizar lectura espacial del programa y materialización de las reducciones con un objetivo claro: notar el sistema de clasificación que operó en la clasificación de los lugares, las personas y los asentamientos desplegados por la política Toledana y como se impuso definitiva o transitoriamente un sistema para identificar y clasificar jerárquicamente las posiciones sociales en el espacio topográfico. Una tercera distinción, que constituye a su vez una nota de cautela, alude a los alcances interpretativos de una arqueología del contacto Inca-Español en los Andes: Un último problema relativo a la organización social de los primeros tiempos coloniales es el referente a la aparición de las comunidades indígenas, originadas en las reducciones llevadas a cabo desde la década de 1550, pero finalizadas en la de 1570. Respondían a la concepción ya

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vigente en Europa que identificaba la civilización con la residencia urbana. Hasta la invasión española, la característica más sobresaliente de la sociedad andina se relacionaba con la frecuente movilidad de la población (tratarse de mittani, o de mitmaccuna), que abarcaba incluso los centros administrativos que los españoles confundieron con ciudades. Hoy se sabe que tales centros albergaban mayormente mittani, frecuentemente cambiados, y mitmaccuna, de más lenta rotación. La población estable era pequeña; algunos cronistas, como Cieza de León llegaron a informar que el propio Cuzco era unidad poblada por mitimaes (Pease, 1995: 113).

III. El modelo español: Reducciones y pueblos de indios Casi un siglo luego de la imposición de la espacialidad del Imperio Inca y sólo décadas antes de la reforma Toledana, el Licenciado Juan de Matienzo indicaba: … en cada pueblo ha de aver quinientos Indio de tassa, y si en el repartimiento ocurren seyscientos o setecientos hazer dos pueblos, y si pudiere los de una parcialidad en un pueblo y los de la otra en otro aunque sean menos los de una parcialidad. Han de trazar su pueblo por sus quadras, en cada cuadra cuatro solares con sus calles anchas y la plaza en medio, todo de la medida que pereciere al visitador conforme a la gente y disposición de la tierra, la Iglesia esté en la cuadra que escogiere de la plaza y tenga una cuadra entera, la otra casa de en frente ha de ser aposento para españoles pasageros… (Matienzo, 1910: 31). Ya desde estos momentos, Durston (2000: 77) establece que sobre las reducciones fueron plasmadas un conjunto de representaciones del espacio que pueden ser entendidas como un claro discurso espacial hispano. Lo anterior tiene aún mayor sentido si retomamos los ordenamientos con los que Matienzo compelía a las autoridades coloniales en 1560, donde les señalaba expresamente como ordenar y «sujetar» a las poblaciones andinas. Recordemos una vez más, muchas de ellas bajo dominio incaico. En referencias sucesivas: Los Alcaldes y tucuiricos han de tener cargo que las calles y casas del pueblo esten limpias y las inmundicias se hechen a la parte de medio dia contra donde corre ordinariamente el viento. Y lo Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

que estuviere suzio se haga limpiar de ocho a ocho días, y porque enferman de dormir en el suelo se les manden tengar barbacoa. Y en cada bohio se haga un apartimiento en que esten y duerman las hijas y no todos juntos, lo qual ha sidio causa hasta aquí de vivir y ser deshonestos y luxoriosos. De estas cosas han de tener cuidado el cacique y el tucuirico y el corregidor español si le huviere haseles de quitar la costumbre de comer todos juntos en las plazas públicamente y coman en sus casas como gente de razon (Matienzo, 1910: 35). Entre otras cosas que su majestad tiene obligación, y los encomenderos en su nombre, una es el enseñar a los Indios la policia humana para que puedan con mas facilidad ser enseñados en nuestra santa fe católica que es el principal intento, y asi muy justa y santa la provisión para que se reduzcan a pueblos, y son grandes los inconvenientes que se siguen a los Indios de estar apartados y abscondidos asi para lo que toca a su policia como para su conversión (Matienzo, 1910: 31). A diferencia de otros documentos peninsulares, el modelo espacial esbozado en este documento de época pre-Toledana involucraba una noción de urbanismo definido al modo hispano-colonial, es decir, de vida en pueblo o ciudad bajo un criterio de comunidad política y que debía ser aplicado a las comunidades andinas (Durston, 1994: 61). No obstante y debido a que esta nueva especialidad fue impuesta sobre otra (local e Inca) debe tomarse en cuenta que: A pesar del aparente esquematismo de la base simbólica del modelo andino, este se caracteriza por una mayor especificidad en la percepción funcional y ecológica del espacio (…) [mientras] el sistema hispano se caracteriza por una clasificación de los espacios más esteriotipizante y menos funcional… (Durston, 2000: 89). Durante el siglo XVI y en lo sucesivo, la reforma Toledana aplicó con éxito el programa reduccional bosquejado por Matienzo. El nuevo asentamiento indígena pero de arquitectura hispana debía estar lejos de las huacas y mochaderos, y la morfología del pueblo debía ser trazada con cordel y regla con calles y cuadras en forma de damero, con una plaza central, a cada indio se le debía asignar un cuarto de cuadra o solar y las puertas de las casas debían apuntar a las calles públicas «y que ninguna casa tenga otra puerta que salga a la de otro indio, sino que cada indio tenga su casa aparte»,

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de la misma manera que el separar los grupos segmentarios existentes dentro de una reducción, se les asignara sectores específicos dentro de la traza, dando así cabida a una sinonimia frecuente entre ayllu y barrio (Durston, 2000: 80-81). En el mismo sentido Cummins (2002: 214) afirma: These were the primary spaces of spiritual authority; however, the intrusion into the life of Andeans was not limited to the reducción’s space of Christian doctrine. The traza, the space of order of the reducción, also impinged directly on the social relations of the family that, as we shall see, was intimately connected to the spiritual reorderin of the Andean subject. Each domestic structure was now understood to belong to the nuclear family, whereas before the Andean architectural unit was the kancha, or compound of interconnected buildings that opened onto each other, allowing access to members of the extended family. La importancia de controlar los cuerpos y los espacios en los nuevos pueblos trazados por los españoles es evidente, ya que se busca en último término modificar la estructura de parentesco indígena y adoctrinar a los ocupantes de los nuevos pueblos. Observemos a propósito de estos antecedentes, la planta de Tarapacá Viejo donde claramente no se encuentran rasgos es-

pañoles en el planeamiento urbano (p.ej., edificación de plaza central, iglesia y de solares o cuadras), sino más bien una reproducción ortogonal del patrón constructivo de canchas incaicas con estructuras inscritas en su interior (Figura 2). Podemos plantear, siguiendo la documentación publicada, que más probable fue la instalación hispana en los oasis meridionales de la Pampa del Tamarugal. Por ejemplo, entre 1570 y 1575 se realizó la Visita General del Perú ordenada por el virrey Francisco de Toledo donde se alude a la población de Pica y Loa: «Junto a la visita se efectuó el proceso de reducción de la población en los pueblos de San Andrés de Pica y Loa» (Hidalgo, 2000: 52). A diferencia de las localidades anteriores, donde la influencia incaica sólo ha sido probada a través de ofrendas cerámicas en cementerios, en Tarapacá Viejo el proceso reduccional habría sido totalmente distinto, ya que el supuesto pueblo de Indios fue aparentemente trazado sobre un asentamiento previo de carácter Inca-local (Núñez, P., 1984), situación que no ha sido documentada en las reducciones andinas con frecuencia (Cfr. Durston 1994). Esta es una buena razón para cuestionar preliminarmente la asignación de Tarapacá Viejo como un asentamiento edificado enteramente por los españoles (Núñez, P. 1984), no obstante, no descarta que éstos hayan aprovechado su infraestructura para reacomodar su dominio en el valle de Tarapacá.

Figura 2. Croquis sin escala de Tarapacá Viejo, incluye posición de petroglifos (Adán y Urbina 2005).

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IV. Arquitectura de Tarapacá Viejo Las investigaciones arqueológicas efectuadas en la quebrada de Tarapacá han constituido una suerte de modelo de las ocupaciones tardías en esta región. Los siglos inmediatamente previos a la invasión hispana han sido estudiados básicamente en el tramo inferior, entre Huarasiña y San Lorenzo, donde Patricio Núñez identifica las aldeas tardías Tarapacá-13, 13a, 15, 16, 44 y Tarapacá 49 o Tarapacá Viejo (Núñez, P., 1983). Ello permitió la definición de una completa secuencia ocupacional desde el período Intermedio Tardío hasta el Hispano-Indígena (Núñez L., 1979; Núñez P., 1983 y 1984). De acuerdo a esto Schiappacasse y colaboradores (1989: 203) señalan: … los núcleos de población más importantes se constituyeron tanto en el altiplano como en las quebradas y oasis del plano inclinado precordillerano. Tarapacá es la quebrada más importante y la que ha recibido una atención más sistemática de parte de los arqueólogos y debiera reflejar los acontecimientos ocurridos en toda ellas. De acuerdo a Núñez (1979) la ocupación tardía de la quebrada ocurre posterior al abandono de Caserones, hacia el 900 DC, registrándose nuevas aldeas en el sector de Huarasiña que aprovecharían nuevas vertientes y mayores tierras agrícolas. Se trataría de una ocupación «aguas arriba» acompañada de un planeamiento aldeano. De acuerdo al autor la proliferación aldeana en la quebrada de Tarapacá tiene directa relación con el control del agua, que requeriría cierta concentración del poder y una eficiente organización del trabajo productivo entre tierras bajas y altas. Al respecto puede considerarse que: …el auge de esta expansión aldeana es parte de un complejo sistema de riego canalizado manejado por autoridades locales, que debieron organizar el circuito de riego dependientes de las jerarquías de tierras altas, donde esta misma quebrada asciende hacia los prestigiosos asentamientos tardíos establecidos en Chiapa, Sibaya, Guaviña, etc.» (Núñez 1979: 175). Las ocupaciones más tardías se establecerían en el sector entre San Lorenzo y Pachica, con el propósito de ampliar áreas de terraceo agrícola y el establecimiento de un patrón aldeano sobre ocupaciones precedentes (Núñez, L., 1979: 175). Tarapacá Viejo o Tr-49 ha sido objeto de diversas investigaciones y es referido en numerosas publicaciones sobre la emergencia aldeana y la complejidad social de las quebradas

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tarapaqueñas durante los períodos tardíos. De acuerdo a P. Núñez (1984: 60) durante los períodos alfareros tardíos la quebrada de Tarapacá estaría organizada en ayllus distribuidos en aldeas y conglomerados aldeanos menores. Los dos poblados principales, entre los que se dispersarían asentamientos más pequeños, serían Pachica, aguas arriba, y Tarapacá Viejo, este último sin lugar a dudas el asentamiento más importante de la quebrada. Hacia el fin de la era prehispánica, los oasis poblados más importantes eran los de Tarapacá y Camiña en el norte, y el complejo agrícola Pica-Matilla-Quisma en el Sur. En esta escala regional, el pueblo de Tarapacá rebautizado por los españoles como San Lorenzo de Tarapacá, y el de San Andrés de Pica, fueron junto con el mineral de plata de San Agustín de Huantajaya los centros básicos del poder español en este territorio desértico y hostil. Es increíble que alrededor de 200 años después, en la revisita de 1753 efectuada por Joaquín Javier de Cárdenas se documente la continuidad de un modelo regional de asentamiento jerarquizado en la quebrada de Tarapacá y se refiera aún a su principal asentamiento de tierras bajas, Tarapacá Viejo. It is known that the chieftainship of Tarapacá included the towns of Tarapacá [Viejo], Guaviña, Mamiña, Macaya and Noaza; That of Camiña included Camiña, Chiapa, Sotoca, Isluga, Cariquima and Miñimiñi. Sibaya included the towns of Sibaya, Umagama, Sipisa, Mocha and Guasquiña (Hidalgo, 1986: 88) Más allá de su antigüedad, que resulta ser un tema resolver en excavaciones estratigráficas, el problema central respecto al trazado de Tarapacá Viejo, hoy visible en superficie, corresponde a la validez de la hipótesis de Patricio Núñez (1984: 53, 56 y 64) la cual plantea que el diseño del asentamiento correspondería a un típico plan urbanístico hispano con una programación de damero clásica, aunque construido para ser habitado por población indígena al modo de los «pueblos de indios». Según su descripción, la aldea ocuparía una superficie aproximada de 3 hectáreas en la que se distribuirían 15 manzanas en torno a una calle principal de 4, 10 m de ancho, o 5 varas castellanas, y a calles perpendiculares a esta última de 2,65 m de ancho, o 3 varas 1 palmo. Las manzanas presentarían medidas estimadas de 40 x 50 m y se encontrarían subdivididas en dos mitades (Núñez, P., 1984: 55). Excavaciones practicadas en el vértice de una de estas manzanas, la H, permitió la identificación de 5 fases ocupacionales y constructivas, las cuales son

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datadas sólo referencialmente. La Fase 1 representaría la ocupación preincaica; en el sitio se evidencian silos de piedra que podrían corresponder a influencias altiplánicas. De igual manera supone que tanto las comunidades locales, Pacajes e Incas habrían ejercido dominio sobre el sitio durante esta fase, sin embargo éstas no implicarían cambios arquitectónicos detectados hasta el momento. La Fase II correspondería a la aldea ortogonal del Período Hispano-Colonial Temprano (segunda mitad s. XVI) convirtiéndose en un ‘Pueblo de Indios’. Para la construcción de este pueblo se habría destruido la aldea previa y la construcción se realiza mientras ésta aún era habitada. El nuevo trazado sería producto de «una nueva concepción del habitar, la cual no pudo ser producto indígena, sino de una nueva ideología que tenía estatuido un sistema para fundar pueblos y organizar a los indios: nos referimos a los españoles» (Núñez, P., 1984: 56). Para la fase III, correspondiente a la segunda ocupación del período Hispano-Colonial temprano, se infiere una remodelación del espacio habitable a fin de proporcionar «mayor confort» a sus ocupantes. Rasgos arquitectónicos relevados son la mayor amplitud de los espacios y el empleo de paja de trigo para las techumbres. Esta fase de remodelación estaría vinculada con la necesidad de incrementar la producción agrícola en virtud de la demanda generada por importantes centros mineros como Potosí y Huantajaya. La fase IV, o tercera ocupación del período Hispano-Colonial Medio, estaría documentada por un mayor descuido en la mantención de las superficies de los recintos, seguramente producido por un proceso de abandono de la aldea. En la última fase se registra el abandono total de la aldea previo desmantelamiento de bienes aún útiles como las vigas. Éstas habrían sido empleadas en la construcción del actual pueblo de San Lorenzo de Tarapacá, levantado inmediatamente en la margen norte del río. Dos hipótesis se manejan para explicar la completa desocupación del asentamiento; un gran aluvión que habría cubierto la aldea y el impacto de una epidemia ocurrido en 1717 (Núñez, P., 1984: 60). Una opinión levemente divergente postula Lautaro Núñez (1979: 198) definiendo el sitio como un complejo urbanístico correspondiente a las últimas poblaciones pre-incas de la quebrada de Tarapacá, remodelado con posterioridad por un patrón Inca-Administrativo y otro Europeo-Español. En el período alfarero tardío, inmediatamente preincaico, San Lorenzo constituiría el centro sociopolítico en el que se administrarían excedentes y poblaciones. Allí, «…los señores de la que-

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brada se han concentrado a conducir el área en términos productivos y litúrgicos» (Op. cit.: 176). A este escenario llegarían funcionarios incaicos quienes remodelarían la aldea en conjunto con la población local. De acuerdo al investigador «…la acumulación de excedentes transportables afianzó una riqueza señorial creciente, tanto así que los funcionarios incaicos establecen su hegemonía local en el mismo lugar en que se había centralizado el manejo global del área (Tarapacá Viejo)» (Op. cit.: 177). En un estudio reciente dentro del perímetro edificado de la aldea, Adán y Urbina (2005) contabilizan 108 estructuras entre las que se incluyen grandes canchas subdivididas en mitades (recintos 30/31, 64/69, 18/20, y 43/45), canchas edificadas con diversas organizaciones internas (recintos 42, 11, 34 y 3), y estructuras interiores (recintos 13, 14, 15, 16 y 17). La forma de los recintos reproduce un claro planeamiento ortogonal, con estructuras de planta rectangular y subrectangular en un 96%, mientras que las plantas cuadrangulares y subcuadrangulares abarcan el 4% restante. Respecto del tamaño de los recintos se distinguen dos rangos dominantes, al modo de una distribución bimodal, entre los 20 y 40% y aquellas de más de un 60%, ambas con un 40% de frecuencia. Los recintos pequeños son inexistentes y sólo se observa un 12% para los tamaños comprendidos entre el 10 y el 20%. Una visión con mayor detalle de la planta les permite identificar dos patrones de estructuras compuestas. La primera de ellas al SW se encuentra definida por canchas3 subdivididas en mitades por muros dobles continuos. El acceso a estas canchas se produce por vanos desde las diferentes vías de circulación. Adosados a los muros NE y SE, se edificaron estructuras de 20 a 30 m2. El segundo tipo de patrón de estructura compuesta, en la sección NE del yacimiento, lo configuran canchas sin las subdivisiones en mitades de las estructuras previas y con complejas subdivisiones internas, muchas de ellas en bastante mal estado de conservación. Respecto del uso/función de estas estructuras es difícil formular aseveraciones concluyentes considerando el actual estado de conservación del asentamiento, con mucho relleno, y sin contar con excavaciones detalladas de los diferentes conjuntos. Con todo, identificamos al menos tres clases de recintos. En primer lugar las canchas que las entendemos como espacios de uso público y comunal, quizá familiar en las del segundo tipo, con la probable ocurrencia de actividades domésticas como rituales. En segundo lugar las estructuras menores, seguramente de uso habitacional y doméstico en ge-

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neral. Por último, los espacios entre-recintos algunos de ellos claramente usados como basureros (Adán y Urbina 2005). En el extremo SW del yacimiento, aquel donde se encuentran las canchas subdivididas, registramos para la cancha S (recintos 30/31) medidas de 50 x 36 m, mientras que para la cancha N (recintos 64/69), observamos un largo mayor cercano a los 62 m, aunque no es posible determinar si es la longitud final por la alteración que presenta la planta en este sector. Existen variaciones significativas en el tamaño, lo cual coincide con la definición de la naturaleza del trazado ortogonal en sitios incaicos. Las vías de circulación son un elemento notable del asentamiento. Identificamos los caminos longitudinales, el primero de ellos más al S acotado por las canchas y por un muro de contención, y el central. Ambos presentan una orientación clásicamente cuzqueña de 60° (Cfr. Hyslop, 1990: 225, 236), y un ancho entre los 4.0 m y los 4.2 m. Las calles transversales orientadas 335°, presentan anchos variables de 4,2 m, 3,9 m, 2,7 m y 3,85 m. Las características de los muros son igualmente elocuentes en relevar rasgos arquitectónicos tardíos, es decir incásicos, como el muro doble con relleno con un 75% de frecuencia y el claro uso de revoque de barro que se mantiene en las estructuras 35, 36, 37 y 38, visibles por las excavaciones practicadas con anterioridad. Los autores (Adán y Urbina 2005), coincide con Lautaro Núñez (1979) en relevar el papel fundamental que debió jugar Tarapacá Viejo en el sistema de asentamiento tardío de la quebrada de Tarapacá. No obstante, de acuerdo a los atributos arquitectónicos que sistematizan, y a los estudios clásicos sobre arquitectura incásica, afirman que Tarapacá Viejo reproduce con claridad el característico plan ortogonal incaico (Hyslop 1990: 192-202), y la orientación de las calles principales en 60º es igualmente un principio relevante y funcional al diseño imperial. Para ello se apoyan en la clasificación arquitectónica realizada por Hyslop respecto a la planificación incaica de sus asentamientos: The inka orthogonal plan is characterized by streets that cross perpendicularly or nearly so. The streets may be exactly parallel but generally are not. They need not be separated by equal distances. The blocks or units formed by the streets are often rectangular or somewhat rhomboidal. The result is a patchwork of rhomboidal units, which sometimes appear similar to an irregular grid. Inka orthogonal patterns adjust to topographic variations, but are generally

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found on flat or sloping terrain, where major adjustments are not necessary (Hyslop, 1990: 192). Tarapacá Viejo, tal como ha sido propuesto y aunque no es del todo evidente, pudo ser afectado por el trazado en damero hispano (Núñez, P., 1984), sin embargo es sumamente extraña la ausencia de la plaza central despejada y de los edificios públicos como la iglesia asociada. Tomemos un sitio muy similar en términos de diseño urbano, Torata Alta localizado en el departamento de Moquegua, Perú, en un contexto serrano a más de 3.000 metros de altitud (Van Buren et al., 1993). Según Hyslop, este sitio junto a Chucuito son los casos de planeamiento ortogonal urbano más meridionales (Hyslop, 1990: 197), razón por la que Tarapacá Viejo se constituye en un sitio fundamental para comprender la ocupación de la quebrada sino también en un ámbito macroregional. La sección preservada en Torata comprende 24 cuadras o canchas rectangulares en un patrón reticulado al modo de lo observado en Tarapacá. Cada cancha es circundada por un muro bajo y en su interior poseen 8 unidades residenciales también de planta rectangular. Hacia el sur, área en que se identifica una plaza, se distingue la planta de una estructura rectangular que se piensa fue una iglesia (Van Buren et al., 1993: 137), rasgos que como ya hemos comentado están ausentes en Tarapacá. En consecuencia y como refieren Adán y Urbina en su estudio arquitectónico (2005) la ocupación incaica de Tarapacá Viejo se asentaría sobre una ocupación del período Intermedio Tardío que viene a reforzar la valoración del área de emplazamiento por parte de las políticas cuzqueñas. Se repite, por otra parte, una práctica ya registrada en el sitio Pucara de Turi (Gallardo et al. 1995) con el derrumbe de estructuras al modo de silos, bajo los nuevo muros incaicos. De esta manera Tarapacá Viejo constituiría hasta el momento, el asentamiento más meridional con planeamiento ortogonal incásico. Como destacan Hyslop (1990) y Van Buren et al. (1993) si bien existen elementos comunes en el diseño urbano hispano e incaico, existen algunos otros que permiten la diferenciación de las plantas. Tarapacá Viejo presenta un trazado ortogonal irregular -en comparación a los hispanos-, con diferencias en el tamaño de las canchas y de las calles. Adicionalmente, el plan se adapta a la topografía local, constituyendo un sector más elevado en las canchas sur desde donde se comunica al sector de petroglifos integrados en la constitución del asentamiento (Vilches y Cabello 2004). La ausencia de una plaza central como de alguna iglesia

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son también argumentos que hacen difícil concebir el sitio como hispano en su trazado. Durston (1994: 7073) al respecto establece que en los pueblos de indios, inclusive, la presencia de la iglesia suele ser mayor que en los centros españoles en consideración al papel evangelizador de estas instalaciones. Otro elemento que hace aún más significativa la impronta incaica es la clara orientación de las calles en 60º y 70º tal como se ha destacado para otros asentamientos (Hyslop 1990: 225, 236). La lectura que Van Buren y colaboradores (1993), hacen de los textos de Patricio Núñez 1984, recoge los énfasis de este último, que hemos discutido a la luz de los antecedentes que hemos recogido en terreno. Núñez (1983, 1984), no obstante, está completamente en lo cierto al definir una ocupación hispana la que sin embargo parece ser más bien una encomienda (Adán y Urbina 2005), lo que significa que dicha población era sometida sin la necesidad de ser reducida en un nuevo asentamiento.

V. Tarapacá desde la etnohistoria La primera referencia de Tarapacá es entregada por el cronista Gerónimo de Vivar, el cual señala que es valle «de fertil bastimento» y que los ríos que riegan los valles son producto del deshielo de las nieves cordilleranas y los naturales tienen aviertas muchas acequias de donde rriegan sus sementeras» (Vivar 1979:12). Es interesante que la descripción geográfica del cronista, considera a Tarapacá como una Provincia que incluye el borde occidental del Pueblo antiguo, la pampa del Tamarugal y la región entera, y no solo la quebrada y el pueblo de Tarapacá (Odone 1994). Desde el Cuzco, Tarapacá fuera señalada, en cambio, como una región desértica, pobre e innecesaria de conquistar por parte de los Incas, ocultamiento que puede ser atribuido tanto a los primeros cronistas como a los propios Incas (Rowe 1985). Por el contrario, según Núñez (1984: 60) al momento de la conquista inca, la población de la quebrada estaba organizada en ayllus, aldeas unidas por lazos parentales de poco más de cien habitantes cada uno, quienes probablemente opusieron resistencia a la invasión, ya que luego fueron desplazados a los valles de Sama, Locumba y Tacna unos 640 mitimaes (¿unidades domésticas?), en total, unas 2.797 personas (Larraín, 1975). Durante el Tawantinsuyo, Tarapacá Viejo fue la aldea prehispánica más importante de la quebrada, y creemos que esta no fue destruida ni reemplazada por un nuevo asentamiento español sobre ella, es decir que no se construyó allí el

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pueblo de indios hacia la segunda mitad del siglo XVI como señala P. Núñez (1984) y que en su gran mayoría el plan urbanístico incaico en superficie se mantuvo siendo abandonado al comienzo del siglo XVIII debido a un aluvión o una epidemia que habría obligado a los habitantes a desplazarse a la ribera norte del río y funder el actual pueblo de San Lorenzo (Núñez, P., 1984). Los alcances de este ensayo, en segundo lugar, contrastan con la propuesta de Llagostera (1976), porque prácticamente no se han realizado investigaciones etnohistóricas sistemáticas que apunten a ratificar o discutir la pertinencia de su modelo de dominio incaico indirecto en Tarapacá. Sólo se cuenta con algunas referencias generales, tales como la presencia de colonias o «mitimaes» Carangas ubicados en las cabeceras de los valles de Arica y Tarapacá y dedicados al cultivo de maíz (Maurtúa 1906, T. III: 175 – 176). Otros antecedentes aislados provienen del cronista Vivar, que menciona la presencia de contingentes militares Chichas que habrían salido al paso de la expedición de Pedro de Valdivia en su recorrido entre el «valle de Tarapacá» y la «provincia de Atacama» (Vivar 1988: 19). Gerónimo de Vivar, al relatar el viaje a Chile de Valdivia, también describe la provincia y señaliza la presencia de grupos con el nombre de Picas y Guatacóndores, quienes habrían alertado a los Atacama de la presencia hispana. Por otra parte y a pesar de las prácticas demarcatorias españolas, en la segunda mitad del siglo XVII, Odone (1994) ha documentado una persistente movilidad hacia la región de Tarapacá de poblaciones provenientes de los corregimientos de Lípez, Carangas, Pacajes, y en menor medida de Quillacas y de Atacama, dedicadas no sólo a labores relacionadas con o condicionadas por- las exigencias tributarias españolas, sino también ocupando y explotando directamente espacios con recursos agrícolas y ganaderos. Según sintetiza Jorge Hidalgo en su tesis doctoral (1986: 24-26), la población de habla: … aymara en Arica y Tarapacá, agrupados en señoríos o cacicazgos, así como pescadores de la misma área, se pueden estimar en 1540 en base a los títulos tempranos de encomienda, en unos 5.000 aymaras y 600 o 700 changos, aunque habrían llegado a cerca de 9.000 personas antes de los traslados como mitimaes a que los obligó la dominación inca (Larraín 1975). Según informa a la corte Francisco de Pizarro hacia 1538, la provincia de Tarapacá tenía por sus habitantes al:

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Cacique de Tarapacá, cuyo nombre es Sanga, incluyendo a los pescadores de la costa. Hay pueblos llamados Pachica, Pinchuca y Guaviña, los que están en el valle de Cato, bajo el cacique Opo. En el valle de Carvisa [Camiña] está la aldea de Camiña, donde estàn los caciques Ayvire y Taucari. Hay otro pueblo llamado Comagnate bajo Ayvire; otro pueblo, Diapayo [pueblo de Chiapa], Bajo el cacique Chuqui-Chambi, con 900 indios (Pizarro Cit. en Bollaert, 1975: 464). Hidalgo aporta más información al respecto dibujando un complejo panorama interétnico y distintas zonas de asentamientos utilizadas, relaciones intercomunitarias y autoridades presentes en cada localidad: In Tarapacá Lucas Martínez received 900 tributary Indians whose ethnics links are unknown. The town of Tarapacá was under the cacique Tusca Sanga, who also had fisherman, wich suggest that he dominate the lower valley. The higher part of the valley was under the cacique Opo, who ruled the towns of Pachica, Puchurca (Pachuca) and Guaviña. The valley of Camiña (Carbiesa) also had two rulers, Ayavire and Tacauri. The town of Chiapa (Chupaya) in the Aroma valley was ruled in 1540 by Chuqui Chambi, and in 1642 it was ruled by Chuqui Chambe, indicating a continuation of the local Aymara lineage. The seat of the chief, Ayavile, who ruled Omaguata, remains to be resolved: either it was the town of Usmagama in Tarapacá valley, or it could have been island of the cacique of Camiña, if Ayavile is identified with Ayavire: or it could have been the town of Humagata in the upper Azapa valley, which would be in this case a colony of the caciques of Tarapacá. Juan Van Kessel […] reconstructs the pre-Columbian, pre-Inca political map of Tarapacá. There were three principal towns, each with a vertical archipiélago interspersed: Tarapacá, Sibaya and Cariquima […] the mitimaes of Tarapacá in Tacna were the result of an Inca policy involving massive transfers of population for economics and political reasons, leading to pacification (Hidalgo, 1986: 24-26) Por otra parte, Pedro de la Gasca, enviado a sofocar la rebelión de Gonzalo Pizarro y los encomenderos, continuó con ellas, recabando información y esta vez comparando el «tributo» entregado al Tawantinsuyu y el que imponía la corona española. A pesar de que estas visitas se suceden durante el siglo XVI, es muy poca la información que se posee sobre las zonas marginales

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de la costa entre Arequipa y Tarapacá (Pease, 1978:60). Durante el siglo XVI los territorios de Tarapacá formaron parte de la jurisdicción de la Audiencia de Lima, solo entre los años 1559 hasta 1573, quedaron bajo la jurisdicción de la Audiencia de Charcas. En términos administrativos, los territorios tarapaqueños formaron parte del Corregimiento de Arica, establecido en 1565. Esta institución estaba dividida en los Tenientazgos de Locumba, el de Tacna, que incluía los territorios de Arica, y por último, el Tenientazgo de Tarapacá para los valles de Tarapacá y Pica (Larraín, 1975). La mayor fuente de información sobre Tarapacá en los primeros años de la colonia, surge de la encomienda que le fuera concedida a Lucas Martínez Vegazo, quién recibe 1537 indios tributarios distribuidos entre mitmas residentes en Arequipa y habitantes de Ilo, Azapa, Lluta y Tarapacá. Pronto la minería se transformó en la principal actividad de Lucas Martínez, y las minas de Tarapacá lo convirtieron en una de las personas más ricas del Perú. Años más tarde, el factor de Potosí Lozano Machuca sigue destacando la importancia de las minas de Tarapacá y en carta al virrey de 1581 (Cit. en Martínez, 1992) comunica que: …en el término y contorno de Tarapacá, que es desde el puerto de Pisagua y Hiquehique, donde hay indios uros pescadores, hasta el puerto de Loa, hay muchas minas de plata y oro, cobre y plomo, alumbre (aceche, caparrosa) y otros metales. Y el Inca pretendió echar el río de Mauri, que es en la cordillera, al valle del algarrobal, que es junto a Tarapacá, y cinco leguas del cerro que llaman Asino, donde labró el Inca y Lucas Martínez Begasso y Pedro Sande ha labrado y vistolo por vista de ojos, y este río intentó el Inca echarlo al algarrobal dicho y para ello rompió siete leguas de tierra y lo dejó como entraron los españoles en la tierra, y faltara por romper una cuarto de legua de la cordillera, que se podrá romper y abrir con costa de seis mil pesos ensayados y sería de muy grande efecto echar este río para cultivar las minas porque son muy ricas y es tierra fértil y abundante de comida, y si se echase este río se podrían poblar dos o tres pueblo de españoles y reducir los indios de aquel distrito, porque aunque se mandaron reducir en la visita general no están todos reducidos, que están ocultos, y por ser tierra tan poco hollada de españoles no se han descubierto grandes riquezas que el Inca labraba en ella. Y el repartimiento de los herederos de Lucas Martín Begasso es juris-

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dicción de la ciudad de Arequipa y tendrá como dos mil indio aymares (sic) y más de mil indios uros pescadores en el dicho distrito. Como ya señalamos, se estima que hacia 1540 había en Tarapacá 900 indios tributarios de la encomienda de Martínez de Vegaso, y un total de 4.644 habitantes (Larraín, 1975). En Agosto de 1541 compró ocho negros, dos de ellos con oficio, oficiales de fundir y afinar plata, así como expertos en la confección de hornos. La encomienda de Martínez Vegazo era clave para la conquista de Chile, y es así que proveyó de caballos y bastimentos a Almagro en su viaje, y luego Valdivia, dispuso de amplios recursos entregados por el encomendero para sus propósitos en Chile. En 1548 Martínez Vegazo fue despojado de la encomienda y desterrado de Indias por haber participado de la rebelión de los encomenderos liderada por Gonzalo Pizarro. Fue entregada a Jerónimo de Villegas, quien continuó su explotación de manera similar a su antecesor. Dispuso de un mayordomo principal que supervisaba la explotación de ocho chacras o granjas sobre las que Villegas tenía títulos legales. Otro mayordomo residía en Tarapacá (Viejo), la principal aldea indígena, cobrando tributos, comerciando con los indios y vendiendo provisiones a los viajeros en la posada o tambo de Tarapacá. Una vez al año el mayordomo de Tarapacá conducía un grupo de indios en un viaje de 250 millas hasta Potosí para vender productos. Un minero español trabajaba las minas de plata cerca de Tarapacá, con ayuda de algunos veinte esclavos negros de Villegas, que incluía herreros y refinadores de plata. También se preocupó de cumplir con la obligación de adoctrinar a los naturales, para cuyo efecto mantuvo uno o dos sacerdotes en la encomienda. Al morir Villegas en 1555, y luego de un litigio de dos años, la encomienda le fue devuelta a Lucas Martínez Vegazo (Villalobos, 1979). Por esos años se produjo la incorporación del repartimiento de Pica a la encomienda de Martínez Vegazo, por medio de la permuta que éste realizó con Juan de Castro, quién recibió a cambió la de Cochuna, cercana a Arequipa y a sus intereses más próximos. Lucas Martínez estuvo en posesión de su encomienda hasta su muerte en 1567. Las indagaciones que encargara La Gasca sobre curacas, pueblo y tributarios, logró establecer hacia 1550 la tasa de tributo de todas las encomiendas del Perú. Hacia 1565 el cumplimiento de la tasa era irregular; el pago de dinero sustituyó la tributación de productos. El tributo cobrado era comercializado al exterior de la encomienda. La ropa, el ají,

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el pescado seco y el trigo eran destinados a la exportación. El maíz, frijoles, papas, gallinas y huevos eran para el consumo interno. La organización de Martínez Vegazo, comprendía un mayordomo principal y trabajadores españoles para la administración de la encomienda y el mantenimiento de los barcos, curacas y yanaconas a quienes se les había cedido tierras para incentivar la producción agrícola, operaciones de compra-venta de productos ajenos al tributo, los esclavos negros y ganado europeo. Parte del patrimonio de la encomienda era destinado a pagar los costos del adoctrinamiento de los indígenas (Trelles 1991). El funcionamiento de la doctrina de Tarapacá que contenía el curato del mismo nombre, atendía los 29 «pueblos» de indios que se mencionan para este sector durante 1571, siendo los principales Tarapacá y Camiña, cuyas advocaciones eran San Lorenzo Mártir y Santo Tomás respectivamente. A estos encomenderos que no habitaban en su encomienda pronto siguieron los colonizadores, que llegaron a ocupar los mejores suelos y climas más gratos, primero en Pica, luego Tarapacá y Camiña. Para estimular la colonización en estas regiones tan remotas, el virrey García Hurtado de Mendoza dispuso un mandato real en 1591, para que Charcas y la costa tuvieran una población española más numerosa y que esta se aplicara a la viticultura. Esta política de colonización desde fines del siglo XVI, produjo en Pica una producción de 375.000 litros de vino anuales, los que eran exportados a Charcas, Potosí, Arequipa, y hasta Lima. En las quebradas de Tarapacá y Camiña, los colonos se dedicaron al cultivo de maíz y trigo. A comienzos del siglo XVII, Tarapacá constituye un territorio productivo de incalculable valor económico. El Carmelita Vásquez de Espinosa precisamente describe esta situación excepcional del valle: … tienen a 40 leguas al sur [de Arica] los valles de Tarapacá, y Pica ricos de trigo, maíz, vinos, y mucho pescado, y se les puede agregar la provincia de Atacama que esta en la costa hasta el referido valles de Moquegua, en este distrito pone el corregidor de Arica 4 tenientes, uno en los valles de Locumba, y Sama, otro en Tatacaná, otro en los altos de los pueblos referidos, y otro en los valles de Tarapacá, y Pica…» (Vásquez de Espinosa 1986: 120, foj. 1416). Respecto de las riquezas mineras agrega: Hay en esta una rica mina, que es el remedio de todos; y muchos han enriquecido con ella, y su trato; y es que en esta tierra todo el trigo, maíz, y demás cosas que se siembran, para que produz-

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can con fertilidad, y ventaja las guanean, que es lo mismo que estercolar, antes de sembrar, y después de sembrado; y es que 40 leguas de esta ciudad, cerca de Tarapacá a vista de tierra esta un islote pequeño, adonde van muchas fragatas a cargar de la tierra del dicho islote, que es amarilla, algo blanquizca, y olor del marisco, a la cual llaman guano… (Vásquez de Espinosa 1986: 121-122, foj. 1418). También refiere al potencial pesquero y alimenticio de la zona costera Sin el asucar conservas, pescado fresco, que se coge en los rrios comarcanos, y en el seco, que se lleua alguno de Arica, y en gran Cantidad de Atacama Tarapacá, y otras partes, que es en gran Cantidad el consumo, que todo se haze en esta babilonia» (Vásquez de Espinosa 1948: 587, foj. 1665) Dicha noción de territorialidad y espacialidad colonial impuesta es evidente en el éxito que tuvo la reforma Toledana de 1571. Los espacios han sido jerarquizados de manera que pueden ser ampliamente referidos ubicados en el plano espacial y topográfico, el cual incluye un orden administrativo y eclesiástico: Y porque el Obispado de Arequipa tiene grañidísima jurisdicción, pues por los llanos de la costa al mar, desde el valle de Hacari, que dista de Arequipa al norte 70 leguas [por donde confina con el Arzobispado de Lima], hasta el valle de Pica y Tarapacá al sur [12 leguas], que es lo ultimo de la jurisdicción de Arica… (Vásquez de Espinosa 1948: 477, foj. 1410). Una mirada más amplia es posible bajo este modelo macro-espacial impuesto por la administración hispana: En esta pruincia está la otra laguna, que procede de la de Chuchito, que llaman de Paria, o Aullagas, a la que no se le conoce desaguadero ninguno, aunque se tiene por cierto, que unos ojos de agua, de que se originan los Rios que salen a los valles de Tarapacá, y Pica resultan de esta Laguna» (Vásquez de Espinosa 1948: 471, foj. 1634). De lo anterior es posible interpretar que Tarapacá, la provincia entera con sus distintos valles, franja costera y tierras altas, mantenía junto con una importante riqueza que podía ser potencialmente explotada, un importante número de población dedicada a diversas tareas económicas que al Incanato primero y al Virreinato luego atrajeron mucho. A comienzos del siglo XVII, las

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doctrinas de Tarapacá y Pica poseían el mayor numero de tributarios (950) que aportaban al tributo impuesto en plata dentro del Corregimiento de Arica. Mientras Arica y Lluta poseían 65 tributarios, Tacama mantenía 525, Hilabaya 166 e Hilo 50 tributarios (Vásquez de Espinosa 1948: 657, foj. 1863). Lo anterior puede estar aludiendo a la importancia minera de los valles tarapaqueños y su prolífera explotación argentífera especialmente en Huantajaya, así como a la densificación producida en los valles con ocupantes de tierras bajas y altas. Será necesario evaluar y verificar en un estudio dirigido si pudo ocurrir un tipo de verticalidad invertida o donde el centro primario se encontrara en las tierras bajas, con centro en Tarapacá Viejo, debido a su particular configuración hídrica, concentración poblacional y riquezas mineras ubicadas en las tierras bajas (p.ej. Mocha o Huantajaya), mientras los centros secundarios en los principales valles maiceros entre los 2.400 msnm y los 3.200 msnm, y los centros terciarios a alturas variables entre la costa, las quebradas y el altiplano actuarían como terminales de dicho sistema. Este último punto esta refrendado sólo en parte en las cartas de reclamos en poder de los caciques de tierras bajas e Isluga citadas en Larraín (1975: 276-280), en la cual se deja entrever que las jurisdicciones del altiplano dependían de las autoridades de los valles. No obstante, asentamientos como Camiña y Nama, que ostentan los mayores tamaños de la región (alrededor de 600 recintos aglutinados en superficies de 3 y 5 hectáreas respectivamente) y que corresponderían a los centros secundarios en el modelo de Hidalgo y Durston (2004), presentan arquitectura emblemática de origen altiplánico en sus inmediaciones, como las chullpas de adobe, situación que sería compartida por toda la sierra de Arica hasta el citado valle de Camiña como límite Meridional. Dos situaciones remanentes quedan por dilucidar en una arqueología colonial futura, y cuyas fuentes de origen son precisamente la documentación hispana. La primera es la transferencia o traslado de 600 mitimaes o unidades domésticas desde Tarapacá a Tacna durante la administración de Tuscasanga (Tusca Inga?). La segunda interrogante se deriva de la anterior: ¿pudo ser Tarapacá Viejo un asentamiento Inca de carácter administrativo, sobre-impuesto a un antiguo asentamiento local y su máxima autoridad no sólo un cacique de alta jerarquía dentro de la organización político territorial de la quebrada, sino un funcionario colocado o impuesto por el Tawantinsuyo en el valle dentro de una concepción/construcción provincial de este territorio?

Simposio Arqueología, Antropología e Historia 2005

Agradecimientos A Mauricio Uribe, Leonor Adán, Carolina Agüero, Flora Vilches y Cora Moragas por permitirme ser parte del Proyecto Fondecyt 1030923. A la Dirección Museológica de la Universidad Austral y Francisca Pobrete que posibilitaron en total medida la realización de este encuentro interdisciplinario en el marco del VI Congreso de Antropología Chilena. A Victoria Castro y Leonor Adán por el constante incentivo en el estudio de la arquitectura prehispánica del Norte Grande de Chile. A la comunidad de San Lorenzo de Tarapacá por su incondicional apoyo.

Notas 1

Investigación realizada con el apoyo del Proyecto Fondecyt 1030923: Complejo cultural Pica-Tarapacá propuestas para una arqueología de las sociedades de Los Andes Centro-Sur. (1000-1540 d.C.). Investigador Responsable Mauricio Uribe R. 2 Esta perspectiva se nutre y es tributaria de los trabajos etnohistóricos de Murra (2002) sobre historia colonial de los Andes Centro Sur y, en un plano más general, de los trabajos de Braudel (1984) sobre Civilización y Capitalismo (s. XV y XVIII). De ambos rescatamos el desarrollo de estrategias interdisciplinarias, multiplicidad de fuentes e informantes y elaboraciones comprensivas a cerca de la vida material y la vida cotidiana estudiada, la cual pasa a constituir en esta óptica el centro del discurso histórico contemporáneo. 3 Siguiendo a Hyslop (1990: 17) usamos el término cancha para definir la unidad básica de la arquitectura incaica. Se trata de un recinto amplio de planta rectangular en cuyo interior se emplazan tres o más edificaciones en torno a un patio central. El acceso a la cancha suele ser por un vano en el muro que define a la estructura. Fueron usadas para actividades domésticas como también para palacios o templos.

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El «Pueblo de Indios» de Beter The «pueblo de indios» of Beter Flora Vilches* y Cecilia Sanhueza*

Resumen

I. Introducción

Presentamos los antecedentes disponibles para el sitio conocido como «pueblo de indios de Beter», localizado en el ayllu homónimo, 7 km al sur de San Pedro de Atacama. Las hipótesis cronológicas y funcionales para este sitio parten en su mayoría de observaciones oculares en terreno, otorgándole un rango temporal histórico que cubre prácticamente tres siglos. Evaluamos dichas sugerencias a la luz de los antecedentes documentales conocidos para la época y esbozamos un plan de estudio sistemático e interdisciplinario para el asentamiento.

La cuenca del Salar de Atacama presenta evidencias de ocupación humana desde los 10.800 años A.P. Sin embargo, el poblamiento de los oasis de San Pedro de Atacama es mucho más tardío. El asentamiento más temprano corresponde a un sitio habitacional proveniente del actual ayllu de Poconche y se retrotrae al Arcaico Tardío, es decir, a los 4.000 a.C. (Agüero 2007). Entrando al período Formativo, la ocupación humana de los oasis se vuelve mucho más densa y prolongada, extendiéndose hasta tiempos actuales, aunque con ciertas variaciones en el patrón de asentamiento (Llagostera y Costa 1999, Agüero 2005). Dentro de este continuo ocupacional, y frente a la riqueza de la evidencia prehispánica, el período histórico es sin duda uno de los menos estudiados por la arqueología. Prueba de ello son los escasos datos sobre asentamientos posteriores o contemporáneos al momento de contacto hispano-indígena, cuya interpretación se limita a proposiciones de corte hipotético y a la manifestación explícita de la necesidad de desarrollar estudios arqueológicos de mayor profundidad en dichos sitios.

Abstract We present the available background information for the site known as «pueblo de indios de Beter», located in the ayllu of Beter, 7 km south of San Pedro de Atacama. The chronological and functional hypotheses that have been given for this site depart from field visual observations, and they cover an historical span of three centuries. We evaluate those suggestions in the light of documentary sources known for that period and we sketch a plan for a systematic and interdisciplinary study of the settlement.

*

Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo R.P. G. Le Paige, S.J. Universidad Católica del Norte, Casilla 17, Correo San Pedro de Atacama, II Región, Chile. Email: [email protected], [email protected]

2008 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

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Uno de los asentamientos históricos que más ha figurado en la literatura arqueológica es el llamado «Pueblo de Indios de Beter», 7 km al sur de San Pedro de Atacama (Figura 1). Localizado en el actual ayllu homónimo, esta ocupación ha concentrado la atención de los especialistas debido a su gran envergadura así como por presentar una organización espacial que rompe dramáticamente con el patrón de asentamiento disperso propio de tiempos prehispánicos. No obstante, las observaciones sobre el sitio han sido de carácter parcial, pues el asentamiento yace en gran parte bajo la arena acarreada por el viento y, por lo mismo, aún no ha sido objeto de investigaciones arqueológicas focalizadas (Figura 2). Por otro lado, tampoco se han

llevado a cabo estudios etnohistóricos que complementen las hipótesis hasta ahora planteadas desde la arqueología. En este artículo, por lo tanto, presentamos los antecedentes que se manejan para el «Pueblo de Indios» de Beter desde la arqueología, y ofrecemos además una serie de interrogantes que surgen desde el análisis detallado de documentos históricos. En definitiva, sobre la base de los antecedentes disponibles planteamos una estrategia para el estudio en profundidad de este «Pueblo de Indios» que, en la medida que se alimente del trabajo conjunto de la arqueología y la etnohistoria, creemos será de gran riqueza.

g

Figura 2. Vista general de un sector de Beter-1 (Foto: Flora Vilches).

Figura 1. Mapa de los principales ayllus actuales de San Pedro de Atacama (Dibujo Paulina Chávez).

II. El «Pueblo de indios» de Beter en la arqueología atacameña Ya desde fines de la década de 1950, Le Paige se refería a un asentamiento en el ayllu de Beter como «las ruinas de un pueblo entero, actualmente tapado por la arena; construido en ‘tapias’» (Le Paige 1957-58:88), que adscribió a un momento histórico tardío. En efecto, el sacerdote interpretó al pueblo de Beter como un en-

Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

clave de paso obligado para los arrieros que transportaban carga entre la costa y la ciudad de La Paz. Allí los animales encontraban un lugar de descanso y forraje para luego retomar su viaje. Varias décadas más tarde, Núñez describe las ruinas del ayllo de Beter como «habitaciones construidas con adobes de paja de trigo y tapias a la manera española, con ‘manzanas’ y vías de acceso estrechas debidamente programadas además de una capilla, [que] presuponen que Beter fue un

Simposio Arqueología, Antropología e Historia 2009

pueblo de indios» (1992:139). Esta última estructura corresponde a una fotografiada por Le Paige casi dos décadas antes, y que hoy se encuentra cubierta, prácticamente en su integridad, por la arena (Figuras 3 y 4). Núñez la registró en una situación intermedia (Núñez 1992: Fig. 52).

Figura 3. Posible capilla en 1974 (Foto: Gustavo Le Paige).

Figura 4. Posible capilla en la actualidad (Foto: Flora Vilches).

Pese a no realizar excavaciones arqueológicas, Núñez sitúa cronológicamente a Beter entre fines del siglo XVI y XVII, estimando que su fundación pudo llevarse a cabo entre 1590 y 1608. Estas hipótesis se basan, por un lado, en la evidencia documental referida al tratado de paz de 1557 donde los atacameños deponen las armas mediante la celebración de una misa (Núñez 1992:106) y, por otro, en la observación de objetos europeos e indígenas en la superficie del sitio, así como en la magnitud del asentamiento y sus áreas de cultivo. Para Núñez, entonces, Beter pudo corresponder a un pueblo trazado según cánones hispanos aunque habitado por atacameños «reducidos y avasallados por Velázquez Altamirano», el primer corregidor y encomendero de Atacama (Núñez 1992:109), edifica-

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do con posterioridad al tratado de paz. En todo caso, a partir de sus observaciones en terreno le fue posible constatar la incorporación de ganado y trigo europeo así como un plan de canalización que expandió el área de cultivos de los oasis de San Pedro de Atacama hacia el sur. Sólo en 1996, se realizan las primeras aproximaciones sistemáticas al ayllu de Beter –incluyendo el «pueblo de indios»–, en el marco de un proyecto Fondecyt orientado a «evaluar las variaciones en el uso del espacio y de los recursos bióticos y abióticos, en los ambientes áridos del Salar de Atacama» (Marquet et al. 1998:611)1. El ayllu sirvió como caso de estudio en la evaluación de las variaciones en el uso del espacio y de los recursos. Desde el punto de vista de la arqueología, se practicaron excavaciones de sondeo orientadas a determinar «la profundidad cronológica de Beter, la filiación cultural de los grupos que habitaron el lugar, su ámbito espacial de interacción social (redes de intercambio) y los cambios ocurridos en sus modos de vida a través del tiempo» (Marquet et al. 1998:611)2. Además se efectuaron recolecciones superficiales. Sobre la base de la evidencia arqueológica, antropológica y palinológica recopilada en terreno así como de fuentes etnohistóricas, los autores plantearon una secuencia de eventos de interacción hombre-ambiente dividida en tres grandes unidades cronológicas: • Evento prehispánico: representado por los sitios Beter-2, al oeste del pueblo de indios o Beter-1, y Beter-3, al norte de Beter-1, evidencian un clímax ocupacional en el Período Intermedio Tardío. La alta densidad de fragmentos cerámicos en ambos sitios sugiere una ocupación poblacional extensa.3 • Evento hispánico-indígena: corresponde al «pueblo de indios» de patrón arquitectónico español que, basándose en Hidalgo, suponen pudo desarrollarse desde fines del siglo XVII hasta 17701775, es decir un siglo más tarde que la anterior propuesta de Núñez. El trabajo arqueológico permitió dar cuenta de los cambios del sistema indígena al europeo a través de diferentes «innovaciones» (1998:612) en la modificación del paisaje y cultura local: a) presencia de más de 6 grandes hornos para la fundición de metales y eventualmente carbón de leña; b) presencia de basuras de fundición, escorias, municiones, minerales de cobre, moldes, e incluso «obras de orfebrería cívica y religiosa» (Marquet et al.

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1998:612); y c) presencia de paja de trigo en todas las construcciones de adobe y tapiaduras. Además el equipo practicó recolecciones superficiales en el poblado que arrojaron materiales como cuentas de collar de vidrio, cerámica esmaltada, botones metálicos de origen o ancestro europeo, así como restos de aves, caballos, vacunos, frutales y otros cultivos importados.4 • Evento republicano: localizado hacia fines del siglo XVIII, donde se habría abandonado el patrón residencial nucleado propio de Beter-1. De esta manera, los autores proponen que en lo siglos XIX y XX se instaló un patrón de asentamiento disperso con viviendas junto a las tierras de cultivo. Entre finales del s. XIX y mitad del s. XX se habría registrado un auge económico en el área producto del desarrollo minero salitrero que convirtió al ayllu de Beter en un punto de mantención y redistribución de forraje y recursos alimenticios. Más tarde, con posterioridad a la crisis del salitre, la creación del ferrocarril a argentina y la migración a Chuquicamata, gatilló el abandono del ayllo y sus habitantes se trasladan a zonas más cercanas a San Pedro (Marquet et al. 1998). Esta desocupación del lugar sería responsable en parte, del avance de dunas sobre Beter-1 así como de la inminente desertización del sector. Es también a fines de la década de 1990 cuando se realizan los primeros esfuerzos sistemáticos por estudiar el patrón de asentamiento en los oasis de San Pedro de Atacama, tomando en consideración los sitios habitacionales. Llagostera y Costa (1999) son pioneros en ofrecer una tipología de sitios, incluyendo su caracterización ceramológica y cronológica. Para el distrito de Beter detallan 8 sitios que se dividen entre habitacionales estructurados (Beter-1 y Beter-3) y no estructurados (Beter 2, Beter-4, Beter-5, Beter-6, Beter7 y Beter-8). Se deduce que Beter-1 y Beter-3 coinciden con la nomenclatura otorgada por Marquet et al. a dichos sitios, pues el primero es descrito como un extenso complejo arquitectónico, compuesto por unidades simples y complejas, aisladas y asociadas, con habitaciones de plantas rectangulares, patios, callejones y tapiales. Se trata de un sitio construido bajo patrones hispánicos. Hay sectores donde la arquitectura se encuentra expuesta casi en su integridad y en buenas condiciones; en cambio en otros, el deterioro es evidente. En superficie: cerámica, líticos y óseos. El Sitio 3 se encuentra totalmente cubierto por Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

arena, quedando expuestos algunos cabezales de muros en ciertos sectores y, en otros, permanecen bajo dunas. Aparentemente se trata de una gran unidad compleja o de un conjunto aglutinado, con unidades de plantas rectangulares. En superficie: cerámica, líticos y óseos. (1999:17981). De acuerdo a la cerámica registrada en superficie, Beter 3 es asignado a los períodos Intermedio Tardío y Tardío, en tanto Beter-1 es afiliado a los períodos Tardío e Hispánico, aunque sin ahondar en su funcionalidad ni cronología específica. En lo que se refiere a los sitios habitacionales no estructurados, se trataría de ocupaciones al oeste de Beter-1, según lo indica el mapa proporcionado por los autores, correspondientes a «amplias extensiones cubiertas con fragmentos de cerámica, material que ha quedado expuesto en los sectores despejados de arenales y dunas. Además, se encuentran restos líticos en moderada cantidad y muy escaso material perecible (óseos)» (1999:179). Es factible, entonces, que el Beter2 de Marquet y colaboradores sea el mismo de Llagostera y Costa, aunque estos últimos no lo expliciten. En cuanto a la afiliación cronológica definida por el predominio de componentes cerámicos, se ofrecen las siguientes distinciones: Período Temprano/ Medio (Beter-5), Período Medio (Beter-2), Período Medio/Intermedio (Beter 4), Intermedio Tardío/Tardío, (Beter-6, Beter-8) (Llagostera y Costa 1999). Estos sitios, sin duda, enriquecen el contexto ocupacional del ayllu, el cual se advierte como un escenario privilegiado para estudios de continuidad y cambio dada su larga historia cultural. Cabe destacar que a partir del 2003, Carolina Agüero lidera un nuevo proyecto de investigación orientado a la sistematización del registro arqueológico y cronología del Período Formativo en los oasis de San Pedro de Atacama (Agüero et al. 2003). En este contexto realizan prospecciones sistemáticas en los oasis bajos de San Pedro, incluyendo el de Beter, donde registran 38 asentamientos que cubren desde el Período Arcaico Tardío hasta momentos Históricos Etnográficos (Agüero 2005). Esta prospección excluyó los sitios sin componente Formativo conocidos a la fecha, como Beter1. Lamentablemente, los demás sitios reportados por Marquet et al. y Llagostera y Costa no presentan coordenadas geográficas o UTM, razón que impide correlacionarlos con los de Agüero. 5 Describe un «huaqui» histórico probablemente asociado a Beter-1 (02-Be-23). Se trata de un evento discreto que consta

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de grandes fragmentos de cerámica, dos botellas de vidrio y fragmentos de hueso quemados localizados en dunas sobre la rivera este del río San Pedro. Está en un punto en línea entre el cerro Quimal y el volcán Licancabur. Siguiendo con este recuento de antecedentes arqueológicos sobre Beter-1, llegamos a los más recientes y específicos aportes de Ulises Cárdenas (2003), quien presenta al Consejo de Monumentos Nacionales un «Plan de Protección y Valorización del pueblo de indios de Beter». Este proyecto nace del compromiso ambiental voluntario de una empresa turística que proponía un «Turismo de naturaleza en Beter» incluyendo la construcción de un lodge eco-turístico a más 300 mts. al SE de Beter-1.6 Cárdenas pone énfasis en la ausencia de investigaciones sistemáticas para precisar la extensión del asentamiento histórico y, según su estudio preliminar basado en la observación en terreno, indica que sobrepasa los 100.000 m2. Los asentamientos prehispánicos colindantes (Beter 2, Beter 3 y Beter 4 o «melgas» según Marquet et al., a los cuales debemos agregar los identificados por Llagostera y Costa en 1999: Beter 5-8), en tanto, no fueron ni han sido delimitados. Pero volviendo a Beter-1, Cárdenas claramente se basa en la caracterización del sitio hecha por Núñez en 1992, tanto en lo que se refiere a la cronología del sitio (colonial temprano) como a su diseño urbano (patrón nucleado). Cárdenas resalta, a su vez, el precario estado de conservación del asentamiento, el cual está afectado no sólo por agentes naturales (arena) sino que antrópicos (tránsito vehicular, visitas organizadas por agencias turísticas y ocupaciones ocasionales de pastores) por lo que se vuelve imperativo protegerlo. En un estudio arqueobotánico en curso, Cárdenas (2006) sigue profundizando en la comprensión de Beter1 mediante la información etnohistórica y arqueológica. En este trabajo el autor propone formarse una noción sobre el origen, apogeo y abandono del sitio, de manera de auscultar las posibilidades de que un colapso ambiental hubiese impulsado el abandono del asentamiento al igual que en otros escenarios coloniales. Según hipotetiza el autor, dicho colapso habría sido gatillado por la acción conjunta de factores naturales y culturales. Tras analizar muestras arqueobotánicas obtenidas en el proyecto Fondecyt de Marquet y colaboradores, y generar una colección de referencia en 2003, Cárdenas concluye que su hipótesis es correcta por cuanto se pudo constatar el «fracaso del sistema reduccional en Atacama» debido al choque entre pa-

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trones de subsistencia anteriores que impidieron la sedentarización definitiva de la población» (2006:12). El mismo autor, sin embargo, reconoce que futuras excavaciones y controles cronológicos –a lo cual debiéramos agregar análisis de materiales disponibles– permitirán esclarecer las fases ocupacionales que se sucedieron en Beter-1, determinando con cierto margen de seguridad las fechas del apogeo y abandono de la ocupación humana en el sector (Cárdenas 2006:13). En resumen, las variadas hipótesis que se manejan en torno al significado y cronología de Beter-1 parten, casi exclusivamente, de observaciones oculares en terreno. La única excepción es la incursión del equipo de Marquet que, sin embargo, aún no cuenta con un análisis detallado de los materiales recuperados en la superficie del sitio y en los pozos de sondeo. Por otro lado, las hipótesis cronológicas descansan también en conjeturas a partir de un conjunto de datos etnohistóricos no analizados en toda su profundidad. En consecuencia, la siguiente sección contribuirá a sopesar la factibilidad de las hipótesis previamente esbozadas sobre la base de la documentación disponible para la época. Se trata efectivamente de un pueblo de indios?, pudo ser fundado a fines del siglo XVI o pudiera corresponder su origen más bien a fines del siglo XVII?, cuáles son las posibilidades, desde la evidencia documental, de que haya sido un proyecto reduccional fallido?, podría tratarse de un asentamiento republicano exclusivamente?, caben otras posibilidades para su cronología y funcionalidad?

III. El pueblo de Beter desde las fuentes históricas. Primeras discusiones 1. Antecedentes generales Se ha denominado etnohistóricamente «atacamas» a quienes habitaban, en el siglo XVI, principalmente las dos hoyas hidrográficas de la región: la cuenca del salar de Atacama y la del río Loa. Al llegar los españoles denominaron a ambas zonas «Atacama la Grande» y «Atacama la Chica» respectivamente7. La primera parece haber tenido una importancia demográfica bastante mayor que la segunda y, aparentemente también mayor jerarquía política, puesto que al adjudicarse las primeras encomiendas en el siglo XVI, se señalaba que el cacique principal de toda la provincia residía en «Atacama la Grande» (Martínez, 1990: 22-23). Desde Simposio Arqueología, Antropología e Historia

tiempos prehispánicos Atacama la Grande o la Alta, se caracterizó por el desarrollo de una tecnología agrícola y ganadera que permitiera optimizar todos aquellos recursos que el desierto y sus dispersos microambientes proporcionaban y por la implementación de un patrón de poblamiento y una forma de «habitar» el espacio que así lo permitiera. La población que ocupaba los oasis o «ayllus» del borde norte del Salar, las quebradas intermedias aledañas y los espacios de tierras altas y puna, no vivía en forma aglutinada, sino distribuida en pequeñas aldeas o asentamientos dispersos. A su vez, una parte significativa de ella se desplazaba estacional o temporalmente combinando la explotación de diferentes ambientes ecológicos y altitudinales (Núñez 1992; Martínez 1998). Con el advenimiento del sistema colonial se inicia un proceso de reorganización de territorios, espacios sociales y asentamientos, establecidos a partir de criterios muy diferentes a aquellos que operaban en las sociedades indígenas. Por una parte, se reorganizan las actividades productivas y los circuitos de tráfico de bienes. La minería adquiere un rol preponderante y los centros mineros y urbanos del altiplano (fundamentalmente Potosí) se convierten en los ejes articuladores de la economía colonial (Assadourian 1982). Por otra parte, los espacios políticos y sociales se reestructuran en una nueva organización administrativa a través de la creación de unidades regionales (corregimientos) dependientes de los principales centros gubernamentales españoles. Desde el punto de vista eclesiástico, se establece una estructura territorial jerarquizada en parroquias o «doctrinas» con sus respectivos anexos. La recaudación tributaria y el adoctrinamiento cristiano se convierten en los principales instrumentos de incorporación de los indígenas al sistema colonial. En ese contexto, el proceso reduccional, es decir la creación de «pueblos de indios» adquiere un rol fundamental en el esfuerzo de transformación de la organización precedente y en la implementación del proyecto hispano, que aspiraba a un control efectivo de la población desde el punto de vista cultural, económico y político. La vida «urbana» es concebida por los europeos de la época como la forma legítima y civilizada de la convivencia social. Para que los indígenas viviesen en «policía», es decir en «orden» era necesario establecer un modelo de constitución de pueblos nucleados y organizados de acuerdo a una estructura y distribución del espacio, morfológicamente preestablecida (Durston 1999-2000).

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2. La imposición del régimen español en Atacama y los primeros «pueblos» coloniales Las expediciones de Almagro (1536) y de Valdivia (1540), parecen no haber dejado mayor huella en cuanto a una presencia efectiva del aparato político-administrativo colonial (Hidalgo 1982: 256). Sin embargo, los oasis de San Pedro de Atacama eran un punto ineludible de las rutas de desplazamiento que se dirigían hacia o desde Chile, con rumbo al Perú o al Alto Perú durante el siglo XVI. Eran indispensables para el aprovisionamiento de víveres por estar en los límites del gran Despoblado, lo que determinó que la región fuera escenario de conflictos intermitentes entre indígenas y españoles durante las dos o tres décadas siguientes. La inseguridad de las rutas hizo necesario asegurar, al menos, un relativo control político sobre la población de la región. Por este motivo, el virrey del Perú nombró corregidor de Atacama a Juan Velásquez Altamirano y le otorgó el disfrute de una parte de la encomienda de indios que, al menos nominalmente existía allí. Ello bajo el compromiso de asegurar, por un lado, la «pacificación» y control de la población, y por otro la satisfacción de las necesidades de abastecimiento de las expediciones. Velásquez Altamirano parece haber sustentado su autoridad en la región a partir de estrategias de negociación con las autoridades políticas de Atacama, lo que permitió generar una situación de cierta estabilidad (Hidalgo 1982). En ese contexto, la construcción de iglesias o capillas fue una forma simbólica de tomar posesión del espacio indígena, a la vez que señalaba la voluntad o el primer paso necesario hacia la construcción de pueblos. En 1557, se llevó a cabo una ceremonia en la que participó una comitiva de españoles, encabezados por el corregidor Velásquez Altamirano, y se ofició una misa como ritual de pacificación en presencia de la población local y sus caciques. Como señal de reconocimiento, los indígenas habían construido una iglesia o capilla, en un lugar denominado por la documentación como «pueblo de Atacama la Grande de la provincia y valles de Atacama de estos reinos del Perú» (AGI Patronato Legajo 188 nº 4, año 1557, f. 1r). Se desconoce en qué lugar se celebró la citada misa, y es posible que el «pueblo de Atacama la Grande» que se señala como escenario, haya sido más bien el proyecto de tal, para cuyos efectos se había construido una iglesia. No es descartable, como propone Núñez

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(1992: 106-107), que esa primera capilla y ese proyecto inicial de pueblo pudieran haberse situado en un lugar distinto a la ubicación actual de San Pedro de Atacama. En ese sentido, la capilla descrita por este autor en el ayllu de Beter pudo corresponder, si no a la mencionada en 1557, a alguna de las probables otras capillas que debieron construirse en los ayllus de Atacama en fechas coloniales tempranas. Sin embargo, el proceso propiamente tal de «pacificación» o de sometimiento definitivo de la población al régimen colonial, fue bastante más largo. Aunque este acto simbólico marcaba un hito de importancia, se produjeron enfrentamientos posteriores de los atacamas con españoles de paso, hechos que debieron ser sofocados por el corregidor, probablemente más por la vía de la persuasión y negociación que por un dominio político o militar efectivo (Hidalgo 1982: 257). De acuerdo a la documentación administrativa del siglo XVI, los atacamas no fueron oficialmente «tasados» y «visitados», ni por tanto compelidos a pagar tributo, debido a la fuerte inestabilidad política de ésta y sus regiones vecinas. Según el virrey Toledo, ideólogo y ejecutor del proceso de reducciones, los indígenas de Atacama, no fueron empadronados (Martínez 1992: 136). Si bien hay antecedentes de la implementación de ciertas formas de tributación al encomendero Velásquez Altamirano (lo que de otra forma no explica su permanencia en la región), proveniente al menos de una parte de los indígenas de Atacama, en general, hasta fines de esa centuria, la institucionalidad hispana no estaba efectivamente formalizada en la región. Como señalan testimonios de españoles de la época, los atacamas tributaban en forma irregular o «cuando querían» (Lizárraga 1987). En 1581, el Virrey Martín Henríquez informaba que en el corregimiento de Atacama y regiones vecinas, las arcas reales debían pagar al corregidor de turno, «porque, aunque algunos de estos indios pagan tasa a S. M., no están del todo asentados ni reducidos, antes los más están de guerra, y es necesario que haya allí el dicho Corregidor para que ampare a los sacerdotes que los doctrinan». Es decir, no obstante que hubo una cierta continuidad en la labor evangelizadora, en ninguna de estas provincias, agregaba Henríquez, había «pueblo formado» (Maurtúa 1906, Tomo I: 181-182). Todos estos antecedentes nos permiten corroborar que, de haberse producido la construcción de un «pueblo de indios», difícilmente ello pudo haber sido antes de 1590 (véase también Núñez 1992). Sabemos, por otra parte, que Velásquez Altamirano, habría fundado un primer «pueblo» en la localidad de

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Toconao en una fecha algo posterior a 1557 con el objetivo de asegurar el abastecimiento y la circulación por las rutas que comunicaban con el norte y el sur. Aparentemente, Toconao habría sido el primer centro administrativo colonial en Atacama la Grande o la Alta (Hidalgo 1982). Sin embargo, todo lo anterior parece indicar que ello no significó la construcción de un «pueblo» en sentido estricto, que aglutinara a la población indígena de esas localidades. A fines del siglo XVI, la capital del corregimiento se radicó en San Pedro de Atacama, con su correspondiente cabeza de jurisdicción parroquial. Según documentación de 1591, la sede del Corregimiento de Atacama estaba «en el pueblo de Atacama la grande de la advocación de los bien aventurados San Pedro y San Pablo...» (en Martínez 1985: 167). Pero este núcleo administrativo, que suponemos emplazado donde se halla actualmente, no implicó la construcción y urbanización de un pueblo de acuerdo a la estructura española, con sus calles y distribución de viviendas característica, lo que sólo se llevó a cabo muy tardíamente, avanzada la segunda mitad del siglo XVIII (Hidalgo 1982).

3. El corregimiento de Atacama en el siglo XVII. Organización política y eclesiástica La documentación del siglo XVII sobre el corregimiento de Atacama desde el punto de vista que nos interesa aquí, es bastante exigua. Hasta el momento, sólo conocemos una primera referencia correspondiente a 1643 sobre la distribución espacial de la población del salar de Atacama, que señala que «los pueblos de la provincia de Atacama la Grande» son «Atacama la Grande, Toconao, Soncor, Socaire, Peine y el de Camar». Se desprende que en la definición del «pueblo de Atacama la Grande», es decir la capital del corregimiento, están integrados los ayllus del entorno como parte de una misma unidad administrativa colonial. Esta omisión de los nombres de los ayllus circundantes al centro administrativo pudo deberse a que éstos habían sido reducidos en el «pueblo de Atacama» o, más probablemente, a la escasa importancia que los españoles otorgaron a los ayllus como unidades sociales preexistentes categorizándolos como un conglomerado asociado al pueblo español (véase Martínez 1998: 96-100). Si hacia esa fecha hubiera existido un «pueblo de indios» en Beter (que, en ese caso debiera incluir también poblaciones de otros ayllus), éste debería haber sido mencionado en el citado documento ¿o pudo

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ser Beter el primer asentamiento que se conoció como el pueblo de Atacama la Grande?8 La información relativa a las denominaciones que recibían los oasis o ayllus de San Pedro de Atacama, proviene de fuentes muy posteriores. Al realizarse la revisita de 1683, el primer documento de empadronamiento conocido hasta el momento, Atacama la Alta tenía como cabecera política y eclesiástica a San Pedro de Atacama y se mencionan los ayllus de su entorno en el siguiente orden: Solor; Sequitor; Soncor9; Solcor; Coyo y Beter; Condeduques, Cantal y Acapana10.

Al oriente del salar se señalan los pueblos, ayllus o asentamientos de Toconao, Socaire, Peine y Camar (Padrón y Revisita de Atacama, 1683) (Figura 5). Cabe señalar que el orden en que aparecen nombrados los ayllus de Atacama no parece ser casual, puesto que el cacique del ayllu de Solor era también el gobernador, es decir, la principal autoridad indígena de Atacama la Alta. Su «segunda persona», es decir la segunda autoridad era el cacique principal del ayllu «Condeduques, Cantal y Acapana» (Padrón y Revisita de Atacama 1683, fs 19r, 35r).

Figura 5. Mapa de la región de Atacama (Dibujo: Paulina Chávez).

Es importante señalar que este padrón no hace referencia alguna a la existencia de algún tipo de «pueblo de indios», salvo al «pueblo de San Pedro de Atacama la Alta» en cuanto sede administrativa española. Incluso, en el documento el corregidor ordenaba al gobernador y caciques que «tengan la gente de sus aillos así hombres como mujeres y criaturas en su pueblo de San Pedro» para el día de la revisita (Padrón, f. 19r). En el mismo documento, Don Martín Lorenzo, cacique principal de Solor y «gobernador deste dicho pueblo de San Pedro de Atacama La Alta», mandó «juntar a los caciques y alcaldes en la plasa y en ella… [mandó] a dichos caciques trajiesen su jente para el día seis como se manda en dicho auto…» (Padrón, fs. 19r-19v). Es necesario hacer aquí algunas precisiones respecto a la terminología que estamos ocupando y que pudiera

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llevarnos a interpretar erróneamente las fuentes. En la revisita de 1683 la población se cuantifica por «ayllus» y no se mencionan «pueblos» salvo el de Atacama. Como se ha dicho, se distinguen individualmente varios ayllus, pero también otros (como «Coyo y Beter») que figuran como una unidad. No sabemos de qué tipo de estructuras sociales y/o territoriales estamos hablando en ese contexto. En la actualidad los «ayllus» de Atacama se reconocen fundamentalmente como entidades territoriales, es decir, cada uno de los oasis que circundan el centro cívico. Pero en tiempos prehispánicos y coloniales, las referencias a ayllus parecen también estar dando cuenta de la estructura de linajes, no necesariamente aglutinados en un mismo lugar. Si en 1683 los atacameños son empadronados por ayllus ello pudo deberse a que eran considerados

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en cuanto linajes bajo el mando de una autoridad, independientemente de sus asentamientos originales o coloniales. Como se ha dicho, la revisita establece claramente una mayor importancia política del ayllu de Solor, puesto que su cacique principal es también el gobernador de Atacama la Alta. Pero además éste se identifica como el gobernador del «pueblo de San Pedro de Atacama». Si identificáramos la idea de ayllu con una ubicación geográfica determinada, lo anterior podría llevarnos a pensar que el primer pueblo colonial pudiera haber sido instalado en el oasis de Solor. Sin embargo, el hecho de que su «segunda persona» así como el alcalde «de dicho pueblo de San Pedro» pertenecieran al ayllu de Condeduque (Padrón 1683, fs 19r, 35r), sugiere que los españoles, al establecer o refrendar a las autoridades indígenas diferenciaban la idea de ayllu (en cuanto grupo de parentesco con sus respectivo cacique) y la de pueblo. En este caso, el «pueblo de San Pedro» parece ser entendido como el lugar de reunión de una población que probablemente se encontraba dispersa en los oasis, quebradas intermedias e incluso en la puna, y que no residía allí. Por otra parte, la capital política del corregimiento no puede confundirse con un «pueblo de indios». La legislación española pretendía separar siempre a españoles e indígenas, constituyendo dos «repúblicas» diferentes, y los españoles no podían vivir en «pueblos de indios». Sin embargo, en la práctica esto puede ser discutible y es posible que el centro administrativo (que no fue configurado como pueblo propiamente tal hasta el siglo XVIII) haya constituido un emplazamiento español, con sus viviendas dispersas y probablemente entremezclado espacialmente con población indígena. Hasta el momento no tenemos los suficientes antecedentes para rechazar la posibilidad de un pueblo de indios temprano (fines del Siglo XVI) o incluso correspondiente al siglo XVII. Sin embargo, el silencio documental al respecto nos parece un posible indicador ya sea de su inexistencia o, y lo que sería sumamente interesante, de que pudo haber habido un proyecto, un intento de establecimiento de pueblo de indios en Beter el que, finalmente podría haber fracasado en un lapso de tiempo no muy extenso, lo que justificaría su ausencia en los escritos de la época. En ese sentido, una hipótesis inicial a favor de la existencia de un pueblo de indios es que el sector más aglutinado del sitio de Beter 1 haya correspondido, efectivamente, a un proyecto de reducción. Eso no significa que no haya sido ocupado, al menos durante un tiempo. Existen antece-

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dentes de reducciones implementadas por los españoles en el área andina que no lograron sobrevivir más allá de unas décadas (Durston 1999-2000: 82).

4. Rearticulaciones económicas, espaciales y poblacionales Al finalizar el siglo XVI, los principales ejes de circulación hispano-colonial habían comenzado a cambiar. Inicialmente la ubicación de la zona de San Pedro era estratégicamente importante para articular las comunicaciones entre Chile y Perú. Sin embargo, estos viajes se fueron haciendo cada vez menos frecuentes con el desarrollo de la circulación marítima. Simultáneamente la ruta terrestre transversal que unía la costa pacífica de Atacama con el altiplano altoperuano fue convirtiéndose en el principal eje de tráfico de productos marinos desde Cobija, cuya comercialización en Potosí era un negocio rentable. La región del río Loa, o Atacama la Baja era la ruta de tránsito obligada, de allí que sus asentamientos, principalmente Chiuchiu y Calama, hayan ido adquiriendo un mayor protagonismo en la actividad económica mercantil colonial (Sanhueza 1992a y b). El primer español que se dedicó a esta actividad en la región fue el propio Juan Velásquez Altamirano, que, además de encomendero sustentó por varios períodos el cargo de corregidor de Atacama. En 1591, éste residía en Chiuchiu y tenía distribuida a su familia allí y en la costa, manteniendo un fuerte monopolio hasta iniciado el siglo XVII (Martínez 1985). Aunque formalmente la cabeza del corregimiento de Atacama estaba en Atacama la Alta, probablemente debido a su mayor importancia demográfica, todo parece indicar que en este período y durante el siglo XVII, fue Atacama la Baja la que ejerció un rol más importante en cuanto a la presencia efectiva de la administración española. De allí que contemos con mayor información documental para esta región que para su contraparte. Según la revisita de 1683, el corregidor de Atacama tenía «vivienda y morada» tanto en San Pedro de Atacama como en Chiuchiu, pero al parecer la autoridad española residía la mayor parte del tiempo en Chiuchiu, donde también parece haber habido una presencia mayor de población hispana. Por otra parte, la situación económica y productiva era notablemente diferente en las dos Atacamas. Mientras los indígenas de Atacama la Baja se dedicaban fundamentalmente a la arriería y el comercio, con lo que pagaban su tributo, los ayllus de Atacama la Alta vivían, según las autori-

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dades, una situación crítica. Como señalaba el corregidor, «Atacama la alta es maior y le sobran tierras en que sembrar…, y son tan pocos los indios que siembran, que escasamente se sustentan porque los Aillos, están despoblados» (Padrón 1683, f. 1v). Más adelante agregaba solo asiembran para sustentarse los pocos que ai Presentes, porque no ai comersio por estar esto tan retirado de los Pueblos de los españoles y no tener el logro del fruto…. Aunque en esta Provinzia Alta, como está despoblada ai muchas tierras que antes desean los casiques aia quien las cultibe, y por esto no ha sido necesario, hacer quaderno aparte, sus bibiendas están vasias, porque no ai quien las ocupe (Padrón 1683, f. 52r). La causa de este despoblamiento, según la autoridad española, era que un porcentaje muy alto de la población de Atacama la Alta se había radicado, al menos temporalmente, en lugares ubicados fuera del corregimiento. Esta situación, era provocada en gran medida por la presión tributaria. La compulsión al pago de un tributo en dinero promovió la venta de fuerza de trabajo indígena en enclaves manejados por españoles, tales como haciendas, minas, etc. Sin embargo, probablemente esta situación también manifiesta la continuidad de estrategias tradicionales de movilidad de la población del salar, como la práctica ancestral de ocupación de otros nichos ecológicos dispersos y distantes (Hidalgo 1978, 1984; Martínez 1998). Esta situación parece hacerse más aguda en el siglo XVIII, como lo establecen las revisitas realizadas en ese período. De hecho, hacia fines de la centuria, se decidió que los tributarios atacameños que se encontraban residiendo en otras jurisdicciones, fueran definitivamente empadronados en ellas y cortaran sus vínculos (al menos fiscales), con sus ayllus de origen (Hidalgo 1984). Cabe entonces hacerse la pregunta: ¿pudo haber tenido éxito duradero un proyecto de reducción a pueblos a una población que sustentaba tanto su economía tradicional como aquella adaptada al en el contexto colonial, en una ocupación particularmente dispersa y dinámica del espacio? Por otra parte hacia 1787, el intendente de Potosí agregaba otra información importante respecto al patrón de asentamiento local: «Atacama la Alta contiene, fuera de San Pedro, su capital, los pueblos de Toconao, Soncor, Socaire, Peyne, Suzquis, Ingahuasi11, con seis ayllus más que se denominan: Condeduque, Sequitor,

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Coyo, Vetere, Solo y Solcor. Todas estas poblaciones se componen de 2.936 personas de la casta de indios, de todos sexos y edades. Viven como los de más de su especie, sin comodidades ni policía; pues aun la capital donde residía el Corregidor del Partido, no tiene forma de pueblo y las casas están dispersas como islas, con grandes trechos despoblados. Los Ayllus tienen todavía menos formalidad. Están repartidos en cabañas muy pequeñas e incómodas al contorno de San Pedro en la extensión de 6 leguas, entre unos grandes algarrobales y chañares» (Cañete y Domínguez, 1974: 244). La primera información conocida respecto a una iniciativa de reducción a pueblo de la población, corresponde a la década de 1770. El entonces corregidor Francisco de Argumaniz, habría impulsado la formación del pueblo de San Pedro de Atacama, estableciendo un trazado urbano en torno a la iglesia y casas cabildantes «señalándole a cada indio diez varas de tierras en cuadro, para que fabricasen sus ranchos». Esta medida se había tomado con el propósito de impedir que la población continuara viviendo dispersa y sin asentamiento fijo (en Hidalgo 1982: 258-259)12. La implementación de una política más sistemática de urbanización en la región durante la segunda mitad del siglo XVIII, nos acerca a las hipótesis propuestas por Marquet et al (1998), respecto una posible conformación colonial tardía de un pueblo (otro) en el entorno de San Pedro de Atacama. Sin embargo, y más allá de esa posibilidad, no pretendemos sostener que no haya habido ocupación en Beter. Al contrario, ésta parece haber sido continua a través del período colonial. En ese sentido, no debemos olvidar su probable importancia agrícola. Sabemos que, por lo menos desde el siglo XVIII (si no antes), el cultivo de trigo había adquirido relativa importancia en Atacama la Alta. Incluso, el trigo y la harina fabricada localmente llegaron a ser una alternativa al tributo en dinero (Sanhueza 1991: 137-138). Estos antecedentes no dejan de recordarnos las evidencias del cultivo de trigo en el ayllu de Beter (Núñez 1992; Marquet et al 1998; Cárdenas 2006). Continuando con nuestros antecedentes sobre el patrón de asentamiento local, en las últimas revisitas coloniales que conocemos, de los años 1787, 1792 y 1804, se distinguen, una vez más, los «ayllus» de los alrededores de San Pedro de los «pueblos» ubicados en el borde oriental del salar de Atacama (Hidalgo 1978). No queremos afirmar con esto que necesariamente la denominación «pueblo» dé cuenta, en todos los casos,

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de la existencia de éste. Pero sí de que se le otorgaba categoría de tal (como en los casos de Toconao, Socaire y Peine). Sin embargo, sí creemos que cuando efectivamente había un pueblo, en el sentido español del término, éste debiera ser identificado con su correspondiente jerarquía parroquial y su advocación o Santo Patrono. ¿Sería razonable que en los padrones de tributarios de la segunda mitad del siglo XVII y del XVIII, se registraran los residentes de un «pueblo» constituido sin mencionarlo? ¿Es razonable pensar que en el ayllu de Beter había un «pueblo de indios» sin que las revisitas y padrones lo distinguieran de los demás ayllus?

5. El período republicano y los nuevos escenarios políticos y económicos Como en los casos anteriores, la documentación del siglo XIX no otorga (hasta el momento) ninguna referencia al poblado de Beter-1. La Revisita de Atacama de 1851 mantiene la lógica de los padrones coloniales al registrar a la población tributaria por ayllus (Condeduque, Séquitor, Coyo, Beter, Solor, Solcor) a los que se agregan los cantones puneños de Rosario y Antofagasta (de la Sierra), y el anexo de Susques. Peine y Soncor figuran como ayllus y Toconao y Socaire como anexos. Una vez más la documentación no deja entrever la eventual edificación de «pueblos» (ANB, TNC Rv 423)13. Sin embargo, también es posible proponer interpretaciones sobre el sitio para este período. La república de Bolivia orientó desde sus inicios una política de promoción e incentivo a la actividad arriera y al cultivo de forraje. En la década de 1830, por ejemplo, el estado impulsó y estimuló la siembra intensiva de alfalfares en Calama, Chiuchiu y San Pedro de Atacama, otorgando las semillas a los agricultores atacameños y estableciendo como norma la protección de los cultivos con «tapiales» (Sanhueza 1992b: 381). A mediados del siglo XIX la alfalfa se había convertido en uno de los principales productos de la región (Philippi 1860: 53), lo que necesariamente debió provocar el reemplazo de ciertos cultivos tradicionales y la irrigación de nuevos terrenos. Es probable que en este período se haya iniciado con fuerza en el ayllu de Beter la siembra de alfalfa en detrimento de la de trigo y posiblemente también una significativa extensión de sus canales de riego. En ese sentido es muy pertinente la tesis de Marquet et al (1998), que señala que habría habido inicialmente un

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sector nucleado con patrón residencial (cuya antigüedad hasta el momento no podemos precisar), el que posteriormente se habría ido extendiendo, estableciendo un nuevo patrón de ocupación de carácter disperso y con viviendas junto a las tierras de cultivo. En esa línea, nos parece indispensable asociar este proceso no sólo al desarrollo de la industria salitrera (a partir de la década de 1870) como señalan los autores, sino incluso antes, con los inicios de las importaciones de ganado desde Argentina y muy particularmente con el crecimiento y apogeo del mineral de plata de Caracoles, cuya demanda en productos agrícolas y forraje fue determinante en la ampliación de los campos de cultivo de Atacama (Sanhueza y Gundermann 2007). La gran extensión que abarcan las ruinas de Beter y sobre todo los numerosos callejones, los grandes tapiales y corrales hoy sumergidos en la arena, parecen dar cuenta de un proceso que no se detendría hasta el ocaso de las actividades arrieras y ganaderas hacia las primeras décadas del siglo XX. Y sin embargo –y a partir de una pesquisa todavía muy general y poco sistemática- nuestros antecedentes indican que no hay, al menos generalizadamente, memoria o relatos orales de la actual población atacameña sobre este gran asentamiento. ¿Por qué?

IV. Conclusiones: Estrategias para una investigación interdisciplinaria de Beter-1 La aproximación desde una perspectiva y una metodología etnohistórica al sitio arqueológico de Beter, plantea más preguntas que respuestas. Incluso, objetivamente y hasta nuestros actuales conocimientos, no hay referencia documental alguna sobre el sitio. Y sin embargo, allí están los restos del pueblo de Beter-1. Esto abre un campo de investigación de incomparable riqueza e implica el desarrollo de una estrategia de investigación interdisciplinaria de amplio alcance que podría permitir abordar el estudio de un sitio que bien pudo presentar cierta continuidad ocupacional durante los últimos siglos. De hecho, ninguna de las hipótesis planteadas a partir de este estudio documental preliminar es exclusiva o excluyente de las demás. Por lo tanto, una de las preguntas más importantes tiene que ver con la cronología del sitio, sus fases ocupacionales y funcionalidad en cada una de ellas. Desde la arqueología, un paso obligado es la delimitación del asentamiento así como la generación de

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planimetría y fotos aéreas que permitan dar cuenta de su organización espacial e identificación de sectores y estructuras particulares. En segundo lugar, es necesario efectuar reconocimientos de cada sector a nivel de arquitectura y de recuperación de material superficial. Los resultados de uno y otro análisis orientarán la intervención estratigráfica de diversos componentes del poblado, que hará posible la detección de pisos ocupacionales que revelen áreas de actividad en estructuras y sectores, así como la densidad y cantidad de los mismos pisos. Dada la extensión del sitio, es obvio que se trata de una empresa que debe abordarse selectivamente. Por otro lado, la vulnerabilidad de Beter-1 ante la acción eólica y el depósito y movimiento de arena, hace necesario desarrollar una estrategia de conservación del sitio que corra paralela a la de su investigación. Si pensamos en exponer estructuras hoy sumergidas en la arena, es necesario prever las consecuencias de su exhumación. Será necesario desarrollar mecanismos para impedir el avance de las dunas, tal cual sucedía cuando la foresta nativa operaba como barrera natural. No olvidemos el sitio de Tulor, que ha sufrido y sigue sufriendo problemas similares. Para ello es vital trabajar con un equipo de geógrafos que analicen el régimen de vientos, así como el de las crecidas del río San Pedro –otro factor de erosión importante– en esta zona particular. Ejemplos de estudios arqueológicos de asentamientos hispano-indígenas serán de gran utilidad al momento de empezar a comprender Beter-1. En el norte de Chile, no podemos dejar de mencionar Tarapacá Viejo, definido como un pueblo de indios, aunque mucho más estructurado y en mejor estado de conservación que el asentamiento de Beter (Núñez L. 1979, Núñez P. 1983). En Argentina, existen estudios disponibles sobre reducciones a cargo de misioneros religiosos, o bien sobre estancias de carácter menos estatal. Destacan los trabajos de Poujade (1996) en las reducciones jesuíticas Guaraníes de Misiones, De Grandis en las reducciones franciscanas del Río de la Plata (2002) y finalmente de Quiroga (1999) y Lema (2006) en estancias de la Provincia de Catamarca y Tucumán, respectivamente. Asimismo, existen estudios sobre conjuntos artefactuales cuyo valor comparativo es muy valioso (p.e., Schávelzon 1999). Más allá de las especificidades de cada caso particular, resulta importante revisar dichas investigaciones ya que, en último término, tratan de una conceptualización del mundo materializada en el espacio. En ese

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sentido, creemos importante visualizar la arqueología como una instancia de pensamiento crítico frente a un escenario material dado, en donde acontecen relaciones sociales dinámicas y significativas. La profunda historia cultural del ayllu de Beter, convierte a Beter-1 en un escenario privilegiado para estudios de continuidad y cambio. Particularmente, plantea interesantes preguntas acerca de la articulación de un modo de vida hispano con el local no sólo a nivel de la arquitectura pública y planificación del espacio, sino a través de elementos menos visibles que den igualmente cuenta de estrategias de dominio y control de la vida cotidiana, así como de resistencia a las mismas. Por ejemplo, la composición de los adobes que dan forma a las estructuras y tapiales del pueblo de Beter, están compuestas por barro, paja de trigo y abundante fragmentería cerámica de factura indígena. Cabe preguntarse por los procesos de formación del sitio, y no sólo de sus pisos ocupacionales, sino del material constructivo de sus diferentes tipos de estructuras. Más aún, las evidencias materiales que hemos podido observar en superficie, dan cuenta de la convivencia de abundante material cerámico asignable a los Períodos Intermedio Tardío, Tardío e Histórico, además de loza europea y elementos propios del arrieraje. Se trata acaso de sucesivas ocupaciones del sitio? Será necesario obtener fechados de estos materiales y de esa manera ir recortando el marco cronológico, lo que constituirá un antecedente indispensable para la focalización y diseño estratégico de la investigación documental. En efecto, si Atacama se presenta como una región «marginal» según lo indican los vacíos documentales, el desarrollo de un proyecto arqueológico es particularmente relevante. No sólo brindará información de las relaciones hispano-indígenas en un momento dado, sino que permitirá cuestionar la racionalidad tras la producción documental oficial del período. Del mismo modo, el análisis documental estimulará la imaginación arqueológica con nuevos elementos para interrogar la materialidad. En este contexto, nuestra capacidad de comprender Beter-1, depende de la pobreza o poesía de nuestras preguntas (Kus 1982). Sin duda, el trabajo interdisciplinario abogará por esta última.

Notas 1

Nos referimos al Proyecto Fondecyt 5960011 «composición, estructura y funcionamiento de los ecosistemas terrestres a lo largo de un gradiente climático en el norte de Chile», de Pablo Marquet. Den-

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tro de su equipo de coinvestigadores destacan los arqueólogos Lautaro Núñez, Calogero Santoro y Vivien Standen. 2 Según Santoro (com. pers. 2007) aquellas excavaciones fueron calicatas orientadas a obtener muestras de carbón para fechados. 3 Si bien se señala la obtención de fechas radiocarbónicas, éstas no son especificadas. Sin embargo, citando un manuscrito con los resultados de la investigación arqueológica en el ayllu, Agüero (2003:8) posiciona a Beter-2 en el rango 1000-1400 dC y a Beter-3 entre el 1200-1300 dC. 4 Este material fue inventariado por Ulises Cárdenas, quien agrega a la lista la presencia de crucifijos, cuentas venecianas y herraduras (Cárdenas, com. pers. 2007). El análisis detallado de los materiales procedentes de excavaciones y recolección superficial, sin embargo, no ha sido finalizado ni menos publicado. 5 Lo que sí podemos advertir es que Agüero considera el sector de Tchaputchayna dentro del ayllu de Beter; Llagostera y Costa (1999), en cambio, diferencian los asentamientos de uno y otro. En todo caso, según la opinión de Agüero (com. Pers. 2007) todos los sitios reportados en Beter, excluyendo a Beter-1, es decir los sitios 2 y 3 de Marquet et al, y 2-8 de Llagostera y Costa, corresponden más bien a los sitios de Tchaputchayna registrados por Le Paige. 6 El proyecto de Cárdenas, sin embargo, no es aprobado por el Consejo de Monumentos Nacionales y, hasta la actualidad, el proyecto turístico no se ha concretado. 7 Posteriormente, y por razones que desconocemos, estas denominaciones fueron desplazadas por las de «Atacama la Alta» y «La Baja» también respectivamente. 8 Seguimos a Núñez (1992: 106-107) en cuanto a que no podemos dar por sentado que la ubicación original del pueblo de Atacama la Grande haya correspondido necesariamente a la del siglo XVIII y actual. 9 Es curioso que este nombre de ayllu figure entre aquellos que se encontraban en torno a San Pedro de Atacama. En la actualidad ese es el nombre de una pequeña localidad agrícola ubicada al sureste de Toconao (Figura 5). 10 En los dos últimos casos, los ayllus mencionados aparecen como formando un conglomerado o una unidad política cuyo significado desconocemos. En el caso del ayllu «Coyo y Beter», los tributarios son empadronados en conjunto (sin diferenciar a unos de otros) y aparecen bajo el mando de un mismo cacique principal, lo que pudiera estar dando cuenta de una unidad política y/o social previa (Padrón 1683). El último ayllu mencionado, que abarca tres grupos o ayllus menores, posteriormente será conocido sólo por su primer nombre «Condeduque» que, a su vez, es una castellanización de su nombre original «Contituque» (Martínez 1998: 98). Este ayllu corresponde al actual sector cen2020 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

tral o casco histórico del pueblo de San Pedro de Atacama. 11 Susques e Incahuasi fueron dos anexos parroquiales ubicados en la Puna de Atacama e incorporados a la parroquia de San Pedro de Atacama a mediados del siglo XVIII (Casassas 1974). 12 Esta versión, sin embargo, es contradictoria con el relato anterior respecto a la no formalización del pueblo de Atacama todavía en la década siguiente (1787). Esto puede deberse a que el informe del intendente citado más arriba se haya basado en información más antigua a la fecha de su escrito, como plantea Hidalgo (1982: 258); o simplemente a que el proyecto de reducción no se concretó en la realidad hasta décadas después. 13 Es importante recordar que el régimen boliviano mantuvo el sistema del tributo indígena.

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La Construcción del Paisaje Aldeano en la Puna de Atacama. Siglos XII a XVII The Construction of the Peasant Landscape in the Atacama Plateau. Twelfth to Seventeenth Centuries. Marcos Quesada N.*, Carolina Lema** y M. Gabriela Granizo***

Resumen Los discursos arqueológicos suelen caracterizar el período comprendido entre los siglos XII y XVII como uno de profundas crisis y transformaciones en las sociedades indígenas andinas. En esta estructura de pensamiento se asume frecuentemente que las expansiones de los señoríos vallistos, el estado incaico y el imperio español supusieron el sometimiento total de las comunidades puneñas, corriendo el riesgo de perder de vista las estrategias mediante las cuales las comunidades locales negociaron sus condiciones de inserción en las sucesivas estructuras políticas y económicas que tomaban forma en los Andes centro sur. En este trabajo proponemos una revisión de esta estructuración del discurso disciplinar desde una perspectiva que atraviesa los umbrales de los marcos disciplinares y que propone que el eje del discurso histórico se sitúe desde el lugar de la mirada de la agencia campesina. Palabras Claves: Puna de Atacama, Historia colonial, comunidades indígenas.

Abstract The archaeological discourses tends to characterize the period between twelfth to seventeenth centuries as one of profound crises an transformations for the Andean indigenous societies. From this structure of thinking, it is often assumed that the expansion of the valleys chiefdoms, the Inca state and the Spanish empire had totally submitted the local communities, missing to notice the strategies from were local communities negotiated their conditions of participation in the consecutives political and economical structures that were taking shape in the Andes. In this paper we propose a review of this structure of the disciplinary discourse from a perspective that crosses trough the disciplinary limits proposing the peasant agency as the axis of the historical discourse. Keywords: Atacama Plateau, Colonial history, Indigenous communities.

Demarcaciones disciplinares y narrativas históricas Los límites disciplinarios son fenómenos históricamente construidos y, en el caso de las disciplinas históricas argentinas, la designación de los campos objetuales correspondientes a ellas implicó una relación entre la arqueología y lo indígena, por un lado, y entre la historia y la nación, por el otro. Al construirse y asentarse el campo de la arqueología como el del pasado pre-histórico, quedó implícito que el pasado ‘histórico’ no sería de su injerencia. La arqueología se caracterizaría por la materialidad de su objeto de estudio y asumía «la completa autonomía del objeto arqueológico respecto del sujeto cognoscente». Esta demarcación disciplinar no fue sólo del objeto sino que fue, implícitamente, una demarcación del sujeto, se trató, en los términos de Haber (1999) de una ‘ruptura metafísica’ que implicaba ‘una brecha teórica, pero también una distinción metodológica y, finalmente, una división del trabajo intelectual sobre el pasado regional» (Haber, 1999:133, cursivas originales). El conocimiento que hubiera podido constituirse en una ‘arqueología histórica’, colonial o como fuere-, fue relegado, pues no logró encajar en lo abrupto de esa demarcación disciplinar. Si a ello se le suma un ‘segunda ruptura’ entre historia y etnografía; donde la etnografía sólo se ocupa de la alteridad en sus formas contemporáneas, el correlato necesario termina siendo que el período colonial quedó desprovisto de dimensión histórica. Se eliminó el proceso histórico en la comprensión del otro, tanto arqueológico como etnográfico (Haber, 1999). Así, los sujetos históricos pierden ese carácter y son transformados en objetos de estudio. Esta demarcación disciplinar se comprometía con una elite que se entregaba a una tarea

* Escuela de Arqueología, UNCa y UNT – CONICET. [email protected] ** Escuela de Arqueología, UNCa – CONICET. [email protected] *** Escuela de Arqueología, UNCa. [email protected]

2022 Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

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histórica: la de construir en un mismo paso a la nación y al ciudadano. El pasado como política ayudaba a dar un origen y legitimidad al Estado, universalizando un cierto tipo de identidad y construyendo el ‘nosotros’ que hundiría sus raíces en la profundidad histórica de la vida social (Rocchietti, 1998a y 1998b). Desde estos límites, la arqueología Argentina, especialmente en el Noroeste, se limitó ha narrar el pasado indígena en una secuencia de desarrollos culturales que llegan hasta el momento de la conquista. Esto puede apreciarse en varias secuencias cronológicas culturales (por ejemplo González y Pérez, 1972, Tarragó, 1999, entre otros). En estas secuencias el período colonial suele constituirse en un límite natural del discurso acerca del pasado indígena y del campo objetual de la arqueología. Es decir, al mismo tiempo que la arqueología narra las distintas formas de ‘derrota y fin’ de las sociedades indígenas, acepta que el fin de las sociedades indígenas es al mismo tiempo el de la disciplina que lo narra y, por lo tanto, el de la narración en sí (Haber et al., 2006). Las narrativas que tienen como referente temporal los momentos post contacto dejan de tener a los indígenas como objeto de discurso, estos están ausentes1. En las historias que se reproducen a través de las instituciones educativas (ver Podgorny, 1999) o las exhibiciones de museos (Quesada et al., 2006), por ejemplo; el ‘período colonial’ ya es español; los poblados eran españoles, las instituciones eran españolas. Es decir, el colonial es historia. Fueron eliminadas por la ‘economía del olvido y la memoria’ (Appadurai, 2001) las múltiples resistencias previas y contemporáneas a la implantación del estado nación. Existió una construcción disciplinar que actuó negativamente derivando en una visión del pasado en el cual ciertos sectores se observaron como sectores de cambio -los históricosmientras que el sector indígena se observaba como «inalterable, sin progresos y, en cierto sentido, a-históricos» (Gibson, 1990:158). Esto llevó a la percepción de una falsa continuidad y homogeneidad en el imaginario de la alteridad; el indígena de hoy debe presentarse en las mismas condiciones que el de ayer, lo que vemos es lo que fueron, y el proceso colonial, que los ubica en una relación de subalternidad, queda subsumido y ausente. Las distintas secuencias, que actúan como marcos interpretativos, ubicando a distintas construcciones sociales en un locus específico dentro de la unilinealidad de la historia andina regional, permite que todas las

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comunidades, todos los poblados, todos los sujetos, sean ubicados en una misma linealidad histórica. Se ha construido, en el estudio de la cultura material, un marco base de conocimiento compartido, más allá del cuál, si se cruzara su umbral, se encontrarían las contradicciones, los discursos de poder y las estructuras que unifican la conquista, la colonia y la república a través de la lógica naturalizada del desarrollo tecnológico y la presencia del estado nación, y termina por lograr la exclusión contemporánea del alter histórico. La Puna de Atacama fue incluida en esta narración cuyo guión argumental estaba ya escrito de antemano. A través del caso que les presentamos a continuación queremos mostrar cómo los procesos de cambio registrados en las comunidades locales no necesariamente se ajustan a las secuencias desde donde la arqueología acostumbra a leerlos.

La construcción del paisaje aldeano en la Puna de Atacama en los XII a XVIII Como decíamos al inicio, suele caracterizarse el período comprendido entre los siglos XII y XVII como uno de profundas crisis y transformaciones en las sociedades indígenas del NOA. Se asume frecuentemente que las expansiones de los señoríos vallistos, el estado incaico y el imperio español supusieron el sometimiento de las comunidades locales a una racionalidad excedentaria (e.g.: Núñez y Dillehay, 1995; Olivera, 1991; Raffino y Cigliano, 1973) con la consecuente pérdida de autonomía sobre los procesos de reproducción social y producción económica. Pero desde allí, se corre el riesgo de perder de vista las estrategias mediante las cuales las comunidades locales pudieron haber negociado sus condiciones de inserción en las sucesivas estructuras políticas y económicas que tomaban forma en los Andes centro sur. Las estrategias generadas estaban condicionadas por la situación de colonialidad que supone cualquier proceso expansivo, donde la reproducción del grupo local puede resolverse fluctuando entre las prácticas conocidas y la oportunidad de inserción en nuevas actividades. En esta ponencia enfatizaremos sobre las continuidades en las formas de construcción de los espacios agrícolas y de vivienda en el área de Antofalla, en particular en las quebradas de Antofalla y Tebenquiche Chico (Figura 1).

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Figura 1: Ubicación de las quebradas de Tebenquiche Chico y Antofalla en la Puna de Atacama.

A partir de mediados del siglo III d.C. y hasta aproximadamente el siglo XII, se construyó en Tebenquiche Chico un importante número de viviendas agrupadas en tres conjuntos, o aldeas, en los sectores alto, medio y bajo (Figura 2). Junto con las casas, se confeccionó una larga serie de redes de riego que en conjunto alcanzaron a irrigar prácticamente todo el fondo de la quebrada y buena parte de las laderas (Quesada et al., 2007). Por ese mismo tiempo en la quebrada de Antofalla, se construyeron una decena de viviendas asociadas también a un importante espacio agrícola.

Prácticamente todo el fondo de la quebrada y el amplio sector agrícola de Campo de Antofalla, sobre el cono de deyección, fueron puestos bajo riego en este periodo (Figura 3). Es posible notar dentro de este extenso bloque temporal procesos de expansión y retracción agrícola y habitacional que por el escaso tiempo no podemos discutir aquí. Pero es importante dejar establecido que se trata del periodo en el cual la superficie irrigada alcanzó su máxima extensión. (Quesada et al., 2007).

Figura 2: Parte del conjunto aldeanos del sector medio de Tebenquiche Chico. Se pueden observar algunas viviendas y campos de cultivo.

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Figura 3: Un sector de Campo de Antofalla. Las franjas claras indican la posición de canales de riego sepultados. Los valores de contraste de la fotografía fueron modificados digitalmente para mejorar la visualización de los canales.

Esta situación cambia drásticamente el siglo XII. Tebenquiche Chico, que venía en un proceso de abandono paulatino desde el siglo VIII, es finalmente desocupado. La ocupación en la quebrada de Antofalla, se reduce a sólo una casa vinculada a un pequeño espacio agrícola en los sectores iniciales de las redes de riego más antiguas. Además quedan en desuso las extensas redes de riego de Campo de Antofalla y las ubicadas en el fondo de la quebrada. Sólo permanecen ocupados algunos núcleos residenciales y redes de riego en las laderas este y oeste. A partir del siglo XV se nota el comienzo de un leve proceso expansivo. Aunque Tebenquiche Chico permanece desocupado, en la quebrada de Antofalla todas las viviendas que registraban ocupación durante los siglos anteriores continúan ocupadas. Además, se reocupan algunas viviendas abandonados desde alrededor el siglo XII y se construye una nueva, junto con una pequeña red de riego. Sin embargo, la recuperación demográfica y agrícola cobra una significativa visibilidad durante los siglos XVI y XVII. En Tebenquiche Chico en este momento se reocupan todas -excepto una- de las viviendas abandonadas del área central de la quebrada. En los casos

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estudiaos –TC 1, TC 2 y TC 27- los pisos, muros y techos fueron limpiados y acondicionados planificadamente de forma previa a su ocupación. La utilización de la superficie cubierta total del área de vivienda se reduce. Ahora sólo se ocupa un recinto del total de los que componen el núcleo de la vivienda. También se ponen en producción las secciones iniciales de las redes de riego vinculadas a ellas. En la quebrada de Antofalla, se continúan ocupando los espacios residenciales y agrícolas en uso durante los siglos anteriores. En la desembocadura de la quebrada se reocupan varios núcleos residenciales y se construye una casa con una pequeña red de riego asociada. Por último, durante el siglo XVIII y quizá la primera mitad del XIX se verifica un nuevo proceso de retracción del paisaje agrario. Las viviendas y redes de riego de Tebenquiche Chico quedan nuevamente en desuso. El pequeño valle de Encima de la Cuesta, que había estado poblado y bajo cultivo desde comienzos del primer milenio, es por primera vez abandonado. La población se concentra en la desembocadura de la quebrada de Antofalla, donde probablemente sólo dos redes de riego permanecieron activas.

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Esta apretada síntesis del devenir del paisaje aldeano del área de Antofalla nos informa de marcados cambios durante los siglos XII a XVII. Es posible que tales transformaciones se vinculen a procesos regionales que tomaban forma más allá y a través de la Puna. En particular, la vinculación de las poblaciones campesinas locales con estructuras políticas y económicas extrapuneñas. Pero, ¿hasta qué punto estos cambios evidentes en el paisaje son expresiones de transformaciones de las lógicas productivas de las comunidades puneñas? La respuesta a esta pregunta implica prestar atención a las continuidades de los procesos de trabajo y de las prácticas en los ámbitos domésticos. El primer aspecto a destacar es que, si bien la extensión total del espacio irrigado fue muy variable a través del tiempo, permaneció siempre como un complejo hidráulico técnicamente descentralizado. Aún en los momentos de máxima retracción, estuvo constituido por múltiples redes de riego independientes unas de otras. La reocupación agrícola durante los siglos XVI y XVII implicó la reactivación de varias de las redes de riego preexistentes desde el primer milenio. Incluso, el comparativamente minúsculo espacio agrícola que pudimos asignar a los siglos XVIII y comienzos del XIX era irrigado por dos redes de riego. Serían entonces las redes de riego, y no el paisaje agrícola, las unidades tecnológicas gestionadas y controladas por las unidades de producción campesinas. Otra característica del espacio agrícola del área de Antofalla en todo este tiempo es el crecimiento de las redes de riego de forma incremental por medio de pequeños agregados. Se trata de una forma de expansión que hemos denominado crecimiento modular (Figura 4). Éste parece haber procedido mediante la repetición de eventos constructivos consistentes en una corta prolongación del canal principal de la red de riego y la construcción en su extremo de una derivación secundaria encargada de transportar el agua hasta las parcelas. Esta forma de crecimiento, inicialmente identificada para los siglos III a XII perdura, incluso, hasta la actualidad, provocando una marcada similitud en los diseños de las redes de riego de distintos períodos. Un tercer elemento que caracteriza el paisaje aldeano es la recurrente asociación espacial entre una casa y una red de riego. A esta forma de estructuración del espacio aldeano identificada ya en el primer milenio, la hemos llamado patrón A (Figura 5). Durante los siglos XII a XVIII persiste el patrón A como principal esquema de relación entre casas y redes de riego.

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Figura 4: Esquema hipotético del proceso de crecimiento modular de una red de riego.

Estos tres aspectos señalados fueron interpretados como expresiones materiales de la apropiación doméstica de los espacios de producción. En otro texto discutimos extensamente este argumento (ver Quesada, 2007). Aquí sólo vamos a señalar los siguientes fundamentos. La marcada segmentación del paisaje agrícola en numerosas redes de riego resultó en una permanente ausencia de algún dispositivo que promoviera la centralización técnica del riego, -por ejemplo una represa, un único canal principal u otro por el estilo-, sobre el cual se pudiera ejercer un control centralizado de todo el espacio de cultivo. El crecimiento modular de las redes de riego mediante pequeños eventos constructivos dispersos en el tiempo mantuvo siempre bajos los requerimientos de fuerza de trabajo para la habilitación de nuevos espacios agrícolas. La recurrente asociación de cada casa -el locus de reproducción cotidiana de la unidad familiar-, con una red de riego es elocuente sobre el vínculo permanente y visible de esta unidad técnica de producción con aquella unidad social de apropiación. Simposio Arqueología, Antropología e Historia

Figura 5: Representación esquemática de la asociación espacial entre una casa y una red de riego según el patrón A.

Además del paisaje agrícola, otras semejanzas resaltan las continuidades en un período que se precomprende como de transformaciones y cambios. Uno de los más evidentes es la perduración de la ocupación de los mismos espacios de vivienda. Posiblemente ocurrieron algunos cambios arquitectónicos, por ejemplo, en la desembocadura de la quebrada de Antofalla se construyeron algunas estructuras de planta cuadrangular sobre estructuras que databan de los siglos III a XII, aunque en las otras áreas se optó simplemente por reconstruir y reocupar las estructuras de planta circular. De igual manera, hay una perduración del empleo de las cámaras funerarias subterráneas desde incluso los

primeros siglos d.C. Aunque se registra un cambio en la ubicación topográfica de las mismas, ya que hay un alejamiento de las áreas de entierro en relación a las áreas de vivienda y producción, a partir del siglo XII comienzan a elegirse espacios alejados de las casas y en áreas elevadas-. La similitud de las características constructivas de las cámaras y de la disposición del ajuar es evidente (Figura 6) (Lema, 2004). Entonces, es posible notar en un segundo nivel de análisis una marcada perduración de la escala doméstica en la producción agrícola, y a juzgar por la disposición de las viviendas, en las interacciones cotidianas a nivel aldeano. No es que las familias de Tebenquiche y Antofalla permanecieran aisladas de los marcados cam-

Figura 6: Dibujos realizados por Weiser de dos cámaras funerarias que excavó en Tebenquiche Chico. La de la izquierda corresponde al primer milenio d.C y la de la derecha al colonial temprano (tomadas de Haber 2006)

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bios en las condiciones sociales y políticas que sucedían en los Andes Meridionales en el lapso temporal tratado. Numerosos objetos, como cerámicas, hierro, vidrios y puntas de hueso (Figura 7), entre otros, indican que las familias participaban de redes sociales que excedían los límites de la aldea y la Puna. Probablemente los procesos de expansión y retracción agrícola y demográfica señalados al comienzo de este trabajo puedan, al menos en parte, ser explicados en relación a aquellos procesos regionales. Tal vez fueron estas aldeas los sitios desde donde fue posible recrear una interacción social a escala local lejos de los frentes de tensión regionales. Son espacios donde pudieron producirse nuevas integraciones sociales. Espacios que tras un colapso demográfico, crecieron paulatinamente durante los siglos anteriores a la colonia y bastante rápidamente durante los primeros siglos de ésta. Espacios que establecieron una economía en relación con -pero no determinada por- las grandes organizaciones sociopolíticas andinas o por el mercado colonial, y cuya agencia estaba en manos de los campesinos indígenas. Quizá haya sido, en el marco de las tensiones entre los intereses locales y los regionales, que el sostenimiento de una deFigura 7: Cerámicas, cuentas de vidrio y puntas de hueso halladas en los estratos terminada espacialidad formara parte de coloniales de TC1 y TC2. las estrategias mediante las cuales las comunidades locales negociaron su inserción en las sucesivas estructuras políticas y económicas. formaciones vividas en algunas aldeas de la Puna de Es justamente el énfasis puesto en el mantenimiento Atacama. Para ello, hemos tenido que romper con las de una determinada espacialidad de la producción agrí- secuencias y las explicaciones que tradicionalmente han cola y de las áreas de vivienda, lo que se manifiesta articulado las narrativas de las transformaciones cultucomo parte integral de las estrategias por las cuales se rales andinas. Hemos sometido a los documentos a una logró reproducir la vida comunitaria y mantener un mar- lectura materialmente informada y hemos trabajado con gen de autonomía en las decisiones relacionadas a la la comunidad local en la comprensión etnográfica de producción y a la reproducción social en estos espa- las formas de producción campesina. cios aldeanos. No estamos aquí hablando de sumar registros al análisis arqueológico. Si las fuentes documentales y materiales están insertas en redes cognoscitivas edificadas A modo de cierre sobre la base de la ruptura metafísica, simplemente no A través de la presentación del caso hemos querido es posible utilizar los métodos de validación de una ejemplificar, cómo desde una investigación que cruza arqueología objetivista, sin pretensiones de construir los linderos de los campos disciplinares, intentamos ver narrativas históricas, en el desarrollo de explicaciones desde otro lugar la profundidad histórica de las trans- históricamente situadas. El problema de fondo parece

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radicar, justamente, en la demarcación disciplinar original que impuso los límites desde los cuales los investigadores deben acercarse al pasado y que se han mantenido largamente incuestionados en el marco estructural del conocimiento disciplinado en compartimentos estancos, políticamente basados en el trinomio constituido por capitalismo, modernidad y ciencia, y que no es más que parte constituyente de la larga y estable relación de colonialidad a la que se ven sometidas las poblaciones originarias.

Notas 1

Eran tan fuertes los límites disciplinares que clausuraban los puntos de contacto ente la historia y la arqueología, que se hizo necesario construir un campo disciplinar nuevo -la etnohistoria- para dar respuesta a una necesidad de conocer qué estaba pasando con los grupos indígenas durante la etapa colonial americana (Lema 2004).

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Tomo II Actas del 6º Congreso Chileno de Antropología

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