Una frontera entre Dos Mundos

August 3, 2017 | Autor: M. Alemano | Categoría: Frontier Studies, Colonial Latin American History, Borders and Frontiers, Frontier
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Descripción

[Alemano, María Eugenia, “Una frontera entre Dos Mundos. La frontera de Buenos Aires con los indígenas en el siglo XVIII”, conferencia pronunciada en las Jornadas “La pampa: su identidad”, San Antonio de Areco, 30 de agosto de 2014].

Prof. María Eugenia Alemano

Una frontera entre Dos Mundos La frontera de Buenos Aires con los indígenas en el siglo XVIII

Mapa N° 1. La frontera de Buenos Aires en 1779.

Fuente: Archivo General de Indias, MP-Buenos_Aires, 119.

Como señaló el historiador David Weber, Buenos Aires era la capital virreinal con la frontera indígena más cercana. La ocupación en su momento de mayor esplendor a distancias de entre de 125 y 160 kilómetros de la ciudad, con sus extremos en Chascomús en el sur, Luján y Monte en el oeste, y Pergamino y Rojas en el extremo noroeste. Era una frontera simbólica y geográficamente cercana a los centros de poder y a las comunidades urbanas y ello debe haber tenido indudables consecuencias en los imaginarios y las identidades regionales. Si a eso sumamos el continuo tránsito desde Tierra Adentro hacia la ciudad y viceversa, una ciudad que no se encontraba amurallada y sus límites se perdían difusos en el cordón de 1

quintas y chacras periurbanas, entenderemos por qué Buenos Aires puede ser definida como una “ciudad fronteriza”. ¿Cómo se constituyó esa frontera? Para entender por qué se consolidó esa frontera durante el siglo XVIII, tenemos que mirar al mismo tiempo al mundo indígena y al mundo colonial y atender 4 componentes: las migraciones, el comercio, el conflicto y la identidad.

Migraciones

Las fronteras constituyen tanto un polo de atracción para las migraciones como una válvula de escape social y política (renegados, condenados, fugitivos, desertores). En las fronteras tienden a predominar los factores de atracción de migraciones, tales como el acceso directo a los medios de producción y subsistencia (la tierra) o bien salarios más altos y mejores oportunidades de trabajo. Durante la segunda mitad del siglo XVIII, el estrecho “corredor porteño” experimentó un vertiginoso proceso de crecimiento demográfico producto del crecimiento vegetativo (porque era, ante todo, una población muy sana y que no sufría las crisis de subsistencia que caracterizaban a las economías agrícolas europeas) pero sobre todo de las migraciones internas y externas, a veces libres, a veces forzadas, en el caso de los esclavos. Es por ello que evitamos usar el fenotipo “blanca”, o incluso los gentilicios “español” o “hispano-criollo”, ya que esta sociedad colonial se conformó con múltiples capas migratorias tanto del llamado “interior” rioplatense como de distintos puntos de Europa y África. Más que blanca, la sociedad colonial era multicolor. En suma, si bien las cifras son estimativas, la población rural se triplicó entre 1744 y 1778, acusando unos 12 mil habitantes en la segunda fecha. Además, la población de la campaña de Buenos Aires crecía más rápido que la de la ciudad. Estas condiciones favorecieron el desarrollo de pequeños pueblos agrarios salpicados alrededor de Buenos Aires. En una primera etapa, el poblamiento se extendió a las zonas más cercanas al puerto (La Matanza, San Isidro, San Fernando y Las Conchas) y a aquéllas orientadas hacia la “carrera de Potosí” (Luján, San 2

Antonio de Areco y San Nicolás de los Arroyos). Entre 1779 y 1820 se dio un segundo momento del proceso colonizador, coincidente con la política, impulsada por el virrey Juan Joseph de Vértiz, de un cordón defensivo compuesto por fuertes, fortines y pueblos en la frontera. Aquí vemos una tabla con la cantidad de habitantes por pueblo en 1781. Éstos son propiamente los pueblos de la frontera. Vemos que eran realidades, muy humildes, pero realidades al fin. Por el lado de las sociedades indígenas, en la segunda mitad del siglo XVIII se condensaron dos corrientes migratorias provenientes de la Cordillera. Por un lado, entre 1750 y 1770 se produjo la instalación de grupos pehuenches que compitieron con los antiguos ocupantes puelches por el sur cuyano. Por otro lado, desde 1750 se fueron instalando algunos linajes huilliches en la zona del Mamil Mapu en la pampa central. El Mamil Mapu (en la actual La Pampa) se trataba de un territorio inmenso y apenas poblado, con densos montes de caldenes y algarrobos, que lindaba por el norte con las fronteras de Buenos Aires, Córdoba y Mendoza. Algunos de estos grupos se ubicaron sobre las cadenas medanosas y las Salinas Grandes de la pampa centro-oriental y serían nominados rancacheles. El extremo oriental de la pampa era habitado desde más antiguo. El área comprendida por las sierras de Tandil y Ventana era densamente poblada por indígenas que se reconocían aucas. Su crecimiento hizo retroceder a los antiguos ocupantes tehuelches del territorio, que dominaban ahora un estratégico pero acotado territorio en las cercanías de las desembocaduras de los ríos Negro y Colorado. Por último, distintas parcialidades que las autoridades coloniales llamaban “pampas” se asentaban sobre la margen oriental de aquel “inmenso mar de tierra cuyos pastos peina el viento pampero”... Cada cacique o capitán gobernaba su propia toldería, que en ocasiones podía ser de muy reducidas dimensiones, con no más de 10 toldos. Hay que decir que cada toldo podía albergar hasta a dos familias de 10 personas cada una, es decir, 20 personas. Otras tolderías podían ser más consistentes, con conglomeraciones de entre 300 y 600 personas, como vemos un número similar e incluso mayor al de muchos pueblos agrarios bonaerenses. Si bien éstos son datos dispersos, es evidente que traslucen el intenso poblamiento de las tierras allende la frontera. 3

La circulación mercantil

Cada ciudad y pueblo de los que estamos hablando se vinculaba con los caminos que, al tratar de unirlos, iban creando nuevos recorridos para la circulación mercantil. El puerto de Buenos Aires ejercía una función mediadora para la extracción de la plata de las minas de Potosí hacia el Atlántico. Importaba mercancías o redistribuía los productos regionales (como la yerba) a cambio de las monedas de plata que las economías regionales a su vez habían conseguido trabajosamente vendiendo sus producciones al mercado potosino. (Potosí era la ciudad más grande de América del sur en un paraje inhóspito que requería de todo para su manutención: alimentos, mulas, carretas, yerba, coca, tabaco…) Además, Buenos Aires era un mercado en sí mismo, ya que era la ciudad más grande de la región (unos 30 mil habitantes). De todos modos, durante este siglo también el comercio entre Buenos Aires y el Pacífico (vía Cuyo y Santiago de Chile) se quintuplicó. Por ejemplo, los vinos y aguardientes cuyanos exportados a Buenos Aires se triplicaron entre 1750 y 1780, pasando de 20 mil a 62 mil arrobas anuales. La contrapartida de este flete eran los envíos de yerba mate que bajaba del Paraguay y Buenos Aires redistribuía a Cuyo, Chile y el Pacífico. Todo este comercio se hacía a lomo de mula o en convoys de carretas. En 1780, por ejemplo, se necesitaron unas 700 carretas y casi 2.000 mulas para transportar vinos y aguardientes por la ruta cuyana. Mapa N° 2. Circuitos mercantiles en la frontera.

Fuente: elaboración propia.

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La carrera cuyana se componía de una red de caminos que unían a Buenos Aires con Cuyo y el Pacífico. El principal era el camino que, como vimos, partía de Luján, pasaba por Areco, Arrecifes, Fontezuelas y Ramallo en la jurisdicción porteña y luego atravesaba el territorio sur santafesino para llegar a Río Tercero en Córdoba. Desde allí existía la posibilidad de empalmar con el camino a la ciudad de Santa Fe o seguir por el Camino Real hacia la ciudad de Córdoba. La ruta cuyana proseguía por el sur de San Luis para alcanzar Mendoza, San Juan y, eventualmente, Santiago de Chile y el Pacífico. Existían, además, algunos caminos alternativos utilizados para evadir las postas o peajes, por lo que tanto Luján, como Pergamino y Punta del Sauce (La Carlota) en el sur de Córdoba eran verdaderos cruces de caminos. A las redes mercantiles coloniales que los grupos indígenas del área pan-araucana consolidaron durante el siglo XVIII una red de circuitos mercantiles indígenas que, directa o indirectamente, las conectaban a los mercados coloniales y, a través de ellos, a los mercados mundiales en formación, como bien señaló ya hace años el prof. Raúl Mandrini. Estos circuitos seguían en parte vías de comunicación prehispánicas, pero la incorporación del caballo aceleró las comunicaciones y amplió la capacidad de transporte indígena. Las rastrilladas paralelas a los ríos Colorado y Negro conectaban la llanura herbácea pampeana con Chile y, por su condición estratégica, fueron objeto de disputa entre distintos grupos indígenas. Otros dos caminos conectaban estas rastrilladas con las fronteras de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires. Uno atravesaba el territorio del Mamil Mapu. El otro se conocía como “rastrillada grande” y era el que conducía a las Salinas Grandes (en el SE de La Pampa) donde, en pleno territorio indígena, los porteños recolectaban al menos una vez cada dos años la sal necesario para dar abasto a la ciudad, donde era un insumo fundamental. Los fuertes y guardias de frontera a ambos lados de la cordillera andina se convirtieron en escenarios de un prolífico comercio interétnico. A veces solicitaban permisos en la frontera para “bajar a la Ciudad a hacer sus tratos” como se decía en la época. Característico es el itinerario del indio Juan Ortubia, de “Nación Auca” y sobrino del cacique Lorenzo. Juan Ortubia había ido, como era costumbre, al establecimiento español en el Río Negro a “hacer trato” con caballos y pieles a cambio de aguardiente, tabaco, yerba y harina. Allí, el comandante le 5

encomendó la conducción de un pliego hacia Buenos Aires. Juan dudó en aceptar el encargo por la gran distancia y la falta de compañía para la travesía. El comandante, para convencer al indio, le dio tres caballos “rayunos” y un barrilito de aguardiente y prometió que el virrey le daría más aguardiente, tabaco y yerba y también vestido para él y una manta para su mujer. Una vez en Buenos Aires, el indio Juan se entrevistó con las autoridades. Lejos de sentirse intimidado, explicó las promesas que se le habían hecho y pidió “que la Chupa sea azul, y la Bayeta colorada”. Las expediciones a Salinas también eran oportunidad para que se realizaran intercambios mercantiles entre indígenas y cristianos. Al internarse en territorio indígena, el comandante debía negociar el paso de la expedición con las distintas parcialidades. En varias oportunidades, la expedición debió detenerse, demorarse o incluso desviarse a pedido de los indígenas, permitiendo la realización de auténticas ferias en sus campamentos. Según el comandante, “muchos Indios e Indias instaron a que se les diese lugar para hazer sus tratos, por cuio motivo paramos”. Los indígenas se acercaron en número de 50, 60 y luego 150. Las mercancías trocadas consistían en artesanías como pieles, plumeros, ponchos, mantas y riendas. Cuadro Nº 1. Lista de regalos enviados a caciques aucas para aceitar las negociaciones de paz (1781) Para el cacique Para los Para cada uno de Se dio a la india María Para la Para Juana Lorenzo caciques los 4 indios Catalina (tía del cacica María (hermana Cayupulqui y cacique Lorenzo) (mujer de de Lorenzo) Toro (por Lorenzo) mitades) 3 varas de bayeta 8 varas de 1 poncho 3 ½ varas de bayeta 4 varas de 4 varas de de Castilla colorada bayeta de la ordinario de Castilla colorada cinta negra cinta tierra azul encarnada 6 espejitos y 4 4 espejitos y 4 1 sombrero y un 4 varas de bayeta de 4 varas de 1 vara de docenas de sortijas docenas de gorro Castilla azul cinta cinta negra sortijas colorada 6 cuchillos y 6 8 mazos de 2 camisas y 2 2 pañuelos (uno negro 1 real de 2 navajas de macitos de abalorios pares de y uno colorado) jabón blanco afeitar abalorios calzoncillos 6 frenos ordinarios 1 chaleco y un par 16 varas de cinta (8 1 jarro de de calzones de negras y 8 coloradas) hojalata pañete 1 lomillo y una 1 par de polainas 2 peinetas y 2 1 real de cabezada (freno espejitos jabón blanco caballo/mulas) 2 pares de polainas 1 par de espuelas 1 trompilla y 2 amarillas docenas de dedales 4 barrilitos de 1 freno y 2 2 jarros de hojalata aguardiente cuchillos 1 macito de 2 macitos de abalorios abalorios y 4 cuchillos

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4 reales de jabón 3 reales de maíz y media libra de azúcar 1 libra de tabaco ½ arroba de yerba 3 reales de pan bazo Unas maletas de género tejido “apala” y botones de similar para cerrarlas 1 lomillo y 2 cabezadas 1 freno y un cuero de carnero Dos pesos en plata “que los repartió de limosna por su mano a las demás indias y presas de la Casa de Reclusión” Fuente: Archivo General de la Nación, IX, 30-1-1, doc. s/N°, 27 de noviembre de 1781.

Esto nos habla de que la circulación de mercancías no se detenía en la frontera, sino que algunos bienes coloniales eran muy apreciados dentro de las sociedades indígenas y viceversa. Las sociedades indígenas abastecieron este intercambio produciendo artesanías y ganados con que tener para comerciar. Pero también de que existía una cultura material común entre los indígenas y los pobladores rurales criollos. Ambos vestían ponchos de origen indígena, andaban a caballo y consumían yerba, tabaco, aguardiente y harinas. Las negociaciones de paz emprendidas por el virrey Vértiz con el cacique Lorenzo Calpisqui (o Callfu-pilqui) nos aproximan a los consumos coloniales indígenas. El virrey envió una abundante cantidad de regalos para el cacique Lorenzo y su familia, así como para los caciques Toro y Cayupulqui, con el objetivo de “agasajar a los indios hasta que se reduzcan a venir [a Buenos Aires]”. María Catalina, una parienta de Lorenzo que estaba presa en la Casa de la Residencia, se ofreció para guiarlos en su vuelta y convencer a Calpisqui de “entrar en aquel convenio”. ¿Era éste, entonces, un mundo de prosperidad y comercio pacífico? Que existiera un intenso intercambio mercantil entre ambas sociedades no elimina la posibilidad de que surgieran conflictos y hasta acciones bélicas de cierta envergadura entre unos y otros. Españoles e indígenas no sólo compartían un universo material común, sino también una forma de hacer la guerra. El ABC de la guerra indígena era sorprender, y no ser sorprendidos. Lo mismo puede decirse del bando español. A la guerra, en este sentido, se la hace con el “enemigo 7

preferencial”, ni tan parecido ni tan distinto, con el que se comparten códigos culturales.

Cuadro Nº 2. Origen cabos y soldados de “La Invencible” (50 efectivos). “Color”

Moreno

Trigueño

Blanco

33

6

11

Origen

Interior

Buenos Aires

44 Estado civil Estado físico

16

Casado

Soltero

Viudo

Sin Datos

33

13

1

3

Bueno

“Mediana estatura”

“Poco cuerpo”

Sin Datos

40 6 3 1 Fuente: elaboración propia en base a “Filiaciones de la Comp.a de S.n Antt.o del salto del Arrecife nombrada la Imbencible”, en: AGN, IX, 1-5-2.

La tecnología de la guerra no mostraba aún la distancia que un siglo después permitiría la conquista de los territorios araucanos y la reducción o muerte de sus habitantes. El principal medio de transporte, el caballo, era central en la estrategia de ambos, y los araucanos demostraron ser eximios jinetes. Los guerreros indígenas en ocasiones llevaban cascos y cotas de malla, de los que carecían los milicianos cristianos. Sus principales armas eran las lanzas y chuzas, sables en algunos casos, a los que se sumaban las boleadoras indígenas y las armas de fuego españolas (pero éstas, cuando las había, quedaban inutilizadas por la lluvia). La violencia a través de la frontera era bidireccional. El repertorio de acciones bélicas era casi el mismo para unos y otros. También es notorio que las alianzas ofensivas podían implicar a miembros de uno y otro bando, como la expedición hispano-indígena de 1770. La misma posibilidad de una expedición conjunta, con semanas conviviendo, acampando

y

guerreando, nos habla

de

la

cercanía cultural entre,

en

caso,

aucas

cristianos.

este y

Con el silencio que el caso pedía acercó Trillo su gente esa misma noche, y al rayar el dia cayó de improbiso sobre el enemigo. Fueron pocos los indios que se encontraron, de los que muertos catorce varones y veinte mugeres, se reservaron hasta 45. Luego de que Trillo se halló dueño del campo lo entregó al saco de los soldados, y se descubrieron por este medio no pocos restos de los despojos tomados antes a los cristianos (…) Trillo regresó desde aquí con su gente, trayendo mas de 400 animales útiles y otros efectos de rescate. Gregorio Funes, Ensayo de la historia civil del Paraguay, Buenos-Ayres y Tucumán, Tomo 3º, Imprenta de Benavente y Cía., Buenos Aires, 1817, p. 234.

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Sobre todo, uno de los objetivos principales de las acciones bélicas era la toma de cautivos, hombres, mujeres y niños que eran raptados que iban a vivir (y a producir) a las tolderías o indígenas que eran repartidos para el servicio doméstico de las casas de la ciudad o para las faenas del campo. También hay que considerar los trasvases voluntarios de personas hacia uno y otro lado de la frontera, como el caso del viejo Medina, al que le “iba mejor” en las tolderías. Ésta era una especial preocupación de las autoridades coloniales, ya que por lo general los cristianos aquerenciados entre los indígenas oficiaban de informantes, espías, traductores y guerreros en contra de los intereses de la sociedad colonial. Mateo Funes, cautivo de la toldería de Lorenzo, había visto allí a un “santiagueño” que “era muy matador de Christianos” y que efectivamente, junto a los aucas entre quienes vivía, había invadido Luján. Algunos cautivos formaban familia y optaban por radicarse definitivamente en las tolderías. Así, Funes también conoció a una cautiva llamada Bernarda, natural de Buenos Aires, quien le contó “que la llevaron los Indios pequeña, y que aunque después la rescataron sus parientes, con un hijo que ya tenía, se volvió a los mismos Indios”. Como dijimos, también existían cautivos indígenas entre los cristianos (como se deduce de la tabla) pero sobre la vida de éstos las fuentes son mucho más parcas.  Es decir, tenemos que ambas sociedades tenían un conjunto de prácticas compartidas, una cultura material común, y que las alianzas eran pragmáticas, a veces implicando a españoles e indígenas en una misma acción ofensiva contra otros indígenas. Entonces ¿qué distinguía a criollos e indígenas como tales, qué era en definitiva los que los separaba? Desde la Antropología, se afirma que la cultura (los símbolos, los bienes, las prácticas y los vínculos compartidos) es apropiada de maneras diferentes por cada grupo para construir una identificación propia. Estas distintas apropiaciones se resuelven en el terreno de la identidad. Ahora bien, según el antropólogo Alejandro Grimson, las fronteras se caracterizan porque “aquellos grupos que se interrelacionan y desarrollan disputas de diverso orden tienden a generar lógicas compartidas para distinguirse mutuamente”. Como veremos, en el caso de los indígenas y conquistadores que compartían la frontera de Buenos Aires compartían una lógica binaria para distinguirse mutuamente. Dicho de otra 9

manera, lo que distingue a una frontera es la conciencia de la existencia de dos mundos irreconciliables. En el caso de los españoles, el epíteto incesantemente repetido para referirse a los indígenas era el de “infieles”, mientras que usualmente se percibían a sí mismos como “cristianos” antes que cualquier otra forma de identificación alternativa (“españoles”, “arroyeños”, etc.). Esta distinción binaria fundamental es muy significativa. En primer lugar, denota que la apropiación de la realidad de la frontera se hacía a partir de los esquemas mentales y la experiencia histórica previos a la situación de contacto. En este caso, remite al secular enfrentamiento con los moros de la Península. En virtud de que se trata fundamentalmente de una disputa territorial, al homologar la lucha contra el “infiel” araucano con la lucha contra el “infiel” moro (no importa cuál fuera la distancia histórica que separaba a ambos procesos) los españoles, menos seguros que moros y araucanos de los derechos históricos que les asistían, obtenían para su accionar un horizonte de legitimidad religiosa. No importa cuántas vidas se llevaran en el proceso, se justificaban en términos de expansión de la cristiandad… Además, la lucha contra el enemigo común “infiel”, en principio, moderaba la competencia entre jurisdicciones (bonarenses, cordobes, puntanos, etc) y era un potente homogeneizador frente a las patentes diferencias socioculturales internas. Por ejemplo, la sociedad colonial acostumbraba a bautizar a sus esclavos, como se desprende de una somera lectura de cualquier libro de bautismos parroquial. Como cristianos, los esclavos eran sujeto de derecho, como iniciadores de sus propias demandas o en tanto pasibles de ser juzgados y condenados por los tribunales coloniales aunque esto no significa, por supuesto, que lo hicieran en las mismas condiciones legales y judiciales que otros segmentos de la sociedad colonial. Los “pardos” y “mulatos” que formaban parte de las milicias, accedían al status de “vecinos”, de “españoles” e, incluso, de “blancos” por su defensa de la cristiandad.

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Mapa N° 3. El territorio del Wall Mapu, territorio ancestral mapuche.

Fuente: Marimán Quemenado, Pablo, Escucha winka, Santiago, LOM Ediciones, 2006, p. 60.

Los grupos que compartían la lengua mapuche, por su parte, portaban una cosmovisión que hacía de la totalidad de tierras adyacentes a la cordillera y hasta la altura de la ocupación hispánica una unidad espacial/cultural que los distinguía de los españoles o winkas. El denominado wallmapu o país mapuche se cohesiona territorialmente sobre los ejes gulumapu (occidente) - puelmapu (oriente) y pampa-patagonia. Frente al winka (término que se asocia a “invasor”), estos grupos comienzan a identificarse como reche (hombres verdaderos, autóctonos o puros) y luego, en el siglo XIX, mapuche (hombres de la tierra). Ahora bien, había un segundo tipo de oposición, subordinado, que remite a la distinción entre el pueblo mapuche y los grupos no-mapuches del oriente, a su vez subdivididos en tehuelches y puelches. Es útil notar que a pesar de que puelche y tehuelche son denominaciones con connotaciones puramente negativas (bárbaro, salvaje, de tierra adentro, sin habla y gente brava, arisca, respectivamente) se le sigue atribuyendo la partícula che que designa a los “hombres” por oposición a los winkas, que serían, así, no-hombres. Es en virtud de esta distinción fundamental ejercida por ambos grupos, entre un otros y un nosotros, entre la gente y la no-gente, entre cristianos e infieles, cuyas 11

almas por tanto no cuentan para las arcas de Dios, que la violencia ilimitada es justificada, no importa cuántos hechos económicos, sociales y culturales vinculen a ambos grupos. Ahora bien, es interesante reflexionar cuántas veces realizamos esta operación en las sociedades contemporáneas, entre israelíes y palestinos, entre vecinos y delincuentes, entre la gente y la no-gente.

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