Urbes y poder central en la Antigüedad Tardía: los casos de Alejandría, Antioquía y Constantinopla.

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Descripción

Asociación Interdisciplinar de Estudios Romanos

EN PORTADA: Foro romano.

SIGNIFER LIBROS Gran Vía, 2-2º SALAMANCA Apdo. 52005 MADRID http://signiferlibros.com ISBN: 978-84-16202-05-8 PVP. 35,00 €

Gonzalo Bravo Raúl González Salinero (editores)

No parecen haber existido dudas en la historiografía tradicional acerca del carácter fuertemente centralista del Estado romano, tanto en época republicana como imperial. Sin cuestionar la realidad histórica de las bases estructurales que permiten confirmar en gran medida esta visión, resulta imprescindible analizar cómo se percibía, se asumía o, en otros casos, se escamoteaba, el poder central en la periferia del mundo romano y en el ámbito provincial y local. ¿Qué tipo de relaciones imperaba entre los poderes centrales y locales en el mundo romano a lo largo de sus diferentes períodos históricos? ¿Qué grado de concomitancia, de sumisión o de desconfianza, pudo haber existido, según los momentos y los lugares, entre el epicentro del poder y la estructura tentacular que caracterizaba a la órbita política romana? Para dar respuesta a estas preguntas será forzoso entender la categoría conceptual de “órbita política” en un sentido amplio en relación con los diferentes mecanismos y estructuras del poder establecido, de modo que podamos acercarnos a las diferentes variables de dicho poder en sus vertientes administrativa, económica, jurídica o religiosa, siempre que guarden relación (incluso antagónica o contestataria) con la oficialidad estatal.

Poder central y poder local: dos realidades paralelas en la órbita política romana

Monografías y Estudios de la Antigüedad Griega y Romana

Gonzalo Bravo Raúl González Salinero (editores)

PODER CENTRAL Y PODER LOCAL: DOS REALIDADES PARALELAS EN LA ÓRBITA POLÍTICA ROMANA

Actas del XII Coloquio de la Asociación Interdisciplinar de Estudios Romanos

SIGNIFER vLibros

Gonzalo Bravo Raúl González Salinero (editores)

PODER CENTRAL Y PODER LOCAL Dos realidades paralelas en la órbita política romana

MADRID – SALAMANCA 2015

SIGNIFER LIBROS SIGNIFER Monografías de Antigüedad Griega y Romana 45

SIGNIFER Libros

EN PORTADA: Vista del Foro Romano

ACTAS DEL XII COLOQUIO DE LA ASOCIACIÓN INTERDISCIPLINAR DE ESTUDIOS ROMANOS, CELEBRADO EN LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID LOS DÍAS 19-21 DE NOVIEMBRE DE 2014

El contenido de este libro no puede ser reproducido ni plagiado, en todo o en parte, conforme a lo dispuesto en el art. 534-bis del Código Penal vigente, ni ser transmitido con fines fraudulentos o de lucro por ningún medio.

© De la presente edición: Signifer Libros 2015 Gran Vía, 2, 2ºA. SALAMANCA 37001 Apto. 52005 MADRID 28080 ISBN: 978-84-16202-05-8 D.L.: S.242-2015 Diseño de páginas interiores: Luis Palop Imprime: Eucarprint S.L. – Peñaranda de Bracamonte, SALAMANCA.

Índice

Gonzalo Bravo y Raúl González Salinero Introducción��������������������������������������������������������������������������������������������������������11

Sobre fuentes y su interpretación José d’Encarnação Roma y Lusitania: ¿dos poderes paralelos?��������������������������������������������������������19 Fernando Fernández Palacios Controlando a los brittunculi en el norte britano: poder local y poder central en las Tabulae Vindolandenses�������������������������������31

El poder en las ciudades Alfonso López Pulido El gobierno de las ciudades griegas como ficción política................................. 51 Marta González Herrero Evidencias del intervencionismo del poder central en la integración del extranjero en las ciudades romanas....................................... 69 Mauricio Pastor Muñoz y Héctor F. Pastor Andrés Poder político y social de los aediles en los municipios de la Bética................ 81

Índice

En Italia y las provincias Enrique Hernández Prieto Hispania: 206-197 a. C.: ¿dentro o fuera de Roma?........................................ 107 Juan Luis Posadas La recluta ad tumultum como respuesta equivocada ante la rebelión de Espartaco en el año 73 a. C................................................ 123 Alejandro Díaz Fernández Dum populus senatusque Romanus uellet? La capacidad de decisión de los mandos provinciales en el marco de la política romana (227-49 a. C.).................................................................................................... 135 Alejandro Fornell Muñoz Intervención del Estado romano en la producción y comercialización del aceite bético................................................................. 153 Enrique Gozalbes Cravioto Procurator conlocutus cum principe gentis: sobre las relaciones del gobernador provincial con poblaciones de la Mauretania Tingitana................ 169

En la Roma imperial Pilar Fernández Uriel Domiciano, el administrador eficiente.............................................................. 189 Sabino Perea Yébenes Los Severos en Oriente y su programa colonial, a propósito de Ulpiano, Digesto, 50, 15, 1: la perspectiva militar........................................... 203

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Índice

En la Roma tardía Gonzalo Bravo Gobierno central y autonomía local: ¿dos poderes antitéticos en el Occidente tardorromano?.................................. 237 Francisco Javier Guzmán Armario Urbes y poder central en la Antigüedad Tardía: los casos de Alejandría, Antioquía y Constantinopla....................................... 251 Raúl González Salinero Indisciplina y resistencia a la autoridad romana en la Iglesia dálmata: Gregorio Magno y la sede episcopal de Salona................................................ 263

Comunicaciones Helena Gozalbes García Iconografía monetaria en las colonias romanas de Hispania: ¿aspiraciones locales o expresión del poder romano-central?.......................... 285 David Soria Molina Arabia Petraea, de reino cliente a provincia romana (63 a. C.-106 d. C.)........................................................................................... 313 José Ortiz Córdoba Vespasiano y los saborenses: el traslado al llano de la ciudad de Sabora....................................................... 331 Diego Mateo Escámez de Vera La lex Narbonensis y la centralización del culto imperial en época Flavia.................................................................... 355

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Índice

Carles Lillo Botella Patriarcas y emperadores: judaísmo y poder político tras la destrucción del Segundo Templo........................................................... 375 Héctor Valiente García del Carpio Los confines del Imperio: Olbia del Ponto y el mundo romano entre los siglos I y IV d. C. .................... 395 Begoña Fernández Rojo Advertencias de un «anónimo» al emperador: causas de la aparición del De rebus bellicis..................................................... 409 Elisabet Seijo Ibáñez El desafío del poder local al poder central: la disputa entre el obispo Ambrosio de Milán y la emperatriz Justina............. 423 Nerea Fernández Cadenas Las relaciones entre los vándalos y el Imperio romano de Occidente: ¿política destructiva o diplomática? El caso de las damas imperiales............. 443 Agnès Poles Belvis El patronato imperial y episcopal en la relación entre poderes: el caso de Porfirio de Gaza y sus embajadas a Constantinopla........................ 453

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Vrbes y poder central en la Antigüedad Tardía: los casos de Alejandría, Antioquía y Constantinopla Francisco Javier Guzmán Armario Universidad de Cádiz

En el presente ensayo voy a analizar los casos de tres grandes ciudades del mundo tardorromano (urbes, según el sentido literal del término1) que tuvieron algunos puntos en común: las tres pertenecieron al mundo cultural griego, pues eran ciudades en clara conexión con el pasado helénico y helenístico; las tres poseyeron un carácter estratégico, por diversos motivos (militares, económicos, políticos); las tres fueron núcleos urbanos bastante conflictivos, especialmente Alejandría; y, por último, las tres constituyeron, junto a Roma, el grupo de las macrociudades de la Antigüedad Tardía, lo que supuso una especial relación con la férrea autoridad central del Bajo Imperio. Efectuando un rápido comentario al título de Coloquio al que responde mi publicación, «Poder central y poder local: dos realidades paralelas en la órbita política romana», he de apuntar que, a mi entender, son dos realidades paralelas, efectivamente, pero que pueden entenderse desde una perspectiva de colaboración (que la hubo y fue bastante activa) y también de todo lo contrario: de enfrentamiento y de contrapeso, de vigoroso pulso entre una autoridad central que intenta imponerse a una realidad local que, en ocasiones, se siente con la suficiente fuerza no con ánimos de separatismo, sino para imponer sus criterios y sus intereses. Y ese es el objeto de este trabajo: constatar el peso específico de algunas de las ciudades más vigorosas que existieron en el mundo romano tardío, y analizar las relaciones que establecieron con el poder central. A la altura a la que nos encontramos, no pretendo negar la importancia que tiene el fenómeno urbano en la civilización romana. Son los órganos rectores del amplio imperio de Roma. Desde ellos se organiza, se gestiona, se reparte, se explota, se ayuda o se esquilma... Personalmente, no comulgo demasiado con aquella definición que aportara Keith Hopkins a principios de los años noventa del siglo pasado, en el que el Imperio romano era «un entramado de ciudades unidas entre sí por una serie de factores políticos y económicos»2. Considero que se trata una definición que olvida no pocos factores determinantes para una profunda comprensión de lo romano antiguo (como, por ejemplo, el protagonismo per se que tiene lo no urbano). Esta apreciación propia tiene que ver con

1 Es decir, núcleos urbanos que tanto por su magnitud como por su significación en la geopolítica del Imperio romano, podían ser comparadas con la Urbs, o ciudad en plenitud de civilización y desarrollo, por excelencia: Roma. 2 Hopkins, 1996, con desarrollo de la idea en pp. 27-30.

G. Bravo y R. González Salinero (eds.), Poder central y poder local: dos realidades paralelas en la órbita política romana, Signifer Libros, Madrid, 2015 [ISBN: 978-84-16202-05-8], pp. 251-261.

Francisco Javier Guzmán Armario Vrbes y poder central en la Antigüedad Tardía: los casos de Alejandría, Antioquía y Constantinopla

la evolución que está aconteciendo en el debate sobre el concepto de romanización3, y en cualquier caso no corresponde abordar esta cuestión en este preciso momento. Quizás aún seamos tributarios de las ideas de Fustel de Coulanges4, impregnadas de un fuerte sentimiento nacionalista y romántico (propio de una época muy concreta) y con un claro anclaje en las circunstancias políticas de Europa que acompañaban a dicho sentimiento. Todo esto tiene difícil cuadratura en los esquemas mentales de otras coordenadas históricas tan posteriores (¡Y tan diferentes!) como son las nuestras. Olvidamos, con frecuencia, que la inmensa mayoría de la población del Imperio romano no vivía en ciudades, sino en el campo. Y que, por lo tanto, dicho imperio solo podremos llegar a comprenderlo si aprehendemos primero las peculiares relaciones que se establecen entre el medio rural y el medio urbano. Cada vez estoy más convencido de que el Imperio romano fue un mundo que se mantuvo unido únicamente gracias a la fuerza militar, a lo largo de toda su Historia. No voy a negar que la progresiva romanización de los territorios conquistados, con el apoyo de las elites locales, hizo que, en determinados períodos de la Historia de Roma, se llegara a un estado de relativa cohesión política. Pero lo cierto es que durante esa misma Historia de Roma abundaron las fuerzas centrífugas que pugnaban por escapar al poder de las fuerzas centrípetas que emanaban del poder central romano. Así, podemos constatar que los episodios de rebrotes de indigenismo, renacimientos culturales autóctonos, movimientos disidentes (bagaudas), fenómenos de bandolerismo, bolsas de barbarie interior, etc, son igualmente paralelos al desarrollo de la romanización5. Otra cuestión es que la propaganda política romana, que tan recurrente resulta en las fuentes clásicas, nos muestre un grado de cohesión que se articula en torno a una misión cuasi sagrada: el poder universal y eterno de Roma. Pero me cuesta creer que la mayor parte de la población del Imperio romano, rural y ajena a los intereses de la población urbana, llegara a participar alguna vez de esa misión. Puede que, en no pocas ocasiones, nos dejemos engañar por el escaso reflejo que las fuerzas centrífugas presentan en las fuentes. Y, en consecuencia, tal vez ello nos despiste del gran número de oportunidades en que tales fuerzas centrífugas actuaron con eficacia. Si admitimos esto, la fuerza militar suponía la única garantía de unidad en un imperio multicultural, plurigeográfico, con graves problemas de comunicación entre sus partes6 y lo suficientemente grande como para impedir que su autoridad central lo controlara por igual en todas sus zonas y en todos los períodos históricos. Durante mucho tiempo, esa autoridad central estuvo encarnada en una ciudad, Roma, que comprendió muy pronto su incapacidad para imponer su autoridad en tan enorme y variopinto mosaico. Por ello optó, desde el comienzo de su expansión hasta finales del siglo II d. C., por la única garantía de éxito que podía obtener: relajar la presión administrativa sobre los conquistados en beneficio de una mejor gestión de los recursos. 3

Vid., al respecto, el elocuente trabajo de Gardner, 2013. Fustel de Coulanges, 1968 [1864], p. 347: «la ciudad era la única fuerza viva, no había nada por encima ni por debajo de ella: ni unidad nacional, ni libertad individual». 5 Para época tardorromana, la obra de MacMullen, 1968, se configura como un clásico de referencia. 6 Vid. Talbert, 2012. 4

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Francisco Javier Guzmán Armario Vrbes y poder central en la Antigüedad Tardía: los casos de Alejandría, Antioquía y Constantinopla

Esta estrategia consistía en conceder un elevado grado de autonomía a los territorios provinciales, siempre que estos cumplieran con dos requisitos básicos: que se mantuvieran bajo la autoridad romana sin causar problemas de orden y que ofrecieran facilidades para ser explotados económicamente7. Sin embargo, no transcurriría mucho tiempo antes de que las contradicciones internas se conjugaran con los problemas externos, y dieran lugar a una situación histórica que exigía nuevos rumbos si se trataba de mantener la autoridad y la cohesión sobre el vasto Imperio romano. La grave crisis económica y política que caracteriza las últimas décadas de la dinastía de los Antoninos nos conducirá a la toma de unas medidas que pasan por la progresiva militarización del Estado, programa que fue iniciado por Septimio Severo, y a un incremento del control de las autonomías concedidas en el pasado a favor de un centralismo que llegará a resultar, en tiempos tardorromanos, asfixiante. Sin embargo, la dinastía de emperadores que inauguró el siglo III no supo encontrar soluciones efectivas para conjurar el deterioro provocado por las tensiones entre fuerzas centrífugas y centrípetas8. Lo que, unido a las crecientes presiones militares en las fronteras, sobre todo la que supone la Persia de los Sasánidas9, nos conducirá al terrible caos político y militar que, durante medio siglo, y hasta la aparición de la Tetrarquía, pondría a prueba el destino de Roma. La llamada «crisis del siglo III» es el resultado lógico de un imperio que había crecido por encima de sus posibilidades, y que se revelaba incapaz de mantener la unidad. Porque, a ese pulso entre fuerzas centrífugas y centrípetas, se unió el fenómeno de las usurpaciones y guerras civiles, que facilitaron asimismo la vulnerabilidad ante fuerzas externas. No obstante, el problema será atajado, a fines de siglo, por las reformas administrativas, económicas y militares de la Tetrarquía, continuadas por la decisiva intervención del régimen de Constantino I. Con estas reformas, el Imperio se reinventa, y recurriendo a un nuevo modelo de organización, procura acabar con las tensiones que amenazaban con quebrar la cohesión del mundo romano. A pesar de todo, el período que media entre la entronización de Diocleciano y la muerte de Constantino (284-337), no supondrá sino un retraso de lo inevitable. La fundación de Constantinopla en 330 marca un antes y un después en la Historia de la unidad del Imperio romano, en cuanto que establece el inicio de un proceso que, medio siglo más tarde, nos llevará, bajo Teodosio I, a la definitiva separación del Imperio romano en dos partes: la occidental y la oriental. La única solución posible que permitirá que una parte del otrora unificado Imperio perviviera en el tiempo, aunque fuera a costa del sacrificio de la otra mitad. El mundo tardorromano, que empieza decididamente con la Tetrarquía, nos muestra una paradójica situación que conjuga un aparente estado de descentralización (la división del Imperio en cuatro grandes ámbitos administrativos), con una administración que cada vez se mostrará más centralista y opresiva, que controla a sus funcionarios y, en general 7

Garnsey y Saller, 1991, pp. 39ss. Todo esto se halla muy bien analizado en Potter, 2004, 85ss. 9 Vid. Guzmán Armario, 2014. 8

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a la población, de un modo cada vez más estrecho, con métodos que recuerdan a los de los Estados totalitarios del siglo XX10. Es en este ambiente de progresivo abandono de las prácticas antiguas por otras nuevas en el que emerge el protagonismo de las grandes urbes del mundo mediterráneo. Macrociudades que, en función de las coyunturas históricas y de los problemas de cada período, harán valer su vigor para contrapesar la creciente presión del centralismo tardorromano. Y esas grandes urbes, si exceptuamos el caso de Roma, se encontraban en la parte oriental del Imperio. Precisamente la zona con más tradición centralista y también con mayor experiencia urbana y desarrollo económico del mundo romano. No hay forma de saber qué población alcanzaron tales urbes del mundo romano, porque no disponemos de ningún documento antiguo que se parezca a nuestros modernos censos. Pero por los indicios que apuntan las fuentes, es más que probable que su demografía se contara por cientos de miles de almas. Lo que, para el mundo antiguo, y específicamente para el romano, no deja de constituir una auténtica monstruosidad, dado que una ciudad media, con relativa importancia, no solía superar (y esto siguen siendo estimaciones) los diez mil habitantes. Tampoco hay forma de conocer si la demografía de una ciudad tardorromana marcaba también su importancia respecto de las demás. El único documento bajoimperial que establece una jerarquía de ciudades es el Ordo Urbium Nobilium del rétor galo Décimo Magno Ausonio, compuesto durante su retiro político en su natal Burdeos (a partir del año 388). Se trata de una relación de los veinte núcleos urbanos más renombrados de la ecumene romana. Pero esta fuente no es otra cosa que una floritura literaria, que no alberga el más mínimo afán de constatar datos objetivos. De las veinte ciudades descritas en el OUN solo cuatro pertenecen a la parte oriental del Imperio: Constantinopla, Antioquía, Alejandría y Atenas. O sea, las tres megalópolis de Oriente y la ciudad cultural por excelencia de esa misma zona, Atenas, que a fines del siglo IV no era ni una triste sombra de lo que antaño había sido. Esta impronta de subjetividad se explica porque en la segunda mitad del siglo IV constatamos un proceso de progresiva segregación de ambos ámbitos políticos y, además, Ausonio es un occidental que no habla griego, que se sepa, ni ha visitado nunca, a tenor de la información de que disponemos, la Pars orientis. Ausonio escribe sobre lo que le atañe: el mundo griego, donde el desarrollo de ciudades era un fenómeno que llevaba siglos de ventaja a Occidente, le queda muy lejos11. Por lo demás, la ciudad tardorromana mantiene prácticamente las mismas funciones que en el Alto Imperio: atender las necesidades económicas y militares del Estado12, pero esta vez de una manera más constringente. Fue por ello que en el Bajo Imperio las grandes ciudades se distanciaron, en su protagonismo político, de las pequeñas, sobre todo en la parte occidental del Imperio romano13. Desde la ciudad romana se organizaba la explotación del 10

Vid. Arias Bonet, 1957-1958; González Salinero, 2008. Sobre el Ordo Urbium Nobilium, vid. Guzmán Armario, 2005. 12 Vid. Millar, 1983. 13 Mazzarino, 1961, p. 158. 11

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espacio productivo, el ámbito de lo rural14, y, en la época que aquí nos ocupa, se habían de atender las exigencias fiscales de la autoridad central. En determinados momentos, ello daría lugar a problemas de orden, tanto más importantes cuanto mayor sea la ciudad en cuestión. Tomemos por caso la ciudad de Alejandría15, que en el Ordo Urbium Nobilium de Ausonio ocupaba el sexto lugar. Esta urbe fue calificada en la documentación antigua como un lugar turbulento, en el que el pasatiempo favorito de sus habitantes consistía en enredarse en tumultos que no era raro que desembocaran en brutales represalias por parte de la autoridad16. No hay muchos ejemplos tardorromanos de ciudades en que se produzca el linchamiento de todo un obispo17. En la Expositio totius mundi et gentium se sintetiza certeramente este ambiente de continua rebeldía que imperaba allí: Además encontrarás que esta ciudad manda en sus gobernadores: el pueblo de Alejandría es único en inclinarse con facilidad a la rebelión; los gobernadores, en efecto, entran en ella con miedo y temblando, temerosos de la justicia del pueblo, pues no se han esperar los levantamientos de teas y piedras contra los gobernadores que yerran18.

Los alejandrinos bajo dominio imperial, y especialmente los que pertenecían a la esfera de las élites griegas19, se hallaban muy orgullosos de su Historia y de su cultura prerromanas, y ello les llevaba a oponer toda serie de trabas a la autoridad central. Ya Polibio (XXXIV, 14), en el siglo II a. C., les censuraba por su incivilización. En sus Res gestae, Amiano Marcelino, a fines del siglo IV, dedica un amplio espacio a definir lo que suponía Alejandría para el Imperio (22, 16, 7-18), y nos habla profusamente20 sobre su importancia económica, cultural21, monumental y religiosa. Se trata de uno de los grandes centros urbanos del Imperio romano, a juzgar también porque actuaba como puente para el lucrativo comercio entre el Mediterráneo y el Lejano Oriente, que llegó a constituirse como uno de los pilares de la economía romana22. Pero el antioqueno no olvida la terca resistencia de los alejandrinos a pagar impuestos (22, 6, 1; 16, 23) y su inclinación a entregarse a una rebelión destructiva sin pensarlo dos veces (22, 16, 15). Algo similar ocurre en otra de las grandes urbes de Oriente, Antioquía. Ciudad fastuosa, residencia de príncipes y también pesadilla para estos23, el valor de Antioquía 14

Vid. Leveau, 1983. Sobre el origen y desarrollo histórico de Alejandría, vid. Tomlinson, 1992, pp. 97ss. 16 Vid. Amm. 19, 12, 12; 22, 11, 2ss. 17 Es el caso del polémico obispo Jorge, según Amm., 22, 11, 4. 18 Expos., 37 (trad. García-Toraño Martínez, 2002, p. 257). Vid. Amm., 28, 5, 14. 19 Reinhold, 1971, p. 291. 20 No está lo suficientemente demostrado, pero Trombley, 1999, p. 17, defiende que Amiano prestó servicios dentro del servicio annonario, inspeccionando barcos egipcios, lo cual lo convirtió en un testimonio de primer orden para la descripción de aquellas tierras. 21 Aspecto suficientemente analizado en Cameron, 1998, pp. 145ss. 22 Remito a Guzmán Armario, 2012. 23 Según Amiano (26, 8, 15), en la ciudad fue asesinado Pescenio Nigro (año 193), tras su derrota por Septimio Severo. Mucho más tarde, el emperador Joviano, aupado a la púrpura ante la muerte de Juliano en la invasión de Persia, 15

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residía en que actuaba como baluarte decisivo en la organización de la defensa contra los persas24. El carácter estratégico de este núcleo administrativo le otorgaba su protagonismo, como ocurría en la parte occidental del Imperio con los casos de Tréveris, Milán o Sirmio: todos ellos bastiones para la estrategia militar frente a la amenaza de los bárbaros del norte y, por ello, capitales imperiales en determinados momentos de la Antigüedad Tardía. En Antioquía constatamos un hervidero de murmuraciones, rebeliones contra altos funcionarios25, ataques a templos paganos por parte de cristianos furibundos26 y algaradas contra el poder central (como las acontecidas en los años 354, 375 y 38727). De nuevo hemos de recurrir a la fuente más importante, la obra de Amiano Marcelino, quien presuntamente era originario de allí. Amiano alaba su riqueza (14, 8, 8; 18, 4, 3)28, pero al mismo tiempo documenta un turbulento espacio de espías, delatores y procesos judiciales en los que no escasean las torturas y las ejecuciones29. Nos encontramos especialmente informados acerca de la guerra particular que mantuvo el césar Galo, representante político de Constancio II en Oriente, contra los curiales antioquenos, y especialmente de las tensiones que se prolongaron, a intervalos, durante todo el año 35430, basadas en motivos económicos: Galo pretendía bajar los precios de los alimentos y ello recibió la resistencia frontal de la clase curial en la defensa de sus intereses financieros. Lo mismo le ocurrirá a su hermanastro Juliano, cuando llegue a la ciudad, en 363, para organizar la guerra contra Persia (Amm., 22, 14, 1ss)31. En realidad, Antioquía ya tenía cierta experiencia con la hostilidad de Juliano, desde la depuración política que este llevó a cabo al llegar al trono en 361 (procesos de Escitópolis), que en la ciudad siria tuvo especial relevancia (Amm. 19, 122, 8)32. El carácter turbulento de Antioquía frente al poder central, parece mostrar, a tenor de las fuentes, un sesgo menos popular y más orquestado por la aristocracia local, que se encargó de movilizar a una masa cada vez más depauperada en sus condiciones de vida33. Dado ese carácter estratégico-militar frente a Persia que he señalado antes, el peso específico de las rebeliones antioquenas cobraba un sentido de mayor desafío contra la autoridad central. Con el tiempo, la ciudad irá decayendo de forma acelerada. Las polémicas religiosas, el desgaste que implicaba la lucha contra los persas, ciertas catástrofes naturales como el gran terremoto del año 526 o los efectos de epidemias a no se sentiría seguro en Antioquía y se marcharía de allí precipitadamente (Amm., 25. 10, 4). 24 Aus., Ord. Vrb. Nob., IV. V., 5: illa, quod infidis opponitur semula Persis. 25 Caso de la ocurrida contra el consularis Syriae Teófilo (Amm. 14, 7, 2-6; 15, 13, 2). 26 Según Amm., 22, 13, 1-3, el emperador Juliano clausuró la principal de las iglesias cristianas de Antioquía como represalia por la destrucción del majestuoso templo de Apolo, en Dafne. En él se encontraba una estatua crisoelefantina del dios, a imitación de la del templo de Zeus en Olimpia. 27 Vid. Browning, 1952. 28 Sobre el particular, vid. Liebeschuetz, 1959. 29 Acerca de estos procesos judiciales, vid. Marié, 1992, pp. 351ss. 30 Vid. Aja Sánchez, 1997. 31 Vid. Benedetti-Martig, 1981. 32 La misma experiencia tendrán los antioquenos con el emperador Valente, según Amm. 29, 1, 4ss. 33 Vid. Aja Sánchez, 1998, p. 43.

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mediados del siglo VI, irán deteriorando su solidez hasta que en el año 638 sea tomada por los árabes. La otra gran urbe que queda por analizar es Constantinopla, cuya elección como capital imperial, a partir de su fundación por Constantino en 330, ya venía marcada por su carácter estratégico como bisagra entre dos continentes y entre dos mares, el Mediterráneo y el Negro, y de sus posibilidades como instrumento de control tanto de la frontera danubiana como de las provincias del Oriente romano34. No en vano, la importancia de su puerto sobrevivirá a la suerte del Imperio romano, otorgándole un protagonismo especial a la ciudad durante la Edad Media35. Pero no será ese su único valor, también se convertirá en un centro decisivo en los avatares religiosos de la Antigüedad Tardía. Así, en el concilio de Constantinopla del 381, los cánones sitúan a esta ciudad en segundo puesto detrás de la propia Roma, precisamente porque era considerada una segunda Roma; se afirmaba, así, su preeminencia frente a otras sedes episcopales griegas como las de Antioquía o Alejandría. Constantinopla es la ciudad de la política bajoimperial a sus más altos niveles. En el siglo V, pudo alcanzar una extensión de 650 has. y una población de 300.000 almas, con lo que se configuraba como la gran urbe del Mediterráneo, solo por detrás de una Roma en franco e imparable retroceso histórico. Constantinopla comparte algunos puntos en común con Antioquía: ser capital imperial, actuar como centro estratégico frente a Persia (Amm., 20, 8, 1; 22, 9, 2) y albergar a una población dada a los tumultos36 y a las rebeliones políticas, como la insurrección de Procopio. También fue escenario, como Antioquía y Alejandría, de violentas represiones, como las efectuadas contra los seguidores de Procopio o las llevadas a cabo por Valente un poco más adelante. Allí se entierran los cuerpos de los emperadores de la segunda mitad del siglo IV: Constancio (Amm., 21, 16, 20), Joviano (26, 1, 3) y Valentiniano I (30, 10, 1). E incluso allí recibirá sepultura el líder godo Atanarico (27, 5, 10), como escenificado cálculo de la política filobarbárica de Teodosio I37. Incluso para el occidentalismo recalcitrante de Ausonio, Constantinopla se revelaba como la gran urbe imperial tras Roma. Un tratamiento que no encuentra eco, por cierto, en otros escritores de la época como el mencionado Amiano Marcelino, Aurelio Víctor, Eutropio38, los autores de la Historia Augusta, Eunapio de Sardes o Claudiano, quienes no terminan de aceptar a Constantinopla como la Nova Roma. No hace falta sino echar un vistazo a las Res gestae de Amiano para advertir la diferencia entre la importancia otorgada a Roma y el olvido de la relevancia de Constantinopla. A Amiano, según afirmó Warren-Bonfante39, le deslumbraban las grandes ciudades, pero ninguna como Roma40. Mientras que para él Roma es mater (14, 6, 5), regina et ubique patrum 34 35 36 37 38 39 40

Lee, 1991, p. 3. Maier, 1972, pp. 10-11. Vid. T. E. Gregory, 1973; Aja Sánchez, 1995-1996, pp. 387-388; Manojlovic, 1936. Straub, 1942, pp. 201ss. Bird, 1987, p. 148, nos recuerda que en Eutropio incluso se silencia el nombre de la ciudad. Warren-Bonfante, 1964, p. 424. Compartiendo, así, el criterio de Aus., Ord. Vrb. Nob., I: Prima urbes inter, diuum domus, aurea Roma; y también

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reuerenda (14,6, 6), Vrbem aeternam (15, 7, 1), Imperii virtutumque omnium lar (16, 10, 13), augustissima omnium sedes (16, 10, 20), templum totius mundi (17, 4, 13), Vrbs venerabilis (22, 16, 12), Vrbs sacratissima (27, 3, 3), etc., a Constantinopla la somete a una continua rebaja de su valor histórico y político41. Nada más lejos de la realidad, pues en estos decisivos momentos de fines del siglo IV otras ciudades (como Milán, Rávena o la misma Constantinopla) habían desplazado, sobradamente, el protagonismo de la antigua capital, que solo conservaba el evidente prestigio de un pasado glorioso42. Para Amiano, ya lo señaló en su día Paschoud43, Roma se encuentra permanentemente en el centro de su obra, y en su visión sobre ella se mezclan un intenso patriotismo44, una fuerte añoranza de los años dorados de su capitalidad y, qué duda cabe, una dependencia del público senatorial romano para el que el autor antioqueno escribe45. No por ello deja a un lado las críticas a la Urbs, fruto de malas experiencias en el momento en que el antioqueno llegó allí e intentó encontrar un hueco en el ambiente social y literario de la ciudad46. Llegados a este punto, queda en evidencia que las tres urbes del mundo griego a las que nos referimos, Alejandría, Antioquía y Constantinopla, aventajaban a la vieja Roma no solo en pujanza económica, sino también, y sobre todo, en protagonismo político, social y, por momentos, hasta religioso47. Lo que no podríamos afirmar es que, a fines del siglo IV, pueda hablarse de una jerarquía entre las principales ciudades del mundo romano-oriental. Aunque la autoridad política residía en Constantinopla, el valor geoestratégico, económico y demográfico de urbes como Antioquía y Alejandría actuaba como contrapeso efectivo de cualquier exceso de poder por parte de la autoridad central. Si uno acude a un documento como la Tabula de Peutinger, encontrará que las tres únicas ciudades del Imperio que aparecen personificadas son Roma, Constantinopla y Antioquía. Si, por otro lado, acudimos a una fuente eminentemente práctica, como es el Código Teodosiano, observaremos, como ha puesto de manifiesto mi colega José Luis Cañizar Palacios48, que más del 25% de las constituciones imperiales de tal codificación son emitidas en Constantinopla (un total de 633, especialmente a partir de Teodosio I), mientras que tan solo 49 son emitidas en Antioquía, quedando Alejandría ampliamente marginada en este aspecto. el que podemos colegir del fragmento 43 de Olimpiodoro de Tebas. 41 Barnes, 1998, p. 93; Warmington, 1999, p. 169: con el episodio del obelisco egipcio erigido en Roma por Constancio II (Amm., 14, 4, 13), hacia 358, Amiano coloca a Roma por delante de Constantinopla, puesto que tal monumento egipcio había sido pensado por Constantino para esta última, mientras que su hijo decidiría trasladarlo a Roma. 42 Ferrill, 1989, p. 107. 43 Paschoud, 1967, pp. 59-60. 44 Camus, 1967, p. 127: «La naïveté du provincial se mêle ici à l´orgueil un peu chauvin du citoyen de la Ville éternelle». 45 Vid. Guzmán Armario, 2006. 46 Destacaremos, como indicativos, las críticas a la pésima hospitalidad (Amm., 14, 6, 12), la hostilidad en las relaciones sociales (28, 4, 21), la xenofobia (16, 12, 66), su criminalidad (28, 1, 10) o el carácter atroz de su populacho (14, 6, 26). 47 Para los encuentros y desencuentros, rivalidades y acercamientos religiosos entre las grandes urbes de la época, remito al interesante trabajo de Teja, 1999, prestando especial atención al proceso que inicia Teodosio I de convertir Constantinopla en capital religiosa del mundo romano. 48 Cañizar Palacios, 2011, pp. 7ss.

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Queda claro, no obstante, que a medida que vaya avanzando el tiempo, Constantinopla se revelará como la gran ciudad del mundo mediterráneo, por no decir del mundo entero. Pero compartirá la suerte de sus dos competidoras más directas en Oriente: Antioquía y Alejandría. La fundación de Constantino será un centro de autoridad central evidente, sede del poder imperial, pero también foco de rebeliones y tumultos que amenacen la estabilidad de dicho poder central. En cualquier caso, creo que no se puede discutir que en época tardorromana las ciudades con mayor influencia por su peso específico son estas tres de las que he hablado. Urbes, en el sentido estricto del término, que, paralelamente a la progresiva decadencia de la ciudad de Roma, habían de ser tomadas en cuenta por el poder central, allí donde este se ubicara, puesto que por su trayectoria histórica, grado de desarrollo y población se hallaban perfectamente en condiciones de mantener un pulso con el centralismo que no podía ser menospreciado por las graves consecuencias para la estabilidad política que ello podía generar. Nunca antes se había dado un fenómeno similar en la Historia del Imperio romano, y nunca después se daría porque, tras la división decretada por el testamento de Teodosio I, en 395, ya no existiría el Imperio romano como tal. Bibliografía Aja Sánchez, J. R., «Los prefectos urbanos de Constancio II y el comportamiento vindicativo de la plebe romana en Amiano Marcelino», Studia Storica. Historia Antigua, 13-14, 1995-1996, pp. 379-399. ―, «La crisis de Antioquía del año 354: un ejemplo de la pervivencia de la Vis publica en la Antigüedad Tardía», en J. M.ª Blázquez (ed.), La Tradición en la Antigüedad Tardía, Murcia, 1997, pp. 61-82. ―, Tumultus et urbanae seditiones: sus causas. Un estudio sobre los conflictos económicos, religiosos y sociales en las ciudades tardorromanas (S. IV), Santander, 1998. Arias Bonet, J. A., «Los agentes in rebus. Contribución al estudio de la policía en el Bajo Imperio Romano», Anuario de Historia del Derecho Español, 27-28, 1957-58, pp. 197-219. Barnes, T. D., Ammianus Marcellinus and the Representation of Historical Reality, Ithaca/ London, 1998. Benedetti-Martig, I., «Giuliano in Antiochia nell’orazione XVIII di Libanio», Athenaeum, 1981, I-II, pp. 166-179. Bird, H. W., «The Roman Emperors: Eutropius’ Perspective», The Ancient History Bulletin, 1 (6), 1987, pp. 139-151. Browning, R., «The Riot of ad 387 in Antioch. The Role of the Theatrical Claques in the Later Empire», Journal of Roman Studies, 42, 1952, pp. 13-20. Cameron, Av., El mundo mediterráneo en la Antigüedad Tardía, Barcelona, 1998. Camus, P. M., Ammien Marcellin. Témoin des courants culturels et religieux a la fin du IVe siècle, Paris, 1967. 259

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