Uso humano de la vegetación durante el Paleolítico en la mitad norte de la Península Ibérica. Bosques, refugios y alimentación.

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Descripción

Proyecto investigador · Lydia Zapata Peña

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PROYECTO INVESTIGADOR Presentado por:

LYDIA ZAPATA PEÑA

Prueba:

Habilitación Nacional del Profesorado Universitario, convocada en Resolución de 7 de septiembre de 2005 (BOE 21-09-2005). Cuerpo docente: Profesores Titulares de Universidad Código habilitación: 2/695/2005 Área de conocimiento: Prehistoria

Título del proyecto: Uso humano de la vegetación durante el Paleolítico en la mitad norte de la Península Ibérica. Bosques, refugios y alimentación.

Zaragoza, febrero 2007

Proyecto investigador · Lydia Zapata Peña

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CONTENIDO Página Resumen … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … .

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Prólogo … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … ...

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1. Antecedentes y estado actual del tema … … … … … … … … … … ...

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1.1. Los bosques y los refugios en el norte peninsular durante el Paleolítico … … … … … … … … … … … … … … … … … ...

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1.2. El uso humano de la madera … … … … … … … … … … … … 1.2.1. Los combustibles utilizados … … … … … … … … … … 1.2.2. La selección de la madera … … … … … … … … … … … 1.2.3. La gestión del combustible … … … … … … … … … … ..

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1.3. Subsistencia y componente vegetal en la dieta humana durante el Paleolítico Medio y Superior … … … … … … … … … … … … 1.3.1. Componente vegetal en la dieta del Paleolítico Medio … … 1.3.1. Componente vegetal en la dieta del Paleolítico Superior … . 1.3.3. ¿Limitaciones de método arqueobotánico? … … … … … ..

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2. Objetivos … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …

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3. Material … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …

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3.1. Yacimientos arqueológicos … … … … … … … … … … … … ..

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3.2. La excavación de Balzola: una experiencia metodológica propia ... 3.2.1. El yacimiento … … … … … … … … … … … … … … ... 3.2.2. Intervenciones históricas en Balzola … … … … … … … .. 3.2.3. Nuestra intervención (2006) … … … … … … … … … …

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4. Método … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …

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4.1. Hipótesis metodológicas … … … … … … … … … … … … … . 4.2. Estrategia de muestreo … … … … … … … … … … … … … … 4.3. Recuperación de restos … … … … … … … … … … … … … ... 4.4. Identificación y cuantificación … … … … … … … … … … … . 4.5. Cronología … … … … … … … … … … … … … … … … … ..

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5. Bibliografía … … … … … … … … … … … … … … … … … … … ..

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RESUMEN

TÍTULO: Uso humano de la vegetación durante el Paleolítico en la mitad norte de la Península Ibérica. Bosques, refugios y alimentación.

E ste proyecto tiene como objetivo conocer el uso humano de la vegetación en la mitad norte peninsular durante el Paleolítico, con especial énfasis en el Paleolítico Medio y el Paleolítico Superior. Pretende contribuir a la construcción de una secuencia paleoambiental a largo plazo que ayude a establecer las relaciones entre los cambios medioambientales y las variaciones en los sistemas de subsistencia y en la explotación humana de los recursos, con tres líneas principales de investigación: 1) paisaje vegetal y refugios pleistocenos para las especies arbóreas y arbustivas en el norte de la Península Ibérica; 2) uso de la madera y el combustible entre los grupos neandertales y entre los primeros humanos anatómicamente modernos; y 3) componente vegetal en la alimentación humana durante el Paleolítico Medio y Superior. Todo ello nos permitirán enlazar con algunas teorías emergentes referidas a la subsistencia, cognición y organización social de los grupos neandertales y de los primeros Homo sapiens. El punto de partida de esta reinterpretación serán los nuevos datos ofrecidos por el análisis de los macrorrestos vegetales (carbones, semillas, órganos subterráneos y frutos) de diversos yacimientos peninsulares, entendidos en el marco de una investigación interdisciplinar que tenga en cuenta todas las evidencias asociadas. La revisión de la metodología y protocolos habitualmente utilizados en la recuperación e identificación de los restos vegetales en contextos paleolíticos permitirá establecer directrices fiables para mejorar el análisis –hoy por hoy deficiente– de estos materiales.

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PRÓLOGO

E l presente proyecto investigador ha sido realizado para la participación en el concurso nº 2/695/2005 de Habilitación Nacional del Profesorado Universitario, convocada en Resolución de 7 de septiembre de 2005 (BOE 21-09-2005) para el cuerpo docente de Profesores Titulares de Universidad y para el área de conocimiento de Prehistoria.

Premisas El Real Decreto 774/2002, de 26 de julio (B.O.E. de 7 de agosto), por el que se regula el sistema de habilitación nacional para el acceso a Cuerpos de Funcionarios Docentes Universitarios y el régimen de los respectivos concursos de acceso establece la entrega de un proyecto investigador por septuplicado en el acto de presentación y la exposición oral del mismo durante la celebración de la primera prueba. No se proponen directrices concretas sobre la entidad de dicho proyecto investigador por lo que resulta difícil para la candidata valorar qué tipo de propuesta puede resultar ajustada a la convocatoria. En este contexto, he estado debatiéndome entre elaborar un documento extenso y detallado que abarque todas las líneas de investigación que desarrollo y tengo intención de desarrollar en un futuro a medio plazo o un documento sucinto pero reflexionado sobre la línea más innovadora dentro de mi trayectoria. Finalmente, me he decantado por esta segunda opción. No obstante, esta línea tiene una conexión evidente con varias de las áreas de investigación que explican mi trayectoria investigadora y que enumero a continuación señalando algunas publicaciones de referencia:     

Prácticas funerarias durante el Neolítico y Calcolítico en el Cantábrico oriental (Zapata, 1995a; Zapata, 1995b). Origen del Neolítico y agricultura prehistórica (Zapata y Peña-Chocarro, 2005; Zapata et al., 2004). Explotación de los recursos forestales en el norte peninsular durante el Holoceno (Zapata, 2002a y 2002b). Etnoarqueología de las sociedades agrarias (Peña-Chocarro, Zapata, González Urquijo et al., e.p.; Zapata, Peña-Chocarro, Ibáñez et al., 2003). Alimentación de las sociedades preagrarias (Zapata et al., 2002).

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Varias de estas áreas de investigación se encuentran todavía en un estado incipiente de desarrollo –faltan datos brutos e interpretaciones sólidas–, y por ello tengo previsto continuar trabajando en ellas, particularmente en: a) la explotación de los recursos vegetales durante el Holoceno, incluyendo la agricultura prehistórica, y b) la etnoarqueología aplicada a las sociedades agrarias y al análisis arqueobotánico. Debo subrayar que la disciplina arqueobotánica es todavía reciente en el sudoeste europeo y queda mucho por hacer prácticamente en todos los ámbitos de la Prehistoria. Además, lejos de analogías simplistas, considero que la etnoarqueología es una importante herramienta de trabajo para los prehistoriadores. Con todo, en el momento actual he decidido profundizar en la línea de investigación relacionada con las sociedades preagrarias ampliando el ámbito cronológico a las sociedades paleolíticas y al uso que hacen de los recursos vegetales en el occidente europeo. Para ello, propongo como método el análisis arqueobotánico, obviamente enmarcado en una óptica interdisciplinaria que valore los resultados bioarqueológicos a la luz de otras evidencias. La investigación arqueobotánica, el estudio de macrorrestos vegetales, entendida no como una técnica botánica sino como una herramienta encaminada a generar conocimiento histórico, es relativamente reciente en el sudoeste europeo. Son pocos los yacimientos arqueológicos que se muestrean y estudian adecuadamente. Estos estudios son incluso más escasos para los periodos antiguos. En el contexto europeo, gran parte de los análisis arqueobotánicos se centran en etapas históricas debido a la gran inyección de recursos que supone la arqueología urbana y de intervención reforzada por legislaciones, programas e instituciones que obligan a realizar estudios bioarqueológicos –caso de Francia, Reino Unido, Suiza o Alemania–. En España, y en general en todo el sur de Europa, esto no es así ya que la realización de estudios bioarqueológicos queda al libre albedrío de la empresa que realiza la intervención. Además del contexto en el que se desarrolla la arqueología en la actualidad, los propios arqueobotánicos hemos centrado nuestros estudios, tesis y proyectos en las sociedades agrícolas –origen de la agricultura, intensificación diversificación y prácticas agrarias…– obteniendo, por ejemplo, cronologías relativamente bien estudiadas como la Edad del Hierro. En ese contexto, este proyecto pretende dar un impulso al análisis del periodo peor conocido arqueobotánicamente hablando, el Paleolítico. Estructura La convocatoria no regula cuál debe ser la organización, ámbito o extensión de este proyecto de investigación. Siguiendo el modelo habitual, he decidido estructurarlo en los siguientes capítulos para una propuesta que se desarrollaría en cinco años de trabajo: 

Antecedentes y estado actual del tema: estado de la cuestión y de la problemática que se pretende abordar con la investigación sobre los siguientes temas: 1) los bosques y los refugios en el norte peninsular durante el Paleolítico; 2) el uso humano de la madera; 3) subsistencia y componente vegetal de la dieta humana durante el Paleolítico Medio y Superior.

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Objetivos: cuál es el propósito de la investigación, qué vamos a investigar.



Material: qué se pretende investigar, qué materiales están disponibles en la actualidad que puedan servir como objeto de análisis para conseguir los objetivos propuestos.



Método: cómo se pretende investigar, reflexionando sobre las metodologías y corrientes disponibles para conseguir los objetivos propuestos.

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1. ANTECEDENTES Y ESTADO ACTUAL DEL TEMA Las actividades y tareas que se pretenden desarrollar en el proyecto se articulan en torno a tres líneas de investigación:

1.1. LOS BOSQUES Y LOS REFUGIOS EN EL NORTE PENINSULAR DURANTE EL PALEOLÍTICO

L os cambios climáticos durante el Cuaternario han producido enormes transformaciones en el paisaje vegetal y en la distribución de los recursos botánicos en el continente europeo (Carrión, 2003; Huntley, 1990; Huntley, 1992; Huntley y Birks, 1983; Ramil y Gómez Orellana, 2002; Turner y Hannon, 1988). La presencia de determinadas especies y la localización de refugios en diferentes zonas de Europa bajo condiciones glaciares ha sido desde hace tiempo materia de debate (Bennett, Tzedakis y Willis, 1991; Carrión, 2003; Dahl, 1998; Figueiral y Terral, 2002; García Antón, Maldonado Ruiz, Morla Juaristi et al., ; Stewart y Lister, 2001; Taberlet y Cheddadi, 2002; Turner y Hannon, 1988; Tzedakis, 1993; Tzedakis y Bennett, 1995; Tzedakis, Lawson, Frogley et al., 2002; Willis y van Andel, 2004; Willis y Whittaker, 2000; Woodward y Goldberg, 2001). En los momentos climáticos más duros de las glaciaciones, enormes áreas fueron cubiertas por el hielo e incluso centros independientes de glaciación se localizaron en zonas meridionales de los Alpes o los Pirineos. Muchas de las especies que ahora colonizan todo el continente europeo estuvieron refugiadas en latitudes meridionales. La investigación palinológica ha permitido reconstruir el ritmo de recolonización del norte de Europa por parte de las especies arbóreas desde el momento en que los hielos comenzaron a retirarse –en el caso del último máximo glaciar, por ejemplo– (Huntley y Birks, 1983). A escala más amplia, es ingente la investigación actual sobre paleoclimas y, más en concreto, la vegetación como un proxy paleambiental. Se publica una gran cantidad de nueva información que, desde otras disciplinas, tienen el valor de ofrecernos datos de una gran resolución sobre los cambios climáticos a partir de evidencias no arqueológicas. La escasez de secuencias terrestres continuas y fiables se puede paliar y contrastar con los testigos marinos. Éstos, más extensos y continuos que los continentales, se caracterizan por una fuerte tasa de sedimentación y reflejan con mayor resolución los cambios globales de temperatura. Así mismo, contienen una gran cantidad de polen y esporas que muestran de una forma continua y detallada la respuesta

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de los ecosistemas a los cambios climáticos –a pesar de que estos análisis palinológicos tengan también sus propios problemas–. En consecuencia, el modelo actual de las glaciaciones se basa en las curvas marinas de paleotemperatura realizadas a partir de las variaciones en los depósitos que se van acumulando en los fondos marinos, según la presencia, ausencia y fluctuaciones de especies de foraminíferos y según las variaciones en los isótopos del oxígeno ( 18O/16O = δ18O). Estos datos de alta resolución cronológica permiten replantear las ideas tradicionales de una evolución gradual del clima controlada por parámetros astronómicos. Además, se ha constatado a partir del estudio de los testigos de hielo de Groenlandia que la variabilidad climática de los últimos ciclos interglaciar-glaciar es más compleja de lo que se pensaba. Para los últimos 123.000 años la curva de los isótopos de oxígeno de los sondeos de Groenlandia constata unos cuarenta cambios bruscos de temperatura de unos 10º C. Estas oscilaciones denominadas D-O (Dansgaard-Oeschger) han durado entre 5002000 años con rápidos cambios –unos 100 años– de clima frío a cálido. Por otro lado, el estudio de los sedimentos marinos del Atlántico Norte ha detectado unas oscilaciones frías D-O marcadas por una concentración de sedimentos gruesos y fuertes porcentajes de un foraminífero polar, algo que refleja la llegada masiva de icebergs a las costas. Son los acontecimientos o eventos Heinrich, asociados a un enfriamiento significativo de las aguas de la superficie oceánica. Entre 130.000 y 10.000 BP se registran once de estas fases que ocurrieron en ciclos de 7.000 a 10.000 años (Figura 1).

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Figura 1. Comparación de las curvas de diferentes proxies analizados en el testigo marino MD95-2042 y en el testigo de hielo NorthGRIP para los últimos 140.000 años. Los interglaciares Eemiense y Holoceno se señalan en gris claro y los eventos Heinrich en gris oscuro (Sánchez Goñi y d’Errico, 2005: 117). Largas secuencias polínicas continentales han sido analizadas con el fin de detectar el impacto de esta fuerte variabilidad climática global sobre los ecosistemas terrestres. Sin embargo, la correlación con las secuencias de Groenlandia y del Atlántico Norte es difícil y ninguna detecta esta gran frecuencia de cambios climáticos durante el último ciclo glaciarinterglaciar. Por ello, diversos autores han comenzado a analizar el polen conservado en los sedimentos marinos (Sánchez Goñi 2000 y Sánchez Goñi y d’Errico, 2005: 117). Todas estas líneas de investigación son muy relevantes para los prehistoriadores ya que señalan la existencia de cambios rápidos en los ecosistemas paleolíticos con una resolución que nosotros difícilmente podemos detectar en nuestros yacimientos. También nos enfrentan a nuevos problemas, como por ejemplo la validez de los interestadiales descritos en la segunda mitad del siglo XX en cuevas francesas y belgas (40.000-10.000 BP) cuyas cronologías no coinciden con la de los interestadios D-O detectados en numerosas secuencias marinas y de hielo (Sánchez Goñi 1993 y Sánchez Goñi y d’Errico 2005; v. también González Sainz 1994) (Figura 2).

Figura 2. Comparación entre la cronología de los interestadios propuestos en el pasado a través del análisis polínico de secuencias arqueológicas en cueva con los interestadios

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identificados y datados en secuencias marinas y de hielo. Los eventos Heinrich se señalan en gris oscuro (Sánchez Goñi y d’Errico, 2005: 124). Los diferentes análisis polínicos de Europa, en depósitos antrópicos y sobre todo en los no antrópicos, reflejan la respuesta de la vegetación a los cambios climáticos. Se observa que ésta fue relativamente rápida, del orden de 150 años, y contemporánea de las fluctuaciones de la temperatura de las aguas de superficie del Atlántico Norte (Tzedakis, 2005 y Tzedakis et al., 2004). Los episodios fríos de Groenlandia se corresponden en el suroeste de la Península Ibérica, por ejemplo, con el desarrollo de una vegetación de tipo semidesértico dominada por Artemisia, Chenopodiaceae y Ephedra. Los templados con la expansión de los bosques abiertos mediterráneos compuestos por pinos, encinas y robles caducifolios y marcescentes (Sánchez Goñi y d’Errico 2005: 123). En este proyecto quiero valorar cómo estos cambios a gran escala se observan en el ámbito local. Para ello, los macrorrestos vegetales, de indudable origen local a diferencia del polen, como discutiré en el capítulo de método, son una herramienta excelente (Birks, 2000; Birkas y Birks, 2003). Una muy interesante línea de investigación que, de nuevo, nos llega a los prehistoriadores desde otras disciplinas, es el estudio de los marcadores moleculares. Éstos ofrecen información acerca de la variación genética de las especies actuales así como sobre sus probables zonas de origen, es decir, sobre su historia y distribución en el pasado (Comes y Kadereit, 1998; Hewitt, 2000; Hewitt, 1999; Hewitt, 2004; Olalde, Herrán, Espinel et al., 2002; Tzedakis, Lawson, Frogley et al., 2002). Esto se debe a que los cambios climáticos sucedidos durante el Cuaternario han jugado un papel determinante en los patrones de polimorfismo genético que se encuentran en las poblaciones actuales de plantas y animales. La distribución de los polimorfismos refleja las rutas de colonización postglacial de los diferentes linajes refinando así la resolución que proporciona la información paleoambiental. Hace ya unos años, Bennett, Tzedakis y Willis (1991) señalaron que aunque la Península Ibérica no parecía ser una zona refugio tan importante como las penínsulas itálica y balcánica, era probable que la obtención de más datos paleobotánicos cambiara esa percepción, como así ha sido. Con más estudios realizados, hoy se puede afirmar que Iberia constituye una significativa reserva de fitodiversidad de árboles y arbustos mesotermófilos durante el último periodo glaciar (Carrión, Yll, Walker et al., 2003; González-Sampériz, Valero-Garcés y Carrión, 2004; Olalde, Herrán, Espinel et al., 2002). Las especies mesotermófilas pudieron sobrevivir bajo condiciones climáticas extremas en la Península Ibérica y, cuando el clima lo permitió, algunas pudieron expandirse hacia zonas septentrionales del continente. En ocasiones se ha supuesto que estos refugios se localizaban en el sur de la Península Ibérica. Sin embargo, cuando se tienen en cuenta diferentes tipos de datos (estudios arqueozoológicos, análisis de carbón de madera, la estructura genética de las poblaciones actuales y la distribución actual de las especies termófilas) emerge una imagen diferente de los refugios cuaternarios. Existen un gran número de áreas que reúnen las condiciones necesarias para funcionar como refugios: zonas del sur, cadenas

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montañosas en el interior, y zona septentrional desde la costa catalana hasta el extremo occidental del Golfo de Vizcaya (Carrión et al., 2003). La Iberia atlántica particularmente, con una topografía muy variada y valles con localizaciones templadas debieron permitirlo. El trabajo de Olalde et al (2002) aplicado a las poblaciones de Quercus (Figura 3), uno de los géneros más frecuentes en las muestras antracológicas de nuestros yacimientos, concluye que los refugios debieron existir en la costa cantábrica. En la Península Ibérica, la orografía y la variación en altitud de los territorios son, a veces, factores más importantes que la latitud y, junto a la acción del mar, permiten la existencia de climas templados en los territorios septentrionales. Es cierto que no se conoce bien la posición del Frente Polar y de la Corriente del Golfo durante el máximo glaciar pero pudieron ser determinantes para favorecer condiciones templadas en enclaves favorecidos del norte peninsular.

Figura 3. Distribución de los 14 cpDNA haplotipos detectados con los Quercus de la Península Ibérica. Se reconocen cuatro linajes maternos que reflejan una gran diversidad en comparación con otras regiones europeas (Olalde et al., 2002: 93). En este escenario, los Pirineos occidentales y orientales, con altitudes muy bajas, debieron constituir una ruta lógica en la dispersión de poblaciones peninsulares hacia el continente (Figura 4). Esto es coherente con los últimos datos y secuencias de ADN que sugieren que la cadena pirenaica no constituyó una barrera en la dispersión de especies (Hewitt, 1999; Olalde, Herrán, Espinel et al., 2002).

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El haya (Fagus sylvatica L.), es otro caso particularmente interesante. Existe un debate sobre la presencia de este taxón en el extremo sudoccidental de Europa durante el último periodo glacial. Algunos de los últimos datos genéticos defienden una expansión de las poblaciones de Fagus desde los Balcanes hasta la Península Ibérica, sin que exista un refugio ibérico (Desmesure, 1996), mientras otros defienden la existencia de ese refugio basándose en la diversidad genética que presentan las poblaciones de los Pirineos y del norte peninsular (Hewitt, 1999).

Figura 4. Propuesta de Olalde et a.l (2002:100) sobre la localización de los refugios y las rutas de colonización hacia el continente europeo de las poblaciones de Quercus después del último periodo glaciar. La Península Ibérica se suele considerar uno de los principales refugios de diversidad biológica del continente europeo durante los periodos glaciales. Sin embargo, muchas interpretaciones, basadas fundamentalmente en datos palinológicos, hacen hincapié en la importancia de paisajes vegetales abiertos, dominados por formaciones de estepa o tundra, por ejemplo en el Paleolítico Superior (entre otros, Jalut et al., 1992; Pérez-Obiol y Julià, 1994; Sánchez Goñi, 1993; Straus, 1990) sin mención alguna de las especies termófilas caducifolias. Esta aparente contradicción podría matizarse o resolverse, como argumentaremos en el capítulo de método, con la imagen que proporciona el análisis de los macrorrestos vegetales.

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La antracología ofrece información directa de las especies arbóreas utilizadas en el pasado. Indirectamente es una prueba excelente de la existencia de determinados taxones en el entorno inmediato de los yacimientos ya que el transporte masivo de leña a grandes distancias es poco probable. Uno de los aspectos más interesantes en relación con el paisaje vegetal y la cuestión de los refugios, es que el análisis antracológico permite identificar fragmentos concretos de madera que, una vez datados por 14C AMS, son prueba irrefutable de la presencia de un taxón –mesotermófilo, por ejemplo, si seleccionamos Fagus, Corylus, Quercus– en un determinado lugar y momento (Willis y van Andel, 2004). En definitiva, este proyecto pretende ofrecer datos que ayuden a comprender: a) el escenario donde se localizan las actividades humanas durante el Paleolítico, y b) los recursos vegetales que las poblaciones humanas tienen a su disposición.

1.2. EL USO HUMANO DE LA MADERA

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a madera constituye casi sin excepción el macrorresto vegetal más frecuente en los yacimientos arqueológicos. Independientemente de que sea un indicador paleoecológico de primer orden, constituye además una evidencia paleoetnológica que nos habla acerca del uso del medio y de las estrategias organizativas de las poblaciones humanas del pasado. En los yacimientos del sur de Europa, la madera se conserva casi exclusivamente por carbonización, es decir, la que tiene posibilidades de sobrevivir –con interesantísimas excepciones como la conservación del Abric Romaní (Allué, 2002)– es aquella que ha entrado en contacto con el fuego. Las pruebas más antiguas de uso humano del fuego son en ocasiones poco concretas, dudosas o especulativas. S.R. James (1989) realizó una revisión de los datos disponibles sobre este tema para el Pleistoceno Inferior y Medio, llegando a la conclusión de que no existían pruebas claras –yacimientos que presenten hogares y estructuras de combustión obvios– anteriores al uso del fuego por parte de los neandertales o, en todo caso, que no existían pruebas claras anteriores al 400.000. Recientemente, sin embargo, se han publicado algunos trabajos que defienden la existencia del control del fuego en cronologías mucho más antiguas, por ejemplo en el yacimiento Gesher Benot Ya’aqov en Israel hace unos 790.000 años. En este lugar los autores sugieren que las agrupaciones de sílex afectados por el fuego representan hogares achelenses y descartan que la madera carbonizada identificada responda a fuegos naturales. Los responsables de los fuegos serían los homininos –se sugieren Homo ergaster, Homo erectus y Homo sapiens arcaico– y asocian la domesticación del fuego con cambios significativos en la dieta, defensa e interacción social (Goren-Inbar et al., 2004). Otros autores también defienden un uso anterior incluso hasta c. 1,6 millones de años (v. ejemplos en Wrangham et al., 1999:572) asociándolo al desarrollo de nuevas técnicas de cocinado de los alimentos.

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En Europa occidental, aunque la colonización se ha vinculado en algunos casos al uso del fuego, lo cierto es que las evidencias para el Pleistoceno inferior y comienzos del medio son extremadamente escasas. En yacimientos antiguos como Gran Dolina, Orce, Venosa Notarchirico o Arago no hay pruebas de fuegos al igual que en Isernia o Boxgrove. Entre 1 Ma y 400 Ka de hecho, el número total de yacimientos es muy pequeño. Sólo desde OIS 11, c 400 Ka, se puede argumentar el uso del fuego en algunos lugares por la presencia de elementos líticos quemados y por la presencia de concentraciones de carbón. Sin embargo, las estructuras de hogar propiamente dichas no se conservan o son concentraciones de carbones muy simples y planas. En OIS 4 y OIS 3 las evidencias de fuegos comienzan a ser más abundantes, existen hogares musterienses delimitados por piedras e incluso con varios hogares en un mismo nivel (Villa et al., 2002). Trabajos espaciales sugieren para el Paleolítico Medio la existencia de patrones y organización de los conjuntos alrededor de las zonas de hogar con acumulaciones de material arqueológico parecidas a las que se documentan etnográficamente o en contextos de Paleolítico Superior (Vaquero, 1999; Vaquero y Pastó, 2001). En lo que respecta al trabajo de la madera con útiles líticos, esta actividad está bien documentada en el Paleolítico Medio, con raederas y denticulados, a partir de los estudios de huellas de uso (Anderson-Gerfaud, 1990; Beyries, 1987; Lemorini, 2000). 1.2.1. Los combustibles utilizados Una cuestión que ha recibido cierta atención en la bibliografía pero de la que no existen demasiados trabajos arqueológicos, es la de los diferentes tipos de combustibles que han sido utilizados por el ser humano en el pasado. Simplemente teniendo en cuenta datos etnográficos y etnohistóricos, sabemos que diferentes materiales pueden ser utilizados para alimentar los fuegos domésticos o artesanales: leña, elementos vegetales diversos, estiércol, hueso, grasas animales (Perlès, 1977; Théry-Parisot, 2002b; Zapata, 2003). Entre estos, además de la madera, el hueso ha sido objeto reciente de diversos estudios basados en datos arqueológicos y experimentales (Allué 2002; Costamagno et al., 1999; Michel 2006; Théry-Parisot 2001, 2002a y 2002b; Yravedra et al., 2005). Si atendemos el trabajo de Costamagno et al. (1999), los huesos pueden ser fuente de alimento y de combustible pero ambas posibilidades no serían acumulables. El ser humano debe elegir entre el consumo de la grasa ósea o su utilización como combustible. Esto puede depender de parámetros medioambientales (cubierta vegetal…) y antrópicos (función del sitio y de los hogares). Según este trabajo, los huesos que se utilizan como combustible deben contener grasa ya que si están secos contribuyen poco al fuego. Los huesos largos completos y las partes esponjosas queman bien mientras que los fragmentos de diáfisis no resultan un buen combustible. La fracturación intencional de la parte esponjosa ayuda a liberar la grasa y mejora la combustión pero el fuego en todo caso hay que iniciarlo con materia vegetal. Por otro lado, Théry-Parisot (2001, 2002a y 2002b) defiende el uso deliberado y preferencial de hueso como combustible en el Abri Pataud durante el Auriñaciense inferior. Los hogares de los estratos más antiguos están llenos de hueso carbonizado y la

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autora defiende que los procesos postdeposicionales no son responsables de esta situación. A pesar de que la superficie forestada pudo ser limitada –formada por pino, espino, abedul, enebro y sauce– sería suficiente para abastecer al grupo humano. Por ello, la autora desarrolla un programa experimental para valorar por qué entonces se utiliza el hueso como combustible. Concluye que las propiedades del hueso como combustible son las siguientes: (a) Duración de la combustión: cuanto más hueso, más dura la combustión. Se puede incrementar la duración de la combustión con una combinación inteligente de los combustibles y es posible compensar la rápida combustión de la leña muerta añadiendo hueso al fuego. (b) Transferencia de calor: La combustión de hueso se caracteriza por la producción de una llama alta y por la rápida extinción de las brasas y se adapta bien a ciertos usos como dar luz, secado y cocinado directo. En cambio, no es un fuego bueno para la conducción (transformación de materias primas, cocina indirecta). La elección de un combustible u otro puede estar determinada por el uso que se vaya a dar al fuego. Según esta autora, el hueso tiene propiedades que justifican su selección por parte de los grupos prehistóricos. Su uso se relacionaría con funciones específicas de los hogares ya que no es un combustible adecuado para todas las actividades. Otra hipótesis posible es que el uso del hueso sea oportunista. Sería una forma de eliminar los restos de comida y disminuir la necesidad de recolectar leña muerta –que se quema rápidamente–. Sin embargo la autora defiende que el hueso se usa para cubrir necesidades concretas porque establece que haría falta mucho hueso para mantener hogares para todas las actividades –habría que cazar para conseguir combustible–. Defiende que los seres humanos conocían las propiedades de estos combustibles y que había una relación entre la función del fuego y la gestión de los combustibles. Recientemente, Yravedra et al. (2005) han presentado también resultados arqueológicos y experimentales que defienden la viabilidad del uso del hueso como combustible junto a la madera. El hueso mantendría la duración del fuego y favorecería la eliminación de residuos a pesar de su incapacidad para iniciar la combustión o para elevar la temperatura. La mejor calidad calorífica de los elementos esponjosos, epifisiarios y axiales explicaría que estos sean precisamente los restos más abundantes en los hogares estudiados. Asi mismo, la elevada fragmentación del material óseo junto a los restos de percusión que presentan, indicarían una fragmentación deliberada para ser utilizado como combustible. Uzquiano (2005) también defiende el uso combinado de hueso y madera en diversos yacimientos de transición Paleolítico Medio - Paleolítico Superior en la Región cantábrica. La función del hueso sería mantener el poder calorífico y ralentizar el proceso de combustión en aquello casos donde el pino constituye el aporte combustible principal. En cambio, E. Allué desestima el uso de hueso como combustible en su estudio del Abric Romaní. Señala que el hallazgo de huesos carbonizados y/o fragmentados no

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es argumento suficiente como para defender su uso como combustible ya que pueden ser resultado de la combustión por fuegos realizados sobre ocupaciones anteriores. Los análisis zooarqueológicos y tafonómicos desarrollados en este yacimiento concluyen que la cremación y fragmentación del hueso se relaciona con la explotación de la médula ósea ya que el uso del fuego permite una mejor fracturación (Cáceres et al. 1998; Cáceres et al., 2002; Rossell 2001). Las tareas de limpieza de la zona de ocupación podrían dar lugar a la acumulación de hueso en los hogares (Allué 2002: 182-183). En todo caso, el uso de hueso como combustible durante el Paleolítico es una posibilidad que siempre debe considerarse. No se trata sólo de un uso del combustible en los periodos fríos, cuando los recursos leñosos pueden ser escasos, sino de un uso planificado de los combustibles en función de sus diferentes cualidades. La estrategia que seguirá este proyecto es trabajar estrechamente con arqueozoólogos y tafónomos; cuando la madera carbonizada está presente, sólo un trabajo conjunto puede definir el estado de conservación de los restos óseos (fragmentación, presencia de alteraciones térmicas en los diferentes planos de fractura, etc.) para valorar la posibilidad de un uso combinado de combustibles. 1.2.2. La selección de la madera La madera recuperada en contextos arqueológicos es el resultado de la acción humana. A diferencia del polen, su presencia responde a una combinación de la vegetación local y de las actividades humanas contemporáneas al momento de uso del yacimiento. Es decir, los datos antracológicos ofrecen información paleoambiental y paleoetnobotánica: son prácticamente la prueba de la presencia de determinadas especies en el entorno del yacimiento pero probablemente también reflejan el uso y selección humana del combustible. Dentro de cada yacimiento tenemos que considerar la posibilidad de que exista selección cultural y variación relacionada con el contexto. Hasta qué punto la madera carbonizada refleja el paleoambiente y las comunidades vegetales que crecían en un área determinada es un aspecto muy discutido en la bibliografía arqueobotánica (Asouti y Austin, 2005; Badal, 1994; Chabal, 1997; Heinz 1990 y 2002; Piqué, 1999; Shackleton y Prins, 1992; Smart y Hoffman, 1988; ThéryParisot, 2002b; Thompson, 1994). Existen diferentes escuelas interpretativas según el énfasis que se ponga en la interpretación ecológica o en la etnobotánica. El primer grupo, representado en gran medida por la escuela de Montpellier (Vernet, 1997), desarrolla reconstrucciones de las dinámicas de vegetación en el pasado a partir de los datos antracológicos porque asumen que el carbón es esencialmente una función de la vegetación del pasado siempre que se cumplan algunos requisitos básicos: el carbón debe recuperarse de forma dispersa en el sedimento –no concentrado en hogares– y debe representar un periodo de actividad prolongado. Otros investigadores rechazan esta interpretación del carbón sobre la base de que los patrones de aprovisionamiento de la madera varían en base a factores como la selección humana, las propiedades del combustible y los cambios en el área de captación (Piqué, 1999; Shackleton y Prins, 1992; Smart y Hoffman, 1988; Thompson, 1994).

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En mi opinión, la presencia y representación de determinados taxones en nuestras muestras puede estar condicionada por diversos factores que habrá que analizar caso por caso, entre otros: 1) Factores tafonómicos no antrópicos: combustión, fragmentación y conservación diferencial. Las condiciones de la combustión y los parámetros físicos de la madera pueden ser claves. Taxones con estructura anatómica blanda (tipo Salix o Populus) se reducen a ceniza antes que leñas densas como Buxus o Rosaceae. Los arbustos y ramas de pequeño tamaño utilizados para encender el fuego también se consumirán antes. Así mismo, la estructura de los hogares puede influir en la preservación (March, 1992)] y las piezas localizadas en el centro pueden desaparecer por completo (Smart y Hoffman, 1988). 2) Disponibilidad de leña en el entorno del yacimiento. En ambientes forestados asumimos que el transporte de leña a grandes distancias es poco probable. Shackleton y Prins (1992) presentaron el modelo del “principio de mínimo esfuerzo” que asume que las personas recolectan lo que es más fácil. La madera muerta caída probablemente sería la preferida por lo que las coníferas podrían estar sobrerrepresentadas ya que la producen en mayor cantidad mientras que los bosques caducifolios producen menos y su desintegración es más rápida (Peterken, 1996). También aquellas especies que se regeneran y producen brotes con rapidez podrían verse favorecidas. 3) La calidad del combustible. La cuestión de si una leña es buena o mala se relaciona con el uso que se le vaya a dar: calentar, iluminar, cocinar, producción de humo o manipulación de materias primas (Théry-Parisot, 2002b). Diferentes especies tienen diferentes propiedades (el peso, rapidez al arder, producción de humo, olor, etc.) que pueden condicionar su selección (Smart y Hoffman, 1988). Las coníferas, por su contenido en resina, ofrecen mayor poder calorífico que las angiospermas pero cualquier madera húmeda tiene menor poder calorífico que una seca. Por ello, cuestiones como la humedad o el tamaño de la pieza pueden ser más determinantes que la propia especie. La madera que se ha secado al abrigo durante al menos ocho meses después de ser cortada es la mejor opción (Théry-Parisot, 2002a). También influyen otros factores como la procedencia y la edad del árbol. 4) La función del yacimiento y las actividades que en él se desarrollan son factores clave en la composición de los conjuntos antracológicos. Algunas maderas pueden estar infrarrepresentadas en los yacimientos porque se seleccionan para otros propósitos, no para ser quemadas. Por ejemplo, Corylus avellana (el avellano) constituye un buen combustible y, según los datos palinológicos, debía ser muy frecuente en la Cornisa Cantábrica durante el Holoceno. Sin embargo, es muy poco habitual en las muestras antracológicas por lo que he sugerido que se estuviera utilizando para otros usos como la producción de frutos y material constructivo o artesanías como la cestería. Otras especies pueden estar sobrerrepresentadas en relación a su presencia en el entorno porque se trasladan al yacimiento para otros propósitos y, como subproducto, se queman. He sugerido esto para la posible sobrerrepresen-

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tación de Pinus tp. sylvestris en niveles mesolíticos de Mendandia (Zapata y Peña-Chocarro, 2005) y también para el caso de especies que aportan forraje arbóreo (Badal, 1999 y Zapata et al., 2003). 5) El tratamiento y gestión de los residuos carbonosos puede ser muy variado y muy complejas las historias deposicionales de los subproductos de los fuegos. Por ejemplo, en Jebala (Rif, Marruecos) el carbón que resulta de la cocción doméstica de las cerámicas, muy seleccionado, se reutiliza en diversas estructuras del poblado, incluyendo los fuegos domésticos para los que normalmente no se lleva a cabo ninguna selección específica de la madera. Casos como estos nos recuerdan que la variación relacionada con el contexto (asociar una leña a una actividad concreta) puede ser una cuestión difícil de abordar (Zapata et al., 2003). 6) Las decisiones y opiniones humanas son importantes en las respuestas que determinadas personas ofrecen a la necesidad de combustible. El uso o rechazo de determinadas especies puede no estar vinculado con observaciones “científicas” objetivas sino con percepciones, creencias y tradiciones culturales (v. ejemplos en Smart y Hoffman, 1988 y Théry-Parisot, 2002b). La preferencia o el rechazo por determinado combustible puede estar relacionada con un determinado contexto sociocultural más que con la estricta disponibilidad ecológica. Este proyecto intentará abordar la importancia de estas cuestiones en los yacimientos analizados –representatividad ecológica de la leña, selección antrópica o uso aleatorio de los recursos disponibles– pero mi opinión es que la única forma de llevarlo a cabo pasa por el estudio interdisciplinar de diferentes tipos de evidencia paleoambiental que permitan contrastar los resultados antracológicos. No rechazo el potencial de la antracología como herramienta para reconstruir la vegetación del pasado pero, como ya hemos demostrado en trabajos previos (Zapata et al., 2002; Zapata, 1999), las posibilidades se multiplican cuando la interpretación se lleva a cabo combinando los resultados al menos con los palinológicos. 1.2.3. La gestión del combustible Esperamos poder abordar la gestión del combustible en algunos yacimientos: si existe una planificación en el uso de los recursos, almacenamiento o uso aleatorio y oportunista de la madera… Como ya se ha dicho, es probable que la madera muerta haya sido favorecida y probablemente ha podido ser un factor clave en la recolección como se ha señalado en algún caso arqueológico (Théry-Parisot, 2001; Scheel-Ybert, R., 2001; Asouti y Austin, 2005). El uso de leña muerta puede reconocerse por la presencia de hifas y micelios de hongos (filamentos tubulares estructurales en los hongos) dentro de las paredes de los vasos de la madera. El uso de madera verde, por el contrario, se asocia a la presencia de madera vitrificada, frecuente en algunos yacimientos (Zapata y Peña-Chocarro, 2005). Desde que los seres humanos controlaron el fuego la madera se convirtió en una materia

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prima de gran importancia que requiere de un abastecimiento regular a gran escala. Su captación y aprovisionamiento, sobre todo en momentos de rigor climático y escasez forestal, pudo condicionar la elección de determinados emplazamientos para ser ocupados así como las estrategias específicas de explotación del medio. No hay más que recordar que en ambientes actuales deforestados es frecuente que las mujeres y niñas empleen tres horas diarias en el abastecimiento de combustible (Zapata et al., 2003). La leña es un material de consumo inmediato, no reutilizable. Si una ocupación va a ser prolongada, es probable que exista una previsión y un almacenamiento, mientras que en una ocupación corta puede existir una tendencia a una explotación oportunista de acceso primario privilegiando la madera muerta. El estado de la leña y algunas de sus características anatómicas pueden proporcionar datos de interés sobre estos aspectos.

1.3. SUBSISTENCIA Y COMPONENTE VEGETAL EN LA DIETA HUMANA DURANTE EL PALEOLÍTICO MEDIO Y SUPERIOR

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l papel que los recursos vegetales pudieron jugar en la alimentación humana durante el Paleolítico debería ser un tema de presencia significativa en la bibliografía arqueológica; al fín y al cabo, la subsistencia humana es uno de los grandes temas de la investigación arqueológica en general. Sin embargo, existen muy pocos datos directos sobre esta cuestión que sustenten las conclusiones que podemos leer en muchos trabajos y síntesis. Los prehistoriadores, a pesar de que asumen, cada vez más, el posible papel de las plantas en las dietas de las sociedades cazadoras-recolectoras, olvidan a menudo a la arqueobotánica dentro de sus estrategias de investigación. En consecuencia, las interpretaciones y síntesis tienden de forma especulativa a sobreestimar el papel de la caza-pesca, bien documentada arqueológicamente, e infravalorar el papel de la alimentación vegetal. Es posible que esto tenga algo que ver también con nuestra propia mentalidad europea occidental que valora las plantas silvestres como alimentos de emergencia a los que sólo se recurre en periodos de escasez, a diferencia de Asia, por ejemplo Corea y Japón, donde las plantas silvestres son muy valoradas culturalmente y existe una larga tradición que registra el importante papel de los alimentos vegetales en los yacimientos Jomon. Los alimentos vegetales cuentan con muchos motivos para ser seleccionados: son abundantes –con la posible excepción de los momentos muy fríos en latitudes septentrionales–, predecibles y fácilmente almacenables. Su recolección no necesita de habilidades ni destrezas especiales y puede ser llevada a cabo por cualquier miembro del grupo y, a diferencia de la caza, no suele necesitar de utillaje específico, lo que de nuevo redunda negativamente en su visibilidad arqueológica. El valor nutritivo de los alimentos vegetales es importante hasta el punto de que los requerimientos nutricionales de nuestra especie difícilmente se alcanzan a lo largo del año con una dieta de origen exclusivamente animal excepto en hábitats costeros y árticos donde existen adaptaciones específicas (Speth y Spielmann, 1983, aunque también se puede ver su crítica en Bunn y Ezzo, 1993).

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Desde la propuesta de D. Clarke (1978), planteada por él mismo como muy especulativa, la situación comienza a cambiar para el Mesolítico y empezamos a tener datos sobre las prácticas recolectoras en la primera parte del Holoceno (entre otros, Buxó, 1997; Hansen, 1991; Hather y Mason, 2002a; Kubiak-Martens, 1999; KubiakMartens, 2002; Marinval, 1991; Marinval, 1995; Mithen, Finlay, Carruthers et al., 2001; Regnell, Gaillard, Bartholin et al., 1995; Zapata, Cava, Iriarte et al., 2002; Zvelebil, 1994). Para el Paleolítico, en cambio, la información es mucho más limitada y especulativa, con escasísimos trabajos que valoren la cuestión con una base empírica mínimamente sólida. La dieta y, específicamente, la importancia de las plantas en la alimentación, ha recibido bastante atención por parte de estudios que se centran en el proceso de hominización y en la subsistencia de los homínidos y los primeros representantes del género Homo (v. por ejemplo Wrangham et al., 1999). Independientemente de que pueda ser estudiado desde otras perspectivas –por ejemplo desde el análisis del utillaje lítico o de hueso–, el papel de los alimentos vegetales en la dieta paleolítica se ha abordado desde una perspectiva directa a partir de dos líneas de investigación: 1) los estudios de paleodietas en restos humanos, y 2) a partir de los restos de la alimentación recuperados e identificados mediante análisis arqueobotánicos. El análisis de residuos en útiles líticos también se ha utilizado para inferir el uso de los artefactos y ofrecer datos sobre la dieta neandertal (Hardy, 2004). Sin embargo, soy escéptica en cuanto a la asociación de los útiles y los residuos, al menos en los casos que conozco y puedo valorar. Los análisis de paleodietas miden los tipos de proteínas consumidas por un individuo durante aproximadamente la última década de su vida. Los isótopos de 13C y 15 N determinan si la proteína consumida deriva principalmente de un origen animal o vegetal y, dentro de la animal, si es de origen terrestre o marino. Estos análisis son todavía recientes, aparentemente plantean incertidumbres metodológicas significativas y la importante limitación de la escasez o falta total de material esquelético para grandes periodos de la Prehistoria. En concreto, algunos trabajos señalan que los estudios de isótopos estables no son buenos indicadores del consumo de plantas (Schulting, 2000: 206-207; Bocherens et al. 2005: 80) y muchos investigadores que trabajan en este tema dicen que las plantas pueden estar infrarrepresentadas en los datos isotópicos y sospechan que a menudo lo están (Dr. C. Bonsall, Universidad de Edimburgo, com. pers.). La mayor parte de la investigación de paleodietas con isótopos estables en Europa se basa en los isótopos de 13C y 15N en colágeno de hueso. Como todo el 15N y casi todo el 13C del colágeno derivan de la fracción de proteína de la dieta y las plantas no son fuentes importantes de proteína comparadas con la carne o el pescado, como norma general el consumo de carne o pescado tendrá un impacto mucho mayor en los valores de isótopos estables del colágeno que el consumo de plantas. Los valores de δ15N reflejan el consumo de alimentos vegetales sólo cuando se consumen plantas ricas en proteína –como las leguminosas y algunos frutos secos– y en gran cantidad. Por poner un ejemplo, una dieta en la que el 80% del aporte calórico proceda de tubérculos o raíces explicaría sólo el 40% o menos del aporte de proteína (Schulting 2000: 207). Por otro lado, parece que varían considerablemente los valores de δ 15N en las plantas silvestres y podría ser que un valor alto de δ15N, que normalmente se asume como

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reflejo del consumo de proteína animal, fuera el resultado de la proteína vegetal. Además, para valorar mejor la contribución de las plantas a la dieta se deberían analizar los isótopos de C en la apatita del hueso (bioapatita) además de en el colágeno y comprobar también la presencia de otros isótopos como Sr, algo que raramente se hace en Europa. Existen también otros muchos factores que deberían tenerse en cuenta como la proporción del enriquecimiento trófico entre el alimento y el consumidor humano o el efecto de las técnicas de preparación de los alimentos. En la actualidad, se está trabajando experimentalmente para valorar si la señal isotópica de los diferentes alimentos vegetales varía bajo diferentes condiciones edáficas, de procesado y conservación (Dr. C. Bonsall, Universidad de Edimburgo, com. pers.). Los estudios arqueobotánicos, al centrarse en la investigación sobre los orígenes de la agricultura, la domesticación vegetal y el estudio de las sociedades campesinas, tampoco han prestado demasiada atención al análisis y determinación específica de las plantas silvestres que nunca fueron domesticadas ni cultivadas, y que son precisamente las que pudieron ser base de la subsistencia de las sociedades preagrarias. Para Eurasia, los datos más impresionantes sobre uso de plantas en el Paleolítico proceden de Oriente Próximo y de Egipto gracias a la sistemática tarea investigadora de varios grupos de investigadores (Hillman, 1989; Kislev, Nadel y Carmi, 1992; Lev, Kislev y Bar-Yosef, 2005; Nadel, Weiss, Simchoni et al., 2004; Nadel y Werker, 1999; Weiss, Wetterstrom, Nadel et al., 2004). El ejemplo más antiguo procede del yacimiento achelense de Gesher Benot Ya’aqov donde para una cronología de OIS19, Pleistoceno Medio, se ha localizado una colección de 54 cantos con marcas de cazoletas típicas de haber sido utilizadas para machacar nueces –en el sentido botánico del término– junto a un gran número de macrorrestos vegetales de siete especies diferentes de frutos secos caracterizados por tener una cáscara o pericarpio duro, tipo almendra, pistacho o bellota (Goren-Inbar, Sharon, Melamed et al., 2002). 1.3.1. Componente vegetal en la dieta del Paleolítico Medio Durante el Paleolítico Medio la cuestión de la dieta enlaza directamente con la discusión relacionada con las formas de vida de los grupos neandertales, su organización social y territorial y capacidad cognitiva. Diferentes estudios han interpretado tradicionalmente que las estrategias de subsistencia de los grupos neandertales estarían basadas en pocos recursos (Stiner, 2001 y 2002), fundamentalmente la caza y/o carroñeo de herbívoros. La biomasa animal que ocupa Europa fue importante en los estadios isotópicos 5, 4 y 3 por lo que los recursos cinegéticos eran abundantes. Los restos zoológicos también son abundantísimos en los yacimientos así como los objetos líticos y óseos supuestamente asociados a estas actividades o al procesado de la carne –aunque los estudios de huellas de uso que lo avalen no sean tan frecuentes y se asocien fundamentalmente al trabajo de la madera y la piel (Ríos et al., 2003)–. Los análisis de paleodietas, isótopos estables, en restos esqueléticos apoyan la idea de que los neandertales son carnívoros de alto nivel que obtienen prácticamente la

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totalidad de la proteína de su dieta de origen animal (Bocherens et al., 2001; Bocherens, et al., 2005; Fizet et al., 1995; Richards et al., 2000). Otro estudio reciente señala que el pescado pudo constituir una parte importante (30%) de la dieta del neanderthal de SaintCésaire (Balter y Simon, 2006). Sin embargo, la ya comentada baja visibilidad de muchos alimentos vegetales y también el hecho de que los individuos neandertales presenten niveles más elevados que los de la propia fauna carnívora (v. la discusión sobre los valores de la fauna de referencia en Richards et al., 2000: 7664) exigirían una mayor cautela al respecto. Además, algunos de estos estudios se han llevado a cabo principalmente con restos óseos de neandertales de cronología reciente (los de Vindija de hecho se han datado c. 32.000 BP). Otra cuestión discutida que podría relacionarse con la importancia de las plantas en la subsistencia es si el acceso a esos recursos animales se realizaba mediante la caza o el carroñeo. Según algunos autores, si fueran carroñeros –una estrategia mucho más exigente en cuanto a tiempo y competencia con otros animales–, el carroñeo y la proteína de origen animal serían recursos secundarios frente a las plantas, un alimento mucho más predecible (Richards et al., 2000: 7665). La información disponible por el momento no es concluyente pero diferentes datos, entre ellos el supuesto alto consumo de carne de los análisis de paleodietas, los conjuntos faunísticos y el tratamiento de las carcasas, se asocian con la caza activa por parte de los neandertales. El número de análisis carpológicos con una cronología de Paleolítico Medio es insignificante frente a la larga tradición de estudios arqueozoológicos. Pero esos pocos y recientes estudios arqueobotánicos subrayan la posible importancia de las plantas en la alimentación de los grupos del Paleolítico Medio (Lev et al., 2005; Madella et al., 2002). En Kebara un estudio sistemático de macrorrestos vegetales ha recuperado más de 40.000 restos carpológicos (Figura 5), leguminosas silvestres en un 80%. Además, cuando estos análisis se completan con otros tipos de restos botánicos como los fitolitos (Albert et al., 2000), la imagen que se obtiene es mucho más completa. Y en Gorham’s Cave (Gibraltar) se ha identificado acebuche (Olea sp.) y piñón (Pinus pinea) junto a cantos entre los restos de los restos carbonizados. El hecho de que presenten evidencias de percusión sugiere su uso en el procesado de los alimentos vegetales. Existen así mismo grandes piedras redondeadas que pudieron utilizarse a modo de molinos (Barton et al., 1999: 16).

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Figura 5. Lathyrus hierosolymitanus, Avena barbata/wiestii y Vicia ervilia identificados en niveles de Paleolítico Medio en Kebara. Las leguminosas silvestres son especialmente importantes pero también se documentan frutos como los pistachos y las bellotas (Lev et al., 2005: 479-480). Partiendo de que cada uno de estos métodos –carpología, análisis químicos en hueso– tiene sus propias limitaciones a la hora de abordar la dieta en el pasado, lo que quiero subrayar es que: 1) los datos brutos sobre los que se suelen basar las argumentaciones no son muchos ni muy buenos –escasos esqueletos, escasos análisis arqueobotánicos, estudios de paleodietas con serios problemas metodológicos–, y b) los restos de plantas suelen aparecer cuando se realizan esfuerzos serios para recuperarlos –sin ir más lejos, muchos investigadores no intentan recuperarlos porque piensan que no se conservan (v. por ejemplo Kuhn y Stiner 2006: 957)–. En cuanto a la interpretación general, es significativo que los estudios de paleodietas, independientemente de los problemas metodológicos que plantean, tiendan a presentar las decenas de miles de años de subsistencia neandertal como una unidad monolítica y homogénea, sin la diversidad y variación histórica que siempre se supone a los humanos anatómicamente modernos. Tampoco queda reflejada la previsible diversidad en la dieta que pudo existir entre diferentes géneros, edades… Por poner algunos ejemplos de la posible diversidad del mundo del Paleolítico Medio, en el norte de Alemania se ha propuesto que los neandertales son cazadores organizados que explotan el reno de la misma forma que se hará 40.000 años después (Gaudzinski y Roebroeks, 2000), en Oriente Próximo se ha propuesto que desarrollan una economía de amplio espectro, incluyendo la explotación de vegetales y pequeños mamíferos (Lev et al., 2005; Madella et al., 2002), y en el sur de la Península Ibérica se reconocen acumulaciones de concheros (Cortés, 2005; Ramos et al., 2005). En la práctica, con este estado de la cuestión, sería deseable que la interpretación de la dieta neandertal se basara en estudios de caso sólidos que en lo referente a las paleodietas tomaran en cuenta la localización geográfica, el clima, la fauna comparada y las posibles variaciones en el metabolismo de los diferentes individuos. Todo ello exige cautela a la hora de hacer generalizaciones a nivel de población y mucho menos de especie. De hecho, los estudios de isótopos estables realizados con neandertales no recogen poblaciones meridionales entre las que, al menos a partir de los datos arqueozoológicos, parece inferirse una dieta más diversificada –algo que se ha relacionado con una disminución de los índices de mortalidad en comparación con las poblaciones septentrionales (Hockett y Haws, 2005)–. La cuestión de la composición y diversidad de la dieta no es trivial ya que enlaza con algunas teorías manejadas para explicar la sustitución de los neandertales por los humanos anatómicamente modernos. Hockett y Haws (2005) asumen por ejemplo que las poblaciones neandertales consumen una dieta muy poco diversa centrada en hervíboros terrestres de mediano y gran tamaño. La dieta de los humanos anatómicamente modernos sería más variada lo que resultaría una ventaja demográfica. Esta teoría se basa en la suposición de que las dietas variadas disminuyen los índices de mortalidad materno-infantiles y aumentan la esperanza de vida (Hockett y Haws, 2005).

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1.3.2. Componente vegetal en la dieta del Paleolítico Superior Durante el Paleolítico Superior siguen siendo escasos los datos sobre el uso de las plantas en la alimentación. Ya he señalado que algunos autores asumen la existencia de un aumento de la diversidad en la dieta de los humanos anatómicamente modernos frente a la de los neandertales, pero este aumento se relaciona con la inclusión de un número mayor de animales cazados y, en algunas zonas, con el aumento de los alimentos acuáticos (pescado, moluscos, pájaros) sobre todo (Richards et al., 2001). Los argumentos utilizados para sugerir el consumo de plantas durante el Paleolítico Superior se suelen basar en evidencias indirectas como la existencia de posibles estructuras de almacenamiento o la presencia de útiles que pudieron utilizarse para recolectar o procesar estos alimentos. Realmente, en muchos casos los usos de estos útiles son altamente especulativos (v. por ejemplo discusión sobre útiles apuntados magdalenienses en hueso en Owen, 2002). Otras vías de investigación son los microrresiduos recuperados en algunos objetos (Loy et al., 1992; Piperno et al., 2004) o los modelos paleoetnobotánicos realizados a partir de sociedades históricas o actuales que explotan hábitats árticos, supuestamente similares a las condiciones frías que se vivieron en algunos momentos del Paleolítico Superior ya que las plantas son un componente importante de la dieta de cazadores-recolectores que habitan medios muy diversos (Hillman, 1989). Incluso existen interesantes propuestas que intentan revalorizar el papel de la alimentación de origen vegetal en la economía del Paleolítico Superior. M. Kornfeld en su artículo “The Big-Game Focus” (1996) critica que la abundancia de restos de herbívoros en los yacimientos arqueológicos de la Cornisa Cantábrica se interprete automáticamente como una representación de la economía paleolítica. Propone además un buen número de ejemplos de alimentos vegetales utilizados por cazadores-recolectores en latitudes altas (Yahgan, Ona, Kaska, Kutchin, Ainu, Nunamiut…) y hace hincapié en que han podido ser infravalorados por los etnógrafos (Kornfeld, 1996: 634-5). Pero por muy atractivas que nos puedan parecer estas reinterpretaciones del registro arqueológico, lo cierto es que siguen siendo especulativas: los restos de la alimentación animal son evidentes en los yacimientos, mientras que los de las plantas no los hemos encontrado. Si los alimentos vegetales fueron importantes en algún momento, sería bueno que lo pudiéramos demostrar o al menos evaluar a la luz de datos arqueológicos. Los escasos yacimientos de Paleolítico Superior cuyos macrorrestos vegetales se han estudiado reúnen dos requisitos: 1) buenas condiciones de conservación de los restos y, sobre todo, 2) buenos y sistemáticos sistemas de recuperación y análisis. Uno de los yacimientos mejor estudiados es Ohalo II en Israel (Kislev et al., 1992; Kislev y Simchoni, 2002; Nadel et al., 2004; Nadel y Werker, 1999), un ejemplo del primer caso porque se trata de un sitio conservado en condiciones anaeróbicas. Recientemente se ha presentado un conjunto de más de 90.000 macrorrestos vegetales de este yacimiento con una cronología c 23.000 BP (Weiss et al., 2004). Los más frecuentes, aquellos que se interpretan como los principales componentes de la alimentación vegetal, son las gramíneas silvestres que incluyen tanto cereales –trigo y cebada silvestres– como gramíneas de pequeño tamaño. Otro yacimiento de alto interés es Wadi Kubbaniya en Egipto donde se documenta un nivel de diversificación dietética muy amplia con un rol preeminente de los alimentos subterráneos (raíces, rizomas y tubérculos),

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particularmente de Cyperus rotundus. Además, mediante el análisis de coprolitos infantiles, se documenta la alimentación de niños con este tipo de alimentos, cuestión que introduce el tema de la posible diversidad de la dieta dentro de diferentes individuos de una misma población (Hillman, 1989). 1.3.3. ¿Limitaciones de método arqueobotánico? Entre los arqueobotánicos que trabajamos con macrorrestos vegetales han existido serias limitaciones metodológicas para reconocer restos botánicos fragmentarios que pueden derivar de alimentos vegetales que sirvieron como proveedores de almidones y carbohidratos a las poblaciones preagrarias. Los conjuntos arqueobotánicos rara vez son analizados de forma “holística”. Las frutas, la corteza interior de los árboles, las hojas, brotes tiernos, tubérculos… pueden ser utilizados como alimento y empezamos a contar con herramientas que permiten reconocerlos. La identificación de los alimentos vegetales se ha basado tradicionalmente en la morfología externa general, algo adecuado exclusivamente para las semillas y aquellos frutos que sobreviven intactos en las muestras de flotación. Estos métodos son válidos para identificar los cereales y las malas hierbas pero no son adecuados para aproximarnos a otros tipos de alimentos que debieron ser importantes en contextos preagrarios (tubérculos, rizomas, cortezas…). Los métodos y criterios de identificación de estos tejidos vegetales requieren una investigación básica que ha empezado a realizarse y a utilizarse –por ejemplo (Hather, 1993; Hather y Mason, 2002b) en el caso de los tubérculos o (Albert, 2006; Pearsall, 2000; Zurro, 2002) en el caso de los fitolitos–. Los tejidos parenquimáticos derivados de algunas partes de las plantas como las raíces, tubérculos, tallos, tejidos de almacenamiento de frutas y semillas pueden confundirse fácilmente en las muestras arqueobotánicas con fragmentos no identificables de carbón. De esta forma, su presencia pasa desapercibida. Por consiguiente, los especialistas en la identificación de restos vegetales debemos hacer un esfuerzo por recuperar e identificar los alimentos vegetales con las viejas técnicas –la flotación sistemática– y con las nuevas herramientas de que disponemos para la identificación botánica.

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2. OBJETIVOS

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l objetivo general de este proyecto es conocer el uso humano de la vegetación en la mitad norte peninsular durante el Paleolítico, con especial énfasis en el Paleolítico Medio y el Paleolítico Superior. Además de revisar la metodología habitualmente utilizada en la recuperación de restos vegetales en los contextos paleolíticos, se plantea construir una secuencia paleoambiental a largo plazo que ayude a establecer modelos acerca de las relaciones entre los cambios medioambientales y las variaciones en los sistemas de subsistencia y en la explotación humana de los recursos. Los objetivos específicos son los siguientes: Metodológicos 1. Valorar la relevancia del estudio de macrorrestos vegetales para abordar los temas planteados. 2. Evaluar las estrategias de muestreo empleadas en los diferentes yacimientos analizados y establecer criterios y protocolos claros que ayuden a estandarizar la metodología (procedimientos de muestreo, técnicas analíticas, cuantificación…) para el estudio del uso de los recursos vegetales en yacimientos paleolíticos. 3. Establecer criterios anatómicos de identificación de algunos de los restos vegetales comúnmente no identificados (tejidos parenquimáticos) y plantear metodologías adecuadas que permitan reconocer los restos menos visibles. Relacionados con las condiciones ambientales (clima y vegetación) 1. Ofrecer nuevos datos arqueobotánicos que ayuden a conocer las condiciones climáticas y paleoambientales en las que vivieron los seres humanos durante el Paleolítico en la mitad norte de la Península Ibérica. 2. Conocer la existencia de áreas refugio para especies arbóreas en el norte peninsular durante los periodos fríos. 3. Describir los principales componentes árboreos de la vegetación local, entendiendo como tal la inmediata a los yacimientos analizados. Relacionados con la explotación de los recursos forestales 1. Determinar qué plantas se están utilizando como combustible en los yacimientos y si existe una selección de las mismas. 2. Detectar, en colaboración con otros investigadores, particularmente los arqueozoólogos, si existe un uso combinado de diferentes tipos de combustible. En particular, estimar el uso combinado o específico del hueso y de la leña en los contextos analizados.

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3. Valorar si se puede reconocer algún tipo de gestión forestal en estos periodos (almacenamiento de combustible, uso de madera muerta, preferencia por determinado porte o tamaño del combustible…). 4. Evaluar si la acción humana puede ser detectada en episodios de impacto (a partir de fuegos antrópicos, explotaciones de determinados taxones…). Relacionados con la subsistencia humana 1. Desarrollar modelos etnoarqueológicos a partir de diferentes líneas de evidencia sobre los recursos vegetales alimentarios disponibles en los periodos y medios ecológicos analizados. 2. Conocer los diferentes tipos de restos arqueobotánicos subproducto de la alimentación humana que se pueden recuperar en contextos arqueológicos paleolíticos del sur de Europa. 3. Valorar la importancia de cuestiones tafonómicas en la conservación y recuperación de estos restos alimentarios. 4. Estimar, en combinación con otras líneas de investigación, la importancia de los alimentos vegetales en la dieta humana del Paleolítico Medio y Superior.

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3. MATERIAL

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ste proyecto se desarrolla sobre la base metodológica del análisis de macrorrestos vegetales de origen arqueológico de cronología paleolítica. El punto de partida es contar con material recuperado adecuadamente en un número significativo de yacimientos. En el apartado siguiente incluimos una descripción somera de los yacimientos con que contamos para el análisis de macrorrestos vegetales. La convocatoria y la legislación relevante para el desarrollo de esta prueba de Habilitación Nacional del Profesorado Universitario no establecen la duración temporal del proyecto investigador. He interpretado que se trata de un proyecto factible en los plazos que habitualmente manejamos en convocatorias españolas y europeas, tres o cinco años, porque considero que no puedo estimar cuál será el estado de la cuestión ni los problemas de la investigación en Prehistoria a un plazo mayor. Por ello no he querido aumentar desmesuradamente el número de yacimientos que potencialmente podría estudiar, algo que sería fácil, sino que he intentado obtener una muestra adecuada y realista para abordar los objetivos propuestos. Dada la creciente demanda de análisis arqueobotánicos en España es previsible que a lo largo de la investigación, si se considera necesario, tenga acceso a un número mayor de yacimientos.

3.1. YACIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS

E l material con el que se trabaja en arqueobotánica es fundamental a la hora de obtener resultados de interés para la investigación en Prehistoria. Sin embargo, siempre hay un componente de oportunidad – las excavaciones antiguas no recuperaron estos materiales y sólo tenemos acceso a los yacimientos que se están excavando en la actualidad– y quizá de suerte –tras enormes esfuerzos de flotación hay yacimientos que casi no conservan restos carpológicos–. Teniendo en cuenta que los resultados no son conocibles a priori, es de esperar que los yacimientos ofrezcan resultados de diverso interés. En lo que respecta al método, todos son igualmente interesantes ya que la ausencia de información carpológica debe hacernos reflexionar sobre la tafonomía y el modo de llegada de los materiales al yacimiento. Los yacimientos previstos son los siguientes: Paleolítico Medio:

Axlor, H-03 (Terraza compleja de Butarque, Terraza del Manzanares).

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Paleolítico Superior: Antoliñako Koba, Atxoste, Balzola, Berroberria, El Horno, El Mirón, Estebanvela, Praile Haitz, Santa Catalina, Santimamiñe.

3.2. LA EXCAVACIÓN DE BALZOLA, UNA EXPERIENCIA METODOLÓGICA PROPIA

E s poco habitual que las y los especialistas en arqueobotánica dirijamos nuestros propios proyectos de excavación o investigación arqueológica de campo. A pesar de que podamos tener una formación como arqueólogos o prehistoriadores resulta difícil embarcarse en proyectos propios por diversos motivos, entre otros: a) la vertiente “biológica” de nuestra disciplina es lo suficientemente dura como para que absorba una parte importante de nuestra dedicación y formación; b) a diferencia de otros países como Reino Unido o Alemania, en España trabajamos en laboratorios que frecuentemente están en construcción y que exigen por nuestra parte una gran inversión en tiempo y esfuerzo, sobre todo para crear las colecciones de referencia imprescindibles en nuestro trabajo; es decir, trabajamos aislados y partimos de cero en cuanto a infraestructura; y c) nos vemos abrumados por una creciente demanda de análisis que nuestra precaria situación profesional no nos permite rechazar. Desde hace décadas, la arqueología prehistórica no puede entenderse sin ser interdisciplinaria; necesita del concurso, reflexión y trabajo conjunto de múltiples investigadores que aborden en común el estudio de un yacimiento o de una problemática histórica concreta. Esa es la situación ideal que todos aceptamos pero creo que todavía dista mucho de ser la realidad. Como investigadora que participa y colabora en numerosos proyectos, creo que son poco frecuentes los casos en los que existe verdadera interacción entre los miembros del equipo. Ésta se podría valorar por la ausencia de hipótesis de trabajo previas, hipótesis metodológica, objetivos y problemas históricos que se van a abordar con el proyecto. La ausencia de un plan de investigación coherente se materializa en la inexistencia de reuniones o de una mínima discusión entre los miembros del grupo y eventualmente en la publicación de informes independientes donde cada especialista publica su parte y normalmente ni tan siquiera tiene acceso a una lectura previa de los textos de los demás. Como arqueobotánica, debo acomodarme además a las inercias existentes en la investigación arqueológica de campo que en mi caso se traducen en:  

Entrega de materiales una vez concluida la excavación, sin que haya habido ninguna estrategia de muestreo o se haya consultado con un bioarqueólogo sobre cómo recuperarlos. Recuperación inadecuada de los macrorrestos carpológicos. Cada vez más, los materiales antracológicos se recuperan correctamente aunque sea con un cribado en seco –método adecuado si se realiza cuidadosamente–. Sin embargo, no ocurre lo mismo con el material carpológico, normalmente de pequeño tamaño.

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 

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Éste sólo se recupera en caso de concentraciones de restos carbonizados o en el caso de semillas o frutos de gran tamaño. Solicitudes de flotación una vez terminada la excavación, cuando en realidad la flotación es una parte del proceso de excavación. Cuando se hacen, las flotaciones suelen ser insuficientes porque no se llega a comprender que al fin y al cabo no es más que un sistema de criba que permite recuperar no sólo el material botánico sino todos los restos de pequeño tamaño (líticos, microfauna…). Es frecuente por ejemplo que algunos arqueólogos criben el sedimento antes de flotar.

En fin, es necesario mantener una comunicación permanente y preferentemente una presencia en el yacimiento de la especialista en arqueobotánica, con el fin de controlar in situ todas estas variables, corregir las malas prácticas cuando se desarrollan y rediseñar sobre el terreno la propia estrategia de muestreo. Esto no es habitualmente posible porque muchas excavaciones arqueológicas se solapan en el tiempo y porque los especialistas somos todavía pocos. Por todo ello, en mi caso he decidido implementar este proyecto con el desarrollo de una excavación propia en un yacimiento con niveles paleolíticos que me permita reflexionar sobre el método de campo y examinar todos los factores que en otros proyectos quedan fuera de mi control o de mi toma de decisiones. 3.2.1. El yacimiento La cueva de Balzola se localiza en el Municipio de Dima (Bizkaia), comarca de Arratia, en el karst de Indusi coordenadas X: 521.000-524.000 Y: 4.774.000-4.776.000 según la Proyección U.T.M., en la hoja cartográfica Igorre 87-I y long. 0º 57’ 40’’, lat. 43º 07’ 20’’, 365 m de altitud de la Hoja nº 87, Elorrio, del Instituto Geográfico y Catastral 1/50.000 (http://www.bizkaia.net). Los núcleos de población cercanos más importantes son diversos barrios del municipio de Dima: Indusi, Olabarria, Bargondia y Baltzola. La topografía es variada con macizos cercanos: Urrekoaitz (589 m), Garaio (574 m), Bargondiako Atxak (527 m) y Kobagan (454 m). El sistema de Balzola se encuentra a unos 200 m del abrigo de Axlor, actualmente en excavación. La cadena calcárea de Indusi está constituida por materiales cretácicos estructurados según las principales estructuras regionales de la Cuenca Vasco-Cantábrica ONO-ESE, sobre las cuales se depositan los diferentes sedimentos cuaternarios. En el entorno se encuentran macizos de altitud media como Urrekoaitz (589 m), Garaio (574 m), Bargondiako Atxak (527 m) y Kobagan (454 m) donde se abren las bocas de la cavidad. El karst de Indusi es bien conocido gracias a las exploraciones de grupos espeleológicos. También se han realizado diferentes estudios hidroquímicos y de climatología subterránea que han ayudado a definirlo y a conocer el funcionamiento del sistema (Les, 2005). La cueva de Balzola cuenta con tres bocas principales. La occidental, llamada de Gibeldar, de grandes dimensiones y, hacia el SSE la boca principal de 75 m de ancho por 25 de alto que a su vez tiene otra boca próxima (Entrada “B” en la planta de Jabier

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Les, también denominada Erdikoate, Figura 6). En esta zona se han observado en superficie restos arqueológicos óseos, líticos y cerámicos.

Figura 6. Plano de la cueva de Balzola.

3.2.2. Intervenciones históricas en Balzola La investigación arqueológica en el lugar arranca en 1866 y continúa en el siglo XX. Independientemente de una multitud de hallazgos aislados recogidos en diversas publicaciones que se hallan en lugar desconocido, éstas son las principales intervenciones arqueológicas documentadas en la cueva: 

Excavación de R. Jaggor (1866)

El alemán R. Jaggor, miembro de la Sociedad Antropológica de Berlín, en 1866 realiza excavaciones en la cavidad y señala que existe un importante yacimiento arqueológico, aspecto que es recogido por las principales síntesis de Prehistoria de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Por ejemplo, Gabriel de Mortillet

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clasifica como magdalenienses los materiales de Balzola recogidos por Jaggor en su obra Le Préhistorique: antiquité de l’Homme (1882), París, 642 p.  Excavación de A. de Gálvez-Cañero (1912) Augusto de Gálvez-Cañero es un ingeniero de minas que en 1912 emprende el estudio de la espeleología de la provincia de Bizkaia con el objetivo de “buscar restos de animales del cuaternario y de la primitiva industria del hombre” (Gálvez Cañero, 1913): 184. Señala en esta publicación que emplearon dos obreros para remover los escombros de la cueva, levantando algunas de las piedras grandes caídas del techo y cribando las tierras que están debajo: El suelo está todo trastornado y revuelto y no puede hacerse la investigación por capas y niveles: el buscar el piso que tuviera la cueva en la época cuaternaria sería empresa de muy elevado coste, no pudiéndose hacer otra cosa actualmente que reconocer las paredes, en talud, del Norte de la cueva, cerca del atrio principal de la entrada. Esto es lo que hemos hecho, y aunque los descubrimientos realizados no tengan entera novedad, vienen a comprobar la existencia de una estación prehistórica magdaleniense en la cueva de Balzola, demostrada por Jagor en 1866, pues hemos recogido más de un centenar de sílex tallados que caben en el grupo citado de la clasificación de Mortillet. El insigne abate Breuil, que ha visto algunos de los sílex encontrados por mí en Balzola, los clasifica de azilienses. Es de notar que, a pesar de nuestros grandes esfuerzos y del cuidado extraordinario que hemos puesto en la exploración, no hemos hallado absolutamente ningún hueso labrado, muy frecuentes en las estaciones de esta época, tanto de Guipúzcoa como de Santander: acaso una investigación en mayor escala permita descubrirlos pero las condiciones en las que la cueva se halla hacen imposibles los trabajos. En la entrada de la galería más alta encontramos también un trozo de instrumento de piedra pulimentada, indudablemente neolítico, y entre los sílex tallados apareció también un trozo de cerámica demasiado pequeño para poder determinar su época. Como vemos, los útiles líticos de la intervención de A. de Gálvez-Cañero son clasificados por él como magdalenienses, siguiendo la clasificación de Mortillet, y como azilienses por el abate Breuil que examina directamente los hallazgos. Además Gálvez–Cañero se preocupa por reconocer los restos arqueozoológicos y los lleva al osteólogo francés Edouard Harlé. Se identifican los siguientes: Cervus elaphus, que parece ser el taxón más abundante, Cervus capreolus, Rupicapra europaea, Equus caballus, Bos, Ovis/Capra, Sus, Canis vulpes, Lepus, Faetorius vulgaris, Ursus y moluscos tanto marinos (Patella vulgata) como terrestres (Pomatians hispanicus, Cyclostoma elegans, Helix nemoralis). 

Excavación de J.M. Barandiarán (1932)

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Con posterioridad, J.M. de Barandiarán desarrolla una excavación arqueológica en junio de 1932 (Barandiarán, 1932). Durante varios días visitó la cavidad y excavó cerca de la boca principal, señalando: “En la superficie del suelo hay fragmentos de cerámica basta. Los ejemplares que recogí, todos de escasas dimensiones, no muestran vestigios de decoración. Tampoco permiten adivinar la forma de las vasijas a que pertenecieran. En la tierra, que excavé hasta la profundidad de 30 cm, aparecieron muchas lascas de pedernal, así como puntas, cuchillos, láminas y puntas de dorso rebajado, raspadores y buriles del mismo material. También salieron dos percutores, uno de arenisca y el otro de caliza, de forma discoidea que muestran señales de haber sido utilizados. Un canto rodado pizarroso, cuya superficie se halla llena de incisiones artificiales, es análogo a otros de la época magdaleniense que, con el nombre de compresores, hemos clasificado en el ajuar de otros yacimientos prehistóricos del país vasco. Aparecieron varios trozos de ocre, dos de los cuales estaban desgastados por el uso. En el yacimiento de Balzola han sido señaladas antes de ahora las industrias neolítica, aziliense y magdaleniense. Aunque los vestigios prehistóricos descubiertos por mí no revelan precisamente la existencia de las tres etapas, parece indudable la presencia del magdaleniense o del aziliense y de otro nivel posterior al epipaleolítico.” Los materiales de esta intervención, de gran calidad, se hallan en el Museo Arqueológico de Bilbao. Los hemos revisado y efectivamente incluyen un nutrido grupo de raspadores, láminas, buriles, puntas y dorsos además de varios cantos y percutores. Se localizan además restos arqueozoológicos, básicamente molares de herbívoros y unos escasos fragmentos de cerámica.

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Figuras 7-16. Selección de materiales líticos de la excavación de J.M. de Barandiarán en Balzola depositados en el Museo Arqueológico de Bilbao.

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Excavación de E. Berganza (1977)

En 1977 unos muchachos informaron al Seminario de Arqueología de la Universidad de Deusto del hallazgo de restos humanos en una cornisa de la cueva de Balzola. E. Berganza, M. Muñoz y J.L. Marcos realizaron una excavación arqueológica circunscrita a esta zona situada junto a la galería elevada en el lateral derecho de la cavidad (Berganza, Muñoz y Marcos, 1979). Los hallazgos corresponden a un enterramiento colectivo de al menos 8 individuos de gran variedad de edad (adultos, juveniles, infantiles, recién nacido y non-nato, según identificación del Dr. Basabe). Junto a los restos óseos se recuperaron cuentas de varios tipos y materiales así como diversos elementos líticos y fragmentos cerámicos de probable cronología calcolítica. 3.2.3. Nuestra intervención (2006) En julio de 2006 he dirigido una campaña de sondeos en el yacimiento con un objetivo doble: a) definir las posibles zonas de interés arqueológico y b) conocer el estado de conservación de las mismas. Los resultados han sido altamente positivos y a partir de este año comenzaremos la excavación sistemática de una de las zonas (área del Redil junto al lateral derecho de la cavidad, v. Figura 6). En combinación con los Drs. A. Aranburu (UPV/EHU) y E. Iriarte (Universidad de Cantabria) realizamos varios sondeos mecánicos que nos ayudaron a valorar los depósitos sedimentarios en varias zonas de la cueva.

Figuras 17-18. Sondeos mecánicos en la cueva de Balzola previos a la excavación.

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Figuras 19 y 20. Sondeos arqueológicos y secuencia estratigráfica. Los sondeos mecánicos nos han ayudado a desestimar la intervención en algunas áreas de aparente interés. Optamos por centrar la actuación en la zona baja situada frente a la entrada B de la Figura 6 Y en la zona alta del Redil. La zona inferior presenta una estratigrafía de al menos 2 m con diferentes niveles todos ellos con cerámica. La zona superior registra un mínimo de 7 niveles, aparentemente intactos, sin cerámica, cuya adscripción cronológico-cultural está todavía pendiente. Toda la fauna recuperada es salvaje, con predominio del ciervo y presencia de sarrio (identificación preliminar del Dr. P. Castaños). La secuencia de esta zona aparentemente corresponde a los niveles excavados por J.M. Barandiarán en 1932 supuestamente adscritos al Magdaleniense o Aziliense. En próximas campañas la excavación se centrará en esta zona cuyo depósito completo desconocemos ya que J.M. Barandiarán excavó únicamente los primeros 30 cm y en nuestro caso únicamente excavamos 0,5 m2 y 50 cm de profundidad (Figuras 19 y 20). Todo el sedimento excavado en la zona del Redil en Balzola se ha procesado por flotación. Este tratamiento se trata en realidad de un sistema de cribado con agua que incorpora además la fracción que flota. Lo contemplamos como una estrategia integral de recuperación de restos arqueológicos y bioarqueológicos.

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4. MÉTODO 4.1. HIPÓTESIS METODOLÓGICAS

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as hipótesis de trabajo metodológicas –es decir, aquellas que se establecen a priori como base de la investigación– en las que se basa esta propuesta son las cuatro siguientes: 1. Con la excepción del polen, que cuenta con un método bien establecido y un protocolo fácil de aplicar incluso cuando la excavación ha concluido, los restos vegetales (macrorrestos y microrrestos como los fitolitos) no se recuperan correctamente en la mayor parte de los yacimientos paleolíticos de la Península Ibérica. El desarrollo de estrategias de muestreo adecuadas permite recuperar un número mayor de restos y facilita abordar cuestiones pobremente conocidas como la selección y el uso del combustible o el papel de los recursos vegetales en la dieta de los diferentes grupos humanos paleolíticos. El hecho de que en la mayor parte de los yacimientos no se desarrollen estrategias específicas de muestreo –particularmente para los restos carpológicos– implica que probablemente se pierde una parte significativa de los macrorrestos vegetales. Es posible que estos materiales sean menos abundantes en los yacimientos paleolíticos que en los de cronología holocena debido básicamente a la mayor antigüedad y a la naturaleza de algunos sedimentos. Sin embargo, la idea generalizada de que los macrorrestos botánicos sólo se preservan bajo condiciones excepcionales ha limitado los intentos de recuperación sistemáticos, realmente escasos en la bibliografía arqueológica europea. 2. El estudio de los macrorrestos vegetales es imprescindible para refinar y corregir las interpretaciones paleoambientales derivadas exclusivamente del análisis palinológico. Los estudios de polen han sido tradicionalmente la principal herramienta utilizada en la reconstrucción del paisaje vegetal del pasado. La palinología constituye una disciplina bien asentada, con unos protocolos de muestreo, análisis e interpretación establecidos y estandarizados desde hace tiempo. Sin embargo, diversos autores han hecho hincapié en que los macrorrestos vegetales deben ser también analizados con el fin de refinar y corregir las interpretaciones derivadas exclusivamente del análisis palinológico (entre otros, Birks, 1994; Birks y Birks, 2000 y 2003; Willis et al., 2000). Algunas de las limitaciones asociadas al polen responden a su escasa resolución taxonómica. Por otro lado, la lluvia polínica y su

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fuente de origen son extremadamente complejas y el análisis polínico puede llevar a interpretaciones erróneas, particularmente en los paleoambientes con escasez de elementos arbóreos típicos de las condiciones climáticas glaciares. Normalmente, los macrorrestos vegetales se pueden identificar con mayor precisión que el polen, tienden a distribuirse de forma mucho más local desde su lugar de origen y reflejan así mejor la flora y la vegetación local. Por ello, los análisis antracológicos pueden ser cruciales a la hora de clarificar dudas en los modelos palinológicos y climáticos. De hecho, se están usando de forma creciente para abordar cuestiones como la existencia de refugios o la recolonización de territorios en periodos templados (Figueiral y Terral, 2002; Willis y van Andel, 2004; Willis y Whittaker, 2000). Una ventaja añadida de la madera y de otros macrorrestos vegetales es que fragmentos individuales identificados a nivel de especie pueden ser datados por radiocarbono. 3. Diferentes comportamientos en la explotación y gestión de los recursos forestales son detectables arqueológicamente entre las diversas poblaciones humanas del Paleolítico Medio y Superior. La orientación de muchos análisis antracológicos entiende la explotación de la madera como un elemento de reconstrucción paleoambiental aislado del contexto social en que se produjo. Es el concepto de que el carbón –bajo determinadas circunstancias: fragmentos dispersos, contextos domésticos de larga duración bien muestreados– es una “función de la vegetación del pasado” (Chabal, 1997; Vernet, 1997). Esta visión ha proporcionado un conjunto importante de datos y de secuencias paleoambientales muy útiles para el conocimiento del paisaje vegetal prehistórico y esto es particularmente cierto cuando la información antracológica se combina y contrasta con la proporcionada por otros materiales bioarqueológicos y geoarqueológicos (entre otros, Birks y Birks, 2000; Hansen, 2001; Leroi-Gourhan, 1992; Leroyer y Heinz, 1992; Zapata et al., 2002). Sin embargo, además de la reconstrucción del paisaje, deberíamos abordar otras cuestiones a partir de los restos antracológicos. Aspectos que intentaré analizar en este proyecto son cómo se gestiona su uso, si se almacena o no, la utilización de la madera muerta, la combinación de la leña arbórea con otros combustibles como el hueso o el uso de la madera para otras funciones. 4. Los recursos vegetales jugaron un papel significativo en la subsistencia humana paleolítica. La visión de la dieta de las sociedades paleolíticas tan marcada por la importancia de la caza, independientemente de la mayor visibilidad de los restos arqueozoológicos, viene condicionada por la supuesta menor disponibilidad de recursos vegetales en algunos medios pleistocénicos (en nuestro entorno por ejemplo v. Straus, 1990). Esta interpretación puede estar sustentada en parte por el escaso conocimiento de los posibles ambientes florísticos del Pleistoceno, probablemente sin análogos modernos para el Sur de Europa, así como por el

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desconocimiento de los recursos vegetales potencialmente utilizables por los cazadores-recolectores. Diversos estudios ponen de manifiesto la riqueza y el alto grado de aprovechamiento que las poblaciones humanas hacen de medios aparentemente pobres, como las estepas semiáridas del sudoeste asiático en el Tardiglaciar (Hillman, 2000). Muchas de estas plantas también estarían disponibles durante largos periodos del Paleolítico Medio y Superior. Existe una serie de recursos poco visibles arqueológicamente pero que sistemáticamente se han utilizado por todas las sociedades cazadoras-recolectoras que los tienen a su disposición: tubérculos, raíces, rizomas, bellotas, corteza interior o cambium de árboles, entre otros. Una aproximación cuidadosa a las muestras arqueobotánicas puede permitirnos identificar algunos de estos elementos, además de los restos carpológicos clásicos –como las gramíneas identificadas en Ohalo II (Weiss et al., 2004)–. Centrándonos en uno de los recursos más evidentes, el aprovechamiento de las bellotas por parte de diferentes grupos humanos está atestiguado desde el Pleistoceno Medio (Goren-Inbar et al., 2002), durante el Paleolítico Medio (Lev, Kislev y Bar-Yosef, 2005) y continúa durante el Paleolítico Superior y el Mesolítico (Holden et al., 1995; Nadel y Werker, 1999). En el norte peninsular los primeros datos que tenemos acerca de su uso proceden de algunos contextos inéditos del Tardiglaciar que estoy estudiando. El examen de cualquier secuencia palinológica pleistocena del sur de Europa refleja que Quercus es unos de los principales componentes arbóreos (para la Península Ibérica ver por ejemplo Burjachs, 2006; Pons y Reille, 1988; Ramil y Gómez Orellana, 2002) como por otro lado indican todos los estudios genéticos de las poblaciones actuales (Olalde et al., 2002; Taberlet y Cheddadi, 2002). Las bellotas serían por lo tanto un recurso común, abundante y predecible. El hecho de que los cotiledones que encontramos arqueológicamente aparezcan carbonizados, es un fuerte argumento para asumir que las bellotas eran utilizadas en la alimentación humana paleolítica ya que la carbonización sugiere algún tipo de procesado junto al fuego. Se ha señalado repetidamente que las bellotas tienen un gran potencial para constituir un alimento básico para el ser humano (Mason, 1992). Son grandes proveedoras de carbohidratos –a diferencia de avellanas, hayucos o nueces, más ricas en grasas o proteínas– y muy similares en términos nutritivos a los cereales. Se almacenan fácilmente durante largos periodos de tiempo por lo que pueden ser un recurso utilizable a largo plazo o en periodos de escasez. Por otro lado, existe una abrumadora evidencia de uso en la alimentación humana entre grupos humanos diversos, tanto cazadores-recolectores como agricultores (Mason, 1992; McCorriston, 1994). El cambium o corteza interior de los árboles es otro recurso probablemente utilizado durante el Paleolítico cuya recuperación e identificación arqueobotánica deberíamos intentar. Numerosos datos etnográficos e históricos indican que se ha recolectado recurrentemente por parte de numerosos grupos humanos que han vivido en el entorno de coníferas en Europa, Siberia y América, generalmente en áreas o periodos en los que los cereales escaseaban. El cambium es una capa que se desarrolla bajo el floema, la corteza interior, y en los pinos, por ejemplo,

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constituye una sustancia comestible que aporta carbohidratos, proteínas y vitaminas C, B1 y B2 (Hansson, 1995). Para su recolección en época histórica se eliminaban primero piezas de la corteza exterior de pinos jóvenes con cuchillos u objetos de hueso y asta. Entonces, la capa de cambium se extraía a modo de largas tiras con otro objeto más estrecho afilado. Estas tiras se podían consumir de formas muy variadas: inmediatamente frescas, tostadas, o podían ser secadas para usar posteriormente. También se pueden elaborar diferentes productos a partir de la harina, una vez molido el cambium, o hervir para hacer caldo. Los saami lo utilizaron sistemáticamente como un agente espesante y también mezclado con otros alimentos. La mejor época para la recolección es el final de la primavera y primera mitad del verano. En este momento la savia circula, el valor nutricional es mayor, con un alto contenido en azúcar, y la corteza se retira mejor (Niklasson et al., 1994; Prince, 2001). Existen diferentes patrones de explotación de la corteza de los pinos. Si se hace a pequeña escala, el árbol sobrevive, conservando típicas marcas en la corteza. En Escandinavia el daño hecho a los pinos era deliberadamente escaso y únicamente se cortaban tiras pequeñas de la zona norte y noreste del tronco. Mujeres y niños eran los encargados de la recolección. Otra posibilidad es cortar el árbol y utilizar la totalidad de la corteza interior (Niklasson et al., 1994). Rivera y Obón de Castro (1991: 213) señalan que los lapones arrancaban la corteza del árbol en su totalidad, hasta cierta altura. Los árboles morían por esta causa, por lo que las rutas de migración de este pueblo estaban marcadas por el rastro que dejaban de pinos muertos. Evidentemente, esta es una práctica que generaría una gran cantidad de madera que sería fácilmente aprovechable como combustible y constituye un ejemplo más de cómo ciertas maderas pueden estar sobrerrepresentadas en el registro arqueológico. Recientemente se ha propuesto que los neandertales comieran cambium de pino (Sandgathe y Hayden, 2002). Después de valorar otros posibles usos, estos autores sugieren que algunos utensilios recuperados en yacimientos del Paleolítico Medio (por ejemplo las series de costilla de mamut apuntadas y modificadas de Salzgitter-Lebenstedt) podrían haberse utilizado para pelar la corteza de los árboles. Se trata de útiles tipo espátula o biselados en hueso y en madera que guardan un gran parecido con los ejemplos etnográficos utilizados para esta actividad. Aunque el paralelo entre forma y función no deja de ser complicado en arqueología, como bien demuestran los estudios traceológicos en material lítico, curiosamente estos objetos se han asociado en otras ocasiones al trabajo de la piel –como alisadores en algunos casos– o a la caza sin considerar su posible uso en la recolección de alimentos vegetales.

4.2. ESTRATEGIA DE MUESTREO

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a recogida de datos se ha practicado en función de un muestreo polietápico, es decir, desarrollado en varias etapas sucesivas y jerarquizadas de tal forma que garanticen la validez y fiabilidad de los datos finales. La primera de estas etapas consiste en seleccionar los yacimientos pertinentes y ello no suele ser tarea fácil. Y ello básicamente por tres razones: 1) La primera es estructural: algunas cronologías o algunos tipos de yacimientos, como los de habitación al aire libre, son particularmente escasos o mal conocidos. 2) La segunda razón es metodológica. A diferencia de otros estudios arqueobotánicos como los palinológicos, el muestreo para el estudio de macrorrestos vegetales debe realizarse durante la excavación. Esto significa que la recogida de información depende de que se estén excavando los yacimientos adecuados en el momento adecuado. No siempre se puede contar con yacimientos que se adecuen geográfica o cronológicamente a un proyecto determinado. La flotación sistemática no es todavía una práctica común. Consecuentemente, el universo máximo posible son aquellas excavaciones recientes y que desarrollan muestreos de este tipo. 3) No todos los directores de excavación son igualmente receptivos a la inclusión de técnicas de flotación extensas; de hecho, la mayoría optan por no incorporarlas. Con todo, pensamos que una muestra que incluya un número de yacimientos como el que proponemos es lo suficientemente válida como para contar con una primera aproximación al uso de los recursos vegetales en la zona durante el periodo estudiado. En nuestra opinión, la ausencia más significativa, que la investigación futura debería intentar subsanar, viene dada por la escasa representación de los yacimientos de Paleolítico Medio, particularmente escasos. La segunda etapa del muestreo consistirá en la selección de los contextos o unidades estratigráficas. Esta etapa se desarrolla en el yacimiento, que generalmente incluye diferentes unidades englobadas bajo una terminología muy variada: unidades de excavación (lechos, capas...), unidades estratigráficas, contextos, niveles, estructuras (hogares, hoyos...), etc. Normalmente se mantendrán las unidades definidas por la arqueóloga o arqueólogo responsable de cada excavación, respetando siempre la unidad menor. Así, por ejemplo, hemos considerado contexto o unidad estratigráfica cada hogar identificado en determinado nivel. La muestra provisional que aquí proponemos se compone de un total de 16 yacimientos. Dos de estos yacimientos (Axlor y Balzola en Bizkaia) están representados al completo, ya que se han recogido muestras de todas y cada una de sus unidades estratigráficas y/o periodos de ocupación. En los restantes, se incluirán muestras correspondientes a los contextos excavados en el momento del muestreo. La tercera y última etapa es el muestreo de cada unidad estratigráfica y se refiere a la forma en que se recoge el sedimento y a la cantidad que se analiza. Lo ideal, sobre todo tratándose de yacimientos paleolíticos, es procesar todo el sedimento disponible

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como haremos en algunos yacimientos. Cuando no sea posible procesar todo el sedimento, se procederá a un muestreo del mismo, bien en la fase de recogida y procesado o bien en la fase de análisis. Hablamos de un muestreo probabilístico y sistemático practicado en el laboratorio después de haber procesado/cribado la totalidad del sedimento o en el momento de recogida del sedimento en el yacimiento. Los determinantes de una u otra modalidad de muestreo normalmente viene determinada por las características de cada yacimiento –presencia/ausencia de agua para hacer la flotación, volumen de sedimento, etc.– así como por la colaboración del responsable de la excavación. Se han desplegado diversas estrategias de recogida del sedimento también en función de las características del yacimiento. En el caso de Berroberría por ejemplo se procesará una columna en una nueva excavación realizada en una extensión reducida en relación al tamaño total del yacimiento. Obviamente el principal problema de esta recogida en una zona específica y pequeña es que ignora las diferencias que pudieran existir en la distribución espacial de los restos a lo largo de la zona de habitación. Otra opción es seleccionar determinados cuadros aleatoriamente o un muestreo estimativo tipo test: a partir de una muestra exploratoria por unidad estratigráfica, evaluamos la abundancia y constancia de los restos y en función de ellos determinamos el volumen final a procesar. También se podrán desplegar diversas estrategias en los casos de muestreo probabilístico en el laboratorio seleccionando aleatoriamente por ejemplo algunos cuadros de la superficie más representativa y mejor conservada. Finalmente, es previsible que a lo largo del desarrollo del proyecto nos encontremos con yacimientos o unidades estratigráficas que han sido muestreadas sin el rigor metodológico deseado, bien porque el director ha proporcionado un volumen de sedimento, que aunque se haya recogido de forma aleatoria, es a todas luces pequeño, o bien porque la recogida ha sido puntual. Si exceptuamos la recogida de carbones, que cada vez con más frecuencia se realiza de forma sistemática en la criba, la recogida puntual sigue siendo por desgracia el sistema de recuperación de macrorrestos vegetales más habitual en la excavaciones peninsulares. Consiste en recoger los restos carbonizados visibles in situ o en la criba. Los resultados son muy limitados y están obviamente sesgados porque sólo se recuperan los elementos grandes mientras que los de menor tamaño están infrarrepresentados o son inexistentes. Este tipo de muestreo no probabilístico, sea accidental o deliberado, no proporciona la representatividad estadística que da el probabilístico. Su utilidad es ciertamente otra, la de confirmar la presencia, aunque sea ocasional, de determinados taxones. En la práctica sus resultados, aunque sea a nivel de presencia/ausencia, se convierten en un valor añadido a la representatividad que garantizan los contextos muestreados adecuadamente.

4.3. RECUPERACIÓN DE RESTOS

E

n las intervenciones arqueológicas dirigidas por mí se tratará mediante flotación la totalidad del sedimento excavado. En las demás intentaré que se procese el máximo ya que asumo que la frecuencia de macrorrestos vegetales en yacimientos paleolíticos va a ser baja.

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La ventaja de realizar la flotación con una máquina o bidón es que permite procesar con bastante rapidez y buenos resultados grandes volúmenes de tierra (Buxó, 1997; de Moulins, 1996). Facilita la recuperación de diferentes tipos de material de pequeño tamaño y permite emprender estudios conjuntos, haciendo más fácil la comparación e integración de los resultados arqueológicos y bioarqueológicos. Se ha utilizado un bidón fabricado a partir de un cubo de plástico con una capacidad aproximada de 200 litros, con una entrada de agua a media altura que se puede adaptar a la red o a un sistema de bombeo. El agua se distribuye en el interior del bidón mediante una retícula de tubos agujereados. En el tercio superior se localiza una rejilla sobre la que se instala una malla de 0,5 mm de luz en la que se depositan las muestras de tierra. La elección de esta luz permite recuperar algunos elementos diagnósticos de microfauna que se podían perder con la de 1 mm que veníamos utilizando muchos arqueobotánicos. El agua en movimiento permite que la tierra se filtre a través de esta malla, mientras las piedras y los restos arqueológicos de mayor tamaño quedan atrapados en ella. Las semillas y otros restos de menor densidad flotan y cuando el agua rebosa, caen por una lengüeta y se recuperan en una malla exterior de 0.25 mm. Posteriormente la muestra se seca a la sombra, se etiqueta y se traslada al laboratorio para su identificación. Los residuos de la flotación >0,5 mm, formados por el material recuperado en la malla interior, se examinan en tres fracciones: (1) 0,5-2 mm; (2) 2-4 mm; (3) >4 mm. Se recogen los restos botánicos que no han flotado, fundamentalmente carbones y fragmentos de tejidos densos, y se incorporan a la muestra correspondiente. Es decir, las muestras arqueobotánicas están formadas tanto por los restos que han flotado como por los que se han recuperado en la malla interior de 1mm de luz. Se separa así mismo el resto del material arqueológico (fauna, industrias) incorporado al residuo.

4.4. IDENTIFICACIÓN Y CUANTIFICACIÓN

L

a identificación de los macrorrestos vegetales se llevará a cabo mediante la utilización de la microscopía pertinente, tanto lupas binoculares en el caso del material carpológico como microscopios de luz incidente, metalográficos (50x - 500x) para la madera. Se utilizará microscopio electrónico de barrido para la identificación de tejidos parenquimáticos, para el examen de elementos problemáticos y para obtener imágenes con mayor profundidad de campo. En el caso de la madera las observaciones se realizarán sobre los tres planos que resultan de seccionar cada fragmento, manualmente o con la ayuda de un bisturí, en tres secciones: sección transversal (ST), sección longitudinal radial (SLR) y sección longitudinal tangencial (SLT), método ampliamente descrito en abundantes estudios (entre otros, Chabal, 1997; Uzquiano,

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1997; Vernet, 1997). Las identificaciones se basan en la comparación del material arqueológico con especímenes modernos carbonizados de nuestra propia colección de referencia. Además se utilizarán diversos atlas (Schweingruber, 1978 y 1990; Hather, 2000; Jacquiot, 1973; Arenas y García, 1993; Beijerinck, 1947, Berggren, 1969 y 1981; Cappers, 2006; Körber-Grohne, 1964; Villarías, 1992). En principio, la cuantificación se guiará por los criterios normalmente utilizados en los análisis de macrorrestos vegetales antracológicos (Badal, 1992; Chabal, 1997) y carpológicos (Hastorf y Popper, 1988; Jones, 1991; Popper, 1988; van der Veen, 1984; Wilkinson y Stevens, 2003; Buxó y Piqué, 2003). Sin embargo, me gustaría relativizar la importancia de la cuantificación de restos vegetales en contextos paleolíticos, y en general en todos los contextos preagrarios. Hather (1995) ya ha planteado la dificultad que supone cuantificar restos como los órganos parenquimáticos, a menudo representados por fragmentos de un total que desconocemos. Lo mismo sucede al intentar comparar en una mima muestra o en varias fragmentos de cáscaras de frutos con semillas enteras. Aunque existen diferentes métodos para intentar abordar este problema y para intentar comprender el uso de los diferentes recursos en el pasado, se podría argumentar que es poco probable que nuestra cuantificación guarde ninguna relación con la realidad paleolítica. Es obvio que existe una necesidad de cuantificar nuestros hallazgos, pero hay que ser consciente de los diversos sesgos a los que nos enfrentamos (Hather, 1998). Dada la gran diversidad de procesos tafonómicos implicados en la conservación de los materiales arqueobotánicos incluso en un mismo contexto, debemos relativizar la significación de contarlos. Resumiendo, la cuantificación no puede ser un fin en sí misma. Debería ser el punto de arranque desde el cual comprender los procesos de formación de los conjuntos, las relaciones entre los contextos, la naturaleza de la conservación, la tafonomía de los restos vegetales, para desde éstos reconstruir las posibles actividades humanas de las cuales el registro arqueobotánico es un indicador. Los yacimientos paleolíticos suelen ser especialmente pobres en número absoluto de restos carpológicos –obviamente existen excepciones–. Por ello cualquier conclusión o generalización necesita ser cuidadosamente formulada. Los cazadores-recolectores del pasado debieron utilizar los recursos vegetales de muchas formas que desconocemos y, aunque la información etnográfica puede ser una herramienta heurística útil, no puede por sí misma cubrir todas las posibilidades ni demostrar determinados usos (Hather, 2002b: 3). Más que medir o cuantificar a ciegas, es más importante intentar crear modelos que asuman la naturaleza de los sesgos que pueden afectar la interpretación (Hather, 1998: 194).

4.5. CRONOLOGÍA

E

n diversos trabajos arqueobotánicos que he realizado en el pasado he insistido siempre en la importancia de datar por radiocarbono, cuando la cronología lo permite, restos botánicos individuales identificados con la mayor resolución posible. Esta estrategia ha resultado en la constatación de intrusiones (Aguirre y Zapata, e.p.; Zapata 2000 y 2001) o en la demostración de que algún supuesto nivel homogéneo resulta, en realidad, de un palimsesto de diferentes ocupaciones a lo largo de un periodo de tiempo dilatado –me refiero al Nivel 4, conchero de transición Mesolítico-Neolítico,

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del yacimiento de Pico Ramos–. Pero también ha resultado en la obtención de cronologías fiables –al menos aparentemente– para restos específicos de actividades agrarias mediante la datación de granos individuales de cereal (Zapata, 2000; PeñaChocarro et al., 2005), evidencias de recolección (Zapata et al., e.p.) o la presencia de determinados taxones arbóreos en periodos concretos (Aguirre y Zapata, e.p.).

Figuras 21-22. Fotografías de la sección transversal (izda.) y longitudinal radial (derecha) de un fragmento de madera de grosellero (Ribes sp.) de la cueva de Antoliñako Koba datado por 14C AMS en GrA-23.898: 29.990 + 230 BP. La datación de elementos individuales identificados con un alto grado de resolución taxonómica permite obtener cronologías precisas para dichos taxones. Es preferible saber que un fragmento de Fagus sylvatica (haya) ofrece una datación de 12.550 ± 50, por ejemplo, a saber que esa datación se ha realizado con “carbones” o con “huesos”. En relación a la posibilidad de que el denominado efecto de la madera vieja (Bernabeu et al., 1999; Vega Toscano et al., 2003: 117-118) envejezca el resultado, cabe la posibilidad de limitar este problema seleccionando para la datación los anillos exteriores –los más recientes, es decir, más próximos a la edad de muerte de la rama o el árbol–, especies de vida corta o, sencillamente, ramas de unos pocos anillos. En todo caso, me parece poco probable que habitualmente en los lugares de habitación se utilice como leña la zona central de troncos de cientos de años de antigüedad –práctica que quizá sí podría envejecer la muestra–. En este proyecto se dará prioridad a la datación de elementos de vida corta, semillas por ejemplo, frente a elementos de posible vida larga –piezas de madera con muchos anillos–. Es obvio que la línea de investigación que en esta propuesta se centra en el estudio de zonas refugio para diferentes especies arbóreas termófilas necesita de la datación directa de especies concretas.

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