Varones hasta las Pelotas - La construcción de las masculinidades en el fútbol.

July 4, 2017 | Autor: Franco Mosk | Categoría: Gender Studies, Queer Theory, Gender and Sport, Gender, Men and Masculinities
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Descripción

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PALABRAS PRELIMINARES

Una tesis es un proceso. Una tesis, en este caso, es un proceso desordenado. Esta tesis tiene puntos de inicio. Uno de ellos, sin lugar a dudas, tiene que ver con los privilegios de poder haber accedido a estudiar en la universidad pública, o a reconocerme y ser reconocido como varón en una cultura machista y patriarcal, en donde los varones aprendemos, ejercemos y gozamos de innumerables “ventajas” respecto de aquellas personas que habitan otras identidades. Los privilegios son muchos, en el ámbito público y privado, sin embargo, a veces esos privilegios se tornan incomodidades. La incomodidad que supone verse, comprenderse, conocerse y asumirse como un privilegiado genérico es tan inquietante y agobiante como placentera: sentís que el molde ya no te encaja como antes pero que igual esa posición te trae beneficios que no estás dispuesto a abandonar. Lxs demás te interpelan porque, de repente, saludas a otros varones con un beso, te involucras en tareas domésticas –al menos de manera tímida y procesual-, escribís con x y ya no hacés más chistes, que no son más que violaciones verbales de culos y tetas. Al mismo tiempo parece existir una especie de fuerza atmosférica y fantasmática que te habla y ruega que sigas adelante con tu deber en tanto varón, que es el camino al éxito. En simultáneo, esta tesis surge como producto de un proceso de cambio personal profundo. En este sentido, el haber participado de diferentes grupos de intervención a lo largo de la carrera (principalmente dentro del Área de Comunicación Comunitaria) y el contacto con algunas personas (mujeres, en su mayoría) que luego serían compañeras de 3

innumerables vivencias, actividades y militancia, han marcado un punto de inflexión dentro de mi configuración subjetiva dentro del género. Asimismo, la profundización en las lecturas feministas y los sucesivos cambios personales, políticos y colectivos que experimentan, han hecho que esta tesis pueda ser escrita hoy. No obstante, creo que este trabajo nace, fundamentalmente desde el amor. El amor al fútbol y la vida. Creo que en eso Maradona y su curso místico por la cancha han tenido mucho que ver. De todas maneras, esta investigación se fue tejiendo hace mucho tiempo. De chico no me gustaba ir al jardín vestido de azul, todo azul: el guardapolvo, la bolsita colgadita por delante, el cuadernito azul; yo quería de rojo, pero eso era de nenas. Siempre me marcaron que yo usaba azul porque era un varoncito, y los varones usaban azul, las nenas rojo. Así llego mi primer pantaloncito azul, puma, bordado en la pierna izquierda con el escudo rojo y blanco. Yo ya era varón, y ya era de unión antes de nacer, estaba claro. Mi viejo lo era y lo es. Después llegaron las camisetas, las medias, los calzoncillos. Una vez tuve unos calzoncillos rojos con el escudo de unión en el centro, con una consigna debajo que decía “tatengue hasta las…”. El fútbol siempre estuvo presente, a veces más, a veces menos. Históricamente, mis compañeros varones de la escuela vertieron sus cargadas sobre mí (tuve una etapa escolar difícil, la mayoría de la primaria con unión en la b y colón en la a) y siempre el fútbol fue un tema determinante respecto a estados de ánimo y de divisiones de género. Los varones por acá y las mujeres por allá. La clase de gimnasia y el profesor que tiraba la pelota para que nos matemos. El pibe que no sabía jugar o no le gustaba debía permanecer ahí, impulsado por una orden natural que lo obligaba, por ser varón. 4

Los mandatos crecieron y a todos los cumplí. Me tenían que gustar las nenas y me gustan las nenas, tenía que ser bueno en la escuela y lo fui, también fui católico y tomé la comunión, “por comodidad más que nada”. Hasta que un día el destino quiso que empiece a jugar al fútbol en un club, yo era grande de físico y todos me tenían miedo, algunxs bronca. Un día estábamos jugando un partido de los que se denominarían “clásicos” en Gálvez (yo tenía 12 años) y en una jugada voy a sacar un lateral y la mamá de uno de los del otro equipo me escupió por la espalda al grito de “maricón de mierda”. 12 años. Mi suerte con los técnicos fue dispar, algunos hacían hincapié en jugar para divertirse, otros para ganar como sea, pero hasta al más bonachón se le escapaba lo de siempre: “hay que hacerse respetar, hay que mandar suela”. Hacerse respetar no era precisamente jugar por abajo, hacer posesión de pelota, cambiar de frente, tocar, moverse, pasar, hacerse respetar era pegar patadas, putear a los contrarios, chamuyar al árbitro. Ya mi heterosexualidad era más que exacerbada: llorar era de cagón, ir livianito a trabar era de puto, todas las acciones eran coordinadas en el devenir que el género y el fútbol proponían. Hoy algunas cosas son diferentes, pero otras no, por eso nace esta tesis. Hace poco, como todos los jueves a la noche, terminaba de jugar un partido de fútbol, el cual viene seguido del rito de la cerveza, o la charla post partido. En esa charla, uno de mis compañeros (fanático de Unión) anunciaba a todo el colectivo varonil presente, que va a ser padre de un varón. En eso, otro de los varones se animó a preguntarle qué pasaría si su hijo fuera de Colón, a lo que el futuro padre respondió: “Va a ser de Unión si o si, 5

prefiero que sea puto antes que de Colón”, hizo un silencio de tres segundos y rectificó: “no, prefiero que me salga de Colón antes que puto”. Otro día fui a comer de un amigo, en donde su padre chicaneaba a otro amigo respecto de los campeonatos locales que tiene River y Boca: “Escuchame, no importa cuántas Libertadores tengan, lo que importa es lo local, nuestra casa: ¿quién tiene que mandar en casa? Papito”. Claro el asunto. Como esas miles. Esta tesis nace de la escucha, de respirar fútbol, de habitar un cuerpo y del deber ser masculino que me constituye todos los días y se hace y deshace en el tironeo constante que nos propone la cultura. El deporte, la facultad, lxs pibxs del semáforo, la cancha ,lxs trans, cyborgs, las abuelas y la tía Lida, el colectivo de varones antipatriarcales, lxs amigxs, mamá, papá, hermanxs, la infinidad de personas con las que me he relacionado y relaciono cotidianamente; los miedos, los privilegios, los dolores, el amor, el presente: la vida.

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PRÓLOGO

Toda investigación nace con preguntas, y esas preguntas que se encargan de gestar un proceso de trabajo, generalmente se van sustituyendo por otras que extienden y bifurcan las cadenas infinitas de enunciados que se tejen, destejen, abren, cierran, rompen y arman un entramado de sentidos en el que siempre quedarán interrogantes por responder. En nuestro caso, las interpelaciones que hemos recibido por parte del feminismo y, particularmente, los estudios de las masculinidades que se han desarrollado al interior de él y nuestra afición afectiva por el fútbol, nos han impulsado a indagar –en clave de género- los procesos de construcción de las masculinidades de los varones en y a través del fútbol. A nuestro entender, el deporte más popular de nuestro país se erige como uno de los pilares fundamentales en la construcción de las subjetividades masculinas, las cuales cuentan con una carga de sentidos machistas, homofóbicos y misóginos propios de la cultura patriarcal que habitamos. Es por esto que nos interesa considerar aquellos dispositivos discursivos o comunicacionales mediante los cuales las masculinidades se construyen, tomando especial atención por aquellas que se manifiestan como las privilegiadas, así como también por las que se forman por contraste o diferencia. Nuestro trabajo cuenta con un análisis semiótico-discursivo de cinco entrevistas realizadas a varones de diferentes edades, en las que procuramos desentrañar los

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sentidos que tienen los varones tanto de sí mismos como los relacionados con su pertenencia y/o participación en el mundo del fútbol. La selección de los entrevistados se realizó a través de una técnica de muestreo no probabilístico de bola de nieve, ya que se consideró que este procedimiento era el adecuado para llegar a una población que si bien está a la mano del investigador, no es de fácil acceso respecto de la actitud de apertura y la disposición a la comunicación de aspectos vinculados a la propia subjetividad o al relato de historias de vida. Es por esto que se eligió el primer entrevistado de manera arbitraria, dado que el mismo cuenta con características que consideramos relevantes para las demandas de la presente tesina (participa de una liga de fútbol como jugador, asiste a estadios de fútbol profesional y es integrante del movimiento social Colectivo de Varones Antipatriarcales). Una vez realizada la primera entrevista, se solicitó al entrevistado el nombre del siguiente y así se procedió con el resto. De esta manera, el primero designó al segundo de acuerdo con algunas características que eran sugeridas por la investigación: debía ser un niño que le guste el fútbol, un varón adolescente que le guste y juegue al fútbol, un varón joven que no le guste el fútbol o un varón adulto que sea padre de un varón. Estas indicaciones se repitieron con cada entrevistado hasta completar las entrevistas que se realizaron en su totalidad en la Ciudad de Gálvez, provincia de Santa Fe. Los nombres de los entrevistados fueron reemplazados por seudónimos que en su mayoría corresponden a ídolos del deporte o personajes ligados a hinchas de diferentes clubes. Asimismo, el corpus se completa con observaciones relativas a las hinchadas, los árbitros, los dirigentes, la organización espacial de los jugadores en la cancha, el lenguaje 8

futbolero, entre otros aspectos y con intervalos poéticos que aparecen como textos que otorgan riqueza al análisis conceptual. Lo mismo sucede con los fragmentos de canciones de las hinchadas, que han sido elegidos para presentar explícitamente algunos de los mensajes que son expuestos en la semiótica del deporte analizado. Bajo estas consideraciones, la presente investigación cuenta con cinco capítulos. En el primero se muestra un relevo histórico de las teorías correspondientes a los estudios de las masculinidades, desde los inicios del feminismo hacia los últimos aportes de la teoría queer, pasando por los estudios latinoamericanos vinculados con el fenómeno, de la misma manera en la que se ofrece una breve presentación de nuestra hipótesis motora del trabajo. El segundo capítulo propone un rastreo histórico de la génesis del fútbol y profundiza en los modos de constitución del sujeto respecto de su condición de género y en los dispositivos que corresponden a su regulación en el caso de los varones. A lo largo del mismo, nos ocupamos de analizar las operaciones de sentido del aparato regulatorio de género, así como también las normas genéricas y el entramado semiótico que se teje alrededor de la sexualidad, mostrando al fútbol como un dispositivo que interviene activamente en los procesos constitutivos de la subjetividad masculina. En el tercer capítulo se dedica a identificar y desentrañar tres rituales propios del fútbol entendido como un conjunto de acciones que los sujetos repiten semana a semana. Especialmente nos detenemos en aquellos que inciden en la conservación de un modelo único de masculinidad –la hegemónica- y que son: la paternidad y su legado futbolero, el

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encuentro entre varones para ver un partido y la secuencia de participación de los barras bravas en la cancha, su accionar y la diversa gama de interpretaciones que emergen respecto de su masculinidad y el ajuste a las normas de género. En el cuarto capítulo se aborda la relación entre las masculinidades y lo patriótico, con una detención particular en algunas instancias anteriores vinculadas con la figura del padre; figura que semiotiza otras ligadas a la patria: los héroes de la historia nacional padres de la patria-, ocupan un lugar destacado en el imaginario futbolero y contribuyen a reproducir los sentidos propios de la masculinidad hegemónica, haciendo veladamente, honor al patriarcado. Por último, en el quinto capítulo problematiza la categoría de identidad de género, entendida en términos esencialistas como una condición estable en los sujetos, operación que nos permite por un lado poner en cuestión el marco de ideas y conceptualizaciones en torno a la masculinidad y por otro, entroncar con el planteo inicial ligado a la noción de masculinidades.

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CAPÍTULO 1

MASCULINIDADES: UN RELEVO HISTÓRICO DE LAS TEORÍAS

Han transcurrido más de sesenta años luego de que Simon de Beauvoir publicara una de las obras fundacionales del feminismo en la cual se inmortalizara la frase: “uno no nace mujer, sino que se hace” (1949). A partir de allí, se ha abierto un abanico de producciones vinculadas a problematizar el género (ya diferenciándolo del sexo) en la literatura, el teatro, el cine y en diversas disciplinas, campos en los que se lo ha considerado como una construcción cultural históricamente situada. Al mismo tiempo, el sucesivo desarrollo de los estudios feministas y LGBTQI en el ámbito académico nos han dado la posibilidad de comprender los alcances a nivel subjetivo de la condición de pertenecer a un género: “es tanto una construcción sociocultural como un aparato semiótico,-sostiene Teresa de Lauretis- un sistema de representación que asigna significado (identidad, valor, prestigio, ubicación en la jerarquía social, etc.) a los individuos en la sociedad.” (DE LAURETIS, 1989:10). De este modo, tal sistema de representación da significado a la diferencia sexual, que no es un dato consignado fijamente por la naturaleza sobre la superficie de un cuerpo de origen, sino el incesante proceso de construcción de valores, sentidos y representaciones que se traman en la intersección entre lo material-corpóreo y lo simbólico cultural. De ahí que, tal como lo plantea de Lauretis, “si las representaciones de género son posiciones sociales que conllevan diferentes significados, entonces, para

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alguien ser representado y representarse como varón o mujer implica asumir la totalidad de los efectos de esos significados. Así, la proposición que afirma que la representación de género es su construcción, siendo cada término a la vez el producto y el proceso del otro, puede ser reformulada más exactamente: la construcción del género es tanto el producto como el proceso de su representación”. (DE LAURETIS, 1989:11). A esto, Judith Butler agregará en referencia a las identidades de género, que no hay representación sin sujeto. Las corrientes denominadas postfeministas y el movimiento queer han cuestionado el esencialismo del feminismo de la primera ola y se han preguntado si es posible omitir en la identidad de género a variables tales como la clase, la etnia, la religión, la nacionalidad, actuación sexual, entre otras. En este sentido, tanto la teoría queer como el postfeminismo, nos ofrecen referencias superadoras respecto de los postulados estructuralistas o esencialistas en torno al género, observándolo como una construcción social que se da en la intersección de múltiples variables (no sólo sexo, clase y etnia entre otras), lo cual hace que las identidades no se erijan como instancias determinadas y fijas sino que se constituyan en la relación de un entramado complejo de factores y condiciones propias de cada momento y/o situación histórica. Si bien no es la intención de nuestro trabajo realizar un análisis exhaustivo del feminismo como movimiento social/político/ideológico/teórico/epistemológico, ni adentrarnos en los debates que se han desarrollado al interior del mismo, no podemos dejar de mencionar los aportes que el feminismo ha realizado en las últimas décadas y

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los logros respecto de la conquista y ampliación de una innumerable gama de derechos humanxs, sobre todo si se tiene en cuenta el contexto en el que ha tenido lugar: una cultura misógina, heteronormativa y patriarcal que niega el protagonismo y la participación a las mujeres y a las personas de identidades disidentes. En relación a nuestro objeto de estudio, la construcción de las masculinidades en el fútbol, entendemos que el patriarcado “es una forma de organización política, económica, religiosa y social basada en la idea de autoridad y liderazgo del varón, en la que se da el predominio de los hombres sobre las mujeres, el marido sobre la esposa, del padre sobre la madre y los hijos e hijas, y de la línea de descendencia paterna sobre la materna. El patriarcado ha surgido de una toma de poder histórico por parte de los hombres, quienes se apropiaron de la sexualidad y reproducción de las mujeres y de su producto, los hijos e hijas, creando al mismo tiempo un orden simbólico a través de los mitos y la religión que lo perpetuarían como única estructura posible (...) El orden patriarcal crea una impostura en el principio del absoluto masculino (Único, Sólo) donde se excluye a la mujer” (REGUANT, 2007:1), a lo que quisiéramos agregar que no sólo se excluye a la mujer, sino a todo aquello que es socialmente percibido como femenino. Asimismo, podemos mencionar que los sentimientos, ideas, luchas, tensiones y debates del feminismo, preocupado fundamentalmente por los problemas de las mujeres, han dado origen a algunas líneas de fuga que ya en los `70 comenzaron a dar cuerpo al estudio de las masculinidades. Así (y en el contexto de lo que se denominaría la segunda ola del feminismo) nacieron fundamentalmente en países anglosajones -Estados Unidos, Canadá y Reino Unido -los denominados “Men´s Studies”. Tanto los estudios vinculados a la 13

construcción de la subjetividad de las mujeres (roles públicos y privados, estereotipos, sexualidad, posición social, relaciones de dominación, etc.) como el avance de los movimientos sociales de liberación LGBTQI promovieron la indagación en torno a la masculinidad de los varones y abrieron el campo de la investigación. En este sentido, las primeras apreciaciones teóricas en torno a la temática estuvieron vinculadas a la ruptura del concepto de masculinidad como un todo de carácter universal, con lo que se comenzó a hablar de masculinidades, concepto que introduce la diversidad dentro del conjunto de las relaciones sociales, las que indefectiblemente se encuentran situadas históricamente. Tal como lo explica Michael Kimmel: “La masculinidad es un conjunto de significados siempre cambiantes, que construimos a través de nuestras relaciones con nosotros mismos, con los otros, y con nuestro mundo. La virilidad no es ni estática ni atemporal; es histórica: no es una manifestación de una esencia interior, es construida socialmente; no sube a la conciencia desde nuestros componentes biológicos; es creada en la cultura”. (KIMMEL, 1997: 49). De esta forma, las primeras investigaciones con un enfoque de género relacionadas con las masculinidades estuvieron ligadas al campo fundamentalmente de la sociología Michael Kimmel, Raewyn Connel, Pierre Bourdieu fueron algunos de sus exponentes-. Es de destacar que Bordieu de alguna manera abrió el campo a fines de los 90 ' dando lugar a las primeras conceptualizaciones sobre la masculinidad en su texto “La dominación masculina”, así como Connel también lo hizo con el concepto de masculinidad hegemónica.

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Ya adentrada la década del ochenta, pero fundamentalmente a comienzos de los noventa, se han hecho aportes desde la antropología de corte funcionalista con matices de la psicología neofreudiana (GILMORE: 1994), disciplinas en las que se efectuaron estudios comparativos respecto de la masculinidad en diversas culturas tales como la japonesa, india, china, o en comunidades de África Oriental y algunos pueblos indígenas de América del Sur, entre otras. También se desarrollaron historizaciones de la diferencia sexual y las nociones de cuerpo en la historia europea (LAQUEUR: 1990) y numerosas investigaciones en el campo de la salud mental, destinadas a analizar las pequeñas actitudes/acciones mediante las cuales los varones ejercen violencia en la cotidianeidad y sostienen un modo de organización social desigual, las que fueron denominadas con la expresión micromachismos , término que Luis Bonino acuñó en 1989 y que continúa utilizando actualmente en el desarrollo de sus trabajos. Al mismo tiempo, en Latinoamérica se han expandido a lo largo de los años los estudios de la homofobia, la sexualidad masculina, las relaciones de género y el machismo, entre otras temáticas, los que se han desarrollado con el aporte tanto de la antropología –por ejemplo el análisis de los rituales de iniciación de la masculinidad- como del psicoanálisis, y de la sociología encargada fundamentalmente de la observación del comportamiento de los varones en determinadas culturas. Entre ellos podemos mencionar el estudio de las manifestaciones de la diversidad sexual desde una mirada queer, por ejemplo, tal como estudia Carlos Fonseca en “La de-construcción de la Masculinidad”, o los análisis de la cultura patriarcal y sus avatares en la producción y reproducción de roles y 15

posicionamientos en la sociedad llevados adelante por Elsa S. Guevara Ruiseñor en “La masculinidad como posición social: un análisis desde la perspectiva de género” (2002) y “A cerca la opresión” de Danilo de Assís Clímaco (2005). Sin lugar a dudas en los últimos años se han realizado múltiples estudios en el campo de las ciencias sociales relativos a las masculinidades y se han creado redes virtuales en las cuales se comparten y difunden contenidos afines a la temática. También se ha comenzado a exponer en el espacio público diferentes ideas vinculadas al comportamiento masculino, tales como la paternidad responsable o la equidad en las relaciones de género, las que han sido motivo de diversas campañas publicitarias. En este contexto, no podemos dejar de advertir la emergencia, al interior del feminismo, de grupos de varones que se organizan no sólo para acompañar a las mujeres en la lucha por la igualdad de derechos sociales, económicos, políticos, simbólicos, etc., sino para cuestionar los privilegios que tienen como varones en una sociedad de corte netamente machista. Su irrupción resulta inminente en Latinoamérica y en nuestro país especialmente se destaca la presencia de una gran cantidad de grupos que han comenzado tímidamente a tener presente en diferentes provincias y ciudades como Tucumán, Buenos Aires, La Plata, Mendoza, San Luis, Santa Fe, Rosario, Capital Federal, Chivilcoy, Córdoba, entre otras. Los llamados colectivos de varones antipatriarcales se apartan de las posturas esencialistas, por el contrario, cada uno construye su propia identidad y propone líneas de acción que están sujetas a las elaboraciones particulares de cada organización y a la cultura de cada lugar. De todos modos, los grupos comparten una postura política general que tiene que ver con la superación del patriarcado como sistema 16

social y político a la vez que apuestan a la reflexión y el cuestionamiento del modelo de varón históricamente naturalizado: heterosexual, proveedor, con escasa o nula manifestación de sus emociones, triunfador, fuerte, competitivo, etc. Estas consideraciones respecto de la creación en la actualidad de los movimientos de varones, son relevantes porque enriquecen el conjunto de las luchas políticas y abonan los debates no solo en torno a las relaciones entre varones y mujeres, sino también respecto a las ideas naturalizadas de feminidad y masculinidad, contribuyendo de este modo, a repensar y redefinir las prácticas cotidianas. El intercambio pone en crisis los saberes/poderes dominantes para abrir un abanico de posibilidades de mutación y transformación. En este contexto, nos proponemos entonces llevar adelante un análisis semióticodiscursivo, tomando al género como una categoría que posibilita la reflexión respecto a la construcción de las subjetividades de los varones a través del fútbol, visto desde múltiples figuraciones (futbolistas profesionales y amateurs, dirigentes, árbitros, estadios, hinchadas, pasión, aliento, organización espacial de los actores, lenguaje, etc.). En este sentido, postulamos que este deporte construye las masculinidades por medio de distintas estrategias discursivas –verbales, icónicas, gestuales, entre otras- y que este proceso se inicia muchas veces antes del nacimiento y toma lugar en la familia, en la escuela y en la práctica del deporte en sí mismo, entre otras agencias sociales encargadas de la regulación de género. Tales estrategias discursivas reproducen los parámetros de la masculinidad hegemónica y por contraste o diferencia de la misma, construyen otras masculinidades, las que podemos considerar como disidentes. Por lo cual creemos que el 17

desafío más grande, estará signado por el análisis del entramado de sentidos que se tejen alrededor de aquellas masculinidades que no se corresponden con el modelo hegemónico heteronormativo, pero que sin embargo se producen discursivamente a partir del mismo.

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CAPÍTULO 2

VARONES HASTA LAS PELOTAS La construcción de las masculinidades en el fútbol ”El fútbol es el espejo que mejor nos espeja” Rodolfo Braceli

El barrilete es niño. El barrilete juega. El barrilete se hace viento; y el viento claro está, es capaz de escurrirse en los resquicios más recónditos del espacio. El barrilete avanza conforme a su condición, como en esas tormentas que auguran el mañana del sol. El barrilete es cielo celeste. El barrilete es la danza del movimiento atómico habitando el campo de veintiún cuerpos. El barrilete elige la ruta del desafío ético: amagues, engaños, humillación, descaro, ridiculez. El barrilete avanza y sólo le importa seguir emanando libertad. Pasa a uno. Pasa a otro. Y otro. Parece que va sólo y el contexto es tan hostil como placentero. El barrilete se humaniza fundiéndose en miles de átomos que transmutan en materia. El barrilete alza sus brazos. Corre. Grita. Ahora se ven veintidós cuerpos. En su espalda sobresale un número. Diez. El barrilete reposa en la magia del truco. Algo nace. No existen registros exactos acerca de cuándo fue la primera vez que se haya jugado un partido de fútbol, sin embargo, algunos recopiladores de relatos futboleros cuentan que 19

en el siglo III antes de Cristo comenzó a trazarse la historia del juego con pelota en Egipto, como parte de un rito por la fertilidad, aunque tanto ellos como los persas e hindúes la utilizaban para jugar con sus manos. Así, tras sobreponerse a las prohibiciones derivadas de su carácter agresivo y violento, durante la edad media –vaya cruzada del destino-, nació el fútbol moderno (en 1863 se separó definitivamente del rugby y en 1848 apareció el primer reglamento de Cambridge) que tuvo su bautismo en las islas británicas luego del desembarco de los romanos, quienes tanto como los griegos, ya tenían experiencia en juegos de pelota practicados con el pie. Las primeras prácticas se dieron en las denominadas “publicschools” (establecimientos educativos privados a los que acudían hijos de la nobleza y la burguesía británica): “Después de todo, los primeros antecedentes del fútbol hablaban de dos pueblos enfrentados tratando de introducir el balón en la meta contraria. Pero ese balón, cabe recordar, era una cabeza humana. Entonces, y acompañando un proceso general de reducción de la violencia social, los deportes se crean como una forma de canalizar la violencia de una manera regulada, y transformarla en violencia socialmente aceptada, por ejemplo, para educar a los futuros líderes que aplicarán esa violencia –aceptada- sobre las poblaciones colonizadas por el Imperio”. (ALABARCES, 2012: 44). Recién en 1904 se fundó la FIFA (Federación Internacional del Fútbol Asociado) y comenzaron a establecerse las reglas del deporte1 que llegaría a nuestro país a mediados

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Pese a las apreciaciones acerca del carácter eurocentrista y heterocapitalista que podamos hacer en relación a la FIFA y sus intereses comerciales a nivel mundial, así como también los sitios ingleses que hablan de la historia del fútbol, proponemos la visita de los sitios: http://www.fifa.com/ y http://www.bbc.co.uk/cambridgeshire/content/articles/2006/06/09/cambridge_football_rules_parkers_pie ce_feature.shtml.

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del Siglo XIX de la mano de inmigrantes ingleses. De allí en más, Maradona, Di Stéfano, Labruna, Passarella, Bochini, Riquelme, Kempes, Luque, Alonso, Batistuta, Messi y tantos otros han aportado sus dotes para delinear la historia de nuestro fútbol con un estilo propio, inundado de diversos matices estéticos que hacen fácilmente detectable al jugador argentino en cualquier parte del mundo. En el presente sería absurdo analizar la cultura nacional sin hacer mención al fútbol como un portador de emociones, sentimientos, ideologías, estados de ánimo e intereses económicos y políticos, ya que gran parte de los medios de comunicación argentinos (fundamentalmente la televisión en la que el Estado Nacional ha hecho recientemente una inversión millonaria e histórica para transmitir su programa “Fútbol para todos”) ocupan sus espacios de aire para hablar de fútbol o, en otros casos, para hablar de las adyacencias vinculadas a las relaciones íntimas de los jugadores, los negociados, las muertes o los manejos político-partidarios que se esconden detrás de la línea de cal. Más allá de que no es nuestra intención analizar las condiciones sociológicas por las cuales el fútbol se ha convertido a lo largo de los años en el deporte más popular de nuestra tierra, lo que nos convoca y capta la atención es cómo el interés y la pasión por este deporte se extiende y encarna en determinadas subjetividades de varones, ocupando un lugar de transcendencia en sus vidas, sobre todo en la socialización de género y en la construcción consecuente de sus respectivas masculinidades.

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“Voy siempre a la cancha, disfruto de ir a la cancha, espero el momento, el día justo para que juegue Unión y poder ir, estoy toda la semana pendiente de ese día”. Dice Pichi de 15 años en relación a lo que siente por su club.

Las semanas generalmente comienzan con las clásicas cargadas: “¿viste como le rompimos el culo ayer?, “qué pechos fríos que son”, “a ver cuando ganan un partido ustedes…”, “el 9 de su equipo es un muerto”, “la defensa es un flan, los centrales no paran a nadie”. Los rostros de los lunes denotan algo más que el cansancio del fin de semana, mucho más que vestigios de una dura resaca o un empacho dominical: el ganar da otro aire, otra predisposición, otro porte; inunda las arcas del alma con la alegría de la victoria o la amargura de la derrota. Esto les sirve a algunos varones para consumar su propia felicidad en los diversos espacios en donde confluyan con otros: la escuela, la calle, el barrio, el colectivo, el taxi, la sala de espera del hospital, twitter, facebook, instagram, whatsapp, el trabajo, el partido de fútbol con amigos (que aporta la frutilla de sacar a relucir la camiseta para el que ganó, y también para el que le tocó perder como un símbolo de aguante e identidad en relación al viejo adagio futbolero: “en las buenas y en las malas mucho más”). De alguna manera, lo que permite el fútbol (y tal vez sea una exigencia más que una habilitación) es que cada uno pueda sacar pecho, independientemente de los resultados.

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“Vivo el fútbol de manera muy pasional (…) antes, cuando iba a la cancha tenía mucho miedo, expectativas por cómo iba a salir el partido y ahora no, voy siempre con un pensamiento positivo (…) si el resultado es positivo te alegra el día y la semana, y si es negativo te amargas hasta el punto de esperar la otra fecha y poner la mente en positivo para que gane”. Explica Pichi.

Todo se desprende del ritual. Todo hace posible el ritual. En algún sentido, lo que se exhibe el lunes o el martes como un estado de ánimo o una determinada forma de entablar las relaciones sociales, comienza de nuevo a aceitar la rueda que depositará a esos mismos varones en un escenario muy similar en el siguiente fin de semana. “Lo más hermoso del fútbol es que al fin de semana siguiente da revancha”, dicen. Eso es lo que mantiene vivo al hincha, porque ganar no es sólo marcar historia, cultivar felicidad; ganar es también engordar el pecho, refregar, inducir al prójimo a que se rinda ante los pies, diferenciarse del otro y por qué no, acceder al poder de pisotearlo y penetrarlo aunque sea en un terreno imaginario.

“La diferencia entre un hincha y otro está en la identidad del equipo…ellos –por Newellsson pechos, a nosotros –los de Central- nos dicen parlantes, amargos…nosotros decimos que son pechos porque arrugan, cuando hay que poner, arrugan. Son cosas que se hablan en la cancha y después en los medios de comunicación; por ejemplo viste los programas de chimentos que hablan de Tinelli a las 11, a la 1 a las 2, a las 3, a las 5, y así; y todos hablan 23

de lo mismo: de lo que pasó en el Bailando y de lo que le dijo una Botinera a la otra, entonces ocupan espacio y la gente consume eso, igual que consume el comentario futbolístico y el futbolista también se debe hacer eco de eso, entonces esas cuestiones quedan flotando…” Dice Palmita de 63 años.

Así, entrada la semana, el periodismo comienza a calentar el ambiente: polémicas, estadísticas, internas de vestuario (una herramienta útil para algunos consiste en aprovechar los resultados deportivos adversos para fabular acerca de supuestas rupturas en el interior de los equipos), posibles formaciones, historias de amor de los jugadores, análisis de las declaraciones, especulaciones en torno a resultados, etc. y el mundo futbolero se apropia de ese entramado de historias y conjeturas para palpitar otra jornada de fútbol.

“Porque el rojo es pasión Y mi viejo me enseñó a quererte, De la cuna hasta el cajón”. Canción de a la hinchada de Independiente.

Pertenencia, insignias, colores. Alguien está por venir. La pasión se acerca o se transmite. La pasión se acerca y se transmite. Linaje, heterolinaje, varón. Fútbol y varón.

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Alguien viene y hay que educarlo. Educar es decirle. Educar es actuar. Educar es ex pectar. Educar es transmitir. Algo hay que hacer con eso que está entre las piernas. Si lo tiene entre las piernas, es varón. Si es varón, lleva el color de la pasión. Babero. Camiseta. Escarpín. Pelota. La pelota y el legado natural: varón. Rastrear la infancia de los varones desde una perspectiva de género resulta un ejercicio interesante al descubrimiento de ciertas constantes que marcan la construcción de la subjetividad masculina heterosexual. A los varones se les asigna desde pequeños (a veces antes de nacer) determinadas maneras de vestir, juegos en los que participar, modos de hablar, sentir y relacionarse con las demás. Así se podrían nombrar una innumerable cantidad de mandatos culturales -que se trasmiten en términos de imposiciones- que poco a poco van delineando un tipo de comportamiento esperable: ser heterosexual, aspirar a ser progenitor, manifestar una actitud protectora hacia las mujeres, contribuir a las necesidades familiares en tanto proveedor y demostrar socialmente un comportamiento exitoso y competitivo frente a sus pares, entre otros. En este marco, consideramos que la suscripción al mundo del fútbol, forma parte de aquellos comportamientos que se esperan de un varón heterosexual. Pertenecer a un equipo, patear una pelota, simpatizar con el juego, comentarlo con los amigos, conocer tácticas, tener una camiseta, un gorro, una pulsera, un jugador preferido, una foto del arquero, mirarlo por televisión o escucharlo por la radio aunque sea ocasionalmente, seguirlo por internet, ir a la cancha, son parte de las acciones que un varón que se precie de tal, debe exhibir para ser reconocido socialmente.

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“Yo por ejemplo al ser tímido y todo eso, también era malo en educación física (dice Maradó de 29 años en relación a la experiencia en la escuela secundaria) me ponía muy nervioso la cuestión de jugar al fútbol porque era malo en todo. Hasta a veces nos hacían hacer cosas de fuerza y no tenía fuerza entonces era muy traumático todo…Ahí empecé a notar lo que era que te traten de puto…(cuando uno no tiene una preferencia o no sentís nada por el otro…si bien estaba eso de “te gusta una nena”, que no es lo mismo porque yo siento que en las nenas que me habían gustado no había un deseo sexual…) y empecé a sentir esa presión, empecé a sentir que mis compañeros hablaban y actuaban como hombres, perfilaban su masculinidad y yo no…”.

De ahí que adentrarnos en los procesos de producción de la subjetividad de los varones, implica considerar la relación que mantienen con el fútbol y el papel que éste juega en la construcción de diferentes identidades masculinas, algunas privilegiadas en el status de género -las heterosexuales-, otras relegadas a la condición marginal, aunque ligadas al fútbol por acción u omisión, por presencia o por ausencia. De este modo la hipótesis que guía nuestro trabajo refiere a que el fútbol -en tanto actividad organizadora de la vida de los varones heterosexuales- se constituye en una de la agencias de reproducción (o repetición) de las normas relativas al género (masculino), y en este sentido participa en la producción de un orden sexual y de género, que delimita quiénes están habilitados para integrarlo y quiénes se encuentran al margen. El fútbol –

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como práctica y/o afición deportiva- constituye el contexto en el cual se hace inteligible la norma de género. Respecto de tales supuestos, consideramos necesario ahondar en la problematización de las siguientes cuestiones: a.- Los modos de constitución del sujeto respecto de su condición de género en general, y los modos y / o dispositivos de su regulación en el caso de los varones en particular y b.- La presencia y participación del fútbol en la constitución de la identidad masculina. a.- Respecto del primer punto vamos a tomar en consideración la concepción de Judith Butler relativa a la subjetivación de género y su teoría de la performatividad del género que ha desarrollado en un texto señero, “El género en disputa” (1990), así como también en “Actos performativos y constitución del género”; “Críticamente subversiva” y “Performatividad, precariedad y políticas sexuales”. En Actos performativos y constitución del género, Butler retoma la teoría de los actos de habla de Austin y los planteos de la fenomenología de George Mead, Husserl y Mearleu Ponty, para señalar enfáticamente la idea de que el género es construido socialmente, siendo entonces producto de una situación histórica y no el resultado de la naturaleza o de la biología. La autora afirma que la constitución de un cuerpo generizado tiene que ver con una sucesión de actos que considera performativos, mediante los cuales un cuerpo adquiere significado y se expresa de un modo particular en un momento y un contexto determinado. Por lo que un cuerpo masculino o femenino, no es una mera materia, o

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pura naturaleza, sino “...una continua e incesante materialización de posibilidades. No se es simplemente un cuerpo sino que, en un sentido absolutamente clave, el propio cuerpo es un cuerpo que se hace (...) y como materialidad intencionadamente organizada(...)es siempre una encarnación de posibilidades a la vez condicionadas y circunscriptas por la convención histórica(...)el cuerpo es una manera de ir haciendo, dramatizando y reproduciendo una situación histórica”(BUTLER, 1998. 299:300). El género entonces es una manera de ir haciéndose en una sucesión de actos performativos, en donde lo performativo tiene para Butler un sentido “dramático” – teatral- y “no referencial”. De este modo ser hembra o macho son hechos sin significado alguno, pero ser mujer o varón implica obligar al cuerpo a conformarse de acuerdo a una idea histórica de “mujer” o de “varón”, obligar al cuerpo a transformarse en “un signo cultural”. El género entonces es una estrategia de supervivencia en el contexto social y cultural, una representación que conlleva consecuencias punitivas para aquellos que no responden a los parámetros esperados. “Los atributos distintivos de género contribuyen a ' humanizar' a los individuos dentro de la cultura contemporánea; desde luego los que no hacen bien su distinción de género son castigados regularmente “. (BUTLER, 1998:301). De modo que no hay una esencia que el género exprese con anterioridad a su misma expresión o producción, los diversos actos de género crean la idea de género, sin ellos no habría género alguno. “El género es, pues, una construcción que regularmente oculta su génesis. El consentimiento colectivo tácito de representar, producir y sustentar la ficción cultural de la división de género diferente y polarizada queda oscurecido por la credibilidad otorgada a su propia producción. Los autores del género quedan encantados 28

por sus propias ficciones; así, la misma construcción obliga la creencia en su necesidad y naturalidad. Las posibilidades históricas materializadas en diversos estilos corporales no son otra cosa que esas ficciones culturales reguladas a fuerza de castigos y alternativamente corporeizadas y disfrazadas bajo coacción” (BUTLER, 1998:301). La idea de que el cuerpo generizado es el resultado de una construcción cultural, se vincula no sólo con una serie de convenciones o normas explícitas que indican cómo cada unx tiene que manifestar su condición de género, sino también por una serie de normas implícitas que estructuran mediante una serie de actos, cómo se percibe culturalmente el cuerpo. La reproducción cotidiana de la identidad de género ocurre en las diversas maneras de actuar los cuerpos en función de las expectativas largamente sedimentadas de la existencia de género. Esta idea de una sedimentación de las normas de género es central para comprender cómo se produce el fenómeno peculiar de manifestar ser “una verdadera mujer” o “un verdadero varón”, sedimentación que a lo largo del tiempo, ha ido produciendo una serie de estilos de mujer o de varón, que aparecen como una configuración natural de los cuerpos en sexos que se perciben de una manera binaria y en mutua relación. Si el género se construye a través de una serie de actos que se han ensayado socialmente con anterioridad, lo que significa que no son sólo actos individuales, sino también colectivos, la pregunta sería: ¿en qué sentidos el género es un acto? Y Butler recupera del teatro social la idea de “performance”, para dar cuenta de que son cuerpos individuales los que actúan las significaciones sociales al adquirir el estilo de cuerpos generizados. Entonces, que la realidad del género sea performativa como lo plantea 29

Butler, significa que es “real en la medida en que es actuada (...) y que construye la ficción social de su propia interioridad psicológica”. (BUTLER, 1998:309). En este sentido, los aportes de la filósofa y activista feminista resultan necesarios al momento de poner en cuestión la creencia de que el género es una elección, un rol, o una construcción que tanto varones como mujeres se colocan y que en tanto elección es posible cambiar de acuerdo a deseos exclusivamente propios o particulares. Esta idea esconde el supuesto de que hay alguien que precede al género y por lo tanto deliberadamente decide de qué género va a ser cada día. “El género es performativo – manifiesta Butler- puesto que es el efecto de un régimen que regula las diferencias de género. En dicho régimen los géneros se dividen y se jerarquizan de forma coercitiva. Las reglas sociales, tabúes, prohibiciones y amenazas punitivas actúan a través de la repetición ritualizada de las normas. Esta repetición constituye el escenario temporal de la construcción y la desestabilización del género. No hay sujeto que preceda y realice esta repetición de las normas. Dado que ésta crea un efecto de uniformidad genérica, un efecto estable de masculinidad o feminidad, también produce y desmantela la noción del sujeto, pues dicho sujeto solamente puede entenderse mediante la matriz del género.” (BUTLER, 2002:64) En este orden de lectura, lo que se repite es precisamente aquello que el sujeto no puede dominar y que va más allá de su voluntad. No hay sujeto que sea “libre” de eludir estas normas o de examinarlas a distancia. El sujeto es un efecto de la repetición de las normas. Lo que podríamos llamar “capacidad de actuación”, “libertad” o “posibilidad” es siempre una prerrogativa política producida por las brechas que se abren en esas normas 30

reguladoras, en el proceso de interpelación de esas normas y en el de su autorepetición. La libertad, la posibilidad y la capacidad de actuación no son de índole abstracta y no preceden a lo social, sino que siempre se establecen dentro de una matriz de relaciones de poder. De modo que la encarnación de ciertos patrones de feminidad y masculinidad están exigidos por el aparato regulatorio del género y sus respectivas normas. En este aspecto, la acción de colocarle un nombre a alguien, por ejemplo, ya es parte del proceso mediante el cual se atribuyen (en un acto de imposición) valores vinculados a la “feminización” o “masculinización”, bajo las prerrogativas binarias heteronormativas, que encarnarán en un cuerpo aunque esté alejado de la norma en modos explícitos. Puesto que dar nombre a la “niña” o al “niño” es transitivo e inicia el proceso por el cual se impone una cierta “feminización” o “masculinización”; el término, o mejor dicho, su poder simbólico gobierna la formación de una feminidad/masculinidad que toma forma en el cuerpo y que nunca se acerca del todo a la norma. Se trata siempre de una “niña” o “niño” que, en cualquier caso, están obligadxs a “citar” la norma para así convertirse en sujetos “normales” y por lo tanto pasibles de ser aceptados socialmente como iguales. De ahí la confusión y el desconcierto que manifestaba Maradó por no encajar en la norma. Esta situación nos ofrece un marco interpretativo para reflexionar acerca de las implicancias de sentido que poseen esas normas en la configuración de las subjetividades, al momento de marcar las prerrogativas y pautas regulatorias del género. Maradó manifiesta ser tímido, no poseer los dotes que la normativa de género marca como necesarios para realizar la actividad deportiva, no tener la fuerza que como varón debería 31

tener, y tales manifestaciones ponen en duda su identidad de género, al menos en el nivel de su propia autopercepción que no es más que el resultado o la expresión de la regulación del género. Asimismo, la complejidad que posee la cuestión de la regulación se acrecienta cuando intentamos comprender que la norma está más allá de las acciones y que en esa facultad radica su poder regulatorio, por lo cual, tal como lo explica Butler, entendemos que el género es una norma. “El que el género sea una norma sugiere que siempre y sólo tenuemente toma forma en algún actor social en particular. La norma gobierna la inteligibilidad social de la acción, pero no es lo mismo que la acción que gobierna (…) La norma gobierna la inteligibilidad, permite que ciertos tipos de prácticas y acción sean reconocibles como tales, imponiendo una cuadrícula de legibilidad sobre lo social y definiendo los parámetros de lo que aparecerá y lo que no aparecerá dentro del dominio de lo social”. (BUTLER, 2005:11). Nos preguntamos entonces, en relación de nuestro objeto de estudio, si la afición por el fútbol, la práctica de este deporte, o el interés respecto del mismo, se encuentran dentro de los parámetros propios de las normas del género masculino. Si la relación que los varones tienen con el fútbol integra la cuadricula de la legibilidad social del género masculino en tanto reiteración o cita de una performance heterosexual.

b.- En respuesta a los interrogantes formulados, entendemos que el fútbol funciona como un dispositivo de subjetivación y que participa en el proceso regulatorio de género tal 32

como lo hemos expresado anteriormente siguiendo a Butler. “Quedar sujeto a una regulación es también ser subjetivado por ella, o sea, ser creado como sujeto precisamente al ser regulado”. (BUTLER, 2005:9). Lo que se podría desprender de los enunciados de Maradó es que el hecho de que sus preferencias respecto del deporte no se ajusten a algunos de los parámetros regulatorios de la heteronormatividad, más precisamente que no le guste el fútbol y que no cuente con las condiciones necesarias para jugarlo o para participar en él, o que su forma de ser no se ajuste a lo culturalmente esperable del género, inciden en la percepción de sí mismo como un no-varón, como alguien que aparentemente parecería estar “fuera de la norma” o “fuera de la regulación”. Esa situación, tal como él lo expresa, se vuelve opresiva y traumática a medida que transcurren las distintas etapas de la vida y se expresa en el conflicto interno entre lo que puede percibir de sí mismo dentro del género y lo que el contexto percibe de él; un sujeto sobre el que caen las mismas regulaciones de género no por la semejanza, sino por la diferencia: el puto, el marica, el trolo, el desviado, el mariposón. Retomando los planteos de Butler, nos preguntamos “¿qué es estar fuera de la norma?” Interrogante que implica una paradoja para el pensamiento, ya que si la norma hace el campo social inteligible y normaliza ese campo para los sujetos, entonces estar fuera de la norma es en cierto sentido seguir siendo definido en relación con ella. “Ser no del todo masculino o no del todo femenina es seguir siendo entendido exclusivamente en términos de la relación que cada uno tenga con lo “del todo masculino” o lo “del todo femenino” (BUTLER, 2005: 11). En este punto, consideramos que el esquema binario de percepción 33

del género que regula las relaciones sociales siempre está presente como un póstumo marco de referencia, porque ese es el mecanismo de constitución del género y, por lo tanto, también lo es en relación con el sujeto. De este modo el poder regulatorio del género opera como un dispositivo que divide aguas en el ámbito de la masculinidad, dando lugar a masculinidades diversas. “El poder, sostiene Butler, descansa en un mecanismo de reproducción que puede descontrolarse y que de hecho se descontrola, que deshace las estrategias de acción del poder y reproduce nuevos e incluso subversivos efectos. La paradoja o el dilema que emerge de esta situación es algo que encontramos constantemente en la política: si los términos del poder definen “quién” puede ser un sujeto, quién está cualificado como sujeto reconocido, en política o ante la ley, entonces el sujeto no es una precondición de la política, sino un efecto diferencial del poder. Esto significa también que podemos y debemos hacernos la pregunta de “quién” está detrás del sujeto, sin esperar que emerja otra forma de sujeto en tiempo histórico, ya que debe reservarse algún nombre para aquellos que no cuenten como sujetos, que no cumplan de manera necesaria las normas que confieren reconocimiento a los sujetos. ¿Cómo llamamos a aquellos que ni aparecen como sujetos ni pueden aparecer como tales en el discurso hegemónico? Me da la impresión de que hay normas sexuales y de género que de una u otra forma condicionan qué y quién será “reconocible” y qué y quién no; y debemos ser capaces de tener en cuenta esta diferente localización de la 'reconocibilidad ´”. (BUTLER, 2009:324). Como ya la expresáramos, tanto las relaciones de género como las diferencias sexuales se construyen dentro del régimen regulatorio y disciplinario que requiere el género. De 34

esta manera, este entramado de relaciones/significados y construcciones de sentidos inciden directamente en las acciones y en las prácticas de los sujetos, así como en su constitución y reconocimiento como tales, y a la vez se colocan más allá de tales acciones y prácticas, en eso radica su inteligibilidad. El enunciado de Maradó da cuenta de la asociación que socialmente se hace entre la educación física y el fútbol como prácticas que hacen a la inteligibilidad del género y como ámbitos de reconocibilidad tanto de aquel que se ajusta plenamente a la norma del género como del que manifiesta su condición de desajuste respecto de la misma. En este sentido, el investigador español José Ignacio Barbero2 señala que: “La actividad física educativa, recreativa y deportiva se convierte [...] en un dispositivo a través del cual se enseñan y modelan las naturales y complementarias identidades masculina y femenina, y sus correspondientes modelos corporales: el varón es (ha de ser) fuerte, vigoroso, activo, etc., y su sexualidad no es sino una extensión y afirmación de dichas cualidades (…) Ni que decir tiene que, en este marco, la homosexualidad se niega, se rechaza, se desprecia: es antinatural, es una enfermedad, es un pecado”. (BARBERO, 2003:358). En este sentido, los mecanismos mediante los cuales el poder regulatorio de género que las instituciones educativas contribuyen a producir y reproducir -inciden en las acciones y en las prácticas de los varones, constituyendo asociaciones que se naturalizan y perpetúan a lo largo del tiempo. Por ejemplo, el vínculo inextricable que existe entre la educación física, el fútbol y los varones trae aparejadas las condiciones de habitabilidad

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Recomendamos la visita del sitio: http://jignaciobarbero.blogs.uva.es/publicaciones/ en donde se pueden descargar varias de sus publicaciones.

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de esa relación, condiciones necesarias en la configuración del género masculino: si sos varón tenés que jugar al fútbol en educación física, tenés que tener un determinado cuerpo apto para participar en la actividad y portar valores que se asocien con tu género: ser fuerte, activo, mostrarte como heterosexual. Los demás, tal como lo expresaba Maradó, quedan relegados al ámbito de los “putos” o de los “raros”. Sin embargo, todos esos términos y categorías (como puede ser “lo puto” o lo “no varón”), o lo que calificamos como el espacio de la incertidumbre, lo no claro, etc. de alguna manera se afirma constantemente en actos regulatorios y haceres normados que se repiten en la conformación de una subjetividad de género. En este aspecto, resulta importante insistir con la conceptualización que realiza Butler en torno a la performatividad, término que tomaría del filósofo del lenguaje John Austin (quien fuera el impulsor de la famosa teoría de los actos del habla en la que se destaca su impronta por mostrar los efectos que producen los discursos) para resignificarlo y vincularlo con la configuración del género: “La teoría de la performatividad de género presupone que las normas están actuando sobre nosotros antes de que tengamos la ocasión de actuar, y que cuando actuamos, remarcamos las normas que actúan sobre nosotros, tal vez de una manera nueva o de maneras no esperadas, pero de cualquier forma en relación con las normas que nos preceden y que nos exceden. En otras palabras, las normas actúan sobre nosotros, trabajan sobre nosotros, y debido a esta manera en la que nosotros “estamos siendo trabajados” se abren camino en nuestra propia acción. Por error, algunas veces promulgamos que somos los soberanos de nuestras acciones más fundamentales, pero esto es sólo porque no tenemos en cuenta de qué formas estamos metidos en el proceso 36

de ser hechos. No sabemos, por ejemplo, qué es exactamente lo que las normas de género esperan de nosotros, y sin embargo nos encontramos movidos y orientados dentro de sus términos”. (BUTLER, 2009:333). Así, a través de múltiples estrategias discursivas (verbales, icónicas, gestuales, entre otras) los actos performativos son repetidos dentro del régimen regulatorio y disciplinario que instituye al género, reproduciendo y consolidando las pautas heteronormativas en diferentes espacios de sociabilización. Por estas razones, suponer que el género es performativo es a la vez suponer que esa performatividad descansa en la repetición de haceres que se naturalizan en las prácticas. Por eso, diríamos que el género es performativo respecto del sexo y, por consiguiente, también lo es respecto de la regulación de género. La afirmación nostálgica de Maradó: “Empecé a sentir que mis compañeros hablaban y actuaban como hombres, perfilaban su masculinidad y yo no” deja vislumbrar cierta incertidumbre respecto de su identidad, tal como lo señalamos, pero además, esa incertidumbre se manifiesta respecto al marco de referencia (al concepto de varón, por ejemplo) que engloba el aparato regulatorio de género, lo cual nos hace volver sobre una afirmación realizada anteriormente: todas las identidades de género (por más precarias, no reconocidas, oprimidas, etc.) son indefectiblemente definidas en relación a la norma. Entonces, ¿el género es algo más que una norma? “El género es el aparato mediante el cual tienen lugar la producción y la normalización de lo masculino y lo femenino, junto con las normas intersticiales hormonal, cromosómica, psíquica y performativa que el género asume. Asumir que el género siempre y exclusivamente significa la matriz de lo “masculino” y “femenino” es 37

precisamente no darse cuenta del punto crítico de que la producción de ese binario coherente es contingente, de que tiene un costo y de que aquellas permutaciones del género que no se adaptan al binario son tan parte del binario como su instancia más normativa”. (BUTLER, 2005:11). Anteriormente mencionábamos la incidencia que tiene la regulación de género en las acciones y en las prácticas, en tal sentido las expresiones de Maradó muestran cómo ese poder regulatorio se ejerce en la actividad deportiva, más precisamente en el fútbol como un dispositivo de subjetivación de los varones, coadyuvando a la repetición del binarismo de género, cuya lógica arbitra pautas determinantes y coercitivas en relación a los modos normativos de habitar cada género. No obstante, tanto el testimonio de Maradó como nuestras sucesivas argumentaciones posteriores resultarían incompletas si no lleváramos adelante algunas consideraciones relacionadas con una diferenciación necesaria que hasta ahora no mencionamos. En este caso, nos referimos a que hemos hecho alusión a la regulación del género, al fútbol como un dispositivo de subjetivación y al poder regulatorio como factores incidentes en la constitución del sujeto pero sin remarcar la diferencia (o al menos no de manera directa) entre el género y la masculinidad.

Pelota parada: varones, el fútbol y la ley del offside Ser parte desde antes de nacer. Luego desde la cuna hasta el cajón. Ponerse la camiseta. Patear la pelota. Patearla fuerte. Patearla como hombre. Ir al frente. Chocar. Trabar.

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Trabar con la cabeza si es posible. No llorar. Defender los colores. Amarlos defendiéndolos. Defenderlos peleando. No fallarle al equipo. Caerse y levantarse. Criar al macho. Fogonear al macho. Competir como macho. Desafiar a otros machos. Ser macho. No ser maricón: ser varón. El discurso del fútbol está repleto de enunciados que, tras las rejas de la inocencia, tejen las redes encargadas de sostener las coordenadas de la heteronormatividad, y se repiten en la tarea de naturalizar una lógica determinada. Los argumentos que ofrece el patriarcado para delimitar cuáles son los varones que pueden arrogarse la condición de tales dentro de la norma de género son claros: los queremos fuertes, resistentes, futboleros y fundamentalmente heterosexuales. Los que no cumplan con algunas de estas pautas normativas no serán considerados varones. Pero, ¿acaso aquellos varones que no cumplen con esas características no son portadores de una masculinidad? ¿Cuáles son los modos mediante los cuales son representadas las relaciones entre los varones, el fútbol y las masculinidades? ¿Cómo puede el fútbol construir la subjetividad de los varones?; ¿qué condiciones establece la cultura patriarcal para que el deporte estipule la forma de vivir las masculinidades? Y más allá de los condicionamientos, ¿en qué prácticas, situaciones, momentos de la vida de los varones aparece el fútbol como dispositivo de construcción de un modelo único de masculinidad? De acuerdo con el orden de desarrollo que hemos llevado adelante en párrafos anteriores, entendemos que nos han quedado pendientes e inconclusas algunas conceptualizaciones que son de vital importancia en nuestro estudio. Por un lado, la pregunta respecto de qué se entiende por masculinidades y qué es lo que habilita el 39

genérico varón y; por otro, cómo opera el fútbol en la construcción de éstas distinciones. Por tal motivo, creemos que es importante reforzar nuestras argumentaciones en relación a algunos aspectos que consideramos significativos: a.- El fútbol y su participación activa en la constitución de las masculinidades. b.- La distinción que se establece entre varones heterosexuales y homosexuales. c.- La distinción entre varones heterosexuales que les gusta el fútbol y aquellos que son heterosexuales pero que no les gusta el futbol. d.-La distinción entre varones heterosexuales y mujeres heterosexuales.

a.- Respecto del primer punto, entendemos que a través del cúmulo de enunciados que componen nuestro corpus, se desprende la idea de que para pertenecer al género masculino sólo es posible actuar la masculinidad heterosexual, dado que es la única que se corresponde con las necesidades reproductivas de la cultura patriarcal. En este punto, el fútbol se erige como un nexo entre esa masculinidad de carácter heteronormativo y el conjunto de los varones. La cancha está bien marcada: si no te sentís identificado con ciertas actitudes, gustos y cualidades culturalmente asociadas al género varón, no sos ni serás un varón. De modo que dentro de las normas de género, la performatividad opera en relación a una masculinidad que consideraremos hegemónica, y nos referimos a la heterosexual.

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En este sentido la socióloga australiana Raewyn Connel, señala que “...la masculinidad hegemónica no es un tipo de carácter fijo, el mismo de siempre y en todas partes. Es más bien, la masculinidad que ocupa la posición hegemónica en un modelo dado de relaciones de género, una posición siempre disputable (…) es la configuración de práctica genérica que encarna la respuesta corrientemente aceptada al problema de la legitimidad del patriarcado, la que garantiza (o se toma para garantizar) la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres”. (CONNEL, 1995:11). Volviendo a las expresiones vertidas por Maradó en relación a su inscripción dentro del género “varón”, es fácil advertir que no se siente parte de una masculinidad ligada a las normas del género. Más aún, en su enunciado deja claro cuál es el único modo de habitar la masculinidad. A propósito de esto, Leal González explica: “hacerse macho es una tarea constante, inacabable, continuada. En el rito de iniciación y mantenimiento de la misma que es públicamente el deporte como fiesta sublimada en donde se publican y se juegan las pruebas de la masculinidad. El fútbol es un espacio de hombres que se juega con los códigos aparentemente secretos pero tan públicos de la hombría. Y siempre que hablamos de hombría, estamos hablando de homofobia. El mundo del fútbol propone códigos sexistas a los hombres y sigue siendo el ámbito donde se establecen relaciones sociales entre los hombres, en donde pervive de manera más acentuada la homofobia. Y la homofobia marca las fronteras de género”. (LEAL GONZÁLEZ, 2006:155). De acuerdo con esto, podemos pensar que en algún punto el fútbol se convertiría en un escenario importante en la producción y reproducción de sentidos vinculados tanto a un modelo de masculinidad privilegiada o considerada como “normal” pero también (por 41

efecto del contraste) en la construcción de otros modos de habitar la masculinidad que no se corresponden con los parámetros propios de la hegemónica. En este aspecto, y tal como el mismo concepto de hegemonía que desarrolla Gramsci lo indica, es la misma acción la que produce la distinción entre un modo de habitar la masculinidad considerada como hegemónica y otros modos que se ubican en una posición subordinada. Y en este aspecto el futbol expone sus paradojas: al mismo tiempo que pregona actitudes y valores propios de la masculinidad hegemónica como la fortaleza, la competencia, la voracidad por pisotear al rival y demostrar la virilidad , etc. deja algunos intersticios por donde se filtran aspectos que no se corresponden con el modelo aceptado: el contacto del abrazo entre los varones cuando se festeja un gol, las famosas montañas de jugadores en las que se tiran unos encima de otros para celebrar, el contacto homoerótico que se da entre los jugadores cuando hay una jugada de pelota parada o el llanto propiciado por una fuerte emoción. Parecería que en algunos momentos hay sentimientos y acciones que están habilitadas pero que asimismo no ponen en jaque la norma heterosexual. En este sentido, Eve Sedgwick denomina “pánico homosexual” o “terror homofóbico” que aparece como estrategia de conservación y neutralización de las potenciales amenazas representadas por comportamientos culturalmente construidos como homosexuales: “un estado endémico e inerradicable de lo que vengo llamando pánico homosexual masculino se convirtió en la condición normal de la prerrogativa heterosexual masculina (…) Si éstas relaciones de carácter obligado entre los hombres –relaciones de amistad, tutelaje, identificación admirativa, subordinación burocrática y rivalidad heterosexual- comprenden formas de inversión que llevan a los hombres a las arenas 42

movedizas arbitrariamente trazadas, contradictorias y plagadas de anatemas del deseo homosocial masculino, entonces parece que los hombres sólo acceden a la prerrogativa masculina del adulto a través de la amenaza permanente de que el pequeño espacio que se han hecho para sí mismos en este terreno siempre puede ser extinguido, de modo tan arbitrario como justificado” (SEDGWICK, 1998:245).

“A mí lo que me pasó de chico con eso, fue que como a mí no me gustaba el fútbol y como que a los que no les gustaba el fútbol eran putos, entonces era como algo implícito, había algo raro ahí. Yo me lo he preguntado, ¿“seré puto”? o “entonces soy puto”, digamos. Yo creo que entré en ese juego de entender a la heterosexualidad ligada al fútbol y a partir de eso me ayudó a conocerme a mí, a conocer mis gustos, mis deseos, y a entender que no es algo que esté ligado en mí, sino que es algo que socialmente está ligado por lo menos para mí en lo personal”. Explica Larry Saldaña de 25 años.

No hacer esto. No hacer aquello. Ser un potencial penetrador. Penetrar. Alardear de esa penetración. Multiplicar las penetraciones hasta ser el padre de las penetraciones. Tenerla larga. Falocentrar el fútbol. Llevar el escudo en el pecho. Falocentrar la subjetividad. Achicar el margen de error, de eso se trata.

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b.- Ya adentrándonos en el segundo punto, podríamos decir que el deporte más popular de Argentina opera con un carácter asociativo respecto de las normas de género en pos de perpetuar un orden heterosexual masculino. En este aspecto, lxs investigadorxs Carlos Fonseca Hernández y María Luisa Quintero Soto retoman las ideas de Sedgwick para explicar las implicancias de sentido que posee el terror homofóbico: “El terror homofóbico a los actos homosexuales es, en realidad, un terror a perder el propio género y no volver a ser una “mujer de verdad” o un “hombre de verdad”. De ahí a que sea fundamental señalar la forma en que la sexualidad se regula mediante el control y la humillación del género: la relación entre sexualidad y género se conforma a través de la relación entre identificación y deseo. No obstante, el discurso heterosexual exige como requisito que deseo e identificación se excluyan mutuamente: quien se identifica con un determinado género debe desear a una persona de un género distinto”. (FONSECA HERNÁNDEZ y QUINTERO SOTO, 2009:54). El fútbol, claramente interviene en la construcción de las masculinidades, pero en particular se encarga de salvaguardar la reproducción de la heterosexualidad a cualquier precio. De hecho, el tejido discursivo que lo compone está atravesado por enunciados claramente homofóbicos: “les vamos a romper el culo”, “la tienen adentro”, “los vamos a coger”, etc. ¿Quién es el destinatario de estos mensajes? Sin duda un varón heterosexual, un competidor activo que disputa la virilidad en el terreno futbolero y que es capaz de penetrar haciendo gala de su ejercicio del poder. Penetración que se hace inteligible solo en los términos de la demostración de superioridad heterosexual. Al respecto, Pablo Alabarces remarca tal fenómeno con énfasis: “Los no machos son aquellos que no son 44

adultos- “hijos nuestros”- o son homosexuales, “putos”, para la jerga de la tribuna. Este orden implica, además de una homofobia recalcitrante, la organización de una retórica en la que humillar al otro consiste, básicamente, en penetrarlo por vía anal: “los cogimos, les rompimos el culo”. Esto da lugar a juegos divertidísimos. Son “machos” que afirman su masculinidad manteniendo relaciones homosexuales, es decir, simbólicas. Aunque sí, siempre activos. Los traseros propios quedan a salvo”. (ALABARCES, 2012:76). “Te pido que alentemos un poquito más y la vuelta vamos a dar Los bosteros tienen miedo porque saben que el domingo los cogemos Los bosteros tienen miedo porque saben que el domingo los cogemos”. Canción de River Plate.

“Yo tenía un amigo que era muy hincha de Unión y el padre estaba orgulloso de que sea hincha de unión y muy fanático del fútbol en general, entonces me acuerdo que nos pasaba a buscar en auto para ir a la casa de un amigo y en el auto había un juego de preguntas de fútbol y…yo no sabía nada de fútbol, pero ni siquiera sabía cuáles eran los equipos de primera y de la b, a ese nivel, entonces me preguntaban: “¿cuáles fueron los últimos dos equipos que ascendieron?” y me preguntaban a mí, a propósito porque sabían

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que yo no tenía idea, y yo decía “no, no sé”. Y se me cagaba de risa todo el auto, incluso el padre…todo el auto cagándose de risa de mí y que además en esa época yo me dejaba el pelo largo, era medio hippie, estaba con el mambo de la música…y además era un pibe re sensible yo, toda la vida lo fui y…me decían: “así empezó el puto tal…” como que ligaban todo, ¿entendés? Fútbol con homosexualidad y como que en mí había algo raro porque yo me estaba dejando el pelo largo entonces ligaban todo eso con una cuestión de identidad sexual”. Relata Larry en relación a una experiencia de su adolescencia.

Entender el entramado discursivo que compone al género, supone comprender los mecanismos mediante los cuales se construye en y por el lenguaje, las categorías que se utilizan para clasificar los cuerpos socialmente inscriptos dentro de un género. En este sentido, observamos que las formas mediante las cuales se producen las interpelaciones en torno a los cuerpos, inciden directamente en la construcción de las subjetividades. Tal como lo expresa Butler: “cuando somos interpelados en términos de género, como hombre o mujer, se nos atribuye un género en virtud de nuestro cuerpo y mediante esta interpelación también se le da al cuerpo en cierto modo una forma social. Por otra parte, nos entendemos a nosotros mismos a través de estas interpelaciones (…) Esto también significa que estamos constituidos por los otros, no podemos partir de una interdependencia radical respecto de la sociabilidad”. (BUTLER, 2011:60). En este aspecto, el futbol expone el modo binario en que la cultura clasifica y ordena a los sujetos, produciendo formas jerárquicas de percibir y habitar los cuerpos, de modo

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que algunos son más valorados y reconocidos que otros. Cuando Butler se pregunta a que aluden finalmente las categorías en las cuales se encasilla a los sujetos, rápidamente encuentra la respuesta: “creo que las categorías nos dicen más sobre la necesidad de categorizar los cuerpos que sobre los cuerpos mismos”. (BUTLER, 2011: 70). Sin embargo, observarlas en relación con el fútbol y los varones, nos mostraría las estructuras de sentido con las que el deporte y la forma social que lo constituye y alimenta, traza las condiciones de habitabilidad de un género, es decir, cómo a través del fútbol se dirime si alguien es un varón o no, o si cuenta con una masculinidad válida o no. El fútbol es socio de la norma heterosexual. En el momento en que a Larry Saldaña lo “sancionan” por no saber de fútbol, tener pelo largo y manifestar su gusto por el arte, no solamente están agraviándolo o discriminándolo; sino que además, por efecto de la misma representación, están marcando un territorio de varón al cual él debiera pertenecer, porque es la única manera de vivir la masculinidad . "La masculinidad se produce a partir de una materialidad,-sostiene Raewyn Connel-, una determinada manera de vivir, sentir y poner en funcionamiento el cuerpo, sancionado dentro de unas instituciones culturales (como el deporte o el mundo del trabajo)". (CONNEL, 2003:46). De esta forma, y siguiendo este orden de lectura, entendemos que el fútbol contribuye a sancionar y tejer el entramado semiótico que producen y constituyen las subjetividades de los varones, definiendo quiénes están aptos para actuar dentro del campo de juego y quiénes quedan en off side o fuera de él3.

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Reconocida es la historia del jugador de fútbol inglés Justin Fashanu, quien fuera el primer jugador de fútbol profesional en declararse públicamente como homosexual. El futbolista de raíces nigerianas –su

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c.- De acuerdo con el orden de aspectos a desarrollar que marcamos al comienzo de este apartado, creemos importante destacar la distinción que se vislumbra al interior de nuestro corpus entre los varones heterosexuales que participan y gustan del fútbol y aquellos que, a pesar de ser heterosexuales, no participan ni gustan de él.

“¿Cómo vas a saber lo que es el amor si nunca te hiciste hincha de un club? ¿Cómo vas a saber lo que es el dolor si jamás un zaguero te azotó la tibia y el peroné? ¿Cómo vas a saber lo que es el placer si nunca ganaste un

padre era de allí- y condiciones futbolísticas notables, sufrió incesantes discriminaciones luego de haber hecho declaraciones respecto de su sexualidad en 1990, tal vez porque además confesó haber tenido relaciones sexuales con otros jugadores de la Premier League. A partir de esa situación nunca pudo lograr una continuidad profesional en el deporte, muchos equipos se negaron a contratarlo por tiempo prolongado y nunca más volvió a jugar en primera división. No podemos dejar de obviar su pertenencia a dos minorías – una relacionada con el género y otra con la raza- harto oprimidas a lo largo de la historia, lo cual nos lleva a pensar las dificultades a las que debe haber sido sometido en su vida personal. Su vida terminó en 1998 como resultado de un suicidio, aparentemente relacionado con una denuncia labrada en su contra por una agresión sexual a un varón de 17 años.

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clásico barrial?” Extracto del Poema del Fútbol

Algunos fanáticos dicen que el fútbol es como la vida. De hecho, se animan a generar situaciones análogas relacionadas con el juego o con las jugadas. En el fútbol argentino, los directores técnicos realizan declaraciones en las que se reitera el significante “carácter”: “hoy dimos una muestra de carácter”, “el fin de semana tenemos un desafío de carácter”, “lo importante es que el equipo tuvo carácter”. La posesión de un “carácter” o la dimensión de un evento – que asume un “carácter” determinado para los jugadorespareciera ser un eje de lectura interesante a la hora de reconocer la trama de significados que convertirían al fútbol en un escenario particular o propio de los varones, una especie de parámetro que divide aguas, mediante el cual algunos jugadores permanecen en la cancha- porque están aptos para jugar- y los otros -los que no tienen el carácter adecuado- quedan en off side. Eve Kosofsky Sedgwick, quien se ha ocupado de desarrollar importantes aportes a la teoría queer, explica claramente esta situación: “El ser gay o el ser potencialmente clasificable como gay en este sistema –es decir, el ser sexuado y generizado- es caer bajo los auspicios radicalmente superpuestos de un discurso universalizador de actos o relaciones y, al mismo tiempo, de un discurso minorizador de tipos de personas. Debido a la doble sujeción implícita en el espacio en el que coinciden los modelos universalizador y minorizador, los intereses que hay en juego en los asuntos relativos al control de las definiciones son sumamente altos”. (SEDGWICK, 1998:72). Vaya si son altos los asuntos

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relativos a las definiciones. En el relato de Larry, lo que estaba en juego no era simplemente la cuestión relativa al saber, sino que en el contexto que implicaba su relato, lo que estaba en juego era precisamente su masculinidad, quedar bajo sospecha de pertenecer a la categoría de varones minorizados. En este sentido, consideramos significativo el testimonio de Larry porque creemos que nos lleva a reflexionar respecto de: ¿qué es lo que sucede en el ámbito de la masculinidad hegemónica cuando aparece un varón heterosexual al que no le gusta el fútbol? ¿Podría ese varón categorizarse dentro del único tipo de masculinidad socialmente aceptada y ejercer el poder heterosexual del que es depositario, con la misma fuerza que uno que sí gusta del fútbol? En principio, diríamos que lo que se vislumbra es al menos una tensión entre el fútbol y la condición de heterosexual: no hay heterosexualidad masculina sin fútbol. La condición necesaria a la heterosexualidad masculina pareciera ser el fútbol: el que es heterosexual pero no gusta del fútbol es potencialmente clasificado como gay, y el gay, claro está, no entra en los cánones hegemónicos de masculinidad. De igual modo, lo que habría que preguntarse es si ese varón heterosexual al que no le gusta el fútbol y habita circunstancialmente un contexto futbolero -como es el caso que explica Larry por ejemplo- sería considerado como parte del colectivo heterosexual a pesar de no reunir todas las condiciones que aparentemente la norma heterosexual exige, o si estaría siempre bajo sospecha.

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De este modo, el corpus pareciera circular en un orden redundante: gira en torno a una operación discursiva mediante la cual se construye un orden supuesto de normalidad – valga entonces la redundancia que refiere a la norma que implica precisamente el géneroy otros ordenes mediante los cuales se produce la diferencia. La norma produce la clase en la cual el sujeto será inteligible: lo “normal” y lo “anormal”, lo interior y lo exterior, lo público y lo privado. En este sentido, tal como señala Britzman, “la teoría queer...configura la normalidad como un orden conceptual que se niega a imaginar la posibilidad del otro precisamente porque la producción de la otredad como algo que está afuera de la normalidad es fundamental para su autoreconocimiento”. (BRITZMAN, 2002:203). De esta forma, el marco regulatorio del género relacionado con el fútbol y la masculinidad hegemónica no sólo habla, nombra, delimita y discrimina a los homosexuales, sino que también implica de algún modo a las mujeres que, tal como la historia de la cultura patriarcal lo indica, aún siguen siendo consideradas por el mundo futbolero-masculino como lo débil, lo relegado.

d.- Esto nos permite acercarnos al último de los puntos señalados en el orden de aspectos a desentrañar que marcamos al comienzo de este apartado.

“Cerca de las elecciones (en los 90´) yo tenía la zapatería ahí a la vuelta de la Unidad Básica e iba a las reuniones del partido y se armaba la plataforma electoral, y bueno, todos opinaban…después no fui más porque viste no te dan bola…entonces había una 51

choripaneada y contaban lo que iban a hacer…y en un momento preguntaron si alguien no tenía una iniciativa acerca de lo que se iba a hacer y bueno, yo levanté la mano y dije: mirá, acá se hace la Lifig (Liga Intervecinal de Fútbol Infantil Galvense), que es un deporte para nenes, pero no hay nada para que hagan las chicas, ¿qué hacemos con las nenas? Entonces yo propuse armar una liga de Vóley, que sea únicamente femenina. La idea era que la municipalidad ponga la mano de obra y los profesores de educación física, que había montones, le enseñen a las chicas. La iniciativa cerraba por todos los costados, ¿viste? Pero no sé hizo, ahí juega el machismo, ¿viste?” Dice Palmita.

En este orden de lectura, y siguiendo a Kimmel, entendemos que, “la identidad masculina nace de la renuncia a lo femenino, no de la afirmación directa de lo masculino, lo cual deja a la identidad de género masculino tenue y frágil (…) Con el propósito de demostrar el cumplimiento de estas primeras dos tareas, el muchacho también aprende a devaluar a todas las mujeres en su sociedad, como encarnaciones vivientes de aquellos rasgos de sí mismo que ha aprendido a despreciar”. (KIMMEL, 1997:53). De esta manera, a los fines de trascender las barreras de los esencialismos históricos que han sido utilizados a lo largo del tiempo como fundamento de la discriminación hacia las mujeres y personas de identidades disidentes, confiamos que es de importancia desmitificar aquellas ideas que tienen que ver con “lo femenino” asociado a las mujeres y “lo masculino” asociado a los varones ya que esas creencias perpetuadas en el tiempo sólo contribuyen a la perennidad de un orden de dominación heterosexista que se ocupa

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de regular y categorizar las prácticas sociales colocando motes genéricos que en muchos casos resultan limitantes, opresivos, discriminatorios y agraviantes hacia la integridad psíquica, física, emocional y espiritual de las personas. Tal como lo podemos observar en las construcciones discursivas que componen nuestro corpus, podemos advertir una clave que redunda y densifica nuestro trabajo de investigación. En este sentido, podríamos concluir el presente capítulo marcando la condición necesaria del fútbol en la pertenencia a un orden heterosexual masculino que no sólo establece pautas de inteligibilidad a la hora de habitar el género, sino que fundamentalmente participa activamente en su construcción y reproducción. Por lo tanto, estas operaciones de sentido inciden de manera determinante en la constitución de un tipo de masculinidad que es enseñado, validado y requerido socialmente dentro de la regulación del género y; por contraste, contribuye a la construcción, visibilización y opresión de otras masculinidades que no se ajustan a los postulados hegemónicos. Es decir, para ser considerado un varón, hay que ser futbolero.

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CAPÍTULO 3

LA PASIÓN Y EL GÉNERO EN LAS VENAS Los ritos de conservación de la masculinidad hegemónica

“El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios… pero hay una cosa que no puede cambiar…

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no puede cambiar de pasión.” Extracto del guión de “El Secreto de Sus Ojos”

Dioses y demonios. Ídolos. Promesas. Veneración. Reverencia. Tradición. Ciclos. Olores. Credulidad. Pasión. Sacrificio. Ofrendas. Locura. Creencia. Revancha. Fé. Adoración. Colores. Dogmas. Violencia. Discriminación. Consumo. Varones. Garra. Pálpitos. Dependencia. Tragedia. Fiesta. Gira, vuelve, se repite. Y así sucesivamente. El fútbol lo deja todo. El fútbol lo tiene todo. Todo se desprende del ritual, todo hace posible el ritual. El color de las banderas en consonancia con los graves de los bombos que reverberan sobre la calma del asfalto. Un modo de caminar. Un modo de disponer el cuerpo ante el acontecimiento. Un modo de alentar. Un modo de ser hincha. Un modo de vivir la antesala. Un modo de vivir el durante. Un modo de vivir el después del ritual que espera con ansias la ebullición en algún grito sagrado que sea capaz de inundar de emoción a las almas ávidas de alegría. El fútbol lo hace posible. “Cada una de estas asociaciones dominadas por los hombres tiene sus propios rituales que implican el fortalecimiento de los ideales masculinos y las nociones de derecho, ya internalizado a nivel personal, a un nivel abstracto que hace que parecen ser, más que nunca, parte del “natural” género orden. El pleno inicio de estos grupos suele implicar algún tipo de mujer y/o gay-ataque, que acentúa la frontera entre los hombres y no

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hombres, la masculinidad y la feminidad, la heterosexualidad y la homosexualidad. Vínculo entre la experiencia personal y las relaciones de poder”. (ADAMS y COLTRANE, 2004:237). El fútbol, en tanto ritual de congregación de varones que se ejecuta bajo las alas del aparato regulatorio de género, nuclea a diferentes personas dentro del deporte en distintas circunstancias (puede ser en la cancha, afuera de la cancha, en una casa, en un bar, en la calle, a través de las redes sociales, etc.) conforme a sus parámetros de organización y seducción. A lo largo de nuestro estudio hemos mencionado la incidencia del poder regulatorio de género en las acciones y en las prácticas de los varones, así como también la participación del fútbol dentro de ese marco normativo. Por lo cual, en vistas de continuar en este orden de lectura consideramos necesaria la reflexión en torno a la concepción de ritual ligada al fútbol como un dispositivo de subjetivación. En este sentido, concebimos que los rituales se constituyen en la relación que establece un colectivo con un objeto, es decir, la relación de los sujetos con el objeto venerado (en este caso la relación de los varones con un equipo de fútbol, por ejemplo). Esto no necesariamente se vincula estrechamente con lo religioso, aunque si desde la raíz etimológica del término (del latín religare). Esto es, religar a un colectivo respecto de algo que los excede, los trasciende, una relación de veneración que está caracterizada por tener un ritmo específico, un modo de ocupar y fluir en el espacio, así como también una reiteración: “el fútbol es la única religión que no tiene ateos”, dice Eduardo Galeano.

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En este marco, el aporte del filósofo francés Georges Gusdorf nos permite comprender la función del ritual –considerado como un conjunto de actos, un modo y una manera de recorrer un camino- y, más aún del rito como escenario en donde se manifiestan diversas relaciones de poder. El autor nos otorga claridad en la simpleza de su afirmación: el rito es mito en acción, reafirma el mito y lo reitera en el presente. Lo especial de un componente mítico es la repetición, el contundente rechazo hacia lo diferente, dado que su proscripción esencial es establecer conductas, que generalmente remiten a algún núcleo arquetípico. Podríamos observar entonces, la presencia de algunos ritos que consideramos típicos y fundamentales en la construcción de las masculinidades y que se relacionan no sólo con la pertenencia o participación en el mundo del fútbol, sino también con la pertenencia a un género, que no es cualquier género sino aquel que históricamente se ha perpetuado como el dominante. Estas determinaciones sujetas a los avatares de los cambios y las reformulaciones, contribuyen a que se abran algunas puertas de reflexión que giren en torno a pensar y repensar al fútbol no sólo como un ritual/ dispositivo de construcción de un modelo único de habitar la subjetividad masculina, sino atreverse a analizarlo como una posición social, un espacio de producción/reproducción de una masculinidad hegemónica. Para ser más claros en nuestra propuesta, nos resulta oportuno retomar la lectura que hace Elsa Guevara Ruiseñor recuperando la categoría de habitus de Bourdieu, dado que creemos que existe un vínculo considerable entre esa categoría y la noción de ritual en tanto esquema o armazón, que se estructura como un dispositivo de perpetuación de

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modos de construir las relaciones sociales, y; por ende, como un modo de estampar las voluntades del patriarcado como orden de dominación heteronormativo. “Para Bourdieu (1999), el principio de la acción no es el sujeto que se enfrenta al mundo, ni tampoco la presión del campo sobre el agente, sino de la complicidad de dos estados de lo social: entre la historia objetivada en las cosas en forma de estructuras sociales y la historia encarnada en los cuerpos en forma de habitus. Los habitus son esquemas de percepción, apreciación y acción que permiten llevar a cabo actos de conocimiento práctico; es un sistema de disposiciones y capacidades moldeado por las condiciones de existencia y se encuentra incorporado a los cuerpos a través de las experiencias acumuladas: es desde el cuerpo que se construyen los significados: lo esencial de la masculinidad/feminidad se inscribe en los cuerpos mediante la acción pedagógica diaria y los ritos institucionales”. (GUEVARA RUISEÑOR, 2002:4). En nuestro corpus nos encontramos con tres ritos que, nos acercan a la comprensión de la construcción de la masculinidad hegemónica: el rito que vamos a identificar como “soy tu papá”; el que corresponde a la reunión falosagrada: el encuentro entre varones para ver el partido, y aquel que titulamos gol en contra: la cancha y las reglas del macho.

a) Soy tu papá. “Soy leproso de pendejo, Lo que me enseñó mi viejo,

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Es amar a estos colores… Y matar al sinaliento”. Extracto de una canción de la hinchada de Newells.

La relación entre las masculinidades y el fútbol se plasma en una serie de tramas discursivas, deseos, expectativas, mandatos, saberes que, de alguna manera, dan cuenta de la presencia de lo que podríamos llamar la “ley del padre”. La trasmisión del legado futbolero se constituye en un acto ineludible del varón orgulloso de haber engendrado a otro varón. Lo que se lega pareciera ir más allá de la pertenencia o adhesión a un equipo de futbol: se lega “algo” vinculado a la condición propiamente masculina, un modo de ser varón o de manifestar la masculinidad.

“Desde que nací soy de Central, mi viejo nos llevaba a la cancha, jugamos con mi hermano en las inferiores…” Dice Palmita.

La paternidad pareciera tener diferentes implicancias para las personas en el desarrollo de su vida. El rol asignado y asumido o por asumir, renueva, refuerza, cambia o rompe (dependiendo de cada caso) los posicionamientos dentro del sistema sexo-género. En este sentido, entendemos que el fútbol como un dispositivo de subjetivación, une a los varones con sus respectivas masculinidades, y lo hace a través de la trasmisión de una serie de enunciados cuyos principales emisores son los padres. Más aún, concebimos a la 59

figura del padre como un actor omnipresente en el discurso del fútbol, responsable de la trasmisión al hijo de un legado que marca la condición y la pertenencia a un colectivo a través de la adhesión al equipo de fútbol al que pertenece el padre.

“Si, por ahí se nota la impronta a veces del padre, ¿no? Eso de que yo te tengo que asignar el equipo, la pasión, y ya ahí ya calculaste ir juntos a la cancha o sentarse a mirar juntos el partido…si, --ubica su rostro a la izquierda y mira hacia arriba –y la verdad es que es algo que en mi casa también se dio”. Dice Maradó.

Lo que Maradó denomina como “la impronta del padre”, se relaciona con la manifestación expresa de un deseo fundacional que esconde (al menos en nuestra consideración) algunas expectativas de género. El legado, la pasión, la historia familiar detrás de los colores de una camiseta, se convierten en la excusa (y a veces también la razón) perfecta para la circulación de la trama discursiva que interviene en la subjetivación de los varones heterosexuales. El equipo -tal como reza la canción- antes que llevarse en el corazón, se lleva en la sangre.

“Soy de Unión por mi viejo y mi hermano mayor, mi abuelo fue el primero que inició el camino cuando llegó desde Italia…era imposible que yo sea de otro equipo…creo que tenía

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7 años cuando me llevaron por primera vez a la cancha y ahí ya está, ya me hice súper hincha”. Dice Pichi en relación a su equipo.

La idea de un camino trazado previamente nos parece interesante ya que, si quisiéramos ahondar en la multiplicidad de interpretaciones que se pueden hacer al respecto, y además, llevarlas adelante en relación al género, podríamos encontrar algunas bifurcaciones dentro de esa ruta trazada por la figura masculina, que tal vez nos ofrezca algunas apreciaciones que vayan más de la transmisión de la pasión como una tradición que atañe únicamente a compartir el amor por los colores.

“En realidad creo que mi viejo se adelantó y además tenía un amigo, Gustavo, un personaje fanático de Newells pero fanático, él le dio a mi viejo mi primer camiseta que era la que tenía a Yamaha de Sponsor, la que usó el Diego cuando jugó en Newells, así que tengo la camiseta Yamaha chiquitita original (…). Y bueno, yo creo que le ganaron el terreno a mi vieja, medio en joda medio en serio. Creo que en mi casa siempre hubo como una leve disputa medio en joda…en relación a eso. Y bueno, mi vieja se llevó a mi hermana (de 3 años menos) –dice entre risas. Entonces el varoncito de Newells y la nena de Central. Entonces como que la casa estaba dividida entre varones y mujeres, Newells-Central, etc.”. Dice Larry Saldaña en relación a su bautismo como hincha.

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Es casi una obviedad el advertir que la entrada de un niño en el mundo del fútbol es la entrada a las acciones y prácticas que corresponden a la norma del género. La significación que asume una pelota, una camiseta, unos guantes o una canillera va mas allá de la aleatoriedad que implica la adhesión a un equipo determinado. El sentido, creemos, se desliza en torno al temor respecto del incumplimiento o desviación de la norma de género culturalmente establecida. De este modo toda elección de objetos que sean socialmente asignados a las mujeres, se torna sospechosa a la hora del aprendizaje de género. Al respecto, el investigador mexicano Carlos Fonseca Hernández ofrece un marco de referencia en relación a los condicionamientos culturales mediante los cuales las personas llegan al mundo. “¿Por qué desde antes del nacimiento la cultura establece las bases del género? Aunque el cromosoma Y prescribe el sexo genético antes del nacimiento, los avances tecnológicos para saber el sexo del niño a través de ultrasonidos, a la vez que describen el sexo del embrión, decretan el género del infante por lo que tiene entre las piernas, por la ausencia o presencia del miembro viril” (FONSECA HERNÁNDEZ, 2004:2). Nunca más precisa y apropiada la premisa que abarca el canto eufórico en todas las canchas: el fútbol está en los genes, se lleva en la sangre. En este orden de lectura, advertimos la presencia de una serie de signos que marcan la intención del padre en relación a crear las condiciones necesarias para que el hijo que está por nacer, sea varón e hincha del mismo club que él. Tal como lo expresa Judith Butler: “Cuando a un niño “se le asigna” el género, recibe una demanda enigmática o deseo desde el mundo adulto. La indefensión primaria del niño es, en este caso, una profunda 62

confusión o desorientación sobre qué es lo que ese género significa, o debería significar, así como una confusión sobre de quién es el deseo de desear pertenecer a un género. Si lo que “yo” quiero sólo se produce en relación con lo que se quiere de mí, entonces la idea de “mi propio” deseo es inapropiada. Yo estoy, en mi deseo, negociando lo que se ha querido de mí”. (BUTLER, 2009:333).

“Es un bautismo por mi viejo, toda la vida fui Colón, Colón, Colón” –expresa Maradó con un suspiro.

Las aclaraciones conceptuales que nos brinda la autora nos habilitan a seguir en este orden de lectura en el cual los deseos, expectativas y actos performativos del aparato regulatorio de género configuran, aquellas demandas que trabajan en la construcción del género y también sobre el fortalecimiento de un tipo de masculinidad.

“Me acuerdo de un cumpleaños de Newells (…) Creo que la torta era de Newells y en el cumpleaños jugábamos al fútbol. Igual yo fui al cumpleaños de amiguitos tipo en donde jugábamos al fútbol, el papá era el árbitro y siempre ponía al hijo en el equipo que ganaba y cosas así…”Dice Larry Saldaña.

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Éxito potencial. Salvación económica. Talento. Sueños incumplidos. Presión. Añoranza. Bestialidad. Agresión. Felicidad. Llegar como sea. Fútbol. El bautismo tiene su correlato en una serie de acciones y prácticas que se van sucediendo a lo largo de los años y que corresponden a la crianza. Hasta lograr la paridad de identificaciones con los objetos y prácticas propiamente masculinas, los encargados de abonar el legado –abuelos, padres, hermanos mayores, tíos y amigos- colaboran en la organización de eventos en los cuales se comunica lo propio de la masculinidad. En este sentido los cumpleaños constituyen una instancia privilegiada de producción y circulación de aquello que es propio de los varones.

“Si, todos los cumpleaños eran en peloteros la gran parte. Pero en la torta estaba el escudo del cual era hincha el cumpleañero, o la pelota, o el metegol, o el picado en el pelotero. Y en la gran parte jugábamos al fútbol (…) A los que no les gustaba tenían que jugar igual al arco (…) Dependía de la cantidad de jugadores, si faltaba uno lo mandábamos al arco si o si porque es más feo jugar siendo impares, entonces lo mandábamos, lo obligábamos”. Explica Pichi.

La semiótica futbolera es clara, está plagada de signos fácilmente identificables por aquellos que pertenecen al colectivo de los varones heterosexuales. Tal como expresáramos anteriormente, la performatividad del género se vincula con la pertenencia a uno u otro e implica la obligatoriedad en el cumplimiento de ciertas normas. El género 64

es performativo porque posee una determinada expresión y manifestación, y aquellos que no exhiben tales manifestaciones son sancionados la mayoría de las veces de manera violenta. Tal como señala Judith Butler “...estas normas no son sólo instancias de poder, y no sólo reflejan relaciones más amplias de poder, sino que son una manera a través de la cual opera el poder. Después de todo, el poder no puede mantenerse si no se reproduce a sí mismo de alguna forma, y cada acto de reproducción se arriesga a salir mal o resultar equivocado, o a producir efectos que no estaban del todo previstos”. (BUTLER, 2009:323). La demanda de pertenencia a un colectivo futbolero se expresa con claridad en el mandato que reciben los varones desde pequeños. En los términos del poder se define la reconocibilidad del sujeto, es decir, quién puede ser reconocido y quién no, quien es un sujeto habilitado para ser reconocido como tal en términos de la norma de género (en este caso a través del dispositivo futbolístico) y quien por anticipado será considerado como sujeto y quién no. En este aspecto, la afirmación de David Córdoba García nos ayuda a comprender la adscripción al marco regulatorio del género, conformado por un conjunto de normas que nos preceden, exceden y actúan orientando nuestras acciones, deseos, expectativas, etc. en un proceso que se inicia muchas veces antes del nacimiento y es fruto de una operación ideológica: “Es por lo tanto la propia operación ideológica de constitución de los sujetos la que genera la "ilusión" de un sujeto esencial anterior a lo social y constituyente del mismo. Uno se convierte en lo que es en la medida en que reconoce en ese ser lo que ya-desde siempre ha sido-, situándolo de esta forma en un lugar anterior al acto de interpelación/socialización”. (CÓRDOBA GARCÍA, 2003:89). 65

En este sentido, entendemos que la masculinidad hegemónica representa la forma más valorada de la identidad de género y que se expresa en el acontecimiento que hemos llamado el “bautismo del hijo” como uno de los rituales que marca, en relación al futbol, “la ley del padre”. Habitar la masculinidad implica poner en práctica una institución social, política y jurídica que se valida socialmente de manera constante en las representaciones en torno a la identidad de género y en los modos de establecer las relaciones que esa identidad asigna. En el fútbol la figura del padre no solo aparece ligada a la trasmisión de la pertenencia a un equipo, sino que dicha trasmisión lleva implícita la valoración de una serie de comportamientos que son parte de la norma heterosexual: la idea de éxito y liderazgo, las que sin duda implican la posibilidad del ejercicio del poder sobre otros. Otros que en principio son los hijos propios, y otros que con el correr del tiempo, ocupan el lugar minoritario de hijos.

“Y, generalmente un padre para una persona es el más fuerte, más fuerte que vos, el que te puede pegar, el que te tiene que enseñar, el que siempre tiene autoridad sobre vos, por eso muchas veces se usa esa expresión como para mostrar eso de que te tiene de hijo…” Dice Pichi.

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Dominar. En el fútbol, cuando el dominio se convierte en costumbre y rutina, automáticamente se obtiene el boleto de la paternidad que, además, da pie a que esta categoría perpetúe y reproduzca normas de género en la repetición y actualización del rito que se repite semana a semana4. A propósito de lo señalado, el psicoterapeuta Péter Szil expresa que: “la paternidad patriarcal ha llegado a definirse como una prolongación de los valores derivados de la identidad de género (el rol socializado en función del sexo) de los hombres y del lugar ocupado por ellos en la división social del trabajo (…) Como parte del establecimiento del orden patriarcal, la función paternal se ha subordinado a la identificación y a la asociación con el poder (entendido como poder sobre los demás en las relaciones de subordinación). Esto, unido a la violencia como factor constituyente de la masculinidad, ha creado las bases para que las relaciones paterno-filiales se planteasen en términos dicotómicos (poder/subordinación, límites/encogimiento, castigo/obediencia), en lugar de términos complementarios (fragilidad/protección, dependencia/cuidado, crecimiento/apoyo) (…) El cuidado de las personas y de las cosas se ha identificado como discordante e incompatible con lo varonil”. (SZIL, 2006: 52). En el fútbol, la figura del padre no sólo parecería ser la del guía de la pasión; sino que también se emplaza dentro de la estructura de género como una aspiración que todo varón debería tener, aunque sea como una aspiración potencial. Ser padre en el fútbol contribuye a engordar la figura del varón, y por lo tanto potenciar la masculinidad hegemónica, adquirir y ganar prestigio dentro de la escala jerárquica masculina. La premisa que el aparato regulatorio de género establece es la de predicar con el ejemplo: 4

En la última entrega del Balón de Oro, le preguntaron al portugués Cristiano Ronaldo cuál había sido el gol

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el macho debe agredir y enseñar a través de la violencia: “es varón, le sale así naturalmente”. Tal como lo explica Carlos Fonseca Hernández: “El determinismo biológico es la justificación para creer que el hombre es más fuerte, más inteligente y más capaz (…) El hombre no sólo debe ser masculino, más aún debe parecerlo. La raíz etimológica de varón es del latín vir: macho, hombre, pero también virtuoso”. (FONSECA HERNÁDEZ, 2004:1). Inmerso en este contexto, el fútbol se hace eco de una semiótica heternormativa y ofrece un escenario propicio para su desarrollo, lo cual hace que el gran padre cobre mayor potencia. La figura del padre crece rítmicamente en la cancha estableciendo un contraste con la figura del hijo. El hijo, casi siempre, es el clásico rival que aparece como un competidor inmediato respecto del rol: sumiso, despreciado, homosexual (en la jerga futbolera, mientras más adentro se deje el falo adentro del contrario, mejor), con muchas derrotas a cuestas. El poder patriarcal se ejerce hasta límites insospechados, el padre en el fútbol es aquel que domina, pero también el que penetra incestuosamente a su hijo y perpetúa esa penetración en el tiempo. Varón. Proveedor. Heterosexual. Fútbol. Ser papá. Aspirar a ser papá. Convertirse en papá. Tener hijos. Dominarlos. Obsecuencia, claridad, normas: la pelota gira. Penetrar, incluso a los hijos. Perpetuar el dominio. Ser un padre constante y sonante. Fútbol. Y que otrxs pongan la mesa, porque papá no está para eso. Si el fútbol está lejos de aceptar masculinidades que se alejen del modelo hegemónico, más lo está en relación a participar en la construcción de paternidades que apelen a la

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promoción de otros valores que tengan que ver con el respeto y el cuidado amoroso de lxs otrxs en la convivencia, etc. Sin embargo, consideramos que la concepción de padre también admite otras acepciones y relaciones en el fútbol, que están vinculadas a la patria, el patriotismo, el deseo de convertirse en héroe, y la presencia de un discurso que toma al partido como una guerra y a la cancha como campo de batalla. Estos mecanismos de exigencia (la idea de poner huevos, dejar la vida, etc.) y negación de lxs otrxs, nos llevarán a retomar estas conceptualizaciones en otro capítulo a los fines de hacer algunas consideraciones al respecto.

b) Reunión falosagrada: El encuentro entre varones para ver el partido. Si nos ocupamos de analizar ritos relacionados al fútbol y las masculinidades de los varones no podríamos obviar la situación de la preparación que supone la espera al comienzo de un partido de fútbol. Si es en una casa, departamento, bar o donde sea, es necesario coordinar perfectamente algunos detalles importantes que no se pueden dejar librados al azar a la hora de compartir un partido. El horario, la distribución de los roles en pos de aportar a la causa: el que lleva el aperitivo, el que aporta el salame o el queso para la picada, el que se ocupa de que la cerveza esté helada, el que prefiere el viaje espirituoso del vino o el que toma solo agua, el que se encarga de prender el fuego o de 69

pedir comida, el que se ocupa de distribuir las presencias en el espacio de acuerdo con resultados anteriores que aseguren una nueva victoria. Todo tiene un ritmo secuenciado que potencia la instancia del encuentro. Lo importante es compartir esa comunión propiciada por la pasión. Lo importante es compartir el fútbol y el grito sagrado del gol. Lo importante es compartir el género y reafirmarlo en ese andar del compartir. Más aún, si quisiéramos jugar a cerrar los ojos y hacer una caminata imaginaria que tenga como destino un estadio, seguramente observaríamos los colores que pintan las adyacencias con olas densas de humo escalonado y sentiríamos el perfume rumoroso que destilan los parrilleros. Seguro estaría firme el puesto de venta de banderas que sólo duran un festejo, el de garrapiñadas y maní con chocolate, los cordones de policías apoltronados sosteniendo ovejeros alemanes o montados sobre caballos musculosos. Si el día fuera de sol y calor, veríamos a la gente llegar a pie, el copón de plástico transpirando, las bolsitas repletas de papelitos, el padre llevando a su hijo sobre sus hombros con una camiseta que lo identifique pero, sin dudas y tal como lo sugiere el contexto, no faltará el kiosco que congregue a los feligreses en la previa del porrón y el canto popular:

“Llega el domingo voy a ver al campeón River vos sos mi locura llevo los trapos para alentarte a vos me chupa un huevo la yuta”. Fragmento de una canción de RiverPlate. 70

Poco a poco, el ritual se va desarrollando, la cancha se tiñe de colores y aumenta su temperatura. Los cánticos van generando el clima previo a cada encuentro y alimentando el sentido profundo de pertenencia a un colectivo que se prepara para ocupar las tribunas.

“La pertenencia no sé por dónde pasa, con qué tiene que ver…es una locura, ¿no? Pero por ahí empezás a sentir que características del club, mínimas a veces, tienen que ver con características tuyas. Por ejemplo, a mi me pasa con Central, que es un equipo que es más popular, aguerrido…me parece que el jugador perfecto, pero perfecto para Central es el “Kily” Gonzalez, el “Sapo” Encina…y por lo pronto veo un tipo como Scocco, Heinze, y no sé yo los veo y me siento más identificado con ellos, como que vos lo ves y decís: “este es el tipo de jugador que me gusta”, porque si yo fuera jugador y tendría que tener una personalidad, sería esa. Y eso no me pasa con otro equipo”. Reza Larry Saldaña en relación a su simpatía por Newells.

En el fulgor del canto está la marca de la pertenencia. Cada verso se ocupa de remarcar el lugar que le es propio a cada equipo. La figura del rival no solo es representada en tanto que contrincante u oponente, sino como aquel que no pertenece al género, como un no varón. Ser hincha o bien ser el más hincha supone tener la virilidad necesaria para

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transgredir cualquier obstáculo y ley en nombre de la pasión, la locura producida por las drogas y el alcohol, y el amor romántico e incondicional que se manifiesta en la liturgia dominical. Históricamente se ha vinculado al varón con la razón, con la capacidad de dirigir y ejercer el poder, como características propias de la masculinidad hegemónica. Ahora bien, en el fútbol sucede algo particular, y es la constante alusión a perder la razón, a estar descontrolado bajo los efectos de las drogas o el alcohol y quedar a merced de la locura de abandonar todo por seguir al club de la pasión. De esta manera, entendemos que lo que se desprende de estas apreciaciones, lejos de significar una voluntad de un colectivo masculino determinado por resignar poder y dominación, da cuenta de una de las aristas de la masculinidad hegemónica que es la manifestación de ciertos actos considerados heroicos, incluso la puesta en riesgo hasta de la propia vida, como muestras de la virilidad: “ya no necesitamos la razón” señalan las conocidas canciones futboleras, más aún, “preferimos perderla en nombre del club, y eso, lejos de debilitarnos y subyugarnos, nos hace más unidos y más fuertes como colectivo”. En este sentido, Luis Bonino analiza las creencias que los varones sostienen en pos de la perpetuación de un modelo de masculinidad hegemónica, y que dan lugar a lo que denomina belicosidad heroica: “sé fuerte y valiente, sé resistente, defiéndete atacando o ataca defendiéndote (o en la versión menos guerrera, compite) son sus mandatos derivados. La lucha, la conquista, el valor, el estoicismo –aguantar todo sin expresar el dolor- , el eventual uso de la violencia sin dirimir conflictos, el cuerpo como arma y la competitividad”. (BONINO, 2001:2). 72

Estos enunciados, reproducidos incansablemente en los encuentros futboleros (especialmente en el clima que se huele en la cancha) construyen en el lugar una potente presencia masculina, dando cabida al argumento justo para la violencia que se esgrime necesariamente, a fin de defender los colores de la camiseta. Lo que es capaz de mover la pasión que despierta un partido, resulta difícil a explicar para alguien que es amante del fútbol:

“Y yo creo que si no fuera tan hincha como ahora no tendría tanta felicidad, porque más allá de cómo sea el resultado si positivo o negativo eh, ir a la cancha es como algo sagrado, es muy lindo, a mi me hace muy bien; cantar y gritar un gol te hace olvidar de un montón de cosas y te hace pensar sólo en el partido…”. Describe Pichi. “Nosotros por ejemplo cuando éramos jóvenes, en un Nacional fuimos hasta San Juan en un Fiat 600, seis a 70 o 80 km por hora a ver a Central contra Desamparados…” Relata Palmita.

En ese sentido, la congregación y peregrinación para seguir a un equipo como hincha definen el grado de hombría resumida en el simple silogismo que indica que a mayor acompañamiento y aguante, mayor virilidad de la hinchada. Tales son los casos últimamente conocidos en la provincia de Santa Fe, cuando a principios de los 90´ Colón jugó una final por el ascenso a primera contra Banfield en el Estadio Chateau Carreras de

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Córdoba y una multitud se acercó a ver el partido. Asimismo, cuando Newells resultó campeón en 2004, cerca de 40.000 personas se acercaron a ver al equipo a la cancha de Independiente. Esa marca resultó histórica en las líneas escritas del fútbol argentino y en el presente representa un arma fundamental en la hinchada del equipo rosarino a la hora de medir su potencialidad fálica. Otro ejemplo paradigmático se dio durante el mundial de Brasil 2014, en donde se popularizó y viralizó una canción que recorrió el mundo e incluso fue cantada por los jugadores argentinos en una previa de un partido del mundial: “Brasil decime qué se siente, tener en casa a tu papá”. En tanto dispositivo de subjetivación, el fútbol invade tanto el espacio público (bares, plazas, aceras, balcones etc.), como el espacio doméstico. Con la inminente explosión de la tecnología vinculada a las redes sociales y las telecomunicaciones, el rito de unión toma una dimensión virtual potenciada: el twitt al instante de que está aconteciendo algo, la selfie o autofoto subida a Instagram, el estado de facebook, el whatsapp o el mensaje de texto hacen que el encuentro entre varones se produzca sin inconvenientes, reafirmando la identidad masculina y futbolera:

“Como que si vos notas que el papá del otro mira el partido y que el papá del otro lo lleva a la cancha, vos también querés que tu papá te lleve a la cancha…O sea, yo vi que mis hermanos tuvieron una proximidad mayor que yo hacia eso, incluso hasta el día de hoy se sientan a mirar el partido juntos o si no lo miran por separado pero se mandan mensajes durante el partido”. Expresa Maradó.

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Cábalas, comidas típicas y bebidas para la ocasión generalmente coronan el ritual:

“Miro todos los partidos por la tele. Cuando salimos campeones me quedé más afónico que no se qué (…) siempre que uso la camiseta del Pipi Romagnoli o ganamos o empatamos, en cambio si uso otra o ganamos o perdemos. Hay que usar la del pipi…jaja”. Cuenta Buffa de 10 años en relación a su fanatismo por San Lorenzo.

Nos preguntamos entonces, ¿cuál es la relación entre la preparación para ver un partido de fútbol y la construcción masculinidad? Y más aún, ¿por qué nos ocupamos de un mero momento en donde se comparten gustos por un deporte o un club? Sin embargo, consideramos necesario traer este tipo de instancias para señalar los mecanismos por los cuales el fútbol opera en la organización5 o constitución y afianzamiento del modelo de masculinidad hegemónica. Lo interesante de destacar, en primer lugar, es que estas prácticas son propiamente masculinas; pero esto no quiere decir que no participen eventualmente las mujeres o personas de identidades disidentes, lxs que para poder integrarse deben ajustarse al 5

Para leer un análisis psicoanalítico de la organización de la masculinidad en el fútbol recomendamos el artículo: “El fútbol como organizador de la masculinidad” de Débora Tájer, publicado en Revista La Ventana. La autora hace referencia a sus experiencias clínicas como psicoanalista y analiza cómo en nuestro país la subjetividad masculina sirvió para crear un estilo de fútbol particular, cuya práctica contribuyó a la sexualización del deporte (haciéndolo predominantemente masculino). El artículo se encuentra disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=88411133009.

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orden de comportamientos masculinos. En segundo lugar, la distribución del uso del espacio doméstico y del tiempo de la tarde de domingo, deja afuera a aquellxs a lxs que no les interese el fútbol, de modo que las condiciones del disfrute estén garantizadas a los varones, que pueden entonces explotar a su gusto el placer de manifestar su virilidad en bruto:

“Miro los partidos con mi papá en el living y mi mamá y mi hermana van para la pieza (…) Si vamos perdiendo me pongo mal (…) Guaaa empiezo a gritar para todos lados (…)Hijo de puta, la concha de tu madre y un montón más. –No se anima, pero en off agrega cornudo (que no sabe por qué a alguien se le dice cornudo…) “. Menciona Buffa contando cómo vive los partidos de San Lorenzo.

En este sentido, consideramos que la situación que menciona Buffa vendría a mostrarnos algunas estructuras típicas que dan forma a uno de los ritos en donde se encuentran y funden el fútbol con los varones. Por una parte observamos que en ese momento “sagrado” del día, hay una ocupación del espacio por parte de los varones, específicamente de un niño que se dispone a vivir un partido con su padre. Al mismo tiempo y por contraste, las mujeres de la casa son desplazadas simbólicamente a otros espacios y funcionan casi como objetos que estorban en el ambiente. A propósito, Pierre Bourdieu en “La dominación masculina” explica la dimensión simbólica que admite todo poder, que obtiene la adhesión de los “dominados” de manera y de forma prereflexiva: 76

“los dominados aplican a todo, en particular a las relaciones de poder en las que se hallan inmersos, a las personas a través de las cuales esas relaciones se llevan a efecto y por tanto también a ellos mismos (…) construyen esas relaciones de poder desde el mismo punto de vista de los que afirman su dominio, haciéndolas aparecer como naturales”. (BOURDIEU, 2000:6). Así, entendemos que tanto las prácticas y los modos que tienen los varones de organizar el espacio-tiempo a la hora de vivir un partido, así como también las reacciones que se suceden en el transcurso del rito del encuentro, reafirman un único modo de vivir la masculinidad y el fútbol, constituyendo un habitus que, tal como lo expresa Bourdieu, “produce tanto construcciones socialmente sexuadas del mundo y del cuerpo mismo, que sin ser representaciones intelectuales, no por ello son menos activas”. (BOURDIEU, 2000:6).

“Para la época del mundial estuve en Tucumán y erramos todos gays sentados mirando el partido y es muy gracioso –sonríe mientras se pone colorado al recordar la anécdota –´hey hijo de puta, sos un hijo de puta` o ´pongan más huevos dale`, o sea, sale lo típico y a la vez ´uh qué bueno que está este, qué bueno que está el otro…` una cosa muy loca, porque hasta el gay que no sabe nada de fútbol se pone a hacer comentarios como “uh qué bueno que está este, qué lindo que son los de tal…” Cuenta Maradó.

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Entendemos que la interpelación del insulto, incluso la alusión a la condición de la madre del sujeto interpelado, alude implícitamente al grado de virilidad del que enuncia. El padre representa la firmeza, la madre, la debilidad. El llamado que hace el espectador o la hinchada, es a la manifestación de tal condición. Esto hace al ritual del encuentro entre pares durante el desarrollo del partido y con posterioridad al mismo. La pasión exacerbada en el marco de la cancha es una manifestación de la fortaleza y la potencia del macho, que reivindica a la madre como sagrada cuando se trata de la propia, y denosta como puta a la del rival como una forma licita para marcar el territorio propio.

c) Gol en contra: la cancha y las reglas del macho “¡¡¡Che leproso sos botón, a vos te vamo a matar, al chiquero vamo a ir, te lo vamos a quemar!!! ¡Lo vamos a coger a ñubel, lo vamos a coger a ñuls!”. Fragmento de una canción de Rosario Central. Los corazones laten más rápido, el nerviosismo aumenta, los papelitos yacen entre las manos de las personas que esperan la salida de su equipo a la cancha, algunxs ya preparan el atado de cigarrillos para pulverizarlos durante los noventa minutos, otrxs prefieren besarse la cadenita o mirar hacia el cielo. El momento llega, los equipos salen a la cancha con las plateas llenas y las tribunas en donde no cabe un alfiler; sin embargo, a lo lejos se puede observar ese círculo, vacío perfecto estampado detrás del arco, el cual todxs 78

cooperan para armar y nadie se anima a desarmar. El rito ya comenzó pero ese círculo no es para cualquiera, no es un vacío accidental. Los tirantes y banderas ya están colocados y no falta quien se sube a la grada con la radio pegada a la oreja. El partido empieza para algunxs. En esos instantes, luego de que el árbitro pite el inicio del juego, aparece el ruido loco, el sonido del verdadero corazón de la fiesta, el tercer pulmón del equipo local, el alma de la celebración: la horda de personas que camina por el pasillo luego de haberse demorado vendiendo entradas en la puerta del estadio. El círculo se va llenando. Está todo listo. Detalles de una secuencia de lenguajeo perfectamente coordinada: se juntan dos horas antes fuera de la cancha. Comen, fuman y toman. Se reparten las entradas. Se dispersan para vender las entradas. Organizan los aprietes y charlan amistosamente con el jefe del operativo policial. Entran tarde haciendo tronar los bombos, entran tarde descontrolados y de la cabeza, entran tarde para mostrar y demostrar que tienen aguante, y que el aguante es condición necesaria para vivir el fútbol: “Porque cuando la barra brava entra a la tribuna, con el partido recién empezado, cantando barbaridades, el estadio se pone de pie y los acompaña, coreando lo mismo. Se ve que el equivocado soy yo. Y por eso me quedo quieto, mientras alrededor de mí los demás saltan y festejan” dice Eduardo Sacheri en su relato titulado “No tengo Aguante”6. Las personas que están alrededor los miran. Algunos cantan. “Canten putos, vamos a alentar” es la consigna. Otros no cantan. En el fondo el fútbol los necesita.

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A propósito de este relato y otros vinculados al fútbol, recomendamos la lectura del cuadernillo “La Pasión en Orsai: Breves relatos, cuentos y anécdotas sobre la discriminación en el fútbol”, difundido por el INADI a fines de 2013.

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“Boca te vamo' a matar, Boca te vamo' a matar No te va a salvar Ni la Federal” Canción de River Plate.

Las barras bravas quedan en el ojo de la tormenta, pero ellas sin duda son las que motorizan la algarabía que se torna general hasta que todo el estadio corea las canciones y se apropia de ellas. En este aspecto, Pablo Alabarces nos ofrece una definición exquisita: “el aguante se transforma así, en los últimos años, en una retórica, en una estética y una ética. Es una retórica porque se estructura como un lenguaje, como una serie de metáforas, hasta titular un programa de televisión. Es una estética porque se piensa como una forma de belleza, como una forma plebeya basada en un tipo de cuerpos radicalmente distintos a los hegemónicos y aceptados. Se trata del tipo de cuerpos que aparecen en la televisión o en la tapa de la revista Caras. Cuerpos robustos, grandotes, donde las cicatrices son emblemas y orgullo. Una estética que tiene mucho que ver también con lo carnavalesco, con el despliegue de disfraces, pinturas, banderas y hasta fuegos artificiales. Y es una ética porque el aguante es ante todo una categoría moral, una manera de entender el mundo, de vivirlo entre amigos y enemigos, cuya diferencia puede

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saldarse con la muerte. Una ética, en resumen, donde la violencia no está penada sino recomendada”. (ALABARCES, 2012:73).

“Yo pienso que el verdadero hincha tiene que animarse a alentar. Si estaría bueno que no existan más barras bravas, los clubes deberían dejar de transar con los barras y prohibirle la entrada. Pero la verdad es que creo que sin los barras sería muy distinto el fútbol argentino, perdería el folclore, no afuera de la cancha sino adentro, creo que en ese sentido sería más europeo…eh, se perdería lo que caracteriza al fútbol argentino”. Explica Pichi. En el fondo el fútbol los necesita. ¿Sólo en el fondo? La afirmación de Pichi nos revela el secreto mejor guardado del hincha de fútbol: la creencia del espectador respecto de que las barras son un mal necesario, de que el aguante es inherente al fútbol, y que éste, sin la melodía cotidiana de su “folklore”, no es nada. Más íntima resulta la creencia de que el fútbol necesita a esos colectivos de varones organizados para construir y reproducir la mítica del folklore y, más aún, difundir los valores y modos de representar la masculinidad que arrasa, o mejor, que tiene la misión de arrasar con todo lo que se le cruce enfrente: “aguantar es poner el cuerpo. El acto implica, asimismo, una cuota de violencia física (…) No se aguanta si no aparece el cuerpo soportando un daño, sean golpes, heridas o, más simplemente, condiciones indeseables como afonías, resfríos, insolaciones, etcétera. Pero en las definiciones de los propios hinchas, la violencia física –no la simbólica- mantiene el sentido dominante del aguante”. (ALABARCES, 2012:72).

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En este sentido, no es de nuestro interés realizar un análisis sociológico acerca de la identidad de las barras y su accionar, tampoco profundizar en sus vínculos con la política y los organismos del Estado7. Sin embargo nos preguntamos si el comportamiento de las barras bravas, más específicamente los canticos que profieren son parte de la regulación del género masculino. ¿Por qué hablar de las barras sin hacer referencia a las masculinidades de los varones? ¿Qué estrategias discursivas se esconden detrás de ese plafón constitutivo del fútbol y de los varones que es el aguante? ¿En qué categoría de varón entra un varón que no tiene aguante? Volvemos atrás: “El fútbol es como la vida” expresa el viejo adagio que se escurre por los oídos del pueblo futbolero cada vez que vemos una publicidad o escuchamos un reportaje a algún protagonista. Y si por algún instante jugáramos a creer en esa expresión popular, o más bien, a tomarla en pos de cultivar una reflexión que nos permita relacionar el aguante con uno de los mandatos primordiales que reza la masculinidad hegemónica, diríamos que los varones son educados específicamente para aguantar; es más, diríamos que el aguante es un ingrediente necesario de ese modo de ser varón. En este sentido el investigador mexicano Carlos Fonseca Hernández en “La Deconstrucción de la masculinidad” retoma los postulados de Elizabeth Badinter (1993) para caracterizar a la figura masculina en la sociedad contemporánea, y señala tres aspectos fundamentales de la misma: no ser afeminado, ser una persona importante –un pez

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Para leer un análisis exquisito de este tipo, recomendamos la lectura de los trabajos de Pablo Alabarces, especialmente Crónicas del Aguante (2012), Hinchadas (2005), Fútbol y Patria (2002) y su compilación denominada Futbologías: Fútbol, Identidad y violencia en América Latina (2003).

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gordo-, y tener la facultad de mandar todos al diablo además de manifestar ser fuerte como un roble: “El hombre tiene la obligación de ser totalmente potente, poderoso, autónomo e inconmovible con el fin de no mostrar ninguna señal de debilidad femenina. Frases como “los hombres no lloran”, “aguántate como los machos”, demuestran el deber de la resistencia y el aguante aún en contra de sus propias fuerzas, manteniendo una actitud totalmente firme que puede llegar hasta la intransigencia”. (FONSECA HERNÁNDEZ, 2004: 5). Ir al frente, defender, defender atacando, mostrar hombría, mostrar mucha más hombría, subir la apuesta. El límite no existe sino que se configura en la competencia. El partido no es sólo un partido, es un terreno de definiciones, es un terreno de marcación, de disputa, de identificación, de enlace perfecto entre la popularidad de un deporte y una identidad de género. El fútbol reposa sobre la relación de los varones para con ellos mismos y con otros varones. El fútbol, en tanto dispositivo de subjetivación, contribuye a la configuración de las masculinidades. Al respecto, Julio César González Pagés (integrante de la Red Iberoamericana de Masculinidades) expresa: “estamos condicionados socialmente, en tanto portadores del modelo de masculinidad hegemónica, a comportarnos según normas rígidas preestablecidas. Estas cercenan una parte de nuestro yo individual, porque nos vemos obligados a cumplirlas al pie de la letra, muchas veces sin quererlo. El deporte no escapa a tales influencias. Como agente socializador de los hombres, requiere de nosotros un importante compromiso de rudeza, valentía y agresividad todo el tiempo” (GONZÁLEZ PAGÉS, 2012:284)

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Poner el cuerpo, exhibirlo, utilizarlo con fines productivos en el aguante, pelear, batallar, ganar terreno, avanzar, conquistar, penetrar, hacer cuerpo con el canto y la agresión; ese es el fin de las barras bravas como masa amenazante que enraíza las prerrogativas de la masculinidad hegemónica. Tales comportamientos han sido necesarios para establecer marcos reguladores de las relaciones sociales, -de los deseos, expectativas, prohibiciones, etc- . Así, para dar cuenta de un análisis de la construcción social de las identidades de género y, más precisamente, de los principales caracteres de encarnación de la masculinidad, Raewyn Connel observa que el poder se ejerce dentro de un modelo único de masculinidad, y que “…la encarnación del género es desde un principio, una encarnación social. La materialidad del cuerpo masculino tiene importancia no como modelo de las masculinidades sociales, sino como referente para la configuración de prácticas sociales que han sido definidas como masculinidad". (CONNEL, 1998:81).

“Porque somos tatengues, porque tenemos aguante porque vamos al frente no llevamo´ lo fierros traigan más policías, traigan más patrulleros preparate vos negro cuando nos encontremo´, vas a salir corriendoooo”. Extracto de una canción de Unión de Santa Fe.

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De esta forma, entendemos que lo que cobra relevancia en la relación entre las barras bravas y el fútbol es la condición necesaria y normativa que se les exige a los varones, de tener un cuerpo y un espíritu capaz de ejercer el poder sobre otrx, a los que se concibe como enemigos reales o potenciales. En este sentido, la masculinidad hegemónica se constituye en un proceso de negociación constante, en el que se definen los órdenes jerárquicos y de subordinación. La operación de discriminación dentro de los colectivos identificados como barras bravas implica la disputa por hacer prevalecer la virilidad de cada colectivo masculino en relación al otro. Y este ejercicio del poder viril no sólo se efectúa hacia fuera -o sea, hacia la parcialidad rival-, sino que también hacia adentro del propio grupo, en las disputas internas que tiene cada barra brava. Así, el ritual se repite semana a semana dentro o fuera de la cancha: estar descontrolado, dar la cara, ir al frente, golpear, exhibir el dominio, revalidarlo y así sucesivamente en una secuencia rítmica que ensalsa el ritual del fútbol en cualquier cancha, sea un partido de una liga local o en uno de primera división; eso sí, los intereses aumentan a medida que crecen los recursos económicos de los clubes: “La continuidad de los repertorios que garantizan la identidad de un equipo aparece depositada en los hinchas, los únicos fieles “a los colores”, frente a jugadores “traidores”, a dirigentes guiados por el interés económico personal, a empresarios televisivos ocupados en maximizar la ganancia, a periodistas corruptos involucrados en negocios de transferencias. Las hinchadas desarrollan, en consecuencia, una autopercepción desmesurada, que agiganta sus obligaciones militantes: la asistencia al estadio no es únicamente el cumplimiento de un 85

rito semanal, sino un doble juego, pragmático y simbólico. Por un lado, por la persistencia del mandato mítico: la asistencia al estadio implica una participación mágica que incide en el resultado. Por el otro: la continuidad de una identidad depende, exclusivamente, de ese incesante concurrir al templo donde se renueva el contrato simbólico. Como señalamos, esas obligaciones se extienden hacia una práctica real: la defensa del territorio propio frente a la invasión de la hinchada ajena” (ALABARCES, 2000:217). En este orden, lo que Alabarces llama “militancia” o “persistencia en el mandato mítico”, tiene que ver, en nuestra perspectiva, con el cumplimiento “militante” de la norma de género en los términos de la masculinidad hegemónica. Así, el fútbol se encarna en los cuerpos de los varones y actúa en tanto dispositivo de subjetivación, estableciendo las condiciones mediante las cuales se debe abordar el ritual, exponiendo y exigiendo una virilidad extrema que no demora en convertirse en violencia. Esa violencia no solamente se esgrime en la cancha contra un otrx que es súbitamente generizado (como una mujer o un homosexual, generalmente), sino que también se traduce contra sí mismos en la tarea incansable por revalidar la identidad. Al respecto, Michael Kaufman realiza algunas conceptualizaciones en referencia a la tríada de violencia dentro de la que se enmarcan ese tipo de actos: “la violencia de los hombres contra las mujeres no ocurre en aislamiento, sino que está vinculada a la violencia de los hombres contra otros hombres y a la interiorización de la violencia; es decir, la violencia de un hombre contra sí mismo (…) la violencia o la amenaza de violencia entre hombres es un mecanismo utilizado desde la niñez para establecer un orden jerárquico (..) la consecuencia no es solamente que niños y hombres aprendan a utilizar selectivamente la violencia, sino también, a transformar una 86

gama de emociones en ira, la cual ocasionalmente se torna en violencia dirigida hacia sí mismos, como ocurre, por ejemplo, con el abuso de sustancias y las conductas autodestructivas”. (KAUFMAN, 1999:2). Tal parece que estamos en presencia de una semiótica que opera en la relación fútbolvarones-masculinidades y teje un entramado de sentidos vinculados a profundizar un modo único de habitar la masculinidad. Entendemos que detrás de esos ritos que nuclean a las barras en una relación institucional con sus respectivos equipos, existe un colectivo de varones que aprendió, en sucesivas etapas de la vida, a vivir su masculinidad de una manera agresiva y violenta. Por lo cual, hablar de barras bravas sin hacer un análisis histórico con perspectiva de género, reduce la interpretación del fenómeno a una manifestación desmesurada de la violencia. Así, se perpetúan los paliativos pero no se va al fondo (y tal vez el terreno de mayor complejidad) que tiene que ver con despatriarcalizar el fútbol; proceso que seguramente va de la mano con el de despatriarcalizar el Estado y las instituciones públicas que lo componen, los medios de comunicación, los partidos políticos y la sociedad en general. Dada las circunstancias y en vistas de concluir este apartado, consideramos que estos ritos que reactivan las prácticas mítico/discursivas de la masculinidad hegemónica, nos obligan a re-pensar, re-descubrir y re-configurar los modos en los cuales leemos y analizamos la relación entre las masculinidades y el fútbol, ya que, como lo sostenemos desde el comienzo de este trabajo, consideramos que la socialización de los varones en este deporte, ofrece algunas líneas de fuga que nos podrían conducir a descubrir (o al

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menos a visibilizar) no sólo otras maneras de habitar la masculinidad, sino diferentes formas de considerar al deporte como un dispositivo de socialización amable.

CAPÍTULO 4

DE CAÑO POR LA PATRIA La relación entre las masculinidades y lo patriótico

“Para colmo, es fútbol: un deporte masculino, y la patria es cosa de hombres, por una simple cuestión de poder (y abuso)” Pablo Alabarces

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Pies sucios en la tierra. Potrero, campito, cancha. Dos buzos hechos bollitos delimitando el arco. El otro se arma con zapatillas. Pibes. Rubios, morochos, colorados, altos, bajos, medianos, gordos, tísicos, jorobados, unicejas, firuleteros, pibes. Todos corren detrás de la pelota que se viste de núcleo hipnotizante. Babas. Mocos. Ilusión. Colores. Equipos. Territorio. Juego. Un dedo gordo sobresale en la punta de la zapatilla. Uno tira un caño. Otro tiene hambre de gol. Competencia. Sueños. Poder. Poder de poder, poder de ejercer. Sueños. Transpirar la camiseta. Poner huevos. Dejar todo. Ganar, defender, convertirse en leyenda, aprenderlo, escribir la historia como Dios manda: varones y fútbol. Varones héroes. Varones héroes del fútbol. El sueño de jugar el mundial, el sueño de salir campeón. Varones héroes del fútbol, vencedores de la Patria.

“Creo que en el fútbol me pasa que me compenetro, entro en eso de la pasión que me parece muy rico, que eso creo que en el partido de fútbol, o bueno, cuando yo iba a ver un partido de fútbol más que nada cuando era grande que ya tenía un poco más de noción, es impresionante la adrenalina que se agarra en el momento: estar viendo a tu equipo ahí pelear…y está muy bueno eso, creo que ese sentimiento es muy único, muy genuino de la cancha y entiendo que la gente quiera ir a ver a su equipo, y que quiera ver ganar a su equipo…pero no por eso apruebo la violencia o el machismo que se agrega…porque no hay necesidad de agregarlo, me parece que es un condimento extra que no necesita…” expresa Maradó.

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Patria viene del latín, de la forma femenina del adjetivo patrius-a-um, relativo al padre o a los patres, que son los antepasados. La voz se deriva de pater, patris o sea padre, antepasado. Y el padre, en nuestra cultura, es el varón. Sin embargo, ese padre no es cualquier varón, sino que es un varón que, ante todo debe poder engendrar, o sea ser heterosexual y debe reafirmar constantemente su virilidad en los diversos espacios en donde se relacione. Así, el fútbol abre sus brazos hacia los varones, ofreciéndoles las condiciones justas para que esa virilidad sea aprendida, expuesta, sometida y revalidada tanto dentro como fuera de la cancha. “Equipo de fútbol y amor a la Patria es uno de los factores identitarios que más hombres poseen, es aquello de “yo seré de mi equipo hasta que me muera, gane o pierda”; dicen de los hombres de verdad que cambian de coche, cambian de casa, cambian de tinte de cabello, engendran herederos, protegen por sumisión, son proovedores y prestigiosos”. (LEAL GONZÁLEZ, 2006:156). En una entrevista realizada a Diego Latorre –exfutbolista-, durante mayo de 2014, el actual comentarista de Fútbol Para Todos explicaba: “al futbolista se lo pone como un modelo social a seguir. Como un futbolista casi desprendido de las emociones y de los pensamientos. Un hombre capaz de soportar todo sin exabruptos (…) Estamos llevando al deporte a un lugar en el que los hombres son autómatas, desde los que lo practican a los que lo miran. Se vive en un estado de constante crispación”8.

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La entrevista completa está disponible en: http://www.clarin.com/deportes/futbol-argentino-bancaboludo_0_1136886605.html.

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Tal como lo hemos venido sosteniendo, el futbol en su relación con las masculinidades, da lugar a diferentes semiosis. Entre ellas, no podemos dejar de advertir los sentidos ligados al patriotismo, lo heroico, y la exaltación de las condiciones y virtudes guerreras que en el imaginario del” hincha” deben exponer los jugadores. El futbol es el lugar para liberar la locura, la discriminación, la homofobia, la xenofobia, tal como lo manifiesta Larry…

“El fútbol contiene la discriminación fundamentalmente. Desde un partido profesional hasta un partido en el barrio, en este ámbito yo puedo ser lo cavernícola que quiera, incluso en la escuela misma, vos puteabas en el salón de clases y te decían: “¿qué te pensás que estás en una cancha de fútbol?” jajaja Como que en la cancha sí, porque es el lugar para liberar la locura, la discriminación, la homofobia, la xenofobia y las cuestiones bélicas pero ahora no, ahora estamos en la sociedad y hay que mantener el orden”. Cuenta Larry Saldaña.

En estas condiciones, el escenario futbolístico es un espacio de disputa como lo es cualquier deporte competitivo, sin embargo, y tal vez en virtud del lugar de privilegio que ocupa el fútbol en el contexto del resto de los deportes practicados casi exclusivamente por varones, el encuentro con el otro es toda una manifestación de la potencia viril : en el campo de juego se dirime la verdadera masculinidad, se juega el juego de la inclusión o la

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exclusión del campo de la norma heterosexual; de ahí que la contienda tenga otro valor subjetivo. “El conflicto es consustancial al fútbol, señala Carrión Mena, porque encarna una disputa que lleva a la victoria frente a un contendiente. Inicialmente el fútbol fue considerado como un mecanismo para batir y aniquilar al enemigo; ese era el sentido de la victoria”, que reaparece una y otra vez en cada contienda con nuevos matices, nuevos modos de expresar la ficción de “una” masculinidad, aquella que tiene que ser representada. (CARRIÓN MENA, 2010:1). En las adyacencias del estadio algunos ensayan el grito de guerra: “los vamos a coger, los vamos a matar, hay que dejar la vida en el tablón”, mientras otros optan por pintarse la cara y preparar las bombas, banderas y bengalas con las que ingresan al estadio. “La guerra alegre se ha iniciado, con el estadio habitado por banderas guerreras, fuego de bengalas, cánticos e himnos amenazadores y carapintadas que califican que se está jugando más que un enfrentamiento de once contra once, que se está jugando el enfrentamiento del pueblo, la barriada, la ciudad o la nación. Se trata de someter, de vencer, de ganar “sea como sea”. Si llega el orgasmo (la petit mort) del gol, los hombres se abrazan, se besan, ya sea en el campo o en la grada”. (LEAL GONZÁLEZ, 2006:162). Metáfora del otrora circo romano, la cancha es un simulacro del enfrentamiento entre dos ejércitos: 22 soldados, unos de un lado, otros de otro, ex-ponen su condición subjetiva. Guerreros obligados a sostener el dogma de la fidelidad a los colores de una patria “interna”, la patria futbolera, la patria masculina.

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“Cuando era chico había chicos que no le gustaban que le tiren caños o los pasen con lujos y cuando lo pasabas te tiraban una patada de atrás, o un puñete y se empezaban a cagar a piñas (…) Yo casi siempre intentaba separar. Lo que pasa es que generalmente terminábamos todos a las piñas, unos con otros, porque empezaba uno y después se metía el otro y así hasta que terminaban todos, como una guerra entre los dos equipos, era un partido y terminaba siendo como una guerra”. Explica Pichi

Leal González explica ese fervor latente que se vive: “en cada combate aparecen once hombres que representan a la ciudad, a la nación, a amores y odios heredados transfamiliarmente y transocialmente. Jaleados por los espectadores, en espectáculo de fusión y fisión ritual, se encuentran con miles de espectadores vistiendo sus mismos colores, exigiéndoles que restablezcan y permanezcan en el orgullo de ser los mejores”. (LEAL GONZÁLEZ, 2006:159).

“Si, porque por ahí a uno como hincha le gustaría que los jugadores entren a la cancha y no sé..—sonríe –se estén muriendo y corran y griten y que la impotencia los venza jajajaja. Yo quiero que corran y que no sé, alguno se desgarre jaja”. Agrega Larry. Las consignas son claras: hay que poner huevos, transpirar la camiseta, en nombre del honor, de la nobleza masculina y futbolera, del territorio. En la A, en el Nacional B, en el Federal A, en la Liga Amateur de los fines de semana, en la escuelita de fútbol del barrio; 93

en Buenos Aires, Jujuy o en Gálvez se construye la figura de un otro como amenaza, enemigo que permanece latente hasta que se convierte en el motor que enciende la vitalidad del patriarcado. “Cantemos todos que la boca está de luto, porque son todos negros putos de Bolivia y Paraguay”, alardea su potencia guerrera la hinchada de River Plate, y por un momento el árbitro suspende el partido. Suspensión que no es otra cosa más que la puesta en acto de la condición masculina. La suspensión se transforma en un acto de enunciación magistral del árbitro, que necesita mostrar cuál es la verdadera condición masculina. Sanción aparente de un acto discriminatorio, la suspensión alude a otra cosa, actúa como un signo indicial respecto de su objeto con el cual tiene una relación necesaria: la de aludir a una condición subjetiva que todos y cada uno de los espectadores interpretan con claridad, la condición de pertenecer al campo masculino y heterosexual. Tal como lo dice Kimmel: “dentro de la cultura dominante, la masculinidad define a los blancos, de clase media, adultos jóvenes heterosexuales, es el modelo que establece los standards para otros hombres, en base al cual se miden otros varones y, al que, más comúnmente de lo que se cree, ellos aspiran”. (KIMMEL, 1997:50). De este modo la semiótica futbolera va enlazando cada uno sus interpretantes, expresiones modernas de viejos arquetipos, decodificados con facilidad por la masa ardiente de espectadores. En este marco se inscribe la bandera, como símbolo de la pertenencia a una clase. Enlaza por un lado la pertenencia a un club con el territorio de la patria y por otro, une ambos al gran territorio de la condición masculina heterosexual hegemónica. Así la bandera se convierte en un objeto utilizado para exacerbar el tamaño 94

del falo de una hinchada9, al mismo tiempo que sirve para exponer la debilidad del otro equipo, que en la contienda ha debido resignar parte de su identidad, - en este caso ligada a la patria- y, por lo tanto, parte de su condición como colectivo varonil.

Los mundiales tienen algo particular. Allí aflora lo patriótico en serio. La hermandad de los pueblos y de las banderas confluye. Los cantos confluyen. Los cuerpos confluyen. Las intenciones confluyen10. Las religiones confluyen. Los géneros confluyen. Los partidos políticos confluyen. Los objetivos confluyen: enaltecer la patria alentando y sosteniendo a los guerreros que dejarán la vida dentro de la cancha. A propósito, Rodolfo Braceli señala: “El fútbol es una patria, y mucho más. En cuanto patria es un fervor más sostenidamente intenso que la patria misma, la explicitada por mapa, bandera e himno. Todas las religiones, reunidas, encontradas en armonía, funcionando en sinfonía ecuménica, no convocan tanta intensidad y desvelo como el fútbol, y más a propósito de los mundiales (BRACELI, 2001:4). Si el gol es un grito sagrado, el himno se enaltece como el canto colosal que reafirma el orgullo de pertenecer a la patria. “Es impresionante como en el fútbol nucleamos un montón de cosas que de otra manera sería muy difícil de que salgan. Ir a una cancha 90 minutos a la semana y poder gritar todas las locuras y atrocidades que se te canten, y cantar, saltar y empieza un mundial y 9

Es muy conocida en la jerga del fútbol aquella idea que constituyen a las barras bravas de que mientras más banderas de equipos ajenos sean “arrebatadas” o “robadas”, más prestigio fálico obtiene la barra que ejecuta el robo. 10 Recordada es la anécdota del Mundial de México 1986, en donde barras bravas de muchos equipos argentinos se unieron para librar una batalla contra los Hoolingans ingleses.

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poder sentir que ganándole un partido a un equipo estás recuperando a miles de muertos en una guerra o que ganarle a los alemanes es como ganarle a un ejército poderoso incluso económicamente. Es como que el fútbol nos permite enfrentarnos en contra de los rivales, incluso en contra de la subjetividad que construimos del rival; es decir, enfrentarnos al que nos robó las Malvinas, a Hitler, al país que nos vendió con las Malvinas por los chilenos, o a los bolivianos de mierda que hay que ganarles porque son unos negros pobres que históricamente ha sido un pueblo vulnerable entonces no nos pueden ganar. ¿Entendés? Tiene eso… Y por ahí los jugadores de Bolivia son millonarios que juegan en Europa, y no tiene mucho que ver con la historia de su pueblo. Entonces el fútbol es un ámbito que nos permite liberar esas cosas que, con el fin de mantener el orden social, de alguna forma guardamos”. Expresa Larry.

El fútbol es capaz de hacerlo posible; y tal vez los dos goles de Maradona a Inglaterra en el mundial de México 86` sean un fiel reflejo de aquellos signos que denotan que el partido es un espacio en el que se disputa poder, viejos y actuales conflictos de territorios, guerras mantenidas en el pasado, en fin, confrontaciones en las que la patria puso en juego su honor. Lo que está en juego no es sólo un partido, sino la potencia fálica de una nación, el linaje de la patria; o mejor dicho, su linaje heterosexual. Las consignas conocidas, el “amor por los colores”, el “jugar por el honor”, el “dejar la vida por la nación”. El fútbol ofrece a la cultura patriarcal los valores que un varón debe tener y de los cuales todxs se deben enorgullecer. Son varones que lo hacen todo por la patria.

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Se trata, fundamentalmente, de premiar la virilidad: “y no te faltará la herencia, hombre, que recogerás en vida, de los éxitos y fracasos de tu equipo; el equipo de fútbol y el amor a la patria se parecen en que muchas veces se confunden, y brazos de un mismo cuerpo se masturban a la vez”. (LEAL GONZÁLEZ, 2006:156). El himno se canta bien fuerte11, cada pelota se tiene que correr como si fuera la última, cada partido debe jugarse como la final del mundo y, de ser necesario, los jugadores deben ir a trabar con la cabeza. De esta forma, los varones en tanto colectivo genérico se constituyen como tales dentro del fútbol, escenario donde son sometidos a diferentes pruebas de su amor por la patria. Evaluaciones que los llevarán a ser galardonarlos como héroes o a ser denostados por su derrota, aunque siempre y a pesar de la misma, permanezcan amparados por las expectativas ligadas a la condición de ser varones. La consigna es que los perdedores, aunque perdedores, deben darlo todo, aún arriesgando su integridad física, psíquica, emocional, espiritual, etc. Cabral murió en la batalla, dando todo por la patria. “El fútbol genera un “efecto patria”: la idea de que los nuestros son los mejores, de que todos somos iguales y queremos lo mismo. Para eso está hecho el patriotismo; y el fútbol lo expresa en este momento más que cualquier otra actividad”, sostiene enfáticamente Martin Caparrós12.

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En nuestro país es frecuente el cuestionamiento hacia Lionel Messi, dado que en los partidos que juega la Selección Argentina no canta el himno de la manera que el mundo futbolero lo exige. 12

Entrevista realizada a Martín Caparrós por la Revista Nuestra Cultura, publicada en julio de 2010. Disponible en http://v2012.cultura.gob.ar/archivos/noticias_docs/nuestra_cultura5.pdf.

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Cada jugador lleva en sí la condición (o la posibilidad) de heroicidad de los antiguos patriotas, de los héroes de la historia nacional, de los próceres de la política: “Estamos hablando de héroes. Héroes investidos y uniformados que se juegan y juegan el honor del barrio, del pueblo, de la ciudad, de la nación. Héroes a los que se propone que mueran en la batalla al modo romano, “Los que van a morir te saludan”, cuando se inicia el encuentro y saludan al público. Se intercambian banderines, se miran los escudos, y se afilan las botas” (LEAL GONZÁLEZ, 2006: 159). No faltan quienes comparan a Martín Palermo con San Martín o erigen a Maradona como el ídolo que por un momento, con un gol a Inglaterra con la mano, estuvo a punto de recuperar las Malvinas. Algo similar sucedió en el mundial de Brasil 2014, en donde se comparó mucho a Mascherano con el “Che” Guevara. En la defensa del honor propio y de la patria, el que no muestra aptitudes adecuadas es condenado al destierro, es excomulgado del fútbol y por ende considerado un vendepatria. Un vende patria es aquel que entrega diversos recursos (en este caso el honor futbolístico) a otros a cambio de dinero o de alguna otra prebenda que lo beneficie. De esta forma, es condición sine qua non en el fútbol identificarse con la patria, defenderla, aspirar al éxito que permita la consagración de los héroes, tal es lo que se espera y se inculca a los varones dada su condición de género. En el mismo orden fallar a la patria es fallarle también de alguna manera al padre, que encabezando el linaje renueva permanentemente la vitalidad del patriarcado. En este sentido, y a modo de conclusión de este capítulo, entendemos que el fútbol se interrelaciona con lo patriótico como un modo de recuperación de la relación que se teje 98

entre padre-hijo. Así, el pentágono fálico padre-hijo-varón-fútbol-patria, se retroalimenta e interrelaciona bajo parámetros heteronormativos claros, que tienen como objetivo reforzar los sentidos machistas que circulan alrededor del fútbol, pero además , garantizar la hegemonía de una masculinidad determinada y competir en el campo de batalla por hacer prevalecer un modo de ser, un modo de habitar el género. Ante todo, advertimos que lo que se intentaría proteger y exigir es la heterosexualidad, como un mandato del patriarcado sostenido por el honor de la patria y la virilidad del fútbol. En este aspecto, ser homosexual o ser potencialmente clasificable como tal, ya no sería fallarle al género, a la familia, y a la religión, sino también a los colores, a la bandera, al padre, a la patria.

CAPÍTULO 5

GOL DE OTRO PARTIDO La identidad y una crisis de toda la cancha.

El ser varón significa fútbol. Fútbol significa ser varón. Varón es botines. Varón es canilleras. Varón es camiseta, sangre, sudor, pelea, pito. Varón varón, ¿varón? Varón es marica, varón es femenina, varón es patear para el otro lado, varón es no patear. ¿Varón? Varón es homosexual, varón es lesbiano, varón es lesbiana, varón es cyborg, varón es torta. Varón es transexual, varón es travesti. Varón es heterogay. Varón es gay. Varón es

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todo, teta, culo, concha, pelos, taco, tanga, slip, nada, parte, todo, norma. Varón es. Varones. A lo largo de nuestro estudio, hemos intentando analizar la construcción de las masculinidades de los varones a través del fútbol, entendiéndolo como un dispositivo de subjetivación influyente en la subjetividad masculina hegemónica. Al inicio, contábamos con una multiplicidad de presupuestos o inquietudes particulares que tal vez oficiaron de motor para llevar adelante el presente trabajo. Así, la hipótesis inicial surgía afirmando que el fútbol construye las masculinidades a través de diversas estrategias discursivas, y que ese proceso de construcción se iniciaba muchas veces antes del nacimiento de las personas y tomaba lugar en diferentes espacios como la familia, los medios de comunicación, la práctica del deporte en sí, etc. En este contexto fue creciendo la idea de que las subjetividades de los varones se construyen por reproducción de la masculinidad hegemónica y por contraste o diferencia de esta. Las mencionadas aproximaciones hipotéticas en consonancia con el caudal teórico que proporciona la teoría feminista, los estudios de las masculinidades y los discursos que componen nuestro corpus de investigación han hecho posible el desarrollo de un recorrido argumentativo capaz de significar y mostrar aquello que intuíamos en un principio: los múltiples sentidos machistas y hegemónicos en los cuales se construye la masculinidad de los varones, y la relevancia que tiene el fútbol en ese proceso de producción y reproducción de tales subjetividades. Sin embargo, y en clave de finalizar nuestro trabajo, consideramos valiosa la idea de mostrar algo más que se desprende del recorrido reflexivo que hemos llevado adelante a lo largo de la presente tesina. 100

En este sentido, creemos que el cuerpo de nuestra investigación y su consecuente tejido semiótico-discursivo nos invita ya en el final de la misma a poner en crisis la categoría de identidad. Ahora bien, ¿por qué nos gustaría ocuparnos de esto al finalizar un estudio acerca de las masculinidades de los varones? Lo queer nos motiva y transforma constantemente, es por esto que emerge la necesidad de cuestionar, resignificar y transgredir los sentidos puestos en la identidad como un todo que se presenta como algo estable: “Es a partir del disciplinamiento corporal y la pretendida elusión corporativa de la norma, que lo queer elabora una estrategia teórica y política para el desmontaje de las nociones rígidas de la identidad. Y es a partir de un reconocimiento de otras posibilidades identitarias, por encima de la determinación binaria, que lo queer se sitúa en el lugar problemático de la inestabilidad”. (VEGA SURIAGA, 2011:121).

En este aspecto, las conceptualizaciones teórico-epistemológicas que propone este movimiento nos obligan a cuestionar nuestras propias afirmaciones respecto de enunciaciones frecuentes en torno a la figura de “varón heterosexual”, “varón homosexual”, “personas de identidades disidentes”, etc. Esto, bajo ningún punto de vista intenta explicar que no exista un varón heterosexual u homosexual, sino que nos conduce a pensar las categorías desde otras lógicas de análisis. “La estructura lógica del pensamiento occidental y patriarcal –explica Dante Augusto Palma- es la que performativamente ha determinado a los sujetos a los cuales refiere. El cuerpo no estaba ahí esperando ser nombrado, sino que por haber sido nombrado “apareció ahí”. (PALMA, 2014:159). Históricamente los varones han sido nombrados en el fútbol como si este formara parte de su condición subjetiva ineludiblemente heterosexual. 101

En el marco de esa producción y reproducción de sentidos constitutivos que aúnan al deporte y el patriarcado, varias cuestiones son aseguradas: por una parte, la reproducción de un género y una sexualidad privilegiada y dominante. Por otra, el deporte se afirma en su estirpe heterosexual salvaguardando el falocentrismo que propone el aparato regulatorio de género. En este aspecto, consideramos que esta acción es posible gracias al carácter normativo de los marcos que contiene el fútbol, y que operan como dispositivos machistas de organización y constitución de las subjetividades. Así es como Judith Butler se explaya en las significaciones del verbo inglés “to frame” en relación a su funcionamiento como adjetivo “framed” para explicar el accionar de los marcos que se ofrecen como guías de la interpretación en diversos contextos: “una manera determinada de organizar y presentar una acción conduce a una conclusión interpretativa sobre el acto como tal”. (BUTLER, 2010:23).

En el caso de nuestro objeto de estudio, el marco futbolero inaugura una lógica que les permite a las personas que habitan este deporte, interpretar cómo es ese juego, cómo jugarlo, qué hacer, etc. bajo un encuadre determinado. Asimismo, establece las líneas de interpretación para aquellas personas que no practican fútbol o no participan de él. En este contexto, la heterosexualidad pareciera ser incuestionable: “los marcos que operan para diferenciar las vidas que podemos aprehender de las que no podemos aprehender, no sólo organizan una experiencia visual, sino que, también generan ontologías específicas del sujeto”. (BUTLER, 2010:17). De esta forma, nos preguntarnos ¿qué le pasa a un futbolista cuando lo apoyan desde atrás en una jugada de pelota detenida? ¿Qué le pasa al hincha que se abraza fervientemente con un desconocido en la tribuna cuando se grita 102

un gol? ¿Qué le pasa a una persona que no sabe ni le gusta el fútbol cuando ve a dos futbolistas abrazados? ¿Qué pasa cuando en un festejo los jugadores se abrazan, se besan o arman las conocidas “montañas” en las que uno se arroja arriba de otro de una manera casi orgiástica? ¿Se podría acaso en el marco futbolero dudar de la sexualidad de un varón que se besa u abraza con otro? La respuesta pareciera ser clara. La duda ni siquiera pudiera surgir bajo los parámetros normativos heterosexuales mediante los que el fútbol y el género son regulados. Sin embargo, Butler se ocupa de mostrar la multiplicidad y el dinamismo de los marcos que, al igual que las normas de género, al mismo tiempo que encierran, ofrecen la posibilidad de subvertir y desestabilizar la hegemonía. Entonces ¿Cuál es la semiótica que producen esos comportamientos considerados “no tan masculinos” dentro del fútbol? ¿Qué significan?

Bajo estas consideraciones, resulta oportuno recuperar las conceptualizaciones de David Córdoba García en relación a la constitución de las identidades: “Si el espacio discursivo en el que toda identidad emerge no la determina de antemano, si la afirmación de toda identidad está marcada por la posibilidad de su resignificación en el espacio abierto por su iterabilidad, cada una de las determinaciones de su significado o contenido será posible al precio de la represión o exclusión de las otras posibles alternativas. Su posibilidad depende, entonces, de la constitución de ese espacio exterior, de ese otro que marca sus límites y su interioridad. Pero ese exterior necesario, ese otro, es a la vez parte de su propio mecanismo de producción y reproducción, con lo cual será parte de sí misma, a la vez que supondrá una constante amenaza a su estabilidad. Esta necesidad de referencia a un exterior marca el carácter incompleto (por tanto, fracasado) de cualquier identidad, 103

pero a la vez muestra el carácter normativo y los efectos de exclusión que toda constitución de sujeto genera”. (CÓRDOBA GARCÍA, 2003:93). De esta manera, podríamos hacer hincapié en el dinamismo de las identidades, en su constante movimiento, desestabilización, resignificación y constitución. Esto nos conduce a pensar en la ausencia de un sujeto único heterosexual, homosexual, travesti, lesbiano, etc. sino en que tales identidades se van desplegando en distintos planos de cada momento y/ situación, asumiendo diferentes caracteres y posicionamientos en el marco de las relaciones sociales.

En capítulos anteriores nos ocupábamos especialmente de aquellos condicionamientos bajo los cuales se construye la heterosexualidad de los varones, haciendo especial hincapié en el terror homofóbico (Sedgwick) como uno de los pilares normativos básicos y constitutivos de la subjetividad de los varones. Asimismo, observamos la presencia de la homosexualidad en la heterosexualidad, esa forma en la cual se contienen una a otra, en la cual la segunda habitualmente domina a la primera, pero siempre permanece allí, haciendo y deshaciendo a ese supuesto “uno” multiforme. “La teoría queer –explica Córdoba García- nos sitúa en una posición en que la identidad es por un lado interrogada y criticada por sus efectos excluyentes (toda identidad se afirma a costa de un otro exterior que la delimita y constituye como interioridad), y por otro lado es considerada como efecto de sutura precario en un proceso que la excede y que imposibilita su cierre y su estabilidad completa (toda identidad es constantemente amenazada por el exterior que ella misma constituye y está inevitablemente abierta a procesos de rearticulación y redefinición de sus límites)”. (CÓRDOBA GARCÍA, 2003:93). 104

En este contexto, el exterior pareciera operar constantemente, estableciendo límites y amenazas desestabilizadoras de la identidad aparentemente definida. Y allí aparece la norma, en el centro y en los espacios más recónditos del ser para marcar una definición respecto de los términos bajo los cuales se acepta y se reconoce una vida y un sujeto como tal. El marco normativo no sólo se muestra en el campo hegemónico y heterosexual, sino que además se presenta en el plano contrahegemónico y resistente. Palma lo marca claramente: “lo interesante es que esto supone la aceptación de que toda disputa acerca de la identidad se hace sobre la base de cierta normatividad histórica constitutiva de lo cual se sigue, aunque parezca una obviedad, que la deconstrucción se hace siempre sobre lo deconstruído”. (PALMA, 2014:162). De acuerdo con esto, y en relación con nuestro objeto de estudio, podemos identificar algunas disyuntivas que aparecen en las vidas de las personas y que también constituyen las identidades, por más disidentes que se expresen. Es el caso del homosexual que no sabe si manifestarse como gay o a la vez integrar un equipo de fútbol, o participar de un espacio de socialización vinculado con este deporte, o el heterosexual que no le gusta el fútbol pero asume el protagonismo y se asocia al comentario futbolero para que su sexualidad no sea puesta en cuestión. Un ejemplo paradigmático de esto es la creación en 1992 de la IGLFA (Asociación Internacional de Fútbol de Gays y Lesbianas) con la intención de promover el respeto por parte del mundo no gay a través del fútbol, tal como lo expresa en su web oficial13. En otros ámbitos sucede algo similar: los boliches autodenominados como “gays”, redes sociales “sólo para mujeres lesbianas”, bares “hetero” que organizan “fiestas gays”, etc.

13

http://www.iglfa.org

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La pregunta que nos surge a continuación, tiene que ver con ¿qué es la disidencia sino un derivado de la norma?

Bajo estas consideraciones, entendemos que no se podría pensar una sin la otra. En este sentido, la propuesta de la teoría queer es pensar más allá de la identidad, como una forma de trascender el histórico binarismo patriarcal y occidental. En esta clave, Palma retoma los postulados de la filosofía de Deleuze y Guattari, específicamente sus conceptualizaciones en torno a la territorialización, reterritorialización y desterritorialización en relación con la identidad, la política y el derecho. El autor recupera el concepto de “líneas de fuga”, para introducirse en las recientes formulaciones de la teoría queer: “Este tipo de líneas no territorializan como las líneas molares ni desterritorializan para luego reterritorializar como lo hacen las líneas moleculares. En todo caso, se trataría de la desterritorialización absoluta, la pérdida de referencia total, el puro devenir. Es esta última línea la que va a describir mejor las intenciones del postfeminismo y de los queer, dado que sólo a partir de ésta se puede entender la identidad como una desidentificación siempre fluctuante. La línea de fuga, entonces, en tanto desterritorialización absoluta, rompe el molde de la identidad y se dirige directamente al corazón de la metafísica occidental moderna”. (PALMA, 2014: 129).

A pesar de las incógnitas que puedan desprenderse de la intención de manifestar una política des-agenciada (ya que hoy sólo se vislumbra como una opción teórica fundamentalmente), este trabajo nos ha mostrado el carácter fútil y efímero de la identidad, cuando esta es asumida como identificación; es decir, nos dimos cuenta que

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somos lx unx y lxs otrxs, por lo cual, la idea de que la identidad aparece como completa, invariable, definida, y homogénea se pulveriza a medida que el espacio de la incógnita cotidiana y moderna aparece para desafiar las conceptualizaciones que la presentan como “uno” estable. “La propuesta de Butler pasa por una acción que se tome repetición paródica –dice Palma-: realizar una performance, actuar el género, reapropiarse de los significantes para resignificarlos. Esto sólo puede ser posible una vez que Butler hace suya la noción derridiana de iterabilidad, esto es: las repeticiones nunca son repeticiones de lo mismo puesto que cada intento de actuar lo mismo aporta una diferencia que hace que todo acto sea irrepetible”. (PALMA, 2014:164). La consigna queer de subvertir y performar la abyección de la norma nos coloca en el campo de la inseguridad, la arena movediza de las actuaciones fluctuantes y dinámicas. En este aspecto, entendemos que los sujetos somos y nos constituímos en la parte y el todo, metamorfoseando en el devenir de la vida. Cada varón contiene lo gay, lo lésbico, lo transexual, lo heterosexual, etc. y cada partícula es necesaria en el movimiento; por lo cual, la posibilidad de pensar más allá de la identidad se presenta como una especie de puente amoroso que, aunque cargado de interrogantes y cuestionamientos respecto de su aplicación práctica, pulveriza los esencialismos y binarismos jerarquizantes : “El ser partículas vinculadas introduce en un juego de vértigo constante en que se puede (y se debe) devenir mujer, devenir niño, devenir animal, etc. Se instituye así una nueva subjetividad nómade vinculada con el constante devenir. Ahora bien, desde el punto de vista de este trabajo, se considera que la coherencia en la teoría deleuzo-guattariana implicaría que este lujo de devenires pudieran derivar en cualquier tipo de formación sin

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ningún orden, jerarquía o prioridad. En otras palabras, no debiera haber un orden lexicográfico, ni lógico formal, ni práctico por el cual alguna identidad, algún devenir, debiera tener prioridad sobre otro. (PALMA, 2014:134).

EPÍLOGO Yo nací en lógica techo a dos aguas, pito, pelota y rojiblanco occidiente de leche y esas cosas que aún se esperan de mí. El mapa ecográfico Se mece sobre lo que ve 108

El tipo del guardapolvo Que también es tipo Y dice que sabe Porque es tipo, Prepara a mamá y papá Para el babero y el enterito azul Que no me gusta Pero igual va Por la misa correcta De hacerme pibe, Me la creo como el pastorcito Que habla en portugués A la noche, En la tele “Usted cree que no puede caminar? Venga a tocar el manto de la resurrección”. 109

El radar hetero regula Mis velocidades de captura, Nunca fui bueno para el encare, Y eso era un problema De virgo. Pero en verdad ya dudo de eso Y de los desarrolladores de ideas Y géneros y de los protectores y los privilegios, dudo que sea tan hetero y tan homo y tan de acuario pero es sólo duda, creo más bien soy un lesbiano transamericanizado virgo, 110

narigoncito cyborg, puto, travesti que en el jugar prefiere en vez del manto la posibilidad de cambiar en el devenir o devenir en el cambio.

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