Una escritora decimonónica granadina en el olvido: Carmen Espejo y Valverde

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Descripción



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noviembre de 2013


Una escritora decimonónica granadina en el olvido: Carmen Espejo y Valverde

Escrito por Amelina Correa Ramón
"La Cueva de Zaratustra" da la bienvenida a la autora de "Alejandro
Sawa. Luces de bohemia". Nuestros lectores la podrán leer a continuación,
en texto sin notas. Si prefieren leer su texto y sus anotaciones, también
pueden hacerlo pinchando AQUÍ.

Una escritora decimonónica granadina en el olvido: Carmen Espejo y Valverde
Por Amelina Correa Ramón

La cita de Rosa Montero en su capítulo introductorio "La vida
invisible" de su libro Historias de mujeres bien puede servir de adecuado
marco de inicio para presentar el caso de Carmen Espejo y Valverde, una de
tantas mujeres que en el fecundo siglo XIX decidió que su identidad
femenina cobrara vida -alcanzara sentido- a través de la literatura, aun
enfrentándose a los prejuicios y limitaciones de una sociedad en buena
medida hostil hacia las literatas. Su trayectoria y su nombre, como el de
tantas otras, han quedado en el olvido con el paso del tiempo:
… en cuanto que una se asoma a la trastienda de la historia se encuentra
con mujeres sorprendentes: aparecen bajo la monótona imagen tradicional de
la domesticidad femenina de la misma manera que el buceador vislumbra las
riquezas submarinas (un paisaje inesperado de peces y corales) bajo las
aguas quietas de un mar cálido.
Aunque en las escasas obras de referencia que recogen el nombre de la
escritora Carmen Espejo no se ofrecen sus datos biográficos, todo parece
indicar que fue granadina o que, al menos, estuvo estrechamente vinculada
con esta ciudad, ya que su firma aparece de manera reiterada en los medios
de prensa locales, además de formar parte como socia del Liceo Artístico y
Literario de Granada, en cuyas sesiones participaba con cierta asiduidad.
Debió de nacer en algún momento indeterminado en torno a la tercera o
cuarta década del siglo XIX con bastante probabilidad. Además, del tipo de
publicaciones en las que participó, así como de las temáticas y enfoques
que plantea su propia obra, se pueden deducir la ideología
considerablemente tradicional y la filiación religiosa que caracterizó a
esta escritora, en consonancia con una nutrida fila de sus contemporáneas.
Carmen Espejo parece haber comenzado a publicar en el inicio de la década
de los sesenta del siglo XIX. En concreto, tres largos poemas suyos de
lenguaje grandilocuente y decimonónico aparecieron en la revista El Liceo
Granadino, órgano de expresión de la institución homónima, con el título de
"A la Virgen" (nº 4, 29 de mayo, 27), "Poesías" (nº 7, 18 de junio, 60) y
"Fantasía" (nº 13, 30 de julio, 106-107):
 
Sobre el mullido césped que bordaba
la fresca orilla de la linfa pura,
una mujer encantadora y bella,
pero que impresa del dolor la huella
en su frente llevaba,
pálida y silenciosa
con doliente ademán se reclinaba.
Su flotante ropaje
que competir pudiera con la nieve,
en ondulantes pliegues se mecía
de la fragante brisa al soplo leve.
 
La composición que lleva por título "Poesías" tiene como tema el épico
ensalzamiento de las gestas llevadas a cabo por el ejército español en las
campañas de Marruecos -tema tan de candente actualidad en la época-, y fue,
según consta, leída "en la sesión extraordinaria celebrada en el Liceo
Artístico y Literario de Granada, en honor de los señores jefes y oficiales
del regimiento de Córdoba y tercio de la guardia civil de esta provincia".
También se encuentra su firma en otros periódicos locales como el
igualmente efímero El Genil, subtitulado Semanario de literatura, que se
editaría tan sólo entre octubre de 1873 y marzo de 1874. Allí daría a
conocer Carmen Espejo un largo texto en verso titulado "La condesa de
Alcaudete. Tradición granadina", que se publicó -tal y como solía ser
costumbre usual en las publicaciones periódicas de la época- por episodios
(nº 20, 28 de febrero, 94; nº 21, 7 de marzo, 102; nº 22, 14 de marzo, 107;
nº 23, 21 de marzo, 114; y nº 24, 28 de marzo, 122-123). Además, y
continuando la temática religiosa mariana tan de su preferencia, publica
también un poema dedicado "A la Virgen" en la página 58 del nº 15,
correspondiente a enero de ese mismo año de 1874.
No obstante, durante los años anteriores y simultaneándolas con sus
publicaciones granadinas, ha participado Carmen Espejo en varias revistas
madrileñas destinadas a un público específicamente femenino -tan habituales
y populares en el periodo decimonónico-, como La Educanda (donde publica
los textos "Rocío", "La virtud" y "La esperanza" entre septiembre de 1863 y
marzo de 1864), El Ángel del Hogar -revista dirigida por la escritora Pilar
Sinués de Marco- (donde publica fábulas de imaginería floral -tan
absolutamente recurrentes en la iconografía de la mujer de la época –
tituladas "Las dos rosas", "La adelfa y la pasionaria" y "La azucena y la
siempreviva", en el periodo comprendido entre marzo y septiembre de 1866) y
El Correo de la Moda (donde colabora en 1866 con dos poemas, "Las
estaciones" y "El ciprés y la sensitiva").
Además, se tiene constancia de la conservación en la Biblioteca Real
de Palacio de tres textos manuscritos y firmados de puño y letra por la
propia escritora, quien, movida probablemente por su fervor monárquico, los
dedicó a la reina Isabel II. Así, de 1862 data la composición poética "El
Laurel de la Reina" (Signatura II/3442), en la que Carmen Espejo recoge la
tradición que rodea al antiguo árbol así conocido en la localidad de La
Zubia, vecina a Granada, vinculado con la figura de Isabel la Católica en
el momento de la Reconquista de la ciudad, que se encuentra encuadernado en
volumen exento, a pesar de constar tan sólo de once folios, más dos hojas.
En cambio, de 1865 son los otros dos manuscritos, con dos composiciones
poéticas breves, tituladas "A Su Majestad la Reyna [sic]" (Signatura
II/3326) y "Oda a S. M la Reyna [sic] Doña Ysabel [sic] Segunda" (Signatura
II/4040 ), que constituyen en realidad dos versiones del mismo texto
laudatorio y de exaltación de la regia persona.
Algunas décadas más tarde, ya en los inicios del siglo XX, y, al parecer,
cambiando ahora de género literario, colaborará en otro periódico
granadino, El Triunfo, que siguió la muy arraigada y popular costumbre de
la época de incluir junto a la información y crónicas del momento un
folletín de carácter literario que se iba publicando por entregas. Así, se
puede constatar que los folletines nº 628 y 654, correspondientes ambos al
año 1901, consisten en obras de Carmen Espejo, en concreto las tituladas
"El Laurel de la Reina" (se puede comprobar que la autora repite la leyenda
que varias décadas antes había dedicado a Isabel II en el mencionado
manuscrito) y "Lucía".
Éstas son las últimas colaboraciones que se le conocen, por lo que se puede
suponer su fallecimiento en algún momento indeterminado de los primeros
años (quizás décadas) del siglo XX.
Pero recientemente quiso la casualidad que en uno de esos tesoros
inagotables que suelen constituir los catálogos de las librerías de viejo,
hallase casi por casualidad el título de una novelita firmada con el nombre
de esta casi desconocida autora granadina. Se trataría, precisamente, de
una de las dos obras que varios decenios más tarde iba a publicar por
fascículos en el periódico El Triunfo, en concreto, de Lucía, cuya
publicación en volumen exento se adelanta nada menos que hasta 1874. El
lugar de edición es la propia capital granadina, y se edita por la Imprenta
y Librería de la Sra. Viuda e Hijos de Zamora. El ejemplar que he podido
adquirir cuenta con un sello de su anterior propietario en la portada
interior, donde se puede leer: "Audiencia de Granada. Secretaría de Sala
del Ldo. D. Antonio Serra Morant", letrado con aspiraciones literarias, del
que se conocen al menos algún título de comienzos del siglo XX, como su
novela La casa de la paz.
El título de la obra viene dado por la protagonista, una joven de origen
humilde quien, deslumbrada por las promesas de amor y lujo que le hace en
su humilde aldea un joven aristócrata de Sevilla, se ve seducida y
posteriormente postergada, en un argumento muy del gusto de la época y de
este tipo de literatura de folletín. Puesto que se trata de la típica
novela melodramática y sentimental, que pretende ofrecer una moraleja a sus
lectoras, la joven se arrepiente finalmente de sus actos, y, para propiciar
un mayor efecto lacrimógeno en el sensible público destinatario, al salir
de confesar sus pecados con un sacerdote, encuentra a un desvalido anciano
muy enfermo, quien resulta ser su padre abandonado, del que obtiene su
perdón, bendición final y el último aliento que exhala en sus brazos.
Lucía, escarmentada del desengaño de las glorias y oropeles de este mundo,
regresa a la humilde cabaña de su aldea para llevar una existencia
retirada. No obstante, contagiada del mal que aquejaba al anciano, siente
que su vida se le escapa a raudales:
 
¡Ay! Cuando el otoño haga caer las hojas de los grandes castaños de la
fuente, ellas cubrirán la tumba de la huérfana. ¡Pobre Lucía!
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