Vida cotidiana en Tenerife a raíz de la conquista. Fusiones, innovaciones, restricciones

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Descripción

NEUS PUIG I AMAT MONTSE VIADER I CROUS (Eds.)

La vida quotidiana a l’Edat Mitjana

Actes del IV Seminari d’Estudis Medievals d’Hostalric (20-21 de novembre de 2014, Hostalric)

La vida quotidiana a l’Edat Mitjana

Actes del IV Seminari d’Estudis Medievals d’Hostalric (20-21 de novembre de 2014, Hostalric)

AJUNTAMENT D’HOSTALRIC Hostalric 2015

Aquesta publicació no pot ser reproduïda, ni totalment ni parcialment, ni enregistrada en, o transmesa per, un sistema de recuperació d’informació, en cap forma ni per cap mitjà, sia fotomecànic, fotoquímic, electrònic, per fotocòpia o per qualsevol altre, sense el permís previ de l’editorial.

© Els autors, 2015 © D’aquesta edició: Ajuntament d’Hostalric, 2015 ISBN: 978-84-406-1803-8 Dipòsit legal: Gi-1453-2015 Maquetació i impressió: Indústria Gràfica Montserrat, s.a.

ÍNDEX PRESENTACIÓ.............................................................................................................................................................. 5 PRÒLEG............................................................................................................................................................................ 7 PONÈNCIES:

Jordi Bolòs i Imma Sànchez-Boira La casa i els seus objectes. Una aproximació feta a partir de les fonts escrites i de les fonts iconogràfiques....................... 13 Carles Vela Aulesa Llarga vida a tot! El mercat de vell a Barcelona a la baixa edat mitjana.................................................................................... 33 Rosa Alcoy Pedrós Vida quotidiana i art: reflexions, temes i línies de recerca iconogràfica (segles xiv-xv)...................................................... 55 Teresa Vinyoles Vidal Històries d’amors i desamors........................................................................................................................................................... 74

COMUNICACIONS:

Alejandro Martínez Giralt Néixer i créixer en una família noble medieval: els joves Cabrera............................................................................................. 87 Aina Palarea Marimon Els nivells de vida a la Catalunya baixmedieval: proposta d’estudi a partir dels inventaris post-mortem de la notaria d’Amer (1388-1408).......................................................................................................................98 Novella Dalmau, V., Blanco-Lapaz, À., Saña Seguí, M. Producció ramadera i dieta al castell de Montsoriu entre els segles XII i XV............................................................... 113 Gemma Font, Josep Maria Llorens, Joaquim Mateu, Sandra Pujadas, Jordi Tura La vida quotidiana al castell de Montsoriu a la Baixa Edat Mitjana................................................................................ 125 Pau Turón Izquierdo Sant Esteve de Caulès: evolució del massís de l’Ardenya-Cadiretes des de l’època romana fins a l’edat mitjana (Resultats preliminars)................................................................................................................................................................. 134 Joan Molla Callís i Esther Loaisa Dalmau Construcció i alimentació pagesa a la parròquia de Sant Martí de Calonge.................................................................. 143 Mònica Maspoch Oller Vida quotidiana en la decoració dels embigats de l’arquitectura domèstica medieval catalana.......................... 153 Alba Barceló Plana Imatges de la quotidianitat a les haggadot catalanes il·luminades: l’Àpat Pasqual............................................................... 166 Maria Laura Palumbo El mueble y los objetos cotidianos en la pintura catalana del primer Gótico Internacional............................................... 176 Elvis Mallorquí Garcia Ballestes en mans de pagesos. La participació a l’exèrcit de la població rural del bisbat de Girona, 1200-1350............ 181 Víctor Muñoz Gómez Vida material y sociabilidad de casa entre los grupos aristocráticos de la castilla bajomedieval. Una aproximación a partir de la documentación testamentaria (fin. s. xiv-princ. s. xv)........................................... 197 Roberto J. González Zalacain Vida cotidiana en Tenerife a raíz de la conquista. Fusiones, innovaciones, restricciones................................................... 209

Vida cotidiana en Tenerife a raíz de la conquista

Vida cotidiana en Tenerife a raíz de la conquista. Fusiones, innovaciones, restricciones1 Roberto J. González Zalacain UNED-CA Tenerife Introducción La conquista de las islas Canarias al final de la Edad Media y la posterior colonización europea del territorio implicó la imposición de una nueva realidad material y cultural a un territorio ocupado y explotado bajo la lógica de la sociedad aborigen. El interés del estudio de la vida cotidiana después de la conquista radica en que permite analizar los tres vectores que inciden en la conformación de la realidad material de la nueva sociedad: el sustrato cultural de las poblaciones preexistentes, la nueva sociedad, con su correspondiente realidad material, que aportan los conquistadores, y las limitaciones impuestas por una realidad muy constreñida en lo que se refiere a las materias primas. A raíz de la finalización de su conquista por parte de la Corona de Castilla en el año 1496, se inició en la isla de Tenerife un intenso proceso colonizador con influencia radical en los ámbitos social, económico e institucional, destinado a cambiar las estructuras productivas aborígenes e implantar un modelo de explotación netamente europeo en la isla, tal y como ya había acontecido en las restantes islas del archipiélago.2 Este proceso colonizador generó un nuevo orden social y económico, del que para la parte que nos interesa relacionada con la vida cotidiana merece nuestra atención la conformación de los grupos humanos que poblaron la isla, portadores todos de hábitos culturales e identitarios propios que influyeron en la conformación de la realidad cotidiana de la nueva sociedad. Por un lado, hemos de contar con los intervinientes en las campañas bélicas. Y más allá de las gentes de la guerra el espectro de origen es muy variado, ya que además de repobladores del área andaluza, se produce la llegada de gentes de otros territorios de la corona de Castilla y un importantísimo grupo de pobladores portugueses. A ellos ha de añadirse a su vez personas originarias de otros reinos europeos, cuya presencia es relevante desde un punto de vista no tanto cuantitativo como cualitativo.3 Además de todos estos componentes humanos procedentes del entorno europeo la caracterización de la nueva sociedad quedaría sumamente incompleta si no tuviéramos en cuenta la pervivencia de la población aborigen. Ésta se explica a partir de dos variables. De una parte, los aborígenes de la isla de Tenerife, los conocidos como “guanches”, y de la otra los pobladores aborígenes de las islas incorporadas previamente al ámbito de la corona, y que en mayor o menor grado participaron tanto en el proceso de conquista como en la posterior repoblación. El proceso de aculturación e integración en la nueva sociedad vivido por los aborígenes que permanecieron en la isla y se insertaron en la nueva sociedad ha merecido la atención constante

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de la historiografía, que ha abordado su estudio desde diversas perspectivas. La más reciente, a cargo de Sergio Baucells,4 realiza un exhaustivo análisis de las dos formaciones sociales y sus claves estructurales de funcionamiento, planteando como conclusión fundamental que la integración de los aborígenes en la nueva sociedad se hizo desde un patrón de clase, pero con una importante incidencia de los patrones culturales, elemento que centra nuestra atención en estos momentos. Todo lo expuesto hasta el momento muestra la compleja realidad socioeconómica sobre la que se asentó la nueva sociedad tinerfeña. Un cuerpo social formado por un heterogéneo conjunto de personas venidas de muy distintos lugares, y que manejaban unas claves relacionales e identitarias muy variadas,5 lo que influyó de manera determinante en la vida cotidiana de la nueva sociedad. Para conocer esta influencia vamos a ir recorriendo los distintos ámbitos de la realidad material en la que se movió esta sociedad, peculiar en el contexto bajomedieval occidental, y que se fue gestando a partir de las influencias de estos grupos sociales, y muy condicionada por la realidad geográfica y material de unas islas muy alejadas del continente europeo, y en las que no era fácil obtener muchas de las materias básicas para el desarrollo de la vida diaria en el continente. Las condiciones materiales de la vida cotidiana en Tenerife: el hogar Para comenzar a analizar esta realidad conviene arrancar en la estructura del propio hogar en el que pasaban sus días los habitantes de la isla, antes de entrar en él y comenzar a husmear en su interior.6 Esta estructura estaba muy condicionada por la amplitud mayor o menor de los solares repartidos con el objeto de construir casas, muy holgada en los terrenos dados en la capital de la isla, San Cristóbal de La Laguna, pero menos homogéneo en el resto de la isla.7 Aún manteniendo siempre la ortogonalidad en sus formas, no parece existir ninguna relación entre las magnitudes de unos y otros que pudiera llevar a pensar en alguna política concreta del primer concejo tinerfeño en cuanto al tamaño de la vivienda rural. Por todo ello la primera característica que destaca es la inexistencia de un patrón común, ni siquiera aproximado, que pudiéramos tomar como dimensiones “tipo” de la vivienda construida durante esta fase final de la Edad Media. Esta planta cuadrada o rectangular de los solares repartidos se mantiene a la hora de construir las viviendas, de tal forma que el perímetro de las casas construidas en Tenerife siempre presenta una de estas dos formas. En este sentido, es interesante recordar que la práctica común de los propietarios era ocupar todo el solar, aunque sólo fuera construyendo una tapia en su perímetro, lo que ha llevado a Alejandro Larraz a deducir que, si bien solares y viviendas comparten la planta rectangular, el menor tamaño de estas últimas, con respecto a los primeros, nos indica que en muy raras ocasiones ocupaba todo el espacio potencial, sino que la norma era construir sólo una parte de éste. Este hecho está en consonancia con la reproducción en Tenerife de los modelos tipológicos bajomedievales más corrientes, en especial con la casa-habitación andaluza, tipo de vivienda caracterizada por un espacio vallado al aire libre en el que se realizaban algunas funciones domésticas.8 De esta forma vemos reproducidas tanto la tipología de las viviendas como las costumbres del

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hábitat. Diferenciando tipologías, lo primero que hay que señalar es que predominan las viviendas de una o dos plantas, en las que la existencia de patio interior es la excepción, a diferencia de lo que ocurre en la construcción andaluza. Los contratos de construcción de viviendas de la isla confirman, en líneas generales, la escasez de huecos estrictamente de iluminación pero, sobre todo, ponen de manifiesto una fuerte desigualdad en cuanto al número o a la morfología de las ventanas según fueran las viviendas, de tal forma que a mejores características constructivas de éstas correspondía mayor cantidad y calidad de aquéllas. La naturaleza de los pavimentos utilizados dependía fundamentalmente de su ubicación, ya fuera ésta en planta baja o alta. En el primer caso los materiales podían ser muy variados, desde la simple tierra apisonada hasta los enlosados de piedra. En las plantas altas sólo conocemos pavimentos a base de tablazón, construidos sobre una estructura muy simple, también de madera, que servía al mismo tiempo de techo a la planta baja. Son, en definitiva, unas viviendas con escasa concesión al lujo, muy adecuadas a ese medio socioeconómico en que se construyen, tan constreñido por una disponibilidad de recursos muy limitada. Junto a la existencia de una segunda planta, el elemento que resultaba más determinante en la configuración de la vivienda, tanto en el medio urbano como en el rural, es la presencia o no del corral. Éste consistía en un espacio descubierto, comúnmente situado en el lado opuesto a la entrada principal de la vivienda, y bordeado por tapias que lo unían a la casa propiamente dicha. Dependiendo de su tamaño, las funciones del corral podían ser múltiples, aunque la más frecuente era la huerta doméstica y/o criadero de aves u otros animales. El modelo de vivienda definido por el binomio casa-corral fue, sin duda, el tipo de vivienda más corriente en Tenerife durante el período de estudio, tanto en el medio urbano como, en menor medida, en el rural. Todas estas referencias son de tipos de casas de construcción mínimamente compleja. Hubo otras opciones de cobijarse bajo un techo, especialmente antes del desarrollo de las infraestructuras productivas imprescindibles para sustentar un proceso de reproducción de la tipología de vivienda peninsular. Hasta entonces el tipo principal de viviendas era el conocido por la documentación como casas pajizas, modelos de vivienda muy precarios, con una clara intención de provisionalidad, que se seguirían utilizando posteriormente, aunque ya por las personas con menos recursos económicos. En un momento posterior, sobre todo a partir de las primeras arribadas de repobladores que no habían participado en la conquista, inmersos ya en la primera década del siglo XVIII,9 es cuando los procesos de edificación y urbanización incipientes se aceleran, dando lugar a los primeros ejemplos de edificaciones relativamente complejas que encontramos en la documentación. Para analizar este proceso de fusión que da título a la intervención resulta de gran interés el estudio de otras fórmulas de habitación utilizadas por la población prehispánica. En este sentido fue habitual el uso de cuevas y chozas como vivienda, principalmente en los años inmediatamente posteriores a la conquista. Lo lento de la repoblación y de la adaptación a las estructuras socio-

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económicas castellanas no permitía otra solución. Tanto las cuevas como las chozas y las cabañas representaban los momentos previos a la introducción de las técnicas y los modelos constructivos europeos en Tenerife, en los que, en el medio rural, coexisten las tradiciones constructivas de aborígenes y repobladores, produciéndose fenómenos de reutilización y adaptación a las nuevas necesidades de hábitat que merece la pena estudiar. Además, la vivienda en cuevas no era desconocida en ciertas zonas de Castilla, por lo que la adaptación de todos los pobladores a este tipo de lugar de habitación fue bastante asequible. Este hábitat en cuevas fue explotado, con cierta continuidad en el tiempo, por la población aborigen, tanto por razones socioeconómicas como culturales. Como en tantas otras cuestiones, el tipo de vivienda estaba en estrecha relación con las posibilidades económicas de la familia que la habitaba. Así, las viviendas más sencillas disponían de una distribución interior sumamente simple, diferenciándose los espacios funcionales mediante sencillas separaciones, algo más elaboradas en las casas de una sola planta, que se articulaban en torno a una sala principal utilizada para la mayor parte de actividades cotidianas, y que a su vez servía de nexo de unión de las distintas habitaciones de la casa. Y cuanto mayor era la categoría de la casa, mayor especialización encontramos en la distribución de esos espacios. En la casa medieval de más de una planta existía una clara diferenciación socio-funcional, de tal forma que en la planta baja se ubicaban las instalaciones y dependencias básicas de la vivienda, mientras que la planta alta cumplía exclusivamente un papel residencial. Este esquema se reproduce en Tenerife durante la época de nuestro estudio sólo en parte. La razón fundamental radica en el poco desarrollo espacial de las plantas altas que ponen de relieve las fuentes. Según se desprende de la documentación consultada para las casas más comunes, parece que si bien las habitaciones ubicadas en la planta alta siempre tenían una función residencial, fundamentalmente como dormitorio, en la planta baja se combinaban las instalaciones, almacenes, etc. de la vivienda y otras dependencias de usos específicos como las ventas o los escritorios, junto con otras habitaciones de marcado carácter residencial. Entre ellas, la más importante es la sala, que actuaba como espacio fundamental en el que desarrollar la vida cotidiana y como área noble de la vivienda. Los elementos materiales del hogar Una vez vistas las claves constructivas del espacio en el que se desarrollaba la vida diaria vamos a pasar a continuación a conocer los elementos materiales y funcionales que se utilizaron en estas casas. Al igual que ocurría en otras zonas de Castilla, el mobiliario que se utilizaba en esta etapa se caracterizaba fundamentalmente por su escasez, sobriedad y sentido estrictamente funcional. La fuente principal que podemos utilizar para realizar un estudio de estas características son los testamentos, inventarios de bienes y cartas dotales, y en todos se aprecia que el mobiliario doméstico está constituido por los tipos más imprescindibles: camas, cajas, alguna mesa y bancos o sillas son los muebles típicos que más habitualmente se mencionan. Comenzando con los lugares de habitación, cabe señalar que el lecho y sus componentes tex-

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tiles son elementos que entran regularmente en la composición de las dotes de las mujeres, así como es casi el único mueble que, a través de los testamentos, se lega a un hospital o a un servidor, lo que nos lleva a pensar que se trataba de un elemento imprescindible para la vida cotidiana. Los textos no especifican el número de personas que podían ocupar una cama, aunque si tenemos en cuenta que la costumbre de dormir solos, reflejada en la proliferación de camas individuales, no comienza a generalizarse hasta principios del siglo XVI, hemos de suponer que en la mayoría de ocasiones dormían en esas camas, al menos, el matrimonio con varios de sus hijos, dado que, por otra parte, muy pocas veces hacen referencia a las cunas para los niños, o lo que en otros lugares de la Corona de Castilla se denominan camas de moços. La propia configuración de las viviendas medievales hizo que los muebles nunca ocuparan un gran espacio en ellas, aunque precisamente por su escaso número una de las características principales del mobiliario de la época era su polifuncionalidad. De ellos destacan en primer lugar las cajas, cofres, arcas y arcones, que fueron muebles muy comunes y, sin lugar a dudas, los más prácticos para el transporte de mercancías y para su depósito en lugares fijos. En nuestros ambientes domésticos canarios,10 independientemente de su contexto social, las cajas son el elemento mueble que aparece con mayor frecuencia en los inventarios mientras que las arcas y los cofres figuran casi exclusivamente en las relaciones de bienes de las familias privilegiadas. Hay que tener en cuenta que, a falta de los armarios, que apenas se mencionan en los documentos manejados, cajas y cofres se usaban para guardar vestidos, ropa de cama, menaje y también como depósito de escrituras, joyas y dinero, aunque no por ello haya que descartar que en la propia construcción de la vivienda se tuviera esto en cuenta y se hiciesen unas oquedades en las paredes con el objeto de servir de lugar de almacenamiento de múltiples objetos, como por ejemplo la vajilla de cocina, de composición frágil y uso cotidiano, aunque ciertamente este extremo no está confirmado. Dentro de esa polifuncionalidad antes aludida, las cajas cumplían en la mayor parte de los hogares la función de mesa, por lo que cuando aparecen expresamente mencionadas en la documentación, aluden indirectamente a una situación social favorecida. Por lo general todas las mesas se citan junto a los elementos de asiento. De entre éstos, los más comunes son los bancos, máxime si tenemos en cuenta las veces que aparecen asociados a las mesas y como soporte de las piezas textiles que configuran el lecho. Estos artículos, como vemos marcados por la simplicidad en la mayor parte de los hogares, se conjugaban con distintos complementos textiles, igualmente esenciales tanto para obtener cierto grado de comodidad (colchones, almohadas, mantas, etc.), como para servir de elemento de distinción social (paños de pared, paramentos ... ). Para iluminar el conjunto de la casa se disponía de candeleros, candiles y algún que otro candelabro, convirtiendo al hogar en el único lugar iluminado de toda la población cuando caía la noche. Entremos ya en la cocina, pero antes de describir la alimentación de las personas de la época, debemos hacer mención a los distintos útiles dedicados a la elaboración alimentaria, que además en buena medida son los que pueblan las cartas de dote más detalladas, como elemento indis-

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cutible de aportación de la esposa al nuevo hogar, que tendrá en la cocina uno de los lugares “femeninos” principales. Distinguiremos entre útiles relacionados con la preparación y cocción de los alimentos, los destinados a la conservación de los mismos, las piezas del servicio y la vajilla propiamente dicha y, por último, los objetos para la iluminación del hogar. La primera idea que se presenta clara es la de que el utillaje doméstico utilizado por estas gentes de fines del siglo XV y principios del XVI era realmente escaso, hasta el punto de que, en ocasiones, no contaban siquiera con los que hoy consideramos imprescindibles, caso de los cubiertos y los recipientes individuales para la bebida. Es muy posible, además, que las diferentes piezas que constituyen el ajuar doméstico se usaran indistintamente para una u otra de las funciones que hemos distinguido. Un elemento que se echa en falta en los inventarios, relacionado con la cocción de los alimentos, es el tipo de hogar o fuego utilizado para ésta y otras funciones, como la de calentar la vivienda. Sin embargo, no faltan referencias sobre los denominados “Treodes” o “Trébedes”, utensilios de hierro con patas donde se ponen al fuego las ollas y cazuelas para cocinar11. Lo que sí es más habitual es la mención a la presencia de hornos en los hogares cuya función sería la de elaborar el pan y otra serie de alimentos para la familia. Son también abundantes los utensilios destinados a la cocción y asado: calderas, cazuelas, sartenes, asadores y, menos frecuentes, las parrillas. Las ollas, hechas de barro, hemos de decir que no aparecen en las cartas dotales y rara vez en los testamentos aunque, cuando es así, se contabilizan más de una por inventario, lo que probablemente nos indique que su uso está muy extendido, pero su escaso valor hace que no se las considere un bien susceptible de ser señalado en muchas relaciones de bienes. Los utensilios destinados a la conservación de alimentos son mucho más variados y están fabricados con materiales diversos. Como depósitos de líquidos se empleaban las tallas y bernegales, cántaros y calderetas, barriles, botijas, alcuzas -para el aceite-, mientras que en los costales, zamarrones, zurrones, taleguillas, se guardaban harinas, especias y otros sólidos. Las piezas que componen la vajilla son las más elementales, y destacan sobremanera por la escasez de referencias documentales alusivas a estos utensilios. Aunque algunos inventarios son muy ricos en este sentido, lo habitual es que las referencias se limiten a unos cuantos platos o escudillas y algunas jarras, independientemente de la realidad socioeconómica familiar. De todos ellos los platos y escudillas son las piezas que más se repiten, y eso que conviene mencionar la posibilidad de que muchas familias, sobre todo las menos favorecidas, utilizaran como recipiente único la olla o cazuela en la que cocían los alimentos, sirviéndose directamente de ellos, siguiendo costumbres culinarias bastante arraigadas en el occidente medieval.12 La alimentación Todos estos útiles que se acaban de mencionar iban destinados a la preparación de una dieta alimentaria bastante variada, aunque muy determinada por las posibilidades económicas de cada grupo familiar. El alimento fundamental de la época se componía básicamente de cereales. Es el

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pan que menciona la documentación de la época, que en realidad se refiere a todas esas elaboraciones que tienen como base fundamental algún tipo de cereal, o la combinación de varios de ellos.13 En Tenerife, aunque las cifras de producción son muy complicadas de obtener, el cereal más cultivado, y por ende suponemos que el más consumido, fue el trigo, aunque con una importante aportación de la cebada, seguida ya muy de lejos por otro tipo de cereales, como el centeno. Este predominio del trigo tiene su explicación, al menos en parte, en una cuestión cultural, ya que para la sociedad de la época la cebada era un alimento mucho peor considerado que el trigo. En un acta del concejo tinerfeño se muestra claramente este hecho cuando se califica a la cebada como alimento de naturales [entiéndase aborígenes] y esclavos.14 Por todo lo dicho se entiende que en los acuerdos del concejo se aprecie a lo largo de toda esta etapa una preocupación por garantizar el cereal necesario para el sustento de la población, aunque esto choque en determinadas ocasiones con los intereses de los grandes productores, que orientan buena parte de sus cosechas al mercado exterior, que ofrece muchos mayores beneficios que el interno. El otro alimento que completaba la base alimentaria elemental de la población era el vino, con propiedades nutritivas que se añadían a las de los cereales. Al ser considerado producto de primera necesidad, desde los momentos posteriores a la conquista se potenció esta explotación, obligando a todos los agricultores de Tenerife a plantar viñas, a pesar de lo cual no se cubría la demanda interna, y en un principio hubo de recurrirse a la importación de vino para cubrir las necesidades de la población. En función de la economía familiar, esta dieta de cereales y vino podía ser completada en la realidad cotidiana con una serie de alimentos muy variada. La carne constituía otro de los soportes alimenticios básicos. Esto explica que desde inmediatamente después de la conquista se introduzca ganado bovino en la isla, cuya carne se encontraba entre las más consumidas en Europa en aquellas fechas, y que el concejo muestre un interés especial, desde el primer acuerdo capitular, en garantizar el pasto de estos animales, con un claro interés alimentario, principalmente en el caso de las vacas, único animal del que se permitía el sacrificio de hembras. Además de este ganado mayor, el menor igualmente tuvo una incidencia clara en la elaboración de la dieta, máxime si tenemos en cuenta que muchas de estas especies (ovejas, cabras y cerdos), eran conocidas desde época prehispánica. Del ganado cabrío y ovino, además de la carne, se consumían derivados lácteos, fundamentalmente leche y queso, añadiéndosele al caso de las ovejas el interés en la explotación por la obtención de lana. Del porcino, el aprovechamiento principal, además del consumo de carne y producciones alimentarias derivadas de este animal (tocinos y longanizas), venía marcado por la utilización de su grasa, fundamental en la cocina ya que el aceite no era cultivado en Canarias, y su obtención dependía totalmente de la importación. La importancia del consumo de carne en esos momentos quedó reflejada en algunos conflictos desatados en torno a la venta ambulante de alimentos acaecidos en las primeras décadas del siglo XVI, permitiéndose la venta de toda una serie de productos en las casas, incluso en horario

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nocturno. Sin embargo, se especificaba claramente que quedaba exenta de esa autorización la posibilidad de venta de cualquier tipo de carne: Fue platycado en rasón de la hordenança de que no se puedan vender fruta ni otros mantenimientos, moderándola, mandaron que de aquí adelante vendan por las calles públicas d' esta çibdad fruta seca e hortaliza e todas las otras cosas de mantenimiento de comer e de bever, con tal que no se puedan estar estantes a lo vender en las calles, saluo, traello a vender por las calles públicas, eçebto el pan, porque éste se a de vender en las plaças públicas e en siendo de noche puedan vender en sus casas, eçebto el pan, carne, pescado e caça, que se vendan en las plazas públicas y no por las calles, ni en sus casas, e la miel, vino, azeyte e leche las puedan vender donde quisieren, sin embargo de la dicha hordenança .15 Esta exclusión tiene una doble explicación: la conservación de estos productos debía hacerse en condiciones óptimas, por el riesgo para la salud que podría ocasionar un consumo en mal estado; el otro motivo fundamental era que el Cabildo ingresaba una renta por la explotación de las carnicerías, por lo que no podía permitir la ruptura del monopolio. Los preceptos religiosos obligaban a que en Cuaresma, durante todos los viernes del año, y en otras fiestas, que en conjunto podían alcanzar la cifra de 150 días al año,16 el consumo de pescado fuera obligatorio para toda la sociedad, además de que fuera de esas fechas también era ampliamente consumido, entre otros motivos porque había constituido un aporte fundamental a la dieta de la población aborigen. La variedad de especies capturadas y consumidas fue muy amplia, desde el bonito a la sardina, pasando por toda una gama de productos más o menos apreciados y valorados, y por lo tanto al alcance únicamente de determinados sectores sociales. Otra parte fundamental del consumo cotidiano lo constituía la producción hortofrutícola. Las legumbres aparecen ampliamente documentadas en muchos de los contratos de arrendamiento o aparcería de la época, aunque en ningún caso se detallen las especies cultivadas. Sí disponemos de referencias a especies de frutas y hortalizas, lo que nos permite conocer el consumo de variedades tales como melones, naranjas, limones, manzanas, albaricoques, peras, cerezas o higos, entre otras frutas, y lechugas, cebollas, melones, calabazas, berenjenas, pepinos o coles, entre otra amplia variedad de hortalizas. Para completar la diversidad de productos que conformaban la dieta básica en las islas, hay que añadir los productos elaborados, fundamentalmente dulces basados en la combinación de frutas y azúcares (confites y confituras principalmente), con una escasa presencia en estos primeros años, pero que aun así está atestiguada, y que suponemos que debía de constituir otro elemento gastronómico de distinción social, no apto para todas las economías familiares. Esta es, precisamente, la idea principal con la que queremos concluir este espacio dedicado a la alimentación de la época. Hemos visto cómo las posibilidades de configurar una dieta variada eran amplias, ya que buena parte de los productos que se consumían en el ámbito europeo occidental por esas fechas están presentes en Canarias en esos momentos. Por tanto, lo que primará en cada familia a la hora de elaborar su dieta será más su disponibilidad económica para adquirir

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esos productos que cuestiones de mero gusto culinario. Por tanto, como ocurría a su vez con la casa y el mobiliario, la dieta es tanto un elemento imprescindible de la vida cotidiana como un marcador de distinción social, en función de los productos consumidos en cada caso. Conclusiones A través de las páginas precedentes hemos realizado una breve aproximación a algunos de los aspectos fundamentales de la vida cotidiana tinerfeña en el tránsito de la Edad Media a la Moderna. Quedan otros muchos fuera de la explicación por falta de espacio. Así, se podía hablar de otros elementos materiales de la realidad cotidiana como el vestido o los medios de transporte, o de cuestiones más intangibles, como pueden ser las derivadas de la sociabilidad o de las fiestas. Aun así, los que hemos ido viendo, más vinculados a los aspectos de la materialidad cotidiana, nos han permitido mostrar desde ese plano material el interesante proceso de múltiples interacciones que se generó en la isla de Tenerife al calor de su conquista y posterior colonización por parte, en buena medida, de poblaciones llegadas del continente. Fueron estas gentes las que se trasladaron a la isla con todo un bagaje cultural que se impuso sobre el preexistente, tal y como lo demuestra el uso específico de determinadas tipologías de hogares y los útiles con los que los poblaron. Sin embargo, en este proceso de traslación de su mundo a un entorno nuevo se produjeron interesantes aportaciones derivadas de las prácticas culturales divergentes de algunos de los grupos poblacionales, y todo ello se vio fuertemente limitado por la carencia en la isla de muchas de las materias primas que se encontraban en abundancia en el continente. Todo ello hizo que la realidad cotidiana de las primeras décadas del siglo XVI en Tenerife estuviera marcada por la precariedad, que se fue abandonando a medida que avanzaba el siglo y que las estructuras sociales, económicas, políticas y también materiales se asentaban y consolidaban.

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Roberto J. González Zalacain

NOTAS

1. El presente texto forma parte de los trabajos del proyecto “Paisajes sensoriales, sonidos y silencios de la Edad Media”, radicado en el GIEM de la Universidad Nacional de Mar del Plata (Subsidio HUM 396/13. Código de Incentivos 15/F456) 2. Aznar Vallejo, Eduardo (2009). La integración de las islas Canarias en la Corona de Castilla (1478-1526). Aspectos administrativos, sociales y económicos. Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea (3ª edición) 3. González Zalacain, Roberto J. (2005). Familia y sociedad en Tenerife a raíz de la conquista. San Cristóbal de La Laguna: Instituto de Estudios Canarios, p. 30-37. 4. Baucells Mesa, S. (2014). Aculturación y etnicidad. El proceso de contacto entre guanches y europeos (siglos XIV-XVI). San Cristóbal de La Laguna: Instituto de Estudios Canarios. 5. González Zalacain, Roberto J. (2006). “Identidad y sociedad a fines de la Edad Media: el ejemplo de Tenerife”, Revista de Historia Canaria, 188:p. 91-102. 6. Tal y como nos propone que hagamos Raffaella Sarti en su modélico estudio sobre la vida cotidiana en el mundo moderno: Sarti, Raffaella (2003). Vida en familia. Casa, comida y vestido en la Europa moderna. Barcelona: Crítica. Encontrará también el lector numerosos ejemplos documentales de todo lo mencionado en estas páginas en González Zalacain, Roberto J. (2005). Familia y sociedad en Tenerife a raíz de la conquista, op. cit. 7. Para comprender la implantación del sistema constructivo castellano en la isla véase el magnífico trabajo de Larraz Mora, Alejandro (2008). A vista de oficiales y a su contento: tipología y sistemas constructivos de la vivienda en La Laguna y Tenerife a raíz de la conquista (1497-1526). San Cristóbal de La Laguna: Instituto de Estudios Canarios. Buena parte de las aportaciones de este apartado proceden de esta obra. 8. Ronquillo Rubio, Manuela (1990). “El secuestro inquisitorial como fuente de conocimiento de la vida cotidiana”, en IX Coloquio de Historia Canario-Americana, tomo II. Cabildo Insular de Gran Canaria: Las Palmas de Gran Canaria, p. 96-99. 9. Sarti, Raffaella (2003). Vida en familia, op. cit., p. 158-162. 10 Ronquillo Rubio, Manuela (1992). “El ajuar de la casa urbana en las Islas Canarias a fines de la Edad Media”, Vegueta, 0, p. 37-42. 11. González Marrero, María del Cristo (1993). La vida cotidiana en Tenerife a raíz de la conquista. Vestido, menaje y ajuar. Memoria de Licenciatura inédita. Universidad de La Laguna, p. 110. 12. Aznar Vallejo, Eduardo (1999). Vivir en la Edad Media. Madrid: Arco Libros, p. 75. 13. Rodríguez Molina, José (1993). “La alimentación en el antiguo Reino de Jaén. Siglos XV-XVI”, Boletín de Estudios Giennenses, 148, p. 35-112. La cita se encuentra en la p. 40. 14. Serra Ráfols, Elías y Rosa Olivera, Leopoldo de la, ed. y estudio (1970). Acuerdos del Cabildo de Tenerife, vol. IV (1518-1525). San Cristóbal de La Laguna: Instituto de Estudios Canarios, nº 343. 15. Rosa Olivera, Leopoldo de la, y Marrero Rodríguez, Manuela (1986). Acuerdos del Cabildo de Tenerife, vol. V (1525-1533). San Cristóbal de La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, nº 44. 16. Para conocer mejor todos estos aspectos es recomendable la consulta de los trabajos de la doctora Mariana P. Zapatero (2009), “La carne en la España bajomedieval: usos a partir de las normas eclesiásticas y médicas”, Iacobus: revista de estudios jacobeos y medievales, 25-26, pp. 133-152; (2006), “Abastecimiento de carne: problemática durante la Baja Edad Media hispánica”, Meridies: Revista de Historia Medieval, 8, p. 37-46; (2010), “Alimentación y abastecimiento de alimentos en la Baja Edad Media”, en Cuestiones de historia medieval, coord. por Gerardo Rodríguez, Silvia Arroñada,Cecilia Bahr, Mariana Zapatero, Vol. 2, p. 259-280.

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