Una propuesta de lectura de Oliver Twist en clave educativa

July 23, 2017 | Autor: M. Belmonte | Categoría: Charles Dickens, Education and Literature
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Descripción

UNA PROPUESTA DE LECTURA DE OLIVER TWIST EN CLAVE EDUCATIVA 1

Resumen: Este artículo trata de ofrecer a los lectores de Dickens, cuyo 200º aniversario ha sido ampliamente celebrado durante 2012, y en especial a los educadores y profesores de Literatura en enseñanzas medias unas líneas de interpretación de Oliver Twist en clave educativa. En contraste con las interpretaciones corrientes de esta obra que algunas producciones cinematográficas han suscitado en el imaginario colectivo, los personajes y las relaciones entre los personajes así como la trama argumental y los detalles secundarios justifican la extracción de una enseñanza moral de calado social y de aspiraciones universales que trascienden la época y el contexto en que fue escrita. La atractiva ficción dickensiana permite reivindicar bienes tales como la amistad, la esperanza, la justicia y la misericordia como elementos nucleares del desarrollo de toda personalidad individual y social. Palabras-clave: Charles Dickens – Oliver Twist – educación – amistad – justicia social

A SUGGESTED WAY TO READ OLIVER TWIST FROM AN EDUCATIONAL POINT OF VIEW

Abstract: This article tries to offer the readers of Dickens, whose 200th anniversary was broadly celebrated in 2012, and particularly educators and high school literature professors some interpretation lines of Oliver Twist from an educational point of view. In contrast with current interpretations of this work that some movie productions have brought about in the collective imaginary, its characters and the relations among them as well as its main plot and supporting details justify obtaining from this book a moral teaching of great social impact and of universal aspirations that transcend the times in which it was written. Dickens' attractive fiction allows to claim for goods such as friendship, hope, justice and mercy as core elements in the development of any individual and social personality. Key-words: Charles Dickens – Oliver Twist – Education – Friendship – Social Justice

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Artículo publicado en Puertas a la Lectura (Revista del área de educación de la Universidad de Extremadura), número 25 (2012), ISSN Impreso: 1575-9997 - ISSN Digital: 2253-9328, páginas 45-59.

1. Dickens y Oliver Twist La vida de Charles Dickens (Portsmouth, 1812 – Londres, 1870) resulta tan excepcional como la de muchos de sus personajes. Su padre carecía de capacidad para la dirección de una casa, especialmente en su dimensión económica. Hasta el punto de pasar una buena temporada en prisión por deudas. Intentando evitarlo, su madre abrió una escuela a la que no se apuntó ningún alumno. Sólo un golpe de fortuna en forma de herencia familiar sacó a la familia de Dickens del camino seguro hacia la miseria más absoluta. La infancia y primera juventud de Charles estuvo salpicada de cambios de domicilio, de interrupciones en su formación académica –quizá Dickens es el último autodidacto- aunque también de algunos años de tranquila comodidad y felicidad infantil que nunca olvidó. Ya en sus entrecortados tiempos escolares destacó por su viveza intelectual y por su facilidad para contar historias. En la época en que solo podía ver a su padre los domingos en la cárcel, se dedicaba de lunes a sábado a trabajos penosos en almacenes a seis chelines la semana. Entonces conoció de cerca el mundo de la explotación infantil así como el de los bajos fondos londinenses. Todas estas experiencias, filtradas por su genio creador y recreadas literariamente, afloran continuamente en Oliver Twist. El golpe de fortuna aludido llegó a tiempo para que Charles fuera enviado de nuevo a una escuela durante algo más de un año. Así pudo empezar a trabajar en el escalafón más bajo de un despacho de abogado londinense, poco más que como chico de los recados, con apenas quince años. Al ajetreo de abogados, jueces, despachos, todo en pleno Londres, le sumó Charles el interés por la vida parlamentaria en sus ratos libres: soñaba con dedicarse al periodismo político. Y lo consiguió. A los veinte años ya era conocido por ser el mejor escribiendo crónicas de los discursos parlamentarios. El trato con el mundo editorial facilitó la publicación de sus primeros relatos bajo el seudónimo Boz. Enseguida alcanzó una popularidad que nunca le abandonaría. Encargos de mayor envergadura fueron llegando: los editores Chapman y Hall le pidieron que escribiera unas historias en coordinación con las viñetas de un popular dibujante. Estaban a punto de ver la luz Los papeles póstumos del club Pickwick, la primera gran obra de Dickens, cuyas primeras historias aparecieron en marzo de 1836. La enorme capacidad creativa de que daban fe sus personajes dejó en un segundo plano las ilustraciones y le encumbró rápidamente como uno de los más grandes novelistas de todos 2

los tiempos: “ningún novelista del siglo XIX, ni siquiera Tolstói, fue más poderoso que Dickens, cuya riqueza inventiva casi rivaliza con Chaucer y Shakespeare” (Bloom, 2002: 323). El éxito de los personajes del club Picwick, que habían hecho reír a toda Inglaterra, permitió a Dickens lanzar su propia revista, Bentley’s Miscellany, donde ir publicando los capítulos de su siguiente gran obra, precisamente Oliver Twist, con cuyas peripecias generaciones enteras de jóvenes dentro y fuera de Inglaterra han derramado sus primeras lágrimas. Es fácil imaginar a una multitud de lectores esperando ávidamente las sucesivas entregas. Incluso podemos imaginar al propio Charles Dickens recibiendo con aparente desinterés las reacciones de sus lectores. Fue un gran mérito de Dickens no autoencasillarse en el relato humorístico. A pesar del éxito pickwickiano, y en comparación con dicha obra, el humor aparece en Oliver Twist siempre en breves -aunque deliciosas- dosis, pero el tono general es coherentemente dramático. En cualquier caso, aunque la novela se siguió publicando -según el modo habitual en la época- por entregas, Dickens publicó ya en octubre de 1838 la obra completa en cuanto la hubo acabado de escribir, meses antes de que acabaran las entregas periódicas. Luego siguieron multitud de novelas, escritas a la vez que viajaba por América, Suiza, Italia… Su fama le precedía allí donde fuera y su talento como conferenciante la multiplicaba, más allá de las suspicacias que un inglés como Dickens pudiera despertar en auditorios ante los cuales no evitaba enfoques tan delicados como la defensa de los derechos de autor o la denuncia de la esclavitud. Nunca dejó de ser inglés por los cuatro costados y, aunque sus múltiples viajes le proporcionaran nuevas ideas (como América e Italia respecto a Martin Chuzzlewit y A Christmas Carol), su perspectiva fue siempre la de un inglés. La presencia de su propia trayectoria vital la quiso marcar especialmente en David Copperfield, escrita en primera persona, donde llega incluso a incorporar episodios autobiográficos. Ni aquel acento inglés ni esta impronta autobiográfica frecuente en sus obras le quitan en absoluto universalidad al autor de A Tale of Two Cities o Bleak House porque, como dice Chesterton en su preciosa biografía, “el escritor inmortal es el que hace algo universal de una manera especial… el que da algo de interés para todos, pero de un modo que sólo un hombre o un país pueden darlo” (2002: 209).

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2. Oliver Twist y las instituciones: mutuas influencias

El contexto histórico en que se enmarca Oliver Twist es la Inglaterra de la primera mitad del siglo XIX, con sus leyes de pobres, sus instituciones de beneficencia, sus contrastes entre las clases sociales más desfavorecidas, la eterna aristocracia y la emergencia de nuevos grupos sociales más o menos adaptados a las cambiantes situaciones económicas generadas por la revolución industrial. Un siglo en el que Inglaterra hacía frente a los cambios económicos y sociales mediante lentas transformaciones en sus instituciones políticas. Con lentitud pero con constancia a la vez, cosa que permitía esquivar las crisis revolucionarias típicas del continente. Sólo un clima así pudo generar un tipo de crítica social como la que se halla en la obra de Dickens. Una crítica que tiene algo de reformista pero poco de revolucionaria. Instituciones como los hospicios que tenían encomendados niños abandonados o leyes como las que obligaban a los pobres subsidiados por el Estado a trabajos de diversa índole, respondían a una visión filantrópica de la pobreza desde la cual, a menudo, se caía precisamente en auténtica falta de humanidad. Especialmente si las personas encargadas de velar por el buen funcionamiento de estas instituciones pensaban como el repugnante pertiguero Bumble, quien afirma cínicamente que la beneficencia consiste en dar a los pobres lo que no necesitan hasta que se cansen de pedir. La llamada ley de pobres de 1834 organizaba la asistencia a los pobres a través de hospicios dependientes de las parroquias a la vez que fijaba unas condiciones muy estrictas para ser beneficiarios de las ayudas. De hecho una de las principales dificultades con que se encuentran los historiadores al medir los efectos de tal ley es que muchos pobres declinaban comprometerse con aquellas condiciones, por lo que no constaban como tales en ningún registro. La intención de la ley no era mala. Se trataba de distinguir entre el auténtico necesitado y el simple vago. Muchas familias habían dejado el campo porque existían limitaciones al incremento de los jornales que forzaban el pauperismo. Llegadas a la ciudad, la situación no era mejor. A menudo esto se traducía en la separación forzada de familias donde el padre era enviado a trabajar lejos del hospicio donde se atendía a su mujer o a sus hijos con unos regímenes alimenticios escasos. Lo peor del nuevo sistema de beneficencia no era que apenas arreglase el problema económico de los pobres, lo peor era que privaba a los niños pobres de lo único que les ponía en situación de igualdad con el 4

resto del mundo: el amor cariñoso y protector de unos padres cercanos. Y eso no lo compensa subvención alguna. De ahí la ironía con que Dickens se refiere a los miembros de la junta de beneficencia como hombres “muy sabios, profundos y filosóficos” (2008: 32). Algunas de las realidades sociales más degradantes que aparecen en Oliver Twist, como la isla de Jacob, se convirtieron en objeto de atención política y acabaron por ser extirpadas, en gran medida como efecto de la popularidad de esta obra de Dickens. De ahí que se haya podido afirmar que los efectos de reforma social de la literatura dickensiana fueron bastante más grandes que todas las proclamas de diferentes ‘reformistas’ de profesión. Aunque los lectores sabían que sólo estaban ante una novela por entregas, también se daban cuenta de que la isla de Jacob descrita en ella era tan real como la que todos sabían que existía, aunque algunas estadísticas o informes oficiales lo quisieran negar. Aun cuando el realismo de Dickens no incluía aquellas palabras –o palabrotas- que pudieran ‘ofender al oído’, fue el primero en obligar a toda una generación a no cerrar los ojos ante aquella realidad, después vendrían los economistas y los políticos a certificar lo que la mirada humana del creador literario había desvelado.

La rapidez con que se escribió, se editó y se publicó Oliver Twist, así como el gran éxito obtenido, produjo ciertas diferencias entre las diversas ediciones: desde el número final de capítulos –entre 51 y 53- hasta la atribución o no de un nombre a la ciudad natal de Oliver, originalmente llamada Mudfog (algo así como Nieblabarrosa). Precisamente esta rectificación de Dickens nos hace pensar, sin duda, en el comienzo del Quijote, obra que había leído el pequeño Charles. También había leído y admirado el Tom Jones de Fielding. Y en línea con estos clásicos modernos Dickens también pensaba que describir con detalle lo sórdido del mundo del hampa no suponía ningún mal ejemplo para las nuevas generaciones sino todo lo contrario: Las calles de Londres a medianoche, frías, húmedas y sin abrigo; los tugurios destartalados e infectos, donde el vicio se hacina de tal manera que no tiene sitio para darse la vuelta; las moradas del hambre y la enfermedad, los raídos harapos a punto de caerse a trozos: ¿dónde está el atractivo de estas cosas? (2008: 14) Esto afirmaba Dickens en el prólogo a una edición de 1841, tras haber recibido algunas críticas procedentes de espíritus quizás excesivamente escrupulosos. La combinación en 5

Oliver Twist de este tipo de escenarios con otros extremadamente agradables y casi paradisíacos –como la casa del señor Brownlow en Londres o la de la señora Maylie- así como la simplicidad de algunas escenas melodramáticas algo recargadas para el gusto contemporáneo, ha provocado en ocasiones la acusación de maniqueísmo. Pero tener el convencimiento de que la virtud y el vicio son notablemente distintos no es maniqueísmo. Al contrario, maniqueo sería pensar que un determinado contexto material hace forzoso el doblegamiento de la voluntad. Y eso es precisamente lo que Oliver Twist combate. A pesar de las enormes contradicciones que sufre Oliver en su infancia, su fondo innato de grandeza moral nunca cede. Y no meramente porque su debilidad física le impidiera tomar parte en la vida del crimen, de hecho los mismos criminales son caracterizados como sujetos a diversas limitaciones físicas, expresión de su vida desordenada. Lo que Dickens aportó a su época con Oliver Twist fue una doble enseñanza, a los reformadores y a los conformistas. A los reformistas, que el alma humana es tan rica que precisamente por eso vale la pena intentar mejorar las condiciones materiales; pero, cuidado, no vayamos a pensar que sólo hay alguien digno a partir del momento en que se han mejorado dichas condiciones materiales. A los conformistas, que a veces tras un velo de suciedad y podredumbre se esconde un tesoro de humanidad que, si no lo procuramos adecentar, nos acabará mostrando el cubo de basura que puede haber detrás de nuestra higiene y nuestros perfumes.

Quizás al mundo de hoy, excesivamente familiarizado con la vulgaridad, la degradación y la violencia gratuita, le cueste apreciar la profundidad con que Oliver Twist enfoca el problema del mal y de la desesperación. Pero la dificultad no radica en la mayor o menor familiaridad con lo macabro. Lo incomprensible para el hombre de hoy es que en Oliver Twist Dickens mantenga siempre un hilo de esperanza en una Providencia que está mucho más allá de las imperfecciones de un sistema legal o económico y mucho más dentro del corazón del hombre que una asamblea entera de filántropos decimonónicos. Seguramente por eso Inglaterra entera, cuando Dickens murió en 1870, “le lloró como no ha llorado jamás a hombre público alguno” (Chesterton, 2002: 167).

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3. Claves educativas para la lectura de Oliver Twist

Oliver Twist es uno de esos personajes que han alcanzado una presencia casi permanente en el

imaginario

cultural

occidental.

Una

multitud

de

adaptaciones

juveniles

y

cinematográficas ha contribuido a ello poderosamente. Precisamente por ello es necesario un esfuerzo suplementario de imparcialidad a la hora de leer esta obra. Es muy conveniente liberarse de ciertas imágenes preconcebidas fácilmente bajo la influencia de versiones tan sugerentes como, por ejemplo, la ya clásica versión de David Lean (Oliver Twist, 1948), cuya habilidad para llevar a la gran pantalla los elementos más negros no llega al espectador acompañada de una equivalente recreación del fondo más positivo de la obra de Dickens. En otras ocasiones las adaptaciones buscan simplemente explotar el mito literario a favor de una determinada reivindicación social, política o religiosa más o menos anacrónica. Así sucede, por ejemplo, en la versión de Coky Giedroyc (Oliver Twist, 2007), donde se deforma la inocencia original de Oliver o en la versión de Roman Polanski (Oliver Twist, 2005), en que la maldad del judío Fagin casi se convierte en cariño paternal. Aquí no se trata de juzgar la legitimidad de tales adaptaciones sino de proponer unas claves de lectura de la novela que, sin deformarla, ayuden a extraer toda la enseñanza que una obra clásica de esta magnitud sin duda contiene. El que tantos años después esta historia siga concitando el interés de artistas y público es la prueba irrefutable de que el autor acertó con una serie de nociones de pensamiento y esquemas de acción universales. El amor desinteresado, la esperanza recia, la hospitalidad generosa, la confianza personal están presentes en esta novela de principio a fin aun cuando el autor, como buen creador que es, conduce providencialmente la trama de modo que el lector es movido a asentir antes de hallar evidencias.

3.1. Amistad y esperanza

Amar es sembrar esperanza. Cuando el recién nacido Oliver recibe de los moribundos labios de su madre un beso fervoroso, se convierte para siempre en alguien que fue amado. Y alguien que ha sido amado guarda en su interior un recuerdo del bien, una como noticia de algo que fue y que nunca dejó de ser del todo. Cierto es que en el caso de Oliver su 7

esperanza de reencontrar el bien va acompañada de una ingenuidad que le hace darse de bruces contra el mal cuando menos se lo espera. Pero también su sencillez, su incapacidad total para la doblez o la hipocresía, le habilitan para descubrir la bondad allí donde se manifieste. Una Providencia especial cuida de Oliver, a pesar de las maquinaciones del que, a fin de cuentas, es su hermano, Monks. Éste siempre ha sabido que tuvo un hermano pero quiso vivir para no tenerlo, mientras que aquél nunca supo qué familia era la suya, pero quiso vivir para encontrarla. De ahí lo acertado del nombre de ‘Monks’, que significa solitario. Porque la soledad y su vinculación con la depravación moral es característica de los criminales de esta novela. Viven todos ellos formando una banda en la que cada uno busca aprovecharse de los demás. Así que, en el fondo, están terriblemente solos. Necesitan la compañía de otros sólo para tener alguien a quien ganarle dinero a las cartas (el Lince) o bien para evitar una angustia vital que impediría hasta dormir: Monks “sentía una gran aversión a que lo dejasen a solas” (2008: 398). Fagin es capaz de hablar en voz alta mientras cuenta sus monedas y objetos de valor creyendo estar solo; vive rodeado de sus ‘pupilos’, a quienes extorsiona y corrompe, pero no puede confiar en nadie. Su profunda soledad espiritual se materializará en su celda de condenado a muerte. El malvado Bill Sikes parece liderar una poderosa banda criminal pero nadie se preocupa de él cuando cae enfermo más que la desdichada Nancy, a la que precisamente acabará asesinando. En su intento desesperado de huir de sí mismo, tras matar a su compañera, acaba incluso intentando matar a su inseparable perro, en el cual hasta la fidelidad que se le supone brilla por su ausencia, como un efecto perverso más de un amo así. El horrible final de Sikes, con la descripción no solo de su recorrido zigzagueante y sin sentido sino especialmente de su remordimiento insoportable, constituye uno de los momentos psicológicamente más profundos de la novela. Sikes sólo consigue un instante de paz mientras se lanza a ayudar a las víctimas de un incendio, casi deseando, pero no pudiendo, morir heroicamente. Sikes acaba ahorcado involuntariamente por su propia mano, acosado por una masa enfurecida de la que nunca emerge ni piedad ni amistad alguna. El final de Fagin y Sikes desmiente algo que el propio Fagin había afirmado en su intento de ‘adoctrinar’ a Noah Claypole: “todo hombre es amigo de sí mismo” (2008: 451) le dice Fagin en el contexto de un discurso entre halagador y amenazante. Pues, bien, cuando el crimen es vivido sin esperanza alguna

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de redención, uno se convierte en el peor enemigo de sí mismo, uno se vuelve tan insoportable a sí mismo que no hay ámbito alguno donde refugiarse.

3.2. De la falsa filantropía a la auténtica hospitalidad

Ser amado es ser acogido hospitalariamente. Una de las ironías más notables de Oliver Twist es que el lugar más inhóspito del mundo sea llamado hospicio. En ello Dickens no necesita forzar nada para que la misma realidad y las palabras se muestren casi cínicas. Otra cosa es la caracterización de alguno de los personajes de estos hospicios, como la insensible mujer llamada señora Mann, a quien Bumble considera ‘mujer humanitaria’ –por gastarse el subsidio de los huérfanos en ginebra que ella misma se bebe para no dañar el estómago de los niños- pero cuya humanidad está sólo en el nombre. El colmo de la anti-hospitalidad es quizás el ser enviado a dormir entre ataúdes en su primera noche en la funeraria, clara metáfora de que a nadie parece importarle si Oliver vive o muere. La guarida de Fagin, convertida en algo peor que una cárcel, convertida en una auténtica cámara de tortura psicológica, contiene la más perversa corrupción de la hospitalidad. Porque Fagin organiza la vida del pobre Oliver explotando precisamente la necesidad natural de combatir la soledad. Tan necesitados estamos de amor, tan antihumana es la pura soledad, que hasta el malvado Fagin, sabiéndolo, utiliza tal necesidad de compañía en Oliver para facilitar su “adiestramiento” en una vida criminal: el astuto y viejo judío tenía al muchacho en sus garras, y, habiéndole mentalizado mediante la soledad y la oscuridad para que prefiriese cualquier tipo de compañía a la de sus propios pensamientos en un lugar tan inhóspito, ahora le estaba inculcando lentamente en su alma el veneno que esperaba que le ennegreciera y le cambiase el color para siempre” (2008: 199) Pero, en contraste con estos lugares, los hogares del señor Brownlow o de la señora Maylie son un remanso de paz y armonía en que el pequeño Oliver descubre lo que significa ser realmente querido. Allí descubre no meramente la comodidad de una vida sin miserias sino la tranquilidad de personas que confían unas en otras, que se quieren y se estimulan en la virtud y no en el vicio. Descubre con admiración lo natural que es ser creído por los demás cuando te aman. Porque la mentira y el engaño son instrumentos predilectos del crimen, mientras que la amistad verdadera engendra relaciones que van más allá incluso de la 9

estricta justicia. Mientras la astucia del criminal planea el uso de las demás personas en vistas de sus propios fines perversos, una Providencia oculta pero real conduce con cuidado maternal a las criaturas hacia la justicia. Así, Monks contrata a Fagin para que corrompa a Oliver. Pero a la vez un impulso inexplicable mueve al señor Brownlow a seguir confiando en Oliver aunque todos los indicios apunten en sentido contrario. Y es que un sólido acto de fe no puede ser derribado ni por una multitud de sospechas circunstanciales. A esa misma Providencia se refiere el narrador al referirse a la tortura interior sufrida por Sikes durante su huida: “Que nadie diga que los asesinos escapan a la justicia, ni insinúe que la Providencia Divina debe de estar dormida. Vivir un minuto interminable de esa angustia espantosa es como cumplir las penas por cuatrocientas muertes violentas” (2008: 504). Y es que Dickens todavía pertenece a una generación que no ha abdicado de una fe religiosa fundamental sin la cual no se entendería nada.

3.3. Frente a la sospecha: confianza y educación

La confianza del señor Brownlow en Oliver no cae en saco roto. No se trata de una confianza abstracta ni de un amor frío hacia el sufrimiento en sí o hacia el pobre en cuanto tal. Brownlow no es un profesional de la beneficencia. No busca a Oliver sino que se lo encuentra por el camino. Pero lo meritorio de Brownlow es que mira a Oliver con unos ojos con los que ninguna otra persona lo ha mirado antes. Para la multitud que se lanza en su persecución al grito de ¡Al ladrón! Oliver no es más que un delincuente de pequeño tamaño. Es la misma multitud que acosará a Fagin en el momento de su detención hasta el punto de intentar lincharlo. Y es que “la obsesión por ir a la caza de algo está profundamente arraigada en el interior del ser humano” (2008: 109). Tampoco el sentimiento recíproco de Oliver hacia sus benefactores es mera adhesión a unos ‘valores’ impersonales, no consiste en un mecanismo reflejo de agradecimiento puramente animal. Porque Oliver ve a las personas con ojos limpios y siempre lleva en su corazón a aquellas con las que ha experimentado amor recíproco, que no otra cosa es la amistad. Como con su compañero de hospicio Dick: es un personaje que puede pasar muy desapercibido, un niño pequeño y abandonado como Oliver, pero con un papel significativo; aparece tres veces, al principio (cap. VII) para bendecir a Oliver cuando éste escapa; avanzada la historia (cap. 10

XVII), para que sepamos que aun gravemente enfermo y maltratado, sigue sin haber perdido el recuerdo de su amigo y, al final (cap. XLIX), cuando Oliver, al saber que ha muerto, asume la noticia con tristeza y abatimiento, como es propio del auténtico amigo. Es precisamente en casa del señor Brownlow donde Oliver hace un ‘descubrimiento’ prometedor: la biblioteca. La impresión que causa en Oliver la visión de una gran cantidad de libros bien ordenados va más allá del diálogo lleno de humor que Dickens inventa para la situación. Los libros son a la vez objetos personales e impersonales. Impersonales porque, al fin y al cabo, son objetos materiales que se compran y se venden. Pero son personales porque en ellos parece como si se contuvieran los secretos del autor, inmortalizándose al ser recibidos por el lector. El niño Oliver intuye que una profunda sabiduría debe encerrarse entre lomos y cubiertas lujosos, aunque el señor Brownlow reconduce tal impresión para mostrar una buena dosis de sentido educativo: –Los leerás, si te portas bien –dijo el anciano afectuosamente-, y eso te gustará más que contemplar su exterior; bueno, en algunos casos, porque es bien cierto que hay libros de los cuales los lomos y las cubiertas son, con diferencia, lo mejor” (2008: 145) La conversación se dirige hacia un posible futuro de Oliver relacionado con los libros, ante lo cual el sabio anciano advierte irónicamente: “No te asustes, que no te convertiremos en escritor mientras exista un oficio digno que enseñarte, y en cualquier caso siempre puedes fabricar ladrillos…” (145). Y es que los libros, en sí mismos, pueden ser profundamente antieducativos si se los usa como instrumento de corrupción. Esto es precisamente con lo que se encuentra Oliver en la guarida de Fagin. Libros perniciosos donde la crudeza e impudicia con que se narran los actos criminales sólo pueden producir asco en las almas nobles. Fagin deja premeditadamente libros de este tipo al alcance de Oliver como medio adicional para corromperlo. Ya los ladronzuelos pupilos de Fagin habían intentado robar al señor Brownlow mientras este miraba distraído un libro de un puesto abierto de venta. Además otros libros habían sido testigos mudos del secuestro de Oliver cuando intentaba cumplir fielmente con el primer recado recibido de su protector. Pero el alma de Oliver estaba firmemente anclada en el bien hasta el punto de arrojar de sus manos los nauseabundos libros de Fagin: “cayendo de rodillas, rogó a Dios que no le dejara caer en

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tales hechos y, más aún, que decretara inmediatamente su muerte antes que reservarle para crímenes tan horribles y atroces” (215).

3.4. Arrepentimiento y expiación

Como sombra fugaz de la relación entre Oliver y Brownlow, la que se establece entre Rose y Nancy representa un mismo acto de caridad aun cuando las consecuencias sean infelices. Nancy se ve a sí misma en Oliver e intenta compensar su propia vida de degradación procurándole una segunda oportunidad. Su brevísimo encuentro con Rose le confirma que ha tomado la decisión correcta para Oliver aun cuando de poco le sirva ya a ella misma. Le dice Nancy a Rose: Usted es la primera que me ha bendecido con palabras como las que acaba de pronunciar. Si las hubiera escuchado años atrás, podrían haberme liberado de una vida de pecado y de dolor, pero es demasiado tarde, es demasiado tarde (2008: 422) El esfuerzo que tiene que hacer Nancy para escaparse momentáneamente de su mundo criminal y contactar con el mundo hospitalario y acogedor de los protectores de Oliver es enorme. Se trata de un esfuerzo justo inverso al que hace Monks, quien desprecia el mundo hospitalario en el que podría haber vivido y se sumerge en el mundo criminal, como cruzándose en el camino con Nancy. Pero ninguno de los dos tendrá suficiente fuerza para romper los lazos con el odio. Sólo Oliver, preservado a pesar de todas las circunstancias, puede abrazar con firmeza el mundo hospitalario porque nunca se dejó ‘acoger’ por el otro. Nancy, que podía haber optado por una huida protegida, arriesga su vida y la pierde por dar una última oportunidad de salvación a Bill Sikes. Las palabras con que Rose responde a Nancy -“nunca es demasiado tarde para la penitencia y la expiación” (422)- aun cuando ésta parece no aceptarlas, de hecho las intenta poner en práctica con su verdugo. Nancy no es capaz de abandonar a Sikes pero quizás repara sus faltas con una muerte ignominiosa que desata la ira popular, ese mismo pueblo para el que antes solo era una mujer de vida dudosa. Quizá un acercamiento sencillo y humilde a Oliver Twist, en especial al personaje de Nancy, pueda ser una de las mejores maneras de vacunar contra ciertas formas de violencia enquistadas en la sociedad de nuestros días.

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4. Conclusión: la fuerza de la caridad

En definitiva, Oliver Twist representa una ocasión formidable para estimular la amistad, la esperanza, la confianza en que un acto auténtico de caridad nos hace misteriosamente capaces de vencer las fuerzas aparentemente adversas de las circunstancias. Chesterton lo ha condensado de forma inmejorable en su libro sobre el novelista inglés: He aquí el verdadero evangelio de Dickens: las oportunidades inagotables de la libertad y la variedad del hombre (…) El reformador pesimista parte de lo bueno que ha destruido la opresión: el otro, el optimista, con un júbilo aún más exaltado, se fija en lo bueno que aún subsiste. Piensa el primero que la esclavitud ha hecho a los hombres esclavos. Pero el segundo proclama que la esclavitud no ha esclavizado a los hombres. Nos describe el primero cómo la iniquidad produce malvados. Pero el segundo nos presenta al bueno resistiendo a lo inicuo. (…) A la segunda clase pertenece Dickens. (2002: 185, 194) Oliver Twist nos enseña que nunca es obligatorio el mal y que una buena manera de combatirlo es cierto tipo de humor compatible con la seriedad de la muerte, que es al fin y al cabo, la seriedad de la vida. “Despertó interés universal por la existencia de míster Bumble, y, por ese mismo hecho, todos se sintieron interesados en la destrucción de este caballero” (199). El contraste entre los personajes de Bumble y Brownlow es una manera eficacísima de comprender la distancia entre la filantropía y la caridad, sin necesidad de grandes elucubraciones intelectuales y con la sencillez de esta historia tan humana como universal. Referencias Bloom, H. (2002). El canon occidental. Barcelona: Anagrama. Chesterton, G. K. (2002). Charles Dickens. Valencia: Pre-Textos. Dickens, Ch. (2008). Oliver Twist. [Traducción de Josep Marco Borillo y equipo de la Universitat Jaume I de Castellón]. Barcelona: Random House Mondadori. Forster, J. (1969). The Life of Charles Dickens. Londres: Dent.

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