Una sucinta introducción a la «risa» en Amiano Marcelino: ridere, arridere e irridere / irrisio

July 22, 2017 | Autor: I. Moreno Ferrero | Categoría: Roman Historiography, Ammianus Marcellinus, Ancient Roman Rhetoric
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UNA SUCINTA INTRODUCCIÓN A LA «RISA» EN AMIANO MARCELINO: RIDERE, AR RIDERE E IR RIDERE / IR RISIO 1 Isabel Moreno Ferrero Universidad de Salamanca [email protected]

Resumen — El trabajo ofrece una síntesis de las características de estos términos en Amiano Marcelino (escasa presencia, su aplicación a la figura de Juliano, el valor de la compasión…), y su evolución desde Livio, con su influencia en algún caso. Palabras clave — Amiano Marcelino, Historiografía latina, ridere A CONCISE INTRODUCTION TO ‘LAUGHTER’ IN AMIANUS MARCELLINUS: RIDERE, ARRIDERE & IRRIDERE / IRRISIO Abstract — This study offers a synthesis of the features of those terms referring to ‘laughter’ in Amianus Marcellinus (their scarce presence; their attribution to Julian’s figure in several instances; the implication of compassion that emanates in the last one) and the evolution of those terms from Livy, whose influence in some cases is significant. Keywords — Amianus Marcellinus, Latin Historiography, ridere

 Este trabajo ha sido realizado en el marco de los Proyectos «Emoción, gesto y actio en tres formas de relato historiográfico latino en la Antigüedad tardía», de la Junta de Castilla y León (SA018A11-1, BOCyL 29-III-2011) y «La actio en la historiografía latina de época imperial» del Min. Economía y Competitividad, FFI2011-29055. 1

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El estudio de los conceptos de «risa» y «llanto» en la historiografía latina, que iniciamos en el AVC de Livio, se ha ido perfilando en diferentes trabajos; éste – limitado a los vocablos indicados, y sin entrar en el análisis detenido de los pasajes –, apunta las características de Amiano, último gran historiador de Roma, buen conocedor del paduano, cuya épica y psicología dramática comparte, añadiendo el matiz trágico y barroco de su siglo. 1 Objetivamente cabe consignar la escasa frecuencia de los términos. Ridere sólo aparece en seis ocasiones2; pero Rolfe (Loeb) lo elige en la caracterización final de Juliano (25.4.27), la figura de quien más se predica, de una u otra forma: a él se refiere el fastus barbaricos ridens que contrasta su impasibilidad estoica en Estrasburgo con la soberbia de estos (16.12.3); y es el sujeto paciente en la chanza de los antioquenses que lo consideran un «mono» (22.14.3); encaja, además, con el tono algo crítico hacia él del autor; y con las peculiaridades que el matiz de la risa implican en su juicio. A propósito de Procopio (26.9.11), se aplica al abuelo de Craso que, según Lucilio, sólo rió una vez en la vida3. Y en el excursus de Persia, previo a la campaña final de Juliano, los jueces persas se «ríen» (23.6.82) del sistema romano que prefiere los indocti a expertos en derecho público y de probada facundia. En los dos últimos (ridens), el filósofo Simónides muere en la hoguera, en un pasaje especialmente duro y notable, que combina risa y llanto (29.1.39). En el otro, más divertido (30.5.11), aunque acaba trágicamente, y donde per iocum y ludibrio insisten en el alcance de la risa, todos son ejecutados. De los sustantivos, no aparecen risio ni risus – poco frecuente en Tácito4, igual que el verbo (Germ. 19.3) –, que Livio usa para algunas situaciones divertidas (40.47.5), e ilustrativas5, y, repetido, en algunas importantes escenas duales6. Arridere sólo se usa en la caracterización de Petronio Probo (27.11.5): un sólido retrato, gráfico y muy contrastivo7, que actualiza el planteamiento  16.12.3; 22.14.3; 23.6.82; 26.9.11; 29.1.3; 30.5.11.  Cf. I. Moreno, «Emoción, gesto y actio: la risa en el AVC (I)», Talia dixit 5, 2010, 5-9. 4  Cf. Diálogo 21.1.2, semejante a Livio 34.4.5; y Annales 13.3.6. 5  21.20.3; 4.35.10; y 7.2.11. 6  35.14.10; 6.34.6-7; 32.34.3. 7  Cf. 27.11.2; 28.1.31; 29.6.9-10; y 30.5.4-5. 2 3

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de Livio en la descripción de Antíoco IV (51.20.3)8; modificando los factores de Polibio, destacaba con él la conducta errática del rey sirio, capaz de no dirigir la palabra a sus amigos, pero sí de «sonreír» con familiaridad a gente a la que conocía poco. El comportamiento es parejo al que Amiano recrimina a Probo, pero éste incorpora dos novedades que ilustran las características de la etapa: a. Aquí, potenciando el contraste (blandiensque), se explicita una intencionalidad malvada (ut noceat), ausente del rey sirio; ahí sólo importaba lo incomprensible de su carácter: un atentado a la gravitas / maiestas obligadas a su cargo y talante, en la perspectiva romana. Probo, además de imprevisible e ilógico (§ 2), generoso en sus prebendas, servil con los fuertes y prepotente con los inferiores, es taimado y mezquino porque usa la blanda apariencia para el daño ajeno; como los funestos Danielo y Barzimeres (30.1.16), «serpientes venenosas» prestas a lastimar (nocituri). b. Y, a diferencia de Livio, cuya descripción domina sobre la factualidad del personaje, Amiano juega con la tensión dramática entre la «constatación» y la «realización»: él da unas características, pero, a la vez, añade datos de su acción que se traduce de inmediato en otras9. Irridere10 sólo aparece para los aduladores de Constancio que se «burlan» de Juliano, pese a su éxito (16.12.67). En otro, muy dudoso (26.8.2), pero próximo al anterior, Rolfe lo elige, frente a iniuriose, para acentuar la de los de Calcedonia a Valente: lo llamaban Sabaiarius, porque la sabaia es un licor de cebada o trigo que solía tomar la gente pobre en el Ilírico. A su vez, el sustantivo irrisio aparece en el juicio directo del historiador de la elección de Procopio (26.6.19), anticipando su obituario (26.9.11); y en las acusaciones a Papa, rey de los armenios (30.1.16), víctima de las maquinaciones del malvado Terencio11 (30.1.2), de los nefastos Danielo y Barzimeres12; y, finalmente, del propio Valente, convencido o no por las estúpidas acusaciones de los que habían resultado burlados por él (lusi): al imputarle los «encantamientos circeos», querían demostrar al emperador que les «saldría caro» si el rey sobrevivía a la burla de su fuga; la mejor solución, su asesinato (30.1.19-22): Valente se lo encargó a Trajano (21.9.2).  Cf. I. Moreno, «Emoción, gesto y actio: la risa en el AVC (II)», Talia dixit 6, 2011, 32-40.  Cf. J. Culler, Breve introducción a la teoría literaria, Barcelona, Crítica, 20042, 115- 129. 10  16.12.67; 26.6.19; 30.1.17; 26 8.2. En Tácito, 12 veces en Annales y 3 en Historiae. 11  Su caracterización contrastada (para el mal) es notable. Para el sub-, cf. n. 27. 12  Uno no aparece más. El otro, tribuno de los escuderos, morirá a manos godas (31.8.10). 8

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Poca concesión o atención, pues, a la risa o sonrisa en la obra, en lo que coincide: a. Con la dureza de la etapa descrita. b. Con la tradición histórica, porque la pérdida de dignitas y gravitas que la risa parece implicar13 la aleja del tono elevado que determina, o supone, el relato de las res gestae Populi Romani. c. Con la teoría retórica clásica, que no le concede demasiada relevancia14 – no así a la ironía o al ridiculum; ni al llanto o la commiseratio, en general. d. Y con Livio, que le sirve, si no de modelo, sí de referencia, alusiva y complementaria15. 2 Sólo un pasaje (30.5.11), aun sin pretender hacer «reír» al lector, es jocoso, antes del desastroso final: Faustino, sobrino del Praefectus Vrbi Vivencio (27.3), denunciado por sus enemigos16 por matar a un asno para sus prácticas mágicas, se defendió diciendo que su intención era «fortalecer su cabello porque se le caía». La razón última no debió de ser la magia, importante sin duda; sino la que el final de la broma apunta: el poder y su entorno (conjuras, usurpaciones, y muerte); tema que, como leit-motiv de fondo, estructura el relato de Amiano; de hecho, Nigrino, uno de los querellantes, le había pedido que lo hiciera notario; la réplica – fac me imperatorem, si id volueris impetrare –, «malinterpretada», pero también, y eso es lo importante, «llevada sin paciencia»17, les costó cara. Desde el punto de vista de la funcionalidad, la anécdota, que no se ajusta a una secuencia cronológico-narrativa precisa – no sucede en ese momento; sólo ha ocurrido en esa ciudad (Carnutum) –, no busca hacer avanzar la acción, sino interrumpirla y mantener la tensión, volviendo una vez más, sobre las conjuras y torturas; y actúa de primer presagio para la muerte de Valentiniano (30.5.16-9), siempre airado y colérico (30.5.10): un capítulo después (30.6) eso le costará la vida.  Quint. Inst. 6.3.6.  Aristóteles (Ret. 1415), y el anónimo Ad Herennium (1.6.10) la consideran como alternativa para captar la atención de quien está cansado; cf. también supra. 15  B. Walker, The Annals of Tacitus. A Study in the Writing of History, Manchester 19602, 35ss; y 82ss: impresión, más que hecho. 16  Amiano añade la ominosa presencia de P. Probo: spectante negotium. 17  Inique tiene los dos matices. 13

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3 A partir de él se puede establecer una gradatio en el tono de los pasajes, hasta llegar a la burla, que es la que subyace casi habitualmente en ellos, y el sarcasmo. El primero es el del obituario de Procopio (26.9.11), que en su triste tenor se asemejaba a Craso18, Agélastos, porque, según Lucilio y Cicerón, no sonrió nunca19. Amiano, a diferencia de los demás, utiliza el dato en diversas facetas y siempre de forma funcional y complementaria: i. Con valor fisiognómico, porque Procopio posee prestancia física20, pero está condenado de antemano, según su aspecto y su conducta en el propio momento de la elección (26.6.18). ii. Para actualizar su bosquejo biográfico inicial (26.6.1), en una composición anular, doble cuando menos, y, en alguno de los elementos, antitética: allí Amiano advertía que era castigatior… occultus… et taciturnus; y mientras sus espectadores quedaban stupore defixis ante la elección, tan azarosa como ridícula – ahí aparecía el término irrisione (26.6.19) –, él temblaba en el estrado y hablaba entrecortadamente, temiendo la muerte (§ 18). Ahora la espera, reticens21 atque defixus (26.9.9). Tal inicio sólo puede acabar en tragedia22 (26.6.19). Lo doblemente irónico es que, a diferencia de Valente y los malos emperadores, cuya crueldad los denigra, él, un usurpador, se había mostrado incruentus en su vida; «lo cual es digno de admiración», apostilla Amiano23, cerrando el último exemplum de los que puntean su vida; pero, segundo sarcasmo: esa benignidad personal generó un auténtico baño de sangre para el Estado. iii. Su juicio final, subcurvus24 humumque intuendo semper incedens25, que adapta  Sobre otros aspectos de él, que aquí resultan menos relevantes, cf. J. den Boeft et alii, Philological and Historical Commentary on A. Marcellinus, 26, Leiden, Brill, 2008, 261-2. 19  Para las citas y detalles, cf. I. Moreno, supra, n. 3. 20  Para las buenas proporciones, cf. Pseudo-Arist. 814a; y E. C. Evans, Physiognomics in the Ancient World, Philadelphia, TA P hA , 1969, 76. Para la negación en la descripción, de nuevo contrastada, cf. M. Lausberg, Manual de retórica literaria, Madrid, Gredos, 1975, 586-88. 21  En el juego con tacitus no entramos. 22  Aquí aparece el ingemiscendas; gementes en 30.5.9. 23  Una amplificatio, breve (Ad Her. 3.8.15), doblemente ilustrativa: al hecho se suma la opinión… 24  En la effictio, el Ad Herenium incluye el ciceroniano incurvus. Parejo adjetivo para una misma idea. 25  Cf. E. C. Evans, «Roman Description of Personal Appearance», H S C lP h 46, 1935, 47, n. 2. 18

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el precepto de Quintiliano (11.3.69) para la humilitas, añade un detalle al contraste con la soberbia actitud de ciertos emperadores (26.16.19)26. iv. Y su caracterización se aproxima en tópicos y realización a la del dux Terencio (30.1.2), uno de los ángeles negros de Papa, semperque submaestus, sed … acer dissensionum instinctor. Ambas descripciones, como casi todas, se basan en el contraste; aquí, además, ambas añaden el matiz, expresivo y sugerente, muy amianeo, del sub-27: submaestus / subcurvus en Procopio; y subamarum arridens en P. Probo (27.11.5): rico y colmado de honores, pero siempre intranquilo (§ 6), y malévolo. El de los jueces persas (23.6.82) inicia el crescendo. Luego se pasa ya a la burla y el sarcasmo en la doble caracterización de Juliano, que vuelve al contraste, y apunta, a la vez, su dramático desenlace final. En Estrasburgo (16.12.3), sin ceder al miedo ni dejarse dominar por la ira y el dolor, fastus barbaricos ridens, … stetit inmobilis. Hay un cierto matiz cáustico y de prepotencia en su actitud, que advierte al lector de la tragedia futura. En Antioquía, dominado por la cólera al saber que se le comparaba con los monos Cércopes (22.14.3), el ridebatur lo deja convertido en objeto directo de un escarnio que justifica su odio por la ciudad y su invectiva, el Misopogón. Es una inversión de su anterior actitud, que, además de aproximarlo en la caracterización a otros emperadores «airados», incorpora formalmente matices importantes que ahora sólo se pueden apuntar: a. Su responsión interna, como en los de Procopio (26.6.19 y 9.11), que no se repite. b. El hecho de que, aunque la censura, crítica y maledicencia de los cortesanos, y sus secuelas, sea un triste tópico de la época, Juliano sea un blanco propicio de tales puyas: aquéllos, para agradar a Constancio, irrisive Victorinum ideo nominabant (16.12.67); y hay un factor importante en la comparación con ese usurpador de la Galia: lo que más destaca la Historia Augusta de él es su lujuria; violento contraste con la virtuosa actitud de Juliano, sobre todo tras la muerte de Helena, que, sin embargo, podría encontrar un eco en la reconvención de que iba stipatusque mulierculis, al realizar los innumerables sacrificios que le reprochan. Por otra parte, quizá, ciertamente, a juicio de Amiano, como al de esos viperinos censores, Juliano enfatizaba con excesivo orgullo su éxito de  Como G. Sabbah ya apuntó (cf. den Boeft et alii, supra n. 18, 261).  Sub-aquilus, sub-agrestis, sub-iratus … sub-niger (para Constancio II).

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Estrasburgo. De hecho, ese reproche, de sutil y compleja realización narrativa, es fundamental para matizar el criterio positivo que se le atribuye (y es cierto, en conjunto) sobre su Emperador ideal: i. Le recrimina su error político al rebajar los precios de los objetos de lujo por razones de popularidad. ii. Su obstinación, comparándolo con su hermano Galo (22.14.2), salvo por la crueldad – el mismo incruentus de Procopio (26.9.11). iii. Y su saevitia – contradicción frente a lo anterior –, porque se excedió en sus críticas a los antioquenses. La espiral, elemento clave en la secuencia dramática de Amiano, continúa con la réplica irónica de estos contra él; y en esa ira … interna, que acaba en el ridebatur y la comparación con los monos. iv. El último reproche es por su manía de realizar, impertérrito, callado y guardando sus pensamientos, grandes (e inútiles) sacrificios. Es, de nuevo, un giro contrastivo que, sin embargo, añade un dato haciendo avanzar la acción: frente al César triunfante de Estrasburgo, que se ríe de la fanfarronería bárbara, el ahora sujeto paciente de otras burlas va a acabar víctima de su propia altanería (como los alamanos antes): empecinado, y sin atender a los avisos de unos dioses a los que pretendía conciliarse con tales y tan ridículas ofrendas. Éste es justamente el tema que cierra su largo retrato post-mortem, según la conjetura de Rolfe (25.4.27); y el pasaje encaja bien en un matiz que el historiador marca para su personaje, a través de unas aristas, imperceptibles desde otros ángulos. 4 Finalmente, la mayor novedad en el tratamiento del tema. Si en Livio la risa surgía más en escenas oficiales o públicas que en particulares e íntimas, aquí no hay ni una situación de éstas: todo se hace ante el público (la corte), o acaba siendo público (la condena). Aquí se apunta el ingrediente de la compasión o conmiseración de la concurrencia: Valente condena a los acusados por la conjura de Teodoro a ser degollados (29.1.39), salvo a Simónides, que irá a la hoguera. Tres factores importantes en la escena: a. Los elementos externos que ayudan a definirla: el gesto del filósofo, que ardió inmobilis – como Juliano en 16.12.3 –, ridens subitas momentorum ruinas; y el funestum spectaculum que genera la ejecución. b. La imitación de Peregrino, devorado en una pira que él mismo levantó,

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como un exemplum (totum simile), cuyo valor demostrativo (ad persuadenum) apenas cuenta; sólo impacta por su fuerza (la de la conmemoratio y la de la evidentia). c. Y, sobre todo, el lamento (questus) de los que singulorum mala omnium esse communia credebantur (§ 38). Es un valor muy distinto al que Livio subrayaba en el suyo del siervo que mata a Asdrúbal y muere, specie ridentis, en medio del tormento (21.2.6). Ahí lo que se enfatiza es la virtus del esclavo y su paz en medio del dolor por la venganza cumplida. En Amiano, el desprecio del sabio y la humanitas de los espectadores, que antes ni aparecían, ni compartían. Hay, con todo, un menor juego retórico del que exhibe Livio, que manejaba todos los recursos con precisión y amplitud, huyendo del tópico escolástico. Amiano es más barroco e impactante, menos variado, más amargo.

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