Una mirada al poema desde la música

July 23, 2017 | Autor: Zoraida Santiago | Categoría: Julia de Burgos, Musicalización
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Descripción

“La música nos habla a menudo más profundamente que las palabras de la poesía, porque se aferra a las grietas más recónditas del corazón.” Nietzsche, F., Sobre la música. Una mirada al poema desde la música* Por : Zoraida Santiago Buitrago

Escuché una vez a Francisco Matos Paoli, en esta misma Facultad hace varios años, referirse a la poesía como la más excelsa de las artes, después de la música. Una canción sería entonces la conjunción, la conversación, el diálogo entre las dos más excelsas artes. Pero la deseabilidad de musicalizar un poema es un tema de por sí controversial. Nietzsche lo vio como una temeridad, atreverse a ilustrar un poema mediante música. Sin embargo, él mismo era un excelente musicalizador de poemas. En mi experiencia con poetas con los que he hecho amistad a través de los años, nunca hallé una oposición abierta a ver sus poemas musicalizados. Al contrario, musicalizar a Manuel Ramos Otero o a Iván Silén fue un deseo compartido, el mío de usar sus textos poéticos para canciones y el de ellos escuchar sus poemas cantados.                                                                                                                 *  Ponencia presentada en el Foro Una mirada interdisciplinaria a Julia de Burgos. Presentado en la Facultad de Estudios Generales, Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico, el 26 de marzo de 2015. Auspiciado por el Departamento de Ciencias Sociales.  

Pero de todas maneras, algo del pensamiento nietzcscheano me inquieta cada vez que trabajo un poema musicalmente. En cierta forma es un atrevimiento, una temeridad, justificada únicamente por el hecho de que constituye un acto de creación que busca conscientemente, o quizás guiado por el instinto sensorial, respetar la estructura, la línea melódica y el ritmo del poema. Se parte del poema para buscar la mejor manera de cantarlo, de forma que la musicalizadora se deja guiar por la emoción que le produce la lectura viva del poema, en voz alta, y el acto creativo traslada al lenguaje musical esa emoción. Para ello, los recursos sonoros utilizados son, obviamente, aquellos que conoce y maneja la compositora, aquellos que se mueven en el tiempo y lugar donde vive, los que pertenecen al paisaje sonoro en el que se enmarca la experiencia vital de esta, los sonidos con los cuales conforma sus identidades y los que conmueven su espíritu. Es por eso que cualquier poema puede ser musicado de múltiples maneras, de la misma forma en que cada persona se acerca al poema desde su propia experiencia y lo hace suyo, si el mismo le habla, le convoca y le provoca. El poema, está demás decirlo, se sostiene por sí solo. No le hace falta la música. Pero un poema cantado es también válido como obra de arte. Y es válido porque, bien trabajada, una canción puede añadirle al poema una sonoridad que logre atraer al oyente al lenguaje íntimo que lo sostiene. Cantado, un poema se dice más pausado, con unos énfasis matizados melódica,

armónica y rítmicamente que lo hacen accesible y gozoso y que permite incluso memorizarlo. Así lo reconocieron los poetas siempre, y así lo percibieron los músicos que en la década del sesenta, en todas partes del mundo de habla hispana, reconocieron en la poesía una abundante fuente de canciones. Es por eso que en Cataluña los jóvenes estudiantes a fines de los cincuenta comenzaron a rescatar poemas escritos en su lengua. Y le siguieron los castellanos, los vascos y los gallegos. En Puerto Rico escuchamos a Joan Manuel Serrat a comienzos de los setenta, cantando a Antonio Machado y más tarde a Miguel Hernández y a Mario Benedetti. Y en América Latina, canciones de poemas de Pablo Neruda, Nicolás Guillén, José Martí y muchos otros poblaron de canciones el repertorio de cantautores y grupos de la Nueva Canción. Yo misma me integré a trabajar con Roy Brown, en Nueva York, su proyecto Aires Bucaneros, título de un poema de Palés. Con él canté a Corretjer y a Clemente Soto Vélez. Y un buen día, cayéndome en las manos un poemario de Julia de Burgos, me encontré con Casi Alba. Fue casi inevitable que me decidiera a colocar a Julia en el catálogo de poetas musicalizados de la Nueva Canción, una de las pocas mujeres cuyos poemas convertimos en canciones en nuestra generacion. No recuerdo muy bien cómo escogí el poema y cómo decidí la manera de cantarlo. Haciendo un poco de autoetnografía, puedo recordar que en esos días mi trabajo en Aires Bucaneros incluía interpretar el piano en algunas

canciones del grupo en concierto. Tenía uno de los primeros pianos eléctricos que salieron al mercado, y a veces experimentaba con melodías y acordes que se acercaban al estilo de la balada o la canción bolerística, sonido de gran presencia en mi experiencia familiar. También tenía un entrenamiento en el piano desde la niñez, durante la cual aprendí desde fugas de Bach hasta nocturnos de Chopin, desde danzas de Morel Campos hasta duetos a cuatro manos que tocaba con mi hermano, el verdadero pianista de la casa. Entre otras influencias, debo reconocer el trabajo de Serrat, la cancionística de Violeta Parra, y hasta la chanson francesa de Jacques Brel. Tampoco puedo obviar o dejar de reconocer las influencias de las canciones norteamericanas de Simon y Garfunkel, Don McLean (Starry Starry night), Carole King y James Taylor, entre otros, que escuchaba en mis tiempos universitarios. Este fue el complejo y nada uniforme paisaje sonoro del que eché mano cuando comenzé a hacer canciones. Así que Casi alba provocó la melodía que le sentí al poema y unas armonías muy sencillas ensayadas en aquel piano. Una primera parte en tono menor va in crescendo hasta llegar al climax de la segunda sección, en una progresión armónica que llega al tono mayor, para al final regresar al tema del comienzo. Imagino que buscaba provocar un efecto dramático que intuí en el poema, en una interpretación muy personal que asumo como una de las muchas posibles interpretaciones que puede provocar Casi alba. En manos de Tato

Santiago, excelente pianista entrenado principalmente en la música clásica, recibió tratamiento de fuga en un maravilloso arreglo que grabamos a voz y piano en el segundo disco de Aires Bucaneros, titulado como el poema: Casi alba. Ese fue el comienzo de mi aventura con Julia de Burgos. Todavía trabajando con Aires Bucaneros y viviendo en Nueva York, trabajé el poema Te llevarán, el cual me atreví a interpretar en los conciertos y giras del grupo tocando el piano y cantando. Las cosas que uno se atreve a hacer cuando es joven Así que cuando terminó mi trabajo con Aires Bucaneros, y a mi regreso a Puerto Rico, grabé Te llevarán en mi primer disco propio, Tiene que ser la luna, en 1984. Esta vez el poema fue orquestado más al estilo de la balada pop, cosa que, confieso hoy, no me dejó muy satisfecha. Ya unos años después (1994) grabé un disco compacto que titulé como otro poema de Julia: Canción sublevada. En esta producción y en las musicalizaciones de los siete poemas de Julia incluidos aquí, uso una variedad de estilos e infuencias, pero yo diría que por primera vez acerco a Julia a la percusión identificada en nuestro país con lo africano. Para mí, el descubrimiento mayor al trabajar esas canciones fue el guaguancó en Yo misma fui mi ruta. Mi intención, pienso yo que de manera consciente, era alejar un poco la interpretación trágica, melancólica y quejosa que a mi entender había prevalecido sobre la obra de la poeta. Quise rescatar a la Julia combatiente, rebelde, feminista, contestataria y entendí que en el poema ella estaba contando

una historia. Muchas veces intenté una sonoridad lenta, aletargada y triste para interpretar ese poema. Hasta que me percaté del ritmo escondido en las frases y del tono retante que no permitía lentitud ni aletargamiento y mucho menos tristeza. Y el homenaje se quedó esperándome se convirtió en el coro que se repite al final, a manera de afirmación, quizás con un poco de amargura pero nunca de arrepentimiento. Esa fue la Julia que encontré por esos días. Por otro lado, Amanecida y Poema de la estrella reintegrada se convirtieron en ritmos caribeños repletos de alegría, descrubrimientos y afirmaciones. En Romance de La Perla la crítica al capitalismo que condena a los seres humanos a la miseria y a la marginalidad se convirtió en un seis por ocho latinoamericano, quizás trazando esa genealogía que en la Nueva Canción se identificó con los pobres de la tierra, terminando la canción, como el poema, en un grito anunciando el sol colectivo y llamando a transformar el dolor en bríos. Y de ahí en adelante, presente en todos mis trabajos, Julia se transforma cada vez que la leo, en melodía y ritmo, universal, sencilla como la claridad, íntima y abierta como son las canciones que provoca.

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