VARIACIONES ALTOIMPERIALES EN EL RITUAL FUNERARIO ROMANO

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VARIACIONES ALTOIMPERIALES EN EL RITUAL FUNERARIO ROMANO

Capítulo 2.D (págs. 105 a 112) de

HIC SITI SUNT AMPURIAS FUNERARIA RITUALES Y CAMBIOS SOCIALES DESDE EL SIGLO VIII a.C. HASTA LA ANTIGÜEDAD TARDÍA Alfonso López Borgoñoz

ISBN-978-84-937688-3-6 C/ 300, 83 1o 1a - 08860 Castelldefels [email protected] 1a Edición: Alfonso Lopez Borgonoz, 2010 2a Edición (ampliada): Ajuntament Castelldefels, 2013

ÍNDICE

VARIACIONES ALTOIMPERIALES EN EL RITUAL FUNERARIO ROMANO …105 i. DE LA INCINERACIÓN A LA INHUMACIÓN ii. ESTRUCTURA RELIGIOSA, SOCIAL Y POLÍTICA DEL ALTO IMPERIO iii. ROMA, PARS OCCIDENTALIS: UNA SOCIEDAD EN CAMBIO iv. QUIEBRA DEL RITUAL FUNERARIO

Hic Siti Sunt. Ampurias Funeraria

(D) LAS VARIACIONES ALTOIMPERIALES EN EL RITUAL FUNERARIO ROMANO (ss. I—III)

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Una serie de modificaciones significativas en el ritual funerario del mundo romano occidental tuvieron lugar, 197 sobre todo, a partir del siglo II, aunque en época de Augusto algunas eran ya perceptibles . Dichas variaciones se originaron, seguramente, en las mismas causas profundas que afectaban a toda la Roma de su tiempo y que produjeron mutaciones importantes en diferentes ámbitos de su economía, sociedad y cultura, a partir de los cambios sufridos en su propia estructura, como consecuencia de la política de expansión tardorrepublicana. La más tratada y conocida de esta serie de variaciones en aspectos del ritual, es, sin duda, el cambio de la incineración por la inhumación durante al alto Imperio. Pero ese cambio fue uno sólo entre otros muchos (aunque sin duda fue el más llamativo), por lo que estudiarlo de forma aislada es un error. No sólo se dejaron de quemar a los muertos, sino que se perdieron toda una serie de costumbres y prácticas rituales y otras nuevas fueron ganando fuerza con el tiempo. 2.D.i. DE LA INCINERACIÓN A LA INHUMACIÓN La inhumación fue usada principalmente en el ritual primitivo de Roma, según dicen Cicerón (De Leg. II, 56) y Plinio (HN, VII, 187), y la arqueología así parece demostrar. Esta práctica fue sustituida después, lentamente, 198 por la de la incineración a partir del siglo IV a.C., acabando por ser este último el ritual predominante , a partir del siglo II a.C. Al final de la República, las costumbres funerarias romanas se expandieron por el imperio, sobre todo en 199 occidente, en el cual se asentó un tipo de ritual funerario basado en el patrón romano , pese a preservarse algunas características previas locales en algunos territorios. En cualquier caso, ya desde el siglo II y I a.C. se podían observar ciertas tendencias proclives a la modificación del ritual, y así para Bayet (1969: 70): “à partir d’une croyance fondamental —‘le mort vit’—, les conceptions d’outre-tombe se modifiaient avec les moeurs et l’évolution anthropomorphique de la religion”. Estas modificaciones antropomórficas, debidas a la influencia del helenismo, afectaron a toda la religión romana. Contra la misma se alzaron las voces de los “anticuarios” augusteos, como Varron, Verrius Flaccus, etc., pero, aún ellos, no conocían ya en profundidad el correcto desarrollo y sentido de los antiguos rituales. Ejemplo de ello es también el mismo Virgilio, autor que representa: “les ignorances et les incertitudes qui, sur la fin de la République, défiguraient, chez les plus cultivés des romains, le sens des rites ancestraux les plus communs et les mieux respectés et l’interpretation de leurs effets traditionnels” (Bayet, 1971: 366). Esto varió, intensificándose a inicios-mediados del siglo II, cuando fue perdiendo la incineración adeptos frente 200 a la inhumación, hasta su casi total extinción como costumbre funeraria en el siglo IV, tras un período de siglo y medio en el que se fue notando el gradual ascenso de porcentajes de inhumaciones en las necrópolis 201 romanas occidentales . 197

Una versión más breve de este tema es posible encontrarla en López Borgoñoz, 1993. La incineración fue predominante, pero hubo inhumaciones (Toynbee, 1971: 39; Davies, 1977: 17; Prieur, 1986: 24-25 y Arce, 1988: 171), como nos indica el hecho de que la gens Cornelia siguiera esa práctica, al menos, hasta Sila (Plinio, HN, VII, 55, y Turcan, 1958: 324, Toynbee, 1971; Arce, 1988; Prieur, 1986: 25). Fevrier (VV.AA. 1987a: 30) señala casos de importantes familias romanas que se inhumaron a lo largo de los siglos I a.C. y I d.C., y se sabe también que los pobres y esclavos fueron enterrados en simples cajas o en fosas en el Esquilino, y que los niños muertos antes de la primera dentición (séptimo mes) no eran incinerados sino enterrados (Plinio, HN, Vii, 16; Prieur, 1986: 25; Bost et Alt., 1987 y Schmidt, 1973). 199 Prieur, 1986: 26 y tal como se puede ver en Ampurias (López Borgoñoz, 1998), o en los Alpes y sureste de Francia (Tarpin en VV.AA., 1987a: 47) 200 Excepción en incineraciones a mediados del siglo IV como las que indica Clarke, 1976: 52 y Reece, 1987: 175 en Britania, o Galliou (VV.AA., 1987a) en la Galia del norte y oeste, siendo razones determinantes seguramente, su alejamiento de los centros urbanos y pervivencias de ritos anteriores. Otra excepción se halla en Taglietti, 1987: 90. 201 Turcan, 1958: 324 y 326-327 (en donde se indica que en el siglo IV la incineración era sólo casi una curiosidad de anticuario); Jones, 1981: 18; Toynbee, 1971; Picard, 1985; Audin, 1960; Prieur, 1986: 26; Bost et al. 1987: 37; Reece, 1987: 135; etc. 198

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La pérdida del elemento del “fuego”, asociado al mundo funerario, fue muy importante, dada su estrecha relación con el culto a los dioses familiares (originado en un culto a los antepasados muertos de origen etrusco) y como sistema de expiación y limpieza, no sólo en los funerales, sino también rituales relacionados con la 202 misma alimentación humana . El proceso de cambio fue gradual entre los ss. I a III, de tal modo que no fue motivo de discusiones ni comentarios entre los autores que lo vivieron (lo cual creemos que es muy significativo) (Vismara, 1987). Sólo hay divergencias entre textos de distintas épocas. Así vemos que entre los textos de Tácito: “Corpus non igni abolitum, ut Romanus mos, sed regum externorum consuetudine differtum odoribus conditur” (Ann. 116, VI, 2) y de Herodiano: “γαρ σωµα του τελευτνσαντοσ πολυτελει κηδεια κατζαµτουσιν ανζροπων νοµω” (IV,2,2), hay todo un mundo de concepciones funerarias diferentes. Para Tácito, el cadáver de Popea no ardió según la costumbre romana, sino que siguió un ritual extranjero; para Herodiano, Séptimo Severo se enterró según la ley humana común. Pero el ritual funerario romano sufrió más cambios en sus partes componentes que no tan sólo el de la incineración por la inhumación. Así se puede observar como, ya en época augustea, hubo una acentuación en el culto público a los muertos, de tipo diurno, frente a los cultos nocturnos y más privados que por lo general caracterizaba al ritual republicano. También otras variaciones que se fueron produciendo fue la creación de los collegia funeraria (Garnsey et al. 1991: 188), la edificación de grandes mausolea y los procesos de divinización post-mortem del Emperador. Además, a lo largo del siglo II, se observa que lo importante no fue ya, en las lápidas, el señalar la presencia de 203 un difunto y quién era éste, sino que se nos muestra una interiorización del sentimiento hacia la muerte , reflejo de una mayor preocupación por el más allá. Es más, según Aries (1983), se dio la tendencia al anonimato en las tumbas, cada vez más, a partir de finales del 204 siglo I a.C., como se puede ver en las gräberstrassen (Roth Conges, 1990: 337) , llegando a desaparecer casi todos los datos de los enterrados entre los siglos V y XIII. Pero no serán estos los únicos cambios sintomáticos que se produzcan, en ese mismo tiempo tiene lugar también el inicio de un proceso de eliminación de la costumbre funeraria de la deposición de ajuar junto al 205 cadáver, sin importar, para seguir esta nueva costumbre, si las tumbas eran de incineración o de inhumación . Todas estas variaciones, y otras que no tratamos, nos permiten ver un importante cambio en la mentalidad funeraria romana a lo largo de los dos primeros siglos de nuestra era. 202

“Dans chaque maison, chaque jour, le repas s’interrompait pour qu’une portion des aliments fût, en offrande aux Pénates, posée sur le foyer ou jetée dans son feu. Le silence était alors prescrit jusq’à ce que fût annoncé par le chef de famille-célébrant que ‘les dieux étaient propices’. Si sacrée était la nourriture qu’une bouchée qui tombait devait être recueillie et non nettoyée, brûlée en expiation (...). Ces dieux, à la fois spécifiques et indeterminés, perdirent leur sacrète individualité sous la poussée de l’anthropomorphisme: on mit sous leur nom les statuettes de ceux du pantheon officiel qu’honorait plus particulièrment la famille. Les fouilles de Pompéi [destruída en el año 79] attestent cette incompréhension. Le nom collectif et générique restait, pour témoigner de l’antique religion” (Bayet, 1969: 63-64). 203 Leveau, 1987: 16 y Rebecchi, 1987: 86-87. Ver evolución de las fórmulas epigráficas en Hatt, 1986. 204 Sobre las gräberstrassen, escribirá además Anne Roth Conges (1990: 337) que hay “évidence d’un changement d’attitude profond dans le mode d’expression funéraire, qui concerne l’ensemble de la société de Rome et de sa périphérie —mais peu ou pas le reste de l’empire—, et transforme la Gräberstrasse aux monuments extravertis et concurrentiels de la fin de la république et des premières années de l’empire, en nécropole nivelée, dont le tombeaux uniformes, au IIè s., n’interpellent plus le passant mais réservent aux seuls intimes le luxe et le confort de leur chambre funéraire”. 205 Toynbee, 1971; Fevrier, 1984: 163; Clarke, 1976; Picard, 1985: 9; Bost et al. 1987: 36. Este cambio de costumbre no es explicable por una supuesta mayor pobreza de la baja romanidad, ya que en general hasta las tumbas más pobres altoimperiales tenían algún tipo de ajuar, mientras que no los hay ni siquiera en las tumbas bajoimperiales más adineradas, a las que si vemos, en cambio, con suntuosos sarcófagos.

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2.D.ii. LA ESTRUCTURA RELIGIOSA, SOCIAL Y POLÍTICA DEL ALTO IMPERIO Nosotros entendemos los términos “Culturas” o “Sociedades” como Sistemas Socio-Culturales politéticamente homogéneos. Se dice que un sistema (entendiendo éste como un conjunto de entidades, generalmente menores, que son interdependientes entre sí) es politético si cumple tres condiciones (Clarke, 1984: 35-70): − Que sus partes tengan un número indeterminado de los atributos (o elementos) del sistema, − Que cada atributo pertenezca a gran número de las partes componentes − Y que la ausencia o presencia de ningún atributo sea suficiente y necesaria para formar parte del conjunto. La interdependencia entre los diferentes elementos del agregado, provocará una pérdida de equilibrio entre los diversos subsistemas si se produce una situación de introducción (o pérdida) de determinados atributos (no siempre fácilmente ponderables) en uno de ellos. Ello acabará por modificar a los demás, en la búsqueda de un 206 hipotético (por inalcanzable) equilibrio, en un proceso de homeostasis . Para el cambio cultural, por tanto, no siempre se requerirá un estímulo, de cualquier tipo, que venga del exterior (Wells, 1990: 117). En todas los Sistemas Socio-Culturales, a lo largo del tiempo, fruto de la propia evolución (interacción entre subsistemas), se irán desarrollando una serie de contradicciones internas, que plantearán ciertas “necesidades” (a nivel económico, social, cultural, etc.) al conjunto de dicho sistema para su pervivencia, que habrán de ser cubiertas por los miembros de las mismas (generalmente, las de tipo económico, condicionaran a las de tipo social). Estas “necesidades” (endógenas o propiciadas por contactos externos), se suelen acabar cubriendo, lentamente y a veces de forma imperceptible, de la manera menos costosa (que requiera menos gasto de energía) para el propio Sistema Socio-Cultural, por las diversas interacciones internas que se suceden (Clarke, 1984 y Wells, 1990), las cuales tenderán a solucionar sus contradicciones ya sea mediante la copia simple de un modelo exterior, ya sea por la adaptación de dicho modelo a las características de la propia cultura o ya sea por la creación de una nueva respuesta propia específica. Lo importante, en muchos casos, no es tanto estudiar o rastrear el origen de los modelos de respuesta que se desarrollan (lo cual no deja de ser una muestra de difusionismo tardío), sino las causas internas por las que una sociedad debe copiar o inventar. 2.D.iii. ROMA, PARS OCCIDENTALIS: UNA SOCIEDAD EN CAMBIO La problemática del cambio de la incineración por la inhumación en el mundo romano a lo largo de los siglos II y III, debe entenderse, en este marco como respuesta a una serie de modificaciones estructurales que son parte de un proceso que estaba afectando a la sociedad romana desde hacía varios siglos, y que ya había ocasionado alteraciones importantes en su superestructura política, social y religiosa. Tal como indica Garnsey (et al. 1991: 193): “La supervisión de la religión del estado se hallaba en manos de las autoridades políticas (...). dado que la religión estaba encastrada en la estructura política del Estado, la transición de la oligarquía a la monarquía trajo inevitablemente cambios en el entramado de la religión oficial”. Tras Augusto (pese al esfuerzo por el mantenimiento de las formas oficiales por parte de sus sucesores hasta Caracalla), fue desapareciendo entre los ciudadanos y los habitantes de Roma el sentido republicano de 207 Comunidad Nacional y Sagrada . Las tradiciones religiosas se perdían. 206

La dialéctica entre causas y efectos no es lineal, ni fácilmente reconocible, más bien es caótica. Será el investigador, sobre la base de su modelo y de la ponderación que haga de la importancia de los diferentes atributos en desarrollo (como elementos causales), el que decidirá acerca del proceso de cambio. 207 Álvarez de Miranda, 1961: 34, señala que las religiones de tipo nacional, como la republicana romana, desaparecieron desde el momento y la medida que desapareció el “sentido de comunidad nacional y sagrada” en las culturas, las cuales servían de base a la

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Un cuerpo de tradiciones deja de tener sentido dentro de una sociedad cuando se produce un cambio en la infraestructura material y económica sobre la que se asienta. En ese caso, la sociedad tiende a suprimir las contradicciones creadas ajustando sus diversas partes integrantes, y buscando un nuevo paradigma social 208 sobre el que asentarse . Para Harris (1986: 135): “por muy potente que sea, ningún impulso puramente religioso puede mantenerse con éxito durante un período considerable de tiempo en oposición a una 209 resistencia económica fundamental” . El marco en el que se desenvuelve la sociedad romana es netamente diferente entre el momento previo a Catón y el momento augusteo. Ambas realidades estructurales no podían soportar el mismo mundo de creencias y relaciones con el más allá. La explicación del mundo, acorde a los nuevos planteamientos, no era brindada, ni por una religión estatal momificada ni por una serie de costumbres heredadas de los 210 antepasados . Pese a los intentos en contra de Augusto, los cambios ocurridos en los últimos doscientos años habían abierto una amplia grieta entre las creencias religiosas tradicionales oficiales, que se seguían manteniendo (Garnsey et al. 1987) y el mundo que se vivía a diario. Entre esas creencias que dejaron de tener sentido estuvo la de las relaciones con el más allá. Los elementos sustentadores de las conductas religiosas fueron desapareciendo, y nuevos modelos de actuación importados de fuera, pero que se acomodaban mejor al nuevo sistema socio-cultural romano imperial, iban llegando y 211 asentándose, llenando el hueco dejado por el retroceso de las antiguas tradiciones . Además, en todo proceso de cambio cultural, suelen darse siempre procesos de sincretismo religioso, del cual emerge un nuevo cuerpo de creencias que se adapta mejor a las nuevas circunstancias (Álvarez et al. 1969 Vol. I: 387-514). En este mismo proceso, a partir de Augusto, las religiones mistéricas avanzaron ganando adeptos 212 frente a la religión tradicional romana . Toda la estructura religiosa tradicional, no se acoplaba a las nuevas necesidades que ya habían producido el cambio político del paso de la República al Principado. Es posible ver, a través de la literatura, como los representantes de las viejas familias latinas, miran siempre 213 con nostalgia el pasado, hacia el mundo que se había ido, generalmente inadaptados al nuevo orden .

religión. 208

Evidentemente, en el mismo Sistema Socio-Cultural podrán coexistir, y normalmente así sucede, diversos sistemas o respuestas para resolver las mismas contradicciones, prevaleciendo una. 209 Numerosa bibliografía pone de manifiesto la estrecha interrelación entre la realidad económico-social de un colectivo humano y sus prácticas religiosas o funerarias, ejemplo de ello, desde la perspectiva antropológica, es lo indicado por Álvarez Santalo (Álvarez et al. 1989 Vol I: 7) “El fenómeno religioso, tanto en sus expresiones externas —rituales o de culto, como en el campo de las creencias, es una realidad viva que se modifica en interrelación con la economía, la política, las formas de organización de la sociedad, los cambios ecológicos y todos los elementos que constituyen la cultura” y “los rituales religiosos, como todos los rituales, son polisémicos y no sólo comunican mensajes relacionados con lo sobrenatural sino también con lo económico, lo social, lo lúdico, lo étnico, la identidad cultural y con todo el sistema cultural”. Aspectos parecidos, relacionados con la arqueología de la muerte, son Binford, 1972; Huntington, 1979; Chapman et al. 1981; etc. 210 Cicerón, por ejemplo, cargó contra las prácticas adivinatorias religiosas tradicionales en su obra La Adivinación (Farrington, 1979: 232). 211 Le Gall, 1975: 11, indica sobre la mentalidad religiosa antigua que “si les rites d’un peuple ne lui obtenaient pas la protection dont il avait besoin dans une circonstance donnée, il lui fallait recourir à d’autres, plus puissants; si les traditions religieuses nationales n’en indiquaient pas, il était tout naturel d’en introduire qui s’etaient montrés efficaces ailleurs. On pouvait même faire davantage et s’adresser à un dieu étranger qui avait la réputation d’être particulièrment agissant”. El mismo autor señala (págs. 12 y ss.), también, diversos aspectos de la religión romana que explican, algo, la facilidad de introducción de ciertas fórmulas religiosas sincréticas que se acomodaban mejor a sus necesidades y que dicho sincretismos se facilitaba por la ausencia de libros sagrados, como la Biblia o el Corán, y por la ausencia de verdaderos sacerdotes, dado que éstos en Roma eran generalmente políticos que no separaban su actividad religiosa de las otras (Garnsey et al. 1991: 193). También Turcan, 1958: 335 abunda en ello. 212 Álvarez de Miranda, 1961: 184, habla de la gran expansión mistérica a partir del siglo I; Grenier, 1927: 464; Le Gall, 1975: 5, sobre la religión romana indica que “elle remonte d’Ovide au roi Numa et au-delà, mais qu’elle néglige à peu près complètement le HautEmpire, si bien qu’ils [los estudiantes] auront l’impression que la religion romaine est mort brusquement après Auguste et qu’ensuite tous les romains se sont empressés d’adhérer à une religion oriental quelconque”. 213 Ciruelo, 1975: 139, escribe que “Los escritores del siglo II parecen mirar sólo hacia atrás y se quedan convertidos en fósiles”.

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Aparte de ello, la romanización, cultural en algunos lados y sólo administrativa en otros, produjo el acceso cada vez mayor a la ciudadanía romana, e incluso a ser emperadores, de gentes con unas tradiciones de orientales muy arraigadas, totalmente desvinculadas de las “esencias” de las tradiciones romanas y del sentido de los actos rituales religiosos y funerarios. A éstos nuevos ciudadanos, el sentido de las acciones sociales, religiosas y funerarias romanas se les escapaba, y tenían unas experiencias políticas, sociales y religiosas que, sin duda, eran el modelo más exacto de lo que el nuevo orbe romano precisaba. 2.D.iv. LA QUIEBRA DEL RITUAL FUNERARIO Es en este mundo romano donde cobran valor y sentido las variaciones rituales que hemos comentado al principio de este trabajo, las cuales no son fruto de un hecho aislado, sino resultado, y al mismo tiempo síntoma, de una quiebra de valores profundos tradicionales y de la búsqueda de otros nuevos, ante un cambio de ritos al carecer de respuesta y adaptación a las necesidades que se vivían en los diferentes ámbitos de la sociedad romana. La cuestión del cambio de la incineración por la inhumación ha sido estudiada por numerosos autores y se pueden extraer de sus trabajos algunas conclusiones que, grosso modo, les son comunes a una mayoría, así como algunas divergencias que les separan, más o menos, en dos grupos: los que no creen que tuviera relevancia en el cambio el ascenso al poder de las gentes de la pars orientalis, y los que dan un gran peso a dicho sector. Entre los puntos comunes está fechar la sustitución ritual citada (como costumbre funeraria más usada) en la época de los Antoninos, y para ser más exactos, bajo el mandato de los emperadores Adriano o Antonino Pío. Así mismo, la propagación del cambio se extendería, por lo general, desde las clases adineradas a las que no lo eran (hay excepciones como la de Byvanck que refuta Richard (1966)) y, normalmente, desde Roma, por mar, a los núcleos urbanos costeros, de éstos a los del interior. La divergencia principal está en el inicio y no en el desarrollo del cambio. El problema, para ellos, sería el decidir porqué razón con Adriano la élite comienza a inhumarse, si por moda (Nock, 1932 o Jones, 1981); si por el ascenso de las clases adineradas provinciales, con el rito inhumador en su tradición funeraria (Turcan, 1958), o si por el predominio de las religiones orientales (Audin, 1960). Otra posición sería la de autores como Bayet 214 (1969: 71) , Toynbee (1971) o Reece (1987: 178), que consideran que pudo no ser muy importante este cambio ritual para los que lo efectuaron, siendo solamente parte de un rito en evolución. Nosotros creemos que si bien era un rito en constante evolución, esta indiferencia nos indica, no la falta de importancia de este cambio ritual para los romanos, sino su pérdida de sentido y de coherencia interna. A nuestro modo de ver, el problema no está tanto en las causas por las que se inició la propagación de la inhumación (como elemento aislado), como en que no hubo objeciones a la importación de una costumbre extranjera pese a existir otro complejo ritual en el interior del mundo romano que servía para lo mismo, y que se basaba en la incineración. Creemos que es básico estudiar como es posible que todo un ritual, como es el republicano, desarrollado en la base y centro del poder político y militar de un Imperio (su efectiva centralidad económica es más discutible), sea reemplazado por otro ritual complejo no tradicional.

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Bayet, 1969: 71 y 74, nos indica también otras variaciones coetáneas que tal vez fueran más significativas, según él “la différence entre incinérants et inhumants (...) ne touche guère au fond des croyances (...) l’alternance inhumation-crémation est secondaire: cendre ou esquelette, le mort vivait chez-soi, fût-ce de façcon réduite; les Romains ont pu passer de l’une à l’autre, revenir à l’incineration et reprende goût, sous l’Empire, à l’inhumation, sans changer de conception. Bien plus notable est la localisation des restes à la surface du sol ou sous terre; ensevelir même les urnes cinéraires, enterrer l’os ressectum, c’est engager les morts dans le domains des dieux chtoniens, de mystère et de fécondité; mettre en chapelles jusqu’aux sarcophages, comme il arrive sous l’Empire, c’est parier sur une outre-tombe mêlée à la vie ou qui s’ouvre sur des promesses lumineuses”.

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Nos interesa ver porqué toda una serie de acciones individuales, referidas a las relaciones con la propia vida futura en el más allá, y que estaban influenciadas cada una de ellas por unos motivos concretos, inescrutables, pudieron llegar a imponerse cuantitativamente al peso de unos rituales funerarios anteriores. Necesidades de prestigio para las nuevas élites, condicionaron, seguramente, el uso de funerales públicos, diurnos, en grandes sarcófagos ostentosos, con monumentos funerarios imponentes, cerca de la salida a de las ciudades. La rotura de la relación directa con la adscripción a la idea de un pueblo, una cultura, una religión, posibilitó la búsqueda de nuevas vías de salvación para la mayoría, que pasaba por una mayor preocupación por el más allá, expuesta no tanto en su relación con el estado y los vivos, como con la muerte en sí misma y con la salvación tras ella. Creemos que la cuestión estriba en una quiebra del modelo republicano de relación con la muerte y el mundo del más allá, y su total pérdida de sentido y de creencia en su eficacia, causada por la pérdida de los valores religiosos coherentes con dicho ritual funerario, al variar la mentalidad de la base social que lo sustentaba. Las razones no afectaban tan sólo al mundo funerario sino a toda la realidad socio-cultural de su momento, realidad en la que había repercutido, fuertemente, todo el gran cambio al final de la República habido en la estructura económica sobre la que se asentaba el mundo romano. En resumen, la diferente percepción del mundo real, produjo la quiebra de la percepción del mundo del más allá, siendo reflejo de ello el cambio de ritual de enterramiento. Creemos que de no haber existido el mundo oriental, con sus modelos, la sociedad romana posiblemente hubiera desarrollado unas costumbres parecidas a las que adoptó de éste, dado que necesitaba un ritual que se acomodara mejor a su nuevo contexto histórico, social y cultural, que había pasado casi de ciudad-estado a Imperio. La quiebra del ritual funerario republicano debe verse formando parte de una quiebra previa, más amplia, de los valores religiosos y sociales tradicionales, en los que se enmarca. Esta quiebra se presenta como un reflejo de una alteración mucho más profunda, como es la alteración en las relaciones de producción republicanas, y la mutación habida en la estructura social del mundo romano y en su modo de control. Resultado de todo ello será el cambio de las bases económicas sobre las que se asentaba Roma, en lo económico; el cambio de la República por el Principado (primero) y el Dominado (después), en lo político; la ascensión de nuevos grupos al poder, en lo social; difusión de nuevos cultos orientales y descomposición del culto oficial romano, en lo religioso, y, en fin, el cambio de un ritual funerario sin arraigo social ya, por otro nuevo, el cual se adaptaba mejor a la nueva situación.

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