UNA HISTORIA DE LARGA DURACIÓN. LOS CAZADORES RECOLECTORES DEL SUR DE QUERÉTARO

June 8, 2017 | Autor: C. Viramontes Anz... | Categoría: Rock Art (Archaeology), Arte Rupestre, Cazadores recolectores, Hunters-gatherers
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Descripción

El Valle de San Juan del Río Un palimpsesto arqueológico

Juan Carlos Saint-Charles Zetina C o o r d i n a d o r

L i c . J os é Edu ard o Calz a da Rovi rosa G o be r n a dor C onsti tu ci onal del es tado de Q uerétaro

L ic . Jor g e Ló p e z P o r ti llo To s t a d o S e c r e t a r i o de Gobi e rno

L ic . Jul i o C é sa r P é r e z R a n g el O f i c i a l M ayor

L ic . Jua n A nto nio I sl a E s t r a d a Secretario Técnico del Consejo Editorial del Poder Ejecutivo

• D. R. © 2014

Director de la Dirección Estatal de Archivos del estado de Querétaro

Poder Ejecutivo del estado de Querétaro. 5 de Mayo y Pasteur s/n Col. Centro. C.P. 76000, Santiago de Querétaro, Qro. Dirección Estatal de Archivos.

• Dr. Augusto Isla Estrada

Coordinación Editorial

• Lic. Erika Real García

• D. R. © 2014

Corrección de estilo

ISBN: 978-607-7906-37-7 Impreso y hecho en México. 2014.

Diseño y formación

• M. en C. Jorge Marroquín Narváez

Juan Carlos Saint-Charles Zetina

4

O l i va R a m í r e z S e g u r a , M a h i n da M a r t í n e z

• Alejandro González Guerrero

y

Díaz

de

Salas

y

R u b é n P i n e da L ó p e z

I n t ro d u c c i ó n

9

El Valle de San J ua n d e l R í o Oliva Ramírez Segura, Mahinda Martínez y Díaz de Salas, Rubén Pineda López

U na

Carlos Viramontes Anzures

C os t u m b r e s funerarias entre los r e c o l e c t or e s c a z a d or e s d e l s e m i d e s i e rt o qu e r e ta n o . E l c a so d e M e s a d e A l m ag r e , C a d e r e y ta

23

Israel Lara Barajasy Fiorella Fenoglio Limón

h i s t or i a d e l a rg a d u r ac i ó n : los r e c o l e c t or e s c a z a d or e s d e l s u r d e Q u e r é ta ro

13

35

Ín

d i c e

Estudio pr e l i m i na r d e la iconografía d e los m u r a l e s d e E l R os a r i o , Q u e r é ta ro , México

La

f r ag m e n tac i ó n d e l po d e r : e l E p i c l á s i c o e n los va l l e s d e l s u r d e Q u e r é ta ro

Carlos Viramontes Anzures

Jesper Nielsen y Christophe Helmke

O l i va R a m í r e z S e g u r a , M a h i n da M a r t í n e z

durante el Epiclásico

Enah Montserrat Fonseca Ibarra

85

75 6

Ideas en piedra. L os p e t ro g r a b a d os

y

Díaz

de

Salas

y

R u b é n P i n e da L ó p e z

99

L os

i n i c i os d e l po b l a m i e n t o s e d e n ta r i o e n e l V a l l e d e S a n J ua n del Río

Juan Carlos SaintCharles Zetina

43

Un

ac e rc a m i e n t o i n t e rpr e tat i vo a las figurillas del C e rro d e l a C ru z

H i s t or i a s e n t r e t e j i da s e n e l V a l l e d e S a n J ua n del Río durante el Clásico

Elizabeth Hernández Sánchez

Fiorella Fenoglio Limón

53

59 Referencias

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Bibliografía general

151 S e p u lta r

pa r a r e c or da r : s ac r a l i z ac i ó n d e u n c e n t ro ceremonial a b a n d o na d o d e l P os t c l á s i c o

Juan Carlos SaintCharles Zetina, Fernando González Zozaya, Ximena Chávez y Laura Almendros López

S a n J ua n d e l R í o e n e l P os t c l á s i c o Tardío

T opo n i m i a y po b l ac i ó n i n d í g e na d e S a n J ua n d e l R í o e n e l s i g lo XVI

Rosa Brambila Paz

127

Juan Carlos SaintCharles Zetina, Fernando González Zozaya y Laura Almendros López

137

107 El

va l l e d e

S a n J ua n

del río

7

U na

historia de larga dura­c ión : los cazado ­r es recolectores del sur de Q uerétaro

Carlos Viramontes Anzures

L

a historia de las primeras sociedades humanas que llegaron a lo que actualmente es el Valle de San Juan del Río es una historia compartida con muchos otros grupos que

paulatinamente colonizaron el Centro Norte de México; es una historia de larga duración, pues inicia por lo menos siete mil años antes de nuestra era y llega a su fin a mediados del siglo XVIII; durante casi cinco mil años, estos grupos fueron dueños y señores del te­

rri­torio, por lo menos hasta la llegada de gente de filiación chupicuareña, alrededor del 500 aC. Conforme las sociedades sedentarias y agricultoras de corte mesoamericano co­lo­

nizaron lo que actualmente es el estado de Querétaro, los grupos de recolectores y caza­dores permanecieron en algunas zonas –particularmente en la región semidesértica–, y man­tu­ vieron diferentes formas de convivencia y enfrentamiento, de intercambio y de alianza con sus vecinos sedentarios, que se prolongaría hasta la llegada de los españoles. Fue en este pe­ riodo que se inició el proceso de resistencia al invasor, que culminaría hacia mediados del si­glo XVIII con una guerra a sangre y fuego contra los grupos autóctonos.

L os

pr i m e ros po b l a d or e s

Durante la primera mitad del siglo XX, la arqueología mexicana dedicó poco tiempo y esfuer­ zo al conocimiento científico de las sociedades de cazadores recolectores del norte, y no fue sino hasta fines de la década de 1950 cuando la arqueóloga norteamericana Cynthia Irwin Williams inició trabajos de exploración en el sur de Querétaro. Esta investigadora excavó en la Cueva de San Nicolás, ubicada en el Cerro de la Bola –municipio de Tequisquiapan–, aproximadamente a 10km al suroeste de la capital municipal. Según la autora, el poblamiento temprano del estado de Querétaro ya había iniciado alrededor del 7000 aC cuando grupos de cazadores recolectores se habrían adaptado a la paulatina desertización de la parte cen­ tral y norte del país; para demostrar su hipótesis, excavó no sólo la Cueva de San Nicolás sino también la Cueva del Tecolote, ubicada en las inmediaciones de Tulancingo, Hidalgo (Irwin-Williams, 1960). Éste fue el inicio de una arqueología más científica en el estado, que sentó las bases para que el complejo mosaico de las sociedades que vivieron en el sur de Querétaro fuera tomando forma de manera paulatina.

U na

h i s t or i a d e l a r g a d u r a ­c i ó n . . .

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El interés principal de Irwin Williams fue recabar información de la etapa que inició en el Holoceno hasta la precerámica y la transición a la cerámica, como antecedente histórico de las sociedades agricultoras estratificadas de Mesoamérica. Eligió la Cueva de San Nicolás y la Cueva del Tecolote en virtud de encontrarse relativamente próximas a las bien identi­ ficadas regiones culturales del Centro de México y los sitios arqueológicos cerámicos tem­ pranos; otro factor que influyó fue su ubicación entre la Cuenca de México y el estado de Tamaulipas, en donde poco antes había trabajado el arqueólogo norteamericano Richard MacNeish con un enfoque similar. Irwin Williams realizó el análisis morfológico de la lítica encontrada en San Nicolás y El Tecolote y comparó sus resultados con los reportados en otros sitios arqueológicos tempra­ nos del sureste de Estados Unidos, Tamaulipas, Puebla, Oaxaca y la Cuenca de México. En­ tre sus principales conclusiones, la investigadora asienta que, dados los paralelismos entre los materiales arqueológicos encontrados por ella y los reportados para la Cueva del Diablo (Tamaulipas) y Tehuacán (Puebla) por MacNeish y asociados, la secuencia lítica establecida en San Nicolás (Querétaro) y El Tecolote (Hidalgo) era representativa del tipo de secuencias que fueron el antecedente último de las “altas culturas” de la Cuenca de México.2 Cabe aclarar que esta investigadora apoyó sus resultados en fechamientos de Carbono 14. Por otro lado y, como resultado de los trabajos de prospección intensiva previos al sal­ vamento arqueológico en la zona de embalse de la Presa Hidroeléctrica de Zimapán, en un paraje conocido como Mesa de León, fueron identificados poco más de 60 sitios arqueoló­gi­cos –entre campamentos al aire libre, áreas de trabajo, yacimientos de materias primas y sitios de arte rupestre (figura 1). En este lugar se encontraron puntas de proyectil cuya morfología es equiparable a la reportada por diversos autores para sitios con temporalidades establecidas entre el 7000 y 1000 aC y ubicados en los estados de San Luis Potosí, Guanajuato, Hidalgo, Puebla y la Cuenca de México; entre los ejemplares identificados encontramos puntas tipo Coxcatlán, Hidalgo, Tilapa, El Riego, Pelona, La Mina y Tortugas, entre otras (Viramontes, 1990; 1993; 2000).3

En este sentido, en las regiones cercanas del estado de Hidalgo, han sido reportados algunos sitios de poblamiento temprano: al sur, en Meztitlán, se localizó un sitio denomina­ do como Oyapa, cuya lítica resulta similar a la encontrada tanto en San Nicolás como en Mesa de León, y está enmarcada dentro del complejo lítico del Altiplano Central y Tehua­cán; también se reportan puntas de proyectil más tempranas aún, como Clovis y Golondrina. En la misma entidad, pero en el Valle del Mezquital se han encontrado puntas tipo “cola de pes­ cado”.4 Las puntas de proyectil localizadas en la Mesa de León fueron analizadas mediante la com­ paración morfológica con los tipos descritos en un párrafo anterior. Sin embargo, la compara­ ción morfológica sólo permite obtener cronologías relativas sujetas a confirmación pos­terior; aun así, parece existir un sustrato antiguo común, una historia antigua compartida en una amplia región que incluye los estados de Querétaro, Guanajuato, Hidalgo y San Luis Po­tosí. En resumen, y como resultado de las investigaciones realizadas en las últimas dos dé­cadas,

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C a r l os V i r a m o n t e s A n z u r e s

Figura 1. Ubicación de la Cueva de San Nicolás (izquierda, abajo) y Mesa de León (derecha, arriba). Modificado de Google Earth 2012.

U na

h i s t or i a d e l a r g a d u r a ­c i ó n . . .

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parece claro que se confirma la hipótesis que Cynthia Irwin propusiera a fines de la década de 1950: el proceso de poblamiento en el sur de Querétaro se generalizó entre el 7000 y el 5000 aC; estos primeros pobladores se adaptaron a la paulatina desertización del centro y norte

de México, ocurrida desde finales del Pleistoceno y principios de Holoceno y se volvieron especialistas en la explotación de los ambientes semiáridos, así como en la ca­za de especies menores. Plenamente nómadas, vagaron por el territorio aprovechando la ve­getación propia de los ambientes semiáridos, como el mezquite, la yuca, las variadas espe­cies de cactos, etcé­ tera. Estos grupos desarrollaron una tecnología lítica basada en la transformación de dis­ tintos tipos de roca (obsidiana, cuarzo, silex, riolita, basalto, etcétera) en puntas de proyectil, raspadores, raederas, punzones, gubias, etcétera.

El

s u r g i m i e n t o d e so c i e d a d e s e s t r a t i f i c a d a s

y e l r e a c o m o d o t e rr i t or i a l

Entre el 500 aC y los primeros años de nuestra era, en los grupos de recolectores cazadores de Querétaro culminó el proceso que transformaría su ancestral forma de vida nómada en seminómada. Esto pudo ser consecuencia de la paulatina colonización del norte por parte de las sociedades mesoamericanas agricultoras y sedentarias que desde el Formativo ter­ minal ocuparon las márgenes de los ríos Lerma y San Juan. También la cada vez mayor es­ pecialización en la explotación del medio propició el paulatino paso del nomadismo a un seminomadismo estacional, basado en el aprovechamiento de diferentes nichos ecológi­ cos en función de la época del año. Esto trajo como consecuencia un cambio en la dieta, que dejó en un segundo plano a la cacería, privilegiando la recolección de frutos, semillas, tubérculos, e incluso insectos y otros animales pequeños. Los grupos de recolectores caza­ dores incorporaron a sus actividades el cultivo de ciertas plantas, aunque nunca superó en importancia a la recolección. En este sentido, para aprovechar mejor los recursos, fue fun­ damental apelar a un patrón seminomádico, pues en términos de la producción, la movi­ lidad es la mejor forma de responder a las necesidades básicas alimentarias de una sociedad que vive en un medio ambiente semidesértico. El patrón seminómada prevaleció hasta la llegada de los españoles. Para lo que hoy es el estado de Querétaro, las primeras sociedades agricultoras están identificadas hacia el 500 aC en las planicies de San Juan del Río; aunque se han detectado al­ gunos asentamientos de tradición Chupícuaro, el más representativo parece ser el Cerro de la Cruz, ubicado al oeste de la ciudad de San Juan del Río. En algunas partes del semidesier­ to de Querétaro (principalmente al sur) así como en Hidalgo y a lo largo del río San Juan, se han encontrado pequeños asentamientos del periodo Formativo representados por ma­te­riales arqueológicos reconocidos como parte de los complejos cerámicos de Cuicuilco Ticomán, además de vasijas relacionadas con la fase Morales del río Laja (Viramontes, 2000).

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C a r l os V i r a m o n t e s A n z u r e s

Trópico

Chalchihuites

de Cáncer

Huaxcama

La Quemada

Huasteca

Tollan

Tzintzuntzan

Tenochtitlan

Tarascos

Aztecas

100 millas

Límite de la zona árida Frontera 1000 d.c. Frontera 1500 d.c. Sitio arqueológico Capital histórica

Figura 2. Fluctuación de la frontera norte, según Pedro Armillas (1969:698).

U na

h i s t or i a d e l a r g a d u r a ­c i ó n . . .

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El poblamiento sedentario se dio preferentemente a lo largo de los cauces de los ríos, lo que permitió que en algunas regiones pervivieran grupos de recolectores y cazadores, entre­ verados y compartiendo territorio con las nacientes sociedades agricultoras; tal parecen in­ dicar diversos estudios realizados tanto en Guanajuato como en San Luis Potosí (Castañeda, et al, 1989; Rodríguez, 1985; Crespo, 1976). Durante el primer milenio de la era florecieron en el Centro Norte sociedades agrícolas y mineras de corte mesoamericano, en ocasiones en relación de convivencia con aquellos grupos que mantuvieron un patrón de subsistencia basado en la recolección y la caza. La colonización del Centro Norte de México habría iniciado durante el Clásico temprano con­ solidándose durante la hegemonía de Teotihuacan (figura 2).5

La

e ta pa c h i c h i m e c a

El clima propicio para la práctica agrícola en el Centro Norte llegaría a su fin al concluir el primer milenio, probablemente derivado de un drástico cambio en las condiciones cli­ máticas, que transformaron todo el norte de México en una región más seca y árida. Aun cuando no existe un acuerdo general en torno a la validez de la hipótesis que relaciona las variacio­nes climáticas con la colonización, primero, y el abandono posterior del Centro Norte, lo cier­to es que los pueblos agricultores iniciaron el abandono de la región entre el 1000 y el 1200 dC; es en esta época que principia un complejo proceso de migraciones hacia

el sur que culminarán con el despoblamiento de alrededor de 110,000km2 por parte de las so­ciedades sedentarias (figura 2). Los recolectores cazadores de la región no se mantuvieron al margen de los procesos so­ ciales que se desarrollaron a su alrededor. De hecho, lo más probable es que estos recolec­ tores y cazadores jugaron un papel importante y mantuvieron un contacto estrecho con sus vecinos sedentarios con quienes a lo largo del tiempo intercambiaron bienes e ideas; am­ bas sociedades incorporaron a su forma de vida elementos propios de cada una de ellas, en vir­tud del contacto continuo, en un proceso simbiótico que enriqueció a ambas (Crespo y Vi­ramontes, 1999). Por tanto, no estamos hablando aquí de recolectores cazadores “puros”, sino más bien de sociedades intermedias que mantenían un contacto continuo con sus veci­ nos mesoamericanos, en una relación dinámica en la que intercambiaban bienes e ideas; así también, seguramente las sociedades agricultoras integraron elementos propios de los reco­ lectores cazadores. Durante los últimos 500 años de la época prehispánica, el Centro Norte de México presen­ció la paulatina reocupación del territorio por parte de diversos grupos nómadas y seminóma­ das, conocidos genéricamente como chichimecas. Estos grupos poseían una estructu­ra so­cial compleja y jerarquía interna; se dividían en bandas, naciones y parcialidades, y eran ca­paces de establecer confederaciones en caso de amenaza bélica; entre los grupos chi­chi­mecas más representativos tenemos a los pames, jonaces, guamares, guachichiles, etcétera (figura 3).

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C a r l os V i r a m o n t e s A n z u r e s

Las primeras noticias que se tienen de estos grupos provienen de frailes, cronistas y mili­ tares españoles, como fray Bernardino de Sahagún (1979), Guillermo de Santa María (2003) o Francisco Ramos de Cárdenas (Acuña, 1987), quienes realizaron las primeras descrip­ ciones de los seminómadas que habitaron la región semidesértica de Querétaro y Guana­ juato (figura 4). De los grupos mencionados, el pame fue el que en esos momentos se encontraba más ex­ tendido, pues según Santa María, ocupaban una amplia región, en la que quedaba incluido el Valle de San Juan del Río: Su habitación o clima comienza de 20 grados de latitud, poco más a menos, que, por lo más cercano, es el río San Juan abajo. Comienzan en la provincia de Mechuacán, en pueblos sujetos a Acámbaro, que son San Agustín, y Santa María, y en Yrapundario, y aun llegan en términos de Ucareo, que es de esta otra parte del Río Grande, y de allí van a pueblos subjetos a Xilitepeque, que son Querétaro y El Tulimán San Pedro, por el río San Juan abajo, y tocan a Izmiquilpa, y pescadero de Mestzilán, y por aquellas serranías, hasta el fin de Pánuco, y vuelven por los pueblos de Parrón a Posinquía y a Sichú y a los Samúes, que son de la misma lengua, y Cuevas Pintadas, donde acaban. Es la gente para menos y menos dañosa de todas las chichimecas porque el más daño que han hecho ha sido en ganados de yeguas y vacas que han comido en la sabana de San Juan... (Santa María, 2003:206).6

De acuerdo con el propio Guillermo de Santa María, para el siglo XVI los pames se encon­ traban entreverados con los otomíes y tarascos; aunque no queda claro si ésta era la situa­ ción prevaleciente antes de la llegada de los españoles, sí parece indicar que se encontraban compartiendo frontera con ambas sociedades. Los pames fueron un grupo atípico en el complejo mosaico de sociedades chichimecas, dado que al parecer compartían algunos rasgos propios de los pueblos mesoamericanos, co­ mo ciertas festividades de siembra y cosecha; asimismo, pertenecían al mismo tronco lingüís­ tico que los otomíes (figura 5). A manera de hipótesis, Pedro Armillas sugirió que los pames tienen un trasfondo mesoamericano producto de un proceso de transculturación ocurrido alrededor del siglo XII: cuando tuvo lugar la migración de muchos grupos norteños hacia el centro de México, los pames habrían optado por reconvertir su forma de vida de seden­ tarios agricultores a recolectores cazadores. Por lo menos entre el siglo XII y el XVI, las sociedades de recolectores cazadores chichi­ mecas se enseñorearon del territorio norteño, y mantuvieron relaciones de diferente tipo entre ellas y con sus vecinos mesoamericanos del sur; de esta forma, la frontera norte no fue estática, sino que tuvo una serie de fluctuaciones derivadas de las formas de convivencia y/o enfrentamiento entre los distintos grupos. A la llegada de los españoles, la frontera en­tre chi­ chimecas y mesoamericanos se encontraba en las márgenes del río San Juan; los españo­les y sus aliados otomíes colonizaron poco a poco el territorio norteño, iniciando de esta for­ma, el principio del fin de las sociedades de recolectores cazadores de Querétaro, que habrían de resistir el asedio en algunos reductos de la Sierra Gorda, hasta mediados del siglo XVIII.

U na

h i s t or i a d e l a r g a d u r a ­c i ó n . . .

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R a ya d

La Laguna

N Ta uev ma o uli Leó pa ns-s no ur rte de de Te xa s

os

Zacateca Sur de Tamaulipas

M es oa

Guachichil Pame

m er ic a Límite de área

Límite de subárea

Límite de subdivisión

Extensión conocida de cerámica y construcciones Fuertes influencias mesoamericanas

Figura 3. La frontera norte de Mesoamérica y los territorios chichime­ cas en el siglo XVI, según Paul Kirchhoff (1943).

U na

h i s t or i a d e l a r g a d u r a ­c i ó n . . .

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Victoria

Río Dr. Mora

Vic tor ia

Peña Miller

San José Iturbide

x ra to x E

oT oli m án

o Rí



San Joaquín

Colón Cadereyta

Querétaro Ju San Río

San Juan del Río

Figura 4. Principales sitios arqueológicos con evidencias de la presencia de grupos re­ colectores cazadores en el sur de Querétaro (dibujo Carlos Viramontes Anzures).

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C a r l os V i r a m o n t e s A n z u r e s

an

Figura 5 (arriba). Pareja de recolectores cazadores chichimecas, de acuerdo con fray Bernardino de Sa­ hagún (códice Florentino, Libro Décimo, Folio 121r).

a

Figura 6 (A). Uno de los motivos más recurrentes en el arte rupestre de los recolectores cazadores fue la representación de la figura humana, gene­ ral­mente de forma esquemática y en disposición estática. Bajada de las Muñecas, Amealco (fotografía Carlos Viramontes Anzures). (B) Motivo antropomorfo con atributos femeninos. Peña Colorada, San Juan del Río (fotografía Carlos Viramontes Anzures).

b

U na

h i s t or i a d e l a r g a d u r a ­c i ó n . . .

30

Figura 7. Las improntas de manos suelen interpretarse como parte de rituales de paso, aunque caben otras po­ sibilidades; para poder apreciar mejor los detalles, esta imagen fue modificada con el software Imagej, plugin Dstretch, canal de color LRE. Bajada de las Muñecas, Amealco (fotografía Carlos Viramontes Anzures).

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Uno de los más singulares vestigios que atestiguan la presencia de los grupos de re­ colectores en el sur de Querétaro, lo encontramos en una gran cantidad de frentes y abrigos rocosos con pintura rupestre y, en menor medida, petrograbado; en ellos quedó plasmada una parte importante de su forma de pensar, sus sistemas de creencias, inquietudes y, en una palabra, su cosmovisión (Viramontes 2005a y b). El arte rupestre es un fenómeno universal que podemos encontrar en casi todas las anti­ guas sociedades del mundo, y suele asociarse con grupos de cazadores y recolectores; sin embargo, fue una práctica compartida tanto por sociedades nómadas y seminómadas como por sedentarias. En el caso de Querétaro, la mayor parte de los sitios de manifestaciones ru­ pestres están relacionados con las sociedades de recolectores cazadores que se enseñorearon de la región, aunque existen ejemplos significativos de sitios con arte rupestre vinculados a sociedades mesoamericanas del periodo Epiclásico (650-700 al 900 dC).7 En una gran cantidad de frentes y abrigos rocosos quedaron plasmadas las ideas funda­ mentales de diversos grupos humanos que poblaron nuestro país, particularmente su forma de entender el mundo y su lugar en él. Estos lugares eran considerados sagrados y se les asig­ naba un poder sobrenatural, además de ser el punto de contacto entre la realidad cotidiana y aquélla en que habitaban los ancestros, los muertos, las deidades o espíritus (figura 6). La práctica del arte rupestre pudo tener diversas motivaciones, entre otras, formar parte de rituales de paso, de iniciación, terapéuticos, de fertilidad animal, vegetal y humana, de pro­ piciación de la caza, etcétera; también se empleaba como marcador territorial, astronó­mico, de registros de acontecimientos históricos y cartográficos o bien como cierto tipo de escri­tu­ra pictográfica, marcas numéricas, marcas de identidad, entre otras posibilidades (fi­gura 7). Los grupos de recolectores cazadores de Querétaro apelaron más a la pintura rupestre que al petrograbado; los motivos más recurrentes fueron las representaciones de la figura humana, generalmente de manera esquemática y en disposición estática. También es común encontrar motivos que reflejan la variada fauna del entorno: venados, coyotes, serpientes, aves y una gran variedad de insectos. Otra característica de la pintura rupestre de la región es la abundancia de diseños geométricos: líneas en zigzag, círculos concéntricos, radiados, retículas. Por regla general, los motivos fueron elaborados en color rojo mediante la técnica del de­ lineado, aunque es posible encontrar diseños en negro y amarillo; no obstante, también los hay elaborados a la tinta plana y en composiciones policromas (figura 8). Durante la época Virreinal y el siglo XIX se continuó con esta práctica, lo que convierte al arte rupestre en una de las manifestaciones plásticas que más perduraron en el Centro Norte de México.

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C a r l os V i r a m o n t e s A n z u r e s

Figura 8. Los motivos abstractos aún encierran un elusivo significado. La Magdalena, San Juan del Río (fotografía Carlos Viramontes Anzures).

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h i s t or i a d e l a r g a d u r a ­c i ó n . . .

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