Viajeros impenitentes. Los viajeros británicos fuera de sus islas.

June 27, 2017 | Autor: Mervyn Samuel | Categoría: Viajes
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Descripción

LOS VIAJEROS IMPENITENTES
Los británicos fuera de sus islas

Mervyn SAMUEL

Hace mucho que los británicos se han distinguido como viajeros
impenitentes. El primer historiador inglés, San Beda el Venerable,
relata[1] la anécdota que, según la tradición, dió lugar a la misión papal
para la conversión al cristianismo de la Inglaterra pagana de los anglo-
sajones. Gregorio, algún tiempo antes de su elevación a la sede apostólica,
paseaba por el foro romano cuando vió a unos muchachos hermosos en venta
como esclavos. Al preguntar su nación, se le contestó: Sunt angli (son
anglos). Exclamó el futuro Papa San Gregorio Magno, Non angli sunt, sed
angeli (No son anglos, sino ángeles), sentimiento de evidente
clarividencia, grato para cualquier inglés, y que parece anticipar el
concepto renacentista de la identificación de la belleza física con la
espiritual.

Aquellos primeros "viajeros" ingleses no hacían el Grand Tour, pero
como desplazados forzosos despertaban el interés y la compasión de una de
las grandes figuras del siglo sexto. El resultado fue la misión de San
Agustín, del año 597, que a la larga produjo la conversión efectiva de los
reinos anglo-sajones. A su vez, los ingleses cristianos no tardaron en
llevar la fe católica a sus próximos parientes en Alemania y los Paises
Bajos, y San Beda menciona[2] varios misioneros desde 690 en adelante,
incluyendo San Wilfrido Obispo[3] (c.633-709) y San Willibrord (658-739),
Apóstol de Frisia y Arzobispo de Utrecht, santo patrón de Holanda[4].

Wilfrido es interesante porque su biógrafo, Eddius, nos cuenta
(aparentemente de forma literal) su motivo para abandonar su patria y
visitar Roma: "Mis votos se han ofrecido al Señor y los cumpliré, dejando a
mis parientes y la casa paterna como lo hizo Abrahán, para visitar la Sede
Apostólica, y aprender las reglas de la disciplina eclesiástica, para que
nuestra nación pueda crecer en el servicio de Dios"[5]. Aquí se combina el
motivo de peregrinación personal con el deseo de servir a la nación (gens).
Otra razón para emprender viaje era para obtener libros y otros artefactos
religiosos, tan necesarios para el desarrollo de la cultura cristiana de
los anglo-sajones, como en el caso de Benedicto Biscop, Abad de Jarrow,
quien viajó hasta Roma en 653[6].

Tal vez el más célebre de los ingleses misioneros y viajeros de esa
época fue San Bonifacio[7] (c.675-754), Apóstol de Frisia y Alemania,
Arzobispo de Maguncia y mártir. Sus actividades evangélicas se centraron en
Alemania, aunque también se ocupó de la reforma de la iglesia en Francia, y
se ha dicho que su influencia sobre la historia de Europa ha sido mayor que
la de cualquier otro inglés. Convirtió a los paganos, fundó monasterios
incluyendo él de Fulda (en parte con monjes ingleses), que sirvieron de
base para la extensión de la fe cristiana y de la civilización occidental
en zonas no romanizadas de Alemania, organizó la vida diocesana de la
iglesia en Alemania, y forjó la alianza entre Papa y Emperador que fue
fundamental para el futuro de Europa. Como viajero fue incansable: visitó
Roma en dos ocasiones, predicó en Hesse, Turingia, Sajonia y Baviera,
coronó al Rey Pepín de los Francos en 751, y sufrió el martirio a la edad
de casi ochenta años en el nordeste de Frisia. Fue célebre su carta al
pueblo inglés de 738, cuando estuvo a punto de emprender la evangelización
de Sajonia, pidiendo su ayuda y oración en la conversión de aquellos "que
son de una misma sangre y hueso con vosotros".

Otro insigne escritor y viajero fue San Willibaldo[8], Obispo de
Eichstatt (ob.786/7). Viajó a Roma, Constantinopla, Chipre, Siria y sobre
todo Palestina, dictando la historia de sus experiencias a Hugeburc, monja
de Heidenheim, quien las dio forma final bajo el título de Hodoeporicon, el
primer libro de viajes escrito por un anglo-sajón. Su influencia religiosa
fue considerable: reformó la Abadía de Monte Cassino, y fundó el monasterio
doble (masculino y femenino) de Heidenheim en Alemania. Su hermano San
Winnibaldo[9] (ob.761), fue Abad de Heidenheim, y a la muerte de éste le
sucedió como Abadesa la hermana de ambos, Santa Walburga[10] (ob.779), lo
que nos recuerda que las mujeres anglo-sajonas católicas participaban de
forma activa en los esfuerzos misioneros de su nación.

Los anglo-sajones continuaban con sus viajes después de la conquista
normanda de 1066. Uno de los más emblemáticos fue San Goderico de
Finchale[11] (c.1069-1170), quien antes de adoptar la vida de santo
ermitaño fue varias veces en peregrinación a Roma, era comerciante en
Flandes, Dinamarca y Escocia, viajó de peregrino a Jerusalén, y muy bien
puede ser el `Gudericus, pirata regni Angliae' que en 1102 transportó al
Rey Balduino I de Jerusalén desde Arsuf a Jaffa. Volvió a Inglaterra por
vía de Santiago de Compostela, donde visitó la tumba del apóstol. Escribió
los primeros versos que sobreviven en el inglés medio, y la música que los
acompaña, que también existe todavía. Como comenta el historiador
recientemente fallecido, D.W.Lomax, `Es tal vez apropiado que en el primer
anglo-sajón cuyo viaje a Santiago se puede fechar, se unieron las
características de peregrino, mercader, músico, pirata y santo, y que
hubiese llegado al santuario no por la ruta terrestre favorecida por la
aristocracia anglo-normanda sino por las vías marítimas de sus antecesores
olvidados.'[12]

Por la misma época, otro anglo-sajón, el filósofo Adelardo de
Bath[13] (c.1080-c.1150), estudió en Tours, enseñó en Laon, y viajó por
Sicilia, la Magna Grecia y Siria en búsqueda de conocimientos científicos
árabes. Escribió importantes obras como Regule abaci, Quaestiones
naturales, De eodem et diverso y De opere astrolapsus, además del tratado
De avibus sobre cetrería, y era traductor de varias obras científicas del
árabe al latín, como los Elementos de Euclides y las Tablas astronómicas de
Al-Jwârizmî. Se le considera uno de los promotores del renacimiento
cultural del siglo XII, y él mismo escribe que aprendió de sus maestros
árabes la necesidad de tomar la razón como guía, en preferencia a la
autoridad[14].

Como ya hemos visto en el caso de San Goderico, los ingleses y otros
británicos no tardaron en participar en las peregrinaciones medievales a
los distintos santuarios de la Cristiandad, especialmente a Jerusalén, Roma
y Santiago de Compostela, pero tambíen a los lugares sacros británicos
tales como Walsingham y Canterbury. Naturalmente, hay muchos motivos para
peregrinar (la ficticia y muy viajada Mujer de Bath, de los Cuentos de
Canterbury de Geoffrey Chaucer, parece haber estado buscando compañía
masculina[15]), pero en muchos casos, entonces como ahora, el primer motivo
era pietatis causa. No obstante, a menudo un sentido de la aventura estaba
igualmente presente, como se entiende de la historia de Ingulphus, Abad de
Croyland, quien viajó a Jerusalén en el año 1064 al menos en parte para
escapar del tedio de su vida en la corte de Guillermo de Normandía[16].

Desde finales del siglo XII hasta finales del XV, los archivos
ofrecen datos de multitudes de peregrinos que viajaban en barco hasta
distintos puertos del continente europeo[17], y algunos han dejado
testimonio escrito de sus experiencias. La excéntrica Margery Kempe (c.1373-
1440) viajó a Santiago de Compostela en 1417, y también a Roma y Jerusalén,
y su relación[18] no deja lugar de dudas sobre la piedad exaltada que la
animaba. Más razonable, y motivado por un auténtico sentido religioso, fue
William Wey, quien peregrinó a Santiago en 1456 y a Jerusalén en 1458 y
1462, y nos dejó sus valiosos Itinerarios[19] con observaciones de todo
tipo sobre los lugares que visitó y las personas a quienes conoció.

A veces una peregrinación se combinaba con un viaje motivado por
asuntos de estado o iglesia, como en el caso de uno de los viajeros más
ilustres del siglo XII, Enrique de Blois[20], hermano del Rey Esteban,
legado papal, obispo de Winchester y Abad de Glastonbury, quien en 1151
viajó a Roma para visitar la tumba de San Pedro, pero también para
interceder cerca del Papa para que su diócesis de Winchester fuese
declarada metropolitana, intento en que fracasó. Volvió a Inglaterra por
vía marítima para evitar los ataques de sus posibles enemigos en Toscana,
Lombardía y Borgoña, y aprovechó la oportunidad para visitar Santiago de
Compostela.

Un caso aparte son aquellas peregrinaciones armadas conocidas con el
nombre de Cruzadas. La participación inglesa en esa empresa fue entusiasta,
y es conocido el papel principal desempeñado por el Rey Ricardo I ("Corazón
de león") en la Tercera Cruzada (1190-1192), cuando conquistó Chipre,
levantó el sitio de Acre, y capturó Jaffa. Bien es cierto que Ricardo,
aunque nacido en Inglaterra, era "totalmente francés por su educación y
actititudes"[21] y que no pasó en Inglaterra más de seis meses de su
reinado de diez años (1189-1199), pero era popular entre sus súbditos por
su valor y su fortaleza física, y es un símbolo del interés de los ingleses
por la conquista de Tierra Santa. Su padre, Enrique II, ya había cobrado el
llamado "Diezmo de Saladín", un impuesto exigido a aquellos caballeros que
no participaban en la Cruzada.

Aun con anterioridad, en 1147 un verdadero ejército de supuestos
"peregrinos" (armados) ingleses tuvo una acción decisiva en la conquista de
Lisboa[22]. En mayo de ese año salió de Dartmouth una flota de 164 barcos
con 13.000 cruzados a bordo (en su mayoría anglo-normandos, reforzados con
contingentes alemanes y flamencos), con la intención de navegar hasta
Tierra Santa, pero el mal tiempo les obligó a tomar tierra en Asturias.
Pasaron Pentecostés en Santiago de Compostela, siguieron a Oporto, y desde
allí ayudaron al Rey Afonso Henriques en el asedio de Lisboa, que tomaron
el 24 de octubre. Fue una victoria famosa, y la base de la futura alianza
anglo-portuguesa. Muchos de los peregrinos-soldados se afincaron en Lisboa,
y uno de sus capellanes, Gilberto de Hastings, fue nombrado primer obispo
de la ciudad reconquistada.

La guerra de los cien años entre Inglaterra y Francia ofreció más
oportunidades para el turismo armado, y hubo una constante presencia
inglesa en la Orden militar de San Juan de Jerusalén, siendo Inglaterra
(que incluía Irlanda y Escocia) una de las siete "lenguas" establecidas por
el Gran Maestre Elyon de Villeneuve (1323-1346)[23]. En 1330, de los
doscientos caballeros residentes en Rodas, 28 eran "ingleses"[24]. La Orden
contaba varios mártires del reinado de Enrique VIII, incluyendo el
Comendador de Baddesley Frey Thomas Dingley, el caballero de honor Adrian
Fortescue y Frey David Gunston[25], y en Malta la Auberge d'Angleterre
existe todavía en La Valetta[26]. Frey Oliver Starkey, teniente turcopolier
y Comendador de Quenington, permaneció en Malta después de la segunda
supresión de la Orden en Inglaterra (bajo Isabel I), fue nombrado
secretario latino del Gran Maestre Jean de la Valette, defendió el "Puesto
de Inglaterra" durante el Gran Asedio de 1565, y escribió el epitafio de La
Valette a su muerte en 1568[27].

Con la implantación de la Reforma Protestante en las Islas, se cambió
el carácter de los viajeros británicos. La persecución religiosa practicada
por el régimen de Isabel I (y monarcas sucesivos) contra católicos y
también contra los protestantes "no-conformistas" (es decir, los que no
aceptaron la nueva Iglesia Anglicana establecida por ley), produjo una
emigración de signo contrario.

Por parte católica, se establecieron colegios donde los jóvenes
pudieron estudiar, en algunos casos para el sacerdocio. En España se
crearon tres colegios ingleses durante el reinado de Felipe II[28]: el
primero en Valladolid, el Colegio de San Albano, fundado en 1589, y que
sigue existiendo hoy como seminario para estudiantes de Inglaterra y Gales;
seguido en 1592 por el Colegio de San Gregorio de Sevilla, y en 1610 por el
de San Jorge de Madrid, éstos dos siendo amalgamados con el de Valladolid
bajo Carlos III. Un colegio escocés se estableció en Madrid, se trasladó a
Valladolid en el siglo XVII, y hace algunos años se cambió a Salamanca.
Existieron también colegios irlandeses en Madrid[29], en Alcalá de
Henares[30] y en Salamanca[31]. El Venerable Colegio Inglés ("El Beda")
todavía funciona en Roma, y hubo colegios ingleses también en Douai
(entonces en los Países Bajos españoles, fundado en 1568) y en Rheims. A
pesar de la prohibición de salir del país para estudiar en el
extranjero[32], durante los largos siglos de persecución (la Ley de
Emancipación Católica no fue promulgada hasta el año 1829) numerosos
estudiantes arriesgaron su vida y la hacienda de su familia viajando al
extranjero con el fin de estudiar la fe católica de sus antepasados. Los
profesores eran británicos que en muchos casos pasaron gran parte de su
vida en el exilio.

Los protestantes "no-conformistas" buscaron asilo en Ginebra, las
Provincias Unidas y Alemania, y también en las primeras colonias inglesas
de América. Un centenar de "puritanos", los llamados "padres peregrinos",
zarparon de Plymouth en The Mayflower en 1620, y fundaron el asentamiento
de New Plymouth en Massachusetts para poder practicar allí su forma de
protestantismo sin las trabas sufridas en su país de origen.

Por otra parte, los británicos volvieron a la piratería. No ya de
forma esporádica, sino como política de estado patrocinada por la propia
Reina Isabel[33] y tolerada por los reyes siguientes. Bien es verdad que el
límite preciso entre el comercio y la piratería no siempre estaba claro, y
que no solamente Inglaterra sino también Francia y en su momento los Países
Bajos independientes, se negaron a aceptar los monopolios portugués y
español dentro de sus respectivas esferas de influencia autorizadas por el
Papa Alejandro VI en el Bula Inter caetera (1493) y modificadas por el
Tratado de Tordesillas (1494), confirmado a su vez por el Papa Julio II en
el Bula Ea quae (1506). Otro bula, Praecelsae devotionis del Papa León X
(1514), reconoció derechos portugueses en oriente, y el Tratado de Zaragoza
(1529) entre España y Portugal reconoció los derechos de Portugal en las
Islas Molucas y fijó la línea de demarcación a diecisiete grados al oeste
de dicho archipiélago[34].

Durante el reinado de María I (Tudor), con Felipe II (de España) como
rey consorte de Inglaterra, los marineros ingleses efectuaron algunos
viajes comerciales por zonas del Caribe ocupadas por los españoles. Después
de la muerte de la Reina (a finales de 1558), hubo un período de cierta
ambigüedad cuando algún capitán continuaba ejerciendo un comercio pacífico
y tolerado, al menos de facto por los colonos españoles en Indias, si no de
manera oficial por las autoridades españolas y virreinales. Sir John
Hawkins es el ejemplo más característico de este fenómeno.

Su primer viaje de trato de negros tuvo lugar en 1562[35]. Contrató
un piloto español en Tenerife, cargó esclavos en Sierra Leone (dentro del
ámbito portugués), y navegó hasta La Española, donde negoció con los
oficiales locales un permiso para vender sus esclavos. Pago derechos de
aduana y licencias, recibió el pago en pieles y azúcar, fletó dos barcos
adicionales para llevar parte de su mercancía, y volvió a Inglaterra donde
obtuvo pingües beneficios de la operación. En su segundo viaje, Hawkins
vendió sus esclavos en Venezuela y el Istmo de Panamá, y de nuevo consiguió
beneficios.

El punto de inflexión vino con su tercer viaje de trato de negros,
que emprendió en 1567[36]. La Reina Isabel era dueña de los dos barcos
principales de su pequeña flota, y habría participado en los beneficios,
pero Hawkins fue sorprendido en San Juan de Ulúa (el puerto de Vera Cruz)
por la flota española con el Virrey de la Nueva España (don Martín
Enríquez) a bordo, y perdió gran parte de sus efectivos, la mitad de sus
barcos (uno de los que escapó estaba bajo las órdenes del joven Francis
Drake) y la mayor parte de la mercancía, aunque sí llegó a Inglaterra con
25.000 pesos de oro[37].

Después de la batalla de San Juan de Ulúa, estaba claro que los
ingleses ya no podían tener comercio pacífico con los territorios españoles
en Indias, y en 1571 Drake se lanzó a una carrera de venganza y hostilidad
contra España, armado con patente de corso y el convencimiento de la
incapacidad de defensa de las extensísimas posesiones hispanas. Entre 1577
y 1580 circunnavegó el globo[38], y después de una vida dedicada a hostigar
España y sus posesiones de ultramar, murió cerca de Portobello en 1595[39].

En España y la América hispana a Drake se le considera pirata, en
Plymouth, su patria chica, héroe. No cabe duda de que era marino eficaz,
con un don especial de sacar ganancia personal de las situaciones más
improbables, como en la toma del galeón Nuestra Señora del Rosario durante
el paso de la gran Armada por el Canal de la Mancha en 1588[40]. Jugó un
papel principal en la imaginación popular de la Inglaterra protestante, y
le siguieron otros muchos aventureros que navegaban por los océanos del
mundo haciendo comercio o guerra, descubrimientos o conquistas hasta que,
"en un ataque de distracción", primero Inglaterra, y luego el Reino Unido,
adquirió un amplio imperio que con el tiempo se extendió a los cinco
continentes.

Naturalmente, en esa empresa muchos hombres salieron del reino para
servir a la corona, pero también, en muchos casos, para escapar de una
situación insostenible. Es el caso de Sir Henry Morton Stanley[41] (1841-
1904), quien abandonó su Gales natal después de una juventud infeliz para
buscar fortuna en los Estados Unidos. Se hizo famoso en 1871 a raíz de su
encuentro con el explorador y misionero escocés David Livingstone (1813-
1873), y convertido en explorador de África Central alcanzó una gran
popularidad en el Reino Unido, donde era miembro del Parlamento desde 1895
hasta 1900.

No hay duda de que los británicos se han acostumbrado a vivir en
lugares muy distintos de sus islas de origen. Varios de los tripulantes de
Hawkins fueron capturados en San Juan de Ulúa, y al no poder abandonar la
Nueva España, allí algunos se afincaron y labraron vidas nuevas. Es el caso
de Paul Hawkins, sobrino del capitán, que terminó casándose con una rica
mulata y viviendo comodamente en Méjico[42].

Casi dos siglos más tarde, cuando el Comodoro George Anson (1697-
1762) circunnavegó el mundo entre 1740 y 1744 en el buque de la marina real
Centurion, encontró a un católico irlandés, John Williams, trabajando como
marinero a bordo del Nuestra Señora del Carmen que capturó cerca del puerto
peruano de Paita. La narración de Anson cuenta que Williams "expresó una
gran alegría al ver a sus compatriotas"[43], y enseguida les dio
información valiosa. Una vez en tierra en el pueblo de Paita, supieron de
"un tal Gordon, papista escocés, y capitán de barco en aquellos mares", y
toparon con un carpintero de barcos inglés al servicio de España, a quien,
por cierto, dieron muerte cuando intentó robar una pistola de un centinela
británico. La presencia de tres británicos en un lugar tan remoto del Mar
del Sur es testimonio de la capacidad de adaptación de los isleños aun
fuera de su por entonces creciente imperio. No sabemos la causa de su
exilio, pero muy posiblemente fuera por motivos religiosos.

Ese mismo siglo XVIII vio el auge del llamado "Grand Tour", el viaje
por la Europa continental emprendido por aristócratas y personas
acaudaladas en búsqueda de la cultura. Solían pasar por Francia, Suiza,
Italia y Grecia, quedando España y Portugal un tanto al margen en la
mayoría de los casos, aunque Joseph Baretti[44](1719-1789), Lord Byron
(1788-1824) y William Beckford[45] (1760-1844) sí pasaron por la Península
en camino hacia otras tierras.

Byron, el romántico por excelencia, es ejemplo de los británicos que
salen al extranjero porque la vida en casa se vuelve complicada en exceso,
y además, de los que se meten en líos ajenos. Murió en Missolonghi ayudando
a los griegos en su lucha por la independencia contra el Imperio Otomano.

No es raro que los británicos se entusiasmen por otros países y
culturas, aunque no siempre hasta el punto de morir por ellos. En este
momento no me ocuparé de los hispanistas, que ya serán objeto de otras
ponencias, pero sí mencionaré a los arabistas, fenómeno igualmente
característico de mis compatriotas, incluso entre las filas de la Foreign
Office.

Un ejemplo singular dentro de este grupo es Lady Hester Lucy Stanhope
(1776-1839), quien después de figurar en la política (era sobrina de
William Pitt el joven, primer ministro a la época) se hartó de la vida en
Inglaterra y salió en 1810 para establecerse en un antiguo convento del
Monte Líbano, donde pasó el resto de sus días viviendo como déspota
oriental rodeada de un séquito colorista.

No menos excéntrico fue Robert B.Cunninghame-Graham (1852-1936),
viajero escocés tanto en Sud-América[46] como en Marruecos, a donde viajó
en pleno siglo diecinueve cuando pocos europeos lo intentaban. En el Magreb
fue encarcelado por un Qaíd local, tan incomprensible fue su deseo de
explorar y experimentar lo desconocido. De vuelta en el Reino Unido,
Cunninghame-Graham llegó a ser miembro del Parlamento, liberal y luego
socialista idealista, y primer Presidente del Partido Nacionalista Escocés.
En su caso no hay duda de que fue el puro amor a la aventura lo que le
llevó a cruzar los mares y adentrarse en tierras hasta entonces poco o nada
conocidas por sus compatriotas[47].

Otro entusiasta del mundo árabe es T.E.Lawrence ("Lawrence of
Arabia", 1888-1935), quien intervino en la revuelta árabe contra el Imperio
Otomano durante la Primera Guerra Mundial. Adoptó la vestimenta y hasta la
forma de andar de los habitantes de la zona, con quienes se identificaba
tal vez más que con sus propios superiores. Su participación en la guerra
de guerrillas detrás de las líneas turcas tuvo un gran peso en la eventual
victoria de las fuerzas de Lord Allenby en Palestina, que luego pasó a ser
protectorado británico hasta 1948. Lawrence, cuya personalidad compleja se
revela solamente hasta cierto punto en su obra genial, Los siete pilares de
la sabiduría (1926), terminó volviendo a Inglaterra y renunciando a la vida
pública. Es difícil evitar la impresión de que se sentía mejor en las
arenas del desierto que entre las colinas bucólicas de la Gran Bretaña,
aunque nunca lo dijo claramente.

Una viajera indómita desde Egipto hasta Persia era Dame Freya Stark
(1893-1993)[48], quien aunque nacida en París, fallecida en Italia, y
durante gran parte de su vida viajando o viviendo fuera de su patria, no
obstante se identificaba plenamente no solamente con el Reino Unido sino
con los más altos ideales de su imperio, que asociaba con la ilustración y
el altruismo. Se sentía fuertemente atraída por los países árabes, e
intervino de manera decisiva en Yemen durante la Segunda Guerra Mundial
para impedir la penetración de movimientos favorables a las potencias del
Eje. Es un claro ejemplo de los muchos británicos que, aunque pasen gran
parte de su vida fuera de su país, no por eso lo rechazan sino que por lo
contrario casi se hacen más británicos. También es testimonio del hecho, ya
notado desde la época de las monjas anglo-sajonas, que a menudo las mujeres
isleñas son tan aventureras como los hombres.

Durante los siglos XVIII y XIX, un importante motivo de viajes fueron
las expediciones científicas. El Capitán James Cook (1728-1779) emprendió
tres navegaciones por los Mares del Sur, la primera vez (1768-1771) para
observar el tránsito de Venus, y de paso hizo estudios cartográficos de las
costas de Australia, de la cual tomó posesión en nombre del Reino Unido. Su
muerte a manos de nativos en Hawaii le elevó a los altares de la patria
como descubridor y héroe.

Más puramente científico fue George Darwin (1809-1882), quien recién
salido de la Universidad de Cambridge embarcó en H.M.S.Beagle, que bajo las
órdenes del Capitán Robert FitzRoy hizo estudios cartográficos y
científicos en general por las costas de Sud-América, las islas del
Pacífico y África, entre los años 1831 y 1836. Darwin figuraba como el
"naturalista" de la expedición, y fue el encargado de redactar la narración
que se conoce con el título The Voyage of The `Beagle'[49] (1839), ejemplo
de la mejor tradición inglesa del libro de viaje. Además, sus observaciones
durante el periplo culminaron en su teoría de la evolución, y así han
tenido una influencia decisiva en el desarrollo de la ciencia del último
siglo y medio.

El inglés científico que viajaba para investigar fósiles pasó de la
realidad a la literatura de mano del autor argentino Benito Lynch, en su
tierna aunque pesimista novela El inglés de los güesos[50] (1924), en que
el investigador se enamora de una joven sencilla y espontánea de la
estancia donde trabaja, pero renuncia a su amor por un sentido del deber
hacia la ciencia y la sociedad que le envió al extranjero con un fin muy
concreto. El resultado para la joven es trágico.

Otro estudio literario de los efectos a veces devastadores de las
relaciones entre británicos y los habitantes de los países por donde
viajaban es A Passage to India de E.M.Forster (1924), donde contrasta la
disciplina e inhibición de la tradición puritana inglesa con la
sensibilidad hindú.

Estos libros subrayan la desadaptación de algunos viajeros británicos
a los lugares que visitaban, y sobre todo la complejidad de sus relaciones
humanas con los habitantes. Está claro que, en general, los británicos se
integraban mejor cuando no llevaban consigo a la mujer y los hijos, sino
que se casaban o se relacionaban con las indígenas. Esto fue el caso en la
India al principio de la presencia británica en el sub-continente, pero en
la segunda mitad del siglo XIX llegó a ser normal que los oficiales y
funcionarios llevasen consigo a la esposa y los hijos, y con esto hubo
mayor distanciamiento entre las razas.

Algunos de los viajeros más y mejor adaptados fueron los comerciantes
que se establecieron en puntos estratégicos del extranjero. A diferencia
del personal militar o administrativo enviado por períodos limitados de
servicio a sus destinos dentro del imperio, los comerciantes a veces
echaron raíces y se han perpetuado en el lugar: casos clásicos de este
fenómeno son las castas de ascendencia inglesa en Oporto[51] y Jerez de la
Frontera[52], quienes atraídas por el negocio del vino han sabido combinar
con rara perfección tanto las razas como lo mejor de las formas de vida
británica e ibérica.

Otros viajeros han cruzado los mares por motivos de salud. La
delicada salud de su esposa Harriet fue la razón fundamental que decidió al
caballero inglés Richard Ford (1796-1858) a vivir en Sevilla durante algún
tiempo. Harriet mejoró de salud hasta el punto de aprender la guitarra
española y participar en la vida social de la ciudad, y Ford llegó a
aficionarse a España de tal manera que escribió uno de los libros de viaje
más célebres, A Handbook for Travellers in Spain and Readers at Home[53].

El novelista escocés Robert Louis Stevenson (1850-1894) es otro autor
cuyos viajes se atribuyen a la mala salud, en este caso la suya propia, ya
que sufrió de una condición bronquial crónica. Pasando por Francia y
California, se afincó por fin en las Islas Samoa. Es el autor de una de las
grandes obras de ficción sobre los viajes, Treasure Island (La isla del
tesoro, 1883), y también de varios escritos sobre su viaje a California que
se han publicado con el título, From Scotland to Silverado[54].

Está claro que tanto Ford como Stevenson no se perdieron en vanas
nostalgias por la patria lejana, sino que se entusiasmaron por los lugares
en que se encontraban, y fueron observadores agudos de las personas a
quienes conocieron. Felizmente, en ambos casos sus bien afiladas plumas nos
han dejado constancia de sus vivencias, pero también han existido
innumerables compatriotas suyos anónimos quienes se han entregado en cuerpo
y alma a la vida nueva que han encontrado en lugares a veces muy distantes
de sus islas de origen.

Igualmente, ni Ford ni Stevenson parecen como renegados de su país de
origen, en el sentido de haber huido de algo más significativo que sus
innegables humedades. Sin embargo, en este aspecto el caso de Robert Graves
(1895-1985) tiene un matiz distinto, y el título de su autobiografía,
Goodbye to All That[55], editada por vez primera en 1929, es elocuente al
respecto. En la edición revisada de veintiocho años más tarde, el propio
Graves dice que fue "mi amargo adiós a Inglaterra" escrito "durante una
complicada crisis doméstica", y el tono de la segunda edición es más
ecuánime.

De los escritores-viajeros del siglo XX, Graham Greene (1904-1991) es
notable por la profundidad de su análisis tanto del británico expatriado
como de los países extranjeros donde se ambientan sus novelas y otros
escritos. Van desde lo trascendental de The Power and the Glory (1940), que
trata de la persecución religiosa desatada en Méjico desde 1926 en
adelante, hasta lo desenfadado y divertido de Travels with My Aunt (1969).
Si Greene no rechazaba su patria como tal, sí le desesperaba la vida
rutinaria de los llamados "suburbios" ingleses, y su propia vida fue una
sucesión de viajes por tierras donde la vida era más imprevisible,
incluyendo España (tan certeramente reflejada en Monsignor Quixote, 1982).

Gerald Brenan (1894-1987) resume mejor que nadie el espíritu del
viajero nato, al recordar sus sentimientos cuando se afincó en el pueblo
alpujarreño de Yegen en 1920: "Debo aclarar que cuando por primera vez me
establecí en Yegen no tenía pensado convertirme en escritor. Todos mis
planes para el futuro se centraban en los viajes - cruzar el Sáhara, vivir
entre los Tuareg o los Bakhtiari de Persia, explorar Guatemala y Ecuador.
Estas eran las cosas en que había estado soñando durante toda la
guerra..."[56]. Se da la casualidad que Brenan se quedó atrapado en su
fascinación por España, y cuando a la muerte de su esposa Gamel pensaba en
la posibilidad de irse "a empezar una vida nueva en una isla griega o en
Centro-América"[57], su nueva compañera Lynda Price comenta que "eso fue
una más de las muchas fantasías de Brenan: ."[58]

Sin embargo, los sentimientos de Brenan creo que serían perfectamente
comprensibles para aquellos monjes y monjas anglo-sajones que se lanzaban a
la conversión de sus primos en Alemania, o para los marineros ingleses de
los siglos de la expansión imperial, o para los excéntricos victorianos que
se establecían en lugares tan insospechados como el Monte Líbano o las
Islas Samoa.

Hoy en día, cuando sin duda hay más "turistas" que "viajeros", y la
imagen del británico en el exterior tiene más de hooligan que de gentleman,
sin embargo algunas de las antiguas maneras son todavía perceptibles.
Cuando en 1996 la Fundación Hispano Británica hizo un Homenaje a Sir John
Elliott, el discurso del agasajado llevó el título, Reflexiones de un
peregrino anglo-español[59].

Si en el caso de Sir John el término peregrino debe entenderse de
manera metafórica, en 1983 se fundó en Londres la Confraternity of Saint
James, para fomentar la peregrinación a Santiago de Compostela en el
sentido más literal. Tiene una vida muy activa, y de hecho muchos son ya
los peregrinos ingleses que en los últimos veinte años han seguido las
rutas de sus antepasados tanto por el Camino francés como por el Camino
inglés, ahora resucitado, que va desde La Coruña (o El Ferrol) hasta la
ciudad santa. Hay otra asociación similar, Bredereth Sen Jago, en el
condado de Cornualles.

Misioneros tampoco faltan, desde los monjes benedictinos de la Abadía
de Worth, que tienen una misión en la selva amazónica del Perú, hasta la
British and Foreign Bible Society, en su momento patrocinadora de los
viajes españoles de George Borrow[60], y todavía empeñada en inundar el
mundo de textos de las sagradas escrituras (¡sin notas!) en infinidad de
idiomas.

Los viajeros-escritores han dado brillo a las letras inglesas desde
las remotas épocas anglo-sajonas hasta el siglo XX, y no dudo de que
continúe esta fecunda tradición en el siglo actual. Donde antes los
británicos viajaban al servicio de su imperio, ahora financian sus viajes
mediante la enseñanza de la lengua inglesa, o trabajan con una de las
muchas organizaciones no-gubernamentales que, como Oxfam, tienen sus bases
de operación en las Islas Británicas.

Mi propio colegio, Bristol Cathedral School, tiene un acuerdo de
hermanamiento con la Saint James School de Jinja en Uganda, y desde hace
varios lustros se intercambian profesores e incluso alumnos durante
períodos más o menos largos[61]. Esta relación, auténtico encuentro entre
dos mundos, está resultando positiva y enriquecedora para ambas partes, y
seguramente sirve también para estimular ese deseo de viajar y conocer
otras culturas que se ha convertido en una de las marcas distintivas de la
nación británica.











Texto de una conferencia leída en el seminario que bajo el título
Pensamiento británico moderno XIV, Viajeros británicos del siglo XX:
encuentros entre dos mundos tuvo lugar en las Facultades de Filosofía y
Filología de la Universidad Complutense de Madrid, 23 y 24 de Abril de
2001.







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[1] Venerable Bede: The Ecclesiastical History of the English Nation.
Bohn's Antiquarian Library. London, 1907. Book II, Chapter I, pp.67-8.
[2] Venerable Bede, op.cit. Cap.X y XI, pp.249-253.
[3] Para su vida ver, David Hugh Farmer: The Oxford Dictionary of
Saints, 2ª ed. Oxford University Press, 1987, pp.435-437.
[4] Para la vida de San Willibrord ver The Oxford Dictionary of Saints,
2ª ed., pp.440-441.
[5] Henry Mayr-Harting (The Coming of Christianity to Anglo-Saxon
England, Batsford, London, 1972, p.143) cita Eddius, Life of Wilfrid, c.4.
[6] Henry Mayr-Harting, op.cit., pp.120-125.
[7] Su vida está resumida en The Oxford Dictionary of Saints, 2ª ed.,
pp.51-53.
[8] Para su vida, ver The Oxford Dictionary of Saints, 2ª ed., pp.439-
440.
[9] Para su vida ver The Oxford Dictionary of Saints, 2ª ed., p.442.
[10] Para su vida ver The Oxford Dictionary of Saints, 2ª ed., pp.428-
429.
[11] Ver, The Oxford Dictionary of Saints, 2nd edition, 1987, pp.186-
187.
[12] D.W.Lomax: "The First English Pilgrims to Santiago de Compostela",
in Studies in Medieval History Presented to R.H.C. Davis, Ed.by Henry Mayr-
Harting and R.I.Moore. The Hambledon Press, London, 1985, pp.166-167.
[13] Ver, Pedro Mantas España: Adelardo de Bath (ca.1080-ca. 1150).
Ediciones del Orto, Biblioteca Filosófica. Madrid, 1998.
[14] Quaestiones Naturales, VI.
[15] "...thryes hadde she been at Jerusalem;
She hadde passed many a straunge streem;
At Rome she hadde been, and at Boloigne,
In Galice at seint Jame, and at Coloigne.
She coude muche of wandring by the weye;
...
Of remedyes of love she knew perchaunce,
For she coude of that art the olde daunce."
Geoffrey Chaucer: The Canterbury Tales: The Prologue. Ed. Walter W.Skeat.
Oxford University Press, 1962 reprint, pp.424-425.
[16] Richard Hakluyt: Voyages and Discoveries (abridged version edited
by Jack Beeching). Penguin, 1972. Ch.V: "The voyage of Ingulphus, Abbot of
Croyland unto Jerusalem in the year of our Lord, 1064", pp.43-45.
[17] Ver, por ejemplo, Constance Mary Storrs: Jacobean Pilgrims from
England to St.James of Compostella from the early twelfth to the late
fifteenth century. Xunta de Galicia, Santiago de Compostela, 1994.
[18] The Book of Margery Kempe, ed.S.B.Meech and H.E.Allen, Early
English Texts Society, Original Series, CCXII, 1940.
[19] The Itineraries of William Wey, to Jerusalem A.D.1458 and A.D.1462
and to Saint James of Compostella A.D.1456, ed. B. Bandinel, Roxburghe
Club, London, 1857.
[20] Ver, Constance Mary Storrs, op.cit., pp.56-57; ella cita Historia
Pontificalis Saresberiensis, ed.R.L.Poole, Oxford, 1927. Una edición más
reciente citada por D.W.Lomax (op.cit.,p.170) es: M.Chibnall,ed. The
Historia Pontificalis of John of Salisbury, London, 1956 (ver pp.80,91-94).
[21] Wilfred J.Moore, Britain in the Middle Ages (c.400-1485). Hollis &
Carter. London, 1947, p.122.
[22] D.W.Lomax, op.cit.,pp.170-171. Para más datos: C.W.David, ed. De
expugnatione Lyxbonensi, New York, 1936; H.A.R.Gibb, `English Crusaders in
Portugal', in E.Prestage, ed. Chapters in Anglo-Portuguese Relations,
Watford, 1935, pp.1-23.
[23] Carlos Morenés y Mariátegui: Historia Resumida de la Soberana
Orden de Malta. Instituto Complutense de la Orden de Malta. Madrid, 1995;
p.41.
[24] Desmond Seward, The Monks of War. Paladin. St.Albans, 1974, p.218.
[25] Idem, pp.257-258.
[26] Quentin Hughes: The Building of Malta 1530-1795. Alec Tiranti
Ltd., London, 1956, p.130.
[27] Desmond Seward, op.cit., pp.261,265,272.
[28] Esta información figura en un folleto, The English College,
Valladolid, Spain, editado con motivo del cuarto centenario del Colegio de
San Albano en 1989.
[29] Elías Tormo: Las iglesias de Madrid. Reedición de dos fascículos
publicados en 1927. Instituto de España. Madrid, 1979, pp.65-66.
[30] El Colegio Menor de San Patricio se fundó en 1645 para estudiantes
de teología naturales de Irlanda, Flandes y Holanda. En 1785 pasó a
integrarse con el del mismo nombre de Salamanca. Ver Cayetano Enríquez de
Salamanca: Crónica de Alcalá de Henares. I.N.A.P., Alcalá, 1984, pp.228-
229.
[31] Este colegio estuvo primero en Valladolid. Ver Julián Alvarez
Villar: La Universidad de Salamanca, Arte y Tradiciones. Universidad de
Salamanca, 1973, p.161.
[32] La situación legal de los católicos ingleses bajo Isabel I está
resumida en Evelyn Waugh: Edmund Campion, Scholar, Priest, Hero, and
Martyr. Oxford University Press, 1980 edition, pp.99-104 and 131-132.
[33] Rayner Unwin: The Defeat of John Hawkins. Pelican, 1962, pp.15-32.
[34] J.H.Parry: The Age of Reconnaissance. Discovery, Exploration and
Settlement 1450-1650. Cardinal. London, 1973, pp.193-205.
[35] J.H.Parry, op.cit., pp.230-232.
[36] J.H.Parry, op.cit. p.232. Una historia más extensa de este viaje
se encuentra en, Rayner Unwin: The Defeat of John Hawkins. Pelican edition,
1962.
[37] Rayner Unwin, op.cit., pp.216-217.
[38] The famous voyage of Sir Francis Drake into the South Sea, and
there hence about the whole globe of the earth, begun in the year of our
Lord, 1577. In Hakluyt, Voyages and Discoveries, ed.and abridged by
J.Beeching, Penguin, 1972, pp.171-188.
[39] J.H.Parry, op.cit., p.233.
[40] Garrett Mattingly: The Defeat of the Spanish Armada. Jonathan
Cape. Londres, edición de 1970, pp.252-253.
[41] Una biografía reciente es Stanley de Ramón Jiménez Fraile.
Mondadori.
[42] Rayner Unwin, op.cit., pp.200, 258, 262-3.
[43] Lord Anson: A Voyage Round The World. Heron Books, London, s/f.,
p.175.
[44] Joseph Baretti: Journey from London to Genoa, 1770. Republicado
por Centaur Press, 1970. Baretti nació en Turín de padres italianos, pero
vivió la mayor parte de sus últimos cuarenta años en Inglaterra, donde
formaba parte del círculo del Dr.Samuel Johnson.
[45] Italy; with sketches of Spain and Portugal (1834).
[46] A Vanished Arcadia, 1907.
[47] Una excelente biografía es Don Roberto (The life and works of
R.B.Cunninghame-Graham) de A.F.Tshiffely. Heinemann. Londres, 1937.
[48] Una biografía reciente es Freya Stark, Passionate Nomad, de Jane
Fletcher Geniesse (GB paperback. Pimlico. London, 2000). Hay traducción
española: La nómada apasionada, Planeta, 2001.
[49] Hay muchas ediciones modernas, incluyendo la de H.E.L. Mellersh,
Heron Books, Londres, 1968. Ver también, Alan Moorehead: Darwin, La
expedición en el Beagle (1831-1836), Barcelona, 1980.
[50] Ediciones Troquel, Buenos Aires, 1960 etc.
[51] Julio Dinis (Joaquim Guilherme Gomes Coelho, 1839-71): Uma familia
inglesa (1868). Para los visitantes británicos a Portugal en general, ver
la obra clásica de Rose Macaulay, They Went to Portugal, Jonathan Cape,
Londres, 1946.
[52] William Fifield: The Sherry Royalty. Sexta,S.A., Jerez, 1978.
[53] John Murray, London, 1845. La tercera edición, de 1855, es la
última editada en vida del autor. También publicó otro libro sobre España,
Gatherings from Spain (Murray, 1846), y una selección de sus dibujos
paisajísticos se expuso en la Wildenstein Gallery de Londres en 1974. Sobre
Ford, ver Ian Robertson: Los curiosos impertinentes, Viajeros ingleses por
España 1760-1855, Editorial Nacional, Madrid, 1976, pp.237-265, 305-317.
[54] Ed.James D.Hart. Harvard University Press, 1966.
[55] Londres, 1929. Edición revisada, Londres, 1957. Editado en rústico
por Penguin, 1960 etc.
[56] Gerald Brenan: Personal Record 1920-1972. Jonathan Cape. London,
1974, p.19.
[57] Gerald Brenan, op.cit., p.372.
[58] Citado por Tom Burns Marañón en Hispanomanía. Plaza y Janés.
Barcelona, 2000, pp.62-63.
[59] Fundación Hispano Británica. Madrid, 1996.
[60] The Bible in Spain, 1843.
[61] The Cathedralian, Vol.21, Nº6, Otoño 2000, pp.36-39.
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