Una lectura sociológica de la reforma laboral...

July 27, 2017 | Autor: Edgar Belmont | Categoría: Trabajo
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Descripción

80 Sindicatos, antropología y cultura laboral

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Dirección Silvia Gómez Tagle Consejo de Redacción Raúl Nieto, Mechthild Rutsch, Héctor Tejera Consejo Editorial Jorge Alonso, Lourdes Arizpe, Steffan Igor Ayora Díaz, Antonádia Borges, Carmen Bueno, Alicia Castellanos, Rodrigo Díaz Cruz, José del Val, Carles Feixa, Anna Fernández Poncela, Adrián García Valadés, Carlos Garma, Turid Hagene, Esteban Krotz, Gilberto López y Rivas, Eduardo Nivón, Marisol Pérez Lizaur, Xóchitl Ramírez, Patricia Ravelo, María Teresa Romero Tovar, Mauricio Sánchez, Sergio G. Sánchez, María Josefa Santos, Pablo Séman, Karine Tinat, Gabriela Vargas Cetina, Claudia Ytuarte-Núñez Consejeros honorarios Luis H. Barjau, Silvia Gómez Tagle, Erwin Stephan Otto Asociación Nueva Antropología, A. C., publica Nueva Antropología Instituciones que apoyan la edición de Nueva Antropología Instituto Nacional de Antropología e Historia; El Colegio de México, A. C.; Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología; Universidad Autónoma Metropolitana Coordinadora del número Yadira Contreras Juárez Secretaría técnica Celia Tapia Alto Ana Teresa Peña Hernández Producción y cuidado editorial Dirección de Publicaciones de la Coordinación Nacional de Difusión-inah Cuidado de la edición Héctor Siever y Horacio Jiménez Ilustración de portada Carlos Gutiérrez Angulo Publicación semestral Certificado de licitud de título y contenidos núms. 2059 y 1291 Reserva de título núm. 37286 Los artículos firmados son responsabilidad exclusiva de los autores Impresa y hecha en México Tiro: 1 000 ejemplares Talleres gráficos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Av. Tláhuac 3428, col. Los Reyes Culhuacán, C.P. 09800, México, D.F.

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VOL. XXVII, NÚM. 80

MÉXICO, ENERO-JUNIO DE 2014

SUMARIO Editorial 5 La reestructuración de las empresas de telefonía desde la percepción de los trabajadores de Zapotitlán Mario Ortega Olivares 13 La reforma laboral en México: la mitificación de la empresa y los ajustes en las relaciones laborales Edgar Belmont Cortés 35 Los sindicatos ante las ciencias sociales y la antropología social en México: antecedentes, logros y perspectivas en el siglo xxi Sergio G. Sánchez Díaz 59 Los dilemas actuales de la identidad entre los zoques de Guayabal en Chiapas José Roberto Sánchez Castillo, Rodolfo Mondragón Ríos, Enrique Eroza Solana 83 Del chamanismo y la festividad social al futbol yanomami: una nueva manera de compartir y competir Ángel Acuña Delgado 111

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Las creencias como proceso de readaptación social. Una aproximación desde la racionalidad elsteriana José Carlos Vázquez Parra 139 Jóvenes en Nochevieja. Una observación participante en Patamban, Michoacán Karine Tinat 151 Reseñas bibliográficas 179 Política editorial 191 Novedades editoriales 195

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ste número de Nueva Antropología está dedicado, en sus tres primeros artículos, a la situación del trabajo en México en la actualidad. En ellos se analiza este fenómeno marcado por grandes transformaciones, que incluyen la recuperación del comando estatal y empresarial en la gestión de la fuerza de trabajo en las empresas, la introducción de cambios muy importantes tendientes a implantar la flexibilidad en ellas, la presencia de nuevas formas de remuneración salarial y la transformación de la legislación laboral, precisamente en el sentido de la flexibilidad de las relaciones laborales, entre otros cambios notables. Son diversos los ángulos de análisis de esos cambios en los tres artículos que en este número de Nueva Antropología se presentan, incluso podrían parecer contradictorios. Mario Ortega analiza los cambios culturales entre los trabajadores de una comunidad de telefonistas de la ciudad de México, a partir de la privatización de Teléfonos de México y la introducción de estímulos económicos para los trabajadores de esta empresa, en su artículo “La reestructuración de las

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empresas de telefonía desde la percepción de los trabajadores de Zapotitlán”, el autor parte del análisis cultural para observar esa restructuración desde una comunidad náhuatl en la ciudad de México. A partir de testimonios de los propios trabajadores, recrea las dos grandes etapas de trabajo en esa empresa. Hay un “antes” y un “después”, claramente definido en la percepción de estos trabajadores de origen rural enclavados en una zona del oriente de la ciudad de México: en el “antes” (antes de la privatización) había formas de acceso a la empresa bastante sencillas, sin mayores exigencias, así como relaciones de tipo clientelar con los funcionarios de la empresa y del sindicato. Desde luego, no era un mundo idílico ese de las primeras décadas del siglo pasado: rivalidades había, y no eran pocas, entre las diversas categorías de trabajadores, además de una cultura laboral del “ahí se va”, despreocupada por la eficiencia y la calidad en las actividades cotidianas de la empresa. Y el “después” (de la privatización), cuando se implantan exigencias laborales nuevas (mayor calificación de cada trabajador), competencia entre los trabajadores, y aparece la disputa por los estímulos económicos. Todo ello es recreado por Mario Ortega a partir de información recabada a través de una larga estancia de investigación en Zapotitlán. Los datos cualitativos son centrales en este estudio. Por su parte, Edgar Belmont lleva a cabo un análisis de tipo discursivo. Esta orientación aparece claramente desde el título de su ensayo: “La reforma laboral en México: la mitificación de la empresa y los ajustes en las relaciones laborales”. Al respecto, debemos indicar que el análisis antropológico (si lo hay), no es ajeno al análisis del discurso, en realidad, las ciencias sociales en general han sido impactadas desde hace mucho por el “giro lingüístico”, el cual aparece en no pocas investigaciones de corte antropológico. El rasgo distintivo de Edgar Belmont estriba en que se centra en las formulaciones discursivas de diversos actores muy importantes en la reciente reforma laboral en nuestro país, de fines de 2012. A través de este análisis (que también es cualitativo), el autor descubre las orientaciones culturales que portó esa reforma (o contra reforma laboral): en el centro de ella está la transformación profunda de las relaciones laborales en favor del capital, de los empresarios. El Estado mexicano actual, en esa faceta, aparece como el gran aliado de ellos, los empresarios, para iniciar una

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nueva etapa de transformaciones laborales que ponen en el centro al individuo, al trabajador, en la empresa, y sus capacidades de competencia para elevar la productividad en los centros de trabajo. Los ideales de “colectividad” se difuminan. Los sindicatos pasan a segundo plano o son prácticamente desechados del escenario laboral. La idea de conflicto en el piso de las empresas también es desechada, y menos prevalece la idea de la resolución de conflictos por medio de la huelga. Cunde la idea de la flexibilidad del trabajo, en diversas dimensiones, sobre todo en lo que hace a las formas de contratación. Al final de cuentas en la Ley Federal del Trabajo quedarán formas de contratación precarias, como los contratos por horas y la aceptación de la subcontratación en las empresas. Todo ello es analizado por Edgar Belmont a partir de recuperar las iniciativas de ley planteadas en 2012 por el Ejecutivo Federal, los empresarios y los legisladores en ese momento. Estamos ante un análisis del discurso que nos introduce a concepciones culturales de los actores políticos que llevan a cabo esa contra reforma laboral. Es claro que esta óptica de corte sociológico representa también un análisis cultural que nos permite visualizar cómo será el escenario laboral los próximos años, y en el cual se moverán los otros actores laborales, sobre todo las y los trabajadores, si aceptarán o rechazarán el escenario construido ahora por los actores hegemónicos. El tercer artículo es el de Sergio Guadalupe Sánchez, titulado “Los sindicatos ante las ciencias sociales y la antropología social en México: antecedentes, logros y perspectivas en el siglo xxi)”, es una revisión de los trabajos más representativos sobre los sindicatos, desde diversas disciplinas de estudio: sociología, ciencia política y antropología social, básicamente. El artículo, una suerte de “estado del arte”, es una útil revisión acerca de dónde se encuentran hoy los estudios sobre esas organizaciones que hoy no parecen entusiasmar ni a los propios trabajadores organizados en ellos, salvo muy contados casos. Permite ubicar ópticas de estudio, conceptos que están siendo puestos a prueba, debates y, también, dudas e incertidumbres en este tipo de estudios, los cuales se niegan a morir, como los propios sindicatos. Destacan las polémicas sobre los cambios en el Estado mexicano, en el cual se siguen observando los pactos corporativos con diversos sectores sociales, ya no sólo los pactos de él con los sindicatos cuentan para la gobernabilidad,

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sino con partidos y otras organizaciones de la sociedad: ¿corporativismo, neo corporativismo, post corporativismo, acaso? Sergio G. Sánchez también ubica las innovaciones en estos estudios, los nuevos enfoques, la recuperación de la perspectiva de género para acercarse a la realidad sindical. El tema de la masculinidad en los sindicatos, tan poco tratado en este tipo de literatura, parece abrirse paso de nuevo en este tipo de literatura científica. Se observa que la cultura laboral y sus cambios impactan profundamente las estructuras sindicales. Cada vez interesa acercarse a la subjetividad de los actores en los sindicatos. El binomio cultura/subjetividad resulta así indisoluble para entender las orientaciones y las acciones de esos actores, inmersos en las organizaciones sindicales. Con estos artículos la revista Nueva Antropología mantiene su interés por los estudios sobre el trabajo, que durante mucho tiempo estuvieron enmarcados en la otrora poderosa antropología del trabajo en nuestro país. Ese interés aparece ya en los números 6 y 8, del año de 1977, donde están los primeros estudios sobre el trabajo. Sin pretender realizar aquí un análisis detallado de ellos, sí pensamos que los trabajos que ahora se presentan mantienen y amplían este persistente interés de Nueva Antropología por el mundo del trabajo y sus intensos cambios, interés que se ha manifestado a lo largo de ya varias décadas, en números clásicos como el 29, el 40, el 59, el 60, o el 66, y que ahora pueden ser consultados “en línea”. Al mismo tiempo, los estudios que ahora se presentan permiten observar los cambiantes intereses en los estudios sobre el trabajo y el sindicalismo. Como decía un clásico, lo único que permanece es el cambio, y así es en este tipo de estudios, donde en los últimos años puede verse un creciente interés por la nueva generación de reestructuraciones productivas, por la creciente flexibilidad del trabajo, por la violencia en los espacios laborales, por el trabajo de las y los migrantes, por los trabajos “atípicos” (que ahora son la mayoría de las y los trabajadores en México, los otrora llamados “informales”), según los ha denominado el Dr. Enrique de la Garza, entre otros nuevos espacios laborales que hoy atraen el interés de las y los científicos sociales y que sería deseable siguieran apareciendo en Nueva Antropología. Los otros cuatro textos que se publican en este número abordan diferentes temas, que van desde la identidad de los zoques de Chiapas,

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hasta Patamban en Michoacán, pasando por el Orinoco y las prisiones urbanas. Estos textos fueron enviados a esta redacción sin un proyecto temático específico. Se trata de cuatro trabajos que tienen como sustento el trabajo etnográfico y que aportan conocimientos novedosos para entender las identidades en procesos socioculturales de cambio. El trabajo de José Roberto Sánchez Castillo, Rodolfo Mondragón Ríos y Enrique Erosa Solana, “Los dilemas actuales de la identidad entre los zoques de Guayabal en Chiapas”, realizado entre 2008 y 2009, analiza el papel de la identidad zoque de jóvenes y ancianos, en una comunidad que fue desplazada del municipio de Chapultenango, Tabasco, durante la erupción del volcán Chichonal en el año de 1982, a la zona de Guayabal, municipio de Rayón en Chiapas. El radical cambio en el medio ambiente, y su impacto en los procesos productivos y las relaciones socioculturales que se desprenden de éstos, ofrece una enriquecedora visión local del sentido que adquiere identidad en una situación de movilidad forzada y de reubicación de residencia a un lugar geográficamente distinto a su sitio de origen. En este texto los autores logran identificar las dinámicas de transformación constante debido a la incidencia de múltiples factores de orden económico, político, educativo, sanitario, entre otros, que han venido modificando las interacciones cotidianas y permite vislumbrar la capacidad de agencia que adquieren los actores sociales surgidos de estos procesos socioculturales para desarrollar iniciativas, ampliar su margen de decisión y la apropiación de los elementos que abren nuevas oportunidades para las reivindicaciones políticas y culturales. Los autores concluyen que pasado, presente y futuro se conjugan en una contradictoria y a la vez complementaria interacción que modula las expectativas de vida de los habitantes de Guayabal; ahí se contrasta la visión de los jóvenes, quienes se inclinan por la incorporación de nuevos referentes para enfrentar la vida, mientras los ancianos manifiestan un sentimiento de nostalgia por la pérdida de elementos culturales y de la estructura social, dentro de la cual poseían un estatus de prestigio y respeto. En el artículo “Del chamanismo y la festividad social al futbol yanomami: una nueva manera de compartir y competir”, Ángel Acuña Delgado demuestra que persisten con notable vigor las prácticas chamánicas tradicionales, los recursos rituales o mágicos para resolver

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conflictos como el hekuamou, para atraer a los espíritus y curar enfermedades o buscar protección, o la lucha ritual en las festividades sociales (reahu) entre los pobladores del municipio Alto Orinoco de Venezuela. Pero la vigencia de estas prácticas ancestrales no son obstáculo para que el futbol, que fuera introducido por los misioneros, los maestros y alimentado por las ondas hertzianas, tenga un éxito notable. Con base en su propia experiencia etnográfica el autor reflexiona sobre las posibles correspondencias entre el hekuramou y el reahu con el fútbol practicado por los Yanomami. Se trata de un pueblo familiarizado con la violencia física y, en el caso más extremo, con la guerra; dicha violencia frecuentemente es motivada por el rapto de mujeres, la venganza por la muerte de un familiar, o es causada por un aparente acto de hechizaría, o la apropiación de un territorio. La práctica del futbol ha servido como forma de entretenimiento y diversión que no evita las actividades bélicas, ni la inclinación violenta que caracteriza su modo de vida. Sin embargo el autor da cuenta de cómo una nueva forma de gestionar la diversión y la competencia no violenta proyectada hacia el futuro, cobra fuerza e interés a partir de ciertos valores de prácticas ancladas en el pasado. En el texto “Las creencias como proceso de readaptación social. Una aproximación desde la perspectiva de la racionalidad elsteriana”, José Carlos Vázquez Parra ofrece una reflexión teórica de la delincuencia, basada en la teoría de la acción del filósofo noruego Jon Elster. La delincuencia es vista como un fenómeno intrínseco en el desarrollo de la sociedad mexicana a través de tres momentos: el acto de delinquir, el castigo y la reinserción social, mediante el ejemplo de los centros penitenciarios. Todo esto genera una propuesta en la cual se intenta responder a cuestiones fundamentales como ¿por qué ciertos ex convictos llegan a readaptarse y otros no?, ¿qué papel desempeña el entorno temporal y social, los valores o las creencias del delincuente para que sus acciones tomen un nuevo sentido? Para resolver estos cuestionamientos el artículo busca sustentarse en un nuevo planteamiento epistemológico, donde se valora la estructura interna de la actuación humana como guía en la explicitación del comportamiento en general. En nuestros días, la delincuencia, los comportamientos viciosos y la criminalidad deben dejar de ser vistos como fenómenos aislados, pues su cotidianidad es tal que forman parte del desarrollo

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mismo de las sociedades contemporáneas. Se ha prestado tanta atención a la aplicación del castigo, que son escasos los estudios que abordan la causalidad y la relación socio-ambiental del delincuente y su tendencia a actuar delictivamente. Como conclusión propone que la readaptación social debería buscar la generación de nuevos sistemas de creencias en los ex convictos, dado que sólo así se puede llegar a motivar la conducta socialmente aprobada por parte de los individuos. En “Jóvenes en Nochevieja: una observación participante en Patamba, Michoacán”, Karine Tinat busca responder a la pregunta ¿cómo se es joven en Patamban, Michoacán? La autora logra responder esta pregunta partiendo, en primer lugar, de la reflexión metodológica entre la observación participante —técnica etnográfica—, la interacción con los sujetos estudiados y la subjetividad del investigador, entrelazando tres punto claves: lo empírico, lo metodológico y lo temático; después describe lo que significa ser joven en esta comunidad. Inicia su texto con un fragmento de su diario de campo en los años 2005-2006 acerca de la celebración de la Nochevieja en compañía de jóvenes patambeños —fiesta de transición al año nuevo—. Enseguida presenta el resultado de sus primeros tres meses de investigación en la comunidad, a través de su diario de campo, con la finalidad de mostrar cuáles fueron sus primeras sensaciones, ingenuidades, subjetividades y opiniones. Relata cuáles fueron las técnicas etnográficas que utilizó, resaltando que la transcripción de las experiencias cotidianas y la reflexión son el instrumento del antropólogo para realizar el trabajo de observación. Por último, el artículo hace un acercamiento analítico de lo que significa ser joven en Patamban y concluye con una reflexión en torno a las relaciones de género reflejadas en el baile; refiere que a pesar de que el tiempo ha transcurrido sigue habiendo una fuerte división en la vida cotidiana de los jóvenes, marcada por el género.

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LA REESTRUCTURACIÓN DE LAS EMPRESAS DE TELEFONÍA DESDE LA PERCEPCIÓN DE LOS TRABAJADORES DE ZAPOTITLÁN

Mario Ortega Olivares*

Resumen: Este artículo de corte etnográfico da cuenta del proceso de reestructuración de la telefonía en México desde la perspectiva de los trabajadores telefonistas en una comunidad tradicional donde, a pesar de estar prácticamente en la ciudad de México, hasta la década de 1940 se hablaba náhuatl y operaba un sistema de mayordomías. La reestructuración de Teléfonos de México (Telmex) fue la expresión local de un proceso global de privatización y desarticulación de los monopolios telefónicos estatales. Ante el riesgo de un reajuste masivo de personal, el sindicato de Telmex aceptó flexibilizar a la baja su contrato colectivo e introducir un programa de calidad y productividad para optimizar el servicio. Para alcanzar el bono de productividad y conservar el empleo los telefonistas originarios reactivaron la cultura del trabajo duro, heredada de la época campesina y se comprometieron con el incremento productivo. Palabras clave: Telmex, productividad, calidad, flexibilidad, cultura laboral. Abstract: The restructuration of Teléfonos de Mexico (Telmex) was the local expression of a global process of privatization and dismantling of state telephone monopolies. This is an ethnographic account of the telecommunications restructuring process in Mexico from the perspective of telephone workers in a traditional community on the outskirts of Mexico City, where Nahuatl was the spoken language and a system of mayordomías existed until the 1940s. Given the risk of a massive realignment of personnel, the Telmex union agreed to renegotiate the terms of its collective work agreement and to introduce a quality program to optimize productivity and service. In order to keep their jobs and to earn the productivity bonus, local telephone workers consolidated their efforts, channeling a work ethic with rural roots, and made a commitment to increase productivity. Keywords: Telmex, productivity, quality, flexibility, labor culture.

REESTRUCTURACIÓN PRODUCTIVA Y CULTURA LABORAL

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os procesos productivos industriales han experimentado una profunda restructuración en las últimas tres décadas a escala global, *Doctor en Antropología, Universidad Autónoma Metropolitana.

enfocada a disciplinar a los trabaja­ dores y reducir los costos laborales. Aunque el proceso comenzó en Gran Bretaña, se fue difundiendo mundialmente hasta alcanzar a los sindicatos en México y debilitar las prerrogativas contractuales de sus otras horas inflexibles agremiadas. Bajo dicho contexto, y en medio de la voraz competencia por los mercados, el reto vital 13

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para las corporaciones es alcanzar la mayor calidad y productividad en el esfuerzo laboral de los trabajadores. Al analizar la razón del éxito productivo del Japón, la experiencia de los círculos de calidad toyotistas mostró que el incremento productivo no depende tanto de la tecnología digital como de la percepción que tienen los trabajadores de su papel en la producción, de sus consecuentes conductas laborales y del saber-hacer del que son poseedores. Sin el consenso de los trabajadores y su implicación con el incremento en la producción, no es posible superar el desplome de la tasa productiva al que condujo la crisis fordista, pues la cultura laboral es uno de los factores trascendentes en el rediseño de procesos productivos. Siendo la tecnología el saber que aplica los avances científicos a la producción, ésta no sólo se instala en la maquinaria; también anida “en los cerebros de la gente, en las estructuras de organización y en los patrones de comportamiento, los que a su vez están condicionados por las estrategias de diferentes factores sociales y sus patrones de conflicto o cooperación” (Dieter y O’Connor, 1989: 20). Con el fin de aprovechar ese saber obrero, los trabajadores japoneses se integran en círculos de calidad, donde reciben la información adecuada para identificar y remover los obstáculos al incremento productivo; de ser necesario pueden hasta detener la producción para evitar fallas en la calidad de los productos. Por otra parte, entre los campesinos del área mesoamericana existe una cultura del trabajo duro que les

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permite satisfacer sus necesidades a pesar de la naturaleza limitada del suelo laborable. Aunque Foster atribuyó por ello una imagen de bien limitado a las comunidades campesinas mesoamericanas, Dow lo cuestionó tras descubrir que los propios campesinos logran satisfacer sus necesidades a pesar de la limitada extensión de sus tierras, con base en el incremento del trabajo duro desplegado por ellos mismos y sus familiares (Dow, 1981:362). Por ello el autor afirma que entre los campesinos de nuestra región no impera una pesimista imagen de bien limitado sino una estimulante imagen de producción abierta sobre la base del trabajo duro. Concepto clave para entender el cambio de mentalidad de los telefonistas originarios de Zapotitlán luego de la restructuración de Teléfonos de México (Telmex). OBJETIVOS Y MÉTODO

Los objetivos de este artículo fueron investigar cómo la reestructuración de la telefonía en México obedeció al patrón neoliberal impuesto a los traba­jadores en Gran Bretaña. Conocer cómo el retorno de Telmex al control de la iniciativa privada alteró la percepción cultural que los telefonistas originarios del pueblo de Santiago Zapotitlán tenían sobre su trabajo. (Santiago Zapotitlán es un pueblo de originen nahua ubicado en la delegación Tláhuac del Distrito Federal, que ha sido sitiado por la acelerada expansión urbana de la megalópolis.) Además me propuse averiguar cuál fue su respuesta a los premios por calidad

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y productividad ofrecidos por la em­ presa y cómo par­ticipan en los “gru­pos de análisis” inspirados en los círcu­los de calidad toyotistas. La metodología empleada incluyó la revisión bibliográfica de la información acerca de los procesos de reestructuración neoliberal de la telefonía, el concepto de cul­tura laboral y el desempeño productivo de Telmex tras la privatización. También se realizaron entrevistas a profundidad con telefonistas originarios del pueblo de Zapotitlán, sobre su per­ cepción del proceso de privatización de la empresa y los cambios que ocurrieron en su cultura laboral. Como una de las técnicas de investigación se abrieron ventanas etnográficas desde el lugar de residencia hacia el centro de trabajo. La revisión bibliográfica mostró que la reestructuración corporativa en Telmex fue la expresión local de un proceso global de reprivatización de las telecomunicaciones a escala global que arrancó con el desmantelamiento de British Telecom en Gran Bretaña. Al investigar el proceso de reestructuración organizativa en Teléfonos de México encontré que, tras su venta a la iniciativa privada, se negoció bilateralmente entre empresa y sindicato la creación de círculos de calidad toyotistas en sus centros laborales, con el fin de cubrir las metas productivas exigidas en el título de concesión del servicio telefónico establecido por el Estado. Estos círculos, integrados en forma mixta por personal de confianza y sindicalistas, se denominan “grupos de análisis”.

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DESCUBRIENDO UN PUEBLO DE TELEFONISTAS

Interesado en la reestructuración de Telmex entré en contacto con un telefonista conocedor del tema, quien me citó a la entrada de su centro de trabajo. Como la mañana era fría fue a solicitar permiso para atenderme en las instalaciones, pero regresó apenado porque se lo habían negado. Entonces me citó en su casa; fue un domingo por la mañana cuando llegué al domicilio, ubicado a unas cuadras de la avenida Tláhuac en la ciudad de México. Al caminar por la calle puede ver una camioneta de Telmex detrás de otra, lo que me llamó la atención. Mi anfitrión me ex­plicó que Santiago Zapotitlán es un pueblo de telefonistas ubicado en la delegación Tláhuac del Distrito Federal. Pedí que me aclarara a qué pueblo se refería, pues su casa se localiza dentro del área urbana de la ciudad de México. Aclaró que Zapotitlán es un pueblo originario, donde hasta la década de 1940 la gente hablaba náhuatl, pero fue sitiado por la mancha de la megalópolis. Sin embargo, siguen celebrando dos fiestas patronales al año: una en febrero, dedicada al Cristo de las Misericordias, y otra en julio en honor al Señor Santiago y a la Señora Santa Ana. Fiestas de luces y música amenizadas con danzas de concheros, santiagueros y vaqueritos. La nega­t iva a permitirme el acce­s o al centro laboral se convirtió en un hecho afortunado, pues me relacionó con un pueblo de telefonistas de origen nahua con mayordomías, fiestas pa­ tronales y ciertos rasgos culturales propios de la cosmovisión mesoamericana.

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Persistía un problema: ¿cómo investigar la cultura laboral en una empresa a la que no podía tener acceso? Recordemos que para Linhart, las fábricas modernas son una especie de Gulags del capital (Linhart, 2006), pues restringen el ingreso en sus instalaciones a los interesados en investigar las condiciones de trabajo. En el mejor de los casos autorizan visitas industriales para controlar el recorrido del estudioso en las instalaciones, previa interrupción de las máquinas o procesos que representan un riesgo para la seguridad de los trabajadores. Por ello retomé la convocatoria de Larissa Adler Lomnitz a permitir que los propios actores describan su estructura social a través de las imágenes conceptuales que ellos derivan de sus experiencias (Adler Lomnitz, 1982:51). Además incorporé la recomendación de la medicina del trabajo, en el sentido de reconocer que no hay mejor monitor de la seguridad laboral que la percepción de los propios trabajadores. Realizar la etnografía de una corporación tan compleja como Teléfonos de México fue una ardua tarea, abrí ventanas etnográficas con el fin de atisbar cómo ocurrió la reestructuración global de la telefonía desde la perspectiva de los telefonistas originarios. Me propuse averiguar cómo se transformó, en la percepción de los telefonistas originarios de un pueblo nahua, su representación simbólica de la calidad y productividad en su trabajo. Pasemos a considerar la forma en que se reestructuró la telefonía en Gran Bretaña, pues la modernización de Telmex fue la expresión local en México.

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FLEXIBILIDAD LABORAL Y DESREGULACIÓN NEOLIBERAL

Long comenta que las innovaciones tecnológicas, como la introducción de equipo digital en las telecomunicaciones, han conducido hacia un mundo cada vez más homogéneo e interconectado. Pero advirtió que ni su influencia en la producción, ni las presiones del mercado mundial han logrado destruir la diversidad cultural, étnica y económica de los pueblos. Más bien han generado una diversificación de los patrones de respuesta a nivel nacional, regional y local (Long, 1996: 39). Harvey y Sassen también convocaron a documentar etnográficamente las dimensiones humanas de la reorganización económica y tecnológica global (Kearny, 1995: 552). Retomando el reto, en este artículo se describe la forma en que fenómenos globales —como la privatización de las empresas públicas, la digitalización de las telecomunicaciones y la flexibilización laboral— han impactado la cultura laboral de los telefonistas originarios de un pueblo con profundas raíces mesoamericanas como Santiago Zapotitlán. Veamos ahora cómo ocurrió en tierras europeas. En Gran Bretaña, el Partido La­ borista cometió errores burocráticos que abrieron el camino a las reformas impulsadas por el Partido Conservador, quien cuestionó la legitimidad del Estado benefactor y la participación estatal en la economía (Farfán: 1991). La resistencia de los trabajadores a ceder las prerrogativas conquistadas en las épocas de bonanza y las frecuentes huelgas desprestigiaron al sindicalis-

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mo británico. Margaret Thatcher impuso radicales medidas neoliberales a favor del libre mercado en Gran Bre­ taña, entre ellas la eliminación de la cláusula de exclusión o closed shop, que otorgaba a los sindicatos el control monopólico del mercado de trabajo interno en las empresas. También prohibió la instalación de paquetes sindicales en empresas asociadas a una fábrica en huelga. Además descartó las huelgas que tuvieran propósitos polí­ ticos más allá de los espe­cíficamente salariales o laborales. En 1980 se emi­ tió la primera de las Employment Acts para proscribir cualquier forma de exclusión hacia trabajadores que se negaran a ingresar a un sindicato. También derogó las medidas sindicales que presionaran a trabajadores para afiliarse al gremio. La segunda Acta de Empleo, publicada en 1982, fijó una compen­sación económica a favor de los tra­bajadores que fueran excluidos de su empleo por los sindi­ catos. Y legalizó las demandas contra sindicatos que iniciaran huelgas ile­ gales. La reforma laboral de 1984 declaró ilegal a la cláusula de exclusión y legalizó el esquirolaje, bajo el pretexto de defender el derecho individual del trabajador a laborar, aunque sus compañeros hubieran estallado una huelga decidida en forma mayoritaria. En 1988 otra acta obligó a los sindicatos a convocar un referéndum para decidir el estallido de una huelga o cualquier otra forma de acción gremial, so pena de enfrentar una acción penal. Ya debilitada la fuerza sindical de los delegados de base o shop stewards,

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las empresas no encontraron gran resistencia a la flexibilización en el uso de la fuerza de trabajo. La cruzada conservadora emprendida por tan sui generis interpretación de la libertad sindical redujo el promedio de huelgas y abatió la afiliación sindical de 13.5 millones de agremiados en 1979 a 10.5 mi­llones en 1986. El sindicalismo fue debilitado a tal grado que el incremento en la productividad industrial se logró con base en el riesgo de pérdida del empleo, la inestabilidad en la contra­ tación y la amenaza de obsolescencia laboral (Farfán, 1991: 114). La reestructuración de la economía británica, la privatización de las empresas estatales y su apertura a la competencia profundizó la desigualdad social. La doctrina neoliberal argumentaba que la mano invisible del mercado asignaría de una manera más eficiente los recursos económicos y los laborales, de tal manera que lograría incrementar su rentabilidad. Pero nunca advirtió que la eficiencia no generaría una mejor distribución social de los beneficios, sino que los concentraría en pocas manos. El neoliberalismo provocó un rezago relati­vo de la manufactura británica, frente a la prosperidad del sector financiero especulador. Dividió a Gran Bretaña en dos grandes regiones económicas: un sur privilegiado y un norte en proceso de desindustrialización. Un in­dicador del nefasto efecto de las medidas económicas neoliberales aplicadas por Thatcher fue la expansión del desempleo, que subió de 1.1 millones en 1979 a 1.7 millones para 1990.

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PRIVATIZAR LOS MONOPOLIOS ESTATALES DE LA TELEFONÍA

Previendo que la globalización demandaría telecomunicaciones más eficaces, muchas naciones emprendieron la flexibilización en el uso de la mano de obra y la reestructuración de sus empresas telefónicas. La entonces Comunidad Económica Europea publicó un Libro Verde con recomendaciones para desregular las telecomunicaciones, y entre ellas sobresalía el derecho de las naciones a otorgar en concesión la red telefónica, así como la promoción de la apertura a la competencia en los demás servicios telefónicos. Europa y Estados Unidos habían aprovechado el enorme poder de compra del monopolio sobre el servicio telefónico, tele­ gráfico y postal para consolidar una infraestructura tecnológica nacional, que favorecía la exportación de ma­ quinaria y el control del conocimiento estratégico. Sin embargo, los neoliberales argumentaban que tales monopolios en comunicaciones ya no podían crecer, ni renovar sus equipos dada la escasez de recursos fiscales disponibles para invertir en alta tecnología. Las empresas se privatizaron bajo el argumento de que la apertura del mercado doméstico de telefonía a la com­ petencia internacional elevaría al máximo la innovación tecnológica, reduciría los costos, impulsaría la eficiencia de la red telefónica y la oferta de servicios al público usuario (Won-Ho, 1992). Efectivamente, la competen­cia en el mercado impulso niveles de eficiencia internacional en las te­lecomu­ nicaciones, pero quebró los esfuerzos

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para dotar de carácter universal al servicio telefónico. Las enormes ganancias de las trasnacionales de las comuni­ caciones se han logrado con base en mayores cargas de trabajo y tarifas más altas en el servicio telefónico lo­ cal. Sin embargo, la proliferación de equipos digitales y la fibra óptica han permitido ofrecer nuevos servicios telefónicos a menor costo. LA BRITISH TELECOM ANTE LA COMPETENCIA DE MERCADO

Por su carácter pionero, la restructuración de British Telecom fue el paradigma de la privatización de empresas estatales. Thatcher enfrentó el servicio telefónico estatal a la competencia en el mercado, ya que en febrero de 1982 entregó una concesión de servicio a la compañía Mercury, integrada en 85 por ciento de capital privado. El gobierno conservador ofertó 51 por ciento de los bonos del monopolio telefóni­co estatal en la bolsa de valores, tratando de pulverizar entre el mayor núme­ro de ciudadanos la propiedad de las acciones. Tras la puja en el mercado, un puñado de 360 accionistas aseguró el control de casi 30 por ciento de las acciones, desmintiendo en la práctica la democratización del capital prometido. El gobierno británico vendió British Telecom en su totalidad, incluyendo la infraestructura, todos los servicios locales y de larga distancia nacional e internacional. La British descentralizó sus funciones en diversos centros de resultados, dotados de mayor autonomía para tomar decisiones internas y externas para elevar la productividad.

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Además superó el trato indiferente y burocrático que los trabajadores de la empresa estatal dispensaban a los usuarios de la telefonía pública, mediante una esmerada atención hacia los evasivos clientes privados, que ahora podían recurrir a los servicios de otra compañía. Luego del anuncio de la privatización de las telecomunicaciones, los seis sindicatos con contratos firmados ante British Telecom manifestaron su oposición. Se constituyó un comité para convencer a los usuarios de que la privatización afectaba sus intereses (Román, 1995). Para disuadir al gobierno de la privatización de British Telecom se promovió la movilización, la opinión pública contra la privatización y se advirtió a los trabajadores de la empresa sobre el riesgo de un reajuste masivo de personal. Cuatro mil trabajadores integrados en el Comité Sindical de las Telecomunicaciones, declararon la huelga en sectores claves de British Telecom. Durante seis meses el comité pagó íntegramente los sueldos de los telefonistas, gracias a una aportación de tres millones de libras esterlinas proveniente de sindicatos solidarios. También destinó otro millón y medio a la propaganda del movimiento, has­ta que se agotaron los recursos y ya nadie pudo detener el proceso de privati­ zación. Mientras en Gran Bretaña la reestructuración de la telefonía provocó el despido de miles de trabajadores, la reprivatización de Teléfonos de México no significó un ajuste masivo de personal, gracias a la propuesta negociada en forma bilateral entre empresa y sindicato

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para capacitar a s trabajadores desplazados y ubicarlos en otros puestos de trabajo. Consideremos cómo sucedió. LA RESTRUCTURACIÓN DE TELÉFONOS DE MÉXICO

En la VII Reunión de Planeación Corporativa de Telmex fue analizada la com­petencia global por mercados, la demanda de servicios complejos de telecomunicaciones y la desincorporación de las empresas telefónicas públicas. Por lo que se decidió revisar el marco regulatorio de Telmex, reestructurar las tarifas y promover su desincor­ poración de las paraestatales mexicanas. La gerencia estatal responsabilizó a los sindicalizados por el mal servicio a los usuarios y pronosticó el despi­do de muchos telefonistas por obsolescen­ cia tecnológica tras la introducción de equipos digitales. Ante la amenaza de un reajuste masivo de personal, el Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana (strm) aceptó firmar un convenio de concertación para la reestructuración de Telmex en 1989, que incluyó la flexibilización del contrato colectivo a cambio de que no hubiera despidos masivos y 40 mil telefonistas conservaran su empleo (Jones, 1993: 143). “Los trabajadores se vieron forzados a hacer concesiones arriesgadas, que fueron la clave para abrir el camino a la privatización de Telmex, lo que ocurrió en diciembre de 1990” (Dubb, 1992: 1). Para modernizar el servicio telefónico y flexibilizar el empleo de la fuerza de trabajo, se modificaron a la baja las cláusulas 12, 27, 38, 60, 65, 70, 71,

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185, 189 y 193, así como los transi­torios 2 y 7 del contrato colectivo. Lo primero fue eliminar 57 convenios departamentales heterogéneos y obso­letos, con­ venios que incluían 650 categorías laborales con rígidos per­files de puestos, para unificar los salarios bajo un tabulador general; devolver a los supervisores el control de la prestación del servicio telefónico, el derecho de asignar tareas y de remover a trabajadores, para alcanzar la calidad y productividad del servicio requerido en el mercado. Se acordó que la administración promovería formas de organización laboral basadas en la participación de los trabajadores en los procesos de producción. Además se integró una comisión mixta para alcanzar niveles internacionales en la prestación del servicio telefónico, promover el sentimiento de pertenencia de la empresa, dignificar las actividades y mejorar el servicio. Se firmó un “Programa de Productividad” entre Teléfonos de México y el Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana, donde se establecieron los indicadores básicos para medir la productividad en cada una de las áreas tronco de Telmex, así como los parámetros que determinarían el estímulo asociado al cumplimiento de metas. Se integró una bolsa de premios por productividad en metálico que se repartiría entre los telefonistas de acuerdo con el alcance de las metas. Con el fin de cubrir las metas exigidas por el título de concesión, se fijaron parámetros para la medición de la calidad y productividad en la planta externa. También se establecieron cuantificadores individuales de trabajo, como el núme-

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ro mínimo de instalaciones y la cantidad de reparaciones diarias por cada telefonista. En áreas de la empresa menos estratégicas los parámetros de productividad fueron grupales, pero también vinculados a la calidad del servicio y a las metas cuantitativas del título de concesión, por ejemplo el lapso que tarda la operadora en contestar una llamada. La cláusula 193 reconoció la productividad como una óptima articulación entre el incremento cuantitativo y cualitativo de la producción, el mejoramiento de la calidad, de las condiciones laborales y de vida, así como la capacitación de los telefonistas (Telmex y strm: 1996:147). En la cláusu­ la 195 empresa y sindicato acordaron la creación y desarrollo de una variante de los círculos de calidad toyotistas conocidos como “grupos de análisis”, quienes podrían “emitir recomenda­ ciones que propicien el mejoramiento de la calidad y la productividad y el cum­plimiento de metas en su centro o unidad de trabajo, acorde a los requerimientos de las diversas áreas de la Empresa” (Telmex y strm, 1996: 147-148). Limpia de rigideces sindicales, la empresa se volvió más atractiva a ojos de los compradores. La Secretaría de Comunicaciones y Transportes urgía a la privatización de la telefónica, pues de otra manera el Estado no podría sufragar los gastos de la digitalización de Telmex por sus dificultades financieras. Parecía que había copiado letra por letra los argumentos neoliberales de la primera ministra Thatcher. Lanzada la convocatoria para la venta, el Grupo Carso y un puñado de

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inversionistas mexicanos ganaron la puja en asociación con la South Bell International Holdings y la France Cables et Radio. La competencia en el mercado estimuló la expansión de la telefonía en México y eliminó los obstáculos para la innovación digital. El nuevo programa de productividad fue un éxito para Telmex, y en sólo 10 años incrementó las líneas telefónicas de seis a doce millones y redujo el índice de quejas de 36 a 2.79 por ciento. Los trabajadores no tuvieron la misma suerte; los tan espectaculares incrementos en la productividad no se reflejaron en un incremento proporcional de la bolsa destinada al premio por cumplir las metas productivas. LOS TELEFONISTAS ORIGINARIOS DE ZAPOTITLÁN

Veamos ahora cómo repercutió la restructuración de Telmex en la cultura laboral de los telefonistas originarios. Durante mí prolongado trabajo de campo en Zapotitlán conté con el apoyo de Rosalío Morales Ríos, coordinador delegacional del pueblo y miembro del Comité Ejecutivo del Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana (strm). El coordinador me propuso apoyar mi investigación a cambio de que recopilara la cultura y tradiciones de su pueblo. La referencia más antigua de Zapotitlán aparecía en la extraviada “Matrícula de Tributos”, y que por fortuna fue copiada en el Códice Mendocino, dada su importancia económica. En dicho códice se reproduce la página de la Matrícula donde fue registrado el

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topónimo del pueblo, aunque se altera el orden de presentación respetando la costumbre española de leer de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo. En Zapotitlán se celebran dos fiestas patronales al año: la fiesta dedicada al Cristo de las Misericordias del 5 de febrero; y los festejos del 25 y 26 de julio, cuando se venera a la señora santa Ana y a su señor Santiago. El pueblo es famoso por la gran cantidad de juegos pirotécnicos que queman, dada la competencia que se establece entre las mayordomías del barrio femenino de Santa Ana y las del masculino de Santiago. Como una mayordomía no quiere ser menos que la otra, surge una rivalidad dualista que a veces provoca problemas embarazosos. Zapotitlán cuenta con 23 mayordomías en sus dos barrios: el de Santiago, conformado por doce mayordomías, y el de Santa Ana con once, y les corresponde organizar la fiesta cada cinco años. Cada mayordomía se integra por un poco más de cien mayordomos, con su respectiva mesa directiva y se van rotando semestralmente. Las mayordomías no siempre fueron tan complejas: cuando comenzaron a recibir salarios urbanos o de Telmex todos querían ser mayordomos, por eso se debieron recrear las mayordomías para ampliar la participación de los originarios. El cargo de celebrar los festejos pasa de una mayordomía a otra, en un ritual religioso donde se intercambian cruces adornadas conocido como Octava o Chavarrío. Durante mi estancia en el pueblo pude presenciar danzas de aztecas o con­ cheros, santiagueros y vaqueritos, pues la de los Azcatzintzintzin dejó de re­

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presentarse hace varias décadas. Se repasará ahora la historia de los telefonistas originarios. LOS PIONEROS EN LA TELEFÓNICA ERICCSON

Fue don José Miramar el primer originario de Zapotitlán que comenzó a trabajar en la telefónica Ericcson, según relataron los telefonistas de mayor edad. En 1924 invitó a otros quince mineros, también nacidos en el pueblo, a que lo acompañaran a laborar como peones. Así se inició el tejido de la red de parientes, compadres y amigos que laboran en lo que hoy es Teléfonos de México. Otros jubilados recuerdan haber comenzado a trabajar en la em­ presa por allá del año de 1935. Don Luciano, un capataz originario del pueblo, puntualizaba a la cuadrilla su moral de trabajo duro: “¡Conmigo van a andar derechitos! ¡No quiero que vengan jorobados!” Para tener contenta a su cuadrilla los invitaba a degustar el tradicional banquete durante las fiestas patronales en su casa. Como a la gente de la capital no le gustaba cavar zanjas en época de lluvias, Deciman el legendario ingeniero sueco, enganchaba campesinos de la zona chinampera. El único requisito era saber leer y escribir, cuando soli­ citaban empleo en la calle de Victoria se les pedía que escribieran su nom­ bre con puño y letra. Las costumbres de merecer el sustento a través del trabajo duro en la milpa de los telefonistas originarios de Zapotitlán; de competir por el prestigio de ser el mejor sembrador o trabajador, así como su obligación ética

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de reciprocidad hacia quien les otor­ gaba una oportunidad, les ayudó a ganar la confianza de los jefes suecos y mexicanos. Por ello pudieron llevar a otros paisanos a la Ericsson, dando origen a las redes familiares de ingreso al empleo telefónico en el pueblo. Luego de que la Ericsson se unificó con otras empresas para constituir Teléfonos de México, y tras haber sido adquirida por el Estado mexicano, los telefonistas originarios solían invitar al ingeniero Montenegro, quien era el jefe de personal, a comer durante las fiestas patronales del pueblo; la relación fue tan estrecha que hasta lo hacían su compadre. Este personaje les fue ofreciendo plazas a cambio de una compensación o mordida; aunque todavía no era un empleo tan bueno como el actual, estaban convencidos que valía la pena el gasto para obtener un salario seguro. A pesar de haber pagado por obtener el puesto, quedaban en deuda de reciprocidad con el jefe de personal, de quien se cuenta que tenía pleito casado con el líder sindical. Durante la administración estatal de Teléfonos de México reinó la corrupción. Los jefes aprobaban el pago de horas extras no laboradas a los sindicalizados para ganar su voluntad. Se firmaban convenios departamentales tan rígidos, que los trabajadores podía negarse a realizar labores por no estar incluidas en su puesto de trabajo, con la consecuente mengua en su rendimiento y en la calidad del servició telefónico a los abonados. La burocracia toleraba a los telefonistas incumplidos y no les rescindía el contrato para evitar conflictos sindicales. Cuando un

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telefonista caía en el alcoholismo, propiciado por el consumo de cerveza en las fiestas del pueblo, se le otorgaban una licencia con goce de sueldo para su desintoxicación. Sin duda la empresa estatal prestaba un servicio telefónico deficiente. Siendo escasas las líneas telefónicas y lentas las reparaciones, el abonado prefería buscar por su cuenta a un telefonista y pagarle un soborno a cambio de una compostura informal, que era conocido entre los telefonistas como guajolote. En Zapotitlán los familiares del novio todavía ofrendan un guajolote a los padres de la novia, en reciprocidad por haber entregado su hija en matrimonio. Por eso al soborno pagado al telefonista por una reparación irregular no se le dice mordida sino guajolote. Lo que da cuenta de la influencia cultural de los originarios de Zapotitlán en los centros operativos, sobre todo antes de la privatización. El sindicato ha ejercido un monopolio del mercado de trabajo interno de Telmex gracias a la firma del contrato colectivo. Los hijos y familiares de los telefonistas tenían prioridad en la asignación de plazas y todo aquel que deseaba ingresar dependía del visto bueno del gremio. Si un joven del pueblo contaba con la suerte de que un pariente trabajara en la empresa, tenía su futuro asegurado, lo mismo ocurría con los esposos de las hijas de telefonistas. En Zapotitlán se dice que cuando llevan un bebé al Registro Civil, junto con el acta de nacimiento le entregan su solicitud para el sindicato de telefonistas. Mintz y Wolf (1950: 94) definen al compadrazgo como una re-

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lación que se establece entre individuos, a través de su participación en el ritual del bautismo católico. A partir de ese momento la pareja que patro­ cinó al bebé para ingresar a la comunidad católica y sus padres son parientes espirituales o compadres. Conseguir de compadre a un funcionario sindical, un jefe o un ingeniero era la aspiración de los telefonistas en activo, para elevar la posibilidad de conseguir trabajo a sus hijos o de desenvolver con éxito su carrera laboral en Telmex. Los telefonistas zapotecos quedaban en deuda de reciprocidad con quien les había conseguido una plaza en la empresa. Les debían corresponder con lealtad en el sindicato y en la prestación del servicio telefónico a quien los había ayudado. SEDUCIDOS POR LA METRÓPOLI

Sigamos el tránsito del campo a la ciudad recorrido por Zapotitlán a través de la historia de vida de don Ángel Espinoza, telefonista jubilado y uno de los dos presidentes de la Coordinación de Mayordomías del pueblo. Tanto el abuelo como el papá de Ángel tenían la costumbre de levantarse a laborar sus tierras desde las seis de la mañana. Cuando falleció el padre, su madre sostuvo a sus hijos vendiendo gorditas de maíz a las afueras de los mercados. Ángel trabajaba de albañil en la capital, pero continuaba cultivando sus tierras los fines de semana. Su primer empleo fijo fue en el almacén El Palacio de Hierro. Al asegurar los gastos familiares con su sueldo urbano liberó a su madre del comercio ambulante. Ángel

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estudió contabilidad y logró ingresar a Teléfonos de México en 1963. Su situación económica mejoró: de siete pesos que ganaba como albañil pasó a recibir 32.80 diarios como telefonista. Don Ángel logró edificar su casa en el pueblo y comprar un automóvil en 1965. Al terminar la preparatoria inició estudios de artes plásticas. Ya jubilado por Telmex se dedica a criar puercos, patos, conejos y marranos; pero dice que lo hace “como satisfacción, no como negocio. Yo vivo lo mío, ya regresé al campo”. Ángel relata que la gente de su pueblo comenzó a ir a la ciudad para trabajar y ganar un sueldo en la década de 1930. Los niños de Zapotitlán ya iban a la escuela para aprender a leer y escribir en los años cuarenta: “con las letras vino el deseo de superarse, el campo ya no satisfacía”. Muchas personas trabajaban en fábricas como en la telefónica, pero la vida en Zapotitlán seguía siendo rural, caminaban descalzos y vestían calzón de manta. Sólo el barrio de Santa Ana tenía electri­ cidad, contaban con el servicio de dos líneas de camiones: de San Lázaro a Xochimilco y de la Merced a Nixquece. La única diversión en el pueblo era beber en las pulquerías. Por la década de 1950 desaparecieron las viviendas rurales y llegó la televisión al pueblo. Las estufas de gas aparecieron en la década de los sesenta, y diez años después la vida ya era más urbana que rural, fue en esa época cuando se pavimentaron las avenidas principales. En la década de 1980 mejoraron los servicios urbanos. Don Ángel recorrió su ciclo de vida en paralelo a la urbanización

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de Zapotitlán. De pastorcito llegó a ser telefonista, alcanzó estudios de licenciatura en artes plásticas y al jubilarse regresó a las labores campesinas. Con algunas variantes, las historias de vida de los demás telefonistas originarios entrevistados siguieron un camino parecido. Pasemos a considerar cómo ocurrió la reestructuración laboral en la empresa telefónica. LA PERCEPCIÓN DE LOS TRABAJADORES TRAS LA REESTRUCTURACIÓN

Tras la reestructuración y venta de Tel­ mex al capital privado, la acelerada in­ novación tecnológica descalificó a muchos telefonistas, quienes ante el peligro de perder el puesto aceptaron su recalificación y reubicación en otras labores, todos recibieron acciones de la empresa, que la mayoría de las veces se malbarataron. Los telefonistas originarios de Zapotitlán cambiaron su mentalidad ante las demandas de calidad y productividad del moderno servicio telefónico. Los telefonistas originarios entrevistados dijeron no oponerse a la flexibilidad laboral, siempre que la empresa la retribuyera con equidad. El programa de productividad desató un estallido de esfuerzo laboral, sobre todo en la planta externa de Telmex, donde laboran quienes instalan el teléfono en nuestros hogares. Se desarrollaron estrategias destajistas de trabajo informal, como la subcontratación de familiares y amigos para elevar el número de líneas instaladas y, por tanto, el pago por prima de productividad. Tuvo tanto éxito el programa

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que, tras cubrir la meta de instalación de líneas establecida por el título de concesión, Telmex debió limitar o tapar la productividad, dadas las limitaciones del deprimido mercado nacional en materia de suscripción al servicio telefónico. Los telefonistas originarios se quejan de que el programa de calidad y productividad emplea indicadores tan complejos que nadie los puede entender, ni siquiera los trabajadores con estudios de ingeniería en la planta externa de Telmex, donde los instaladores de líneas telefónica tenían cierta autonomía por el carácter semi-arte­ sanal de sus labores. El sistema digital Pisa devolvió el control del servicio telefónico a los supervisores, al transparentar en la base de datos de la computadora el desempeño productivo y la calidad de cada trabajador en cada tarea y en todo momento. El control panóptico del sistema Pisa, el temor a la obsolescencia tecnológica y la conciencia de que proteger a Telmex es cuidar el sustento familiar, indujeron a los telefonistas a cambiar su cultura laboral para comprometerse con el incremento de la productividad. Ahora se tiene la mentalidad de cumplirle a la empresa que les ofrece un empleo seguro y bien retribuido, con el esfuerzo de un trabajo duro y bien hecho. Quedó atrás la cultura del ahí se va, tan en boga durante la época de oro de la adminis­ tración estatal de Telmex. Ahora se reconoce que para conservar el empleo se tiene que trabajar y bien trabajado. Luego de la restructuración, las expectativas de los telefonistas originarios respecto a Telmex son diferentes

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en función de cada situación: los telefonistas maduros tuvieron que adecuarse a la modernización y capacitarse en nuevas tecnologías; los telefonistas a punto de jubilarse añoran la corrupción laboral en la empresa pública, tienen dificultades con las nuevas tecnologías y no están interesados en ellas; los jóvenes técnicos, que ingresaron gracias a estar calificados, aprovechan el pago por productividad, su estrategia es escalar de puestos en la empresa sobre la base de una capacitación permanente, confían más en su formación técnica que en la organización sindical. GRUPOS DE ANÁLISIS TOYOTISTAS

En los “grupos de análisis” de los centros de trabajo colaboran trabajadores de confianza y personal sindicalizado para detectar los obstáculos en la prestación del servicio telefónico y proponer soluciones. Esos grupos mixtos pueden funcionar porque a todos les conviene cubrir las metas de calidad y productividad. Sin embargo; los tele­ fonistas de base subestiman la labor que realizan sus compañeros sindi­ calizados al participar en dichos grupos. Consideran que no hacen nada, les atribuyen el mote de graneros, pues só­ lo se dedicarían a cuidar sus huevos. Eso sí, descargan sobre sus hombros la responsabilidad de monitorear el cumplimiento de las metas y el consecuente pago de bonos. Cuando en un centro operativo se pone en riesgo no obtener los premios de calidad y productividad por no cubrir las metas, los rezagados reclaman a los integrantes sindicaliza-

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dos del grupo de análisis por no haberlos presionado a tiempo. Los analistas sindicalizados afirmaron que el primer obstáculo a vencer para incrementar la productividad es la resistencia de los supervisores a compartir información con los “grupos de análisis”, porque en ella basan su poder. Consideran que para reformar los procesos laborales e incrementar la producción a veces sólo es necesario supervisar a los supervisores, para que cumpla su función de vigilar el desempeño de los subordinados. Por otra parte, los telefonistas renuentes a cumplir sus metas productivas suele ser acosados en los centros operativos. El delegado sindical les llama la atención para que se esfuercen, también se recurre al convencimiento, se les acompaña durante las horas de trabajo para supervisar sus labores; y les recuerdan la importancia del cumplimiento de las metas productivas para la estabilidad en el empleo y la satisfacción de las necesidades de su familia. Se designa popularmente a esta labor como la terapeada, por su semejanza con el psicoanálisis. A ese seguimiento individual del telefonista rezagado, para que trabaje, también se le conoce como marcaje personal, de acuerdo con una metáfora que proviene del fútbol. Los telefonistas de Zapotitlán re­ conocen que tras la reestructuración de Telmex hay que hacer y aprender de todo, por ello la capacitación laboral es un reclamo sindical. Telmex representa todo para los telefonistas originarios, pues la empresa les proporciona lo necesario para vivir. Saben que la

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defensa de Telmex frente a los compe­ tidores en el mercado de la telefonía es al mismo tiempo la defensa de ellos y de sus familias. Por ello consideran que los delegados sindicales no deben encubrir a los holgazanes, sino ver por la empresa que les garantiza un empleo. Veamos ahora rasgos específicos de la cultura laboral de los telefonistas originarios del pueblo. LA ÉTICA DEL TRABAJO DURO

Siendo la tierra laborable un bien escaso, sólo la intensificación del trabajo agrícola podía elevar los rendimientos en la cosecha durante la época campesina. Por eso los telefonistas de Za­ potitlán se acostumbraron al trabajo duro y con base en ello reclaman el salario que se merecen. Durante la época de la telefónica Ericcson, los telefonistas del pueblo pudieron conseguir empleos para sus familiares y compadres sobre la base de un esfuerzo laboral reconocido por sus jefes. Cuando la burocracia estatal administró Telmex, los telefonistas del pueblo aceptaron de manera pragmática el pago de horas extras no laboradas, pero estaban conscientes de que era una forma de corrupción. La ética campesina del trabajo duro fue reactivada ante las demandas de calidad y productividad de la empresa privada. El trabajo duro interiorizado en la mentalidad de los telefonistas originarios adquirió efi­ cacia simbólica y se convirtió en una forma de cultura que genera capital acumulable. Ahora la vergüenza de merecer su salario con base en al trabajo duro los obliga a garantizar el

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bienestar de su familia y cumplir con las metas de calidad y productividad. De ahí la expectativa de que la empresa responda a sus esfuerzos con el justo pago a sus desempeño productivo. LA PERCEPCIÓN OBRERA DE LA REESTRUCTURACIÓN

El estudio de la cultura ha sido el campo privilegiado de los estudios antropológicos, pero la etnografía clásica en materia de cultura del trabajo tendía a destacar sólo las técnicas más primitivas de tribus aisladas. Tras la reestructuración global de las comunicaciones, el secreto para elevar la producción en nuestros días tiene un alto componente simbólico, se trata de que los trabajadores se involucren por propia voluntad con el incremento de la calidad y la productividad. La percepción simbólica del trabajo en la conciencia de los productores se ha convertido en una de las principales fuerzas productivas en las empresas; la cultura es una parte de capital que genera ganancias susceptibles de acumulación, es un capital-cultura. Reygadas descubrió la eficacia laboral de la cultura al reconocer que los sistemas productivos son “afectados por las tradiciones, actitudes, percepciones y valorizaciones de los trabajadores y empleados” (Rey­ gadas, 2002: 28). Para sobrevivir a la competencia en el agresivo mercado, las empresas se esfuerzan en lograr un consenso y compromiso de los trabajadores que los involucre con el rendimiento productivo, ya sea por la vía de convencimiento, el interés por los bonos o el temor a perder el empleo. Aho-

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ra, cuando la cultura laboral comienza a reconocerse como una fuerza productiva, es necesario explorar el habitus de los trabajadores en la moderna industria de las telecomunicaciones desde un enfoque vivencial. El programa de incentivos a la calidad y la productividad se renueva cada año en Telmex, y consiste en una bolsa de incentivos que representa en promedio 40 por ciento de la nómina de los trabajadores. Si un grupo de trabajadores cumple sus metas de crecimiento o de calidad en la atención, tiene derecho a que se les reparta la bolsa individualmente en función de su asistencia al trabajo, puntualidad y participación. La competencia fomenta el individualismo entre los trabajadores, pero el sindicato busca el equilibrio fortaleciendo el espíritu de trabajo en equipo, tan necesario para alcanzar las metas de la empresa. A continuación se presentarán testimonios de los telefonistas originarios de Zapotitlán, quienes comentan su percepción del proceso de reestructuración en Telmex: “Laboro en la sección 9 de Telmex en Pachuca, Hidalgo, tengo dieciocho años de antigüedad. Ingresé como dibujante y ahora soy auxiliar de jefe en la misma especialidad. Ascendí en forma combinada, tanto por exámenes de conocimientos como subiendo vacantes en el escalafón”. Como se puede apreciar, la reestructuración ha desplazado el ascenso alcanzado según la antigüedad en la empresa por la competencia demostrada mediante exámenes técnicos. En cuanto al impacto del pago de un bono de productividad, otro entre-

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vistado comentó: “Con la productividad ya no me quedo a trabajar tiempo extra y estoy más tiempo con mi familia. Mi productividad se ve reflejada en mis ingresos. Además los que quieren trabajar más tiempo pueden atender los rezagos. En lo personal mi situación económica mejoró con la productividad, nos estimula a hacer el trabajo bien, con más calidad”. Aunque no entienden la comple­ jidad del sistema de indicadores de productividad pactado en forma bilateral, saben que controla el desempeño de sus labores: “El problema es que la Comisión de Modernización ha sofisticado tanto el cálculo de metas e indicadores que sólo ellos lo entienden. Del programa de calidad y productividad desconozco cómo trabajan los números, siempre dicen que te regalan un porcentaje. Si pasamos de un número de quejas al mes nos pagan menos”. Sin embargo, el pago por productividad introduce desigualdades en los ingresos, lo que genera conflictos: “Algunos compañeros no quieren entender lo que es la competitividad. Les da envidia porque trabajas más y produces más, se sienten perjudicados porque haces bien tu labor. Qué le vas a hacer, ahora te ponen enfrente el pastel y te dicen ‘¡Despáchate solo!’” La restructuración digital descalifica a los telefonistas ya maduros: “Es difícil aprender las tecnologías, cuando éramos chiquitos las letras no entraban porque nos faltaba comer. Ahora que ya estamos grandes cómo quieren que aprendas”. En cambio, los jóvenes telefonistas se esfuerzan en capacitarse: “Gracias a Dios, Telmex

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tiene el personal para impartir esos cursos. Es cosa de seguir sus explicaciones al pie de la letra y tener un real interés en aprender, además nos dan manuales”. Por lo general los entrevistados dijeron sentirse a gusto en su trabajo: “Como trabajador me encuentro orgulloso de trabajar aquí; espero no defraudarme a mí mismo, me costó un buen rato para entrar, hay que conservar el trabajo y echarle ganas”. Los telefonistas saben que en una empresa privada hay que trabajar para desquitar el salario: “Durante la administración gubernamental se toleraba a la gente floja, ahora la empresa privada no acepta personal improductivo pues te pueden sustituir fácilmente. Antes nos pagaban hasta por platicar, ahora tenemos que hacer un poquito más para recibir una buena productividad”. Entre los entrevistados se manifestó un cierto recelo hacia los trabajadores irresponsables, por ello reclaman: “¡El flojo me quita mi propia productividad!”. Algunos telefonistas originarios dijeron contar con una ética laboral: “Todos trabajamos por una lana, claro que hay que tener una moral de trabajo. Los trabajadores más productivos tenemos menos fallas y quejas. Hacemos más trabajo que antes, tenemos un sobresueldo, entre más trabajo con calidad y rapidez hagamos, nos dan una feria bastante buena, a veces nos pagan como media semana. La productividad es mensual, pero la reparten en las cuatro semanas”. Han desarrollado una cultura de cumplimiento laboral: “Debido a la

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competencia, lo único que te queda es trabajar como se debe, cumplir con tus obligaciones, entregar el trabajo a tiempo y mejorar la calidad del servicio. No faltar nada más porque sí, en una palabra cumplir con los reque­ rimientos de la empresa y estar ac­ tualizado. Es importante que todos laboremos para la empresa, cuidar a la empresa es cuidar a nuestra familia”. Si bien los entrevistados están seguros de que la empresa ha valorado a los originarios de Zapotitlán por su vergüenza de merecer con base en el trabajo duro, les preocupa no conseguir empleo en Telmex para sus hijos y familiares: La empresa lo ha visto, como pueblo todos tuvimos padres telefonistas. Por eso uno mismo le echa ganas para estar ahí adentro. A la empresa le gustó más el rendimiento de un telefonista de Zapotitlán por su trabajo duro, que el de uno de la ciudad. Los mismos papás nos orientan en el trabajo. Los chavos ya entran con mejor preparación. Pero desde que se privatizó la empresa, de 1990 para acá han sido contadas las contrataciones. Telmex ya no le cubre al sindicato las vacantes, ahora se abren donde lo requiera la empresa. Por lo regular el crecimiento de Telmex se da en provincia.

En cuanto la forma en que el “grupo de análisis” divide las tareas produc­tivas en el centro de trabajo, tenemos el siguiente comentario: “Mi área se reúne semanalmente con el jefe para conocer las cargas de trabajo, establecer las

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prioridades, distribuir el trabajo y dar seguimiento al cumplimiento de las tareas. A estas reuniones les llamamos ‘grupo de análisis’ o círculo de calidad, en ellas se proponen las iniciativas, las alternativas para hacer más eficiente el trabajo, pues con ello los trabajadores obtenemos beneficios”. Como se esperaba, el mejor incentivo para incrementar la productividad es la remuneración económica, y por ello uno de los entrevistados reclamó su derecho a la repartición individual de la bolsa, en función de su asistencia y puntualidad en el trabajo, con menosprecio al esfuerzo productivo: La productividad estimula al trabajador que produce, labora con calidad y sostiene su cantidad de trabajo. Pero algunos compañeros trabajan menos, son parásitos que al momento de distribuir la bolsa de productividad quieren ganar lo mismo que quien sí se esforzó. Sería muy injusto repartirlo igual, buscamos premiar a quien aporta más y alentar al rezagado a producir adecuadamente para que comparta los beneficios de la productividad.

En estas líneas se concentra el discurso predominante en las reuniones de los “grupos de análisis”. Se defiende una ética laboral donde el buen trabajador debe ser premiado y se califica como parásitos a los rezagados, pero se resalta la necesidad de impulsarlos a esforzarse para que también puedan compartir los beneficios. De manera directa pero sencilla el entrevistado explicó cómo percibe la estructura de

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la empresa y el importante papel que desempeñan los sindicalistas en la negociación de las condiciones de trabajo, sobre todo en la base de los centros de trabajo: Para elevar la productividad son muy importantes los acuerdos bilaterales entre la empresa y la representación sindical de los trabajadores, los programas unilaterales no dan resul­tado. Los bilaterales incluyen la creatividad y las iniciativas de innovación de los trabajadores, pero algunos jefes sienten que su autoridad se rebasa y se vuelven autoritarios para decir ‘Aquí soy el jefe’. La productividad debe ofrecer igualdad de oportunidades. Aunque en el contrato colectivo la empresa reivindicó la facultad de administración que le garantiza la ley, ha abierto espacios a los trabajadores.

El telefonista originario percibe así la importancia de regular las labores productivas de manera bilateral y da cuen­ ta de la apertura de espacios para la innovación realizada por los trabajadores desde el piso productivo. En ese sentido los “grupos de análisis” son un foro de discusión para llegar a un acuer­do sobre el proceso productivo: “La productividad se está convirtiendo en un espacio de negociación a favor de los trabajadores. A nosotros como sindicalistas con una visión social, nos interesa contar con una empresa productiva; pero que dé beneficios tanto a los empresarios como a los trabajadores y a los clientes o ciudadanos”. Entre los telefonistas se ha interiorizado el discurso de la productividad,

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claro que desde un punto de vista sindical. También se reconoce a los programas de calidad y productividad como un logro de la negociación bilateral. El entrevistado reconoce que la empresa ha reclamado para sí el derecho de administrar el servicio, pero también abrió espacios de participación a los trabajadores. Como hemos visto, los telefonistas originarios de Zapotitlán cambiaron la percepción de su empleo a partir de la reestructuración de Telmex y se involucraron en el programa de calidad y productividad: La privatización nos permitió recobrar la honestidad y la responsabilidad de los buenos hábitos. Para ser mejores en la empresa y en nuestra casa. Ahora hay que cuidar el trabajo para evitarse broncas, tenemos un empleo seguro. Los del sindicato dicen que la reestructuración sirvió para dar un mejor servicio al cliente. Ahora la red telefónica es más grande que en los años noventa. Sin embargo ingresa poca gente nueva a la empresa, cada trabajador atiende entre 700 y 800 líneas él solito.

Los telefonistas originarios se consideran afortunados al contar con un programa de productividad y grupos de análisis, pues así reciben un sueldo remunerativo. Sin embargo, el hecho de que la empresa acumule capital en magnitudes totalmente desproporcionadas respecto al incremento de sueldo y bonos genera dudas sobre la reciprocidad de Telmex.

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EN SÍNTESIS

Los primeros telefonistas de Santiago Zapotitlán se ganaron la confianza de sus jefes suecos gracias a su costum­ bre de merecer el sustento a través del trabajo duro en la milpa, dado su anhelo de ser reconocido como el mejor sembrador y por tener la obligación ética de responder con reciprocidad a quienes les hacía un favor. Así lograron obtener empleo para sus familiares en la antigua telefónica Ericsson, dando origen a las redes familiares de empleo telefónico en el pueblo. La eficacia simbólica de la ética del trabajo duro y la cultura de reciprocidad campesina se transformó en un capitalcultura productivo para la empresa telefónica desde sus inicios. La reestructuración de Telmex siguió al pie de la letra la estrategia propuesta en el Libro Verde de las telecomunicaciones publicado por la Comunidad Económica Europea. Al igual que en British Telecom, se argumentó la carencia de recursos fiscales para la modernización digital del servicio telefónico. Para enfrentar la competencia en el mundo de las telecomunicaciones debía venderse el monopolio estatal a la iniciativa privada; pero a diferen­ cia de la experiencia británica —donde se disciplinó a la fuerza de trabajo mediante reformas neoliberales que de­ bilitaron a los sindicatos, con el fin eliminar los posibles obstáculos al despido de miles de trabajadores—, la difícil pero acertada política del sindicato mexicano de telefonistas de aceptar la reestructuración a la baja del contrato colectivo para flexibilizar el uso de la

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mano de obra, evitó un despido masivo de trabajadores. Los telefonistas que cayeron en obsolescencia tecnológica fueron recapacitados y reubicados pero conservaron el empleo. La restructuración de la empresa rompió las inercias y la corrupción de la época de la administración estatal, cuando era regla cobrar un soborno o guajolote al abonado quien por fin conseguía un bien tan escaso como la línea telefónica. Los supervisores de la empresa pública no exigían esfuerzos, dejaban hacerse pato a los trabajadores. En cambio, el capital privado que adquirió el corporativo les dejó claro que para cobrar hay que trabajar. La empresa pudo contar con trabajadores dispuestos a trabajar cómo y dónde fuera necesario, los rígidos convenios departamentales se compactaron en flexibles perfiles de puesto universales. Los telefonistas originarios identificaron la restruc­ turación con la compactación de categorías laborales y su conversión en trabajadores flexibles o poli-funcionales, pero aseguran que en la práctica siguen teniendo labores especializadas. Admiten que les resulta más fácil trabajar con la tecnología digital, pues las computadoras ayudan a ofrecer un mejor servicio, pero se quejan de que el manejo de esa tecnología se reserva al personal de confianza de la empresa o a personal subcontratado por empresas de outsourcing. Por su interés al cubrir las metas fijadas por el título de concesión expedido por el Estado, Telmex intensificó la instalación de líneas en la planta exterior y ofreció el pago de un bono por productividad. Los telefonistas de Za-

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potitlán, acostumbrados a la estrategia campesina de ampliar sus ingresos mediante el trabajo duro, aprovecharon la oportunidad e incrementaron su producción por dos vías: la de laborar con mayor intensidad, o bien la de sub­ contratar —de manera informal— a parientes y vecinos para instalar el mayor número de líneas en el menor tiempo posible. Estimulados por lo que consideraban una merecida retri­ bución a su esfuerzo, los telefonistas cubrieron las metas antes de lo programado. Se desató un salto espectacular en la instalación y reparación en líneas telefónicas y se alcanzó un gradiente internacional de calidad. Fue necesario frenar el frenesí laboral, marcando un límite superior a la bolsa de productividad. Ahora tanto el personal de confianza como los sindicalizados se preocupan por cubrir las metas e indicadores de producción. En los “grupos de análisis” tratan de armonizar sus esfuerzos, pues de ello depende una buena parte de sus ingresos, lo cual no elimina ciertas fricciones entre jefes y subalternos en el taller. Según los entrevistados, los mandos intermedios de la empresa se cuentan entre los principales obstáculos al impulso de la calidad y la productividad, pues consideran al centro de trabajo como su coto de poder y ven con rece­ lo cualquier injerencia ajena, por lo cual obstaculizan el funcionamiento de los “grupos de análisis”. Sin buscarlo, algunos de estos grupos han llegado a operar como supervisores de los supervisores y los compelen a cumplir su función. Rasgos de la cultura campesina de los originarios de Zapotitlán —como su

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lealtad a la empresa por brindarles un empleo, el compromiso de responderle al sindicato y su obligación de man­ tener en alto el buen nombre de su familia dentro de Teléfonos de México— convergieron con la demanda de productividad de la administración privada. El control panóptico del sistema Pisa, el temor a la obsolescencia tecnológica, y la conciencia de que cuidar a Telmex es cuidar el sustento familiar reactivaron la ética del trabajo duro entre los telefonistas originarios, y por ello se involucraron con el alza de la productividad. Este argumento sintetiza en la cultura de compromiso con la empresa que les ofrece un empleo seguro y bien retribuido. Los telefonistas originarios afirman que el mejor incentivo para incrementar la productividad es obtener mayores ingresos, aun cuando reconocen que hubo excesos y simulaciones cuando se iniciaron los programas de productividad. Admiten que las horas extras eran una simulación en la empresa estatal, la gente permanecía más tiempo en el centro pero no trabajaba. En nuestros días el control estadístico de las quejas y el registro en computadora dificulta el cobro de un soborno o guajolote, pero ha sido sustituido por un trato eficaz y zalamero a las usuarias para ganarse una propina. RESULTADOS DEL PROGRAMA DE PRODUCTIVIDAD CONCERTADO

La implicación de los telefonistas con la productividad de la empresa, aunada a las inversiones en tecnología digital, rindió frutos. Mientras en 1990 las

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acciones de Telmex pagaban una utilidad de 0.7856 pesos, en la siguiente década las utilidades aumentaron 226.68%. Telmex tuvo un crecimiento acelerado, sus líneas instaladas se incrementaron 39.8% entre 1991 y 2002, y para 2009 ya contaba con 17 millones de líneas fijas en servicio. En abril de 2009 Telmex Internacional aprobó un pago de dividendos por un monto integral de tres mil millones de dólares (Ortega, 2012: 99). Los telefonistas de Zapotitlán coinciden en señalar que la calidad y la productividad se ha incrementado en la empresa: “diez trabajadores hacían lo que hoy hace sólo uno”. Aunque al principio las oportunidades de ascenso dependían de la antigüedad en el escalafón, la empresa fue sustituyendo dicho criterio por la capacitación, y los entrevistados recuerdan los exámenes que debieron aprobar para subir de categoría laboral, por eso orientaron a sus hijos a estudiar alguna carrera adecuada al perfil de empleo en Telmex. Ahora hay originarios de Zapotitlán en todas las jerarquías de Telmex: desde peones que trabajan de al­bañiles hasta ingenieros en microondas y larga distancia, jefes de centro, gerentes de centrales y operadoras bilingües. Desafortunadamente, la red clientelar de empleos heredados por la vía sindical casi se ha roto. A fin de evitar despidos del personal que cae en la obsolescencia tecnológica, los trabajadores son recapacitados y reubi­ cados, por lo que no es necesario cubrir las plazas vacantes. Desde hace más de una década es muy difícil ingresar a la empresa, aunque algunos hijos de telefonistas con estudios profesionales

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han logrado el empleo, cada vez será más difícil conservar el carácter de pueblo telefonista que aún tiene Santiago Zapotitlán. Sin embargo el reciente acuerdo bilateral entre empresa y sindicato para permitir que los telefonistas en edad de jubilación sigan aportando su experiencia prolonga la relación entre Telmex y las familias de telefonistas originarias de Zapotitlán. BIBLIOGRAFÍA

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LA REFORMA LABORAL EN MÉXICO: LA MITIFICACIÓN DE LA EMPRESA Y LOS AJUSTES EN LAS RELACIONES LABORALES

Edgar Belmont Cortés*

Resumen: Se plantea que los supuestos de que la flexibilidad del mercado de trabajo, o el relajamiento de las obligaciones patronales, favorece la inversión y la adaptación de las empresas a los cambios impuestos por el mercado que justificaron las reformas laborales en América Latina en la década de los noventa, persisten en el caso mexicano como paradigma hegemónico. El argumento desarrollado en este artículo es, en primer lugar, que los ajustes en la legislación laboral se inscriben en una lógica de corto plazo al anteponer la ganancia inmediata, imperativo del capitalismo financiero; y segundo, que dichos ajustes se inscriben en una dimensión histórica al articularse con cambios en los procesos productivos y en las relaciones sociales que se construyen en el trabajo; por ejemplo, con la redefinición de los mecanismos y criterios que intervienen en la movilidad interna de las empresas, o bien con la incorporación de los principios que se encuadran en el modelo de gestión por competencias. Palabras clave: reforma laboral, ajustes productivos, conflictividad laboral, dominación en el trabajo. Abstract: The author argues that the assumption that labor market flexibility, or the relaxation of employer obligations, promotes investment and the adaptation of companies to changes imposed by the market, which justified the labor reforms in Latin America in the 1990s, persist as a hegemonic paradigm in Mexico. The author maintains that adjustments in labor law are first part of a short-term logic of financial capitalism that prioritizes immediate gain; and second, that such adjustments are part of a historical dimension that arise with changes in production processes and social relations that are built around work. For example, this occurs with the redefinition of mechanisms and criteria that affect internal mobility in companies or with the incorporation of principles that fit the competency-based management model. Keywords: Labor reform, productive adjustments, labor dispute, control over working relations.

E

n La producción de la ideología dominante Bourdieu y Boltanski (2008) señalan que quienes do­ minan están obligados a justificar la do­minación; es decir, a transmitir es*Profesor-investigador de la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Querétaro.

quemas narrativos y categorías que orientan la percepción y las prácticas de los actores que detentan el poder económico, político y simbólico (empresarios, funcionarios de instituciones públicas y privadas, académicos, intelectuales, etcétera) con el objetivo de construir una hegemonía más o menos 35

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estable. En esta misma tesitura, los ajustes en los modelos productivos (Linhart, 2011) se acompañan de cambios en las representaciones sociales, reorientando el sentido del trabajo. A partir de estos planteamientos hemos desarrollado el interés por comprender los ajustes estructurales y la reconstrucción de los acuerdos socioproductivos en México, en el marco de un modelo productivo que mitifica a la empresa y se apoya en la continuidad de prácticas de control social y político sobre el sector laboral; es así que nos proponemos analizar la reforma laboral más allá de los cambios en la legislación laboral e identificar los cambios estructurales de la economía mexicana, algunos componentes de la transformación de los procesos productivos y de los ajustes ideológicos que intervienen en la reconfiguración del sindicalismo y el desmantelamiento de los mecanismos de protección social asociados al empleo estable y protegido. Tales ajustes se inscriben en la premisa de crear los espacios que favorezcan el flujo de capital (Harvey, 2007a), así como en el interés de redefinir las reglas del juego económico mediante las reformas integradas en la “agenda de la competitividad”; éstas, desde la perspectiva gubernamental y empresarial, permitirán la modernización del país, el crecimiento económico, la apertura de “oportunidades de inversión” al capital y la creación de empleos. En materia laboral, la perspectiva dominante se apega a la teoría neo-clásica (De la Garza, 2007) y a los postulados enmarcados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Econó-

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mico (ocde); particularmente al pro­ poner la flexibilidad del mercado de trabajo, mediante el relajamiento de las obligaciones patronales en la con­tra­ tación y en el despido, y ajustar la re­ lación salarial a los imperativos del modelo de competencias. Ahora bien, comprender el significado histórico de la reforma laboral aprobada en noviembre de 2012 (Decreto, 2012) implica considerar por lo menos tres aspectos relevantes. Primero, el apuntalamiento del régimen económico y político neo-liberal mediante una fuerte intervención del Estado en la redefinición de las relaciones laborales; segundo, los soportes ideológicos que mitifican a la empresa (Enríquez, 1992; Sainsaulieu, 1992) y que intervienen en la reorientación de la política de empleo; y tercero, el dominio de la lógica económica sobre lo social y lo político, lo cual se expresa en el interés supremo de asegurar la continuidad de la empresa mediante estrategias que reducen costos laborales y fis­ cales, y relajan las obligaciones patronales con el propósito de hacer atractivo los territorios para la inversión. Desde esta perspectiva, analizar los contenidos de la reforma laboral implica situar los cambios jurídicos en una dimensión histórica. El argumento a desarrollar es que los ajustes en la legislación laboral se inscriben en el dominio de una lógica económica que an­t epone la ganancia inmediata y que éstos cambios se engarzan con los ajustes experimentados en el espacio productivo; por ejemplo, con la des­ centralización de la producción, la ex­ tensión de la subcontratación y la

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instrumentalización del modelo de gestión por competencias. Al entrecruzar estas dimensiones sostendremos que la reforma laboral no sólo trastoca el vínculo jurídico con el trabajo y los referentes ético-polí­ ticos que emanaron de un modelo de regulación laboral heredado de la Revolución mexicana (De la Garza, 1995; Bensusán, 2000), tales como la esta­ bilidad y seguridad en el empleo, la protección social al trabajador asalariado y el derecho a la negociación colectiva; sino también los referentes del sindicalismo mexicano y los compromisos socio-productivos que se construyeron alrededor del corporativismo mexicano y de un modelo de regu­ lación laboral centrado en la cualifi­ cación. Ahora bien, entre las razones para justificar la reforma laboral el Poder Ejecutivo adujo las siguientes (Decreto, 2012): […] • El marco jurídico laboral ha quedado rebasado ante las nuevas circunstancias demográficas, económicas y sociales. • La legislación actual no responde a la urgencia de incrementar la productividad de las empresas y la competitividad del país, ni tampoco a la necesidad de generación de empleos. • Subsisten condiciones que dificultan que en las relaciones de trabajo prevalezcan los principios de equidad, igualdad y no discriminación. • El anacronismo de las disposiciones procesales constituye un factor que

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propicia rezagos e impide la modernización de la justicia laboral. […]. Nuestra propuesta es analizar la reforma jurídica en el marco de un retraimiento de los referentes del sin­dicalismo y del mundo cívico en la mediación de las relaciones laborales y de la protección social al trabajo, pues la aspiración de democratizar el espacio productivo se constriñe básicamente a la idea de transparentar la “vida” sindical: “Hoy más que nunca se requiere construir un entorno que favorezca la transparencia, la rendición de cuentas, y el diálogo social entre los distintos actores del mundo laboral” (Decreto, 2012), mientras los ajustes jurídicos se plantean como necesarios para crear garantías e incentivar el incremento en la productividad y en la competitividad de las empresas: • flexibilizar la contratación de personal (contrato de prueba, de capacitación inicial, de temporada, etcétera), • individualizar la relación salarial, con mecanismos que vinculen la retri­ bución a la productividad y el desempeño individual de los trabajadores, • descentralizar la negociación colectiva, • reducir los costos del despido, • eliminar la antigüedad, como un criterio en la movilidad de los trabajadores, • flexibilizar la jornada de trabajo, • reducir las sanciones a la empresa en caso de que se demuestre el despidos injustificado (excepto salarios caídos), • regular la subcontratación.

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En este contexto, el objetivo del presente artículo es identificar las paradojas creadas alrededor de la reforma laboral, así como los soportes ideológicos que enmarca los cambios en las relaciones laborales (mediadas por un contrato) y en el espacio productivo. DEL “PACTO POR LA ESTABILIDAD ECONÓMICA” AL “PACTO POR LA COMPETITIVIDAD”

En la década de 1980 la crisis del modelo de desarrollo “nacional revolucionario”, y en particular la crisis financiera del Estado mexicano, enmarcan un giro en la regulación del mercado y el ascenso de un grupo de poder que ha sostenido, hasta hoy en día, las premisas y recetas neo-liberales como la panacea a los males que aquejan a la sociedad. La consigna de alcanzar la “estabilidad” macroeconómica, mediante un uso eficiente de los recursos financieros y una austeridad presupuestaria, sirvió de telón para encuadrar la “modernización” del Estado, mediante un conjunto de reformas que incluían la reducción del gasto público, las privatizaciones de empresas del Estado, etcétera. En ese contexto de ajustes estructurales y de cambios políticos e ideológicos, los actores dominantes se han apoyado en un conjunto de técnicas y de indicadores que neutralizan lo político y justifican, desde su perspectiva, la reorientación y reorganización del Estado. En ese contexto, las estructuras políticas corporativas más que entrar en un desfase con el proceso de modernización de las estructuras económicas

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(Bizberg, 1990) se acomodarían a la redefinición de arreglos políticos con una actitud pasiva y hasta pragmática, resignificando en algunos casos las prácticas de control (laboral y sindical) sobre los trabajadores. Así, la promoción de una “nueva” cultura laboral se enmarcaría en la “dramatización”, pregonada por actores políticos y econó­ micos, de quedar atrás en el juego económico internacional. En tal escenario, el margen de negociación de las organizaciones sindicales se vería reducido —en buena medida— por una pérdida de control sobre los procesos de reorganización productiva (Zapata, 1994), pues aun cuando éstas habrían jugado un papel importante en la contención del conflicto laboral, la re­ conversión productiva, más o menos forzada, combinaba flexibilidad y precariedad laboral. Esta situación, a la larga, las colocó en medio de una fuerte crítica social que explica, en buena medida, una especie de vacío ideológico en las estructuras sindicales. Ahora bien, los ajustes estructurales y los procesos de re-conversión productiva, como bien apunta De la Garza (1994), trastocaron no sólo los marcos de acción de las dirigencias sindicales, sino también los referentes encuadrados en el modelo contractual que emerge con la revolución mexicana. Es en este escenario que las reformas experimentadas durante la década de 1990 en los sectores estratégicos de la economía mexicana pondrían a prueba, en el marco del rediseño del Estado, el margen de negociación de las dirigencias sindicales, así como la disposición de los actores para crear

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mediaciones políticas y productivas. De ahí el juego diferenciado que se observa en diferentes sectores de la economía, pues en algunos casos las dirigencias sindicales vinculadas al poder —por ejemplo el Sindicato Único de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana (suterm) y del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana ( stprm )—, habrían jugado un papel importante en la recomposición de las empresa públicas Comisión Federal de Electricidad (cfe) y Petróleos Mexicanos (Pemex) y en los ajustes contractuales; en otros casos, la resistencia y oposición a los ajustes estructurales se traducirían no sólo en una reducción en el margen de maniobra de las dirigencias sindicales, sino además en un impasse en los procesos de reorganización productiva, con efectos negativos para trabaja­ dores y consumidores/usuarios. El ejemplo paradigmático es el de Luz y Fuerza del Centro, el cual ha sido estudiado por varios autores desde diferentes ángulos (Melgoza y Ortega, 1998; Melgoza y Montesinos, 2002; Bensusán, 2005; Belmont, 2011 y 2012). La indisposición de los actores para crear mediaciones políticas y produc­ tivas se expresa no sólo en el ataque a los referentes del sindicalismo; sino en la descalificación y el uso de la vio­ lencia que permea en los procesos de reorganización productiva. Ello es im­ portante tenerlo claro, pues el desalojo (junio de 2010) de los trabajadores mineros, tras declararse inexistente la huelga de Cananea de julio de 2007, el cierre de Luz y Fuerza del Centro (octubre de 2009) y el “quiebre financiero”

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de la empresa Mexicana de Aviación (julio 2010) expresan no sólo una recomposición de fuerzas —y una convergencia de intereses entre el Gobierno Federal y los actores económicos que han acusado la indisposición de los trabajadores y de los dirigentes sindica­ les a asumir los ajustes que conllevan a la modernización de las empresas, a la mejora continua y permanente de los pro­ cesos de trabajo, a la calidad de los bie­ nes y de los servicios, incluyendo la satisfacción del consumidor/cliente/ usuario y la reducción de los costos—, sino el ataque frontal a los referentes del sindicalismo y del empleo estable y protegido. En la reducción del margen de negociación de la clase trabajadora y en la “crisis” de las organizaciones sindicales se combinan, por tanto, el uso de discursos y técnicas que neutralizan el conflicto e inciden en la descalificación laboral y política de los trabajadores. Así, por ejemplo, para la perspectiva dominante de empresarios y representantes del gobierno, una huelga produce efectos negativos en la economía local y en la confianza de los inversionistas. El ataque a los referentes de la huelga, del empleo estable y protegido y de la negociación colectiva ocurre, sin embargo, en un escenario donde impera la fragmentación y/o desarticulación de las organizaciones sindicales. Tales elementos debilitan la seguridad del empleo y se articulan con una fragilidad institucional que acentúa las repercusiones sociales del dominio de la lógica económica en el tejido social; un ejemplo de ello son las maquiladoras, pues varios autores señalan

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que la combinatoria creada alrededor de la flexibilidad, la inseguridad y la precariedad laboral (De la Garza, 2006; Sánchez, 2011) se engarza con una estrategia de ganancia de corto plazo que descansa en salarios bajos, la intensificación del trabajo y la continuidad de mecanismos de control social y corporativo sobre los trabajadores. El dominio de lo económico sobre lo social y lo político se expresa en la convergencia de intereses que existe entre los actores económicos y políticos, y en una política laboral que se apoya en la neutralización de lo político mediante el uso de indicadores que descontextualizan las condiciones en que se producen bienes y servicios. Un ejemplo son los indicadores Doing Bussines del (Banco Mundial), empleados para jus­ tificar la flexibilidad del mercado de trabajo. El uso de estos indicadores (ranking de competitividad) entre organismos como el Instituto Mexicano por la Competitividad (Imco, 2012) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (ocde) crea un juego autorreferencial entre actores políticos y económicos al presentar, por ejemplo, las reformas estructurales como algo ineludible e inevitable; sobre todo al comparar el comportamiento de economías emergentes (México, Brasil, China, India y Sudáfrica, principalmente) (Imco, 2009), y entonces convocar a los actores políticos a profundizar en los cambios estructurales que permitan la atracción de capital. En este tenor, la reforma laboral de 2012 se apoyó en la idea de construir un nuevo arreglo o “pacto por la competitividad” (Belmont, Carrillo et al.,

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2012) y en un esquema de individualización de las relaciones laborales cuyos soportes se encuentran no sólo en los cambios de los procesos productivos, sino también en los referentes ideológicos asociados a la mitificación de la empresa y a la ideología de igualdad de oportunidades, mediante la cual se responsabiliza al individuo de su condición social. Tales ajustes, como veremos enseguida, estarían cerran­ do el círculo de un modelo que combina flexibilidad de los procesos de trabajo, individualización de las relaciones laborales y precarización del empleo. Ahora bien, considerando que la libertad constituye un valor exaltado por el discurso neoliberal (Harvey, 2007b), la evaluación del mérito y/o del esfuerzo individual se combinan con la transformación de los espacios productivos y de las relaciones sociales, este proceso de incivilización merma el carácter colectivo y socializador del trabajo (Linhart, 2005). Desde esta perspectiva, la valoración del individuo —a través de la validación de sus competencias, emprendimiento y empleabilidad— es un componente ideológico que acompaña la transformación de las dinámicas productivas y el desmantelamiento de compromisos sociales (propios de la sociedad salarial); sin embargo, dicho proceso encierra una contradicción señalada con insistencia por Robert Castel (1995, 2009), pues si bien se responsabiliza al individuo de salir adelante por sí mismo, los soportes sociales que le permiten un desarrollo pleno como tal le son retirados con el retraimiento de la protección social y el desmantelamiento de una

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política social que se apoyó, en otro momento, en los ideales de la justicia social redistributiva. La reciente reforma laboral aprobada en México se inscribe, por tanto, en una transformación de las instituciones y de las reglas de uso de la fuerza de trabajo (Neffa, 2010), así como en una trasformación social más amplia en la que entran en juego nuestras representaciones sociales sobre la noción de justicia social, las cuales tienen un impacto en el régimen de movilización de los trabajadores (Durand, 2011). En ese sentido, aun cuando es po­ sible sostener que la reforma laboral se acompaña de la reforma política que revitalice las dinámicas internas de las organizaciones sindicales y acote las prácticas de control político corporativo, resulta evidente que los cambios en las relaciones de trabajo y en el espacio productivo colocan a los individuos en una condición de mayor fra­ gilidad (Ségal, 2005). Bajo esta lógica, las formas en que se enmarcan las rela­ ciones sociales en el trabajo implican reconocer que los individuo se encuentran estructuralmente sumergidos en relaciones de poder y de dominación por y en el trabajo (Renault, 2011; Deranty, 2011). Un ejemplo de lo anterior se expresa en el siguiente párrafo, en el cual se codifica la situación vivida por trabajadores que se ven forzados a “renunciar” al reclamo de derechos laborales en “aras” de mantener o preservar la fuente de trabajo: […] un esquema de productividad debe procurar siempre obtener resultados que beneficien a los trabajado-

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res, a las empresas y a la sociedad; no obstante, debe quedar abierta la posibilidad de modificar, suspender o dar por terminadas las condiciones originalmente pactadas, cuando ocurran circunstancias que así lo ameriten, considerando valores superiores como el empleo y la subsistencia misma de la empresa […] (Secretaría del Trabajo, 2009).

Es así que a lo largo del debate que antecedió a la aprobación de la reforma laboral se expresó un juego ideológico y la confrontación de un discurso técnico contra los referentes del sindicalismo, la conflictividad entre capital-trabajo y el colectivo de trabajo; desde esta perspectiva, el uso de indicadores y el do­ minio de una lógica de evaluación centrada en el desempeño individual y en la consecución de resultados se inscribirían claramente en una política que busca neutralizar el conflicto. Analizar los componentes de esta lógica será lo que nos ocupe en los siguientes apartados. EL ENTORNO DEL TRABAJO: LÓGICAS PRODUCTIVAS Y COMPONENTES DEL CONTROL SOCIAL Y POLÍTICO

Primer componente Negar la conflictividad laboral y asegurar la permanencia de la empresa como leitmotiv de la reforma laboral: “[…] necesitamos una reforma laboral porque necesitamos ser competitivos, México necesita dar otra cara al mundo, México necesita crear certeza, otor-

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gar certeza jurídica, precisamente para poder atraer inversión tanto nacional como extranjera” (Marcelo Torres, diputado del pan, entrevista realizada el 25 de septiembre de 2012 en el programa “Al empezar el día”) El “interés” supremo en el contexto de crisis económica —consideran políticos y empresarios— es crear empleos a cualquier precio y asegurar la permanencia de las empresas. Tal pre­ misa se extiende a los compromisos construidos con la participación de las dirigencias o burocracias sindicales, en el ideal de preservar y de asegurar la paz laboral como un bien común; de allí que actores políticos hayan sostenido que el outsourcing genera competitividad entre las empresas. La paz laboral representa una política que se inscribe en una gramática de poder que justifica la continuidad de prácticas de control sobre el sector laboral, las cuales acotan la participación de trabajadores en la toma de decisiones en la organización sindical, así como el derecho a disentir ante las prácticas gerenciales consideradas agresivas por parte de los trabajadores o por las situaciones sociales vividas e interpretadas como injustas. Tales prácticas encontraron un soporte importante en los referentes ideológicos del nacionalismo revolu­ cionario y en el modelo de economía planificada; sin embargo la continuidad de las mismas refleja la injerencia del Estado en las relaciones laborales no sólo porque las autoridades laborales se subordinan a los arreglos políticos y económicos hegemónicos y a las premisas que encuadran la acción del

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Estado en la regulación del mercado laboral; sino también porque existe un fuerte control sobre el comportamiento de las dirigencias sindicales, y porque el Estado mismo tolera y simula la negociación colectiva (Bouzas, 2009). Hacer atractivo el territorio y asegurar la paz laboral son consignas inscritas en la política laboral que encuadra la intervención del Poder Ejecutivo en la solución de controversias, por ejem­ plo, sobre la titularidad de los contratos colectivos de trabajo. La premisa de la paz laboral se ha empleado para justificar el rol de las organizaciones sindicales como instancias contenedoras de conflictos laborales, y como entidades funcionales para la reproducción de un esquema productivo que reposa en la flexibilidad y precariedad del trabajo y del empleo. En todo caso, la tensión creada por la fragilidad de los compromisos productivos recae en los individuos y en las familias, acentuando la incertidumbre y las tensiones sociales vividas fuera del espacio de trabajo. Ello explicaría por qué la polémica creada sobre la democratización de las organizaciones sindicales, que apareció en la negociación de la reforma laboral, pasaría a un segundo plano, al igual que la discusión sobre las tensiones vividas en el espacio de trabajo. Desde esta lógica, la política de la paz laboral genera costos en el plano institucional y social, al tiempo que apuntala el régimen actual económico, pues los actores políticos y económicos dominantes hacen referencia al sector laboral organizado (corporativo) como un actor clave en la recomposición del

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espacio productivo y de los territorios atractivos para el capital. En contraparte, al sindicalismo considerado “beligerante” se le acusa de poner en riesgo la continuidad del empleo y de preservar un marco de acción centrado en la negociación conflictiva. Desde la perspectiva gubernamental, lo anterior resultaría algo insostenible frente al leitmotiv de la reforma laboral: asegurar la continuidad de las empresas. A partir de lo anterior, el reconocimiento administrativo de las representaciones sindicales se ha convertido en un mecanismo de control político, en tanto el comportamiento de las dirigencias sindicales se pone a prueba. La intervención del Poder Ejecutivo en las relaciones laborales, mediante la aplicación de diversos dispositivos que constriñen la conflictividad laboral y la libertad sindical, ponen en evidencia la compatibilidad entre los mecanismos de control político, la búsqueda de la eficiencia y la ganancia, pues más allá de las inconsistencias instauradas entre el mundo cívico y el mundo de la empresa, el derecho de los trabajadores a conocer el contenido del contrato colectivo, a disentir y a participar en la toma de decisiones quedan acotadas frente al imperativo de la paz laboral: Para garantizar la paz laboral a largo plazo, conviene olvidar las concepciones que ubican a las relaciones laborales, como una sociedad de suma cero, en donde los derechos de unos son pérdidas para los otros, dado que patrones y trabajadores comparten en los mismos términos los objetivos

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estratégicos del desarrollo nacional. Por ello, el análisis y la propuesta de reformas a la Ley Federal del Trabajo debe buscar lograr una mejor productividad y competitividad como país, pero en términos de cooperación y equilibrio entre los factores productivos, pues todos formamos parte de un solo proyecto y los costos y beneficios deben ser compartidos (Partido Revolucionario Institucional, 2011) “[…] en la Confederación de Cámaras Industriales de los Estados Unidos Mexicanos (Concamin), y en lo personal, llevo una extraordinaria relación con los diferentes líderes obreros de nuestro país; gracias a ellos, la industria también trabaja en paz laboral, en armonía. Somos los factores de la producción y necesa­ riamente tenemos que estar juntos” (Francisco Javier Funtanet Mange, presidente de la Concamin. Entrevista radiofónica realizada el 11 de septiembre de 2012 en el programa “Enfoque”).

La paz laboral, más que un resultado de la conciliación laboral, es repre­ sentada como un indicador que evalúa el desempeño de las Juntas de Conciliación y Arbitraje y que promueve la confianza del empresariado. Ahora bien, la injerencia del Estado en las relaciones laborales se expresa en una pluralidad de anécdotas que muestran la intervención de autoridades laborales en la vida interna del sindicato; así, al intervenir en disputas por la titularidad de contratos colectivos de trabajo obstruyen los principios de la libertad sindical.

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La definición de mecanismos que garanticen la participación de los trabajadores en la definición y en la toma de decisiones sindicales, mediante la protección del derecho a disentir, fue un tema obviado en el debate sobre la reforma (Decreto, 2012): El pago de la cuota sindical en cuestión. Iniciativa preferente del Poder Ejecutivo. Artículo 373 […] En todo momento cualquier trabajador tendrá el derecho de solicitar información a la directiva, sobre la administración del patrimonio del sindicato. De no existir dichos procedimientos o si agotados éstos, no se proporciona la información o las aclaraciones correspondientes, podrán tramitar ante la Junta de Con­ciliación y Arbitraje que corresponda, el cumplimiento de dichas obligaciones. Artículo 894 En el caso de los conflictos a que se refiere el artículo 373, párrafo quinto de esta Ley, la Junta requerirá al sindicato omiso para que proporcione la información o subsane las inconformidades respectivas. De subsistir el incumplimiento, ordenará la suspensión del pago de las cuotas sindicales de los trabajadores inconformes. Si bien la iniciativa del Poder Ejecutivo preveía la obligación de instituir mecanismos que aseguraran la elección de las dirigencias sindicales me-

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diante el voto libre, directo y secreto, el texto aprobado le otorga facultad a las asambleas de los sindicatos de definir el método de elección y de toma de decisiones: “Artículo 371. Los estatutos de los sindicatos contendrán: IX. Proce­ dimiento para la elección de la di­rectiva y número de miembros, salvaguar­ dando el libre ejercicio del voto con las modalidades que acuerde la asamblea general; de votación indirecta y secreta o votación directa y secreta” (De­ creto, 2012). De igual forma, la garantía del trabajador de conocer el uso de los recursos financieros de los sindicatos, so pena de suspender el pago de la cuota sindical, con la mediación de la autoridad laboral, quedó sin efecto al no ser aprobada la propuesta, pues al final del debate parlamentario las representaciones del pan y del pri reformaron el marco jurídico sin trastocar los intereses de las dirigencias sindicales vinculadas a las estructuras corporativas controladas por el Estado. Ante ello, la “agenda de la competitividad”, aun cuando descansa en la idea de modernizar las estructuras económicas, políticas y sociales del país, se apoya en viejas estructuras y prácticas de control político-laboral, pero resignificadas en un marco discursivo que apela a la neutralidad política mediante la evaluación de indicadores de desempeño y el culto por los resultados, pues mediante el uso de indicadores y de datos técnicos se neutraliza lo político, creando múltiples paradojas. Por ejemplo, la premisa de asegurar el cambio permanente y continuo en la empresa implica —desde la lógica do-

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minante— hacer frente a los obstáculos y a las oposiciones creadas alrededor de los ajustes estructurales, lo que se traduce en actos violentos frente a la indis­posición de crear las mediaciones políticas y productivas. En otras palabras, la obsesión por la modernización se apoya en el uso de referentes positivos, pero también en la descalificación de quienes se oponen o se resisten a integrar los cambios. Desde esta perspectiva, aun cuando se busca contener la conflictividad laboral, ésta se ex­ presa no necesariamente a través de la movilización colectiva o la huelga, como se ha conceptualizado tradicionalmente, sino en diferentes planos: tanto en la batalla política e ideológica, alrededor de los contenidos de la modernización, como en las resistencias cotidianas a los ajustes en los procesos productivos. Así, la contención de la conflictividad ha creado una simulación sobre la modernización de las estructuras de control corporativo, pues éstas mantienen su funcionalidad al mismo tiempo que experimentan un vacío político e ideológico que genera importantes costos para los trabajadores; además, ese vacío no impide a las burocracias sindicales acomodarse, con una actitud pragmática, a los intereses dominantes. La reforma laboral en México trastoca la trayectorias de las institucio­ nes laborales y representa un proceso de rupturas y continuidades alrededor de los arreglos o compromisos políticos y productivos construidos de arriba hacia abajo, con el interés de mantener control sobre los procesos de circu­ lación del capital en los territorios y

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asegurar la reproducción de una combinatoria productiva, que si bien es dominante en diversas partes, adquiere formas diferenciadas en distintos espacios (Amable, Barré y Boyer, 2008). Ahora bien, en el marco de una fuerte mitificación de la empresa, el reconocimiento de prácticas como el outsourcing —so pretexto de regular el pago de impuestos y de definir mecanismos que distribuyan responsabilidades en la compleja triangulación de la relación laboral y salarial— omite el debate sobre las consecuencias sociales que éstas dinámicas producen dentro y fuera del espacio de trabajo. Por ejemplo, al desvalorizar el trabajo frente al capital y fragmentar los colectivos de trabajo mediante la puesta en escena de un juego de “competencia” entre los trabajadores por asegurar su permanencia en la empresa, construyéndose situaciones conflictivas y sentimientos de injusticia a partir de la construcción de un mercado interno de la empresa sobre el cual se despliegan estrategias individuales más que colectivas, pues aun cuando trabajadores desarrollan una misma actividad, la contratación por outsourcing crea situaciones tensas entre los trabajadores que comparten el piso o el mostrador de atención a clientes. Las anécdotas de este juego son variadas. Por ejemplo, el outsourcing crea un sentimiento de inequidad en el reconocimiento de derechos y de garantías de protección laboral, con lo que se crean enemistades o rencores sociales al interior del espacio de trabajo, tales situaciones se agudizan ante la dificultad que enfrentan los

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trabajadores para visualizar las causas y/o los dispositivos que intervienen en la fragmentación del colectivo de trabajo, toda vez que las dirigencias sindicales han consentido este tipo de prácticas.1 Por ejemplo, en el artículo 25 del decreto citado se afirma: “Las relaciones de trabajo pueden ser para obra o tiempo determinado, por temporada o por tiempo indeterminado y en su caso podrá estar sujeto a prueba o a capacitación inicial. A falta de estipulaciones expresas, la relación será por tiempo indeterminado”. Desde esta perspectiva, la flexibi­ lidad en el mercado laboral merma el tejido social y la institucionalidad laboral en México, en tanto no se instituyen mecanismos que otorguen seguridad a los individuos, pues los costos sociales y/o las repercusiones del despido y del desempleo recaen, por lo general, en las familias. En México, por tanto, la reducción de los costos laborales y fiscales a las empresas, vía la desprotección y la precarización del trabajo, genera un conjunto de costos sociales que van más allá del debate sobre la incertidumbre o las repercusiones de ésta lógica en la subjetividad de los individuos; entre otros trabajos de investigación, en Sánchez (2011) se 1 La paradoja de esta situación es que la crítica social que se ejerce a las dirigencias sindicales y a la continuidad de las prácticas de control corporativo, terminan por deslegitimar aún más el rol de las organizaciones sindicales frente a las situaciones sociales consideradas como injustas por los trabajadores que las viven, pues éstas cuestionan no sólo la debilidad de los sindicatos, sino también el sentido de la militancia como actividad de los dirigentes o de los “asesores” sindicales.

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muestran los costos sociales al com­ binarse en torno a las maquilas la violencia de género en el trabajo, la desprotección laboral, la cultura de la ilegalidad y la debilidad de Estado. Escenario que se agudiza con los quiebres en el modelo de regulación de la sociedad salarial y los principios de justicia social redistributiva; pero también con la negación del conflicto inherente a la relación capital/trabajo y el desdén para reconocer derechos y obligaciones tendientes a equilibrar las relaciones laborales. Segundo componente: modelo de competencias y trabajar por objetivos/resultados Hemos señalado que la reforma laboral trastoca referentes del sindicalismo y del empleo estable y protegido; ahora bien, esos ajustes se articulan con la transformación del aparato productivo en el marco de una combina­ toria centrada en la calidad/costo/ variedad (Durand, 2011) de los ajustes a principios organizacionales de las empresa y la hegemonía de un discurso gerencial que reorienta los contenidos del trabajo y del empleo; desde esta perspectiva, los cambios productivos implican cambios en las relaciones sociales y en los vínculos (jurídico y subjetivo) que el individuo construye alrededor de su actividad laboral. En el marco de una mayor competencia de bienes y servicios, las relaciones sociales que se construyen en el espacio de trabajo se transforman con la emergencia de nuevos criterios en la evaluación del desempeño individual y

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colectivo de los trabajadores, pues el modelo de cualificación donde el salario estaba asociado de manera dominante a la definición de categorías y puestos de trabajo, se trastoca a fondo al individualizar la relación salarial y la racionalización de la implicación subjetiva en el trabajo, mediante la valorización de la empleabilidad, la validación y certificación de las competencias laborales (Ségal, 2005, 2011): ¿Qué es la certificación de las competencias? Las competencias de las personas son los conocimientos, habilidades, destrezas y comportamientos individuales, es decir, aquello que las hace competentes para desarrollar una actividad en su vida laboral. La certificación de competencias es el proceso a través del cual las personas demuestran por medio de evidencias, que cuentan, sin importar como los hayan adquirido, con los conocimientos, habilidades y destrezas necesarias para cumplir una función a un alto nivel de desempeño de acuerdo con lo definido en un Estándar de Competencia. Un Estándar de Competencia es un documento oficial aplicable en toda la República Mexicana que sirve de referencia para evaluar y certificar la competencia de las personas (Secretaría de Educación Pública, 2012).

La transformación de estas dinámicas trastoca, por ejemplo, la premisa de que “quien es primero es primero en derechos”, pues la antigüedad, como criterio empleado en la movilidad interna de

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los trabajadores, deja de ser utilizada frente a la evaluación del desempeño individual y la ponderación del mérito y los comportamientos en situación de trabajo. Desde esta perspectiva, la reforma laboral integra un conjunto de pre­ misas que se dirigen al espacio productivo e individualizan las relaciones salariales a través de un culto por los resultados y la instrumentalización de dispositivos que exigen una mayor implicación de los trabajadores en el trabajo. En este ámbito de la movilidad interna en las empresas, la iniciativa del Poder Ejecutivo propuso aplicar la siguiente regla: “Privilegiar a la productividad de los trabajadores como el principal criterio para acceder a plazas vacantes definitivas o provisionales de más de treinta días y a puestos de nueva creación, en lugar de la antigüedad. Además se prevén criterios de desempate, para el caso de que dos o más trabajadores tengan los mismos méritos” (Decreto, 2012). En cuanto la redefinición de criterios de movilidad interna, en la misma disposición se señala: Artículo 159. Las vacantes definitivas, las provisionales con duración mayor de treinta días y los puestos de nueva creación, serán cubiertos por el trabajador que acredite mayor productividad, si fuera apto para el puesto. En igualdad de condiciones se preferirá al trabajador que tenga mayor capacitación o que demuestre mayor aptitud, lo que deberá acreditarse con las correspondientes certi-

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ficaciones de competencia laboral; al más asiduo y puntual, en ese orden y, en igualdad de circunstancias, al de más antigüedad en la especialidad o área de trabajo. A partir de la combinación de estos principios, el Capítulo III bis de la Ley Federal del Trabajo: De la Productividad, Formación y Capacitación de los Trabajadores tuvo ajustes importantes al incorporar los imperativos de la competitividad en la tesis de que el incremento en la productividad asegura la permanencia de las empresas. Las estrategias que se proponen implementar se centran en la individua­ lización de la relación salarial y la validación de actitudes y habilidades en situación de trabajo, así como de la disposición de trabajadores en el ejercicio de su actividad, en la relación con sus pares y superiores. En ese tenor se propuso la creación del Comité Nacional de Productividad (artículo 153-K), el cual tiene entre sus encomiendas: […] • Realizar el diagnóstico nacional e internacional de los requerimientos necesarios para elevar la productividad y la competitividad en cada sector y rama de la producción, • impulsar la capacitación y el adiestramiento, así como la inversión en el equipo y la forma de organización que se requiera para aumentar la productividad, proponiendo planes por rama, y • vincular los salarios a la calificación y competencias adquiridas, así como

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a la evolución de la productividad de la empresa en función de las mejores prácticas tecnológicas y organizativas que incrementen la productividad. tomando en cuenta su grado de desarrollo actual […] (ibidem). Además de individualizar la relación salarial, la reforma contribuye a fragmentar el tiempo de trabajo bajo el supuesto de favorecer la incorporación de mujeres y de jóvenes cuyas actividades varían en función de las estrategias de reproducción que se desarrollan en el seno de la familia. Sin embargo, la fragmentación de la jornada de trabajo se combina con una lógica de evaluación del desempeño de los trabajadores centrada en los costos y en la obtención de objetivos y/o resultados. Dicha dinámica conduce a múltiples interrogantes sobre las condiciones de trabajo, pero también sobre el incremento en la intensidad del trabajo y sus implicaciones en la subjetividad de los trabajadores. En este sentido, los procesos de reorganización productiva implementados en las empresas con la descentrali­ zación de los procesos de trabajo y la flexibilización numérica, funcional y salarial (De la Garza, 2007), se acompañan de cambios en las relaciones sociales y en las representaciones sociales que los trabajadores construyen sobre sí mismos y su actividad; la reforma laboral integra cambios ideológicos que se expresan en el espacio de trabajo y en el régimen de movilización de los trabajadores; es decir, formas de control (objetivas y subjetivas) interiorizadas a partir de las exigencias que resienten los trabajadores por integrar los impera-

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tivos de la competitividad y los ajustes en los procesos de trabajo; pero también por ajustar sus comportamientos y mostrar las actitudes exigidas en la reconfiguración del espacio productivo. En este sentido, la reforma laboral tiene implicaciones concretas en el desmantelamiento de derechos colectivos y en el régimen de movilización de los trabajadores, pues la mitificación de la empresa, la evaluación y certificación de competencias y la presión por elevar la productividad se apoyan en el dominio de una lógica donde impera la evaluación de resultados, así como en el control subjetivo que deriva de las condiciones de desempleo y del “interés supremo” de preservar la fuente de trabajo a cualquier precio. Como diría Bourdieu (2002), se hace del miedo a perder el trabajo una política de gestión en el mundo de las empresas: Acuerdo Nacional para a Productividad Laboral Considerando: […] • Que para el caso de un esquema de retribución convenido entre trabajadores y patrones, la producti­ vidad debe entenderse como el resultado del desempeño individual y/o de equipo de los trabajadores, adicional al que normalmente llevan a cabo, con los elementos disponibles en la empresa deduciendo de ello los costos que provoquen los cambios tecnológicos y el número de personal empleado, así como el aumento de la inversión productiva. • Que existen causas de fuerza mayor o caso fortuito que pueden afectar la

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productividad, como sería la caída del mercado y la variabilidad en la paridad cambiaria, entre otros, circunstancias que pueden incidir en los resultados obtenidos y, por ende, en el reparto de los beneficios exigibles, por lo cual todo esquema de productividad debe tener como base el principio de corresponsabilidad de las partes. […] • Que el incremento de la productividad laboral se traduce en mayor competitividad de las empresas y la economía nacional, así como en la conservación y creación de empleos y, como consecuencia, en bienestar de los trabajadores y las familias mexicanas, y […] Por lo tanto y para los efectos de este acuerdo, los sectores productivos establecen que la definición de productividad es: El resultado de un sistema inteligente que permite a las personas en un centro de trabajo, optimizar la aportación de todos los recursos materiales, financieros y tecnológicos que concurren en la empresa, para producir bienes y/o servicios con el fin de promover la competitividad de la economía nacional, mejorar la sustentabilidad de la empresa, así como de mantener y ampliar la planta productiva nacional e incrementar los ingresos de los trabajadores (Secretaría del Trabajo, 2009). Desde esta perspectiva, la reforma laboral fue interpretada en lo general como la codificación de una “realidad

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vivida” en diversos espacios laborales, por lo que para unos ésta carecía de sentido ante el férreo control de em­ presarios y mandos medios sobre los ajustes en los procesos productivos; mientras para otros representaba una adecuación del marco jurídico a las diversas situaciones sociales que se construyen en los espacios de trabajo. Entre las posturas más críticas, la reforma debía más bien asegurar la protección social y revertir los costos sociales de la lógica económica y productiva dominante, lo que implicaba, en principio, aplicar la legislación laboral existente. Es por ello que dicha crítica se apoyaba en las combinaciones de referentes del mundo cívico y en la medicación del Estado para mitigar los efectos negativos del dominio de lo económico sobre lo social. Tales controversias se resolvieron en el Congreso de la Unión en medio de una escasa respuesta articulada y de una crisis del sindicalismo, pues aun cuando el debate sobre la reforma es una cuestión de sociedad, habría de dominar una justificación económica sobre la instrumentalización de estrategias de ganancia n fincadas en la flexibilidad y en la precarización de las condiciones laborales (Carrillo, 2012). Ahora bien, aunque la reforma la­ boral parece estar dirigida a quienes tie­ nen un contrato escrito 2 o quienes

buscan insertarse en el mercado de trabajo, ésta modificaría no sólo el víncu­lo jurídico entre el individuo y el traba­jo, sino también las representaciones sociales sobre el trabajo, en tanto se institucionaliza la precariedad y la inseguridad laboral. Tales cambios ocurrieron sin contrapesos o sin el reconocimiento de otros mecanismos de protección social que articulan el incremento de productividad con los vínculos positivos creados entre la estabilidad laboral y la formación de recursos humanos (Weller, 2009). Así, la reforma laboral va más allá de la precarización de las condiciones laborales y del relajamiento de las obligaciones patronales; pues ésta integra los discursos y las reglas aplicadas hoy en día en el reclutamiento del personal y en la evaluación del desempeño en el trabajo, los cuales tienen implicaciones más allá del espacio de trabajo al reconfigurar las relaciones sociales y los vínculos entre el individuo y el colectivo. En este sentido, la reforma a la legislación laboral incorporó referentes de la actual política de empleo, en los cuales se pondera el mérito y se responsabiliza a los individuos de salir adelante por sí mismos, mostrándose disponibles en todo momento:

2 Recientemente el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática aplicó un nuevo marco conceptual y metodológico para medir la informalidad laboral en el país, la cual es entendida como “El conjunto de actividades económicas realizadas por los individuos que, por el contexto en el que lo hacen, no pueden invocar a su favor el marco legal o institucional que co-

rresponda a su inserción económica y será entonces ocupación o empleo informal todo el espectro de modalidades ocupacionales, ya sea dependientes o independientes, sobre las que gravita esta circunstancia.” Los resultados de dicha encuesta señalan que 60.1% (29 millones de personas) de la población que labora se ocupa en el condiciones de informalidad (inegi, 2012).

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Consejos para conservar tu empleo • Pon interés en saber bien lo que haces. Capacítate. Acude a cursos relacionados con tu trabajo. Aprender es ganar un lugar en el futuro. […] • Guarda discreción sobre la información, fórmulas, claves y documentos reservados. No saques de la empresa ningún material, producto o informe que comprometa tu relación de trabajo. […] • No faltes. Pide permiso sólo en los casos urgentes. Siempre procura reponer el tiempo. • No propagues rumores o comentarios mal intencionados. Evita crear situaciones que te causen conflictos con tus compañeros de trabajo. • Sé cooperativo y colabora con las metas de su empresa. Que tu límite sea tu capacidad. • Infórmate y comprende a la perfección la forma en la que la empresa mide el cumplimiento de tus ocupaciones. Recuerda que la evaluación del desempeño de los trabajadores forma parte de los procedimientos que los centros de trabajo llevan a cabo para conocer y reconocer tu esfuerzo. • Sé respetuoso con los jefes, cordial con tus compañeros y amable con el personal a tu cargo. • Sé puntual, sobre todo si tu trabajo involucra la atención al público. El horario de atención forma parte de los criterios de calidad en el servicio de muchas empresas e instituciones. Las personas que acuden a ti para realizar gestiones administran

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su tiempo en función del horario de servicios que se anuncia (Secretaría del Trabajo, 2012). En otros términos, la flexibilización del mercado de trabajo, la individualización de las relaciones salariales y el relajamiento de las obligaciones patronales se engarzan con la continuidad de estrategias de control corporativo, incorporando el uso de discursos y de dispositivos técnicos e ideológicos que acentúan el control sobre la fuerza de trabajo, y con ello crean más tensiones dentro y fuera de los espacios laborales a partir de que la fragilidad de los compromisos productivos recaen sobre los trabajadores mismos. Frente a este escenario se desprenden interrogantes que invitan a reflexionar hasta dónde será posible resistir al dominio de esta lógica productiva y cuáles serán los costos sociales que podrían generarse dentro y fuera del trabajo, tanto en las relaciones entre pares como en el seno de las familias. Salir de la lógica dominante: un ejercicio reflexivo en construcción, una tarea colectiva La premisa de que la sociedad mexicana es menos competitiva se engancha con el leitmotiv de la reforma laboral: la creación de empleos. Tales premisas, es de suponer, se emplearán en las iniciativas de reforma o en los ajustes estructurales que se propongan en el sexenio (2012-2018), pues el uso de estas consignas —así como de indicadores de desempeño que descontextuali­ zan el debate sobre las condiciones laborales— dejarán poco espacio para

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debatir a fondo la definición y conte­ nidos de la competitividad. En ese sentido, para dejar de lado una visión de corto plazo en el dominio de lo económico se requiere explorar otras definiciones de competitividad que incorporen una visión sistémica: identificar los factores estructurales y culturales que intervienen en las configuración de los sistemas productivos en un plano local; esto es considerar no sólo los mecanismos que hacen atractivo el territorio para la inversión —como el costo de la mano de obra y el control del sector laboral, aspectos que hemos analizado más arriba—, sino también la disponibilidad de infraestructura y servicios públicos, de investigación tecnológica, científica y formación de recursos humanos y, no menos importante, de mecanismos que aseguren una mayor participación de los trabajadores en los procesos productivos mediante esquemas que promuevan un equilibrio entre reconocimiento y retribución, pues existe la tesis de que la creación de mediaciones productivas y las expectativas de hacer carrera en las empresas constituyen también elementos de la competitividad de las empresas. Por ahora lo que domina en los espacios laborales es la aplicación de metodologías apoyadas en la siguiente premisa: “lo que no se mide, no se mejora”, dicha lógica, centrada en el culto por el resultado, se ha empleado en un doble sentido: para neutralizar el conflicto, y para exigir un mayor “compromiso” con la empresa e implicación en el trabajo. El dominio de esta lógica genera situaciones conflictivas y juego de simulaciones en el espacio laboral, pero

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también tensiones en la subjetividad de los trabajadores al verse confron­ tado ante lógicas divergentes y contradictorias. Un ejemplo paradigmático es el trabajo de los médicos, pues el tiempo estimado para realizar un diagnóstico a pacientes es de 10-15 minutos en hospitales públicos, considerando que se produce un servicio en masa y los hospitales en general se organizan con mayor énfasis en una lógica donde imperan criterios administrativos en la evaluación del trabajo: los resultados e indicadores; el dominio de esta lógica crea situaciones conflictivas con los pacientes, pero también conflictos éticos al ponerse a prueba el compromiso con la profesión. Los imperativos de la competitividad articulan dispositivos sociales y productivos en el interés de reducir los costos laborales (vía la precarización del trabajo y del empleo) y de asegurar la continuidad de una lógica productiva que exige una mayor implicación en el trabajo. Desde esta perspectiva, en los procesos de reorganización productiva se articulan aspectos técnicos y sociales, pues la innovación en las herramientas y metodologías de trabajo trastocan las relaciones sociales en espacio productivo, por ejemplo al acotar la participación de los trabajadores en la toma de decisiones y mermar el colectivo de trabajo. Alrededor de la consigna de elevar la productividad se esconde el ataque a los referentes del sindicalismo y la extensión de una lógica de ganancia que se apoya en la reducción de los costos laborales, en una perspectiva de corto plazo y en la implicación forzada, com-

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binando el flujo tenso (Durand, 2011) y el trabajar por objetivos/resultados. Tales imperativos se entrecruzan con el fuerte control que se ejerce sobre el sector laboral y la negación de la conflictividad laboral, pues aun cuando ésta es inherente a las relaciones de trabajo, impera una violencia que no sólo es salarial, sino también política: real y simbólica. Así, lejos de construir las mediaciones políticas y productivas que permita consensuar los ajustes productivos y la cooperación de trabajadores alrededor del proyecto de las empresas (Zarifian, 1990), impera la implicación forzada y la evaluación de competencias. Frente a ello, otros autores han propuesto salir del dominio de la lógica de corto plazo y la reconstrucción de in­ dicadores al incorporar una dimensión social y ambiental (Bachet, 2007) en la evaluación de los resultados y los procesos de trabajo, así como la impor­ tancia de garantizar mecanismos que permitan la construcción de mediaciones política y productivas que legitimen los procesos de reorganización productiva. Ello significaría una evaluación y valoración del trabajo en tanto que actividad y no sólo como resultado, pues Marco Carrillo (2012) afirma que discutir la productividad implica considerar aspectos macro y micro (económicos y sociales) que permitan no sólo asegurar la permanencia de las empresas, sino también una mejora en las condiciones de trabajo y la sustentabilidad de las empresas. La reforma laboral se inscribe en una lógica económica de corto plazo que busca hacer atractivo

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los territorios al capital a través de la reducción de costos laborales y fiscales; codificando situaciones sociales que individualizan la relación salarial y que fragmentan el colectivo de trabajo. Tales paradojas exigirían un debate social mucho más amplio, en tanto los costos sociales creados en el territorio constituyen un asunto de interés público. Sin embargo, lejos de atenderse tales problemáticas, la supresión de la propuesta de incluir un capítulo que regulaba el trabajo en las minas y prohibía los “tiros” verticales de carbón (pozos), en virtud de los riesgos de trabajo, es un reflejo del dominio de lo económico sobre lo social y lo político: Regular el trabajo en minas y prohibir los tiros verticales (pozos) en la extracción de carbón. Contenido de la reforma: 20. Incluir en el Titulo Sexto de la Ley un nuevo Capítulo para regular los trabajos que se realicen en las minas. A raíz de los lamentables accidentes ocurridos en la industria minera, es indispensable establecer disposiciones específicas para regular este tipo de actividades […] Se incorporan obligaciones específicas para los patrones, tales como: • Contar con planos, estudios y análisis apropiados para que las actividades se desarrollen en condiciones de seguridad. • Contar con sistemas adecuados de ventilación y fortificación en todas las explotaciones subterráneas, las que deberán tener dos vías de salida, por lo menos, desde cualquier lugar de trabajo, comunicadas entre sí.

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• Proporcionar a los trabajadores el equipo de protección personal necesario, a fin de evitar la ocurrencia de riesgos de trabajo y capacitarlos respecto de su utilización y funcionamiento. • Establecer un sistema que permita saber con precisión los nombres de todas las personas que se encuentran en la mina, así como su ubicación […] Por otra parte, se propone que los trabajadores puedan negarse a prestar sus servicios cuando no cuenten con la debida capacitación o adiestramiento que les permita identificar los riesgos a los que están expues­ tos, la forma de evitarlos y realizar sus labores en condiciones de seguridad, así como en aquellos casos en que el patrón no les entregue el equipo de protección personal o no los capacite para su utilización. Es­ tas acciones son consistentes con las disposiciones que prevé el Convenio 176 de la Organización Internacional del Trabajo (oit), sobre la seguridad y salud en las minas, por lo que se avanzaría significativamente hacia su eventual ratificación, ya que la legislación nacional tendría disposiciones equivalentes, lo que favorecería la aplicación y cumplimiento de este instrumento internacional. Destaca también la propuesta para fortalecer la coordinación in­ terinstitucional para vigilar e inspeccionar este tipo de centros de trabajo, pues incluso se otorga a la Inspección del Trabajo la facultad de ordenar la suspensión de actividades y la restricción de acceso de

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los trabajadores a la mina, hasta en tanto se adopten las medidas de seguridad ante un riesgo inminente. Finalmente, se incluyen sanciones y penas privativas de libertad, a los patrones que dolosamente o por culpa grave omitan implementar las medidas de seguridad previstas en la normatividad, cuando la omisión produzca la muerte de uno o varios trabajadores, o bien, los fa­ llecimientos ocurran en los tiros verticales de carbón, a pesar de la prohibición a que se ha hecho referencia anteriormente. Con estas medidas se propician mejores condiciones de seguridad en favor de los trabajadores mineros, sin que por ello se menoscabe el le­ gítimo interés de los particulares para invertir en el desarrollo de la minería nacional (Poder Ejecutivo, 2012). Hemos sostenido que los ajustes en la reforma laboral se articulan claramente con las estrategias de ganancia que recaen en la reducción de los costos laborales, con la precariedad del trabajo y del empleo y flexibilidad del mercado laboral; por ello en la lógica productiva dominante se combinan discursos, dispositivos jurídicos, técnicos e ideológicos que fragilizan la posición de los trabajadores frente al capital y acentúan las tensiones en el espacio de trabajo. En ese sentido conviene concluir con el señalamiento de que la reforma laboral no dispuso de medidas para combinar la flexibilidad y la seguridad en el trabajo que permitieran resarcir

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los rezagos en las instituciones laborales y en el acceso a la justicia laboral; que acotaran la simulación en la contratación colectiva, que garantizaran la participación de los trabajadores en la construcción de mediaciones productivas; que acotaran la simulación en cuanto al pago de utilidades, y equilibrara el reconocimiento y la retribución en el trabajo, entre otras tantas demandas pendientes que bien podrían contribuir a lograr un mayor equilibrio entre lo social, lo económico y lo ambiental. CONCLUSIONES

La economía financiera y los cambios observados en el espacio productivo han generado un debate importante en el campo académico, particularmente al interrogarse sobre las consecuencias creadas con el dominio de una lógica económica de corto plazo, centrada en la evaluación de resultados y no de proceso de trabajo. Entre estas reflexiones aparece la tesis de que el trabajo crea patologías que van más allá de los síntomas expresa­dos en torno al estrés laboral, pues la reorientación y reorganización del trabajo se apoya en una creciente individualización de las relaciones laborales que atenta contra el carácter socializador del trabajo y contra la constitución de colectivos de trabajo. Esto ya se ha visto en relación con las prácticas que fragmentan el mercado interno de las empresas y justifican el outsourcing en nombre de la competitividad, pero crean dinámicas sociales en los es­ pacios productivos donde impera la desconfianza y la deslealtad entre cole-

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gas de trabajo; así, la figura del com­ pañero de trabajo es suplantada por la de cliente interno o por la de un socio que debe optimizar, como cualquier otro, la inversión de su tiempo, mostrándose disponible y competente. Evidentemente, alrededor de estas lógicas se crean juegos sociales donde se pone a prueba el margen de maniobra de los trabajadores; sin embargo, a través de la reforma laboral se articulan con mayor claridad, primero, los cambios experimentados en las empresas con la descentralización de los procesos productivos y la flexibilidad salarial, numérica y funcional de las mismas (De la Garza, 2007); segundo, mediante la instrumentalización de un discurso gerencial que intervienen en la racionalización de la subjetividad de los trabajadores y la individualización de las relaciones laborales; tercero con el desmantelamiento de los referentes del sindicalismo y del empleo estable y protegido —es decir, con un marco de referencia aparentemente anacrónico e identificado como componente de un pasado incómodo para los intereses hegemónicos—, y cuarto, mediante la mitificación de la empresa y la negación de la conflictividad entre capital/trabajo. El debate sobre la reforma laboral dejó fuera del análisis la definición de procedimientos y mecanismos que permitan romper con los monopolios en la representación sindical; que garan­ticen el ejercicio de la libertad sindical y la competencia por la titularidad de los contratos colectivos de trabajo; así como la definición de mecanismos de protección social capaces

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de mitigar los costos sociales de la flexibilización del mercado de trabajo y del relajamiento de las obligaciones patronales frente al despido. Queda claro que la definición de la competitividad que aparece en la reforma laboral es bastante “chata”, y se articula con la premisa de hacer atractivo el territorio para la inversión y con el dominio de una estrategia de ganancia centrada en la reducción de costos laborales. Consideramos importante salir de la lógica económica de corto plazo y debatir sobre los contenidos de la llamada agenda de la competitividad; definir estrategias de largo plazo para incentivar, por ejemplo, la formación de recursos humanos y la cooperación entre los actores productivos, los gobiernos y las universidades alrededor de la educación y la investigación; pero también para observar los límites del juego económico y sus consecuencias sociales y ambientales. Ello implica dar sentido a lo político, contrario a la estrategia de neutralización del conflicto, para que los trabajadores participen en la definición de mediaciones política y productivas y en la construcción de las metodologías que intervienen en la evaluación del trabajo, la cual no puede encuadrarse sólo en la evaluación de indicadores de desempeño. Por ahora, sin embargo, la reforma laboral aprobada recientemente en México —ade­ más de flexibilizar el mercado, articulándose los discursos y prácticas que justifican los ajustes productivos— es una viga más en el apuntalamiento del régimen neo-liberal.

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LOS SINDICATOS ANTE LAS CIENCIAS SOCIALES Y LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL EN MÉXICO: ANTECEDENTES, LOGROS Y PERSPECTIVAS EN EL SIGLO XXI

Sergio G. Sánchez Díaz*

Resumen: Los sindicatos continúan siendo estudiados desde diversas disciplinas de las ciencias sociales, a pesar de que en décadas recientes han perdido peso en los arreglos corporativos en México. El propósito del autor es actualizar los enfoques de esas disciplinas para la primera década del siglo xxi. Los campos de investigación en los que se continúan estudiando los sindicatos son el corporativismo, las reestructuraciones laborales y los nuevos sujetos obreros, la cultura política y las subjetividades obreras, la democracia sindical, las relaciones de género y participación femenina en los sindicatos. A partir de la revisión de una bibliografía muy actualizada, el autor establece los alcances, las limitaciones y los retos que hoy se le presentan a estos estudios sobre el sindicalismo en México. Palabras clave: sindicalismo, teoría social, cultura sindical, subjetividad obrera. Abstract: Unions continue to be studied from various disciplines in the social sciences, although in recent decades they have declined in importance in labor corporate negotiations in Mexico. The author’s purpose is to update the approaches of these disciplines for the first decade of the twenty-first century. The fields of research in which unions continue to be studied are: corporatism, labor force restructuring, and new labor subjects, political and organizational culture, worker awareness, union democracy, gender relations, and women’s participation in unions. The author establishes the scope, limitations, and challenges that face research on trade unions in Mexico today based on a review of current literature. Keywords: Unions, social theory, organizational culture, worker awareness.

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esde la década de 1970, mucho se ha escrito en México, y se seguirá escribiendo, sobre los modos de hacer análisis sobre la clase obrera y sus sindicatos. Este interés ha continuado desde entonces, ahora como parte de los llamados “nuevos estudios del trabajo”, en los que convergen di*Profesor-investigador titular C del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología (ciesas); miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel II.

versas disciplinas sociales (la sociología, la antropología social, la economía, la ciencia política, entre otras) interesadas en los asuntos del trabajo, sus transformaciones, y las acciones de los trabajadores y las trabajadoras, sobre todo en acciones desarrolladas desde los sindicatos, las organizaciones más características del mundo obrero. Con ese antecedente, llevaremos a cabo un recuento, forzosamente general, de los temas e intereses de estos estudios sobre los sindicatos en México que con­ 59

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sideramos más relevantes en años recientes: corporativismo y sus transformaciones; reconversiones laborales y nuevos sujetos obreros; cultura, cultura política y subjetividades obreras; democracia sindical o ausencia de ella; relaciones de género y participación femenina en los sindicatos. Para ello nos remontamos brevemente a los primeros enfoques desde los cuales se estudiaron los sindicatos a partir de la década de 1970; temas e intereses que, por cierto, encuentran cierto paralelismo en otros países de América Latina, a los que ya nos hemos referido en otros trabajos (Sánchez y Belmont, 2006). En estas páginas trataremos de pre­ sentar, a grandes rasgos, los principales enfoques sobre los estudios de los sindicatos, los logros de estos estudios, los campos de interés, los nuevos temas, pero también sus alcances y limitaciones, continuando así una reflexión que hemos hecho en otras publicaciones (Sánchez, 2001). Con ello tratamos de motivar el análisis y nuevos estudios sobre el sindicalismo en México desde la sociología, la antropología social o sociocultural y otras disciplinas (como la economía y la ciencia política), en tiempos que muestran síntomas de una reac­tivación de la acción sindical —esperamos no ser de­ masiado optimistas al respecto—, en México y otros países de América Latina, a 30 años de haberse implantado las políticas neoliberales, las cuales implicaron, como bien sabemos, importantes transformaciones en los centros de trabajo: privatizaciones, aparición de la flexibilidad del trabajo como política general en amplias franjas de la indus-

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tria —realmente elementos de flexi­ bilidad han existido de hace décadas en sectores de la industria, como el “pago a destajo”, o los contratos temporales—, el surgimiento de un nuevo comando empresarial en las empresas, despidos masivos en diversos sectores, y un indudable debilitamiento de la acción sindical. Recordemos que mucho se escribió en su momento sobre uno de los rasgos más comunes del modelo de relaciones laborales de la Revolución mexicana que predominó por décadas: una acción sindical centrada en los aspectos salariales, es decir, en la compra-venta de la fuerza de trabajo sindicalizada ante el capital y el Estado; acción que no se limitaba a las luchas de corte económico, como veremos enseguida, pues también se daba una “acción política” de las y los trabajadores desde los sindicatos, pero vinculada al Estado posrevolucionario (De la Garza y Rhi Sausi, 1985; De la Garza, 1986). Recordemos algunos aspectos de esa acción sindical predominante por décadas, previa al ascenso del neoliberalismo y aun después. En efecto, fue esa una acción sindical en torno a la “circulación de la fuerza de trabajo”, en torno al salario, llevada a cabo por la mayoría de sindicatos mexicanos durante la larga etapa del “desarrollo estabilizador”; una acción alejada de los problemas de la producción y de diversos aspectos de la vida laboral, como sería la salud de las y los trabajadores, de acuerdo con las tesis de Enrique de la Garza. Fueron estos sindicatos partícipes de la alianza añeja con el Estado surgi-

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do del movimiento armado de 19101917; es decir, el Estado comandado por el Partido Revolucionario Institucional (pri) y sus antecedentes (Partido Nacional Revolucionario, Partido de la Revolución Mexicana), representante de un modelo corporativo, protector de la fuerza de trabajo, con intercambios muy importantes con una clase obrera sindicalizada a la cual se le garanti­ zaron protecciones diversas (ante el despido injustificado, garantías de la estabilidad laboral, acceso a prestaciones como salud, vivienda, e incluso acceso al poder político vía presidencias municipales, gubernaturas, diputaciones y senadurías), pero bajo control de un Estado autoritario y represor de cualquier brote de disidencia. En síntesis, nos referimos al llamado “modelo de relaciones laborales de la Revolución mexicana” (De la Garza, 1988 y 1991). Imposible hacer un recuento de las transformaciones y permanencias de ese modelo. En un apartado de este trabajo retomamos la cuestión, indispensable para pensar la situación actual de los principales sindicatos mexicanos: toda vez que el pri retornó al gobierno federal en 2012 —luego de dos sexenios con gobiernos federales emanados del Partido de Acción Nacional (pan)—, y una vez reformada la Ley Federal del Trabajo (lft) ese mismo año, hay una mayor flexibilidad laboral o, para ser más precisos, mayor margen para los cambios neoliberales en el trabajo ya presentes desde finales del siglo xx, pero sin estar reconocidos en la lft: una mayor diversidad de contratos temporales para las y los tra­ bajadores, o el llamado outsourcing, el

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cual implica la subcontratación de trabajadores en el seno de las empresas por parte de otras empresas, una práctica generalizada en empresas privadas y públicas desde la década de 1990. Por falta de espacio, sólo mencionamos que esas transformaciones son parte de procesos de cambio mayores, globales, que corresponden a una nueva etapa de desarrollo capitalista. En realidad estamos ante una nueva ge­ neración de reformas (o contrarreformas, según el bando político en que nos ubiquemos) de corte neoliberal que, además de la reforma a la lft en 2012, en los dos años siguientes incluyó una reforma educativa que golpea seriamente la estabilidad del empleo de las y los trabajadores de la educación pública y privada; además, una reforma energética que implicó desmontar las barreras que impedían, en la Constitución mexicana, la injerencia del capital privado en la explotación de hidrocarburos. A partir de estos cambios conviene señalar que la propia clase obrera sindicalizada (una minoría con respecto al conjunto de la clase obrera mexicana, pero con un peso muy significativo en términos sociales y políticos) vivió cambios muy importantes. Según indica Enrique de la Garza, recordamos aquí que la clase obrera transitó de la “rigidez” en el puesto de trabajo hacia normas flexibles que implicaron una nueva actitud ante el trabajo, no sólo rechazo a la flexibilidad, por cierto. Pero este análisis nos coloca ante otra dimensión de estudios que rebasan los propósitos de este artículo (De la Garza, 1992).

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Tales son algunos de los cambios mayores que sin lugar a dudas están impactando al mundo sindical en México. Las ciencias sociales, como suele pasar, están rezagadas con respecto a la realidad que analizan. Igual sucede con los cambios en los sindicatos, y no sólo en lo que hace a su relación con el Estado y los empresarios, sino con la vida interna de esas organizaciones, cuestión que remite al problema de la democracia (restringida o no) en los sindicatos, con muy escasa transparencia en cuanto al manejo de sus ingresos, egresos, e inversiones de todo tipo. Es así como se abre una dimensión de estudio de los sindicatos muy amplia. Es necesario recordar que las ciencias sociales en México habían establecido que en los sindicatos existía un control férreo de los líderes vincu­ lados al sindicalismo corporativo vía mecanismos como las cláusulas de exclusión —entre otras medidas coercitivas que parecían venidas a menos luego de haber sido cuestionadas por diversos actores del mundo sindical—, pero que todavía se aplican a tra­ bajadores disidentes en diversos sin­ dicatos. Todo lo anterior, junto con la llamada “toma de nota”, o el obligado reconocimiento de los sindicatos por parte del Estado mediante las Juntas de Conciliación y Arbitraje, se man­ tiene como parte de las relaciones labo­rales de México aun después de la reforma a la lft en 2012. Si nos enfocamos a pensar en la vida propia de los sindicatos, en sus formas internas de gobierno, en la literatura generada desde las ciencias so-

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ciales encontramos que el tema de la democracia en esos gremios (o la precaria democracia que se da en ellos), la conformación de elites en el seno de estas organizaciones y, desde luego, sus vínculos complejos con partidos políticos —en particular, los vínculos de los principales sindicatos con el pri, nexo que puede verse como una tupida red de acuerdos, compromisos y negociaciones que todavía hacen de ese partido una organización que agrupa a importantes sectores de la clase obrera—, veremos que pocos estudios siste­ máticos y rigurosos dan cuenta de la complejidad de la vida sindical real en las organizaciones obreras de nuestro país. Dicho lo anterior, el propósito de este artículo consiste en presentar un horizonte muy preciso: estará centrado en las imágenes sobre los sindicatos construidas desde la antropología social o sociocultural, tratando de ubicar los momentos más significativos de esos desarrollos sin pretensiones de exhaustividad. Es grande la actual complejidad del fenómeno sindical en México, y ante este hecho nuestro interés aquí es que el lector o lectora conozca algunas líneas de investigación que animan a las y los estudiosos del mundo sindical en nuestro país. LAS PRIMERAS IMÁGENES ACERCA DE LOS SINDICATOS

Los precursores de los estudios sobre sindicalismo datan de la década de 1970. Entonces se generaron estudios que comprendían análisis sobre historia del sindicalismo (el análisis “his­

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toriográfico”), sobre procesos de trabajo y sobre acción sindical. Entonces había dos orientaciones para el estudio de los sindicatos, según Enrique de la Garza (1986). Veamos con cierto detalle estas dos imágenes. La primera de ellas, la del consenso en los sindicatos, le asignaba cierto margen de representación a las direcciones sindicales oficialistas, por estar afiliadas al pri, entonces partido único del Estado. Incluso llegó a señalar que los líderes, entonces llamados charros (por un líder ferrocarrilero aficionado a la charrería), jugaban un papel de mediadores entre las bases obreras, el capital y el gobierno; esos líderes también eran gestores de demandas de las bases para alcanzar conquistas económicas y tener cierta representación de esas bases ante el poder político, encarnado entonces en la figura del “Señor Presidente”. Podía observarse una suerte de intercambio “patrimonialista” como sustento de esa relación política, noción acuñada por Enrique de la Garza (1991). La otra imagen, la del control en los sindicatos, subrayaba las prácticas más negativas de las burocracias sindicales “oficialistas” en el movimiento obrero. Esta imagen indicaba que el sindicalismo de Estado podía definirse por rasgos como la imposición de líderes; mediante esos mismos líderes, sumisión de los sindicatos al capital y al gobierno; ausencia de verdadera vida sindical; rechazo de los líderes charros al pluralismo en los sindicatos y a la actividad de partidos políticos distintos al pri; corrupción de los dirigentes respecto a los recursos del sindicato;

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uso de la violencia por parte de los charros —violencia propia o a través de la fuerza pública— para acallar cualquier brote de disidencia o inconformidad, etcétera (De la Garza, l986: 89-92). Pronto se gestó otro modo de estudiar a la clase obrera y sus sindicatos. Entonces se generaron investigaciones sobre la vida sindical que empezaron a dar cuenta de situaciones complejas: se ubicó la heterogeneidad de la clase obrera y sus diversas orientaciones sindicales en función de la composición técnica de los obreros; se planteó por primera vez el estudio sistemático de la conciencia obrera; se estudiaron los agrupamientos político-sindicales de los obreros a partir de esta perspectiva, y que presentaban orientaciones po­ líticas diversas: no sólo eran afines al Estado y a su alianza con el gobierno, también los había de izquierda, e incluso de ultraizquierda. Se vio una acción sindical que distaba mucho de ser heroica, y más bien estaba centrada en la lucha económica cotidiana; también pudo verse que los obreros ingresaban a los sindicatos para alcanzar ciertas mejoras en sus condiciones de trabajo y de vida (Novelo y Urteaga, 1979; Bizberg 1982); y se registró una acción sindical radical, de confrontación con los empresarios y el Estado, que pretendía doblegar a estos actores de las relaciones laborales mediante la imposición sindical de condiciones en los centros de trabajo. Con todo y las críticas hechas a los resultados de algunos de esos trabajos por el énfasis en medir procesos difí­ cilmente cuantificables —conciencia obrera, causas de las orientaciones po-

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líticas de los trabajadores, etcétera—, dichas contribuciones sentaron las bases para avanzar en este tipo de estudios a nivel teórico, conceptual y en cuanto a la investigación empírica. En pocos años asistimos a un cambio muy importante en nuestra comprensión de la vida sindical desde lo que puede considerarse “la academia”. Los sindicatos ya no volverían a ser, en las imágenes generadas por las y los científicos sociales, esas “cajas negras” de las que sólo asomaba la cabeza de los dirigentes, mientras se desconocía la vida interna de esas organizaciones, las acciones de sus bases y sus complejas negociaciones con los empresarios (De la Garza, 1986). SINDICALISMO, CORPORATIVISMO, NEOCORPORATIVISMO Y POSCORPORATIVISMO

Dentro de los acotados límites de este artículo, aquí nos interesa enfatizar una dimensión de los estudios sobre los sindicatos relacionada con la noción del corporativismo, pues creemos que innovó mucho este tipo de estudios, aunque no siempre haya per­ manecido como una perspectiva de análisis central a lo largo de los estudios en el periodo al que aquí referimos. Sabemos que desde la década de 1980 la perspectiva corporativista estaba presente en algunas investigaciones. Hoy sigue siendo una referencia para los estudios sobre sindicatos, pero la reflexión parece venida a menos tal vez por la complejidad que hoy presenta el corporativismo en México, el cual no sólo está basado en el vínculo Es­

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tado-sindicatos, sino en una serie de vínculos complejos: Es­tado-partidos políticos, Estado-orga­nizaciones de la sociedad como las organizaciones no gubernamentales, etcétera. No nos detendremos en todos los antecedentes y en el estado actual de esta perspectiva de estudios, “la perspectiva corporativista”. Más bien nos interesa referirnos a algunos de los principales estudios que recurrieron a esta perspectiva de la ciencia política y la sociología política para pensar la relación de los sindicatos con el Estado, para entonces referirnos a los dilemas del uso de esta noción al calor de la transición política en el siglo xxi, cuando el pri deja el poder presidencial y lo cede al pan, en lo que muchos supusieron como un cambio irreversible en la vida de México que conduciría sin remedio a “la democracia”. A finales de la década de 1980 Luis Reygadas (1989) desarrolló el tema del corporativismo mientras incursionaba en otros enfoques, entre ellos los basados en Weber, en el enfoque pluralista y en el marxista. Conjugar estas perspectivas de análisis —burocracia, ruptura con las visiones que sólo permiten ver el lado autoritario de los procesos, observando los mecanismos democráticos, pero sin olvidar la dominación clasista propia de los enfoques marxistas— le permitieron ver las actitudes de ambivalencia en la cultura de los mineros mexicanos, y una serie de dualidades en la cultura política en ellos. Ese autor imaginó escenarios alternativos a lo que entonces se veía como “la crisis” del corporativismo, crisis por la falta de representatividad

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del sindicalismo mayoritario, por lo antidemocrático en sus estructuras internas, por poner trabas al desarrollo de la productividad a partir de prácticas protectoras hacia las bases obreras, etc. Esos escenarios alternativos eran el neocorporativismo, la modernización autoritaria y la regulación democrática. Por falta de espacio no nos detendremos en este tipo de previsiones, que cuando fueron escritas representaron un gran esfuerzo para pensar en las posibles alternativas para el futuro político del país. Hoy podemos decir que México ha transitado hacia ciertos cambios, donde encontramos elementos de los tres escenarios que Reygadas suponía excluyentes unos de otros hace 30 años. Nosotros encontramos escenarios “neocorporativos”, vínculos del Estado con otras organizaciones so­ ciales, no sólo con sindicatos, sino también, y de manera determinante, con los partidos políticos; además, hay claros elementos de la “modernización autoritaria” (reconversiones laborales agresivas, unilaterales, por parte del Estado y los partidos) y, en menor medida, pueden verse elementos de “regulaciones democráticas” en determinados sectores laborales —entre ellos el de la educación superior— que implican la concertación entre sus diversos actores; este escenario se mantuvo hasta la modernización autoritaria de 2012 y 2013, cuando se implantó una agresiva reforma educativa que cuestiona la estabilidad en el empleo del sector magisterial. Algunos expertos vieron esa relación corporativa como una forma de controlar los sindicatos por parte del

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Estado y remarcaron la existencia de un vínculo que impide la participación política de la clase obrera. Si bien esa relación corporativa aportó ventajas reales a la clase obrera y canalizó protestas de las bases, en realidad el corporativismo puso cuotas en tanto anulaba el conflicto entre trabajo y capital, im­ pidiendo con ello la lucha de clases (Bizberg, 1990: 44-76). Aun cuando De la Garza (1988 y 1991) también contribuyó de manera importante a desarrollar la discusión del corporativismo, y lo consideraba —al igual que Bizberg— sinónimo de control del Estado sobre los sindicatos, para él era un medio de participación del sindicato en asuntos nacionales. Por medio de ese vínculo la clase obrera organizada influyó en el reparto del gasto social y en el logro de subsidios diversos. Era un “corporativismo patrimonialista”, dado el intercambio de beneficios entre el Estado y la clase obrera: apoyo político del sindicato para el Estado a cambio de conquistas y beneficios concretos, sin que importara el ambiente no democrático de ese intercambio político-patrimonialista. ¿Cómo se imaginó el sindicalismo desde la antropología social, luego de los cambios que llevaron a la alternancia política? Veamos brevemente esta cuestión, la cual consideramos central para el desarrollo de los estudios sobre los sindicatos en México. Recordemos brevemente que, al parejo de la implantación del neolibera­ lismo en el ámbito laboral, diversas fuerzas políticas cuestionaron la existencia del Estado autoritario encabezado por el pri. Se luchó por la democracia

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electoral y la alternancia, por enterrar al viejo dinosaurio que encarnaba el pri, por la “transición a la democracia”. Recordemos también que la entronización del modelo económico neoliberal influyó en las estructuras estatales. La década de 1980 representó una ruptura profunda en los criterios rectores de las políticas públicas. En breve: las nuevas prioridades se definieron en razón de la incorporación económica de México al proceso de globalización; de la racionalización del gasto público; de la esfera de influencia y la acción del Estado para estabilizar la economía; de la lucha contra la corrupción y por la transparencia en el manejo de los recursos públicos; de la reestructuración del aparato productivo para elevar la productividad y colocarla en condiciones de competencia. ¿Cómo impactaron esos cambios en la vida de los sindicatos? Un hecho parecía indudable: el debilitamiento de las corporaciones sindicales como intermediarios privilegiados de la negociación con el Estado, a partir de que dicho Estado vivía procesos de alternancia política que derivaron en algunas transformaciones de corte democrático, sobre todo en el ámbito electoral. Todo ello frente a la emergencia de nuevos actores sociales, muchas veces agrupados en corporaciones que desplazaban a los sindicatos de su papel como interlocutores privilegiados del Estado que habían tenido en décadas anteriores. Nos referimos al papel de los medios de comunicación —y en primer término a las televisoras—, al ejército, a los partidos políticos y a nuevos actores sociales como el movimiento indí-

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gena, entre otros grupos organizados: deudores de la banca, organizaciones no gubernamentales, pueblos y co­ munidades regionales con formas de representación de diverso tipo, interesados en reformas y en ser parte de la vida política nacional en diversos aspectos y de distintas maneras. En esa situación las elaboraciones académicas se vieron limitadas teóricamente, lo cual puede verse en las numerosas adjetivaciones del concepto de corporativismo por parte de un amplio número de investigadores, entre los cuales nos contamos. Algunos —entre ellos Enrique de la Garza— sostienen que el corporativismo sindical se mantiene prácticamente intacto, pues conserva parcelas importantes de poder en el Estado y el control autoritario de los principales dirigentes sindicales continúa vigente. El mismo investigador incluso sugiere que es riesgoso, políticamente hablando, soste­ ner que el corporativismo sindical ha cambiado o decir que ha muerto, pues im­pide que los trabajadores sean conscientes de sus enemigos y del control que aún ejercen sobre ellos esos líderes sindicales, pero sobre todo el Estado, al margen del partido que lo encabece.1 En cambio, otros autores reconocen cambios profundos en las relaciones 1 Grabación de la conferencia del Dr. Enrique de la Garza en el Encuentro Internacional “Los Trabajadores frente a la crisis económica: una perspectiva binacional sobre el futuro de las relaciones sindicales México-EUA”, organizado por la Línea de Estudios Laborales del Posgrado en Estudios Sociales de la uam-Iztapalapa y el Labor Center de la ucla, Ciudad de México, 23 y 24 de septiembre del 2010.

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laborales —el llamado neoliberalismo, la flexibilidad del trabajo, la pérdida de espacios políticos por parte de los sin­ dicatos— que afectaron profunda­mente el edificio del sindicalismo corporativo. Así, Rendón (2005) observa que, a pesar de los esfuerzos de ese sindicalismo por adaptarse a los cambios —lo que él lla­ ma “los reformismos” en el sindicalismo corporativo—, resultaba indispensable un esfuerzo de mayor envergadura para alcanzar autonomía y encontrar un proyecto propio que permitiera al sindicato negociar con el capital y el Estado las nuevas y más amplias demandas de la clase obrera. Por ello Rendón pronosticaba la “crisis termi­ nal” de ese sindicalismo. También encontramos la noción de “corporativismo empresarial” de Luis Méndez y Othón Quiroz, para quienes el sistema corporativista continúa, mas ahora se observa una clara hegemonía del capital sobre las centrales obreras; de ahí el adjetivo “empresarial”, pues sugieren que la “clase empresarial” ahora impone sus condiciones tanto a los trabajadores como al mismo Estado. Pero además refieren el surgimiento de un “pacto corporativo panista” —el cual despuntó claramente en el sexenio 2006-2012, con los pactos del segundo gobierno panista encabezado por Felipe Calderón—, y su pragmatismo para vincularse a las corporaciones sindicales del pri. Todo ello era expresión de una “modernidad atorada” en nuestro país, una modernidad que no acababa de desarrollarse plenamente (Méndez y Quiroz, 2009: 149-168). Son de esperar nuevas y más profundas reflexiones de ambos autores

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en torno al regreso del pri al gobierno federal en 2012, pues parecen claros los cambios en el pacto corporativo entre el partido tricolor y los sindicatos, como puede constatarse en el caso de la reforma educativa, que prácticamente dejó de lado la alianza del pri con el Sindicato Nacional de Traba­ jadores de la Educación (snte) para continuar con la modernización del sector. No obstante, deben mencionarse algunas propuestas que apoyan la existencia de un “corporativismo precario”; es decir una gran recomposición del otrora “sindicalismo oficial”, en el cual los sindicatos asumen nuevas características y abandonan otras: el sindicalismo corporativo se mantiene, aun cuando pierde importancia en el esquema de dominación política general en México (Gatica, 2011). Otra noción para caracterizar las transformaciones del vínculo sindicato-Estado es la de “neocorporativismo”, la cual proviene de teóricos del mundo anglosajón como Schmitter y Lehmbruch (1992), y que en México es retomado por autores como Enrique de la Garza, si bien Reygadas lo emplea en su estudio sobre la minería ya en la década de 1980. Para De la Garza la idea de “neocorporativismo” expresa la continuidad del sistema corporativista, sobre todo en cuanto a la organización interna de los sindicatos, marcados por el autoritarismo y una escasa democracia. Llama la atención sobre la capacidad de adap­ tación de los líderes sindicales a las po­ líticas empresariales destinadas a aumentar la productividad y la eficiencia, y que puede observarse en prácti­

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camente todos los sindicatos afiliados a la Confederación de Trabajadores de México (ctm) y la Confederación Revolucionaria de Obreros Campesinos (croc). La generalización del neocorporativismo daba sustento al nuevo concepto, el cual parecía dejar atrás la noción de “corporativismo patrimonialista”, y que caracterizó por décadas a la relación corporativa de entre sindicatos y Estado (De la Garza, 2000). Desde principios del siglo xxi ese autor preveía otro escenario posible en el sindicalismo mexicano, el cual apuntaba a la superación del neocorporativismo y planteaba la posible existencia de un poscorporativismo sindical. En tal escenario “pos” —decía— los sindicatos podían adquirir autonomía frente al Estado y su acción podía ser diversa, sin estar centrada únicamente en las cuestiones de las empresas. Su presencia podía llegar a sectores sociales externos a la empresa y permitiría a los sindicatos una acción múltiple, una que permitiera descentralizar la acción sindical, la cual no sólo estaría en manos de los dirigentes cooptados por el Estado, pues habría una importante participación de las bases del sindicato que daría lugar a la democratización sindical. Detrás del concepto de poscorporativismo estaba la experiencia del Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana (strm) y la negociación, hasta cierto punto exitosa, de la productividad en Teléfonos de México (Telmex). La presencia sindical en esa discusión con la empresa, así como el impulso al Movimiento Social de los Trabajadores —como movimiento político de los trabajadores por parte de la dirección del

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strm—, hablaba de la posibilidad de ese

poscorporativismo, aun cuando el impulso político del strm ha decaído no­ tablemente en nuestros días, e incluso su continuidad está en entredicho ante los cambios en el sector de telecomunicaciones (De la Garza: 2001: 21-51).2 Nosotros hemos recurrido a la idea de neocorporativismo sindical para pensar una nueva fase del “corporativismo patrimonialista” de la época estatista, en medio de las transformaciones po­ líticas, sociales y laborales ya mencio­ nadas. Vemos que la subordinación sindical se ha acentuado y que las corporaciones sindicales carecen de su papel central de otras épocas; sin embargo, los pactos neocorporativos continúan entre empresarios y sindicatos en el piso de las fábricas, pactando de manera no democrática las nuevas y cada vez más precarias condiciones de trabajo. Nosotros observamos estos escenarios neocorporativos hace dos décadas, en las maquiladoras de exportación de la ciudad de Chihuahua. Ahí la ctm, 2 Desde esta idea de poscorporativismo podríamos razonar hoy la experiencia del snte —al menos hasta antes del encarcelamiento de su lideresa, Elba Esther Gordillo en 2013—, que negociaba cambios laborales en la educación con orientación neoliberal e impulsa desde hace años una expresión política, el Partido Nueva Alianza (Panal), sin que ello implicara haber dejado de lado los pactos corporativos de corte tecnocrático y neoliberales entre ese sindicato y el gobierno de Felipe Calderón: pacto de las reformas a la ley del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado (issste) y el Acuerdo para la Calidad de la Educación. Más adelante retomaremos los pactos corporativos de corte tecnocrático y neoliberales entre el Estado autoritario neoliberal y los sindicatos.

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una central sindical hasta la fecha ligada al pri, había pactado —con muchas dificultades, pues incluso debió sembrar huelgas en algunas empresas, dado que esa central sindical no era aceptada por las empresas maquiladoras—, contratos colectivos flexibles, donde el empresario tenía las “manos libres” casi completamente para organizar el trabajo y los sindicatos tenían una presencia muy reducida en el proceso de producción. Todo eso a cambio, claro, de “administrar” un conjunto de prestaciones para los agremiados: la definición del otorgamiento de estímulos económicos por puntualidad y asistencia, los puentes —días de descanso obligatorios que se juntan con fines de semana—, y apoyos diversos para el “comité ejecutivo” del sindicato, como plazas “liberadas” de trabajo para que los dirigentes sindicales se dediquen a gestiones del gremio —plazas estas muy codiciadas por los trabajadores, ya que les permiten estar adscritos a algún cargo sindical sin tener responsabilidades laborales—, cubículo para las actividades de “representación” sindical, línea telefónica, apoyos para el desfile del Día del Trabajo, entre otras (Sánchez, 2000). En suma, ese conjunto de planteamientos sobre la nueva fase del corporativismo sindical en México expresa desacuerdos, dudas e incertidumbres en el análisis desde los nuevos estudios del trabajo. Es de esperar que esas elaboraciones, sin llegar a la unanimidad —inalcanzable en muchos aspectos de las ciencias sociales—, desarrollen y coadyuven al entendimiento que hoy tenemos sobre las relaciones entre sin-

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dicatos, sociedad y Estado. O que al menos no tornen más opaca la comprensión de esas relaciones, ya de por sí marcadas por una creciente subor­ dinación sindical al Estado, y diver­ sos episodios de confrontación entre gobierno y sindicatos, sin que ello signifique una ruptura en los pactos corporativos tecnocráticos y neoliberales en las empresas y sectores diversos, a nivel “macro” —como fue el caso del snte con la Secretaría de Educación Pública— y “micro”, esto es, en pequeñas y medianas empresas, o en las maquiladoras de exportación ya señaladas (Sánchez y Pérez, 2012). SINDICATOS Y SUJETOS OBREROS ANTE LA RECONVERSIÓN LABORAL CAPITALISTA

El tema de la reconversión capitalista ocupó a los estudiosos del sindicalismo desde la década de 1980. Era claro ya entonces que el sindicalismo se encontraba inmerso en grandes cambios y enfrentaba nuevos retos. Un trabajo pionero en ese sentido es el publicado por De la Garza y RhiSausi (1985). Ahí no sólo se apuntan las reflexiones de Enrique de la Garza sobre el sindicato de Estado y el corporativismo mexicano, sino la creación de conceptos socializados en medios académicos. Ya entonces empezaron a difun­ dirse conceptos como “sindicato de Estado” y “sindicato de la Revolución mexicana”; desde mediados de 1980 se identificó a éste como un sindicato “de la circulación”, desligado de los problemas del trabajo en el proceso de producción; es decir, era un sindicalismo

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centrado en el salario, si acaso, en la negociación política con el Estado. De la Garza y RhiSausi también se re­firieron a la crisis de ese tipo de sin­dicato por su resistencia ante las exigencias de mayor productividad por parte del capital, así como a la demanda de diversas fuerzas políticas para democratizar el sis­ tema político y ponerlo a tono con la modernización económica. Enrique de la Garza incorporó posteriormente la perspectiva marxista (o gramsciana) de “los sujetos sociales”, a fin de pensar los cambios que experimentaba la clase obrera mexicana en función de las transformaciones neoliberales. Dado que le interesaba ubicar a los sujetos obreros surgidos de la reestructuración productiva iniciada en la década de 1980, elaboró conceptos para pensar la nueva situación de la clase obrera. Constató que para esos años se habían generado varios su­jetos obreros, en función del sector industrial en que laboraban, de las características que ahí hubiera mostrado la reestructuración industrial, y del papel que hubiesen jugado los sindicatos. Para él podía hablarse de sujetos reconvertidos con bilateralidad ante las empresas a partir de sindicatos que atendían los reclamos del capital y negociaban con éste las nuevas condiciones de trabajo, a veces con bastante éxito (como el trabajador de Telmex); otros eran los sujetos reconvertidos sin bilateralidad —los de la mayoría de empresas privatizadas—, donde los sindicatos habían pasado a jugar un papel casi decorativo; y otros eran los sujetos obreros nacidos flexibles, es decir, los de las maquiladoras de exporta-

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ción, el nuevo proletariado del norte, aunque ahora ya no es nuevo y está en trance de disminuir drásticamente por la crisis del sector (Sanchez, 2001). Por otro lado, algunos autores sostienen que hoy el “nuevo proletariado del norte” lo conforman en realidad las bandas del crimen organizado como los Zetas. Este sector, el del nuevo prole­ tariado del norte, era el que no había conocido las etapas protectoras del Estado pos-revolucionario, que sólo conocía los intensos ritmos de trabajo, la flexibilidad laboral, el despido fácil, y que en general carecía de sindicatos.3 Para entonces el trabajo de Enrique de la Garza era un referente muy importante para el desarrollo de los nuevos estudios sobre trabajo y sindicalismo, y no sólo en México. Forjó toda una escuela en el área, la cual se expresa en múltiples estudios desde las ciencias sociales, de alto nivel y exhaustivo trabajo de campo; entre ellos diversas tesis de maestría y doctorado en la Línea de Estudios Laborales del Posgrado en Estudios Sociales de la uam-Iztapalapa. Desde entonces la hegemonía de la sociología sobre disciplinas como la antropología social es un hecho indudable, sin dejar de señalar que en diversas instituciones se realizó el registro de situaciones laborales diversas y caracterizadas por lo que conocemos como reconversión industrial en su primera y segunda generación.4 3 El doctor Héctor Domínguez, de la Universidad de Texas en Austin, fue quien me sugirió la idea de que el “nuevo proletariado del norte” hoy lo conforman las bandas del crimen organizado. 4 Un esfuerzo que vale la pena señalar aquí es el de Yolanda Montiel (2007), quien a lo largo

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Al respecto cabe mencionar trabajos relevantes desde la antropología social, como la tesis de Analí Ibarra (2011), antropóloga social que durante más de cuatro años documentó la huelga de los mineros de Taxco. En nuestros días esa huelga aún se sostiene —si bien con deserciones en sus filas— como parte de la estrategia del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana, y sigue en su lucha contra el Grupo México. La antropóloga Fabiola Sánchez documentó las difíciles condiciones de vida de un grupo de trabajadores despedidos de Luz y Fuerza del Centro en 2009, luego de su cierre y sustitución por parte de la Comisión Federal de Electricidad (cfe). Esta investigadora fundamenta las experiencias y percepciones de los trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas (sme) y su inserción en la llamada “economía informal”. Los testimonios de los trabajadores reflejan su concepción sobre la cfe, sus precarias condiciones de empleo y sus esfuerzos por permanecer en ella antes de su clausura —a pesar de las malas condiciones de trabajo vigentes (Sánchez, 2012). Los trabajadores del sme han llamado la atención de estudiosos como Gabriela Victoria, quien estudia la comunidad de Necaxa luego del cierre de Luz y Fuerza. Ella sostiene que la identidad “esmeíta”, antes que haber

desaparecido con el cierre de la empresa y el despido masivo, se reconfigura lentamente y busca nuevos cauces (Victoria, 2012). A su vez, Edgar Belmont estudia el mismo contexto de Necaxa y arriba a la conclusión de que ahí sigue “renegociándose el orden social”, mientras hay una disputa por “definir el valor histórico y el uso de la infraestructura de la empresa” (Luz y Fuerza), que incluye la lucha por los recursos hidrológicos de la localidad, con lo cual la lucha continúa para ese grupo de trabajadores (Belmont, 2013). Finalmente comentamos un trabajo un tanto “atípico”, que registra la experiencia organizativa de los tra­bajadores de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (uacm), un proyecto educativo del Partido de la Revolución Democrática (prd) que pretendía, entre otras cuestiones, contrarrestar el modelo neoliberal hegemónico basado en la productividad y la excelencia, y que sin embargo estuvo basado en la precariedad laboral de sus trabajadores. El estudio documenta la formación del sindicato en esa universidad, las contradicciones de su modelo, y constata que las izquierdas mexicanas, en este caso las que confluyen en el prd, no son muy afectas a respetar los derechos laborales de los trabajadores (García Fregoso, 2012).

de su vida laboral documentó los cambios en la fábrica de Volkswagen en Puebla, así como los vaivenes de su sindicato, caracterizado como “independiente” del Estado.

Desde la década de 1980, y a partir del impulso de antropólogas y sociólogos, el tema de la cultura obrera se planteó

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en este campo de estudios. Lo introdujo y desarrolló Victoria Novelo (1984, 1987a y 1987b). Poco después Juan Luis Sariego (1987) publicó un artículo sobre la cultura de los mineros del norte del país, al que siguió una extensa bibliografía sobre el tema. Tanto Novelo como Sariego, animados por el marxismo entonces en boga (sobre todo en el caso de la primera), trataron de definir el concepto de cultura obrera. Partían de la condición de explotación y subordinación de la clase obrera en el sistema capitalista, y afirmaban que la cultura era sinónimo de valores, formas de vida, aspiración de futuro. Al paso de los años el estudio de la cultura obrera y sindical se fue enriqueciendo. Uno de los avances importantes corresponde a Luis Várguez y sus trabajos sobre los cordeleros de Yucatán, donde mostraba que la idea de cultura obrera era más comple­ja que la planteada por Novelo y Sariego. Várquez vio las dimensiones nacionales y regionales de esa cultura y advirtió cómo se mezclaban con elementos socialistas arraigados en ese lugar. Los elementos étnicos mayas y mes­ tizos se sumaron a esa herencia so­ cialista. Su crítica alcanzó mayor profundidad cuan­do señaló que la cultura de los cordeleros era sobre todo de legitimación del orden social, más que de impugnación. Várguez mos­tró ese punto de manera amplia cuan­do analizó a los cordeleros en las fábricas, en los sindicatos y en la vida cotidiana (Várguez, 1988 y 1993). Desde entonces empezó a madurar una “nueva” generación de investiga-

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doras, con nuevos temas de estudio y nuevas elaboraciones teóricas. Ya en la década de 1990 los nuevos estudios sobre cultura en el trabajo y el sindica­ lismo se aglutinaron en torno a dos seminarios: el encabezado por María Eugenia de la O., Enrique de la Garza y Javier Melgoza en 1993 —y cuyos resultados serían publicados en 1997—, el convocado por Rocío Guadarrama y Carlos García en 1995 y 1997. Los resultados del primer seminario fueron publicados por María Eugenia de la O, Enrique de la Garza y Javier Melgoza (1997). A su vez, el primer seminario de Guadarrama y García (1995) dio lugar a un número especial sobre “Cultura laboral” de la revista El Cotidiano. El segundo seminario dio lugar a la publicación de un libro coordinado por Rocío Guadarrama (1998). Ya no se trataba sólo de ver la cultura obrera como el proceso de for­mación de una conciencia cuyos elementos provenían de intelectuales o mili­tantes; una conciencia que, a final de cuentas, era externa a la misma clase obrera. La cultura obrera y sindical se veía ya como un proceso complejo, que implicaba el estudio de las manifestaciones simbólicas de los obreros marcadas por la diferencia de género; conllevaba también el estudio de sus representaciones sociales, del significado que obreras y obreros imprimen a su acción, y todo ello dinamizado por las relaciones de poder en un sentido amplio, más allá de la sola relación entre capital y trabajo. En nuestros días la noción de cultura obrera ha perdido la fuerza de sus primeros años, sin desaparecer de la

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escena académica, opacada por nociones como subjetividad, identidad, representaciones, resignificaciones y percepciones obreras, entre otras. Con todo, la noción de cultura obrera no está enterrada por completo y reapa­ rece periódicamente en diversas in­ vestigaciones sobre el trabajo y los sindicatos también como cultura política, una noción que tampoco es nueva y ha guiado las investigaciones de Javier Melgoza (2011) sobre el sme desde hace varias décadas. En años recientes otros antropólogos y antropólogas han continuado con el estudio de la cultura obrera en los sindicatos. La “ventana etnográfica” de Mario Ortega (2012) sobre los telefonistas de Tláhuac permitió ver los afanes en torno a la productividad de ese sector ligado a su comunidad, en pleno Distrito Federal. Saúl Moreno (2007) estudió a los petroleros y sus prácticas corporativistas en la empresa y en el sindicato. Lourdes Fernández (2007) estudió la cultura plebeya entre bailarines de danza, sus procesos de formación en la disciplina, sus demandas y sus intentos de organización laboral, en una visión inédita sobre este sector, rara vez atendido por los “nuevos estudios del trabajo”. Luis Méndez (2010) volvió a estudiar las difíciles condiciones de trabajo de los mineros de Taxco. Gabriela Victoria (2012) descubrió la renovación de la identidad de los electri­ cistas del sme en Necaxa, luego del despido masivo de 2009, en medio del dra­ma que ello implicó para esa comunidad y para el conjunto de trabajadores del sme. Un esfuerzo similar fue realizado por Yadira Contreras (2011)

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sobre el mismo contingente de la clase obrera, pero en un medio rural, a fin de observar unas prácticas sindicales marcadas por la cultura local, comunitaria. Por su parte, y desde una perspectiva de la historia social, Benito Méndez Castro (2012) contribuye a la historia de los telefonistas en México, y muestra la experiencia de trabajo sindical de ese contingente obrero, en el periodo heroico 1934-940. Específicamente sobre cultura política puede verse el trabajo de la etnohistoriadora Marlen Osorio (2007), que estudia nuevamente el drama de los trabajadores del imss, luego de un primer trabajo como tesis de licenciatura (Osorio, 2004). Esos trabajadores sienten que han perdido sus referentes institucionales ante las agresivas reformas laborales en su centro de trabajo, y ello los hace estar convencido de que el Instituto Mexicano del Seguro Social (imss) ya no es más el instituto apacible dedicado a la protección de los obreros y obreras y sus familiares asegurados. Para ellos, ahora los controles estrictos del trabajo y las privatizaciones son una realidad en ese instituto. Las épocas de resistencia de estos trabajadores al neoliberalismo han pasado a la historia, y pocos desde las ciencias sociales las han documentado. Marlen Osorio (2004) investigó la lucha en defensa del contrato colectivo de ese sector en 1989, y que llevó a la caída del entonces secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores del Seguro Social (sntss), Punzo Gaona. Por su parte, el etnólogo Hugo de Ávila (2009), en su tesis de maestría en educación, se adentró en la cultura po-

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lítica de los profesores del sistema de educación media superior, del Gobierno del Distrito Federal, recreando las precarias condiciones de este sector, en un instituto de educación media su­ perior creado por el prd en la ciudad de México y que contaba con un modelo de relaciones laborales que daba a las autoridades gran control sobre el proceso de trabajo de los profesores, entonces con contratos eventuales; situación vivida antes de la sindicalización de estos trabajadores del magisterio. Por su parte, Saúl Moreno y Manuel Uribe incursionaron en un tema escasamente tratado en la producción sobre sindicalismo en México: la relación entre sindicatos y fiestas comunitarias en el sur de México, en el sur petrolero, una relación que cohesiona e identifica a las bases obreras (Moreno y Uribe, 2011). Como consideración final de este apartado consideramos pertinente señalar que la hegemonía de la sociolo­gía en este campo de estudio es notoria, en términos de la producción generada en torno al difícil concepto que representa “la perspectiva cultural”, sin que la antropología sociocultural haya sido eliminada completamente. Se mantiene un diálogo, préstamos y polémicas importantes entre una y otra disciplina, sin que en este artículo podamos entrar en detalle en torno a tales cuestiones. LOS ESTUDIOS SOBRE DEMOCRACIA SINDICAL

Uno de los campos más recientes en que se han desarrollado los estudios sobre sindicatos en México, desde los

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“nuevos estudios del trabajo”, tiene que ver con la “democracia sindical”, aun cuando son pocos los estudios sobre la cuestión. Ese problema remite sin duda al problema de la legitimi­ dad de los sindicatos en el piso de las empresas. En muchos estudios sobre democracia sindical se aborda esta cuestión desde el punto de vista de obreras y obreros, al calor de las transformaciones en la organización del trabajo que las políticas neoliberales continúan profundizando. Esos estudios se propusieron indagar en la vida interna de los sindicatos luego de esos cambios, y observar qué había sucedido en ellos —en cuanto a su representatividad y legitimidad—, a nivel de las bases sindicalizadas. Trataron de observar los cambios, pero tam­ bién las permanencias de las prácticas sindicales. En ese contexto el tema de la cultura sindical también fue par­te de la preocupación académica, en la medida en que trataba de estudiarse la participación de las bases en los sin­ dicatos, conforme a qué reglas se llevaba a cabo, y cómo asumían todo ello los actores involucrados. En México se han generado estudios sobre reestructuraciones sindi­ cales; es decir, sobre cambios y ajustes en la dinámica interna de los sindicatos luego de los procesos de reestructuración productiva. El objetivo consistía en indagar en la vida interna de los sindicatos luego de esos cambios, y observar qué había sucedido en ellos respecto a su representatividad y legitimidad a nivel de las bases. En una colección coordinada por De la Garza (2002-2003) se propusieron

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indagar en materia de democracia sindical en México; es decir, se trataba de dar a conocer cómo era en concreto la participación de las bases en los sindicatos, con qué reglas se llevaba a cabo y cómo asumían todo ello los actores involucrados. Por lo menos en Méxi­ co, tal intención significó una ruptura importante frente a los estudios que habían dominado el tema de la democracia en los sindicatos, y donde la democracia era vista como un proceso de ascenso permanente de las bases sindicales en su lucha contra los líderes charros y contra las empresas. En esta interpretación, muy influida por propuestas marxistas, las bases siempre parecían dispuestas a la lucha en contra del charrismo sindical y los empresarios. Sin embargo, se desconocían las reglas y normas formales e informales que regían esas organizaciones. Rara vez se analizaban los estatutos de los sindicatos, al igual que las prácticas de los afiliados o la dinámica interna de las bases sindicales, la cual podía contener incluso expresiones de ritualidad. Se atendía más a lo que sucedía en las cúpulas obreras en su relación con el Estado, que a lo sucedido entre las bases. La investigación coordinada por De la Garza cubre diferentes aspectos de los trabajadores y sindicatos de: telefonistas, aviación, electricistas, la industria textil del Valle de Toluca, Instituto Mexicano del Seguro Social, Ruta 100, uam, Universidad Pedagógica Nacional, bancarios, y la ciudad de Aguascalientes. Obra que espera ser continuada y ampliada mediante el estudio de gremios como el snte, del cual sólo conta-

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mos con algunos atisbos recientes (Sánchez y Melgoza, 2013). La anterior es, sin duda, una perspectiva muy importante, pues permite analizar la vida interna de los sindicatos. Más que corroborar las hipótesis sobre el control de las bases por los dirigentes, la propuesta sobre la de­ mocracia sindical busca recuperar el punto de vista de las bases obreras, sus valores, sus concepciones sobre legalidad y legitimidad, sobre ética, etc. Desde luego, hay investigaciones pioneras como la de Gatica (2001), quien indagó en la vida interna del Sindicato Independiente de Trabajadores de la Universidad Autónoma Metropolitana (situam), en el cual observó actitudes ambivalente por parte de las bases sindicales: había quienes apoyaban a sus líderes y se mantenían en posturas muy rígidas ante la flexibilidad la­ boral, mientras otros optaban por plantear la posibilidad de acceder a estímulos salariales. MUJERES, RELACIONES DE GÉNERO Y FALOCENTRISMO EN LOS SINDICATOS

En la década de 1990 se generó un conjunto de investigaciones que buscaban descubrir cómo había sido la participación de las mujeres obreras en los sindicatos. Mediante un buen número de monografías se fue descubriendo que las mujeres habían estado subordinadas en los sindicatos, con muy escasa participación en puestos directivos. La riqueza de la información generada por tal perspectiva de estudios

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permitió avizorar que la participación de las mujeres en los sindicatos se había dado a nivel de base y a nivel de dirección sindical. Podía advertirse una complejidad de situaciones que hablaba de mujeres entronizadas en los puestos de dirección que reproducían la cultura política patriarcal; obreras indiferentes ante los sindicatos y más bien aliadas a las empresas; hasta obreras anarco-sindicalista autoritarias y defensoras a ultranza de sus ideales. También hubo estudios sobre las trabajadoras del magisterio. Un conjunto de investigaciones tomaron como escenario privilegiado a las maestras de la sección IX del snte, donde las investigadoras pudieron observar el charrismo y el patriarcalismo, así como la heterogeneidad del trabajo de las maestras, con énfasis en su papel subordinado. El maternaje llevaba a que esta profesión fuese preferentemente de mujeres. La doble jornada y, por ende, la escasa participación de las maestras en el sindicato, resultaban ser otros rasgos fundamentales de ese trabajo femenino. En la mayoría de investigaciones se construyó una imagen de las maestras como víctimas del patriarcado y el charrismo sindical. Incluso en algunas de ellas se presentaba a las maestras temerosas de participar en la lucha política: si acaso le otorgaban cierta capacidad de resistencia, pero sólo desde el aula. Sabemos ahora que esa imagen de las maestras resulta insostenible. En la década de 1990 ellas mostraron que la militancia sindical es parte de su proyecto de vida, sean ofi-

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cialistas o izquierdistas. Y que una mujer, la maestra Elba Esther Gordillo, pudo empoderarse —hasta antes de su caída en 2013— como cualquier hombre en el sindicato de maestros, y constituirse en un elemento central del poder político (Radkau, 1984; Goldsmith, 1992; Limones, 1989; Orejel, 1989; Sandoval, 1992; Valdés 1992). A raíz de los sismos de 1985, y de la fundación del Sindicato de Costureras “19 de Septiembre” (damnificadas luego de esos terremotos), se generó un buen número de investigaciones sobre esas trabajadoras y su naciente sindicato. También se han investigado otros contextos, donde las mujeres han tenido y tienen papeles protagónicos en sindicatos, empresas privadas y maquiladoras. En tales estudios ya se plantea el empoderamiento de las mujeres al ocupar puestos sindicales, empoderamiento que no siempre ha sido un proceso sencillo, sin contradicciones, pues no pocos de esos estudios indican que las mujeres suelen reproducir los esquemas de control del poder propio de los líderes autoritarios, de los hombres no democráticos (Ravelo, 1993; Ravelo y Sánchez, 1997). En medio de esa treintena de trabajos sobre mujeres en los sindicatos —la mayoría realizados desde una perspectiva de género— debemos llamar la atención sobre una monografía pionera sobre masculinidad en el sindicato de Volkswagen de México en Puebla. Fue elaborado por el antropólogo social Fernando Huerta (1999), y en ella el autor se introduce en un tema difícil y escabroso, precisamente el de ser hombre, obrero y poblano; se

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trata de un extraordinario trabajo, pero que lamentablemente no ha tenido continuidad por parte de otros estudiosos del sindicalismo. Aun cuando estos estudios parecían haber desaparecido del horizonte académico en años recientes, el trabajo de René Jaimez (2012) vuelve a traer el tema de las relaciones de género, el poder y la dominación en los centros de trabajo. Con un enfoque audaz y novedoso, Jaimez recrea el sexismo, el autoritarismo y la dominación entre los trabajadores administrativos de un centro de trabajo de Ciudad Universitaria (cu), en la ciudad de México. Para ello presenta un concepto inquietante que parecería sustituir al de patriar­ca­ do: el “falocentrismo” como explicación de fenómenos de poder en los centros de trabajo, además del concepto de clase y de género. Arguye que la dominación masculina, presente desde la familia, se reproduce en el ámbito laboral y sindical de ese centro de trabajo universitario, y con ello explica la su­ misión a autoridades; pero sobre todo analiza la larga permanencia en su cargo de secretario general del Sin­ dicato de Trabajadores de la Univer­ sidad Nacional Autónoma de México (stunam), ante quien trabajadores y trabajadoras administrativas se presentan de manera sumisa, como si estuvieran ante el falo del padre, simbólicamente hablando. La resistencia de los trabajadores, que sí la hay, de todas maneras resulta una resistencia marginal al proceso de dominación arriba esbozado, sin visos de que pueda lograrse un cambio democratizador en el stunam.

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EL FUTURO DE LOS ESTUDIOS SOBRE SINDICALISMO EN MÉXICO

No nos detendremos en todos los avatares de este tipo de investigaciones. Sólo diremos que en ellos se dio una importante apertura teórica y metodológica. Con los estudios sobre la cultura y la subjetividad obrera y sindical encontramos una aproximación rica, compleja y sugerente a la vida interna de los sindicatos. Los esfuerzos se encaminaron a descubrir la acción obrera y sindical luego de los procesos de restructuración de las últimas dos décadas. También ha sido muy sugerente la incorporación de la perspectiva de género para pensar la realidad interna de los sindicatos, además de la incorporación de conceptos nuevos y audaces, como el del “falocentrismo”. Resulta difícil establecer la articulación que existe entre todos estos campos de estudio, y otras cuestiones, porque tales temas no se desarrollan de manera sistemática por parte de sus autores. A veces se estudian las reestructuraciones productivas, a veces la vida interna de los sindicatos, a veces los modelos de producción, y así sucesivamente. Entonces resulta difícil determinar el predominio de uno de ello sobre los demás, o cuáles serían los derroteros de cada uno de esos campos de estudio. Lo que sí es un hecho es que ahora podemos plantear nuevas preguntas sobre los sindicatos: ¿cuál es la legitimidad que hoy tienen los sindicatos entre trabajadoras y trabajadores? ¿Cuál es su futuro inmediato y mediato? ¿Remontarán los procesos de descomposición y de marginación en los

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centros de trabajo en que se han visto envueltos a partir de la ofensiva capitalista? ¿Cuáles son las posibles respuestas organizativas de la clase obrera hoy, ante la globalización y la restructu­ ración y ante una segunda generación de reformas neoliberales en los cen­ tros de trabajo? ¿Qué lugar ocuparán los sindicatos en esas respuestas? Probablemente la realidad ya esté dando alguna respuesta con la imposición de la reforma educativa de 2012, la cual dejó de lado el pacto con el snte, reforma que se encamina a precarizar el empleo en el sector; con la fallida oleada de lucha magisterial de la Coordinación Nacional de Trabajadores de la Educación (cnte) en 2013, encaminada a echar abajo esa reforma; con la reforma energética del mismo año, que abre las puertas a la irrupción masiva del capital en la explotación de hidrocarburos ante el mutismo del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (stprm). Sólo se observan algunos atisbos de resistencia en el sindicato minero metalúrgico —ante los intentos del gobierno panista por destruirlo— y en su renovada militancia de base, que en realidad no es nueva y viene de décadas atrás: de la influencia de grupos de izquierda de diversa índole, quienes sembraron la semilla de un sindicalismo de lucha. En la larga —y no menos contradictoria— resistencia de los trabajadores del sme, en su lucha por ser recontratados por la Comisión Federal de Electricidad (cfe) como su “patrón sustituto”, luego de más de cuatro años que el gobierno federal cerró la empresa Luz y Fuerza del Centro en octubre

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de 2009, y que todavía pugnan por formar una organización política obrera —la Organización Política de los Trabajadores— y una nueva central sindical. Sin embargo, los anteriores elementos de reorganización palidecen ante muchos otros contextos que hablan claramente de precarización laboral, de la imposición de las nuevas normas laborales por los empresarios y el Estado concretadas en la Ley Federal del Trabajo de 2012, pues con ellas los sindicatos seguirán viendo retroceder sus ámbitos de influencia en los centros de trabajo. En realidad sólo el tiempo dirá si el retroceso continúa, o si llega a darse un nuevo impulso sindical. BIBLIOGRAFÍA

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LOS DILEMAS ACTUALES DE LA IDENTIDAD ENTRE LOS ZOQUES DE GUAYABAL EN CHIAPAS

José Roberto Sánchez Castillo* Rodolfo Mondragón Ríos** Enrique Erosa Solana***

Resumen: Este artículo se basa en una investigación de corte etnográfico, privilegiando técnicas como la observación participante, conversaciones informales, entrevistas a profundidad y talleres participativos, realizada entre 2008-2009. Se analizan los procesos socioculturales e identitarios entre los zoques de Guayabal, municipio de Rayón, en la zona norte del estado de Chiapas, con el objetivo de recuperar las visiones de los zoques en torno a la tradición y a la modernidad, al mismo tiempo que considera algunos procesos históricos recientes que han reconfigurado, al menos parcialmente, el sentido de sus nociones y las prácticas identitarias. Se presta especial atención a los aspectos que para los jóvenes y ancianos son constituyentes centrales de su identidad grupal y se muestran los factores significativos en torno a los cuales existen coincidencias y discrepancias intergeneracionales. Palabras clave: zoques, Guayabal, identidad, etnografía, tradición y modernidad. Abstract: This article is based on ethnographic research, using such techniques as participant observation, informal discussions, in-depth interviews, and participatory workshops, conducted from 2008 to 2009 in the Zoque community of Guayabal in the municipality of Rayón in the northern region of the state of Chiapas. The aim was to recover the visions of Zoque sociocultural identity revolving around tradition and modernity and to examine some recent historical processes that have at least partially reshaped the sense of their cultural notions and identity practices. Particular attention is paid to aspects that are constituent elements core to its group identity and to significant issues where inter-generational coincidences or discrepancies arise. Keywords: Zoques, Guayabal, identity, ethnography, tradition and modernity.

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n este artículo analizamos los procesos socioculturales e identitarios entre los zoques de la cabecera municipal de Rayón, Chiapas, específicamente en el asentamiento lla-

mado Nuevo Esquipulas Guayabal, donde habitan desplazados del municipio de Chapultenango a raíz de la erupción del volcán Chichonal en 1982.1 Los hallazgos forman parte de una investi-

*Maestro en ciencias, Instituto para el Desarrollo Sustentable en Mesoamérica, A.C. (idesmac). **Candidato a doctor en antropología social y cultural, El Colegio de la Frontera Sur. ***Doctorado en antropología médica, ciesas Sureste.

1 Estudios posteriores a la erupción realizados en la zona zoque analizan desde el ámbito antropológico las diversas problemáticas que trajo consigo ese fenómeno natural y que obligó a los habitantes de las localidades aledañas a ser reubicados en otros municipios (Báez-Jorge et al., 1985)

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gación más amplia realizada entre enero de 2008 y enero de 2009. El territorio de Chapultenango abarca 161 km2 y se extiende sobre la porción sur de Pichucalco, población importante ubicada muy cerca del límite con el estado de Tabasco. Por su parte, el municipio de Rayón se ubica en la región de Los Bosques, y junto con el altiplano central forma parte de la Sierra Central de Chiapas. Tomamos como punto de partida teórico y metodológico los aportes que se han venido produciendo en torno a la discusión respecto a la modernidad/ tradición, para intentar comprender y explicar estos mismos fenómenos entre los zoques de la región norte de Chiapas, México. MODERNIDAD Y TRADICIÓN

De la polarización a la hibridación En referencia a la discusión que planteamos acerca de los conceptos de tradición y modernidad, problematizamos primeramente la tendencia a definir tradición como un núcleo de concepciones y prácticas originadas en un pasado distante, que conforman un marco de referencia histórico y, entre otras cosas, permite a un colectivo social situar su origen y su especificidad, para con ello dar continuidad a sus valores y prácticas, así como orientar su acción ante los embates de la modernidad. Una expresión extrema de esta perspectiva es expuesta por Pérez-Taylor (1996), para quien tradiciones como la oralidad y la ritualidad resultan premisas para mantener vivo un

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presente armónico, cifrado en el orden fundacional de un pasado distante que debe ser continuamente refrendado a través de dichas prácticas. Desde esta óptica, el autor parece concebir la tradición como un antídoto ante los peligros de la modernización. Por tanto, en el encuentro de la tradi­ción con los referentes de la modernidad, visualiza una drástica separación del presente con el pasado que despoja al primero de todo sentido; un inevitable aniquilamiento de la tradición y con ello la total alienación de los individuos. Sin apartarse completamente de esta perspectiva, Giménez (1994) reconoce la presencia de procesos de modernización basados en la tradición, la cual opera como guía en los mismos. En relación con ello ese autor da muestras de una tendencia por establecer una re­ lación directa entre tradición y una noción de identidad homogénea conferida a sociedades “no occidentales”. Al respecto refiere: Entendemos por identidad social la autopercepción de un “nosotros” re­ lativamente homogéneo en contra­ posición con los “otros”, con base en atributos, marcas o rasgos distintivos subjetivamente seleccionados y valorizados que a su vez funcionan como símbolos que delimitan el espacio de la “mismidad” identitaria […] La identidad étnica es una especificación de la identidad social y consiste en la autopercepción subjetiva de los actores llamados “grupos étnicos”. Se trata de unidades social y culturalmente diferenciadas constituidas como “gru-

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pos involuntarios” que se caracterizan por formas “tradicionales” y no emergentes de identidad social y que interactúan en situación de minorías dentro de sociedades más amplias y envolventes. En el caso de las “etnias indígenas deben añadirse especifi­ caciones ulteriores, como su origen preestablecido o premoderno, su fuerte territorialización y el primado de ritos religiosos tradicionales como núcleo fuerte de la identidad […] (Giménez, 1994: 170-171).

Aun cuando el autor reconoce que en la persistencia de la identidad también participa una dimensión subjetiva de la cultura interiorizada en los indi­viduos, no la precisa del todo. En contraste con esta concepción de la tradición, el mismo autor se refiere a la modernidad como el proyecto modernizador del estado neoliberal mexicano, fin­cado en un desarrollo económico y tecnológico tendiente a modernizar las demás áreas de la vida social y cultural de México; con ello se busca lograr un estatus de país desarrollado y, por tanto, partícipe de los beneficios de la globalización. Ante ello Giménez (1994) argumenta que en función del grado de articu­ lación y persistencia de sus tradiciones, y por ende de su identidad, los grupos étnicos de México han podido plantear sus propios proyectos modernizadores. Reforzando esta misma idea desde la teoría de los sistemas núcleo-periferia, Wallerstein (2005) señala al desarrollo o modernidad como un sistema estructural surgido en los países centrales, el cual se expande alcanzando a las regio-

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nes periféricas por medio de una re­ lación de intercambio desigual que produce una transformación sociocultural de las estructuras tradicionales. Desde una perspectiva similar, Cancino (2003) señala que la tradición es un antecedente necesario para proyectarse hacia la modernidad, para repensarla en un universo cultural, significativo y simbólico, que proviene del pasado, y dirimir qué vertientes, sistemas de valores, de ese pasado deben formar parte de la cultura. Sobre la modernidad, Giménez (1995) refiere que los clásicos la concibieron como resultado de un largo proceso de cambio social a escala del tiempo histórico, e intentaron describir este cambio como el tránsito de lo simple a lo complejo. De un estado definido genéri­ camente tra­dicional a otro llamado moderno o industrial, tránsito presidido y guiado siempre, en los clásicos, por la idea de progreso como a priori axiológico. En referencia a las nociones homogéneas de tradición ya expuestas, Arias y Hernández (2010) argumentan que desde el interculturalismo se ha reforzado la idea de que tradición es equivalente a pasado y modernización a presente, así como también la creencia de que mientras existen pueblos que fincan su identidad en la tradición, hay otros cuya identidad no requiere de tradición. Es decir, una extrapolación entre los pueblos tradicionales (indígenas) y los modernos (no indígenas). En dicho sentido cuestionan también el paralelo trazado al equiparar pueblos tradicionales con pueblos originarios, con lo que se sitúa a priori la

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configuración de la identidad de estos pueblos en un pasado remoto y previo a todo proceso modernizador, mientras la continuidad del pasado en el presente se entiende como una premisa de resistencia ante los procesos modernizadores. Desde esta visión se tiende a asumir que las formas de resistencia indígena se apoyan en elementos y en la sabiduría acumulada a través de milenios, lo cual posibilitan su convivencia y utilización de referentes que les aportan los procesos de globalización, sin que ello conlleve el colapso definitivo de su identidad. En contraste con lo anterior, los autores hablan no de una tradición sino de diversas tradiciones que, si bien provienen del pasado, confluyen en el presente y conviven de muchas formas. Se trata de tradiciones que pueden coexistir de manera discrepante, y que incluso al interior de una sola tradición tienen cabida voces discordantes. Critican así la idea de que la tradición esté cimentada en el pasado, y al hacerlo sostienen que en la medida de que no hay cultura sin usos y costumbres, tampoco existe alguna, ni pasada ni presente, que no tenga sus tradiciones. El salto ontológico, en dicho sentido, reside en pensar que la presencia de una tradición en el presente depende del significado que ésta adquiera para el mismo, es decir, el sentido en que se sustenta su vigencia. Con ello asumimos que tradición tampoco se opone a cambio. Desde esta perspectiva, es decir desde la anulación de la ecuación tradición/pasado, modernidad/presente, se puede argumentar que su distinción

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resulta hasta cierto punto ficticia. De acuerdo con las ideas de estos mismos autores, hay tradiciones que si bien no necesariamente se originan en de­ terminados espacios sociales, por lo menos se operativizan de acuerdo con la dinámica que se produce en los mismos. En concordancia con esta perspectiva, Gusfield (1967), quien en términos generales sitúa el análisis de la dialéctica entre tradición y modernidad en referencia al desarrollo de las identidades nacionales, destaca siete falacias que prevalecen acerca de ambos conceptos. Sostiene que es in­ correcto visualizar a las sociedades tradicionales como estáticas, normativamente consistentes, o estructuralmente homogéneas. Que las relaciones entre lo tradicional y lo moderno no implican por fuerza desplazamiento, conflicto o exclusión. La modernidad no necesariamente debilita la tradición, puesto que ambas forman las bases de ideologías y movimientos en los cuales las oposiciones polarizadas son convertidas en aspiraciones; las formas tradicionales pueden aportar apoyo, tanto a favor o en contra del cambio. Con este núcleo crítico el autor sostiene los siguientes argumentos acerca de las tradiciones: algunas han surgido como producto de transformaciones sociales; no sólo conllevan valores, también motivaciones de corte utili­ tarista; no promueven valores unívocos, ni por lo mismo patrones rígidos de prácticas sociales; hacia el interior de una sola tradición existen facciones sociales que operan como fuerzas de cambio; nuevas formas, en vez de desplazar a las antiguas, amplían el rango

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de alternativas dentro de un dado contexto sociocultural; estructuras y valores pueden proveer habilidades y ser fuentes de legitimación capaces de ser utilizadas en la consecución de nuevas metas y con nuevos procesos. En vista de que una institución o sistema cultural contiene varias dimensiones, no todas ellas funcionan de la misma manera al responder a nuevas influencias; en ese sentido, tradición y modernidad con frecuencia se refuerzan mutuamente en vez de conflictuarse. Los conflictos, en apariencia propiciados por los procesos modernizadores, a veces devienen de aquellos preexistentes dentro de estructuras sociales tradicionales. Las innovaciones tecnológicas, particularmente en términos de comunicación, posibilitan la expansión de tradiciones, sobre todo aquellas que buscan consolidar una identidad nacional (ibidem). A todo esto último, cabría agregar que en el contexto de diversos procesos sociales contemporáneos también se producen las coyunturas y referen­tes para la emergencia de nuevas identidades, las cuales más que inspiradas por tradiciones, lo son por la confluencia de intereses y objetivos comunes, aunque también, como podrá apreciarse en el presente texto, por el sentido construido en torno a una experiencia compartida. LOS PROCESOS SOCIOCULTURALES

En este trabajo asumimos que los procesos socioculturales (para un análisis más amplio véase Adame, 2006; Reyes, 2007; Llanos, 2008 y Aruj, 1998) su­

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ponen dinámicas de transformación constante, debido a la incidencia de múltiples factores estructurales de orden económico, político, educativo, sanitario, entre otros, que modifican las interacciones cotidianas entre la población en general. Pero este flujo de acontecimientos no es en un sólo sentido, vertical y jerárquico; por el contrario, consideramos que, de manera dialéctica, se genera una afectación en doble sentido, que va de lo macrosocial a lo local y viceversa. Es decir, la ca­pacidad de agencia de los conjuntos sociales para llevar a cabo iniciativas donde sus márgenes de decisiones, por mí­nimos o amplios que puedan llegar a ser, constituyen ámbitos de negociación y de incidencias, de intercambios y apropiación de elementos que confi­guran procesos identitarios que, en ocasiones, posibilitan reivindicaciones políticas, culturales, económicas, et­cétera. Reconocemos que en estos mismos procesos se encuentra subsumida una relación de tipo hegemónica y de subalternidad, donde podrían estar operando mecanismos de imposición, control y poder a partir de instancias gubernamentales, mediante la ejecución de políticas públicas, o bien de actores sociales particulares que, desde su posición al interior de la localidad, inciden en las transformaciones de la vida social. Si bien se identificaron algunas problemáticas de conflicto y/o resistencia, lo que se pudo constatar en campo fueron estrategias de apropiación y resignificación de elementos que encontraron su expresión en nuevos saberes, valores y prácticas culturales entre los pobladores de esta localidad.

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La salida abrupta y traumática del lugar de origen de los pobladores de Esquipulas Guayabal refiere precisamente a los aspectos que planteados en líneas anteriores. Es decir, se tra­ ta de una deslocalización que transforma radicalmente la vida cotidiana de estos mismos habitantes, donde si bien son reinstalados en un área geográfica y cultural que pertenece a la misma etnia zoque, su adaptación e interacción social no estuvo ajena a ciertas inconformidades, rechazos mutuos y exclusiones entre los pobladores nativos y los recién llegados. Nos interesa enfatizar que las dinámicas de interacción entre la cultura local y nacional se produce y reproduce articuladas a procesos históricos que, de acuerdo con las propias condicio­ nes de esta misma localidad, los zoques han venido refuncionalizando según sus posibilidades y necesida­ des. Sus relaciones cotidianas están enmarcadas en un contexto más dinámico de intercambio y consumo de información y, sobre todo, de accesorios de comunicación como teléfonos celulares y computadoras, los cuales además de cumplir una función comunicativa y de creación de redes de contacto, otorga cierto prestigio o estatus (capital simbólico) entre los jóvenes. Es importante mencionar que la conexión con otros centros urbanos de abasto y comercio, mediante una infraestructura de caminos y carreteras asfaltadas en la cabecera municipal de Rayón, constituye un factor primordial en los procesos socioculturales de articulación entre tradición y modernidad. ¿Bajo qué estrategias culturales los

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zoques resuelven los problemas de identidad en un mundo en permanente transformación, que en muchas ocasiones estigmatiza y excluye, bajo un pretendido convencimiento ideológi­ co de que lo moderno es algo a lo que se debe aspirar porque representa progreso y mejoría en todos los aspectos, mientras lo tradicional, se convierte en su contraparte? El aporte teórico de García Canclini (1990, 1995, 1999, 2003) y otros autores para el análisis de estos mismos procesos socioculturales a partir de su planteamiento respecto de la hibri­ dación cultural, es significativo para comprender la combinación de elementos locales y extra locales que ocurre en el seno de una sociedad. Lo que nos interesa resaltar al respecto es únicamente la idea central del autor, cuando menciona que “[…] entiendo por hibridación procesos socioculturales en los que estructuras o prácticas discretas, que existían en forma separada, se combinan para generar nuevas estructuras, objetos y prácticas” (García, 2003:2). Resulta esclarecedor el planteamiento de García Canclini al referir los procesos de hibridación y su vínculo con lo identitario. Al respecto señala: El énfasis en la hibridación no sólo clausura la pretensión de establecer identidades “puras” o “auténticas”. Además, pone en evidencia el riesgo de delimitar identidades locales autocontenidas, o que intenten afirmar­ se como radicalmente opuestas a la sociedad nacional o la globalización. Cuando se define a una identidad me-

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diante un proceso de abstracción de rasgos (lengua, tradiciones, ciertas conductas estereotipadas) se tiende casi siempre a desprender esas prácticas de la historia de mezclas en que se formaron y absolutizar prescriptivamente su uso respecto de modos heterodoxos de hablar la lengua, hacer música o interpretar las tradiciones. Se acaba, en suma, obturando la posibilidad de modificar la cultura y la política (idem).

La incorporación de nuevos referentes vinculados a sus actividades productivas, o la atención a problemas de salud, enfermedad y muerte, que en apariencia los distancia del núcleo cultural de sus tradiciones, genera situaciones que en el plano ideológico pueden resultar contradictorias y/o conflictivas, pero en la vida cotidiana la gente los articula y resignifica. Actualmente los medios masivos de información, las vías físicas y virtuales de comunicación, los procesos migratorios, el acceso a la educación, entre otros, inciden de conjunto en los procesos socioculturales de los zoques de Rayón, con ritmos diferenciados de transformación en distintos ámbitos de su cultura. Llegados a este punto de nuestro análisis, nos interesa destacar algunos aspectos constitutivos de la cultura a partir de los planteamientos de González (1996), particularmente en su relación con el saber, poder, querer e incluir: La cultura es elaboración de nuestro presente, pues con referencia a ese universo de sentido nos adaptamos a la realidad, ella es nuestro sentido prácti-

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co que informa, organiza la experiencia cotidiana para adaptarnos a una vida en común, para volvernos un “nosotros” […] Vinculada al mundo-real (claramente definido y preinterpretado) y a los mundos posibles, la cultura es raíz y ligadura con todo lo que hemos venido siendo, haciendo, penando y gozando (González, 1996: 16).

El sentido de la historicidad que este autor incluye en su análisis nos parece fundamental para comprender las dinámicas cotidianas que nutren, cuestionan y refiguran el estar en el mundo entre los zoques actuales de Rayón. Los sentidos que organizan sus prácticas y percepciones se sitúan en la importancia de la memoria histórica y colectiva: “La sociedad y la cultura es un proceso, es un recuerdo selectivo de los pasos caminados, de nuestros orígenes, de nuestros muertos, de nuestros fracasos, de los espacios, los tiempos y los momentos que hicimos —a fuerza de sentido— memoriosamente nuestros. Memoria de lo que hemos sido y de lo que alguna vez pudimos ser, la cultura le da espesor al presente y amanecer al porvenir” (idem). ALGUNAS IMPLICACIONES EN TORNO AL CONCEPTO DE IDENTIDAD

Desde nuestro punto de vista, el concepto de identidad no puede ser comprendido si no es en relación con otro concepto clave que le da contenido y sentido, el de cultura, la cual se expresa a través de una diversidad de símbolos sociales y culturales —de participación,

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solidaridad, jerarquía, evocación del pasado, étnicos, míticos, religiosos, etcétera. Para comprender los procesos socioculturales entre los zoques de la comunidad de Esquipulas, Guayabal, nos apoyamos en los planteamientos teóricos de autores como Zárate, quien señala que los contrastes y ambigüedades originados por los mecanismos de apropiación de espacios han ge­nerado “el surgimiento de antiguas y nuevas identidades, de discursos y prácticas construidas con elementos tradicionales y modernos, de confrontación y negociación entre los principios de la modernidad y de la tradición” (Zárate, 1995: 149-150, 152). Si bien se puede asumir que las culturas son dinámicas en sí mismas, tampoco se puede dejar de lado el hecho de que sus historias se articulan con procesos históricos de mayor amplitud y, como sugiere Roseberry (1989), es necesario incorporar dentro del análisis de la cultura. En este trabajo reconocemos a la identidad cultural como un proceso que se construye en dos sentidos: a) como una etiqueta implantada desde el exterior para fines de implementación de políticas culturales desde el gobierno; y por el contrario, b) desde el significado que tiene para los actores sociales la pertenencia a un grupo, la represen­ tación que tienen en torno a su po­ sición en la estructura social y la relación con otros actores sociales. La identidad mantiene funciones constitutivas necesarias para su comprensión. Al respecto, Giménez (1995) identifica tres de ellas que son básicas: la locativa, la selectiva y la integrado-

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ra. La primera permite a los actores posicionarse y reorientarse por referencia al espacio social; la segunda significa que la identidad selecciona, de acuerdo con los valores que le son inherentes, el sistema de preferencia de los actores sociales y sus opciones prácticas; la tercera implica la posibilidad de integrar las experiencias del pasado con las del presente, en la unidad de una biografía en identidades individuales o de una memoria compartida en identidades colectivas. Arenas (1997) sostiene que los modelos identitarios se complejizan en virtud de que la gente quiere acentuar sus valores locales al mismo tiempo que compartir los estilos y valores globales. Retomando la línea de argumentación anterior, asumimos que la identidad se nutre de los referentes macroso­ ciales en los que se entrecruzan transformaciones económicas, flujos de migración, tecnología comunicativa y escolarización, entre otros factores significativos, y que los conjuntos sociales incorporan a sus intereses cotidianos y marcos de valores. MARCO METODOLÓGICO Y TÉCNICAS DE TRABAJO

La investigación se encuadra en el enfoque cualitativo, cuyo eje metodológico se centró en la etnografía; el corte estratégico se planteó desde la descripción y el análisis de las actividades productivas y las relaciones sociocul­turales inmersas en ellas. Desde esa misma perspectiva metodológica se exploraron las visiones locales que confieren sentido a la identi-

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dad entre los zoques de Guayabal, en una situación de movilidad forzada y su reubicación en un punto geográfico distinto a su sitio de origen. El enfoque cualitativo, de acuerdo con Denzin y Lincoln (1994), estuvo basado en la posibilidad de identificar y comprender los saberes y prácticas que resultan relevantes para la construcción de la identidad de los zoques de Guayabal. Siguiendo el hilo de esta misma argumentación, Mason plantea que “la particular solidez de la investigación cualitativa yace en el conocimiento que proporciona acerca de la dinámica de los procesos sociales, del cambio y del contexto social y en su habilidad para contestar, en esos dominios, a las preguntas ¿cómo? y ¿por qué? […]” (Mason, 2006:16 citado por Vasilachis, 2006: 25). En función de este argumento se planteó un diálogo con los actores sociales que reflejara sus percepciones, prácticas y sentires en relación con los elementos “modernizadores”, así como su aceptación o rechazo. Esta perspectiva nos permitió poner en tela de juicio la visión esencialista de que las culturas indígenas tenían como elemento determinante rasgos culturales como el idioma, la vestimenta, sus fiestas, sus conocimientos y prácticas donde la constante era conservar dichos aspectos para evitar la pérdida de su identidad. Sin embargo, queremos enfatizar que, retomando los aportes de la antro­ pología que en el análisis de los procesos identitarios incorpora elementos que habían sido dejados de lado —entre ellos como la ritualidad, la territo-

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rialidad, los conflictos, la defensa de los derechos colectivos, la memoria histórica—, es necesario recuperar el carácter histórico en la conformación y emergencia de nuevas identidades y referentes que participan en ellas. El trabajo de campo nos permitió identificar procesos identitarios relacionados con acontecimientos recientes, tales como el desplazamiento forzoso de la población, la necesidad de posicionarse en un nuevo espacio físico y social en el que enfrentaban situaciones de rechazo y tensiones. Con base en los planteamientos de Hammersley y Atkinson (1994), el objetivo de esta investigación fue captar y comprender las interacciones, el orden social y, sobre todo, los significados y sentidos de las prácticas sociales y culturales entre los zoques de Gua­yabal. Se utilizaron diversas herramientas metodológicas, entre ellas la observación participante, la estancia prolongada en el lugar, conversaciones informales, entrevistas a profundidad y el registro pormenorizado de situaciones sociales. A partir de la observación participante pudimos identificar al actor social como un productor de sentidos y potencialidades de transformación. Esta técnica requirió el uso de instrumentos como grabadora, cámara y libreta de campo para registrar los datos relevantes de manera sistemá­ tica. Conforme al planteamiento de Sánchez (2001), la observación participante puede complementarse por la estrategia de la triangulación con el uso de otras técnicas, como la entrevista, la revisión bibliográfica o el análisis de discursos; para este caso se comple-

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mentó con la aplicación de entrevistas en profundidad y la posterior realización de un grupo de discusión. Respecto a las entrevistas en profundidad, su aplicación parte del supues­to de que si bien los entrevistados poseen y conocen información valiosa para el entrevistador, les resulta difícil comunicarla o transmitirla vía cuestionamientos directos (Vela, 2001); por ello esa herramienta permitió crear espacios para que los actores sociales expresaran referencias pasadas y/o presentes, así como las expectativas que tienen para un futuro, confluyendo experiencias, sentimientos, subjetividades e interpretaciones vividas. Al finalizar esta etapa de trabajo de campo, con la información obtenida organizamos un grupo de discusión con el interés de poner en diálogo y análisis por parte de los propios actores sus visiones y sentires en torno a los constituyentes pasados y presentes de su identidad cultural, permitiendo el aprendizaje colectivo e individual. Respecto de esta herramienta, Canales y Peinado (1995) señalan que en una situación discursiva hace posible que las hablas individuales traten de acoplarse entre sí al sentido social, a fin de permitir que la presión semántica configure el tema a tratar en cada caso como campo semántico.

una reiterativa alusión a Chapultenango, su lugar de origen. Se trata de un referente que parece operar, desde la visión de los informantes, como la demarcación temporal entre una forma de vida anterior y una presente. Aunque los ancianos dan cuenta de ciertos eventos que ellos juzgan trascendentes, ocurridos en el lugar de origen, no proporcionan datos precisos acerca de los años en que ocurrieron antes de que su población fuese desplazada a lo que actualmente se conoce como colonia Nuevo Esquípulas Guayabal, en el municipio de Rayón:

EL VIEJO GUAYABAL Y EL IMPACTO DE LA ERUPCIÓN DEL CHICHONAL EN LA MEMORIA COLECTIVA

En términos generales, los habitantes del viejo Guayabal describen su an­ terior forma de vida en función de un esporádico contacto con la cultura hegemónica, lo que los mantenía al margen del discurso y de las dinámicas del desarrollo. En esta medida no se con-

Un primer acercamiento al análisis de aquellos aspectos que conforman la identidad de este grupo nos muestra

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No había transporte, las casas eran de madera, de caña, como tres o cuatro personas tenían cemento, la mayoría eran de tierra (doña Petrona, anciana, entrevista personal, 29/05/08). Antes se vivía en rancherías, cerca del volcán, casas separadas dentro del rancho. Entre 1930 y 1940 llegó la noticia de fundar una colonia, pero les impactó porque no sabían ni leer ni escribir, ni siquiera hablar español, ni abrían la puerta por temor. El gobierno buscó intérprete para darle la noticia a los demás, era para vivir cerca y fundar casa en planicie y así tener una colonia y obtener del gobierno carretera y servicios (don Sabino, anciano, entrevista personal, 24/01/08).

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cebían en dicho pasado como pobres o ricos, pues su reproducción social no se basaba en la economía de mercado; lo importante en la vida, refieren, era tener qué comer y dónde dormir. En la memoria colectiva de los zoques de Guayabal la referencia más importante y significativa respecto al cambio de su forma de vida es la erupción del volcán, y pauta de manera importante la visión contradictoria entre las generaciones: por una parte la nostalgia por los terrenos de cultivo perdidos, y por otra la valoración positiva del hecho de haber llegado a una región más comunicada y que representaba una mayor apertura económica. Por ello lo anterior creó la inquietud de identificar qué tanto conocen los ancianos y los jóvenes su lugar de origen, con base en la certeza de pertenecer a una comunidad particular, y conocer sus raíces y elementos cultu­ rales a partir de estar situados geo­ gráficamente en un sitio diferente. De manera hipotética, consideramos que su identidad se encuentra históricamente en un proceso de hibridación (García, 2003), nutrida tanto de marcadores propios por pertenecer a la etnia zoque, y además por apropiarse de otros en un contexto donde la identidad zoque guayabalteca se encuentra en fase de construcción. La vulnerabilidad producida por la migración forzada produjo una gran devastación entre la población zoque de estas tierras. Hubo pérdidas humanas, desintegración familiar, pérdidas materiales, así como la modificación de sus actividades productivas debido a la pérdida de sus terrenos y animales.

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Los jóvenes mencionan que sus abuelos y padres les comentan que la llegada a la cabecera municipal de Rayón fue un momento muy difícil porque era un cambio de clima, muchos se enfermaban y morían al no estar acostumbrados a ese nuevo ambiente, y valoran lo difícil que fue para sus padres haber salido de esa situación. Dicen que muchos de los jóvenes, y sobre todo los niños de ahora, no vivieron aquel momento y eso es una bendición, porque muchos de sus abuelos y padres se sumieron en el alcoholismo por la depresión de haber perdido sus pertenencias: Cuando recién llegamos a este lugar, nuestros padres y abuelos tomaban mucho, en cierto sentido los comprendo porque habían perdido todo (casas, terrenos y animales) y entraba la desesperación de empezar de nuevo, algunas personas al escuchar de los habitantes de Rayón que las tierras eran malas decidieron irse a otros lugares porque eran gente de campo y no sabían hacer otra cosa (doña Matilde, entrevista personal, 13/06/08).

Sin embargo, después de algunos años la propia vulnerabilidad, de acuerdo con los habitantes de Guayabal, produjo sentimientos de solidaridad y deseos de superación entre los zoques inmigrados a Rayón. Expresan sentir orgullo por haberse levantado de la miseria causada por un desastre natural, un lazo que ha reforzado su identidad como zoques de Guayabal, un pueblo levantado de las cenizas, literalmente:

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Este estado de vulnerabilidad produ­ jo la solidaridad de los habitantes de la colonia, como muchos conocían el ofi­ cio de la albañilería fueron levantando poco a poco sus casas, y se apoyaban por medio de redes familiares para el cuidado de sus terrenos. Existían los compadrazgos para apoyar­se tam­bién con el cuidado de los niños, ya que ser el padrino de alguien representaba un gran compromiso social (Juvencio, joven, entrevista personal, 20/02/08). “SOY DE GUAYABAL NO DE RAYÓN”

Como bien se ha mencionado, la población de Guayabal fue reubicada en el municipio de Rayón. A partir de esa reubicación surgieron relaciones hostiles con la población de este municipio; con el paso del tiempo observamos que las personas de ambos lugares se descalificaban mutuamente, los de Guayabal hacen referencia a las personas de Rayón como “flojos comenubes”, y los de Rayón se refieren a los de Guayabal como “sobras del volcán”: Esta ‘rivalidad’ se acentuaba en las escuelas, donde los maestros rayonenses colocaban a los alumnos de Rayón en los primeros asientos y a los de Guayabal al fondo del aula de clases, por lo tanto los equipos para realizar tareas siempre se realizaban entre los de la ca­becera municipal y los de la colonia, nunca se mezclaban, hasta que un maestro fomentó este intercambio, alternando los lugares en el salón de clases para sentar a los de Guayabal junto a los de Rayón (Gladys, joven, entrevista personal, 5/01/08).

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A partir de nuestra estancia en la lo­calidad pudimos percibir que esta relación hostil pudo haber sido originada por parte de los habitantes de Rayón al sentirse “invadidos” en su territorio; de que llegaran apoyos de gobierno para los habitantes de Guayabal a raíz del desastre natural y en su con­ dición de damnificados; de sentirse amenaza­dos en la realización de sus actividades productivas, como una competencia en el campo y en las labores de jornaleros o empleados de las empresas pertenecientes a dueños principalmente de Tapilula. Otro factor importante que agudizó estos roces entre unos y otros fue el levantamiento económico que ha tenido la nueva colonia con respecto a un aparente estancamiento en la economía entre la mayoría de habitantes de Rayón. Nos interesa destacar también la referencia a una colectividad dentro de un yo vivido y sentido; es decir, nos referimos al sentir y vivir la historia, en el modo en que se presenta la narrativa con los jóvenes, considerando que la mayoría de ellos no vivieron la erupción del volcán; sin embargo narran la historia como un colectivo, como un nosotros, y se apropian de un hecho en el cual no estuvieron presentes pero es rememorado por la tradición oral de sus abuelos y sus padres. En esta oralidad se sigue transmitiendo hacia los hermanos menores y sus propios hijos, de manera que el hecho se percibe como si cada uno lo hubiera vivido. A pesar de las diferencias existentes entre los habitantes de Rayón y Guayabal, en ocasiones la migración para estudiar en otras localidades pro-

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mueve amistad e inhibe la posible relación hostil que pudiera surgir al pertenecer a estos distintos lugares, surgiendo así una red de apoyo para salir adelante con sus estudios al cooperar con la renta o apoyarse mutuamente: “Hay muchas diferencias entre Rayón y Guayabal, pero entre nosotras nos llevamos bien aunque dos seamos de Rayón y Clary sea de Guayabal. Clary de hecho menciona que sus dos mejores amigas en el municipio pertenecen a Rayón” (Clary, Martha y Mari, jóvenes, entrevista personal, 14/02/08). EL DILEMA DE LA LENGUA Y EL VESTIR

Hasta el momento podemos decir que han existido visiones similares entre ancianos y jóvenes respecto a tener una memoria colectiva cuyo referente más importante se detecta en la erupción del volcán, aun cuando se menciona que también es el evento crucial en el cambio de actividades productivas y estrategias económicas. Podemos destacar también el sentido de pertenencia a la cultura con la característica primordial de la resiliencia; es decir, sacar fortalezas de las vulnerabili­ dades y tener un parámetro de comparación con respecto a sus vecinos, el sentir orgullo por definirse como personas trabajadoras. Una de las mayores contradicciones que encontramos en los testimonios de las generaciones de jóvenes y ancianos fue en torno a la lengua zoque, que al principio sólo hablaban los ancianos. Cuando migran sufren racismo por decir que son de Chiapas, y

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más si son indígenas, por eso a muchos les da vergüenza hablar la lengua materna, incluso en Guayabal se siente respeto cuando alguien sabe una lengua extranjera, como el inglés, debido a que lo sienten “mejor preparado”: Muchos chavos de aquí consideran que hablar la lengua reduce las po­ sibilidades de encontrar un empleo, o que los exploten trabajando mucho y pa­gándoles poco, pero se sienten muy orgullosos cuando aprenden a hablar una lengua extranjera, por ejemplo los que van a trabajar a Cancún y se relacionan con gringos, llegan aquí hasta diciendo palabras en inglés, y los demás nos asombramos porque aprendieron otra lengua (Ramón, joven, entrevista personal, 06/06/08)

Muchos padres ya no quieren ense­ñar a sus hijos la lengua o, visto del otro lado, muchos jóvenes ya no la quieren aprender; en ambas visiones confluye la idea de la problemática en la comunicación con la sociedad ladina que mantiene el poder, por citar un ejemplo, en los hospitales o ayuntamientos municipales, si no te entienden no te atienden. Por eso es necesario aprender español para ser escuchado. De esta forma, vemos que cada vez más personas dejan su idioma, o al menos en parte, para rechazar la asignación externa de ser definidos como inferiores. Por otro lado, el abandono del componente lingüístico genera el disgusto de los ancianos, entre quienes la lengua y la vestimenta son elementos primordiales para definirse como zoques y, por tanto, una tensión general que se

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añade al desapego de los jóvenes al campo: Yo no me olvido mi zoque antes sólo zoque se hablaba, yo no sabía nada de castilla ni para pedir agua se aprendió poco a poco, como trabajé para cocinar y lavar ropa. Antes no se comunicaban con otras personas, no podían hablar en español y los intimidaban los que si hablaban. Casi todos hablaban zoque y no entendían español, ahora los jóvenes ya no quieren aprender zoque (doña Crucita, anciana, entrevista personal, 25/01/08).

Para el inegi, el criterio fundamental para identificar a la población indígena radica en la lengua, por ello se escucha con frecuencia la generalización de que las culturas indígenas se están “extinguiendo”. También es común escuchar noticias que resaltan la importancia de rescatar elementos culturales como la indumentaria. En cuanto a la vestimenta, a los jóvenes ya no les gustaría vestirse como antes, sienten que es más cómodo vestir como ahora y además se ven mejor. Antes no conocían otras prendas de vestir, como las fabricadas en mezclilla, pero ésta resulta más cómoda que andar con manta, o enaguas en el caso de las mujeres. Consideran que la vestimenta tradicional es bonita y no pretenden olvidarse de ella, que pueden utilizar­se en fiestas y ceremonias pero no es ne­ cesario andar vestido así todos los días cuando existen otras alternati­ vas más cómodas y prácticas. En los testimonios anteriores puede observarse que para los ancianos

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continúa siendo de vital importancia la lengua y la indumentaria, identificándolas como características particulares de los zoques; en cambio, la mayoría de jóvenes se inclina por una vestimenta más cómoda aunque les gusta observar la indumentaria tradicional en fiestas y ceremonias. Es decir, lo ven con el estereotipo de lo tradicional desde el pensamiento moderno, así como utilizar el zoque en espacios específicos, pero aclarando que para fines prácticos prefieren utilizar la lengua castellana. Por tanto, se observa el contraste entre jóvenes y ancianos en cuanto a la importancia de la lengua y el vestido como elementos constitutivos de su identidad, pues para los jóvenes existen otros elementos que se mencionarán a continuación. SOY ZOQUE POR MIS VALORES Y PENSAMIENTOS

Para los ancianos es muy importante la lengua y la indumentaria que los define como zoques; mientras los jóvenes disponen de otros elementos identitarios considerados de mayor peso, entre ellos valores familiares y comunitarios como el amor y el respeto que se le tiene a Guayabal por haber salido adelante de una catástrofe. Yo me considero zoque porque apoyo y me siento orgullosa de mi familia y me gustan cosas de mi cultura, como las tradiciones que se conservan aunque hayamos tenido que vivir en otro lugar, y más que nada por eso, porque la gente de mi colonia se levantó de la

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nada y estamos mejor que los que de por si vivían aquí (Ana, joven, entrevista personal, 30/01/08).

Uno de los aspectos sumamente importantes en la identidad locativa, es la adherencia al grupo comunitario, los lazos de apoyo presentados como padrinazgos y la solidaridad existente para salir adelante en momentos de mayor apremio. El ser padrino equivale a ser un segundo padre y estar al pendien­ te de los ahijados, sobre todo en el caso de la ausencia de los padres. Esto genera una reciprocidad, reflejada en tradiciones de distintas épocas del año, como agosto y diciembre, cuando los ahijados acostumbran llevar alimentos a los padrinos, generalmente tamales y pozol. El prestigio que se tiene al ser padrino, en celebraciones patronales y otras festividades religiosas, se expresa en el cometido de ahorrar parte de los ingresos anuales para invertirlos en las fiestas, y en la asistencia de personas que trabajan en otras regiones del estado. Todo ello muestra que este prestigio resulta muy importante para los zoques; sin embargo, se dice que anteriormente ello tenía mucha más importancia que la que los jóvenes le confieren en la actualidad. Juvencio comentó otras creencias que él considera importante no perderlas, pues las considera propias de un zoque. El ser zoque no se pierde aun viviendo en las ciudades, hay creencias que defendemos los que mantenemos la identidad, como lo es hablar a la casa

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por teléfono y comunicarse en zoque a pesar de ser objeto de burlas. Una vez me pasaron a asaltar, un joven me pidió 5 pesos, le dije que no tenía y el chavo me repetía que me lo estaba pidiendo en buena onda, al ver que en la esquina se acercaban otros dos muchachos salí corriendo, ellos corrieron tras de mí, pero llegué a su casa y me metí rápidamente. Otra vez chocaron la combi en que iba, fue un golpe fuerte, en ambos casos me espanté, andaba pálido y casi ni hablaba ni comía, y me preguntaban que me ocurría pero no respondía, entonces regresé a esos lugares y llame a mi alma, diciendo “Juvencio aquí te quedaste, regresa porque no puedo hacer nada”, y así me curé y continué mi vida como si nada (Juvencio,  joven, entrevista personal, 20/02/08).

En el testimonio anterior se valora la lengua como un componente indispensable de su identidad, cuando valora su importancia de hablarla a pesar de su rechazo. La concepción del susto o el espanto —que no es particular de los zoques y se observa entre diferentes grupos étnicos—, parece ser de suma importancia aun para los jóvenes, sobre todo cuando se encuentran en un contexto distinto a su localidad. EL PAPEL DE LA EDUCACIÓN Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Con referencia a este tema, en el caso particular de Guayabal los habitantes mencionan que antes no estudiaban como ahora —cuando muchos estudiaban la primaria—, ya que era más im-

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portante colaborar con las actividades del campo porque era una tarea en la cual participaban todos: niños, jóvenes, adultos y ancianos, era su modo de vivir. Además no contaban con infraestructura educativa, y al vivir aislados en el viejo Guayabal debían ir a estudiar a otras comunidades. La educación antes no era una prioridad, no se veía tan importante, sólo estudiaban primaria a lo mucho, era complicado seguir estudiando porque no tenían escuela en la comunidad y tenían que ir a los pueblos más cercanos además de apoyar a los padres en el trabajo del campo. Pero es bueno que ahora estudien, nosotros éramos ignorantes en muchos temas que ahora están bien informados (doña Petrona, adulta, entrevista personal, 29/05/08). El que se acostumbró a cargar leña sigue cargando leña, mi hijo aún llega y lleva a todos sus niños, les dice que si no quieren estudiar les va a dar su machete para que trabajen en el campo, así los regaña (doña Crucita, anciana, entrevista personal, 25/01/08).

Consideran que actualmente hay mayores oportunidades para estudiar, y mientras uno esté mejor preparado será mejor para afrontar la vida; piensan que ahora la educación es sumamente importante, los padres lo saben y por eso los impulsan a estudiar, el mismo trabajo pesado se convierte ahora en una advertencia para motivarlos a seguir estudiando. En esos testimonios se observa una nueva tendencia valorativa que vislumbra la educación como un marco de oportunidades para

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mejorar las condiciones de vida, en tanto el trabajo agrícola representa un “castigo” que, de modo paradójico, se refiere a sus pasadas actividades productivas. La interiorización de la importancia de valer por tener una carrera ha provenido de diversas fuentes externas, entre ellas las campañas de alfabetización y educación del gobierno; sin embargo, ello demerita la imagen del campesino en el discurso del desarrollo y abre una brecha cada vez mayor entre la pobreza de un campesino indígena y un joven profesionista exitoso. Este discurso ha impactado en jóvenes que se ven sujetos a remontar obstáculos educativos como el conflicto y, en muchas ocasiones, hasta la negación de su condición de indígenas, pues deben renunciar a hablar su lengua materna para no ser víctimas de discriminación, tanto por parte de sus compañeros de estudios como del sistema educativo en sí. En general, en la comunidad parece dominar la idea de los beneficios que otorga la educación, y se menciona que la educación ha modificado la conducta de las personas en el sentido de disminuir la violencia física y la aceptación de las decisiones de los hijos. Dentro de la localidad se asume que las mujeres ahora tienen más participación social, reciben educación, migran en búsqueda de mejores oportunidades laborales, y no tienen una actitud sumisa ante los hombres. La escuela es considerada un factor importante, porque antes las mujeres se consideraban más incultas porque sólo los hombres estudiaban “Antes a las mujeres se les prohibía estudiar, ahora

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lo primero es estudiar y se van a es­ tudiar a otros lados inclusive” (doña Marcelina, adulta, entrevista personal, 11/04/08). Sin embargo, también detectan aspectos negativos de la educación. De tal suerte, la educación en muchas ocasiones también se percibe como una opción que conlleva otros riesgos que el mundo moderno supone para los jóvenes, y pueden incidir negativamente en el colectivo. Entre otros factores señalan que la educación formal fomenta el estrés, al hacerles sentir mayores responsabilidades para salir adelante en la escuela. Esta situación es percibida como un factor que genera tensión y, de manera eventual coadyuva en el hecho de que algunos jóvenes se refugien en el consumo de alcohol y drogas, y al retornar a la comunidad influyen en otros jóvenes para que adopten esos hábitos: “En los pueblos casi no hay malicia, pero ésta se va adquiriendo conforme va creciendo la comunidad, llegan más los vicios como el alcohol, el tabaco y las drogas” (Rigoberto, joven, entrevista personal, 14/02/08). Los medios de comunicación como la televisión, así como las campañas de salud, influyen en los hábitos alimen­ ticios: el discurso de mantenerse sa­ ludable al tener una buena figura se introyecta principalmente en los adolescentes. La obesidad se estigmatiza cada vez más en los centros de salud, propiciando que los jóvenes reduzcan la cantidad de alimentos que consumen y rechacen, por ejemplo, parti­cipar en las comilonas (comidas en que participa la comunidad como parte de las festividades locales).

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La importancia de ser aceptados por los compañeros y amigos con quienes se desenvuelven cotidianamen­te en las regiones donde migran también jue­ ga un papel importante en el cambio de la alimentación, como obser­vamos en el testimonio anterior; es decir, comen menos para no ser objeto de burlas. Esto tiene un fuerte impacto en el colectivo, los adultos señalan que muchos jóvenes evitan participar en el comuneo (convivencia en que se reparten y consumen alimentos entre familias mediante visitas recíprocas), generando con ello tristeza entre las personas mayores al no sentirse cercanos a ese grupo de edad en tal evento, para ellos de gran importancia. Los ancianos consideran una falta grave que los jóvenes no participen en el “comuneo”, pues representa un momento en que los responsables de ofrecer los alimentos cumplen con un compromiso social de atender al colectivo; por su parte, los asistentes aceptan la cortesía de ser atendidos para en un futuro corresponder la atención, todo lo cual ayuda a mantener sanas las relaciones en la comunidad, sin diferencias ni conflictos mayores. LA MIGRACIÓN Y LA RESIGNIFICACIÓN CULTURAL

La migración propiciada por intereses personales —la búsqueda de una mejor educación ante la ausencia de centros de educación superior en la comunidad, conseguir empleos mejor remunerados, así como las limitaciones que representa para las generaciones más jóvenes dedicarse a una vida en el campo— in-

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fluye en la expectativa de una vida mejor, con el propósito de satisfacer las necesidades que genera la modernidad. En esto último también incide el hecho de que los rendimientos de los cultivos en el campo son muy escasos, dadas las propias características de la tierra y las condiciones climáticas. Muchos jóvenes solteros que han migrado temporalmente a otros lugares piensan en los ahorros para la construcción de la casa y la adquisición de pequeñas comodidades para regresar a la comunidad, y así “buscar o traer mujer”. Aun cuando la migración es una opción frente a las carencias y necesidades que enfrentan los jóvenes zoques de Nuevo Guayabal, la decisión de salir o no a buscar empleo fuera de la comunidad está relacionada con los gastos que deben hacer para cubrir sus necesidades básicas de ropa, calzado, alimentos y alquiler, entre otros. La razón para irse pues, lógicamente, es económica; aquí nuestro estado es muy pobre, y cuando vamos a Quintana Roo (Cancún, Cozumel) a Jalisco (Puerto Vallarta, Guadalajara) o incluso a Estado Unidos, nos pagan hasta cuatro veces lo que ganamos aquí; sin embargo, no resulta llevar a toda la familia porque el gasto también aumenta, por lo que la opción es enviar remesas, gastar sólo lo necesario en alimentación y servicios, y lo demás ahorrarlo. El ahorro se utili­ za para la construcción de la casa y se puede invertir en algún negocio propio o complementar con otro trabajo (Gregorio, joven, entrevista personal, 19/02/08).

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En la ciudad, al haber muchos habitantes, los terrenos disponibles disminuyen y el gobierno como de por sí es tramposo crea programas como Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit) pero la trampa está en que te dan muchos años para pagar una casa muy pequeña y muy cara: te dan 15 años, pe­ ro si no se cubre esa deuda, se las heredas a tus hijos y uno ni disfruta el saber que compraste tu casa; aquí, como no hay tanta gente, se tienen más terrenos disponibles: el solar te cuesta como 20 mil pesos y con 150 mil se tiene una casona, mientras con Infonavit un cuartito te cuesta 350 mil, porque ni casa se le puede llamar, la sala y la cocina están muy amontonadas, el material y el diseño están mal hechos, es material barato, y lo decimos porque al ir a trabajar en otros lados nos han contratado para su construcción. Cuando se trabaja fuera también te van ofreciendo créditos para casas y bienes, uno al ser soltero tiene la gran tentación porque no se tiene mucho gasto aparte de apoyar a la familia, pero si se cae en el error de aceptar y en unos años tenemos nuestra propia familia ya no se puede pagar y te vuel­ ven a quitar todo, si es que no termi­nas en el bote; porque imagínate, si co­ mías diez tortillas, ahora son cinco para ti y cinco para tu mujer y si hay hijos se divide aún más, porque el salario que se tiene no aumenta (Horacio,  joven, entrevista personal, 13/06/08).

En esos testimonios se observa claramente lo que motiva las decisiones de migrar o permanecer en la comunidad;

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si bien la ganancia en los trabajos es mayor en otras regiones, también el gasto se incrementa en comparación con esos mismos costos en la comunidad. El riesgo que se corre al aceptar aparentes beneficios de grandes compañías para la adquisición de inmuebles y creación de patrimonio, visto como una deuda de por vida que se transmite a los hijos, influye también en la decisión de permanecer en la comunidad, donde los terrenos y la construcción de sus hogares, representan un gasto mucho menor. No siempre la decisión de salir responde a la necesidad de apoyar eco­ nómicamente a la familia; muchos sienten una presión familiar por problemas y deciden mejor irse, escapar y no regresar, buscan familia en otro lado. Esta situación sugiere conflictos generacionales, y así configura a la migración como una válvula de escape. Para algunos entrevistados la migración influye en los cambios que se presentan en la comunidad, porque muchos jóvenes traen nuevas tecnologías de otros lados: por ejemplo nuevos modelos de celulares, televisiones, radios o ipods; otros aprovechan los viajes de retorno para dedicarse vender mercancías en la comunidad. La incorporación de nuevos hábitos y/o estilos de vida de quienes regresan no sólo contrasta con los valores locales, también se convierte en fuen­ te de discordia y estigma por la manera de hablar, de vestir y comer. Mi hermano migró y estuvo viviendo siete años en Estados Unidos. Cuando regresó tuvimos problemas con él porque no quería comer lo que había, se quejaba de que en Estados Unidos ha-

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bía muchas cosas y aquí en el pueblo no hay nada (ropa, aparatos). Ellos respondían que eso era allá pero se tenía que adaptar a lo que había aquí. Antes comía todo, pero cuando vino ya no, aquí comemos maíz, frijol y verduras, pero él ya no quería eso quería carne y otros guisos, ahora lleva siete meses y pa­rece que se está readaptando (Gaby, joven, entrevis­ta personal, 10/02/08).

En estos relatos es de destacar el rol que cumple la migración en la refiguración de la imagen del colectivo, donde en muchas ocasiones se considera lo indígena como inferior, principalmente por ideas traídas de quienes migran, frente a lo cual los migrantes se introyectan como “mejor preparados”. Este papel jerárquico también se ha cons­ truido desde el interior de la propia lo­ calidad, al impulsar cada vez más la emigración por una supuesta mejor educación o empleos mejor remunerados. Otra preocupación radica en el desarrollo de la comunidad. Los migrantes la consideran un espacio que representa “tranquilidad”, y las libera de las presiones con que lidian en sus ambientes laborales, pero con el riesgo latente de que al crecer la comunidad se pierda ese mismo contexto. También es notorio el sentido de colectividad al pedir por los jóvenes que se van a estudiar y la responsabilidad que ello representa para “salir adelante” y no defraudar al colectivo. La comunidad espera que dichos jóvenes se conviertan en un orgullo, tanto para sus padres como para la comunidad, incentivándolos para continuar sus estudios y terminen alguna carrera.

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En muchos casos se espera que regresen como buenos profesionistas para apoyar a la gente de la comunidad y sean maestros, sacerdotes, doctores e ingenieros —por mencionar algunos casos— que promuevan el desarrollo de sus coterráneos. En parte es un aliciente, una motivación para alcanzar sus metas; pero en ocasiones también se convierte en una presión para no defraudar la confianza que la comunidad ha puesto sobre ellos y no convertirse en una decepción de sus padres en la enseñanza de valores como la responsabilidad y el esfuerzo. La situación de expectativas, es­ peran­z as, miedos y frustraciones constituye una serie de contrastes y con­ tradicciones, que genera una constante resignificación a nivel individual y colectivo de su identidad. Algo muy interesante puede observarse en la manera que entre los mismos actores socia­les mediante un diálogo revalorizan sus conocimientos y prácticas, así como la influencia que ejercen en la construcción identitaria de otros actores sociales pertenecientes a su cultura: “Cuando vienes, vienes bien alzado, como si fuéramos inferiores, eso de decirnos la hora que ustedes utilizan, pues si la hora es solo una, la hora que de por sí existe, la otra sólo la inventa el gobierno” (conversación de unos jóvenes, residentes de la colonia, con uno que migra temporalmente a Tuxtla, mayo de 2008). Este concepto de “alzado”, un ser pretencioso y engreído, en el diálogo en­tre jóvenes expresa también la necesidad de reubicar a ese actor social en su contexto local. Algunos mencionan que la migración debería reforzar la iden­tidad,

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tal y como sucedió cuando el Chichonal hizo erupción, generando la solidaridad entre los habitantes de la comunidad Las redes de apoyo se establecen como estrategias de las personas que migran, de irse colectivamente o don­ de ya existan familiares trabajando para evitar ser víctimas de abusos en otras ciudades. En particular, resulta importante notar que aun cuando en el contexto comunitario algunos referentes no son percibidos como relevan­tes en torno a la identidad, el sentido de pertenencia familiar y comunitaria se torna sumamente significativos e indispensables en un contexto de mi­gración. LA CONCEPCIÓN DE MODERNIDAD DESDE UN ENFOQUE LOCAL

Hemos abundado que la relación moderno-tradicional no necesariamente tiene el carácter antagónico con que algunos posicionamientos teóricos la conciben; por el contrario, enfatizamos que en la vida cotidiana se entremezclan para formar la amplia gama de interacciones sociales. La cultura supone procesos dinámicos que se van transmitiendo de generación en generación y se de manera permanente se modifica y reproduce de acuerdo con el ámbito, natural y social donde se asienta. La modernidad la entiendo como cambiar las cosas, se utilizan lenguas raras, se mezcla a veces con el inglés, la nueva tecnología (computadora, Internet, celular, etc.), la ciencia, la forma de vestirse, la moda. Antes lo más importante era ser maestro bilingüe, ahora por la influencia de la tele muchos

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quieren salirse a estudiar otras carreras. La modernidad es buena en parte porque hace las cosas menos difíciles y duras pero en parte no porque se pierde la identidad, lo que los hace diferentes, ahora casi todos son iguales, zoques, ladinos. Y se pierde lo aprendido por los abuelos y antepasados. Las tradiciones se enseñan desde pequeños y causa nostalgia cuando se pierde por eso muchos, sobre todo ancianos intentan que prevalezca. No es estar en contra de la modernidad que por el contrario facilita la vida, sino en el rumbo en el cuál la mo­ dernidad nos traza un fin en el que se pierde nuestra identidad y nos transforma en seres iguales (Ana, joven, entrevista personal, 30/01/08)

Siguiendo el razonamiento de este testimonio, la modernidad no se percibe como un proceso necesariamente conflictivo hacia el interior de una cultura; los conflictos resultan cuando la velocidad de la intromisión de ésta supera la capacidad de resignificación de sus elementos en el núcleo cultural. Con esto tampoco se pretende con­ siderar a las culturas como receptoras pasivas de las transformaciones in­ troducidas en ellas, pues los cambios pueden ser rechazados, adoptados o resignificados. Por lo mismo, desde la perspectiva local se perciben claras ventajas y desventajas, como explica una informante: Las nuevas tecnologías como televisión y celular idiotizan a los jóvenes parece que dependieran de ellos, como algunos se levantan tarde y lo

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primero que hacen es prender la televisión y ahí se la pasan todo el día o los ves caminando con sus celulares y no se dan cuenta de su camino, no estoy en contra de la tecnología porque facilita la vida y uno busca la comodidad pero estas nuevas cosas tienen fines como son la comunicación, la información y si hasta el entretenimiento pero los padres deben poner un horario para que no se pierda el tiempo que podría utilizarse para las tareas o el trabajo (doña Matilde, adulta, entrevista personal, 13/06/08).

La tradición se convierte entonces en un antecedente necesario para proyectarse hacia el porvenir, para repensar la modernidad desde el propio universo cultural. Si bien está cimentada en el pasado, proporciona las herramientas para dirimir las vertientes o los caminos hacia el desarrollo que la cultura busca obtener con sus sistemas de valores. Los avances científicos y tecnológicos deben percibirse de manera complementa al universo simbólico sociocultural. La descripción detallada de estos procesos socioculturales se convierte en una herramienta necesaria para comprender las culturas contemporáneas, reformular la investigación intercul­ tural y permitir el diseño e implementación de políticas culturales alejadas de las falacias del folclorismo. DILEMAS, EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS

Entre los aspectos negativos identificados a través del diálogo generado en el grupo de discusión respecto a las re-

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laciones familiares y comunitarias que hoy se presentan en Guayabal, en el que participaron jóvenes y adultos, tenemos los siguientes: La desintegración social y familiar es uno de los factores más importantes, hay problemas que buscamos solu­ cionar sin conversarlos con los padres; mayormente preferimos platicarlos con nuestros hermanos o con los que pensamos que son nuestros amigos. Los consejos que nos dan nuestros padres los tomamos como un regaño. Muchas veces nos cuesta mucho entender a los padres, ellos muchas veces tienen la razón porque tienen más experiencia, han vivido han sufrido y no quie­ ren que pasemos esa etapa (Ramón, joven, grupo de discusión, 07/06/08). La diferencia entre libertad y libertinaje, los jóvenes muchas veces los con­ funden, ni piden permiso, antes los hijos pedían permiso, ahora sólo te avisan que van a salir, también surge de la falta de comunicación (don Gabriel, adulto, grupo de discusión, 07/06/08).

Podemos observar que la brecha ge­ neracional se expresa en relación directa con la brecha comunicativa, así como con una relativa discrepancia en términos de valores. Desde uno y otro ángulo, empero, se pueden identificar visiones ambiguas en torno al sentido de los propios valores. EXPECTATIVAS Y VALORACIONES ACERCA DEL FUTURO

En lo concerniente a las expectativas de vida en el futuro,  jóvenes y ancianos

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parecieron coincidir en que las exigencias económicas seguirán creciendo, y por ello la tendencia de abandonar el campo también se incrementará. Se prevé que ese mismo hecho redunde en mayor bienestar basado en la disponibilidad de más y mejores fuentes de empleo y, por ende, de bienestar. Unos y otros, sin embargo, manifestaron la conveniencia de conservar los recursos naturales y recuperar algunas técnicas agrícolas utilizadas por sus antepasados campesinos. En los siguientes testimonios se percibe como trasfondo de esta última expectativa el imaginario de un nivel de vida más saludable, en contraposición con el uso de algunas tecnologías agrícolas: Esperamos que en el futuro exista una mayor fuente de empleo, de mejor ca­ lidad y con un salario digno de una persona. Que también se pudieran aprovechar los recursos naturales locales con tecnologías que com­ plementen los nuevos avances de la modernidad con las técnicas que utilizaban nuestros ancianos. No utilizar agroquímicos. Antes no utilizaban líquidos ni fertilizantes, sólo machete y no se escuchaba tanto de cáncer u otras enfermedades, ahora como lo que comemos está lleno de químicos también nuestro cuerpo se llena de esas cosas. Me gustaría que haya más fuentes de empleo dignas de las personas y de mejor calidad (Carlos, joven, grupo de discusión, 07/06/08). También utilizar los conocimientos de nuestros antepasados, mi abuelo me comenta que en Viejo Gua-

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yabal se elaboraba composta con el excremento de las vacas y los olotes que al descomponerse enriquecían la tierra, pero ahora los campesinos prefieren utilizar los fertilizantes químicos. También por ejemplo hacían tornamilpa, sin embargo, eso por ejemplo, aquí no se puede por el clima y la tierra que son diferentes a los de allá (Horacio, joven, grupo de discusión, 07/06/08)

Se trata, sin duda, de visiones que denotan tendencias opuestas, y que de cualquier modo intentan aparecer como posibilidades mediadoras en el discurso de los informantes. Sin embargo, en referencia al futuro también se dio cuenta de visiones menos conciliatorias entre el alza acelerada del costo de la vida y una tentativa de resolución drástica visualizada en un re­torno abrupto a las antiguas formas de vida: “El trabajo es mal pagado sólo alcanza para la comida bá­ sica, no ajusta para carne, en otros lados pagan mejor. A lo mejor en algún futuro se regresa a la vida de antes porque no se puede mantener el ritmo acelerado de la elevación del precio, sube la tortilla, el fríjol, el arroz y cada vez en más difícil comprar” (don Gabriel, adulto, grupo de discusión, 13/05/08). CONCLUSIONES

A lo largo de la investigación hemos mantenido el cometido de reflejar el punto de vista de las personas, respetar su voz y reconocerlas como actores sociales capaces de interpretar el sig-

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nificado de sus experiencias sociales y resignificar continuamente los procesos —tanto a nivel local como a nivel macro— en que están inmersos. Pro­ cesos con los cuales dialogan y hacen acopio de una reflexividad que les permite dimensionar y encarar los pros y contras del pasado, pero también del presente e incluso del porvenir. Un continuo repensarse personal y colectivamente. Acerca de esto último, jóvenes y adultos reco­nocen la incertidumbre que en varios sentidos el propio porvenir conlleva, ponderando por ello la re­ levancia de tener una preparación adecua­da para enfrentar los retos que visualizan de cara al futuro. De tal suerte, pese a la nostalgia que —principalmente entre los ancianos— provoca el abandono del trabajo en los campos de cultivo por parte de los jóvenes, los mismos ancianos ponderan de manera positiva las posibi­lidades que esto otorga, en particular la educación. A pesar de las discrepancias acerca de lo que unos y otros juzgan como signos relevantes de identidad, destaca el apego que todos ellos tienen a la noción de comunidad, sustentada en el hecho de experimentar el orgullo de formar parte de un colectivo que ha dado muestras de gran resiliencia para superar la adversidad; “el orgullo de haberse levantado de las cenizas”. De acuerdo con sus testimonios, dicha postura fortaleció la solidaridad y los lazos colectivos preexistentes. Se trata de un constituyente de su identidad que parece haber trascendido las contradicciones y discrepancias entre los miembros de las distintas generaciones, así como de haber operado

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y seguir haciéndolo, como un fundamento de integración social. Con base en los hechos recientes, estamos en condiciones de afirmar no sólo la permanencia de elementos identitarios en este grupo zoque, sino también de ciertas resignificaciones que han experimentado a partir de nuevas necesidades, como lo fue el fortalecimiento de los lazos de apoyo ante nuevas circunstancias. No obstante, se debe mencio­ nar también el surgimiento de nuevos referentes identitarios generados a partir de la erupción del volcán y sus efectos sobre los miembros de esta población, así como las respuestas que la misma antepuso a todo ello. Referentes basados en una experiencia compartida a través de un periodo histórico reciente, en los que al parecer ha mantenido un rol importante la oralidad. Otro aspecto de relevancia es el énfasis que ponen los zoques guayabaltecos en diferenciarse con los zoques originarios de Rayón; al hacerlo enaltecen respecto a sí mismos, virtudes tales como ser gente trabajadora, sin vicios y merecedoras, por ello, de un nivel de bienestar superior al de sus vecinos; pero sobre todo la eficacia de los lazos sociales, los familiares y de compadrazgo, y que, desde su mirada, les permitieron persistir y resurgir colectivamente. Aunque algunas prácticas, consideradas como identitarias por la antropología tradicional, no se han perdido por completo, parecen haber modificado su sentido. Al respecto, los jóvenes tienden a considerar que han perdido el sentido que mantenían en el pasado, como es el caso de las danzas del carnaval donde se buscaba obtener la bendición en

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la siembra, y ahora se juzga que no deben perderse por ser parte de una memoria colectiva que ayuda a mantener vivos los recuerdos de la historia vivida por los abuelos y los hace partícipes de la identidad grupal. Es decir, han perdido su vigencia como referentes de la reproducción social y cultural. El uso de la lengua resulta un caso especial, debido a que se reconfigura de acuerdo con el contexto en que se encuentre el actor social. Puede, por ejemplo, dar cuenta de lo que históricamente ha significado ser indígena en contextos mayoritariamente mestizos, lo cual propicia la negación de su empleo ante el riesgo de revelar con ello dicha identidad, y así atraer hacia uno el estigma social. No obstante, hay fuerzas históricas y sociales que permiten resignificar el hecho de hablar la lengua indígena. Por ejemplo, algunos jóvenes en con­ diciones migratorias experimentan soledad y nostalgia, y por tanto la necesidad de hablar por teléfono a la comunidad y comunicarse en su lengua, con la finalidad de sentirse cerca de los suyos. Esto sucede como parte de un amplio marco de negación en torno al uso de la lengua indígena, y confiere sentido al individuo para persistir en contextos particulares de interacción. El territorio, a su vez, tiende a ser visto como un espacio de seguridad; los actores sociales mencionan que cuando se encuentran estudiando o trabajan­ do fuera del mismo, el momento de regresar a la comunidad resulta una ex­periencia gratificante, en la medida que eso les otorga una sensación de tranquilidad que contrasta con la vida

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agitada de las ciudades. En concordancia con tal contraste, no les deja de generar ansiedad la disyuntiva de que el desarrollo de su comunidad la despoje de su sentido de seguridad y sosiego, e imprima en ella el agitado ritmo de la vida urbana. De cualquier modo, el discurso de la modernidad como equivalente de progreso se ha posicionado en la comunidad, provocando un conflicto que se expresa ante todo en una pugna de carácter generacional. La tensión entre un estilo de vida relacionado con la agricultura de subsistencia y uno re­ lacionado con fenómenos como la migración, la educación y la búsqueda de otros medios de mejoramiento eco­ nómico. Parece existir ambivalencia respecto a los procesos estructurales como la educación y la migración: por un lado se visualiza en ellos una oportunidad de movilidad social, y por otro se vislumbran riesgos como el embarazo fuera de la vida conyugal, o el riesgo de adicciones, principalmente entre los jóvenes varones. Se observa además un fuerte temor de que los jóvenes, al culminar sus estudios y asumirse como personas más preparadas, discriminen a quienes no han tenido la oportunidad de estudiar. La migración puede ser también vista como un fenómeno que debilita los lazos comunitarios, debido a la adquisición de nuevos valores y la mo­ dificación de hábitos. No obstante, representa al mismo tiempo un espacio social donde se redimensionan los vínculos y lealtades; ahí se propicia y/o refuerza la solidaridad grupal y, por

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tanto, los lazos identitarios, incluso algunos sustentados desde determinadas tradiciones. La gradual inserción en la mo­ dernidad, vista como un proceso de adquisición de nuevas tecnologías y conocimientos que facilitan la vida, se presenta entonces mediada por procesos de resignificación al interior de la comunidad. El pasado no es un tiempo histórico apartado, sino que pasado, presente y futuro se conjugan en una interacción contradictoria y complementaria entre viejos y nuevos referentes, los cuales modulan las expectativas de vida y los procesos identitarios a lo largo de la historia reciente de los habitantes de Guayabal. Los jóvenes se inclinan por la incorporación de nuevos referentes para enfrentar la vida en la actualidad y hacia el futuro, pues consideran la vida del campo obsoleta ante los nuevos retos. Por su parte, los ancianos manifiestan un sentimiento de nostalgia por la pérdida de elementos culturales, de los espacios de interacción social, y de la estructura social dentro de la cual poseían un estatus de prestigio y respeto. Pese a ello, como se ha visto, los jóvenes tienden a ponderar de manera positiva algunos referentes del pasado, así como los ancianos tienden a reconocer aspectos positivos de lo nuevo. Desde ambas miradas, sin embargo, es posible percatarse de la dificultad de hacer armonizar, o por lo menos hacer parecer menos contradictoria, la convivencia entre el orden social percibido en el pasado con el del presente y el imaginado en una proyección hacia el futuro.

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Lo anterior no deja de tener como trasfondo un escenario de tensiones y conflictos que, a su vez, conllevan riesgos de serias rupturas generacionales; quizá por ello se sugiere como una amenaza de vulneración en diversos sentidos, tanto para jóvenes como para adultos mayores. Ante esos problemas, los adultos de mediana edad constituyen un grupo en condiciones de mediar en el dialogo entre los jóvenes y los ancianos; se han convertido, de alguna manera, en la generación de transición entre las distintas perspectivas de ambos grupos. Su papel, por tanto, resulta relevante en una valoración reflexiva de las tradiciones, así como en la comprensión de lo que implican en diversos sentidos los procesos modernizadores. La experiencia derivada del grupo de discusión sugiere que, al menos potencialmente, son ellos la generación capaz de promover la comunicación entre quienes sustentan las visiones del pasado y quienes hacen lo propio respecto a las delineadas por el presente. El ejercicio del grupo de discusión ha mostrado la conveniencia de generar espacios de reflexión acerca de una historia de la cultura zoque guayabalteca que permita la comprensión y el intercambio de ideas entre las generaciones, que fomente espacios de intercambio de experiencias y reflexiones entre los distintos actores sociales. Ello podría ayudar a desalentar la presencia de conflictos y rupturas, así como la incomprensión y la desvalorización a la que —por ejemplo— los ancianos y quienes no han tenido educación parecen estar expuestos.

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Mapa 1. Región zoque de Chiapas

Fuente: www.conecultachiapas.gob.mx

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DEL CHAMANISMO Y LA FESTIVIDAD SOCIAL AL FUTBOL YANOMAMI: UNA NUEVA MANERA DE COMPARTIR Y COMPETIR

Ángel Acuña Delgado*

Resumen: El futbol, llevado al Alto Orinoco —municipio venezolano— por misioneros, maestros y las ondas hertzianas ha obtenido un notable éxito entre la población yanomami, sin que las prácticas chamánicas (hekuramou) para enfrentar la enfermedad y mantener los vínculos —o la lucha ritualizada en las festividades sociales (reahu) a diferentes niveles— haya dejado de tener vigencia como forma de resolver conflictos. Con base en la propia experiencia etnográfica se reflexiona sobre las posibles correspondencias entre estas prácticas chamánicas y las festividades sociales tradicionales con el futbol practicado por los yanomami de esa región, a fin de comprender cómo los valores de una práctica proyectada hacia el futuro cobra fuerza e interés a partir de ciertos valores de prácticas ancladas en el pasado. Palabras clave: Yanomami, futbol, chamanismo, sociedad, hekuramou, reahu. Abstract: Football, introduced to the Venezuelan municipality of Alto Orinoco by missionaries, teachers, and radio broadcasts, has achieved remarkable success among the resident Yanomami population, but this does not mean that shamanic practices (hekuramou) to confront the disease and the ritualized struggle in social festivities (reahu) have lost their traditional force as a means of conflict resolution at different levels. Based on the author’s ethnographic experience, this text reflects on the relationship between these traditional shamanic practices and social festivities, which include the football practiced by the Yanomami, in order to understand how the values of a practice projected into the future gains momentum and interest from certain practical values anchored in the past. Keywords: Yanomami, football, shamanism, society, hekuramou, reahu.

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ue Napoleón Chagnon (1968) quien bautizó a los yanomami como “pueblo feroz” y planteó la tesis de la determinación genética del comportamiento violento para entender lo que para él era seguir el instinto. Pero al margen de la tesis sociobiológica de Chagnon —desacertada, a nuestro jui*Estudios en Antropología Social, Universidad de Granada.

cio, en la justificación de su origen—, tanto la propia experiencia de campo como las referencias aportadas por otros autores (Lizot, 1989; Alès, 1984; Valero, 1984; Albert, 1989), y especialmente a la autobiografía de Helena Valero (1984) —donde describe con todo lujo de detalles los más de 30 años que pasó esta mujer entre los yanomami tras haber sido raptada a la edad de 13 años—, se puede afirmar sin duda que 111

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se trata de un pueblo íntimamente familiarizado con la violencia física, y en último extremo con la guerra, sin que nada de ello lo saquemos de una interpretación puramente cultural. En tal sentido, el reahu o festividad social consistente en la reunión de familias del mismo y de diferentes shaponos (poblados) que acuden a la invitación, satisface el deseo de disfrutar con el encuentro social y sublima la competencia entre los asistentes a través de las distintas formas de lucha ritual, que son una de sus principales señas de identidad. Por otro lado, es de sobra conocida (Barandiarán, 1965; Eguillor García, 1984; Fossi, 1995; Lizot, 1989; Chiappino, 2003) la importancia del chamanismo en la vida de ese pueblo. Importancia corroborada de igual modo a través de nuestra experiencia de campo en la que el hekuramou, la acción de atraer a los hékuras (espíritus del universo) para curar la enfermedad o proteger a la comunidad, con el shapori (chamán) como maestro de ceremonia, la reunión de hombres en círculo y la administración de yopo —enteógeno o producto psicotrópico elaborado con la semilla de ebena, que procede del árbol Andrenanthera Peregrina, mezclada con la corteza del árbol Elizabeth Princeps o yokoana—, la observamos como una práctica diaria en muchas comunidades del Alto Orinoco, alejadas de los centros de influencia misionera, criolla o mediática. Práctica cotidiana usada como remedio defensivo ante los peligros potenciales que los amenazan, hékuras enemigos, shaporis malvados, y para mantenerse unidos en un contexto marcado por el aislamiento y la

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agresión ambiental y humana: la primera provoca enfermedades y la segunda origina conflictos. No obstante, si bien la violencia social y la guerra sigue presente en el modo de vida yanomami, motivada con frecuencia por el rapto de mujeres, la venganza de un familiar asesinado ante un supuesto acto de hechicería, o por apoderarse de una porción de territorio, y aun cuando la práctica chamánica sigue siendo el principal recurso para aliviar los males que los aquejan y mantener los vínculos, los tiempos modernos han hecho que este pueblo se aproxime en mayor o menor medida, en función de la proximidad o lejanía que mantienen las comunidades de los citados centros de influencia, a una práctica cultural que constituye uno de los mayores exponentes del proce­ so de globalización: el futbol. En el Alto Orinoco el futbol es practicado por los distintos grupos étnicos de la región: ye’kuana, arahuaco, yeral y yanomami, entre otros, y La Esmeralda, en tanto sede de la alcaldía municipal, es un centro clave donde los escolares indígenas residentes en la Misión Salesiana pueden aprender este deporte, y posteriormente llevarlo a sus respectivas comunidades. Entre los yanomami el futbol es jugado con mucha frecuencia en los grandes poblados situados a orillas de la mayor cuenca fluvial, caso de Ocamo, Mavaca, Platanal o Sipoi, donde existen campos de dimensiones casi reglamentarias; pero también es jugado ampliamente por niños, jóvenes y adultos en las comunidades más alejadas de los centros de influencia exterior, caso de Mabetiteri, Yopropo,

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Ukushi o Aratha, donde el terreno de juego para este deporte es de dimensiones reducidas y forma parte del espacio central o patio del shapono. Hay quien afirmó que “el futbol es el sustituto de la guerra”, la frase es exa­ gerada, a la vista de que en el plano internacional el futbol practicado en diversos pueblos no ha evitado que a su vez entren en guerra o estén en estado de guerra; tampoco entre los yanomami la práctica futbolística ha eliminado la inclinación bélica que caracteriza su modo de vida, y ni siquiera los combates rituales presentes en sus celebraciones festivas. Tampoco la actividad chamánica se ha visto hasta ahora ensombrecida por la adopción de una nueva forma de entretenimiento y diversión que los evada, aunque sea por un momento, de su dura realidad. Sin embargo, debido al éxito que el futbol está teniendo como forma de sociabilidad y de competencia no violenta entre los yanomami, con base en la experiencia etnográfica trataremos de responder aquí a las posibles correspondencias del futbol practicado por los yanomami a nivel comunitario e intercomunitario con respecto a los actos chamánicos (hekuramou) y a las festividades sociales (reahu) por ellos desarrolladas, a fin de comprender cómo los valores de una práctica novedosa, adquirida y proyectada hacia el futuro, cobra fuerza e interés a partir de ciertos valores de prácticas ancladas en el pasado. De manera más concreta, éstas serían las principales interrogantes: ¿qué agentes introducen el futbol entre los Yanomami y con qué finalidad? ¿Qué sentidos adopta el

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futbol practicado casi a diario en algunas comunidades semi aisladas, así como el realizado a veces como campeonatos en el ámbito intercomunitario? ¿En qué medida los valores presentes en el hekuramou y en el reahu afectan a la práctica futbolística? ¿Cuáles son las claves de la reinterpretación yanomami del futbol? Los datos que utilizaremos como soporte de nuestra argumentación son fruto del trabajo de campo realizado en tres estancias sucesivas que suman un total de tres meses entre los yanomami del Alto Orinoco (comunidades de Mamashatioteri y Mabetiteri principalmente, ambas situadas a orillas y cauce medio del río Ocamo).1 En estas comunidades, de habla exclusivamente yanomami, fuimos acompañados por un nativo bilingüe que nos facilitó la entrada al campo, así como la comunicación y comprensión de los diálogos producidos en la vida cotidiana y las dinámicas sociales. Todos los testimonios orales grabados fueron traducidos y transcritos por un intérprete nativo. APROXIMACIÓN ETNOGRÁFICA AL SUJETO Y OBJETO DE ESTUDIO

Pueblo yanomami y comunidades de referencia Las comunidades yanomami viven en la selva tropical húmeda y ocupan un vasto territorio de 192 000 km2 que se 1 Las estancias se realizaron en noviembrediciembre de 2004, enero de 2005, y enero-febrero de 2006. A todo ello habría que sumar una estancia menor de dos semanas de duración en La Esmeralda en noviembre de 2007.

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extiende a ambos lados de la frontera entre Venezuela y Brasil (Colchester, 1991), aunque más de la mitad de la población se encuentra del lado venezolano, en los estados Amazonas y Bolívar. En Venezuela la demarcación del territorio yanomami se encuentra aún en discusión; de momento dicho territorio se halla protegido desde 1991 como Áreas Bajo Régimen de Administración Especial (Abraes), al situarse dentro del Parque Nacional ParimaTapirapecó y de la Reserva de la Biosfera Alto Orinoco-Casiquiare. Desde un punto de vista lingüístico, el grupo étnico yanomami está dividido en cuatro subgrupos: el yanomami, que vive esencialmente en el estado Amazonas de Venezuela; el yanomam, asentados principalmente en Brasil; y el sanema y el yanam, que se encuentran más al norte (Bolívar) y se distribuyen entre Venezuela y Brasil (Mattei Muller, 2007: 4). Juntos constituyen la familia lingüística yanomami (o yanoama), conocidos inicialmente como waica, guaharibos, shamatari, shiriana, etc., antes de que fuera utilizada su propia autodenominación. El término “yanomami” significa “ser humano”. En territorio venezolano, según el censo indígena nacional 2011 (ine , 2012), a los yanomami les corresponde 1.4% de la población indígena venezolana (cifrada en 725.128), y 12% de la población indígena del estado de Amazonas (que suman 76.148), lo que supone alrededor de nueve mil miembros.2

Aunque constituyen el grupo étnico más numeroso de Amazonas, no desempeñan un papel hegemónico en la política regional debido a su aislamiento geográfico, apartados de las grandes cuencas fluviales, y a la gran dispersión en su patrón de asentamiento. El hecho de vivir apartados de los centros urbanos y suburbanos de influencia criolla, unido a la independencia general mostrada sobre los misioneros, ha permitido a los yanomami mantener la solidez cultural que los caracteriza, aunque no todos se encuentran en la misma situación y existe un significativo margen de diversidad interna en cuanto al proceso de aculturación. En términos generales, poseen una economía de subsistencia basada en la horticultura del conuco o terreno de cultivo, de donde obtienen plátano, yuca, ocumo, caña de azúcar, maíz, entre otros productos; así como en la pesca, la caza y la recolección silvestre. La dieta es variada, aunque también son conocidos los periodos de hambruna. La práctica del intercambio por trueque es muy común como forma de transacción, no sólo económica sino también social, ya que se prestan servicios; el comercio con el exterior es prácticamente inexistente. El shapono o casa comunal circular ha sido suplantada en muchos casos por viviendas familiares cerradas dispuestas circularmente en torno a una plazoleta central. La vida social es intensa, la mayor parte del tiempo se está dentro

2 Cifra aproximada y estimativa en cualquier caso, a la vista de que, como se aclara en el citado censo de 2011: “No se puede acceder a la

población Yanomami localizada en zonas de muy difícil acceso”. En el censo venezolano de 2001 se cifraron en 12 234 miembros (ine, 2002).

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del shapono y diariamente se producen reuniones de hombres para conversar e insuflar yopo (producto psicotrópico) y efectuar actos de curación. Aunque no es tan frecuente como, al parecer, ocurría hace una generación atrás, a lo largo del ciclo anual las familias salen del shapono para hacer wayumi o incursiones temporales para cazar, pescar o recolectar por espacio de una o varias semanas; en ese tiempo construyen un cobertizo en el lugar elegido, alejado del shapono central, para vivir de la recolección de los frutos de temporada, así como de la caza y la pesca, práctica que alivia la sobreexplotación del mismo terreno y mitiga así el impacto ecológico. Se trata de una sociedad igualitaria y muy poco estratificada; al margen de las diferencias de género, que son notables en el ejercicio de papeles sociales, sólo existen dos tipos de personas que sobresalen del resto: el pata o jefe de la comunidad y el shapori o chamán, el único que posee una tarea especializada en relación con la salud y la enfermedad. El hombre tiene encomendadas generalmente las tareas de abastecimiento y producción de alimentos, construye el shapono, fabrica armas y es quien va a la guerra cuando se genera. La mujer también participa en parte del abastecimiento, fabrica utensilios de cestería y se ocupa es­ pecialmente de la crianza y la preparación de alimentos. Hombre y mujer, no obstante, conocen lo necesario para sobrevivir de manera autosuficiente en caso de encontrarse solos en la selva, ya que la autonomía de funcionamiento se aprende desde muy corta edad.

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Dentro de la mitología, los actuales yanomami provienen de la tercera humanidad o creación y son los des­ cendientes y herederos culturales de OmawëuOmao, héroe creador y be­ nefactor cultural en los tiempos mi­ tológicos, que junto a su hermano SoaooYoawë (pareja primordial) sobrevivió a la inundación de las aguas por haber subido a la cima del monte Moiyokëki, lugar de origen de la tercera creación donde surgió, después del diluvio, la humanidad actual, diferenciada en hombres y mujeres, animales y hékuras (Eguillor García, 1984: 142147). Según el mito de la primera humanidad o creación, los yanomami descienden en origen de la sangre de Piriporiwë, convertida en luna en su intento de huida al cielo, tras haber sido flechada por Suhirinaríwë, su esposo. De esa sangre sólo surgieron hombres guerreros (waitheri) (Eguillor García, 1984: 138-140). La segunda humanidad se conoce como el mito de “el hombre de la pantorrilla preñada”, en cuanto que Shiaporiwë se abrió un hueco en la pantorrilla y le pidió a Kanoporiwë que le eyaculara adentro, la descendencia estuvo constituida por mujeres que formaron pareja con los varones yanomami ya existentes y crearon familia (Eguillor García, 1984: 141-142). Entre los principales valores reconocidos por los yanomami destacan ser waitheri, es decir, guerrero, valiente, bravo, estoico, con capacidad de sacrificio y de aguante ante el combate; y ser generoso, compartir con los demás, desprendido de los objetos materiales, no mezquino.

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De manera más concreta, la población en la que se centra nuestro trabajo está situada en la parte media del río Ocamo. La comunidad o shapono de Mabetitheri contaba con 66 personas (31 varones y 35 féminas en enero de 2005), y la comunidad de Mamashatioteri con 14 personas (seis varones y ocho féminas en febrero de 2006); cifras nada estables de un año para otro, dado que el movimiento de población y los procesos de fusión y fisión son una constante. Alejados de los medios de comunicación y transporte que les permita conectar con la sociedad rural venezolana y el resto del mundo, la cotidianeidad de la vida entre los pobladores de ambos shaponos discurre de modo bastante rutinario entre las labores productivas de subsistencia y las prácticas chamánicas, que igualmente pueden ser entendidas como otra dimensión más para poder subsistir. A excepción de las visitas a parientes de otros shaponos o salidas por algún otro motivo, las prácticas de wayumi, los reahu o fiestas intercomunitarias, las celebraciones fúnebres, las fiestas del pijiguao (fruto de palmera) y otras celebraciones festivas; la vida diaria en el shapono está marcada por el ejercicio de diferentes tareas entre la mañana y la tarde, y la distinción de papeles según el género y la edad. Por lo general las mujeres trabajan de manera más continuada y por más tiempo que el hombre, aunque éste se encargue de tareas que exigen un mayor gasto energético. En Mabetiteri, por ejemplo, los hombres en la mañana y hasta el medio día se encargan de trabajar el conuco (terreno dedicado al

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cultivo) en la fase que le correspon­ da (limpia, tala, quema, siembra), de ir a cazar, a pescar, a realizar mejoras en la vivienda, fabricar un bongo u otro tipo de embarcación, hacer flechas, elaborar curare (veneno para cazar), etc. Las mujeres, por su parte, van a recolectar al conuco o a buscar productos silvestres, limpiar el suelo de la vivienda, preparar y cocinar los alimentos, cuidar y criar a los recién nacidos. Las personas mayores se quedan en el shapono y son asistidas por sus hijos/as o familiares más próximos. Y los niños y niñas pueden acompañar a sus padres y ayudarles en las tareas que les son propias a cada uno, o bien son atendidos por el “maestro” yanomami de la misma comunidad, si queda liberado de otras ocupaciones.3 Todo ello discurre de manera bastante flexible, de modo que también se puede dedicar la mañana a descansar si se tienen provisiones para pasar el día, o no hay ganas de hacer nada. La tarde en todo caso suele ser menos exigente con el trabajo y las tareas pendientes son más livianas y de carácter más social que laboral, sobre todo para los hombres. El shapori del shapono se encarga de hacer yopo y las mujeres de elaborar pee, envoltorio cilíndrico de 5-8 cm compuesto por hojas verdes de tabaco pa3 Cada dos semanas dos religiosas católicas de la Misión de Ocamo suben por el río Ocamo hasta su cauce medio para intercambiar (comerciar) con los Yanomami del río y quedar un día en el colegio de Mabetiteri a fin de dar clase y comprobar cómo va todo; mientras tanto, un yanomami con poco dominio del castellano se encarga de atender y tener recogidos a los niños y niñas en la escuela cuando puede y quiere.

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sadas por el fuego y mezcladas con ceniza y agua hasta adquirir un cuerpo consistente, que casi todos/as llevan durante el transcurso del día y la noche (menos cuando se duerme) bajo el labio inferior de la boca produciendo un ligero efecto narcótico. De manera regular, una vez que regresan los hombres al shapono, tras haber terminado sus tareas laborales y recuperado fuerzas con el almuerzo y algo de descanso, se reúnen en alguna de las casas, generalmente la del pata o jefe de la comunidad, que es la más grande, donde se acomodan para tomar yopo con el shapori como maestro de ceremonia. Por lo común, casi siempre hay algún niño/a, joven, adulto o persona mayor aquejada de alguna dolencia (el paludismo destaca entre los más pequeños), que actúa de paciente en un ritual en el que el shapori convoca a los hékura para que vengan en su ayuda a curarla; pero aunque no haya nadie que sanar ese día se procede invariablemente al hekuramou (acción de atraer a los hékura), ya sea para prevenir a la comunidad de algún mal o para no perder el contacto y familiaridad con ellos, pues siempre es pre­ ferible tenerlos de aliados. Sea como sea, la reunión terapéutica y social de hombres enyopados se produce con más o menos asistencia todos o casi todos los días por la tarde, y a veces dos o más veces si la enfermedad o los temores por los peligros potenciales que acechan son abundantes. Se trata, en cualquier caso, de un ritual sólo para hombres, colocados en círculo, donde las mujeres, aparte de las que se encuentran enfermas y actúan en conse-

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cuencia como protagonistas sobre las que se desarrolla la acción, están presentes en el mismo lugar, fuera del círculo central, ocupadas cada una de su tarea: descansan en los chinchorros con sus bebés, amamantan, preparan comida, fabrican cestas, bateas de pesca, conversan, elaboran más pee, etc.; los niños corretean por el mismo espacio, juegan entre sí; los perros, también allí reunidos, ladran y se enfurecen de vez en cuando; todo ello compartiendo el mismo espacio y bajo el mismo techo. En el exterior de las viviendas, el patio central en parte se dedica al juego deportivo que a través de misioneros y maestros han llegado a aprender. El voleibol, practicado de manera mixta entre niños/as y jóvenes, con una cuerda sujeta entre dos palos hincados en el suelo, y el futbol, practicado sólo por los varones, ya sean niños, jóvenes o adultos, constituyen las actividades preferidas. Para una mayor información sobre la sociedad y la cultura yanomami, cabe decir que de todos los informes escritos sobre este pueblo, en forma de libros o de artículos, el tema que posiblemente tenga más registros sea el relacionado con el chamanismo (Barandiarán, 1965; Eguillor García, 1984; Fossi, 1995; Chiappino, 2003), por la frecuencia de su práctica y su importancia cultural; también la guerra o la violencia ha sido tratada con amplitud (Chagnon, 1968, 1990; Lizot, 1989; Alès, 1984; Valero, 1984; Albert, 1989; Ferguson, 1995), por la vigencia que posee aún hoy día. Las fiestas, la mitología, la vida social, y diversos extremos de la cultura material se han

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recogido, interpretado y debatido en numerosas obras (Cocco, 1972; Barandiarán y Aushi, 1974; Neel, 1978; Lizot, 1975, 1978, 1980, 1988; Fuentes, 1980; Colchester, 1982, 1991; Valero, 1984; Albert, 1985; Chagnon, 1992; Alès, 2003; Caballero, 2003; MatteiMuller, 2006, 2007) y foros de discusión. HEKURAMOU, REAHU  Y FUTBOL

La concepción metafísica de los hékuras es fundamental para entender la religión y la ritualidad yanomami. Los hékuras se identifican sobre todo como las esencias específicas, “los prototipos de los reinos animal, vegetal y mineral” (Barandiarán, 1965: 5). Sería algo así como “el espíritu-energía progenitor de todos los individuos concretos y reales de una misma especie, o, mejor dicho, como la fuente-madre de la energía vital o sustancial específica de cada especie” (ibidem: 6). La relación y el conocimiento de los hékuras son fundamentales en el tratamiento de la enfermedad, y en la interpretación de cualquier acontecimiento, elemento básico en la cosmovisión yanomami. El hekuramou, la acción de relacionarse con los hékuras, dirigida por el shapori, lejos de ser extraordinaria, acontece prácticamente a diario, e incluso varias veces al día. El shapori no sólo tiene una gran responsabilidad sino también una enorme tarea; el oficio es absorbente y su dedicación plena, lo cual le hace adquirir gran prestigio. Las condiciones de vida y la particular visión del mundo yanomami justifican la vigencia e insistencia en el hékuramou: las dolencias y enfermedades con dis-

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tinto grado de importancia son un hecho permanente, sobre todo entre niños muy pequeños y personas mayores, los problemas de salud siempre son atribuibles a causas sobrenaturales. Pero además del interés terapéutico, la relación con los hékuras se convierte asimismo en excusa para la interacción social, en motivo para pasar el rato, compartir y transportarse con el yopo. Si bien el hékuramou forma parte de la cotidianeidad en los poblados yanomami, el reahu constituye quizá el principal acontecimiento social que los saca de la rutina. Organizado por un shapono que hace de anfitrión, al reahu acuden habitualmente familias invitadas de distintos poblados que interactúan entre sí, respetando el espacio que cada uno tiene para reunirse. Fiesta, por tanto, con un marcado carácter socializador y de competencia que facilita el encuentro y diálogo intercomunitario. Una vez que llegan todos los invitados en el transcurso de la mañana al lugar indicado, dentro del esquema festivo se llevan a cabo el himou y el wayamou, diálogo ceremonial en sentido figurado y ejercicio catártico con el que los hombres compiten dialécticamente por parejas y por turno a un promedio de unos 20 o 30 minutos cada uno, para descargar los malos humores y atajar los rumores, muy propios en estos lugares, diciéndose las cosas a la cara y sin tapujos. En uno de los casos observados en Mamashatioteri, en enero de 2006, terminada la competencia oratoria ininterrumpida del himou (durante el día) y el wayamou (durante la noche), que con el paso del tiempo y el cansancio

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acumulado, lejos de disminuir el ritmo aumentó su intensidad, ya al amanecer del día y con los ánimos exaltados se procedió a la lucha ritual4 por espacio de algo más de dos horas, aunque no tiene tiempo establecido y puede prolongarse por más o menos tiempo, según el caso. Tras ello, y de acuerdo a lo previsto, mezcladas con carato de pláta4 En el caso referido, dos jóvenes varones, de 14 o 15 años, y mayores de hasta más de 70 años, colocados por parejas y frente a frente se asestaron de manera alternativa el mismo número de golpes. Uno recibía tres puños en el pecho por el lado del corazón, y a continuación golpeaba de igual modo a su oponente, pudiendo resaltar el nudillo del dedo corazón o introducir una piedra en el puño para hacer más daño, o simular que se suelta algún hechizo con el golpe. El que recibe se afirma bien sobre el suelo con una pierna semiflexionada adelante y la otra estirada atrás, presentando el pecho con la cabeza en alto, preparado para recibir el impacto; el oponente carga su brazo atrás con el puño cerrado y piernas una delante de otra, preparado para golpear. De otro modo, el que recibe se coloca con piernas separadas y brazos flexionados arriba con manos sobre la nuca, dejando libre el costado, mientras el otro con piernas separadas carga el brazo atrás lateralmente con la palma de la mano abierta para golpear el costado izquierdo a la altura del brazo. Como es de suponer, tras varias series de golpes alternos, los pechos de los adversarios se enrojecen y en los costados aparecen grandes moretones, o comienza a brotar sangre. El combate acababa por lo común con la sustitución de los oponentes por otros dos litigantes que harán lo propio, hasta que pasen todos los que sientan necesidad o deseos de hacerlo para cumplir con la tradición y demostrar ser waitheri (hombre fuerte y valiente). En otras ocasiones se pueden emplear macanas (palos afilados con el que se golpean el cráneo) y el combate aca­ba con el desmayo de uno de los dos si se prolon­gaba en exceso, o incluso con la muerte de alguno, en cuyo caso la declaración de guerra casi está asegurada. Estos combates encierran siempre gran incertidumbre, se sabe cuál es el procedimiento y cómo empieza, pero no cómo va a terminar.

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no (papilla disuelta en agua) se tomó de manera colectiva las cenizas o huesos pulverizados de un familiar recientemente fallecido, que se tenían guardadas en una totuma para ser consumidas en varias celebraciones de este tipo. Lo previsto, sin embargo, no siempre es seguro que ocurra, todo depende de los imponderables que surjan en cada caso. También hay reahu, como se desprende del libro de Helena Valero (1984), organizados expresamente para matar a alguien o declarar la guerra al invitado. Descritos a grandes rasgos el hékuramou y el reahu como prácticas tradicionales cargadas de valores, haremos a continuación una breve reseña del objeto central de nuestro estudio: el futbol practicado por los yanomami, el cual más adelante trataremos de entender desde su lógica interna. El significado social y ritual que el futbol tiene en la sociedad yanomami está aún lejos del que posee en la sociedad moderna de nuestros días, donde —tras más de un siglo de historia— se ha convertido en un fenómeno de masas con una fuerte implicación económica y política. En tal sentido, mal encajaría en este pueblo la lectura que Vicente Verdú (1980) hace del futbol al referirse a la religiosidad del penitente hincha, la contemplación del jugador como objeto de placer, la variación de los sistemas de juego en correspondencia con las sucesivas coyunturas sociales o los sueños matriarcales que gobiernan el inconsciente del equipo. Sin embargo, aunque el valor potencial del futbol no haya alcanzado entre los yanomami el descomunal peso específico que adquiere en la vida cotidiana

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de otros contextos urbanos y rurales, podemos aproximarnos a él a través del papel que desempeña en las sociedades latinoamericanas de los últimos años, con base en los trabajos interdisciplinares realizados por los miembros del Grupo sobre Deporte y Sociedad del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), compilados por Pablo Alabarces (2003), los cuales abordan al menos tres niveles de análisis: la cultura de gradas, las identidades territoriales y la globalización cultural.5 Salvando las diferencias de grado y las distintas lecturas que la práctica futbolística puede adquirir en la comparación intercultural, como podremos apreciar más adelante, en esencia constituye una actividad físico6 —de5 En cuanto a la cultura o subcultura (según se entienda) que el futbol genera en las gradas, siendo conscientes de que constituye un escenario que favorece la socialización, la mayor parte de los trabajos, insisten en un denominador común como las manifestaciones de violencia, con resultados muchas veces desastrosos (Alabarces, 2003). Desde el punto de vista de las identidades territoriales de carácter regional o nacional, que se fraguan en torno al futbol espectáculo, y los discursos extradeportivos que se le tratan de asociar, más allá de las gradas se generan procesos de identidad y alteridad con marcado carácter político (ibidem). Y desde una perspectiva más global, los cambios económicos, sociales, políticos e ideológicos que se dan a escala planetaria, impactan en las funciones sociales de los deportes y par­ ticularmente del futbol en la elaboración de una cierta identidad colectiva (ibidem). 6 Carpensen y colaboradores (1985) consideran que el concepto “actividad física” puede tener una base recreativa u ocupacional. Ambas circunstancias acontecen en el futbol, según se realice como práctica de tiempo libre o como ejercicio profesional. En el caso yanomami sólo se da, obviamente, la primera circunstancia.

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portiva7, de carácter lúdico8 y compe­ titivo, 9 realizada regularmente de ma­nera ritual10 por la carga simbólica que entraña y el consecuente espíritu 7 El deporte en general constituye una manifestación social y cultural compleja, cuya naturaleza se ha dibujado cambiante y evolutiva a lo largo de los tiempos. El deporte moderno, surgido del ámbito urbano-industrial, posee una concepción polisémica y podemos observarlo al menos desde una doble perspectiva: como sistema cerrado y como sistema abierto (García Ferrando, 1990; Puig y Heinemann, 1991). En cuanto sistema cerrado el deporte cabe entenderse como toda aquella actividad motriz (física e intelectual), competitiva, reglada e institucionalizada; mientras que como sistema abierto es preciso incluir otras dimensiones ligadas al juego, la salud o al simple ejercicio físico. La racionalidad científica y rentabilidad económica, con la victoria y/o el récord como principal atributo, serían los rasgos distintivos de la primera; mientras que el disfrute y la realización personal lo serían de la segunda. En cualquier caso, se ha convertido en nuestro tiempo en un claro exponente de la dinámica globalizadora que propone e impone un modelo de sociedad marcado por el consumo y por la uniformidad de los procesos de producción, así como en un medio de individualización personal. Dentro del “proceso de la civilización” (Elias, 1987; Elias y Dunnin, 1992) desempeña un importante papel por hacer posible la realización de la obra personal, lograda a través de lo más íntimo del ser humano: su propio cuerpo. El deporte constituye una compleja manifestación social entroncada dentro de las diferentes dimensiones de la cultura: la tecnología, la economía, la vida social, la política e incluso las creencias religiosas. Como producto cultural refleja en buena medida los contrastes, y aun contradicciones, del ser humano: cómo se desenvuelve entre el orden y el desorden, entre la colaboración y la competencia, entre la solidaridad y el conflicto. El deporte se emplea como práctica de ocio para llenar el tiempo libre de las personas, y también como forma de trabajo con el que otros se ganan la vida, generándose pues, ocio y negocio en torno suyo, a la vez que práctica y espectáculo. El deporte ha demostrado ser un importante vehículo

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de comunicación entre las personas y los pueblos, pero también ha sido y es utilizado como forma de alienación y aculturación, e incluso contra-comunicación al servicio del poder, su dimensión humanística se ve contrapesada con el mercantilismo y la politización que tienden a tornar trascendente lo que en esencia parte de un juego. El futbol como actividad deportiva de competencia participa de todas esas características y se encuentra involucrado en la dialéctica de la práctica y el espectáculo, del trabajo y del ocio. Entre los yanomami el desarrollo del deporte futbolístico se da como práctica de ocio con una incipiente dimensión espectacular en el ámbito comunitario, que cobra mayor auge en el in­ tercomunitario. 8 Una de las principales características del futbol es su esencia lúdica, es decir, su concepción como juego, aunque sea éste un concepto ampliamente discutido en la literatura, interpretado bajo distintas teorías (del recreo, del exceso de energía, de la preparación para la vida, de la imitación, de la realización personal, etc.) (Harris, 1976), sin que se haya llegado a un común acuerdo. Para Huizinga (1972) se trata de “una actividad libre mantenida conscientemente fuera de la vida ‘corriente’ por carecer de ‘seriedad’, pero que al mismo tiempo absorbe intensa y profundamente al que la ejerce. Una actividad desprendida de todo interés material, que no produce provecho alguno y que se desarrolla ordenadamente dentro de sus propios límites temporoespaciales de acuerdo con unas reglas preestablecidas y que promueve la creación de agrupaciones sociales, que tienden a actuar en secreto y a distinguirse del resto de la sociedad por sus disfraces u otros medios”. Norbeck (cfr. Blanchard y Cheska, 1986: 28), por su parte, dice del juego que “su comportamiento se fundamenta en un estímulo o una proclividad biológicamente heredados, que se distinguen por una combinación de rasgos: el juego es voluntario, hasta cierto punto delectable, diferenciado temporalmente de otros comportamientos y por su calidad trascendental o ficticia”. Y para Batteson (cfr. idem) la paradoja es el rasgo primordial del juego, la complejidad responsable a la vez que su especificidad y su indefinición. El juego constituye en muchos casos un reto, un desafío, viviéndose como real y con más intensidad que el mismo trabajo serio yresponsable, algo que es pura ficción. El futbol practicado por

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de communitas11 que desencadena entre quienes se aproximan a ella, ya sea como practicantes o como especta­dores. En nuestros días el deporte moderno, y el futbol en especial, como parte del proceso de globalización de la so­ ciedad —ya sea observado desde una óptica macrodimensional en lo que respecta a su desarrollo dentro de las estruc­turas nacionales e internacionales, o microdimensional en cuanto al los Yanomami es esencialmente lúdico en el contexto comunitario, cobrando mayor importancia la competencia en el intercomunitario. 9 De acuerdo con la definición de deporte ofrecida en la nota 7, el futbol constituye un deporte de competición en el que dos equipos rivalizan por introducir el mayor número de veces un balón en la portería contraria (meter gol), defendiendo la propia. No obstante, aunque sea de manera atípica, el sentido de la victoria no siempre está relacionado con superar al rival, como apreciamos en el caso Yanomami. 10 Los rituales constituyen manifestaciones más o menos expresivas, comunicativas, repetitivas y regladas, las cuales se hallan orientadas a obtener un cierto grado de eficacia en distintos ámbitos a través de la acción simbólica. La eficacia simbólica está pues indisolublemente unida al ritual, que, como señala Turner (1988), al igual que Harris (1984), pueden tener en unos casos carácter transformatorio (de paso) y en otros confirmatorio (de solidaridad). Turner coincide con Van Gennep (2008) en cuanto a la división por fases de los ritos de paso (reparación o fase preliminar, intermedio o fase liminal y agregación o fase posliminal); distinguiendo a su vez en estos dos tipos básicos: los de elevación de estatus (ritos de crisis vitales y de instalación en cargos) y los de inversión de estatus (ritos cíclicos y de crisis de grupo o aflicción). 11 Término acuñado por Turner para expresar el intenso espíritu comunitario, el sentimiento de solidaridad, igualdad y proximidad social, o la adhesión desinteresada que ciertas actividades o situaciones generan en colectivos humanos.

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funcionamiento del equipo deportivo, y al comportamiento de los practicantes individuales—, está cargado de aspectos técnicos, económicos, sociales, políticos, psicológicos, humanísticos e ideológicos, derivados del contexto cultural en que se desarrolla; si bien adquiere a su vez unos tintes muy semejantes, salvando las fronteras espaciales. En la Amazonía el futbol —introducido a los piaroa, ye’kuana o yanomami por medio de misioneros, criollos y medios de comunicación— trae como consecuencia significativa el hecho de que en los Juegos Panindígenas, que se celebran cada año en diversos lugares, acapare más expectación y se le dé más importancia que a las prácticas autóctonas como el tiro de precisión con arco y flechas, o con cerbatana, las cuales, aunque aún se mantengan vivas, han perdido valor por no constituir un lenguaje comprensible en el que se pueda dialogar de igual a igual con aquellos que vienen de fuera e imponen progresivamente las condiciones de vida, al encarnar el “progreso” y la civilización más avanzada. La homogeneización y el progreso han ido en detrimento de la variedad de la naturaleza y, como escribe Richard Mandell (1986: 286): “el deporte moderno, como un todo, amalgama un sistema ritual y retórico de símbolos públicos que suponen un apoyo positivo para las fuerzas que hacen posible la vida moderna”. Los valores tradicionales de la cultura deportiva, según algunos autores (García Ferrando, Lagartera y Puig, 1998: 78-80), se encuentran asocia­dos

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a la competencia, la salud, la idea de progreso, el trabajo sistemático, la igualdad, el espíritu de justicia, y la con­ secución de la victoria por méritos propios. Sin embargo, la excesiva politización, mercantilización e influencia mediática, especialmente en el futbol, con los muchos intereses que aparecen en juego, hace que se imponga la idea y la mentalidad de ganar a toda costa, tanto en el ámbito profesional o de élite como en el amateur, recreativo o escolar. Es por ello que la aplicación de programas de educación en valores dentro de este contexto a través de distintos modelos, especialmente del denominado “ecológico” (Ossorio, 2002), que reparte las responsabilidades y funciones a cada uno de los agentes educativos, exigiendo la participación conjunta e interdisciplinar de la política en general, la deportiva en particular, los medios de comunicación y el ámbito familiar, se plantea en muchos lugares como una necesidad urgente, a fin de fomentar los valores humanísticos de carácter social y personal.12 12 Gutiérrez (1995: 227) menciona como valores sociales en el deporte: “participación de todos, respeto a los demás, cooperación, relación social, amistad, pertenencia a un grupo, compe­ titividad, trabajo en equipo, expresión de sentimientos, responsabilidad social, convivencia, lucha por la igualdad, compañerismo, justicia, preocupación por los demás, cohesión del grupo”; y como valores personales: “habilidad, creatividad, diversión, reto personal, autodisciplina, autoconocimiento, mantenimiento o mejora de la salud, logro, recompensas, aventura y riesgo, honestidad, espíritu de sacrificio, perseverancia, autodominio, reconocimiento y respeto, participación lúdica, humildad, obediencia, imparcialidad, autorrealización, autoexpresión”.

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Educación en valores que sirvan de contrapeso a lo que generalmente encontramos instalado en el sistema deportivo y en la sociedad (extremadamente competitiva), valores que quiten trascendencia al hecho de ganar o perder y ante esas circunstancias sea asimilado sin soberbia por una parte ni trauma por otra, que elimine la trampa encubierta (simulación de caídas, etc.) como parte de la normalidad y la estrategia del juego, las descalificaciones e insultos del vocabulario, la falta de respeto a los demás, y por el contrario se premie el tesón, el espíritu de sacrificio, la colaboración, la solidaridad y todos esos valores positivos que mejoran a las personas y la vida en sociedad. Preocupado por la ansiedad, el mal humor y el abandono, entre otras consideraciones nocivas que produce el deporte extremadamente competitivo dentro del ámbito escolar, Pérez Turpin (2002) aplicó en Alicante (España) un programa de intervención dentro del ámbito escolar a través de un estilo de enseñanza que él denomina “competitivo-colaborativo”, en el que, sin eliminar el carácter agonístico de las actividades —observándolo como algo necesario, como estímulo para la autosuperación ya que la vida es compe­titiva, nos guste o no, utilizando la competencia como elemento educativo bajo el principio de que ganar no es siempre importante— mejoró igualmente la cooperación y la solidaridad tanto entre compañeros como entre compañeros y adversarios, así como el aprendizaje técnico táctico. Caso significativo para demostrar que no es la competición en sí misma sino

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sus excesos lo que genera consecuencias indeseables en el deporte y en otros órdenes de la vida, y reorientada de otra manera a la habitual puede ser una gran aliada para inculcar valores socialmente adecuados. Pero ¿la mentalidad competitiva del deporte moderno exige programas de intervención para hacerla más amable y respetuosa de lo que es? ¿Existe en otros lugares, en otros contextos? ¿Hay otras maneras de entender y asumir la competencia deportiva en nuestro tiempo? Curiosamente, en la selva amazónica, entre los yano­ mami, pueblo amerindio que apenas acaba de conocer el futbol y jamás ha participado en programas de educación en valores, encontramos interesantes y asombrosas respuestas a tales cuestiones. ANÁLISIS DE LOS RESULTADOS

Futbol y chamanismo comunitario: el caso de Mabetiteri La vida de seres humanos en la selva tropical exige una capacidad adaptativa especial, donde el desarrollo de habilidades y destrezas para procurarse la subsistencia, se halle ligado a una cierta mentalidad capaz de soportar las inclemencias del entorno. No re­ sulta fácil, en ese escenario, ser ple­ namente autosuficiente y tener que batallar a diario con la enfermedad y la muerte en condiciones de aislamiento. Condiciones que empeoran aún más cuando las relaciones so­ ciales están cargadas de intrigas y sospechas que hacen ver en el otro no

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siempre a un aliado sino a un enemi­ go, el cual de manera abierta o en­ cubierta opera maleficios contra el vecino. Como ocurre de manera general en los pueblos amerindios, la percepción de la enfermedad entre los yanomami es un producto social, inducida por las propias personas, lo que justifica el hecho de que las técnicas terapéuticas estén basadas casi de modo exclusivo en el chamanismo (Chiappino, 2003) y apenas se usen procedimientos naturales o plantas medicinales para remediarla. Junto al rapto de mujeres, la muerte por enfermedad constituye un motivo principal que desencadena interminables ciclos de violencia vengativa, por lo que el estado de guerra se convierte en una constante (Ferguson, 1995). La colaboración y la disensión, el consenso y el conflicto, como en cualquier otro grupo humano, son dimensiones estructurales básicas de la vida social yanomami; pero, a diferencia de otros, el conflicto se presenta entre ellos con demasiada frecuencia, de manera imprevisible y su resolución suele acontecer de forma expeditiva con derramamiento de sangre o aún con pérdida de la vida en muchos casos. Convivir de manera permanente con rumores acerca de la posible invasión que sufrirá el propio shapono por parte de los vecinos; con las noticias de qué chamán embrujó a quién; de cómo la mujer de uno corre el riesgo de ser raptada por alguien de fuera; o con los comentarios negativos que se vierten sobre alguien; hace que se viva en un estado de continua amenaza y alerta para no ser sorprendido por los peligros que acechan.

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Incluso en los momentos en apariencia más distendidos y armoniosos se puede estar fraguando algún desastre, como ocurrió durante el trabajo de campo de noviembre de 2004, cuando un grupo de jóvenes yanomamis, hombres y mujeres, junto con los niños, conversaban apaciblemente en la plazoleta central del shapono de Mabetiteri iluminados por una luna llena resplandeciente; por el tono suave de voz y las risas que a veces se producían, todo parecía indicar que hablaban de un tema agradable y placentero; sin embargo, en la proximidad, como nos traducía el intérprete, comentaban cómo la dolencia (paludismo) de un niño del poblado la causó un shapori de otro shapono que el día anterior pasó en bongo por el río, y cómo había que hacer para castigar a ese shapori y a su comunidad del mismo modo, enviándole algún hechizo. De manera regular, para hacer frente a la enfermedad, es decir, a la amenaza de ser embrujado, o prevenir los embrujos, los yanomami se defienden con el hekuramou protagonizado por el shapori a fin de curar enfermedades o prevenir algún mal, y ayudados por el consumo de yopo, con el que cada cual se libera o abstrae de ciertos miedos como el temor al hechizo o a la muerte. Acto que reúne regularmente a los hombres y en torno a ellos a mujeres y niños. Sin embargo, pese al estado de semi aislamiento en el que vive la mayor parte de los yanomami del Alto Orinoco, resulta llamativo cómo una de las adquisiciones culturales más notables adoptadas de los que vienen de fuera

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sea el futbol. El futbol yanomami por las limitaciones del terreno y del ámbito de aprendizaje, es eminentemente físico, destaca por la fuerza, dureza y resistencia con que se emplean los jugadores, aunque los goles no sólo se marcan por el empuje o ímpetu que se le ponga al juego, sino por el dominio técnico y táctico que cada grupo muestre —el cual es notable, teniendo en cuenta dichas limitaciones dentro de ese contexto—. Para ganar o meter goles en los partidos es preciso desarrollar las habilidades propias que este deporte exige, y por ello el enfrentamiento entre equipos mide el grado de adaptación al juego con balón, sin despreciar, claro está, la dosis de azar o suerte que la actividad encierra en sí misma. El futbol permite a los yanomami competir, rivalizar, medirse en el dominio de una actividad no tradicional que les resulta divertida y se ha instalado —o lo está haciendo— en la ocupación cotidiana del tiempo de muchos, especialmente niños y jóvenes. Esta nueva actividad aporta a los yanomami una nueva forma de divertimento y agonismo, pero un agonismo que, lejos de producir sangre y muerte, se desarrolla en grupo, en clave pací­ fica y produce sensaciones placente­ras. La actividad deportiva en general, y el futbol en particular, aprendido de agentes externos a la propia cultura, ha supuesto a los yanomami un des­ cubrimiento para ampliar las miras en lo referente al encuentro e interacción social y a los enfrentamientos interpersonales e intercomunitarios, con la aplicación de normas que trata a los contendientes de manera igualitaria, y

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se orientan hacia el control de la competencia. Sin embargo, por la experiencia de campo apreciamos dos modelos para entender la práctica del futbol entre los yanomami del Alto Orinoco. En el contexto comunitario de quienes insertan el terreno de juego en el espacio central, patio o alero de sus shaponos, el componente lúdico prevalece sobre el agonístico, el placer por la actividad en sí misma, o por su buena realización, está por encima del factor competitivo, del interés por ganarle al rival; así se de­ muestra por las expresiones de los niños que no entienden que uno de los grupos sea el único ganador, cuando ellos han ganado cuatro goles o por cuatro goles y los otros han ganado cinco por cinco. Si nos detenemos un momento en uno de los elementos del juego, el sistema de puntuación o de entender el marcador, este bien peculiar en el futbol yanomami. Cuando en Mabetiteri preguntaba a los jugadores ¿cuánto han quedado?, me decían unos que habían ganado cinco goles y los otros habían ganado siete goles; a veces, cuando la diferencia era más acusada, unos decían que habían ganado dos goles y los otros doce goles, pero todos iban tan contentos, sin que nadie tuviera la sensación de haber perdido el partido. Todos ganan si marcan algún gol, que es en definitiva el objetivo, la lógica que se mantiene aun en los shaponos o comunidades yanomami semi-aisladas del Alto Orinoco, donde la ganancia está en la diversión y la satisfacción de meter goles, aunque no sean más de los que meta el rival, un rival que es asumido

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tan sólo como una dificultad del juego que hay que salvar, haciéndolo así más divertido. La pelota13 o el balón se disputa con el propósito de marcar goles como objetivo primordial, lo cual no implica que haya que superar al contrincante en el resultado final. Los dos equipos se afanan por marcar y ambas le ponen ímpetu al juego, pero el logro o la satisfacción está en el gol en sí mismo como fruto de la acción bien hecha o de la fortuna, de cualquier modo vale. Incluso cuando en el partido se ponen como límite marcar 10 goles entre ambos equipos, no importa mucho que uno haya marcado seis y el otro cuatro, los dos han marcado y se han divertido. Quizá la mayor decepción venga cuando uno de los bandos no marca ningún gol y no se ve cubierta así sus expectativas, no de ganarle al otro equipo, sino de ganar un gol.14 Cada cual ha recibido su victoria particular y todos han ganado algo, aparte de la satisfacción de jugar. Es éste un aporte importante que la mentalidad yanomami ha hecho al futbol, A falta de balón de cuero, buena es una pelota de goma, aun pinchada y desinflada, y si se carece de ella también se puede improvisar una con un envoltorio de hojas vegetales atadas con lianas. En una ocasión vimos jugar con una bola hecha a base de hojas de papel atadas con bejucos, que curiosamente, por lo que se podía leer, pertenecían a un Nuevo Testamento, tal vez llevado por algún miembro de la iglesia evangélica asentada en el Padamo. 14 Difícil manera de entender la competición futbolística si la trasladamos al ámbito internacional, donde lo importante es ganar en términos absolutos y a cualquier precio, circunstancia que se observa tanto en el contexto profesional como también en el amateur y aun el escolar, claramente influidos por el primero. 13

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aunque sólo sea conocida por ellos, dado el aislamiento geográfico y comunicativo en que se encuentran, un aporte que surge de manera espontánea como fruto de haber entendido el futbol no en el plano trascendente y serio que adopta en los últimos tiempos desde una perspectiva global, sino como puro juego en el que lo importante es distraerse y divertirse, sobre todo porque hace posible que todos puedan ganar en la competencia. Esa singular óptica, aún vigente, es muy probable que vaya a menos con el empuje que está ejerciendo la otra óptica, más convencional en el mundo global, donde la victoria sólo corresponde a quien marca más goles, lo que importa por encima de todo. El progresivo y acentuado acercamiento de los yanomami del Alto Orinoco a los centros de influencia criolla y mediática (fundamentalmente en La Esmeralda) está haciendo que esa sea la lógica que se impone en los campeonatos, cada vez más cerca de los estándares conocidos en cuanto a la organización del evento, el sistema de puntuación y el comportamiento de los jugadores. Dentro del ámbito comunitario el futbol sirve para reunir a las personas y hacer que pasen juntas un rato divertido, generando un ambiente de buen humor social. El futbol se convierte así en una alternativa para el encuentro diario entre los afines que se sientan atraídos por él, generalmente niños y jóvenes. Las nuevas generaciones tienen de ese modo por las tardes, además de tomar yopo colectivamente, la costumbre de jugar al futbol; así lo apreciamos en Mabetiteri, donde por las

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Shapono de Mabetiteri con patio central como campo de futbol (foto del autor, 2005).

Pelota hecha con papel de biblia (foto del autor, 2005).

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tardes se daban esos dos ambientes: dentro de una vivienda un grupo nu­ meroso de hombres realizaban como siempre el hékuramou, tomaban yopo dispuestos en círculo con el shapori como centro de atención entonando cantos chamánicos; y afuera un grupo de niños jugaban al futbol, reían y gritaban ¡gol! A veces de manera involuntaria, los dos contextos se interpenetraban cuando la pelota entraba botando por la puerta de la casa y se detenía junto a la madre, sentada en el suelo con su hijo en brazos afectado de paludismo; mientras el shapori pasaba sus manos por la cabeza de la criatura en actitud seria o solemne, un niño entraba apresu­ radamente y agarraba la pelota detenida delante de él. FUTBOL Y REAHU INTERCOMUNITARIO: MAMASHATIOTERI Y KUKURITAL

El otro modelo de práctica futbolística entre los Yanomami del Alto Orinoco se sitúa en los campeonatos intercomunitarios, los cuales sirven —entre otras cosas— para reunir a familias enteras de distintas comunidades que acompañan a sus equipos, y para compartir por unos días opiniones y experiencias con los demás en un ambiente distendido y festivo. Aparte de contemplar los partidos entre los diferentes equipos e interactuar entre sí comentando los momentos que se viven en el juego, siempre hay tiempo para conversar de otros asuntos, sentarse a comer juntos y entretenerse con otras actividades. Al igual que en el contexto comunitario, jugar al futbol en este otro ámbi-

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to se presenta como una alternativa lúdica a la toma de yopo y al hekuramou, sin que por el momento lo sustituya; los campeonatos futbolísticos se presentan igualmente como una alternativa de encuentro intercomunitario al igual que lo es el reahu, sin que tampoco sea un sustituto, pues cada cual tiene su propia lógica y razón de ser. Sin embargo, el campeonato de futbol posee elementos que, en cierto modo y salvando las distancias, pueden asociarse al reahu; en tal sentido, en ambas manifestaciones hay diálogo y competencia, sólo que la competencia verbal del himou, wayamou, o la física de la lucha ritual por parejas individuales se convierte en deportiva y se ofrece en el plano colectivo por equipos. De modo semejante a lo que ocurre en el reahu, donde la dinámica ritual puede desembocar bien en un mayor estrechamiento de los lazos sociales y la afirmación de la solidaridad intercomunitaria, resolviendo las diferencias; o bien en abrir heridas y generar mayor animadversión y conflicto entre los convocados; en las competiciones de futbol puede haber o no conflicto entre los equipos participantes, conflictos que pueden desembocar en peleas, aunque en estos casos, como nos comentaron los propios nativos, no salen del terreno de juego, quedan entre los jugadores sin que se extiendan al público, a la comunidad. Dos formas vigentes que favorecen el encuentro social por diferentes motivos, una anclada en la tradición y la otra proyectada en la modernidad. Durante el trabajo de campo realizado en enero-febrero de 2006 tuvimos

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ocasión de presenciar un reahu en el shapono de Mamashatioteri, en el cual se invitó a las comunidades de Mabetiteri, Yopropo y Ukushi; en ese reahu se dirimieron diferencias, aclararon rumores y formularon reproches, incluso amenazas de invasión de poblado. Véase algunos fragmentos de wayamou15 dentro de este reahu, que ilustra en parte el ambiente del momento, aunque los diálogos ceremoniales en buena medida hay que entenderlos en sentido figurado: Suweshaimarewekeyashamathariomayape mare thapore.Pewarinitapraiweti kea wari hare kuuyaiyopethepekirimai a mohotiriohotamoupetaathopethamaimi […] Seguro que yo no he raptado a mujer en una comunidad. Yo no sé qué es lo que dices. Cuando hay guerra nos olvidamos del trabajo; matan de hambre a los niños y adolescentes por eso nosotros tenemos que estar en paz y amor. […] Äiwerehiriweowatahiriwashori­ wenaikiawekeñawa.�������������� Ahoraokamovsuwepewamakihora re kuweiwaröpeta15 Trascripción y traducción original realizada por Basilio Reyes (yanomami bilingüe), con algunos arreglos sintácticos y ortográficos para facilitar su comprensión. Cada una de las frases trascritas eran pronunciadas por uno de los dos interlocutores y repetidas por el compañero a gran velocidad, ambos agachados en cuclillas y frente a frente. Pasados unos 20 minutos cambiarían el orden de la iniciativa en la interpelación. Una vez termina el duelo dialectico entre dos se pasa el turno a otra pareja (siempre masculina) y así proceden toda la noche hasta el amanecer.

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miraritraniwamakihora re kuumai. Kamiyeperomawetheirkeyäwa. […] Mira hermano escúchame mi voz de loro pereso ¿perezoso?, yo grito durísimo cuando regaño a otro. Somos enemigos porque las mujeres malditas hijas de perra engañan. Por eso tú crees que yo soplo escondido con veneno, eso quería preguntarte para que me digas. […] Suwepryamaretahirihewamaki­ warirääkurawehorekasiwekeyawa. Wetinikeyaretapraitotihiokamiyeria­ wathatihepemamoshepe, pe kayorei Yanomami yape nowa thai. […] Atentas mujeres, no duerman, escúchenme, ya está amaneciendo y aquí están los hijos de la oscuridad. Mira cuñao te voy a dar coñazo y patada de verdad. Yo digo la verdad no soy mentiroso. Aunque sois mi familia yo critico porque estoy muy arrecho [enfadado] por las mentiras. […] Aweiyanomapematiretayouwepemakinohimayou, pe makipraimayouinaha pe makikuaai. Wanopeha pe makiwariyou, suwepeni, aithepenikashomipenikäí. […] Claro, nosotros los yanomami somos amigos y hermanos, siempre visitamos a otros comunidades, damos comida cuando nos llegan visitantes, nos vamos a vivir así con el enemigo, así somos gente humana. […] Owioyhei reahu terekuihapemaki wariyopeyahitherimipemakirewa­

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yoayouweiinaha pe noaniathamapeniawarimapemakiwariyou. Pemakiniaresheyouwepemakikatehayopeeipemakiwariyou. […] Gracias, estoy muy contento porque mandaste un mensaje de invitación, por eso vinimos para que nos preguntemos cada shapono, tenemos muchas noticias de chismes que hay que arreglar, para que no digamos más mentiras otra vez. […] Katenipeiwanihekurapiniihiruwa pe niahoraresheiwei pata sheriihirewathemipenaprushinipewarishepo. Wetiniwanoyuapewamashikuami. […] Mira, te pregunto y dime la verdad, no me engañes. Yo quiero claras tus palabras, si chismeas otra vez me pondré rabioso y bravo. Y mi comunidad va a atacar a la comunidad de Ukushi. […] Kuukutaenea Yanomami pemakira parí. Yahitherimiperekuiwayore­ wanovwariporeweyarusheriwe, hoa­shivi. Waithariwe no patapirethaamayonoweinala. […] Te regaño aunque seamos hermanos. Tenemos que discutir para calmar ese problema y que vivamos en paz y felicidad. […] Shoriwe, heriyekamiyeyarekuwianiyewakaireyuoweiawariviwaritii ya kuwe mui yamatakuwotuuni Yanomami pe kaikuumaipehoirekuowei. […] Cuñao, piensa que estás casado con mi hermana, yo veo a todos mis

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sobrinos y sobrinas, me hablas con envidia y quieres pelear conmigo, pero yo no te critico en nada. […] (Trascripción y traducción de Basilio Reyes, noviembre de 2007.)

Sin que los desafíos dieran lugar a derramamiento de sangre, alguno de los jóvenes yanomamis que participaron activamente en el acontecimiento, y más tarde se batieron en duelo golpeándose mutuamente el pecho o el costado como de costumbre, viajaron río abajo hasta llegar a Kukurital (poblado yanomami a orillas del Orinoco), donde tendría lugar un campeonato de futbol con cuatro comunidades que rivalizarían igualmente, pero esta vez en un contexto distinto y con una intención diferente, orientada a ganar el trofeo en disputa. La competencia surgida en Mamashatioteri, gestionada a través del reahu, como dicta la tradición, cambiaría sustancialmente de forma y fondo en el encuentro de futbol marcado por los nuevos tiempos. En Kukurital, si centramos la atención en el sistema de puntuación pactado en el campeonato, observamos una interesante manera de formalizar los resultados, de clasificar u ordenar de peor a mejor a los equipos, privilegiándose el principal atractivo que para los yanomami tiene el futbol: marcar goles. En este caso la clasificación se hizo sumando exclusivamente el número de goles marcados por cada equipo en cada encuentro. De los cuatro equipos inscritos (Kukurital, Lechosa, Tumba y Chiwire)16 no juga16 Este último es Ye’kuana, invitado por pro­ ximidad geográfica con la sede del campeonato.

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ron todos con todos como es norma en otras ocasiones, sino que cada equipo jugó dos encuentros por sorteo, cuyos resultados fueron: Kukurital 4-Chiwire 4; Lechosa 1-Kukurital 3; Tumba 3-Chiwire 2; Lechosa 4-Tumba 0. En consecuencia, la clasificación resultante fue: Kukurital: 7 puntos (por 7 goles); Chiwire: 6 puntos (por 6 goles); Lechosa: 5 puntos (por 5 goles); Tumba: 3 puntos (por 3 goles). No se contemplaron los partidos ganados, empatados o perdidos, sino el número de goles marcados, sin que los encajados restaran en modo alguno. En tal sentido, si traducimos el espíritu de la norma, lo que se pretendía es privilegiar el marcaje de goles (futbol de ataque) por encima de quién ganara o perdiera puntualmente.

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Con motivo de la aceptada protesta del equipo de Chiwíre ante el comité de competencia, al no habérsele contado los cuatro goles anotados al equipo de Ocamo, expulsado por no pagar la preceptiva cuota de inscripción (45000 bolívares o 15 dólares), decidieron hacer jugar a los tres primeros clasificados entre sí para ver definitivamente cómo quedaban. El criterio en este caso fue que Kukurital jugara primero con Chiwire, y el que ganara acto seguido lo hiciera con Lechosa; sin apreciar el esfuerzo acumulado que tendría el equipo triunfador del primer partido al jugar de inmediato el segundo. Independientemente de la teórica inferioridad de condiciones en la que el ganador del primero jugara el segundo partido, podemos asegurar que los segundos 90

Formación de equipo en campeonato de Kukurital antes del partido (foto del autor, 2006).

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Disputa del balón en campo inundado por la lluvia, campeonato de Kukurital (foto del autor, 2006).

minutos los corrieron con igual o más ganas que los primeros, sin evidenciar más cansancio que el rival, más bien fue al contrario, motivados por el resultado y la cercanía del triunfo.17 El factor competitivo sobrepasa al lúdico en importancia dentro de este otro escenario; más que divertirse, lo importante es ganar, aunque se entiende que una cosa no está reñida con la otra y pueden conjugarse las dos, como así se hace, pues todavía, por fortuna, se está lejos de los ambientes fanáticos y ultraviolentos conocidos en otros ámbitos. O no tan lejos, ¿quién sabe? Ha17 Finalmente el campeonato lo ganó Kukurital, seguido de Lechosa y Chiwire, en función del número de goles marcados por cada uno.

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ber visto a niños yanomami de cuatro y cinco años jugar simulando los disparos de ametralladora y las patadas y gestos de kung fu —de las películas que vieron la noche anterior por dvd en la casa de la cultura de La Esmeralda— nos hace dudar de todo. FUTBOL YANOMAMI: UNA NUEVA FORMA DE GESTIONAR LA DIVERSIÓN Y LA COMPETENCIA

Como comportamiento de competencia que exige una gran inversión de esfuerzo físico para el desarrollo de la acción y el logro del objetivo (marcar goles y/o ganar), el futbol sirve para descargar tensión, ansiedad, agresividad, teniendo así una función catár­

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tica, función que desde la costumbre se favorece de distintos modos (hekuramou, himou, wayamou, lucha ritual). Si el futbol está teniendo éxito entre los yanomami del Alto Orinoco, no sólo por los practicantes que arrastra entre los más jóvenes sino también por la expectación que genera en personas de cualquier edad y familias enteras, es porque se encuentra atractivo, interesante y con sentido, pero ¿en qué medida el sentido que se desprende del futbol no está construido con base en elementos que parten de la propia tradición? En efecto, en el ámbito comunitario podemos observar cómo cierta lógica tradicional yanomami, propia del sentido de la lucha, se instaló en un primer momento en la lógica del futbol moderno practicado por ellos, y aún se puede apreciar en los lugares menos expuestos al ambiente exterior, aunque la fuerza de los procesos de integración a los cánones modernos se va imponiendo progresivamente; nos referimos de nuevo al hecho de ganar todos con la práctica del futbol, al igual que todos ganan con la práctica ritual de la lucha. En un caso lo importante es que cada uno ha asumido el reto de enfrentarse a un rival, de golpearlo y ser golpeado por igual para que al final los dos demuestren ser waitheri, de haber ganado esa categoría; en el otro, lo importante es que han pasado un rato divertido, y los dos han ganado los goles que hayan podido marcar —de acuerdo con su fuerza, habilidad o suerte— sin que haya perdedores. ¿Cómo —acostumbrados a que en el plano serio y trascendente en el que

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se desarrolla la lucha ritual entienden que todos ganan, que todo el que acepta y pasa el desafío ha cubierto sus expectativas— se puede asumir en el plano lúdico-competitivo del futbol, marcado principalmente por la diversión, que sólo es uno el que tiene ese privilegio?18 La lectura que el pueblo yanomami hace del futbol en el ámbito comunitario, la esencia lúdica que hacen prevalecer por encima de la estricta competencia, no deja de ser un rasgo sorprendente que nos hace pensar una vez más en la complejidad del ser humano, en los con­ trastes e incluso en las contradiccio­ nes de sus comportamientos. Con la práctica del futbol los yanomami ponen de manifiesto que son mucho más que el pueblo aguerrido y feroz con que se les ha identificado. Un pueblo bravo que ha sido capaz de redescubrir la dimensión más humanista: aquella que nos hace ganar a todos, en una práctica global cargada de intereses que, lejos ya de su romanticismo, abandera 18 Ambas situaciones pueden ser entendidas como prácticas rituales, dado que, en esencia, también los encuentros de futbol dentro del ámbito comunitario —y sobre todo del intercomunitario— poseen carga simbólica, aunque en diferente grado que la lucha tradicional; en ambos casos se produce un ejercicio catártico de mayor o menor intensidad, y existen expectativas por el resultado incierto. No obstante, la gran diferencia está en las posibles consecuencias que se derivan de una y otro escenario, ya que, mientras en el contexto futbolístico la rivalidad se da en un ambiente distendido, alegre y el marcador final no implica mayor trascendencia para el mantenimiento de las relaciones personales y comunitarias; los combates cuerpo a cuerpo pueden quedar en una mera liberación de tensión y satisfacción por el deber cumplido, o derivar a situaciones conflictivas que terminen en una declaración de guerra.

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hoy día la idea de ganar a toda costa y como sea, mostrando, junto con sus virtudes, los atributos de una sociedad que —además de autodenominarse “del conocimiento” y de progreso— encarna la competencia más despiadada y pone al descubierto distintas maneras de ferocidad. Desde el ámbito intercomunitario, descrito a grandes trazos el esquema y contexto de la lucha ritual yanomami dentro del reahu, aparentemente poco o nada tiene que ver con el juego del futbol o un campeonato futbolístico, pero la idea no es comparar sino entender posibles asociaciones y transferencias que se hacen desde el ámbito tradi­ cional conocido hasta el de las nuevas adquisiciones culturales, para hacerlas digeribles y útiles en la práctica, encontrándoles sentido. Desde el punto de vista organizativo ambos acontecimientos implican la invitación de la comunidad anfitriona a varias comunidades para que acudan al encuentro en la fecha señalada, solo que en el reahu se hace de modo verbal y participan varias comunidades (de dos a cuatro o cinco), y en los campeonatos se hace por notificación escrita y da cabida a muchas más comunidades (hasta 15 o 20). En ambos casos hay competencia: verbal y física en el reahu, deportiva en el futbol. Competencia que protagonizan los varones y genera expectación en torno suyo. Competencia que se da además por parejas, de personas en unos casos y de equipos en otros, que representan a comunidades. En ambos casos se cuida el trato igualitario: en la lucha se respetan los

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tres golpes alternativos y en el futbol no hay privilegios en la aplicación normativa (o eso se pretende). En ninguno de ellos se da la rendición, hay que completar las series de golpes o el tiempo reglamentario de juego, salvo accidente o causa mayor. En ambos se busca reafirmarse en algún sentido: como waitheri en la lucha y como buen equipo en el futbol. Con todas esas semejanzas, es obvio que los contextos en que se de­ sarrolla cada acción son distintos, así como su razón de ser y ello las hace incomparables; sin embargo, las ana­ logías existentes con la experiencia vivida en la tradición ayudan a entender cómo ciertas prácticas culturales foráneas, caso del futbol, encuentran un caldo de cultivo que favorece su aceptación. Por último, no debe pasar desapercibido el hecho de que si bien el reahu facilita el encuentro social y da rienda suelta a la rivalidad intercomunitaria, el futbol no sólo se instala en ese terreno sino que además hace posible el encuentro y la competencia interétnica. Una prueba de ello es el hecho aquí mencionado, de admitir a la comunidad ye’kuana de Chiwire en el campeonato de futbol de kukurital organizado por los yanomami. Es a través del futbol como otros grupos étnicos com­ parten y rivalizan de modo pacífico en el terreno yanomami e invitados por ellos. Asimismo, los yanomami asisten a las competiciones panindígenas representados también con su equipo de futbol; y juegan al futbol en La Esmeralda siempre que hay ocasión con equipos de las etnias que allí se con-

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centran. Vehículo, por tanto, que facilita el diálogo y la comunicación con los pueblos vecinos y aún lejanos; práctica deportiva universal con la que los yanomami se homologan y pueden medirse al resto del mundo si hubiera ocasión, aunque, como toda actividad espectacular que atrae clientelas, difícilmente puede evadirse de los intereses del mercado y la política. El pueblo yanomami ha demostrado tener mayor resistencia al cambio social y cultural que los pueblos amazónicos vecinos; según el censo (estimativo) venezolano de 2001 (ine, 2002), de 12,234 miembros de la etnia sólo 215 vivían en área urbana, y son comparativamente muy pocos bilingües; apartados en su inmensa mayoría en el interior de la selva y lejos de las zonas de influencia, han conocido el futbol y lo han adaptado a su forma de vida, lo han hecho suyo y en estos momentos podemos observarlo como un ejemplo de sincretismo, por el que el juego deportivo es reinterpretado a la luz de ciertos valores culturales con los que tal actividad cobra sentido. Lejos de ser el futbol un fenómeno de masas en el Alto Orinoco, la televisión e internet, que hasta allí llegan, así lo trasmiten con todas sus implicaciones; y dado el éxito de adhesión alcanzado, nos preguntamos: ¿tendrá el futbol más ca­ pacidad que las enfermedades y los garimpeiros para sacar a las yanomami de la selva? ¿Será el futbol suficientemente persuasivo para cambiar de manera significativa su modo de vida? ¿Asimilarán los valores propios del espectáculo masivo que es en otras partes del mundo? ¿Sucumbirán a la

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manipulación política de que es objeto, también en el ámbito local? ¿Se con­ vertirá el futbol en un factor importante para el estudio de la identidad y la alteridad en el Alto Orinoco? ¿Para el estudio de la socialización, de la conducción de la agresividad y la violencia social? ¿Para el estudio de la integración en la sociedad nacional? Por su corta historia en el lugar aún es pronto para responder esas y otras cuestiones, pero sí es oportuno formular preguntas y estar alerta sobre el impacto que entre los yanomami puede provocar un fenómeno que parte de algo tan aparentemente inocente como jugar con una pelota. BIBLIOGRAFÍA

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LAS CREENCIAS COMO PROCESO DE READAPTACIÓN SOCIAL. UNA APROXIMACIÓN DESDE LA RACIONALIDAD ELSTERIANA

José Carlos Vázquez Parra*

Resumen: Conforme avanzamos en este nuevo milenio, parece ser que la delincuencia se ha convertido en parte intrínseca del desarrollo de la sociedad, pues aunque los centros penitenciarios se encuentran saturados, la realidad demuestra que la criminalidad no ha disminuido. Gran parte de ello se debe a que la vida en los centros penitenciarios, en lugar de readaptar parece fomentar la reincidencia delictiva. La presente propuesta, sustentada en la teoría elsteriana, prevé que la readaptación debería partir de la modificación de las creencias de los internos, pues sólo así se podrían lograr nuevos comportamientos socialmente óptimos. Palabras clave: reincidencia, delito, creencias, readaptación. Abstract: As we move forward in this new millennium, it seems that delinquency has become an intrinsic part of the development of society, and although prisons are overflowing, the fact is that criminality has not decreased. Much of this is because life in prison, rather than rehabilitating prisoners seems to encourage the repetition of criminal activities. The present paper, supported by Elsterian analysis, envisages rehabilitation based on the modification of the beliefs of the inmates, because only in this way can new optimum social behavior be achieved. Keywords: delinquency, crime, beliefs, rehabilitation.

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onforme avanzamos en este nuevo milenio, parece ser que la delincuencia, los comportamientos viciosos y la criminalidad van a dejar de ser vistos como fenómenos aislados, pues su cotidianidad es tal que bien podría decirse que son parte del desarrollo mismo de las sociedades contemporáneas. En el contexto internacional, según la encuesta global Opinion Trends 2002*Lic. en Derecho, maestro en Educación, candidato a doctor en Estudios Humanísticos. itesm, Campus Monterrey.

2007, países latinoamericanos como México ocupan los lugares más altos de la tabla, ya que en ellos la delincuencia es considerada un problema grave, y donde la inseguridad se ha convertido en un factor adverso para el desarrollo humano (ssp, 2008). Una respuesta simplista y habitual a este tipo de realidades ha sido la de imponer a los infractores un tipo de castigo que pretende la retribución o el pago justo del daño cometido; sin embargo, ha sido tanta la atención a la aplicación de la pena, que en los últimos años pocos son los estudios que 139

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abordan la causalidad y la relación socio-ambiental del delincuente y su tendencia a actuar delictivamente. En consecuencia, y con los centros penitenciarios por lo general rebasados en su límite de capacidad, parece ser que la realidad social demuestra que la criminalidad no ha disminuido y la delincuencia va en aumento, a pesar de todas las clases de penas y sustitutos penales aplicados. Contrario a la finalidad que se pretende del sistema de readaptación social, parece ser que el verdadero objetivo de castigar con una pena de cárcel al de­ lincuente es el de simplemente apartarlo de nuestra vista, excluirlo de nuestro ambiente social con la idea de que al estar recluido dejará de ser dañino para nuestra persona y nuestros bienes. Sin embargo, aunque la función real de los sistemas de readaptación so­ cial es —como su nombre lo indica— lograr que el individuo sea readaptado a su vida en sociedad, esto parece ser un tanto irónico, ya que al analizar la situación al interior de tales centros penitenciarios sólo encontramos un entorno enfermo, viciado y corrupto. En la mayoría de esos sitios los internos se desenvuelven en un ambiente poco estimulante, con una falta de clasificación entre los mismos por los delitos come­ tidos, existiendo claras distinciones derivadas por la riqueza, posición política, económica y social de los internos, lo cual los lleva a ser abusados, explotados y sujetos de las peores vejaciones. Este malestar que se vive dentro del sistema penitenciario podría llevarnos a suponer que el individuo, una vez pagada su pena, haría todo lo posi-

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ble por comportarse adecuadamente; es decir, por temor a volver a un centro de readaptación, buscaría actuar lo más apegado a las normas sociales; sin embargo esa no es una realidad, pues en lugar de desalentar el futuro comportamiento anti-social, los centros pe­ nitenciarios fomentan la reincidencia delictiva. De esta manera, al considerar que todo castigo llega a su fin y toda pena tiene un plazo, cuando el individuo regresa a la sociedad se da cuenta de que —salvo por su familia— el entorno lo ha olvidado, pues lo hizo a un lado y continuó su camino. Por ello mismo la reinserción social se vuelve un reto para los ex convictos, quienes al haber estado en un ambiente de amplio malestar humano y volviendo a uno que no estimula la generación de comportamientos va­ lorados positivamente, prefieren dar un paso atrás a su anterior vida que un paso adelante en el entorno que pa­ rece negarles una posibilidad para re­ formarse, o que bien sigue estimulando el mismo tipo de comportamientos negativos. A pesar de que las políticas públicas en materia penitenciaria se orientan a recuperar el sentido original de los centros de reclusión y promover la reinserción de los sentenciados (ssp, 2008), en México, por ejemplo, uno de cada tres delincuentes tiende a reincidir en el mismo u otros delitos. Según la Secretaría de Seguridad Pública de la capital mexicana (Duarte, 2007), 36% de la población penitenciaria de esta urbe ha delinquido al menos dos veces, y casi ocho mil personas se han convertido en huéspedes que entran y

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salen de las cárceles, principalmente por el delito de robo. Sin embargo, y a pesar de estas desalentadoras cifras, es importante hacer hincapié en que si bien la reincidencia suele ser muy común entre los individuos que han estado en centros penitenciarios, no es el único denominador de los mismos, pues muchos de ellos son realmente readaptados, logrando integrarse a sus antiguas vidas sin delinquir posteriormente. Esta variación de comportamiento, entre los que reinciden y los que se readaptan nos hace cuestionarnos acerca de un aspecto fundamental: ¿Por qué ciertos ex convictos llegan a readaptarse y otros no? ¿Qué papel desempeña el entorno temporal y social, los valores o las creencias del delincuente para que sus acciones tomen un nuevo sentido? Para responder a estos cuestio­ namientos, el presente análisis busca sustentarse en consideraciones que no han sido previstas con anterioridad: se parte de un planteamiento filosófico y epistemológico, en el cual se valore la estructura interna de la actuación humana como guía en la explicitación del comportamiento en general. A partir de la teoría elsteriana, la cual se caracteriza por sus aportaciones en la calificación de la racionalidad de los actos, se buscará llegar a una comprensión realista de por qué un individuo actúa como lo hace y qué lo lleva a la reincidencia de comportamientos delictivos. Las precisiones que puedan rescatarse de esa idea serán determinantes para nuestra propuesta, la cual pretende que la readaptación social debe ser más específica en

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lo que procura, y buscar la generación de nuevos sistemas de creencias en los ex convictos, al considerar que sólo de esa manera se puede llegar a aceptar, y por ende llevar a cabo, conductas socialmente aprobadas por parte de los individuos. La actuación delictiva reincidente debe ser separada de su calificativo punitivo y ser llevada al terreno del análisis de la acción individual, ya que si podemos entender los elementos constitutivos y el proceso de elección y decisión que llevan al ex convicto a volver a actuar de cierta manera; podremos identificar el punto exacto que requiere ser modificado. Para ello es necesario profundizar en la explicación de la acción, de manera concreta la acción racional bajo la perspectiva de la teoría elsteriana. LA CONCEPCIÓN ELSTERIANA DE LA RACIONALIDAD DE LA ACCIÓN

Jon Elster es un filósofo, teórico social y político noruego que ha hecho grandes contribuciones a diferentes campos de las ciencias sociales, incluyendo el ámbito de la economía, la política y la filosofía. Sus aportaciones abarcan diferentes materias; pero sin duda, es su perspectiva sobre la racionalidad y la actuación humana el punto de encuentro más significativo de la mayoría de sus contribuciones. Para Elster la acción se manifiesta como el resultado de un elaborado proceso reflexivo y en el que participan todos los elementos constitutivos de la misma (deseos, creencias, posibilidades, escala de preferencias, evidencia,

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etc.), respetando las líneas causales generadoras de cada uno de estos elementos. Vista desde esa concepción, la acción implica tres operaciones de optimización: hallar la mejor acción para las creencias y los deseos dados; formar la creencia lo mejor fundada para las pruebas dadas, y acumular la cantidad atinada de evidencia para los deseos planteados y las creencias previas, con el fin de estructurar una óp­ tima escala de preferencias (Elster, 1999: 13). De tal manera, para la propuesta elsteriana todo acto humano nace a partir de un deseo, el cual fija los fines directos de la acción, ya que para Elster (1989) la racionalidad de los actos tiene un carácter plenamente instrumental. En un segundo momento, el individuo considera, a partir de sus creencias, las posibles acciones que se pueden realizar para alcanzar dicho fin; en este proceso cada una de las opciones deberá irse acomodando para formar una escala de preferencias, la cual logrará su posicionamiento a partir de las mismas creencias del individuo. Una vez que se tiene la escala plenamente estructurada, se procede a elegir aquella opción que se considere la mejor alternativa según los fines señalados por el deseo. De esta manera el agente llega a una actuación consciente y plena, sabiendo que hace lo que está más acorde a su historia de vida, su contexto, sus relaciones y las fuerzas que moldean la subjetividad de sus decisiones. Sin embargo, Elster no considera que su aportación esté limitada a señalar aquellos elementos que configu-

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ran la acción individual, pues plantea que el saber cómo se estructura la acción no es suficiente para entender su posibilidad explicativa. Para ello el noruego propone una teoría para calificar la acción desde un sentido racional, el cual permitirá entender por qué las creencias se vuelven torales en el análisis de la conducta, sobre todo en el camino de la comprensión del comportamiento delictivo reincidente. La teoría de la racionalidad elsteriana busca ir más allá del simple análisis superficial de los elementos que integran la acción, poniendo especial atención en la demostración de la racionalidad de las razones por las que se toma una decisión; es decir, los deseos y creencias que mueven al agente. Elster plantea que tanto creencias como deseos no únicamente deben cubrir los requisitos de consistencia que otros teóricos de la acción consideraban necesarios, refiriéndose específicamente a Donald Davidson, sino que también deben alcanzar un complicado calificativo de racionalidad, tanto de manera individual como de la acción en su generalidad. De tal forma, la propuesta de Elster pone especial atención en los elementos generadores de la acción, concibiendo la necesidad de un escrutinio crítico de las líneas causa­ les que constituyen tanto a los deseos como a las creencias. En cuanto al primer elemento de la acción, Elster plantea que los deseos se consideran racionales cuando han sido formados de manera correcta; es decir, que no han sido distorsionados por procesos causales irrelevantes y conservan su autonomía. Elster (1988: 36-37)

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expresa que la autonomía es la caracterización positiva de los deseos, planteando que un deseo autónomo es aquel que ha sido escogido, adquirido o modificado de manera deliberada, ya sea por un acto de voluntad o por un proceso de planificación del carácter. La deliberación de los deseos es un punto muy importante, ya que a pesar de que un individuo desee cometer un de­lito, su actuación no se considerará autónoma si este comportamiento es motivado por elementos que atentan contra su libertad o distorsionan el proceso causal de la acción, como por ejemplo si la persona reincide como respuesta a una amenaza o una enfermedad mental que afecte a su conciencia. Adicionalmente, Elster (2010: 187) estima que a partir del análisis de los deseos se puede llegar a una comprensión más reflexiva entre lo que se cree posible y lo que es realmente posible, pues antes de cualquier acción este autor prevé el filtro de la posibilidad; es decir, que el agente no puede tender a actuaciones que primeramente no sean posibles. Es decir, plantea que si las posibilidades son nulas, la racionalidad de los deseos se ve muy comprometida, pues no solamente sería incoherente desear algo imposible, sino también contradictorio e inconsistente (Elster, 1989: 29). De tal forma, si delinquir es un comportamiento que el agente ha realizado repetidamente por un periodo de tiempo considerable, y al salir de un centro de readaptación social su entorno aún le ofrece elementos para poder seguir realizándolo, la posibilidad de

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desear actuar de manera reincidente es prácticamente un hecho, pues las posibilidades de reincidencia son propicias y, por ende, el análisis de su deseo se centraría de manera esencial en sus motivaciones. Aunque podemos llegar a suponer que el agente deseara comportarse de manera diferente, es inevitable que el contexto tenderá a alimentar y fomentar los comportamientos que se apeguen a su realidad; en consecuencia, el deseo delictivo, dentro de un ambiente poco propicio, tiende a volverse reincidente. En cuanto a las creencias, como segundo elemento de la acción, Jon Elster las considera racionales a partir de la relación que tienen con la evidencia que se posee, valorando la concordancia de tal información y la historia causal de las mismas; por ejemplo, si un individuo quisiera dinero, la experiencia nos permite saber que la mejor forma de conseguirlo es por medio del trabajo, por ello los actos preferentes serían salir a buscar un empleo y solicitarlo. Tal creencia dinero-trabajo se sustenta en un cúmulo de evidencia, lo cual hace que el individuo sepa que su creencia es lo más conveniente para alcanzar sus deseos. Sin embargo, Elster enfatiza que la relación evidencia-acto debe centrarse en la información que se tiene y no tanto en el mundo ideal donde se genera, pues —continuando con el ejemplo anterior—, pudiera ser que nuestra costumbre consista en simplemente tomar el dinero cuando lo deseamos, sea de la forma que sea, porque tenemos evidencia de que así lo hemos obtenido en ocasiones anteriores. La

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situación señalada nos haría consi­ derar que cometer tal delito sería la actuación más racional, independientemente de sus repercusiones morales y sociales; sin embargo, para llegar a esta conclusión se debería demostrar primeramente que tal creencia era racional, considerando la validez y certeza de la evidencia que la respalda; es decir, que el individuo cuente con un fundamento lo suficientemente estructurado para justificar su creencia delictiva. Con base en esta importante relación de la evidencia con las creencias Elster prevé que el nivel óptimo de evidencia es un problema fundamental que debe ser considerado al hablar de racionalidad, ya que no es fácilmente definible y tanto la falta como el exceso de información pueden ser altamente perjudiciales en la generación de la creencia. Por ello el autor ha expresado que la caracterización positiva de las creencias racionales es la noción de juicio, la cual permite al agente sintetizar la información vasta y difusa que puede llegar a tener sobre una idea, y evitar darle una importancia o peso indebido a información irrelevante que puede llegar a afectar la racionalidad (Elster: 1988: 30). Todos estos requerimientos, que se prevén para calificar tanto la creencia, como el deseo racional, permiten entender cómo la teoría de la racionalidad propuesta por Jon Elster puede acercanos a una comprensión más certera de la actuación humana, y de esa forma, como se pretende a continuación, hacer un escrutinio crítico óptimo de las posibles razones del comportamiento delictivo reincidente.

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LA TEORÍA ELSTERIANA DE LA RACIONALIDAD DE LA ACCIÓN Y SU RELACIÓN CON LA REINCIDENCIA DELICTIVA

Cuando un individuo que ha estado en un centro de readaptación se inserta nuevamente a su ambiente original, las actuaciones que realice tomarán un nuevo sentido. Por un lado, el margen de posibilidades —que tenía restrin­gido por estar interno— se ve claramente modificado y sus deseos pueden ser derivados hacia un sinfín de actuaciones, y que durante su proceso carcelario consideraba complicados o incluso imposibles de alcanzar. Es decir, el agente recupera su posibilidad de actuación y puede realizar aquellos actos, positivos o negativos, que por su anterior situación de encierro y readaptación no le eran posibles. Por otro lado, los deseos que mueven sus actos serán generados a partir de las necesidades conforme se vayan presentando, considerando que el individuo que apenas se reincorpora a la vida social requiere reestructurar el ambiente que le rodea, a fin de dar importancia a aquello que lo tiene y desestimando lo que no, con base en su historia personal. Es importante hacer hincapié en que, salvo enfermedad psíquica o algunos tipos de adicción, se presume que sus actuaciones serán consistentes, pues las mismas serán dic­ tadas por el entramado del ambiente que reestructura, así como por la realidad que comprende su entorno. De esta manera, el punto fundamental para la determinación de su actuación futura será sin duda el de

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las creencias; si ahora respondemos al cuestionamiento hecho al inicio del presente escrito, la generación y sustentación de las creencias será determinante en las decisiones de acción que el ex convicto realice, pues fijan las distintas alternativas entre las que puede darse su actuación. Aunque los deseos se vean apegados al contexto social, las opciones generadas para su consecución serán las determinantes entre el actuar correcto y el comportamiento delictivo reincidente. Para que un individuo llegue a cometer un delito, es porque dicha acción fue considerara dentro de su estructuración cognitiva como la mejor opción para alcanzar sus deseos; en consecuencia, mientras las creencias que respaldan tal decisión sigan siendo las mismas, difícilmente se podría llegar a una conclusión diferente. Es más, se podría decir que bajo tales circuns­ tancias actuar honradamente sería la acción más irracional que el individuo podría realizar. Por otro lado, y de manera adicional a dicho abordaje de la actuación del ex convicto, se deben agregar consideraciones como el análisis del sentido óptimo de la evidencia, así como la no presencia de factores que alteren la generación correcta de las creencias. Estos puntos son fundaméntales, ya que si a pesar de estar en un ambiente estimulante de conductas óptimas —socialmente hablando—, el individuo se aferra a recabar evidencia errónea, sesgada o de baja calidad, es lógico que las creencias sigan siendo contrarias a lo esperado. Un ex delincuente que se rodea de información y de un ambiente

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que, en lugar de cohibir, estimula el comportamiento antisocial, como pertenecer a una pandilla o grupo delictivo, tiene mayor probabilidad de reincidir en su actuar. Para lograr alcanzar precisiones más claras, analicemos los dos factores determinantes para la modificación de creencias: el ambiente y los actores que conforman el entorno del individuo. Regresando a casa Uno de los elementos fundamentales para la reestructuración de las creencias es sin duda el entorno en que las acciones se configuran. No queremos asegurar como un hecho que las personas en ambientes negativos siempre actúen de la misma forma, mas no podemos negar que los comportamientos son claramente alentados o cohibidos por el entorno en el cual se generan. Una persona dentro de un entorno que reprende el comportamiento poco educado, presentará de modo inevitable actitudes lo más apegadas a los estímulos de su ambiente, y aun cuando siempre hay posibilidad de actuar de manera negativa, esos comportamientos son rápida y fuertemente sancionados, evitando que se repitan o se fortalezcan. Veamos el siguiente ejemplo: un joven vive en una zona considerada con alto nivel de criminalidad; además proviene de una familia desestructurada en la que la agresión, el rechazo y la violencia son una cotidianidad. A esto se agrega la falta de estudios, de modelos de conducta adecuados y de oportunidades de desarrollo tanto personal

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como laboral. Tales antecedentes son determinantes para que ese joven tenga creencias muy consolidadas en que la violencia y el delito no sean apre­ ciados de forma negativa, sino incluso en los que dichas actuaciones puedan ser los únicos medios para alcanzar ciertos fines. Por alguna razón, este individuo es capturado e internado en un centro de readaptación social, mismo que en lugar de inhibir las creencias anteriormente generadas las transforma en un estímulo, reuniéndolo con otros delincuentes y acercándolo a un sinfín de información sobre experiencias y métodos delictivos. Después de cumplir su condena este joven regresa a su realidad, la que si bien pudo haber sufrido algunas modificaciones en su ausencia, tiene una dinámica que no ha cambia­ do de manera significativa, llevándolo a des­pertar cada mañana en el mismo ambiente en el que se desenvolvía antes de ser encarcelado. Esta situación propicia cuestionarnos acerca de la posibilidad de que ese joven actúe de manera diferente, pues ¿cómo esperamos que resuelva sus conflictos, si no es de la forma en que él considera más conveniente? ¿Cómo deberá actuar, si entre sus únicas alternativas de acción están las relacionadas con la violencia y el delito? ¿Qué es­ peramos de sus acciones si el respeto a las normas sociales no forma parte de sus creencias? Por el contrario, si el joven del ejemplo anterior regresa después de su readaptación a un entorno que, así como él, ha sido readaptado, es decir, a una zona o espacio donde se le recibe, y se

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apoyan y fortalecen sus nuevos comportamientos positivos a partir de oportunidades de desarrollo, se cuenta con mayores posibilidades de que este individuo genere escalas de preferencia donde el delinquir ya no se considere entre las primeras alternativas de acción. Aunado al entorno, debemos considerar a los individuos que intervienen en la generación de creencias del sujeto: su familia, amistades o incluso a la sociedad en general, pues si la dinámica de sus actores es desestructurada o nociva, aun en el mejor ambiente las creencias negativas encontrarán tierra fértil para seguir alimentándose. Analicemos ahora ese aspecto. Reincorporándose a la sociedad Ya sea desde una perspectiva psicológica o sociológica, no podemos negar que la familia y las amistades confor­ man el grupo de actores principales con los que intervenimos y con quienes actuamos. Por ello, no considerarlos para el presente análisis nos dejaría una laguna teórica muy significativa. Es importante señalar que el papel que desempeñan estos actores (familia y amigos) en la generación de un entorno estimulante de acciones po­ sitivas, que contrarresten aquellas que fomentan el delito, es determinante en la búsqueda de la readaptación social del ex convicto, pues si se logra que en el individuo se promuevan actitudes responsables y socialmente convenientes, pero no se consigue que su diná­ mica social en verdad se modifique, difícilmente se conseguirá una rees-

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tructuración de las creencias, lo cual impedirá un cambio real y palpable en el sujeto. Así como se hace una readaptación del ex convicto y su ambiente espacial, también es necesario realizar una intervención en su entorno social, buscando una readaptación de la dinámica donde éste se desenvolvía antes de su encierro. Si el joven del anterior ejemplo regresa después de su readaptación a un entorno social que, así como él, ha sido readaptado —es decir, a una familia que ha sido intervenida para su fortalecimiento con base en valores y donde el encierro del individuo los ha llevado a modificar su dinámica, estrategias de convivencia y modo de vida—, es más probable que su comportamiento llegue a modificarse, pues sus acciones positivas serían aprobadas por un nuevo entorno personal. De esta forma, la convivencia con la familia readaptada y el posterior desarrollo dentro de un ambiente adecuadamente positivo, puede llevar a que el agente adquiera nuevas creencias una vez que ha sido reinsertado en la sociedad, ya que por medio de acercar a la persona a información y evidencia que respalde creencias va­loradas positivamente, se puede con­seguir que sus futuras actuaciones cambien considerablemente. Así, influenciadas por la normatividad y el ejemplo del nuevo entorno en que se desenvuelve, las acciones del individuo readaptado son evaluadas a partir de una recién y nueva estructuración de creencias, las cuales dictan lo que está bien y lo que está mal, no solamente para el bienestar personal del

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individuo, sino para la consideración social de su entorno. De tal forma, si se espera que la persona adquiera una postura de resolución no violenta de conflictos a partir de su readaptación, es necesario que de entrada cuente con las pruebas y la información suficiente de que tal acción es la mejor opción según sus pretensiones; en consecuencia, aun cuando no se pueda asegurar que actúe de dicha manera al principio, sí se puede contemplar el que se haga consciente de que cualquier comportamiento que se aleje de esta nueva creencia de comportamientos positivos no es el idóneo y, por ende, se considera irracional. Poco a poco los comportamientos negativos podrán situarse en la parte más baja de la escala de preferencias, pues entre más se nutran de evidencia e información competente las creencias de los comportamientos positivos, estos se tornarán como las alterna­ tivas fundamentales de acción del individuo. El papel del ambiente que busca la readaptación social de los individuos no debe ser el de esperar que por sí mismos actúen de manera socialmente positiva, sino el de darles un cúmulo de nuevas opciones de desa­ rrollo, con las cuales puedan ser ellos mismos quienes elijan las mejores alternativas y se acerquen a actuaciones racionalmente adecuadas para su nuevo entorno social. A partir de este análisis crítico podemos entender por qué la comprensión del papel que desempeñan las creencias en el desarrollo y la ejecución de los actos se torna fundamental para la readaptación social de los indi-

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viduos: están imposibilitados para actuar de modo diferente si siguen creyendo que dichas actuaciones delictivas son la mejor opción. CONSIDERACIONES FINALES

Toda actuación humana tiene un fundamento y un respaldo, pues si bien en la mayoría de las ocasiones advirtamos tan sólo las consecuencias de las acciones, lo más importante en la comprensión del comportamiento reside en el análisis causal del por qué el individuo actuó de tal modo. Por ello, dentro del proceso del actuar, donde el individuo tiene la posibilidad de elegir entre un conjunto de oportunidades de actuación, el cuestionamiento que debemos hacernos radica en por qué un individuo elegiría A pudiendo hacer B; o bien, si entre sus posibilidades no se incluyen opciones moral o socialmente correctas, ¿por qué esperar que actúe de dicha manera? La reincidencia delictiva, siendo un fenómeno que poco a poco va aumentando en cifras, constituye una problemática que ha sido objeto de discusión en el ámbito psicológico, legal, social y, por supuesto, filosófico. Por ello, la comprensión del por qué de esta actuación reincidente se vuelve hoy en día una necesidad para cualquiera que se diga teórico de la acción, y más para quienes pertenecen a alguna de las naciones tan afectadas por el flagelo de la delincuencia y el malestar social. La propuesta desde la perspectiva elsteriana que aquí se presenta puede llegar a ser muy beneficiosa para la modificación del comportamiento de-

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lictivo; si se considera que su valor no radica necesariamente en que el agente llegue a actuar de modo positivo en todo momento, motivado por elementos externos insertados en su proceso de readaptación, sino más bien en el hecho de que tome conciencia de que la reincidencia delictiva es una alternativa más dentro de su actuar, la cual después de una valoración crítica debiese ser la opción menos propicia para el entorno y contexto social donde se desenvuelve. De esta forma, el actor individual —en este caso el ex convicto— se convierte en el centro de un análisis de comportamientos relacionados con sus deseos y las creencias que posee a partir de su entorno espacial y social, volcando la atención en la forma en que origina sus acciones y no tanto en sí las consecuencias de las mismas, son negativas o positivas. El análisis elste­ riano de la acción permite ampliar nuestra perspectiva de abordaje del actor reincidente, posibilitándonos para hacer nuevos estudios que vayan más allá del simple señalamiento de elementos, profundizando en la estructura causal de los mismos. Así, el conocimiento de las relaciones causales de los deseos y las creencias del comportamiento reincidente permiten proponer nuevas medidas complementarias de reinserción social, especializadas en modificar la estructura de los actos y no simplemente en que éstos tengan consecuencias positivas. El mayor beneficio de la propuesta aquí planteadas es que la modificación de creencias, a partir de una readaptación social del agente, su entorno y su

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grupo, permite que el individuo valore de una manera más consciente sus actos futuros, y aunque siempre hay posibilidades de que elija actuar negativamente, por lo menos se estima que será consciente de la irracionalidad de dichos actos. De esta manera, nuestro análisis aporta información fresca para el abor­ daje del tema de la reincidencia de­ lictiva, y si bien se trata de un asunto tratado por muchas investigaciones anteriores, la manera en que se propone a partir de la perspectiva elsteriana resulta original. Es necesario fijar nuestra atención en la estructura misma del acto reincidente: debemos ver al individuo como un agente que concibe sus acciones a partir de relaciones causales que permiten armar las opciones y preferencias de sus actos. Sólo así podemos comprender, valorar, y en su momento reestructurar la génesis del comportamiento reincidente, y sustituir esa amenaza delictiva por actuaciones socialmente provechosas.

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BIBLIOGRAFÍA

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JÓVENES EN NOCHEVIEJA. UNA OBSERVACIÓN PARTICIPANTE EN PATAMBAN, MICHOACÁN

Karine Tinat*

Resumen: Este artículo intenta retratar a la juventud de Patamban, un pueblo de Michoacán, México. Se llevan a cabo dos reflexiones en paralelo: por un lado se hace una descripción de lo que significa ser joven en tal lugar, y por el otro se realiza una reflexión de índole metodológica sobre las estrechas relaciones entre la observación participante, la interacción con los sujetos estudiados y la subjetividad del investigador. Al inicio del artículo se presenta un fragmento del diario de campo, posteriormente se reflexiona sobre la observación participante y, por último, se muestra aquello que define a los jóvenes de Patamban: los eventos que delimitan esta etapa de su vida y aquello que los caracteriza como grupo y género. Palabras clave: jóvenes, observación participante, diario de campo, subjetividad, género. Abstract: This article attempts to portray the youth of Patamban, a village in Michoacán, Mexico. It offers two parallel reflections: first, a description of what it means to be young in Patamban; and second, a methodological discussion of the close ties between participant observation, interaction with the subjects studied, and the researcher’s subjectivity. The article begins with a fragment of the field journal; then a methodological reflection explores participant observation and finally the meaning of being young in Patamban, the events that define this stage of life, and what characterizes these young people as a group and gender. Keywords: Youth, participant observation, field diary, subjectivity, gender.

A

diferencia de Bourdieu, quien afirmó que “la ‘juventud’ sólo es una palabra” (2000: 142-153),1 proponemos abrir este artículo recordando más bien que “la ‘juventud’ es *Profesora-investigadora del Centro de Estudios Sociológicos. 1 Con esta expresión, Bourdieu no aminora la importancia y la validez sociológica de las cuestiones de edad sino que indica que la edad permite ante todo marcar socialmente a grupos que se oponen entre ellos —los “jóvenes” versus los “viejos”— para enfatizar simbólicamente su preeminencia actual o futura.

toda una palabra”. Según la época o el contexto histórico, el tipo de sociedad y el grupo social estudiado, la juventud varía considerablemente. Se trata de un concepto profundo y multiforme, aunque la primera definición que llega a la mente sea tan nítida como “periodo de la vida comprendido entre la infancia y la edad adulta”. Si remontando a los siglos xvii y xviii miramos en dirección a la Europa burguesa, aparecen varias imágenes de la juventud como, por ejemplo, la de unos jóvenes insertos en una relación filial y ante todo “hijos de”, 151

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en espera de la sucesión de sus padres o la de otros jóvenes muy estudiosos y deseosos de realizarse personalmente (Galland, 2007: 55-56). Del lado de las sociedades primitivas, surgen juventudes de duración breve, enmarcadas por ritos de paso y ceremonias iniciadoras. Si nos dirigimos hacia las sociedades modernas del siglo xx, abundan las representaciones sobre la juventud como un periodo cada vez más largo y ceñido por los valores de autonomía y libertad individual (Boudon et al., 1996: 127). Finalmente, en tiempos remotos y en ciertas sociedades rurales aisladas, por mucho que se indague no emergen los jóvenes como un grupo determinado: los niños laboraban en el campo y así se hacían adultos. La juventud es un concepto o “toda una palabra” que no siempre existió. La juventud en que me enfocaré a continuación sí existe y, desde ahora, puedo asegurar que no le faltan las energías. Se trata de jóvenes que viven en Patamban, una comunidad rural de Michoacán situada a 2140 msnm al oeste de la meseta tarasca. La cabecera municipal de la que depende es Tangancícuaro y la ciudad más cercana es Zamora, a la cual se llega en una hora por medio de transportes colectivos. Según el censo del inegi del año 2005, la población total de Patamban era de 3 280 habitantes: 1 433 hombres y 1 847 mujeres.2 La proporción menor

de hombres respecto a la de mujeres se podía explicar por la migración de éstos a Estados Unidos, aunque algunas mujeres también intentaban la aventura “al norte”. Más allá de los ingresos económicos que aporta la migración, Patamban es un pueblo que vive gracias a la agricultura, la explotación del bosque, el comercio y la producción de alfarería.3 El patrón de la comunidad, San Francisco de Asís, se celebra el 4 de octubre. Ese mismo día de 2005 descubrí Patamban y decidí empezar un traba­ jo de campo. De octubre de 2005 a junio de 2007 realicé una etnografía del pueblo, largas sesiones de observación participante y entrevistas a profundidad. En esa época uno de mis objetivos principales era estudiar las representaciones, prácticas alimentarias y corporales de la juventud patambeña, para lo cual me había acercado a 12 jóvenes, quienes constituían el total del alumnado del colegio de bachilleres y cuyas edades oscilaban entre 15 y 26 años.4 Como se explicitará más adelante, el estudio de estos 12 jóvenes me llevó a conocer a otros compañeros suyos y a adentrarme en las distintas realidades vividas por la juventud patambeña. Al momento en que se escriben estas líneas, en 2012, todavía no he logrado “cerrar” este campo, aunque sólo acuda allá dos o tres veces al año. Durante estas estancias cortas, de va-

2 Proporciono los datos del censo de 2005 porque el diario de campo presentado a continuación refiere a una situación de 2005; sin embargo, puedo precisar que, según el censo del inegi de 2010, la población de Patamban era de 3 602 personas: 1 669 hombres y 1 933 mujeres.

3 Dos antropólogas investigaron la tradición alfarera que caracteriza el pueblo de Patamban: Cécile Gouy-Gibert (1987) y Patricia Moctezuma Yano (1994, 2002). 4 Información más a detalle puede verse en otro artículo de mi autoría (Tinat, 2008a).

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rios días, recojo nuevos datos, actualizo historias de vida y visito a la gente con la que he tejido lazos de complicidad y amistad. Así, no sólo daré cuenta aquí de la juventud patambeña tal como la conocí en 2005, sino que complemento mis observaciones con las notas de campo recopiladas a lo largo de los últimos años. La finalidad de este artículo es entretejer tres hilos: el empírico, el metodológico y el temático, para pintar la imagen de una juventud procedente de un contexto rural en una época contemporánea, de 2005 a 2012. Para esto, y en un primer momento, presentaré un extracto de mi diario de campo con la intención de sumergir al lector en el universo de investigación. En efecto, se trata del relato de cómo celebré el paso del año 2005 a 2006 con un grupo de jóvenes patambeños; en aquel momento apenas llevaba tres meses acudiendo a la comunidad. Como decido dejar el diario en un estado casi idéntico a como lo escribí justo después de vivir el evento,5 se notan las primeras sensaciones características de un inicio de investigación, mis ingenuidades y resistencias. Luego, abordaré algunos aspectos que el diario de campo apor­ ta para la reflexión sobre la observación participante; sin escritura, es imposi5 El estado es “casi idéntico” porque hice arreglos de unas frases y precisiones de vocabulario al darme cuenta de que ciertas descripciones de los lugares y de la gente eran mejores en otras partes del diario, previas a este extracto. Es sobre todo en las primeras semanas del trabajo de campo cuando uno escribe “todo” y hasta el menor detalle. Luego pueden faltar precisiones: el investigador no quiere repetirse y/o ya no ve “todo”.

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ble que el antropólogo logre realizar el trabajo de observación, por lo que en este artículo otorgaré tanta importancia a la relación entre escritura, ob­ ser­vación y reflexión sobre un objeto específico. Parto, entonces, de esta postura metodológica donde afloran las subjetividades, e insistiré en la importancia de la interacción entre el investigador y los sujetos de estudio como prisma de análisis. Por último, regresaré al cuadro de esta juventud para precisar sus principales características, resaltar algunos aspectos ana­líticos que aparecen en el diario de campo y que puedo complementar gracias a otros apuntes de índole etnográfica. DATOS EMPÍRICOS: UN EXTRACTO DE DIARIO DE CAMPO

Zamora, Mich., sábado 31 de diciembre de 2005 Llegué hoy a las cinco de la mañana. En total, fueron 27 horas de viaje, de París a Zamora. Me siento exhausta y la sola idea de ir a Patamban esta noche a celebrar el año nuevo no me hace mucha gracia. Pero, antes de irme a Francia se los dije a las chicas del colegio. Es más, se los prometí y lo prometido es deuda. “Tal vez hayan organizado una fiesta”, pienso desempacando las maletas. Intento animarme como puedo. Llamo a Rosario.6 Me responden 6 Rosario, Norma, Leticia, Diana son las jóvenes del colegio de bachilleres y tienen entre 15 y 26 años. Diana, la protagonista del relato tenía 17 años, en ese año 2005. Todos los nombres son pseudónimos para guardar el anonimato.

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que ha ido a Zamora a hacer unas compras. Llamo a Abril. Nadie toma la llamada. Llamo a Leticia. Su madre me contesta: “Leticia no está aquí”. “¿Le puedo dejar un mensaje?”, pregunto. Con un tono consternado, esta mujer me afirma que Leticia se ha ido a Estados Unidos, a Houston, hace unos quince días. “¡Le prestaron papeles!”, agrega deprisa. Esta mujer parece desamparada: “Sé que ha llegado bien. Está con su hermano y sus hermanas. Pero está bien duro para mí […] Leticia es la chiquita, la más joven de mis hijos, pues, la única que se había quedado con nosotros”. Le propongo darle una visita la semana que entra. Asiente con una sonrisa, lo escucho en su voz. Cuelgo. Estoy feliz de obtener esta información tan importante para mi estudio, pero también estoy decepcionada. He aquí una segunda joven que se me escapa y con quien no voy a poder seguir el trabajo de entrevistas.7 Llamo a Diana. Me propone acudir a la fiesta que está organizando con sus vecinas. Quedamos de vernos a las siete y media de la noche, en la plaza de Patamban. Decoraciones navideñas, guirnaldas de luces multicolores y esferas centelleantes, iluminan varias casas de la calle principal. Numerosos jóvenes, grupos de chicas sobre todo, atraviesan 7 Unas semanas antes, otra joven con la que había empezado una serie de entrevistas a profundidad había sido “robada” por su novio. Por lo tanto, había dejado de ir al colegio de bachilleres y se había instalado en casa de sus suegros. Más allá de este caso particular, no fueron pocas las personas -jóvenes y adultas- con las que conversé en un momento dado y que, de repente, desaparecieron yéndose al otro lado.

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la plaza. Las observo reírse y bromear entre ellas, desprendiendo mucha alegría. Envueltas en sus rebozos, mu­ jeres hacen cola delante de la tiendita que hace esquina mientras que hombres cuidan una fogata en la misma calzada, más abajo de la banqueta de los portales. Diana se dirige hacia mí y me propone que estacione el coche delante de su casa, que está en una calle estrecha y empedrada, adyacente a la plaza. La casa tiene un muro exterior de cemento gris, agujereado por dos ventanitas de vidrio opaco y protegi­ das por barras de metal. Entro con Diana por la puerta de hierro rojo, que da a una gran habitación con piso de losa. Mientras Diana se arregla, espero un poco intimidada, sentada en la punta de una de las dos camas. La habitación está amueblada con cuatro sillas de plástico blanco, una mesa de madera donde está la televisión y dos camas matrimoniales: una al lado de la otra y separadas por una mesa de noche. En las paredes grises, de cemento, están colgadas unas fotos de familia. Descansa en una repisa una Virgen de Guadalupe, cuyas luces parpadean. Un primer hombre joven viene a sentarse casi frente a mí, en la otra cama; un segundo entra en la habitación y agarra una silla blanca. Callados, los tres vemos la televisión que difunde una telenovela a la gringa. Después de un rato, nos atrevemos a hablar. El primer chico, Jerónimo, dice ser un “viejo amigo” de la familia mientras el segundo, Juan, es el primo de Diana. Ambos tienen 25 años y el mismo look: unos tenis blancos, jeans azules y un sweater de colores oscuros. Juan lleva

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también un gorro de lana que le cubre hasta las cejas. Jerónimo es de Patamban, pero vive en Morelia desde hace ocho años. Se fue allá para obtener su bachillerato y estudiar en la universidad. Es pasante en Derecho, está buscando un puesto de abogado mientras termina su tesis. Por su parte, Juan está desempleado. Trabaja a veces en el campo, pero “todo depende de la estación”, precisa. Volvió a Patamban hace poco, después de una estancia de cuatro años en California. Allá, trabajaba en la construcción. Juan piensa quedarse unos meses más en el pueblo antes de ir de nuevo a Estados Unidos. Pregunto a estos dos jóvenes lo que tienen previsto para esta Nochevieja. “¡Digerir alcohol!”, exclama Jerónimo riéndose. Diana se cambió la ropa y se maquilló. Lleva un pantalón negro de pana que marca sus caderas y sus piernas finas. Se puso también una camiseta rosa de mangas largas ajustada y unos tenis de color rosa que combinan. Acentuó su mirada con una línea de lápiz negro y sus labios son brillosos. En su cabello luce una estrella de color plata. Diana quiere presentarme con su abuela. Al salir de la habitación atravesamos un corral en la oscuridad, luego un cuarto de ladrillos, construido a medias o deteriorado parcialmente. Guiadas por la luz de la luna, avanzamos en una suerte de jardín, pisamos un tapete de hierba seca. Diana empuja con cuidado la puerta de una cabaña de madera. Me regocijo interiormente al entrar en este tipo de casa: no tengo la menor idea de cómo puede ser adentro. Sentados en pequeñas sillas de

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madera, el tío y la abuela de Diana se calientan en torno a una fogata. Enseguida nos invitan a sentarnos con ellos, pero Diana se mantiene de pie cerca de la puerta entornada. El humo espeso que llena la cabaña la hace llorar: no hay chimenea para evacuarlo; las tablas de madera del techo y de las paredes están negras como el carbón. A pesar de la negrura y del penetrante olor a humo, la atmósfera de esta cabaña me parece cálida. En las paredes están colgadas cazuelas de hierro; en huacales volteados se amontonan la vajilla y algunas frutas. Noto la ausencia de cama: la abuela debe dormir en otro lugar. Encorvada, esta mujer parece perdida en sus pensamientos. Su respiración es tranquila: parece desgranar lentamente el tiempo que pasa. ¿Qué significará para ella este paso de 2005 a 2006? La apariencia descuidada y la suciedad de esta abuela me impresionan: su ropa se ve desgarrada en diferentes lugares y negros de polvo; de tan gastados que están, sus zapatos dejan salir sus dedos del pie, hinchados. Cuando Diana se acerca a ella, el contraste entre sus apariencias corporales y sus vestimentas asombra: no hay dos generaciones sino un mundo que les separa. El tío nos sirve una taza de ponche bien caliente. Girándose hacia mí, me tiende el gran recipiente donde las guayabas han sido cocidas para que lo huela. La preparación se ve apetitosa, y aunque no dudo de que la fruta haya hervido durante horas, no puedo evitar pensar: “¡Bienvenidas mis amigas las amibas!”. Diana saca de un cesto una tortilla y, orgullosamente, me afirma

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que es su abuela, quien cada día muele el maíz en el metate, amasa el nixtamal y hace las “tortas” antes de aplastarlas y cocerlas en la fogata. Muy risueña, la vieja mujer asiente con un signo de cabeza y palmea las manos: imita su gesto cotidiano, el que consiste en moldear las tortillas antes de echarlas en el comal. Después de esta breve visita, Diana me toma por el brazo y seguimos el tour por la propiedad. Perros vienen a olfatearnos las piernas. De otra cabaña de madera sale la tía de Diana que salu­ damos en la oscuridad. Escucho mugir. Aprieto el brazo de Diana y me tranquiliza: “¡No te preocupes! Las vacas están atadas.” El recorrido me parece laberíntico. En una vasta granja se encuentra el taller de carpintería de su padre. Muy amable, este hombre interrumpe su trabajo para darme un apretón de manos y lanzarme: “¡Aquí está su pobre casa!” Diana le dice que volveremos para cenar, sobre las diez y media. La fiesta que Diana y sus amigas han organizado se desarrollará entre las nueve de la noche y la una de la madrugada. La discoteca ambulante, que han contratado en Tangancícuaro, les cobra 2 500 pesos por cuatro horas de trabajo. Todo el grupo de amigas ha hecho una colecta para pagar a la empresa. Como todavía es un poco temprano —faltan 15 para las 9—, Diana me lleva hacia la iglesia. Le pregunto si hay una misa y me contesta: “La misa para dar las gracias es a las 11; iremos después de la cena”. Añade: “Agradecemos a Dios por el año que acaba de transcurrir. Las personas mayores le agradecen por haberles dado un año más de

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Karine Tinat

vida”. Contiguo a la plaza central, el atrio está iluminado por una farola muy potente. Del portal abierto de la iglesia se elevan cantos por los aires, entra y sale mucha gente de todas las edades. Adentro, la nave de la iglesia está abarrotada. Numerosas mujeres han tomado asiento en los bancos de madera; las veo de espaldas y observo sus rebozos negros de rayas azules que cubren sus hombros: la homogeneidad en el atuendo de estas mujeres no deja de sorprenderme. Algunos hombres, de pie, están en fila india en el pasillo de un costado. Todos se han quitado el sombrero y, con la cabeza agachada, parecen rezar. Diana y yo nos quedamos en la entrada de la iglesia. Diana se persigna en dirección del coro; se queda inmóvil, su mirada fija hacia el altar y su cuchicheo me dejan entender que recita un padrenuestro. El recogimiento y el fervor colectivo en este lugar tan repleto de flores me hacen vibrar y me eriza la piel. De la iglesia al ritmo tecno ¡sin transición! En la calle Juárez, frente al Colegio de Bachilleres al que acudo cada semana, la discoteca ambulante acaba de instalar sus gigantescas bocinas y sus luces multicolores. Retumba la música tecno, que sale de aparatos instalados en el maletero de un coche pero enchufados a una casa por medio de una extensión eléctrica. Seis chicas bailan a trompicones, formando un círculo. Diana me presenta a sus amigas y entramos en el corro. Todas las jóvenes llevan un pantalón y una camiseta pegadita, unos tenis o zapatos de plataforma. ¡Están maquilladas y peinadas como Barbies! Con mi falda larga na-

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ranja comprada en Chiapas, mi poncho peruano y mi cabello recogido en chongo me siento definitivamente out! Sin contar que estas jovencitas tienen a lo mucho 17 o 18 años y yo, pronto, alcanzaré los 30 ¡De vergüenza no se muere nadie! ¡Todo está bien! Intento menearme como ellas. Al cabo de algunos minutos, Norma, la hija de Concepción, se cuelga de mi cuello: “¿A qué hora llegaste? ¿Qué haces aquí? ¿Ya regresaste de Francia? ¡Hubieras tenido que llamarnos! ¡Ven conmigo! ¡Te llevo a la casa!” Le contesto: “Es que he llegado con Diana, no la puedo dejar. La semana que entra seguro llego con ustedes e iré a darle a tu mamá el abrazo de año nuevo”. Insiste: “¡No! ¡Ven a la casa! Puedes dormir en nuestra casa […] Por favor, te lo suplico […] Es que si no, mis papás no me van a dejar salir”. Compasiva, decido acompañarle a su casa para saludar rápidamente a sus padres. Esta familia me cae tan bien. Me acogieron con brazos abiertos durante toda la fiesta de Cristo Rey en octubre pasado; hasta me cuidaron como si hubiera sido su hija cuando me enfermé. Concepción es la primera mujer de Patamban que me recibió en su “humilde casa”, como siempre dice. Durante el trayecto de la discoteca ambulante a la casa, Norma está alocada, eufórica: tomó tequila con sus amigos y me dice que vayamos luego a la tiendita a comprar una botella. También imagina diferentes guiones para convencer a su madre: le va a decir que la invitaron a cenar con Diana y conmigo para poder salir de nuevo. Compasiva, pero no cómplice de la mentira, le repito que seguiré con Diana toda la noche.

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Concepción no está. Inmaculada, su segunda hija y hermana de Norma, nos abre la puerta y me recibe en su habitación que conozco bien.8 Miraba una telenovela y se cepillaba el cabello. Norma va y viene de la habitación al jardín; se prueba tres pantalones di­ ferentes y se retoca el maquillaje. Inmaculada me cuenta que hoy la familia había sido invitada a una boda y el 24 de diciembre a una fiesta de 15 años. Le pregunto si acaso no eran los 15 años de Marta. Inmaculada afirma sin rodeos: “Sí, pues, sí fue esa fiesta. No había mucho ambiente. Marta estaba muy feliz porque era su fiesta, pero hay que decir que no nos divertimos mucho.” Sigue: “¿Y cómo va tu familia? ¿Cómo está tu mamá? ¿Tu abuela?” Le contesto dándole también noticias de mi padre, de mi hermano… y ¡de mi abuelo! Algunos minutos pasan y Concepción no llega. Digo a Norma que ya es hora de juntarnos con Diana. Al salir a la calle, nos topamos con Concepción. Muy amable como siempre, esta mujer me invita a quedarme en su casa para pasar la noche. Declino la invitación afirmándole que me prestaron un coche del Colegio de Michoacán y que sin duda podré volver a mi casa esta misma noche. ¡Qué desgracia! ¿Qué dije? Para Concepción está fuera de cuestión que vuelva a Zamora en una hora avanzada de la noche: es demasiado peligroso “con todos los borrachos” que habrá. Concepción me hace prometer que me quedaré en Patam8 Inmaculada es discapacitada y se desplaza difícilmente. La mayor parte del tiempo, se queda en casa.

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ban hasta el día siguiente. Entro en una negociación con ella para quedarme en casa de Diana. En la conversación, Norma susurra que se junta conmigo y con Diana para la velada. No le hace gran ilusión a Concepción que su hija vuelva a salir, pero se queda callada. En cambio, la mirada que lanza a su hija lo dice todo. Diana sigue bailando en medio de la calle con sus amigas. La música tecno dejó lugar a una serie de canciones con banda. El círculo se desató: numerosas jóvenes se han sumado al gru­ pito inicial, y ahora una decena de hombres, de pie en la banqueta, las están observando bailar. Estos jóvenes, mujeres y hombres, están tomando cerveza; una vez terminadas las caguamas, las lanzan de manera que rueden sobre el pavimento. Los padres de Diana y su hermano nos esperan para cenar. La comida se sirve en la cocina: una cabaña junto al taller de carpintería. En el centro de ésta, en el suelo de tierra, arde una gran fogata. Diana sofoca un poco el fuego, disponiendo el comal para calentar las tortillas. El padre y el hermano tienen la mirada clavada en la televisión, una pequeña pantalla en blanco y negro que difunde un programa de música en ocasión del cambio de año. Arriba de la estufa, la madre remueve la cazuela de mole. Los platos están puestos en una pequeña mesa cubierta de un mantel de plástico impermeable. El ambiente es bastante silencioso. Me permito hacer varias preguntas sobre Irapuato, ciudad donde vive y trabaja el hermano de Diana. Los padres parecen tímidos o inti­

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midados: me dirigen sonrisas sin hablarme. Diana hace un reporte a su hermano de cómo va lo de la discoteca ambulante. Los cinco estamos comiendo nuestro plato de arroz y pollo con mole, sin rechistar. Otra vez, esta cocina modesta me parece llena de encanto: en un lienzo de pared, cestos de diferentes tamaños están colgados; la vajilla está colocada en tablas de madera. Un foco cae del techo, al final de un hilo eléctrico. No hay agua corriente. Un humo espeso flota en la cabaña. A lo lejos, se escucha el timbre de la casa. La madre de Diana sale de la cabaña, atraviesa el jardín, el corral y va a abrir la puerta de la construcción de cemento. Luego, vuelve un poco molesta. Era Concepción, que quería saber dónde estaba su hija. La madre de Diana no supo qué contestarle. Diana sugiere que volvamos a la fiesta para ver si Norma se encuentra allá. Apruebo y añado: “¿Y vamos luego a la misa de gracias?” La madre sonríe y susurra que a esta hora, la misa ya casi se terminó. Entonces no habrá misa esta noche. La familia no parece afectada de habérsela perdido. Parece que, tanto para los padres como para los hijos, “no pasa nada” si no vamos a misa. Diana y yo retomamos el camino de la fiesta. Cuando llegamos a nivel de la plaza, nos asaltan amigas de Diana gritando “¡Feliz año!”. Nos apretamos las manos y nos abrazamos mutuamente. Los jóvenes, chicas y chicos, están ahora bailando juntos en medio de la calle. Los espectadores, en cambio, no se han mezclado: los hombres se hallan de pie en la banqueta del lado derecho, mientras las mujeres están

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sentadas en la banqueta del lado izquierdo. Me pongo al lado de éstas y observo al grupo bailador. Jerónimo agarra el brazo de Diana y ambos encajan sus muslos para moverse hacia adelante y hacia atrás al ritmo de la música banda. El brazo izquierdo de Diana se ve colgando mientras el derecho dibuja en el aire un “ocho” de adelante hacia atrás, guiado por la mano de Jerónimo. La otra mano de éste se encuentra a nivel del cinturón de Diana. Curiosamente, ella se parece a un títere cuyos hilos son manipulados por Jerónimo. La espalda de Diana, arqueada o hasta rota hacia atrás, y su cabeza sacudida por el baile, parecen estar sin vida. La imagen del baile me es desagradable. No sé qué es lo que más me choca: ¿Será esta sexuali­ dad más que sugerida? No creo porque, en otros tiempos y bajo otras latitudes, bailé con amigos la lambada que era igual o más sexy. ¿Será entonces que me molesta este baile enteramente controlado por el hombre? Quizá… O más bien es la brutalidad gestual del hombre hacia la mujer que me da escalofríos. Necesito saber el nombre de este baile donde el hombre, responsable de todos los movimientos, parece literalmente montado a horcajadas en un caballo y fustigando a discreción. Diana va de brazo en brazo: de Jerónimo a Juan, luego a otro hombre que desconozco. La apariencia de este tercero refuerza la connotación viril del baile. Está calzado de unas botas beige y lleva un pantalón apretado marrón, así como una guayabera que combina. Hundido en su cabeza, su sombrero le da una apariencia de va-

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quero. Diana me dice más tarde que este hombre joven es uno de sus primos. Deduzco que sólo baila con sus primos o Jerónimo, el viejo amigo de la familia. Cuando está descansando en la banqueta, me acerco a ella y le pregunto como si nada: “Diana, ¿Sabes cómo se llama este baile? Están un poco pegados el uno al otro, ¿no?” Riéndose, Diana me contesta: “¡Es el duranguense! Es el hombre el que “monta a la mujer” y es el que conduce totalmente el baile… ¡Sólo lo sigues y ya!” Presiento el momento en el que voy a convertirme en el blanco de estos hombres. En efecto, no me libro de ello. Parece que Jerónimo y Juan se han puesto de acuerdo para invitarme a bailar, el uno tras el otro. Por mucho que les digo que no conozco el baile, nada les convence: me jalan hacia el centro del grupo bailador. Mi falda me salva: no puedo encajar mis muslos en los del otro tal como se debe. Mantengo también una distancia. Jerónimo me dice al oído: “Déjate llevar… estás demasiado tiesa”. Río dentro de mí misma de la situación. Al cabo de varias invitaciones, Jerónimo me pregunta si tengo novio. Con un poco de pánico, contesto a la velocidad del rayo: “¡Bueno, más o menos!” De inmediato me doy cuenta de la estupidez de mi respuesta. Un poco más tarde, Jerónimo pide aclaraciones: “¿Qué significa ‘más o menos’”? “Significa que sí, ¡sí tengo novio!”, le afirmo. Es la una de la madrugada y la discoteca ambulante anuncia que se va a parar dentro de muy poco. Varias veces en la noche, algunos hombres jóvenes han perturbado el baile enfrentándose

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verbalmente. De pronto, la música se detiene y las luces se apagan. Una pelea estalla. Primero, dos chicos se empujan y enseguida se dan de golpes. Luego parece que son cuatro peleándose: todos los jóvenes hombres se aglutinan alrededor de ellos antes de una desagregación del grupo… Las caguamas, que cubrían el pavimento, em­ piezan a volar y a romperse en mil pedazos; se tiran piedras violentamente. La riña se hace más y más peli­ grosa, todas las chicas se refugian en la casa organizadora de la fiesta, situada frente al Colegio de Bachilleres. Sin pensarlo, las sigo. Desde la ventana que da a la calle, algunas jóvenes observan la batalla. No alcanzo a asomarme. Dicen que la riña se hace sangrienta. En este momento estoy boquiabierta y abriendo los ojos como platos. No sé si tengo miedo; más bien me veo protegida por ser mujer. Por mi sexo y mi género, debo estar en el refugio. No puedo hacer nada. Ni de chiste puedo intervenir. Más bien me preocupa que estos hombres tan jóvenes se hieran gravemente. Mi pulso se aceleró conforme aumentó el grado de violencia. La situación me parece crítica, surrealista, loquísima… Juan y Jerónimo vienen a buscarnos en la casa-refugio y los cuatro huimos a casa de Diana. Observo que a Juan le cae sangre por el cuello. Jerónimo cojea a causa de una piedra que le golpeó en la rodilla. Jerónimo me dice que este tipo de peleas ocurren frecuentemente: “Muchas veces, hay arreglos de cuentas entre pandillas. El pueblo está dividido en cuatro barrios: abajo, el centro, arriba y la parte orien-

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te. Los jóvenes no se aguantan entre ellos y en cuanto se ponen borrachos, se pelean… Esta noche, no sé si viste pero uno se desmayó. A veces, uno muere […]”. Retomo mi respiración. Escucho, tengo la impresión de tener alucinaciones. Voy a tener que repensar en todo esto, una vez descansada grita dentro de mí un “¡no puede ser!”, de indignación. Juan se inclina sobre el tanque de agua que está en el corral. Intenta lavarse la cabeza. Diana trae alcohol para curarlo. En medio del cuero cabelludo Juan tiene dos cortes, provocados por una caguama que estalló en su cabeza. Sugiero avisar a un médico para que le haga puntos de sutura. Ambos se niegan rotundamente. No insisto. Intuyo que mi idea fue descabellada. Siento sobre todo que hay algo de orgullo al mostrar estas heridas de guerra. Diana se tranquiliza del estado de su primo y me propone que nos acostemos. Acepto de buena gana. Traje mi saco de dormir, pero Diana abre su cama matrimonial y me invita a introducirme. El círculo se está cerrando: regreso al lugar donde todo empezó. Me encuentro en esta habitación, la televisión está apagada así como las luces de la virgen. En la segunda cama, al lado, está durmiendo el hermano. Diana está a mi lado o más bien estoy a su lado. Aún con todo lo que acabamos de vivir, no puedo evitar estremecerme al pensar que estoy metida en sábanas que no son las mías. Cierro los ojos pensando: “¡No seas tan quisquillosa! Hay cosas más graves en la vida, como la gente que se pelea a muerte… Mañana por la noche, estarás en tu cama…”.

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REFLEXIONES METODOLÓGICAS: LA OBSERVACIÓN PARTICIPANTE

Después de esta inmersión en la ce­ lebración de Nochevieja con algunos jóvenes de Patamban, y antes de proporcionar varios elementos de análisis sobre qué significa ser joven en este pueblo, en esta segunda parte quisiera ofrecer algunas reflexiones meto­ dológicas. Hay situaciones de campo —como la que describo en este extracto de diario— que hacen pensar en los alcances y límites de los métodos que aplicamos en nuestras maneras de proceder. Eso mismo quisiera abordar ahora. En el marco del trabajo de campo que realizado en Patamban desde 2005, la observación participante ha sido un método que me resultó fundamental, sobre todo en el transcurso de los primeros años. Completada con entrevistas a profundidad, la observación participante permite cumplir con el propósito del etnógrafo que, según Malinowski, consiste en “captar el punto de vista del indígena, su posición ante la vida, comprender su visión de su mundo” (2000: 41). Hacerse aceptar para poder observar La comprensión de la vida social de una población determinada no se hace de la noche a la mañana, sino en lentos avances; incluso puede empezar por observaciones, no forzosamente participantes. De hecho, los dos primeros días que visité Patamban paseé en el pueblo y casi no interactué con nadie.9 9 Me quedaba unas horas en el pueblo: iba y venía en el mismo día. De julio de 2005 a junio

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Iba a tientas, me preguntaba cómo iba a presentarme a la gente y hacer que mi presencia no molestara. Supuse que una sonrisa y un saludo a las personas que cruzaba en la calle podían ser, de entrada, una cortesía mínima. Decidí vestirme como las mujeres jóvenes, es decir, con unos jeans; rápidamente adopté también el rebozo azul y negro.10 Si bien sabía que no por eso iba a pasar inadvertida, pues además de ser forastera soy güera, era mediante esos detalles que quería sentirme, lo más pronto posible, como ellos y con ellos. Esta etapa sólo duró dos días: para no despertar sospechas, era más que sensato decir quién era y por qué caminaba por el pueblo. Al tercer día, durante el mercado de la plaza, mientras esperaba para pagar unas verduras, me presenté a una mujer: “Soy investigadora y me interesa el tema de la alimentación”. A propósito se lo di­ je en medio de la fila que hacíamos para que más oídos escucharan: de boca a boca, las informaciones suelen transmitirse a gran velocidad en las comunidades. Esta mujer era Concepción, mencionada en el diario. Después de esta entrada al campo, me sentí legítima con el estatuto de investigadora. Pude seguir progresando, conocer a más familias por el efecto “bola de nieve”. Asimismo, tuve la de 2007 trabajé como profesora-investigadora en El Colegio de Michoacán y viví en Zamora: esta situación me facilitó el acceso al pueblo. 10 Casi siempre, para ir a Patamban me he vestido con jeans y suéter o, como en el diario, con faldas largas que no llaman la atención. Cada vez que pude, me puse el rebozo típico del pueblo.

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oportunidad de reunirme con el equipo de profesores y alumnos del Colegio de Bachilleres de Patamban, lo que me abrió otra puerta para realizar entrevistas.11 Como lo afirman Taylor y Bodgan, entre otros especialistas de los métodos cualitativos, en esta fase se trata de “establecer un rapport con los informantes”, es decir, de “comunicar la simpatía que se siente por los informantes y lograr que ellos la acepten como sincera”, de “lograr que las personas se ‘abran’ y manifiesten sus sentimientos respecto del escenario y de otras personas”, de “ser vista como una persona inobjetable” y de “compartir el mundo simbólico de los informantes, su lenguaje y sus perspectivas” (1987: 55). Lograr el rapport y la confianza con los sujetos que estudiamos es algo que se consigue con el tiempo, pero puede ser facilitado gracias a ciertas estrategias, de las cuales aquí se refieren tres. La primera estrategia es seguir a los sujetos, imitar lo que van haciendo. Diana me invitó a la fiesta que organizaba con las vecinas y, con toda evidencia, no iba a interferir, quejarme o impedir el buen desarrollo de las actividades planeadas. La segunda estrategia es tener una actitud llena de gratitud y humildad. Cuando inicio un trabajo de campo, siempre me cosquillea la pregunta “¿quién soy para estudiarles?”, y considero que mi deber es ofrecerles un oído y una mirada que les insinúen que conmigo no pueden temer ser evalua-

11 Describo este encuentro en otro artículo (Tinat, 2008a: 652-653).

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dos negativamente.12 El signo de gratitud se puede materializar, a veces, con regalos. A la familia de Diana le traje frutas y galletas unos días después de esa noche de celebración. En Patamban he agradecido a la gente regalándole comida, ropa, colores para los niños, fotos… Muchas veces he comprado la loza utilitaria o decorativa que fabrican ellos.13 La tercera estrategia es compartir de verdad con el otro, interesarse por su vida, hacerle preguntas, escuchar honestamente las respuestas sin fingir que nos interesan. Otra manera de compartir es encontrar los puntos comunes que nos vinculan con el informante. Concepción y yo hablamos repetidamente de su hijo que vive y trabaja en Estados Unidos y del costo emocional que genera esta situación para ella como madre. En varias oca12 La pregunta “¿Quién soy para estudiarles?” remite a la cuestión de la autoridad etnográfica que, por supuesto, no se resuelve adoptando solamente una actitud llena de “gratitud y humildad”. Después de años de trabajo de campo, creo fundamentalmente que las primeras interacciones pueden definir, o no, las posibilidades de estudio con la población elegida. No sólo el investigador debe elegir a su población de estudio sino sentir que ésta la elige también. 13 En cambio, precisaré que en siete años nunca he dado dinero de manera directa a la gente porque creo que puede falsificar el rapport. Aunque sé que ciertos antropólogos pagan a sus informantes para agradecerles por las entrevistas, considero esta práctica muy discutible e incluso peligrosa para la producción científica. Se puede suponer que en futuras ocasiones el informante siempre querrá ser entrevistado para ganar algo y que hasta se podrá inventar algo extraordinario para que la paga sea mejor.

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siones, me dijo que mi madre sufría tanto como ella porque yo también había migrado a otro país a trabajar. Considero que estas estrategias no sólo forman parte de la observación participante, sino que son un paso previo e imprescindible para ser aceptado, observando un rito o una escena de la vida cotidiana. CONFLUENCIA DE SUBJETIVIDADES, REFLEXIVIDAD Y DIARIO DE CAMPO

Más allá de la etiqueta de “investigador”, que proporciona un lugar desde el cual observar y ser observado, son abundantes las otras facetas identitarias convocadas en el encuentro con los sujetos estudiados. En esa Nochevieja, haber sido la invitada de Diana fue importante para poder participar en la fiesta, pues aunque se desarrolló en la vía pública, era privada, pagada por algunas chicas y disfrutada por el círcu­ lo de amigos y parientes de éstas. No cabe duda tampoco de que mi apariencia joven me haya ayudado a sumergirme en el baile sin que mi presencia generara una situación extraña.14 Asimismo, en ese clima de rivalidades entre hombres, ser una mujer no perturbó el desarrollo de la riña; sólo debía actuar de acuerdo a mi género, refugiándome como las otras jóvenes. Como ya lo mencioné, Concepción estableció el paralelo entre su situación y la de mi madre. En los términos 14 No opino que hay que ser joven para estudiar a los jóvenes; sin embargo, en algunas situaciones de observación participante, ser de la misma generación que sus informantes puede favorecer la aceptación.

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que Devereux retoma del psicoanálisis (1977), esta mujer estuvo haciendo una “transferencia” hacia mí, ubicándome como su hija; y yo hice una “contratransferencia”, ubicándola como si fuera mi madre (me refiero al momento cuando prometo no manejar de noche y negocio para dormir en casa de Diana). Coincido con Devereux cuando dice que el enfoque en las subjetividades tejidas entre el observador y el observado es un camino real para alcanzar el verdadero dato científico (1977: 20). En este caso, viéndome yo como una hija frente a Concepción, sentí en carne propia el control parental ejercido hacia las jóvenes.15 Devereux subraya que el científico “debe saber reconocer que nunca observa el hecho comportamental que se hubiera producido en su ausencia” (1977: 31); por ello considero esencial observarse a sí mismo observando a los demás.16 Con esta atención a las sensaciones que la situación nos provoca y utilizando toda nuestra reflexividad, defiendo la idea de que podemos alcanzar una mayor comprensión de lo observado. Tal vez el mejor ejemplo que se puede extraer del diario es cuando expreso mi resistencia a bailar. En realidad, no importa tanto que el espectáculo de estos jóvenes hombres que dirigen cada movimiento de esas mujeres sus15 A lo largo del trabajo de campo, comprobé varias veces que el control de las hijas por par­ te de las madres era muy importante en el pueblo. 16 Devereux subraya algo que me parece muy pertinente: tanto el investigador como el sujeto observado “hacen de observadores”, “cada uno de los dos es el ‘observador’ para sí mismo y el ‘observado’ para el otro” (1977: 57).

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cite en mí una fuerte reacción —de hecho, esa reacción sólo es mía porque las jóvenes estaban tranquilas y no sufrían la gestualidad dominadora de sus compañeros—; lo que sí importa es que gracias a mi reacción y mi subjetividad pude ver algo que quizás no hubiera visto si la situación me hubiera dejado insensible. En ese momento observé un orden de género, una manera de vivirse como “hombre” o “mujer” en ese aquí y ahora. La etnografía es a la vez un arte y una disciplina que consiste en “saber ver”, “saber estar con” y “saber escribir” (Winkin, 2001: 139). Para mí, éstas son las exigencias que reclama la obser­ vación participante. Sin la escritura inmediata de lo observado, no hay observación válida.17 En esa Nochevieja no había tomado ningún apunte;18 en cambio, al llegar a mi casa el mismo 1 de enero reconstruí en caliente lo vivido, llenando el diario de campo durante horas, descargando toda mi subjetividad y haciendo este ejercicio de reflexividad, que consistía en entender lo que me había provocado la situación de campo. El diario de campo tiene, por lo menos, tres funciones muy importantes que cabe recordar. La primera es la consignación de los datos empíricos, 17 Es crucial que la escritura siga inmediatamente a la observación para que no se olvide ningún detalle. 18 La presencia de un cuaderno de apuntes hubiera perturbado la celebración, tanto en el momento cuando estaba en casa de Diana, como en el evento de la discoteca ambulante. Si bien saco un cuaderno cuando hago entrevistas a profundidad, nunca tomo apuntes durante los ritos a los que me invitan en Patamban.

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reconstruir la vida social observada, escribir todo lo que uno ha visto y escuchado. La segunda función es reflexiva y analítica: releyendo el diario una y otra vez, el investigador ve dibujarse los esquemas explicativos de su estudio. La tercera función es catártica o “emotiva” como la llaman Schatzman y Strauss (citados en Winkin, 2001: 147). Se trata de liberarse de las emociones fuertes vividas en el campo y, gracias a su es­ critura, podemos entender mejor algunas situaciones. Es porque los diarios están llenos de emociones —y a veces de juicios— de los investigadores que no solemos publicarlos, ni siquiera un fragmento como aquí.19 De hecho, estoy consciente de que “me expongo” en la primera parte de este artículo. Aparezco como una investigadora miedosa —me aterroriza tanto el mugir de las vacas como la riña—, tiesa y arisca a la hora de bailar con hombres. También tengo la timidez que me caracterizaba en aquellos primeros meses de convivencias en Patamban —al principio del relato, en la habitación, la conversación con Jerónimo y Juan no arranca enseguida—.20 El diario pinta también a una mujer “quisquillosa” como yo misma me califico: tengo resistencias y reticencias a la hora de compartir platos y cama. Me cuesta beber a grandes sorbos el ponche de guayabas e introducirme en las sábanas de Diana. Aunque para Mali19 Malinowski fue acusado de racismo cuando publicó su diario de campo (1985). 20 También en ese momento preciso la conversación no arrancó enseguida, pues quería ver cómo iba a nacer la interacción entre ellos y yo, sin que yo la forzara.

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nowski “sólo es posible familiarizarse a través de un estrecho contacto con los indígenas, cualquiera que sea la forma, durante un largo periodo de tiempo” (2000: 34), la intimidad en el trabajo de campo no es una cuestión tan sencilla como lo parece. Si dejé plasmadas estas facetas de mí como investigadora (y ser humano ante todo), sabiendo la cantidad de críticas que puede despertar, es porque siempre apuesto por la escritura del diario: no sólo permite cuestionarse y mejorarse en el ejercicio del trabajo de campo, sino permite la producción de un dato único, situado en el corazón del encuentro entre el investigador y los sujetos observados. Reitero así cuánto suscribo al enfoque desarro­ llado por Devereux (1977), el cual consiste en plantear que, lejos de ser invisible y objetivo, el investigador observador, emotivamente implicado en su material empírico, es productor a la vez de las interacciones de su estudio y de las significaciones derivan de ellas. COMPROMETERSE Y REGULAR LA BUENA DISTANCIA

Si el investigador se queda observándose a sí mismo, sin observar a los demás, no se puede llegar a ningún producto fructuoso. ¡Un escollo a evitar es el egocentrismo mezclado con etnocentrismo! Respecto a este nudo problemático, y para redondear estas consideraciones metodológicas, abordaré dos últimos puntos de discusión relativos a la postura de la observación participante. El primero es la cuestión del compromiso con la población de

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estudio.21 Al principio, en el diario de campo afirmo que aquel día no te­nía ga­ nas de ir a Patamban, pero iría a fuerzas porque se lo había prometido a las chicas del colegio y “lo prometido es deuda”. En realidad, aquí estaba el compromi­ so no sólo con las chicas del colegio si­ no también conmigo misma. Había regresado de Francia para ver cómo se celebraba la Nochevieja en la comunidad, y como esto sólo ocurre una vez al año, si me lo perdía tenía que esperar un año más. Numerosos manuales de métodos cualitativos —y sobre todo el buen sentido que cada uno tiene— dictan que cuando quedamos con los sujetos estudiados nunca hay que fallar si queremos que la confianza con ellos se vaya haciendo más sólida.22 Si esta última creencia es correcta, no siempre es la que corres­ponde.23 En múltiples ocasiones he quedado con jóvenes y adultos patambeños en días y horarios precisos; pero en la mayoría de las veces no me funcionaron esas citas, incluso las que había acor­dado en la noche anterior. Con el paso de los años entendí que no es que 21 Otra cuestión fértil, pero que no trato aquí por razones de espacio y porque no se vincula directamente con la observación participante, es el tema de la culpa. En el diario estoy frente a una situación delicada: me he comprometido con Diana pero Norma me invita a seguirla. Muchas veces en el trabajo de campo, necesitamos encontrar las estrategias para no ofender a nadie, satisfacer a todos… Y la clave –creo– es no proyectar su sistema de valores, sino estar atento a lo que realmente importa a los sujetos estudiados. 22 También es un punto sobre el que insisto en mis propias clases de metodología. 23 Puede ser contemplada sobre todo como una visión bastante occidental y urbana.

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la gente de Patamban no cumpla con su palabra y se olvide de las citas, sino que para ella lo importante es vivir el presente. En otras palabras, entendí que importaba mucho menos fallar a una cita que de verdad compartir con ellos el aquí y el ahora. Las mejores observaciones participantes fueron las que pude hacer porque “ahí estaba”. El segundo punto de discusión consiste en cuestionar si realmente estoy haciendo una observación participan­ te reportada en el diario de campo al que refiero anteriormente. Cuando estoy bailando con los jóvenes, tengo que estar a la vez observando, acordándome de todos los detalles, y participando, bailando, dejándome llevar por la situación. El gran reto de la observación participante consiste en encontrar la buena medida entre el grado de observación y el grado de participación para que logremos tener una real comprensión de lo que está sucediendo. En otros términos, Le Breton refiere lo mismo: “la ventaja de la observación participante es poder, a su manera, jugar con la proximidad y la distancia como herramientas para entender mejor las interacciones estudiadas” (2004: 173). Ahora bien, añadiré que es la población de estudio quien enseña al investigador hasta dónde puede participar y cómo debe mirar. Lo que, como investigadores, entendemos por “observar” y “participar” no corresponde forzosamente a las definiciones que tienen nuestros informantes. Por ejemplo, en 2009 tuve la oportunidad de asistir a una faena: toda una familia se había reunido para hacer cemento y construir un horno. Varias veces, pro-

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puse mi ayuda, quería “participar” y aún más porque las mujeres formaban el grupo trabajador. No hubo manera: me dieron una silla para que me sentara a orillas de la obra. Otra vez, entendí que lo importante para ellos era “estar”: estar mirando lo que hacían, estar con ellos. En ese momento par­ ticular, entendí que mi observación era mi participación. Preguntarse si estamos realmente haciendo una observación participante depende de dónde nos ubicamos. Si bien se trata de una antigua discusión procedente de la tradición antropológica anglosajona, siempre es bueno cuestionarnos cómo estamos observando y participando.24 La observación participante me parece una postura metodológica de investigación rebosante de detalles a reflexionar, acurrucada en las interacciones humanas y donde los roles de “observador” y “observado” son a menudo intercambiables. La intención de estas líneas fue recalcar que: 1) no hay observación posible sin la aceptación del investigador por parte de los sujetos estudiados; 2) la observación es un asunto de subjetividades que se en­ trelazan y se componen juntas; 3) hay que saber descifrar y utilizar como prismas de análisis tanto nuestras sen­ saciones como observador como las pro­p ias lógicas de pensamiento de los su­jetos estudiados. Asimismo, vimos que la escritura en el diario de campo 24 Para la discusión en torno a los roles del field worker y las proporciones justas entre la observación y la participación, nos podemos remitir a los investigadores de los años cincuenta de la Universidad de Chicago reunidos alrededor de Hughes (Hughes et al.,1952).

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es fundamental para consignar la experiencia, empezar a comprenderla y a analizar. A propósito de eso, regresemos ahora a los jóvenes. ACERCAMIENTO ANALÍTICO: ¿QUÉ SIGNIFICA SER JOVEN EN PATAMBAN?

Basándome en el diario de campo y recurriendo a datos procedentes de entrevistas a profundidad, regresaré al eje temático de este artículo y, más precisamente, desentrañaré lo que significa ser joven en Patamban.25 Aquí no se trata de entrar en el debate sobre las juventudes en plural, sino de entender lo que se entiende por la noción de “juventud” en este contexto rural de población reducida. Para eso estudiaremos, primero, qué franja de edad suele cubrir esta juventud y cómo se desarrolla su vida cotidiana; segundo, en qué medida los jóvenes forman un grupo visible en la comunidad y los motivos por los que se sub-dividen en pandillas; por último, cómo las relaciones de género y la adquisición de bienes tecnológicos constituyen dos prismas a través de los cuales se observa el impulso hacia cierta modernidad. A partir de los 15 años y hasta que se casen Como afirma Bourdieu, “el reflejo profesional del sociólogo es recordar que las divisiones entre las edades son ar25 Aunque se necesitaría ahondar en varios puntos relativos al funcionamiento del pueblo, me limitaré al acercamiento a la juventud.

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bitrarias”; e insiste en que “no se sabe a qué edad empieza la vejez”, “que la juventud y la vejez no son datos sino construcciones sociales” y “que la edad es un dato biológico socialmente manipulado y manipulable” (2000: 143-145). En Patamban, desde las primeras inmersiones de campo, entendí que la etapa de la juventud podía constituir un periodo tan largo como corto porque, como me lo explicaron varios informantes, empieza a los quince años y termina cuando la persona se casa.26 Los quince años no sólo representan una edad biológica sino también social: en México como en varios países de América Latina, esta edad simboliza para las niñas el acceso al estatuto de mujer.27 En Patamban, la celebración suele realizarse de manera tra­dicional. Acompañada por sus parientes y amigos, la quinceañera acude primero a misa, maquillada, peinada y arreglada con un vestido de princesa fastuoso. Se invita luego a todos los invitados a un banquete que se ofrece en la casa familiar o en otro lugar más amplio, como la cancha de basquetbol o el patio de una escuela. Después de la comida se baila el vals: la festejada ejecuta una coreografía con sus chambelanes. Casi todas las jóvenes entrevistadas me contaron, con los ojos chispeando, que había sido un día “muy especial”, “ma-

26 Me explicaron también que de 0 a 10-12 años es la niñez, de 10-12 a 15 años es la adolescencia. La transición de la niñez a la adolescencia se hace cuando la pubertad deja signos corporales visibles. 27 Una excelente referencia sobre el tema puede ser Gutiérrez Domínguez (2012).

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ravilloso” para ellas.28 Los muchachos no disfrutan una celebración de esta envergadura, aunque se les suele organizar una comida en su honor con toda la familia y sus amigos. Lo que sí noté, en el discurso de sus madres, es que los quince años de sus hijos representaban una salida definitiva de la infancia y que esta nueva etapa no les dejaba muy tranquilas. Entre otros miedos, me expresaron temer que sus hijos decidieran dejar de estudiar e irse a Es­ tados Unidos, que se enamoraran demasiado temprano de una muchacha y/o que le entraran a los vicios como la marihuana y el alcohol. Sentí que los quince años de sus hijos marcaban el final del control y de la influencia que ellas, como madres, podían ejercer sobre ellos. En el otro extremo, la boda representa el punto final de la juventud y el momento a partir de que a la mujer y al hombre se les considera adultos. Las uniones matrimoniales suelen contraerse entre los 17 y los 23 años para los jóvenes que se han quedado en Patamban, y entre los 23 y los 30 años para quienes se han ido a Estados Unidos durante varios años. Dos vías existen para acceder al matrimonio: la pedida de mano y el robo de las mujeres jóvenes. Aunque la primera constituya la práctica legítima y mejor vista 28 Como para las otras celebraciones religiosas (boda, bautizo, comunión), los gastos del evento se comparten entre muchos padrinos y madrinas encargados de vestido, aretes, zapatillas, cojín, decoración de iglesia, Biblia, pastel, fotos, vídeo, invitaciones, sonido, flores, último juguete, adorno de recuerdo, álbum de fotos, refrescos, cervezas, etcétera.

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por parte de los padres, los novios siguen robándose a sus amadas; pero, a diferencia de antaño, las jóvenes de hoy consienten a ser robadas, y en la mayoría de los casos arreglan el día y el horario del robo con su novio.29 Aunque pueda ocurrir en cualquier momento del año, los patambeños explican que, por tradición, se roban a las jóvenes durante el baile de Cristo Rey, el último domingo de octubre.30 En 2009, Marta (17 años) me dijo: “Fíjate que el año pasado, en Cristo Rey, hubo como veinte o treinta muchachas que se fueron en la misma noche”. Así, entre los 15 años y el casamiento se extiende la juventud. En caso de que la persona nunca se case, varios informantes me aseguraron que, aunque anciana, seguían diciéndole “joven” (si es un hombre) o “señorita” (si es una mujer) hasta su muerte. Por supuesto, no me refiero aquí a esta configuración sino a jóvenes cuyas edades oscilan entre 15 y 30 años.31 29 El novio roba a la joven, es decir, se la lleva a una casa preparada de antemano, que puede ser la de sus padres o de otro pariente. Al día siguiente, o al cabo de varios días, el novio pide perdón a la familia de la muchacha. La pareja se instala en casa de los padres del muchacho, ya que Patamban funciona bajo un sistema patrilocal. Una descripción del robo en Patamban se encuentra en Álvarez Ruiz (1995: 301). Otro estudio antropológico ineludible para las cuestiones matrimoniales en medio rural es D’Aubeterre Buznego (2000). 30 La fiesta de Cristo Rey es sin duda la fiesta más importante de Patamban: todos los habitantes hacen tapetes de flores y aserrín en las calles por donde pasa la procesión religiosa. Esta fiesta atrae al pueblo a muchos comerciantes y turistas. Álvarez Ruiz proporciona una descripción de la fiesta (1995: 280-281). 31 El límite de los 30 años fue establecido debido a que los propios patambeños consideran

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¿Cómo se desarrolla la vida cotidiana de los jóvenes patambeños? A los 15 años, tanto los chicos como las chicas suelen haber concluido la secundaria, y a partir de ese momento tres opciones se ofrecen a ellos. La primera es seguir estudiando en el Colegio de Bachilleres de Patamban o en otro de Tangancícuaro. Aunque numerosos padres intentan convencerles de los beneficios de esta orientación, pocos la elijen. Lo sorprendente es que no quieren forzosamente estudiar, pero sí tienen grandes aspiraciones. Las entrevistas me demostraron que sueñan con hacerse doctor, abogado, enfermera, ingeniero, diseñadora de moda, es decir, tener trayectorias profesionales. A través de esos sueños se descifra el deseo de tener una vida diferente de la de sus padres, mejor desde el punto de vista económico, y al mismo tiempo se nota que el hábito del estudio no ha sido adquirido todavía, tal vez porque ninguna generación anterior a la de ellos les ha enseñado el camino. La segunda opción, que sólo concierne a las jóvenes mujeres, consiste en quedarse en casa a realizar las labores domésticas. Se levantan, preparan el desayuno, llevan a los hermanitos a la escuela, regresan, recogen el cuarto, friegan, barren, lavan ropa, van al mandado, cocinan… Al final de la tarde pueden salir a dar una vuelta o a jugar basquetbol con sus amigas.32 Cuando tienen novio, a veces hablan con él, un

rato al anochecer y delante de la casa, bajo la vigilancia de sus padres. Elegida por la mayoría de jóvenes hombres, la tercera opción es trabajar al salir de la secundaria. Cuando se quedan en la comunidad, trabajan en el campo —en Patamban o en comunidades cercanas— o en la construcción. Asimismo, varios de ellos conducen los coches taxis que viajan entre el pueblo y Tangancícuaro. En 2005, muchos jóvenes —al igual que Juan, citado en el diario— iban a Estados Unidos a trabajar.33 Solían salir por grupos de 10 a 15 patambeños y cada uno pagaba 2 000 dólares a un coyote. Allá iban a trabajar también en el campo o en la construcción. Hoy en día la situación es diferente: sólo van y vienen entre Patamban y Estados Unidos los que poseen papeles. Pocos son los aventureros que cruzan la frontera ilegalmente, como antes, y esto se debe a dos razones. La primera es que, a raíz de la crisis económica que surgió en 2008, escaseó el trabajo en Estados Unidos. La segunda razón, reportada por varios informantes, es que desde 2011 no sólo ha subido la tarifa del coyote sino que los narcotraficantes están cobrando 1000 dólares más por cruzar la frontera: ahora el paso al norte les sale entre 3 500 y 4 000 dólares. Como afirmó David (24 años): “Mejor quedarse aquí porque uno además de arriesgarse, se endeuda mucho ahora”. Del lado de las mujeres jóvenes, entre 2005 y

que, más o menos a esta edad, una persona normalmente ya debió haberse casado. 32 Cada día hay más grupos de amigos mixtos: en la cancha de basquetbol, juegan chicos y chicas, amigos, primos, hermanos. Muchas ve-

ces es posible encontrar la presencia de un adulto: una tía o la madre. 33 Más precisamente, van a Florida, California, Colorado y Utah, entre otros estados.

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2007 pude observar que algunas in­ tentaron la aventura “al otro lado”, tal como Leticia, citada en el diario de campo. La proporción de éstas era mucho menor que la de los muchachos. Pocas de ellas, aunque sean cada día más numerosas, consiguen el permiso de sus padres para salir a trabajar, por ejemplo, en las congeladoras de fruta en Zamora. Toman su camión a las cinco de la madrugada y regresan a la comunidad sobre las cuatro de la tarde. Por último, otras ayudan a vender diversos productos —tortillas, frutas, helados, “papitas”, etc.— en la plaza central o en el puesto que colocan en la puerta de su casa. LOS JÓVENES PATAMBEÑOS: DEL GRUPO A LAS PANDILLAS

En Patamban, los jóvenes constituyen un grupo fácilmente identificable y visible distinguiéndose de las otras franjas de edad; esto se debe, ante todo, a la apropiación de espacios y a la forma de vestir. Feixa resalta que “las culturas juveniles diseñan estrategias concretas de apropiación del espacio: construyen un territorio propio” (1998: 90). Innegablemente, la noción de territorio va de la mano con la idea de defensa del espacio. Por otro lado, otra característica de distinción de los grupos juveniles, respecto de los adultos y de otros jóvenes, es la indumentaria (Martínez, 2003). Aunque, sería inapropiado hablar de juventudes en plural, de cul­turas o grupos juveniles, dada la población restringida del pueblo, sí vale la pena interesarnos por estas características.

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Para el caso de Patamban, la apariencia es, en efecto, el primer elemento de distinción. Si las madres y las abuelas de las jóvenes visten faldas que llegan a las rodillas, un delantal, una blusa, un chaleco o jersey, grandes calcetas, el rebozo negro y azul así como zapatos tipo mocasines planos; sus hijas casi siempre llevan pantalones de mezclilla y camisetas ajustadas al cuerpo, tenis o zapatos —varios de esos modelos con suela de plataforma—. A diferencia de sus madres y abuelas, las jóvenes se maquillan los ojos y a veces se pintan el cabello. Asimismo, les gusta ir de compras, a surtirse en Tangancícuaro o en Zamora, tanto de ropa de uso diario como de vestidos de ceremonia (15 años, boda). Respecto a los jóvenes, quienes viven o han vivido una temporada en Estados Unidos suelen seguir la moda de los “cholos”: calzar tenis de marca, ponerse unos jeans o pantalones cortos y amplios que caen en las caderas, unas camisetas con logotipos de la cultura estadounidense, una cachucha, una cadena de oro o un rosario alrededor del cuello. Los otros muchachos, que nunca han ido a Estados Unidos y trabajan en el campo, tienen menos accesorios de moda y sólo llevan tenis o botas,  jeans y camisetas amplias. Además de su indumentaria, los jóvenes también destacan en el paisaje por la manera en que ocupan el espacio “público”. Con una frecuencia casi diaria, grupos de tres o cuatro hombres se reúnen en los portales de la plaza central, entre las seis y las ocho de la noche. De pie o sentados en un tronco de madera, hablan entre ellos o,

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callados, observan a la gente que cruza la plaza. Otros juegan al billar en la sala de la esquina de la plaza. Las parejas de novios pueden verse en la calle, enlazados y delante de la casa de la muchacha, en el anochecer. En los fines de semana, grupos de jóvenes hombres se juntan en las esquinas de las calles a tomar alcohol hasta altas horas de la noche.34 Si bien todos los grupos de edad son visibles en el pueblo, de los niños a los ancianos, hago hincapié en la presencia de los jóvenes en las calles porque estas últimas son su lugar de socialización por excelencia. En el diario de campo notamos que la discoteca ambulante se instaló en medio de la calle. Las fiestas de los jóvenes siempre suceden en la calle, en la cancha de basquetbol que colinda con el atrio, o en la escuela primaria de la plaza central. Los jóvenes patambeños no forman un grupo homogéneo y cabe señalar la existencia de pandillas. A raíz de la pelea a la que asistí en la Nochevieja, y comprobando con el tiempo que esas riñas clausuraban casi todos los bailes organizados en el pueblo, traté de entender el funcionamiento de estas rivalidades. Patamban se divide en cuatro centros y en cada uno de ellos hay una pandilla constituida únicamente por hombres jóvenes. Rosario (17 años) me explica: “En San Francisco [barrio que abarca el centro y la parte baja del pueblo] están los Setenta’s; en el Sagrado Corazón [barrio noreste], se llaman los Cuntaros; arriba del pueblo, 34

También lo hacen hombres casados.

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en el centro de la Morenita, la pandi­ lla es la de los Calvarios; por último, en Cristo Rey [barrio noroeste] se llaman los Florencia. (…) Los nombres Setenta’s y Florencia vienen de las mismas pandillas que han frecuentado en Estados Unidos […] Bueno, eso dicen. En cambio, los Cuntaros y los Calvarios se llaman así por las capillas de los barrios.” Para pertenecer a una pandilla, los mismos muchachos me explicaron la prueba por la que uno debe pasar: “Ahora la edad ya no importa [antes uno sólo podía ingresar a la pandilla una vez cumplidos los 15 años], tienes que aguantar tres minutos de putazos entre tres güeyes […] Te madrean tres y bien duro […] Tú tienes que aguantar, sin caerte, mínimo tres minutos de pelea con esos tres. Si no te chingan antes de los 3 minutos, no te brincan [...]”. Según varios informantes, las razones por las que se pelean entre pandillas al final de un baile pueden ser: 1) el efecto derivado del consumo de alcohol y marihuana; 2) la reafirmación de pertenecer a su pandilla y de diferenciarse de la otra; 3) por una muchacha —si los de arriba vienen a buscar a muchachas de abajo, entonces los de abajo pelean contra los de arriba—. Aunque la endogamia de barrio ya no se practica como antaño (Moctezuma, 1994: 101), siguen existiendo las rivalidades entre hombres por tener tal o cual chica. En el diario de campo, aunque no se sabe por qué se originó la pelea entre los jóvenes —si una chica estaba o no de por medio—, sí apareció un orden de género hombre/mujer, equivalente a la jerarquía superior/in-

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ferior.35 Las muchachas eran las es­ pectadoras de la riña y se sentía la importancia, por cuestiones de honor masculino, de que la pelea fuera vista por ellas. No sólo el duranguense pareció una expresión de dominación masculina, sino también la riña. RELACIONES DE GÉNERO Y AVANCES TECNOLÓGICOS

En la vida cotidiana de los patambeños impera un verdadero reparto de las tareas entre hombres y mujeres; pero, más allá de la división genérica, es interesante notar que tampoco tienen los mismos derechos. Al igual que Norma en esa Nochevieja, numerosas jóvenes no tienen permiso para salir a la calle cuando lo desean y como lo hacen sus hermanos. Otras pueden salir con amigas y/o con sus hermanos y primos, pero no con amigos. En muchas familias las jóvenes son constantemente vigiladas, sobre todo por sus madres, pues los padres están mu­ chas veces fuera del hogar. Estas madres dicen tener miedo de que se las roben; también escuché a varias de ellas dar justificaciones de este tipo: “¿Qué dirán de mi hija si se la pasa en la calle? ¡Y peor si es tarde y noche!” Detrás de estas frases, siempre descifré la voluntad de controlar la sexualidad de sus hijas para que la familia no perdiera el honor. Para estas madres la actitud correcta es que la virginidad se conserve 35 Esta manera de presentar la equivalencia hombre/mujer = superior/inferior es guiño al acercamiento teórico desarrollado por Héritier (1996; 2007).

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hasta el matrimonio, y que sus hijas no se embaracen antes de casarse. Ahora bien, estas reglas tradicionales por las que abogan muchas madres —no son todas, hay unas madres más o menos represivas— no las aplican forzosamente las hijas. El trabajo de campo me demostró que muchas jóvenes contornaban las reglas: sí lograban que sus madres aceptaran que se vieran con amigos, o los veían a escondidas, y sí encontraban las formas para tener una sexualidad activa antes del compromiso o del robo. De acuerdo con Marta (17 años), “ahora las jóvenes sí lo hacen antes de casarse”; ella defiende la idea según la cual “las parejas deben hablar del tema para que les guste a los dos”. Si bien no es paradigmático del pensamiento que tiene la mayoría de las jóvenes, el ejemplo de Marta refleja transformaciones en las relaciones entre hombres y mujeres jóvenes. Para ser más precisa, adelantaré que, al escuchar a las jóvenes, me percaté de que muchas de ellas sí quisieran erradicar las desigualdades de género. Por ejemplo, quisieran salir de su casa a su gusto sin tener que pedir permiso, tal como los muchachos lo hacen; les gustaría trabajar y disfrutar las mismas libertades que ellos: muchas no salen a laborar en la congeladora porque sus padres consideran que allí les puede pasar algo con los muchachos. Desde el punto de visto de éstos, sería mejor no dar a las jóvenes demasiadas liber­tades. Gonzalo (16 años) me decía que “es mejor que las mujeres se queden en casa para que se mantenga el orden”. Estas notas merecerían un mayor desarrollo;

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la intención aquí es vislumbrar que, a pesar de algunas resistencias, sí existen transformaciones en las relaciones de gé­nero que fueron apareciendo con es­ ta generación de jóvenes del nuevo siglo. Estas relaciones no son el único prisma por el que se puede ver que esta juventud va adquiriendo nuevos hábitos, más modernos e inéditos, que contrastan realmente con los de las generaciones mayores. En el día a día se va dibujando un estilo de vida de los jóvenes, diferente al de los adultos y ancianos. Al igual que Diana, que no soportaba el humo de la fogata en la cabaña cuando su abuela estaba muy a gusto, escuché a jóvenes afirmar tener prácticas alimentarias que nunca han tenido sus padres o abuelos. Por ejemplo, me hablaron de hamburguesas compradas a la señora de la esquina que “las prepara bien buenas a la parrilla”, y de elaboración de ensaladas con verduras crudas y vinagreta.36 A lo largo de los años comprobé que cada vez más jóvenes hacían deporte como ir a correr en el cerro. Incluso un joven me contó haberse inscrito a un gimnasio de Tangancícuaro para sentir que podía hacer lo mismo que en Estados Unidos. Entre 2008 y 2012 observé en el pueblo dos casas convertirse en cibercafés. Si bien el primero cerró rápidamente sus puertas, el segundo tiene una buena afluencia y ofrece computadoras con buen funcionamiento. En varias ocasiones consta36 Para más información sobre estos nuevos hábitos alimentarios en Patamban que provienen en gran parte de la experiencia en Estados Unidos, véase Tinat (2008b) y Calderón-Bony (2012).

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té que varios patambeños tenían una cuenta en la red social Facebook. Asombroso también es el hecho de que muchos jóvenes poseen teléfonos celulares costosos, de varios miles de pesos. No sólo se comunican mandándose “mensajitos” de una casa a otra, sino muchas veces de un pueblo a otro. Ésta sí es una gran novedad: los jóvenes patambeños, desde hace unos pocos años, tienen el oído aguzado hacia otros pueblos. ¿Todos estos elementos “novedosos” de los que recientemente se apropiaron los jóvenes van acompañados de un rechazo a la tradición? Mi respuesta es negativa. Paralelamente a esta atracción hacia lo moderno, tanto los muchachos como las muchachas no dudan en expresar su respeto hacia las costumbres y tradiciones. Hay una mirada respetuosa hacia el savoir-faire de los ancianos. De la misma manera que Diana fue orgullosa al mostrarme cómo su abuela hacía las tortillas, otros jóvenes me hablaron de cómo les enseñó su abuelo o abuela a hacer alfarería o a preparar tal comida. Lejos de ser objeto de burla, se tienen en alta estima a los ancianos en Patamban. Todos los jóvenes con quienes conversé se presentaron como fervientes defensores de las fiestas del pueblo, fueran éstas religiosas o no. Tal vez sea porque las fiestas representan el mayor momento de socialización y de encuentro potencial con la futura pareja. Aunque no sean muy practicantes de la religión, acudiendo a misa cada fin de semana, los jóvenes creen en Dios, aparecen un rato en la iglesia, rezan y se van. La tradición es muchas veces sinónimo de gran emoción. Algunas

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muchachas me dijeron que se les hacía muy bonito cuando el padre decía tal o cual cosa… A manera de cierre, veremos cómo han evolucionado algunos de los jóvenes mencionados en el diario.37 Diana, que tiene ahora 24 años, se ha casado hace tres años y vive en casa de sus suegros, con su marido. Todavía no tiene hijos: quiere tener un cuerpo bonito y delgado durante un tiempo más, “lo más que se pueda”. En esta primavera de 2012, cada día por la tarde, ofrece clases de aerobics a 10 pesos por persona y por sesión. Por su lado, Jerónimo renunció a acabar la tesis de licenciatura en derecho y no regresó a Morelia. También se casó, hace cuatro años, con una mujer de Zamora. La pareja vive en Patamban pero optó por ocupar una casa propia, separada de la de los suegros. Tienen una hija de 2 años y medio. Su mujer no trabaja; en cambio, él sí labora en el campo y trabaja en la jefatura, administrando las parcelas de tierra. Durante la Semana Santa de 2012, la Familia Michoacana llegó a Patamban a negociar mensualidades de unas tierras y también llegó a las peleas de gallos a negociar la mitad de las ganancias: Jerónimo “lo tuvo difícil” al enfrentar esas dos situaciones. Leticia, quien se había ido a Estados Unidos, regresó a finales de marzo de 2012, por primera vez en casi siete años. Cuando la quise visitar, su padre me dijo que “andaba de novia” y que había salido a Zamora con su madre a comprarse su vestido para la boda. Conoció 37 Sólo se mencionan a los jóvenes de los que tuve noticias en 2012.

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a su novio, patambeño también, en Estados Unidos y regresaron al pueblo a casarse. La pareja tiene papeles desde hace poco: podrán ir y venir entre los dos países sin riesgo. En la conversación, su padre afirma que Leticia iba a cumplir 30 años este año y añade: “Menos mal que se casa en unos días porque… ¡Se le iba a ir el tren!”. Muy utilizada en Patamban, esta expresión significa que un joven corre el riesgo de no casarse y quedarse soltero toda su vida… CONCLUSIONES

A través de estas líneas, mi intención fue pintar a grandes rasgos un retrato de la juventud patambeña, tal como la pude observar entre 2005 y 2012. Espero haber ofrecido una idea concreta de cómo viven. En una primera parte, propuse una inmersión en Patamban por medio del relato del diario de campo, y des­ cribí la Nochevieja a través de las actividades planeadas por Diana y sus amigas. Para ese paso al año nuevo comprobé que no había un ritual es­ pecífico dirigido a todos los lugareños, sino que cada familia lo celebraba a su manera:, reuniéndose, acudiendo a misa, preparando una cena y un ponche, encendiendo una fogata. Cuando se da o provoca la oportunidad, los jóvenes suelen bailar en Nochevieja, en casa de alguien o en la calle, como lo vimos. En ese sentido, el diario de campo reflejó un momento preciso de so­ ciabilidad, como muchos otros que puntúan el año, donde jóvenes, hombres y mujeres se juntan por el baile. Aunque las chicas muchas veces no

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bailan con chicos que no sean de la familia, pueden intercambiar miradas seductoras y así disparan el flechazo.38 La segunda parte consistió en una reflexión metodológica para discutir el método empleado —la observación participante— y explicar cómo me acerqué a estos jóvenes. Primero, se insistió en que sin aceptación por parte de los sujetos estudiados, no hay observación posible. Si bien esta aceptación caracteriza el principio del trabajo de campo, también es algo que se cultiva constantemente a lo largo del tiempo. Luego, vimos que la confluencia entre el investigador-observador y el sujeto observado es un encuentro de subjetividades donde las sensibili­ dades en juego sirven de prisma al entendimiento de las situaciones. Las observaciones se consignan en el diario de campo, el cual sirve de exutorio y de registro de las realidades sociales. Por último, abordé la cuestión del compromiso con los sujetos estudiados y la importancia de encontrar la justa distancia entre la observación y la participación: por estas dos ventanas afloró la reflexión sobre un escollo a evitar, como es el etnocentrismo. En la tercera parte regresé a las realidades vividas por los jóvenes patambeños. Primero contemplamos que la juventud es un proceso, más o menos largo, que se extiende desde los 15 años hasta el matrimonio. Entre estos dos momentos los jóvenes siguen es­ tudiando, empiezan a trabajar o se quedan en casa (las chicas exclusiva38 Eso lo comprobé en otras sesiones de observación participante.

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mente). Luego, en el paisaje de Patamban destacan los jóvenes que forman un grupo que contrasta con las otras generaciones y es fácilmente identificable tanto por su apariencia como por la manera de ocupar los espacios públicos. Dentro del grupo, se distinguen varias pandillas de jóvenes cuya influencia disminuyó en los últimos años; “los muchachos que encabezaban las pandillas en 2005 ya se casaron […] Y además ya no van a Estados Unidos”, me dijo un informante en 2012. Finalmente, regresamos a las relaciones de género dibujadas en el estudio del baile de la primera parte: si bien hoy en día sigue habiendo una división genérica fuerte en la vida cotidiana de los jóvenes, se vislumbra el deseo —sobre todo por parte de las muchachas— de derrumbar las desigualdades de género. También se nota una juventud animada por nuevos hábitos y un estilo de vida compuesto por numerosos signos de modernidad. “¿Qué es lo máximo para un joven hoy en día? ¿Y para una joven?”, pregunté a un grupo de jóvenes, en una visita en 2012. Las respuestas fueron las siguientes: “Lo máximo para nosotros [contestaron los muchachos] es tener dinero, traer un buen carro, andar bien vestido, tener buenos tenis [riéndose] porque así las mujeres nos hablan y nos pelan […] Si no tenemos carro, ni dinero, ni nada pues no quieren andar con nosotros […] Simplemente se ve […] Un muchacho que acaba de llegar de Estados Unidos tiene el pegue con las mujeres, ufff”. “Lo máximo para mí [contestó una muchacha solamente y las otras dos asintie-

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ron con la cabeza] es tener un marido que me respete, que no me mande, que me dé mis libertades, que no se emborrache, que sea responsable, pues, que no se gaste todo […]”. Me parece que “la ‘juventud patambeña’ es todas estas palabras”. Como se menciónó al inicio del artículo, el siglo xx vivió la multiplicación de las representaciones de la juventud. Éstas aparecieron sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial para Europa y Estados Unidos, y a finales de la década de 1960 con los movimientos estudiantes para América Latina (González Aguirre, 2005: 7). Muchas etiquetas han afluido para nombrar a estas juventudes en función de sus estilos indumentarios, sus ocios, sus territorios, su clase social, sus motivos de protesta, su grado de rebeldía. Como señaló Augé: “verdad es que los jóvenes no son todos jóvenes de la misma manera” (2002: 31), remitiéndose a los jóvenes de identidades múltiples, procedentes de las grandes urbes. Aunque Patamban sea un contexto rural po­ blado por pocos jóvenes,39 sí se observan diferentes maneras de vivir la juventud: entre los que han ido a Estados Unidos y los que siempre se han quedado en el pueblo, entre los hombres y las mujeres, entre los que defienden el honor de una pandilla y los que están fuera de esta dinámica, entre los que siguen la moda de los “cholos” y lo que no… Sin embargo, a diferencia de las grandes ciudades, donde uno deja de ser joven, por ejem39 Según el censo del inegi de 2010, hay 666 jóvenes con edades de 15 años a 24 años.

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plo, cuando logra su independencia económica, su autonomía personal o cuando constituye un hogar propio (González Aguirre, 2005: 9), en Patamban la juventud se desvanece a partir del casamiento. A través de “todas estas palabras” concentradas en el párrafo anterior, se nota que los mu­ chachos buscan tener éxito con las mujeres al ostentar bienes de consumo y que las muchachas se preocupan por encontrar un buen marido. En ambos casos, es el alma gemela a quien buscan los jóvenes patambeños. Por eso quise desempolvar el diario de campo y sacar a la luz este sabroso juego de interacciones… Por eso, tenía razón en cuidarme durante el baile… BIBLIOGRAFÍA

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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

Patricia Ravelo Blancas, Miradas etnológicas. Violencia sexual y de género en Ciudad Juárez, Chihuahua. Estructura, política, cultura y subjetividad, México, Conacyt/ ciesas / uam - i /University of Texas Press/ Eón, 2011. Célica Esther Cánovas Marmo GENERALIDADES

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l llanto, el dolor, la impotencia, la incertidumbre y la indignación han agravado la vulnerabilidad de las mujeres heridas debido a la violencia estructural en que viven la mayoría de estas madres y familiares, esto es: la pobreza, la discriminación, la desigualdad y la violación a sus derechos” (p. 38). Este párrafo sintetiza el propósito de abordar un tema complejo y álgido del México contemporáneo: las muertas y desaparecidas de Ciudad Juárez; así como también lo es recuperar la movilización de la sociedad civil que reclama el esclarecimiento de tal situación. Ambos constituyen los ejes centrales del libro de Patricia Ravelo Blancas, en el cual se da a conocer un proceso de investigación en la zona fronteriza de Ciudad Juárez, Chihuahua y El Paso,

Texas, en el periodo 2001-2006. La publicación forma parte de la serie “Diversidad sin violencia”, coeditada por el Conacyt, la uam-i, el ciesas y el Departamento de Estudios Chicanos de la Universidad de Texas en El Paso; respaldos institucionales que manifiestan la trascendencia de su contenido, el cual se estructura con una introducción, seis capítulos, reflexiones finales, referencias y un anexo estadístico. LA VIOLENCIA COMO REALIDAD CONTEXTUAL

La doctora Ravelo Blancas centra su atención en la violencia como una manifestación del sistema patriarcal que, en todas las épocas, ha justificado el ejercicio de poder de los hombres sobre las mujeres mediante la autoridad y el dominio masculino sobre el cuerpo, la sexualidad y la subjetividad femenina. De ese modo ellos han demostrado la fuerza, la virilidad, la agresividad y la hombría, que ha encontrado su contrapartida en la sujeción de ellas, dada la condición de “debilidad innata” con que se identifica a las mujeres (p. 22). Violencia masculina en la que coadyuva la vio179

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lencia estructural del neoliberalismo que, sometiendo toda actividad humana a la ley de la oferta y la demanda, “subordina con fines de lucro los espacios sociales, culturales y políticos” (p. 26). La autora, investigadora tenaz del feminicidio en la frontera norte de México, especialmente en Ciudad Juárez —cuya larga y triste historia ha ganado el reconocimiento mundial de hallarse inmersa en un contexto de violencia constante contra las mujeres—; aborda una situación extrema que la lleva a enfatizar que “No se conoce ningún lugar como Ciudad Juárez donde exista, de manera tan exacerbada, el vínculo entre asesinato misógino e impunidad, fenómeno conceptualizado como feminicidio, debido a que las mujeres han sido constantemente asesinadas desde hace más de una década, sin que el Estado haya resuelto mínimamente tal situación, tanto procurando e impartiendo justicia como aplicando políticas sociales que garanticen se­ guridad” (p. 22). Dicha realidad la han pretendido minimizar quienes intentan hacer creer que tales hechos se han magnificado debido a la búsqueda inquisitiva y crítica de las y los investigadores, así como de las y los denunciantes. Tal reacción se debe a que estas acciones emprendidas ponen en lugar incómodo a los grupos hegemó­ nicos, y en especial al Estado, cuya inoperancia ha dado lugar a que se le identifique coludido con el crimen organizado. La autora explica: Nuestro trabajo no pretendió estudiar las vidas de las mujeres asesina-

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das y desaparecidas, pues ya se ha hecho. Hay una vasta información, investigaciones, estadísticas […], los cuales nos ofrecieron elementos suficientes para entender los principales aspectos de la realidad en la que se produjeron estos asesinatos y desa­ pariciones […] nuestro interés fue explorar qué estaban haciendo las madres, familiares y grupos organizados para enfrentar la violencia, lo que implicó construir diversas estrategias metodológicas que integraran distintas fuentes y técnicas de investigación (p. 41).

En Ciudad Juárez la violencia ha llegado a cifras extremas, cambiando “el modo de vida de estas madres y [a sus] familias, provocándoles sentimientos de fuerza, dignidad, justicia y resistencia, y se han convertido en sujetos políticos capaces de pensar, cuestionar, actuar y transformar. Estos sentimientos están escindidos y forman parte de una estructura emocional común, por el dolor que las une” (p. 38). IDEAS SIGNIFICATIVAS DE LA OBRA

Los seis capítulos que estructuran el libro se originaron en distintos momentos, como productos de la investigación. El objetivo de compilarlos fue la inquietud de mostrar “una diver­ sidad de aspectos estructurales, políticos, socioculturales y subjetivos que hemos integrado en una propuesta dialógica de análisis, para entender esta dimensiones de la violencia sexual en la frontera de Ciudad Juárez / El Paso, Texas” (p. 20).

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Con esa intención, la Introducción enuncia los temas que se profundizan en los distintos capítulos: la violencia contra las mujeres en la historia; la sociedad civil como proceso construc­tivo; cómo construyen una subjeti­vidad violentada las mujeres heridas; los sen­ timientos de las madres, de mujeres asesinadas o desaparecidas; conside­ raciones metodológicas; la magnitud del problema, entre otros. También se se­ ñala que la investigación partió del supuesto de que la constante histórica que se observa en la vinculación sociedad civil/Es­tado es una relación contradictoria, ambivalente e incluso ambigua de conveniencia o perversidad que creemos se ha establecido a partir de los sistemas sexo/género, de la condición de ciudadanía, de los vínculos de poder político y económico, de los valores culturales y sociales, de las imbricaciones religiosas, del sentido de comunidad o colectividad interiorizado, así como de la eticidad o rectitud con la que se conduce la ciudadanía y sus representantes en todos los ámbitos de la vida pública, de la política, la cultura y la economía (p. 25).

En Ciudad Juárez dicha relación se manifiesta como conveniencia y/o perversidad, a la vez que se vincula con la impunidad; ésta como elemento estructural del sistema político, del modelo económico y cultural de la realidad actual, en salvaguarda de los intereses de grupos hegemónicos mexicanos. Resulta de interés cómo la autora enfatiza la redimensión aún inacabada

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del feminicidio, pues para ella el término ha pasado de ser un asunto policíaco del gobierno juarense a ser un asunto político y jurídico que ha permitido reconocer la violencia feminicida (p. 74). Sin embargo, dista de ser atendido plenamente en una legislación que establezca una política pública regularizada y aplicada conforme a la normatividad establecida como respuesta a las recomendaciones internacionales dirigidas al gobierno mexicano (p. 75). La investigadora evidencia el contexto social juarense describiendo su sentir: “La primera sensación que tuvimos cuando llegamos a Ciudad Juárez fue la de peligro. La mayoría de la gente que sabe, ha escuchado o tiene algo de información sobre los crímenes de mujeres en esta frontera lo percibe […] mucha gente la ha llamado “la ciudad de la muerte […]” (p. 86). Luego describe el lugar como una tierra fronteriza, de paso, de tráfico de armas, de culto que exalta la virilidad masculina y castiga la sexualidad femenina, de distribución y consumo de drogas, de empresas maquiladoras que, al igual que los capitales golondrinas, son aves que en cualquier momento se van y dejan a la gente sin ingresos mínimos para subsistir. Ciudad Juárez, lugar que “al fin y al cabo a nadie le importa la vida” (pp. 87-93). En ese contexto geográfico, económico y social la autora explica cómo el sistema patriarcal y los dispositivos socioculturales operan en el proceso de victimización, explicando que dichos “dispositivos socioculturales creados en los sistema sexo-genéricos, como señala Rubin (1986), permiten que las muje-

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res y los hombres asuman de manera naturalizada una construcción genérica basada en la violencia, el miedo, la opresión y la victimización […]. La sociedad dispone de imágenes que estructuran un ‘ser mujer’ y un ‘ser hombre’ en figuras estereotipadas, que tienden más a la victimización que a conformar una fuerza social transformadora” (p.121). La mentalidad fraguada por estos dispositivos culturales han promovido ideas generalizadas que explican los crímenes de mujeres, así como las manifestaciones de la violencia homicida: “Unas sostienen que son perpetrados por delincuentes comunes o por psicópatas; […] o son de autoría de un grupo criminal para desestabilizar el orden social y la tranquilidad en un lugar de frontera donde se ponen en juego intereses económicos y políticos; […] o por la descomposición social producto de las maquiladoras y el narcotráfico; […] o por el desplazamiento de la mano de obra masculina en un mercado donde tiene preferencia el contrato de mujeres […]” (p.136). Para saber qué de cierto podían tener dichas interpretaciones la doctora Ravelo Blancas y el equipo de investigadores que colaboró en la investigación se dieron a la tarea de revisar 213 notas periodísticas, cientos de reportes forenses, datos de la Fiscalía de Homicidios de Mujeres de la Procuraduría de Justicia del Estado de Chihuahua, información proporcionada por varias ong’s, entre otros muchos documentos, lo cual dio lugar a tipificar 32 hipótesis que “[…] implican toda gama de in­ tereses políticos y económicos que expresan una cultura discriminatoria y

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excluyente, [permitiendo] establecer que la violencia feminicida no [es] atendida como corresponde […]” (p.139). Los estudios evidenciaron que, ante la inoperancia de las autoridades, surgieron organizaciones no gubernamentales; algunas de ellas han entablado relaciones perversas con el Estado, con el fin de tener subvenciones. Sin embargo otras, junto con sectores amplios de la sociedad civil, asumen la lucha contra la violencia sexual y se manifiestan en acciones colectivas ciudadanas, así como a las acciones subjetivas de las mujeres heridas, quienes así transforman el dolor en acción. En el apartado de “Reflexiones finales” la autora expresa: “Los procesos de victimización que se viven en la frontera norte de nuestro país […] son constitutivos y constituyentes de una realidad donde elementos como la estructura, la cultura y la subjetividad de los sujetos están en constante movimiento. Las víctimas, los victimarios y la violencia forman parte de estos elementos inmersos en sistemas sexo-genéricos donde los dispositivos socioculturales […] configuran relaciones sociales, de clase y de género, las cuales transforman cotidianamente la sexualidad biológica en productos de la actividad humana [Rubin, 1986, p. 97]” (p. 243). Todo lo expuesto confluye en una exhortación de la autora que, recuperando una propuesta de Marcela Lagarde, enfatiza la necesidad de “pensar en un proyecto feminista de autonomía de las mujeres y hombres como alternativa para alcanzar la democracia de género, la participación ética y la justicia social” (p. 246).

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El resto del libro, cuyo valioso contenido sirve para seguir conociendo un fenómeno social cuestionable para aquellas personas humanamente sensibles, puede responder las interrogantes de otros lectores. Raquel Ramos Padilla, Los irredentos parias. Los yaquis, Madero y Pino Suárez en las elecciones de Yucatán, 1911, México, inah (Historia, Serie Logos), 2011. Miguel Olmos Aguilera

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l libro Los irredentos parias. Los Yaquis, Madero y Pino Suárez en las elecciones de Yucatán, 1911, de Raquel Padilla, representa un invaluable avance en la historiografía del exilio yaqui, además de una síntesis excepcional de diversos aspectos sobre el destierro al que fueron sometidos los indígenas yoremes, en la península de Yucatán a finales de la primera década del siglo xx. Este libro otorga al lector información especializada que, eventualmente y de manera muy general, se cuenta en las comunidades indígenas yaquis y que pocas veces hemos constatado con las fuentes escritas y archivos locales de la revolución, tal como lo realizó con cuidado y esmero Raquel Padilla. Gracias a este esfuerzo de investigación, a través de este libro podemos tener información no solamente de las experiencias trágicas del recorrido cultural de los yaquis en Yucatán, sino de la mentalidad de los propios yucatecos de esa época, quienes a través de sus escritos expresan una serie de sentimientos de alteridad provocados por la

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llegada de “los otros”, la gente distinta, la gente extraña. Este libro tiene varios aciertos: por un lado ofrece pormenores de los su­ frimientos y padecimientos de los in­ dígenas yaquis a todo lo largo de su recorrido cultural, en el exilio contextualizado en su cultura guerrera. Por otro lado analiza, con ayuda de la li­ teratura de la época, el papel que lo indígenas yoremes tuvieron en la revolución y al interior de las fuerzas políticas gestadas en el estado de Yucatán. Como bien se señala en el prólogo, este libro está prácticamente plan­ teado en dos secciones; por una parte la historia yaqui del destierro; y por la otra la Revolución mexicana en el estado de Yucatán, donde vivió la población yoreme-yaqui durante varios años. El libro es producto de una minuciosa investigación, y se ilustra con decenas de citas de revistas y periódicos yucatecos, así como de valiosos e impresionantes testimonios de algunos de los descendientes de los yoremes que permanecieron en Yucatán. Tal es el caso de Petronila Cuculai, citada en el epígrafe al inicio de libro diciendo: “ya estoy vieja, pobre y cansada, y no puedo ir a Sonora, […] les dices que solo vivo yo y mi sobrina Esperanza [...] les dices que mi mamá murió… […]” (p. 29). El libro posee al menos tres ejes principales no explícitos; el primero, el sufrimiento y los pesares del destierro; el segundo, los abusos de poder que padecieron los yaquis en el exilio; y el tercero, y final, la corrupción de las fuerzas políticas mexicanas “revolucio-

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narias” teniendo como escenario el estado de Yucatán. Un aspecto nodal implícito en este trabajo es el fuerte racismo, que era, y sigue siendo, un fenómeno generalizado en todo el país. En este trabajo la autora nos da múltiples elementos para reflexionar la exclusión y marginalidad que padecieron desde ese entonces los yaquis debido a su condición indígena; situación que se vio agravada por vivir en el destierro. En este escenario, y siendo valorados como esclavos, los yoremes-yaquis, narra la autora, fueron utilizados como cone­ jillos de indias: “en múltiples ocasiones los sonorenses sirvieron como cone­ jillos de indias para estudios de caso en la Escuela de Medicina del Estado” (pp. 46-47). En la primera parte Raquel Padilla abunda sobre la restitución social y cultural en la haciendas yucatecas, donde coexistieron individuos de diversas culturas —cubanos, chinos, coreanos, huastecos y mayas— quienes, al igual que los yaquis, colaboraban en los trabajos de las haciendas hene­ queneras, cohabitando efectivamente diferentes lenguas, y variantes lingüísticas del español. En el libro aparecen gran cantidad de datos etnográficos, en particular del periodo que va de 1907 a 1911, años en que los yaquis estuvieron en tierras yucatecas. De acuerdo con la autora, la situación social y política de las haciendas, pese a tener un sistema inicialmente de tipo esclavista, se trata de un sistema paternalista donde el patrón o hacendado se interesaba también en la supervivencia de sus trabajadores,

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aprende la lengua de éstos y se hace participe del parentesco espiritual yoreme-yaqui. Así, de la misma manera como la autora nos da algunos indicios de la organización social de las haciendas, también nos habla de la salud y de las condiciones sanitarias, médicas y genéticas que predispusieron a la población yaqui a contraer la fiebre amarilla por encima de otros grupos indígenas autóctonos como los mayas, quienes ya habían desarrollado cierta inmunidad a la enfermedad. Asimismo, nos muestra gran cantidad de información sobre las muertes infantiles y el suicidio indígena; desde los datos duros de las estadísticas de la época hasta las re­ ferencias literarias, míticas e imagi­ narias sobre el estoico espíritu de los indígenas yoremes. En el texto se insiste, y no sin razón, en los padecimientos y sufrimientos infantiles, así como en la representación de la población yaqui en la prensa yucateca, y en particular sobre la población infantil, victima directa de las vejaciones a la población indígena. La cita de Ricardo Flores Magón sobre el sacrificio del niño yaqui, después de que su madre le canta una canción de cuna, ejemplifica dramáticamente la re­ presentación que se tenía de la forta­ leza espiritual yoreme de cara a la cultura mestiza en esa etapa histórica del pueblo yaqui. Un aspecto que llama la atención es la posición de la autora sobre la identidad negociada de los yaquis, quienes en un primer momento no realizan reivindicación alguna de su identidad, sino que una vez instalados desarro-

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llan una cultura ritual a la usanza de los cahitas, con la puesta en escena de las danzas de pascola y venado; co­ mo lo hicieron a finales del siglo xix en Santa Rosalía, Baja California Sur. En ese lugar, a la distancia y trabajando como jornaleros, pescadores de perlas u obreros, los yaquis llevaron a cabo su vida ritual con músicas y danzas autóctonas, fortaleciendo su identidad mediante el uso de la misma parafernalia ritual que se observa en fiestas y ceremonias regionales hasta nuestros días. Por otra parte, se debe destacar que en el libro aparecen denominaciones externas como yaqui o “sonorense”, que los mestizos adjudicamos a los yoreme según el contexto de referencia, y que poco tienen que ver con su sentimiento de identidad. Esto pasaría inadvertido sino fuera por la insistencia en designar a la población yoreme como “sonorense”. Dicha denominación tiene un sentido particular en la literatura de la época, sobre todo si se escribe desde el estado de Yucatán, y que la autora misma lo registra en algunas revistas locales. Sin embargo, si es objetivo de este libro reivindicar la cultura indígena, la denominación sonorense en este contexto no posee un sentido totalmente neutro; si tal fuera el caso, podríamos adjudicar denominaciones que identifiquen generalidades como indígenas norteños (vistos desde el centro del país), mexicanos (vistos desde otro país), o como indios americanos (vistos desde Europa u otra parte del mundo), conceptos con los que los yoremes tampoco sentirían gran identificación. En otras palabras, si se trata de un esfuer-

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zo de reivindicación étnica, sería congruente llamarlos yaquis o yoremes, por encima de “sonorenses”, ya que dicha identificación no alude en ningún momento a su identidad étnica, y es una denominación con la que los yoremes yaquis contemporáneos tampoco sienten gran afección, salvo que sea utilizada como referente geográfico. La identidad étnica interna se encuentra por encima las denominaciones estatales, regionales o nacionales. Ahora bien, tal como señala Raquel Padilla, la sierra del bacatebe ha representado un lugar estratégico en la memoria y el imaginario guerrero del pueblo yoreme-yaqui. En esa región montañosa no sólo se llevaron a cabo cruentas batallas y gestas heroicas de líderes y ancestros yaquis, sino que para los yoremes es importante dar a conocer estas hazañas a los yoris, como ejemplo de su resistencia identitaria. En múltiples ocasiones la gente de las comunidades se esfuerza por contar los hechos históricos de dichas batallas, contra el gobierno mexicano (ubicación de cuarteles, batallas, y la belicosa capacidad de sus líderes). Siendo la guerra un tema que generalmente el yoreme señala con singular orgullo étnico al yori fuereño. No así los aspectos religiosos y cosmogónicos de su cultura, que por ser parte integral de su identidad étnica representan para la población yoreme un conflicto que no por fuerza debe ser revelado al mestizo. En la segunda parte del libro la autora ilustra con lujo de detalles la forma en que paulatinamente el espíritu guerrero de los yaquis los llevó a reve-

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larse en contra de algunas haciendas, que durante todo el porfiriato explotaron la mano de obra indígena; y ya bien entrada la revolución maderis­ ta muchos de los indígenas yaquis fueron plegados con grupos políticos que se pe­leaban apasionadamente el poder, como es el caso de Pino Suárez en las elecciones yucatecas de 1911. En su crónica destaca la participación de Pérez Ponce, mestizo que tuvo varias funciones en las revueltas y movimientos de liberación indígena. Según narra la autora, este personaje lideró a los indígenas yaquis en la lucha por sus derechos, pero también utilizó a los mismos para tener una posición influyente durante la revolución. Por otro lado, los yaquis fueron ampliamente manipulados por el entonces gobierno yucateco como represores de las revueltas en diversos conatos de violencia. Así, aun cuando los indígenas yoremes tuvieron una historia de reacción ante el opresor, ellos mismos par­ ticiparon en las milicias de la nueva clase política emergente en el estado de Yucatán hasta el mismo momento de su traslado hacia el norte; de acuerdo con la autora, dicha liberación se negoció como prebenda al apoyo de los proyectos políticos de los revolucionarios yucatecos. Constatamos que las corruptelas electorales han involucrado, desde entonces, a la población indígena de manera indirecta, siendo una práctica muy común del Estado mexicano. Raquel Padilla nos muestra cómo la historia de la compra y manipulación del voto son prácticas bien instaladas en México por lo menos desde los inicios

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de la Revolución mexicana en 1911. Por esta razón, no es raro que dichas costumbres corruptas sigan prosperando hasta nuestros días. Finalmente quisiera convidar a leer Los irredentos parias, libro que narra apasionadamente los procesos culturales y políticos del entonces gobierno mexicano, y su degradación moral que le llevó a un proceso revolucionario donde la población yoreme-yaqui fue atacada por varios flancos tanto en Sonora como Yucatán, mientras el grupo mestizo en el poder consolidaba un Estado nacional que pasaba por encima de múltiples injusticias hacia los pueblos indígenas. Carlos López Beltrán (coord.), Genes (&) mestizos. Genética y raza en la biomedicina mexicana, México, unam/Ficticia (Biblioteca del ensayo contemporáneo), 2011. Mechthild Rutsch

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ace algún tiempo leí los ensayos de este libro y me convencí de que su publicación era apremiante. Tal vez a otras personas les pasaría como a mí: nos enteramos del anuncio y los extensos reportes en la prensa sobre el propósito científico de encontrar y definir el “genoma mexicano” o “genoma mestizo”, las promesas y expectativas relacionadas con la creación del Inmegen (Instituto Nacional de Medicina Genómica) el 14 de julio de 2004, y la promesa presidencial de que esta nueva institución trataba de ser “un pilar más en el proceso de democratización de la salud en México” (comunicado presidencial de esa misma

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fecha). Pese a ello, en virtud del alud de otras ocupaciones, no reparamos en su significado y análisis. Sin embargo, desde entonces se anidó un signo de interrogación en nuestras mentes, to­ davía más intenso por el anuncio del Inmegen —unos años más tarde— acerca del descubrimiento de dos genes que codifican la obesidad de los mexicanos (La Jornada, 14 de julio 2008). En aquel entonces tal vez llegamos a sospechar de este razonamiento genético sobre procesos sociales más complejos, esto es, los procesos de salud o enfermedad de una población. Al leer el libro, la interrogación se convirtió en un signo de exclamación, audible y prolongado, y por fin hallé algunos caminos de explicación de tan “fausto” acontecimiento nacional de hace pocos años. Entonces me pude formular varias preguntas, entre ellas la que subyace al ensayo de López Beltrán y Francisco Vergara: “¿por qué la retórica identitaria del mestizaje vinculada al proyecto del Inmegen amortiguó o anuló del todo el debate público en torno a la racialización de la investigación genómica o la nacionalización de un objeto teórico de investigación?” La obra reúne un conjunto de trabajos que me ayudaron a comprender el porqué y cómo de un término decimonónico aparecido —de pronto y de nuevo— en el centro de la atención biomédica durante el sexenio foxista: el mestizo, al que Justo Sierra describía hace más de un siglo como la fusión de las dos razas, la indígena y la española, como el sujeto político de México. Pero hoy día, y en la lectura de esta obra, nos enteramos que la obsesión por definir

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el “origen del problema” no ha declinado. Esto es, la vocación decimonónica por asumir la diversidad y la dife­ rencia como un “problema” que debe superarse. De igual modo, en una variante algo distinta: el “problema” preten­de en la actualidad resolverse mediante la biomedicina, la búsque­ da por los marcadores genéticos de los mexicanos. Lo que en aquel entonces se veía como solución política —el mestizo— se naturaliza de nueva cuenta, so pretexto de la “soberanía genómica”. Con este término, los protagonistas de la creación del Inmegen piensan la fusión perfecta entre legitimación política y naturalidad genética. Los diversos trabajos del volumen analizan, historizan y conceptualizan la medicina genómica nacional y, más aún, las implicaciones de sus supuestos y los discursos raciales, racializados y racistas vinculados con el proyecto del genoma del mexicano. Creo que esta obra puede contarse entre lo mejor que se ha producido en la historia recien­ te de la ciencia biomédica y de salud. Esta vez, al tener ya el libro entre mis manos, me pareció además una edición cuidada con un diseño muy logrado; en realidad, es de los libros cuyos índices y textos son fácilmente legibles, impresos con una tipografía que mi vista cansada —y tal vez la de otros— mucho agradece. Asimismo, pensé que se trata de una muestra más de lo que puede lograrse con el trabajo interdisciplinario e interinstitucional que nunca perdió lo que, a mi manera de ver y además de la solidez del análisis, es fundamental para que una obra perdure: su filo

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crítico que permite entonces formular nuevas preguntas que nos lleven más allá de la inmediatez del momento. Felicito pues a los autores y a su coordinador. Desde la introducción de Carlos López Beltrán nos enteramos de la his­ toria social y política que significó la creación del Instituto Nacional de Medicina Genómica y las redes e intereses científicos que llevaron a la modificación de la Ley de Institutos Nacionales de Salud en 2004. López Beltrán también logra ofrecernos el contexto interna­ cional con el sonado proyecto del ge­ noma humano, los pretendidos vínculos mexicanos con dicho proyecto y la le­ gitimación y prestigio que le otorga. La introducción ubica al lector ante las siguientes reflexiones de la obra en torno de la genomización del mestizo mexicano, sus filos históricos, socioeconómicos y su institucionalización en el Inmegen. Arroja luces sobre las estructuras sociales, científicas y los nunca ausentes intereses económicos que le dieron vida. Sorprende —como escribe— que en este proceso “la paradoja evidente de “nacionalizar” la genética no pareció problemático”. Tanto más cuando esto sucedió “justo en un periodo en el que los críticos culturales (historiadores, antropólogos, filósofos, etc.) estaban deconstruyendo inclementemente la noción identitaria y biológica del mestizo mexicano”. Gran parte de los ensayos del libro se dedican a desmenuzar justamente esta paradoja y “el lenguaje racializado en la referencia al mestizo mexicano”. La primera sección de la obra se dedica al periodo posrevolucionario del

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siglo xx. En él y en su ensayo sobre la mestizofilia mexicana, Marta Saade describe la historia del “deber ser biológico de la raza mexicana” durante gran parte del siglo xx: la ideología porfirista del mestizo fue transformada durante tiempos posrevolucionarios en eugenismo e indigenismo, los “dos instrumentos para la definición científica del sujeto medio de la nación”. Entre los ideólogos eugenistas posrevolucionarios me encontré con viejos conocidos como Manuel Gamio, a quien, entre otros personajes, se debe la creación del registro nacional de extranjeros. La noción de “raza mexicana” nunca se perdió, ya que ésta fue parte sustantiva de los discursos eugenistas, como analiza la autora: “el estado-nación aquí fue paradójicamente definido en términos del determinismo biológico homogeneizante”. El análisis de Edna Suárez Díaz y Ana Barahona Echeverría, que cierra esta sección histórica, se concentra en el periodo de la posguerra en el que la inversión filantrópica en la investi­ gación biomédica básica fue sustituida por la inversión estatal, en los planos internacional y nacional. La sangre —resaltan las autoras— es un elemento de alto valor simbólico, pero disponible en el desarrollo de nuevas técnicas entre los años de 1940 a 1960 para el estudio de poblaciones humanas, que en México tradicionalmente se han divi­ dido en amerindios, blancos y mestizos, además de poblaciones negroides marginales. Al respecto, acotan López Beltrán y Francisco Vergara, “La paradoja siempre fue que en la ideología mes­ tizófila, los ingredientes valorativos raciales funcionaron ocultando el ra-

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cismo de cepa europeo que favorecía la tez blanca y reforzaba una jerarquía básica con el mestizo claro en la cima, al oscuro más abajo y en el sótano al indio” Suárez y Barahona aclaran que en muchas ocasiones el acceso a las muestras de sangre de grupos raciales así definidos fue hecho posible por antropólogos sociales y los centros coordinadores del indigenismo oficial. Sin embargo, advierten, si bien los supuestos de clasificación racial de estas investigaciones fueron las mismas, sus fines no fueron eugénicos sino dirigidos a la extensión y a programas de salud en las comunidades rurales. No obstante, la recolecta de las muestras sanguíneas para el proyecto del genoma mexicano del Inmegen también se basaron en esta clasificación. Y como dicen Vergara y López Beltrán en su ensayo sobre la creación del Inmegen y su proyecto estelar, es decir, la variabilidad genómica de la población mexicana, no es frecuente que los estudios genéticos de población se basen en categorías y clasificaciones raciales. Por ello, argumentan, es válido preguntarse por qué y cómo lo hacen. “¿Cómo ceñir en el nivel molecular la confusión ideológica y conceptual que es el mestizo mexicano?” cuando, a su vez, “la noción de mestizo [...] establece las fronteras de la inclusión y exclusión en el cuerpo social mexicano”. “Estas complicaciones —escriben— no parecen haber tenido la menor cabida en los grupos de médicos ocupados en la planificación de la investigación del Inmegen, que todo el tiempo confiaron en la simplista versión de libro de texto del

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mestizo para enmarcar su proyecto del genoma mestizo”. El trabajo de Vivette García, basado en sus entrevistas con la jefa del Laboratorio de Genómica Poblacional del Inmegen, muestra a qué tipos de con­ fusión conceptual puede llevar esta versión simplista de definición del mestizo y las consecuentes debilidades teóricas y prácticas para definir los límites de lo que es “mestizo” en las muestras sanguíneas. La autora ofrece pruebas de la oscilación entre una definición discreta y otra continua. A su vez, tales ambigüedades son evidenciadas también por el estudio comparativo de de­ finición de categorías raciales en diversos países latinoamericanos y europeos en el ensayo de Carlos Galindo, quien encuentra que “no existen definiciones ni clasificaciones raciales universalmente aceptadas.” En Mé­ xico, no existe ninguna clasificación oficial sobre grupos raciales o mestizos. Por ello, el autor aconseja mucha precaución ante las nuevas propuestas de racializar al mestizo y otros grupos, como los afromexicanos por ejemplo. La precaución y la crítica son también factores que aparecen en el ar­ tículo de Rasmus Gronfeld Winther, quien analiza los métodos matemáticos probabilísticos que habitualmente se emplean en estudios de genética de poblaciones, el de los conglomerados y el de la partición de la diversidad. Su autor muestra con destreza y precisión que en su empleo, si bien es un asunto teóricamente muy válido, “tanto los resultados como los insumos de los modelos están sujetos a interpretación, carga teórica y sesgos”. En este senti-

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do, aporta un recuento muy fundado y original que permite un tipo de reflexión poco común sobre metodologías aparentemente tan “neutrales” u “objetivos” como las estadísticas. No es este lugar para una reseña de todos los trabajos contenidos en el volumen. Sin embargo, espero que los lectores puedan participar de los esfuerzos críticos ofrecidos en ellos para el presente y el futuro de la ciencia en

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Reseñas

México, y de una realidad social que debe sacudirse viejos mitos y discri­ minaciones. Ésta no es tarea fácil y, desde luego, como muestran los asesinatos neonazis durante los últimos diez años en Alemania, el racismo sigue vivo con toda su irracional violencia. Y creo que este libro nos hace pensar más y mejor en sus múltiples presupuestos y consecuencias.

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POLÍTICA EDITORIAL EXCELENCIA Y ORIGINALIDAD

Nueva Antropología ha sido aceptada en el Índice de Revistas Mexicanas de Investigación Científica y Tecnológica del Conacyt, por lo que los trabajos publicados tienen un peso curricular significativo. Es una revista que recibe con gran interés las colaboraciones de investigadores en ciencias sociales, tanto nacionales como extranjeros. COMPROMISO

Los trabajos deben ser originales en español, de preferencia resultado de investigación teórica o empírica y abordar temas de ciencias sociales y en particular de antropología. El autor(a) debe comprometerse con la revista Nueva Antropología a no someter simultáneamente su artículo a la consideración de otras publicaciones en español. DICTAMEN

Todos los trabajos serán revisados por dos dictaminadores anónimos y evaluados por el Consejo Editorial. Los autores conocerán el resultado del arbitraje por la vía más rápida. PROYECTOS TEMÁTICOS

La revista también acepta proyectos para números temáticos. La propuesta deberá contener un texto relativo al tema del proyecto de 500 palabras aproximadamente y un listado de los artículos con los datos de los autores, así como un resumen de cien palabras de cada artículo. Los proyectos serán evaluados por el Consejo Editorial. OTROS MATERIALES PUBLICABLES

Son bienvenidos los documentos, las reseñas bibliográficas, los comentarios de reuniones académicas, los programas de congresos, cursos o seminarios. Y con mucho gusto se hará un anuncio en la sección “Novedades editoriales” de la portada de los libros que se reciban para tal fin. ENVÍO DE MATERIALES

Los textos y otros materiales para publicación deberán ser enviados a: [email protected] [email protected] Facebook: REVISTA NUEVA ANTROPOLOGÍA Silvia Gómez Tagle, directora Celia Tapia, Ana Teresa Peña, secretarias

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NORMAS EDITORIALES ENVÍO DE ARTÍCULOS O RESEÑAS

Para iniciar el proceso de dictamen los artículos deberán satisfacer las siguientes normas editoriales de la revista: a) ORIGINALES

Entregar versión electrónica en Word. No se devolverán los originales en ningún caso. b) EXTENSIÓN

Los artículos deberán tener entre 25 y 30 cuartillas. Las reseñas tendrán como máximo 5 cuartillas (una cuartilla tiene aproximadamente 1 800 golpes, 30 cuartillas son 65 mil golpes, letras y espacios). c) RESUMEN Y ABSTRACT

En una hoja aparte se presentará un resumen de cien palabras del contenido del ar­ tículo, en español y otro en inglés. También se definirán cuatro “palabras clave” en ambos idiomas. d) IDENTIFICACIÓN DEL AUTOR

Se anexarán los datos completos del autor o los autores, del domicilio y de la institución donde labora o estudia. e) REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Las citas se harán con el sistema Harvard (abajo se dan ejemplos) y la bibliografía se incluye al final del texto, en orden alfabético y cronológico. f) RESEÑAS

No se someten a dictamen, la dirección informará al autor en caso de ser aceptado el texto. PARA SER ACEPTADOS

El autor(a) deberá entregar una versión definitiva con las siguientes condiciones: a) ACEPTACIÓN

El autor deberá revisar el artículo, tomando en cuenta las recomendaciones del dic­ ta­men, y entregar la versión definitiva. También en los casos de dictamen positivo el autor deberá revisar su texto (como precaución) antes de entregar la versión de­ finitiva. b) FORMATO

El artículo se entregará en medio magnético a doble espacio, no más de 30 cuartillas, en CD o correo electrónico y en Word para Windows. c) REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Las citas y referencias bibliográficas deben ceñirse al modelo de la revista que se muestra a continuación.

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d) TÍTULOS

Se pide que sean breves y hagan referencia al contenido del texto. NORMAS PARA CITAS “MODELO HARVARD” e) CITAS EN EL TEXTO

El apellido del autor y el año de publicación de la obra, dos puntos, las páginas correspondientes: … en sus aspectos teóricos y metodológicos (Giddens, 1995: 143-152). o bien: …en estos aspectos seguimos a Giddens (1995: 143-152) BIBLIOGRAFÍA AL FINAL DEL TEXTO

Se dispondrá en orden alfabético por apellido del autor, editor o coordinador del libro o artículo. CITA DE LIBRO

Autor (APELLIDO, Nombre), (año de edición), Título de la obra, número de edición, Lugar, Editorial, número de la página o de las páginas citadas. Ejemplo: GIDDENS, Anthony (1995), La constitución de la sociedad: bases para la teoría de la estructuración, Buenos Aires, Amorrortu. CITA DE ARTÍCULO EN LIBRO

Autor (APELLIDO, Nombre) (año de edición), “Título del artículo”, editor o coordinador del libro, Título de la obra, Lugar, Editorial, número de páginas del artículo o páginas citadas. Ejemplo: ZEPEDA PATTERSON, Jorge (1989), “Limites et possibilités de l’identité territoriale au Mexique”, en J. REVEL-MOUROZ (coord.), Pouvoir local, régionalismes, décentralisation: enjeux territoriaux et territorialité en Amérique Latine, París, iHEAL, pp. 95-104. CITA DE ARTÍCULO EN REVISTA

Autor (APELLIDO, Nombre) (año de edición), “Título del artículo”, Nombre de la Revista, volumen, número, periodo que comprende el número, país, número de páginas del artículo o páginas citadas. Ejemplo: STAVENHAGEN, Rodolfo (1992), “La cuestión étnica. Algunos problemas teórico-metodológicos”, Estudios Sociológicos, vol. X, núm. 28, enero-abril, México, pp. 37-56. CITA DE DOCUMENTOS EN O EN INTERNET

Autor (APELLIDO, Nombre), año de elaboración del mismo entre paréntesis, Nombre del documento, Dirección electrónica o URL (Universal Resource Location). Fecha de última consulta. Todo irá separado por comas.

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Ejemplo: García, Marta (1998), “Lista de estilos de vida”, URL: http://www.cop.es/listas/estilosvida.htm, última consulta diciembre de 2003. NOTAS A PIE DE PÁGINA

Es mejor evitarlas, pero si se llegan a usar para comentarios y se hace referencia a otros autores, se usará la notación tipo Harvard dentro del pie de página. ENTREVISTAS Y NOTAS DE CAMPO Las referencias a entrevistas y notas de campo deberán citarse a pie de página y no en la bibliografía.

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Novedades Editoriales

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