Una embajada controvertida. El padre Nithard en Roma (1670-1681)

June 15, 2017 | Autor: J. Lozano Navarro | Categoría: Modern History, Diplomatic History, Catholic Church History
Share Embed


Descripción

«Roma moderna e contemporanea», XV, 2007, 1-3, pp. 271-291 ©2008 Università Roma Tre-CROMA

UNA EMBAJADA CONTROVERTIDA EL PADRE NITHARD EN ROMA (1670-1681)

El 25 de febrero de 1669 se produce una escena inaudita en el viejo Alcázar de Madrid. Esa mañana la regente Mariana de Austria firma un decreto disponiendo la destitución de su confesor, el padre Juan Everardo Nithard, de la Compañía de Jesús e inquisidor general, de todas sus cargas de gobierno. Lo hace entre lágrimas y después de innumerables protestas por lo que considera un imperdonable atentado contra su regia potestad. Porque, como es bien sabido, la reina obra contra su voluntad, forzada por la actitud de don Juan José de Austria, por el amplio apoyo popular con que cuenta el bastardo de Felipe IV y por el abandono masivo de los «grandes». Esa misma tarde, el jesuita intenta una última entrevista con la reina, pero ésta le disuade con una nota escrita en alemán. Teme «que el venir vos a despediros de mí y del rey mi hijo, podría causar algún disturbio en las circunstancias presentes, y que me quebrantaría el corazón de dolor»1. Así las cosas, al director espiritual de la reina católica no le queda sino abandonar la Corte en una carroza cerrada, pues se teme por su vida, para atravesar la frontera cuanto antes. Una salida poco honrosa la de un hombre que había dirigido el gobierno de la monarquía católica durante cuatro años, verdaderamente. Como algunos autores han señalado, ha sido el primer pronunciamiento militar de la historia de España el que ha acabado con su gobierno2. Claro que tampoco fue demasiado digna su llegada al poder, alcanzada merced a un golpe de Estado meticulosamente preparado junto a su regia confesada3. Todo ha sido preparado para salvar las apariencias en la medida de lo posible. De cara a la galería, la soberana ha obrado a petición del propio Nithard. A quien, por lo demás, no le espera la amenaza de un proceso, como a Lerma, o el confinamiento, como a Olivares. Nada de eso. Las gestiones del emperador y del nuncio Federico Borromeo – que han temido el estallido de una guerra civil y no han querido comprometerse demasiado apoyando al confesor real – le han valido la embajada ordinaria en Roma y la promesa de un capelo cardenalicio. Pese a lo dicho, el furor de la orgullosa soberana exige un desquite: tan sólo unos días después reúne a la Junta para protestar porque no se le ha tenido «el debido respeto, y por violencia y fuerza he sido obligada de venir en apartar de mi real lado a mi confesor, sin culpa ni causa alguna justa dada por él». Ofendida, espera «que, de aquí en adelante, me asistiréis mejor y con más atención y ley de lo que hasta aquí habéis hecho»4.

272

Julián José Lozano Navarro

Fig. 1 - Anonimo, Ritratto del cardinale Nithard, maggio 1672 ca., Consejo de Estado de Madrid.

Poco después de desembarcar en Génova, el padre Nithard se encamina a Roma. Pero sin prisa, pues su entrada debe ser preparada con atención. Inmediatamente, el jesuita escribe a su general, Juan Pablo Oliva, para ponerse a su servicio y pedirle que dos padres de su confianza, Sebastián Izquierdo – de quien dice Nithard que en su poder «pararán muchos pliegos míos» – y Alonso Alarcos, procurador general de España, se reúnan cuanto antes con él, «que necesito de conferir con ambos antes de entrar en esa Corte»5. Mientras todo se organiza es recibido y alojado por el marqués de Astorga, el embajador saliente y nuevo virrey de Nápoles, en una villa campestre a poca distancia de la capital papal. El marqués, como era natural, tendrá que instruirle en los asuntos de la embajada; pero queda claro que desde el primer momento desconfía del jesuita, considerando que

UNA EMBAJADA CONTROVERTIDA. EL PADRE NITHARD EN ROMA

273

este ministro está descontento y apasionado, notiçioso de lo más reservado de la Monarquía […] y deseosísimo de ver a S.B. y de ser visitado de los cardenales, de que le ha procurado y procura disuadir por los daños que pueden resultar, ya que no de su intençión […] de las de muchos que habrán de tratarle y no carecen de doblezes6.

No pasará mucho tiempo antes de que la presencia de Nithard en Roma se constituya en un serio quebradero de cabeza para Madrid. En primer lugar porque, como es lógico suponer, el jesuita no ha dejado muchos amigos entre quienes controlan el gobierno de la monarquía católica. Así, desde el Consejo se reitera que preferirían al ex confesor en Viena y que embajada tan delicada como la romana estuviera ocupada por un diplomático con mayor capacidad política. O con más dobleces, siguiendo al de Astorga. Hasta la propia reina Mariana – inducida o no, eso lo desconozco – se hace pronto eco de tal parecer7. El nuevo cargo del padre Everardo, por si fuera poco, genera desde el primer momento tiranteces entre Madrid y la Santa Sede por cuestiones protocolarias8, pues un simple jesuita no es acreedor del título de señoría, ni de ilustrísima. Y un embajador de España no podía tener un tratamiento que lo situara por debajo del de las demás potencias, especialmente del de Francia. La regente desea un capelo cardenalicio para él o, en su defecto, un patriarcado; pero Clemente IX le excluye de dos promociones arguyendo que su nombre no venía en la terna propuesta por el gobierno español9. Tal situación sólo varía a la muerte del pontífice en 1669. Su sucesor, Clemente X, parece mostrar un talante más conciliador y concede a Nithard un arzobispado in partibus infidelium, el de Edesa; lo que, aunque siga siendo considerado insuficiente, al menos le permitirá ocupar un puesto más decoroso en el marco de la etiqueta cortesana pontificia10. El tercer problema que genera esta cuestión tiene que ver con el general de la Compañía. El padre Oliva ya venía teniendo dificultades con Nithard desde tiempo atrás, recelando de su valimiento como un serio peligro para la reputación de su orden, «que no será mucho que […] vengamos a ser la fabla de Europa»11. Aunque la contrapartida fue suculenta para el gobierno romano de la Compañía, que asistió a un renacimiento de su «negociado madrileño» y, naturalmente, de la compleja red clientelar y de tráfico de influencias que siempre llevó aparejado12. Con el padre Everardo en Roma el nuevo inconveniente es el de la dignidad que se le quiso conceder, para la que el general se resistió en principio a otorgar su necesaria licencia. Clemente X está dispuesto a actuar incluso sin la aprobación de Oliva, a quien llega a no recibir en el palacio apostólico. El general, mediante la intermediación del cardenal nepote, propone una solución que finalmente es aceptada: Nithard podrá tener una mitra porque así lo quieren la reina de España y el papa; pero – al menos teóricamente – se le considerará en público salido de la Compañía13. Algo que, por lo demás, no dejará de ser una ficción habida cuenta que seguirá siendo tratado como jesuita hasta su muerte.

274

Julián José Lozano Navarro

La solución no convence en Madrid. Me queda claro a través de la documentación que he consultado que esto es, en primer lugar – ya lo he dicho – porque no se considera al ex jesuita como la persona idónea para un cargo tan clave. En segundo, por su categoría social, algo que no soluciona siquiera que ya pueda tratársele de ilustrísima14. Es por ello, y ante el peligro de desatención que corren los negocios diplomáticos, que se decide que Nithard sea considerado exclusivamente embajador extraordinario y que el ordinario sea don Gaspar de Haro y Guzmán, marqués del Carpio, a quien sus asuntos retienen de momento en España. Una situación del todo anómala la de la embajada hispana ante la Santa Sede: la regente dispone allí de un embajador ordinario ausente, el del Carpio, nombrado en 1671; y de un embajador extraordinario, Nithard, que ha sido enviado sin ningún motivo al margen de deshacerse de su presencia en la Corte. La única razón que transforma la embajada del jesuita en una realidad es la tardanza del marqués del Carpio en ocupar su puesto. Y es que bien podría ser que en Madrid se considerara que era mejor tener a Nithard como embajador que no tener ninguno: el flamante arzobispo de Edesa, en consecuencia, será designado embajador ordinario en ínterin en 1671. La elevación de Nithard a su arzobispado sirio, finalmente, se hace con toda la pompa propia de un embajador de España. Aunque un tanto atípico. El 24 de enero de 1672 es consagrado por el cardenal Sforza y por los patriarcas de Antioquía y Jerusalén, los cardenales Altoviti y Colonna respectivamente; también están presentes «los cardenales de la facción, Pío, Portocarrero, Lantgravio de Hassia, Savelli», el general Oliva, el marqués de Astorga y mucha nobleza romana. Don Pedro de Aragona, virrey saliente de Nápoles, envía regalos, así como los más destacados nobles romanos que son vasallos de España, como los príncipes de Palestrina y Borghese. La apoteosis llega con la primera audiencia pontificia, que se produce el domingo 31 de enero. Nithard, rodeado de lacayos uniformados, se dirige al Quirinal en una carroza de terciopelo negro por de fuera, y de violado por de dentro, con cortinas de damasco de este mismo color […] sobre un carro cubierto todo de láminas de acero pabonado formando tales follaxes, laços y molduras que admiraba ver en tan duro metal tan artificiosas labores.

El cronista declara que el arzobispo pretendió «con el color modesto parecer religioso»; pero no puede menos que admitir que la máquina parecía «más que carroza, majestuoso trono». Clemente X le bendice y el cardenal nepote Altieri declara «los deseos que tenía la Santidad de su tío de tratar los negocios de la Católica Monarquía con tan informado, fiel y acreditado ministro»15. Terminada la audiencia, Nithard va a besar la mano a la reina Cristina de Suecia y visita el Vaticano y las emblemáticas iglesias de Santiago de los Españoles en la plaza Navona y de Nuestra Señora de Montserrat16. En una ciudad acostumbrada a la representación pública de la hegemonía hispana desde finales del siglo XV, queda claro que tan fastuoso aparato no podía ser un hecho caprichoso, sino una forma meditada de expresión de poder17. En este sentido, también lo es la inmediata visita a la sobe-

UNA EMBAJADA CONTROVERTIDA. EL PADRE NITHARD EN ROMA

275

rana sueca que – aparte de las puras razones protocolarias – no dejaba de reafirmar el papel tradicional del soberano de España como protector del catolicismo18. Clemente X concederá a Nithard el ansiado capelo cardenalicio tan sólo cuatro meses después, el 25 de mayo de 1672. Me atrevo a decir que es a partir de este momento cuando comienza la verdadera labor de Nithard como embajador. Una tarea nada fácil habida cuenta de algo que, en mi opinión, será siempre fundamental: no cuenta ni con el apoyo de la Corte española ni del Consejo de estado, dominados ambos por la facción que le envió a su dorado exilio19. Una cuestión que se traducirá, sin ir más lejos, en las constantes reprimendas y desautorizaciones que le llegarán desde el Consejo. Tampoco dispone ya del favor del general de la Compañía de Jesús, algo que le hubiera sido de extrema utilidad en la capital del catolicismo. Pero eso no es todo. Se hace evidente que – antipatías políticas al margen – cortesanos, ministros y jesuitas le consideran una persona poco adecuada para ocuparse de asuntos de Estado debido a su más que mediocre proceder durante la época de su valimiento en España; algo que bien señaló al general el jesuita Jacinto Pérez, compañero suyo en el Colegio imperial por entonces20. El padre Jacinto, de hecho, llegó a representar al general que Nithard no percibía cosas «que cualquiera [de] mediano caudal a la primera inspección conociera»; y que, cuando se le manifestaban sus errores, «sin mostrar ni dar la menor señal de querer mudar de rumbo, se abroquela con unas excusas tan débiles y flacas que a muchos han puesto ya en duda de que el talento del sujeto nos es del tamaño que lo imaginaban»21. El cardenal Nidardo, en consecuencia, se encontrará bastante sólo en su nuevo cargo. Un hecho extremadamente peligroso teniendo en cuenta tanto las limitadas virtudes diplomáticas del personaje como la importancia estratégica de Roma en el contexto internacional. No en vano, siguiendo a Visceglia y a Signorotto, la capital pontificia es, durante toda la edad moderna, el «teatro» de la política europea22. Sigue siendo, en estos comienzos de la década de 1670, el escenario por antonomasia en el que dirimen sus diferencias los dos viejos rivales: España y Francia. La primera, intentando sostener la apariencia de una hegemonía sobre el continente que, más que decaer, se desploma día tras día a ojos vista; la segunda, con Luis XIV a la cabeza, haciendo valer sus aplastantes derechos como nuevo árbitro de Europa. En este contexto, la labor del cardenal Everardo se desenvuelve en torno a dos asuntos capitales. El primero, conseguir apoyos en la Corte papal como una forma de hacer más visibles el poder y el maltrecho prestigio de la monarquía; el segundo, menos abstracto, contribuir a que España continúe de forma honrosa su secular enfrentamiento con Francia. Comencemos por la primera cuestión. Aumentar el número de los partidarios de España en la Ciudad eterna supone para Nithard, por lo pronto, tener que bregar con la siempre problemática nobleza romana. Un grupo de grandes familias para las que la lealtad hacia Francia o hacia España había dependido, desde siempre, más de sus propias conveniencias económicas y políticas que de cualquier otra cosa23. Atraerse a

276

Julián José Lozano Navarro

los barones romanos siempre fue capital; más que nunca, creo, en un momento en el que pasarse a las filas francesas se vuelve tan tentador para muchos24. Nithard, como cualquiera de sus predecesores, tiene que andar con pies de plomo con esta aristocracia orgullosa, siempre enfrentada entre sí25 y, tan celosa de su status y de su lugar en el protocolo, que el hecho más nimio puede afrentarla peligrosamente. Lo malo es que el carácter del cardenal – un hombre de cuna no excesivamente brillante26, frío, rígido, irascible, prepotente y, paradojas, completamente falto de diplomacia – va a constituirse, al contrario de lo que se pretendía, en fuente de constantes fricciones. Buen ejemplo de lo que digo lo encontramos en la actitud que toma respecto al conflicto que enfrenta al condestable del reino de Nápoles con el resto de los barones romanos. Un conflicto cuyo detonante es la ceremonia anual de la Acanea. La Acanea o Chinea – uno de los acontecimientos en los que la monarquía de los Austrias desplegaba con todo esplendor su aparato propagandístico27 – era un festejo normalmente protagonizado por el embajador español, encargado de efectuar el tradicional homenaje al papa el día de los santos Pedro y Pablo. La presencia de Nithard en la embajada trastoca la situación ya que, como cardenal, no podía llevar a cabo tal función en persona. Se decide, en consecuencia, que un miembro de alguna de las más grandes familias romanas que sean vasallas de España ocupe su lugar. Pero, ¿quién? La competencia debería abrirse entre la nobleza para figurar de forma destacada en un acontecimiento tan prestigiado y que supone la plasmación pública del favor gozado junto al soberano hispano. Pero no ocurre así, antes al contrario. Uno a uno, los candidatos propuestos por Nithard y por el propio Consejo en Madrid – Borghese, los príncipes de Sulmona y Palestrina – se excusan en 1672. El más idóneo de todos, «no sólo por los méritos de su casa y su mucha calidad, sino también por lo que desea emplearse en servicio de V.M.»28, el condestable Lorenzo Colonna, queda descartado al producirse el escándalo de la sonada fuga a Francia de su esposa, María Mancini29. Quien conduce la Chinea, finalmente, es el príncipe Savelli30. Pero la ceremonia queda deslucida por la ausencia en masa de los barones romanos31. Algo parecido ocurrirá al año siguiente para extrañeza del Consejo de estado, para el que no ay ejemplar de que los dueños de las primeras casas de Roma se ayan escusado de admitir semejante favor, pero antes bien continuadamente han apetecido y solicitado que V.M. se acuerde de ellos para servir a esta Corona en la referida función32.

¿A qué se debe una actitud tan hostil? La causa de todo es que los barones que gozan del honor de «grandes» se sienten ofendidos porque, según ellos, reciben un trato inferior al del condestable Colonna, quien no figura entre sus iguales en las ceremonias españolas en las que está presente el papa, ya que tiene el privilegio de asistir en el solio y de caminar entra las guardias pontificias. La reina Mariana hace caso omiso de las quejas, decidida a conservarle «sus privilegios concedidos a su casa por los pontífices y […] no haviendo solio y queriendo venir a las funciones de la corona, podrá ir entre los guardias»33. El problema es que, conocedores de ello, los

UNA EMBAJADA CONTROVERTIDA. EL PADRE NITHARD EN ROMA

277

demás barones se niegan a servir en la Acanea «en tanto que no se practicase en ella entre los grandes y el condestable Colonna la omnímoda y efectiva igualdad». Es más: llegan a exigir que, en el caso de que Colonna tenga que asistir al solio se le permita no asistir a la cavalgata de España […] pues que el servir el condestable al papa quando nosotros servimos al rey no perjudica a nuestro grado […] pues para establecer la desigualdad entre dos vasallos basta la diferencia del tratamiento que reciven en el servir al rey34.

El asunto, lejos de solucionarse, parece enquistarse cada vez más. Lo demuestra el hecho de que los príncipes de Sulmona y de Palestrina vuelvan a excusarse en 167335. Según el primero, porque entiende el trato preferencial a Colonna por perjudicial a su onor y punto (que son las palabras con que se expresó) en que de ninguna manera podía consentir […] y que así lo sentían sus aliados y amigos y lo juzgaría el mundo, de cuyo parecer no podía ni devía apartarse36.

De su mismo opinión son el cardenal Francisco Barberini y los nepotes del papa «que están unidos […] llevando este negocio más por empeñó que por razón»37. Todo parece volver a la normalidad, no obstante, cuando el príncipe de Palestrina presenta la Acanea en 1674; pero es un espejismo: sólo lo hace porque el condestable no asistirá al no ver decoroso aún presentarse en público38. Durante el conflicto Nithard ha tomado partido por Colonna – siempre tan importante para España39–, defendiendo que no perdiera «tan grande prerrogativa, obtenida de la Santa Sede y practicada por espacio de 800 años»; y más aún, después de que el condestable se hubiera resignado «en ceder la puerta, la mano y la silla a los embajadores desta Corona»40. De hecho, opina ser manifiesto y cierto que el condestable en la raya de sus privilegios y derechos, les está desigualado, pues ellos carecen de ellos y que V.M. ni quiere ni puede quitárselos por ser concedidos al condestable de otro príncipe, id est, de los Sumos Pontífices, sino mantenerle en el uso de ellos41.

Agradecido – tanto por el apoyo en las cuestiones de protocolo, como en las gestiones de Nithard para encontrar un convento adecuado en Bruselas y Madrid para su fugitiva esposa, la condestablessa –, Colonna considera públicamente «la afabilidad, benignidad y cortesía del cardenal Nidardo, diciendo que le devía más que a su propio padre»42. Pese a estas expresiones, las relaciones entre ambos se deteriorarán en breve. Y en el contexto político menos adecuado para España, además, como veremos más adelante. Pero, de momento, pasemos a ver qué acontece respecto a las relaciones del embajador con el otro lugar donde necesita recabar apoyos: la Curia, quienes están más cerca de la persona de Clemente X. Exaltado al pontificado poco después de la llegada de Nithard a Roma, Emilio Bonaventura Altieri es un octogenario de salud más que delicada43. Sus asuntos son gestionados, como era costumbre, por su nepote44, el cardenal Altieri, el encargado de negociar el capelo cardenalicio para Nithard y de conseguir, como ya dije, el imprescindible consentimiento del general de la Compañía de Jesús. En consecuencia, Nithard está siempre pendiente de la actitud poco clara del nepote, afirmando saber por

278

Julián José Lozano Navarro

diversos avisos de algunos cardenales y confidentes y amigos míos, de que el cardenal Altieri, viéndose malquisto de casi todo el Sacro Colegio y desamparado de sus mismas criaturas por su mal gobierno, variable y inconstante genio, y temiendo lo que le podría suceder muriendo el papa, de tan crecida edad, trata de unirse con franceses y esquadronistas, en cuya composición se ha visto estos días algunos muy especiales favores que les ha hecho, dando que pensar y sospechar mucho a los cabos de facciones y bien afectos a la corona Católica45.

Alarmado ante estas noticias, el Consejo se apresura a declara su parecer. Que no es otro que estando a cargo de la embaxada un cardenal, con dificultad podrá obrar en los negocios con la viveza y resolución que la gravedad dellos pidiere y con la libertad y entereza que lo puede hazer un embaxador de capa y espada por las dependencias que los eclesiásticos tienen con Su Santidad […] siendo así que en aquella Corte, más que en otras algunas, ha mostrado la experiencia que el hablar en ellas con ardimiento las ha mejorado totalmente y al contrario quando se ha procedido con demasiada templanza46.

Sea lo que fuere, queda claro que en la Corte española se siente la cada vez más apremiante necesidad de que Nithard sea sustituido; el marqués del Carpio tiene que ocupar su puesto en la embajada cuanto antes47. Pero el viaje del marqués a Roma se sigue dilatando por diversas razones: un pleito en Indias, enfermedades varias, amenaza de peste en Cartagena, embarazo de su esposa, etc. Así continuará durante varios años, para mortificación del Consejo48. Por si fuera poco, se teme que allándose S.S. en tan crecida edad que justamente puede recelarse que falte, y si sucediere este caso (que Dios no permita) obligado el cardenal Nidardo a entrar en el Cónclave […] quán abandonados quedarían los negocios de aquella embaxada en la ocurrencia en que más se necesita de tratarlos el sugeto de autoridad, valor y experiencia para encaminar lo que sea del real servicio de Dios y del de V.M., y así se tiene no sólo por conveniente, sino por preciso dar anticipadamente providencia a este accidente49.

Como medida provisional se dispone que, en caso de sede vacante, se encargue de los negocios diplomáticos el competente don Nicolás Antonio, agente de la embajada50. Una prueba definitiva de las suspicacias de Madrid hacia Nithard, según mi opinión. Sobre todo, porque una de las personas a quienes más teme el Consejo en Roma es, naturalmente, el embajador francés. Una figura que – y me parece tremendamente significativo – es otro príncipe de la Iglesia, el cardenal César d’Estrées. Su gobierno, sin embargo, no parece sentir los mismos temores que el de Madrid a la hora de que tenga que entrar en el cónclave. Pero claro, él es un diplomático hábil que, de seguro, sabrá cómo actuar; por no hablar de su alcurnia, que lo emparenta, a través de la casa de Vendôme, con el propio Enrique IV. Lo que más preocupa a Madrid, precisamente, es que día tras día parece percibirse un vuelco hacia Francia entre aquéllos que se encuentran más cercanos al pontífice. En junio de 1673 se crean cuatro nuevos cardenales; uno de ellos, monseñor Nerli, nuncio en París. El no dar capelo a los nuncios en España y el Imperio se considera un agravio, como no podía ser de otra forma. El nepote se ha justificado diciendo que otro de los elevados a la púrpura ha sido monseñor Cassanati por ser napolitano e hijo de español; pero Nithard no ha quedado satisfecho, ya que la reina no «le dio

UNA EMBAJADA CONTROVERTIDA. EL PADRE NITHARD EN ROMA

279

la nómina ni mandó hazer instancia alguna por él a este fin» y por considerarle «poco atento a las obligaciones de vasallo»51. Por si fuera poco, la salud de Clemente X se encuentra cada vez más quebrantada: Nithard escribe a Madrid en cifra que «infieren algunos podría parar este mal a hidropesía y no ser muy larga su vida»52. En esta situación, las relaciones internacionales terminan de complicarlo todo. Desde 1672, cuando Francia y Holanda entran en guerra, todos ven como cuestión de tiempo que España intervenga en la contienda del lado de los Estados generales. Un conflicto que pondría al país en una situación comprometida y más que contraria a sus intereses53. El papa se ha ofrecido a mediar en la crisis temiendo el más que probable rompimiento entre España y Francia; y declara a Nithard «que ya sabía que los reyes Católicos siempre mantienen la paz y desean la quietud, que por su parte la procuraría Su Santidad por medio de sus ministros y especialmente por el del nuncio de Francia»54. Pero la guerra es inminente55. Así lo piensa el condestable Colonna, que «ha significado sus grandes deseos de servir al rey Nuestro Señor en puesto correspondiente, pidiéndole le acompañe en la pretensión que tiene del de general de la cavallería de Milán»56; o el príncipe de Lorena, que también se ofrece para lo que España pueda necesitar57. El propio Nithard se hace partícipe del espíritu bélico y, sin pensarlo dos veces, decide pedir al papa y al nepote que no se conceda a Portugal «una décima sobre los eclesiásticos de aquel reino para la formación de una armada marítima [que permita] (unida con la de Francia) oponerse a la de Holanda, y por este medio quitarle el comercio de las Indias y lograr otros designios»58. La censura del Consejo por la imprudencia del embajador – una vez más – no se hace esperar, considerando que huviera sido azertado governarse pasivamente con toda reserva y destreza, porque contradecir a una Corona con quien se tiene paz es punto de mucho reparo y que puede producir inconvenientes, en que es también de considerar la consecuencia de que, si Su Santidad concediese aquella décima, se facilitaría tanto más la que de parte de V. M. se le ha pedido en los dominios de Italia y de las Indias59.

Muchos rumores corren por Roma en estos días de incertidumbre: Génova y Saboya van a declararse la guerra; Francia se dispone a invadir Génova; el duque de Mantua ha admitido una guarnición francesa en su fortaleza de Casale de Monferrato; Luis XIV se inmiscuye en los problemas matrimoniales de los grandes duques de Toscana, «haciéndose, como en todo lo demás, árvitro de quantas pendencias ay»60; el Turco se prepara para caer sobre Italia; una flota franco-inglesa está lista para atacar los presidios de Toscana; Parma y Toscana han aceptado dar a Francia cuarteles para 30.000 soldados; el ataque francés a la Valtelina es inminente; Francia apoya la candidatura de Condé o de Reinaldo de Este al trono polaco61. Finalmente la guerra estalla entre Francia y España a finales de 1673. Clemente X protesta a Nithard, ya que haviendo el embaxador de Francia puesto en la noticia del papa el rompimiento de la guerra, le havía insinuado S.S. que echava de menos que en nombre de V.M. no se huviere hecho esto mismo, a que él satisfizo no le havían llegado los despachos, manifestando S.B. lo que sentía que no huviese paz entre los príncipes cristianos62.

280

Julián José Lozano Navarro

Lo cierto es que los movimientos galos son de lo más alarmante: Luis XIV pide al papa que le conceda la cruzada a finales de 1673 y, probablemente, mucho más63. El propio pontífice, agobiado, tiene que reconocer a Nithard «las notorias violencias de franceses»64. Pero si hay un acontecimiento internacional que marca los años de la embajada romana del cardenal Nithard es el estallido de la rebelión de Mesina contra España y el rápido apoyo francés a los sublevados. Nithard y el marqués de Astorga aúnan fuerzas para pedir al papa que sus galeras ayuden a sofocar la revuelta65. Pero Clemente X se niega aduciendo que es padre de todos, y que no podía dar socorro contra cristianos, aunque fuesen rebeldes, «como si el glorioso título de padre común podía o debía patrocinar a los que se rebelen contra su príncipe natural». Enojado, Nithard responde que «en caso (lo que Dios no permita) que se hallase S.S. con semejante trabajo sin duda se nos pediría socorro de gente, armas y galeras y que nosotros se las daríamos sin falta y con gran propensión y gusto»66. Toscana y Venecia también se niegan a ayudar67. Nithard y Astorga temen las inteligencias de mesineses y palermitanos auspiciadas por Francia y que la revuelta se extienda por toda Sicilia y el reino de Nápoles68. Es por ello que el de Astorga pide al embajador que reclute hombres en Roma para que, unidos a los que él está juntando en Nápoles, acudan a sofocar la rebelión69. En la propia Curia las cosas también pintan mal para los intereses españoles. Sobiesky, nuevo rey de Polonia, ha nominado para cardenal al obispo de Marsella; el emperador, a Wallenstein, consejero de estado imperial. Según el Consejo, Nithard debe trabajar para que se logre la aspiración del emperador, incluso a costa de renunciar al derecho español de nómina en favor del candidato imperial70. La situación se agrava cuando en 1675 mueren dos cardenales de la facción española: Brancaccio y Spada. Quedan entonces seis capelos vacos. El panorama parece favorecer entonces a la monarquía católica, representando el papa a Nithard «que por ahora no pensava en hacer promoción, pero que llegando a ella procuraría tener muy satisfechas las coronas, especialmente la de España»71. Para terminar de complicar las cosas, Nithard comienza a tener acerbas desavenencias con el condestable Colonna. El principal noble romano leal a España, nada menos72. Algo que, por lo poco oportuno, hace cada vez más patente en Madrid la falta de habilidad del cardenal. Lo cierto es que el embajador –obsesionado, como todos en la época, por el protocolo – se siente afrentado porque el condestable se fue a Venecia sin despedirse de él, habiéndolo hecho del embajador francés, el cardenal d’Estrées73. Según Nithard, el condestable quiere excusarse por su proceder, tan desacertado que «hasta sus mayores amigos se han escandalizado»74. Pero la realidad es que comienza un fuego cruzado entre ambos, en el que el príncipe se queja de que el embajador no le ha devuelto su última visita75 y éste se defiende declarando «que fuera cosa imposible e intolerable si los ministros de príncipes tuviesen obligación de visitar a todo los que les vienen a ver para tratar de sus propios intereses»76. El carde-

UNA EMBAJADA CONTROVERTIDA. EL PADRE NITHARD EN ROMA

281

nal Nidardo llegará más lejos aún: pide a los príncipes de Palestrina y Savelli que ni vayan a ver al condestable, ni «entrasen en su casa presuponiendo que, si lo hicieren, incurrirían en el desagrado de V.M. y de sus reales ministros»77. Unas medidas que Madrid no comparte, afirmando que «combiene advertir al cardenal el gran reparo con que esto se havía entendido, y que era menester mantubiese la persona y casa del condestable en la confianza y estimación que ha usado siempre»78. Nithard tiene que transigir, pero a regañadientes79. El Consejo, por su parte, está cada vez más convencido de que todo se solucionará con «la mudanza de embaxador». Intuyendo además, tal vez, que en el germen de las tiranteces entre Colonna y el embajador se encuentra el desprecio del primero hacia los modestos orígenes del segundo; algo que, de seguro, no se permitiría ni con el cardenal d’Estrées – perteneciente a una rama bastarda de los Borbones – ni con un grande de España, a quienes no dejaría de percibir como iguales. En tanto que esto no suceda con la anhelada llegada del marqués del Carpio, la casa Colonna permanecerá en su puesto destacado; y – desautorizando una vez más al embajador – se debe informar de todo cuanto acontezca al cardenal Portocarrero, por si Nithard no lo hiciera80. La reconciliación definitiva no llega hasta que Lorenzo Onofrio Colonna porta la Chinea en 1675; Nithard comunica entonces fríamente que, como es costumbre, «oy ha comido conmigo en este real palazio el condestable»81. Otras ceremonias importantes para la monarquía se constituyen también en un serio problema para el embajador Nithard. La razón, es evidente, es que debían ser celebradas con el boato y la dignidad pertinentes en el centro de la cristiandad. Algo que resultaba extremadamente costoso para una Corte tan extenuada en lo económico como lo era la hispana en estos años. Es el caso de la procesión de la resurrección, celebrada tradicionalmente por la colonia española en Roma de manera «tan sumtosísima que se gastan de cinco a seis mil ducados»82. Como las rentas de la archicofradía no bastan «ni la pobreza de los españoles ayudar, como en otros tiempos se ha hecho» se pensó en no hacerla en 1676. Nithard exhorta a realizarla con todo lucimiento pues no era bien manifestar tan públicamente el descaecimiento de la nazión española, deviendo esperar en la misericordia divina nos ayudaría, que yo contribuiría por mi parte y solicitaría todos los medios que se pudiese […] y no se muestra como de lo referido nuestra flaqueza aun en tiempos que la Monarquía Católica se halla tan ahogada83.

Si algo ahoga a la monarquía en estos momentos es la guerra mesinesa. Una cuestión crucial respecto a la que la actitud papal sigue siendo más que alarmante. Por lo pronto, Clemente X concede a la armada francesa fondear en Civitavecchia, «por aver visto que los príncipes de Italia no han impedido a las mismas armas el ingreso en sus puertos, con que menos lo podía impedir S.B., pues demás de ser padre común tiene particular obligaçión de mantenerse indiferente entre las partes»84. Indignado, el Consejo opina que

282

Julián José Lozano Navarro

a Francia la valen las amenazas y de que a nosotros nos pone de peor calidad la templanza y la reverencia, cuya continuación producirá nuevos excesos, deviendo ser presente a V.M. que, así como en la religiosa piedad de V.M. es inseparable la veneración a la Sancta Sede, es cierto también que quedan devajo de otras líneas los intereses del Estado, y que la obligación de mantenerlos no es contraria a la reverencia, sino precisa en las dependencias de los príncipes85.

Por si fuera poco, Clemente X está permitiendo a los franceses sacar grano desde el puerto de Ancona para socorro de los rebeldes de Sicilia. Una medida de la que tendrá pronto que arrepentirse: la carestía ocasiona serios tumultos en los que la población se queja del precio de dichos granos y temiendo justamente vendría a faltar lo necesario del sustento de aquellas provinçias, añadiendo que era cosa indignísima el que se consintiesen estas extracciones a favor de mesineses traydores y rebeldes a su rey legítimo86.

Mientras todo ello acontece, se preparan conversaciones de paz en Nimega. Pese a que España protesta al nuncio Millini por lo que considera trato de favor del pontífice hacia los franceses87, lo cierto es que el papa parece en estos momentos volverse hacia España. Prueba de ello es que Madrid lo defiende como mediador en las negociaciones; al contrario que Francia, que se opone tajante calificando al papa Clemente «de falto de memoria y de poco sincero en referir lo que se habla en las audiencias»88. Ofendido, Altieri confiesa a Nithard que su tío ha resuelto exigir la salida de Roma del embajador de Francia, aunque el nepote duda que ello suceda «por el ruydo y sentimiento que causarían en París y por el miedo que tienen a las violencias de franceses»89. El embajador cardenal cree además que Luis XIV – por si no faltaran problemas en estos momentos – está negociando con el gran duque de Toscana para ofrecerle la corona de una hipotética Sicilia independiente90. La guerra de Mesina no terminará hasta 1678, excediendo sus avatares el marco del presente trabajo91. Clemente X muere en julio de 1676. Con los cardenales en el cónclave, el Consejo declara que el fallecimiento no ha podido ocurrir en peor coyuntura por el «desamparo grande en que se halla la Corona en la Corte de Roma de ministros a vista de un embaxador de Francia y cardenal de Estrées tan violentos y mañosos»; y dispone la inmediata partida hacia Roma del marqués de Melgar como embajador extraordinario, debiendo ser asistido allí por Nicolás Antonio. Y que aunque ha sido máxima desta corona que se procure papa muy biejo, no entiende que en la ocasión presente debe seguirse, porque tuviera por muy del servicio de Dios y de V.M. que fuese elegido uno de madura hedad y de brío para fomentar una liga en Italia92, que es lo que oy más podría importar […] trocando las inteligencias y solicitudes de la exaltación del Pontífice a los medios de ganarle después de elegido, pues siempre hemos descuydado para perderle después de lo que nos costó su aclamación93.

El 4 de octubre de 1676 es elegido papa – pese a la fuerte oposición francesa – Benedetto Giulio Odescalchi, con el nombre de Inocencio XI. Su pontificado será testigo de grandes tensiones entre la Santa Sede y Luis XIV durante la década de 1680. Efectivamente, Nithard se promete que el flamante pontífice será pro-

UNA EMBAJADA CONTROVERTIDA. EL PADRE NITHARD EN ROMA

283

español, ya que le ha declarado que tendrá a Carlos II bajo su protección y se ha vanagloriado de haber nacido vasallo suyo94. A pesar de noticia tan halagüeña, el Consejo no puede ser ya más claro: esta vez el marqués del Carpio debe embarcar inmediatamente hacia Roma95. Pese a la premura con que es instado, no llegará a la Ciudad eterna hasta el año siguiente. A partir de entonces termina la labor de Nithard como embajador ordinario interino, si bien continua residiendo en la capital romana96. Su figura irá quedando desdibujada velozmente, dedicándose casi en exclusiva a cuestiones eclesiásticas. Es cierto que conserva sus informadores, que le tienen al tanto de los movimientos de la política europea. Pero la realidad es que se va transformando, en definitiva, en lo que siempre fue desde su salida de Madrid en 1669: en un verdadero cadáver político cuya presencia era un incómodo estorbo para el gobierno español. Llamado desde el confesionario al gobierno de la monarquía por la voluntad soberana de Mariana de Austria, se sumergió en el mundo de la política. Pero nunca fue un político, sino un religioso fiado ciegamente en la Providencia que jamás llegó a entender las claves complejas de la vida palaciega97. Su caso, como ya apunté, siempre fue atípico. Los validos que le precedieron fueron apartados del poder al perder la confianza real, si bien ésta venía siendo socavada y cuestionada por diversas razones. La regente, en su caso, lo hizo forzadamente. Nithard conservó, por tanto, la ficción de la confianza real; pero nunca más la realidad, la que verdaderamente otorgó siempre su poder a los privados como reflejo del carisma de los monarcas98. Constata lo que digo el que, pese a su definitivo ocaso, sean muchos quienes recurren a él de nuevo tras la muerte de don Juan José de Austria en 167999; esperando que la reina Mariana vuelva a llamarle a su lado, sin duda. Esperanzas erradas. El cardenal Juan Everardo Nithard muere en Roma el 1 de febrero de 1681 sin que nadie le llame. El marqués del Carpio informa a la Corte española que lo ha hecho después de un mes de enfermedad, y que ha dejado en su testamento legados a Su Santidad, cardenal Altieri, general de la Compañía de Jesús y asistentes de España y Germania, a cada uno una pintura. También dexa otras mandas al colegio de su religión, por heredera a la casa profesa de esta Corte, donde se manda enterrar, y por albazeas al general y los cinco asistentes, haviendo estado en su sentido hasta poco antes de espirar100.

Los padres jesuitas Fernando de Muzquiz y Juan de Ganeda son los encargados de liquidar sus cuentas. El anciano Nithard deja deudas, pues había alquilado un palacio del duque de Paganica desde mayo de 1680, así como diversos pagos domésticos incumplidos. La casa profesa de San Andrés del Quirinal queda como heredera, en definitiva, de 244.751 reales101. Así pues, a su muerte, el cardenal Nidardo volvió a ser lo que quizás siempre fue: el padre Juan Everardo Nithard, de la Compañía de Jesús. Julián José Lozano Navarro

284

Julián José Lozano Navarro

Abreviaturas utilizadas: ARSI = Archivo Romano de la Compañía de Jesús; AGS = Archivo General de Simancas. Y continúa: «en cuán lastimoso estado se halla y queda mi corazón lo podréis fácilmente considerar; la pura necesidad y la violencia me han obligado a venir en lo que pasa conmigo y con vos […] no olvidéis de acordaros de mí en vuestros santos sacrificios y oraciones, como yo también os tendré presente siempre para favoreceros, ya que la violencia nos aparta y separa […]. Yo quedo en todos tiempos y circunstancias vuestra reina e hija de confesión», citado por G. Maura Gamazo, Carlos II y su Corte. Ensayo de reconstrucción biográfica, vol. I, Madrid, Librería de F. Beltrán, 1911-1915, p. 442. 2 Así lo hace F. Tomás Y Valiente en Los Validos en la Monarquía española del s. XVII, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1963, p. 26. 3 Cfr. J.L. Castellano, Las Cortes de Castilla y su Diputación (1621-1789). Entre pactismo y absolutismo, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1990, pp. 70-71. 4 G. Maura Gamazo, Carlos II y su Corte, cit., vol. I, p. 446. 5 ARSI, Epistolae de Rebus Card. Nidardi, 1666-1680, f. 27r, Carta del padre Nithard al general Juan Pablo Oliva, Palo, 15 de mayo de 1669. Según el marqués de Astorga, cuando Nithard habla con sus compañeros de orden, prorrumpe «en la expresión de sus desconsuelos, ponderando con harto ardor lo que con él se ha hecho en España (a que da el nombre de violencias)», AGS, Estado, Roma, leg. 3113, Carta del marqués a la reina, Roma, 6 de julio de 1669. 6 AGS, Estado, Roma, leg. 3113, Consulta del Consejo, Madrid, 3 de agosto de 1669. 7 Lo demuestra el que Astorga inste a Nithard «a que mude su asistencia fuera de esta Corte, como V.M. se lo tiene mandado y de nuevo se lo manda, dejando a su arbitrio el pasarse a Alemania o a otra parte que sea de su satisfacción», ibídem, El marqués de Astorga a la reina, Roma, 19 de septiembre de 1669. 8 Según la Relación de cosas generales que convienen sepa el Embaxador de Roma, «las ceremonias se tienen en Roma por de tanta substancia, que convine que sea la primera cosa que el embaxador procure de saber», cit. en M.A. Visceglia, La città rituale. Roma e le sue cerimonie in età moderna, Roma, Viella, 2002, p. 205. 9 El papa Rospigliosi lo hace pese a que aparecía como recomendado único en las cartas postuladoras de la reina Mariana. Por el contrario, hace cardenal a don Luis Fernández Portocarrero, una pieza clave en el gobierno de la monarquía años después, cfr. G. Maura Gamazo, Vida y reinado de Carlos II, Madrid, Aguilar, 1990, p. 148. 10 Algo de lo que Nithard, por torpeza o falsa modestia, no parece ser del todo consciente, confesando al de Astorga que «en quanto a mí me bastaba el tratamiento de cualquier honrado sacerdote, y que no me tocaba, sino a V.E., el disputar esta controversia», AGS, Estado, Roma, leg. 3113, Nithard a Astorga, Roma, 30 de enero de 1672. 11 ARSI, Hisp. 92, ff. 43v-44r, Carta del padre Jacinto Pérez al general Juan Pablo Oliva, Madrid, 28 de noviembre de 1665. Este temor no estaba exento de fundamento: en 1669 en la capital aragonesa las turbas que vitoreaban a don Juan José de Austria pasearon por las calles un muñeco de paja vestido de jesuita, que fue quemado en la puerta de la casa de la Compañía, G. Maura Gamazo, Vida y reinado, cit., p. 142. Incluso corren noticias de que «alguno ha propuesto a Su Alteza que será bueno poner fuego a nuestro colegio de Madrid […] Y con eso los de la Compañía, viendo que el señor inquisidor general es la causa de estar odiados, procurarán ellos mismos que salga», C. Oñate Guillén, S.I., El Padre Andrés Mendo y Don Juan José de Austria. Cartas de Mendo desde Barcelona, «Archivum Historicum Societatis Jesu», LXIV, 1995, pp. 247, 251 y 256, Cartas del padre Andrés Mendo a don Crespí de Valldaura, Barcelona, 24 de noviembre, 19 de diciembre de 1668 y 4 de enero de 1669. 12 Al respecto véase mi obra La Compañía de Jesús y el poder en la España de los Austrias, Madrid, Cátedra, 2005. 13 ARSI, Hist. Soc. 55 (I), De Rebus Card. Nidardi, 1666-1680, ff. 32 y 35r-35v, Cartas del padre Oliva al cardenal Altieri, Roma, septiembre de 1671. 14 Los embajadores normalmente pertenecían a la más alta nobleza. Por ejemplo, cuando se habla de enviar a don Baltasar de Zúñiga a Roma en 1603 en lugar del duque de Sessa, el nuncio en Madrid escribe que no lo cree, «perché, se bene è cavaliero principale, non è però titulato», cfr. S. Giordano (dir.), Istruzioni di Filippo III ai suoi ambasciatori a Roma, 1598-1621, Roma, Ministero per i Beni e le Attività Culturali, 1

UNA EMBAJADA CONTROVERTIDA. EL PADRE NITHARD EN ROMA

285

Dipartimento per i Beni Archivistici e Librari, Direzione Generale per gli Archivi, 2006, p. LXXXI. 15 ARSI, Epistolae de Rebus Card. Nidardi, 1666-1680, ff. 40-42, Copia de carta escrita a un señor de los sucesos que han pasado en Roma al Excelentísimo señor Juan Everardo, arzobispo de Edesa, del Consejo de Estado de Su Magestad, confesor de la reyna y embaxador ordinario en esta Corte, 12 de febrero de 1672. 16 Ibídem. 17 La reafirmación de la política española en Roma tras la muerte de Urbano VIII había encontrado su correlato en la magnificencia escenificada por los representantes del rey Católico en la ciudad. Particularmente brillantes habían sido las entradas del almirante de Castilla en 1646 y de Pedro de Aragón en 1671, M.A. Visceglia, La città rituale, cit., pp. 100-101. 18 Casi inmediatamente la reina Cristina tiene algo que pedir a Nithard: que, como heredera del rey Casimiro de Polonia, «la pertenecía la sucesión de las rentas que aquel rey poseía en el reyno de Nápoles», AGS, Estado, Roma, leg. 3047, Medrano, secretario del Consejo de Estado, a la reina, Madrid, 21 de marzo de 1673. 19 No en vano su valimiento constituyó una fractura respecto a los precedentes, caracterizados por una relación política entre el monarca y los grandes que abría para los segundos la oportunidad de participar de amplias cuotas de poder. Nada que ver, en consecuencia, con la privanza de un jesuita austríaco de humilde origen, algo que la gran nobleza sólo consintió con desagrado, cfr. A. Carrasco Martínez, Los grandes, el poder y la cultura política de la nobleza en el reinado de Carlos II, «Studia Historica», XX, 1999, pp. 92-93. 20 Según el jesuita, Nithard debió apoyarse en los miembros de la junta de regencia, que se mostraban «si no ofendidos, por lo menos descontentos del padre Everardo, porque contra todo política religiosa, cristiana y por cristianar, mantiene en opinión común en el puesto de Presidente de Hacienda a un hombre incapaz y aborreçido de toda la Monarchía […] de que se originan irritaciones y quejas y aún pasquines, pues pocos días a que amaneció uno en las puertas de Palacio que decía: Peor está que estava». Nithard gobernaba entonces, en su opinión, «con tan poco logro y con tanta desdicha como se llorava sentidamente en vida del Rey; ni en lo político ni en lo militar no se promete nadie mejores sucesos, sino todos los temen mucho peores. Y el daño está en que los primeros ministros los atribuyen al padre Everardo, y de aquí es que hayan comenzado a perderle el afecto y la estimación los mesmos que más le podían valer», ARSI, Hisp. 92, ff. 42-44, Carta del padre Jacinto Pérez al general Oliva, Madrid, 28 de noviembre de 1665. 21 Ibídem. 22 Véase, La Corte di Roma tra Cinque e Seicento: “teatro” della politica europea, a cura di G. Signorotto e M.A. Visceglia, Roma, Bulzoni, 1998. 23 Incluso con el prestigio español en horas bajas, son muchos los nobles italianos que siguen poniendo sus miras en la corte madrileña para pedir mercedes. Por citar un ejemplo, tan sólo en 1672 solicitan que se les conceda el Toisón de Oro el príncipe de la Cisterna, el duque de Atri y el duque de Paganica y Montenegro. El Consejo comunica a Nithard que «procure eximirse de entrar en semejantes recomendaciones, pues por razón de su puesto no está obligado a ello, conviniendo evitarlas porque los interesados hazen fundamento de sí y justificación de sus pretensiones quando ministros de su grado se interponen en ellas. Y que podrá decir […] que al presente hay pocos tusones vacos y que los pretensores son muchos», AGS, Estado, Roma, leg. 3046, El Consejo a la reina, Madrid, 2 de abril de 1672. La respuesta molesta al cardenal, que «juzga no ser del real servicio ni autoridad de aquél puesto negarse el ministro que le exerce a las instancias que le hacen cada día personas de su posición, estando a arbitrio de V.M. mande responder a ellas con generalidad, con que los interesados quedarán satisfechos de que el embaxador pasó el oficio, y aquél no padecerá la desestimación en que le tendrán si niega una carta no tanto de recomendación como de desnuda representación», ibídem, El Consejo a la reina, Madrid, 23 de junio de 1672. 24 El testimonio de la fidelidad del linaje al rey Católico o al cristianísimo – ambos soberanos extranjeros – consistía, a menudo, en la presencia de la efigie regia en las salas de aparato de los palacios romanos junto a la de su propio soberano, el papa. En ocasiones especiales, estos retratos eran colocados juntos bajo un baldaquín, símbolo por excelencia del poder sacralizado, cfr. D.H. Bodart, I

286

Julián José Lozano Navarro

ritratti dei re nelle collezioni nobiliari romane del Seicento, en La nobiltà romana in età moderna. Profili istituzionali e pratiche sociali, a cura di M.A. Visceglia, Roma, Carocci, 2001, pp. 312-316. 25 Como ejemplo, cuando Livia Cesarini decide casarse con Federico Sforza en 1672, se sienten ofendidas «las tres casas principales de Roma, la Colona, Ursina y Cesarina, de que casase con la de Sforza». Uno de los resultados es que el patriarca Altoviti, partidario de la unión, «le pararon quatro hombres disfrazados la carroza y le tiraron de caravinazos, de que le tocaron dos balas que por la garganta le subieron a la cabeza […] algunos lo atribuyen al condestable y príncipe de Sonino, su hermano, como tan inmediatamente interesados; otros a los Ursinos, y otros al embaxador de Francia, y otro finalmente a todos estos juntos», AGS, Estado, Roma, leg. 3047, Nithard a la reina, Roma, 3 de diciembre de 1672. 26 Hijo de un comisario imperial para la Alta Austria, Nithard había nacido en 1607. Creció en el belicoso ambiente de la Contrarreforma germana y se educó con los jesuitas de Passau y Graz. Siendo muy joven fue capturado por los protestantes en Linz, y a punto estuvo de morir lapidado. Salvado in extremis, él mismo adjudicó la oportuna llegada de las tropas imperiales a la Divina Providencia, que le destinaba a alguna alta misión a su servicio, G. Maura Gamazo, Carlos II y su Corte, cit., t. I, p. 200. Entre 1625 y 1627 luchó en las tropas de la Liga católica y en 1631 ingresa en la Compañía. En poco más de una década consigue ser catedrático de filosofía y derecho canónico en Graz. El general de la Compañía le designa como confesor de los hijos de Fernando III, Leopoldo Ignacio y Mariana, A. Graf von Kalnein, Juan José de Austria en la España de Carlos II, Lérida, Milenio, 2001, p. 83. 27 Es claro que los rituales modernos solían inspirarse en una tradición institucional; el poder desplegaba en ellos su retórica ceremonial declarando su grandeza y exaltando su superioridad frente a otros poderes. Se trata, en definitiva, de «rituales de afirmación de poder» más que actos vinculantes de los sentimientos colectivos, cfr. J.J. García Bernal, El fasto público en la España de los Austrias, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2006, pp. 38-39. En el caso de la Acanea, la ceremonia se convierte, desde mediados del siglo XVI, en una prueba de fuerza que podía transformarse en enfrentamiento abierto, M.A. Visceglia, La città rituale, cit., p. 214. 28 AGS, Estado, Roma, leg. 3046, El Consejo a la reina, Madrid, 16 de mayo de 1672. 29 Sobre la rocambolesca peripecia vital de la fugitiva, véase G. Doscot (ed.), Mémoires d’Hortense et de Marie Mancini, Mesnil-sur-l’Estrée, Societè Nouvelle Firmin-Didot, 2003. Según informa Nithard «el condestable de Nápoles ni podía ir al solio ni parecer en público por el accidente de madama su muger», ibídem, Nithard a la reina, Roma, 6 de mayo de 1673. 30 Ibídem, Medrano a la reina, Madrid, 15 de julio de 1672. 31 Ibídem, Nithard a la reina, Roma, 2 de julio de 1672. 32 AGS, Estado, Roma, leg. 3047, Madrid, 30 de mayo de 1673. 33 Ibídem, Nithard a la reina, Roma, 4 de junio de 1672. 34 Ibídem, El príncipe Borghese a Nithard, Frascati, 17 de junio de 1672. 35 Esta vez Nithard opina que la autoridad de la reina está empeñada, y aconseja no exponerse a más negativas. Tan sólo el príncipe de Cariati parece estar dispuesto a conducir la Acanea, ibídem, Nithard a la reina, Roma, 3 de junio de 1673. 36 El Consejo piensa entonces en los duques de Gravina, Paganica, Bassanelli, Gaetano, Mathei, Cafarelli, Altemps o en don Gaspar Altieri, sobrino del papa – si bien este último no es vasallo de España –. Y dispone un correctivo para el de Sulmona, ordenando «al virrey de Nápoles que le llame a aquella ciudad y sin darle audiencia le detenga dos meses, mortificándole, y no le dé licencia para salir della sin dar quenta a V. M. […] pues es bien entienda quán del desagrado de V. M. ha sido el haverse excusado», ibídem. 37 Ibídem, Nithard a la reina, Roma, 18 de junio de 1672. Según el cardenal, «el real y verdadero fundamento de dichos barones y de su empeño es la liga y complicidad que han hecho y tienen con todos los nepotes de papas y papalinos, en que entran los cardenales Barberini, Guissi y Rospillosi, cabos todos de facciones, persuadiéndose que los ha menester la Corona en ocasión de cónclaves en orden a conseguir elecciones de papas favorables a España», ibídem, Nithard a la reina, Roma, 6 de agosto de 1672. 38 AGS, Estado, Roma, leg. 3048, Carta del príncipe a la reina, Roma, 16 de junio de 1674. Según

UNA EMBAJADA CONTROVERTIDA. EL PADRE NITHARD EN ROMA

287

Nithard, «executó el príncipe el acto desta función con el mayor lucimiento que se ha visto de muchos años a esta parte, y con grande aplauso y satisfacción del palacio pontificio y universal de toda la Corte de Roma», ibídem, Nithard a la reina, Roma, 30 de junio de 1674. 39 Las instrucciones dirigidas a los distintos embajadores solían hacer referencia a ello desde el siglo XVI. Un hecho que, entre otras muchas razones, se justificaba por la importancia estratégica de su fortaleza de Paliano – cuya guarnición era subvencionada por el rey Católico –, medio de presión formidable a las puertas de Roma y siempre a disposición del embajador hispano, S. Giordano, (dir.), Istruzioni di Filippo III, cit., p. LIX. 40 Ibídem, Consulta del Consejo, Madrid, 12 de mayo de 1674. 41 AGS, Estado, Roma, leg. 3047, Nithard a la reina, Roma, 6 de agosto de 1672. 42 AGS, Estado, Roma, leg. 3049. 43 Nithard pronto informa de que, aparte «la mucha edad del Papa empieza a tener achaques, haviendo padecido estos días una fluxión que le ha devilitado mucho, y se duda que las funciones de la Semana Santa las haga en San Pedro como es estilo y siendo el calor muy contrario a su salud puede temerse este verano alguna novedad», AGS, Estado, Roma, leg. 3046, Nithard a la reina, Roma, 9 de abril de 1672. Una fluxión la del pontífice que Nithard interpreta como una excusa «por no recibir al embaxador de Francia, que había pedido para ayer la audiencia de su entrada pública», ibídem, Nithard a la reina, Roma, 28 de marzo de 1672. 44 Los cardenales nepotes se comportaban como verdaderos vicepapas, decidiendo la política exterior, dirigiendo la Secretaría de estado, coordinando la acción de los nuncios y supervisando una administración papal en vías de expansión, R. Po-Chia Hsia, La Controriforma. Il mondo del rinnovamento cattolico (1540-1770), Bologna, Il Mulino, 2001, pp. 130-131. 45 Uno de los informadores de Nithard, además, le ha declarado sus sospechas de que el sobrino del papa «camina a hazerse francés, y esto se reconoce […] por los negociados que haze por medio de los nuncios en todas las Cortes de lo mayores príncipes, siendo todos ellos dirigidos a las bentajas de Francia. V.E. también save los continuos despachos de correos que se hazen de París a Roma y de Roma a París por medio del embaxador, y debe saber que antes de ayer volvió a pasar por aquí aquel correo que vino de Francia y llegó a esta ciudad sin postas, pero aquí las tomó, de suerte que se ve que ha querido encubrir esta expedición», AGS, Estado, Roma, leg. 3047, Nithard a la reina, Roma, 31 de diciembre de 1673. 46 Lo que no quiere decir que en Madrid no se sepa cómo presionar a Altieri, ya que «teniendo este sujeto sobrinos con estados en el reyno de Nápoles y estando Su Beatitud tan adelantado en la edad, el embaxador seglar podrá tener gran disposición para inclinarle a lo que fuere razón, mayormente quando no es el cardenal sobrino de sangre de Su Santidad, sino electivo», ibídem, El Consejo a la reina, Madrid, 1 de febrero de 1673. 47 El Consejo añade que «el cardenal Nidardo, por su templado natural y piadoso ánimo, no será fácil que obre con toda la actividad conveniente en los casos que se necesitare dello». Es por ello que «no puede dexar de volver a representar a V.M. es necesario que en la coyuntura presente aya en Roma embaxador seglar», ibídem. 48 Que pide a la reina «se le buelva a decir la gran falta que hace su persona en Roma para cuidar de los negocios de aquella embaxada, reconociéndose más cada día lo que se atrasan por no tratarse por mano de embaxador seglar que pueda representar lo que se ofreciere en ellos con la livertad que no le es permitido a ningún cardenal ni ministro eclesiástico por la dependencia que tienen del papa, y que así apresure quanto sea posible su partencia no perdiendo ora de tiempo en aviarse», AGS, Estado, Roma, leg. 3047, Madrid, 19 de abril de 1673. 49 Previene a la reina para que nombre a alguien que «se encamine luego a Roma y encargue de los papeles de la embaxada embiando el despacho en que V. M. le nombrare y otro para que el cardenal Nidardo le entregue dichos papeles, las instrucciones y decretos con que se alla concernientes a esta materia en un pliego cerrado y sellado con prevención en la sobrecubierta de que no se ha de abrir hasta que llegue el caso de sede vacante […] pues con esto se da tiempo a que el marqués [del Carpio] pueda llegar a aquella Corte sin quedar los negocios expuestos al riesgo que puede ocasionar su tardanza», ibídem. 50 Se le deberán dar todos los papeles abiertos, uno cerrado por el que la reina da la voz en el cónclave al cardenal Portocarrero y otro que debe abrirse en caso de sede vacante. Este último contiene

288

Julián José Lozano Navarro

instrucciones para que los cardenales de la facción se pongan de acuerdo con el cardenal de Médicis. También se le dará la cifra, que conocen todos los virreyes de Italia y el gobernador de Flandes. Nithard le instruirá de todo, y se verá como puede Antonio pasar información al embajador mientras éste esté en el cónclave, ibídem, Madrid, 9 de mayo de 1673. 51 Ibídem, Nithard a la reina, Roma, 17 de junio de 1673. 52 Ibídem, Nithard a la reina, Roma, 18 de noviembre de 1673. 53 J.A. Sánchez Belén, Las relaciones internacionales de la Monarquía Hispánica durante la regencia de doña Mariana de Austria, «Studia Historica», XX, 1999, p. 158. 54 AGS, Estado, Roma, leg. 3046, Nithard a la reina Mariana, Roma, 18 de junio de 1672. 55 Nithard contesta al papa que la reina Mariana, viendo «los formidables aparatos del rey Cristianísimo, debía por la obligación de madre, tutora y curadora del rey Nuestro Señor pupilo, y de governadora de estos reynos, prevenía su defensa», ibídem, El Consejo de Estado a la reina, Madrid, 9 de mayo de 1672. 56 Ibídem, El Consejo a la reina. El hijo del condestable, por su parte, pasará pronto a comandar dos compañías de caballería en Flandes, ibídem, leg. 3049, Lorenzo Onofrio Colonna a la reina, Roma, 23 de mayo de 1675. 57 AGS, Estado, Roma, leg. 3046. 58 Ibídem, Nithard a la reina, Roma, 12 de marzo de 1672. 59 Pese a ello, el Consejo «no tiene por despropósito se procure con toda sagacidad y prudencia que los portugueses no consigan los medios que puedan aumentar sus fuerzas, porque en el estado presente de las cosas nada nos podrá ayudar tanto como que en aquel reyno se experimente de una falta de caudal que imposibilite las disposiciones contra esta Corona», ibídem, El Consejo a la reina, Madrid, 23 de abril de 1672. 60 Ibídem, leg. 3047, Nithard a la reina, Roma, 25 de febrero de 1673. 61 La intoxicación informativa, la propagación intencionada de falsas noticias para desestabilizar al adversario era práctica común desde antiguo. Muchos de estos rumores solían nacer en la Italia apabullada por la hegemonía española o bajo la influencia francesa, C. Carnicer-J. Marcos, Espías de Felipe II, Madrid, La Esfera de los Libros, 2005, pp. 353-354. 62 AGS, Estado, Roma, Consulta del Consejo, leg. 3048, Madrid, 2 de enero de 1674. 63 Justifican su pretensión por «la guerra que han roto a los moros de Argel». En realidad se teme que tal motivo sea aparente «sirviendo so pretexto a los armamentos que aquel rey hace en el Mediterráneo con tan justo recelo de los dominios del rey Nuestro Señor y aun de la seguridad de los príncipes de Italia», ibídem, Consulta del Consejo, Madrid, 18 de enero de 1674. 64 Ibídem, Consulta del Consejo, Madrid, 8 de mayo de 1674. 65 El virrey de Nápoles representa al pontífice lo común que debe ser la «causa a todos los príncipes de Europa por su pernicioso ejemplar, a que se junta el paternal amor con que V.B. atiende a los intereses del rey Nuestro Señor, suplico a V.S., puesto a sus beatísimos pies quán rendida y devotamente puedo, se sirva de mandarme asistir con las galeras de su esquadra pontificia o parte dellas para socorrer al marqués de Bayona, virrey de Sicilia, en este frangente, ya para que la benignidad de que usare en aquel pueblo tumultuoso sea más agradecida o ya para que, pasando su delito a obstinación, no quede sin castigo ni consentida tan perjudicial consecuencia en los dominios de Italia, de que el rey Nuestro Señor se dará por muy obligado a V.B.», ibídem, El marqués de Astorga al papa, Nápoles, 4 de agosto de 1674. 66 Ibídem, Nithard al marqués de Astorga, Roma, 11 de agosto de 1674. Astorga vuelve a intentarlo con el papa recordándole la defensa de los reyes de España a la Iglesia y tratando de que tome parte en defensa de sus propios intereses, recordándole que debe «tener muy presente las cercanía del estado de la Santa Sede Apostólica» y presentando a los rebeldes como culpables de armar «a los religiosos para fomento de aquel pueblo, profanando los sagrados templos, despojándolos de los ornamentos y plata», ibídem, El marqués al papa, Nápoles, 18 de agosto de 1674. 67 El embajador florentino en Madrid es reprendido por la reina Mariana, ibídem, Consulta del Consejo, Madrid, 25 de noviembre de 1674. 68 Ibídem, Nithard a la reina, Roma, 20 de octubre de 1674.

UNA EMBAJADA CONTROVERTIDA. EL PADRE NITHARD EN ROMA

289

69 Nithard ha de pedir permiso al nepote Altieri debido a que las pragmáticas pontificias lo prohíben. El Consejo se lamenta «de que para el tercio de Nápoles sea necesario hacer lebas en Roma y enviarlas para recluta de alguna compañía […] lo qual es de suma lástima y de malas consecuencias, pues obliga a haçer estos ruydos en Roma y a que el cardenal Nidardo hiziese las diligencia que refiere con el cardenal Altieri», ibídem, Consulta del Consejo, Madrid, 24 de octubre de 1674. 70 Ibídem, Consulta del Consejo, Madrid, 16 de octubre de 1674. 71 Ibídem, leg. 3049, Nithard a la reina, Roma, 26 de enero de 1675. Efectivamente, la promoción de cardenales no tarda en llegar, y esta vez no es del gusto francés. Los elevados a la púrpura son Crescencio, romano, afecto a España; el mayordomo Roci, romano y afecto a España; Mariscote, nuncio en España; Alberici, romano, nuncio en Alemania; Spada, nuncio en Francia; y el dominico inglés Howard, ibídem, Consulta del Consejo, Madrid, 23 de junio de 1675. 72 El príncipe ha «asistido a los virreyes de Sicilia con 14 o 15.000 ducados, y ordenado a sus vasallos acudan a quanto se le mandare. Que habiéndose últimamente intimado a los feudatarios del reyno de Nápoles levanten los soldados de su obligación, está el condestable disponiendo con sus vasallos el mayor número que pudiere, pronto de emplear en servicio de V.M. su sangre, vida y hazienda con la de sus vasallos y todos los de su casa», ibídem, El marqués de Astorga a la reina, Nápoles, 15 de junio de 1675. 73 El marqués de Astorga, informado, pide «al embaxador de V.M. en Venecia que le suspendiese los agasajos y cumplimientos de recién llegado, pues siendo cierta la queja del cardenal Nidardo ésta y mayores demostraciones merecía su desatención», ibídem. 74 AGS, Estado, Roma, leg. 3049, Nithard a la reina, Roma, 19 de mayo de 1675. 75 Llega a difundir por Roma varios panfletos contra el cardenal, de quien dice que «si no fuese embaxador y mirándolo como simple cardenal Nidardo, no tenía el condestable ninguna obligación de verle, porque no sólo le era deudor Nidardo de una visita, sino de muchas. Lo 1º, jamás ha visitado al condestable en público. Lo 2º, que desde que volvió del Abruzo jamás ha enviado recado para visitarle, sólo dice con una necia excusa aver enviado [llamar] S.S. y que no le hallaron por averse ya partido, como si el condestable no le ubiese dicho tal día me parto, o como si el condestable fuese algún gusano que no se supiese en Roma su partenza», ibídem, carta anónima. 76 Así lo dice porque el motivo de la última visita del príncipe a la embajada fue para hablar de cuestiones referentes a la fugitiva princesa María, ibídem, Nithard a la reina, Roma, 7 de abril de 1675. 77 Ibídem, Consulta del Consejo, Madrid, 7 de mayo de 1675. 78 El Consejo opina que «la mala inteligencia que ha avido entre el condestable y el cardenal mira más a los particulares de las personas que no a que se pueda hacer argumento de difidencia en un vasallo como el condestable, mayormente quando […] se han reconocido en el discurso dél actos tan contrarios a la mala fe […] pues en los accidentes de Messina ha servido con dinero, granos y vasallos, dando particular ejemplo y ofreciendo al marqués de Astorga quanto se pudiese sacar de sus estados para aquella necesidad, siendo esto en consecuencia de haverse mostrado en todas ocasiones buen vasallo», ibídem, Consulta del Consejo, Madrid, 7 de mayo de 1675. 79 Acata «la orden de recibir al condestable con demostraciones de todo agasajo siempre que le viniese a visitar, pero que este cavallero avía un año que no entraba en aquel palacio». Colonna se ha «puesto en público en Roma sin hacer quenta de ir a aquel palacio, publicando que no lo hará mientras no se le mantengan sus preeminencias ni el embaxador de V.M. le dé la mano, la silla y la puerta en su casa, que este empeño pasa muy adelante y a su mal ejemplo creçen los discursos de los grandes personages de Roma, conviniendo atajar en el principio sus malas consecuencias», ibídem, Consulta del Consejo, Madrid, 7 de mayo de 1675. 80 Ibídem. 81 Ibídem, leg. 3050, Nithard a la reina, Roma, 29 de junio de 1675. 82 Ibídem, Consulta del Consejo, Madrid, 16 de agosto de 1675. La archicofradía fue fundada en 1579, creciendo rápidamente hasta tener más de mil cofrades y constituyéndose en una de las más importantes de la ciudad. Se convirtió en un centro de poder y patronazgo donde se cultivaba y alentaba la identidad española y los intereses de la Corona, T.J. Dandelet, La Roma española (1500-1700), Barcelona, Crítica, 2002, pp. 25-26. 83 El Consejo había dispuesto meses antes que Nithard «podrá aplicar la limosna que le pareciere a

290

Julián José Lozano Navarro

esta cofradía del dinero de los gastos secretos de la embaxada», AGS, Estado, Roma, leg. 3049, Consulta del Consejo, Madrid, mayo de 1675. Pero poco después, Nithard dice no poder aplicar la limosna al debérsele nueve mesadas de gastos secretos en Nápoles, «y aunque se le paguen los tiene gastados antizipadamente en correos, estafetas, espías y otras cosas preziosas del real servicio». El Consejo, finalmente, pide que Nithard dé una limosna de 800 ducados para la procesión, AGS, Estado, Roma, leg. 3050, Consulta del Consejo, Madrid, 16 de agosto de 1675. 84 Ibídem, leg. 3049, Carta de la Nunciatura, Madrid, 27 de junio de 1675. Nithard ha informado de la llegada el 16 de mayo de 25 galeras, 5 bajeles y 14 tartanas para socorrer Francia a Messina, saliendo más de tres mil personas a verlas por curiosidad o afecto a Francia. El príncipe Panphilij ha dado un banquete a los franceses. Habiendo protestado Nithard a Altieri, este da las excusas de siempre. El Consejo opina que el modo de actuar del nepote «parece más afecto o inteligencia que contemporización con franceses […] contradiciendo estas operaciones tan esencialmente los oficios de la paz que S.S. interpone, pues la desigualdad con que en Roma se prefieren los intereses de Francia y se desatienden los de España hace sospechosa la indiferencia», ibídem, leg. 3051, Consulta del Consejo, Madrid, 17 de junio de 1676. 85 Ibídem, Consulta del Consejo, Madrid, 17 de junio de 1676. 86 Requerido por Nithard, el nepote Altieri argumenta que ha dado orden de frenar la salida de grano. «Por donde se servirá V.M. de notar que dicho cardenal no tanto por el serviçio de V.M. y cumplir con su obligación, quanto por evitar las tumultuaçiones de aquel pueblo se movió últimamente a dar las órdenes […] cosa que justamente debe causar admiración y justa indignación». Pese a ello, se hace necesario disimular, ya que el papa «por su natural dejado o por su grave edad poco aplicado al gobierno» lo deja todo «a la disposición y voluntad del cardenal Altieri, el qual, valiéndose de esta autoridad, se aplica mayormente a haçer su negocio, ensalzar su casa y enriquecer sus parientes de manera que después (según piensa) no haya menester a nadie, en que puede ser que se engañe, como sucedió a los Barberinos en tiempo de Inocencio X», ibídem, Nithard al rey, Roma, 7 de marzo de 1676. 87 J. Castilla Soto, Don Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV). Su labor política y militar, Madrid, UNED, 1992, p. 315. 88 Para no repetir lo ocurrido en la paz de Aquisgrán, España trata de que no intervengan como mediadoras las potencias neutrales que muestran antipatía hacia la ella. Será el caso de Venecia, cuya candidatura es rechazada desde Madrid con la misma intensidad con que es apoyada la del pontífice, J.A. Sánchez Belén, Las relaciones internacionales, cit., p. 170. 89 AGS, Estado, Roma, leg. 3051, Consulta del Consejo, Madrid, 19 de febrero de 1676. 90 En Florencia el soberano rechaza la propuesta, ya que «después de muy reservadas consultas, respondió que la estimava pero que no pensava entrar en este negocio, contentándose con los estados que Dios le havía dado», ibídem, leg. 3050, Consulta del Consejo, Madrid, 11 de enero de 1676. 91 Para más información respecto a la gestación, desarrollo y final de la rebelión siciliana de 1674 consúltese la obra de L. Ribot, La Monarquía de España y la guerra de Mesina (1674-1678), Madrid, Actas, 2002. 92 Desde el año anterior, al menos, Nithard había propuesto a la reina Mariana que promoviera en Italia «una liga defensiva en resguardo de los comunes intereses, siendo el principal pretexto contra el turco, ampliándola contra cualquiera que intente imbadir Italia y inquietar la tranquilidad de sus provincias», AGS, Estado, Roma, leg. 3049, Carta de Nithard a la reina, Roma, 26 de enero de 1675. 93 Ibídem, leg. 3052, Consulta del Consejo, Madrid, 14 de agosto de 1676. 94 Ibídem, leg. 3064, f. 423, Nithard al rey, Roma, 14 de noviembre de 1676. 95 Ibídem, f. 306, Consulta del Consejo, Madrid, 16 de septiembre de 1676. 96 El marqués continuará en Roma hasta 1683, momento en que, como era tradición, pasa a ser virrey de Nápoles. El motivo de este más que frecuente traslado era que desde la capital pontifica los embajadores se convertían en auténticos expertos en los asuntos napolitanos y en la actuación de sus propios predecesores al frente del virreinato, cfr. G. Galasso, En la periferia del Imperio. La Monarquía Hispánica y el reino de Nápoles, Barcelona, Península, 2000, pp. 266-277. 97 J. Contreras, Carlos II el Hechizado. Poder y melancolía en la Corte del último Austria, Madrid, Temas de Hoy, 2003, pp. 88-89. 98 Sobre la figura del valido en la Europa del siglo XVII consúltese, aparte de la obra de F. Tomás Y

UNA EMBAJADA CONTROVERTIDA. EL PADRE NITHARD EN ROMA

291

Valiente – ya citada al principio de este trabajo –, otras como la de F. Benigno, La sombra del rey: validos y lucha política en la España del siglo XVII, Madrid, Alianza Editorial, 1994; o las de J.H. Elliott, Richelieu y Olivares, Barcelona, Crítica, 2001, y L. Brockliss-J.H. Elliott (dirs.), El mundo de los validos, Madrid, Taurus, 1999. 99 Una amplia semblanza de la vida y actuación política del hijo bastardo de Felipe IV en A. Graf von Kalnen, Juan José de Austria, cit. 100 AGS, Estado, Roma, leg. 3064, El marqués del Carpio al rey, Roma, 2 de febrero de 1681. 101 Divididos en conceptos diversos, como sueldos que se le debían, pensiones atrasadas sobre las diócesis de Segovia y Granada, juros de las lanas y alhajas de su propiedad, ARSI, Hist. Soc. 55 (I), De Rebus Card. Nidardi, 1666-1680, ff. 64r-65r, 26 de enero de 1684.

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.