Vigencia del Quijote

July 23, 2017 | Autor: J. Martín Morán | Categoría: Cervantes, Don Quijote, Quijote
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s difícil imaginar un libro con más presencia en la vida de todos los días que el Quijote, si exceptuamos la Biblia.No hace mucho tiempo se preguntaba Riley (1998: 172):

¿Quién tiene una estatuilla de Edipo? ¿Se encuentran ceniceros con el Orlando furioso? ¿Alguien ha visto a Lady Macbeth en una jabonera? ¿Impresaen una camiseta? ¿Un sacapuntas de Manon Lescaut? ¿AAna Karenina en un azulejo de cuarto de baño? ¿Un sujetalibros de los hermanos Karamazov? (. ..) ¿Cuántasde estas imágenes salidas de la literatura mundial reconoceríamos a primera vista sin que nos dijeran de quién se trata? Sin embargo, a don Quijote se le puede ver adornando todos estos objetos y normalmente se le identifica al instante. El Quijote ha entrado en el imaginario colectivo; lo demuestra la mencionada quincallería turística, la reconocibilidad de sus protagonistas y su presencia en la lengua: en todos los idiomas occidentales encontramos modos de decir como "ser un Quijote" o "una Dulcinea", "combatir contra molinos de viento", etc. Su prestigio histórico-cultural es inmarcesible: es el libro más traducido de la literatura universal; en mayo de 2002, un jurado de IOO escritores de jo países eligió el Quijote como la mejor obra de ficción del mundo '. Ese prestigio - lo ha convertido -al margen de operaciones editoriales cuatrocentenarias- en un éxito de ventas, a las pocas semanas de su cuádruple o quíntuple reedición conmemorativa. Y es que el Quijote, como todo buen clásico -lo asegura Calvino (19~1:13)-, a pesar de los siglos transcurridos y de las concienzudas lecturas a que ha sido sometido, aún no "ha terminado de decir lo que tiene que decir". Riley, en el trabajo apenas citado, se preguntaba el porqué de esa perenne actualidad del Quijote y hallaba la respuesta en los elementos arquetípicos de la pareja manchega. Treinta aiios antes, Bajtin (196j: 28) había puesto de relieve, en el libro sobre el carnaval, el carácter emblemático de la pareja formada por don Quijote y Sancho, transfiguración del arquetipo carnavalesco que ya explotara el Arcipreste de Hita con don Carnal y dofia Cuaresma. La abundancia, la materialidad, los placeres del cuerpo hallan compensación en la adustez, la idealidad y la autodisciplina. Al verano se opone el invierno, a la carne el espíritu, al placer el deber y a Sancho Panza don Quijote. Dos componentes esenciales del ser humano - q u e podríamos identificar con nuestros modernos y freudianos "ello" y

' The New York Itmes, 8 de mayo de 2002.

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"superyo"- vagan libres por los caminos de la Mancha. Y así, la aparente contraposición entre don Quijote y Sancho Panza se convierte en simbiosis a los ojos del lector, el cual reconoce en las dos creaciones cervantinas dos aspectos de su propia personalidad. Esta podría ser ya una primera respuesta a quien se plantea las razones de la perenne actualidad del Quijote: nos ha legado un metro de medida de nuestra identidad personal. Diciendo esto, en realidad no hago sino explicitar una de las cualidades de todo buen clásico: para llegar a serlo, la obra en cuestión ha de proponer una piedra de toque para la identidad del lector y, por extensión, para la época y la cultura en que le ha tocado vivir; la undécima propuesta de definición del clásico de Calvino (1991: 16) recoge la misma idea: Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y a veces en contraste con él. Claro que, como es lógico, los valores identitarios que han de ser contrastados en la lectura del clásico varían según la cultura en cuyo canon se inscribe y según la época histórica promotora de la interpretación. El Quijote no se haya exento de la aplicación de tal criterio relativista; de ahí que en correspondencia con cada uno de los gandes momentos de la historia cultural encontremos una imagen diferente, al menos superficialmente, de la obra maestra cervantina. Y así, por ejemplo, Mayans y Siscar (1737) y Vicente de los Ríos (1~80),en el siglo XVIII,alabaron la dimensión didáctica y la arquitectura del Quijote, ejemplo de buena aplicación de los preceptos literarios y modelo preclaro contra los excesos de los libros de caballerías; los románticos alemanes, con los hermanos Wilhelm (1801) y Friedrich Schlegel (I 8I j) a la cabeza ~ T i e c k(1828) a corta distancia temporal, vieron en don Quijote el caballero del ideal en lucha con una realidad degradada que no comprende la pureza de su acción; los esotéricos de mediados y finales del XK (Díaz de Benjumea, 1 8 ~ 8 )analizaron la obra en busca de la clave del conocimiento, la verdadera luz de la humanidad que Cervantes habría celado hábilmente en los entresijos de su obra; Unamuno (1~05)y la generación del 98 identificaron en el hidalgo - deschavetado el trasunto del alma hispana, en su perenne lucha contra la realidad hostil; en la voluntad de ser que vence los condicionamientos sociales identificó Castro (1941) la españolidad y en el Quijote su espejo; ese querer ser, contra viento y marea, y la capacidad de acendramiento del yo fueron la clave española que los críticos nacional-católicos de postguerra (Montolíu, 1947; Olmedo, I 947; Amado Alonso, 1948; Camón Aznar, 15148) encontraron en la obra maestra cervantina. En suma, en el libro de Cervantes cada época ha querido ver la esencia de su identidad histórica y, a veces, por añadidura, la esencia de la identidad atemporal, transhistórica de los espaiíoles. No obstante, hay que decir que a partir de los

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románticos se percibe un fondo común en todas las interpretaciones, que va más allá de las lindes de la esencia española, que es el que revelan mejor los tres ejemplos siguientes: en 1981, el general Pinochet prohibió la difusión del Quijote en Chile (Manguel, 1998: 320); catorce afios antes era el libro de cabecera del Che Guevara en la selva boliviana; y catorce afios después del subcomandante Marcos en la selva lacandona; los tres, a veces desde opuestas laderas ideológicas, veían en la obra de Cervantes un alegato en defensa del ideal y de la libertad personal, y un ataque contra la autoridad constituida. Del mismo parecer había de ser Simón Bolívar para decir aquello de "ha habido tres grandes imbéciles en el mundo: Jesucristo, don Quijote y yo". Ese parece ser el gran legado del Quijote a los pueblos de habla hispana, a juzgar también por el significado de los vocablos quijotescos engastados en nuestra lengua: un "quijote", según el Diccionario de la lengua española ( 2 0 0 ~ de ) la Real Academia Espafiola, es un "hombre que antepone sus ideales a su conveniencia y obra desinteresada y comprometidamente en defensa de causas que considera justas, sin conseguirlo"; los molinos de viento son "enemigos fantásticos o imaginados"; y una Dulcinea es una "mujer querida" o una "aspiración ideal, fantástica comúnmente". No deja de ser curioso que, en estas definiciones léxicas y en aquel uso político de la obra, de entre las dos pandes líneas de interpretación del Quijote, la trastendente y la burlesca, haya perdurado la primera y se halla hecho caso omiso de la segunda, que era precisamente la de los lectores contemporáneos y la del propio Cervantes -no estará de más recordarlo-, el cual en El viaje del Parnaso se refiere al Quijote en estos términos: Yo he dado en Don Quijote pasatiempo al pecho melancólico y mohíno, en cualquiera sazón, en todo tiempo. Pero, ¿ha sido siempre así?, ¿en los diccionarios de la lengua española sólo ha tenido cabida una interpretación del Quijote? Para responder a esta pregunta, he indagado la evolución de la palabra "quijote" en la historia de los diccionarios de la lengua española, tal y como nos la restituye el Nuevo tesoro lexicogrdJ;co de Id lengua española (2002). Y he podido constatar que la primera ocurrencia de "quijote" con referencia a un ser humano, en el diccionario de Autoridades de 1737, propone un significado en sintonía con su interpretación como personaje cómico, con los siguientes semas: a) "se llama al hombre ridículamente serio",

6) "o empefiado en lo que no le toca'.

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Ninguna sorpresa: el diccionario recoge la lectura dominante por aquel entonces, ya que aún no podía hacerse eco de la reivindicación del autor, el libro y el personaje llevada a cabo aquel mismo año por Mayans y Siscar (17~7).La sorpresa se produce en los diccionarios sucesivos, los cuales no solo ignoran las nuevas interpretaciones de la obra, sino que repiten literalmente la definición de Autoridades hasta la edición de I 869 en que se añade un sema más, aunque en la misma dirección disfórica: e) "el nimiamente puntilloso",

y se explicita mejor aquel sintético

6) "empeñado en lo que no le toca" con esta formulación br) "el que a todo trance quiere ser juez o defensor de cosas que no le ataiíen. En este caso [quijote] suele ir precedido del don". En la edición de 1899 se añade otro sema, con una ligera modificación en el tono disfórico:

d) "hombre que pugna con las opiniones y los usos corrientes, por excesivo amor a lo ideal".

-

La serie a) - d) - e) b ~ se) repite exactamente así durante un siglo, hasta llegar a la edición de 1985, la cual incluye en la definición de "quijote", con el mismo invariable orden de semas, el modismo "hacer uno el quijote: luchar por ideales o causas que se tienen por nobles o justas. Úsase a veces en sentido despectivo". La nueva criatura empezaba a gestarse; en la edición de 1989 nos acercamos al momento del alumbramiento: la serie de semas es alterada como sigue: a) - e); han desaparecido los semas b ~ y) d), inamovibles desde hacía más de un siglo, y se introduce un nuevo sema que es la derivación del modismo de la edición anterior: e) "hombre que antepone sus ideales a su conveniencia y obra desinteresada y

comprometidamente en defensa de causas que considera justas". El parto definitivo de la nueva definición del vocablo "quijote" lo tenemos en la edición de 1992, año en que desaparece la serie histórica de semas negativos y

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permanece única y exclusivamente la innovación de la edición anterior (sema e), con toda su carga idealizadora del personaje. La revolución se había hecho necesaria, para recoger el sentido cotidiano de la palabra; el mismo del que dan fe los testimonios del uso político del libro aducidos anteriormente. Si parece fuera de duda la mayor adecuación al uso de la última definición académica de "quijote", cabe preguntarse por qué el cambio se ha producido tan tarde. La respuesta tendrá que tener en cuenta la especifidad de la institución académica y su marcado conservadurismo hasta los años ochenta del siglo XX; los diccionarios no reflejaban el uso, sino la norma, que había de ser la castellana de la lengua escrita; el rastreo de los significados de ¡as palabras en sus usos cultos ya había sido llevado a cabo por el diccionario de Autoridades, por lo que no había lugar a innovaciones. Solamente a raíz de la nueva concepción de la función de la Academia -que se ha traducido en una mayor atención al uso, en la cantidad de americanismos admitidos en las nuevas ediciones del diccionario y en la revisión de muchas acepciones-, se crearon las condiciones para el repudio de la interpretación neoclásica del Quijote, patente en los semas peyorativos de "quijote", y la acogida de su legado popular, es decir, la visión idealizada del hidalgo manchego. Claro que otros pueblos recibieron un legado diferente, a juzgar por el significado de "don Quijote" en francés, italiano, alemán e inglés, mucho más acorde con el significado registrado por Autoridades. Según Le Petit Robert (1998) un "don Quijote" ("don Quichotte") es un hombre "generoso, ingenuo, exaltado, que lucha sin resultados contra la injusticia"; para II dizionario della lingua italiana de , "don Quijote" ("donchisciotte") es un hombre "de comDevoto y Oli ( ~.g.g o )un portamiento tan generoso y desafiante como inútil y absurdo, y por lo general ridículo, dictado por ideales utópicos"; en el Deutsches Worterbuch de Wahrig (1994), "quijotería" ("donquichotterie") es "un comportamiento destinado a fracasar, propio de un idealista sofiador"; y según The Oxford Paperback Dictionary (1988) de la lengua inglesa "quijotesco" ("quixotic") se aplica al hombre "caballeroso, altruista y con fines extravagantes o escasamente prácticos". Como se puede apreciar, en las cuatro lenguas sondeadas los términos "don quijote", "quijotería" O "quijotesco" presentan junto con el sema 'generoso' el de 'ingenuo' y 'ridículo', además de 'poco práctico'. Ahora bien, descartado que haya sido el consabido pragmatismo anglosajón el que subrepticiamente haya difundido en las otras culturas occidentales una lectura capciosa de nuestro clásico, cabe preguntarse el porqué de esta diferente imagen colectiva del libro, o mejor, jcuál es la razón de que en la lengua española, tal y como documentan las últimas ediciones del DRAE, contrariamente a lo que sucede en las otras lenguas occidentales europeas, los significados de los términos relacionados con la obra maestra de Cervantes estén tefiidos de idealismo? Convendrá tener presente que los propagadores de la lectura idealista del Quijote, aunque ahora parezcan arrepentirse en sus diccionarios,

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fueron precisamente los europeos, con los románticos alemanes como adalides y los ingleses en el papel de fieles escuderos, y que, en Espafia, durante el siglo XVII y parte del XVIII la lectura predominante, si no la única, como queda dicho más arriba, era la lectura paródica, de libro de burlas. Sea como fuere, parece evidente que la situación de las interpretaciones del Quijote en las culturas europeas hace verdad otro de los postulados de Calvino (1991: 13-14),el postulado número siete, en su búsqueda de la definición exacta del clásico: Los clásicos son esos libros que nos llegan llevando consigo la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra y tras sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más simplemente en el lenguaje o en las costumbres). La respuesta a la pregunta de hace un momento, acerca de los motivos por los que la interpretación del Quijote que se trasluce en los usos recogidos en el DRAE es la romántica mientras que la de otras lenguas europeas es la burlesca, la tenemos en la dimensión mítica de emblema nacional que el personaje de Cervantes ha ido adquiriendo en la cultura espaiíola. Buena prueba de esa tendencia mitificadora la tenemos en las celebraciones del 200j: más de jooo actos culturales, sólo en España, entre congresos, exposiciones, rutas turísticas, visitas a la casa de Dulcinea, comidas sanchopancescas, etc., dieron fe de la finalidad patriótica de tamafio empefio. Y es que con el centenario no se vendió solamente el Quijote, se vendió Espaiía entera, una imagen, una cultura y... unos productos típicos. Y todo ello, directa o indirectamente, tiene que ver con la función que desempeiia la literatura en la construcción de la identidad nacional. Para comprobarlo bastará con que hagamos una breve incursión, a vista de pájaro, en el periodo de la historia de la cultura que "inventó" la función nacional de la literatura. El romanticismo buscó intensamente el alma de los pueblos y sus manifestaciones, y ¿qué mejor contenedor para el espíritu del pueblo que llegó a tener el mayor imperio de la historia, vio cómo se deshacía "en sombra, en humo, en suefio" y decayó hasta la servidumbre al invasor francés, qué mejor contenedor para su alma, decía, que la historia de un hidalgo con delirios de omnipotencia que choca contra la realidad? Se remonta, efectivamente, a los románticos alemanes la identificación entre don Quijote y el espíritu espafiol (Schlegel, I 81 5 ) que tanto juego había de dar en la avalancha sucesiva de obras hispánicas en busca de la clave de la identidad patria (Close, 1 ~ ~ 8El) dolor . de Espafia que tan profundamente sintieron los pensadores liberales, regeneracionistas, krausistas, noventayochistas, nacionalcatólicos y progres de los 60 y 70, fue acompañado frecuentemente por la imagen del paladín de la generosidad incomprendida. A partir de ahí es fácil reconstruir el camino hasta el gran público: las instituciones culturales del país (la escuela y la universidad, ante todo) y los medios de comunicación han difundido desde siempre, y casi exclusivamente, esa lectura del Quijote.

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A partir de la celebración del cuarto centenario del nacimiento de Cervantes, en el afio 1947, tal vez estimulados por la gran profusión de actos que se le dedicaron, los académicos nos hemos apropiado del Quijote. Antes de la segunda guerra mundial, el Quijote había sido objeto de estudio y análisis por parte de intelectuales de toda laya, que poco o nada tenían que ver con la Universidad o con la filología; intelectuales cuya labor marcó, en muchos casos, el desarrollo del cervantismo; me estoy refiriendo a Valera (1864), Díaz de Benjumea (1878), Unamuno (1905), Azorín (1905), Ortega y Gasset (1914), Madariaga (1926), Azaíía (1934), etc. A partir del final de la segunda guerra mundial, cuando las condiciones socio-económicas lo permitieron y la actividad de investigación literaria volvió por sus fueros, las contribuciones de los "espontáneos" perdieron la relevancia que habían tenido hasta entonces, en favor de los trabajos más eruditos y rigurosamente metodológicos de los filólogos de profesión. La razón habría que buscarla en el extraordinario desarrollo del cervantismo en la primera mitad del siglo XX,con las sucesivas ediciones de Rodríguez Marín (191 1-13, I 916-7, I 9278, 1947-8) y los análisis literarios de Toffanin (1920), De Lollis (1924), Savj-López (19 13) en que se empezaba a explorar la relación entre el Quijote y la teoría literaria contemporánea a Cervantes. A la atención por el texto le había seguido la reivindicación de la cultura del autor, emprendida por Menéndez Pelayo ( 1 9 0 ~ )y completada por Castro (1~25).Y así, son raros los intelectuales ajenos a la investigación literaria que, en la segunda mitad del siglo XX, han propuesto nuevas lecturas del Quijote; entre ellos habría que mencionar a Ayala (1947), Foucault (1966) y Rosales (196o), y luego no habría que olvidar las aproximaciones de Torrente Ballester (197j), Fuentes (1976), Goytisolo (198~,1999), Nabokov (1983) y Kundera (1987), aun cuando no abrieran nuevas perspectivas de lectura del texto. A consecuencia de ello la interpretación del Quijote se convirtió en análisis del Quijote; del intento de comprender la validez del mensaje de la obra para la sociedad actual, intento que caracterizaba el trabajo de los intelectuales citados, pasamos al análisis minucioso y sesgado desde puntos de vista críticos apriorístic o ~ con , notables ventajas, para qué negarlo, en el acercamiento a la dimensión literaria del texto y su importancia para la historia y la evolución de la literatura, pero con la desventaja de haber encastillado su interpretación en una fortaleza inexpugnable de tecnicismos y abstracciones conceptuales. El resultado ha sido que, a partir de 1947, la distancia entre la interpretación académica del Quijote y la lectura popular de la obra, que aún los intelectuales de finales del xx y primealimentar, se ha ido haciendo insalvable. Y es que, mal ra mitad del xx conseguían que nos pese a la enorme legión de interpretantes profesorales, la lectura que pervive del Quijote es la romántica, no ciertamente la académica, con su rigor y sus impecables técnicas de análisis (Close, 1978; Martín Morán, 2001). A lo largo de los siglos, en diferentes momentos históricos, desde diferentes posiciones ideoló-

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gicas, con efectos en la recepción del libro a veces opuestos, la lectura del Quijote es y ha sido una sola, y va engarzada, con variada orfebrería, en esta sortija: el conflicto entre la voluntad de ser de don Quijote y la burda realidad aquilata la personalidad del caballero en una ascesis continua, que lo conduce a la purificación de sus virtudes, hasta hacer de él la personificación del ideal. En la recta final de mi trabajo quisiera concentrarme, una vez dilucidadas las diferentes lecturas de que el Quijote es objeto y las causas de la preponderancia de una u otra en diferentes culturas y tiempos, quisiera concentrarme, decía, en los elementos de modernidad de la obra, o mejor, en lo que un lector de nuestros días puede apreciar en el libro de Cervantes. Ante todo, una vez comprendida la génesis de la infidelidad interpretativa a la intención paródica original del autor, convendrá plantearse si no habrán sido las condiciones de lectura las que han hecho posible la resemantización de la obra. Un elemento a tener en cuenta es el diferente tipo de humor del lector moderno respecto al lector contemporáneo de Cervantes: ciertas escenas de rebajamiento físico del protagonista, más que la risa, modernamente suscitan tristeza; el humor violento, entremesil hecho de palos, caídas, burlas, etc., es difícilmente comprendido por el lector actual, como demuestran las recriminaciones de Nabokov ( 1 ~ 8 al ~ )cruelísimo Cervantes. A esto ha de aiíadirse que cuando el lector dejó de tener la referencia del objeto parodiado, los libros de caballerías, dejó de ver a don Quijote como el trasunto burlesco del caballero andante; sus ideales perdieron la marca de la casa, aquella caballería idealizada en improbables relatos fantásticos de errancias belicosas, y pasaron a ser la expresión sublime de la utopía de un mundo feliz, presente en todas las culturas y en todas las épocas. En la capacidad de don Quijote de construirse u n trayecto vital a partir de una idea de sí, que nada debe a las normas sociales, el lector proyectó su experiencia primigenia de inserción en la vida social por la disciplina de las leyes, las instituciones, la cultura. Vivió por persona interpuesta, en una palabra, su propia vivencia de la alteridad. Este conflicto entre el querer ser de don Quijote y el poder ser no cabe duda de que es la expresión individual, como bien supo ver Maravall (1948), del conflicto entre la idea medieval y renacentista de reforma social y el desengaiío barroco; pero una vez depurado de su ganga histórica, la mena resultante es la de la experiencia moderna del hombre en sociedad: en un mundo sin significados integradores, sin sentido trascendente, sin la vertebración de la presencia de Dios en el mundo, el hombre vive la distancia entre sus aspiraciones interiores y la realización exterior de las mismas; este conflicto entre hombre interior y hombre exterior es, según Lukács ( 1 ~ 2 0 )la , clave de la modernidad. Si el Quijote aún sigue transmitiendo su mensaje a los lectores actuales, es debido también a la extraordinaria capacidad de Cervantes para captar en toda su complejidad una de las claves de la existencia en sociedad.

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Un aspecto del conflicto entre ser interior y el ser exterior es el de las relaciones entre el individuo y la autoridad social. El modo en que Cervantes lo encara en el Quijote le garantiza, a mi modo de ver, la fidelidad de los lectores de hoy. Ya desde el prólogo Cervantes desvincula a su novela de los dictados de la autoridad en general, renunciando a citar lugares de obras clásicas que condensen la verdad de su texto, a anteponer poemas laudatorios escritos por jerarquías sociales o autores de renombre y a asumir su propia autoridad de autor, entregando a un amigo que ha venido a visitarle en el momento de la redacción del prólogo el poder de presentar su obra. I'or si fuera poco, reclama del lector desocupado su total libertad de juicio, sin que se deje condicionar por las jerarquías de valores vigentes. Así pues, el autor ha hecho, en este prólogo, al menos dos actos de dejación de autoridad; y persistirá en su actitud con la máscara del narrador, al que despoja de su fiabilidad, el pedestal desde el que puede enunciar su discurso. El primer autor de la historia es árabe y por tanto mentiroso; el narrador tiene un conocimiento indirecto de los hechos, pues se basa en versiones orales contrastantes entre sí y en escritos fragmentarios, y cuando por fin se consigna en las manos del mendaz moro ha de someterse a la traducción de un morisco que será, por consiguiente, tan mentirosa como el original, con lo que la historia en sí se nos presenta como doblemente mentirosa. El ambiente antiautoritario del relato se percibe en las vacilaciones a la hora de establecer con seguridad un detalle de la historia; en los desmentidos de hechos anunciados previamente, como la ida a Zaragoza, o la muerte de don Quijote en el final de la primera parte inmediatamente desmentida en el principio de la segunda; en las numerosas incongruencias narrativas, como la famosa del asno desaparecido y vuelto a aparecer sin una palabra del narrador. El lector constata a cada paso que la invitación del prólogo a mantener alerta su capacidad crítica era menos formularia de lo que en principio podía parecer, pues sin el agarradero de una palabra autorizada de un narrador fuerte, sin una historia fundada en testimonios fidedignos, sin una trabazón lógico-causal de los episodios, ante la presencia de un texto que continuamente se pone en tela de juicio, no le quedará más remedio que aplicarse a la reconstrucción de la historia y de su fuerza de verdad por sí mismo. Cervantes consigue dar una dimensión atemporal a su historia porque no deja que la lógica de la autoridad del momento condicione estructuralmente su relato. Su deuda con la autoridad y la ley, o incluso con la opinión, queda pagada en el discurso de su narración, no en la estructura, de tal manera que el narrador o los personajes pueden expresar una condena moral de los hechos de otros personajes, pero la estructura de la narración los exime de la sanción correspondiente a sus infracciones. Los aspirantes a galeotes de la cadena deshecha por don Quijote, al final del episodio -y, por lo que sabemos, de la novela- quedan libres y exentos del pago de su deuda con la ley; Ginés de Pasamonte, el más desaforado de

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entre ellos, parece que lleva una vida más que pasadera en su nueva identidad de Maese Pedro y en su nueva profesión de trujamán y titiritero; Dorotea, infractora del canon del matrimonio del Concilio de Trento, es presentada como una heroína de la libertad en el amor; lo mismo vale para Luscinda y Quiteria, la cual con su cómplice Basilio usa el engaiío para afianzar su derecho al amor desinteresado, en perjuicio del crédulo Camacho; Zoraida, que roba y abandona a un padre desesperado, es presentada como un dechado de catolicidad; Roque Guinard, ladrón y asesino, es levantado hasta los cuernos de la luna como si del último caballero andante se tratara; Ricote, el morisco expulsado y vuelto clandestinamente a España, tal vez consiga recuperar su tesoro enterrado, después de su encuentro con su vecino Sancho Panza; Ana Félix, su hija, arráez circunstancial del barco del que salen los disparos que acaban con la vida de un par de soldados e infractora ella misma del decreto de expulsión de los moriscos, es tratada con todos los honores por el virrey de Cataluña y ayudada a rescatar a su enamorado Gaspar Gregorio. De todos estos personajes el narrador reconoce los desmanes y, lejos de castigarlos aplicándoles todo el rigor sancionador de la estructura narrativa, como requeriría la adecuación a los valores estatales vigentes, los redime de sus penas convalidando indirectamente los valores periféricos que motivan sus acciones. "Periféricos", porque son valores que solamente una visión sesgada de la superestructura estatal, hecha de normas morales y legales, podría aceptar: esos valores, en la óptica estatal, no pasarían de ser atenuantes de las infracciones cometidas por cada uno de ellos y, sin embargo, en la óptica del relato pasan a ser eximentes e incluso se convierten en la dimensión ejemplar que justifica la presencia en la historia del personaje en cuestión. Y así, por ejemplo, Dorotea, Luscinda y Quiteria actúan movidas por la fuerza irrefrenable del amor, que justifica su ligereza de comportamiento, el pecado contrarreformista y hasta el engaiío; la mora Zoraida ha sido convertida al catolicismo por la misma Virgen María, carisma suficiente para justificar un amago de parricidio involuntario; Pasamonte es un modelo de astucia y saber popular, por lo que bien puede quedar libre; Roque Guinard encierra toda la caballerosidad del mundo en su pecho; Ricote es un emigrante que aiíora a su patria; etc. Todos estos personajes y sus vicisitudes están como suspendidos en el limbo del tiempo y el espacio; se hallan insertos, ciertamente, en un contexto social e histórico, pero en ningún momento el problema expuesto en la narración es el contexto, sino el drama humano que los afecta. Es decir, Cervantes escoge el camino que lo aleja de su tiempo y lo sitúa en la zona transhistórica de la identidad del hombre como individuo, la identidad de un ser social que se coloca momentáneamente al margen de las leyes de la sociedad, para solicitar que se le apliquen los mecanismos de la identidad comunitaria, una comunidad ajena al transcurso de la historia, vinculada únicamente a la memoria comunicativa inmediata de las vivencias de los individuos que la componen (Assmann, 1992: .zj-6);

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de ese modo, Cervantes oblitera la norma y ensalza la costumbre y el sentimiento comunitario, como motivadores de las acciones de sus personajes y como vector de estructuración de los episodios. Y la comunidad, qué duda cabe, puede ser la de los contemporáneos de Cervantes que leen la novela, pero puede ser la de los lectores de todos los tiempos. Eso es lo que permite que cada lector individual, independientemente del tiempo y la cultura a la que pertenezca, pueda aceptar como actual el tratamiento de los problemas humanos, más que los casos, que el narrador le plantea. El propio don Quijote empezó la historia en el papel de loco descaminado y la termina con los honores del protagonista de un libro de éxito, revestido de una sabiduría y una humanidad incomparables, sin que en ningún momento la autoridad social le haya hecho pagar ninguno de sus desaguisados. Creo que esta alegre amoralidad de la historia, que devuelve los problemas sociales e históricos a su dimensión exquisitamente humana, es uno de los pilares de la persistente vigencia del Quijote.

JosÉ MANUEL MART~N MORAN Universiti del Pieinonte Orientale

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