Una revisión de la literatura, imprenta, agrupaciones literarias y la cultura en Chile

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Una revisión de la literatura, imprenta, agrupaciones literarias y la cultura en Chile Por Gabriel Ramírez 1.1 Una revisión del proceso socio histórico de la imprenta, los libros y el uso del conocimiento en Chile.

La historia de la literatura en Chile, nos lleva a realizar una comprensión de su mismo rol desde un enfoque histórico-social que ayuda a entender las distintas características actuales del ejercicio literario, y como los chilenos nos hemos reunido entorno a ella; para esto, es necesario hacer una revisión desde su llegada, quiénes tenían acceso a ella, la importancia del conocimiento a través de los libros para los ciudadanos y cómo ha llegado hasta nuestros días.

Distintos autores coinciden que la literatura en Chile inicia en la época que los historiadores han llamado “La Colonia”, que comprende desde el año 1598 hasta 1810, y, a diferencia de otros países de América Latina, como México o el Virreinato del Perú (en aquella época), se desarrollo únicamente para un grupo muy reducido de chilenos: de los tres siglos que comprende la época de la Colonia, no existió en Chile imprenta, ni mucho menos actividad editora, que operara de modo continuo (Subercaseux, 2000). Es más, durante la Colonia, de los pocos libros –y, por ende, las cartillas de educación- a los cuales los chilenos podían acceder, provenían de Perú. Fue tan precario, de hecho, durante toda la época Colonial la imprenta en Chile que ya para 1812, el Gobierno debe importar tres tipógrafos desde Boston para enviar noticias a los ciudadanos de Chile. Estos antecedentes nos datan solamente de la baja importancia que se le daba al libro, y el conocimiento al cual se podía acceder desde éste, para nuestro país.

Según Subercaseux (2000), José Toribio Medina, en la época Colonial, data de la importancia de tener imprenta, porque, de hecho, algo tan simple como “El Reglamento de Hospicio de Pobres de la Ciudad” (una suerte de política pública de la época que hacía referencia a hacerse responsable de los niños huérfanos para evitar que pidiesen limosnas), que tuvieron que mandarlo a imprimir a Argentina. Por otro lado, testimonios como el del inglés John Miers resultan relevantes para la

comprensión de los impactos sociales que tiene este alejamiento de la literatura, y, por ende, el acceso al conocimiento, de los chilenos durante la Colonia:

“Los chilenos son ignorantes y proclaman con cierto orgullo que no requieren del conocimiento de los libros. Tienen además muy pocos y los pocos que tienen no los leen. Recuerdo que el Presidente del Senado, que era visto por sus conciudadanos como una gran autoridad, se vanagloriaba de que no había leído un solo libro durante los últimos 30 años”. “He encontrado –dice Miers- ignorancia por todas partes, incluso entre letrados o entre aquellos que administran o conocen las leyes. La falta de educación que existe en el país es notoria”. (Miers, 1826)

Podemos, entonces, dilucidar un precario acceso a los libros, pero no sólo eso, sino que un desinterés generalizado del periodo colonial en Chile por los libros, la imprenta e, incluso, como destaca Miers (1826), al conocimiento mismo que transportaban aquellos. No sería entonces hasta una etapa post-colonia que comienza a tomar un rol dentro de nuestra sociedad, pero, así mismo, por una emancipación política que se da desde 1810, la independencia de Chile y, como consecuencia de la misma una reorientación de las relaciones sociales en nuestro país (Subercaseux, 2000). Lo que más llama la atención, dice Subercaseux (2000), es el nivel de retraso que presentaba Chile ante el avance literario, y de acceso a la información, que ya mostraba, con bastante anterioridad, los Virreinatos de Nueva España y Perú.

Se podría inducir, por tanto, que el hecho de la poca expansión del conocimiento, los libros, la literatura y la imprenta en general, tendría causas que podemos encontrar en los principales poderes fácticos del país, así como su fuerte influencia de los cánones más conservadores de la Iglesia Católica, cuestión que pareciese tener como un eje diferencial marcado con los Virreinatos de Nueva España y Perú, al parecer, de apertura al progresismo de las autoridades de la época.

Solamente con la llegada de las primeras imprentas al país, con fines muy específicos; la prensa y el Gobierno, se mostraría las primeras intenciones de la expansión del conocimiento Universal con tres ideas fuerza: la razón (como manera de conocer, universal), la naturaleza (por sobre lo artificial) y el progreso (de que todo futuro es mejor que el pasado), que lleva Juan Egaña para el período postcolonial (Subercaseux, 2000). Aquí, Egaña pasa a tener una gran importancia para la expansión de la literatura, y el conocimiento encerrado en los libros, reflejado en la siguiente frase: “Deseo de saber, pasión más pura y celestial del hombre, ¿por

qué no fijas tu mansión en un suelo destinado para cultivarte?”1. Pero, por otro lado, el mismo discurso esconde otra realidad que también se estaba gestando en Chile y que es sumamente importante para comprender los fenómenos literarios, y del conocimiento mismo, que comenzarían a erosionar desde la Independencia: el encierro, o la exclusividad, del acceso a estos de la elite criolla local. (Subercaseux, 2000). El acceso de lo impreso al público en general será dado posteriormente, con el diario La Aurora de Chile, desde Valparaíso, en 1811, como manera de abrir este discurso “ilustrado” criollo y la emancipación política de las ideas independentistas. De esta manera, este hito marca un precedente como primer acceso a la imprenta de nuestro país, es decir, a lo escrito como medio para traspasar el conocimiento (Subercaseux, 2000). De esta manera, como explica Subercaseux (2000) se empiezan a concebir otros hitos que irían marcando a un naciente Chile independiente y republicano, que comenzaría a importar material europeo para traspasarlo a dos grandes instituciones: la Biblioteca Nacional y el Instituto Nacional, como manera de afianzar esta estrecha, y naciente, relación de la política-institucional ilustrada. El problema, lamentablemente, es que después del proceso de independencia, desde 1810, aún existían conflictos político-militares que, ya en 1814, llegaron a un punto culmine dando un gran retroceso. No sería hasta el proceso llamado “Reconquista”, el cual coloca a Bernardo O’ Higgins, en 1817. Durante los tres años de este proceso, se intentó frenar cualquier avance de la ilustración en la población chilena: esto, incluyendo –por supuesto- la imprenta (como máquina del mal). Esta transición tuvo duras reprimendas de todas maneras, creó, finalmente, una ambivalencia entre lo nuevo (o moderno) y lo antiguo que permaneció en las instituciones, colocando, de esta manera, a la sociedad común en la bisagra entre ambas, dificultando los avances progresistas ilustrados (Subercaseux, 2000). Para esta época, de todas maneras, ya comienzan a surgir nuevos referentes que marcan un hito en la formación de las primeras agrupaciones literarias, marcando, de esta forma, un precedente en la manera de comprender el acceso al conocimiento, el interés por los libros, y el paso de la transición post guerra por la reconquista. De aquí, entre otros, surge José Victorino Lastarria. Podemos resumir, entonces, desde este apartado, que existió una prevalencia –casi

1

Extracto del discurso de Juan Egaña, dictado en 1806, por la Obra Inaugural de la Universidad San Felipe, en Chile. Encontrado en Subercaseux (2000).

exclusiva- de la imprenta para fines gubernamentales, administrativos, del comercio o de la Iglesia y no, aunque los liberales lo intentaron, de la formación libre; principalmente literatura europea que querían ser distribuidos para la población, en especial la elite criolla ilustrada. Vemos de esta manera una concentración de este grupo para el acceso, muy limitado, al conocimiento, ya desde una sociedad, en general, con un continuo desinterés por la lectura, azotada por una seguidilla de conflictos bélicos y políticos, dando una inestabilidad nacional. Se refleja, a nuestro criterio, en la siguiente frase de Benjamín Vicuña Mackenna: “Los diarios se publicaban sólo los Sábados, es decir, el día que los lectores se afeitaban y cambiaban de camisa, y se vendían a medio el número en la esquina de ramos, junto con el polvillo y la chancaca, y cuando no se vendían, servían para envolver la última, lo que era más usual, y más sabroso” (Mackenna, 1850) 1.2 El movimiento de 1842, la formación de la primera sociedad literaria en Chile. “Se dice que la literatura es la expresión de la sociedad porque, en efecto, es el resorte que revela de una manera, la más explicita, las necesidades morales e intelectuales de los pueblos; es el cuadro en el que están consignadas las ideas y las pasiones [...] de toda una generación.” (Lastarria, 1842). La inestabilidad política del país, que resultó en la promulgación de la Constitución de 1833, cuyo principal redactor fue Andrés Bello. Esto, en tanto, le otorgaba al Presidente amplios poderes con la excusa de que era necesaria la mantención del orden público en el país, y, con el tiempo, estos se irían dando más libertades. Pero, por la década de 1840, ya comienza a suscitarse un malestar generalizado, en especial de la elite criolla ilustrada del ala liberal, viéndolo desde un arista político, por esta falta de libertad amparada por ley. Solo con la llegada de Manuel Bulnes, en 1841, se pudieron dar mayores libertades. Por ejemplo, el enriquecimiento del espacio público para los periodistas; se proliferan diversos periódicos que abre un nuevo, y enriquecido, debate sobre las problemáticas del país, como la misma libertad de prensa. (Cordero, 2014)

Es necesario mencionar que las ideas progresistas tuvieron un impacto en todas las esferas del quehacer público, reformando así las instituciones, y cualquier otro espacio que influyese en la discusión política de la época. Así, Chile, en 1840, se iniciaba en la maratónica carrera de crear un “nuevo hombre” que estuviese listo para un cambio social y político, para que, posteriormente, inspirar un cambio personal e intelectual para llegar a una democratización tanto estatal como social. (Stuven, 1997)

En este marco, surge un nuevo movimiento cultural y profundamente intelectual, integrado principalmente por alumnos de José Joaquín de Mora y Andrés Bello, como alumnos del mismo Lastarria: la llamada Generación del 42, cuya principal agrupación fue la Sociedad Literaria, que eligió como primer director a José Victorino Lastarria. Las reuniones comenzaron el 5 de Marzo de 1842, y en total se llevaron a cabo ochenta y seis sesiones, siendo la última el 1 de Agosto de 1843. A esta pertenecieron cerca de cuarenta miembros, donde destacan ilustres personajes como Carlos y Juan Bello –hijos de Andrés Bello-, Álvaro Covarrubias, Andrés y Jacinto Chacón, Santiago Lindsay, Aníbal Pinto, Anacleto Montt y Francisco Bilbao. Pertenecían a las familias más prominentes e importantes de Chile, educados todos en los mejores establecimientos de esa época en Santiago. (Cordero, 2014)

Para esto, encontramos pertinente compartir la reflexión expuesta por Jacinto Chacón, en carta a Domingo Amunátegui, en Valparaíso, el 18 de Julio de 1893, dónde describe los motivos que llevaron a aquellos jóvenes a fundar la primera Sociedad Literaria en Chile.

“La tenaz persecución emprendida por el partido conservador triunfante de la revolución de 1829 contra los sostenedores y parciales del Gobierno Liberal de entonces, persecución que llegó al paroxismo después del motín de Quillota y la trágica muerte del Ministro Portales (1837), produjo dos trascendentales consecuencias. La primera fue haberse creado en el seno mismo del nuevo Gobierno una escisión, tendiente a hacer cesar toda persecución y establecer la paz y la concordia en la familia chilena. La segunda consecuencia fue la de crear en las generaciones nuevas un espíritu de protesta y animadversión, a la vez contra los perseguidores y contra reaccionarios. De este espíritu surgió el movimiento literario cuyos recuerdos evoco” (Chacón, 1893) En el discurso inaugural del, reciente electo, Presidente de la Sociedad, José Victorino Lastarria, marca un precedente para la literatura y cultura chilena, ya que invitada a los miembros mismos a llevar a cabo la titánica tarea de formar una literatura nacional, pero jamás desanclarse de la realidad nacional, la construcción de Chile y su formación de identidad. De esta forma, explica que este vínculo debe fortalecerse, ya que se había dejado de lado la literatura y la educación, centrando cualquier esfuerzo en una prosperidad económica, pero José Victorino Lastarria insistiría en su idea de la literatura como expresión del pueblo, revelando, así, sus necesidades intelectuales y morales. (Cordero, 2014)

La idea de literatura que intenta levantar, así, José Victorino Lastarria, no centra la literatura en el plano único de cánones estéticos y pertenecientes a determinados géneros: muy por el contrario, Lastarria (1842) propone una idea amplia de literatura, que integraba las más diversas disciplinas, tales como matemáticas, biología, historia o derecho. De esta forma, el mismo comienza a desplegar el término “literatura”, para él, tendría el rol de integrar todos los aspectos de la cultura de una sociedad que pueden darse a conocer a través de la palabra, la cual tiene la cualidad especial de comunicar ideas y saberes.

Para Cordero (2014), de las inspiraciones más grandes de Lastarria era la creación de una literatura nacional que pudiera formar y fundamentar la identidad del pueblo chileno, y, la forma para lograrlo, finalmente, sería a través de la escritura y la difusión de distintos libros y textos sobre diversas disciplinas, todo para transportar por todo el territorio el conocimiento.

Los miembros de la sociedad, y del movimiento intelectual protagónico de 1842, puede concluirse, que no sólo tuvieron un rol como creadores o divulgadores de textos y libros (o, como diría Andres Bello, “de la ciencia desinteresada”), sino que anclados a la política y realidad nacional, de las demandas de la sociedad chilena y la formación de una naciente patria. Eran, los miembros de la Sociedad misma, los que para Jose Victorino Lastarria (1842) tenían la responsabilidad de crear la literatura para el mismo país, los creadores de la cultura de su mismo tiempo.

1.3 Agruparse entorno a los intereses literarios, otro mundo encerrado que se abre para Chile del Siglo XX:

Paralelamente al surgimiento del movimiento literario de 1842, que marca un precedente histórico relevante en la sociedad chilena después de la Colonia, es pertinente describir otros tipos de agrupaciones que se dieron, esto, en el marco de reflexionar sobre el encierro, o la exclusividad, que tuvo esta última sobre los aconteceres literarios.

Para Manuel Peña (2001), esto se explica que, en Chile, no existía algo propiamente tal como los cafés literarios (de hecho, principalmente, si había algún indicio de algún similar, eran bares o lugares bohemios) que se estaban gestando en otros

países, como Argentina, y que los chilenos preferían mantenerse en sus casas y escritorios escribiendo que salir a compartir con otros sus creaciones y reflexiones. Pero, de todas maneras, han existido cafés, bares y restaurantes dónde se han gestado grandes reuniones de autores en Chile y que, por supuesto, sería la primera muestra de un estilo de asociacionismo entorno a intereses en particular.

El mismo Peña (2001), de todas formas, describe que esta estaba encerrada en la realidad Chilena por lo largo del Siglo XIX, reservado a una pequeña elite que se reunía en lugares sumamente exclusivos. Existe, por tanto, en esta sociedad, un encierro de la literatura para la población en general, quién no relata un problema de acceso a ella (para ese entonces ya había una funcional Biblioteca Nacional), sino que un deje de interés por ella.

Solamente hacia inicios del Siglo XX, con la explotación económica y auge que experimentó Chile gracias al Salitre, las capas medias pueden acceder a más servicios, muchos proporcionados por el Estado, y la educación en general; de esta forma, aumentaría el consumo cultural y un rol más activo de la sociedad en el acontecer público. (Subercaseux, 2000). Para Subercaseux (2000), la sociedad chilena, de todas formas, se agruparía en escalones de clase, ordenando todas las formas sociales en Chile, de manera escalonada, pudiendo ingresar a distintos tipos de Cultura, pero, así mismo, agrupándose según clase social bajo distintos intereses que crearían, finalmente, las distintas obras literarias que tomarían lugar en Chile. La ciudad, para ese entonces, albergaría las distintas culturas y agrupaciones desde distintos intereses del Siglo XX.

Es necesario, entonces, hacer una distinción del reordenamiento de la época, en tanto podemos evocar una rigidez social que pudiese explicar las diferencias en consumo cultural, involucrando, por supuesto, la literatura, el conocimiento y la vida pública. Podemos agruparlos en tres circuitos culturales paralelos –pero que no se agrupan-, cada uno con un perfil propio, y con públicos tajantemente delimitados: en primer lugar tendremos el (1) circuito de la elite, (2) masas y capas media y, finalmente, la (3) cultura popular (Subercaseux, 2000).

En primer lugar, el (1) circuito de la elite chilena del Siglo XX, estuvo fuertemente marcada por el teatro y la ópera, era de tal exclusividad esta actividad que llegó un palco a costar cerca del precio comercial de una casa de la época. (Subercaseux, 2000). Pero esto no era solamente el consumo mismo de una cultura reservada para un grupo selecto, sino que también agrupaba la vida social de la misma, la

aristocracia compartía su mismo modo de ser, y la exclusividad de la distinción social: en ella ocurrían desde los negocios, hasta la vida social. En esto, como habremos detallado más arriba, se agrupaba los círculos más virtuosos de la época, con mayor acceso a la educación y los mejores establecimientos educacionales de la ciudad. Por otro lado, existirían esta nueva clase emergente desde el Siglo XX, las (2) masas y capas media. Aquí, por ejemplo, comienzan aquí a surgir los primeros artistas –que vivían de tal profesión- en Chile, pero también, es una capa que se forma desde los avances industrializadores de la época en tanto que se pudo esparcir la vida pública a otras esferas: la gente pudo estudiar, desarrollarse, entrar a la política y al debate público en general. Crean la bohemia como un estilo de vida. Pero también, se abre el aspecto de la intelectualidad y la cultura a un espectro más amplio de la sociedad. La forma de consumo cultural, de todas formas, fue la zarzuela, en las plazas de las principales ciudades, como también en teatros al aire libre. Las ganancias de la compañías que ofrecían zarzuelas llegó a ser casi lo mismo que el teatro Municipal. Por último, encontramos la (3) cultura popular, dónde destaca un medio de transmisión de conocimiento y cultura a través de la poesía popular. La cultura, aquí, se construía desde lo más público: se vociferaba en zonas de alta ocurrencia o se panfleteaba en las mismas zonas. Desde esta misma clase se producía y consumía la cultura misma. De todas maneras, estas estaban enfocadas en la miseria y una terrible pobreza que la industrialización y modernización del Estado parece haber dejado de lado.

La descripción de los consumos culturales y las tres grandes descripciones que realiza Subercaseux (2000), nos llevan a la conclusión del impacto que tuvo la baja importancia de la cultura y la literatura desde la Colonia en Chile hasta el Siglo XX, segregando de a poco la población chilena, generando distintas culturas que no fueron capaces de dialogar entre sí, hasta llevar la sociedad hasta este punto de fragmentación (Subercaseux, 2000).

1.4 El Chile de hoy: las consecuencias de la historia de Chile en el consumo de literatura en la sociedad moderna.

Toda la historia de Chile pareciese tener la constante del bajo nivel de interés por la lectura y, además, del encierro en una pequeña élite al conocimiento y al consumo cultural, de la vida pública misma y la política. Esto ha generado un impacto en nuestra sociedad, por supuesto. Los datos que expondremos a continuación, recopilados en el estudio del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, en el año 2012, son muestra fehaciente del bajo consumo que ha experimentado Chile y el

desinterés existente –que persiste en nuestra sociedad- hacia la literatura y la cultura en general.

Desde los años 90 ha existido una creciente demanda por consumo cultural que se ha expandido por la sociedad chilena, hecho que puede constatarse transversalmente a la diversidad de grupos económicos del país (Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, 2012). El mismo estudio también detenta que existirían las mismas barreras para el acceso al consumo cultural, haciendo una distinción de ingresos, grupo socioeconómico, sexo, edad, estatus y el tiempo, muy similar a lo descrito durante la historia de Chile que describimos anteriormente.

El consumo cultural, en específico el consumo literario en nuestro país, ha experimentado una misma suerte según el estudio del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (2012), aunque ha tendido a mejorar en el tiempo: para el año 2005, las personas que habían leído al menos un libro en 12 meses, alcanzó un 22,6% de la población. En cambio, la cifra aumentó casi al doble para el año 2009, en dónde, el mismo índice, cifró 41,4%, lo que se mantuvo con un ligero aumento para el año 2012, cifrando 47%. Lamentablemente, no existen antecedentes confiables para el consumo cultural, y mucho menos consumo literario en nuestro país. De esta manera, el mismo estudio nos muestra que, para el año 2005, el 77,4% de la población no había leído ningún libro el último año, y ya, para el año 2009, esta cifra disminuyó al 58,6%, llegando, finalmente, para el año 2012 a un 53%.

Los datos, de todas formas, nos muestran el mantenimiento histórico del desinterés por la lectura y el mundo literario en general en la sociedad chilena, cuestión que ha ido mejorando lentamente a través de distintos incentivos hacia el consumo cultural y la práctica de lectura.

Bibliografía Subercaseux, B. (2000). Historia del Libro en Chile (2ª edición ed.). Santiago de Chile: LOM Ediciones. Peña, M. (2001). Los Cafés Literarios en Chile. Santiago de Chile, Chile: Ril editores. Chacón, J. (18 de Julio de 1893). Una carta sobre los hombres de 1842. Don Francisco Solano Astaburuaga. (D. Amunategui, Entrevistador) Miers, J. (1826). Travels in Chile and La Plata. Londrés: Ril editores (traducción). Mackenna, B. V. (1850). Sin titulo. El Progreso. Lastarria, J. V. (1842). Discurso de incorporación de D.J. Victorino Lastarria a una sociedad de Literatura de Santiago, en la sesión del tres de mayo de 1842. Imprenta de M. Rivadeneyra. Cordero, A. S. (2014). El concepto de literatura en Chile durante la década de 1840: José Victorino Lastarria y la Sociedad Literaria. Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México. Stuven, A. M. (1997). Una aproximación a la cultura política de la élite chilena: concepto y valoración del orden social (1830 - 1860). Santiago: Estudios Publicos. Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. (2012). Encuesta Nacional de Participación y Consumo Cultural. Santiago de Chile: Ccultura.

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