Ver, oír y tocar con la fe. A propósito de la Encíclica Lumen Fidei

July 14, 2017 | Autor: Francisco Conesa | Categoría: Faith, Faith and Reason, Fundamental theology, Teologia Fundamental
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Descripción

Ver, oir y tocar con la fe A propósito de la Encíclica Lumen Fidei

Francisco Conesa Universidad de Navarra Seminario Diocesano Orihuela-Alicante

Con el fin de comprender mejor la naturaleza de la fe cristiana, tanto la Sagrada Escritura como la teología se han servido de diversas imágenes. Son especialmente relevantes, dada su profunda carga antropológica, aquellas metáforas que conectan la fe con los sentidos externos del ser humano. La fe es presentada con frecuencia como “oír” y como “ver” y, aunque resulta menos usual, también se ha hablado de la fe como “tocar”, “gustar” e incluso “oler”1. Además de ayudar a expresar en qué consiste creer, cada una de estas metáforas sirve para conectar la fe con experiencias fundamentales del ser humano. Cada una de las imágenes apunta también a una forma de comprender el conocimiento de fe que resulta complementaria de las otras.

1  La doctrina de los sentidos espirituales fue desarrollada por la teología patrística -al menos desde Orígenes- y prosiguió en la época medieval para describir la experiencia de fe (cf. VON BALTHASAR, H. U., Gloria, Una estética teológica, 1. La percepción de la forma, Encuentro, Madrid 1985, 323-375; Idem, “Ver, oír, leer en el ámbito de la Iglesia”, en Ensayos teológicos II, Sponsa Verbi, Cristiandad, Madrid 1964, 567; RAHNER, K., “Le debut d’une doctrine des cinq sens spirituels chez Origène”, en Revue d’Ascétique et de Mystique 14 (1932) 113-145; RAHNER, K., “La doctrine du ‘sens spirituels’ au Moyen-Age: en particulier chez St. Bonaventure”, en Revue d’Ascétique et de Mystique 14 (1933) 263-299; CANÉVET, M. - ADNÈS, P. - YEOMANS, W. - DERVILLE, A., Les sens spirituels, Beauchesne, Paris 1993).

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Vamos a centrar nuestra atención en las principales metáforas con las que nos referimos a la fe: aquellas que se refieren a la palabra-escucha, las que aluden a la luz-visión y las que se refieren al tocar-experimentar, explorando a grandes rasgos los matices que cada una de ellas aporta. Sostendremos en este artículo que estas tres imágenes han de ser entendidas de modo complementario y que encuentran su conexión precisamente en Jesucristo, el autor y consumador de la fe que profesamos (cf. Heb 12, 12). Para esta exposición nos sirven de inspiración algunas indicaciones preciosas contenidas en la encíclica Lumen Fidei escrita principalmente por Benedicto XVI y asumida ejemplarmente por el Papa Francisco2. En ella se dice literalmente: “Creer es escuchar y, al mismo tiempo, ver” (LF 30) y un poco más adelante se añade que creer es también tocar (cf. LF 31).

Creer es escuchar la palabra de Dios La primera imagen conecta la fe con el oído, por el que llegan al corazón del hombre las palabras y la música. Creer es escuchar a un Dios que ha salido de su silencio y ha dirigido al ser humano su palabra con el fin de establecer con él una relación de amistad.

CREER ES ESCUCHAR A DIOS El Dios cristiano es un Dios que habla. A diferencia de los ídolos, que “tienen boca y no hablan” (Sal 115, 5), Dios

2 PAPA FRANCISCO, Enc. Lumen Fidei (29/6/2013). En adelante LF. Sobre el tema ha escrito LARRÚ RAMOS, J. D., “Los sentidos de la fe. En torno a la Lumen fidei”, en Cuadernos de pensamiento n. 26 (2013) 11-24; GRANADOS, J., “El que cree, ve: la lógica de la fe es la lógica de los sentidos”, en GRANADOS, J. - LARRÚ, J. D. (coed.), El que cree ve. En torno a la encíclica Lumen Fidei del Papa Francisco, Monte Carmelo, Burgos 2014, 28-49.

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está en relación con el hombre, al que dirige su palabra para hacerle partícipe de la salvación. En el Antiguo Testamento es frecuente y significativa la expresión “palabra de Yahveh” para manifestar la comunicación divina. El “dabar” divino expresa lo que está en el corazón de Dios. La Palabra, que sale de su boca, tiene una fuerza creadora y salvadora: es palabra que suscita el mundo y que dirige e inspira la historia y, al mismo tiempo, es palabra que manifiesta el designio salvífico de Dios. Israel vive esta experiencia y entiende que su actitud principal ha de ser de acogida y escucha humilde y constante. También para la nueva alianza, el creyente es un “oyente”, alguien que acepta en su corazón la palabra de vida que Dios ha pronunciado. Ahora bien, el nuevo testamento entiende que esa palabra tiene un nombre: Jesús de Nazaret. Dios, que ha hablado de muchas maneras (cf. Heb 1, 1), ahora nos ha hablado en el Hijo, que es la Palabra encarnada que nos da a conocer al Dios invisible (cf. Jn 1, 18). Creer es, ante todo, escuchar. La respuesta del hombre no puede ser otra que la de Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3, 10). La fe supone, en primer lugar, la escucha de un mensaje (cf. Rom 10, 17), la acogida de la autocomunicación que Dios en su amor ha dirigido al hombre. Creer es aceptar una palabra de verdad (cf. Gal 2,5; Sant 1, 18); es “respuesta a una palabra que interpela personalmente” (LF 8). Conviene tener en cuenta que para la Sagrada Escritura escuchar no es sólo prestar oído atento, sino abrir el corazón (Hech 16,14) y poner en práctica (Mt 7, 24s). Creer es aceptar una palabra, acogerla con el corazón, dejando que transforme la vida. Por su parte, el pecado consiste principalmente en no querer escuchar a Dios, en cerrazón sobre sí, en dureza de corazón3.

3 Este aspecto es descrito por BENEDICTO XVI, Ex. Ap. Verbum Domini (30/9/10), 26.

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Creer es, también “obedecer”, abrir el oído a la Palabra (Rom 1, 5; 10, 14ss; 16, 26). El término “obedecer” (ob-audire) se deriva de oír y significa saber escuchar, estar en disposición de escuchar al otro. La raíz hebrea shemá significa también primariamente escuchar y, secundariamente, obedecer. En Rom 10, 14-17, el Apóstol juega con este doble significado del término shemá cuando dice: “¿Cómo invocarán si no han creído? La fe nace del mensaje” La fe consiste en escuchar la palabra, lo que lleva a la obediencia y, viceversa, la obediencia lleva a la escucha. La palabra que Dios dirige al hombre es palabra de amor que interpela al ser humano. En esta perspectiva se puede comprender también la fe como respuesta a una llamada a establecer un diálogo con Dios y a participar de su vida divina4. La fe es respuesta libre a la iniciativa de Dios que se revela y nos llama por nuestro nombre, es respuesta a una vocación. La fe -dirá LF a propósito de Abraham- es respuesta “a un Tú que nos llama por nuestro nombre” (LF 8). Esta llamada que Dios dirige al hombre en la historia, establece una relación de comunión entre Dios y el hombre, y tiene carácter de diálogo. La revelación es palabra que invita a entrar en diálogo con Dios. Así lo resume la constitución sobre la revelación divina: “Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (DV 2). Si Dios se dirige al hombre no es para aumentar sus conocimientos sino para reclamar su reconocimiento y pro-vocar su respuesta, haciéndole entrar de esta manera en su dinámica de vida y amor. Pero, ¿en qué condiciones es posible escuchar la Palabra de Dios? Para comprender la fe como “escucha”, la tradición teológica distinguirá dos maneras de “oír” la revelación. El “auditus exterior” se realiza “per aurem corporis” mientras que el “auditus interior” sucede “per aurem cordis”, dice San

4  Cf. CONESA, F., “La revelación como vocación”, en Facies Domini 4 (2012) 13-30.

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Buenaventura5. Por eso, es preciso escuchar las palabras con nuestros oídos, pero a ello se debe unir la escucha en el interior. Tomás de Aquino también distingue una doble llamada, la recibida por la predicación del Evangelio y la llamada interior “que no es otra cosa sino un instinto o movimiento al bien infundido por Dios”6. A esta llamada interior la denomina “vocatio interior”, “auditus interior”, “inspiratio” o “inclinatio cordis”. Si el oído corporal escucha físicamente la predicación, es el oído interior el que la acoge como Palabra de Dios.

ACEPTACIÓN DE UN TESTIMONIO La metáfora del “oír” incide en la idea de que creer es aceptar la palabra que me viene de otro y ello lleva a comprender la fe como aceptación de un testimonio. En coherencia con ello, gran parte de la tradición teológica ha entendido la fe en analogía con el acto por el que aceptamos el testimonio de una persona, situándola epistemológicamente en el ámbito del conocimiento testimonial o el conocimiento que viene de una autoridad. Esta manera de comprender el conocimiento de fe no es extraña al Nuevo Testamento, que invita a pensar la revelación como un testimonio que pide ser acogido por el hombre7. Responde también al modo en el que comprendemos la fe en el ámbito de la vida humana: como aceptación de la palabra de quien sabe más, apoyada en la autoridad de la persona. Sin

5  Cf. S. BUENAVENTURA, In III Sent. d. 25, dub 2: “Se objeta que la fe es infusa y no viene por el oído, a lo que hay que decir que la fe en su aspecto formal es por infusión, pero en el aspecto material, en cuanto noticia que es conocida, viene por el oído, del mismo modo que uno es el oído del corazón y otro el oído del cuerpo. Por eso dice Gregorio que en vano trabaja la palabra del predicador si no ilustra el doctor interior”. 6  S. TOMÁS DE AQUINO, Super Sent., lib. 4 d. 17 q. 1 a. 1 qc. 2 co. Cf. S. TOMÁS AQUINO, In Rom., c. 8, lect 6. (Cf. LATOURELLE, R., Teología de la revelación, Sígueme, Salamanca 19794, 193-195). DE

7  Latourelle subraya que la revelación divina es una economía de testimonio. Cf. LATOURELLE, o.c., 409-414.

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embargo, la acentuación unilateral de este aspecto del conocimiento de fe corre el peligro de no captar toda la riqueza y complejidad de este conocimiento8. En efecto, cuando se tiene como modelo de conocimiento la evidencia, “creer” se convierte en un saber inferior e imperfecto, menos seguro que el que procede de la ciencia. En las grandes síntesis de la Edad Media -como la ofrecida por Tomás de Aquino- aún se mantiene el equilibrio, pues está muy vivo el concepto de autoridad y se valora grandemente la fe como participación de un conocimiento superior9. Pero, conforme se vaya imponiendo el concepto de razón autónoma -desligada de toda autoridad- la fe irá quedando arrinconada en el terreno de lo que es menos relevante, porque no podemos ver ni comprobar lo que afirma. La teología, por su parte, -sobre todo desde el siglo XVII- irá acentuando que la fe es asentimiento a las verdades sobrenaturales reveladas por Dios y enseñadas por la Iglesia, las cuales no pueden ser intuidas, sino sólo creídas en virtud de la autoridad de Dios. La teología del siglo XX se ha esforzado en repensar esta relación del creer con el escuchar-aceptar una palabra, situando la fe en el ámbito del conocimiento personal, y subrayando que “creer es el modo de tener acceso a una persona por medio del conocimiento”10. La fe es el modo propio de conocer las realidades personales, que no pueden

8 Una explicación más detallada de esta tesis en CONESA, F., “Conocer a Dios por la fe. Apuntes para una epistemología de la fe cristiana”, en Scripta Fulgentina 22 (2013) 9-42. 9  En la Summa Theologiae se pregunta explícitamente Tomás qué es más conocer o creer, ver o oír. Y responde: “En igualdad de condiciones, la vista tiene más certeza que el oído”. Sin embargo, en cuanto adhesión a un conocimiento superior, la fe es más. El texto sigue así: “si aquel por el que se sabe algo oyéndole está en condiciones de percibir mucho más que lo que uno puede ver por sí mismo, en este caso oír es más que ver” (S. TOMÁS DE AQUINO, ST, II-II, q. 4, a. 8, ad 2). 10 FRIES, H., “Fe y ciencia”, en Sacramentum Mundi 3 (1973) 132. Me apoyo en este autor pero podríamos haber recurrido a muchos otros: Blondel, Zubiri, Alfaro entre otros.

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ser reducidas a sus elementos objetivos, ni captadas sólo por evidencias. En esta tesitura, se comprende la fe como un conocimiento seguro y fundado. Así lo explica H. Fries: “En la fe accedo cognoscitivamente a la realidad de Dios, a su misterio más íntimo. Creer significa entregarse a la manera de pensar y de ver de aquel en quien se cree y a quien se cree. Creer significa participar y entrar en comunión con el otro; ser elevado a la altura de su conocimiento. Con respecto a la fe en Dios esto significa que el creyente es incorporado y recibido en la comunión con Dios, con su Espíritu, con sus sentimientos y con su vida. Creer significa poder conocer con Dios, poder saber con Dios, poder ver con los ojos de Dios”11. Entendida en esta perspectiva personalista, la fe es un conocimiento que tiene como fundamento el acto de confianza y entrega a la persona que se ha comunicado: aceptamos “la verdad por la confianza en quien la atestigua” (CEC 177). La teología contemporánea ha recordado a este propósito el “dictum” de Tomás de Aquino, según el cual, lo primordial en la fe es “aquel en cuya aserción se cree”12. En esta línea se sitúa la Encíclica “Lumen fidei” al destacar que “el conocimiento asociado a la palabra es siempre personal” (n. 29) pues es un conocimiento que acoge en la libertad y reconoce la palabra que ha sido pronunciada por otro. Creer en Dios es creerle, aceptar como verdad su palabra. Nos apoyamos en Dios, que es siempre fiel, descansamos en su testimonio y, de esta manera, somos introducidos en su verdad. Dios mismo, su bondad y fidelidad, es la razón última de la fe, de su certeza. La fe nos hace participar en la sabiduría de Dios, abriéndonos su intimidad.

11 FRIES, H., Creer y saber. Vías para la solución del problema, Cristiandad, Madrid 1963, 132. 12  S. TOMÁS DE AQUINO, ST, II-II, q, 11, a. 1.

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CREER ES RECORDAR La metáfora de la escucha vincula, además, la fe con el tiempo pues la palabra acontece en el tiempo. El oído es el sentido del devenir porque, además de captar en el espacio el sonido, capta también lo distendido en el tiempo y lo retiene en su haber pasado. Pues bien, con el tiempo se relacionan dos categorías fundamentales: memoria y promesa13. La fe es memoria de la palabra dada por Dios en una historia de salvación. La fe es narración y recuerdo de lo que Dios ha realizado en la historia. Creer es contar una historia de amor y bendición, una historia de salvación. Y creer es, también, re-cordar, es decir, volver a pasar por el corazón. “Lo que se oye -advertía Zambrano- se adentra en el ánimo, en el interior”14. Pero es memoria ligada a una promesa, de manera que está preñada de esperanza. La fe es memoria futuri. La fe es memoria de una promesa y, por ello, presencia abierta al futuro. El recuerdo de las obras de Dios nos proyecta a un futuro que aparece bajo el signo de la promesa. Por eso, la fe “abre la mirada al futuro” (LF 4) y “da alas a nuestra esperanza” (LF 7).

Creer es ver con la luz de la fe La segunda imagen hace referencia al ver y a la luz. La visión fue considerada por el mundo clásico como el más espiritual de los sentidos (Aristóteles, Tomás de Aquino) debido a su capacidad de formalización. Esta imagen, de

13  Cf. LARRÚ RAMOS, J. D., “Los sentidos de la fe. En torno a la Lumen fidei”, en Cuadernos de pensamiento n. 26 (2013) 19. 14 ZAMBRANO, M., “Entre el ver y el escuchar”, en CASADO, A. - SÁNCHEZ GEY, J. (eds.) Filosofía y Educación. Manuscritos, Editorial Ágora, Málaga 2007, 58.

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alguna manera, sirve de complemento a la anterior representación de la fe, al poner la fe en relación con el espacio. En efecto, la vista despliega ante nosotros el mundo ordenado y relacionado espacialmente.

VER CON LA LUZ DE LA FE Además de la imagen de la “palabra”, también el nuevo testamento entiende también la fe como luz15. El IV Evangelio presenta a Jesucristo no sólo como la Palabra sino también la Luz verdadera (cf. Jn 1, 8). Los cristianos son aquellos que son iluminados (cf. Heb 6, 4; 10, 32). De ellos se dice: “El Dios que dijo ‘Brille la luz en medio de las tinieblas’ ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo” (2 Cor 4, 6). El bautizado es “hijo de la luz” (Ef 5, 8; cf. 1 Tes 5, 5) y, por ello, debe caminar en la luz. La tradición teológica también ha prestado atención a la fe como luz. Los padres de la Iglesia ven unidos la fe y el bautismo, al que denominan “iluminación”, de manera que creer es ser arrancados de la ignorancia y del error para entrar en la luz. El cristianismo, dice Clemente de Alejandría, es “una luz especial que se enciende en el alma por la obediencia a los mandamientos”; y añade: “lo que es el ojo en el ciego, eso mismo es la gnosis en la mente”16. También la teología latina comprendió la fe como luz. San Agustín, especialmente en el Tractatus in Ioannem, presenta la fe como una iluminación de la inteligencia, que hace capaz de aceptar el mensaje revelado. Ya en la Edad Media, Guillermo de Auxerre entenderá

15  Cf. RATZINGER, J., voz “luz”, en FRIES, H. (dir.), Conceptos fundamentales de teología, vol. 2, Cristiandad, Madrid 1966, 561-572. Desarrolla brillantemente el tema de la luz en las religiones, la Escritura y la historia de la teología; Idem, “Luz e iluminación. Consideraciones sobre el puesto y el desarrollo del tema en la historia de las ideas de Occidente”, en Obras completas, vol. 2, BAC, Madrid 2013, 641-662. 16 CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata, III, 5, 44,2..

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la fe como una iluminación: Fides est illuminatio mentis a prima luce ad videndum bona spiritualia et bona aeterna17. Sin embargo, con la disolución de la armonía entre razón y fe, acontecida en el siglo XIV, se acentuará que la fe consiste en aceptar dócilmente verdades no evidentes, poniendo el énfasis en su carácter incomprensible. Más tarde, la teología del barroco tendió a subrayar los aspectos oscuros de la fe: creer es aceptar lo que no vemos. Precisamente en el momento en que la razón humana se autocalificaba como luz, la fe aparecía como oscuridad. Por su parte, la teología del siglo XX se ha esforzado por recuperar el carácter luminoso de la fe, influida en gran medida por el teólogo jesuita P. Rousselot, quien, a comienzos del siglo XX escribió su importante ensayo teológico titulado Los ojos de la fe18, en el que reivindicaba la importancia de volver a hablar del lumen fidei, como luz o gracia interior alcanza tanto a lo que hay que creer como al acto mismo de creer. Von Balthasar dará un paso más, al destacar la unidad de la luz interior de los “ojos de la fe” con la luz exterior que resplandece en Jesucristo, de la luz que brilla en nuestros corazones y la percepción de Cristo como epifanía de Dios19. El tema ha sido retomado con fuerza por la Encíclica Lumen fidei, que describe la fe como “una luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo, una luz que toca a la persona en su centro, en el corazón, implicando su mente, su voluntad y su afectividad” (LF 40; cf. n. 26). La fe procede, pues, de un encuentro amoroso que nos transforma por completo y nos da la capacidad de ver: “quien ha sido transformado

17 GUILLERMO DE AUXERRE, Suma Aurea, III, trac 3, c. 2, a. 1. Este autor es el primero que aplica explícitamente la doctrina de la iluminación para hablar de la fe (cf. GÖSSMANN, E., Fe y conocimiento de Dios en la Edad Media, BAC, Madrid 1975, 57). 18 ROUSSELOT, P., Los ojos de la fe, Encuentro, Madrid 1994. Sobre el autor vid. PIÉ-NINOT, S., La teología fundamental, Secretariado Trinitario, Salamanca 20097, 206-207. 19  De la luz de la fe se ocupa sobre todo en VON BALTHASAR, H. U., Gloria. Una estética teológica, vol. 1, Encuentro, Madrid 1985, 119-179.

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de este modo adquiere una nueva forma de ver, la fe se convierte en luz para sus ojos” (LF 22). La fe nos saca del círculo cerrado del “yo” y nos abra a una luz que nace del encuentro interpersonal. Para entender la metáfora de la luz, se distinguen dos tipos de luz, la luz sensible y la luz espiritual. Ambas son igualmente luz. Pero para captar la luz espiritual no bastan los “ojos de la carne” sino que hacen falta los “ojos del corazón” (Ef 1, 18), los “ojos de la fe”. Desde Orígenes, al menos, se habla de una visión interior del espíritu, que trasciende los ojos de la carne20. “La fe tiene sus ojos”, dice el comentado texto de San Agustín21. Con ellos puede ver al Invisible. Tomás de Aquino, por su parte, habla de la “oculata fides”, la fe que ve22. Según Santo Tomás los apóstoles vieron a Cristo después de la resurrección no con los ojos corporales, sino “oculata fides”, con los ojos de la fe.

PARTICIPAR DE UNA MIRADA Creer es “ver la realidad con los ojos del otro” (LF 47). Creer es apoyarse en otro para ver, participar en la visión de otro, en su mirada (cf. LF 14). En la vida humana necesitamos apoyarnos en otras personas para ver. Al creerles, participamos en la experiencia de esas personas. La fe humana consiste, pues, en confiar en alguien que conoce mejor, que nos hace ver más allá.

20  Así, por ejemplo, interpreta el texto del Cantar “Tus ojos son palomas” (1, 15) en el sentido de que “tus ojos son espirituales, pues ven espiritualmente y comprenden espiritualmente” (ORÍGENES, Comentarios al cantar, III, 11). 21  S. AGUSTÍN, Ep 120. El comentario más conocido es el de ROUSSELOT, P., Los ojos de la fe, Encuentro, Madrid 1994. 22  Cf. S. TOMÁS DE AQUINO, ST, III, q. 55, a. 2, ad 1. Esta expresión se encuentra también en Catena Aurea in Lucam, c. 9, lect. 6; c. 24, lect. 9; ST, III, q. 44, a. 2, ad 2 y Responsio ad Bernardum. LF 30 hace referencia a la “oculata fides”. Vid. también PIÉ-NINOT, S., La teología fundamental, Secretariado Trinitario, Salamanca 20097, 442-443.

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La fe cristiana consiste en aprender a mirar con Cristo. Cristo no es sólo aquel a quien creemos, sino “aquel con quien nos unimos para poder creer” (LF 18). Creer es unirse a Cristo, participando de su mirada. La fe “mira desde el punto de vista de Jesús, de sus ojos: es una participación en su modo de ver” (LF 18). Como escribió el Cardenal Ratzinger, “la fe cristiana es, en su esencia, participación en la visión de Jesús, mediada por su palabra, que es la expresión auténtica de su visión. La visión de Jesús es el punto de referencia de nuestra fe, su anclaje más concreto” 23. La fe es un encuentro con el testigo del Padre, para participar en su modo de ver, para compartir su visión. La fe ilumina y educa nuestro corazón y nuestra mirada para ver el mundo y para ver a los otros como los ve Dios, como los ve y comprende Cristo. Ahora bien, la fe no es un “salto en el vacío” o un “sentimiento ciego” (LF 3) sino que está firmemente apoyada en la fiabilidad y credibilidad de Dios, manifestada a lo largo de la historia. Nos podemos fiar también de Jesús que es testigo fiable, digno de fe; es fiable y experto en las cosas de Dios, porque es el Hijo de Dios (cf. LF 17, 18). Esta confianza en Él nos abre a una participación en su mirada y se verifica después en nuestra experiencia.

LA FE COMO CAMINO La fe es luz para el camino. La metáfora de la luz conecta la fe con el espacio y, por ello, con el caminar humano. Así como la luz se expande a todo lo que la rodea, también alcanza a iluminar todo el trayecto del hombre. La fe pone en camino e ilumina ese camino. La fe es éxodo, salida y peregrinaje. El creyente es un itinerante, alguien que va haciendo camino. La fe “es un conocimiento que se aprende sólo en un camino de seguimiento” (LF 29).

23  Cf. RATZINGER, J., Mirar a Cristo. Ejercicios de fe, esperanza y amor, Edicep, Valencia 20052, 36.

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Es decir, en el mismo caminar vamos creciendo en el conocimiento de Dios. Esto significa que la praxis no es ajena al conocimiento de Dios. La luz de la fe que hemos recibido tiene que realizarse. A propósito de la experiencia de Abraham dice el Papa que “la fe ‘ve’ en la medida en que camina” (LF 9). Abraham, el padre en la fe, camina escuchando al Señor, que le invita a seguir y a salir de sí. Acepta salir hacia lo inesperado, ponerse en camino, y en esa medida aprende a ver. La fe se va verificando en la vida. Realizando la verdad (cf. Ef 4, 15), vemos más. Profesando la fe, celebrando los sacramentos y practicando la caridad somos capaces de ver mejor. Los samaritanos, después de entrar en contacto con Jesús, pueden decir que ya no creen por el testimonio de la mujer, sino que “nosotros mismos hemos oído, y sabemos que éste es el salvador del mundo, el Cristo” (Jn 4, 42).

Creer es también tocar. Las manos de la fe Estas dos primeras imágenes se complementan con otra también sensorial, la del tocar. El tacto tiene una importancia grande para el ser humano, como expresión de su corporeidad. Por el tacto experimentamos la realidad, nos acercamos a las personas y las cosas, nos relacionamos con ellas. El tocar individualiza, acerca, comunica y estimula. Debemos nota que, aunque el nivel de formalización y reflexividad es menor que en los otros sentidos, el tacto es el fundamento de todos los demás sentidos. Así se admite desde Aristóteles, quien hace notar que los demás sentidos pueden faltar en un viviente, pero no el tacto. Además el tacto aparece como criterio de realidad: podemos estar seguros de que algo es real si se toca24. Pues, bien, creer es también “tocar”.

24 Cf. ARISTOTELES, Acerca del alma, lib. II, cap. 2; CHOZA, J., Manual de antropología filosófica, Rialp, Madrid 1988, 173-185.

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TOCAR CON LA FE Jesús manifestaba continuamente los bienes del Reino con gestos visibles, que afectaban también a la corporeidad del hombre25. En los evangelios aparece con frecuencia que Jesús tocaba a los que quería comunicar su fuerza salvadora. Se le acercó un leproso, y Él, “extendió la mano y lo tocó diciendo: quiero, queda limpio” (Mt 8,3). Le seguían dos ciegos: “entonces les tocó los ojos, diciendo: que os suceda conforme a vuestra fe” (Mt 9,29). Y “acercaban a Jesús niños para que los tocara (…) y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos” (Mc 10,13). A la suegra de Pedro “le tocó su mano y se le pasó la fiebre” (Mt 8,15). Al sordomudo “le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua” (Mc 7,33). Al criado herido por Pedro, Jesús, “tocándole la oreja, lo curó” (Lc 22,51). A la niña del jefe de la sinagoga “le cogió de la mano y ella se levantó” (Mt 9,25). Al ciego de nacimiento “hizo barro con la saliva y se lo untó en los ojos”(Jn 9,6). Ese “tocar” de Jesús tiene un significado profundo: a través de su humanidad es Dios quien nos toca, mediante su mano somos bendecidos, sanados y perdonados por Dios mismo. En el episodio de la confesión de Tomás, el cuarto evangelio establece una vinculación entre “tocar” a Cristo y “creer”. Tomás no da crédito a lo que cuentan los otros apóstoles y quiere verificar sensiblemente el hecho de la resurrección, quiere meter el dedo y la mano en las llagas de la pasión. La respuesta de Jesús es: “trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (Jn 20, 27). Es una invitación a “tocar” a Jesús no sólo físicamente, sino sobre todo con la fe. El poeta Paul Claudel comenta si Tomás puede tocar a Jesús es porque Dios le ha dado permiso: “Dios mismo se 25  Cf. GROB, R., “Tocar”, en COENEN, L. - BEYREUTHER, E. -BIETENHARD, H., Diccionario teológico del Nuevo Testamento, Vol IV, Sígueme, Salamanca 1994, 294-295.

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abre y guía su mano hasta las junturas íntimas de su acción y hasta su corazón palpitante”26. Esta relación de la “fe” con el sentido del tacto, fue tenida en cuenta, de manera especial por San Agustín. Son varios los pasajes en los que compara creer y tocar. Comentando el episodio de la mujer que sufría hemorragias (Lc 8, 45-46), al que se refiere en varios sermones27, pone de manifiesto la gran diferencia entre tocar a Cristo sin fe, por mera costumbre, y tocarle con fe, como hizo aquella mujer. En ello incide también al comentar el “Noli me tangere” de Jn 20, 17. Dice San Agustín que es una advertencia contra la creencia carnal y una exhortación al toque espiritual de la fe28. Las palabras a María Magdalena son invitación a que no le toque físicamente sino que le toque por la fe, que nace del Espíritu. Finalmente, San Agustín se ocupa del tocar en relación con la fe a propósito del Apóstol Tomás, que no quiere creer sin antes tocar. “Veía y tocaba al hombre -dice-, pero confesaba su fe en Dios, a quien ni veía ni tocaba. Pero lo que veía y tocaba lo llevaba a creer en lo que hasta entonces había dudado”29. Siguiendo al pensamiento agustiniano, la Encíclica Lumen fidei pone también la fe en relación con el sentido del tacto y, recogiendo una frase de San Agustín, dice: “Tocar con el corazón, esto es creer”30. “Con la fe, -se explica- nosotros podemos tocarlo, y recibir la fuerza de su gracia” (LF 31). Podemos “tocar” a Cristo, ante todo porque por el misterio de la Encarnación el Verbo ha asumido la carne humana: nos puede tocar y podemos palpar al Verbo de la vida.

26 CLAUDEL, P., “La sensation du Divin”, en Présence et Prophétie, Éditions de la librairie de l’Université, Friburgo 1942, 116. 27  S. AGUSTÍN, Sermones 229 L, 2; 243, 2; 244, 3; 245, 3 y otros. 28  S. AGUSTÍN, Sermones 143, 4; 244, 4; 254, 4; In Jo. Ev. Tr. 121, 3; Ep. 149, 32. 29  S. AGUSTIN, In Jo. Ev. 121, 5. 30  S. AGUSTÍN, Sermón 229/L.

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“Con su encarnación, con su venida entre nosotros, Jesús nos ha tocado” (LF 31). Pero también podemos tocar a Cristo sacramentalmente, a través de los signos que prolongan su presencia en la historia (cf. LF 31). Los sacramentos y la liturgia recurren continuamente al sentido del tacto (signación en la frente, unción, imposición de manos, etc.), mediante la cual continúan y prolongan la acción de Cristo, que “tocaba” a los niños y a los enfermos. Mediante estos gestos se significa que Dios nos alcanza con su gracia y que ésta abarca todo nuestro ser, también nuestro cuerpo. Explica Aldazábal: “Al igual que el amor de Dios-inefable, invisible-se nos manifestó en la Humanidad concreta y corporal de Cristo Jesús, también en los sacramentos de la Iglesia se encarna su gracia-invisible, inefable-en el lenguaje de unos signos concretos que nos alcanzan también corporalmente: tocar, bañar, ungir, comer, beber…”31. Por la fe podemos también tocar a Cristo en la “carne” de la Sagrada Escritura. La comparación de la Palabra de Dios con la carne de Cristo es un tema frecuente en los Padres de la Iglesia. “El cuerpo de Cristo y su sangre -escribe San Jerónimo- es realmente la palabra de la Escritura, la enseñanza de Dios”32. Haciéndose eco de esta doctrina, escribía Benedicto XVI: “Cristo, realmente presente en las especies del pan y del vino, está presente de modo análogo también en la Palabra proclamada en la liturgia”33. Finalmente, podemos tocar a Cristo en la “carne” del hermano. Es un tema presente de manera recurrente en el magisterio del Papa Francisco: “A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria 31 ALDAZÁBAL, J., “La importancia del tocar”, en Gestos y símbolos (I), CPL, Barcelona 1984, 36. 32  S. JERÓNIMO, In Psalmum 147. El tema está ya presente en ORÍGENES, In num., 16, 19. 33 BENEDICTO XVI, Ex. Ap. Verbum Domini, 56.

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humana, que toquemos la carne sufriente de los demás”34. Por la fe podemos tocar las llagas de Jesús en los más pobres, como San Francisco que abrazaba a los enfermos, san Roque a los leprosos y tantos otros santos. Nuestro tocar y abrazar, como el de Cristo, ha de ser también salvador, ayudando al hombre a liberarse de la enfermedad que lo aprisiona y de la enfermedad mortal del pecado.

SER TOCADO Tocar implica también ser tocado. El tacto es el sentido más vinculado al cuerpo. Los místicos usan el lenguaje “táctil” para expresar la presencia de Dios en el alma. Para San Juan de la Cruz, Dios es “cauterio suave” que hace consumir y transformarse el alma que toca: “Y como Él sea infinito fuego de amor, cuando Él quiere tocar el alma algo apretadamente es el ardor del alma en tan sumo grado de amor, que le parece a ella que está ardiendo sobre todos los ardores de el mundo”35. Más adelante, en el mismo poema se refiere a la mano del Padre como “mano blanda” y “toque delicado” y explica que nos ha tocado con su Hijo unigénito, que es la “mano misericordiosa del Padre”36. La imagen del “tocar” resulta complementaria de las anteriores y conecta la fe con sus elementos afectivos y experienciales. Por la fe somos tocados por Dios y podemos tocarle. En este trato con Él nos vamos adentrando en su Misterio. La vida de fe, la oración, los sacramentos, la liturgia y la vivencia del amor van haciendo que lo que hemos aceptado y la luz que hemos recibido se transformen en algo vivido, que va impregnando nuestra existencia.

34 PAPA FRANCISCO, Ex. Ap. Evangelii Gaudium, 270. El tema aparece varias veces en la exhortación, por ejemplo n. 24. 35  S. JUAN DE LA CRUZ, “Llama de amor viva”, 2,2 en Obras Completas, BAC, Madrid 198211, 774. 36 S. JUAN DE LA CRUZ, “Llama de amor viva”, 2,16 en Obras Completas, BAC, Madrid 198211, 783.

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TOCAR CON LAS “MANOS DE LA FE” El tacto del hombre se hace especialmente manifiesto en las manos. San Agustín tiene una expresión que resulta muy significativa: “manus fidei”. Podríamos decir que del mismo modo que existen los “ojos de la fe”, también la fe tiene “manos”. Al hablar de los judíos que querían prender a Cristo, observa, San Agustín: no lo aprehendieron porque no tenían las manos de la fe37. Como explica Mouroux, las manos de la fe sirven para palpar a Alguien en la oscuridad. Para poder tocar a Cristo se necesitan las manos de la fe. Si faltan esas manos, los sacramentos se convierten en ritos sociales, la Escritura deviene en libro curioso y el hermano se vuelve un extraño. El evangelio habla también de personas que oprimen a Jesús, pero no lo tocan. Sólo la hemorroísa le tocó con las manos de la fe (cf. Mc 5, 25-34). Las manos rompen nuestro aislamiento y nos abren a otros, y al contacto con Dios. Son las “manos de la fe” las que nos permiten reconocer la Escritura como Palabra de Dios y las que reconocen el rostro y la carne de Cristo en el hermano que pasa necesidad. Sólo con las manos de la fe podemos tocar, abrazar y besar a Cristo.

CONSTRUIR CON LAS MANOS DE LA FE Pero las manos no sirven sólo para tocar. También son para construir y edificar. No hay que olvidar que la luz de la fe procede del amor, el cual toca el corazón. En la Encíclica Lumen fidei se usa también la expresión “manos de la fe” en este segundo sentido: “Las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una ciudad construida sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de Dios” (LF 51). Las manos de la fe no sólo quieren tocar a 37 S. AGUSTÍN, In Ioannem Tractatus, 48, 9-11 (PL 35, 1745): “Non cum aprehenderunt, quia manus fidei non habuerunt”. Cf. MOUROUX, J., Creo en ti. La estructura personal de la fe, Juan Flors, Barcelona 1964, 52.

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Dios, sino que deben ponerse a construir la ciudad de los hombres, empeñándose en el desarrollo de unas relaciones auténticamente humanas. Encontramos aquí una conexión entre la fe y la praxis. Las manos de la fe también deben empeñarse en la construcción de un mundo más humano. Como subrayó especialmente Metz, la fe y la salvación están referidas al mundo social y política. No se puede separar la fe de categorías como “conversión” y “solidaridad”38.

Jesucristo, palabra encarnada en la que brilla la gloria de Dios Las tres metáforas estudiadas revelan tres aspectos importantes de la fe. Creer es aceptar una palabra, dejarse guiar por una luz y tocar con el corazón; es recuerdo, camino y edificación. Ahora bien, todas estas imágenes, encuentran una profunda e insospechada unidad en la persona de Jesucristo. “La nueva lógica de la fe -dice Lumen Fidei- está centrada en Cristo” (n. 20). Así lo pone de relieve, de una manera especial, la teología joánea. Jesucristo es la Palabra del Padre, el Verbo eterno que existía desde antes de la creación. Esta Palabra se ha encarnado y por eso la podemos “palpar” y tocar. Y la Palabra encarnada se convierte además en luz para el mundo. Frente al gnosticismo, que separa creación y salvación, el IV Evangelio afirma la unidad. La misma Palabra que ha dado origen al mundo, se ha hecho carne en Jesucristo. En el prólogo de la primera carta se resume esto de manera excepcional cuando se refiere a Jesucristo como:

38  Cf. METZ, J. B., La fe en la historia y en la sociedad: esbozo de una teología fundamental práctica para nuestro tiempo, Cristiandad, Madrid 1979.

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“lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la Vida” Jesucristo es el Verbo que hemos “oído”, “visto con nuestros propios ojos” y palpado con “nuestras manos”. En el rostro humano de Jesús, en su vida, hemos visto al Padre. “Él es la Palabra hecha carne, cuya gloria hemos contemplado (cf. Jn 1,14). La luz de la fe es la de un Rostro en el que se ve al Padre” (LF 31). Benedicto XVI en la exhortación “Verbum Domini” aludía a la sugestiva expresión patrística “verbum abbreviatum”39, pues Cristo es la Palabra que al encarnarse se ha hecho pequeña. Y añadía: “Ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret”40. Jesús es el Verbo encarnado que podemos escuchar, ver y tocar. Dios se ha dejado escuchar, ver y tocar en Jesucristo.

CREER ES ESCUCHAR A CRISTO Por eso, creer es escuchar a Cristo, palabra personal del Padre, fundando nuestra existencia en Él y asintiendo a lo que Dios nos ha revelado por Él. Sobre todo el IV Evangelio desarrolla la idea de que la fe es “creer a” Cristo, el Unigénito, enviado por el Padre para revelar su misterio y hacer partícipes a los hombres de la vida eterna. También la carta a los hebreos explica que “en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo” (1,2). La persona misma de Jesús se convierte en la palabra única y definitiva que Dios dirige a la humanidad. Por ello, como señala Alfaro, “en el acto de fe el primado corresponde a la relación personal a Cristo, como

39  Sobre esta expresión vid. GARCÍA GUILLÉN, D., “Verbum Abbreviatum” en Facies Domini 4 (2012) 31-72. 40 BENEDICTO XVI, Ex. Ap. Verbum Domini, 12.

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Palabra de Dios hecha palabra humana, como presencia de Dios en la historia, como el “sí” absoluto de su amor”41.

CREER ES MIRAR A CRISTO Y MIRAR CON SUS OJOS Creer es, también, mirar es mirar a Cristo y mirar desde Cristo, con sus ojos. Al primero que hay que dirigir la mirada es a Cristo. La fe es cristiana en cuando que se dirige a Cristo. Creer es mirar a Cristo, que está en el centro de la fe. “La verdad que la fe nos desvela está centrada en el encuentro con Cristo, en la contemplación de su vida, en la percepción de su presencia” (LF 30). Ver a Jesús, contemplar su vida luminosa y, en ella, el rostro del Padre. Pero creer es también mirar desde Cristo, con sus ojos. Se trata de “ver con los ojos de Cristo” (LF 46), aprender de su modo de mirar, “participar en la misma mirada de Cristo” (LF 46 y 19), pues él tiene la mirada plena, que abraza toda la realidad. Creer es seguir a Cristo, aprender a ver con sus ojos y a medir con sus criterios.

CREER ES TOCAR A CRISTO Finalmente, es a Cristo a quien tocamos en los sacramentos, en la Palabra y en el hermano, es decir, en todas las realidades que prolongan en el tiempo su humanidad santa. Creer es tocar con el corazón a Cristo.

LA FE ES CRISTIFORME En consecuencia, la fe tiene la forma de Cristo, es “cristiforme”. Jesucristo es el “logos” que el hombre tiene que acoger, el “eikon” que hay que mirar y la “sarx” que debemos gustar. La fe cristiana brota del encuentro con la persona

41 ALFARO, J., “Revelación y fe”, en Cristología y antropología. Temas teológicos actuales, Cristiandad, Madrid 1973, 395

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viva de Jesucristo y tiene como meta escuchar su palabra, dejarnos iluminar por su luz y experimentar su presencia. Mouroux explica que la fe es “cristiana” porque tiene a Cristo como objeto y fin42. Alfaro insistió en que la fe cristiana no sólo es cristocéntrica, es decir, tiene como centro a Jesucristo, sino que también es cristológica, pues está fundada en su testimonio, y cristoteleológica, puesto que tiene como fin el encuentro perfecto y total con Cristo glorioso43. Ya en San Agustín se puede encontrar la sugerente fórmula: credere Christum, credere Christo, credere in Christum44. La fe es reconocer a Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios (credere Christum), pero también creerle, es decir, aceptar su testimonio (credere Christo) y confiar en Él, acogiéndole personalmente en nuestra vida (credere in Christum).

La Iglesia, comunidad que escucha la Palabra, que contempla a Cristo y experimenta su amor Este proceso de ver, oír y tocar con la fe sólo puede acontecer en la Iglesia, “comunidad de fe, esperanza y amor” (LG 8). Es importante subrayarlo porque las imágenes que conectan la fe con los sentidos son muy sugerentes, pero corren el peligro de perder el “nosotros” de la fe, puesto que los sentidos son lo más privado e individual que tie-

42  Cf. MOUROUX, J., Creo en ti. La estructura personal de la fe, Flors, Barcelona 1964, 10. 43  Cf. ALFARO, J., Fides, spes, caritas. Adnotationes in Tractatum de Virtutibus Theologicis (ad u. p.), Roma 19642, 458 Ha expuesto esta cuestión CRIADO, M. A., La fe. La teología de Juan Alfaro, Secretariado Trinitario, Salamanca 2012, 196-262. 44  S. AGUSTÍN, In Ioannis Evangelium Tractatus 29, 6; Sermo 144, 2, 2. Sobre el triple “credere” vid. PIÉ-NINOT, S., La teología fundamental, Secretariado Trinitario, Salamanca 20097, pp. 188-192.

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ne la persona. Ciertamente cada uno de nosotros tiene que escuchar la Palabra, unirse a la mirada de Cristo y experimentar su presencia. Pero esto sólo se realiza en el seno de la comunidad-Iglesia. Lumen fidei no se olvida de poner el acento en este carácter eclesial de la fe, sin el cual no resulta comprensible. El creyente “se comprende a sí mismo dentro de un cuerpo, en relación originaria con Cristo y con los hermanos en la fe” (LF 22). La fe se vive en compañía. Sólo por mediación de la Iglesia y dentro de la Iglesia, el cristiano puede decir “creo en Dios”. La Iglesia es “creatura Verbi”, engendrada por la Palabra. El anuncio de la Palabra es el que convoca a la “ekklesia”. Ella es comunidad de escucha (“Dei verbum religiose audiens” dirá DV 1) y comunidad que acoge con la fe la palabra recibida y la transmite a lo largo de los siglos. También la mirada de fe se realiza junto con los otros, de manera que “es posible tener una visión común” (LF 47). La experiencia de ser tocados y tocar a Cristo sólo es posible en el seno de la comunión eclesial. En definitiva, vivimos la aventura de la fe junto con otros. Juntos escuchamos, juntos caminamos y trabajamos para construir la ciudad de los hombres. En un precioso texto resume “Lumen fidei” esta ideas: “Confesando la misma fe, nos apoyamos sobre la misma roca, somos transformados por el mismo Espíritu de amor, irradiamos una única luz y tenemos una única mirada para penetrar la realidad” (LF 47). Además, es la Iglesia, también, la que nos enseña a oír, ver y tocar a Cristo con la fe. En un sugerente texto compara von Balthasar a la Iglesia con una madre, que enseña a su hijo: “Al igual que una madre explica a su hijo el mundo, le muestra lo que hay que ver, y no sólo le enseña las palabras del lenguaje, sino también la realidad a la que corresponden a fin de que la palabra brote de la imagen y retorne a ella, así la Iglesia, partiendo en último análisis de la experiencia de la madre corpórea del Señor, que fue la creyente por antonomasia, puede enseñar a sus hijos la Palabra de Dios y comunicarles, no sólo su sentido, sino también su

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sabor, su perfume, su concreción encarnatoria, a partir de su propia experiencia de esposa”45. La Iglesia, en continuidad con María, enseña a usar los sentidos en el Espíritu. Finalmente, en el seno de esta comunión esperamos y anhelamos alcanzar la plenitud de la visión, pasar de los signos a la realidad. La fe pertenece a la condición peregrina del pueblo de Dios: “Caminamos en la fe y no en visión” (2Cor 5,7). Mientras avanzamos por el camino de la fe, anhelamos a Dios, deseamos que el encuentro se consume y llegue el momento en el que cesará la palabra y comenzará la presencia, en el que entraremos completamente en la luz y “seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3,2).

Oír, ver y tocar a Cristo El dinamismo de la fe abarca a todo el hombre, afecta a todo lo que somos, encaminando todo nuestro ser a la comunión con Dios. La fe es “una luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo, una luz que toca a la persona en su centro, en el corazón, implicando su mente, su voluntad y su afectividad” (LF 40; cf. n. 26). Todas las dimensiones del ser humano intervienen en la fe. La fe es un acto de todo el hombre que no sólo incluye necesariamente su sensibilidad, sino que la acentúa. Cuando San Agustín describe su experiencia de encuentro con Dios, subraya la apertura de todos los sentidos y exclama: “Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abráseme en tu paz”46.

45 VON BALTHASAR, H. U., Gloria, Una estética teológica, 1. La percepción de la forma, Encuentro, Madrid 1985, 371-372. 46  S. AGUSTÍN, Confesiones, X, 27, 28.

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La capacitación de nuestros sentidos para el conocimiento de Dios es obra del Espíritu. En la fe, el corazón del creyente se ensancha para ser habitado por otro (cf. LF 21). Por la fe el Espíritu habita en nosotros y nos transforma, dándonos nuevos ojos, oídos nuevos y manos para tocar con el corazón. “La fe -se dice en Lumen Fidei- transforma a la persona entera” (LF 26). Ella nos da luz para mirar, sensibilidad para tocar y nos capacita para escuchar la Palabra. La unificación de todos los sentidos procede del encuentro con Cristo y tiene su clave en el amor. En Jesús se unen todos los sentidos del hombre. Lo que ven los ojos, lo que tocan los dedos y lo que escucha el oído se hace uno en Cristo. El encuentro amoroso con Cristo unifica todo el conocimiento de fe. Finalmente, para comprender correctamente la fe, debemos ponerla en relación con las demás virtudes teologales, con las que se encuentra en “admirable urdidumbre” (LF 7). Para terminar, recurrimos una vez más al Obispo de Hipona: “Cree en Cristo quien también espera en Cristo y ama a Cristo. Porque, si uno tiene fe sin esperanza y sin amor, cree que existe Cristo, no cree en Cristo”47.

47  S. AGUSTÍN, Sermo 144, 2, 2.

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