Una voz femenina en la literatura española dieciochesca: Josefa Amar y Borbón

June 15, 2017 | Autor: Pedro García Suárez | Categoría: Feminism, Women and Gender Studies, Ilustración, Literatura Española Del Siglo XVIII, Josefa Amar
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Descripción

PEDRO GARCÍA SUÁREZ

Una voz femenina en la literatura española dieciochesca: Josefa Amar y Borbón

Máster Universitario en Literatura Española Departamento de Filología Española II (Literatura Española) Facultad de Filología

Curso Académico 2010-2011 Convocatoria de Junio

Directora: Isabel Visedo Orden

Fecha de defensa: Junio 2011

Calificación del Tribunal: 9

TÍTULO: UNA VOZ FEMENINA EN LA DIECIOCHESCA: JOSEFA AMAR Y BORBÓN

LITERATURA

ESPAÑOLA

AUTOR: PEDRO GARCÍA SUÁREZ RESUMEN: Esta investigación trata de rescatar y aportar nuevos datos sobre la obra de Josefa Amar y Borbón; una de las primeras voces específicamente femeninas dentro de la literatura española dieciochesca. Para ello, se realiza un estudio que pone de relieve las principales transformaciones que tuvieron lugar en la centuria ilustrada en relación al papel de la mujer en el espacio público y privado con el objetivo de poder entender la figura y obra de esta escritora dentro de su contexto. Una vez realizado, el trabajo culmina con el análisis de los textos que versan sobre la religión, ya que son uno de los mejores ejemplos de la vasta cultura, el espíritu crítico y la gran modernidad que subyacen bajo las letras de esta incansable ilustrada. PALABRAS CLAVE: JOSEFA AMAR Y BORBÓN, ILUSTRACIÓN, FEMINISMO, IGUALDAD, ESCRITORA, MUEJR LECTORA, EDUCACIÓN, RELIGIÓN.

TITLE: A FEMENINE VOICE IN THE EIGHTEENTH-CENTURY SPANISH LITERATURE: JOSEFA AMAR Y BORBÓN SUMMARY: This research tries to recover and provide new information about Josefa Amar y Borbón´s work; one of the first specifically feminine voices in the eighteenth-century Spanish literature. In order to achieve this, a study has been done to highlight the main social transformations related to women’s roles in the public and private sphere that occurred during the Enlightenment. Through this, we hope to better understand the work of the writer and the writer herself in the context of her time. Once this purpose is achieved, the work concludes with an analysis of her texts about religion, one of the best examples of the enormous culture, strong critical spirit and modernity that underlie the works of this enlightened and untiring woman has.

KEY WORDS: JOSEFA AMAR Y BORBÓN, ENLIGHTENMENT, FEMINISM, EQUALITY, WRITER, WOMAN READER, EDUCATION, RELIGION.

ÍNDICE

Introducción Págs. 1-2

La mujer en la Ilustración española Págs. 3-21

La mujer y la cultura Págs. 22-32

La biografía de Josefa Amar y Borbón Págs. 33-41

Mirando al cielo: la religión y Josefa Amar y Borbón Págs. 43-56

Conclusiones Pág. 57-58

Bibliografía Págs. 59-61

Introducción Comienza aquí un trabajo cargado de ilusión. Una investigación que ha sido el fruto de una pregunta que, desde que comencé a estudiar el siglo XVIII, no ha dejado de rondarme la cabeza. Y es que, en una centuria que tanto luchó por el cambio y la reforma, ¿dónde quedaba el papel de la mujer? Ella llevaba mucho tiempo detrás del telón. Era la primera que necesitaba salir del pozo de opresión en que había sido relegada. Abandonar el estrado y comenzar a tener una voz propia, era ya una inquietud que comenzaba a colarse por las grietas que pugnaban por resquebrajar ese muro masculino que no las dejaba desarrollarse en igualdad de oportunidades. Pero, desde luego, no era una tarea sencilla echar abajo tanto tiempo de dominación y silencio, superar un largo periodo de miedo y obediencia, para construir los cimientos de una nueva sociedad que fuese capaz de abandonar el oscuro principio de dominantes y dominados que parece que nunca va a ser capaz de despegarse de nosotros. Fue en este punto donde comenzaron a germinar las ideas que me llevaron a elegir este tema para mi trabajo de fin de master.

¿Fue capaz la Ilustración de dar un giro a esta situación? Si la respuesta es afirmativa, ¿nos encontramos ante un cambio radical o simplemente ante la apertura de una vía por donde se comenzó a trabajar? ¿Quiénes tomaron las riendas de la nueva aventura? ¿Se pudo escuchar una voz propiamente femenina?

Puestos ya los cimientos que sustentaban el trabajo, por algún lado había que comenzar. Y que mejor que mi venerada Carmen Martín Gaite y su Usos amorosos del dieciocho en España para darme la bienvenida a este campo. Esta obra fue esclarecedora; había descubierto lo que, desde mi punto de vista, era esencial para dar respuesta a mis preguntas: había encontrado un primer ámbito de libertad para la mujer y había descubierto a Josefa Amar y Borbón. ¿Quién era esa mujer que no solo se atrevió a desafiar las convenciones sociales, sino que se arriesgó a hablar de una manera firme y clara? ¿Cómo fue capaz, actuando de esta manera, de ganarse el reconocimiento de una buena parte del auditorio masculino ilustrado, y de conseguir su propio hueco en el espacio público?

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De este modo, quedaban establecidos mis objetivos. Había que descubrir dónde quedaba la mujer en la Ilustración española, y cómo había sido posible, después de tanto tiempo de humillación y sometimiento, que una persona del “bello sexo” hubiese llegado a tener acceso a una buena educación, a una vastísima cultura, o al cerrado círculo masculino…; en definitiva, a saber de qué manera Josefa Amar y Borbón había conseguido crecer intelectualmente como sus compañeros del sexo dominante.

Entonces, ya no quedaba más que sumergirme de lleno en las fascinantes aportaciones de Emilio Palacios, Mª Victoria López-Cordón, Mónica Bolufer, y una larga nómina de investigadores que han conseguido abrirme las puertas del mundo femenino dieciochesco.

Contestadas así la mitad de las preguntas, me esperaba impaciente la obra que terminaría de satisfacer mi curiosidad ante la perplejidad que me suscita la vida y obra de esta perfecta ilustrada que rescató de su encierro la voz femenina. Esta obra no solo me generaba inquietud sobre las cuestiones que anteriormente han quedado establecidas, sino que también me despertaba la curiosidad de descubrir cómo se había posicionado ante el espinoso asunto de la religión; y es que se situaba ante este tema desde una doble perspectiva: como ilustrada1 y como mujer2. Son objeto de estudio las siguientes obras: Discurso sobre la educación física y moral de las mugeres, Discurso en defensa del talento de las mujeres y la traducción del Apéndice a la Literatura Española del siglo XVI. Las mujeres ilustres españolas no cedieron a las italianas en el cultivo de las letras, así sólidas como bellas, en Ensayo histórico-apologético de la literatura española del abate Lampillas. La razón de la selección radica en que son las únicas que contienen referencias al asunto religioso. Toda su obra ha sido leída, pero son solo éstas las que, por lo comentado anteriormente, se han establecido como objeto a estudiar detenidamente.

Quedan así dibujados los fines de esta investigación que pretende aportar algo más de luz a una historia que, en multitud de ocasiones, se ha olvidado de contarlas… y que, como investigadores, tenemos la responsabilidad de recuperar. 1

Y, de esta manera, nuestra protagonista tendría que tomar una postura en el intenso debate sobre la religión que tuvo lugar en el siglo ilustrado. 2 La mayor parte de las críticas hacia las capacidades intelectuales de la mujer y su presencia en el ámbito público vinieron de los sectores más relacionados con la Iglesia católica.

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La mujer en la Ilustración española El ascenso al poder de los Borbones ponía el punto y final a una etapa cuyos últimos coletazos habían sumido al país en la más absoluta decadencia. Bancarrotas y más bancarrotas se sucedían sin fin hasta que Felipe V tomó las riendas del barco medio hundido para comenzar a construir un nuevo Estado que consiguiera borrar el amargo pasado y colocarse a la altura del resto de Europa. Se iniciaba así un nuevo proyecto en el que las luces de la razón activaron la esperanza, la ilusión y la constancia y, de esta manera, consiguieron lo que parecía simplemente imposible. Cuatro monarcas (Felipe V, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV) junto con nuevos políticos reformistas de nuevo cuño se suceden a lo largo de esta centuria, siendo el periodo de máximo esplendor bajo el mandato de Carlos III (1759-1788). La llegada de la nueva etapa ilustrada (y, por supuesto, todo el trabajo realizado por los novatores: “La sociedad española tuvo su propia “crisis de conciencia” en el movimiento novator y la Preilustración de finales del siglo XVII, que asimiló el pensamiento europeo y asumió la necesidad de renovación cultural, preparando una Ilustración con unas características peculiares…”3) es clave para entender todos los cambios que se van a suceder en torno a la figura de la mujer, que se va a colocar en el epicentro de los nuevos cambios. La apertura al exterior va a provocar que la mujer española tomase como referente a otro tipo de mujer extranjera que ya no estaba, como ellas, recluida en un paupérrimo segundo plano. Así que, por fin, las damas españolas de las clases más altas se van a hacer “visibles”:

(…) la mujer sale de casa, se integra en la sociedad y la anima, pasea por El Prado, acude a las botillerías, se enriquece intelectualmente o se distrae en las tertulias, participa en las diversiones públicas (toros, teatro, bailes).4 De entre ellas, podemos distinguir esencialmente dos tipos: la más superficial que se va a fijar en la moda que llega de París y que va a hacer uso del cortejo, y la que va a aprovechar el nuevo rumbo para tomar conciencia de género y exigir su puesto en la sociedad. Respecto a la primera, es importante tener claro que por muy banal que pudiese parecer el hecho de que la mujer de clase alta comenzase a fijarse en la moda también tuvo sus consecuencias positivas para el proyecto ilustrado, ya que era una 3

Mónica Bolufer Peruga, Mujeres e Ilustración. La construcción de la feminidad en la España del siglo dieciocho, Valencia, Institució Alfons el Magnanim, 1998, p. 21. 4 Emilio Palacios Fernández, La mujer y las letras en la España del siglo XVIII, Madrid, Laberinto, 2002, p. 17.

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fuente de ingresos para las nuevas reformas. El problema es que no todos se dieron cuenta de los posibles efectos positivos y la crítica cundió entre los ilustrados. Veamos un texto de las Cartas Marruecas de Cadalso en el que el autor toma la opción más pragmática y pide que ya que se consume el lujo, al menos se compre en nuestro país. Y como no solo fue Cadalso el que se dio cuenta, veamos también otro texto de Juan Sempere y Guarinos:

Distingan de lujo, y quedarán de acuerdo. Fomente cada pueblo el lujo que resulta de su mismo país, y a ninguno será dañoso. No hay país que no tenga alguno o algunos frutos capaces de adelantamiento y alteración. De estas modificaciones nace la variedad; con ésta se convida la vanidad; ésta fomenta la industria, y de esto resulta el lujo ventajoso al pueblo, pues logra su verdadero objeto, que es el que el dinero físico de los ricos y poderosos no se estanque en sus cofres, sino que se derrame entre los artesanos y pobres.5 Si los hombres se contentaran con lo necesario –reflexiona-, apenas habría comercio y, por consiguiente, se disminuiría el erario, de tal suerte que no habría las rentas indispensables para la defensa de la nación y para los demás ramos del gobierno. Supongamos que la nación dejara de tomar tabaco, que es uno los géneros de menos necesidad. La Real Hacienda perdería, con sólo este golpe, más de noventa y seis millones de reales, los cuales se habrían de recargar forzosamente en otros géneros.6 Respecto de la nueva moda del cortejo, la conclusión es similar a la anterior; y es que la mujer encuentra en ello un nuevo margen de libertad (que llevaba mucho tiempo siéndole negado) en el que por fin tomar las riendas. Por otra parte, y a consecuencia del cortejo, las relaciones entre los sexos van a cambiar de manera definitiva para la centuria. Vamos a ver ahora que era esta extraña moda y después analizaremos la importancia de este cambio en las relaciones entre el hombre y la mujer.

Se trataba, en sustancia, de lo siguiente: las señoras casadas, que hasta finales del siglo precedente habían aceptado o fingido aceptar sin apenas asomos de rebeldía el código del honor matrimonial que enorgullecía al país, podían ahora tener un amigo cuya función era la de asistir a su tocador, darles consejos de belleza, acompañarles al teatro y a la iglesia, traerles regalos y conversar con ellas, es decir, hacerles caso. Por primera vez en la historia de las mujeres españolas, alguien se dedicaba, con el visto bueno de una parte de la sociedad, a entretener 5

José de Cadalso, Cartas Marruecas (edición a cargo de Russell P. Sebold), Madrid, Cátedra, 2008, p. 246. 6 Juan Sempere y Guarinos, Historia del lujo y de las leyes suntuarias de España, Madrid, Imp Real, 1788, pp. 203-205, cit por Carmen Martín Gaite, Usos amorosos del dieciocho en España, Barcelona, Anagrama, 2005, p. 34.

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sus ratos de ocio y el menester era considerado como una función social importante. Los maridos se dividían en dos sectores: los que admitían la moda del cortejo, más o menos a regañadientes, y los que, apoyados por la opinión mayoritaria de moralistas y predicadores, no pasaban por ella. La primera actitud se consideraba de buen tono; la segunda, anticuada.7 Los planteamientos místicos y ascéticos de siglos anteriores fueron postergándose por el deseo y la búsqueda de la felicidad terrena, que las corrientes filosóficas alentaban y la sociedad demandaba. Las mujeres no sólo empezaron a apetecer el bienestar de una vida confortable, exhibiendo abiertamente su tendencia al lujo, sino que además se consideraban prestigiadas por esas exhibiciones. Estaban demasiado hartas de la imagen de esposa sobria, enclaustrada en su casa, que servía a la prosecución de la especie humana, que los textos evangélicos, los moralistas y la cultura islámica habían acuñado desde hacia siglos para ellas.8 Esta moda recién llegada de Italia9 cambia de manera fulminante los patrones establecidos de comportamiento de un género respecto del otro. La mujer sale de su estrado para codearse, de igual a igual, con el hombre y éste (sobre todo el comúnmente denominado petimetre) se pone al servicio de ella (nos referimos al cortejo con su petimetra), quedando así desdibujados los misóginos roles precedentes10. En algunas ocasiones, las consecuencias serán tan positivas que a ella le aumentará el amor propio y el deseo de aprender para estar a la misma altura que su interlocutor. En otras11, el petimetre12 se despreocupaba de su formación intelectual para acabar girando en torno a las cosas más superficiales…

Un caballero para ser cortejo liso y abonado no necesita hacer pruebas de discreción, de gracias, ni de juicio. Antes bien un hombre iniciado de loco, con sus ciertos ribetes de calavera, ignorante y presumido es el más propio y solicitado para cortejo. Tampoco la dama tiene obligación de estar contenta con las gracias y habilidades de su caballero, caso que las tuviese. Todo esto le es muy indiferente. Lo que la hace estar alegre y risueña es que las gentes ven que es mujer de mérito y de importancia porque tiene cortejo.13 7

Carmen Martín Gaite, op. cit., p. 14. Ortega López, Margarita, “La educación de la mujer en la Ilustración española”, en Simposium Internacional sobre Educación e Ilustración. Dos siglos de reformas en la enseñanza, Madrid, Centro de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, 1988, p. 201. 9 Los antecedentes de esta moda se encontraban en la galantería española y también, en gran parte, en la costumbre instaurada de mandar a los jóvenes de alta clase a proseguir sus estudios al extranjero. 10 En este caso ya que, como veremos más adelante, no todos los esquemas van a cambiar ni mucho menos. 11 Una vez analizados los textos, la conclusión es que debieron ser la mayoría. 12 Entendiendo por petimetre el hombre que entraba en el juego del cortejo y del lujo y que muchas veces incluso se afeminaba dado que seguía rigurosamente las nuevas modas. 13 Emilio Palacios Fernández, La mujer y las letras…, p. 32. 8

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Fueron las mencionadas situaciones en que la mujer hizo un uso superficial del cortejo las que despertaron entre los ilustrados un recelo fundado ante el peligro de que las nuevas costumbres adquiridas tuvieran consecuencias espantosas en un siglo en el que la formación se colocaba como elemento central para poder avanzar hacía un mundo mejor y renovado. Una de esas consecuencias es que, como ya hemos visto, los hombres (más bien referido a aquel tipo de hombre que entraba en el nuevo juego del cortejo), dado su continuo contacto con las banales petimetras, descuidaban su intelectualidad.

La mayor parte de nuestros españoles se van a correr cortes, como suelen decir, salen de su país sin principio alguno que les ponga en paraje de sacar provecho de sus caravanas… Nuestros corredores de cortes no toman de las demás naciones sino sus ridiculeces.14 Una señora que habla con propiedad del bonete, del cabriolé y de collares, respetuosas y herraduras, cree haber llegado a la cumbre de la sabiduría y que puede brillar y dar el tono en las conversaciones. Los hombres, según los mismos pasos, para agradar a Vms., aprenden el mismo diccionario, se sirven de las mismas frases, hacen su conversación de asuntos frívolos y despreciables, y por este medio ellos y Vms. se hacen ridículos… Los hombres han sido siempre lo que Vms. han querido que sean. Antiguamente se metieron Vms. en la cabeza el ser Dulcineas, y todos éramos Quijotes. Dieron Vms. en prendarse de la valentía, y éramos matones implacables. Quisieron ser rondadas, y, hechos postes de las casas, apenas había nieve, agua ni sereno que no cayera sobre nuestros hombros. Estimaron los versos, y, bueno o malo, se encontraba un poeta en cada esquina. Gustaron de hombres afeminados, y cambiamos la espada y el broquel por cintas, bucles, tontillo y limpiadientes.15 Y las mujeres, sin el referente necesario de un hombre culto y preocupado de su intelecto, dejaban a un lado su interés por una cultura que, además de para sí mismas, se hacía necesaria para encajar en el prototipo de “mujer de bien” y ser considerada un ejemplo para el resto de mujeres de otras clases sociales.

La Ilustración reafirma la presencia de la Razón entre los valores femeninos y precipita el repensar la importancia social de las mujeres a la luz del criterio de

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Clavijo y Fajardo, José, El pensador…, pens. XIX, cit. por Carmen Martín Gaite, op. cit.,p. 73. Carmen Martín Gaite, op. cit., p.71.

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“utilidad pública”, lo que conduce a reconstruir los modelos de lo “femenino” y lo “masculino” así como las coordenadas de las relaciones entre ambos.16 La “mujer virtuosa” es el ideal ilustrado que define lo femenino en su deber “como Dios manda” (en este caso, “como la Razón manda”). La mujer virtuosa es la que ha transcendido la pasión, la que ha dominado el desenfreno sexual (…) y se contenta con su domesticidad y su “sitio” dentro de la esfera privada familiar.17 Por otro lado, las funestas consecuencias también se producían en otro sentido: la institución matrimonial entraba en crisis18. Y es que por mucho que las apariencias enviasen el mensaje de que la sociedad española se había modernizado, las virtudes que se valoraban en una buena fémina seguían siendo las mismas…

Sin duda que son hechas, por decirlo así, a prueba de bomba y que podrán caminar sobre brasas y meterse en llamas sin recibir lesión. Serán, para hablar sin figuras, insensibles a la diferencia de sexo; podrán familiarizarse con un desconocido desde la primera visita, recibir a un hombre en paños menores y, aunque sea en cama, darle conversación al oído toda una noche o pasearse con él a la luna dos o tres horas a solas y dadas las manos… todo ello a sangre fría y sin exponer su ignorancia al menor peligro. Pero –concluye-… no hay hombre que no prefiera a una adúltera que supiera ocultar bien su infidelidad a una mujer que, sin ser infiel, hiciese de modo que fuese tenida por tal.19 Si la literatura satírica recreaba la imagen de familias en crisis, en las que las mujeres dominaban a sus maridos, los hijos crecían descuidados y los valores morales estaban en decadencia, los escritores reformistas que se ocupaban del lujo, de la población o del fomento de las manufacturas tocaban también a rebato denunciando que los matrimonios habían declinado en número y se habían degradado en moralidad. Creían percibir en la sociedad de su tiempo alarmantes (y en realidad inexistentes) signos de declive demográfico…20 Sin embargo, a pesar de este visible cambio en las relaciones inter-géneros, y de la mayor permisividad, que había emanado de la introducción de las nuevas modas foráneas, el modelo de la perfecta casada: casta, ahorradora, casera, callada y trabajadora, no había sido desterrado de la sociedad madrileña. La

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Capel Martínez, Rosa María, “Preludio de una emancipación: la emergencia de la mujer ciudadana”, en Cuadernos de Historia Moderna. Anejos. Nº6, 2007, p. 160. 17 Cristina Molina Petit, Dialéctica feminista de la Ilustración, Madrid, Dirección General de la Mujer de la Comunidad de Madrid, 1994, p. 120. 18 O aunque no fuese así, desde luego, la alarma estaba encendida y la sociedad escandalizada. 19 Carmen Martín Gaite, op. cit., p. 143. 20 Mónica Bolufer Peruga, Mujeres e Ilustración…, p. 268.

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mujer debía aparentar, mostrar y defender en todo momento una conducta que no cuestionase su moralidad.21 Lo que realmente había cambiado es que ahora se abogaba por una mujer de clase alta instruida que pudiera ofrecer, de esta manera, una adecuada educación a sus hijos y servir de ejemplo a un marido que, por ende, se preocupase de mantener su nivel intelectual.

Se proponía una más directa educación de los hijos (en manos entonces de segundas personas), un mayor cuidado por el gobierno directo de la casa y un mayor y mejor entendimiento de los problemas del mando.22 Y si no era instruida, que al menos estuviera chapada a la antigua usanza. Tantos estragos causó la nueva moda recién llagada de Italia que incluso se llegó a proponer una ley del divorcio que no llegó a buen puerto. La indisolubilidad del matrimonio –decía entre otros argumentos- es una cosa que pone espanto aún a los más inclinados a este estado. Encontrarse con una mujer corrompida, de un carácter contrario al del marido, que consuma en alimentar su lujo todo lo que el marido puede haber para criar y educar a sus hijos, conocer el marido las estragadas costumbres de su consorte, estar convencido de su infidelidad, aborrecerla y saber que es aborrecido de ella y, sin embargo, haberla de tener por compañera toda su vida es… una tiranía de las leyes.23 Por lo tanto, la situación queda así: la mujer de clase alta (entendemos por clase alta la compuesta por la aristocracia y la nobleza más adinerada) está haciendo uso del cortejo y haciéndose cada vez más aficionada a un lujo que llega desde fuera24. La mujer de la nobleza más corriente25 se muere por imitarla y el pueblo, por el contrario, se muestra reacio y contrario a este nuevo modo de ser, vestir y actuar, que considera un peligro y una ridiculez.

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Simón-Pedro Izcara Palacios, Mujer y cambio de valores en el Madrid del siglo XVIII, Tamaulipas (México), Universidad Autónoma, 2004, p. 72. 22 Ortega López, Margarita, op. cit., p. 205. 23 Carmen Martín Gaite, op. cit., p. 152. 24 Esta moda consigue desarrollarse porque la mujer encuentra en el cortejo un ámbito de libertad y al hombre le permite tenerla entretenida y descargar los gastos que acarrean sus nuevos caprichos en el petimetre. 25 Entendiendo esta clase como la parte de la nobleza que no tiene un poder adquisitivo tan alto y que sería, por lo tanto, la parte más baja de las clases sociales pudientes.

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El pueblo se había replegado en una actitud completamente hostil al influjo extranjero, y los hombres de los barrios bajos, como revancha a su miseria, se atrincheraron en aquella xenofobia y acentuaron su desprecio hacia los petimetres ricos. Se consideraban superiores a ellos, y llegaron a creerse depositarios y genuinos representantes del espíritu castellano en sus más puras esencias. Despreciaban especialmente a la clase media, que era desdibujada y poco poderosa y que, llevada de su papanatismo vanidad, era la principal culpable de la degeneración caricaturesca de las nuevas modas.26 Los ilustrados, por su parte, que veían la nueva moda como una aberración y un atentado al buen gusto, cada vez hacían más énfasis en la educación. Sobre todo en la educación de la mujer de clase alta, que era la que tendría que ser buena madre y esposa; porque los reformistas tenían para la mujer de clase popular y baja27 un plan diferente: el trabajo. Y es que, desde su punto de vista, las consecuencias de una mala educación para la mujer era un gran mal que había que erradicar; prueba de ello es que aparecía constantemente en los textos de la época. Veamos un ejemplo en el que se critican duramente los matrimonios desiguales y la autoridad sin razón y desproporcionada:

Ve aquí los frutos de la educación. Esto es lo que se llama criar bien a una niña: enseñarle a que desmienta y oculte las pasiones más inocentes con una pérfida disimulación. Las juzgan honestas luego que las ven instruidas en el arte de callar y mentir. Se obstinan en que el temperamento, la edad ni el genio no han de tener influencia alguna en sus inclinaciones, o en que su voluntad ha de torcerse al capricho de quien las gobierna. Todo se las permite, menos la sinceridad. Con tal que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean, con tal que se presten a pronunciar, cuando se lo mande, un sí perjuro, sacrílego, origen de tantos escándalos, ya están bien criadas, y se llama excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo.28 También se permitía que las viudas pudieran casarse dentro del año en que mueren sus maridos sin necesidad de incurrir en pena ni infamia. Sin embargo la libertad de tan importante determinación estaba en parte viciada por la importancia que se daba al comportamiento paterno y por las disposiciones que tendían a evitar tanto la seducción como el matrimonio desigual.29

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Carmen Martín Gaite, op. cit., p. 152. Las dos clases en que pueden subdividirse la clase que comúnmente llamamos pueblo. 28 Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, edición a cargo de René Andioc, Madrid, Espasa, 2010, p. 165. 29 López-Cordón Cortezo, Mª Victoria, “La situación de la mujer a finales del Antiguo Régimen (17601860)”, en Mujer y sociedad en España (1700-1975), Madrid, Instituto de la Mujer, 1986, p. 82. 27

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Para las niñas de clase social elevada, que obviamente eran las que lo tenían más fácil, no existían centros de formación específicos y, generalmente, se formaban de la mano de un tutor, en congregaciones religiosas30, y muy pocas en colegios extranjeros (ya que los padres desconfiaban). Aún así, la enseñanza no era buena y esto suponía un problema para los ilustrados reformistas ya que consideran, como hemos visto antes, que esta educación revertiría más tarde en sus hijos y obligaría al marido a no quedarse atrás. Las niñas de clases bajas se podían educar en centros creados por la iglesia y, a partir de 1768, van a tener la suerte de contar con las casas de enseñanza para niñas pobres que va a crear Carlos III y que se van a centrar básicamente en ofrecer a estas niñas una formación profesional31. Esto es lo mismo que va a suceder con la clase popular y es que, a consecuencia de los proyectos de sociedades económicas, se van a crear escuelas de tejidos y bordado para formar a las futuras operarias de las industrias textiles.32 Aquí tenemos ya a las primeras trabajadoras femeninas y germen de lo que más tarde serán las mujeres burguesas, compuesta por la parte más baja de las clases altas dispuesta a dejar sus papeles recogidos y por lo más alto de las clases más bajas.

El enfoque que inspira la creación de estas escuelas nos permite comprender realmente cuáles eran los ideales ilustrados respecto a la instrucción femenina: se defiende la necesidad de dar educación a las féminas aunque con objetivos diferentes a la instrucción masculina, y así, de acuerdo con las teorías pedagógicas ya imperantes en el siglo XVI, no importaba tanto la alfabetización, ni era preciso que aprendieran aritmética, gramática latina o geografía: lo fundamental era el desarrollo de los valores típicamente femeninos — sensibilidad, paciencia, ingenuidad— junto a habilidades profesionales o artes útiles adaptadas a su sexo. Todo ello conecta con un planteamiento político global que aspiraba a fomentar el conocimiento de esas artes útiles o «educación popular» en aras del bien común y el engrandecimiento de la nación. 33 Además al fomentar el conocimiento de las artes útiles entre las clases populares respondía a un planteamiento político general de más largo alcance que al fracasar obligó, ya en el siglo XIX, a reconvertir las patrióticas en escuelas gratuitas de barrio. Entre las señoras. Lo que se empezó a considerar de buen tono fue el llegar a tener unos ciertos conocimientos que permitieran su participación en los salones e incluso hacer frente a ciertas realidades prácticas de carácter doméstico. Sin llegar a convertirse en “bachilleras”, término que revestía siempre un carácter peyorativo, el saber contestar cartas, tener ciertas nociones de 30

En estas congregaciones las monjas encargadas de su educación no tenían los conocimientos suficientes, pero esto daba igual ya que acabarían siendo esposas de gente influyente. 31 Ya sabemos que se hace necesario poner a trabajar a las mujeres. 32 Idea apoyada en Emilio Palacios Fernández, La mujer y las letras… 33 Nava Rodríguez, Teresa, “La mujer en las aulas (siglos XVI-XVIII): una historia en construcción”, en Cuadernos de Historia Moderna, 16, 1995, pp. 7-8.

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historia y geografía, leer algún libro de moda e incluso el hablar francés se convirtieron en valiosos adornos de “las virtudes propias del sexo”.34 Siguiendo por este camino, la educación y otros factores35, hicieron posible que se organizase durante todo el siglo un intenso debate en torno a ella, a sus capacidades o incluso al lugar que debía ocupar. El contra es que este debate fue fundamentalmente masculino (solamente comienzan a inmiscuirse en él algunas mujeres a partir de la mitad del siglo, como nuestra protagonista). Aún así, es un paso fundamental para la historia de la mujer y una muestra clara de que, para bien o para mal, la mujer ya no le era indiferente a nadie.

En la exploración ilustrada de la sociedad humana, el debate sobre la cuestión de la mujer se convierte en elemento esencial; tan esencial que lo encontraremos tratado no sólo en las obras de los filósofos, también en la prensa, la literatura e, incluso, la música.36 Fue Feijoo con su Teatro Crítico en 1726 el que inició un debate que, principalmente, va a tener como cauce la prensa. Y es su discurso XVI titulado Defensa de las mujeres el elegido por el fraile benedictino para deshacer lo que él consideraba errores comunes en torno a la cuestión femenina…

En grave empeño me pongo. No es ya sólo un vulgo ignorante con quien entro en la contienda. Defender a todas las mujeres, viene a ser lo mismo, que ofender a casi todos los hombres: pues raro hay, que no se interese en la procedencia de su sexo con desestimación del otro. A tanto se ha extendido la opinión común en vilipendio de las mujeres, que apenas admite en ellas cosa buena. En lo moral las llena de defectos, y en lo físico de imperfecciones. Pero donde más fuerza hace es en la limitación de sus entendimientos. Por esta razón, después de defenderlas con alguna brevedad sobre otros capítulos, discurriré más largamente sobre su aptitud para todo género de ciencias y conocimientos sublimes.37 Para ello, apoya sus reflexiones en su habitual erudición libresca y demuestra, de esta manera, que son más virtuosas que los hombres, que tienen un mejor comportamiento y, pronunciándose en el gran debate arrastrado desde el Renacimiento, aclara que la única desigualdad existente entre los dos sexos es la formación. Esta manera de ver las 34

López-Cordón Cortezo, Mª Victoria, “La situación...”, p. 94. Factores como su mayor protagonismo en la vida social del país presidiendo tertulias o participando del entretenimiento público. 36 Capel Martínez, Rosa María, “Preludio de…”, p. 160. 37 Jerónimo Feijoo, Benito, “Defensa de las mujeres” en Teatro Crítico Universal, Madrid, L.F. Mojados, 1726, I, Disc. XVI, pág. 331, cit por Emilio Palacios Fernández, La mujer y las letras…, p. 23. 35

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cosas y demostrarlas, hace que Feijoo enlace con la corriente europea del feminismo racionalista38. Pese a todo, el momento histórico que le tocó vivir y la influencia de su fe y de la Iglesia le llevaron a defender que la mujer debía vivir sometida al hombre porque “desde el principio le diese Dios superioridad gubernativa sobre la mujer”39.

La importancia del discurso del ilustrado fraile no radica únicamente en sus avanzadas ideas, sino en el hecho de que sirvió como un poderoso agente de reflexión colectiva40. Fue el comienzo de un prolongado debate al que se sumaron una cantidad inmensa de autores que se posicionaron en uno u otro bando. A favor de sus tesis, entre otros, escribieron: el padre Martín Sarmiento, Ricardo Basco y Flancas, Miguel Juan Martínez Salafranca o Tiburcio Cascajales (en realidad Cristóbal Medina Conde). En contra de sus ideas podemos encontrar a: Salvador José Mañer, el Padre Francisco de Soto y Marne, el jesuita Agustín de Castejón, Laurencio Manco de Olivares, Juan Antonio Santarelli o Alberto Antonio Soler. Incluso hay quien concilia las dos posturas, como podemos observar en La razón con desinterés fundada y la verdad cortésmente vestida, unión y concordia de opiniones en contra y a favor de las mujeres (de fecha desconocida) y con el que acaba la polémica iniciada por Feijoo a comienzos del nuevo siglo. Pero, antes de seguir, vamos a rescatar un texto de uno de los detractores de Feijoo para así poder tener la visión de las dos posturas.

Hablando a este intento una discreta pluma, dijo que las mujeres eran hechas para estar en casa, y no vagueando; que el andar por las calles mueve, tal vez, al que las ve, si son feas, a desprecio; si hermosas, a concupiscencia. En sus casas pueden entretenerse en algo; fuera no sirven sino de impedir. Cuando no pierden en ellas por el desear, pierden por ser deseadas. Verdaderamente las mujeres hoy sólo son salsa del gusto, pollas comederas, rabanitos de mayo y perros de falda. Todas gustan de ser mozas, y no parecer talludas; y el llamarlas mozas o niñas es tañerlas una almendrada.41 Más tarde, aunque acabada la primera etapa del encendido debate iniciado por Feijoo, la Ilustración avanzaba, los nuevos usos sociales se instalaban y, por tanto, existía una mayor libertad para la mujer que, por supuesto, también se tradujo en ciertos abusos

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Que iguala a las mujeres y las deduce a partir de la razón. Emilio Palacios Fernández, La mujer y las letras…, p. 25. 40 Idea basada en Ibidem. 41 Laurencio Manco de Olivares, Contradefensa crítica a favor de los hombres. Que en justas quejas manifiesta … contra la nueva defensa de las mujeres que escribió el R.P.M. Feijoo, S.L.,s.i., s.a. (1726), pág. 12, cit por Emilio Palacios Fernández, La mujer y las letras…, p. 26. 39

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como cortejos escandalosos, modas excesivas, nociva ociosidad o bachillerías superficiales. Por tanto, la polémica volvía cargada de nuevos matices provocados por la nueva escena social. Y ahora los encargados de pronunciarse ante los nuevos abusos van a ser, sobre todo (aunque no solo), los reformistas; con la diferencia respecto de los anteriores que éstos no tenían porque tener ningún prejuicio antifeminista ya que, además, criticaban los mismos vicios en los hombres. En esta línea, destaca el periodista canario José Clavijo y Fajardo, que insiste en la educación de la mujer debido a la importancia que este tema había ido tomando entre sus compañeros ilustrados. Además, es imprescindible recalcar que el periodista se da cuenta de algo que es un paso gigantesco en el proceso de conquista de la dignidad femenina, y es que considera que la mala educación de la mujer es culpa del hombre. Es el padre que no educa a su hija, el marido que la utiliza para lucirse, el cortejo que cultiva la banalidad, las madres mal formadas, etc. En definitiva, unas costumbres sociales arraigadas que aminoran su culpabilidad. Para vms. están cerradas las buenas o malas escuelas que tenemos, y los pocos libros útiles y agradables escritos en el idioma patrio ni llegan a sus manos ni aun a su noticia; de las lenguas extranjeras es muy rara la señora que sabe alguna… Hay madres tan preocupadas contra este talento y que miran con tanto horror el que sus hijas aprendan un idioma extraño como si en cada sílaba de él hubiese un pacto implícito con el diablo y en cada letra una apostasía de la religión…42 … No señoras: la piocha y el bonete, el tontillo y la sotana, harían malísima comparsa. Cada estado pide su instrucción particular, y la que yo pido y deseo en vms. no está ceñida a las aulas.43 La respuesta más curiosa a las opiniones vertidas por Clavijo fue la de Beatriz Cienfuegos en La Pensadora Gaditana. A pesar de la disputa sobre su género real44, lo cierto es que fue más que una respuesta, ya que a través del análisis de las costumbres sociales consiguió atestiguar la igualdad entre los dos géneros volcando la censura también sobre los hombres. Para esto debe tomar unos principios éticos muy cercanos a la filosofía moderna y, aunque en la órbita ilustrada, este hecho la alejó de otros prohombres de la Ilustración.

42

Clavijo y Fajardo, José, El pensador…, t. II, cit por Carmen Martín Gaite, op. cit., p. 264. Ibidem, t. I, pens. II, cit por Ibidem. 44 Muy pocos investigadores están de acuerdo en que fuese una mujer. 43

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Ciertamente que es cosa ridícula oír a estos censores afeminados hacer crítica de un vicio que tan despóticamente los posee: a unos sujetos en quienes es tanto mayor esta falta cuanto más se alejan de aquel último fin para que ocupan la tierra. Las mujeres se adornan, no lo niego; pero es casi indispensable a su estado, a sus esperanzas y muchas veces a su quietud. Pero los hombres, que fueron criados para gobernar los reinos, mandar ejércitos, pisar cátedras, ocupar tribunales, ¿se han de entregar a la delicadeza, al lujo y la afeminación? ¡Vergüenza grande!.45 Se puede observar su gran capacidad para dilucidar la gran transformación que está sufriendo la mujer en la centuria ilustrada. Juan de Flores Valdespino también está de acuerdo con ella, pero acabará entrando en litigio con la susodicha porque su periódico Academia de los Ociosos se dirigía al mismo segmento de población.

Prosiguiendo esta línea feminista que había comenzado Cienfuegos respondiendo a Clavijo y Fajardo, nos encontramos con el abate J. Langlet que, a través de El Hablador Juicioso y Crítico Imparcial, tomando a Feijoo, reprenderá al periodista canario por su extremada rigurosidad y abogará por la igualdad de sexos; apostando incluso por la discriminación positiva. Por otro lado, hemos de resaltar que da otro gran salto importante recalcando que muchas veces son las mismas mujeres culpables de su fama, por la falta de amor propio. Formad más alto juicio de los favores que os dispensa la Providencia; creed que su benigna mano no es menos liberal con vosotras que con los hombres y veréis que éstos empiezan a mudar de dictamen, con sólo que la mudanza del vuestro os haga variar de locución46 Advertid, señoras, que la diferencia de educación es sólo la que ocasiona la de vuestro sexo al nuestro; que las ventajas, que os lleva el hombre en el saber no nacen del principio de discurrir, sino de los cuidados que se toman en aprender; y, finalmente, que os hombres de que hay tantos, criados del mismo modo que vos, son un espectáculo lastimoso aun a vuestros mismos ojos.47 Prosiguiendo con el debate, tenemos a Antonio Valladares de Sotomayor, que no tuvo demasiado éxito debido a una gran recurrencia a los tópicos. Para el autor, la mejor prenda de una mujer es su hermosura.

45

Beatriz Cienfuegos, La pensadora gaditana (C. Canterla), p. 65, cit por Emilio Palacios Fernández, La mujer y las letras..., p. 37. 46 J. Langlet, El Hablador Juicioso y Crítico Imparcial. II, pág. 14, cit por Emilio Palacios Fernández, La mujer y las letras..., p. 43. 47 Ibidem.

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Mejor suerte tuvo el bibliotecario real Juan Bautista Cubíe que, tomando a Feijoo, defiende la igualdad de los sexos huyendo de los tópicos y poniendo un gran énfasis en la educación. Es original ya que, para probar su tesis de la igualdad, toma a la mujer de clase baja que trabaja igual que el marido.

Se advertirá en las mujeres de más ínfima suerte, que se igualan en el trabajo a sus maridos. Porque ellas también se emplean en rústicos ejercicios; y además de esto en la educación y crianza de sus hijos, en el cuidado de sus casas, y en la conservación de los haberes domésticos.48 Por otro lado, también van a existir moralistas o conservadores donde será impensable encontrar esta postura tan positiva de defensa de la mujer. Un ejemplo de ellos es Francisco Belati (Régimen de los casados), que ofrece una visión más negativa de la mujer al escribir desde una perspectiva moralista o cristiana. Supone al marido como cabeza indiscutible de familia, por ejemplo.

Es el marido en virtud de su matrimonio, superior, y compañero de su mujer, y a un mismo tiempo es cabeza y corazón: cabeza que tiene preeminencia sobre ella, corazón que pide uniformidad con el de la consorte; cabeza que debe reglarla como inferior y súbdita, corazón que ha de mirar como igual.49 Esta línea comenzada por Feijoo y matizada por los autores vistos, va a culminar de manera sublime con nuestra protagonista: Josefa Amar y Borbón.

No es extraño, por tanto, que incluso mujeres de la talla de Josefa Amar y Borbón, miembro de la Sociedad Económica Aragonesa y la mujer ilustrada que con más fuerza persiguió la capacidad intelectual y la educación de la mujer como medio de progreso de la nación, se pronunciase por una educación centrada en el marco del hogar y en el mejor entendimiento de los esposos.50 Independientemente de la postura tomada, el escenario principal donde se van a librar las disputas relativas a la cuestión femenina va a ser la prensa ilustrada, que además de convertirse en el principal cauce de las nuevas ideas reformistas, va a ser la principal aliada de las damas españolas. En ella, vamos a poder distinguir dos tipos de

48

J.B. Cubíe, Las mujeres vindicadas, p. 34, cit por Emilio Palacios Fernández, La mujer y las letras…, p. 47. 49 F. Belati, Régimen de los casados, p. 8, cit por Emilio Palacios Fernández, La mujer y las letras…, p. 49. 50 Ortega López, Margarita, op. cit., p. 205.

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periodismo: el que se dirige expresamente a ella (o que sin dirigirse expresamente alude de manera constante) y el realizado por ellas.

Los periódicos fueron extremadamente útiles como divulgadores de los nuevos principios que las Luces promovían para la educación de las mujeres. En sus leves páginas es posible detectar un auténtico mosaico de las costumbres y la realidad de las mujeres en el que no faltaban los problemas matrimoniales o el cuidado de la educación física y psíquica de los hijos. Incluso es posible percibir una participación directa de las lectoras, a través de cartas, sobre los cambios necesarios a desarrollar en la educación femenina y la crítica o aceptación de los principios de las Luces.51 Dentro de la primera categoría, ya hemos visto ejemplos como Academia de Ociosos o El Hablador Juicioso y Crítico Imparcial. Además, merecen la pena ser rescatadas otras publicaciones como Semanario Erudito y Curioso de Salamanca (1793-1798), donde se hablaba mucho del tema femenino desde la óptica ilustrada y la conservadora, o La Pensatriz Salmantina (que aunque mencionado, nunca ha sido encontrado). Al final de la centuria, debido a las reservas ideológicas nacidas de la Revolución Francesa, el Consejo de Castilla impidió la publicación de distintos periódicos pensados para las mujeres, cuando esta práctica parecía ya consolidada, como: Diario del Bello Sexo, Liceo General del Bello Sexo, Décadas eruditas o morales de las damas, Diario de las Damas o El correo de las Damas (miscelánea…).

Dentro de la segunda categoría, podemos encontrar continuadoras de la posible fémina Beatriz Cienfuegos, como la Chinilla, Concha, Doña Boceca, la Principianta o la Defensora de la Belleza. Y aunque éstas también podrían ser pseudónimos de autores masculinos, sí que se conoce la identidad de María Egipcíaca Demaner Gongoreda, que escribió regularmente en el Diario de Barcelona en 1972, especialmente reseñas sobre las costumbres femeninas.

Antes de acabar con el periodismo, no debemos olvidarnos de hacer una mención especial al Memorial Literario ya que, además de hablar de la cuestión femenina, durante la década de los ochenta fue un vehículo privilegiado (la prensa en general, pero este periódico en particular) para la promoción oficial de la mujer.

51

Ibidem, p. 211.

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Y siguiendo el hilo de la promoción que se hizo desde los poderes públicos, se deben señalar dos cosas: que la promoción se centró en la formación de la mujer, y que el público al que se dirigió fueron básicamente las mujeres de la aristocracia y la burguesía adinerada. Ya hemos visto que al resto de las mujeres de otras clases sociales se las encauzó hacia la formación profesional.

Partiendo de lo anterior, es normal entonces que el Estado (cuyas medidas surtieron efecto) favoreciese su participación en la vida social y cultural. Un ejemplo de avance lo tenemos en la Academia de Bellas Artes de San Fernando que, por primera vez en 1766, admite a una mujer: Mariana de Silva Bazán. Con todo, el resto de las Academias no abrieron sus puertas de igual modo a las damas.

Otro motor de la Ilustración fueron las Sociedades Económicas que, como la mayoría de las Academias, fueron reacias a admitir mujeres en su seno, por muy ilustradas que fuesen. Y eso que desde la fundación en 1775 de la Real Sociedad Económica Matritense, se planteó integrar a algunas de las esposas de los socios. Eso no fue nada fácil porque ni siquiera hubo un apoyo público por parte de la sociedad. Pero al final, con tesón y esfuerzo, se consiguió; y María Isidra Quintina de Guzmán y la Cerda (hija del Conde de Oñate) entra en 1786 en la Sociedad Económica de Madrid.

Así pues, la presencia femenina en ese foro emblemático parecía amenazar tanto su propia identidad de hombre público y político, porque temía que hiciera peligrar el autocontrol y la austeridad que había de caracterizar a los a los amigos del país, como su ideal de una sociedad ordenada, en la cual los espacios estuvieran nítidamente separados entre los sexos.52 Pero este nombre resuena de manera muy importante en la segunda mitad del siglo ya que su trayectoria constituye otro hito más en la historia de la mujer. Y es que se trata de la primera doctora de la Universidad Complutense de Madrid. De ahí que después se la nombrase catedrática honoraria de filosofía moderna y se la admitiera en la Academia de la Lengua. No queda solo en esto, sino que además fue nombrada socia honoraria y literata de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País.

52

Mónica Bolufer Peruga, Mujeres e Ilustración…, p. 360.

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Y aunque todo no fue más que un proyecto propagandístico para que sirviera de modelo al resto de mujeres de su clase social (la aristocracia) y como incentivo para que se siguiera avanzando, lo cierto es que ya se había dado un paso gigantesco para la aceptación de que las capacidades masculinas eran idénticas a las femeninas. Este suceso fue seguido por toda la prensa y por la sociedad. Incluso en el Memorial Literario se incluyó un “catálogo de mujeres ilustres” que nombraba a nuestra protagonista y acababa con la doctora.

Todos estos episodios sirvieron para reactivar el debate sobre la incorporación de la mujer a la Matritense. Para ello, Josefa Amar y Borbón creó un magnífico discurso que analizaremos más adelante.

A estas mujeres no se les ha ocurrido tratar con otras mujeres sus guerras, luchas y proyectos. No dieron ninguna nueva autoridad a su propio sexo y lo siguieron teniendo reducido a su mundo, que es el doméstico. Si las mujeres importantes no habían cambiado la situación de las otras mujeres, ¿por qué habían de hacerlo los hombres? Era pasarse de listos para dar en rematadamente tontos.53 Pero no nos dejemos alucinar por una vana ilusión. Las damas nunca frecuentarán. El recato las alejará perpetuamente de ellas. ¿Cómo permitirá esta delicada virtud que vengan a presentarse en una concurrencia de hombres de tan diversas clases y estados? ¿A mezclarse en nuestras discusiones y lecturas? ¿A confundir su débil voz en el bullicio de nuestras disputas?.54 Estos sucesos desembocaron, a su vez, en la creación de un importante proyecto: la Junta de Damas de Honor y Mérito; donde colaboraron una dilatada nómina de señoras de la nobleza, y que fueron el alma de las escuelas patrióticas de la Sociedad Económica Matritense.

Eran, en realidad, escuelas de hilazas, es decir, profesionales, y aunque en primer momento se pensaron para niños y niñas, pronto quedaron reservadas exclusivamente para éstas. (…). Las escuelas patrióticas madrileñas, serán las más conocidas, pero no las únicas que se ponen en marcha por iniciativa de las Económicas…55

53

Memoria sobre la admisión y asistencia de las mujeres R.S. Económica de los Amigos del País, p. 75, cit por Emilio Palacios Fernández, La mujer y las letras…, p. 68. 54 Citado por P. Fernández Quintanilla, La mujer ilustrada en la España del siglo XVIII, Madrid, Dirección General de Juventud y Promoción Sociocultural, 1981, p. 61. 55 López-Cordón Cortezo, Mª Victoria, “La situación…”, p. 94.

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Esta Junta56 tuvo principalmente un carácter social. Enseñaban a las niñas pobres a leer, escribir y a trabajar en hilados, asistían a las presas de la cárcel de la Galera e incluso atendieron a los problemas de la Inclusa Real. Todas las campañas de promoción adscritas a la Matritense, además, estuvieron apoyadas por toda la prensa ilustrada (como hemos dicho antes) y, en especial, por el anteriormente nombrado periódico. En el fondo, no tan escondido, se encontraba el Estado57.

No obstante, un pequeño grupo de mujeres de la nobleza, junto con algunas mujeres próximas a las élites dirigentes, trabajó denodadamente para dignificar la imagen de la mujer, desarrollando una activa labor en las sociedades económicas, sobre todo en la Matritense, y fomentando una formación primaria y artesanal que les permitiese encarar con más posibilidades su existencia. La Junta de Damas de la Matritense se fue el mejor ejemplo de esta actividad.58 Tomando el modelo de las Sociedad Económicas, nace en 1975 la Real Sociedad Bascongada. Y merece la pena reservarla un hueco porque una de sus primeras preocupaciones fue la situación de la mujer, aunque ésta no tuviera una presencia activa en ella y su labor se centrase en puestos administrativos de segundo orden. Aún así, el asunto educativo se convirtió en un asunto principal y participaban en las tertulias y celebraciones públicas. Además, decidieron proponer la creación de un centro educativo para mujeres a imitación del tan celebrado “Real Seminario Patriótico de Vergara” (1775-1808) masculino59. La propuesta, aunque muy trabajada, no llegó a buen puerto; pero queda el gran intento que demuestra como la figura femenina daba un salto abismal en su estatus gracias a la centuria ilustrada.

Se insiste en estas declaraciones de principios en el hecho de que se trata de un colegio no destinado para que las muchachas entren en religión, rompiendo por lo tanto con los usos habituales, sino para la formación humana de las mismas. Nada se deja al azar en los apartados subsiguientes. Esta nueva gran obra, que hubiera sido empresa más importante que la creación del Seminario, ya que no existían centros de educación femenina y hubiera significado una nueva valoración social de la mujer, no llegó a buen puerto (…).60 56

En esta Junta Josefa Amar fue incorporada en la distancia en noviembre de 1787, circunstancia que dio lugar a la creación y lectura de un gran “Discurso” y una “Oración Gratulatoria”. 57 Fue tan importante la prensa que “El Censor” (1781-1787), financiado por Carlos III, se hacía eco de los problemas de la mujer. También encontramos inquietudes feministas en el “Diario de Madrid” (1788) o en el “Seminario Erudito y Curioso de Salamanca”. 58 Ortega López, Margarita, op. cit., p. 213. 59 La expulsión de los jesuitas en 1767 también tuvo que ver ya que dejaba un vacío en el ámbito de la enseñanza. 60 Emilio Palacios Fernández, La mujer y las letras…, p. 87.

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A grandes rasgos, quedan dibujados así los grandes cambios de la mujer en el siglo dieciocho. Una transformación que va a girar en torno a la visibilidad y que, por determinados factores, no va a romper del todo el misógino esquema al que ya estaban acostumbradas. Un ejemplo de ello, es que por mucho que se insistiera en sus necesidades educativas, ni se pretendía que entrasen en el panorama intelectual masculino ni que abarcasen todas las ramas del saber. Y es que, como el lector ya habrá podido discernir, la mujer que conseguía acceder a alguna de las opciones de enseñanza que hemos señalado, las pocas cosas que aprendía se centraban principalmente en tareas del hogar o relacionadas con el comportamiento que una mujer debía tener acorde a su sexo. Aún así, en este siglo al menos comienzan a ponerse de moda otros conocimientos mucho más productivos para la mujer y que, bajo mi punto de vista, van a hacerla ver que sus capacidades pueden ir mucho más allá del hilo, la aguja o la fregona. No deja por ello de haber magníficas excepciones que, más adelante, podremos apreciar.

Razones utilitarias, pero razones al fin, pusieron en marcha la ofensiva a favor de la educación femenina que desde el primer momento adquirió un carácter de ejemplaridad y de reforma de “costumbres viciadas”. Esto no debe extrañarnos porque nunca se pensó circunscribir el esfuerzo a dotar a las mujeres de formación intelectual, por rudimentaria que fuera, sino en una acción mucho más amplia, que conformara sus costumbres y sus ideas y la preparan para lo que la sociedad, es decir los hombres, esperaban de ella.61 Por otro lado, las opciones decentes que una mujer tenía para su futuro seguían siendo las mismas: casarse o hacerse monja.

…los únicos estados concebidos para la mujer son los relacionados con el matrimonio y con la entrega a Dios. Su misión en la vida, única, exclusiva, excluyente, se cifra en crear una familia y cuidar del esposo e hijos, o en su lugar, ingresar en un convento. La soltería como tercer estado, como tercera opción posible de vida, no merecía la menor consideración social; antes al contrario, la permanencia en ella era contemplada como un fracaso y para aquellas que pertenecían a las capas de población menos favorecidas era además una desgracia, una condena a vivir y morir en la miseria. Este reducir las opciones de realización personal de las mujeres a dos se corresponde con las únicas oportunidades que la sociedad del Antiguo Régimen les ofrecía…62 61

López-Cordón Cortezo, Mª Victoria, “La situación…”, pp. 90-91. Capel Martínez, Rosa María, “Mujer, sociedad y literatura en el setecientos español”, en Cuadernos de Historia Moderna, 16, 1995, p. 5. 62

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Para la opción del casamiento, la más común por otra parte, los padres tenían mucho más que decir que ella, el matrimonio va a seguir siendo un negocio (aunque ahora se va a luchar para erradicarlo) y las virtudes que debía poseer tampoco van a cambiar, por muchas petimetras que hubiese.

No tenga usted sobre este particular la más leve desconfianza; pero hágase usted cargo de que a una niña no le es lícito decir con ingenuidad lo que siente. Mal parecería, señor don Diego, que una doncella de vergüenza y criada como Dios manda, se atreviese a decirle a un hombre: yo le quiero a usted.63 Basta un somero análisis de la literatura religiosa y moral para establecer sin ninguna duda cuál era el prototipo femenino de este período: el de la mujer sumisa, laboriosa, honesta y piadosa, que cumplía no sólo una función procreadora, sino también económica, y que estaba al servicio del correcto funcionamiento de la sociedad varonil. Sólo así puede entenderse, por ejemplo, la importancia obsesiva que tiene la obediencia en la formación de las niñas, o la imagen estereotipada que representa a la esposa, la madre o la hermana en el constante ejercicio de la caridad cristiana o practicando virtudes que ni el más estricto moralista aconsejaría en los hombres. La unanimidad sobre este modelo es tan total que un comportamiento no adecuado equivale a la negación de la misma feminidad.64 ¿Es por ello insignificante este avance? Desde luego que no. Esta transformación además de importantísima, es clave; ya que no solo es que la mujer se colocaba en el epicentro de la polémica sino que en ella, comenzábamos a escuchar las primeras voces propiamente femeninas. De esta manera, quedó sembrado el terreno que, a través de los siglos, seguirá siendo cultivado por miles de generaciones de mujeres.

El feminismo es, en principio, una conquista ilustrada. El concepto feminismo está tomado aquí en sus dos sentidos fundamentales: primero como “teoría feminista” que supone una revisión crítica de las construcciones teóricas que hablan sobre la mujer (…); y segundo, como movimiento organizado de mujeres dispuestas a cambiar su particular situación de opresión.65

63

Leandro Fernández de Moratín, op. cit., p. 117. López-Cordón Cortezo, Mª Victoria. “La literatura religiosa y moral como conformadora de la mentalidad femenina (1760-1860)”, p.67, en La mujer en la Historia de España (siglos XVI-XX), Madrid, Servicio de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Madrid, 1983, p. 67. 65 Cristina Molina Petit, op. cit., p. 20. 64

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La mujer y la cultura No sé si como afirma Parada se debió a la llegada de los Borbones con sus políticas de renovación de las artes y de las letras o, si por el contrario, fue debido a otras causas como las nuevas ideas ilustradas; pero lo que desde luego se puede afirmar es que, en el siglo XVIII, la mujer tiene un mayor acceso y una mayor relación con el mundo cultural.

Ese ambiente de progreso de la cultura femenina y de mejora de las circunstancias sociales externas, aunque todavía insuficientes después de tantos siglos de abandono y limitado a ciertos grupos sociales, trae como consecuencia una presencia destacada de la mujer en el mundo de las letras.66 Como ya hemos visto, hablamos de un siglo profundamente educador, en el que nuevas materias se incorporan al programa de estudio de estas mujeres de clase alta que deciden preocuparse por su formación alejándose del ocio insano del lujo y el cortejo, tan criticados por sus contemporáneos. Es el momento en que la Geografía, la Historia o las lenguas comienzan a ser esenciales para que una dama fuese capaz de mantener una buena conversación en un salón o tertulia.

Junto la enseñanza de la religión, que, como es de esperar, figuraba en primer plano en todos los programas, la Historia (clásica y sagrada, nacional y europea) y la Geografía eran materias muy recomendadas por sus lecciones morales y por el hecho de que proporcionaron conocimientos útiles para las conversaciones y el trato social.67 De entre estas nuevas áreas de conocimiento, se deben destacar las lenguas modernas, que se ponen muy de moda ya que eran imprescindibles en toda buena formación intelectual de élite en el resto de Europa. Entre ellas sobresale el francés, que comenzaba a imponerse como lengua de cultura. No por ello perdía el latín su privilegiada posición ni su prestigio distintivo de clase. Aunque el aprendizaje de ellas causó reacciones contrapuestas entre los ilustrados. Y es que se extendía el miedo a que la mujer descubriese toda la literatura ilustrada europea que, desde luego, no encajaba con la moral cristiana que aún prevalecía en toda España. Peor resultaba en el caso del 66

Palacios Fernández, Emilio, “Noticias sobre el parnaso dramático femenino en el siglo XVIII” en Luciano García Lorenzo (edición), Autoras y actrices en la historia del teatro español, Murcia: Universidad, Servicio de Publicaciones, 2000, p. 86. 67 Mónica Bolufer Peruga, Mujeres e Ilustración…, p. 161.

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latín, ya que era la lengua propia de las Universidades, de la Biblia, etc…, es decir, de todos los centros de poder ferozmente custodiados por el género masculino.

Los idiomas modernos, en especial el francés, entraron a formar parte de modo creciente del bagaje de las españolas cultas de la época y estimularon la floración de traductoras en la segunda mitad del siglo.68 {…} Por eso defendió que las mujeres las conocieran, apoyándose tanto en autoridades intelectuales reconocidas, como Fenelón, San Jerónimo, Nebrija, como en las mujeres helenistas del pasado. Josefa Amar era bien consciente de que ese saber tenía una fuerte connotación simbólica en tanto que guardaba relación con los espacios de poder religioso y académico.69 Por supuesto era la Iglesia la más preocupada, porque en una sociedad donde lo más común era el analfabetismo femenino, el púlpito se convertía en una posición privilegiada para el adoctrinamiento en una moral y educación cristiana.

Según el censo de 1860, casi un 90 por 100 de las mujeres son analfabetas: es decir, 6.802.846 de un total de 7.907.973. Del millar que resta, 715.906 saben leer y escribir y 389.221 sólo leer. Es evidente que con estas cifras y estas fechas sólo la formación “oral” merece ser tenida en cuenta.70 Pese a ello, comienza a consolidarse la existencia de la figura de la mujer lectora. Esto lo demuestra la proliferación71 de una literatura para mujeres que podemos dividir en tres tipos: las obras dirigidas a su educación, que sobre todo fueron obras religiosas; las que pretendían mezclar la educación y el entretenimiento fomentando las “virtudes femeninas”; y las de evasión, centradas principalmente en las novelas sentimentales que se abren paso en la última década del siglo y con las que la mujer va a tener una relación muy especial72.

Es de sobra conocido que todavía en la segunda mitad del siglo XVIII la publicación de obras de carácter religioso supera en mucho a la de los asunto profanos. La Iglesia, aunque cuente con talleres propios, sigue siendo el cliente fundamental de las imprentas y los libros piadosos ocupan 68

Ibidem, p. 160. Ibidem, p. 163. 70 López Cordón, M. Victoria, “La literatura religiosa y moral…”, p. 60. 71 Además del periodismo femenino escrito por ellas o destinado a ellas, como ya vimos en el capítulo anterior. 72 En este tipo de novelas las mujeres reflejaban sus sueños y aspiraciones. 69

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ostensiblemente las bibliotecas de los particulares más ilustrados y constituyen la lectura obligada y casi única de los más modestos.73 Pero aunque las mujeres se formaran sobre todo “a viva voz”, leyesen poco y mal, y quedasen al margen, en su inmensa mayoría, del mundo de la ciencia, la lectura fue ganando terreno y aumentando progresivamente en importancia, como lo prueba la proliferación de una “literatura para mujeres.74 Por lo que podemos concluir de las ansiedades de los hombres reformistas de la segunda mitad del siglo XVIII, las mujeres leían papeles periódicos, obras de teatro, poesía, y el género literario más peligroso y temible, la novela. Todos los ilustrados condenaban la lectura de novelas por las mujeres, tanto como querían reformar el teatro.75 La lectura no tenía porque ser únicamente individual, ya que fueron frecuentes las lecturas grupales en los nuevos espacios creados que ahora veremos. Por ello, no importan tanto las altas tasas de analfabetismo cuando nos referimos a las mujeres de las clases más pudientes que frecuentaban los salones, tertulias o Academias.

En una sociedad donde la mayoría de las mujeres son analfabetas, la expresión oral se convierte en el único medio de comunicación ideológica y en el elemento fundamental del adoctrinamiento y el aprendizaje.76 En definitiva, este minoritario tipo de mujer medianamente culta va a hacer furor en los lugares de reunión que tanto éxito tuvieron en esta centuria totalmente impregnada por un claro instinto social; es más, el papel que tendría que hacer en estos sitios parece convertirse en uno los mayores incentivos para no descuidar su formación intelectual. Estas reuniones, a diferencia de sus semejantes europeas, no van a tener una vocación tan política centrándose en mayor medida en temas culturales y, sobre todo, literarios. Esto explica la gran promoción que se hizo del teatro desde estos lugares.

Así nos podemos encontrar con reuniones privadas o de protección regia donde vamos a ver como la mujer tuvo una fuerte presencia ya que, en muchas ocasiones, llegó a presidirlas77 . Las más importantes, en este caso de entre los salones, tuvieron lugar en

73

López Cordón, M. Victoria, “La literatura religiosa y moral…”, p. 59. López-Cordón Cortezo, M. Victoria, “La situación…”, p.103. 75 Sullivan, Constance A., “Las escritoras del siglo XVIII” en Iris M. Zavala (coord.), Breve historia feminista de la literatura española. IV. La literatura escrita por mujer (De la Edad Media al s. XVIII), Barcelona. Anthropos, 1993, p. 315. 76 López-Cordón Cortezo, M. Victoria, “La situación…”, p.102. 77 Aunque esta presidencia tuviese, en muchos casos, un carácter simbólico. 74

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las dos últimas décadas del siglo y el principal escenario fue Madrid. Por el tema que nos ocupa hoy, vamos a realizar un repaso por algunos de los salones, tertulias y Academias que más relevancia tuvieron en relación a la figura de la mujer.

Nuestros aristócratas carecieron, anota Fernández Quintanilla, sin ninguna duda, a pesar de su formación ilustrada, del deseo de transformación política. Su reformismo no pasó del meramente cultural, e incluso, a veces, esta actividad se nos ofrece dudosa, sin una coherencia seria y sí muchas veces, con los caracteres de una diversión superficial.78 La Academia del Buen Gusto (1749-1751) no fue importante únicamente porque fuera presidida por Josefa Zúñiga de Castro, ni porque tuviese una gran presencia femenina (que acompañaba sobre todo en las veladas literarias), sino porque se libró una gran batalla literaria entre los antiguos y los modernos. Así que ya podemos atisbar como estuvo especializada en literatura; donde además tuvo especial acogida el teatro y donde se daban cita los nobles e intelectuales de moda.

Para empezar, muchas de esas mujeres son también promotoras y protagonistas de numerosos salones, entre ellos el literario de doña María de Castro Centurión, condesa de Lemos y más tarde de Sarriá, abierto en 1749, en el que se reúnen nobles y literatos del momento, conocido también con el nombre de la Academia del Buen Gusto.79 Con vocación igualmente literaria, el salón más recomendado de la Corte fue el que tenía lugar en la finca “El Capricho”, reunido por la condesa-duquesa de Benavente y Osuna, doña Josefa Josefa Alonso-Pimentel Téllez-Girón. En él se alternaban las diversiones, los conciertos de música, las discusiones literarias y las representaciones teatrales. Además, las grandes inquietudes culturales de la duquesa (que tenía la suerte de poder acceder a los libros prohibidos por el permiso del duque) hicieron que fuese protectora económica de Ramón de la Cruz y Tomás de Iriarte80. Pero lo más importante por el tema que hoy nos ocupa es que ejerció un conocido mecenazgo sobre la cómica Josefa Figueras. No era difícil entonces que el salón de la Benavente fuese considerado típicamente moderno y activo en las décadas finales de siglo. Terminó hacia 1790.

78

P. Fernández Quintanilla, La mujer ilustrada…, p. 24. Trueba, Virginia, “Mujeres Ilustradas: El alma no es hombre ni mujer” en Caballé, Anna (dirección), La vida escrita por las mujeres I, Por mi alma os digo: De la Edad Media a la Ilustración, Barcelona, Círculo de Lectores, 2003, p. 423. 80 Una gran parte de la obra de estos dos autores fueron representadas en un coliseo privado. 79

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Mayor relevancia, no obstante, presenta el salón de un majestuoso y afrancesado palacio, el de la condesa duquesa de Benavente, en el que también se habla de literatura y en el que se representan obras teatrales y se dan conciertos. Situado a las afueras de Madrid, el palacio contiene templetes, estanques, fuentes, infinidad de exquisitos objetos, grandes despensas y bodegas y una gran biblioteca –el duque tenía permiso para adquirir libros prohibidos, como recuerda Fernández Quintanilla, de quien tomamos los datos acerca de estos salones del XVIII-. 81 Bastante más revolucionarios eran los clérigos jansenistas que se reunían en el palacio de la condesa de Montijo, doña María Francisca de Sales Portocarrero. Destacados intelectuales y literatos ilustrados acompañaron a estos clérigos que pretendían reformar la religiosidad del pueblo español. Además se discutía de temas políticos y sociales, concordando con su actividad como Secretaria de la Junta de Damas. Por otro lado, la duquesa también se granjeó la amistad de prestigiosos hombres de letras y, dadas todas estas características, el grupo comenzó a ser controlado por el poder. Por último, merece la pena destacar que señoras de menor relieve como María Francisca Dávila o Petra de Torres, pudieron contar con la amistad y simpatía de la condesa.

Importante y célebre es también el salón de Doña María Francisca de Sales y Portocarrero, condesa de Montijo, en el que se reúnen sobre todo personajes del mundo de la Iglesia debido a la religiosidad de la condesa, próxima al neojansenismo y entregada, como muchos ilustrados, a la empresa de renovar el decadente ambiente religioso español…82 Y al igual que el anterior salón parecía ser la excepción que confirmaba la regla (en el sentido de que giraba en torno a cuestiones políticas y sociales), el salón de la Duquesa de Alba (Teresa Cayetana de Silva Álvarez de Toledo) parece ser la regla misma siendo un magnífico ejemplo de la gran inquietud cultural que existía en torno a estas reuniones dieciochescas. Localizado en la calle Barquillo, su principal preocupación fue la de promover valores artísticos y el casticismo aristocrático. Por otro lado, parecía ser el más ameno y divertido, ya que incluso contaba con un pequeño teatro. Personas muy relevantes del mundo cultural parecían coronar el salón como uno de los más importantes. Escritores de la talla de Ramón de la Cruz o Tomás de Iriarte y pintores tan encumbrados como Goya fueron asiduos de estas majestuosas reuniones.

81 82

Trueba, Virginia, op., cit., p. 423. Ibidem.

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De muy distinto signo es otro salón que también merece mencionarse, el de María Teresa Cayetana, duquesa de Alba, en el que predomina un gusto por ese estilo plebeyo, desenfadado y atrevido que la aristocracia imitó de las clases populares y que acabó recibiendo el nombre de “majismo””.83 Terminando el siglo, fue muy importante también la tertulia celebrada en casa de la marquesa de Fuerte Híjar, María Lorenza de los Ríos. Con una fuerte presencia en la Sociedad Económica Matritense (tanta que incluso llegó a presidir la Junta de Damas de Honor), aglutinó en ella a cómicos y dramaturgos propiciando un ambiente teatral que, a su vez, despertó en la anfitriona un interés literario que tuvo como fruto la creación de dos comedias. Un dato curioso es que también fue frecuentada por Goya.

Por último, debe citarse también el salón de María Lorenza de los Ríos, marquesa de Fuerte Híjar, muy frecuentado por actores y gentes del teatro. La misma marquesa escribió dos comedias a la moda y tradujo Vida y obras del conde de Rumford…84 Y aunque hayamos seleccionado este pequeño grupo, el Madrid de finales de siglo debió de ser testigo de otras muchas veladas patrocinadas por mujeres, pero de las que no queda información precisa.

El mismo espíritu de sociabilidad que creaba estos nuevos espacios de reunión con una fuerte presencia femenina, también provocaba un aumento del público femenino en el teatro (cuya importancia va en aumento debido además a la promoción que se hacía en los salones como ya hemos visto antes). Y no sólo aumentaba el número en las cazuelas, sino que también crecía en los aposentos, donde no existía separación entre los sexos y se podía hacer uso del cortejo. Prueba de ello es que, debido a que el número de damas aumentó de manera contundente, llegaron a promulgarse leyes para regular su comportamiento dentro del coliseo.

Aunque el aumento de público femenino en los teatros no fue ni mucho menos el cambio más importante al que se asistió en el siglo dieciocho. En la nueva centuria, ciertas figuras femeninas van a entrar en el proceso de creación, tradicionalmente reservado (como casi todos los ámbitos) al género masculino. Y lo va a hacer de diversas maneras: 83 84

Ibidem, pp. 423-424. Ibidem, p. 424.

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Comencemos por el teatro. Como ya sabemos, dos corrientes teatrales van a permanecer durante el siglo: una que seguía el camino abierto por el siglo precedente y otra en consonancia con los nuevos ideales divulgativos y pragmáticos propios del nuevo aire ilustrado. A partir de esto, el pequeño porcentaje de damas cultivadas existente en nuestro país va a entrar en este mundo desde diversos frentes, prevaleciendo la entrada por el lado más comercial, que fue el que triunfó en la mayor parte del siglo. Por una parte, la nueva moda del aprendizaje de lenguas modernas va a provocar que un grupo de las nuevas dramaturgas se dedicasen a la traducción de obras extranjeras adaptadas85. Así tenemos traductoras como Engracia de Olavide, Mariana de Silva y Meneses, Margarita Hickey86 o Magdalena Fernández y Figuero. Mayor admiración si cabe puede darse a las que se atrevieron, dentro de la tendencia neoclásica, a escribir obras originales. Podemos destacar a Francisca Irene de Navia y Ballet, María Lorenza de los Ríos87, María Rita de Barrenechea88, María de Laborda Bachiller89, María Rosa Gálvez90 o las catalanas María Martínez Abelló, María de Gasca y Medrano y Joaquina Magraner y Soler. Del lado comercial, y con una calidad más relativa (aunque con mayor número de adeptas) nos encontramos nombres como el de María Egual y Miguel, “dama sevillana” (se desconoce la identidad que subyace bajo el seudónimo), María Antonio de las Blancas, Gertrudis Conrado, Isabel María Morón o Clara Jara de Soto. Además, aunque la teoría ilustrada no gustaba de los géneros más breves que servían de inicio, intermedio o final del espectáculo principal, lo cierto es que fueron del agrado de público y también tuvieron su cantera de dramaturgas populares como María Cabañas, Mariana Alcázar o Joaquina Comella Beyermón. El claustro91 también tuvo sus escritoras, entre las cuales podemos encontrar a Sor Luisa del Espíritu Santo, Sor 85

Un camino junto al de la adaptación de obras barrocas para hacer frente al gran éxito del teatro comercial; un proyecto organizado y vigilado desde la corte durante el reinado de Carlos III. 86 Además de sus aportaciones como poetisa hizo una excelente traducción de la Andrómaca de Racine, donde además expone en el prólogo sus ideas ilustradas sobre lo que debía ser el teatro. 87 Ya vimos a María Lorenza de los Ríos como animadora de una tertulia teatral en su palacio y ahora podemos ver su otra faceta como escritora, ya que es la autora de dos piezas: El Eugenio y La sabia indiscreta. 88 María Rita de Barrenechea, como autora dramática, compuso varios títulos como Catalín o El aya francesa. 89 María de Laborda Bachiller fue una actriz que escribió una original comedia: La dama misterio, capitán marino. En ella recurre a los tópicos de falsa modestia. 90 La mejor parte de su obra es teatral y es muy importante desde una perspectiva feminista ya que la mujer es un elemento fundamental de su obra y le otorga incluso nuevos roles sociales como culta o independiente. 91 La producción dramática del claustro estaba destinada a su representación dentro del recinto religioso y su obra se centró en la comedia hagiográfica y los géneros breves.

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Gregoria de Santa Teresa, Sor Ana de Jerónimo, Sor Ignacia de Jesús Nazareno o Sor Escolástica Teresa Cónsul.

Aunque su producción dramática no está a la misma altura que la del varón (más amplia y diversa), la presencia en el teatro español de una treintena de dramaturgas, muchas de cuyas obras gozaron del privilegio de la imprenta o subieron a los escenarios de los coliseos privados o públicos, confirman la presencia de este fenómeno cultural. Su creación se adscribe a todos los sectores estéticos en liza a lo largo del siglo (…).92 El género de la narrativa fue el menos trabajado por esa minoría de damas cultas, aunque fue incorporando a muchas de ellas como lectoras93. Y sin entrar en la polémica sobre la novela durante el siglo XVIII, lo que ahora interesa es que sí que podemos encontrar alguna que otra autora con obra original como Clara Jara de Soto y María Egual. Donde sí tuvo una mayor fecundidad el género entre las mujeres fue en el ámbito de las traducciones, que casi todas utilizaban como lengua intermediaria el francés. Un ejemplo de ellas fueron Joaquina Basarán García, Ana Muñoz, María Cayetana de la Cerda y Vera, María Romero Masegosa, María Antonia del Río y Arnedo, María Josefa Luzuriaga, María Jacoba Castilla Xaraba, Juana Bergnes y de las Casas, Cayetana Aguirre y Rosales o Inés Joyes y Blake94.

La relación de la mujer con la novela se enriquece si consideramos el ámbito de la traducción (…). Desempeña esta tarea con entrega en las décadas finales de siglo, acercando al lector español los subgéneros narrativos de moda por esas fechas. Casi todas estas obras se vierten de autores franceses, o si son de narradores de otras nacionalidades, la lengua de Molière sirve por lo general de intermediaria. Siguen siendo mujeres de la aristocracia, que ha tenido contacto más frecuente con los idiomas, quienes desempeñan esta tarea, a pesar de que encuentran colaboradoras puntuales en otros grupos sociales.95 La poesía, por su parte, ofreció un número muchísimo mayor de autoras que cultivaron las distintas tendencias existentes. Aumentó su número a largo del siglo y en su promoción fueron fundamentales las tertulias y la prensa (a la que tanto debe la mujer dieciochesca). Dentro la línea continuadora de la tendencia barroca tenemos a Ana

92

Palacios Fernández, Emilio, “Noticias sobre el parnaso…”, p. 131. Esta afición permitió la llegada de traducciones de obras extranjeras escritas por mujeres. 94 Inés Joyes y Blake es otra de las mujeres a las que merece recalcar, ya que tuvo una postura claramente defensora del género femenino; es más, elige traducir a Samuel Johnson El príncipe de Abisinia por ser también defensor de esta causa. 95 Emilio Palacios Fernández, La mujer y las letras…, p.250. 93

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Fuentes, María de Camporredondo, Teresa Guerra, Catalina Maldonado y Ormaza, María Egual y Miguel, Teresa Enríquez de Cabrera, Mariana Alderete, Ana María Espinosa y Tello, Rosa Mazaorini de Llerós y Magdalena Ricci de Rumier. En relación a la nueva tendencia neoclásica, al contrario que en el teatro neoclásico que fueron pocas las que lo cultivaron en comparación a la otra tendencia, la cantera va a ser mayor ya que muchas de ellas se encontraban en una posición bastante cercana al poder. Son éstas María Gertrudis Hore Ley96, Margarita M. Hickey97, María Rosa Gálvez98 y, un poco más alejadas de la Corte, se encuentran María Joaquina de Viera y Clavijo y María Francisca de Isla y Losada. Para terminar con la poesía, no debemos olvidarnos de la poesía religiosa y mística (que tenía una gran tradición consolidada en siglos anteriores) que, en número, va a ser la más cultivada por las mujeres. Y encontramos a Sor Beatriz Antonia Enríquez, Sor Ana de San Joaquín, Sor María Francisca de San Antonio, Sor Juana María de los Dolores Rojas y Contreras, Sor Josefa Antonia Nebot y Coscolla, Sor Luisa Herrero del Espíritu Santo, Sor Isabel de San Antonio, Sor Ana María del Santísimo Sacramento, Sor Ana de San Jerónimo, María Nicolasa Helguero y Alvarado, Xosefa de Jovellanos, Sor Gregoria Francisca de Santa Teresa, Sor María Gertrudis del Corazón de Jesús y dos mujeres que tuvieron problemas para expresarse (más místicas) como fueron María Antonia Hortola y María Teresa Desmet y de Laiseca.99

Por tanto, se demuestra que la mujer tiene entrada y presencia en el proceso de creación literaria. A pesar de la alta tasa de analfabetismo, los nuevos proyectos educativos ilustrados surten su efecto provocando la aparición de la mujer lectora100 que, a su vez, revierte en la creación de una literatura destinada a las mujeres y en la traducción de diversas obras extranjeras escritas también por ellas. Pero no queda ahí, ya que no solo va a ser receptora, sino que pasa a ser un sujeto activo en el ámbito literario. Como hemos podido ver, y dada su nueva formación, va a predominar la figura de la

96

Esta escritora era tan buena que la crítica la ha situado en un plano de igualdad con el género masculino cuando, como ya hemos visto, la formación distaba bastante de ser semejante. 97 Margarita M. Hickey es otro ejemplo a resaltar del tipo de escritoras que tomo conciencia de su género y defendió su condición por encima de todo. 98 María Rosa Gálvez, además de defender fervorosamente a la mujer, hace alarde de una literatura intimista, reflexiva, donde da rienda suelta a sus sentimientos. 99 “La lírica del XVIII parece constituir un paréntesis entre el barroco y la honda sensibilidad del siglo XIX” (Luzmaría Jiménez Faro, Poetisas española. Tomo I: hasta 1900, Madrid, Torremozas, 1996, p. 15 (prólogo de Mº Dolores de Asís). 100 Teniendo en cuenta siempre la práctica de las lecturas grupales.

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traductora. Aunque ello no significó, ni mucho menos, que no existiese la mujer escritora. Ya hemos aportado numerosos ejemplos que ratifican esta idea. Por otro lado, podemos ver diversidad dentro de ellas. Algunas escribieron por simple afición literaria y otras tomaron conciencia de género, ejerciendo así una actitud militante. Unas fueron por los caminos más comerciales y otras se apegaron a las nuevas ideas ilustradas (criticando el lujo y la excesiva ociosidad de la que hablamos en el anterior capítulo). Algunas escribieron desde una moral cristiana y otras, cuyo número aumentaba cada vez más, fueron laicas.

Junto a las religiosas, autoras de poesía devota, de historias de su comunidad o su orden o de biografías de sus hermanas, que habían sido tradicionalmente las más numerosas, se contaban, cada vez en mayor proporción, mujeres laicas.101 En algunas de estas obras observamos el espíritu combativo de la mujer por recuperar su puesto en la sociedad desde una postura feminista, con distintos grados de radicalidad. Otras veces, podemos contemplar la peculiar manera que tiene la mujer de observar la realidad, y cómo enriquece la psicología de los personajes femeninos con detalles que no hallamos en los dramas de los varones.102 La parte más negativa es que nunca pudieron enfrentarse a la escritura de la misma manera que los hombres, ya que siempre tuvieron que presentarse de manera humilde y ofreciendo su trabajo como una manera decente de ocupar su ocio.

Adecuada a los cánones era también la fórmula de presentarse como una autora a su pesar, cuya reticencia ante la perspectiva de comparecer en público sólo habría sido vencida por las presiones de sus amigos, tal como aseguraban Mª Rosario Romero, la condesa de Lalaing o Margarita Hickey. Requisito recomendable era, asimismo, subrayar que la actividad literaria sólo ocupaba los resquicios que al ocio dejaban las ocupaciones domésticas.103 Es inevitable sentir cierta lástima por no haber podido detenernos en cada una de estas precoces damas que fueron capaces de introducirse en un mundo fundamentalmente masculino. Pero no es este el tema que nos traemos entre manos, así que al menos nos ha servido para demostrar que hubo presencia femenina en la vida cultural dieciochesca (sobre todo en la segunda mitad de siglo y en comparación con siglos anteriores). De 101

Mónica Bolufer Peruga, Mujeres e Ilustración..., p. 310. Palacios Fernández, Emilio, “Noticias sobre el parnaso…”, p. 131. 103 Mónica Bolufer Peruga, Mujeres e Ilustración..., pp. 320-321. 102

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algunas se sigue valorando su obra aún hoy, y de otras como Inés Joyes o María Rosa Gálvez (entre otras) quedarán (o deberían quedar) para siempre en la memoria colectiva como ejemplos de mujeres valientes que decidieron que otro mundo era posible. Y especial homenaje merecen aquellas mujeres que, desde el anonimato, lucharon por romper con todo aquello que pujaba por destruirlas.

Por último, interesa aludir tan sólo a todas aquellas mujeres que vivieron fuera de la élite de las ilustradas, mujeres anónimas en su mayoría que, aun desde su analfabetismo y pésima condiciones sociales, resistieron de múltiples modos el orden patriarcal desdiciendo en la práctica el modelo de mujer sumisa que se defendía desde el orden instituido. Numerosas investigadoras han demostrado en los últimos tiempos que muchas mujeres de estamentos medios y bajos acudían los tribunales a denunciar y resolver problemas diversos, entre ellos, el abandono del hogar por parte del marido, los malos tratos y el incumplimiento de la palabra matrimonial en el caso de las mujeres solteras. Las mujeres del XVIII utilizaron también la calle como espacio de protesta – las amotinadas de las cárceles-, otras se constituyeron en las populares hermandades de socorro –distintas de las cofradías de mujeres integradas por la nobleza o capas altas- que fueron un ejemplo de solidaridad femenina. También muchas mujeres participaron en la lucha contra la invasión napoleónica aunque la petición de derechos legales constituyera un motivo ausente en su lucha. En la Constitución de Cádiz no participó ninguna mujer.104

104

Trueba, Virginia, op. cit., pp. 436-437.

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La biografía de Josefa Amar y Borbón Fue Zaragoza la elegida para dar la bienvenida a la primera hija y quinta descendiente de Don José Amar y Arguedas y Doña Ignacia Borbón y Vallejo el 4 de febrero de 1749. No por ello se detenía aquí la descendencia ni fue Josefa Amar la única mujer de los hermanos, pero sí que fue la única que pasó a la historia. Respecto a su familia, se hace fundamental destacar que contaba una larga tradición intelectual ligada a la medicina. Su padre conoció el éxito más rotundo y no solo se conformó con ello, sino que fue un hombre inquieto por los temas de su tiempo (así lo demuestra la posesión de una estupenda biblioteca) y un buen cristiano influido por las nuevas ideas (ya que dedicó muchísimo dinero al hospital de su ciudad natal de Borja y tuvo el deseo de que se le enterrase en el Oratorio de San Felipe de Neri).

Su padre, nacido en Borja en 1715, se había doctorado en esa facultad por la Universidad de Zaragoza en 1739 y fue admitido en el Colegio de San Cosme y San Damián poco después. En 1743 obtuvo la cátedra de Anatomía y después la de Aforismos que desempeñó hasta 1754 en que se trasladó a la corte. Allí fue médico real, académico y vicepresidente de la Real Academia Médica Matritense, socio correspondiente de la Real Sociedad de las Ciencias de Sevilla y de la de Oporto y hombre de buena reputación. Fernando VI le nombró médico de la Real Cámara y Carlos III le mantuvo en el puesto. Escribió al menos media docena de obras, todas sobre su especialidad y en concreto sobre el sarampión y las viruelas, y falleció en 1779, a los 64 años.105 A la muerte del padre, quedaba como tutora de los numerosos hijos Doña Ignacia que, a pesar de la situación de las mujeres en la época, era una mujer alfabetizada y enérgica. Y es que Doña Ignacia, aún con la impoluta trayectoria de su marido, provenía de una familia con una tradición médica mucho más arraigada. Don Felipe Borbón (su bisabuelo), Don Miguel Borbón y Berné (su abuelo) y Don Antonio de Borbón e Izquierdo (casado con una hermana de Don Miguel) fueron algunos de los nombres más destacados. Muchos de ellos formaron parte de las élites ilustradas y obtuvieron importantes distinciones como el hábito de Santiago.

A pesar de que todos ejercieron profesionalmente, todos tenían pretensiones de cierta nobleza y si los Amar presumían de blasones y de casa solariega, los

105

María Victoria López Cordón Cortezo, Condición femenina y razón ilustrada, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2005, pp. 39-40.

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Borbón alegaban ser colegiales y llevar varias generaciones ocupando cátedras y escribiendo tratados de medicina en latín y castellano.106 A pesar de la larga tradición médica, sus hijos decidieron tomar caminos diferentes. Tres de ellos (Antonio, Rafael y José) se decidieron por la carrera militar y el cuarto (Francisco) se hizo eclesiástico. Antonio, el mayor, fue el que más éxito tuvo (aunque el resto también desarrollaron una magnífica carrera) ya que incluso fue nombrado virrey.

Del tiempo que vivieron en Madrid poco se sabe, excepto que su domicilio se situaba en la calle Caballero de Gracia y que el cabeza de familia asistía regularmente a Palacio donde trataba con la nobleza cortesana.

Así queda esbozado el panorama familiar de Doña Josefa Amar y Borbón: un núcleo parental alfabetizado con una posición económica muy holgada conseguido gracias al trabajo y unos hermanos que, con distintos caminos, eran perseverantes en el estudio. Si a esto le añadimos el hecho de que su abuelo Don Miguel fuera un entusiasta de los nuevos métodos pedagógicos, no debemos extrañarnos de que el padre de esta gran familia numerosa se esforzase por encontrar los mejores maestros para sus hijos y de la temprana afición de nuestra protagonista por el estudio. Por otro lado, después de haber hecho esta pequeña exploración por la vida de esta familia ilustrada (gracias al magnífico estudio de Mª Victoria López Cordón), vemos como nos encontramos ante un claro ejemplo de la nueva clase social que tanto demandaba la centuria ilustrada.

No fue, desde luego, un hecho indiferente nacer en la España del siglo XVIII, ni hacerlo en un medio social en el que la cultura y la actividad profesional resultaban ser los signos distintivos. Un sector intermedio, tan alejado de la veja mentalidad aristocrática como del pragmatismo de la incipiente burguesía urbana, que había ido ganando posiciones a la sombra del creciente poder de la monarquía de los Borbones. Estaba constituido por hidalgos, miembros de la pequeña nobleza o de sectores paranobiliarios e, incluso, por elementos del tercer estado, pero lo importante no era su origen, ni tampoco su fortuna, que provenía más de estipendios y salarios que de rentas, sino su capacidad para desempeñar una función intelectual concreta, en la administración, en el foro o ejerciendo la medicina. Grupo endogámico, plenamente convencido de las ventajas del matrimonio entre igual que consolidaba posiciones y evitaba pasos en falso, y que

106

Ibidem, p. 42.

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sabía aprovechar bien las ventajas de tener parientes y allegados en lugares estratégicos, para con su protección y apoyos ir ganando posiciones.107 Toda la información médica como el ambicioso currículum ofrecidos en su libro por Josefa Amar y Borbón desentonaban en 1790 no ya con la misoginia y la represión de la mujer tradicionales en el patriarcado, sino también con los nuevos conceptos de género de la burguesía liberal, fundamentados en la diferencia inconmensurable de hombres y mujeres.108 Pero si alguien es responsable directo de sus grandes conocimientos, ese alguien se concreta en la figura de sus dos grandes mentores: Don Rafael Casalbón y Don Antonio Berdejo. El primero fue un helenista reconocido cuya obra más importante fue la publicación en latín de los textos griegos inéditos existentes en las Biblioteca Real (ya que fue, además, bibliotecario de ésta desde 1772). El segundo era un gran conocedor de las lenguas clásicas, fue miembro activo de la Sociedad Económica en Zaragoza y mantuvo una relación muy estrecha con su discípula.

Aunque los dos eran hombres imbuidos de conocimientos clásicos, estaban preocupados también por el aprendizaje de los idiomas modernos, por lo cual Doña Josefa no solo recibió una excelente formación humanística, sino que aprendió francés, italiano e inglés, los dos primeros al menos con bastante corrección.109 Y aunque cuando pasemos a analizar su obra veamos con más detenimiento lo que pudo aprender de sus eruditos maestros queda por decir que, dado el bagaje de sus preceptores, no debe sorprender que dedicase su adolescencia y primera juventud a traducir a Jenofonte, Plutarco, Ovidio, Cicerón y Terencio y que así se acercase a los erasmistas del siglo XVI (cuyos textos se reeditaron en esos años). Además, debemos suponer que la educación religiosa debió ocupar un lugar importante pero, en su caso, se trataba de una religiosidad que se acercaba mucho más al ideal ilustrado, mucho más interiorizada. Aún así, resulta curiosa la escasez de referencias religiosas en su obra. Para terminar de reseñar sus conocimientos, hay que observar también sus carencias en conocimientos científicos y su aparente no afición por la música o el teatro. A pesar de esas carencias, resulta formidable su excelente formación (en comparación no solo con las mujeres de su época, sino también con los hombres), que fue una gran vía directa a la tradición cultural. 107

Ibidem, pp. 14-15. Sullivan, Constance A., op., cit., p. 330. 109 Mª Victoria López Cordón, Condición femenina..., p. 47. 108

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Fue lectora de Bacon, Locke, Rousseau, Fénelon, Diderot, Riballier, Thomas, Rollin, Boudier de Villemert, Mesdames du Bocage, de Lambert, Le Prince de Beaumont, y Genlis, Caraccioli, Bandiera, y los ilustrados españoles Hervás y Panduro, Iriarte, Jovellanos, Cabarrús, Cubié, el Duque de Almodóvar, y un largo etcétera. Es de notas, sin embargo, que en todo su europeísmo (era mucho más que “afrancesada”) y dentro de su claro patriotismo español, Josefa Amar se mantuvo como exponente de la gran tradición erudita de Aragón. De ahí, su recomendación de las obras de Zurita, Gracián, Quevedo y otros escritores aragoneses. 110 Sin embargo, en algo tenía que pesar su condición femenina y es que una mujer principalmente debía encaminarse a encontrar un matrimonio y no solo al estudio. Y como el amor no era precisamente el criterio que más pesaba al elegir al cónyuge, Doña Josefa Amar y Borbón se casó con un abogado aragonés de muy buena reputación: Joaquín Fuertes. Un hombre instruido (autor de una Disertación Político-legal sobre Potestades Eclesiásticas y Secular, sus términos y forma de los procedimientos de ésta en varias causas y materias de las personas eclesiásticas en 1766) con un provenir brillante que doblaba la edad a su mujer (se casaron en 1772 cuando tenían 23 y 47 años; ya hemos tratado en capítulos anteriores los matrimonios desiguales). Nada más casarse tuvieron que trasladarse a Zaragoza, ya que el marido acababa de conseguir un buen puesto de trabajo en la Real Audiencia.

Vivió casi toda su vida en Aragón (Zaragoza, Tarazona y Borja), aunque cuando tenía quince años la casaron en Madrid con un viudo mucho mayor que ella y a quien apenas conocía.111 No sabemos cómo era verdaderamente Joaquín Fuertes y cuáles fueron sus relaciones con su esposa. Era culto, estaba bien relacionado y sus inclinaciones regalistas nos lo sitúan cercano al menos a los medios ilustrados, algo que se confirma por su trayectoria en la capital aragonesa, donde fue miembro de la Sociedad Económica, en la que ingresó en el primer momento, en 1776.112 La Sociedad Económica de Zaragoza nace promovida por los hombres más significativos de la ciudad. A ella pertenecen eruditos como Antonio Berdejo (que había sido profesor de Doña Josefa en Madrid) o clérigos ilustrados como Juan Antonio Hernández de Larrea. Con ambos tenía una gran amistad y gracias a ella, a la Sociedad 110

Sullivan, Constance A., op. cit., pp. 326-327. Ibidem, p. 325. 112 Mª Victoria López Cordón, Condición femenina..., pp. 51-52. 111

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Económica o a ésta a través del marido, pudo valerse de los fondos de la biblioteca Metropolitana. Estos fondos eran indispensables para que, entre 1778 y 1781, realizara la traducción de lo que fue su primera obra impresa: Ensayo histórico apologético de la literatura española contra las opiniones preocupadas de algunos escritores modernos; cuyo primer volumen aparece en 1782 siendo la clave de acceso a la Sociedad.113

Perteneció a la Económica de Zaragoza desde 1782, siendo la primera mujer que ingresó en una sociedad de esta clase, y después a la de Madrid en 1787. También fue miembro de la Sociedad Médica de Barcelona.114 Su presencia en ella no tuvo un carácter simbólico y prueba de ello es que nada más comenzar se le encargó la revisión de una traducción poniendo en su criterio toda la confianza. Pero no solo fuéronle encargadas traducciones o encargos de índole intelectual, sino también de carácter social. Un ejemplo es que, junto con otras damas, fueron encargadas de dirigir las nuevas escuelas de hilados para niñas115. Por lo que la década de los noventa116 asistió a un alejamiento paulatino de Doña Josefa en la actividad de la Sociedad para centrarse en la dimensión más social (la enfermedad y muerte de su marido y su hijo marcan un punto y aparte en su biografía).

En 1786 Don Joaquín sufre una apoplejía que le hace vivir retirado durante doce años hasta que muere un 3 de septiembre de 1798, a los 72 años. Durante la enfermedad nuestra protagonista escribió sus mejores obras y mantuvo sus conexiones con la Sociedad Económica Aragonesa hasta poco antes del fallecimiento de su marido.

Como ya señalamos, su reconocimiento público y sus años de producción intelectual coinciden con su etapa final de casada, lo cual permite suponer que su estado civil no fue un obstáculo, sino todo lo contrario, para su actividad como escritora, hecho que resulta también frecuente en otras mujeres de su tiempo y posicionamiento social.117

113

Doña Josefa Amar y Borbón no quiso que se obra cayese en el olvido y por esta razón envió un ejemplar del primer volumen al director de la Sociedad. La obra fue muy ovacionada y por ello obtuvo un puesto honorífico. 114 Emilio Palacios Fernández, La mujer y las letras…, p. 52. 115 Estas nuevas escuelas habían sido creadas en 1778 pero en 1784 aún no terminaban de arrancar. 116 En los ochenta, Doña Josefa sigue teniendo una presencia activa en la Sociedad ya que así lo demuestra el continuo envío de los sucesivos tomos del Ensayo apologético y su intervención en las juntas. 117 Mª Victoria López Cordón, Condición femenina...., pp. 52-53.

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Fruto de este matrimonio nació en Zaragoza Felipe, en 1775. Siguió la carrera de su padre y en 1802 ya tenía una plaza oidor en la Audiencia de Quito. Y lo que parecía el comienzo de una carrera brillante quedó truncado en 1810 cuando Felipe fallece a manos de los insurgentes.

En cualquier caso, su dramática muerte en 18010, a los 35 años, debió marcar hondamente a toda la familia, cuyos únicos miembros activos a partir de estas fechas, Don Antonio y Don Francisco, adoptan una clara postura absolutista.118 {…} A esto se unió otra circunstancia, si no personal no menos perturbadora, como fue pasar los primeros años de la guerra de la Independencia en Zaragoza, en un clima de violencia y de escasez que, sin duda, debió afectarle.119 Un año más tarde del inicio de la grave enfermedad de Don Joaquín, en 1787, se incorpora a la Junta de Damas de la Matritense donde tiene que luchar a través de una Memoria (que contó con el apoyo de Hernández de Larrea) para que las mujeres pudiesen ser admitidas120. Al final consigue formar parte de la Junta de Damas y, por ello, escribe una Oración Gratulatoria.

La entrada en la Matritense es, sin duda, una cuestión de gran relevancia por lo que respecta a la historia de las mujeres en España, ya que se trata de abrirles por vez primera, y no a título de excepción, las puertas de un espacio público de signo laico (…) Su importancia radica en que fue el primer espacio público femenino desde el que numerosas mujeres dejaron oír sus voces y desde el que actuaron por vez primera de modo conjunto en el ruedo de lo social.121 Josefa Amar fue la única mujer que intervino públicamente en el debate que al respecto se mantuvo entre 1775 y 1787. Su propia condición de primera mujer admitida en otra de estas Sociedades, la Aragonesa, en 1782 (sólo en 1785 se le sumaron otras dos mujeres, en esta caso aristócratas, integradas a título de excepción en la Matritense) le otorgaba a los ojos de la minoría ilustrada legitimidad para pronunciarse en esta cuestión. Su fama de mujer de letras, adquirida gracias a sus traducciones y a alguna obra original que se ha perdido, y

118

Ibidem, p. 54. Ibidem. 120 En 1775 José Marín propone la incorporación de mujeres a la Sociedad aunque la propuesta es ignorada por una gran mayoría. Aún así, persiste en su intento y en 1778 vuelve a insistir aunque sin resultado alguno. Pero, finalmente, consigue que la Junta General aborde el tema en 1786. Es tal el debate que genera que acaba interviniendo Carlos III y, al fin, en 1797 se llega a una solución intermedia que consistía en crear una Junta de Damas al margen de los varones. 121 Trueba, Virginia, op, cit., pp. 426-427. 119

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años más tarde incrementada por el prestigio de su tratado de educación, le permitía ser escuchada. 122 Son los años en que su marido cae enfermo (siempre antes de los últimos tiempos en que estuvo peor) los más fecundos en su carrera –como ya hemos apuntado-. Es este periodo cuando escribe su obra más importante: el Discurso sobre la educación física y moral de las mugeres. Ésta fue publicada con éxito en 1790 y durante algún tiempo más Doña Josefa fue capaz de seguir combinando sus actividades públicas con las obligaciones domésticas y familiares hasta que la situación de su marido se agrava y así se produce un repliegue de su actividad intelectual a favor de las obras caritativas que eran mucho mejor vistas por la sociedad.

Poco a poco se fue retirando de la sociedad de la ciudad del Ebro: todavía en la década de los noventa mantenía la relación con las Damas de la Matritense y se dedicaba a sus menesteres intelectuales, gastando parte de su tiempo en obras de caridad. Con el comienzo del nuevo siglo se apartó poco a poco de las letras, en especial tras las dolorosas muertes de su marido y, posteriormente, de su amado hijo, y de manera definitiva con los sucesos sangrientos de la Guerra de la Independencia.123 En 1808 era hermana mayor de la venerable Congregación de seglares siervas de los enfermos del Hospital de Nuestra Señora de Gracia, más conocido como la Hermandad de la Sopa. Antes de comenzar el segundo sitio se trasladó a otro pueblo vecino y cuando regresa a Zaragoza en 1816 se incorpora de nuevo a la Congregación (donde su hermano Francisco es director).

A partir de aquí ya se le pierde el rastro completamente. Se data su muerte en 1833 y se conserva una lápida no muy clara en el cementerio del Hospital donde estuvo trabajando.

No sabemos con precisión la fecha exacta de su muerte, pero la lápida de su tumba en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia en Zaragoza parece señalar la de 1813. Sin embargo, existen varios testimonios que alejan su óbito hasta los años 30, por lo cual algunos eruditos han hecho una nueva lectura de este dato trasladando la defunción hasta 1833.124 122

Morant Deusa, Isabel y Bolufer Peruga, Mónica, “Sobre la razón, la educación y el amor de las mujeres: mujeres y hombres en la España y en la Francia de las Luces”, en Studia Histórica. Historia moderna, N. 15, 1996, p. 194. 123 Emilio Palacios Fernández, La mujer y las letras…, p. 52. 124 Ibidem, pp. 52-53.

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Su obra se puede dividir en dos bloques completamente diferentes. Por un lado, tenemos todo el trabajo de traducción que realizó como:

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Ensayo histórico-apologético de la literatura española contra las opiniones preocupadas de algunos escritores modernos del exjesuita Xavier Lampillas.

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Discurso sobre el problema de si corresponde a los párrocos y curas de las aldeas el instruir a los labradores en los buenos elementos de la economía campestre…125

Estas dos traducciones son las que por ahora se sabe seguro de su autoría aunque Mª Victoria López Cordón piensa que después de los noventa debió seguir traduciendo aunque ninguno de sus trabajos volvió a publicarse, al menos con su nombre. En Condición femenina y razón ilustrada establece que estas dos obras también pudieron ser obra suya:

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Diario de Mequinez, residencia del Emperador de Fez y Marruecos con motivo de la embajada del caballero Stewart en el año 1721, para tratar del rescate de los cautivos ingleses cuyo autor es el capitán Henry Boyde.

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Educación liberal de Vicésimo Knox.126

Pudo ser esta obra de traducción, tan en concordancia con su gran formación intelectual, un buen punto de partida para comenzar su obra original o un camino paralelo a ésta; ya que gracias a las traducciones Doña Josefa se ganó el respeto y beneplácito de una gran parte de la intelectualidad ilustrada. Por otro lado, trabajar con una obra cuya autoría no era ella misma no significó que no aportase su toque erudito y personal con magníficos prólogos y comentarios a pie de página.

Pasando ya a la obra original, podemos encontrar los siguientes títulos: 125

Este trabajo lo realiza un año más tarde que el anterior a petición de la Sociedad Económica Aragonesa. 126 Frente a Emilio Palacios Fernández y Mª Victoria López Cordón-Cortezo, Paloma FernándezQuintanilla afirma en el libro anteriormente citado que estas supuestas traducciones suyas tienen su autoría. Lo mismo sucederá cuando hablemos de su supuesta producción original, y es que Paloma Fernández-Quintanilla tampoco duda de la pertenencia a Josefa Amar y Borbón de las obras Ramillete de escogidos consejos a la mujer que debe tener presentes en la vida del matrimonio e Importancia de la instrucción que conviene dar a las mujeres.

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Memoria sobre la admisión de las señoras en la Sociedad conocida por el título con que fue publicada en el Memorial Literario: Discurso en defensa del talento de las mujeres y de su aptitud para el gobierno y otros cargos en que se emplean los hombres; su obra más arriesgada que data del 5 de junio de 1786 en Zaragoza.127

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Oración Gratulatoria, escrito en noviembre de 1787 fue publicado en Madrid.

-

Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres, 1790.128

Y como nos sucedía cuando tratamos todo el trabajo de traducción, también en el ámbito de la obra original se baraja la posibilidad de que tuviese algunos títulos más como:

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Aritmética española.

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Ramillete de escogidos consejos a la mujer que debe tener presentes en la vida del matrimonio, Zaragoza, 1784.

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Importancia de la instrucción que conviene dar a las mujeres, Zaragoza, 1784.

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Memorias literarias de varios escritores de la Corte, Madrid, 1787.

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Preludios Poéticos, Madrid, 1788.129

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Además, Mª Victoria López Cordón cuenta que también le ha sido atribuida con pocas posibilidades la obra Estado de la elocuencia española.

En definitiva, Doña Josefa Amar y Borbón fue una mujer culta, luchadora y preocupada por encontrar su sitio en una sociedad que no terminaba de admitir a las mujeres. Su obra y su vida nos muestran a una perfecta ilustrada que no se conformaba con el sitio que la sociedad patriarcal le había reservado a su sexo. Lejos de cualquier tipo de radicalismo supo utilizar la razón para alcanzar sus objetivos. Toda su vida mantuvo 127

Esta memoria fue realizada con motivo del ya mencionado debate sobre la incorporación de las mujeres a la Sociedad Matritense. Aunque esté localizada en Zaragoza, después fue llevada a Madrid y publicada en el Memorial Literario. 128 El suyo era, como ha indicado Mª Victoria López Cordón, un gusto neoclásico, ajeno a la moda de lo sensible que florecía por aquellos años. En esa línea, los 166 autores y autoras que menciona en su tratado pedagógico comprendían los clásicos griegos y latinos con quien ella misma se había familiarizado a través de sus preceptores, así como autores de los siglos XVI-XVII apreciados por los ilustrados, como Vives, Fray Luis de León, Fray Luis de Granda, Mariana, Cervantes o Luisa de Padilla. (Mónica Bolufer Peruga, Mujeres e Ilustración…, p. 307). 129 Las cinco obras mencionadas son recogidas por Palau en su catálogo y mencionados por los autores escogidos para este trabajo.

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una posición intermedia entre lo que le correspondía ser y lo que creía que debía hacer. Y lo que consiguió no fue poco. Se ganó el respeto del mundo masculino, alcanzó el éxito con su obra y llegó a estar integrada en el espacio público.

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Mirando al cielo: la religión y Josefa Amar y Borbón Si hubo un tema especialmente espinoso en la Ilustración española, ése fue sin duda el religioso. Se pudo luchar contra el lujo, el cortejo o la excesiva ociosidad pero, desde luego, era bastante más complicado hacer frente a una doctrina con un hondo calado en nuestro país y, sobremanera, en la figura de la mujer. Una religión que dictaminaba lo moralmente aceptable, y que constituyó la gran diferencia que representaba nuestra Ilustración frente la del resto de países. Fieles a la ortodoxia en su gran mayoría, los ilustrados de este lado de los Pirineos nunca cuestionaron los fundamentos de la religión oficial, ni los beneficios de la unanimidad religiosa, pero sí dirigieron sus críticas hacia ciertas manifestaciones prácticas del poder temporal de Roma y desautorizaron abiertamente creencias y formas de piedad que contradecían la contención y la racionalidad que intentaban aplicar a todas sus acciones.130 Pese a ello, la centuria que encumbraba a la razón no iba a quedarse de brazos cruzados, ya que no estaba dispuesta a seguir permitiendo ese poder sin frenos que arrastraba algunas tradiciones que chocaban de manera directa con el ideario ilustrado, como la superstición o la milagrería (entre muchas otras). Por ello, muchos renovadores españoles quedaban así alineados con algunos movimientos reformadores que pugnaban por una nueva religión, mucho más en consonancia con los nuevos valores ilustrados. La religiosidad popular, defendida por clérigos tradicionalistas y predicadores tridentinos, tampoco había sufrido grandes modificaciones. Muchos seguían fieles a sus devociones, predicaciones cuaresmales, procesiones, milagrerías, y otros ritos que remitían al viejo culto contrarreformista. Esta sensibilidad vivía al margen de las propuestas de los deístas, nuevos erasmistas, jansenistas, que predicaban una religiosidad purificada.131 En este contexto, ¿dónde podemos situar a Josefa Amar y Borbón? Y es que a esta ilustrada tan convencida, el problema religioso le afectaba doblemente: como ilustrada y como mujer. Como era de esperar, su posición se va a encontrar totalmente alejada de cualquier tipo de extremismo; para nuestra autora, la religión era indispensable para cualquier persona. Así lo observa también Mª Victoria López Cordón: En sus propuestas de reforma educativa, la formación religiosa no podía faltar, tal y como ella misma justifica al reconocer con toda claridad que el conocimiento 130 131

María Victoria López Cordón Cortezo, Condición femenina…, p. 118. Emilio Palacios Fernández, La mujer y las letras…, p. 15.

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de Dios y de la religión era “la primera y más esencial obligación del cristiano”, y a favorecerla se debían padres y maestros. Se trata de algo tan imprescindible que conviene a todos por igual, y que no admite dilaciones ni pretextos a la hora de fomentarla.132 {…} Sin embargo, por el objetivo de sus escritos y por la contención que le caracteriza no aborda otro tema recurrente en los escritos de esta tendencia como es el de la crítica eclesiástica, aunque, conociendo la posición regalista de su marido y la relación que establece entre una correcta práctica religiosa y la felicidad pública, no es aventurado decir que participaba también de dicha tendencia….133 Esto no es de extrañar si volvemos a su biografía. Su hermano Francisco llegó a ser presbítero, al igual que su mentor Don Antonio Berdejo (con el que además mantuvo una excelente relación). A esto debemos unirle la circunstancia de que ella misma, a partir de 1808, era hermana mayor de la venerable congregación de Nuestra Señora de Gracia. Según recoge La Sala-Valdés, en 1808 era hermana mayor de la venerable Congregación de seglares siervas de los pobres enfermos del Hospital de Nuestra Señora de Gracia, popularmente conocido con el nombre de Hermandad de la Sopa porque servía el desayuno y asistían a las acogidas, a la que pertenecía desde que se quedó viuda.134 {…} Las relaciones personales que mantuvo con los representantes del estamento eclesiástico de su entorno fueron muy buenas; de hecho, Hernández de Larrea y Berdejo fueron sus mentores, por lo que, de la misma manera que su actividad pública no provocaba en ellos ningún tipo de reticencia, tampoco su estado clerical debió suponer ningún obstáculo para su relación. Se trataba, eso sí, de clérigos seculares de notoria ilustración, y afectos, por lo tanto, a las nuevas corrientes religiosas, y que no sólo no debieron poner reparos a sus actitudes religiosas, sino que, probablemente, las apoyaron.135 Además de los datos biográficos, su obra también nos orienta y nos habla de la posición que nuestra protagonista debió tomar. Curiosamente, no podemos encontrar ninguna referencia a libros propiamente religiosos, ni siquiera cuando alude específicamente a este asunto. Y de los autores a los que sí va a citar, nos vamos a encontrar nombres

132

María Victoria López Cordón Cortezo, Condición femenina…, p. 119. Ibidem, p.123. 134 Ibidem, p. 54-55. 135 Ibidem, pp. 123. 133

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como Fenelón o Fray Luis de León, además de ciertos autores erasmistas del siglo XVI que recomienda fervorosamente como Vives, Mexía o Carrillo. Entre estos será muy del caso elegir los que contienen buena moral, como las obras de Fr. Luis de Granada; la Vanidad del mundo, del P. Estella; la Perfecta Casada, del Mtro. León, en particular para las que se dediquen al matrimonio; el Príncipe perfecto, de Andrés Mendo; las vidas escritas por Luis Muñoz; las obras de Quevedo; el D. Quixote; el Criticón, de Gracián, cuyo lenguage es muy puro; y otros semejantes, que sería largo enumerar.136 A este respecto, afirma Mª Victoria López Cordón… En la medida, además, en que fue fruto tanto de la influencia del racionalismo ilustrado, como del redescubrimiento de muchos autores del siglo XVI, permite conjugar muy bien dos fuentes importantes de su pensamiento.137 Su Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres138 es el que aporta más datos acerca de su visión sobre la religión. En ella podemos descubrir como doña Josefa Amar y Borbón abogaba por una religiosidad interior que consiguiera crear mejores personas que contribuyeran a la consecución de un mundo mejor139. La propia autora ya lo hizo con su ejemplo ayudando a la gente más necesitada. Una opción religiosa mucho más en consonancia con la visión de Cristo como héroe social, basada en valores y, sin lugar a dudas, en el ejemplo de la vida de cada cristiano. Además de esto el conocimiento de Dios y de la Religion, aunque tan importante, convendria siempre acompañarle con exemplos, para que se imprimiese mejor en la memoria.140 {…} Explicada de la manera posible la grandeza de Dios y sus inmensos beneficios, es una conseqüencia inmediata tratar de sus leyes, que son los mandamientos, y de la adoración que se le debe interior y exterior: la interior en la pureza y rectitud de intención en todas las acciones, y en la sujecion voluntaria del entendimiento hasta en aquellos misterios que no comprehendemos; la exterior en la práctica de las virtudes, que nos manda expresamente exercitar, y en la separacion y abstinencia de las cosas que prohibe.141 136

Josefa Amar y Borbón, Discurso sobre la educación física y moral de las mugeres, books.google.es, pp. 173-174. 137 María Victoria López Cordón Cortezo, Condición femenina…, p. 117. 138 Nuestra autora se explaye acerca de este tema en el capítulo II de la parte moral titulado Del conocimiento de Dios y de la religión. 139 Este tipo de actitud religiosa está muy en consonancia con el espíritu ilustrado de transformación. 140 Josefa Amar y Borbón, Discurso sobre la educación…, p. 125. 141 Ibidem, pp. 129-130.

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Mª Victoria López-Cordón también hace alusión a ello en su ya citada obra… Religiosidad interior, postura a favor de una cierta formación crítica a las devociones excesivas y a la credulidad milagrera, equilibrio entre clérigos y seglares, prudencia frente las vocaciones infantiles o condicionadas, son todas ellas cuestiones que afloran en su obra y que coinciden plenamente con los temas propios de la religiosidad ilustrada. Si a esto se añade las lecturas o los autores que recomienda y su consideración de la virtud como un principio activo, dirigido al mejor cumplimiento de las obligaciones de cada uno, obtendremos un cuadro bastante completo de sus actitudes en esta materia.142 Esta forma de entender la religión chocaba profundamente con la tradición tan arraigada del culto exterior y superficial; algo que Josefa Amar va a atacar duramente. Desde luego conviene señalarles que no consiste la verdadera devocion y virtud en el formulario exterior de visitar muchas Iglesias y rezar varias oraciones, en cuya equivocacion incurren con más freqüencia las mugeres que los hombres (…) que la verdadera y sólida virtud consiste en practicar lo bueno y aborrecer lo malo, en refrenar sus pasiones, en mortificar sus apetitos, en el exercicio de la caridad, y sobre todo en el fiel cumplimiento de sus obligaciones: todo lo qual puede hacerse sin salir de su casa, y aun sin que lo adviertan los demas.143 {…} Es una ofensa muy grande á la divinidad el creer que se contente con un culto meramente exterior, y con un cierto formulario de devociones, en lo qual tiene poca ó ninguna parte el corazon.144 Pese a todo, a lo largo de su obra, vamos a poder hallar referencias indirectas al Evangelio. Por un lado, las va a utilizar para defender su peculiar e ilustrada visión sobre la religión y, por otro, para justificar su interpretación sobre el debate de los sexos. Es aquí donde podemos observar el gran ingenio de Josefa Amar. Es capaz de utilizar los argumentos religiosos para justificar sus propios fines. Un ejemplo de ello es cuando recomienda que las mujeres debieran aprender latín para poder leer la Biblia. Y, como ya vimos, el latín era la llave que abría las puertas al conocimiento ya que no había perdido su gran prestigio como lengua de cultura. Merece la pena, por todo ello, realizar un recorrido por su obra en busca de esos argumentos religiosos que se mezclan con esa fervorosa defensa de la religión como arma para crear mejores ciudadanos que consigan cambiar el mundo. Comencemos. 142

María Victoria López Cordón Cortezo, Condición femenina…, p. 124. Josefa Amar y Borbón, Discurso sobre la educación…, pp. 130-131. 144 Ibidem, pp. 135-136. 143

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El Discurso en defensa del talento de las mujeres145, como vimos anteriormente, se escribió con una finalidad específica; y es que se había formado un gran debate en torno a la propuesta de que la mujer fuese incluida en la Sociedad Económica Matritense. Este tema, a Josefa Amar, le tocaba de pleno ya que era un miembro activo en la Sociedad Económica de Aragón. Por esta razón, se decidió a intervenir en el intenso debate escribiendo un magnífico discurso que ha quedado para la posteridad. Una obra donde predomina la lógica aplastante de la razón más pura, y donde la religión se convierte en uno de los argumentos principales, pero de una manera diferente a como antes la habían usado quienes quisieron probar la superioridad del hombre frente a la mujer. Doña Josefa da un giro completo al argumento religioso que requería de una gran astucia y un enorme valor para proponer una nueva lectura de dicho argumento que beneficiase a la mujer. Veámoslo detalladamente: Frente al misógino argumento de que Dios creó primero al hombre, se crió solo, y la mujer nació de su costilla, nuestra protagonista consigue darle la vuelta completamente concluyendo que si Dios creó a la mujer, era porque el hombre no podía estar solo. La creación de unos y de otros, es la que puede dar alguna luz. ¿Pero qué descubrimos en ella? Que Dios crió a Adán, y este hecho menos luego una compañía semejante a él: cuya compañía se le concedió en la mujer. ¿Puede desearse prueba más concluyente de la igualdad y semejanza de ambos, en aquel primer estado? ¿Hay en todo esto alguna sombra de sujeción, ni dependencia de uno a otro? Es verdad, que el hombre fue criado primero, y fue criado solo, pero poco tardó en conocer, que no podía vivir son compañera, primera imagen del matrimonio, y primera también de una perfecta Sociedad.146 La eterna acusación a la mujer de que fue la culpable de la expulsión del hombre del Paraíso y quedó así, desde entonces, mucho más vulnerable a pecar que su compañero, se convierte aquí en un primer indicio de talento en ella… Si pasamos después a considerar lo que sucedió en la caída de nuestros primeros Padres, no hallaremos degradada a la mujer de sus facultades racionales. El abuso que de ella hizo, fue su pecado, el de Adán, y el de toda su posteridad. ¿Mas sin disculpar este atentado, quien negará que la mujer precedió al hombre en el deseo de saber? Aquella fruta que les había sido vedada, contenía la ciencia del bien y del mal. Eva no resistió a estas tentaciones, antes persuadió a su marido, y el cometió por condescendencia el pecado, que aquélla empezó por curiosidad. 145

Este discurso aparece publicado en el Memorial Literario en agosto de 1786. Josefa Amar y Borbón, Discurso en defensa del talento de las mujeres, Barcelona, Linkgua ediciones S.L., 2007, p. 16.

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Detestable curiosidad por cierto: pero la curiosidad suele indicio de talento, porque sin él nadie hace diligencias exquisitas para instruirse.147 Y si las facultades racionales del hombre pudieron pervivir a pesar de su castigo a trabajar con el sudor de su frente, ¿por qué no iban a hacerlo las de la mujer aunque estuviese condenada a parir con dolor?. Tampoco la justa pena que se impuso a entrambos, derogó en nada sus facultades intelectuales. Si el hombre puede trabajar sin perder por eso la aptitud para las ciencias, también la sujeción de la mujer es respectiva.148 Pero no se conformaba Josefa Amar con desterrar las interpretaciones religiosas más misóginas, y es que tampoco entendía como se podía seguir defendiendo el encierro de las mujeres en sus casas para aislar al hombre de los vicios que ellas les inculcarían, cuando la historia y la religión demostraban que esos lugares de encierro nunca habían sido obstáculo para el acoso de los hombres hacia ellas. Pensar, que la concurrencia de las mujeres, sería perniciosa por los vicios que introducirían en las costumbres de las costumbres de los socios, es una suposición harto fatal a entrambos sexos. Es digno de alabanza el celo del que quiere desterrar al vicio, y precaver su general comunicación, pero no pretendamos imposibles. ¿Acaso la modestia, y retiro de las antiguas, que tanto se encarece, las libró de los asaltos de los hombres? Buen ejemplo tenemos en las historias sagradas, y profanas, y en las costumbres de nuestros mayores.149 Tampoco era la doctrina católica la única a la que nuestra escritora pensaba aludir, y es que no debió de entender la contradicción en que incurrían los musulmanes al humillarlas cuando luego no cesaban de halagarlas. ¿Mas cómo comprendemos el desprecio que hacen de las mujeres, éstos, que las tienen como esclavas, con la solicitud que ponen en adquirir el mayor número que pueden mantener, y con el cuidado que les cuesta el agradarlas? ¿Por qué las desechó Mahoma del paraíso, que promete a los suyos? ¿No es esto semejarlas a los brutos, que perecen, o se extinguen con la vida?150 Una de estas humillaciones es la poligamia aceptada en el hombre, que no existía en el mundo occidental. Es gracias a ello por lo que el hombre y la mujer pueden mirarse con respeto y admiración.

147

Ibidem. Ibidem. 149 Ibidem, p. 28. 150 Ibidem, p. 13. 148

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Distinta vista ofrece la situación de éste, en otra gran parte del mundo. Las mujeres, lejos de tener el nombre de esclavas, son enteramente libres, y gozan de unos privilegios que se acercan al extremo de veneración. Así la Religión como las leyes, prohíben al hombre la multiplicidad de mujeres. Por este medio se fija toda la posible conformidad entre ambos sexos; y esta contribuye a que se miren mutuamente con aprecio y estimación.151 Como no podía ser de otra manera, también nos vamos a poder encontrar en este Discurso con una gran lista de mujeres que fueron reconocidas por su talento para demostrar como no solo los hombres han hecho cosas loables en la historia. Y, en relación con el tema que hoy tenemos entre manos, se destaca Débora. Tratando de éstas, merece el primer lugar Débora, porque gobernó el pueblo de Israel, porción escogida de Dios, y que como tal, debe fundar opinión para todo.152 Por lo tanto, podemos ver como, para justificar su creencia en la igualdad racional de los géneros en la obra propuesta, se hace una reinterpretación de la Sagradas Escrituras, a la vez que se ataca a otra religión que, según su punto de vista, no respeta a la mujer. Por otro lado, este reivindicativo discurso fue acompañado de una carta de Juan Antonio Hernández de Larrea153, que alabó fervorosamente la obra. Yo me alegraria infinito si se publicára, y corriese por todas las manos el sabio papel que Vm. ha escrito; convenceria á los preocupados, y desdeñosos, y manifestaria que si una dama ha sabido salir á la defensa de su sexô con tanta gloria, poniendo en el justo lugar las prerrogativas que debemos conceder á sus semejantes; esto mismo evidenciaria que igualmente que los hombres tienen derecho incontextable á sentarse y dar su voto en los Parlamentos y Consistorios económicos sociales.154 Si el Discurso en defensa del talento de las mujeres se escribió con el objetivo de conseguir la integración de las mujeres en la Sociedad Económica Matritense, su Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres publicado en Madrid en 1790, es el fruto del intenso afán reformista que tanto obsesionó a los ilustrados. Tan original que no existe en todo el siglo una obra de estas características destinada específicamente a las mujeres. Distribuida en dos partes perfectamente diferenciadas, veamos de qué manera aparece aquí la religión:

151

Ibidem, p. 14. Ibidem, p. 20. 153 Miembro de la Sociedad Económica aragonesa. 154 María Victoria López Cordón Cortezo, Condición femenina..., p. 307. 152

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En el prólogo nos vamos a encontrar con lo religioso tomado argumento de autoridad; y es que el hecho de que un célebre eclesiástico ovacionase a dos ilustres mujeres, parece otorgarle más mérito a las protagonistas. Tampoco se debe omitir el testimonio de aprecio que dió á favor del sexô femenino el célebre Pontífice Benedicto XIV, con ocasion de haber elegido la Universidad de Bolonia a la Señora Cayetana Agnesi para una Cátedra de Matemáticas.155 {…} Este mismo Pontífice distinguió muy particularmente á Madama Du Bocage, bien conocida por sus poesías y sus cartas sobre la Italia; y sabiendo que mientras estuvo en Roma la acompañaba siempre el Cardenal Passionei, que tenia mas de ochenta años, exclamó con su natural gracia: ¡O, qué buena union hacen los años y los talentos!.156 Ya metidos en la obra, podemos descubrir como la parte centrada en la educación física de la mujer se encuentra casi completamente ausente de referencias religiosas. Solo conservamos una que toma a San Gregorio Magno como argumento de autoridad. Por otro lado, este uso de lo religioso como argumento de autoridad va a ser lo más común en el discurso, como iremos viendo. Es digna de mencionarse á este propósito la sentencia de S. Gregorio Magno, quien en respuesta á la consulta que le hizo S. Agustin, Obispo y Apóstol de Inglaterra, sobre varias dudas, le satisfizo en estos términos….157 La parte dedicada a la educación moral sí que va a estar repleta de alusiones a la religión que podemos dividir en referencias a ella, y en la visión religiosa de nuestra protagonista, como ya hemos apuntado antes. De ese capítulo II tan esclarecedor sobre la postura religiosa de Josefa Amar, queda resaltar un texto en el que la autora utiliza la instrucción cristiana para justificar el acceso a la educación desde ambos sexos. Y es que si se quiere que un niño o una niña tenga una formación cristiana, se hace necesario saber leer para poder acceder a libros tan importantes como la Biblia.

155

Josefa Amar y Borbón, Discurso sobre la educación…, prólogo XXVIII. Ibidem, prólogo XXIX-XXX. 157 Ibidem, p. 25. 156

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La instrucción christiana es tan necesaria á las niñas como á los niños: porque ni los preceptos del Decálogo, ni las leyes Evangélicas hacen la menor distincion en este particular.158 En el resto, como ya habíamos adelantado, vamos a encontrar sobre todo el elemento religioso como argumento de autoridad. Este es el caso del siguiente ejemplo que, como en tantas otras ocasiones, toma a Fray Luis de León como una importante autoridad en la materia: “Esta obligacion comprehende respectivamente á todas las casadas; pues como explica el maestro Fr. Luis de Leon…”159 Sucede lo mismo cuando toma al P. Benito de S. Pedro para defender la necesidad que tiene toda mujer u hombre de aprender su lengua. Una manera, además, de realizar un alegato a favor del aprendizaje, totalmente necesario para poder vivir. “Toda persona bien nacida de uno y otro sexô, que desea ser útil y tener alguna reputacion de buena crianza, debe saber el arte de su lengua. Las Religiosas en sus Conventos, las Señoras en sus casas, tienen mucha ocasion de aplicarse á este precioso y amable estudio, para saber, hablar y escribir correctamente, y aun para extender el ánimo á formarse al raciocinio, deduciendo las reglas legítimas de sus principios fundamentales, y acostumbrándose á discernir entre lo verdadero, y lo falso, y lo aparente”. (Arte del Romance Castellano, por el P. Benito de S. Pedro impreso en Valencia en 1769)160 Es así como llega a la conclusión de que el conocimiento del latín tiene una gran importancia. Si en el aprendizaje de la religión cristiana no se distingue entre sexos, es necesario que la mujer también aprenda latín para poder acceder al conocimiento que custodian los libros sagrados. Y ya de paso al resto de la cultura...: “La inteligencia de la lengua Latina facilitaria el uso de los libros sagrados, que segun se ha dicho hablan igualmente con las mugeres que con los hombres”161. Y si quedaba alguna duda, ésta queda resuelta si utilizamos a San Gerónimo como argumento de autoridad para defender el conocimiento por la mujer de las Sagradas Escrituras: “San Gerónimo en la epístola que dirige á Leta, le aconseja la freqüente leccion de la Sagrada Escritura por estas palabras…”162

158

Ibidem, p. 126. Ibidem, p. 159. 160 Ibidem, p. 171. 161 Ibidem, p. 183. 162 Ibidem, p. 184. 159

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Como antes apuntábamos, Fray Luis de León se vuelve en su obra muy común como argumento de autoridad; y así encontramos dos citas más que nos hablan sobre como ha de vestirse una mujer y sobre como es necesario que tenga una cultura para poder tener conversación y no resultar insufrible. El Mtro. Leon “es parte tambien de la Perfecta Casada no ser en el tratamiento de su persona alguna desaliñada y remendada así por la misma forma á su persona la ha de traer limpia y bien tratada, aderezándola honestamente en la manera que su estado lo pide, y trayéndose conforme á su qualidad, así en lo ordinario como en lo extraordinario”.163 {…} “La muger que es brava, y de dura y áspera conversacion, no se puede ver ni sufrir… y es así, que en estas bravas, si se apuran bien todas las causas de esta su desenfrenada y continua cólera, todas ellas son razones de disparate. La una, porque le parece que quando riñe es señora. La otra, porque la desgració el marido, y halo de pagar la hija ó la esclava. La otra, porque su espejo no le mintió ni le mostró hoy tan linda como ayer, de quanto ve levanta alboroto”. Así dice Fr. Luis de Leon en la Perfecta Casada.164 De esta manera, observando también el siguiente texto donde toma a Benedicto XVI para justificar sus ideas, vemos como es constante la lucha de nuestra escritora por defender esa incorporación de la mujer al mundo de la cultura, quedando así con las mismas posibilidades de desarrollo intelectual que el hombre. … esto es, que el entendimiento se hace futil quando se emplea en monadas y en frioleras; pero que es sublime quando aprende á meditar. Esto decia Benedicto XVI, estimulando á una Señora á que se aplicase á materias útiles.165 Aunque no solo va a utilizar el argumento religioso para defender este aspecto, sino para otras muchas ideas, como la subordinación de los padres a los hijos. Dios, que ha ordenado todas las cosas con suma sabiduría, pone los hijos en manos de los padres, como una masa blanda, digamos así, para que le den la forma que quisieren.166 Pero, como no podía ser de otra manera, de una forma justa y racional que consiguiese evitar esos resultados tan desastrosos que resultaban de ese comportamiento tan tiránico

163

Ibidem, pp. 211-212. Ibidem, pp. 249-250. 165 Ibidem, pp. 230-231. 166 Ibidem, p. 251. 164

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de los padres, y que quedaron reflejados en la historia de la literatura española en obras como “El sí de las niñas”. Aunque pertenece á los padres el reflexionar lo mas conveniente para la colocacion de sus hijas, es razon que cuenten con la voluntad de éstas, siendo las principales interesadas. En la sagrada Escritura tenemos un exemplo bien claro de esto en el casamiento de Rebeca.167 Muy ligada a Feijoo en este sentido, el adelantado pensamiento de nuestra protagonista no alcanzó a poner en tela de juicio la subordinación de la mujer al hombre. Lo que sí hizo fue matizarlo; en clara consonancia con el ideario ilustrado de modificar lo existente. La sujecion de la muger al marido la declara S. Pablo en su Epístola á Tito; pero el imperio de éste ha de ser semejante al de la política, en el qual se promueve la utilidad comun, distinto del que tienen los padres sobre los hijos, que es parecido al dominio real y soberano.168 Para terminar con esta obra, vemos una muestra más del uso de una autoridad religiosa como defensa de sus ideas. En este caso, toma a San Pablo. Entre los cuidados de una casada tiene lugar, y con mucha razon, el de los criados en seguida de los hijos; porque el mismo que dice: à filiis tuis cave, añade tambien: à domesticis tuis attende: y S. Pablo se explica en estos términos: “que el que no cuida de los suyos, y principalmente de los criados, ha negado la fe, y es peor que un Gentil”.169 La última obra en que hemos podido encontrar este uso de la religión de distintos modos es el Apéndice a la Literatura Española del siglo XVI. Las mujeres ilustres españolas no cedieron a las italianas en el cultivo de las letras, así sólidas como bellas, en Ensayo histórico-apologético de la literatura española del abate Lampillas170. Esta obra es el producto del interés de nuestra protagonista por aparecer ante el público por primera vez y demostrar sus magníficas aptitudes. Para ello, nada mejor que escoger una obra polémica y de actualidad.

167

Ibidem, p. 277. Ibidem, p. 285. 169 Ibidem, p. 290. 170 Dejamos esta obra en último lugar porque pertenece a su faceta como traductora. Queda así una primera parte dedicada al análisis de su obra como escritora, y una segunda parte dedicada al análisis de su obra de traducción. Por otro lado, esta traducción aparece en la década de los ochenta. 168

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No podía saber la escritora que estas circunstancias favorecerían su obra, pero indudablemente sí estaba al tanto de las polémicas italianas y de los esfuerzos gubernamentales por encauzarlas de acuerdo con sus intereses. No es, por tanto, ocioso preguntarse si fue espontánea o inducida la decisión de decantarse por esta obra a la hora de redactar su primera publicación. Me inclino a pensar lo segundo, ya que en los círculos que frecuentaba es más que posible que se conociese la obra de Lampillas, aparecida en Milán entre 1778 y 1781, se estuviese de acuerdo con sus tesis y se apuntase la conveniencia de divulgarla.171 Ya vimos como Josefa Amar y Borbón dejaba su huella en todas las obras que traducía a través de notas, prólogos, etc… Esto lo va a hacer desde su primera obra. Veamos ahora, dentro de sus aportaciones a esta traducción, qué novedades vamos a encontrar respecto a las anteriores obras que hemos visto. La principal va a ser el uso de lo religioso como prenda de incalculable valor en una mujer. De esta manera, y comenzando por la reina Isabel la Católica, vamos a encontrarnos con numerosos ejemplos de grandes mujeres en las que se resalta su relación con la religión... La política en el gobierno, el valor, la intrepidéz, la constancia en la campaña, el amor á las letras, y la proteccion de los sábios, un ingénio fecundo de medios oportunos para engrandecer, y hacer felíz el Reyno, la firmeza en executarlos, y sobre todo, el ardiente zelo por la religion; todo esto forma el retrato de esta gran mujer, á quien destinó Dios para dechado de quantas Reynas ilustres empuñan el cetro de las Monarquías poderosas.172 {…} … quiero decir, el descubrimiento de un nuevo mundo, con que debía ampliarse la esfera de los conocimientos humanos, dilatarse la Monarquía Española, enriquecerse la Europa entera, y lo que mas interesaba el zelo de esta Princesa, adquirir nuevos Reynos para Jesu-Cristo.173 {…} A la amenidad de las bellas letras, y al trabajoso estúdio de las lenguas, agregaron otras esclarecidas Españolas las profundas meditaciones de la Filosofia, y las especulaciones sublímes de las Sagradas Ciencias.174 {…}

171

María Victoria López Cordón Cortezo, Condición femenina…, p. 81. Ibidem, p. 327. 173 Ibidem, pp. 327-238. 174 Ibidem, p. 336. 172

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Pero estas prendas fueron vulgares en esta muger singular, si se considera que aprendió las lenguas Latina, Griega, Italiana, y Francesa, la Filosofia, la Teología Escolástica, y Expositiva; y se aplicó de tal suerte al estúdio de los libros sagrados, que los sabía casi todos de memoria.175 {…} Compuso algunas obras erudítas; mas hallandose movida de una inspiracion divina en el mismo punto de darlas á luz, renunció á las lisongeras esperanzas del mundo, y se consagró á Dios en el Convento de Santa Praxedes de Religiosas Dominicas de la Ciudad de Aviñon, haciendo mas admirable el sacrificio con no dar al público sus fatigas literarias.176 {…} Tambien Roma aplaudió en el mismo siglo á otra literata Catalana, instruida en la Filosofia, y Teologia, y eminente en la sagrada eloqüencia. 177 {…} Finalicemos este apéndice trayendo á la memoria los distinguidos nombres de algunas Señoras Españolas, que habiendo dedicado sus dias al estudio de las verdades mas importantes, llegaron á ser maestras de la perfeccion cristiana.178 Y la otra novedad que este texto nos va a aportar, es la fervorosa defensa de una mujer religiosa: Teresa de Jesús. Una mujer nada convencional que siempre caminó del lado más místico, encarando la religión desde el sentimiento más puro y sincero. Esta referencia le sirve, además, para luchar contra uno de los clichés más extendidos. … y casi en todo el mundo cristiano la incomparable Teresa de Jesus, digna de ocupar un asiento muy alto entre los primeros maestros de la vida espiritual. Esta inmortal heroina basta por sí sola para vindicar á su sexô de aquella nota que se cree hereditaria de la primera mujer; esto es, de ser seductor de los hombres, pues la gran Teresa fué segura guia de éstos para la mas elevada perfeccion.179 {…} Me persuado de que harán poco aprecio de este timbre cierta clase de mugeres, que muy satisfechas con el vano título de bello sexô, casi tienen rubor de oírse llamar sexô devoto.180

175

Ibidem, pp. 336-337. Ibidem, p. 339. 177 Ibidem. 178 Ibidem, pp. 340-341. 179 Ibidem, p. 341. 180 Ibidem. 176

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Queda así reflejada la vida e ingenio de una valiente ilustrada que supo hacer frente a una sociedad que no quería contar con ella. Fue tan inteligente y trabajadora que supo incluso, como ya hemos visto, granjearse la admiración de una gran parte del sector masculino ilustrado. Ni siquiera los difíciles obstáculos que el destino tenía preparados para ella, fueron capaces de impedir el desarrollo humano y profesional de una gran mujer que decidió que otro mundo era posible. Una luchadora nata que ni siquiera tuvo miedo de abogar por una religión que naciera del verdadero sentimiento de amor hacia la humanidad. Debo, por ello, dar las gracias por haber tenido la oportunidad de conocer a la gran doña Josefa Amar y Borbón que, sobre todo, me ha enseñado que no existen los imposibles…

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Conclusiones Ya hemos visto cómo la figura de la mujer en el siglo XVIII experimenta una gran transformación: comienza a ser visible y su capacidad intelectual se convierte en uno de los objetos de discusión más polémicos de todo el periodo. La centuria ilustrada acabó con las ataduras que mantenían a la mujer siempre a la sombra del género masculino. Pese a esta transformación, como ya se ha apuntado, no se produjo un cambio radical; pero sí que se abrieron para ellas nuevas posibilidades que quebraron para siempre el dique que las mantenía contenidas. Este nuevo horizonte de expectativas no se ofreció igual para todo el género femenino, puesto que se hizo mucho más evidente en las clases más altas. Pero sí que, de una u otra manera, afectó a todas siendo el comienzo de una página en blanco que, aún hoy en día, continúa inacabada. Todo ello estuvo capitaneado por los hombres pero, dado el contexto, hubiese sido inimaginable de otra manera. Lo importante era comenzar y, lo reseñable es que, pese a la baja tasa de alfabetización, vamos a encontrarnos con las primeras voces femeninas dentro de la polémica y del mundo cultural que antes las rechazaba.

Es dentro de ese mundo cultural, donde se hace especialmente importante la figura de nuestra protagonista. Una mujer que, debido en parte a su situación en la escala social y en parte a sus grandes inquietudes intelectuales, consiguió entrar en esa tierra custodiada por los hombres. Josefa Amar y Borbón ha quedado para la historia como una de esas primeras voces femeninas que se alzaron contra la tiranía del sexo dominante. Y lo hizo especialmente en uno de los ámbitos donde mayor poder había tenido siempre la impuesta visión masculina: la religión. Nuestra escritora entraba de lleno en un terreno peligroso; y lo hizo con valentía, respeto y, sobre todo, desde la razón. En este punto radica una de los aspectos más originales de su obra; y es que nos encontramos con una perfecta imbricación, dentro de sus textos, de dos ámbitos aparentemente irreconciliables: la religión y la razón.

Por otro lado, una vez analizada su obra, podemos ver como entró en el asunto religioso con tres objetivos totalmente diferentes. Para empezar, quiso defender la igualdad entre el hombre y la mujer o, mejor dicho, intentó derribar esos mitos tan arraigados en el imaginario colectivo que inducían a pensar que las desigualdades existentes entre los

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sexos quedaban establecidas en las Santas Escrituras. Para ello, fue metódica, exhaustiva e implacable: tomó cada uno de los mitos bíblicos más extendidos y masculinamente interpretados, para dar un giro radical a sus significados más misóginamente afectados. Todo una muestra de coraje e ingenio. No era fácil luchar contra un mundo masculino imperante, pero mucho más difícil era hacerlo desde la óptica más ilustrada y comedida.

A su vez, el asunto religioso le sirvió a nuestra protagonista para justificar el acceso de la mujer al mundo de la cultura y el conocimiento. Sabía que nadie le podría negar que si se pretendía que la mujer tuviese una relación muy cercana con la religión, tendría que tener los suficientes recursos intelectuales como para leer la Biblia. Por ello, se hacía imprescindible el aprendizaje del latín que, curiosamente, era la llave que abría las puertas más importantes del saber.

Por último, Josefa Amar y Borbón utilizó su obra para justificar su propia postura religiosa que, desde luego, no encajaba en el perfil tradicional de una cristiana. Nuestra escritora, como ya hemos visto, pugnaba por una religión mucho más interiorizada que consiguiera, de alguna manera, cambiar el mundo y lograr el bien común.

Es la obra de esta ilustrada, por todo lo anterior, la muestra inequívoca de una modernidad que subyace bajo sus letras. Pese a que no llegó a adoptar una postura extrema defensora de la total emancipación femenina, no puede negarse que hizo gala de un progresismo totalmente extraño en una mujer de su época, al igual que sus grandes conocimientos.

Nunca se rindió; y gracias a ello consiguió el éxito. Tuve una vida enormemente dramática; y ni siquiera eso fue un obstáculo para su gran labor profesional y humana. Todo un ejemplo de lucha y superación que, esperemos, nunca caiga en el olvido. Termina así esta humilde investigación que se ofrece como homenaje a todas esas mujeres que nunca se cansan de luchar…

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